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Melanie Klein
Su mundo y su obra
Conocida como la mujer que se atrevió a desafiar las
teorías tic Sigmund Freud. la importancia de Melanie
Klein en el terreno del primer psicoanálisis aún no ha
obtenido Inconsideración que merece. Basándose en
una gran cantidad de documentos inéditos y en amplias
entres islas con personas que conocieron a Melanio
Klein y trabajaron con ella. Phyllis Gross- kurth ha
escrito una biografía fascinante y compleja. una
soberbia relación de los acontecimientos externos o
internos que conformaron la existencia de esta
psicoanalista austríaca, autora, entre otros, de textos
básicos como El psicoanálisis de niños o Amor, culpa
y reparación (ambos editados también por Paidós, en el
marco de la publicación de sus obras completas).
Lo curioso de este libro es que. a graneles rasgos, la
biografiada se aparece como uno de esos poetas ro-
mánticos que lu tradición quiere condenados a la
desgracia y la tragedia. Víctima de una juventud
frustrante y de un matrimonio infeliz, ««redimida» por
la lectura de las obras de Freud. envuelta en un
torbellino de análisis y contranálisis. y amargamente
enfrentada a la hija del hombre que la «salvó» -Anna
Freud-. Klein parece casi un personaje ficticio
implicado en acontecimientos que continuamente le
superan, pero también hecho carne, realizado en la
tonalidad atrozmente sombría de sus concepciones
teóricas. Yendo mucho más allá que Freud, atribuyó
impulsos violentos y sádicos al universo infantil,
estudió la depresión, (a ansiedad y el complejo de
culpa, y se concentró en el concepto de agresividad,
que en sus estructuras teóricas venía a sustituir a la
libido freudiana. Esta visión sumamente pesimista de la
condición humana se basa en los impulsos destructivos
de la especie, pero también es consecuencia de una
mente atormentada desde la hez que Grosskurth se
dedica a explorar con curiosidad de entomólogo.
_

MELANIE KLEIN
________________
Su mundo y su obra
_
PHYLLIS GROSSKURTH

MELANIE KLEIN
______________________________________________________________________________________________________________________________________________

Su mundo y su obra

_________
PAIDOS
editorial

México — Buenos Aires — Barcelona


Título original: Melanie Klein - Her World and Her Work
Publicado en inglés por Hodder and Stoughton, Londres

Traducción de Eduardo Sinnot

Cubierta de Alfredo Astort

1.a edición, 1990

© 1986 by Phyllis Grosskurth


© de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona; y
Editorial Paidós, SAICF,
Defensa, 559 - Buenos Aires.
© de esta edición
Editorial Paidós Mexicana, S.A.
Guanajuato 202-302 06700 Col.
Roma México, D.F.
Tels.. 564-7908 • 564-5607

ISBN: 968-853-180-4

Impreso en México
Printed in México
A MI HIJO BRIAN,
CON AMOR Y GRATITUD
Nunca hemos presumido de que nuestro conocí-
miento y nuestra capacidad sean completos y
concluyentes. Estamos ahora tan dispuestos como
antes a admitir las imperfecciones de nuestra
comprensión, a aprender cosas nuevas y a
modificar nuestros métodos del modo como su
perfeccionamiento exija.
SIGMUND FREUD, Lines of Advance in
Psycho- Analytic Therapy (1919).
Estas fueron las primeras palabras que Melanie
Klein escuchó pronunciar a Freud.
INDICE
PROLOGO 11

PRIMERA PARTE; 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST


UNO. Recuerdos tempranos 15
Dos. Emanuel 35
TRES. Matrimonio 54
CUATRO. Crisis 74
SEGUNDA PARTE: 1920-1926: BERLÍN
UNO. La protegida 103
Dos. Limbo 129
TRES. Ostracismo 146
TERCERA PARTE: 1926-1939: LONDRES
UNO. La Sociedad Psicoanalítica Británica 169
Dos. Gallito del lugar 199
TRES. Duelo 229
CUATRO. La llegada de los Freud 250
CUARTA PARTE: 1940-1941: CAMBRIDGE Y PITLOCHRY
UNO. Dilación . 267
Dos. Richard 280
QUINTA PARTE: 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
UNO. Reinicio de las hostilidades 299
DOS. Mujeres en guerra 328
TRES. El pacto de damas 352
INDICE
10
SEXTA PARTE: 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGUERRA
UNO. Aladres e bijas 383
Dos. La matriarca 405
TRES. Envidia 428
CUATRO. Lucha política 445
CINCO. LOS últimos años 456

CRONOLOGIA 485
APENDICES 491
REFERENCIAS 497
BIBLIOGRAFIA 509
AGRADECIMIENTOS 527

INDICE ONOMASTICO Y TEMATICO 531


PROLOGO

S
e ha asumido, en general, que Melanie Klein dejó poca documenta-
ción acerca de su vida. En realidad existe abundante material, conser-
vado en gran parte por la Asociación Melanie Klein. Inevitablemente
he experimentado la frustración de encontrarme con un completo silencio
a propósito de algunos episodios y de algunas de sus relaciones, pero creo,
en razón de los muchos documentos disponibles, que ahora estamos en
condiciones de valorar la relación entre la mujer y su obra. La
Asociación Melanie Klein ha depositado los papeles de Klein en el Instituto
Wellcome de Historia de la Medicina, donde otros estudiosos podrán
examinarlos y valorarlos por sí mismos.
No podría haber emprendido la elaboración de este libro de no
haber contado con las bases teóricas y biográficas establecidas por la
doctora Hanna Segal en su Introduction to the Work of Melanie Klein
(1978) y en su Klein (Fontana Modern Masters Series, 1979). Las notas
de Edna O' Shaughnessy acerca de las Collected Works han sido para mí
sumamente valiosas. La doctora Segal y la Asociación Melanie Klein me
han permitido consultar sin restricciones los papeles de Klein, y se han
esforzado de muchísimas maneras por ayudarme en mi trabajo. El hijo
de Klein, Eric Clyne, me ha permitido examinar documentación familiar,
me ha sugerido otras posibles fuentes de información, y ha respondido
pacientemente a mis persistentes preguntas. Tiene, afortunadamente, una
memoria extraordinaria para lo que él llama “trivialidades”; pero lo que a
él podría parecerle trivial, resulta de incalculable valor para el biógrafo.
También sus parientes me han ayudado muchísimo. Dispersos hasta los
más lejanos confines del mundo por las persecuciones, la guerra y la
revolución, su historia constituye una diáspora en miniatura.
Estoy también muy agradecida a la Sociedad Británica de Psicoanálisis.
Decenas de psicoanalistas me han concedido parte de su tiempo, por lo que
[12]
PROLOGO
me complacerá mencionarlos para manifestarles mi agradecimiento, junto a
muchas otras personas que me han ayudado, al final de este libro. El doctor
Dermis Duncan, que fue archivista del Instituto Británico de Psicoanálisis, me
permitió gentilmente consultar sus archivos. Pearl King, ex presidente de la
Sociedad Británica de Psicoanálisis, y su actual archivista, me han guiado a
través de su historia, y generosamente me han permitido citar material inédito.
Tanto John Jarrett, administrador del Instituto, como Jill Duncan, su
bibliotecaria, me han proporcionado una amabilísima e ilimitada ayuda.
Muchas personas han intervenido en la traducción del material en lengua
alemana, pero en su mayor parte esa traducción ha sido obra de Bruni Schling,
cuya precisa tarea ha sido invalorable, en especial para los capítulos referentes a
los primeros años de Melanie Klein.
También deseo agradecer a mis alumnos de los Women’s Studies at New
College, de la Universidad de Toronto, por haberme alentado y haber
contribuido con su discusión.
Ninguna biografía es definitiva. Otros estudiosos corregirán y trabajarán
mi interpretación de Melanie Klein. Este libro podría haberse enriquecido de
haber podido consultar la correspondencia entre Freud y Karl Abraham y entre
Freud y Joan Riviere, la cual permanece en la Biblioteca de) Congreso con una
prohibición que rige hasta el año 2000. Esta consulta me fue denegada por el
doctor K.R Eissler, que era entonces secretario de los Archivos de Sigmund
Freud. Su actitud ha sido una dramática excepción a la cooperación que recibí en
otros lugares.
El autor de una biografía sólo puede crear la figura aproximada de un ser
consciente; y si la mujer que emerge de ésta no.es la que algunas personas
recuerdan, invito al lector a que considere que en el curso de nuestras vidas cada
uno de nosotros representa distintos personajes en su relación con los demás.
Mi libro termina con la muerte de Melanie Klein en 1960, pero la historia
en modo alguno concluye allí. Elizabeth Bou Spillius ha escrito acerca de las
elaboraciones del pensamiento kleiniano en la Sociedad Británica (“Some
Developments from the Work of Melanie Klein”, International Journal of
Psycho-Analysis [1983]64, Tercera parte, 321-332).
Quedan por escribir muchos libros acerca de la difusión y el desarrollo de
las ideas kleinianas en todo el mundo.
Pocas profesionales se han visto sometidas a tanta malicia y a rumores,
aceptados como hechos, tan numerosos como los que debió soportar Klein
durante su vida y después de su muerte. Espero haber presentado en este libro
una valoración más equilibrada.
Phyllis Grosskurth
Toronto, 1985
PRIMERA PARTE

__________________

1882-1920
De Viena a Budapest
UNO

Recuerdos tempranos

M elanie Klein poseía la materia de la que están hechos los mitos.


Aparentemente reservada acerca de su pasado, inquebrantable-
mente segura de sí acerca de su presente, su mismo ser dio lugar
a la especulación y a la sospecha. En cierto sentido, ella se buscó ese enig-
mático papel; en otro sentido, le fue impuesto tanto por sus enemigos como
por sus amigos. Sus enemigos —que fueron muchos durante su vida y tam-
bién después— difundieron indecentes chismorrees de su persona. Sus
defensores aseguraban al mundo, con protector afecto, que ella era suma-
mente discreta con su vida privada. Era más transparente de lo que cualquie-
ra de ellos advirtió pero, en su turbulento paso, adquirió la cautela necesaria
para poner a salvo su obra, y durante la mayor parte de su carrera la mujer y
su obra fueron indistinguibles.
Melanie Klein fue una mujer que tenía una misión. Desde el momento
en que, en 1914, leyó el trabajo de Freud Sobre los sueños (1901),* se sintió
arrebatada y transformada por el psicoanálisis y se dedicó a él. Cautivada por
el concepto de inconsciente, marchó tras su seductor hechizo hasta pro-
fundidades especulativas ante las que el propio Freud había retrocedido. Ese
fue su error: por haberse atrevido a abrir sus propios senderos en la investi-
gación se la difamó, se la insultó y se la hizo objeto de burla. Al atacar a la
mujer sus detractores procuraron quitar valor a su contribución al conoci-
miento de la psique. Las insinuaciones acerca de un sombrío pasado se han
difundido tanto que proliferó toda una subliteratura acerca de la mujer, su
* Über den Traum.
[16] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
familia y su obra temprana. La verdad es a la vez más simple y más compleja
—y, por cierto, más elusiva— de lo que imaginaron sus difamadores.
Durante la última década de su vida Melanie Klein comenzó a recibir
muchas demandas, en especial desde los Estados Unidos, sobre la historia y el
desarrollo de sus conceptos. Le era grato ese interés porque temía que su obra
no sobreviviese, ansiedad que sus colegas le escucharon expresar. Ante las
preguntas que venían del extranjero ella enumeraba los hechos de su vida de
manera prácticamente rutinaria: la información de que su padre había sido
médico y de que también ella había intentado estudiar medicina, pero que un
temprano matrimonio se lo impidió; su ingreso en el psicoanálisis a partir de
sus lecturas de la obra de Freud mientras vivía en Budapest y su consiguiente
análisis con Ferenczi; el aliento que recibió de este último para que llevara a
cabo investigaciones acerca del análisis de niños; su ingreso en el grupo de
Karl Abraham en Berlín, en 1921; la invitación de Ernest Jones para que diera
un ciclo de conferencias sobre el análisis de niños en la Sociedad Británica de
Psicoanálisis en 1925, y su ulterior decisión de instalarse en Inglaterra el año
siguiente. A ello se añadía una bibliografía formada por sus obras
fundamentales: El psicoanálisis de niños (1932), Contribuciones al
psicoanálisis, 1921-1945 (1948), Desarrollos en psicoanálisis (1952),
Nuevas direcciones en psicoanálisis (1955),* y Envidia y gratitud (1957).
Relato del psicoanálisis de un niño se publicó en 1961, un año después de su
muerte.
En 1953 empezó a trabajar en una breve autobiografía que continuó,
con interrupciones, hasta 1959, año que precedió al de su muerte. Es ése un
escrito cauteloso, repetitivo, ingenuo, evasivo... y sumamente valioso para
comprender a la mujer. Hay también muchas páginas fragmentarias, como si
estuviese intentando reelaborar el documento hasta que alcanzase forma
definitiva y aceptable. De igual modo, durante toda su vida acostumbró a
escribir esbozos iniciales de sus cartas más importantes. Consciente de su
posición dentro del movimiento psicoanalítico, advertía la importancia de
consignar hechos elegidos entre los de su vida mis temprana. A través de la
implacable fachada de su imagen pública se transluce tanto una infantil vul-
nerabilidad como un maduro conocimiento de sí.
Melanie Klein fue la primera psicoanalista europea que se convirtió en
miembro de la Sociedad Británica de Psicoanálisis y al fin la suya pasó a ser
la influencia dominante. Figura algo exótica durante su establecimiento en In-
glaterra en 1926, de la cual se rumoreaba que no andaba en buenas relaciones
con los Freud, padre e hija, con mala fama en la Sociedad de Berlín, divorcia-
da en días en que el divorcio estaba aún envuelto en un aura de escándalo, se
convirtió inevitablemente en objeto de chismorreos. ¿Qué ha hecho, se pre-
guntaba, con su marido? Hasta hoy circula la historia de que lo devoraba.
* Desarrollos en psicoanálisis y Nuevas direcciones en psicoanálisis incluyen también
trabajos de colegas suyos.
RECUERDOS TEMPRANOS [17]

La Autobiografía inédita es propiedad de la Sociedad Melanie Klein. Su


historia, según ella la relata, es el registro “oficial”. No obstante, en 1983 se
descubrió en el desván de su hijo una amplia colección de cartas familiares.
Esas cartas revelan información que no concuerda con algunos de los hechos
narrados en la Autobiografía. ¿Por qué, entonces, no las destruyó, cuando sin
duda sabía que finalmente se descubrirían? Muchas explicaciones son
posibles. Acaso no se destruyen algunas cartas porque el sujeto quiere que
finalmente prevalezca la verdad, aun no siendo agradables algunos de sus
aspectos; se es, empero, ambivalente al exponer los deseos, los temores y las
dificultades a examen público.
En el caso de Klein es posible que ella simplemente no tolerase com-
partir con los demás las situaciones más importantes de su pasado. La mayo-
ría de las cartas de su madre y de su hermano parecen haber sido guardadas,
en tanto que de su marido subsiste sólo una carta. Las cartas reevocan a sus
parientes de forma muy concreta. Ante el biógrafo distante, su madre y su
hermano emergen de las cartas como personas muy diferentes de las retrata-
das en la Autobiografía; y es concebible que Klein los idealizara hasta el
punto de mezclar indisolublemente la figura real y la figura oficial.
En su Autobiografía ella retrocede y avanza en el tiempo y, al reflexio-
nar acerca del pasado y del presente, da forma a una novela familiar. Lo
mismo que el analista, el biógrafo descubre mitologías personales que son
reveladoras, porque ponen de manifiesto transformaciones, condensaciones y
evasiones. Pero, ¿cómo abarcar su turbulenta vida en una sola narración?
¿Cómo otorgar el peso correspondiente a cada uno de los hechos y a cada una
de las personas que conformaron el curso de esa vida? En sus antecedentes se
combinaban convencionalidad y rebeldía. Las primeras etapas de la vida de
su padre la fascinaban, pero los pormenores que ella presenta son
fragmentarios e inconexos. Ni siquiera menciona la fecha de su nacimiento
(1828), pero explica que Moriz Reizes procedía de una familia rígidamente
ortodoxa de algún lugar de Polonia: aparentemente ella considera irrelevante
la localización exacta. Se trataba en realidad de Lemberg (hoy Lvov), en
Galitzia, sede de una de las universidades europeas más viejas y distingui-
das.* Describe a su abuelo como “hombre de negocios”, posiblemente un
pequeño comerciante o un mercader de ganado o de madera. Durante años su
padre fue conocido como bocher, esto es, como estudiante del Talmud,
antigua codificación de la ley y la tradición judías en varios volúmenes. Pero
Moriz debe de haber tenido un mundo interior muy privado, en el que ali-
mentaba sus propios sueños y sus propias esperanzas, influido quizá por el
Haskalah, el movimiento judío de emancipación que halló una fuerte oposi-
ción tanto del rabinato ortodoxo como del Hasidim de Galitzia. Un día anun-

* En esa época Galitzia era parte del Imperio austro-húngaro. Como país independiente,
Polonia se formó después de la Primera Guerra Mundial. Tras la Segunda Guerra Mundial,
Lvov fue tomada por los rusos y es ahora parte de Ucrania.
[18] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
ció a sus piadosos y sencillos padres que había aprobado los exámenes pre-
vios a la matriculación y que, peor aún, se proponía estudiar medicina.
Mientras estuvo en la Escuela de Medicina (presumiblemente en Lvov) se
ganaba el sueldo haciendo de preceptor. Muchos años más tarde le contó a su
hija que cuando estaba haciendo sus primeros exámenes sabía que su madre,
en casa, rezaba para que le fueran mal. Cuando terminó sus exámenes había
roto completamente con la tradición ortodoxa, si bien nunca cortó los lazos
que lo unían a la familia.
Cuando era niña, a Melanie le agradaba escuchar acerca de la valentía
de su padre durante una epidemia de cólera. En respuesta a una demanda de
médicos para asistir a las aldeas polacas, no sólo lo hizo sino que, a diferencia
de otros médicos, que preferían explicar a las víctimas desde la ventana lo que
debían hacer, Moriz Reizes entraba osadamente en las viviendas y trataba a
los pacientes como lo hubiera hecho si ellos hubiesen padecido cualquier otro
mal. Al volver halló una carta de su madre en la que le rogaba que no
arriesgase la vida. Es irrelevante que ese acto de heroísmo realmente haya
tenido lugar o no: Klein creía que así había sido.
Moriz Reizes estuvo casado dos veces, pero Klein no precisa los
detalles del primer matrimonio. Probablemente tuvo lugar antes de iniciar él
sus estudios de medicina, puesto que se casó por el rito judío con una
muchacha a la que nunca había visto antes de la boda. El matrimonio no tuvo
éxito y “pronto se disolvió” cuando, según el cálculo de Klein, su padre tenía
unos treinta y siete años. No se consigna ninguna razón, pero ello es muestra
de su independencia y su rebeldía.
Promediaba los cuarenta cuando, de visita en Viena, conoció a una
belleza de negros cabellos, Libussa Deutsch, alojada en la misma casa de
huéspedes. Inmediatamente se enamoró de aquella “culta, ingeniosa e inte-
resante” joven de tez blanca, finos rasgos y ojos expresivos. El certificado de
defunción de Libussa revela que había nacido en 1852, veinticuatro años
después que su entonces futuro marido. Si era tan bella e hija de un rabino,
¿por qué se casó con ese polaco desconocido, de quien no hay indicios de que
estuviera locamente enamorada?
En realidad Reizes trabajaba como profesional en Deutsch-Kreutz,
una pequeña aldea (que más tarde se convertiría en la localidad austríaca de
Burgenland) situada a unos ciento treinta kilómetros de Viena, y a cuatro o
cinco kilómetros dentro de los límites de Hungría. Por otra parte, Libussa no
vivía en Deutsch-Kreutz (donde Klein la sitúa), sino en Warbotz (Verbotz),
en Eslovaquia. Se le dio el nombre de Libussa por el fundador mítico de
Praga, quien en el siglo XIX se convirtió en símbolo de la identidad nacional
checa. El que Klein omita el verdadero lugar de nacimiento de su madre
puede explicarse por el menosprecio que le inspiraban los eslovacos, en par-
ticular el modo como los judíos eslovacos hablaban el idish. Sin embargo, su
madre estaba orgullosa de sus orígenes y en una carta de 1911, dirigida a
RECUERDOS TEMPRANOS [19]

Melanie cuando ésta estaba de vacaciones en el Báltico, citaba palabras de su


nueva criada eslovaca: “Usted verá qué muchacha leal encontrará en mí, pues
sólo una muchacha eslovaca puede ser tan leal y fiel cuando es tratada tan
bien como yo lo soy. Los húngaros son todos pérfidos, sucios, ladrones e
irresponsables”.
Melanie se sentía muy atraída por el ambiente cultural de la familia de
Libussa, en la cual tanto el padre como el abuelo eran muy respetados por su
saber y su tolerancia. (El hermano de Libussa, Hermann, que había de
desempeñar un papel de importancia en sus vidas, asistía a una escuela de
jesuitas.) El bisabuelo de Melanie, el rabino Mandel Deutsch, era famoso por
su cortesía. Uno de los anhelos de la infancia de Melanie era el de haber
podido conocer a su abuela materna: “Me hubiese gustado que aún viviese,
porque nunca tuve una abuela y sabía que ella había sido una mujer delicada,
amable y agradable”. Es ésta una afirmación interesante, tratándose de una
mujer que parece haber tenido mucho más éxito como abuela que como
madre. También es interesante que nunca haya conocido o demostrado interés
alguno por su abuelo materno. Acaso haya tomado esa falta de interés de su
propia madre. En la familia se registraba ciertamente un esquema de
matriarcado. Pero Melanie jamás se forjó siquiera una imagen de la madre de
su padre, y manifiestamente desdeñaba a toda la familia de él. Dice de los
Deutsch: “A diferencia de lo que ocurre con la familia de mi padre, la
impresión que en general recibo de ella es la de una buena vida familiar, muy
sencilla, que se desenvolvía en circunstancias muy restringidas, pero con
mucho conocimiento y educación”. Setenta años más tarde Klein aún se
estremecía al recordar su irritación hacia la hermana de su padre y su marido
cuando aparecían vestidos con el kaftan ritual que los judíos polacos habían
tomado de los aristócratas del siglo XVIII.
De acuerdo con Klein, a Libussa y a sus dos hermanas les apasionaba
aprender, y ello hizo que estas jóvenes autodidactas adquirieran
conocimientos de la lectura y de la discusión con su padre. Melanie admiraba
el modo como su madre había aprendido por sí misma a tocar el piano.
Conservaba un vivido recuerdo de Libussa recorriendo de un lado a otro la
galería de una casa de verano que había alquilado en Dornbach, en las afueras
de Viena, enteramente concentrada en un libro de francés que estaba
aprendiendo de memoria. Para Klein eso era una demostración de pasión
intelectual, pues las oportunidades que su madre tenía de poner en práctica
esos conocimientos de lenguas eran casi inexistentes. Hay pruebas de que, en
su juventud, Libussa sentía cierto respeto por el saber: se sintió atraída por su
futuro marido en parte porque él dominaba diez lenguas. Otros parientes
recuerdan a Karoline como la hermana más inteligente, en tanto que Libussa
era reconocida como la belleza de la familia. En todo caso, las últimas cartas
de Libussa están escritas en un alemán que demuestra que la lengua no le
resultaba demasiado fácil.
[20] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
Las canas que en 1874 se intercambiaba la pareja, ya comprometida,
ofrecen un matiz ligeramente a. auto a la imagen que Melanie tenía de su
madre. Libussa admite abiertamente que redactaba con mucho cuidado las
cartas que dirigía a su novio, escribiéndolas en ocasiones dos o tres veces.
Moriz deseaba insistentemente que se escribieran en francés, sugerencia que
Libussa rechazaba tercamente aduciendo como excusa que no deseaba privar
a los demás miembros de su familia del placer de leer sus cartas. Las frases en
francés que, no obstante, incluye, están expresadas con poca fortuna. Moriz
escribe con florido ardor, Libussa con conscientes cortapisas.
“Desdichadamente advierto con claridad”, escribe en una ocasión, “que no
seré capaz de seguir tus elevados y entusiásticos vuelos, los cuales te man-
tienen en las más encumbradas alturas, a entusiásticas distancias siempre
crecientes. Mis alas están atadas. Estoy demasiado ligada a la tierra para
soñar siquiera con seguirte”.
Después de su casamiento en 1875, la pareja se estableció en
Deutsch-Kreutz. Allí nacieron tres niños en rápida sucesión: Emilie en 1876,
Emanuel en 1877 y Sidonie en 1878. En un determinado momento,
probablemente entre el nacimiento de Sidonie y el de Melanie, el 30 de marzo
de 1882, la familia se trasladó a Viena,* sin duda con la esperanza de mejorar
su modesta situación económica. No pueden haber sido tan ingenuos para
alentar la expectativa de que un maduro médico de origen judío pudiese
alcanzar éxito profesional.** El doctor Reizes se vio obligado a dedicarse a la
odontología (en realidad, al principio parece haber sido asistente de un
dentista) y a complementar sus ingresos trabajando como médico de un teatro
de vodevil.
La difícil situación económica hizo necesario que Libussa abriese un
negocio, lo que no sólo era algo humillante para la mujer de un médico, sino
algo personalmente muy infausto, porque, además de plantas, vendía reptiles,
ante los cuales temblaba de horror. Melanie no especula al respecto de que su
madre optase por un tipo de comercio algo extravagante, pero señala que era
la belleza de su madre lo que hacía que a los clientes les gustase entrar para
conversar con ella. Añade que los clientes de Libussa “comprendían” que ella
era una “dama”, no una común administradora de un comercio'. negación más
bien curiosa para que ella se sienta obligada a hacerla. Uno de los recuerdos
más tempranos de Melanie es el de cuando era llevada a visitar ese lugar en el
que su madre desaparecía todos los días. Ese comercio fue parte integrante de
sus vidas hasta 1907, cuando Libussa finalmente se libró de esa carga.

* Melania nació en Tiefer Graben 8.


** Fue en 1882, año del nacimiento de Melanie Klein, cuando las fraternidades estu-
diantiles germanoaustríacas promulgaron la insultante resolución de Waidhofer, la cual
declaraba que “todo hijo de madre judía, todo ser humano que tenga en sus venas sangre
judía ha nacido sin honor y por tanto debe carecer de todo sentimiento humano decente”.
RECUERDOS TEMPRANOS [21]

La fortuna de la familia cambió cuando apareció el padre de Moriz


Reizes (Klein no dice cuándo). Desde la muerte de su mujer había vivido con
la hija, quien un día le obligó a marcharse de su casa. La madre de Melanie
“rápidamente” acordó que se quedase con ellos y, al parecer, vivió
pacíficamente con la familia hasta su muerte, hecho que cambió sus vidas,
pues no sólo les dejó algunos ahorros, dice ella, sino también un billete de
apuestas premiado con diez mil florines.
En lo que se refiere a Melanie, su nuevo apartamento situado en la
medioburguesa Martinstrasse, le parecía lujoso. La Martinstrasse estaba en
Wachring, entonces un barrio periférico de Viena. Omite detalles acerca del
primero, el apartamento más bien escuálido de la Borsegasse en el que habían
estado viviendo,* mientras que todo lo del nuevo le agradaba: el balcón, el
brillo de la plata, el hecho de que tenía zapatos nuevos y de que su padre le
regaló a su madre aros de diamante para celebrar la ocasión. Al mismo tiempo
su padre compró la casa en la que ejercía la profesión de odontólogo. “Me
parecía algo grandioso que mis padres realmente poseyeran una casa. El
orgullo, la dicha que sentía por esos cambios me mostraban que estaba
descontenta con las dificultades económicas, con la pobreza, diría, que pre-
cedió a la mudanza.”
En este punto parece Klein haberse entrampado enteramente en la
novela familiar. En realidad el dinero era préstamo del hermano menor de
Libussa, un exitoso abogado que había vivido con ellos cuando era estudian-
te.** En una carta del 9 de septiembre de 1906 Libussa escribía a Melanie y
Arthur Klein que el tío Hermann “consideraba que lo mejor que había hecho
en su vida era haber intervenido en nuestro favor y habernos permitido vivir
libres de toda preocupación por el alquiler durante diecinueve años, lo cual
finalmente nos puso incluso en posesión de una propiedad. En esa ocasión se
recordaba que él reunía dinero cada vez que había que pagar el alquiler; él no
sacó provecho de ello en modo alguno. En esa época, dice, había ganado
veinte mil guldens,*** de los cuales invirtió nueve mil en la casa. Amueblarla
le había costado varios miles más; los restantes los necesitaba para sus
negocios. Si en ese momento hubiera comprado la casa en Brigittenau, su
valor ahora se habría triplicado. Pero, dice, no quiere agobiarme con todo eso
ahora; sólo se entregaba a pensamientos melancólicos. Ahora realmente le
preocupaba mucho que se le pague, tanto por nosotros como por él”.

* Este debe de haber sido su segundo hogar en Viena.


** No puede haber sido por mucho tiempo, puesto que había nacido en 1856.
*** De acuerdo con el doctor Michael Wagner, del Institut für Wirtschafts-und
-Sozialforschung de Viena, en 1900 diez mil guldens suponían aproximadamente el triple del
ingreso anual de un antiguo servidor civil en sus primeros cuarenta años. ¿De dónde obtuvo
Hermann este dinero? Probablemente de una inversión. De acuerdo con su hija, Trude Feigl,
habría resultado totalmente ajeno a la manera de ser de su padre el haber comprado un billete
de lotería.
(22) 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
Hermann nunca dejó que olvidasen la deuda que tenían con él y en una
carta del 10 de octubre de 1902 datada en Venecia el hermano de Melanie,
Emanuel, se enfada ante la noticia de que Libussa tiene que pedir prestado
dinero a Hermann para pagar el ajuar de novia de Melanie: “¡Que el tío tenga
que ayudamos otra vez es una cosa muy desagradable para mí! ¡Al diablo con
él por eso! Cuando escucho el nombre de ese buen hombre, deleznable y
presuntuoso, no puedo sino pensar en aquellos doce años de mi niñez y de mi
juventud que él obscureció y destruyó irreparablemente para mí, y cada vez
que eso ocurre siento que algo me oprime la garganta y mi corazón se llena de
amargura”. Klein, sin embargo, es reacia a decir algo desagradable acerca de
él porque le agrada saber que es la favorita de su tío. En su Autobiografía
recuerda: “Yo estaba muy encariñada con él y también él me malcriaba
mucho. Le escuché decir muchas cosas, entre ellas que siendo tan bella, un
joven Rothschild llegaría a casarse conmigo. Tenía también un cariñoso
perrazo en el que yo cabalgaba”.
Melanie tenía cinco años en la época en que cambió la fortuna de la
familia y la mudanza coincidió con el momento en que ella comenzó a asistir
a la escuela estatal de la Alsenstrasse. Desde el comienzo fue muy dichosa
allí. Hasta entonces no había tenido chicos de su edad con los que jugar, y
ahora gozaba inmensamente de su compañía. También había heredado de su
familia la pasión por el conocimiento y pronto se convirtió en una alumna
ambiciosa, muy consciente de sus notas; era especialmente importante para
ella recibir un informe con las palabras wurde belobt (muy loable).
Una vieja fotografía de Melanie, de cuando tenía unos seis años, la
muestra de pie junto a su hermano Emanuel y a su hermana mayor Emilie.
Todo su porte transluce una notable seguridad en sí misma. De mayor
contaba a la gente: “Yo no era en absoluto tímida”. Hablaba a sus amigos con
orgullo de un incidente ocurrido en su primer día de escuela. La maestra, para
reconocer a los chicos tímidos, les preguntaba: “¿Quién es María?”, para que
las pequeñas Marías levantasen la mano y dijesen: “Yo soy María”. Mientras
muchos de los demás niños se escondían tímidamente tras sus pupitres,
Melanie, estallando de impaciencia por hablar, levantó su mano. La maestra
dijo amablemente: “Ahora di: ‘Mi nombre es María”, a lo cual ella replicó:
“Mi nombre es Melanie”. Mirándola con expresión de reproche la maestra la
reprendió: “Aún no ha llegado tu tumo”. Melanie se sintió un poco incómoda,
pero sabía que tenía que levantar la mano, porque era la única Melanie y su
tumo no llegaría. Por nada del mundo Melanie habría dejado que se la pasara
por alto.
Claramente estimulaba su ambición el hecho de ser la menor de cuatro
niños, y rivalizaba mucho con sus hermanos. La mayor, Emilie, tenía seis
años cuando nació Melanie, su único hermano, Emanuel, cinco, y Sidonie
cuatro, así que los tres primeros siempre le parecieron mucho mayores y
unidos. No sólo era la menor y la más desvalida sino que tenía también
RECUERDOS TEMPRANOS [23]

otros motivos de queja. En determinado momento —“más tarde”— su madre


le dijo que era una hija inesperada, si bien Melanie parece haberlo percibido
casi desde el comienzo. “No creo que ello me resintiese particularmente”,
reflexiona, “porque había mucho amor hacia mí”. Escribió estas palabras
cuando ya había pasado los setenta, y se las debe considerar más adelante en
relación con sus teorías acerca de la emoción infantil.
Otro posible motivo de queja era que su madre había dado el pecho a sus
tres primeros hijos, mientras que Melanie tenía un ama de leche “que me
alimentaba cada vez que yo lo pedía”. ¿Cómo llegó a saberlo? No dice si su
madre era incapaz de amamantarla por sí misma o si estaba demasiado ocu-
pada atendiendo su negocio. La siguiente frase, que sigue a la afirmación
acerca de la feracidad del ama de leche, dice: “En esa época Truby King* no
había realizado aún su devastadora obra”. Abandona entonces abruptamente
el tema del amamantamiento y continúa, dentro del mismo parágrafo, deta-
llando la atención que el tío Hermann le prodigaba. La yuxtaposición es muy
reveladora.
En otras palabras: lejos de estar desvalida y descuidada era una hermosa
princesa judía, obviamente la favorita del hermano de su madre, y también
—hecho no mencionado en sus memorias— la hija favorita de su madre.
Debe recordarse una vez más que este relato se escribió al final de su carrera
en el psicoanálisis, en el cual su propia técnica se había vuelto famosa por sus
múltiples y profundas interpretaciones; pero no aplica a sus recuerdos
ninguno de sus propios conceptos para apoyar una comprensión de sí misma
como niña. Nada hay de la penetrante atención que ella hubiera aplicado a
uno de sus pacientes. Parece hallarse enteramente distante de la niña que ella
era y eliminar nerviosamente cuanto recuerdo encuentra que pudiera resultar
penoso o perturbador para la imagen que ella tiene de su niñez. Podría
interpretarse este hecho como una falta de valor pero en la situación analítica
ella ha insistido siempre en que el analista debe mantener distancia respecto
del analizando, sin permitirse jamás echar una mirada en su propia vida
privada. ¿Cómo podría, entonces, quebrar esa barrera entre ella y el supuesto
lector cuando ha pasado la mayor parte de su vida construyendo una imagen
distante de sí misma? Como en el caso de Freud, tenemos que volver a los
trabajos teóricos de Klein para hallar su agitación real reflejada en las
conclusiones que extrae de sus pacientes en el estudio de sus casos. El hecho
mismo de que se aferrara al psicoanálisis con tanta pasión indica que las
ansiedades que acosaban a la joven Melanie eran mucho más profundas de lo
que podría sugerir su blanda narración. Ya Freud había creado un modelo de
autobiografía pública para que otros analistas lo emulasen. Su Autobiografía
decepcionó a muchos por su autoprotección, mientras que La interpretación
de los sueños contiene al Freud íntimo, aunque, también aquí, el autor
enmascara algunos indicios que remitirían a él mismo.
* Un pediatra neozelandés que aconsejaba un régimen estricto para los bebés .
[24] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
En sus memorias autobiográficas, inmediatamente después de las líneas
referentes a la admiración que su tío sentía por ella, vuelve a las reflexiones
sobre su padre: “No creo haber entendido suficientemente a mi padre, pues en
esa época había envejecido mucho”. La imagen de su padre se introduce y se
aleja del relato: su temperamento, sus intereses, sus regalos y, ante todo, su
relativo descuido de ella. En eso residía quizás el principal motivo de queja.
No sólo era un error el haberla engendrado sino que su presencia apenas si
ingresaba en la conciencia de él. Era “un viejo de cincuenta años” cuando ella
nació. “No tengo recuerdos de que hubiese estado jugando siempre conmigo.
Era una idea penosa para mí el que mi padre pudiera afirmar abiertamente, y
sin reparar en mis sentimientos, que prefería a mi hermana mayor, a su
primera hija”.
Ella ansiaba algún signo de aprobación de parte de ese hombre que
siempre le impresionó como una persona inmensamente sabia. Cuando
Melanie le preguntaba por el significado de una expresión francesa o alema-
na, nunca necesitaba consultar el diccionario. Con el tiempo advirtió que su
francés era un poco extravagante y anticuado, como necesariamente debía
ser, pues lo había aprendido leyendo escrupulosamente a Molière y a Racine.
De todos modos, ello no disminuyó la admiración que ella sentía por sus
conocimientos.
Cabe preguntarse acerca de lo que Melanie —y Libussa— sentían res-
pecto de su incapacidad para establecerse profesionalmente. Despreciaba los
cafés cantantes en los que trabajaba como médico, no sólo por el hastío que le
provocaba sino también porque rechazaba la moral de los artistas ingleses.
Detestaba permanecer clavado como espectador de las representaciones
noche tras noche, pero el sueldo era necesario para completar el ingreso
familiar.
Ese café cantante figura entre los recuerdos más tempranos de Melanie
en relación con su padre y alude a un incidente que aconteció cuando ella
tenía unos tres años. Su madre estaba aún en el negocio y la sirvienta le
ofrecía las croquetas que él comía todas las noches antes de marchar al Orfeo.
La niña se subió a sus rodillas y él la apartó bruscamente. “Ese”, evoca ella
lacónicamente, “es un penoso recuerdo”. Su único recuerdo cariñoso son los
paseos en que él la llevaba de la mano, desde la colina hasta la casa de
Dornbach donde pasaban el verano.
Sin embargo, ella dice que, de regreso de la escuela, iba a buscar a su
padre al trabajo y volvían a casa juntos a almorzar. Una vez más, este detalle
es enigmático: el lugar de trabajo era el piso en que vivía la familia, de modo
que pareciera ser el padre, y no la hija a él, quien la iba a buscar.
(Probablemente traspone sus acciones porque desea sugerir que su padre
tenía su consultorio en un lugar distinto.)* Omite decir si ese hombre extra-
* Una antigua fotografía muestra el edificio de la Martinstrasse 1 con una placa que informa
que en 1849 se estableció allí un consultorio odontológico. Después se demolió la casa.
RECUERDOS TEMPRANOS [25]

ño y cerrado le dijo alguna vez algo durante esas caminatas cotidianas. Una
sola vez llegó a pegarle, incidente que manifiestamente ella provocó. Cuando
ella rechazaba una comida, él señalaba que en su época los niños comían lo
que se les daba. Ella le replicó descaradamente que lo que se hacía cien años
antes ya no se aplicaba entonces, sabiendo perfectamente bien cuáles serían
las consecuencias. Por otra parte, cuando tenía trece años escuchó a un
paciente decir con jactancia* que su hija menor iría al colegio secundario,
afirmación que motivó su voluntad de hacer eso mismo. ¿Quién sabe si no
estimulaba su ambición la ansiedad porque su padre le prestara cierta
atención? Retrospectivamente ella creía que no lo entendía suficientemente.
Acaso, según ella racionalizaba, no le prestó demasiada atención porque era
demasiado mayor cuando ella nació.
La buena fortuna de la familia no duró mucho tiempo. Antes de que
terminase el siglo los malos tiempos habían llegado nuevamente —en gran
medida Melanie lo atribuye a la “senilidad” de su padre— y su madre asumió
la responsabilidad de mantener la situación. Incluso tuvieron que tomar un
pensionista permanente.
Con su madre la historia es diferente. “Hasta el día de hoy”, recuerda
Klein, “pienso mucho en ella, preguntándome qué hubiera dicho o pensado, y
lamentando especialmente que no pudiera ver algunos de mis logros”. De
acuerdo con Klein, Libussa era una mujer amable, modesta. “En muchos
sentidos ella ha seguido siendo mi ejemplo, y recuerdo su tolerancia respecto
de la gente y cómo no le gustaba cuando mi hermano y yo, que éramos
intelectuales y por tanto arrogantes, criticábamos a la gente.” Es ésta una
asombrosa descripción de la testaruda y dominante mujer que emerge de las
cartas de Libussa. A la edad en que Klein escribía era particularmente penoso
para ella referirse a la relación entre madre e hija, de manera que es difícil
saber —aun después de transcurrido el tiempo— hasta qué punto dependía
del remordimiento o de la idealización. También parecía seguir estando
inquieta por la naturaleza del matrimonio de sus padres.
Moriz Reizes estaba obviamente enamorado de su mujer y también
sumamente celoso de ella, pero Melanie, aun sabiendo que su madre estaba
enteramente entregada a su familia, sospechaba que añoraba aún a un joven
estudiante de su pueblo natal que había muerto de tuberculosis. Por cierto, a
menudo Melanie advertía insatisfacción en su madre, y posiblemente su
desdén. “Nunca he sido capaz de saber”, reflexiona Klein, “si simplemente no
era apasionada o si no lo era en la medida en que se trataba de mi padre, pero
sí creo haber visto ocasionalmente en ella una ligera aversión por la pasión
sexual, lo cual podría haber sido expresión de su propio sentimiento o de su
educación, etcétera”. Nada dice acerca de si era una madre afectuosa y
amante; y la correspondencia revela que Libussa encontró siempre dificul-
tades para expresarle sus sentimientos.

* Inadvertidamente delata aquí que los pacientes iban a la casa familiar.


[26] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
Klein nunca pudo recordar alguna ocasión en que sus padres salieran
juntos y solos. Evoca una familia judía unida; aunque no era rígidamente
ortodoxa, la niñez de Melanie estaba impregnada del ceremonial judío y
siempre fue profundamente consciente de sus antecedentes judíos. Sus padres
conservaron un poderoso sentimiento hacia el pueblo judío, “aunque", señala
ella crípticamente, “soy plenamente consciente de sus faltas y de sus
defectos". Afirma que nunca hubiera sido capaz de vivir en Israel. En un
determinado momento su madre intentó mantener una vida doméstica de
acuerdo con el ritual judío pero pronto abandonó tal intento, en particular
cuando halló la oposición del vigoroso espíritu de su hija. Klein describe el
círculo en el cual se crió en Viena como “antiortodoxo".
No obstante, siempre se mantenían algunas celebraciones rituales.
Melanie sintió una duradera atracción por la pascua hebrea, sobre todo por-
que ella, por ser la menor, tomaba parte en el servicio tradicional. “Como
ansiaba captar la atención y ser más importante que los mayores, temo que
esta actitud influyera en mi gusto por aquella ocasión. Pero hay más. Me
gustaban las velas, me gustaba toda la atmósfera, y me gustaba la familia
sentada en tomo de la mesa y estar así junto a los demás".
También las ceremonias relacionadas con el Día del Perdón dejaron en
ella gratos recuerdos. Todos los detalles le resultaban interesantes: el café
negro que precedía a la comida festiva, el día de abstinencia que pasó con su
madre en la sinagoga: Igual que los otros niños, vestía sus mejores ropas y era
consciente de ser examinada por las madres, si bien la suya estaba demasiado
profundamente abstraída en sus plegarias para ocuparse de tal frivolidad.*
Además, en la noche del viernes, Libussa recitaba breves plegarias de un libro
de rezos encuadernado en terciopelo color morado claro que su marido le
había ofrecido como regalo de bodas. Después de sólo unos pocos minutos lo
cerraba y volvía a guardarlo en el ropero; a los ojos de Klein, esa atención
religiosa era expresión de una tradición familiar antes que de verdadera
piedad. Creyó confirmada esa impresión cuando su madre le contó de su
admiración por el condenado estudiante de su pueblo natal que, en su lecho de
muerte, declaró: “Moriré muy pronto y repito que no creo en Dios alguno." El
tono en que su madre le contó esa historia convenció a Melanie de que ella
había estado enamorada de él.
Durante el período en que su familia conoció la abundancia Melanie
tuvo lo que describe como “institutrices francesas". Como al mismo tiempo
asistía a la escuela, pareciera que eran más bien niñeras —o posiblemente
muchachas para todos los quehaceres— antes que institutrices en el sentido
propio del término. La palabra “institutriz” es producto de las fantasías
esnobs que están diseminadas en toda la Autobiografía. Indudablemente las
jóvenes contribuyeron al conocimiento que Melanie tenía del francés, len-
* Otro detalle sorprendente, pues las cartas de Libussa revelan que estaba muy
obsesionada con la ropa.
RECUERDOS TEMPRANOS [27]

gua que aprendió tempranamente. La primera, Mademoiselle Chapuis, fue


contratada en un convento, pero no permaneció durante mucho tiempo por-
que sentía mucha nostalgia por su lugar de procedencia. La segunda institu-
triz, Constance Sylvester, vino del mismo convento.*
Cuando Melanie tenía ocho o nueve años se “torturaba" ante la suposi-
ción de que un día se haría católica, lo cual sabía que atormentaría a sus
padres. Lo enigmático es cómo esos padres judíos de clase media pudieron
haberla expuesto a esa tentación. Cuando abrió su corazón a la amable
Constance, ésta habría dicho: “Bien, si tienes que hacerlo, no podrás evitar-
lo”. En la escuela se sentía excluida al ver a los chicos católicos correr al
encuentro del sacerdote y besarle la mano, recibiendo por ello una palmadita
en la cabeza. Una vez cobró ánimo e hizo lo mismo, secreto culposo que
revelaría mucho más tarde en su autobiografía.
Aunque siempre se sintió “judía”, nunca fue sionista y su modo de vida
no se distinguía del de un pagano. Pero como niña judía en la Viena católica
debe de haber tenido clara conciencia de que era una marginada y miembro
de upa minoría a veces perseguida. Para muchos judíos el psicoanálisis se
convirtió en una religión con sus propios ritos, sus secretos y sus exigencias
de estricta fidelidad. Melanie Klein, cuando llegó a descubrir el psicoanálisis,
lo abrazó ardientemente cual persona que se convierte a la Iglesia Católica.
La educación de Melanie en el sentido más amplio —acumulación de
informaciones, entrenamiento en el pensamiento analítico, comprensión de
los seres humanos— es difícil de estimar. Sus detractores la menosprecian
como a una “mujer sin instrucción”. Sus admiradores consideran esa
deficiencia como una ventaja, subrayando que no se veía trabada por las
pautas convencionales de la organización y la evaluación de datos, y que su
vigor estriba en sus opiniones espontáneas y originales. Aun cuando en
ambos pareceres haya algo de verdad, en modo alguno carecía de educación
en el sentido corriente del término.
En el colegio aprendió francés, inglés y “todo cuanto se espera que una
chica de buena familia (¡sic!) conozca”. También aprendió mucho de su
hermano y de sus hermanas, quienes estaban muy orgullosos de su
precocidad; si bien a menudo le hacían bromas por eso, se repetían los unos a
los otros las agudezas que ella decía.
Su relación con Emilie —la favorita de su padre— parece haber sido
ambivalente desde el comienzo. “Creo (sic) que siento gran afecto por mi
hermana mayor y que ella está muy encariñada conmigo y orgullosa de mí.
Recuerdo que cuando tenía entre diez y doce años me sentía muy desdichada
antes de irme a dormir,** y que Emilie tenía la amabilidad de acercar su
* ¿Se refiere en realidad a un orfanato en el que se podía obtener ayuda a bajo precio?
** Quisiéramos conocer la razón de ello. ¿Habrá sido el comienzo de la menstruación?
[28] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
cama a la mía y yo me dormía cogiéndola de la mano.” Pero es claro que
cuando Melanie se desarrolló intelectualmente, no hubo ninguna relación entre
ellas; y en las canas familiares se advierte que Melanie alentó sentimientos
malevolentes en su madre para con su envidiada hermana mayor.
La deuda que Melanie siente tener con su otra hermana merece cierta
reflexión. Sidonie muñó de escrófula en 1886, cuando tenía ocho años y
Melanie cuatro. Esta fue la primera de una larga serie de muertes que mar-
caron la vida de Klein, cada una de las cuales reactivaba el miedo, el dolor y
el aturdimiento originales. No está claro cuánto tiempo estuvo enferma
Sidonie antes de morir, pero puesto que su mal era una forma de tuberculosis,
es probable que ese tiempo fuera de por lo menos uno o dos años. En esa
época la tuberculosis era sumamente contagiosa (y se creía también que era
hereditaria), de manera que manifiestamente Melanie reprime un profundo
temor a la enfermedad que arraigó en ella desde la niñez temprana. Sus
recuerdos de Sidonie datan de la época en que su hermana regresó del
hospital.* Dice Klein: “No tengo dudas de que ella era la más hermosa de
nosotras; no creo que fuese una idealización que, después de su muerte 4 mi
madre lo afirmara; recuerdo sus ojos de color azul violáceo, sus negros bucles
y su rostro angelical”. No es sorprendente que Melanie “jamás haya sido
tímida”. Tema que valorarse, dado que su madre le había dicho que era una
hija no esperada, que Sidonie era la más bonita de la familia, que su padre
manifestaba abiertamente su preferencia por Emilie y que Emanuel era
considerado casi un genio. Sidonie debió ser el centro de la atención familiar
cuando yacía en la cama consumiéndose; no obstante, lo que Melanie
recuerda es el cariño de su hermana hacia ella. A Emilie y a Emanuel les
gustaba hacer bromas a la pequeña Melanie cuando ésta encontraba nombres
geográficos difíciles como Popocatepetl y la azorada niña no sabía si eran
auténticos o no. A la enfermiza chica le daba pena su hermana y le enseñó los
rudimentos de las matemáticas y de la lectura. “Es muy posible que la idealice
un poco”, reflexiona Melanie, “pero lo que siento es que si ella hubiese vivido
habríamos sido grandes amigas y aún experimento un sentimiento de gratitud
hacia ella por haber satisfecho mis necesidades intelectuales, sobre todo
porque pienso que en aquel entonces estaba muy enferma”. Y continúa:
“Siento que nunca superé el sentimiento de dolor por su muerte. También
sufrí por el dolor que manifestó mi madre, mientras que mi padre fue más
moderado. Recuerdo que sentí que mi madre me necesitaba a mí
especialmente entonces, cuando Sidonie se había ido, y es probable que en
parte el daño consistiera en que yo tenía que reemplazar a esa niña”.
* No hay en Viena registro oficial de la muerte de Sidonie. ¿Es posible que Melanie
fantaseara los recuerdos de su hermana y que ésta hubiese muerto antes del nacimiento de
Melanie? En tal caso, Melanie habría sentido que su propio nacimiento era de alguna
manera un sustituto del de su hermana.
RECUERDOS TEMPRANOS [29]

La de Emanuel fue indudablemente la principal influencia que recibió


Melanie en su desarrollo inicial.
Me parecía superior a mí en lodo sentido, no sólo porque a los nueve o diez
año parecía ya muy desarrollado sino también porque sus dotes eran tan
inhabituales que siento que cualquier cosa por mí realizada no es nada en
comparación con lo que él hubiera hecho. Desde muy temprana edad escuché la
más bella ejecución de piano, porque era profundamente musical, y lo he visto
sentado ante el piano componiendo lo que le venía a la mente. Era un chico
obstinado y rebelde y, creo, no suficientemente comprendido. Parecía estar en
desacuerdo con sus maestros en el colegio, o desdeñoso de ellos, y hubo también
muchas disputas entre él y mi padre... Mi hermano sentía un profundo afecto por mi
madre, a quien provocó muchísima ansiedad.
Melanie sitúa su adhesión a Emanuel en la época en que ella tenía nueve
años y escribió un poema patriótico que a él le impresionó gratamente y le
ayudó a corregir.
Al menos desde ese entonces fue mi confidente, mi amigo, mi maestro.
Sintió el mayor interés por mi desarrollo y sé que hasta su muerte esperó siempre
que yo hiciera algo grande, aunque en realidad no tenía razones fundamentadas
para ello.
Cuando tenía dieciséis años, Melanie escribió una breve composición
que él creyó que era el anuncio de sus latentes capacidades literarias pero,
aunque ella intentó escribir novelas y poemas (que afirma haber destruido
lamentablemente más tarde), muy pronto se dio cuenta de que su naturaleza
no era artística; pero Emanuel no estaba equivocado al reconocer su capaci-
dad creativa. Freud hablaba de la confianza que a un niño imparte una madre
que cree absolutamente en su destino. Sin duda, Melanie hubiese preferido
que fuese su padre quien expresara esa especie de fe en ella, pero Emanuel
sirvió como sustituto inspirador.
Sin embargo, la burla de su padre al decir ella que iría al colegio
secundario cuando era sólo una alumna de la escuela primaria, le inspiró la
determinación de ingresar en aquel, aun cuando era mediados de año. Su
hermano, aprobándolo totalmente, la preparó en latín y en griego, aunque era
un maestro impaciente. Cuando ella se embrollaba con las conjugaciones lati-
nas, él exclamaba tajantemente: *¡Tú una estudiante! ¡Debieras hacerte
dependienta de un comercio!” No obstante, ella se las arregló para aprobar los
exámenes de ingreso y “la vida cobró para mí un aspecto totalmente nuevo”.
La abrasaba la ambición. No sólo pretendía estudiar medicina, según
afirma, sino que proyectaba especializarse en psiquiatría: una ambición
extraordinaria para una chica judía de clase media si se piensa en las dificul-
tades que Freud encontraba en su profesión en la Viena de esa misma época.
Por entonces la salud de Moriz Reizes comenzó a deteriorarse rápidamente y
[30] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
la indomable Libussa se hizo cargo de sostener la casa. Raramente estrena
Melanie vestidos nuevos; la asistencia a un teatro o a un concierto era un
hecho infrecuente; pero se siente gloriosamente viva, poseída por la más
profunda de todas las pasiones: el fervor intelectual. A escondidas de su
madre, lee por las noches hasta muy tarde, indicio de que su madre no alienta
sus intereses intelectuales. Hace sus deberes en el camino desde su casa a la
escuela. Su hermano la presenta con orgullo a sus amigos y Melanie se
convierte en una vibrante joven.
Los ídolos de ese grupo eran el dramaturgo Arthur Schnitzler, el
filósofo Friedrich Wilhelm Nietzsche y el periodista Karl Kraus, director de
Die Fackel (“La antorcha”), que hizo su aparición en 1899. Tuvo éxito
inmediato entre la juventud progresista de Viena, que se identificaba con su
voz de protesta contra la corrupción y el letargo espiritual e intelectual del
Imperio Austríaco. Se deleitaban con el personal estilo de la prosa de Kraus.
Uno de sus aforismos más citados era: “El psicoanálisis es la enfermedad
mental (Geisteskrankheit) de la cual se dice que es la cura”. Según George
Clare en Last Waltz in Vienna, Kraus odiaba al judío que había en él y
anhelaba la desaparición de su raza a través de la asimilación y los
matrimonios mixtos. Emanuel estaba impresionado con la afirmación de
Nietzsche según la cual el superhombre debe abandonar la moralidad
convencional y vivir en el nivel de una intensa pasión y creatividad. Su propia
forma de escribir está modelada por el estilo aforístico de Nietzsche,
mezclado con el talento cáustico de Kraus. Melanie se sentía atraída por los
temas de amor y de (in)fidelidad sexual de las piezas de Schnitzler, en los que
posteriormente ella centró sus escritos de ficción.
Cabía esperar que padre e hijo no estuvieran de acuerdo. Klein
recordaba una vehemente discusión entre ambos acerca de quién era mejor
poeta, Goethe o Schiller. Emanuel sostenía que no había nada en Schiller, en
tanto que su padre declaraba que Goethe era un charlatán que se metía con la
ciencia y citaba un extenso fragmento de su poeta favorito para demostrar su
superioridad.
Las afiliaciones familiares pueden ser reconstruidas parcialmente a par-
tir de la Autobiografía y, con mayor seguridad, a partir de la correspondencia
recientemente descubierta. La imagen de Emanuel que emerge del relato de
Klein es la de un joven voluntarioso, inquieto, irritable, en desacuerdo con su
padre y fuente de permanente preocupación para su madre, por la que siente
de todos modos mucho cariño. A los doce años tuvo escarlatina, seguida de
una fiebre reumática, la cual afectó su corazón. Lo que Klein omite es
que también padeció tuberculosis. Probablemente esta enfermedad
precedió a la fiebre reumática, lo cual habría producido una endocarditis
bacterial subaguda.* Melanie sabía que su madre se reprochaba a sí misma
* Debo esta explicación al Doctor Ronald Mayor, especialista en tuberculosis. El que
Emanuel haya muerto de tuberculosis es algo que sé de Eric Clyne (hijo de Klein) y de la
nuera de Emilie, Hertha Pick.
RECUERDOS TEMPRANOS [31]

el haberle permitido durante su convalecencia participar en una excursión


familiar al Prater. A consecuencia de ello sufrió una recaída de la cual nunca
se repuso completamente; y su hermana estuvo siempre resentida porque “la
familia” la había obligado a acompañarlos.
De muy diversas maneras Libussa transmitió al resto de la familia el
desprecio que sentía por su marido. Erudito, retraído, inepto para los nego-
cios, dejó el manejo de la casa en manos de su esposa. Sólo podía afirmar su
superioridad mediante proezas intelectuales y le resultaba especialmente
irritante que su agudo y vanidoso hijo lo desafiara. Libussa no ocultaba su
orgullo por Emanuel y por Melanie, cuya belleza destinaba a atrapar un buen
marido. Emilie, sin embargo, es en cierto modo una nulidad: ni demasiado
bonita ni en absoluto inteligente. No obstante, su padre la protegía pre-
firiéndola a la dogmática Melanie. Fue manifiesto para padre e hija
—mediante las sutiles formas como las familias expresan tales cosas— que
ellos estaban excluidos de la húmeda y simbiótica maraña de Libussa,
Emanuel y Melanie.
Más tarde Klein sostuvo que Emanuel ingresó en la Escuela de
Medicina a pesar de las objeciones de sus padres, que estaban inquietos por
su salud. No obstante, en las cartas de aquél no se halla el menor indicio que
muestre interés alguno por la medicina; se imaginaba artista, escritor,
músico... no sabía con seguridad qué. Sea como fuere, su falta de ambiciones
prácticas llenaron de impaciencia a su madre. Continuó en la Escuela de
Medicina hasta octubre de 1900, cuando pasó a la Facultad de Artes. En su
Autobiografía Klein dice que Emanuel, sabiendo que no iba a vivir mucho,
“detuvo” sus estudios y obtuvo permiso para hacer algún viaje, pues se
proponía aprovechar sus dotes como escritor tanto cuanto pudiera. Agrega
entonces un críptico comentario: “Sé de otro factor que pudo haberlo alejado
de casa, pero volveré a hablar de ello más adelante”. Nunca retomó el tema.
Es probable que se refiriese a su molestia porque Emilie y su marido parecían
haber tomado posesión de la casa familiar de forma que ya no había lugar
para su hermano.
Emanuel se convenció a sí mismo de que su principal motivo para
abandonar los estudios y dejar Viena era su certidumbre de que estaba desti-
nado a morir joven; pretendía vivir la vida plenamente en el tiempo que le
quedaba. Su madre compartía su parecer de que el clima de Viena era dañino
para su salud y le concedió una pequeña asignación que le permitiese ir en
busca de tierras bellas y soleadas, de acuerdo con el modelo tradicional del
artista agonizante. Emanuel se veía a sí mismo en ese papel y dramatizó la
situación hasta el final. Sus cartas de los dos años siguientes están llenas de
quejas por la escasez de su asignación. El saber próxima su muerte dice
Klein, “de la cual nunca hablaba (¡sic!) debe de haber tenido mucho que ver
con el hecho de que fuera rebelde y, en ocasiones, difícil”. Es perfectamente
claro que toda la familia estaba tan aterrorizada por la tuberculosis-que la
temible palabra jamás se empleaba.
[32] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
En tamo Moriz Reizes fue desvaneciéndose gradualmente hasta que un
día advinieron que estaba realmente muerto. La causa de su deceso, ocurrido
el 6 de abril de 1900, fue oficialmente consignada como neumonía, pero,
puesto que Klein desde algunos años antes lo describe como “senil’*, es
probable que padeciese la enfermedad de Alzheimer o algún mal parecido.
No hay ninguna fotografía de él entre los abundantes recuerdos de familia.
Sea como fuere, su muerte precipitó una crisis; y los hechos ulteriores
revelan algo de la compleja dinámica familiar. En primer lugar, no se informó
a Emanuel de la muerte de su padre hasta dos meses más tarde, en junio
cuando regresó a Viena. Ello hace suponer que él y Moriz Reizes se habían
separado en malos términos. Aparte de sus aspiraciones románticas, que se
centraron en el Mediterráneo, estaba irritado por el constante lamentarse de
su madre. Un elemento más profundo y perturbador parece haber sido el
inminente casamiento de Melanie.
La situación familiar parece haber sido sumamente precaria, pero de
algún modo se halló dinero suficiente para algunas fotografías de Melanie
que se tomaron durante ese período. Es una belleza morena de ojos tristes,
perfectamente consciente ya de su llamativo perfil. Sabía, también, que era
-deseable, puesto que todos los amigos de su hermano parecen enamorados
de ella. Cuando sólo tenía diecisiete años conoció a su futuro marido (que
entonces tenía veintiuno, un primo segundo por parte de madre, que estaba de
visita en Viena llegado de su casa, localizada en lo que en ese tiempo era el
territorio eslovaco de Hungría).
Arthur Stevan Klein era un joven serio que estudiaba ingeniería
química en la exclusiva Escuela Superior Técnica Federal de Suiza, en Zurich
(una especie de M.I.T.). Su aspecto poco pretencioso —cabeza pequeña y
constitución endeble— carecía de importancia en comparación con sus dotes
intelectuales. Había impresionado a Emanuel, hecho que debe de haber
influido mucho en Melanie. Muy poco después de haber conocido a Melanie.
Arthur le propuso el matrimonio, o al menos así lo da a entender ella. ¿A qué
pudo deberse que esta ambiciosa joven lo aceptase tan rápidamente, cuando
ello significaba claramente el fin de sus ambiciones profesionales? Años más
tarde contaba a algunos de sus allegados que fue su “temperamento
apasionado”. Admite que al comienzo no estaba enamorada de él, pero afirma
que “no me llevó mucho tiempo enamorarme de él”. Agrega entonces:
“Desde ese momento le fui tan fiel que me retraje de toda distracción en la
que pudiera haber llegado a conocer a otros jóvenes, y jamás expresé el
sentimiento, que ya albergaba en mí, de que realmente no éramos compatibles
el uno con el otro. Pero, por una parte, la fidelidad a mi prometido, de quien
para entonces ya estaba enamorada y, por otra, las circunstancias, me
retrajeron de mencionar esto a mi madre o a mi hermano”. No hay ninguna
referencia sobre lo que hacían juntos, acerca de lo que hablaban, ninguna
sugerencia de la naturaleza de sus relaciones. Y ahí estaba el primer
RECUERDOS TEMPRANOS [33]

gran error de su vida. ¿Cuáles eran las “circunstancias” que le impedían


expresar sus recelos a su madre y a su hermano, quienes, sospecha ella,
advertían que su futuro marido era una persona muy “difícil”? No sólo no
estaba enamorada de Arthur sino que veía en él cierta rígida inflexibilidad y
una voluntad tan fuerte como la suya.
Melanie es parca en cuanto a la influencia que la situación económica
tenía en su elección: no habría sido fácil para mí volver a mis estudios, cosa
que anhelaba hacer. Si éste fue o no fue el principal factor que incidió en que
yo llevase a cabo algo que vislumbraba como un error —mi casamiento—, es
algo que no puedo decir, pero debe de haber sido una razón de importancia”.
Aun cuando el casamiento con Arthur hubiera de postergarse varios años, él
tenía al menos perspectivas, tal como a la familia de Libussa le había parecido
que Moriz Reizes las tenía. Dicho en términos mundanos, era con mucho el
más apropiado de sus admiradores.
Emilie, si bien no era tan bonita o avispada como su hermana menor,
atrajo a tantos pretendientes como ella con su suave y pasiva feminidad. Un
joven médico, Leo Pick, se enamoró locamente de ella. Con la muerte de
Moriz, su casamiento le pareció a Libussa sumamente apropiado. Según la
madre lo planeaba, Leo podía hacerse cargo del antiguo consultorio de su
suegro, así que el piso fue renovado para que Libussa pudiera tener sus pro-
pias habitaciones y compartir la cocina con la joven pareja. Leo accedió a
todo ello de mala gana y el casamiento tuvo lugar el 25 de diciembre de 1900.
Se alentó a Melanie a hacer una prolongada visita a su futura familia
política mientras Arthur realizaba un viaje de formación a América. Libussa
la equipó como a una mercancía deseable y la envió a Rosenberg para dar al
compromiso firme consolidación. Libussa se vio obligada a organizar la vida
de sus hijos como piezas en un tablero de ajedrez, pero cuando se es una viuda
pobre no le quedan a una muchas opciones. Emanuel, en su búsqueda de sol y
de creatividad, daba vueltas constantemente a la cantidad que se le daba como
asignación: el dinero que se le otorgaba era, desdichadamente, inadecuado
para mantener sus sueños de grandeza artística. Se le ajustaron las ropas de su
fallecido padre, otro de los motivos de queja que iba acumulando,
especialmente cuando veía los adornos cedidos a sus hermanas. El ajuar de
novia de Emilie debió costarle a Libussa bastante dinero y ahora se tenía que
equipar a Melanie de modo que en Rosenberg causara buena impresión. Se
llamó al quejoso tío Hermann (entonces con su propia familia) en ayuda para
pagar la renovación del piso y las dos dotes. No quedaba mucho para
Emanuel, que se sentía despojado, excluido y olvidado.
Fue una familia acribillada por la culpa, la envidia y, ocasionalmente,
las explosiones de cólera, caracterizada además por fuertes matices incestuo-
sos. El inminente casamiento de Melanie supuso el preludio de la muerte de
Emanuel, provocada por la inquietud, la desnutrición, el alcohol, las drogas.
[34] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
la pobreza y la voluntad de autodestrucción. A Melanie Klein se la hizo sentir
responsable de esa muerte, y cargó con esa culpa durante el resto de sus días,
tal como acaso Emanuel esperaba que ocurriera.
Dos
Emanuel

E n enero de 1902 Emanuel regresó a Italia en circunstancias, al pare-


cer, más bien sospechosas. Una joven, Irma Schönfeld, que algunos
años antes había conocido a Melanie y a Emanuel, intentaba deses-
peradamente escapar de un matrimonio concertado. No sólo eso: parece
haber estado muy enamorada de Emanuel, cuyos sentimientos hacia ella
aparentemente nunca fueron más allá de un benevolente afecto. No obstante,
sus cartas sugieren que había apoyado e instigado a la muchacha en su huida
de Viena —acompañándola, incluso, a Roma—, dando lugar así a una situa-
ción comprometida que la hizo objeto de escándalo en el círculo de sus ami-
gos de Viena. En una carta del 1 de febrero Emanuel informa a su hermana
que sólo debe comunicarse con Irma a través de él. Un mes después escribe al
padre de Irma una carta más bien atrevida en la cual admite igualmente que la
reputación de Irma en Viena estaba “irreparablemente dañada”. La
describe, además, diciendo que su temperamento es tal que no tolera las
limitaciones de la vida de familia y le propone aceptar el deseo de ella de
establecerse en Berlín. Sugería asimismo a Herr Schönfeld que visitase a su
hermana Melanie, una joven de diecinueve años, para que le aconsejara.
“Usted verá al menos”, pontificaba Emanuel al maduro señor, “un reflejo de
la situación en el espejo de sus ojos y de su clarividencia, la cual, creo, se
vuelve cada vez más penetrante. Y, con algo de fortuna, percibirá cómo se
vislumbra una gran obra de arte”. Lo mismo que Libussa y Melanie, Emanuel
se dejaba llevar manifiestamente por una tendencia a orientar la vida de los
demás.
[36] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
Pero para su “querida”* Melanie tenía en mente cosas más importantes
que la felicidad de Irma. En primer lugar, experimentaba “un arrebato de
bárbara furia” ante la noticia de que recibiría de su madre una asignación de
sólo ochenta guldens por mes.** Mantenía vivas sus esperanzas de ver pronto
el mar. En una incoherente carta le dice: “No tienes idea del tormento que ha
sido mi estancia en Roma y experimento un anhelo mortal por esa criatura de
la noche, y ella lo tiene también por mí, y por ti. Te abrazo con infinito amor
y cariño, a ti y a mamá”. En la posdata le pedía que le dijese cuándo tenía pre-
visto visitar Rosenberg y añadía una pregunta trivial sobre el estado de
Arthur.
También la vida de Melanie había llegado a un punto decisivo. En su
Autobiografía no hace ninguna referencia a la hermana de Arthur, Jolanthe
(Jolan), dos años menor que ella. Cuando tenía cerca de veinte años Jolan
visitó en varias ocasiones a sus futuros parientes de Viena. Era bella, educada
y con talento; y si bien las dos jóvenes trabaron una sólida amistad que duró
toda la vida, mantuvieron siempre una gran rivalidad. Es posible que el
compromiso de Melanie con Arthur estuviera motivado tanto por esa rivali-
dad con Jolan como por su reconocido interés en Arthur debido a la admira-
ción que su querido hermano sentía por la inteligencia de aquél. Para
Emanuel, Arthur y Leo eran figuras valiosas, probablemente porque asumían
la responsabilidad económica de sus hermanas, responsabilidad que en otro
caso habría sido suya. Podía tolerarse a Arthur siempre que el casamiento se
postergara para un futuro indefinido. Las cartas halladas en el desván de Eric
Clyne muestran que en abril de 1901, cuando estaba en Viena en casa de los
Reizes, Jolan asistió a varios cursos, no constando que Melanie también lo
hiciera o aun experimentara el dolor de la frustración al verse privada de su
carrera de medicina que, según dijo mucho después, siempre había deseado
concluir. Ello no quiere decir que en aquellos momentos, ella no alimentase
secretamente tales ambiciones.
Era necesario que el compromiso se prolongara, pues el muy ambicioso
Arthur debía completar su formación profesional a fin de establecerse como
ingeniero químico en la industria papelera. Las cartas de todos los miembros
de la familia atestiguan la aparente impaciencia de Melanie ante la demora en
alcanzar la única meta de su vida: su casamiento con Arthur. Tal concen-
tración en un solo propósito sugiere la desesperación de que sencillamente no
parece existir ninguna otra alternativa. Su vida se encontraba en estado de
moratoria. Hallándose enteramente bajo el dominio de su madre, debió haber
considerado prácticamente imposible aceptar la propuesta de libertad de Irma
Schünfeld. El matrimonio ofrecía la única solución; pero ¿qué iba a hacer
consigo misma entretanto?
* Utiliza la palabra “Schatz", expresión sumamente cariñosa.
** De acuerdo con el Dr. Michael Wagner, del Institut für Wirtschaftaund-
Sozialforschung. la asignación de Emanuel debe de haberlo mantenido muy cerca del límite
de la pobreza.
EMANUEL [37]

El 9 de abril Libussa escribió a Emanuel diciéndole que la visita que


Melanie pensaba hacer a Rosenberg, donde pasaría el verano junto a Jolan,
señalaba para ella el comienzo de una vida en soledad. Como si la idea se le
hubiera ocurrido repentinamente, le sugiere, a fin de conocer su reacción, la
posibilidad de que Leo y Emilie vayan a vivir con ellos. Después de todo, Leo
trabajaba ya todo el día en el consultorio dental y Emilie se quedaba con ella
hasta el anochecer, pues el piso que tenían en Dornbach era “incómodo, frío y
húmedo”. Los detalles de esta propuesta están tan cuidadosamente
elaborados que parece obvio que no se trataba de la idea impulsiva
que ella simulaba:
No utilizamos en absoluto el comedor. En realidad estamos sólo en el
dormitorio y en la sala... Pondré los muebles del comedor en la sala y venderé el
juego verde de la misma. Emilie tendrá nuestro comedor y tu habitación pasará a ser
consultorio... Cuando ni, querido, vengas a casa la tendrás nuevamente. Tendrás en
ella más tranquilidad que antes, pues al lado ya no está la cocina, y por tanto no es
necesario pasar por allí tan a menudo. Si quieres disponer de absoluta tranquilidad,
acaso podrías alquilar otra habitación del edificio, o estudiar durante el día en la
habitación y dormir en el dormitorio. Yo dormiré en la sala.
Leo pagará 400 florines por su departamento de aquí y —mientras Melanie
viva en casa o si tú regresas— podríamos compartir los gastos a partes iguales.
Cuando viva sola deberé calcular los gastos con mucha exactitud. Podremos
conservar una sola criada.
Emilie estaba esperando un niño y Libussa preocupada básicamente de
la renovación del piso, lamentándose continuamente por el dinero, especial-
mente cuando el negocio daba pocas ganancias. Expresa su satisfacción por el
hecho de que la salud de Melanie en Rosenberg sea floreciente y se lleve tan
bien con sus futuros familiares políticos mientras Arthur asistía en Italia a un
curso de formación antes de emprender un largo viaje de seis meses por los
Estados Unidos. En junio, antes de esa partida, se anunciaría por fin for-
malmente el compromiso para tranquilidad de todos. Libussa le subrayaba a
su hija que no sería factible una visita a Viena hasta después del nacimiento
del primer niño de Emilie, en octubre.
Mientras tanto Emanuel se había aburrido de Irma, a quien dejó en
Roma para partir hacia Santa Margherita, donde pensaba pasar algunos meses
por su cuenta. “Les tengo un miedo terrible a sus cartas” le confesaba a su
hermana en una carta de comienzos de junio de 1901:
me llegan como un líquido viscoso que se adhiere a mis alas y me abate... ¡Si pudiera
expresarte cuánto he sufrido en estos dos meses! ¡Desde el primer día!... Escríbeme a
menudo y háblame siempre de ti. Tu amor es para mí uno de los bienes más preciosos y
claros de mi vida.
Sus oscilaciones anímicas son dramáticas, en conformidad con los esta-
|
[38] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
dos hipomaníacos característicos de su inquietud. A los quince días de su
llegada a Santa Margherita escribía a Melanie desde Grotto del Niño, junto al
lago de Como, lamentándose de una “nostalgia por el hogar, el deseo de verte.
Madre, la plaza frente al ayuntamiento, la Plaza de San Esteban durante la
noche y el viejo bosque de hayas. Todos estos arrayanes, olivos y adelfas,
siempre tan verdes, son sólo una imagen de vida muerta”. ¡Y ése era el clima
meridional en el que creía que iba a hallar inspiración! En un claro intento de
despertar los celos de su hermana, habla de sus muchos encuentros con mujeres
para pasar a unas líneas incoherentes y enigmáticas que parecen referirse a
Melanie y a su futuro esposo:
¡Lo femenino! Acaso comprendas cuánto he bebido de esa copa y me he sumergido
en ella para alcanzar el placer de su alegre y espumoso borde. Sólo otra persona lo sabe, y lo
que sabe es erróneo, porque a traición lo ha hecho salir de mí con sus propias formas de
amar. Por tamo, debo apartarlo del camino... No pienses mal de mí por la vida que llevo;
dispensa toda la tolerancia que te permitan tus diecisiete años a ésta, mi breve vida... No me
es dado vivir hasta los setenta, así que permíteme inventarlo en la poesía... Adiós, ¡la más
bella para mí, tanto en esencia como en apariencia! Deseo que vivas los cien días de los que
el destino, furtivamente, me priva en años. Y a cambio de eso me •contarás cosas de la alta
sociedad de Rosenberg. ¿Lo harás?
Lo último es un comentario sarcástico acerca del provincialismo de
Rosenberg.
Su madre disuadió a Emanuel de regresar a Viena, manifiestamente
porque sería perjudicial para su salud pasar el verano en esa ciudad. El 16 de
mayo de 1901 Libussa le escribió una carta extraordinaria:
Querido y amado hijo:
Debo decirte que tu relación con Melanie a menudo me ha despertado muchos
celos. No obstante, con el paso del tiempo me he acostumbrado y resignado a ello, y así
lo haré siempre. Creo, querido hijo, que no hay lazo, ya sea de amistad o de amor, tan
fuerte y poderoso como el del amor de una madre.
He experimentado, he sido testigo y he visto que las amistades más leales y
fervientes desaparecían al convertirse en egoísmo. Aun el amor entre hermano y
hermana se enfría y se debilita si uno de ellos, o los dos, se encuentran en cir-
cunstancias diferentes, o si viven muy lejos uno de otro. Con ello no quiero decirte que
Melanie te quiera ahora menos. Pero cuánto te quiere mamá, que te quiere muchísimo,
seguramente no necesito decírtelo. En realidad nunca me permití, respecto de ti y de tus
hermanas, demasiadas manifestaciones externas de mi amor. Bien: es así como soy.
Puedes, entonces, querido hijo, contarme sin reservas todo cuanto tienes en tu corazón,
qué sientes y sobre qué necesitas hablar. Seré muy reservada y lo guardaré en mí. No
temas ninguna indiscreción. Rechazaré con frialdad a quien intente extraerme algo de
ti. Respecto de Emilie y Leo, la primera está bien adiestrada por Melanie, y Leo es
demasiado noble y delicado para hacer preguntas...
EMANUEL [39]

Debo interrumpir ahora, pues quiero enviar esta carta hoy mismo. Por favor,
escríbeme pronto y mucho.
Recibe muchos abrazos de quien mucho te quiere.
Emilia y Leo te envían sus saludos.
La renovación del piso por poco vuelve loca a Libussa. “Si conservo mis
cinco sentidos este verano”, se lamentaba, "seré inmune a todo. Esos albañiles,
carpinteros, fontaneros, cerrajeros, y demás trabajadores, se confunden
totalmente. ¡Y este lío! ¡Y, encima, los grandes gastos!... ¡Qué felices seríamos
si este horrendo verano ya hubiera pasado! Pero sería lo mismo: entonces viene
el invierno y quién sabe qué se trae”.
El 17 de mayo (día en que Leo partió por un mes al servicio militar en el
cuerpo médico), Emilie se trasladó a casa de su madre. El 26 de junio empezó
una carta: “Querida Melanie, verás que tengo valor y fuerzas, porque he
decidido escribirte una larga carta”. Le cuenta que el día en que ella y Libussa
decidieron compartir el sostén de la casa, ella compró un libro de contabilidad:
“Sabes cuán meticulosa soy: se da cuenta de cada cruzado”. Diferenciaba
cuidadosamente sus gastos de los de Libussa. Pasaba entonces a enumerar una
detallada lista, “escrupulosamente precisa”, del gas y de otros gastos
necesarios. “¿Cuenta esto con tu satisfacción, Vuestra Señoría?”, concluye.
Aparentemente Melanie esperaba que se le rindieran cuentas así. En una carta
posterior (del 2 de junio), Emilie le asegura a Melanie que si ese mes andaban
bien, Libussa empezaría a reservar algún dinero para el ajuar de su hermana.
Cada uno de los miembros de esta familia se mantenía a la expectativa para
asegurarse de que la madre no estuviera dando a uno más que al otro. (Emilie,
menos agresiva que las demás, era la que en este sentido ocupaba el escalón
más bajo.) De la envidia, la agresión y la rivalidad fraterna dentro de su propia
familia, Melanie Klein obtenía abundante material para formular después sus
teorías.
Libussa animó a Emanuel para que permaneciera con Melanie en Rosenberg
durante el verano de 1901. El lo hizo de mala gana y a comienzos de agosto le
escribía: “¿Cómo te sientes allí, Emanuel? Acaso fuera bueno —para no molestar
demasiado a la familia Klein— que buscaras una pensión cercana en la cual
pudieras permanecer hasta fines de septiembre o mediados de octubre. Espero que
el clima de allí sea mucho más beneficioso que el de Italia. Será también mucho
más barato para nosotros”. Al objetar Emanuel esta sugerencia, ella le replicaba el
17 de agosto: “Si tú, Emanuel, crees que el permanecer allí no te hace ningún bien
—aunque yo había esperado que te fuera muy beneficioso—, entonces ven a Viena.
Espero que el clima sea más apacible para entonces... Además, habrá que ocuparse
de tu vestimenta y tu ropa interior necesitará de algunos zurcidos...”. Al parecer,
[40] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
volvió inmediatamente y poco después de su llegada, en una carta de
comienzos de septiembre, Libussa le contaba a Melanie: “En lo que se refiere a
Emanuel, el resultado de sus viajes no es muy satisfactorio. Tiene mucho
entusiasmo y su humor es bueno, pero no pasa las noches muy bien. Duerme en
la misma habitación que yo y con frecuencia tengo que despertarlo porque se
entumece. El afirma que eso nunca le había ocurrido en Italia. Pero Leo piensa
que probablemente nunca lo había advenido mientras dormía porque nadie lo
había despertado...”. Después de la práctica inanición de los meses anteriores,
no es muy sorprendente que con la rica comida que Libussa le obligaba a
comer, haya tenido calambres de estómago. La familia continuó actuando como
si Emanuel no sufriera una enfermedad fatal. Ahora que Emilie estaba
embarazada, se ejerció sobre él una sutil presión para que reanudara sus viajes.
Pero el piso estaba por fin en orden y Emanuel gozaba de un letárgico
ocio en compañía de sus antiguos compinches. Descuidadamente se abstuvo de
contestar a las canas que Irma le enviaba desde Roma. La familia lo ator-
mentaba debido al apasionamiento que sentía por su hermana. Lo había, sin
duda, junto a una relación edípica entre madre e hijo, si bien Emanuel ali-
mentaba sentimientos de odio y de resentimiento hacia Libussa. A Melanie se
le presentaba muy quejoso por la insensibilidad de su madre hacia sus
necesidades reales: “No tiene una pizca de interés en mí y en mis aspiraciones.
No formula palabra alguna acerca de mis aspiraciones, al margen de sus
observaciones sobre ‘la juventud de hoy y sus ilusiones de grandeza’. Cada vez
más a menudo repite sus bromas respecto de la explotación financiera a través
de mis viajes como un ‘commis voyageur’.” Emanuel se ofendió ante la
manifiesta irritación de Libussa al rehusar él la oferta de que Leo intentara
conseguirle un trabajo en un periódico local. Vagamente consideraba la posi-
bilidad de regresar a la universidad.
En septiembre Melanie decía añorar mucho su casa, pero Libussa intentó
disuadirla de regresar antes del nacimiento del hijo de Emilie, a mediados de
octubre. “Hay muchas otras cosas, que no puedo contarte, que hacen que sea
más conveniente que permanezcas donde estás”. Al margen Melanie escribió:
“¡cuestiones de economía!”. Le preguntaba a su madre con resentimiento si no
la echaba de menos, a lo cual el 4 de octubre Libussa respondía: “A decir
verdad, ¡te extraño! Sólo que no sé qué hacer respecto de ti. Emilie no muestra
aün signo alguno... Así que ahora depende de ti: si deseas venir, escríbeme y te
enviaré el dinero. ¿Quieres esperar hasta después del 15 de octubre? No hay, sin
embargo, perspectivas de que Emanuel parta. Tenemos que esperar a ver cómo
se resuelve este mes. De algún modo pareciera que la permanencia en Viena le
está haciendo bien. Parece estar mucho mejor que cuando vino. Quiere
matricularse nuevamente. Pero temo que eso represente disipar otra vez el
dinero. Y los negocios no están marchando bien”. Emanuel añade una posdata:
EMANUEL [41]

Querida:
Te extraño muchísimo. Podríamos pasar una semana maravillosa jumos. Me
gusta estar aquí, y me gustaría aun más no ya si mi debilidad no persistiera, sino
si resultara algo menguada. Emmy no manifiesta aún signo alguno. Por favor,
escribe o, mejor, ven.
Mil cariñosos saludos para ti, querida.
Tuyo.
Emanuel
Se ponía claramente de manifiesto que sería muy incómodo para
Melanie regresar a casa mientras Emanuel permaneciera en ella. A comienzos
de 1902 reanudó su vida itinerante desplazándose incesantemente de un lugar a
otro de Suiza. Reaccionó con júbilo ante las noticias de los reiterados retrasos
de la boda de Melanie; y aunque ocasionalmente hiciera una observación
laudatoria de Arthur, es manifiesto que no estaba en modo alguno interesado en
él. ¿Por qué iba a hablar con entusiasmo del hombre que lo estaba despojando
de la que para él era la más valiosa de las mujeres, su confidente, su amiga? Ese
modelo de mujer, decía, era “una obra de arte que ya no podré volver a
contemplar en ninguna otra parte ni, naturalmente, en una imitación”.
Otto, el primer nieto de Libussa, nació el 16 de octubre. Se le permitía
a Melanie regresar a Viena inmediatamente antes de Navidad y permanecer allí
los cinco primeros meses de 1902, antes de hacer una nueva visita a Rosenberg.
La boda fue fijada para julio y postergada después para agosto y nuevamente
pospuesta con posterioridad hasta el año siguiente debido a que la gira de
Arthur por los Estados Unidos se prolongaba (casi un año más de lo previsto);
esa dilación se subrayaba una y otra vez, era absolutamente imprescindible para
su carrera. El no se mostraba precisamente como un novio anhelante. Melanie
procuró sacar el mejor partido de tales acontecimientos contándole cuán
sonrosadas devenían sus mejillas con el aire de la montaña y cómo se afanaban
sus futuros parientes políticos de la hermosa chica venida de la gran ciudad.
El 21 de mayo Emanuel le aconsejaba a Melanie ponerse “rolliza y
saludable” en Rosenberg, “y no te metas en un convento de monjas. ¡Recuerda
que sólo faltan unos pocos meses para marchar!”. La dilatación de la gira de
Arthur por los Estados Unidos le parecía una idea espléndida: “Dado su
carácter, su gira por los Estados Unidos le habrá dado el último brillo a una
personalidad práctica y enérgica, lo cual garantiza que tarde o temprano
alcanzará una elevada posición en la jerarquía industrial”. Libussa no veía con
tanta confianza la situación, según se lo indica a Emanuel en una carta que le
dirige el 11 de mayo:
[42] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
He equipado a Melanie con cosas muy bonitas. También yo he necesitado mucho
dinero desde la partida de Jolan. ¡Ojalá los meses de verano sean buenos! Entonces podría
marchar bien, esto es. podría ahorrar algo para empezar con el ajuar de Melanie. Ahora ni
siquiera puedo pensar en ello. Quisiera evitar contarte estas cosas, pero tú has estado
pidiéndome cartas pormenorizadas; también acerca del comercio... Arthur ha viajado desde
Ene hasta Chicago. Siento curiosidad por saber cuál será el resultado de ese viaje. Lo mejor
sería que regresase a Rosenberg, aun cuando su salario allí no sea tan grande. Y si se casan .
Pasaba entonces a una observación más personal:
¿Cómo estás tú, hijo? Ahora, desde que he estado durmiendo sola en la habitación (el
resto de la frase está borrado). Y a menudo, cuando no duermo, pienso mucho en ti: si estás
bien, si con este mal tiempo no vas a resfriarte sin un abrigo de invierno. Porque si aquí hace
frío y está lluvioso, en Suiza debe de estar aún más frío .
La dote de Melanie debía tener prioridad respecto de cualquier otra cosa.
Melanie parecía estar tan obsesionada por su ajuar como su madre, y
claramente le gustaba el papel de futura novia, aunque también estaba ansiosa
por pedirle a su madre algún dinero para sus gastos.
Querida mamá: aunque me resulte desagradable, debo pedirte un poco de dinero
para mis gastos. Me he comprado un par de guantes de cabritilla sin dedos por cuatro
guldens. He hecho una excursión y he tenido que comprar algunas cosas para zurcir mis
vestidos. Necesito disponer de una pequeña cantidad de dinero para tener en mi cartera;
por ejemplo, para sellos. No quise pedírtelo el mes pasado pues sabía lo mal que lo
estabas pasando. En total necesitaría doce guldens. Si puedes ahorrarlos, por favor,
envíamelos. No obstante, si por algún motivo te resulta difícil, no importará que me los
envíes el mes próximo.
Ayer me di cuenta de lo útil que me será aquí el vestido de batista. Por la mañana
salimos todos de visita. Se esperaba verme muy elegante y así sucedió al llevar yo mi
vestido de batista. Por la tarde nos reunimos en el jardín; todos estaban muy
elegantemente vestidos, pero mi vestido de batista era el mis bonito de todos. El detalle
significativo más reciente en Rosenberg es que la mamá de Arthur ahora me presenta a
todos como su futura nuera, de modo que nadie pueda especular nada al respecto. Entre
paréntesis: mis suegros están más bien orgullosos de mí. Ayer estuvo un señor que ha
vivido doce años en Nueva York. Conversé con él en inglés y le agradó mucho lo bien y
correctamente que hablo el inglés; también lo dijo en Rosenberg, así que se habla
mucho sobre lo culta, lo guapa que soy y Dios sabe acerca de qué más.
Libussa se sentía consumida por su familia; su única verdadera alegría
parece haber sido su recién nacido nieto; pero cada centavo que gastaba en
la manutención de la casa de Viena era tan cuidadosamente detallado como
las sábanas y la ropa interior de Melanie. La ansiedad de Libussa por la
salud de Emanuel estaba subordinada a su insistente preocupación por el
EMANUEL [43]

dinero que debía gastar en él, en particular cuando tenía que volver a dirigirse al
tío Hermann para pedirle prestado el dinero con que pagar la dote de Melanie.
Sus cartas están llenas de referencias a sus molestias estomacales y al
debilitamiento que le ocasionaban las muchas cargas que debía llevar.
Cuidadosa como era con los gastos, parecía ignorar deliberadamente los costes
de la manutención de Emanuel. “Después de haber aumentado su asignación de
ochenta a cien florines’1» le cuenta a Melanie, “no quiero que sufra privaciones,
pero si tiene demasiado dinero, puede invertirlo”. Entonces, en un acto de
locura autodestructiva, Emanuel perdió en Montreaux todo su dinero en el
juego, cosa que despertó los previsibles reproches de su turbada madre. “No es
sorprendente que haya perdido toda mi energía, toda mi estabilidad mental”,
exclamaba con desesperación. “Estas preocupaciones y estas eternas
dificultades debilitan mis fuerzas”. Entre tanto, tras apremiar a su madre
pidiéndole dinero, Emanuel escribía a Melanie:
No creo que le quede demasiado dinero para tus gastos del que recibes de casa. Pero
ninguna suma puede ser demasiado pequeña o demasiado grande en mis actuales cir-
cunstancias. Si puedes ayudarme, por favor, envíame algo en una carta certificada. No
necesito decirte que mamá y también el pobre Leo están fuera de consideración. En cuanto a
Mamá, te pediría solamente que le recuerdes en su momento mi asignación mensual.
La única y efímera idea que Emanuel tuvo para ganar algo de dinero fue la
de escribir el libreto para una ópera. Derramaba ante Melanie sus quejas por la
tacañería de Libussa: “Las suelas de mis zapatos se están volviendo
completamente transparentes. Se acerca el día del último contratiempo”.
Melanie, que llevada por un sentimiento de vergüenza le enviaba el dinero que
podía, recibía al mismo tiempo de su madre la advertencia de que la asignación
de Emanuel hacía reducir rápidamente el dinero reunido para su dote. Emanuel
no sólo hacía que ella se sintiese mezquina y egoísta, sino que constantemente le
recordaba su descuido de no escribirle con más frecuencia. Cada uno de los
miembros de esta narcisística familia parecía impelido a echar la culpa a los
restantes.
En julio Emanuel se enteró de que Arthur había conseguido trabajo en una
fábrica de papel de la que su padre era socio, de manera que la boda ya era
posible. Para felicitar a su hermana le escribió una carta cargada de envidia,
malevolencia e hipocresía:
Si tus noticias no fueran tan extraordinariamente gratas, tendría que hacer crujir
mis dientes, pues me siento empujado a expresar la felicidad más grande (que nos ha
sobrevenido y que puede servimos a todos) como parte del pago de la enorme deuda que
he adquirido con la paciencia y la voluntad de mamá para hacer sacrificios. Más concreta-
mente, sin embargo, me congratulo al saber que mamá será relevada ahora en la más
[44] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
pesada de sus amorosas cargas, que ella siempre ocultó con amor propio y discreción.
Te estoy casi tan agradecido por ella como por mí.

¡De modo que Melanie había sido el mayor peso que habían soportado los
hombros de la pobre y querida mamá! Y si tener que vivir en un remanso como
Rosenberg iba a ser aburrido terriblemente al menos Arthur tendría una
remuneración de 2200 guldens por año. En cuanto a él, Emanuel había
aceptado, contra su voluntad, la oferta de su madre de aumentar su asignación
mensual. Estaba obligado a hacer ese sacrificio, declaraba, porque advertía que
su vida estaría en peligro si no hacía una excursión a Corfú. Creía que sus
sufrimientos eran verdaderamente heroicos:
Estos sufrimientos me dan la oportunidad de transformarlos —viviendo entre ellos—
en algo grande y significativo. Y a pesar de lodo, todavía tengo esperanzas de Porgarles
grandeza e importancia aun cuando sus amargas consecuencias se opongan a este deseo
añadiendo constantemente más pesar físico a mi camino. Amo ese pesar como mi
sufrimiento, como mi destino, como mi vida. Como Vida. Pero ver cada noche mis zapatos
progresivamente más agujereados —no pudiendo reparar ya mi otro par—, ¡no sea que un
grave defecto en ellos provoque una catástrofe que me obligue a guardar camal ¡Que deba
evitar los conciertos en la sala de reuniones porque no puedo procurarme el vaso de cerveza
que es allí obligatorio! ¡Esas cosas son para mí demasiado insignificantes para poder
sobrellevarlas con ecuanimidad! ¡Pero lo más exasperante es que no pueda vivir una sola
hora' del día sin el temor de tener que hacer gastos imprevistos, y dio cuando vivo de la
manera más mezquina! Hay una objeción que me haría callar inmediatamente, pero tú no
quieres hacerme callar, ¿verdad?
Presumiblemente, su sufrimiento podía verse aliviado si la mimada
princesa compartiera con él alguna de sus dádivas, ahorrándole así a su amada
madre más preocupaciones. Además de sus exaltadas palabras comparándola
con una obra de arte, podía detallar los gastos familiares con la misma obsesiva
escrupulosidad que Libussa. Al cálculo de los gastos que debe hacer una
familia vienesa para poder vivir se yuxtapone la descripción de sus
sufrimientos físicos. Emanuel estaba particularmente alarmado por el
desagradable temblor que se había desarrollado en sus manos. Sólo con que
mamá lo dejara volver a casa por un par de meses, él podría ahorrar lo sufi-
ciente para retardar la muerte con otra escapada a las regiones soleadas. Esta
carta interesada, con sus páginas llenas de lamentos, concluye con una nota
amenazadora: o me ayudas, querida, o serás responsable de las consecuencias:
Sin embargo, no vas a decidir tú lo que es bueno para mí. Te pido que consideres
obviando tu amor por mí tanto como te sea posible, qué es lo que aliviará a Mamá. Sé
inflexible conmigo y ten consideración por mí sólo en la medida en que mi aflicción no se
tome tan pesada que ya no pueda tolerarla: dos meses —no importa cómo sean— puedo
soportar, pero no más. Recuerda ese "no más".
EMANUEL [45]

Una carta de Libussa a Melanie muestra que aquélla no tenía sospecha


alguna de los proyectos de Emanuel. En otras palabras, Emanuel había dele-
gado en Melanie la tarea de importunar a la madre para que lo ayudase. Las
referencias a su inminente muerte aparecen con frecuente regularidad en sus
cartas. El veintitrés considera que su vida está esencialmente concluida. A
finales de julio se-hace extraer un diente en Grotto del Niño. Después, para
amortiguar el dolor, se da inyecciones de morfina, “cosa que estimé necesaria
para tranquilizar mi corazón”. Como estudiante de medicina debió darse cuenta
de la gravedad de su estado. Agotado, mórbidamente deprimido, gastando más
dinero en tabaco, juego y drogas que en alimentos, su escritura revela, durante
1902, un notable temblor y a lo largo del año su tamaño es cada vez menor,
como si estuviese intentando borrar su existencia.* Sin duda, sus síntomas
físicos se exacerbaban debido a la tensión emocional que le provocaba el
inminente casamiento de Melanie.
Arthur partió finalmente de los Estados Unidos el 9 de septiembre; y
Melanie le preguntaba tímidamente a su madre si podría regresar a casa des-
pués de una visita de cuatro meses en Rosenberg, puesto que Arthur se disponía
a pasar algunos días con la familia en Viena ames de empezar con su nuevo
trabajo el 1 de octubre. La boda fue nuevamente postergada (¿a sugerencia de
Arthur?), esta vez hasta enero. Emanuel reinició sus intentos de avivar los
temores de Melanie. “Daré la bienvenida a Arthur tan pronto como llegue”,
anunciaba hipócritamente desde Grotto del Niño. “Por haber llevado a término,
malgré tout, esa gira por los Estados Unidos, el profundo respeto por sus
virtudes masculinas —escribo esta palabra con plena conciencia de su fuerte
impacto—, que siempre he tenido, ha aumentado.” Era un maestro en revolver
el cuchillo, palmo a palmo, hasta el corazón de esa chica, fundamentalmente
aterrorizada y sensible. Da a entender que Arthur se estaba divirtiendo tanto en
los Estados Unidos que alargaba el viaje cuanto le era posible. Su enfática
referencia a la “masculinidad” de Arthur era también una forma de crueldad
refinada. Melanie podría tener ya cierta idea de las libertinas costumbres de
Arthur; y la referencia a la “masculinidad” podría haber sido un eufemismo con
que aludir al acto sexual. Emanuel podría haber querido recordarle que a ella se le
exigiría mantener relaciones sexuales con ese hombre, someterse completamente
a él en el lecho conyugal, perspectiva que atormentaría su pensamiento e
incrementaría su fundamental temor al casamiento. En esta familia, tan pronta a
descubrir los matices emocionales, Emanuel sospechaba el temor de Melanie
ante la idea del casamiento, a la vez que él aborrecía la idea de que otro hombre la
poseyera. Para aumentar su desdicha, le cuenta de una mujer casada, a quien
había conocido en otro tiempo, y que en aquellos momentos reaparecía en su
vida. Ella había intentado suicidarse y se encontraba en Milán recuperándose de

* Para preservar el texto Melanie volvió a pasar la pluma sobre la tenue escritura.
[46] 1882-192U: DE VIENA A BUDAPEST
un estado de coma. “Si el azar —meditaba Emanuel—, como es muy posible,
me lleva a encontrarme con ella, cosa que no temo y que en parte deseo,
entonces sabrás que soy suficientemente humano para cualquier delicadeza y
suficientemente hombre para apañar todo obstáculo que se cruce en mi
camino.” Esta última noticia provocó una carta de Melanie, inusualmente
extensa, donde se pone de manifiesto mejor que en ninguna otra ocasión, la
naturaleza de los sentimientos que experimentaba hacia él. Ambos intentaban
desesperadamente hallar un término medio entre la relación que tiene lugar
entre hermanos y la de quienes son algo más que amigos:
Rosenberg, 31 de agosto de 1902
Querido amigo: ¡lo que me escribes sobre esa mujer me llena de recelo! Para no
mentirte debo reconocer que mi primera reacción hacia ti fue un sentimiento de
reproche semejante al que inescrupulosa conducta con las mujeres ha suscitado en mí
mucha veces en el pasado. No te juzgo desde un oculto punto de vista moral, sino a
partir de un interés humano que hace que toda persona de rasgos interesantes me
parezca valiosa. Sé, empero, de muchas cosas que podrían decirse en contra de ello.
Además, nadie puede formarse un juicio propio si desconoce los pormenores de todas
las circunstancias. Sea como fuere, soy suspicaz respecto de mi propio juicio cuando
hay algo en mí que reclama vehementemente una condena. He descubierto que
normalmente he sido menos capaz de condenar cuanto más he madurado, y que muchas
cosas exigen experiencia personal y sentido para que se tomen comprensibles. Por
tanto, no hay castigo si afirmo que “bien y mal” no existen (y no sólo en teoría) para mí,
porque alcanzo a ver en mí misma y a través de la observación hasta que punto esos
conceptos son inextricables e indefinibles, y porque están presentes acaso en igual
proporción, aunque en formas, manifestaciones y relaciones recíprocas diferentes, en el
más noble y en el más mezquino de los seres humanos. Mi fracturado sentido de la
seguridad se manifiesta en mis esfuerzos por el “tout comprenez”. Siento, pues, esa
desconfianza siempre que me propongo condenar a alguien severamente: que la falta
puede ser en realidad mía, y que carezco del fundamento necesario para cualquier clase
de juicios, esto es, la comprensión.
No obstante, no puedo aplicar enteramente este razonamiento a tu caso, porque
tengo suficiente entendimiento para no dudar de que la brutalidad es un elemento
constitutivo de la naturaleza de un hombre, y que (en la debida proporción, por
supuesto) pertenece esencialmente a la masculinidad, así como la inactividad yace
latente aun en la mejor mujer.
Pero lo que realmente quería decirte es: estoy alarmada ante tu idea de querer, de algún
modo, encontrarte con esa mujer. Convéncete: probablemente sólo lograrías herirla y herirte
a ü mismo. Te ruego por lo tanto con todo mi corazón: ¡evita reunirte con ella y deja Como!
¡Te imploro que sigas mi consejo, siquiera esta vez, te lo ruego sinceramente! Por más que el
deseo te empuje, es en gran medida sólo sed de emociones, curiosidad y compasión, y las
consecuencias pueden ser fatales si cedes a ese deseo. Sea cual sea tu resolución, te ruego
que me cuentes todo al respecto. Hay en mí un peculiar sentimiento que impide mi temor
EMANUEL [47]
por quienes amo en la medida en que me cuentan todo lo que les atañe
Compréndeme, pues. Por mucho que has aclamado tu confianza en mí, nada me
cuentas, querido amigo, precisamente sobre los hechos más importantes y signi-
ficativos de tu vida. Y lo que sé, lo sé por intuición y por observación. ¡Nunca he
podido ser más para ti, por más que le deseara! Nunca te he reprochado, aunque te
hayas quejado, con mayor o menor razón, de mi reserva. Pero acaso porque estás
ahora tan lejos, me siento tan desesperadamente llevada a reclamar tu confianza.
Estaría mucho más tranquila respecto de ti si supiera que puedo compartir contigo
cuanto te concierne. Creo que soy digna de tu confianza. No hace falta que te
asegure que cuanto me escribas quedará enterrado en mí. Pero, aparte de eso, creo
que no hallarás jamás una amiga o una persona más leal que te comprenda mejor
que yo. ¡Déjame ser tu confidente y te aseguro que será recíproco!
Que puedas imaginar —siquiera por un momento— que mi carta formal
(como tú la llamas), el supuesto silencio mío y de Mamá, pueda ser, si no resulta-
do de una intención premeditada, la expresión de nuestro resentimiento hacia ti,
que puedas pensar eso ¡me hiere y me sorprende! ¡Ni Mamá, especialmente des-
pués de tu carta anterior, ni yo, merecemos ese atrevimiento! Me resulta absolu-
tamente incomprensible cómo puedes haber concebido esa loca idea. Te he expli-
cado todo tan claramente en mi carta que nada tengo que añadir al hecho de que
mamá te enviará el dinero de que le hablo en mi carta... ¡No discutiremos más!
Estoy convencida de que sólo podrías haber expresado esos pensamientos en un
momento de mal humor o de nerviosismo... El amor, sincero y grande, que Jolan
siente por mí me hace mucho bien. Es ciertamente un signo de gran amor que
tales sentimientos hagan que una mujer olvide su propia vanidad. Y eso es lo que
he advertido muchas veces en ella; también en Losonez, donde ella retrocedía, sin
celos, a un segundo plano y se alegraba conmigo de mis triunfos. Su entusiasta
admiración llega a tal punto, que estuvo sumamente preocupada pensando que
alguien podría haber tenido el mal gusto de compararse conmigo y no notar la
diferencia: hablaba verdaderamente en serio, pues es además una persona sincera.
También yo estoy realmente orgullosa de ella y la quiero como si fuera mi
hermana.
Queridísimo Emanuel, quisiera que esta semana ya hubiera pasado. Dentro
de una semana me marcharé y dentro de quince días probablemente llegará
Arthur...
¡Cuídate, querido, y escríbeme pronto!
Con el abrazo más afectuoso.
tu vieja

Mela
Emanuel había provocado la respuesta que deseaba obtener de ella. Para
ella, él era su amor eterno y Arthur poco más que un aditivo necesario cuya
existencia bien podían obviar. Desde la Plaza de San Marcos él le aseguraba:
Realmente debes quererme si tienes una intuición tan sensible respecto de mí. No
[48] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
sé cómo puedo devolverte ese amor... Necesito repetirte que he concentrado todo el amor y
todo el cariño de que soy capaz, el cual necesito abrigar en mí, en ti y en mamá... Y que no
podría sobrevenirme desaíre más devastador que el de perder a una de vosotras de cualquier
modo.
En su siguiente carta, escrita desde Como el 10 de octubre, le contaba que
“durante el poco tiempo que tú y Arthur podréis pasar juntos no deseo distraerte
y llamar tu atención hacia otras cosas que bien pueden esperar". Pasa entonces a
enumerarle una larga lista de tareas que tendrían precisamente efecto. El 24 de
octubre afirma que se siente “vejado" al escuchar que, el casamiento ha
sido nuevamente pospuesto, ahora hasta febrero. Emprende entonces una larga
argumentación para que ella no vuelva a dirigirse a ¿i con el término “amigo":
No continúes: ¡“hermano” dice mucho más! Si, como en mi caso, ese lazo de sangre
se ve fortificado por la admiración, el respeto y la gratitud, entonces supone una relación que
no necesita de otro nombre que el de hermano y hermana.
Había decidido partir esa semana hacía Roma y Sicilia. “Esos lugares
nada significan para mí, al margen de ser paisajes conocidos y estimulantes, y
eso es lo que necesito.” Era el Judío Errante, que vagaba sin descanso para
dirigirse a su cita con la muerte, de la que llega a hablar con total tranquilidad.
Tales frases están diseminadas en medio de airadas protestas por amigos que en
el pasado lo traicionaron. Los sentimientos hacia su madre y su hermana no
eran de simple afecto sino de posesión. Era arrojado del universo porque las dos
únicas personas que significaban algo para él podían realmente continuar sus
vidas sin él. De repente recordó la existencia del niño de Emilie y le pidió a
Melanie que comprara para el niño un regalo de su parte: efectivamente un
regalo de despedida. Se le impuso descanso forzoso ante la evidencia de que él
sabía que estaba perdiendo la capacidad de asir.
Beryl Gilbertson, psicóloga especializada en el diagnóstico de la
escritura, ha examinado las cartas escritas por Emanuel en el año previo a su
muerte. Está convencida de que se hallaba bajo los efectos de la cocaína, cuyo
uso estuvo muy difundido desde la década de 1880 hasta comienzos del siglo
actual. Se vendían tónicos con alta proporción de cocaína para curar todo,
especialmente la fatiga, al descubrir los médicos militares que las tropas actuaban
con mis energías si se les administraba esa droga. Se utilizaba la cocaína pandémica-
mente para atacar el dolor y la adicción a la morfina. Freud, por ejemplo, reco-
mendó la maravillosa droga a Fleishl para apartarle de la morfina. En su último artículo
sobre la cocaína, escrito en 1887 para responder a la crítica de que era objeto, sostenía
que nadie se vuelve adicto a la cocaína menos en el caso de ser morfinómano, y
todas las pruebas apuntan al hecho de que Emanuel era adicto a la morfina. A
menudo hace alusión a su necesidad de dinero para comprar cigarros: presumible-
EMANUEL [49]

mente cigarros de hoja de coca, indicados en el siglo XIX para el tratamiento de


las dolencias respiratorias. La cocaína era lo peor indicado para Emanuel,
especialmente debido a que exacerba tendencias maníacas ya existentes y aun
en dosis pequeñas puede provocar muerte repentina por paro cardíaco.* Al
igual que la morfina, causa somnolencia, cambios del estado de ánimo y
embotamiento; también deprime los centros respiratorios que se hallan en el
cerebro, haciendo que la respiración se vuelva lenta e irregular. Todos esos
síntomas forman parte de las quejas habituales de Emanuel. Las fotografías que
le tomaron durante este período revelan un rostro atormentado, intemperante,
en el que los gruesos labios sugieren algo más que un indicio de crueldad. Las
manos, de las que siempre había estado orgulloso, permanecen en lánguida
quietud. Alto y de cabello negro y lustroso, tenía un cierto aire similar al de un
ave de rapiña.
No se conservan cartas del período entre octubre y diciembre de 1902:
una curiosa laguna. Uno siente la vehemente sospecha de que Klein las des-
truyó porque su contenido era especialmente doloroso. Todas las otras cartas de
Emanuel se han conservado en escrupuloso orden cronológico, mientras que las
de Libussa se dejaron en total desorden. Las cartas ausentes bien pueden haber
contenido alguna indicación del motivo por el que cambió su rumbo de Sicilia a
España. Arrastrándose de un lugar a otro, incapaz de regresar a casa para morir,
es probable que esas canas fueran desgarradoras. Si en sus últimos días tomaba
muchas drogas, la interacción de la morfina con la cocaína puede haberlo
convertido en psicòtico y agresivo. El cambio de plan, de Sicilia a España, pudo
ser muy repentino. Pero, ¿qué importa el rumbo?
Llegó a Génova el 1 de diciembre con una cegadora tormenta y pensaba
partir hacia Valencia con el primer día de buen tiempo. En su última carta a
Melarne, escrita sólo unas pocas horas antes de su muerte, se lamentaba
amargamente de la breve nota de ella que le estaba esperando: "Esa exigüidad
me ha puesto de mal humor, el cual continua”.
Al día siguiente el tío Hermann recibía un telegrama:
REIZES HA MUERTO DE ATAQUE CARDIACO - EL FUNERAL TENDRA LUGAR EL JUEVES
POR LA MAÑANA EN EL CEMENTERIO ISRAELITA - BUNSCHEN HOTEL GERMANIA.
A ello siguió una carta explicativa del administrador del hotel de Génova:

* Véase: Phillips, J.L. y Wynne, R.D., Cocaine - The Mystique and the. Reality, Nueva
York, Avon Books, 1980, y Julien, R.M., A Primer of Drug Action, San Francisco, W.H.
Freeman, 1981.
[50] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
Lloyd-Hotel Germania
Münschener Bierhaus
von
C.O. Bünsche-Genoa
Via Carlo Alberto 39 - Salita S. Paolo, 38
Telephon 1221
Génova, 4.12.1902

Al Dr. Deutsch:
Respecto de su telegrama del día 3 y de mi cablegrama, cumplo en informarle a
continuación de las circunstancias concretas de la muerte de Herr E. Reizes.
...Reizes se retiró a las nueve en punto después de haber tomado una taza de leche
caliente y haber escrito varias cartas. No dijo sentirse mal.
Puesto que el día anterior el mencionado caballero había dormido hasta el mediodía, me
pareció extraña su ausencia al mediodía del día siguiente.
Por la tarde alguien llamó a su puerta para preguntarle si deseaba algo, pero no hubo
respuesta. Se decidió entonces confirmar si R. había salido o si había ocurrido alguna otra
cosa, y con ese propósito se abrió la puerta. Se halló entonces el cadáver de Reizes, ya frío.
Inmediatamente se llamó al médico quien comprobó que la muerte debía haber ocurrido
poco ames de la medianoche y diagnosticó un ataque cardíaco.
He informado a las autoridades locales y al Consulado de Austria y tras haber dispuesto
por escrito todos los efectos personales de Reizes, se sellaron y enviaron al Consulado.
R. no traía consigo ninguna maleta ni se encontró resguardo alguno de equipaje; sólo un
pequeño maletín de mano. El dinero que se halló consistía en:
Francos franceses en billetes: 150.-
Francos franceses de oro: 80.-
Pesetas: 100.-
Liras italianas en billetes: 15.-
Liras italianas de cobre: 2.-
Había además un reloj y un revólver.
Después de todas las formalidades y de otro reconocimiento del médico municipal, se
vistió el cuerpo y el funeral tuvo lugar esta mañana. No se permitió conservar el cuerpo
durante más tiempo debido a su rápido deterioro.
Como usted comprenderá, he sufrido grandes perjuicios debido a este triste incidente ya
que la habitación necesita ser decorada y provista nuevamente, etcétera.
Me tomaré la libertad de enviarle en breve un detalle de mis gastos. Entre tanto,
expresándole mis condolencias a usted y a la familia del fallecido, quedo suyo.

C. Otto Bünsche

P.S.: Para que todo sea correcto, debo mencionar que tuve que llamar a tres médicos, en
conformidad con las reglamentaciones legales de aquí.
EMANUEL [51]

La brusquedad de esta concisa e irritada comunicación del administrador


del hotel fue mitigada por una carta de consuelo de su esposa, con la sincera voz
de una madre afligida que se dirige a otra madre.
Lloyd-Hotel Germania
Münschener Bierhaus
C.O. Bünsche-Genoa
Via Cario Alberto, 39 - Salita S. Paolo, 38
Génova, 4.12.1902

Estimada señora Reizes:


La lamentable y repentina muerte de su hijo hace que le exprese mi profundo
sentimiento de condolencia. Debe de ser tanto más penoso para usted al no haber podido
asistir al descanso de su amado muchacho y al llegarle a usted tan duro golpe de un
modo tan inesperado. Es muy triste perder a un ser querido que se encuentra en el
extranjero y entre gente extraña. Pero, querida señora, debe usted reconfortarse con el
hecho de que también en el extranjero hay personas que se •sienten con usted. Confíe en
Dios y considere que El, con su Sabiduría siempre atenderá nuestros mejores intereses.
No obstante, someterse a lo inevitable es una cosa más fácil de decir que de hacer, y el
corazón de una madre sentirá y se afligirá mucho más que cualquier otro. También yo
soy madre y he enterrado a un amado hijo. Así que puedo comprender su profunda pena
y reconocer su gran pérdida...
Quizá sirva de consuelo a su corazón el que su hijo se haya ido sin sufrir dolor
alguno. Yacía en su cama como si estuviera durmiendo; no puede haber padecido
agonía; ni siquiera se había estirado. Yacía de lado, con los ojos cerrados y la mano
derecha cerca de la cara, la izquierda bajo la manta, exactamente como se hace cuando
uno se acomoda en la cama para dormirse. De no haber estado frío y tieso, jamás se
habría creído posible mostrarse con tanta paz cuando se está muerto. Las autoridades
enviaron otros dos médicos, pero los tres estuvieron de acuerdo en que había sido un
ataque cardíaco lo que había puesto fin a su vida. Después de haber llamado a las
autoridades y al Consulado por teléfono, se organizó todo lo necesario en caso de
muerte. Esta mañana, a las cuatro, se recogió el cuerpo del hotel y a las siete se le dio
sepultura. Ahora que ha pasado el nerviosismo que provoca una muerte súbita
—especialmente en un hotel— he considerado que era mi deber, querida señora,
informarle más ampliamente sobre las últimas horas de su hijo, a quien Dios bendiga, lo
cual espero ayude a que su espíritu de usted encuentre mayor tranquilidad.
Expresándole mi más profunda condolencia,
quedo como su segura servidora.
Frau M. Bünsche

El hecho de que el patrón del hotel mencione el revólver de manera tan


directa excluye la posibilidad de un suicidio. En esa época los viajeros eran
[52] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
buena presa para los salteadores, porque se suponía que llevaban dinero en
efectivo; y Emanuel, que era muy atolondrado con el dinero, frecuentaba casas
de juego del más bajo nivel. Además, podía ser atacado en muchas regiones no
judías, ya que era aquélla una época en la que el antisemitismo se expresaba sin
tapujos. El revólver puede haber sido también un seguro contra un fin indigno.
Los gastos del patrón del hotel parecen inhumanos e interesados. No
obstante, es muy posible que poco antes de su muerte Emanuel se hubiese
purgado (un fenómeno muy común), lo cual habría hecho necesario un nuevo
colchón y nueva ropa de cama. Además, la superstición puede haber
desempeñado su parte en la redecoración de la habitación; y el patrón parece el
tipo de hombre que toma excesivo cuidado por evitar el escándalo.
De acuerdo con el Dr. Ronald Mayor, especialista en tuberculosis, las
víctimas de este mal suelen morir de una hemorragia pulmonar masiva cuando
se deteriora una arteria importante, pero la muerte con mucha calma es menos
común. Chejov, por ejemplo, murió de un agotamiento progresivo. Una noche,
tras la representación de una de sus piezas, tomó una copa de champán y
falleció. Durante mucho tiempo la expectoración de sangre se ha incluido en la
mitología asociada con la tuberculosis, lo mismo que el incremento de la
sexualidad de quien padece esta enfermedad. En opinión del doctor Mayor, los
médicos que examinaron el cadáver podrían haber reconocido la presencia de
tuberculosis a partir de su estado de extremo enflaquecimiento. (En ese caso
habría sido realmente necesaria una renovación general de la habitación.) Sin
embargo, no necesariamente faltaron a la verdad en el certificado de defunción;
parece probable que el corazón de Emanuel sencillamente renunciase a su larga
y fatigosa lucha.
Pudo, incluso, haberse matado a sí mismo accidentalmente. Había estado
profundamente angustiado por hallar a su llegada tan sólo una breve nota de
Melanie. En su enorme dependencia respecto de ella, le pareció que estaba
perdiendo el último vínculo que lo mantenía con vida. Era una ruina física que
se autoprescribía drogas, y pudo haber bebido vino durante la cena: una
combinación que podría haberle ocasionado la muerte a primera hora de la
mañana, cuando el metabolismo del cuerpo es mínimo. Sin los métodos
modernos de análisis químico, habría sido imposible para cualquiera identificar
su muerte con otra cosa que un paro cardíaco, aun habiéndose administrado una
sobredosis de drogas.
En su autobiografía, Klein escribe:
Tenía veinticinco años al morir. También esta vez (como en el caso de Sidonie)
tuve la sensación de que si se hubiera sabido algo más de medicina, se habría podido
mantenerlo con vida durante más tiempo, pero me han dicho que las enfermedades de
un corazón reumático, aun en la actualidad no siempre son curables. No sé si esto es
verdad o no, pero me deja con la misma sensación que experimenté con mi
hermanita: que se podrían haber hecho muchas cosas para prevenir su enfermedad y
su temprana muerte...
EMANUEL [53]

En mi memoria subsiste como un joven vehemente, tal como lo conocí, vehemente en sus
opiniones, sin preocuparse por la aceptación general, con una profunda comprensión ¿el arte
y una pasión por él que se manifestaba de muchas maneras, y como el mejor amigo que
jamás he tenido.
Esto es de alguna manera una defensa: él murió porque la medicina no
había progresado suficientemente, no por ser un maníaco depresivo que
deseaba la muerte o porque se le descuidaba o estaba mal alimentado. Hermano
y hermana eran almas gemelas que participaban de los mismos estados de
ánimo y de las mismas reacciones. El era el sustituto del padre, estrecho
compañero, quimérico amante... y nadie en toda su vida fue capaz de
reemplazarlo.
TRES

Matrimonio

D esde el día de la muerte de Emanuel, en 1902, desaparece toda


alusión a él en las cartas familiares, al margen de las referidas a los
esfuerzos de Melanie por publicar una recopilación de su obra,
objetivo que finalmente alcanza en 1906. En su Autobiografía, Klein omite
cuidadosamente los detalles relacionados con la muerte de su hermano, pero
no el importante papel de Arthur en la recuperación de los manuscritos de
Emanuel. Según su relato, en la mesa de la habitación del hotel se halló una
postal dirigida a Arthur. Al recibir la trágica noticia, Arthur viajó
inmediatamente a Génova en busca del equipaje de Emanuel, que estaba ya
en depósito para ser remitido por barco. Como no pudo encontrarse el res-
guardo de las maletas, Arthur debió recorrer un enorme edificio hasta que sus
ojos dieron con un maletín del que sobresalía un ejemplar de Die Fackel que
Emanuel había pedido a Melanie que le enviara. Arthur sabía cuánto
admiraba Emanuel a Kraus; al abrirse el maletín se vio que estaba repleto de
diversos manuscritos. Más tarde, cuando hubo leído detenidamente esos
apuntes medio novelescos, Melanie adoptó la firme decisión de publicarlos:
el único acto de reparación que ella podía tener con su hermano. A pesar de la
animadversión existente entre marido y mujer años más tarde, Melanie
siempre conservó un sentimiento de inmensa gratitud hacia Arthur por
haberse tomado tantas molestias en la recuperación de los manuscritos.
Y finalmente se casó, estando aún de luto, el 31 de marzo de 1903, al
día siguiente de haber cumplido los veintiún años. Nada se sabe acerca de la
ceremonia. El casamiento tuvo lugar en Rosenberg, y los recién casados via-
MATRIMONIO [55]

jaron a Zurich por Constanza en viaje de bodas. A pesar del prolongado


compromiso, ella y Arthur apenas se conocían mutuamente.
En un relato no fechado (de alrededor de 1913) y de carácter sin duda
autobiográfico titulado “Señales de vida”, Klein escribe acerca de la conmo-
ción sufrida por una joven, Anna, en su noche de bodas: “¿Y tenía que ser así,
que la maternidad comenzase con un disgusto?”. Anna se esfuerza en la medida
de lo posible por aceptar la convencional opinión de su esposo, según la cual
una mujer casta y honesta siente un natural desagrado por “esas cosas”, pero le
atormenta su indefinible deseo de una desconocida consumación. Es
sumamente posible que su rechazo al sexo se relacionase con la impresión de
haber traicionado a Emanuel. “A menudo me pregunto”, reflexionaba más
tarde, “si mi hermano, con quien me unía una relación tan profunda y estrecha,
no advertía que yo estaba cometiendo un error, y si inconscientemente él no
sabía que yo iba a hacerme infeliz a mí misma”.
Al regresar de su viaje de bodas, los recién casados se establecieron en
Rosenberg. Con una población de alrededor de ocho mil habitantes, de diversas
nacionalidades, esta localidad era la más importante de la provincia, entonces
húngara, de Liptau. Los húngaros predominaban en los servicios públicos, los
judíos se dedicaban al comercio, en tamo que los eslovacos estaban
representados por los campesinos y la clase media. La familia Klein parece
haber estado enteramente adaptada. Jakob Klein era miembro de la sinagoga,
mientras que Arthur había asistido a la escuela de los jesuitas. Con algo de
tirano doméstico, Jakob agobiaba a su familia con su irascible temperamento.
Era una figura muy respetada en su pequeña comunidad, donde durante muchos
años había sido a la vez alcalde del pueblo y gerente del banco local. Fue
también senador en representación de su pueblo —cosa por entonces poco
habitual en un judío— y condecorado con la Orden de Francisco José. Estaba
muy orgulloso de su hermano, quien se había incorporado al ejército
austro-húngaro y llegando a ser oficial, cosa también inhabitual para un judío
de esa época. El alemán, lengua franca del pueblo, era muy hablado por los
judíos. Arthur podía hablar húngaro, eslovaco y alemán; su padre, húngaro y
eslovaco y su madre, húngaro y alemán. Melanie, siempre dispuesta a aprender
lenguas, se puso a estudiar eslovaco.
A su regreso a Rosenberg, Melanie y Arthur se establecieron en un
bello apartamento (situado, al parecer, en el piso superior del banco), amue-
blado en gran parte con cosas enviadas desde la casa familiar de Viena.
Libussa hizo sugerencias para la decoración, “si puedes arreglártelas hasta
que yo llegue”. Había aún cuentas pendientes del ajuar y respondiendo a
preguntas de Melanie sobre las finanzas familiares, el 28 de mayo Emilie
aseguraba a su hermana que ella y Leo procuraban contribuir con algo cuan-
do les era posible. A los dos meses de la boda Melanie advirtió que estaba emba-
razada. Durante algunas semanas sufrió molestas náuseas. Al enterarse
[56] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
de que tendría un nuevo nieto, Libussa respondió muy contenta con una carta
llena de consejos maternales:
Puesto que ahora conozco el dulce secreto, ce deseo, querida hija, un niño tan dulce
como Orto. También puede ser una niña como tú... aunque no tan nerviosa. Me complace que
vayas a tomar “Somatóse1* pero debes beber por lo menos un litro y medio de leche, como
hizo Emilie; y dos o tres veces al día debes tomar dos cucharaditas rasas de Somatose. Toma
medio litro de leche cada mañana y come dos huevos y un bollo de mantequilla. Por la tarde
toma otro medio litro de leche con Somatose y otro medio litro más con Somatose antes de ir
a la cama. Si sientes rechazo por la carne de vaca, come carne de ave, muchos huevos y,
sobre todo, alimentos nutritivos. Debes esforzarte por hacerlo, aun cuando sea en contra de
tu estómago. Pero, lo que es más importante, no debes inquietarte, permítete distracciones,
mantente contenta, nunca melancólica o agita- da, puesto que eso no sólo es malo para tu
estado sino también, como bien sabes, para tu bebé. Por él debes ejercer la moderación. La
mente es como el ojo que sólo debe recibir bellas impresiones. Estoy firmemente convencida
de que, gracias a Dios, el embarazo de Emilie fue tan bueno sólo porque ella estaba
distendida, alegre y de buen ánimo, y porque todo el tiempo se alimentó bien. A final del mes
que viene iré a visitarte y continuaré aconsejándote personalmente .
Algunos aspectos de esta carta merecen comentario. En primer lugar, que
lo deseable sería un niño; y si el niño resulta ser una niña, debe ser una niña más
tranquila que Melanie. En segundo lugar, que el embarazo de Emilie —que
había dado a luz a un niño— fue bueno porque tenía sobre sí el vigilante ojo de
Libussa durante todo el período. Es verdad manifiesta una preocupación
maternal, pero es una preocupación en exceso solícita.
En una carta del 18 de junio de 1903 la única referencia al embarazo de
Melanie es que ésta no debe colgar cierto cuadro en el que se representan ninfas
y faunos. Aparentemente esa temática podría resultar perturbadora, ¿por sus
connotaciones sexuales? “Debes contemplar siempre cuadros bellos y no
asustarte por nada.” Pasa entonces a cuestiones más inmediatas como la
adquisición de un mantel para Melanie y, después, a informarle de algo más
apremiante: el tío Hermano acababa de comprar una hermosa casa de campo
con un gran parque en Gersthof, que le había costado 290.000 florines, cifra
que parecía inquietarle mucho. Hermann pensaba trasladarse a ella con su
familia en septiembre. El cambio en su forma de vida tendría considerables
repercusiones en la casa de Martinstrasse y también en el matrimonio Klein.
El 19 de enero de 1904 nació una niña, Melitta; Melanie afirmaba que
agradaba la maternidad, especialmente porque tenía como niñera a una
excelente campesina eslovaca. “Dada.” No obstante, su Autobiografía contiene
unas ominosas frases: “Me entregaba enteramente a la maternidad y al interés
por mi hija. Sabía en todo momento que yo no era feliz, pero no veía otra
opción”. Las cartas muestran que Melitta fue amamantada durante siete
meses, pero Klein no hace referencia a ello en su Autobiografía. Dada la
MATRIMONIO [57]

ulterior relación entre madre e hija, sería interesante saber cómo reaccionaron
ambas ante esta experiencia.
En agosto de 1904 Emilie visitó Rosenberg, mientras que Libussa se
dirigió a un balneario, Bad Reichenhall, donde le fueron prescritos baños de
ácido carbónico e inhalaciones para las anginas y las palpitaciones que padecía.
Su estancia allí parece haber sido la de unas vacaciones, si bien le asegura a su
hija que el médico deseaba que se quedase todo el mes por razones de salud. No
obstante, un mes más tarde estaba en condiciones de ascender por caminos
montañosos y gozar de la fragancia de los bosques de pino. La hermanastra de
Arthur, Iren,* y su marido, Karl Kurtz, llevaron a Libussa de excursión a
Salzburgo y los alrededores, y ella los hubiera acompañado también a
Berchtesgaden si no lo hubiese impedido su tratamiento.
Las cartas, dirigidas a las dos hermanas a la vez, ofrecen un interesante
contraste con las escritas sólo a Melanie. En sus observaciones a Emilie,
Libussa parece menos tensa que con su hija menor. Le da razonables consejos
sin abrumarla: “Tú, mi querida Emilie, debes considerar que sólo dispones de
un breve período para gozar del campo. Deja, pues, tu tonto bordado y
aprovecha el tiempo”. No obstante, la calma sería efímera.
En los primeros meses de 1905 Libussa empezó a abrumar a Melanie y a
Arthur con sus preocupaciones económicas. Según ella, el tío Hermann le
reclamaba el pago total de la casa; si no recibía el dinero en abril o en mayo, ella
se quedaría sin casa. ‘‘Para ser sincera”, les aseguraba, “estoy hecha un
verdadero lío” (“Shlemastik”). Según la descripción que ella hace de las
negociaciones, hermano y hermana parecen haber actuado en el trato de manera
despiadadamente inflexible. Como en su correspondencia hay tantos indicios
de que Libussa habitualmente eludía la verdad, una explicación más probable
sería la de que, ahora que Arthur se hallaba en buena posición, Libussa estaba
decidida a liberarse de sus cargas económicas. Hubo, sin duda, duras disputas,
pero unas líneas sugieren que Libussa no quería que Arthur escuchara la
versión que Hermann podía dar de la historia.
Querido Arthur espero que no se te ocurra escribir nada sobre esta cuestión al tío
Hermann, o lastimarlo de algún modo. Su noble y amable persona no merece en
absoluto que se la lastime. Tiene, evidentemente, sus extravagancias, pero es, después
de vosotros (y de Leo y Emmy), la persona que más quiero en el mundo.

Manifestaba sólo un escaso interés en el bebé, y la narración de sus pro-


blemas habría perturbado la calma de Melanie atendiendo a su pequeña hija.

* Iren era hija nacida de un matrimonio anterior de Jakob Klein. Se había casado con un
conocido abogado criminalista. Vivían en un pueblecito a casi cien kilómetros de Viena.
[58] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
Hubo empero, ocasionalmente, algunas agradables distracciones. En
1905, cuando Melitta tenía un año, marido y mujer viajaron a la costa del
Adriático, visitando Trieste, Venecia y Abbazia (hoy Opatija), conocido lugar
de reunión en lo que ahora es Yugoslavia. En febrero de 1906 se informó a
Arthur que en la primavera debería asistir a un congreso que tendría lugar en
Roma, y que Melanie podría acompañarlo. Proyectaron también dirigirse a
Nápoles y a Florencia, y visitar la tumba de Emanuel en Génova. Jolan había
estado allí durante la primavera anterior y les había enviado hierbas del lugar.
La carta que el 10 de febrero de 1906 Libussa escribió a Melanie en respuesta a
las noticias del viaje, revela quizá su carácter mejor que cualquiera otra carta
que haya escrito:
Arthur sabe dónde están sus ventajas y cómo alcanzarlas. Es evidente que ese viaje a
Roma representa el cumplimiento de vuestros más fervientes deseos. Pero lo que me
sorprende es que por estar demasiado contentos os habéis olvidado enteramente de mí. Dices
muy bien que difícilmente se presentará otra oportunidad de viajar a Génova. Yo digo que ni
siquiera merece la pena plantearse si yo finalmente alcanzaré lo que deseo. Hace veinticuatro
años que anhelo visitar la tumba de mi padre y nunca he podido hacerlo. Y lo mismo me
ocurrirá con Génova. No puedo hacer un viaje así por mi cuenta y nunca podré hacerlo. Creo
que mi única oportunidad sería poder viajar con vosotros.
Si considero que este mes cumpliré cincuenta y seis años* y que los años pasan tan
rápidamente y que con ellos vienen las dolencias, las cuales acaso me impidan después hacer
un viaje que deseo tan ardientemente, entonces veo como una gracia del cielo el que pueda
conseguirlo ahora. El dinero no es problema para mí en este caso. Si no lo tuviera, lo pediría
prestado. Pero para entonces tendré suficiente, dado que ya tengo ahorradas más de
trescientas coronas. Si deseas combinar este viaje con unas vacaciones, ésa será una decisión
bienvenida, y quién sabe si el pasar unos días junto al mar no haría que me recuperase
totalmente... El tener que hacer un gran gasto de dinero no me acobarda. Sólo me digo que el
tío Hermann deberá esperar seis meses más. Es posible también que, como persona que viaja
al congreso, el viaje me resulte más barato.
Arthur nada debe temer. No he de molestarlo. Llevaré sólo un pequeño equipaje: un
vestido más a la moda, una bata y mi vestido de viaje. Y en lo que concierne a otras cosas, ya
no estarás de luna de miel y no te molestaré en modo alguno.
En lo que atañe a Meta (Melitta), ni Leo ni Emilie objetarán nada si me marcho cuatro
semanas antes. Pero debo decirte que realmente estás exagerando al estar aún tan inquieta
por la niña. A los dos años Otto comía de todo. Ahora ya no tienes que temer que tenga
trastornos digestivos, especialmente teniendo a Dada... Dada cocina para ella, la baña, la
acuesta, etc., etc. Sin duda puedes confiársela a Dada.
Es extraño que Libussa nunca haya visitado la tumba de su padre; tam-
bién lo es que se las haya arreglado para ahorrar trescientas coronas cuando sus
cartas anteriores han estado llenas de quejas por sus penurias. En ningún

* Ello implicaría que nació en 1850, lo cual no concuerda con la fecha de nacimiento que
figura en su certificado de defunción, que es la de 1852. Tal discrepancia no está aclarada.
MATRIMONIO [59]

caso parece habérsele ocurrido que la joven pareja podría preferir estar sin
compás* A Melanie le preocupaba que el viaje le resultase demasiado fatigoso
por lo que le propone que haga una excursión más corta a Abbazia. Tras una
detenida reflexión”, responde Libussa, “he llegado a comprender que tienes
razón y que no sería capaz de enfrentarme con los grandes esfuerzos que exige
el viaje. Tantas noches sin dormir y el constante viajar no serían buenos para mi
estado.” En abril Libussa había decidido que no se hallaba en condiciones para
encontrarse con ellos en Génova. “Creo que si de tener vida, seguramente
hallaré otra oportunidad para ir a Génova”, les informaba. Finalmente también
Abbazia quedaba excluida y se acordó que visitaría Rosenberg durante la
ausencia de ellos. Acaso dudaba porque advertía que estaba empeñando
demasiado su suerte.
En Italia, las visiones de una vida más relajada contribuyeron sutilmente a
la insatisfacción general de Melanie. No obstante, ella y Arthur experimentaban
la misma incansable curiosidad por visitar lugares interesantes, y aquélla
parece haber sido la época más dichosa que pasaron juntos durante su
matrimonio. En su Autobiografía, Klein omite mencionar la visita a la tumba de
Emanuel. De acuerdo con la descripción de Jolan, estaba cubierta por un verde
recuadro de césped con una pequeña placa de mármol en la que simplemente se
leía: “Reizes Emanuel”. Melanie recogió un poco de la hierba que la cubría y la
guardó dentro del hato de cartas de Emanuel que conservaría durante el resto de
su vida.
En Viena, Emilie consideraba llena de encamo la vida de Melanie, en
contraste con su limitada vida de mezquinas economías y exceso de trabajo.
Una carta algo patética pone de manifiesto cierta envidia por la buena suerte de
su hermana, aunque también el reconocimiento de que su brillante hermana
menor estaba destinada a una vida más opulenta que la que ella podía esperar:
Al leer tu animada caita apenas pude reprimir cierta tristeza. No es que
sienta envidia; sabes que no siento gran inclinación por los viajes, aunque no
los rechazaría si se me ofreciera la oportunidad de hacerlos... Pero sí siento casi
envidia por el talento que tienes para expresar tan bellamente cuanto puedes
ven Bien: ésa es una vieja historia, la de que difícilmente haya alguien que te
quiera tanto como yo... ¿Cómo está nuestra querida Mamá? ¿Se la ve bien? Yo
la extraño muchísimo. Hace tanto tiempo que ha partido que a veces no puedo
recordar sus facciones. ¿Cuándo vendrá? ¿Cuánto tiempo permanecerá con
nosotros? Para entonces será primavera nuevamente y marchará a su amado
Rosenberg con su dulce Meta, Mela y Arthur. ¡Y se acabaron Emilie, Leo y
Otto! ¿Por qué nos descuida tanto?
También Emilie parece haber sido presa del esquema familiar de la cul-
pabilización. Si uno de ellos tiene buena suerte, el otro tiene que pagar por ello.
Desde Rosenberg, donde Libussa cuidaba de Melitta, la abuela infor-
[60] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
maba a la ausente Melanie de que su nieta estaba “feliz y alegre; ríe y canta todo
el día como un pajarillo. Parece echarte mucho de menos. Muchas veces al día
mira hacia el dormitorio y dice: 'Papá, mamá, cama’, y muy a menudo, sin que
se la incite, dice: ‘Mamá, dulce, guapa, buena, hermosa’. Tiene muy buen
apetito y no necesita de lavativas”. Libussa intenta convencerse de que el
matrimonio era la perfección absoluta, y de que algunos pequeños problemas se
debían a los desdichados “nervios” de Melanie, a ¡os que alude con mayor
frecuencia que en los años anteriores. En una carta del 25 de abril de 1906
(dirigida probablemente a Nápoles) Libbussa expresa su satisfacción por la
buena salud de Melanie y agrega: “Pero me aflige, querida Melanie, que nunca
estés libre de una gota de amargura, ¡aun en los momentos de alegría! Es tu
destino o, desdichadamente, tu disposición, que siempre haya algo que te
torture”.
Libussa estaba decidida a hacerle saber a Melanie lo mucho que su salud
había sufrido a causa del sacrificio de no haber viajado con ellos. De regreso a
Viena, el 17 de mayo le informa de que ha sido examinada por el profesor
Schlesinger. No tiene trastornos cardíacos, así que no necesita tomar baños de
ácido carbónico, y su catarro bronquial ha desaparecido. Sin embargo,
“necesito cambiar de medio: aire fresco —rico en ozono—, baños diarios de
pinochas, y él me garantiza una perfecta curación”. Halla todo eso en las aguas
termales de Karetnitza, excursión pagada probablemente por Artur.
El año 1906 fue importante debido a la publicación, largamente esperada,
del libro de Emanuel. En su Autobiografía Klein describe cómo
después de su muerte, cuando yo Lema veinte años, reuní sus escritos ayudada por la
gran amiga de él y mía, Irma Schönfeld, y procuré publicarlos. Por entonces yo esta- a casada
y esperaba mi primer niño, e hice un largo viaje para hablar con Georg Brandes, el
historiador de la literatura, a quien mi hermano admiraba, para lograr que escribiera el
prefacio del libro, pues por carta se había negado a ello. De hecho ya había dejado la casa
desde donde me había escrito diciéndome que ya estaba demasiado viejo y demasiado
cansado para continuar escribiendo prefacios y leyendo libros; pero entre sus amigos más
próximos —y cuyos nombres no puedo recordar: una escritora y su hija, escultora— causé,
al parecer, tal impresión, que sus canas a Brandes lograron el prefacio. En realidad empleó
en su redacción casi todo lo que yo le había dicho acerca de mi hermano. Después de mucho
batallar, intenté conseguir un buen editor... En realidad el libro no da una idea de lo que mi
hermano podría haber llegado a hacer, pues utilizamos para su composición todos los
materiales que se hallaban en sus cuadernos de apuntes, algunos de ellos no suficientemente
elaborados, así que constituye una débil imagen de lo que podría haber sido, si bien hay
algunas cosas muy bellas en él.
Es enigmática la vaguedad acerca del lugar al que Klein se dirigió en
busca de Brandes, tanto más cuanto que en la correspondencia familiar no
hay ninguna referencia a ese viaje. Hay empero una alusión posterior en una
MATRIMONIO [61]
de las cartas de Libussa a un viaje que en una ocasión hizo Melanie a Berlín,
mando Arthur le ordenó que regresara a Rosenberg. Por entonces Irma estaje
viviendo en Berlín, al parecer en feliz matrimonio, y sus canas sugieren que en
realidad fue ella la responsable de la tediosa tarea de ocuparse de la publicación
del libro. Aus meinem Leben (“De mi vida”), editado por Wiener Verlag,
recibió el 22 de abril de 1906 una crítica poco favorable de Sevacse, un famoso
crítico vienés de la Neue Freie Presse, irónicamente uno de los blancos de las
andanadas de Karl Kraus. Fue característico que Libussa no pudiera
permanecer al margen del drama: cuando, hallándose Melanie de viaje en Italia,
la publicación del libro debió postergarse debido a dificultades económicas de
los editores, Libussa se hizo cargo de escribir a Sevacse para pedirle que
aplazara su reseña.
El autor de esta última describía a Emanuel como un escritor más bien
decadente; indudablemente decadente, en todo caso, en sus relaciones con las
mujeres. “Es especialmente deplorable que se ofenda tanto por algunas
palabras indiferentes de Thea, con las cuales ella no se propone herirlo, que
decida romper con ella y después complacerse con su sufrimiento.” Sevacse no
podía comprender el gran desapego del joven respecto de su madre, si bien al
final de su vida se vuelve más auténticamente humano cuando le suplica que no
lo llore: “Madre, debes perdonar mi muerte, puesto que yo te he perdonado mi
vida”. Si Emanuel realmente dejó a su madre una anotación así, ello casi
sugeriría que pensaba suicidarse.
El objeto físico —el libro— le parecía a Libussa más importante que su
hijo. Estaba sumamente orgullosa por la reseña, hasta el punto de creer que en
Rosenberg todos estaban tan impresionados que guardaban silencio. Sin
embargo, a su regreso a Viena, se mostró contrariada porque en algunos
comercios no se hallaba el libro. En noviembre apareció otro comentario
(anónimo): “Nuestra excitación es tan grande que después de haberla leído
muchas veces, no sabemos si es favorable o desfavorable”, contaba Libussa. Al
menos la mujer del tío Hermann estaba impresionada por el libro. Desgarrada
por su contenido, se deshacía en lágrimas, reacción que a Libussa le parecía
misteriosa. Emilie, a petición de Libussa, le pidió a Melanie que le enviase un
ejemplar del libro de Emanuel para dárselo, en lugar del pago, al médico que la
estaba tratando por su cistitis.*
Emilie escribió a su hermana para felicitarla por los frutos de sus
esfuerzos:
Ahora que el libro está publicado y que por fin hemos alcanzado el objetivo
deseado, anhelado durante tanto tiempo, debo expresarte lo mucho que te admiro.
Sabes que comúnmente no soy muy inclinada a la alabanza, pero ahora estoy senci-

* Es ésta la única vez que aparece el nombre de Emanuel en la correspondencia después


de su muerte.
[62] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
llamente anonadada! Sólo tú podrías haber logrado esto, tú con tu inteligencia,
con tu férrea voluntad y tu perseverancia. ¿Créeme que si a veces he sido poco
expresiva, secretamente siempre he apreciado y admirado tu enorme voluntad!
Ahora, esperemos lo mejor para el libro. ¡Los que sean dignos de leerlo también
lo apreciarán!... Irma me cuenta cuánto te admira por haber batallado tan
duramente por el libro. Ella nunca habría sido capaz de llevar adelante la tarea,
pues su voluntad habría flaqueado. Habría renunciado hace tiempo.
Si la depresión de Melanie se hizo más notable tras la publicación del
libro, podemos pensar que este acontecimiento podría haber precipitado sus
ásperos sentimientos. Después de cuatro años de exhortar, aparentemente, a
Irma, la tarea estaba realizada, y ella era bastante inteligente para advertir las
reservas de la reseña. Además, la visita de la tumba en Génova debe de haber
ejercido un efecto traumático en ella.
Su segundo hijo, Hans, nació el 2 de marzo de 1907; las cartas ponen de
manifiesto que ella se encontraba en un estado de profunda depresión durante el
embarazo. Recordaba de Hans el poseer una inteligencia extraordinariamente
precoz en un niño. Parece significativo que lo mencionase en su Autobiografía,
pues Hans conservó siempre actitudes muy pueriles y en algunos aspectos
parecía más bien retrasado.
En su Autobiografía, Klein refiere un acontecimiento que en última ins-
tancia sería desastroso para su matrimonio: a fines de 1907 Arthur aceptó un
trabajo muy bien remunerado como director de una fábrica de papel del conde
Henkel-Donnersmarck en Silesia septentrional. A consecuencia de ello
tuvieron que mudarse a Krappitz, un pueblecito monótonamente provinciano
en el que no había siquiera un alma afín con la que Melanie pudiera conversar.
También Rosenberg le había parecido intolerablemente limitado después de
que Jolan se trasladara a Budapest al casarse, en 1906. En este momento
convencieron a Libussa, quien ofreció a ello poca resistencia, para que fuera a
vivir con ellos. Libussa lo hacía con muchísimo gusto porque Arthur estaba
ahora en condiciones de saldar con el tío Hermann la deuda por su inversión en
la casa así que Libussa, libre por fin del negocio, pudo alquilar un café. No
importaba que Melanie pudiera disponer de ayuda en las tareas de la casa y
Emilie, en cambio, no. El 18 de diciembre de 1905 había nacido el segundo hijo
de Emilie, Wilhelm Emanuel Pick, ella estaba i abrumada por las tareas
domésticas.
Durante las negociaciones de la venta de la casa, Libussa informó a
Arthur que la casa, de acuerdo con Hermann, debiera ser puesta a nombre
de Melanie. En una comunicación privada, Eric Clyne escribe: “Respecto
de la casa de Viena, creo que mi madre compró* a su hermana la parte que
ésta tenía en ella, y aunque poseía varios apartamentos, nunca obtuvo
ingresos de ellos. En todo caso, unos dos años antes de su muerte la vendió,
y cuando, hace algunos años, visité la Martinstrasse, encontré que la habían
derribado y que en el lugar habían construido una estación de servicio'’.
MATRIMONIO [63]

Hay mucha confusión y contradicciones en el modo en que distintas personas


valoran las gestiones relacionadas con la casa, como a menudo ocurre en las
facciones que suelen formarse en una familia a propósito de cuestiones de
propiedad. Walter Pick, hijo de Otto Pick, cree posible que más o menos desde
1927, su padre alquilase a Melanie la parte de la casa que le correspondía a ésta.
En esa casa vivió su familia y también en ella tuvo su famoso consultorio
dental. Uno de sus pacientes más distinguidos fue Sigmund Freud.* La casa
debió abandonarse para siempre en 1938, cuando la familia huyó a Inglaterra.
Según la hija de Hermann, Trude Feigel, las dos hijas heredaron la casa a la
muerte de Libussa y en su momento Emilie vendió su parte (ella pone en
cuestión que la casa fuera comprada por Otto). No sabe qué hizo Melanie con la
suya; la señora Feigel confirma que se habría obtenido un ingreso muy pequeño
por la casa, pues los alquileres estaban controlados.
Desde el momento en que se mudó a Krappitz, Libussa se hizo cargo de la
organización de la casa, llenando el vacío creado por la creciente irritabilidad,
la postración depresiva y la melancolía de Melanie. Se sentía incitada a pasar
mucho tiempo fuera de la casa en lugares tranquilos y sosegados, visitando
amigos y parientes, y su ansiedad afectaba incluso a Libussa. “No es
sorprendente que me haya hundido así escribe Libussa a su hija en febrero de
1908, mientras Melanie estaba en Budapest en viaje de visita, ‘‘cuando
presencio tu intenso sufrimiento y no puedo ayudarte”. Las fotografías tomadas
a Klein durante este periodo muestran la paralizante depresión en la que había
caído. En su Autobiografía, describe a Arthur como “difícil”. Casi no hay
durante este período carta de Libussa en la que no se haga referencia a los
“nervios”, los insomnios y las molestias digestivas de Arthur. A menudo estaba
demasiado cansado, demasiado exhausto, o demasiado miserable para
escribirle a su mujer, y Libussa transmitía los mensajes del uno al otro. Pero
Libussa deseaba ocupar un lugar especial en la vida de su hija por lo que
propuso un curioso procedimiento indirecto para que Melanie pudiera
comunicarse con ella de modo tal que Arthur no leyese la carta: sencillamente
dirigiéndola a Frau Melanie Klein.
Durante los dos años y medio que vivieron en Krappitz, Melanie
parece haber pasado casi tanto tiempo fuera de su casa como en ella. En
1908, cuando Hans no tenía aún un año, visitó Rosenberg y Budapest desde
finales de enero hasta mediados de abril, y pasó una semana en Abazzia. En
Rosenberg su suegra le aplicó paños calientes, como había hecho con
Arthur en el pasado. “Creo que su madre y yo somos todavía los mejores
médicos”, decía Libussa con satisfacción a su hija. Klara Vágó, hermana de
Gyula —el marido de Jolan—, acompañó a Melanie en su visita a Abazzia.
Esta es la primera muestra de que Klara, una mujer divorciada, algo mayor que

* Posiblemente Otto tuvo que ver con la factura de la prótesis de Freud. Freud escribió en
1938 una recomendación para Otto que le permitió a éste mudarse a Londres.
[64] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
Melanie, se había convenido en su amiga íntima. Libussa parece haber tenis do
sentimientos encontrados por el cambio en los acontecimientos al llegarle las
noticias previas a la partida: "Respecto de Klara, te agradará, sin duda, tener
una compañera de viaje. Pero no consideraría oportuno para ti compartir la
habitación con ella en Abazzia. Creo que puedes decirle que no es con-
veniente para tus nervios, que necesitas completa tranquilidad, y que no debes
hallarte bajo el apremio de obrar de acuerdo con alguien”. En los baños
termales Melanie se sometió a un tratamiento de ácido carbónico y de otros
remedios habituales para los nervios.
Durante esas ausencias Libussa abrumó a Melanie con cartas que narra-
ban su irreprochable forma de administrar las tareas domésticas y consejos
sobre los más nimios detalles de su vida, como si estuviera intentando reforzar
la dependencia de su neurasténica hija, aun en la distancia. Se le indicaba a
Melanie qué ropa debía usar, a quién debía ver, cuánto tiempo debía
permanecer en un lugar. Por la mañana tenía que usar vestidos livianos para no
sentirse incómoda e indiscutiblemente no tenía que tocar el piano o frecuentar
compañías que la excitasen. Cada uno de los consejos de su madre le ofrecía a
Melanie una reforzada autoconcepción de semiinválida permanente.
Lamentablemente se ha perdido la correspondencia de Melanie durante
este período, pero de las respuestas de su madre se hace evidente que se sentía
preocupada y culpable por el bienestar de sus hijos. Su ansiedad debe de
haberse incrementado al saber que Hans a menudo se dirigía a la puerta y
gritaba: "¡Mamá, mamá!”. Ella estaba ausente cuando le brotaron los dientes y
también en su primer cumpleaños. Y cuál pudo haber sido la reacción maternal
de Melanie al leer que su hijita decía: “¿Qué dirá mamá cuando sepa que estoy
tan bien?”. “¿Por qué te torturas tanto por los niños?”, le preguntaba Libussa.
“¿Por qué haces de cada minuto de tu vida una aflicción, y te privas de toda
alegría a causa de ellos? ¡Puedes estar completamente tranquila! Los niños no
pueden estar más saludables ni tener mejor aspecto que ahora.” En otras
palabras: ellos estaban mucho mejor sin su madre.
Para consolidar su objetivo, Libussa regaña a su hija porque sus propios
males físicos se deben a la preocupación por el estado de Melanie. ¿Y por qué
tendría que estarle Melanie tan agradecida? Después de todo, ella está haciendo
lo que cualquier madre decente haría.
¿Qué es toda esa ridiculez con mi gran amor maternal y mi sacrificio? ¿Piensas
que podría haber actuado de otro modo que como lo hago?... Debes concentrarte en una
sola cosa: que quieres volver a casa como una persona perfectamente sana y fuerte.
¡Que la nostalgia y el anhelo de ver a los niños no te impidan ser dueña de ti! Sabes que
Arthur, tus hijos y tu casa están en buenas manos, de manera que, en lo que respecta a
eso, puedes estar tranquila. Y para cuando regreses —sana, recuperada y fuerte—, Arthur
se habrá restablecido completamente; así lo espero confiadamente. ¡Y piensa sólo en la
nueva vida que tienes por delante! ¿Qué más podría pedirse de la vida? ¿No tienes todo
MATRIMONIO [65]
aquello por lo que la mayoría de la gente nene que pelear y batallar, y por lo que te
envidian?
Libussa parece haber tenido dominado también a Arthur, aunque de vez en
cuando él ofrecía hosca resistencia. El 2 de febrero de 1908 Libussa le dio una buena
lección, de la que informa puntualmente a Melanie, que se encuentra en Budapest:
Le dije: ‘‘Espero que no se le haya ocurrido hacer que Melanie regrese de Budapest a
Viena. ¡Lo hiciste cuando ella estaba en Berlín, la hiciste regresar entonces! Debieras estar
satisfecho con que ella se sienta mejor ahora y no tenga que ir a un sanatorio. Es mejor para
ti que ella regrese completamente curada y con buen estado de ánimo. Entonces también tú
perderás tu nerviosismo. ¿Qué ventaja tendría para ti que ella regresase y llorase y estuviese
enferma otra vez?”... Lo ha reflexionado: permanecerás en Budapest el tiempo que desees.
Dice que además debe asistir a muchas conferencias en Viena y estará muy ocupado. Ves,
pues, que Arthur me ha pedido que te escriba para decirte que puedes permanecer en
Budapest el tiempo que quieras. Y yo agregaría: ¡tu deber es permanecer allí por ti y también
por los niños y por Arthur! Porque yo realmente necesito mucho que vosotros dos estéis
bien. Por tanto, ce lo repito una vez más: ¡quédate, quédate, quédale, y ponte bien!
Libussa quería retirar a Melanie del camino. Intentaba crear situaciones
en las que marido y mujer se vieran lo menos posible. Es muy claro que lo que,
según sus informes, han dicho Arthur o el médico, son palabras que ella pone
en sus bocas. El detalle de que de cualquier modo Arthur estaría demasiado
ocupado en Viena para disponer de tiempo para Melanie, es un toque diabólico.
Le irritaba pensar que Arthur hiciera planes privados con su mujer y sutilmente
lo disuade de escribir a Melanie. Esta constantemente se lamenta de no saber de
él más a menudo.
En su devoradora necesidad de actuar como madre (¿de asfixiar?)*
respecto de su hija, Libussa perdió de vista —o era demasiado poco
inteligente para comprenderlo— lo que realmente se proponía. Consideraba
que era imperativo para Melanie permanecer durante el máximo tiempo
posible en Abbazia. Si Melanie y Arthur se reunían antes de su partida, se
interferirían sus planes de mandar a su hija rápidamente a tomar aires marinos.
Arthur debía esperar a encontrarse con ella en Abbazia. Probablemente los
motivos de Libussa eran mixtos: inadvertidamente pudo temer que Melanie
contrajese la tuberculosis, pero por otra parte pudo no haber tolerado que su
hija tuviese placeres que a ella le estaban negados. Por lo que respecta a los
costes de una larga estancia en Abbazia, el dinero no suponía dificultad.
Después de haberse atormentado por su propio dinero y de haberlo escati-

* La autora recurre aquí a un juego de palabras intraducible entre mother (“madre”) y


smother (“sofocar”). [T.]
[66] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
mado durante años, se mostraba sumamente generosa en cuanto al modo como
Arthur debía gastar el suyo:
Esta mañana me dirigí a Arthur, que estaba en su dormitorio, y le pregunté si cum-
pliría con tu deseo de ir a Rosenberg. Dijo que esta semana era imposible para él y que,
además, se senda cansado. Estuve de acuerdo con él, y le propuse mi proyecto para Abbazia.
Primero se regocijó mucho. Después dijo que le sería imposible, porque en ese caso no
tendría vacaciones de verano. Le dije: “Sólo necesitas solicitar ocho días de tus vacaciones
de verano. Tú y Melanie tendréis entonces únicamente tres semanas para vuestro viaje a las
montañas de Harz. Pero para entonces ambos habréis recuperado vuestra fuerza. ¿Qué hace
uno si enferma de gripe y tiene que permanecer en cama dos semanas? Bien, tú sabes cómo
es Arthur cuando uno le habla insistentemente durante un rato: “No se puede! ¡Déjame en
paz! ¡Déjame en paz!". Manifiestamente yo estaba en mejor posición que él, puesto que el
yacía en la cama y no podía escapar. ¡Yo ya he iniciado esta cuestión! El, por cierto, lo va a
pensar, ¡y el resto tienes que hacerlo tú! Creo que será la mejor solución. Vuestra separación
no será tan prolongada y ambos os restableceréis. Entonces podrás, al regresar de tu viaje,
quedarte en Budapest tanto tiempo como quieras, diviértete, sal de compras, y acaso
consigas tu conjunto de tafetán. También puedes quedarte tres o cuatro días en Viena. Puedes
hacer todo eso disponiendo de tiempo y cómodamente, y no necesitas precipitar el viaje.
Puesto que habéis estado juntos diez días, una separación de diez días no te parecerá tan
dura. Creo que mi plan te va a gustar.
Sin embargo, Arthur no estaba tan dispuesto a realizar sus planes como
ella suponía: se mostró muy ofendida dos días después, cuando él le dijo que
tenía un concepto completamente erróneo de cómo era en realidad Abbazia, y
que el largo viaje en tren sería muy fatigoso para su mujer (¡y para él!). En su
opinión, lo que Melanie necesitaba era la distracción que podía ofrecerle una
gran ciudad donde además, él pudiera visitarla más fácilmente. Libussa alzó sus
manos en un gesto de indignada autojustificación:
Lo escuché hasta que hubo terminado. ¡Estoy completamente confundida con
su cambio de opinión! Entonces dije: “Está bien: si tú te haces responsable, nada
puedo hacer al respecto”. Sin embargo, me doy cuenta de que los hombres sólo
piensan en sí mismos. Quise decirle: “¡Tú sólo te quieres a ti mismo!”, pero dado que
una separación de seis o siete semanas seria intolerable para él, y que él cree que ha
hecho el más grande sacrificio proponiendo una separación de cuatro semanas,
guardé silencio. Por supuesto, él estaba fuera de sí por mis palabras, pero no pude
evitarlo.
Sin decírselo a Libussa, Arthur hizo entonces planes para que su esposa
se reuniera con él en Breslau antes de que ella continuara su viaje hacia
Abbazia Al enterarse de ello, el 4 de abril, Libussa se salió de sus casillas:
Guardé mi compostura y respondí (aunque por dentro estaba hirviendo): “Este viaje
será tan perjudicial para ti como para Melanie. Si ella te ve así, con este aspecto tan mise-
rable, puede atemorizarse y sufrir una recaída. Y para ti sería mejor que regresaras a la
MATRIMONIO [67]

cama y descansaras". “No te hagas la sabihonda", fue su respuesta, y me callé. Bien: ¿qué
hubiera sacado de seguir hablando? Pero debo decirte, querida hija, que no te atrevas a
interrumpir tu cura y a regresar a casa como habitualmente ha ocurrido hasta ahora cuando se
entreveía el fin y él perdía la paciencia. ¡Todo tu tratamiento, todo ese dinero se habrá
desperdiciado! Y por el resto de tu vida seguirás desdichada y enferma. Y debes sanar, por ti
y por él.
Al cabo de una semana había aceptado la situación hasta el punto de lograr
algún consuelo: ‘Ten la amabilidad de entregar a Arthur tu cuello de zorro para
que lo traiga de vuelta. Tú puedes pasar sin él una semana y yo en Rosenberg lo
necesito, pues mi abrigo de zorro está muy gastado”. Aparentemente los
jóvenes no se hallaban sin ella en una situación tan desesperadamente penosa
que le resultara imposible marcharse a Rosenberg durante unos días por su
cuenta. Esto parece haber sido un acto de represalia de parte de ella por su
desafío a los padres.
Le pregunté a Meta si quería ir conmigo a Rosenberg, pero no obtuve respuesta aparte
de un marcado rubor. Cuando insistió en su negativa a darme una respuesta, le dije: “Pero
seguramente querrás venir si papá viene, ¿no?’*; y entonces ella replicó: “¡Pero mamá y mi
hermanito también tienen que venir!". Ves, pues, que conmigo no iría en modo alguno.

Este es sólo uno de los muchos indicios de que a Melitta quizá no le


agradase su abuela y sintiese desconfianza hacia ella, y Libussa aparentemente
no ocultaba su preferencia por Hans. Por otra parte, se le repetía
machaconamente a Melitta que su madre era una impedida emocional, tan
enferma que tenía que abandonarla permanentemente. La aturdida niña acu-
mulaba resentimientos que ulteriormente tendrían en su vida trágicas conse-
cuencias.
Libussa cerraba los ojos ante la posibilidad de que esas separaciones
estuvieran debilitando el matrimonio. Todo tenía que ajustarse a su concepción
de una situación familiar libre de conflictos. Cuando ya era anciana, Melanie
Klein le contó a Hanna Segal que Arthur le había sido infiel desde el primer año
de matrimonio. ¿No se le ocurrió que su madre había impedido que el
matrimonio evolucionara hasta convertirse en una relación madura? Es posible,
incluso, que Libussa, caracterizada por su envidia y malicia, hubiera hecho
surgir por venganza esa idea en el espíritu de su hija ya que Arthur se mostraba
cada vez más molesto por sus intromisiones. Sea como fuere, Arthur tenía que
hacer frecuentes viajes de negocios y contó con muchísimas oportunidades para
mantener amores ilícitos si estaba inclinado a ello, y bien podía estarlo,
teniendo en cuenta que su mujer permanecía separada de él en ocasiones
durante meses y encontraba el sexo desagradable incluso en las mejores épocas.
Es dudoso que lleguemos a saber alguna vez la verdad sobre el matrimonio.
[68] 1882-1920: D E V IENA A B UDAPEST

Sólo se ha conservado una carta de Arthur, escrita ames de que él par-


tiera para encontrarse con Melanie en Abbazia —puesto que» por supuesto,
Libussa tomó finalmente su propio camino—: la carta se escribió en la
primavera de 1908 en un café de Viena, y se refiere fundamentalmente a los
planes de Arthur para la semana que precedería al encuentro de ambos. Las
expresiones de afecto parecen convencionales y ya empleadas con anterioridad.
Mientras declara una preocupación sólo superficial por la salud de su mujer, se
queja mucho de sus propias dolencias:
No tengo nada nuevo que contarle, querida. Sólo deseo comentarte mi estado y que
estoy seguro de que el dolor radica en una neuralgia. El dolor cede por producirse cada vez
menos espasmódicamente. Espero que el viaje me haga bien, el cambio me renueva. Mi
amor, siento mucho afecto por ti, querida, te ruego que te cuides mucho.
Después de algunos otros detalles, concluye:
Y ahora, querida, buenas noches, duerme bien, se muy considerada contigo
misma, a quien tanto quiero: también conmigo, a quien tú también quieres un poco.
Recibe un tierno beso
de quien te considera única.
Cuando Melanie regresó de Abbazia, se encontró con que Melitta había
estado enferma un tiempo, noticia que su madre había omitido comunicarle.
Melanie se llevó entonces a Melitta a Rosenberg en un intento de devolverle la
salud. Durante su ausencia Libussa se había convertido en el ama de casa in
loco uxoris. Fue la anfitriona en un almuerzo de cuyo éxito le informaba con
placer a su hija. ¿Pero no se lo había contado "seguramente” Arthur? Los
huéspedes se mostraron sorprendidos de que ella fuera capaz de preparar una
comida tan elaborada contando con tan poco tiempo: prueba de las habilidades
domésticas que había descuidado enseñarle a su hija.* Con el orgullo de una
esposa contaba que el gerente general de la cadena de fábricas de papel había
elogiado a Arthur por haber transformado la arruinada fábrica de Krappitz en
un próspero comercio. “Cuando se fue, G. (el gerente) dijo a Arthur que le
costaba dejar un lugar en el que lo había pasado tan bien.”
Entre tanto, Libussa prescribía por correo la dieta diaria de Melitta. En
primer lugar, hay indicaciones de que su cuidado no había sido tan perfecto
como ella alardeaba. “Dale alimento nutritivo para que la pobre niña recupere
las fuerzas. Si le hubiéramos aplicado este tratamiento sistemáticamente, su
enfermedad no habría durado tanto tiempo, y no se habría ido cuesta abajo
como está”.

* Libussa describe el “sencillo almuerzo” que preparó, consistente en “fricando con


pastel de carne, menudillos con alcachofas, zanahorias pequeñas, habas, arroz, ensalada de
pepinos, tres tipos distintos de compota y pastel de manzana”.
MATRIMONIO [69]

A pesar de manifestar no querer estropear un solo minuto de la visita de


hija, Libussa, a los cuatro días de la llegada de Melanie a Rosenberg, le lanzó
una histérica efusión de odio contra Emilie. Pareciera que Leo, a quién hasta
entonces la familia consideraba el ideal de humanidad, había usado a su mujer,
de hundir a la familia en la ruina económica con sus noches. Peor aún: Emilie
mantenía un amorío adúltero con un joven al que había conocido en sus
ocasionales visitas a la hermanastra de Arthur, Iren Kurtz, y a su marido.
(También los Kurtz, según Leo, estaban al borde del desastre debido a los
derroches de Tren.) Olvidándose de la consideración que en verano 1904 Iren
había tenido con ella, Libussa aceptó mediatamente la versión que Leo daba de
los hechos sin darle a su hija siquiera la posibilidad de defenderse. Emilie adujo
que no podía tolerar convertirse en el objeto del odio de Libussa y de Melanie,
pero Libussa fue inflexible. ¿Cómo se había atrevido Emilie a crear una
situación que perturbaba la tranquila estructura familiar que ella diligentemente
había establecido? Libussa dio entonces a su hija menor instrucciones sobre la
carta que debía escribir a Emilie: Melanie debía instarla a que rompiera su
amistad con una mujer que la alentaba en sus derroches y la llevaba a “la mina
moral y económica”. Libussa le aconsejaba a Melanie que citase palabras de
una carta que se superna que había recibido de ella, de Libussa: “¿Es posible
que se establezcan la paz y la tranquilidad en un matrimonio en el que hay
tantas acusaciones, tanta indiferencia y tanto odio, y tan poco respeto mutuo?”.
Debía subrayar que mamá no tenía intenciones de volver a pisar la casa de
Emilie hasta haberse asegurado de que Emilie había hecho un verdadero
esfuerzo por mejorar sus hábitos. Libussa llegó inclusive al extremo de dictar a
su hija las palabras exactas que debía escribir: “Desdichadamente no puedo
sino estar de acuerdo con mamá, porque comparto su manera de ver. Y tú sabes
que siempre he sido una persona recta y jamás he conocido mentiras y
dobleces. Nuestros caminos pueden separarse para siempre: la vida y la paz de
mi madre son, después de mi marido y de mis hijos, lo más importante del
mundo para mí. No quiero que esté expuesta a tales excitaciones y, por
consiguiente, no puedo alentarla a que te escriba”.
Libussa volvía entonces tranquilamente a los hechos básicos de la vida
doméstica en la que se sentía más cómoda. “No hay nada nuevo aquí. Acabo de
cocer los huevos en la olla. Puedes traer jugo de frambuesa, ciruelas y otras
frutas, pues aquí no tenemos nada para hacer compota.” A su modo de ver, ella
no debía experimentar otro sentimiento que la vanagloria de su propia rectitud,
como lo indica la afirmación que añade inmediatamente después de las líneas
antes citadas: “Se me ha ocurrido hace un momento que a todos ha de llegarles
su castigo. Me estoy volviendo otra vez religiosa”.
Completamente dominada por su madre como estaba, es probable que
Melanie hubiera escrito a su hermana una carta semejante. En una de finales de
agosto de 1908 Libussa decía:
[70] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
El que tenga listas esas cartas para Viena —después de aquel intercambio que
sabes—, lo debo sólo a tu ayuda. Quiera Dios que todo cambie para mejor —incluso el
negocio—, para librarme finalmente de tan grandes preocupaciones. Tengo mucha
curiosidad por ver cómo estarás a tu regreso: si te encontrarás tranquila, y no tensa y
nerviosa, y si los chicos tendrán buen aspecto. Arthur está de buen ánimo. El tiempo que
pasó en la Engandine* ha hecho maravillas en él.
Dados los hechos posteriores, Melanie Klein debe de haberse sentido pro-
fundamente desasosegada —aun cuando en ese momento creía en la historia de
su madre— por haberse dejado manejar y haber condenado a su hermana.
A finales de septiembre una Libussa moralmente superior condescendió a
visitar la desdichada casa de Viena. Describe el tráfago de la vida de Emilie y
concluye con presunción: “En principio, no la ayudaré; me digo: ‘Bien, déjala
fatigarse™. Es sorprendente el contraste entre su indiferencia por una de sus
hijas y su indulgente preocupación respecto de la que era su favorita. Ni
siquiera los mezquinos detalles de la vida que llevaban aleñaron a que Libussa
considerase la posibilidad de haberse equivocado en la interpretación de los
hechos. Leo se mantenía apartado y taciturno; Emilie economizaba hasta el
punto de pasar estrecheces.
Finalmente, a comienzos de octubre, Libussa le informa a Melanie que
ella y Emilie han mantenido una conversación en la que empezaron a emerger
las verdaderas circunstancias de la relación: Leo ignoraba enteramente a su
mujer y pasaba sus ratos libres leyendo, rehusando a menudo responder a sus
observaciones. Después del ajetreo de la semana, todo lo que Emilie deseaba
los domingos era descansar y cambiar de vida; visitaba entonces a sus amigas
casadas. Pero, sin asimilar aparentemente las implicaciones de lo que Emilie le
había contado, volvía a cuestiones que ella sin duda consideraba de gran
interés: “Anteayer fui con tu abrigo al pueblo. En esta temporada se llevan los
abrigos suaves y largos, hechos con un solo tipo de piel”.
En lo que atañe a Melanie, se hundía más que nunca en sus depresiones,
en especial cuando su madre estaba de visita. En mayo de 1909 sus accesos de
llanto y desesperación alcanzaron un punto tal que debió marchar a un
sanatorio de Chur, en Suiza, durante dos meses y medio, a fin de cambiar de
atmósfera y lograr una completa tranquilidad. Nuevamente a cargo de la
situación, Libussa señala que para Arthur el estado de cosas es “intolerable”
hasta que logre reunirse con Melanie durante sus vacaciones de julio. Es sig-
nificativo, no obstante, que todas las noticias de los sentimientos y las acti-
vidades de Arthur le fueran transmitidas a Melanie a través de Libussa, no
directamente por el propio Arthur.
Desde Chur, Melanie informa que su apetito ha mejorado y que está
comiendo bien. En junio se traslada a Saint Moritz; su madre se pone muy

* Aparentemente se fue de vacaciones (o a una “cura”) solo mientras Melanie


estaba en Rosenberg con los niños.
MATRIMONIO [71]

nerviosa por el dramático deterioro de su estado. Melanie tenía una afección en


la vejiga y quería que fuese una médica quien la revisase. El 6 de junio de 1909
Libussa le escribe una carta que arroja cierta luz sobre la situación:
¿Qué es lo que hace que estés otra vez tan abatida y nerviosa? ¿Es el tiempo?... ¿O tu
vejiga? ¿O más bien tu temor a estar otra vez embarazada?... ¡No debes desanimarte
¡Recuerda tu estado anímico cuando estabas embarazada de Hans, lo que ocurrió antes y lo
que pasaste, y que maravilloso niño es ahora! Todo lo que se refiere a Arthur ha mejorado
actualmente, así que serás la esposa y madre más feliz cuando tus nervios curados. Uno debe
soportar todas estas molestias de la vida sin turbarse. Debemos verlas como la oscuridad sin
la cual no podría haber luz. ¡Mira cómo ha cambiado Arthur! Yo misma no lo creería si no lo
viera con mis propios ojos. Siempre supe que su amor por ti no tiene límites y que
únicamente piensa en ti. Pero es la naturaleza misma ¿el amor lo que le conviene en un
hombre diferente; en otras palabras: lo que lo hace cambiar completamente y le convierte en
lo que tú siempre has anhelado... El descanso y el sosiego verdaderos llegan sólo si uno
puede vivir sin estímulo alguno, incluso sin estímulos placenteros, en completa soledad, y
pasa el día igual... aunque aburrido. El vivir con otras personas, incluso con las más cercanas
y queridas, como el marido, los niños y la madre, siempre acarrea cierto nerviosismo. El
doctor Lear dice risueñamente: “Si puedo opinar al respecto, diré que el doctor Klein vaya a
cualquier parte, menos adonde esté su mujer. La mejor cura para los nervios afectados son
algunas semanas de soledad*. No obstante, me sorprendería mucho si realmente estuvieses
embarazada sin haber enfermado aún. Creo recordar que desde el comienzo mismo lo
pasaste muy mal con Melitta y con Hans. ¿No puede ser que al final sea sólo anemia?
Es evidente que Melanie temía el embarazo; y su madre utiliza ese temor
para separarla al máximo de Arthur. Melanie no puede haber permanecido
completamente ciega a las maquinaciones de Libussa. ¿Su madre iba a
castigarla por medio del pene de Arthur? Al quedar embarazada se destrozarían
sus nervios, Libussa volvería a padecer males estomacales y se intensificaría su
culpa por quitarle a su madre algo que a ella no le pertenecía legítimamente. Es
una estremecedora conclusión que Libussa no quisiera que su hija fuese feliz,
que no quisiera la realización de su hija, que le envidiara las alegrías de las que
ella estuvo privada en su juventud. Alguien recuerda que cuando Melanie era
pequeña su madre le dijo que había sido una sorpresa, esto es, que no se la
esperaba. No es en modo alguno inverosímil que sutilmente estuviese
subrayando que nadie podía amarla: ni su padre, ni su marido ni ninguna otra
persona. Acaso fue la propia Libussa quien le había contado que Emilie era la
favorita de su padre. Libussa había competido duramente con Melanie por
Emanuel. Según Libussa, Arthur florecía cuando ella se marchaba, los hijos
estaban mucho mejor durante su ausencia y su propia madre necesitaba que ella
se marchase para lograr sosiego. Melanie no era objeto de mimos, no era una
hija amada, sino un perrito faldero al que se había enseñado a ponerse de pie y a
echarse pasivamente.
Hacia finales del verano de 1909 Arthur fue trasladado a otro pequeño
[72] 1882-1920: D E V IENA A BUDAPEST
pueblo de Silesia: Hermanetz. No obstante, por entonces las quejas de Melanie
llegaron a ser tan estridentes, que él advirtió que su mujer se convertiría en una
incapacitada si se la confinaba por el resto de su vida a un pequeño pueblecito.
Con sus excelentes antecedentes profesionales, Arthur no tuvo inconveniente
para obtener un traslado a Budapest. En ese momento parece haberse decidido
que Libussa fuera a vivir con ellos permanentemente. En una carta fechada el 3
de noviembre de 1909, un día antes de partir de Viena, Libussa se queja de estar
exhausta tras haber supervisado el traslado de sus pertenencias. Por entonces
Melanie estaba en Rosenberg con sus hijos. En una de las cartas de Libussa se
halla una observación casual que sugiere que también ella aborrecía los pueblos
pequeños, con lo cual pude haber contribuido a la desdichada situación.
No se conservan canas de 1910. Puede que Libussa haya estado con ellos
en Budapest o que simplemente las cartas se hayan perdido; pero es asimismo
posible que Klein las destruyera porque deseaba borrar ese año de su vida. Los
Klein se alojaron en un piso de Svabhegy, un elegante barrio de Budapest, hasta
que hallaron un sitio más apropiado. En el verano de 1910 y en el de 1911
Melanie y Klara partieron de vacaciones a Rügen, un balneario de las costas del
Báltico al norte de Berlín. El 8 de agosto de 1911, entras se renovaba una
vivienda más amplia a la que se mudaban los Klein, Libussa escribió a Melanie,
que se encontraba en Hermanetz con Klara tras haber regresado ambas de
Rügen. Libussa aseguraba a su hija la sabiduría que entrañaba su conducta:
“¿No veo acaso con mis propios ojos que los nervios que provocan los molestos
sirvientes todos los días y a cada hora, y que los destrozan, realmente te
enferman? El resultado habitual de ello es que debes marcharte por varios
meses, o por más tiempo”. El que Melanie tuviera motivos reales para
preocuparse cuando los niños se quedaban con Libussa se refleja en que Hans
sufría de pústulas, sarpullidos y eczema, y que ni siquiera su cariñosa abuela
podía controlarlo cuando se despertaba en él “un irreprimible deseo de rascar,
pellizcar, morder y golpear”.
La convivencia de Libussa y Melanie en la misma casa provocó el
desastre. Dos voluntades fuertes estaban destinadas a enfrentarse; y no es
inconcebible que Klara diera por entonces confianza a Melanie para que se
autovalorarse. Madre e hija estaban constantemente en desacuerdo sobre la
educación de los chicos y la administración de la casa. Melanie censuraba los
suaves modales de su madre con el servicio doméstico. “Ojalá no tuviera que
temer que estarás allí observando y te irritarás terriblemente por cada cosita que
no sea de tu gusto”, observa Libussa en la misma carta. Melanie estaba
comenzando a afirmar su dominio en la casa. Al parecer, en esa época era
Libussa la que padecía el quebrantamiento más serio por lo que se la envió a
Karlsbad para una “cura”. Madre e hija deben de haber intercambiado
correspondencia durante este período; las cartas pueden no haberse conservado
porque Melanie se sentía responsable del colapso de su madre.
MATRIMONIO [73]

Si bien Melanie ocasionalmente contrarrestó la fuerza de su propia


fantasía (phantasy),* nunca pudo aceptar la realidad de su madre. Nunca
advirtió lo que probablemente necesitaba: una analista capaz de interpretar el
temor, el odio y la culpa que experimentaba frente a su madre. Años más tarde,
poco antes de su muerte, dijo a su analizada Clare Winnicott: “Es inútil que
hable de su madre. Ella está muerta y nada puede hacer usted al respecto”. En la
época en que hizo esa observación estaba escribiendo su autobiografía, en la
cual se idealiza a Libussa hasta tomarla irreconocible. ¿Era ésa una defensa de
Melanie contra la desesperación metafísica que experimentó por no encontrar
entonces el modo de justificar a Libussa, muerta mucho ames? Sin embargo, la
última frase de “Amor, culpa y reparación” (1937) dice: "Si, en lo profundo de
nuestro inconsciente, nos hemos vuelto capaces de clarificar hasta cieno punto
nuestro sentimiento de ofensa respecto de nuestros padres, y los hemos
perdonado por las frustraciones que hemos tenido que soportar, entonces
podemos estar en paz con nosotros mismos y ser capaces de amar a otros en el
verdadero sentido de la palabra”.
En 1910 la defensa de Melanie consistía en encontrar un mentor con el que
Libussa no pudiera competir. También había hallado una mujer a la cual confiar
los secretos de su corazón. Klara, diez años mayor que Melanie, era del tipo de
personas que invita a la confidencia, debido a su gran discreción. Era famosa
por su excelente manejo de la casa y de su buen gusto culinario, y la hija de
Jolan, María Fazekas, la recuerda como persona “de disposición
excepcionalmente agradable, de buen humor siempre, inclinada a los chistes y a
la risa”. Era una bella mujer de negros cabellos, grandes ojos y rostro en forma
de corazón. Pudo haber comprendido la obsesión de Melanie por Emanuel,
pues ella y su hermano Gyula eran inusualmente íntimos. Para Melanie ella
representaba también la emancipación, porque realmente se había divorciado.
En una carta dirigida a Melanie del 18 de septiembre de 1911, Libussa
expresaba su alivio porque la salud de Melanie parecía muy mejorada. Le
proponía también que pidiera a Klara que la acompañara de compras para que
le aconsejase acerca de qué adquirir para los niños. Libussa comenzaba a
advenir que ya no era indispensable.

* En la terminología kleiniana "phantasy" designa un proceso inconsciente, mientras


que “fantasy” alude a un ensueño consciente (o preconsciente).
CUATRO
Crisis

U na de las razones más poderosas que Melanie adujo para conven-


cer a Arthur de que debían establecerse en Budapest era que allí
vivían unos encantadores parientes de él: el lío Samu y la tía Riza
(la hermana de su madre); su propia hermana, Jolanthe; el marido de ésta,
Gyula Vágó; su hermana Klara y sus oíros ocho hermanos y hermanas. Jolan
se había casado con Gyula en 1906 y ambos se habían mudado a la capital,
donde Vágó era gerente de una fábrica de sombreros que exportaba feces a
Montenegro. Arthur sabía que a Melanie le hacía mucho bien la estimulante
compañía de Jolan y la serenidad que le contagiaba Klara. Los Vágó, que
formaban un equipo unido, simbolizaban para Melanie la familia ideal con la
que siempre había soñado.
A mediados de agosto de 1911 la familia se trasladó a un próspero
sector de la ciudad conocido como Rozsdamb (“Colina de las Rosas”).
Budapest parecía tener más encanto que la solemne Viena. Había en toda ella
una intensa vida intelectual: cafés, conciertos, teatro, ópera y librerías. Sergei
Diaghilev se había hecho cargo de lo que sería su ballet ruso por primera vez,
fuera de Rusia; y sus bailarines se presentaban en Budapest antes de viajar a
París. Todo ese mundo tenía ante sí Melanio Klein, pero sus problemas
estaban demasiado profundamente arraigados para que se resolvieran
repentinamente a partir de un simple cambio de escenario.
Durante una visita a Viena a comienzos de 1911 Libussa continuó
intentando enredar a Melanie y Arthur en los problemas de sus parientes
vieneses. Hubo, naturalmente, abundantes informes acerca de lo que, en
contraste con el idealizado matrimonio Klein, parecía un caos conyugal. El
error lo había producido parcialmente la propia Libussa, quien había formu-
CRISIS [75]

lado a su nieto Otto preguntas sugerentes: obtuvo de él una versión de las


disputas familiares que ella entretejió con sórdidas implicaciones.
Libussa finalmente reconoció que ella y Melanie habían juzgado mal a
Emilie, cuya vida había sido durante años un silencioso martirio, y a quien las
ocasionales visitas a Iren y a su marido habían proporcionado nada más que una
evasión del áspero Leo. La “loca pasión” de Emilie por su amigo había sido
enteramente platónica. Leo era tan enfermizamente celoso que una vez, tras
haber mirado a Emilie y a Emanuel cuando jugaban con Otto en su cuna,
empezó a alimentar la sospecha de que Emanuel era el padre del niño. No había
permitido que su mujer lo ayudara en sus trabajos de odontólogo, por temor a
que su presencia pudiera suscitar una cuestión amorosa con su asistente. Todos,
salvo Karoline, la hermana de Libussa, habían aceptado la versión que Leo
daba de la historia, especialmente cuando se dejaron embaucar por “su doliente
aspecto y su martirizada expresión”, según lo describía Libussa. A pesar de la
prosperidad del consultorio dental de Leo, los Pick vivían en condiciones de
penuria, cosa que todos atribuían a los derroches, supuestamente desenfrenados
e insensatos, de Emilie, aunque no parecía haber pruebas de sus inexplicables
lujos. En la suposición de que fuera así, se había persuadido a Arthur para que
prestara dinero a Leo. Sin embargo, ahora Libussa se enteraba de que desde
1905 Leo había sido jugador empedernido y que había contraído inmensas
deudas. Dado que ella había vivido gran parte de los nueve años y medio
precedentes en la misma casa, parece increíble que no advirtiese cuál era el
verdadero estado de cosas. La conmoción que había producido el que Emanuel
perdiera todo su dinero en el juego en Montreaux la hizo incapaz, al parecer, de
hacer frente a la situación, hasta que ésta se volvió tan crítica que Leo debió
declararle la verdad al tener que afrontar el pago de alguno de los préstamos
que le habían hecho. También estaba sumamente irritada porque había
compuesto una pieza dramática en la que se representaba la situación de la
familia y aparentemente a ella no le correspondía el papel de heroína. Ella no
hizo caso del clamor de Emilie diciendo que no debieran haberla hecho casar
con ese monstruo; y nunca se le ocurrió a Libussa que ella misma había sido la
instigadora de los problemas de la familia al haber persuadido a Leo, que se
resistía a ello, para hacerse cargo del consultorio dental, cuando la de dentista
era una profesión por la que él no tenía el menor interés.
“Una cosa sí sé”, escribía Libussa a Melanie y a Arthur el 6 de febrero de
1911,
hemos cometido con Emilie una grave injusticia. Aunque, por una parte, la
culpa es de ella, por andar tras los placeres y por su carácter superficial y su
indolencia; por otra parte, ella ha sido víctima de una persona que es malvada
hasta la crueldad. La conducta de él nace de unos celos enfermizos que suelen
convertirse en manifiesta locura. Lo que dice y cuenta son engaños de su mórbi-
da fantasía. No conoce, pues, límites, y no puede distinguir entre lo correcto y lo
[76] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
erróneo, entre la verdad y la calumnia, y con ello tortura a su víctima hasta
matarla y arruinar su reputación, regocijándose sin piedad con sus tormentos, y la razón
de ello es que la ama aún con tanta intensidad como en los primeros años del
matrimonio.
Estarás fuera de ti porque he cambiado mi opinión respecto de Emilie, y
no me creerás, pues hay otros testigos, como Otto, que han hablado en contra de
ella, y también porque ella no quiere renunciar a aquella amistad. ¡Pero todos
esos hechos estuvieron tan enredados! Leo provocó escenas terribles, que
escucharon el niño y la criada. En presencia del niño y de la criada han hablado
de su amante y de divorcio, y él sigue haciéndolo.
¿Por qué adoptó Melanio una actitud de enjuiciamiento tan intransigente
con su hermana a no ser porque la envidiaba por haber alcanzado una vida
emocional plena como la que ella anhelaba para sí, y asimismo —a pesar de
todos sus problemas—, un cierto sosiego? Mis fundamentalmente: conservaba
la envidia de una hermana pequeña y débil. Melanie Klein era la encarnación de
las teorías que ella misma elaboró después: el mundo no constituye una realidad
objetiva, sino que es una fantasmagoría poblada por nuestros propios deseos y
temores.
En 1911 y 1912 se hicieron complicadas reformas en la casa de Viena,
todo lo cual tenía que estar supervisado por Libussa, en cuyas cartas alude,
quejosa, a la contusión y a la fatiga que experimenta. El 29 de mayo de 1912
Libussa escribe desde Viena diciendo que está satisfecha porque Arthur y los
niños están bien, pero “en lo que se refiere a ti, deduzco de lo que dices que
estás muy cansada y consumida. Puedo entenderlo perfectamente, puesto que
estás absorbida por las tareas de la casa y también tienes que dedicar tiempo a
tus invitados. Me preocupo al pensar en el mucho trabajo que aun tendrás
quitando los enseres de invierno y las alfombras, y que debes hacerlo sola, pues
no veo que mi trabajo en la casa de aquí se termine. Y ni siquiera sé cuándo
podré regresar”. ¿Podría quizás Arthur adelantarle dos meses de su asignación,
puesto que el dinero estaba mermando? ¿Y jugaba Melanie aún al tenis?
EL 10 de junio de 1912 Melanie le envió a su madre instrucciones de que
regresara a Budapest —para que atendiera a los niños mientras ella y Klara se
iban de vacaciones a Rügen— en una carta notablemente serena, teniendo en
cuenta que su madre la presenta como neurasténica crónica:

Querida Mamá:
No te enfades conmigo porque no te escribo con más frecuencia, pero real -
mente tengo mucho que hacer. Si bien he simplificado mucho el hacer las com -
pras, hay aún varias cosas que me mantienen ocupada. Con Klara he comprado un
precioso vestido de espumilla y un traje blanco y rojo, ambos ya hechos, todo
muy bonito y barato. Ya he guardado todos los enseres de invierno, salvo las
alfombras. Esta semana tendré que empezar con las alfombras, y también es el
momento de que inicie los preparativos de mi viaje. Hemos decidido partir el 24
CRISIS [77]
y debemos ajustamos a esta fecha, pues hemos tenido que reservar anticipadamente
los billetes para el coche cama. Por tanto, querida mamá, tienes que disponer tus
cosas de acuerdo con eso y estar aquí por lo menos 2 ó 3 días antes de nuestra
partida.
Hemos tenido ya días muy calurosos aquí. He adquirido la costumbre de salir a
pasear con Arthur todas las noches, cosa que me resulta muy agradable. Arthur va a
Braila el 19 o el 20, así que no habrá regresado para cuando yo me vaya.
Iremos directamente a Berlín y desde allí al Mar Báltico. En mi viaje de
regreso, a fines de agosto, deseo detenerme varios días en Rosenberg.
Dentro de poco te enviaré las 300 coronas para Emilie y las 70 para ti que aún
estaban en Budapest.
Todos estamos bien. Melitta concluye la escuela el 15, de manera que aún
podemos hacer algunos paseos con. ellos. En doce días habré terminado mi trata-
miento. Me siento en realidad muy sana y ahora debo mantenerme así, cosa que,
espero, lograré.
Afectuosos besos a todos vosotros.
Tuya,
Melanie
En una carta fechada el 22 de agosto de 1911, escrita inmediatamente
antes de que los Klein se mudaran al amplio apartamento de Budapest,
Libussa expresa su satisfacción porque Melanie y Arthur estén de acuerdo
con ella al menos en que los problemas de salud de Melanie derivan de los
nervios. “Si finalmente has llegado a comprender que lo más importante es
que te cures, todo lo demás tiene una importancia secundaria y tu mal real-
mente puede detenerse... (En Budapest) le pediremos al especialista en
enfermedades nerviosas más competente y de más prestigio que nos visite a
casa, para que podamos discutir todo y pueda examinarte exhaustivamente
(no como ese médico que hacía diez llamadas telefónicas durante cada con-
sulta). Y habrá que ajustarse exactamente a lo que él diga que debe hacerse.'’
La carta de Melanie de 1912 sugiere que ha estado recibiendo tratamiento de
parte de alguien. La carta manifiesta confianza e incluso satisfacción.
Aparentemente el “tratamiento” le estaba haciendo bien; pero el que parezca
estar dirigiendo las actividades de la casa sin experimentar por eso terror
alguno sugiere que en presencia de Libussa volvía a convertirse en una niñita
que dependía enteramente de mamá, estado que la dejaba desmoralizada y
ahogada por la depresión.
Los paseos nocturnos con Arthur apuntan la posibilidad de una relación
amistosa; pero con el regreso de Libussa ambos vuelven a hundirse en neu-
rosis que los aislaban mutuamente, a manos de una mujer aparentemente
indestructible que continuaba yendo y viniendo de una a otra de las dos casas,
las cuales, en su opinión, no podían funcionar si su mano no las gobernaba.
Con el inicio de la guerra en 1914 Libussa permaneció constantemente en la
casa de Budapest de los Klein.
En realidad, la guerra se hizo sentir muy poco en la capital de Hungría,
[78] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
donde el acomodado aun podía obtener todos los artículos de primera nece-
sidad e incluso los de lujo. Cuando, a fines de 1914. Arthur debió incorpo-
rarse al ejército austro-húngaro, la vida continuó en gran medida como antes.
No obstante, en Viena la situación era completamente distinta; allí Emilie
sufrió grandes privaciones desde el reclutamiento de Leo. En su
Autobiografía, Klein parece irritarse al recordar la ansiedad de su madre por
la seguridad de Leo cuando éste estaba estacionado en el fuerte Premsyl.
Libussa tenía razón al preocuparse, pues cuando el fuerte cayó, Leo fue cap.
turado por los rusos y enviado como prisionero de guerra a Siberia, donde
permaneció cuatro años.
Según Hertha Pick, que se casó con el hijo menor de Emilie, Willy
Pick, su suegra solía decir que éste había sido el período más feliz de su vida.
Emilie demostró que era una mujer de grandes recursos siempre que se
hallara libre de Leo y de Libussa. Contrató a un asistente dental para que
atendiera a los pacientes y, en lugar de pagarle dinero por su trabajo, estable-
ció un sistema de trueque de ropa y comestibles, aunque debía conseguir
dinero en efectivo para pagar los servicios. Todas las mujeres de la familia
mostraron sumamente capaces de adaptarse a las circunstancias cuando éstas
lo reclamaban.
La recuperación de Melanie en 1912 fue efímera; 1913 y 1914 fueron
años de increíble tensión. En las navidades de 1914 se enteró de que estaba:
embarazada. Dado el terror que había experimentado en 1909 al sospechar
que lo estaba, difícilmente pudo haber reaccionado con alegría por tener otro
niño cuando ya había pasado los treinta. Y ahora Libussa ya no representaba
la fortaleza protectora con la que siempre podía contar. Erich nació el 1 de
julio de 1914. Naturalmente, Libussa disfrutaba del niño, pero estaba cada
vez más delgada e indiferente. Melanie contrató a un ama de leche “debido a
circunstancias que acaso mencione más adelante”, cosa que no hizo. La mujer
“se portaba mal y aterrorizaba toda la casa”. Su madre le aconsejó que
tolerara la situación sin decir nada ¡y que tuviera al bebé amamantado sólo
durante nueve o diez meses!
A finales de octubre Arthur y Melanie llevaron a Libussa a una clínica
para que la examinaran con rayos X. La sala en la que se la examinó era
sumamente fría. Uno de los asistentes les aseguró que no había signo alguno
de cáncer, pero les sugirió que regresaran algunos meses después para reali-
zar un nuevo examen. Según opinaba Klein posteriormente, la dramática
pérdida de peso de su madre era un signo inequívoco de que, en efecto, tenía
cáncer. Klein nunca olvidó el regreso de la clínica a casa: Libussa y Arthur
caminaban delante, ascendiendo trabajosamente la colina, y ella un poco más
atrás, reprimiendo las lágrimas. Libussa cayó enferma de bronquitis casi
inmediatamente, cosa que ella atribuyó a la baja temperatura de la sala en la
cual la habían reconocido. Pronto cayeron en la cuenta de que se estaba
muriendo y Klein recuerda el tormento de “cierto sentimiento de culpa por
CRISIS [79]
que podría haber hecho más por ella, y sabemos que tales sentimientos
existen. Me arrodillé junto a su cama y le pedí perdón. Me respondió que yo
que tendría que perdonarle a ella por lo menos tanto como ella a mí. Me dijo
entonces: No te aflijas, no te duelas, pero recuérdame con cariño’”. El 6 de
noviembre murió.
No imaginé que pudiera morir con tanta paz, sin ansiedad y lamentación
alguna, sin abusar a nadie, con una actitud amistosa hacia mi hija, aunque realmente
tenía motivos para quejarse. Pero jamás la escuché quejarse de mi hija en los años
anteriores, y cuanto le sobraba del dinero personal que mi marido le daba, se lo
daba a mi hija, que lo necesitaba. En mucho sentidos ella siguió siendo para mí un
ejemplo y recuerdo su tolerancia con la gente...
Esta descripción de los últimos días de su madre que se narra en la
Autobiografía es tan discordante con la autoritaria y prosaica
pequeño-burguesa de la correspondencia, que uno se siente inclinado a
suponer que la conmovedora escena del lecho de muerte era la reparación
imaginada por Klein.
Melanie asistió a su madre durante las dos primeras semanas de su
enfermedad, pero la última semana llamaron a una enfermera. La única queja
de Libussa fue que era demasiado estricta. Al ver cómo apenaba a Melanie su
progresiva debilidad, Libussa le dijo que le gustaría tomar unas gachas y,
escribe Melanie, “como era una excelente cocinera, me indicó cómo debía
preparar el caldo de pollo y se obligó a tomarlo. Estaba muy claro que
intentaba seguir viviendo por mí”.
Al final la consentida de la familia tenía que cuidar a su sobreprotectora
madre y no era capaz de llevar adelante la tarea. Libussa le había asignado el
papel de niña mimada y Melanie debió pagar un terrible precio por ello. Podía
tenerlo todo en la medida en que hiciera exactamente lo que la madre le decía.
Libussa fortaleció su temor infantil al abandono subrayando que sin su madre
no era capaz de vivir, y la muerte de su madre confirmaba ese temor. ¿Se la
castigaba ahora porque su madre se había excedido en sus esfuerzos por
ayudarla? En lugar de plantearse las implicaciones de su aflicción, en su
Autobiografía pasa a formular inmediatamente una malhumorada diatriba
acerca de la innoble muerte de su hermana en contraste con la de la madre de
ambas. Hasta el día de su muerte, Melanie no pudo perdonar a Emilie el haber
sido la preferida de sus padres.
Hasta 1914 la mayor parte de nuestra información sobre Melanie Klein
procede de las cartas de Libussa, escritas por ésta desde Viena o durante el
tiempo en el que se ocupaba de la casa de los Klein mientras su hija estaba de
viaje en sus frecuentes y estériles ausencias en búsqueda de sosiego. Una
colección de alrededor de treinta poemas, varios fragmentos, bocetos en
prosa y cuatro relatos completos documenta el estado afectivo de Klein
durante los seis años que siguieron a la muerte de su madre. Como sólo
[80] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST

algunas de esas piezas literarias están fechadas, no es posible ordenar crono


lógicamente todas ellas. Podemos suponer, sin embargo, que fueron escrita en
los siete años que van de 1913 (la fecha más temprana) al verano de 1920 (la
fecha más tardía). Las composiciones, tanto en verso como en prosa,
variaciones de un único tema: el anhelo de una vida mis rica y más plena en
especial, el anhelo de una gratificación sexual, experimentado por una mujer,
y el conflicto suscitado por esos deseos prohibidos. La poesía atiende a
modelos literarios y la prosa es lenta y prolija. Bruni Schling, el traductor de
Klein, cree, empero, que sus escritos revelan una gran sensibilidad creativa y
que los ecos de muchos poetas que se advierten en ellos son el reflejo de sus
amplias lecturas. De acuerdo con Schling, “a pesar de su carácter confesional,
nunca resultan arduos y jamás suenan a falso. Lo que eleva a los relatos y a
los poemas por encima del nivel de la literatura de revistas femeninas es su
absoluta sinceridad, una honestidad que cala en el alma y genuina expresión
de una mente torturada”.
Schling cree que en la poesía erótica expresionista de Klein hay remi-
niscencias de la de Else Lasker-Schüler (1869-1954), la gran sacerdotisa de la
poesía amorosa en lengua alemana, cuyo primer volumen de poesías, Styx, se
publicó en 1902 en Berlín, donde vivió hasta escaparse a Suiza en 1934
(emigrando en su momento a Israel). Uno de sus grandes admiradores fue
justamente Karl Kraus. No es en modo alguno improbable que al crear sus
poesías Klein se haya ajustado al modelo de Lasker-Schüler.
La correspondencia familiar entre 1901 y 1912 manifiesta la creciente
depresión de Klein, cuyas causas desconcertaban a su obtusa madre y a su
rígido marido, a quien ella una vez intentó abrirle el corazón cuando él la visitó
en Abbazia. Los experimentos literarios de Klein constituyeron sin duda el
cauce de su frustrada oscilación entre el anhelo de una vida más plena y un
esfuerzo constante por ajustarse a la realidad de su existencia. Están escritos
con la técnica consistente en seguir el flujo de la conciencia, de modo no
distinto del de Arthur Schnitzel y James Joyce, quienes escribían por esa misma
época. El deseo de muerte es a menudo tan vigoroso como su sed de vida y
ofrece una liberación de sus sufrimientos. Un apunte no fechado describe el
estado de ánimo de una mujer cuando se despierta en un hospital tras un
coma profundo, implicitando que ha intentado quitarse la vida.*
Experimenta su intensa sexualidad como algo a la vez preciado y prohibido,
y como causa de su sufrimiento: ”... vives por tu deseo y mueres por el
disgusto de su consumación”. La sublimación es una alternativa de la
consumación, según describe en una alegoría titulada “Primavera” (1916).
La primavera se representa como a un compañero alegre e inocente durante
el día; pero durante la noche se convierte en un seductor demoníaco y sen-
sual del que la persona poética huye con el propósito de librarse de sus pro-
-
* El modelo de ello habría sido la primera amante de Emanuel, la cual intentó
quitarse la vida en Milán en 1902.
CRISIS [81]
píos deseos en brazos de la Noche, quien resulta hallarse en connivencia con
la Primavera. “Cuando se abre la puerta de un jardín”, breve narración sin
fecha, alude también a una noche de primavera en la cual una vagabunda se
encuentra con un hombre que la contempla ardientemente; pero, tras apar-
tarse de él con indiferencia, ella es presa de una indefinible tristeza, “como si
algo hermoso que hubiese perdido y reencontrado, se hubiese perdido otra
vez”.
Por los detalles sexuales explícitos en los poemas escritos durante 1914
(y pasados a máquina en 1920),* Schling está convencido de que Klein
conoció el amor fuera del matrimonio en 1913 y en 1914. Uno de ellos,
fechado en 1914, es un ejemplo representativo de las descripciones de una
apasionada relación amorosa:
Estás junto a mí, mi mano se refugia
en la tuya. Mi cuerpo se aprieta estrechamente contra el tuyo.
Mi boca absorbe la tuya.
Somos un ser inescindible.
Es el latido de tu corazón, es el del mío: ¿cuál es el que siento?
Lo que resuena y se agita en mi sangre,
¿no es un eco de tu sangre?
No hay un yo, no hay un tú. Dichosos sean los límites.
Lo mismo que el mundo entero, está hundido en lo profundo
lo que siempre nos ha separado. Y hasta
que el dulce milagro se renueve, y soñando
es devorado también por el fuego... torbellino de deseo,
sueño que somos, hemos sido y seremos... para siempre uno solo.

Otro poema, fechado en marzo de 1914, se refiere a un sueño con su


hermano muerto. Le suplica que esté con ella, pero la aparición se desvanece
y ella queda con una sensación de vacío. Las cuatro narraciones presentan el
desengaño que la protagonista experimenta ante la vida y el matrimonio,
junto a la disyuntiva que forman la agonía de la negativa y la culpa de la
satisfacción. La única narración fechada, “Finale” (1913), está supuestamente
escrita por una mujer que se halla en el lecho de muerte, y se dirige a un
hombre al que confiesa su deseo e implora que pasen juntos una hora por
última vez. El deseo que él le inspira no sólo es sexual: también es el anhelo
de un ser amable y comprensivo que responda a las necesidades de su cora-
zón, a diferencia de su marido, el cual con su insensibilidad mató el incipiente
amor que ella sentía por él.
La narración más extensa, “Señales de vida”, es la historia de una
* El hecho de haberlos mecanografiado cuidadosamente con posterioridad puede indicar
que consideraba la posibilidad de publicarlos.
[82] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
mujer frustrada y dominada por la culpa, que reflexiona sobre su vida durante
una estancia en un balneario de la Riviera, al que ha sido enviada para
restablecerse de una dolencia nerviosa. En una visita de su marido, ella
intenta expresarle sus sentimientos más íntimos, pero él la rechaza; y, procu-
rando esconder el dolor que le causa la falta de comunicación entre ambos
ella decide regresar y asumir el papel de esposa obediente. No obstante, su
sosiego resulta efímero, al resultar truncado cuando su marido contrata a un
joven artista, llamado Georg, para que pinte un retrato de ella. Georg con-
prende sus secretos anhelos y se convierten en amantes. En sus brazos, ella
experimenta cuanto había soñado en sus fantasías. Ahora que comprende que
su marido la ha privado de la vida misma, no se siente culpable, sino que
adopta una actitud de desafío. El retrato concluido es el de una mujer que ha
despertado a la vida.
Sin embargo, para Georg el arte es más importante que cualquier rela-
ción, así que la deja. Ella hubiera estado dispuesta a sacrificar todo en la vida
por él, salvo a su hijo Gerti (que tiene cuatro años, la misma edad que Melitta
cuando en 1908 Melanie estaba en Abbazia). Considera incluso la posibilidad
de suicidarse, pero la vida se hace valer con demasiada fuerza. “Los enérgicos
labios” de Georg, “que en modo alguno son repulsivos”, se parecen
notablemente a los de Emanuel, quien también sacrificó sus relaciones con
los demás en favor de su “arte”, y para quien el idealizado Mediterráneo
suponía una gran fuente de inspiración. Además, la narradora se dirige a su
amante empleando la expresión “querido amigo”, tal como Melanie había
hecho con Emanuel en las últimas cartas que le envió: una forma de
tratamiento que a él le resultó muy irritante.
Hay otra referencia personal. En su Autobiografía, Klein cuenta de un
amigo de su hermano que la ayudó enseñándole geometría, materia que a ella
no le gustaba. “Se enamoró profundamente de mí, y por entonces tuve la
oportunidad de conocer también algunos otros jóvenes; cuando tenía
diecisiete años conocí a quien sería mi novio. En esa época eran en realidad
cuatro los jóvenes que estaban enamorados de mí, todos los cuales sé que se
hubiesen querido casar conmigo.” En el relato la narradora recuerda que
asistió a una representación de Wagner cuando era adolescente. Siente sobre
sí la mirada de uno de sus admiradores, Wilsky, y cuando él se le acerca, ella
se aleja resueltamente de él por sentirse incapaz de “interrumpir ese contacto
incomprensible, terriblemente dulce”. Inmediatamente después su padre
muere, por lo que tiene que apartarse de la vida social. Cuando vuelve a
encontrarse con Wilsky, ella ya se ha prometido para casarse y recuerda el
estremecimiento que le produjo entonces ver el sufrimiento en sus ojos. Se
produce a continuación el episodio de un joven oficial que la observa en el
tranvía. Ella recuerda, también, su primer baile, en el que tuvo un éxito sen-
sacional (Emanuel había hecho una celosa referencia a los oficiales de caba-
llería que se estacionaban en Rosenberg). La narradora tiene un sueño recu-
CRISIS [83]

rrente: es raptada semidesnuda por enmascarados, quienes resultan Wilsky y


el oficial:
Entonces el sueño se tomaba borroso. Y repentinamente aparecía ante
el Zar acusada de llevar a cabo actividades revolucionarias, junto con Wilsky.
Se los acusaba de haber cometido juntos un grave crimen. Y se los
sentenciaba a terribles torturas de las cuales ella se salvaba al despertarse.
La última historia, sin título ni fecha, tiene como tema el de la esposa
infiel vista desde la perspectiva del esposo abandonado. Alfred (= Arthur)
Weber no hizo nada por impedir que su esposa lo abandonara por otro
hombre. Sin embargo, después de tres encuentros casuales, Alfred empieza a
comprender por qué Marianne (= Melanie) huyó. Repentinamente recuerda la
expresión agonizante que ella a menudo le dirigía. Demasiado tarde cae en la
cuenta de que no puede enfrentarse a la vida sin ella y se mata pegándose un tiro.
Un sucinto esbozo de 1916 describe los sentimientos de una mujer
mientras vela el cadáver de su marido. Para su sorpresa, en lugar de aflicción
experimenta un sentimiento de triunfo. La muerte de su marido la ha liberado
de una vida de servidumbre. Un poema titulado “Canto fúnebre”,
evidentemente inspirado en aquel esbozo, pone de manifiesto un odio aun
nías intenso. En un poema sin fecha, una mujer decide abandonar a su marido
por otro hombre. Después de continuas súplicas, regresa para ver a su hijo.
Ella se deja seducir por su marido y al despertar se siente abrumada ante la
destrucción de su futuro: “nunca más tendrá valentía para marcharse, dada la
posibilidad de haber concebido un niño de quien él es el padre”. Uno se
pregunta si Klein hizo algún intento de dejar a Arthur cuando vivían en
Budapest. No habría tenido forma de arreglárselas económicamente, pero sin
duda deseaba acabar con su matrimonio.
En estas efusiones seminoveladas los sentimientos de hostilidad de
Melanie hacia Arthur son indiscutibles y parecen fundirse además con un
odio inconsciente hacia Libussa. Es posible que se descubriera incapaz de
afligirse por la muerte de Libussa y que, en consecuencia, su estado emocio-
nal fuese aún más alarmante. La idealización era una forma de defensa que le
permitía esconder sus verdaderos sentimientos. Es muy curioso que a los
setenta años escribiera: “la relación con mi madre ha sido uno de los grandes
apoyos de mi vida. La quise muchísimo, admiré su belleza, su intelecto, su
profundo deseo de conocer y, sin duda, no sin un poco de la envidia que
siempre existe en las hijas”. No obstante, ello nos parece probablemente
cierto si tenemos en cuenta su ambivalente actitud.
“Alrededor de 1914“, leyó el trabajo acerca de los sueños escrito por
Freud en 1901 (Über den Traum), y advirtió inmediatamente que “eso era
aquello a lo que yo me dirigía, al menos durante los años en los que yo
anhelaba intensamente hallar lo que pudiera satisfacerme intelectual y emo-
[84] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
cionalmeme. Inicié el análisis con Ferenczi, el psicoanalista húngaro más
sobresaliente”. No proporciona indicación alguna acerca de quién le sugirió
la lectura de Freud ni del modo en que entró en contacto con Sándor Ferenczi.
Sólo se conoce una conexión con él: cuando Arthur se trasladó a Budapest,
una de las distintas empresas con las que contactó fue Deutsche
Papierzeitung, publicación comercial de la industria del papel con asiento en
Berlín. Estaba dirigida por uno de los hermanos de Ferenczi a quien Arthur
sucedió en esa función años más tarde.
Por otra parte, no es en modo alguno sorprendente que Melanie tomase
contacto con la obra de Freud en Budapest, pues desde el comienzo hubo un
fervoroso grupo de intelectuales húngaros receptivos al psicoanálisis.
Budapest era la pequeña capital de un pequeño país, y las ideas al derniercri
se discutían en círculos cuyos miembros se veían con suma frecuencia.
Cuando Melanie Klein conoció a Ferenczi, éste había sido durante
algunos años el colaborador más estrecho de Freud y ocupaba una notable
posición en la sociedad de Budapest. Su padre, al igual que el de Melanie,
había emigrado desde Galitzia. En Hungría montó una librería y una
biblioteca. Ferenczi estudió Medicina en Viena (dado que había nacido en
1873, no coincidió con Emanuel en la Escuela de esa especialidad). Se
interesé mucho en las enfermedades nerviosas y, tanto como Freud en los
primeros años de su carrera, se sintió fascinado ante la posibilidad de utilizar
la hipnosis para curar los síntomas de histeria. En 1905 se le reconoció como
especialista en psiquiatría ante la Real Corte de Justicia de Budapest.
Al leer por primera vez La interpretación de los sueños, de Freud,
Ferenczi rechazó la obra, pero una ulterior lectura lo convenció de que supo-
nía un gran avance en la comprensión de las fuerzas psíquicas, y en 1908
escribió a Freud solicitándole una entrevista en Viena.
Freud se sintió cautivado por el espontáneo encanto de Ferenczi y poco
después se refería a él llamándolo “mi querido hijo”. Ferenczi comenzó a
acompañarlo en sus vacaciones anuales, en excursiones por la montaña y en
paseos para recoger setas, manteniendo ambos constantemente discusiones
infinitas que, según reconoce generosamente Freud en su obituario de
Ferenczi, fueron el germen del que surgieron sus trabajos posteriores. Según
Ernest Jones, Freud hubiese querido que Ferenczi se casase con su hija Anna.
Freud admiraba la rapidez y el entusiasmo con que el discípulo captaba sus
conceptos y la tenacidad con que aprovechaba su posición para difundirlos.
En 1908 Ferenczi dio una serie de conferencias sobre psicoanálisis en la
Sociedad Médica de Budapest. Durante una de ellas un colega se puso de pie
y gritó que las ideas de Freud eran pura pornografía y que debiera estar bajo
vigilancia policial.
En 1909 Ferenczi y Cari Jung acompañaron a Freud a los Estados
Unidos, donde Freud dio cursos en la Clark University. Todas las mañanas
Ferenczi acompañaba a Freud a sus paseos haciéndole sugerencias para la
CRISIS [85]

lección del día. No obstante, Ferenczi comenzó a ser considerado por los
demás colaboradores de Freud, especialmente por Ernest Jones, el poder
detrás del trono. En el Segundo Congreso Internacional de Psicoanálisis, que
tuvo lugar en Nürenberg en 1910, Ferenczi propuso que los psicoanalistas se
organizaran en una asociación internacional concentros en Londres, Viena,
Budapest y Berlín, proyecto que él y Freud habían elaborado juntos. El 19
mayo de 1913 fundó la Sociedad Psicoanalítica Húngara. Antes de Sándor
Radó (que entonces tenía sólo veinte años) recuerda haberse nido con
Ferenczi cada dos o tres semanas en tertulias donde se trataba la obra de
Freud. Freud enviaba a Ferenczi los originales de todos sus trabajos antes de
darlos a publicar, así que ser miembro de aquel grupo suponía gozar de un
enorme privilegio. “Ese grupo se reunía casi todos los primeros cristianos a
las catacumbas. En la ciudad nadie sabía que era el psicoanálisis”, recuerda
Radó años más tarde2. Las sesiones de control de Radó, según el mismo las
describe, no pudieron haber sido más casuales, pues se realizaban
habitualmente en un café.
En un principio el grupo estuvo compuesto sólo por los cinco miembros
fundadores: Ferenczi, el presidente; Radó, el secretario; el doctor Stefan
Hollós, Hugo Ignatus, escritor conocido, y Lajos Levy, director de la revista
médica húngara Terapia. Desde el comienzo las reuniones fueron sumamente
informales; las esposas y otros invitados asistían a ellas regularmente. No es
improbable que Melanie Klein asistiera a esas reuniones durante 1914.
(Acaso Ferenczi era “el mejor especialista en enfermedades nerviosas” de
Budapest a quien había comenzado a ver regularmente en 1912.)
Durante el verano de 1913 Jones, por consejo de Freud, permaneció en
Budapest realizando un primer análisis de formación con Ferenczi.* Volvió a
Inglaterra para fundar la Sociedad Psicoanalítica Británica en octubre;, más
tarde Ferenczi fue nombrado miembro honorario de la misma dada su
primacía en esta disciplina. Al regresar Jones a Inglaterra, Ferenczi marchó a
Viena para ser analizado por Freud cuando éste acababa con el análisis del
Hombre de los Lobos. El comienzo de la guerra interrumpió el análisis de
Ferenczi, a quien se llamó a filas como médico de los húsares húngaros,
permaneciendo dos años destacado en Pápá, una pequeña localidad militar
situada a unos ciento cincuenta kilómetros de la capital. El análisis continuó
por correo y Freud lo visitó una vez en Pápá. Ferenczi pudo enviar de vez en
cuando paquetes de cigarrillos y alimentos a la hambrienta familia Freud en
Viena. En Pápá, Ferenczi analizó al comandante de la compañía, que padecía
de neurosis de guerra: el primer análisis a caballo, según le informaba
humorísticamente a Freud. También dedicó su tiempo libre a traducir los
Tres ensayos sobre teoría sexual de Freud, al húngaro. Según Weston La
Barre, Ferenczi analizó a Géza Róheim en 1915 y 1916, lo cual sugiere que

* Es posible que Jones y Klein hayan sido analizados por Ferenczi en la misma época.
[86] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
ocasionalmente visitó Budapest y continuó los análisis esporádicamente
mientras permanecía estacionado en Pápá. En 1916 fue trasladado de regre-
so a Budapest, donde se hizo cargo de una clínica neurológica.
El 28 y el 29 de septiembre de 1918 tuvo lugar el Quinto Congreso
Psicoanalítico en la sede de la Academia Húngara de Ciencias. Todos los
hombres, salvo Freud (acompañado por su hija Anna), vestían uniforme. Este
congreso en tiempo de guerra suscitó gran interés; asistieron a él no sólo
cuarenta y dos psicoanalistas, sino también representantes de los gobiernos
austríaco, alemán y húngaro. Ferenczi, Karl Abraham y Ernst Simmel habían
realizado notables trabajos sobre la neurosis de guerra por lo que las
autoridades estaban interesadas en la creación de clínicas para veteranos. Era
un acontecimiento extrañamente festivo, si se considera la fase a la que la
guerra había llegado, lo cual muestra la posición aislada de Budapest, ciudad
que Freud definió en cierta ocasión como centro del movimiento
psicoanalítico. Los encuentros plenarios tuvieron lugar en un hotel nuevo, el
Gellert-furudo; los participantes quedaron abrumados ante las muestras de
hospitalidad y se puso a su disposición un vapor para navegar por el Danubio.
La primera vez. que Melanie Klein vio personalmente a Freud fue cuando
éste presentó “Lines of Advance in Psychoanalytic Therapy” (fue también
ésta la única ocasión, que se sepa, en que leyó una comunicación escrita en
lugar de exponerla improvisadamente). “Recuerdo nítidamente”, recuerda
ella, “cuán impresionada estaba yo y cómo esa impresión fortaleció mi deseo
de consagrarme al psicoanálisis.” ■
Ferenczi fue elegido presidente de la Sociedad Psicoanalítica
Internacional y, al mes siguiente, los estudiantes pidieron al rector de la
Universidad que lo invitara a dar un curso de psicoanálisis. Vilma Kóvacs,
madre de Alice Kóvacs, quien más tarde se casaría con Michael Balint, donó
la planta baja de una casa para que en ella se instalaran las oficinas centrales
de un instituto. La mayoría de los primeros analistas húngaros se reunieron en
una guarida psicoanalítica situada en una colina de Budapest llamada
“Naphagy” (“montaña del sol"), mientras sus colegas ingleses lo harían en
otra de Hampstead. Anton von Freund, cervecero y acaudalado benefactor,
apoyó a la nueva sociedad estableciendo una sólida editorial en la que se
publicaron las obras de Freud. La prematura muerte de von Freund en 1920
fue para Freud un penoso golpe.
Melanie Klein fue miembro de la Sociedad de Budapest durante el
breve período de esplendor. El hecho de que se permitiera a su hija Melitta, de
quince años, asistir a las reuniones muestra la permisiva atmósfera que
dominaba en aquella sociedad. Es dudoso que Arthur Klein estuviera
presente alguna vez en las reuniones; desde el comienzo mantuvo una actitud
crítica respecto del psicoanálisis. Al regresar a Budapest en 1916 como
inválido de guerra, herido en una pierna, se dispuso su ingreso en una
residencia. Klein había saboreado la libertad durante un año y medio y ya no
podía mantener la fachada del matrimonio.
CRISIS [87]

En las reuniones Ferenczi se comportaba como un patriarca y quería


introducir a todos en la discusión. A diferencia de lo que Klein acostumbró a
hacer con su vida posteriormente, no había una frontera estricta entre la vida
pública y la vida privada de Ferenczi, y todos sabían de su prolongado tanteo
a una mujer casada. En lo que respecta al análisis de Klein con Ferenczi, ella
misma dice:
En esa época la técnica era muy distinta de lo que es ahora y no se incorporaba el
análisis de la transferencia negativa. Yo tenía una transferencia positiva muy fuerte y
notaba que no se debían desestimar sus efectos, si bien, como sabemos, nunca pude
efectuar todo el trabajo.
Inicialmente Klein ingresó en el análisis debido a una depresión aguda,
gravada por la muerte de su madre. De acuerdo con Michael Balint, Ferenczi
fue “esencialmente un niño durante toda su vida", y “todo niño lo aceptaba
como un igual, de forma enteramente natural, y lo mismo ocurría con
aquellos desdichados niños, sus pacientes”.3 Ferenczi llegó paulatinamente a
la convicción de que si un paciente experimentaba ansiedad persecutoria, era
debido a que en una época temprana había carecido de amor. Más tarde acusó
a Freud de descuidar la transferencia negativa en su propio análisis y en un
trabajo de 1919* atiende a los peligros de la transferencia positiva. Quienes
fueron analizados por Ferenczi —como Sándor Lorand— han atestiguado su
permanente vigilancia del paciente: “su conocimiento al respecto de los
movimientos corporales, las posiciones, los gestos, las modulaciones de la
voz, entre otros”.4 Trataba a sus pacientes con amabilidad y afecto, como a un
niño impedido que anhelase recibir atenciones. Ferenczi fue el primer
analista que observó y comentó la tendencia de un analizando a quedarse
dormido durante la sesión o a sentir mareos tras concluirla. Klein deseaba sin
duda una atención tan penetrante después de los muchos años en que no contó
con nadie a quien abrir su corazón y, al mismo tiempo, proporcionaba a
Ferenczi valioso material. Ferenczi se esforzó por reproducir en la situación
analítica el trauma originario, para así crear idéntica tensión. No obstante, en
el caso de Klein, parece no haber sido capaz de recibir su transferencia
positiva. Pareciera que sus resistencias eran tan fuertes que él no pudo
penetrar en sus inflexibles defensas.
Freud advertía a Ferenczi de los peligros de abrazar y besar a los
pacientes. En el congreso de 1918 Freud llamó la atención sobre ese tipo de
analista que “debido, acaso, a la entereza de su corazón y de su disposición a
ayudar, extiende al paciente todo lo que un ser humano puede esperar recibir
de otro”.

* “Dificultades técnicas en el análisis de un caso de histeria”.


[88] 1882 -1920 : DE VIENA A BUDAPEST

Uno de sus objetivos es el de hacer que para el paciente todo resulte lo más
grato posible, que pueda sentirse bien y esté dispuesto de buen grado a refugiarse
nuevamente de las desdichas de la vida. Al proceder así, estos analistas no intentan
darle al paciente más fuerzas para enfrentar la5 vida y elevar su capacidad para llevar
a cabo las tareas deben desempeñar en ella.
Freud se refería explícitamente a los jungianos, pero parece probable
que expresase ya su inquietud ame la técnica “activa” de Ferenczi. En sus
primeras épocas Freud se relacionaba con sus pacientes; pero con el paso de
los años, desarrolló una concepción más austera de la relación entre el
paciente y el analista (con algunas excepciones, como su relación con Marie
Bonaparte). Ferenczi (y más tarde Winnicott) acompañaba a sus pacientes en
sus paseos y, en una ocasión, cuando él salió de vacaciones, un paciente lo
siguió en coche. (“Fueron unas vacaciones terribles”, comenta el doctor T.F.
Main.)6
Los defensores de Ferenczi sostienen que se ha exagerado muchísimo
su “técnica activa”. En su famoso artículo de 1913, “Estadios del desarrollo
del sentido de realidad”, el cual indudablemente produjo una honda influen-
cia en el pensamiento de Klein, Ferenczi sostiene que el niño adquiere el
sentido de realidad mediante la frustración de sus deseos omnipotentes.
Llama a los estadios de omnipotencia y de realidad “estadio de introyección”
y “estadio de proyección”, respectivamente, terminología y conceptos que
posteriormente Klein adoptó, modificó y elaboró. En sus artículos teóricos
Klein cita a Abraham con más frecuencia que a Ferenczi, aunque en sus notas
autobiográficas es más lo que tiene que decir acerca de su primer mentor.
Es mucho lo que debo agradecer a Ferenczi. Una de las cosas que me transmitió y
consolidó en mí fue la convicción de que el inconsciente existía y de su importancia en la
vida psíquica. Gocé también del contacto con alguien que poseía extraordinario talento.
Tenía también una vena de genio.
Así mismo estaba en deuda con Ferenczi por la importancia que éste
concedía a la vida emocional anterior y por su descripción de la actividad
simbólica en la que el niño “sólo ve en el mundo imágenes de su corporeidad
y, por otra parte, aprende a representar mediante su cuerpo toda la diversidad
del mundo externo”.7 Freud especulaba aun acerca del momento en que
cesaba el principio de placer, momento en el cual el niño alcanza su
distanciamiento físico definitivo respecto de sus padres. Ferenczi sostenía
que tal detalle variaba en cada niño y no estaba dispuesto a arriesgar una
explicación sexual. Para Freud se produciría finalmente con la resolución del
complejo de Edipo y el establecimiento del superyó, alrededor de los cinco
años. Klein lo situaba ocasionalmente a la edad de cuatro meses, cuando el
niño atraviesa lo que ella denominaría la posición depresiva. Sea cual fuere
CRISIS [89]

la edad en la que ello ocurriese, para los tres representaba el comienzo de la


aceptación de la “alteridad” de los padres, lo cual supone fundamentalmente
la aceptación de la realidad.
En su Autobiografía, Melanie Klein explicó el origen de toda su obra:
Durante el análisis con Ferenczi, éste me llamó la atención acerca de mis grandes
dotes para comprender a los niños y de mi interés en ellos, y alentó mucho mi idea de
dedicarme al análisis, en especial al análisis de niños. Yo tenía, por supuesto, tres niños
propios en ese momento... No he visto... que la educación pudiera cubrir la totalidad de la
comprensión de la personalidad y que, por tanto, tenga la influencia que uno desearía que
tuviera. Siempre sentí que detrás había algo que nunca llegué a percibir.
Ferenczi alentó también a otras colegas a que se concentraran en el
análisis de niños: a Ada Schott e incluso a Anna Freud. Parecía constituir un
trabajo apropiado para una mujer y en el caso de Klein es posible que
Ferenczi le sugiriera observar detenidamente a los niños como un medio para
penetrar en el núcleo de sus propios problemas.
El propio Ferenczi señaló la posibilidad de averiguar algo más acerca de
las neurosis del adulto a través del análisis infantil, al publicar el caso de un
niño de cinco años, Arpád, del cual le informó una paciente anterior.
Apareció publicado como “Un gallito”, en 1913. El niño había desarrollado
una fobia a las gallinas tras habérsele reprendido por masturbarse. Manifestó
una conducta sádica respecto de una gallina degollada situada en la cocina:
después de haber destrozado los dibujos de unos pájaros que halló en un libro,
se mostró muy trastornado y quería hacer revivir las criaturas.
Si tales síntomas se observaran en un paciente adulto (concluía Ferenczi), el
psicoanalista no dudaría en interpretar el amor y el odio excesivos a las aves como una
transferencia de los afectos inconscientes que en realidad apuntan a los seres humanos,
probablemente a los familiares cercanos, pero que al ser reprimidos sólo pueden
manifestarse de esa manera, desviada y distorsionada. A continuación interpretaría los
deseos de desplumar y cegar a los animales como símbolo de intenciones de castración, y
consideraría todo el síndrome como una reacción de temor del paciente ante la idea de su
propia castración. La actitud ambivalente suscitaría en el analista la sospecha de que en la
mente del paciente hay sentimientos contradictorios que se equilibran entre sí y,
atendiendo a muchos detalles experienciales, tendría que conjeturar que esa ambivalencia
probablemente alude al padre, el cual —aunque en otro sentido: honra y ama—, al mismo
tiempo odia por las restricciones sexuales que severamente le impuso. 8
Klein se analizaba aún con Ferenczi en 1919.* Michael Balint recuerda
estar en la sala de recepción, esperando para discutir una lección que le había
escuchado en la universidad, cuando se abrió la puerta de su despacho

* Ese año él le regaló una fotografía suya con la dedicatoria: "Para Mela, mi
querida alumna".
[90] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
privado y apareció Klein con el rostro cubierto de lágrimas, En una carta
fechada el 26 de junio de 1919, en la que Ferenczi informa a Freud de que
estaba ocupando a Antón von Freud tanto en su clínica como privadamente,
menciona por primera vez a Melanie:
La última tarea que le he asignado es la de organizar la enseñanza de psicoanálisis
en la “Sociedad de Investigación Infantil”, que se ha dirigido a mí solicitándome una
asistente psicoanalítica. Una mujer, Frau Klein (no es médica), que hace poco realizo
interesantes observaciones con niños, tras haber aprendido de mí durante muchos años
será la asistenta.9
Klein presentó el estudio de un caso de “análisis” de un niño ante la
Sociedad Húngara en julio de 1919,* a partir de lo cual se le otorgó la
condición de miembro, y sin inspección, según subrayó posteriormente. Este
artículo se publicó el año siguiente en la Internationale Zeitschrift für
Psychoanalyse con el título “Der Familienroman in statu nascendi”. El rasgo
anecdótico del artículo era que se trataba del análisis de su propio hijo Erich,
cuya identidad se suprimió en versiones posteriores del mismo.
Durante mucho tiempo Melitta y Hans se educaron bajo la vigilancia de
Libussa; pero una vez que Klein descubrió el psicoanálisis, sometió a Erich a
la más intensa observación por lo menos desde los tres años de edad. No hay
referencia a su primera infancia, omisión curiosa si se tienen en cuenta sus
teorías posteriores. Este primer artículo empieza explicando los milagrosos
resultados que se obtienen cuando una madre educa a su hijo de acuerdo con
las ilustradas opiniones del psicoanálisis. Manifiestamente el niño era más
bien retrasado, mostraba un bajo desarrollo, si bien tenía una memoria
extraordinaria. En el momento del análisis tenía cinco años. Siempre había
sido sano y fuerte, pero no había empezado a hablar hasta los dos años y no
pudo expresarse coherentemente hasta los tres y medio. No distinguió los
colores hasta los cuatro, y pasaron otros seis meses antes de que pudiera
diferenciar entre ayer, hoy y mañana. A los cuatro años y medio su curiosidad
manifestaba un notorio incremento y planteaba insistentes preguntas. Se
resistía a abandonar su creencia en el conejo de Pascuas y estaba convencido
de que había visto al diablo en un campo, aun cuando su madre le había
explicado que se trataba de un potrillo. (En una época posterior de su vida ella
comprendería la importancia de creer haber visto al diablo.)
También comenzó a querer quedarse en el jardín toda la noche con su
vecino, “el niño S.”. Su hermano y su hermana, mayores que él, parecen

* Freud es el único miembro de la Sociedad Húngara, además de Ferenczi, al que Klein


hace referencia. En su Autobiografía, lamenta su temprana muerte: “Lamento que haya muerto
joven —de cáncer—: siempre sentí que habíamos sido amigos y le considero una de las figuras
buenas de mi vida”. No sabemos cómo la consideraban los demás miembros de la Sociedad,
excepto el recuerdo de Balint de que se la conocía como “la belleza morena”.
CRISIS [91]
haber despertado su curiosidad sexual al hablar de hechos que ocurrieron
antes de que él hubiese nacido. “¿Dónde nací?” le preguntó repentinamente
su madre. Klein le explicó que el niño permanece dentro de su madre hasta
que está suficientemente desarrollado para existir independientemente. La
explicación del proceso de nacimiento no le interesa tanto como la evidencia
de que le parecía haber existido siempre. Una vez aclarada esta cuestión»
preguntó: “¿Cómo se hace una persona?” Klein dice que le dio una
explicación detallada y le dijo que en la madre había cuarenta huevecitos,
cada uno de los cuales se transformaba en un embrión, etcétera. ¿Significa
eso que le describió el coito? Ella continúa:
Pareció entender y no formuló más preguntas, comportándose, no obstante, de
manera extraña. Apenas yo había comenzado una explicación detallada, se mostró distra-
ído y perturbado, e inmediatamente empezó a hablar de otra cosa; era claro que deseaba
cambiar el tema que él mismo había introducido. 10
Tentó entonces un nuevo giro. “¿Y nunca crece un niño dentro de papá?
“Esa fue la primera vez que se refirió a la participación del padre, lo cual
sugiere que Klein había eludido la descripción del acto sexual. Erich no
continuó haciendo este tipo de preguntas a su madre, pero más tarde le pre-
guntó a su niñera, quien le dijo que a los niños los trae la cigüeña. Klein le
había dado instrucciones precisas de que no debía contarle historias seme-
jantes, a consecuencia de lo cual la niñera fue despedida.
Aproximadamente un día después Erich le dijo que se iba a mudar al
domicilio de la casera para ser hermano del niño S., que creía en el conejo de
Pascuas, en Papá Noel y en los ángeles. (Ya se había escapado cuando tenía
dos años y lo encontraron cuando inspeccionaba una relojería.) Su madre le
preguntó si entonces debía quedarse con su amiga Greta como hija en lugar
de él y, tras discutir, él le respondió afirmativamente, algo que a Klein le
sorprendió mucho, “pues el niño, muy afectuoso normalmente, se
desconcierta con la sola amenaza de que se le pueda querer menos”. También
le dijo que si ella intentaba impedir su partida, él se escaparía, y que estaba
seguro de que Frau S. lo querría más de lo que lo quiere su madre. Klein pidió
entonces a la familia S. que le aclarara la imposibilidad de permanecer con
ellos. Consiguientemente, cuando llegó a la hora de la cena, su madre simuló
estar muy sorprendida.
“Solamente quiero vivir aquí”, dijo él.
“¿Han dicho algo los S.?"
“Los niños dijeron que sólo era una broma", replicó Erich. No quise facilitarle
demasiado las cosas y le dije sin piedad que iría a hablar yo misma con Frau S.; acaso
entonces ella decidiera quedarse con él. Le aparecieron lagrimones en los ojos y dijo:
“Aunque ella esté de acuerdo, yo no quiero vivir allí”. “¿Por qué?", pregunté. ‘‘Porque te
quiero mucho, Mamá."
[92] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
Entonces lo besé, lo abracé y él se puso muy contento; más tarde le dijo a la
criada: “Mamá estuvo muy dulce. Tú no lo viste, pero nos besamos y nos hicimos
amigos otra vez”. Esto pareció ser para él el final del episodio.
En la versión corregida de este trabajo, aparecida en el número 7 de
Imago, en 1921 (fue la traducción de esa versión la que se publicó como
artículo inicial de Contribuciones al Psicoanálisis, en 1948), ella lo
presenta erróneamente como “conferencia leída ante la Sociedad Húngara de
Psicoanálisis en julio de 1919. Este artículo se preparó para la publicación en
ese momento, así que no he modificado las observaciones y las conclu-
siones, dejándolas tal como se me habían ocurrido entonces”. Es muy clara su
intención de distraer la atención respecto del artículo original.
Los dos artículos son trabajos de aficionada e intentos de demostrar que
el psicoanálisis es la panacea educativa. Se suponía que por no permitírsele
compartir la cama con sus padres, por no imponérsele reglas excesivamente
estrictas y dejar que se desarrollase a su propio ritmo, y, ante todo, porque se
respondía a todas sus preguntas, especialmente las referentes al sexo, el niño
se convenía en un chico “normal” de cinco años. Klein estaba especialmente
persuadida de que había vencido los sentimientos de omnipotencia del niño
explicándole que no hay Dios, ni magia, ni un mundo de fantasías, y capaci-
tándolo de ese modo para que aceptase la realidad. Esa formación asegura
“los fundamentos de un desarrollo de nuestra mente en todo momento per-
fecto y sin inhibiciones.” “Se abren nuevos horizontes ante mí”, exclamaba
extáticamente, “cuando comparo mis observaciones de los poderes mentales
de este niño considerablemente acrecentados, por la influencia de este cono-
cimiento recientemente obtenido, con mis observaciones y experiencias11
anteriores de casos de desarrollo más o menos desfavorable”.
Probablemente éste fue el apogeo del sentido optimista de omnipotencia de la
propia Klein.
Antón von Freund no se mostró impresionado. Le dijo a ella que en
modo alguno había llegado al inconsciente del niño y le sugería que dedicara
un determinado lapso diario para analizar al muchacho. Empezó entonces a
interpretar sus sueños, sus juegos y sus fantasías de forma tan osada como lo
haría con un adulto. En lugar de la mejora que, según sus afirmaciones, había
logrado con el niño, descubría ahora que tenía ante sí a un muchachito muy
perturbado: un muchachito que ya no le formulaba constantes preguntas, que
jugaba sólo esporádicamente, y que había perdido todo interés por los relatos,
especialmente por las atemorizadoras narraciones de los Grimm. Se
volvió cada vez más retraído. Klein logró saber que el niño sentía una
enorme curiosidad por lo que contenía el vientre de su madre. Le contó a
lo que él jugaba con tres automóviles: dos grandes y uno pequeño. Uno de
los grandes se subía al otro, y el pequeño se abre camino entre ellos. Ella
interpretó del juego que “él se ponía entre mamá y papá porque le gustaría
CRISIS [93]

mucho excluir a papá, y quedarse sólo con mamá y hacer con ella lo que sólo
a papá le está permitido hacer”12
Estaba empezando a darse cuenta poco a poco de que el problema que había
que aclarar era el de cierta ansiedad primaria, relacionada quizás ^-aunque no
necesariamente— con el sexo. En una de las anotaciones referidas a Erich se hace
una observación sobre la reacción del niño ante un pescado que es muy similar al
informe de Ferenczi respecto del temor de Arpád frente al gallo que se encuentra en
“Un gallito”:
Un niño que conocí manifestó ansiedad por primera vez a la edad de catorce meses.
Ocurrió cuando vio colgando de la mesa de la cocina un pescado al que se había cortado la
cabeza. Primero observó el pescado con vivo interés, pero repentinamente dio signos je
ansiedad, dejó escapar un alarido y salió corriendo de la habitación. Sin embargo, poco
después regresó, miró otra vez el pescado, comenzó a dar alaridos nuevamente y reiteró la
acción anterior. Desde entonces su primera respuesta al entrar en la tienda, cuando
acompaña a su madre a hacer la compra, ha sido la de correr hasta el barril de pescados,
donde demuestra el mismo grato interés que se transforma en ansiedad, como había
ocurrido antes. Cuando ya está en el negocio, sale afuera corriendo para regresar
inmediatamente después y contemplar de nuevo el pescado. Así pues, el pescado se ha
convertido en su primer objeto de ansiedad y desde entonces ha dado a todo lo que provoca
su ansiedad el nombre de “pescado”, que él pronuncia aún incorrectamente. Hace algunos
meses, cuando el ruido de las persianas al bajar despertar su temor, decía, por ejemplo, en
su todavía incompleta lengua, “pescado”. La palabra sirve también para disciplinar al
bullicioso y malcriado niño. Cuando su madre le dice: “Que viene el pescado”, él
enseguida empieza a portarse bien y se va a dormir. También en otras ocasiones la palabra
lo transforma inmediatamente en un buen chico. 13 *
Tanto Ferenczi como Klein estuvieron a punto de relacionar el sexo con
algunos de los temores primarios más comunes. En realidad Ferenczi le había
dicho que, en su opinión, las explicaciones sexuales que ella había dado a
Erich, por una parte habían satisfecho la curiosidad del niño pero, por la otra,
lo condujeron a algún tipo de conflicto interno.
En la segunda versión del artículo original, en la que Erich se transfor-
ma en Fritz, el disfraz es tan tenue que resulta increíble que alguna vez haya
engañado a alguien. Ya muchos comentadores han identificado los paralelos,
pero muchos kleinianos ingleses, cuando les mencioné la identidad entre
Erich y Fritz, se mostraron sorprendidos y consternados. Uno dice haber
tenido siempre la impresión de que, en el fondo, “la madre” deja que desear.
Otro, que no supo qué nombre aplicarle a ese tipo de análisis, pero que nada
tiene que ver con la maternidad. Un tercero confesó de forma más bien
apesadumbrada que la revelación lo llevaría a reexaminar la labor que
había estado desarrollando durante treinta años, pues ahora veía bajo una luz

* Este incidente queda relegado a una nota al pie de un caso “tomado de la observa-
ción directa” en El psicoanálisis de niños, págs. 149-150 de la edición inglesa.
[94] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
nueva por qué Melanie había subestimado el papel de la madre. Muchos
analistas conocían hace años el rumor de que ella había analizado a sus pro-
pios hijos, pero no lo habían relacionado con las historias de casos reales que
ella registró. Elliot Jaques parece adoptar un punto de vista razonable:
exploración de las raíces de la ansiedad pudo haber sido orientada por el
único camino que a ella le era accesible y es tarde ya para poner en cuestión
su valor. Pearl King (que no es kleiniana) tiene la impresión de que pudo
haberse establecido “una transferencia 14patológica”; pero añade: “para ser
honesto, todos lo hacían en ese tiempo”.
¿Era análisis o no? El relato de “El desarrollo de un niño” no sugiere
que haya habido un horario regular de análisis, sino una prolongada obser-
vación de la conducta del niño durante el día, de forma similar a como el
psicólogo Jean Piaget observaba a sus niños. No hay referencia a los juegos
de Erich con juguetes, conducta que más tarde ella consideró como equiva-
lente de la asociación libre. Eric Clyne recuerda que cuando él iba a
Rosenberg —ahora Ruzomberok, en la República de Checoslovaquia, cons-
tituida después de la guerra— en 1919, su madre reservaba una hora todas las
noches antes de que él se fuera a dormir para analizarlo, y que continuó
haciéndolo después de que se hubiesen mudado a Berlín, en 1920. Subraya
secamente que la experiencia no le resultaba agradable, pero que no le guarda
rencor por ello.
Se halla una interesante observación en una carta escrita desde Berlín
por Alix Strachey a su marido, James, el 1 de febrero de 1925, en un período
en el que la obra de Melanie Klein empezaba a fascinarla. La autora de la15
carta describe el libro de Hermine Hug-Hellmuth, recientemente aparecido,
* como
un revoltijo de sentimentalismo que encubre la vieja intención de dominar al menos
a un ser humano: el propio hijo. Realmente creo que un libro como el de ella podría hacer
más mal que bien. Proporciona a los padres y a los maestros un nuevo elemento de poder.
Ahora saben que todos los niños se mas turban y tienen fantasías, y serán así más perspi-
caces para identificarlos y entrometerse en general (con las mejores intenciones) en sus
vidas privadas. Gracias a Dios, Melanie es absolutamente firme en este terreno. Insiste
absolutamente en separar del análisis la influencia paterna y educativa, y en reducir la
primera a su mínima expresión, porque lo más que ello puede lograr, según ella cree, es
impedir que el niño llegue a envenenarse con hongos, mantenerlo razonablemente aseado
y enseñarle sus lecciones.16

* Neue Wege zum Verständnis der Jugend. Psychoanalytische Vorlesungen für Eltern,
Lehrer, Enzieher, Kindergarterinnen und Fürsorgerinnen (Nuevos caminos para la
comprensión de la Juventud. Lecciones de Psicoanálisis para padres, maestros, educadores,
maestras de jardín de infancia y trabajadoras sociales), Leipzig-Viena, Franz Deuticke,
1924.
CRISIS [95]

Podría argumentarse que con Erich, Klein fue más terapeuta que madre.
El no recuerda que ella haya jugado con él, pero sí que lo abrazaba. El único
juguete que recuerda es un muñeco vestido de arlequín que Melitta una vez
hizo para él. Cuando se le pregunta por los libros que su madre le leía,
responde: “No recuerdo que se me leyeran historias, pero sí recuerdo haber
conocido las de Grimm,* Andersen y viejos libros como Strawwelpeter.
Cuando empecé a leer, leía todo con voracidad. Pero debe usted tener
presente que soy anciano y aquello ha sucedido hace mucho tiempo” 17
Pero tiene tres recuerdos muy vividos. El primero es el de haber estado
enfermo de escarlatina en una habitación oscura, mientras todos a su alrede-
dor hablaban en voz baja y se desplazaban tan silenciosamente como les era
posible. El segundo es el de haber huido de su casa. Su hermano Hans lo
avistó desde un tranvía y con mucha amabilidad lo condujo a casa. El tercero,
cuando tenía más o menos tres años, es el de haber ensuciado los calzoncillos
mientras estaba sentado a la mesa, durante la comida, y haberse sentido
aterrorizado. Su madre y Melitta se rieron mucho de ello y, según recuerda,
“lo abundante de mi deposición hizo que el hecho fuera memorable”.
Con el tiempo Klein parece haber llegado a convencerse de que el niño
que ella analizó no era su hijo. En “La técnica psicoanalítica del juego: su
historia y su significado”, trabajo incluido en Nuevas direcciones en
Psicoanálisis (1955), describe el caso con distanciamiento clínico:
Mi primer paciente fue un niño de cinco años. En el primero de mis artículos me
referí a él con el nombre de “Fritz". En un principio, me pareció que bastaría con influir en
la actitud de la madre. Sugerí que ella debía estimular al niño a que discutiera abiertamente
con ella muchas cuestiones de las cuales no se hablaba, y que manifiestamente se hallaban
en el transfondo de su mente estorbando su desarrollo intelectual. Ello produjo buenos
resultados, pero sus dificultades neuróticas no se mitigaron suficientemente así que pronto
decidimos que yo debía psicoanalizarlo. Al hacerlo me aparté de algunas de las reglas
hasta entonces establecidas, pues interpretaba lo que me parecía más urgente en el material
que el niño me presentaba, y mi interés se centró en sus ansiedades y en las defensas
dirigidas contra ellas. Este nuevo enfoque pronto me colocó ante serios problemas. Las
ansiedades que descubrí al analizar este primer caso eran muy agudas, y si bien yo me
sentía alentada en la creencia de que estaba trabajando en la dirección conecta, al observar
la mitigación de la ansiedad producida una y otra vez por mis interpretaciones, por
momentos me inquietaba la intensidad de nuevas ansiedades que se ponían de manifisto.18

Indudablemente, Erich le permitió alcanzar cierta comprensión del ori-


* En una nota al pie de “El desarrollo de un niño”, Klein comenta: “Antes de iniciar-
se el análisis le desagradaban mucho los cuentos de hadas de los hermanos Grimm,16 los
cuales, al producirse una mejora, pasaron a ser objeto de una marcada preferencia".
[96] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST

gen y de la naturaleza de la ansiedad aunque, en conformidad con el pensa-


miento psicoanalítico domíname, Klein destaca su represión, no su ansiedad
Freud no modificó su concepción según la cual la represión causa ansiedad
hasta Inhibición, síntoma y angustia, de 1926. A Klein, como madre,
probablemente se le hacía difícil llegar a las raíces de la ansiedad de su hijo y
enfrentaba al problema de cómo darse a sí misma una personalidad ficticia El
hecho de que su imagen le inquietara es manifiesto en la segunda versión del
trabajo, donde omite que la niñera fuese despedida por haberle dicho al niño
que a los chicos los trae la cigüeña. También omite el tranquilizador abrazo
que le dio al niño cuando éste regresó de su intento de trasladarse a casa de
otra familia. ¿Había empezado ya a formarse la opinión de que sus problemas
tenían cierta base constitutiva? En “El desarrollo de un niño” escribe:
...del análisis de personas neuróticas aprendemos que sólo una parte de los
prejuicios que resultan de la represión pueden remontarse a las malas condiciones del
medio o a otras condiciones externas nocivas. Otra parte, muy importante, se debe a una
actitud del niño, presente desde los primeros años. Con frecuencia el niño desarrolla,
reprimiendo una poderosa curiosidad sexual, un invencible desapego a todo lo sexual que
sólo un cuidadoso análisis puede superar más tarde.19
Sea cual fuere el juicio que uno se haga del análisis hecho por Melanie
Klein a su propio hijo, debe recordarse que Freud le proporcionó el modelo
para ello en “Análisis de una fobia en un niño de cinco años” (1909), primer
caso publicado de análisis infantil. Según Freud, él vio al niño sólo una vez,
pero vigiló el caso a través del padre. Este último y su esposa (anteriormente
tratados ambos por Freud) creían firmemente en las ideas de Freud. Hans
había sido siempre un niño jovial hasta los tres años y nueve meses de edad,
cuando se suscitó en él un repentino miedo a los caballos tras haber visto una
caída en la calle. Esta fobia se desarrolló unos nueve meses después del
nacimiento de su hermanita.
Las insistentes preguntas de su padre mostraron en el chico todos los
signos de un complejo de Edipo, padecido a raíz de los temores de castración,
y que conocía muy bien las zonas erógenas extragenitales de su cuerpo:
aspectos que Freud bosquejó en Tres ensayos sobre la teoría sexual, de 1905.
Al llevarse a la luz el material reprimido y ponerse en relación la fobia con el
temor a la castración, la ansiedad del niño se mitigaba; lejos de considerarlo
un procedimiento discutible, Freud creía que el niño hablaba tan abiertamente
porque quien lo interrogaba era su padre.

Sólo porque la autoridad de un padre y la de un médico se hallaban unidas en una


sola persona, y porque en él se combinaban la preocupación afectiva, y el interés
científico, fue posible en este ejemplo aplicar el método para un uso al que de otro modo
no se hubiera prestado.20
C RISIS [97]
No es posible especular acerca del modo como se habría desarrollado el
pensamiento de Klein en caso de haber continuado trabajando con Freud y
con Ferenczi. A mediados del verano de 1919, con el apoyo de esas dos
poderosas figuras tras de sí, su futuro en la Sociedad Húngara debe de haber
parecido asegurado. Pero entonces, todo cambió con asombrosa rapidez. Con
la derrota del Imperio austro-húngaro y la caída del gobierno del conde
Michael Karolyi, Béla Kun, que se había convertido al comunismo durante
su estancia en Rusia como prisionero de guerra, instauró en Hungría una
dictadura del proletariado. Los bolcheviques, que todavía no consideraban el
psicoanálisis como una desviación burguesa, nombraron a Ferenczi primer
profesor de Psicoanálisis en la Universidad. Al invadir Kun Eslovaquia, se
suscitó una contrarrevolución y penetró en el país un ejército rumano de
intervención. Al terror rojo sucedió el violento terror blanco antisemita. La
situación de los profesionales judíos se hizo intolerable. Géza Róheim debió
abandonar el Departamento de Etnología del Museo Nacional de Hungría;
durante cierto tiempo Ferenczi temía correr riesgo por salir a la calle y se le
excluyó de la Sociedad Médica de Budapest, de la cual había sido miembro
distinguido. Se impidió a los judíos el ingreso a las universidades y no
pudieron incorporarse a los regimientos más selectos del ejército salvo como
comisarios ordenadores o como médicos.
La situación política afectó asimismo a la familia Klein. Hans, que tenía
doce años, encontró un cartucho en el jardín y, cuando lo estaba examinando,
fue abordado por un soldado que intentó arrestarlo y que sólo lo dejó en paz a
instancias del cocinero. Arthur Klein no pudo continuar trabajando como
gerente en Budapest. En el otoño de 1919 partió hacia Suecia, donde pronto
encontró un empleo igual como asesor técnico de una fábrica de papel en
Säffle y pudo obtener la ciudadanía sueca. Melanie y los niños se refugiaron
en casa de sus suegros, en Rosenberg. Pero todo lo que Klein tiene que decir
acerca del modo en que la situación política afectó a su familia es lo
siguiente:
Cuando, en 1919, al finalizar la guerra, se inició ei efímero pero duro régimen
comunista, dejamos Budapest y nos fuimos a vivir por un año a Eslovaquia junto a mis
suegros, con quienes mantuve siempre muy buenas relaciones, especialmente en el caso de
mi suegra, y mi marido halló un puesto en Suecia. Habiendo sido súbdita austríaca por
nacimiento, me convertí ahora en súbdita checoslovaca. Mi marido, que se había
establecido en Suecia, logró convertirse en súbdito sueco, pues no le entusiasmaba ser
checoslovaco. De esa forma me convertí en ciudadana sueca, lo cual posteriormente me
resultó muy útil.
La confusión respecto de la nacionalidad estriba en que Moris Reizes
nació en Galitzia, se estableció en Hungría y se mudó a Viena; Libussa nació
en Eslovaquia, se trasladó a Viena y murió en Budapest; Arthur se
consideraba austríaco, se convirtió en ciudadano sueco y murió en Suiza; y
[98] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
Klein nació en Viena y, tras haberse desplazado por gran parte de la Europa
Central, se estableció en Inglaterra. ^
Los judíos eran gentes cosmopolitas a quienes unía un transfondo reli-
gioso común. Hubo muchos judíos que, como Melanie Klein, carecían de
religiosa pero se consideraban no obstante judíos; y, como los demás, esta-
ban obligados a hacer transacciones para vivir en una sociedad antisemita La
familia Ferenczi había hungarizado su apellido, que era Fraenkel, cuando se
trasladaron a Hungría desde la Europa Oriental. Los niños de la familia Klein
recibieron su instrucción en húngaro en 1912. Jolan, la hermana Arthur, se
convirtió al catolicismo, al igual que la familia Vágó.* Melanie nunca
divulgó el que en Budapest la familia Klein se había incorporado a la Iglesia
Unitaria y que todos sus hijos fueron bautizados. (Eric Clyne describe a sus
hermanos como los “bautizados errantes” en la época de su nacimiento.) Para
algunos judíos la Iglesia Unitaria era la más aceptable debido a que rechazaba
el concepto de la Trinidad. Según Eric Clyne, el instigador de la conversión
fue su padre, pero su madre debe de haber accedido a ello En su
Autobiografía, trata ampliamente de su sentimiento de culpabilidad cuando
de niña, en Viena, se sintió atraída por la Iglesia Católica Romana; pero
parece estar desplazando su culpa posterior por una acción llevada a cabo
cuando era adulta, a una situación anterior en la que los sentimientos de una
niña impresionable podían ser gobernados por la influencia de una institutriz.
El hecho mismo de que se abstenga de todo comentario acerca de la época de
turbulencias políticas es indicación de su inquietud ante una conducta que
podría suscitar una fuerte condena moral. A la luz de esto, un párrafo de sus
notas autobiográficas merece alguna reflexión:
Siempre he odiado el que algunos judíos, sin respetar para nada sus
principios religiosos, se avergüencen de su origen judío y, siempre que se ha
suscitado la cuestión, he tenido la satisfacción de confirmar mi origen judío,
aunque temo que carezco de toda fe religiosa.
En mi actitud de simpatía con Israel incide también un sentimiento que, aunque
puede haberse originado en el estado de persecución de los judíos, se extiende a todas las
minorías y a todos los pueblos perseguidos por fuerzas más poderosas. ¡Quién sabe! Eso
podría haberme fortalecido a fin de que el hallarme siempre en minoría respecto de mi
abajo científico no me importase, y para estar dispuesta a oponerme a una mayoría por .me
siempre experimenté cierto desprecio, mitigado, a veces, por la tolerancia.
En la segunda versión de su temprano trabajo acerca de Erich, escrito en
invierno de 1919 a 1920, añadió una extensa sección que trataba de los males
de la religión, que ella relaciona con las concepciones de Freud y de Ferenczi
sobre los sentimientos de omnipotencia.

* Incluso el héroe de Emanuel, Karl Klaus, se convirtió al catolicismo no por


conveniencia, sino porque veía en ello una defensa ante la amenaza sufrida por los valores
éticos y espirituales.
CRISIS [99]

Es verosímil que, mientras vivía en Budapest, Klein se sintiese vehe-


mentemente tentada —concretamente a partir de su relación con la familia a
convertirse al catolicismo. Sus teorías posteriores acerca de la envidia
constitutiva, la importancia primaria de la madre y la reparación, guardan un
estrecho paralelismo con las doctrinas del pecado original, la Inmaculada
Concepción y la expiación en el cristianismo.*
Klein se habría sentido particularmente atraída por la fe católica en caso
de recibir la influencia de alguna persona a la que ella amase y respetase
Manifiestamente la había hallado en Constance Sylvester en Viena, cuando
era niña; y estoy tentada de creer que halló otra persona así en su íntima
amiga Klara Vágó. En 1908 la relación entre ambas fue suficientemente
estrecha para que compartiesen una habitación en Abbazia y continuaran
juntas las vacaciones en el Báltico. En agosto de 1911, cuando Klara estaba
con ella en Hermanetz y Libussa supervisaba la mudanza a un apartamento
más grande en Budapest, su madre comentaba:
En realidad es obvio que, para que recuperes tus fuerzas y sanes gradualmente, tus
nervios necesitan sólo paz y tranquilidad y que nada los irrite. Me hace inmensamente feliz
el hecho de que Frau Klara con su quietud, su dulzura, con su carácter amable y afectuoso,
no podrá menos que ejercer la mejor influencia sobre tu agitado espíritu. Aunque no he
tenido oportunidad de conocer a Frau Klara tanto como tú la conoces ahora, causó en mí
una agradable impresión desde el primer momento de nuestra amistad. A medida que
nuestro trato ha continuado mi estima por ella ha ido siempre en aumento.
Entre los poemas de Klein figura uno que alude a una relación con una
mujer mientras vivía en Budapest. El poema no está fechado y el preámbulo,
que tiene aparentemente una estructura epistolar, dice: “¡Eva! El recuerdo de
ayer ha hecho que se reunieran en mi cabeza aquellas estrofas con las que en
su momento intenté sepultar solamente esos recuerdos, aunque nunca han
estado más vivos”. Sigue un poema inspirado por la pasión del Cantar de los
Cantares. Melanie está destinada a ser mantenida y venerada por los hombres
y por el amor ideal. Su educación le ha enseñado a reprimir su propia energía
sexual. Es posible que a través de Klara empezase a preguntarse si sus
fantasías novelescas eran falsas, hostiles a su verdadera naturaleza y a su
verdadera evolución, y si, por tanto, un matrimonio basado equivocadamente
en esas concepciones falsas no era una parodia. Pudo haber recibido de Klara
el afecto que anhelaba y que le había sido negado por su padre, por su madre,
por su marido y aun por su narcisista hermano.
Es evidente que su relación con la misteriosa mujer tenía un aspecto
tumultuoso, según el poema, en el cual los ojos de la persona amada son
“¡sueños de oscuras distancias, que consumen enteramente, crueles como la

* Agradezco al Dr. Hans Thorner el haberme señalado estas analogías.


[100] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
noche!”. En el relato titulado “Señales de vida”, la cuñada de la protagonista
acompaña a ésta en un principio en sus visitas al pintor. Más tarde va sola,
creando así una situación en la que pudiese desarrollarse una salvación
amorosa (ello pudo haber ocurrido, lo más temprano, poco después de que
Jolan se casase y se mudase a Budapest, en 1906). En la sala de su casa estaba
colgado un retrato de Klara, pintado por un destacado artista, y Melanie haber
creado una relación imaginaria a partir de estos elementos.
Klara se divorció por aquellos años y tras la Primera Guerra Mundial
se volvió a casar, esta vez con un corredor de Bolsa llamado Sándor Klein (sin
parentesco alguno con Melanie), el cual perdió todo su dinero en el crack de
1929. Ella murió en Budapest en 1945. En aquella extraña pausa de 1920 en
Rosenberg, Klein escribió un poema cuyas estrofas finales dicen (en traduc-
ción libre):

¿Nunca más volveré, de tu mano,


a caminar por prados verdes y floridos
al sol?

¿Nunca más volveré, de tu mano,


a afrontar deseosa las aflicciones de la vida
porque estás a mi lado?
Una vez más, de tu mano,
deja que lamente sobre tu hombro
cuán amargamente solitaria estoy
SEGUNDA PARTE
1920-1926
Berlín
UNO

La protegida

l único lugar en el que Melanie Klein hizo constar ocasionalmente


E algún detalle sobre su divorcio es su Autobiografía, en la cual dice
que en 1919 Arthur Klein se marchó a vivir a Suecia para trabajar
allí, y que ella regresó de Budapest a Rosenberg con los niños. Había agita-
ción en Budapest y ella sólo podía plantearse su propio futuro en términos
negativos: según su testimonio, parecía no haber posibilidades de que ella y
Arthur pudieran volver a unirse de nuevo.
Esos fueron los preliminares de nuestra verdadera separación, que duraron hasta
1922, cuando nos divorciamos. Llevé conmigo a mi hijo menor, que entonces tenía sólo
ocho años, y aunque formalmente tenía yo el derecho de tutela de mis otros dos hijos, ello
no era momentáneamente viable debido a que yo aún dependía económicamente de mi
marido.
Algunas páginas más adelante continúa:
Llegué así a Berlín a comienzos de 1921. Mi hija, que había aprobado su
examen de matriculación en aquel pueblo eslovaco donde yo había vivido con mis
suegros, se reunió conmigo, y yo tema así a mis tres niños. Ella marchó a la
Universidad de Berlín para estudiar Medicina, mientras que yo poco a poco
comencé a ganar terreno como psicoanalista.
No se indica ninguna fecha en relación con el momento en que los tres
niños vivieron nuevamente con ella. Lo que se deduce es que estuvo sepa-
rada de ellos durante muy poco tiempo aunque, según recuerda Eric Clyne,
[104] 1920-1926: BERLIN
Hans permaneció en un internado hasta que toda la familia volvió a reunirse,
en 1923. Ello podría considerarse el error cometido por una mujer anciana al
ordenar hechos pasados, pero lo que dice es erróneo también en otro sentido.
Ella parecía sentirse culpable de que no todos los niños estuvieran con ella, la
misma culpa que había experimentado años antes cuando dejaba a Hans y a
Melitta varias semanas con su madre. Durante 1921 Melitta permaneció en lo
que hoy se conoce como Ruzomberok, para presentarse al examen de
matriculación. Debía realizarlo en eslovaco, lengua que nunca había
aprendido. Esa disposición la había impuesto el nuevo Estado checoslovaco
como represalia por los años en que se había obligado a los eslovacos a
emplear el alemán como lengua oficial. Enfrentada a un desafío que ofrecía
dificultades tan extraordinarias, Melitta pudo haber sentido que ello
provocaría otro abandono. Hans fue internado en las montañas de Tatra. Se
acordó que los dos hijos mayores se reunirían con su madre en Berlín al
finalizar el año escolar, pero en modo alguno podían arreglárselas sin la
ayuda económica de Arthur. La familia pasó las navidades de 1920 en el
Hotel Praga, en Somnitz, lugar de descanso de las montañas de Tatra y a
comienzos de enero, Klein, acompañada por Erich, se trasladó provisional-
mente a Berlín, donde se establecieron por un tiempo en una pensión que no
distaba mucho de la casa de Karl Abraham en Grunewald.* Más tarde se
mudó a un piso amueblado en la Cunostrasse, sector muy poco poblado de
una ciudad cuya densidad era notablemente baja durante los años que
siguieron inmediatamente a la guerra.
Por segunda vez Klein señala 1922 como año en que tuvo lugar el
divorcio:
Desde 1922, cuando el divorcio se hizo efectivo, mi consultorio de Berlín creció y
tuve oportunidad de analizar a niños y asimismo a algunos colegas; en parte, el enfoque
fundamental al que recurría ha continuado manteniendo su vigencia hasta la actualidad.
¿Por qué insiste Melanie Klein en que el divorcio tuvo lugar en 1922
(en otro lugar señala como fecha 1923) si, de acuerdo con el testimonio de
Eric Clyne, no pudo haberse hecho efectivo hasta 1925 ó 1926?** La fecha
que ella asigna al divorcio no se debe a un error de su memoria, sino a un
deliberado intento de arrojar un velo sobre los hechos que se produjeron en el
intervalo. Ella deseaba recordar que Berlín había representado un punto de
partida enteramente nuevo en su vida; sin embargo, ése fue en realidad un
período extraordinariamente desdichado. Esta notable mujer era capaz de
superar dificultades personales y profesionales, y emprender sin temores sus
* Uno de los recuerdos más tempranos de Berlín que conserva Eric Clyne es el de
haberle contado a un compañero de juegos que su madre era psicoanalista, a lo cual el otro
niño repuso que tenía un tío llamado Paul Federn que también era analista.
** Es imposible verificar la fecha real, pues los registros se destruyeron durante la
Segunda Guerra Mundial.
LA PROTEGIDA [105]
propios senderos creativos aun cuando ello costase mucho a algunas personas
de su entorno.
Antes de marchar a Berlín, debe haber reflexionado seriamente acerca su
vida. El movimiento psicoanalítico húngaro se había malogrado debido a la
revolución antisemita y el futuro de Klein debe haberse mostrado oscuro. Ella
reconoce haber sido siempre muy ambiciosa, así que la perspectiva de pasar
el resto de su vida en Ruzomberok era intolerable. Para Establecerse en la
comunidad psicoanalítica se requería calificación. Debía lograr un nombre
mediante la publicación de artículos; el consecuente reconocimiento le daría
entonces libertad para trasladarse a otros centros. Tal pudo haber sido la
razón que la movió a analizar formalmente a Erich —no había otros posibles
analizandos en Ruzomberok— y publicar los resultados. Y fue durante su
estancia en Ruzomberok cuando, con mucha prudencia, decidió enmascarar
la identidad de Erich.
El 14 de diciembre de 1920 escribía a Ferenczi:
Estimado Doctor:
Después de nuestra última conversación se me ocurrió una idea que me gustaría
discutir con usted. Como le dije, considerando los detalles más íntimos, conside-
ro oportuno ocultar que el sujeto del segundo estudio es mi hijo. Sin embargo,
ello romperá la conexión con el primer estudio, lo cual quizá sea una lástima.
Aun cuando los dos estudios no se publiquen simultánea o consecutivamente,
acaso sea interesante y plausible ver de qué modo el mismo niño, cuyo rápido
desarrollo intelectual mediante el esclarecimiento sexual se presenta en el primer
estudio, ofrece resistencia, en el segundo estudio, a un mayor esclarecimiento
sexual; y que ello sólo puede tratarse analíticamente y así se ha hecho.
Quizá pudiera asegurarse la unidad si se puliera del mismo modo el primer
estudio, “Acerca de la influencia del esclarecimiento sexual en el intelecto”. Para
lograrlo, sea necesario hacer los cambios correspondientes en la introducción
(que hasta ahora es idéntica al contenido de la edición de julio), de manera que en
ella se oculte que el niño es el mismo del primer estudio. Además, quisiera
convertir a mi hijo Erich en el pequeño Fritz, el hijo de unos conocidos míos,
cuya madre ha seguido fielmente mis instrucciones y a quien a menudo he tenido
la oportunidad de ver informalmente. Creo que si en el estudio se sustituye
“Erich” por “Fritz” y “yo” por “la madre”, el enmascaramiento será perfecto y
podré tratar el segundo estudio de la misma manera. Tal unidad es tanto más
deseable cuanto que no he concluido todavía con las observaciones de mi hijo, y
los estudios basados en la experiencia continuada con un niño serán ciertamente
más instructivos que cieno número de observaciones inconexas.1
En la misma carta señala que aún no ha recibido los ejemplares de
Psicopatología de la vida cotidiana que había solicitado o las últimas
ediciones de La interpretación de los sueños y Tres ensayos sobre teoría
sexual, que estaba esperando con ansiedad.
Antes de tomar esta decisión asistió al Primer Congreso Internacional
[106] 1920-1926: BERLIN
de postguerra, celebrado en La Haya en septiembre de 1920. Ernest Jones
señalado que el problema económico fue resuelto por los analistas
holandeses, quienes reunieron cincuenta mil coronas para pagar los
gastos de viaje de sus colegas de Europa Central; también acordaron
alojar a veinte de ellos durante su estancia en Holanda: siete de Austria,
otros tantos de Alemania y seis de Hungría. Esta podría ser la única
explicación de que Melanie Klein estuviera presente en esa ocasión.
Erich se quedó con su tía Emilie, en Viena.
Karl Abraham. ignorante de la intensidad del sentimiento
antigermánico, deseaba originariamente que el congreso tuviera lugar en
Berlín. El 16 de enero de 1920 Jones, apoyado por Rank, le escribió para
disuadirlo de su intransigencia en contra de que el congreso se celebrase
en La Haya:
Imagínese cómo se sentirían los alemanes pasando unos días en París, en
hoteles restaurantes, etc., y recuerde que Berlín es para nosotros lo que París sin duda
es para usted. Hay muy pocos judíos internacionales en la Asociación Americana de
Psicoanálisis y ninguno en Inglaterra. Es difícil precisar hasta qué punto ese
sentimiento operará de hecho, pero existe... El mayor costo e inquietud del viaje sería
también impedir que algunos ingleses vayan a Berlín: así me han dicho... La principal
objeción que formulan (los miembros ingleses) es que celebrar en Berlín el primer
congreso después de la guerra haría mucho daño al movimiento en Inglaterra, donde
existe ya suficiente oposición al propio psicoanálisis para que ésta se acreciente por
involucrarlo en un prejuicio nacional. A menudo ha sido condenado por sus
vinculaciones con Alemania por lo que pienso que es muy deseable hacer que el
movimiento y la Asociación en su conjunto sean tan internacionales como fuera
posible; se haría mucho en ese sentido celebrando nuestro congreso en un país
neutral.2
De mala gana, Abraham se dio por vencido. Freud, aleñado por
Ernest Jones, era más sensible a esta atmósfera tan cargada y, apenas una
hora antes de que se iniciaran las actividades, le solicitó a Abraham, que
era entonces secretario de la Asociación Psicoanalítica y reconocido
como políglota de talento, que pronunciara el discurso de bienvenida en
latín. Abraham, para admiración general, despachó el discurso con gran
facilidad.
Fue en ese congreso donde Melanie Klein conoció a Hermine
Hug-Hellmuth,* quien ya había empezado en Viena a analizar niños
observándolos jugar, método que ella describió en un artículo titulado
“Acerca de la técnica de análisis infantil”. Klein intentó comprometerla
en una discusión pero su intervención se recibió con mucha indiferencia.
Más tarde, Klein atribuyó este hecho a que Hug-Hellmuth veía en ella la
amenaza de una competencia y algunas referencias que hace a este
respecto tienden a ser sumamente condescendientes. En su Autobiografía
escribe:
La doctora Hug-Hellmuth estaba haciendo por aquel entonces análisis infantil en
* Su nombre completo era en realidad Hermine von Hugh-Hellmuth.
LA PROTEGIDA [107]

Viena, pero muy restringidamente. Evitaba formular interpretaciones, aunque


utilizaba materiales consistentes en juegos y en dibujos; nunca logré tener una impresión
de lo que realidad estaba haciendo; tampoco analizaba niños de menos de seis o siete años.
No que sea excesivamente presuntuoso decir que fui yo quien introdujo en Berlín los
inicios del análisis infantil.
Es probable que Melanie Klein haya consultado a Ferenczi si debía
pablar a Abraham en La Haya sobre el trabajo que estaba realizando. Era aún
una desconocida, por más que se la pueda ver de pie, con un porte que asunta
mucha seguridad, en la segunda fila de una fotografía del grupo. Era
Hug-Hellmuth, y no ella, quien presentaba una comunicación de manera que
sólo mediante el respaldo de Ferenczi pudo centrarse en ella la atención de
Abraham. Es, una vez más, típico de ella el omitir una de las razones básicas
que le impedían regresar al grupo de Budapest, a saber, el brote de
antisemitismo surgido en Hungría.
Suele hablarse de Abraham como de uno de los más leales entre los pri-
meros colegas de Freud, y habría sido digno sucesor de éste. ¿Por qué entonas
Freud no lo veía como tal, a no ser porque nunca se sintió atraído por la
actitud distante y reservada de Abraham? Ernest Jones lo describe como “el
más normal” de los hombres que rodeaban a Freud. Había nacido en 1877 en
Hamburgo, en el seno de una familia judía establecida desde hacía mucho
tiempo. Al terminar sus estudios de medicina pasó seis años de intensa for-
mación en hospitales para enfermos mentales, tres de ellos en Burghölzli con
el grupo de C.G. Jung. Abraham y Freud se convirtieron en buenos amigos,
aunque no íntimos, desde su primer encuentro en 1907; Abraham era,
además, miembro del organismo interno llamado “La junta de los siete ani-
llos”, formado por quienes estaban autorizados a usar las preciosas entalla-
duras. Los otros miembros eran Sándor Ferenczi, Ernest Jones, Hanns Sachs,
Otto Rank y Max Eitingon.
Abraham era muy importante para Freud por ser el primer médico ale-
mán con experiencia psicoanalítica. Abraham deseaba convertirse en profe-
sor de psicoanálisis en la Universidad de Berlín en época de Karl Bonhoeffer,
pero la opinión conservadora le era adversa; fundó así en 1910 la Sociedad e
Instituto Psicoanalíticos de Berlín. En febrero de 1920, con la ayuda
económica del inmensamente rico Max Eitingon, se abrió una clínica en la
Postdamerstrasse, ahora situada en Berlín Oriental. Ella sería el modelo de
todas las clínicas futuras.* Debido al retomo de veteranos que padecían
neurosis de guerra, la clínica estaba colmada de pacientes, aunque en un
Berlín desgarrado por la inflación pocos podían pagar algo más que una suma
simbólica por el tratamiento.
Abraham era hábil diplomático; muestra de su tacto es el hecho de

* Debido a la oposición de Freud a la idea de una clínica, no se fundó ninguna en


Viena hasta mayo de 1922.
[108] 1920-1926: BERLIN
habérselas arreglado para mantener la amistad tanto de Wilhelm Fliess como
de Freud después que ambos rompieron sus relaciones. Pero por leal que haya
sido con Freud, tenía un pensamiento personal y vigoroso; la última parte de
la correspondencia de ambos (aun depurada) pone de manifiesto a un hombre
que transita por un terreno delicado, decidido a desarrollar sus propias ideas,
aunque con cautela, para no ofender el susceptible ego de Freud. En la clínica
puso en práctica su concepción, entonces incipiente, de que era menester
reforzar las normas profesionales: un analista no estaba habilitado para el
ejercicio del análisis hasta haber sido él mismo analizado Por otra parte,
Ferenczi no veía diferencias entre un análisis de formación y un análisis
terapéutico, pero Abraham, Eitingon y Ernst Simmel, con germana tenacidad,
hicieron del análisis de control parte integrante del Instituto de Berlín,
práctica atacada por Ferenczi en Entwicklungsziele der
Psychoanalyse, de 1924. La sola existencia de la clínica otorgó a Berlín el
carácter de una rival de Viena e inmediatamente atrajo hacia sí a promisorios
analistas. En 1920 Hans Sachs se trasladó a ella desde Viena y en 1921
Sándor Radó* y Franz Alexander, escapando del clima antisemita de
Budapest, hicieron otro tanto. El grupo inicial incluía a Alix Strachey y a los
hermanos James y Edward Glover, de Gran Bretaña; Theodor Reik, de Viena;
Karen Horney, Ernst Simmel, Therese Benedek y, por breve tiempo, Helene
Deutsch. La Sociedad de Berlín parecía tener ante sí un futuro más brillante
que el que Freud había previsto para Budapest en 1918.
Lo que resulta enigmático son las disposiciones que precedieron al
traslado de Klein a Berlín. En una carta fechada el 14 de diciembre de 1920,
Klein informa a Ferenczi que proyecta permanecer con sus hijos en las
montañas de Tatra hasta Finales de diciembre, y concluye diciendo: “A
finales de enero estaré de vuelta en Berlín por lo que le rogaría que a partir
del 24 de diciembre me envíe cartas y mensajes a mi dirección en el
Policlínico”. Esta carta es un fuerte indicio de que entre septiembre y
diciembre de 1920 había establecido una relación momentánea con la
Sociedad de Berlín, y de que Ferenczi tenía completo conocimiento de lo que
ella hacía. En su Autobiografía, ella manifiesta que Abraham la invitó a
unirse a su grupo cuando se encontraron en el Congreso de La Haya. Sin
embargo, se conserva una carta de Ferenczi dirigida a Jones, fechada el 12 de
junio de 1921, en cual aquél escribe: “Frau Klein debiera habernos informado
también de su abandono del grupo de Budapest y habernos dado razones más
detallabas. A este respecto he consultado con el doctor Radó”.3 Este detalle es
curioso, atendiendo a la clara prueba que contenía la carta dirigida por Klein

* En una entrevista hecha el 16 de marzo de 1963, Radó explicó a Bluma


Swerdloff que él se marchó a Berlín por hallarse demasiado estrechamente relacionado
con Ferenczi, y porque Abraham era el único analista de orientación clínica que conocía
(Oral History Research Library, Universidad de Columbia).
LA PROTEGIDA [109]
a Ferenczi en diciembre de 1920, donde se pone de manifiesto que él cono-
cía las intenciones de ella. Además, el 14 de noviembre de 1920, Jones
escribía al doctor E. G. von Emden, presidente de la Sociedad Holandesa,
diciéndole que mientras el grupo de Budapest pasaba por una gran inquie-
tud, la Sociedad de Berlín, en cambio, prosperaba e “incorporaba dos médi-
cos que según creo, son húngaros. También Frau Klein se traslada allí para
analizar niños; es pedagoga”.4 Como Jones sugiere, otros húngaros se unían
al grupo de Berlín. Pero si Ferenczi se sentía ofendido por Klein, ello no era
manifiesto en el Congreso de Berlín, en 1922, donde se les vio caminar del
brazo y conversar con animación. Inmediatamente después del Congreso de
Salzburgo en 1924, Ferenczi escribía a Freud expresándole su satisfacción
por las comunicaciones presentadas en el congreso y añadiendo: “¡Frau Klein
estuvo bien!”5
Hubo mucha envidia y una gran rivalidad entre aquellos primeros pre-
cursores del psicoanálisis. Jones, cuyos sentimientos hacia Ferenczi eran muy
ambivalentes, podría haber intentado suscitar dificultades, sabiendo que
Abraham había reemplazado a Ferenczi en el papel de mentor de Klein.
Muchos años más tarde (en 1965), uno de los colegas ingleses de Klein,
Elliott Jaques, describió, en un artículo que marcó una época titulado “Death
and the Mid-Life Crisis” (“La muerte y la crisis de la mitad de la vida”), las
diferentes formas en que puede producirse una crisis creativa en tomo a los
treinta y cinco años de edad. La carrera de Klein corresponde a la categoría
de aquellos “cuya capacidad creativa puede empezar a manifestarse y expre-
sarse por primera vez”.6 Ella tenía treinta y ocho años al llegar a Berlín. Su
potencial creativo, ahogado durante tantos años, se encontraba finalmente
libre de toda sujeción, pero tenía que afrontar oposiciones en cada uno de los
pasos que daba. Para el registro histórico, Klein sostuvo que tras su llegada a
Berlín amplió pronto su clientela; pero la verdad es que suscitó actitudes de
desdén en algunos de sus colegas. Había diferencias en cuanto a la
conveniencia de penetrar tan profundamente en el inconsciente de un niño
(los colegas de Budapest como Radó, Alexander y Ada Schott conocerían ya
su trabajo analítico de Erich). Aparte de la consideración que Abraham
manifestó con ella, siempre le resultó desagradable el modo como la trataba
la Sociedad de Berlín. Poco a poco algunos de sus colegas permitieron que
analizase a sus niños en lo que se conocía como “análisis preventivos”. En
momentos posteriores de su vida lamentó que los únicos pacientes que le
enviaban fuesen los niños y pacientes profundamente perturbados de otros
analistas. Sin embargo, de no haber sido así, jamás habría tenido la oportuni-
dad de realizar una intensa observación de niños.
En cierta ocasión, un colega que se disponía a salir de vacaciones dejó a
su cargo a un paciente de doce años que, como ella advirtió más tarde, era
esquizofrénico. Estaba indudablemente asustada, pero advirtió que su
paciente también lo estaba así que le preguntó si temía que ella lo internase
[110] 1920-1926: BERLIN
de nuevo en el asilo. Expresar verbalmente la razón de su terror mitigó la
ansiedad del paciente. Cuarenta años después ella evocaba: “Fue uno de mis
primeros casos, y al echar una mirada al pasado me doy cuenta de que ese
paciente podría haber sido para mí una gran fuente de información si yo
hubiera entendido más. Pero aun así aprendí mucho de él”.7
Los niños que ella analizaba en Berlín son los descritos después en El
psicoanálisis de niños (1932). No obstante, sus casos fundamentales (no
mencionados en esa obra) fueron sus propios hijos, “Fritz” y “Félix” (Erich y
Hans), a los que en Amor, culpa y reparación y otros trabajos (1921-1945)
dedica más espacio que a cualquier otro niño. En El psicoanálisis de niños
omite asimismo a una chica de diecisiete años, Lisa (protagonista de “El
desarrollo de un niño”), quien recibe menos atención que los niños. Esa chica
parece ser Melitta. Sólo puede conjeturarse que dichos casos se omitieron en
el volumen de 1932 por temor a que se suscitaran difíciles cuestiones a
propósito de la conveniencia de que una madre analizase a sus propios hijos.
La identidad de Erich es segura, y las edades de información respecto
de los otros niños concuerdan demasiado bien con las de Hans y Melitta para
que se trate de una mera coincidencia. Se conservan aún abundantes
anotaciones acerca de los casos de Erich y Melitta. El hermano de Fritz,
“Félix”, aparece con trece años (esto es, en 1920, el año que pasaron en
Ruzomberok).* Erich ignoraba que su madre analizaba también a sus her-
manos.
La decisiva carta dirigida a Ferenczi (el 14 de diciembre de 1920)
indica que Klein se proponía continuar el análisis de Erich aun antes de su
llegada a Berlín, si bien en “Análisis infantil” sólo dice que lo reanudó debido
a la reaparición de la intensa ansiedad de “Fritz” (lo cual es verdad). “El chico
había sufrido una recaída, cosa en parte debida a que, en mi deseo de ser
prudente, no había emprendido el análisis con suficiente profundidad.8 No
obstante, parte del resultado obtenido se ha demostrado duradero.” En
aquella época ella se esforzaba por penetrar en el núcleo de sus problemas,
pero se alarmó cuando él no sólo se resistía al análisis, sino que su estado
nervioso empeoraba. Abraham sabía que Klein estaba analizando a su propio
hijo,** y cuando ella le contó que el estado del niño se había deteriorado,
él la urgió a que continuara poniendo al descubierto material reprimido,
pues creía que ese enfoque mitigaría la ansiedad del niño, lo cual pareció
tener ese efecto, según Klein. Fritz también tenía “una leve fobia” a andar

* “Inhibiciones y dificultades en la pubertad” (1922) pareciera basarse en sus obser-


vaciones de Hans. “Fritz” bien podría ser el mismo niño que “Ernst” en “El papel de la escuda
en el desarrollo libidinal del niño” (1923), y “Grete” podría ser Melitta.
** Aparentemente, Abraham, siguiendo recomendaciones de Freud, “analizó”
ocasionalmente a su propia hija. Véase “Little Hilda: Daydreams and a Symptom in a
Seven-Year-Old Girl”, Int. Rev. Psycho-Anal (1914), I, 5-14.
LA PROTEGIDA [111]
por la calle, donde, se quejaba, había sido atormentado por niños groseros.
Klein descartó este detalle para concentrarse en el itinerario que realizaba al
dirigirse a la escuela, un camino bordeado de árboles: itinerario que ella
interpreta simbólicamente como expresión del deseo del coito, al que sucede
entonces la ansiedad de la castración.
Muy influida aún por Freud, Klein adjudicaba los problemas de su hijo
la represión de deseos incestuosos dirigidos a ella misma. ¿Estaba tan fas-
cinada que no veía el bosque por ver los árboles? Había en la vida de Erich
otros rasgos que ella ignora. Fue un niño no deseado y su madre se mostraba
sumamente deprimida cuando lo tema consigo. Su abuela había muerto poco
después de su nacimiento y el estado de Klein era de una ansiedad tan intensa
que había tenido que buscar ayuda en Ferenczi. Además, el niño debió sentir
la permanente tensión entre sus padres. Cuando Erich tenía tres años, su padre
marchó a la guerra y a su regreso, un año más tarde, el niño manifestaba por él
un exagerado afecto. Cuando tenía cinco años su padre desapareció
nuevamente —esta vez para dirigirse a Suecia— y el resto de la familia se
mudó a Ruzomberok, donde su madre temía que él se retrayese y no
manifestase interés por su entorno. Un año después se trasladaron a Berlín,
donde los chicos en la calle se burlaban de él por ser judío. (Esto no lo
menciona Melanie Klein.) Según Eric Clyne, fue su hermano quien le reveló
por qué los chicos lo trataban con tanta crueldad. En realidad, no tuvo
conciencia de ser judío hasta un incidente ocurrido cuando tenía diez años: él
y su niñera entraron en la Kaiser-Wilhelmsgedächtniskirche y un joven les
dijo que los judíos debían sentarse atrás. La niñera, que no era judía, declaró
indignada que ellos no lo eran.
Durante los cinco años que permanecieron en Berlín cambiaron de do-
micilio casi una vez por año. En 1923 o 1924 Arthur Klein regresó a Berlín.
En el lapso de un año Melanie Klein se trasladó permanentemente, llevándose
a Erich consigo. Primero lo internó en el sur de Alemania; después lo envió a
Francfurt para que Gara Happel lo analizara.* Allí vivió con un maestro de
escuela y su familia, y fue profundamente desdichado. “Debe de ser hermoso
pertenecer a una familia normar’, observaba Eric Clyne años después; y
agregaba filosóficamente: “pero dudo que haya muchas familias normales”.
No es sorprendente que el niño tuviera perturbaciones, aunque Melanie Klein
no considerara ninguno de estos factores externos y, al redactar la historia del
caso, adjudica su ansiedad a deseos libidinales reprimidos.
El caso de “Félix” (Hans), un niño que sufría de un tic nervioso, presenta
asimismo signos de perturbación. Los primeros detractores de Klein señala-
ban, como una objeción, el peligro de indagar en el inconsciente de un niño
pequeño; ¿pero no era aún mayor el peligro de que una madre analizase a su

* Happel escribió acerca de la pederastia, homosexualidad, masturbación y complejo de


Edipo.
[112] 1920-1926: BERLIN

hijo adolescente? Ella utiliza la expresión de Franz Alexander “un carnet


neurótico” para describir a Félix en la época en que empezó a analizarlo y
considera necesario subrayar el primer estadio significativo de su desarrollo.
A los tres años de edad se le practicó un estiramiento del prepucio, y la relacé entre
ese estiramiento y la masturbación causó en él una impresión especial. También padre le
había hecho repetidas advertencias y hasta lo había amenazado; a consecuencias de esas
amenazas Félix concluyó por renunciar a la masturbación. 9
El análisis de Félix tenía lugar tres veces por semana, pero al interru-
pirse en varias ocasiones se extendió durante tres años y tres meses, y duró en
total trescientas setenta horas. Ello sugeriría que el análisis se realidad
durante las vacaciones escolares del afio en que la familia estuvo viviendo en
una casa que hicieron construir en Dahlem. Sus problemas se originaron
porque hasta los seis años ocupó una camita en el dormitorio de sus padres y,
consecuentemente, se desarrolló en él un temor al escuchar el acto que
reiteradamente tenía lugar en la cama grande.* Nos comunicaron también
que al regresar su padre de la guerra, solfa golpear al muchacho por su
cobardía en los juegos. Félix centró su interés en los deportes, hasta perder
todo interés por la escuela. Exacerbó su inactividad el que su padre insistiera
en vigilar los deberes que el niño hacía en casa. Su padre también lo ace-
chaba para descubrirlo masturbándose, en cuyo caso lo golpeaba. Estos
detalles sugieren que a Melanie Klein le irritaba el trato que su marido daba al
niño, y que atribuía a éste muchas de sus dificultades.
Comenzó a desarrollarse en Félix un interés crítico por la música y por
los compositores. “Sus análisis mostraban”, concluye Klein, “lo que otros
análisis confirmaron: que la crítica siempre tiene su origen en la observación
de las actividades genitales paternas.”10 Manteniendo con total franqueza sus
creencias, analizaba repetidamente las fantasías masturbatorias del niño.
Este análisis es importante en la medida en que revela que Klein se
dirigía más a Abraham que a Ferenczi en busca de una orientación intelectual.
Ella está de acuerdo con una observación hecha por Ferenczi en
“Observaciones psicoanalíticas acerca del tic” (1921), a saber, que el tic es el
equivalente de la masturbación; pero no coincide con él en calificarlo de
síntoma narcisístico primario, pues por entonces estaba convencida de que
“el tic no es accesible a la influencia terapéutica hasta que11el análisis ha
logrado descubrir las relaciones de objeto en las que se basa”. (Esta parece

* Puede parecer extravagante que una madre discuta esta situación sexual con su hijo.
No obstante, en 1912 (Zbl. Psycho-anal., 2, pág. 680) Freud había formulado el siguiente
consejo: “Me agradaría que aquellos de mis colegas que ejercen el psicoanálisis reuniesen y
analizasen cuidadosamente los sueños de sus pacientes cuya interpretación justifique la
conclusión de que el que los ha soñado ha sido testigo de una relación sexual en sus
primeros años”.
LA PROTEGIDA [113]

haber sido su primera referencia a las relaciones de objeto.) Sus observacio-


nes de Félix confirman las conexiones sadicoanales que Abraham había des-
ojo en su trabajo “Contribuciones a la teoría del carácter anal” leído ante,
sociedad de Berlín en 1921.
El informe del análisis de Lisa es mucho más breve, y atiende básica-
mente a la actitud de la niña ante los números y las letras. Califica la letra de
seria y digna; le impresionó, y las asociaciones condujeron a una clara
imagen del padre, cuyo nombre comienza también con la letra “A”. Klein
atribuye la ineptitud de la chica para las matemáticas a su complejo de
castración. Para ella la historia era esencialmente “el estudio de las relaciones
de los padres entre sí y con el hijo, en el cual las fantasías infantiles sobre
batallas, matanzas, etcétera, desempeñaban también un papel importante, de
acuerdo con la concepción sádica del coito”.12
Cualquier analista moderno se horrorizará, por supuesto, ame la idea de
madre que analiza a sus propios hijos. Como Klein era la madre real,
podía ejercer las prerrogativas propias de una madre. En determinada oca-
sión, por ejemplo, prohíbe a Félix que vea a una chica mayor que él debido a
que estaba identificando fantásticamente a su madre con una prostituta. “La
transferencia”, dice, “puso de manifiesto con suficiente vehemencia que era
indispensable una interrupción momentánea de esa relación”; no obstante,
jeja ver inadvertidamente la verdadera relación que existía entre ambos:
Esta elección de objeto supuso una huida de las fantasías y deseos dirigidos directa-
mente a mí (sic), y que sólo en esta fase pasaron a ocupar plenamente el primer plano del
análisis. Se observaba entonces que el apartar a la madre, originariamente amada pero
temida, había influido en el fortalecimiento de la actitud homosexual y en las fantasías
acerca de la temida madre castradora.13
En otra ocasión le obliga a interrumpir la relación homosexual que
mantenía con un compañero de colegio. El muchacho debe haber sentido que
no disponía de ámbito alguno de privacidad respecto de su madre, la cual
conocía los secretos más íntimos de su alma. Había aun otro problema. A
menudo ella relaciona su tic y sus problemas de homosexualidad con su
sentimiento de inferioridad respecto de su padre. Arthur Klein desconfiaba
mucho del psicoanálisis, al que consideraba introductor de una cuña entre él y
su hijo, e interpretaba la obsesión de su mujer por esta disciplina como un
factor con influencia destructora sobre la familia.
Cabe preguntarse cómo podría establecerse una transferencia en una
situación así.* En su mayor parte las objeciones se relacionan con un nivel
* Muchos freudianos se han sentido sumamente confundidos ante la revelación de
que Freud analizaba a Anna. Se discute raramente y algunos desearían disponer de esta
información que nunca ha sido dada a conocer. Por otra parte, Freud parece no haber
publicado nunca los análisis como historia de un caso.
[114] 1920-1926: BERLIN
profundo, originario a saber, el temor al incesto. Tal penetración en la mente
de un niño no es sólo un abuso de poder, sino una intromisión en el ámbito del
tabú. Sería posible aducir que la transferencia podría producirse cuando el
niño imponía a su madre la percepción interna, producto de su fantasía que
tenía de ella. ¿Pero cómo podría la analista/madre distinguir entre realidad de
la percepción que el niño tenía de ella y su propia percepción sí misma?
Uno se pregunta si alguna vez Melanie Klein dudó de la razonabilidad
de lo que estaba haciendo. Al principio, ella realmente creía poder aliviar en
parte la intensidad de una depresión que también ella había experimenta
reiteradamente desde su infancia. Sus notas aclaratorias de los problemas de
los tres niños, suscitan la impresión de haberse producido en ellos una gran
mejoría, aunque no la total recuperación que Freud describía en el pequeño
Hans. No obstante, el remitir posteriormente a los niños a otros analistas
—Melitta a Horney, Sharpe y Glover; Hans a Simmel, y Erich a Happel,
Searl, Winnicott y Joseph— pudo proporcionarle una pausa para reflexionar.
Cuando no estaba satisfecha con un análisis, racionalizaba diciendo que había
concluido precipitadamente. Por las noches, podría habérsele ocurrido que,
analizando a sus niños, podía haberles causado realmente un daño irreparable
ya fuese en sus psiques o en sus relaciones con ella. El hecho es, empero, que
toda su obra posterior se basó no sólo en sus indagaciones sobre la ansiedad
de sus niños, sino también en el descubrimiento de los errores que había
cometido mientras los analizaba.
Los problemas de estos tres niños están narrados con distanciada y
clínica objetividad. En “Fragmentos del análisis de una histeria” (1905)
Freud dice: “Un hombre puede hablar a muchachas o a mujeres sobre todo
tipo de cuestiones sexuales sin herirlas ni suscitar sospechas respecto de sí
mismo, en la medida en que, en primer lugar, adopte un determinado modo de
hacer, lo y, en segundo lugar, pueda hacer que sus interlocutoras se sientan
convencidas de que ello es inevitable... La mejor manera de hablar de tales
cosas consiste en ser frío y directo; ése es, al mismo tiempo, el método más
alejado del prurito con que esos mismos temas se tratan en ‘sociedad’.
...J'appelle un chat un chat”.14 Melanie Klein cita estas líneas en una nota al
pie de “La técnica del análisis temprano”, y añade: “Esta actitud es, mutatis
mutandis, la que yo adopto en el análisis infantil. Hablo de cuestiones
sexuales con las palabras simples que mejor se adaptan al modo de
pensamiento de los niños*’.15 Y ése fue, sin duda, el método que empicó con
sus propios hijos.
Supongamos que efectivamente utilizó a sus propios hijos como
conejillos de Indias. Mediante la rigurosa observación de su conducta ella
descubrió mucho detalles sobre los orígenes de la ansiedad y del modo como
ésta obstaculiza el desarrollo, conocimientos que indudablemente
contribuyeron a su comprensión de otros pequeños pacientes —Rita, Trude,
Dick, Richard—, niños atormentados a los que evidentemente ayudó.
LA PROTEGIDA [115]
Durante aquellos años que pasó en Berlín, Klein refinó su técnica y dará
sus conceptos. En aquel entonces no consideraba sus opiniones como
heterodoxas; y es posible rastrear sus ideas advirtiendo que se desarrollaban
paralelamente a las preocupaciones de Freud y de Abraham. Freud, como se
recordará, formuló su última tesis fundamental sobre la ansiedad en
“Inhibiciones, síntomas y ansiedad” (1926), donde modifica su concepción
primera según la cual la represión conduce a la ansiedad; y a partir de su
artículo de 1925 sobre la negación (“Tomaré esto; excluiré aquello”) Ríanle
Klein desarrolló sus conceptos de introyección y proyección.* Depresión,
ansiedad, culpa, naturaleza compulsiva de la fantasía: ésos eran los
problemas a los que progresivamente se dirigió. La agresión, y no la libido
empezó a cobrar una importancia central en la ansiedad, y gradualmente
Conoció la interrelación entre realidad y fantasía.
Abraham le enseñó a redactar las historias de los casos. A diferencia de
oscuras descripciones de sus propios hijos, las de los niños que analizó en
Berlín (descritas en El psicoanálisis de niños) son inolvidables. Están libidos
para los juegos, son lentos, callados, incontinentes, sumamente “perversos”.
Padecen obsesiones, pesadillas, berrinches. Trude, de tres años y nueve
meses de edad, está rebosante del más terrible sentimiento de destrucción.
Rita experimenta desde los ocho meses graves ataques de ansiedad, expresión
de la culpa por sus sentimientos edípicos. En estos momentos, Klein —que se
adhiere aún a la idea freudiana ortodoxa de que el complejo de Edipo culmina
durante el cuarto año y el superyó emerge como su consecuencia final—
empezó a ver, a consecuencia de la observación de esos niños, que la
superación del complejo de Edipo requiere varios años, y que el superyó
infantil es mucho más punitivo que el que se enfrenta a un adulto, hallándose
en mejores condiciones para hacerlo.
Con estos pequeños pacientes, en su mayoría hijos de colegas, Melanie
Klein elaboró poco a poco una técnica que parte de situaciones específicas.
En el caso de Rita, aparecían subterfugiamente una tía y una madre vigilan-
tes que creaban una tensión adversa al análisis. En consecuencia, Klein
insistió en realizar el análisis fuera de la casa de la niña, cuestión en la que
estuvo de acuerdo con Hug-Hellmuth. En cierta ocasión, Rita, que entonces
tenía siete años, pintó de negro una hoja de papel, la rompió en pedacitos
que arrojó en un vaso de agua y, haciendo como si bebiese, murmuró:
“Mujer muerta”. En ese momento Klein comprendió hasta qué punto el
dibujo, el papel y el agua podían resultar reveladores en la expresión simbó-
lica de la ansiedad. Rita, a quien le desagradaba mucho la escuela, no había
manifestado el menor interés por el dibujo; pero cuando Klein, en una cora-
* “Introyección” es el proceso por el cual se internaliza un objeto externo. En la
“proyección" se imagina que objetos internos se hallan situados en algún objeto externo a
uno (véase: Charles Rycroft, A Critical Dictionary of Psychoanalysis, Penguin, 1979).
[116] 1920-1926: BERLIN
zonada, le trajo algunos juguetes de sus propios hijos —cochecitos, figuritas,
un tren, algunos cubos—, la niña comenzó inmediatamente a jugar, y a partir
de las muchas catástrofes a que sometía a los cochecitos, Klein interpretó que
había mantenido algún tipo de actividad sexual con otro niño de la escuela.
Rita se alarmó ante esta interpretación pero, tras un primer acceso de
ansiedad, permaneció en un estado de apaciguamiento. Esta experiencia,
sumada a otras, convencieron a Klein de que era esencial disponer de
pequeños juguetes, no mecánicos, que variasen sólo en el color y la inedia y
donde la figura humana no representase ninguna profesión determinada. La
sencillez de los juguetes posibilitaba al niño a expresar una amplia gama de
fantasías o evocaciones de experiencias reales. El material que poco a poco
empezó a reunir para las sesiones consistía en hombres y mujeres de madera
en dos medidas, coches, carretillas, columpios, trenes, aeroplanos animales,
árboles, cubos, casas, vallas, papel, tijeras, un cuchillo, lápices tizas o
pinturas, pelotas, bolitas, arcilla para modelar y cintas. Además, el niño podía
traer algunos de sus propios juguetes, aunque ella prefería que se concentrase
en los reunidos en su propio cajón.
Con ocho o nueve años, Melanie Klein se había sentido fascinada por
el juego de los niños más pequeños. Cuando tuvo sus propios hijos, la
observación que hizo de ellos le proporcionó cierta base a partir de la cual
desarrollar sus teorías. Reconocer que puede establecerse una transferencia
tuvo una importancia inmensa en la elaboración de su técnica más depurada.
Al experimentar una transferencia negativa, el niño podía asignar a Klein el
papel de un niño, mientras él asumía el de una figura con autoridad, atribu-
yéndose por tanto el poder de castigarla o lastimarla. Esta agresividad se
moderaba sólo debido a la insistencia de Klein en mantenerla a raya, sin que
se pasase al abuso físico:
Esta actitud no sólo protege al psicoanalista, sino que es asimismo importante para
el análisis. Pues tales acometidas, de no mantenerlas en sus límites, pueden despertar en el
niño excesiva culpa y ansiedad persecutoria, e incrementar así las dificultades del tra-
tamiento. Se me ha preguntado en ocasiones el método con que me prevengo de los ata-
ques físicos; creo que la respuesta es que he procurado cuidadosamente no inhibir las
fantasías agresivas del niño, dándole, en efecto, la oportunidad de actuar de otras maneras,
incluyendo los ataques verbales contra mi persona. Cuanto más capaz fui de interpretar a
tiempo los motivos de la agresividad del niño, tanto más me fue posible mantener la
situación bajo control.
Escudriñando el rostro de sus pacientes advirtió que se caracterizaban
por una notable gama de expresiones; y observó que si se interpretaban
coherentemente sus juegos, su ansiedad decrecía. Llegó a reconocer “la
mirada cognoscente”, el momento de la percepción y, sorprendentemente,
descubrió que en niños muy pequeños solía registrarse una capacidad de
comprensión mayor que en adultos. Creía que, hasta cierto punto, ello podía
LA PROTEGIDA [117]
explicarse porque, en el niño, las conexiones entre lo consciente y lo incons-
ciente son mucho más estrechas y, en un estadio preverbal, el juego puede
revelar mucho más que la asociación libre.
Le interesaba especialmente la actitud del niño ante un juguete roto. A
menudo el juguete representa a uno de los padres o a un hermano. Presa del
persecutorio, el niño podía llegar a arrojarlo en un cajón, temeroso de acción
retaliatoria. La ansiedad puede ser tan intensa que llega a sofocar el
sentimiento de culpa. Entonces un día abrirá el cajón y lo revolverá en busca
del juguete roto. Este acto de restitución (o de reparación, como ella lo
describirá posteriormente) permitiría a Klein interpretar la actitud del niño
respecto de uno de sus familiares. “Este cambio confirma nuestra impresión
de que la ansiedad persecutoria ha disminuido y de que, junto con el senti-
miento de culpa y el deseo de reparación, pasan a primer plano los sentimien-
tos de amor que habían resultado menoscabados por la excesiva ansiedad.”17
En esas situaciones era esencial que el analista se abstuviese de expresar
cualquier censura por haber roto el juguete o de sugerir el deber de repararlo,
en Más allá del principio del placer Freud había notado que el niño experi-
menta un placer mucho mayor en la recuperación de un tambor de madera
que haciéndolo desaparecer. A partir de estos análisis precursores hechos en
Berlín ella comprendió que su papel no consistía en ejercer una influencia
moral o educativa, sino en proporcionarle al niño libertad para expresar sus
emociones y sus fantasías, y a continuación darle una interpretación de ellas.
Un niño, Peter, de tres años y medio de edad, manifestó una intensa
ansiedad tras el nacimiento de un hermanito. Había compartido con sus
padres el dormitorio por la época de la concepción del bebé, durante unas
vacaciones. En su primera sesión con Klein se limitó a un esquema repetitivo
de juego. Hacía chocar entre sí dos caballos y repetía ese proceso con todos
los juguetes que cogía. Cuando se le explicó que representaban a personas,
rechazó primero la idea, pero tras una breve reflexión estuvo de acuerdo con
la sugerencia. En la siguiente sesión se alcanzó cierto progreso. Continuó el
destrozo de juguetes, y esta vez Klein sugirió que estaba representando a sus
padres mientras hacían chocar sus genitales para producir al hermanito por el
que tenía sentimientos tan ambivalentes. El trato que ulteriormente Peter dio
a los juguetes fue aún más explícito. Colocaba un muñeco sobre un cubo al
que llamó “cama” y lo declaró “muerto y destrozado”. Hizo entonces lo
mismo con dos muñecos, eligiéndolos de entre los juguetes que había roto. En
este caso Klein interpretó que una de las dos figuras era su padre y la otra el
propio niño, a quien su padre a su vez había hecho daño. Fue de una
extraordinaria inteligencia por su parte el advertir que la razón por la que
Peter había elegido dos figuras rotas era su sentimiento de que tanto él como
su padre resultarían dañados si él atacaba a su padre; y el hecho de que el niño
estuviera en condiciones de jugar sin inhibiciones supuso para ella la
confirmación de que se hallaba en el rumbo correcto.
[118] 1920-1926: BERLIN
En el análisis de Rita le impresionó particularmente la rudeza del
superyó de la niña, el cual se mostraba muy activo en una etapa mucho
temprana a la supuesta por Freud. Reconocido este hecho, advirtió entonces
que en un niño el superyó opera internamente de forma concreta; a saber, el
superyó adopta la apariencia de una multiplicidad de Figuras construida a
partir de experiencias y de fantasías derivadas de los estadios en los que el
niño ha internalizado (introyectado) a sus padres.
Notó que en niñas pequeñas se produce la ansiedad más aguda cuando
se siente como perseguidora a la madre, como figura externa y, asimismo
como objeto internalizado, cuya meta es atacar el cuerpo de su hija y despejar
a ésta de sus hijos imaginarios. Estos sentimientos persecutorios de depresión
y culpa conducen al deseo de reparación, no en el sentido de la “anulación”
freudiana en el neurótico obsesivo,18 sino en la variedad de procesos mediante
los que el yo anula en la fantasía el daño cometido, restaurando, preservando
y reviviendo objetos. Este impulso, unido a un sentimiento de culpa,
contribuye a todas las formas de sublimación y, en última instancia, a la salud
mental.
Con estos primeros pacientes realizó otros descubrimientos
importantes. Advirtió, por ejemplo, que Trude, al destrozar y ensuciar trozos
de papel, recreaba temores por ataques de naturaleza específicamente sádica
anal y uterina. Tales observaciones confirmaron las teorías de Abraham en
“Breve historia del desarrollo de la libido a la luz de las perturbaciones
mentales” (1924) sobre la naturaleza del sadismo. En un niño al que analizó
entre 1924 y 1925, cuya perturbación era mayor que la de Rita o la de Trude,
comprobó la naturaleza oral y anal de los procesos introyectivos del niño. Al
niño le atormentaban perseguidores internos y externos, siendo estos últimos
imagen de su propia proyección y derivados de su relación sádico anal con las
fantasías del pecho de su madre, combinadas a su vez con el inicio del
complejo de Edipo. Klein percibió cada vez más las complejidades
simbólicas del mundo del infante. Por ejemplo, cuando le cementó a Peter
que el haber roto un juguete representaba un ataque a su hermano, él protestó
diciendo que jamás haría tal cosa a su hermano real. Por su parte, ella le hizo
la observación de que ese acto simbólico era su único modo de expresar los
sentimientos destructivos respecto de su hermano. Por último, analizando
adultos al tiempo que observaba niños, pudo comprobar de qué modo las
fantasías y las ansiedades infantiles continúan actuando en el adulto.
Melanie Klein no perdió oportunidad de hacer notar su presencia. El 3
de febrero de 1921, poco después de su llegada a Berlín, entregó un artículo
sobre análisis infantil (basado en las inhibiciones de Félix para el aprendiza-
je), al que siguió, una semana más tarde, un comentario general de los
miembros de la Sociedad sobre las cuestiones que planteaba el artículo. El
19 de mayo leyó otro trabajo, nunca publicado, con el título de “Über die
LA PROTEGIDA [119]
Orientierungsinnes” (Perturbaciones de la orientación en los niños). En éste
comienza a formular su concepción de que el instinto epistemológico se
desarrolla a partir de la curiosidad por el contenido del cuerpo materno,
interés reprimido porque, en el inconsciente, la exploración tiene lugar bajo la
forma del coito. Abraham objetaba tal detalle señalando que el interés por el
cuerpo de la madre es precedido por una concentración en el cuerpo del pro-
pio chico. Ella no estaba convencida, recordando a Eric (“Fritz”) explorar su
cuerpo con un perrito al que deslizaba a lo largo de aquél e imaginando al
hacerlo que viajaba por países en los que los pechos eran montañas y la
región genital un gran río. Todas esas observaciones eran exploraciones ten-
cas de las fuentes de la ansiedad infantil.
Debe subrayarse que la mayoría de los casos presentados en El psicoa-
nálisis de niños (1932) se redactó algunos años después, a la luz del
desarrollo posterior de sus teorías. Los recuerdos de la hija de Karen Horney,
doctora Manarme Horney Eckhardt, son interesantes como testimonio de su
verdadero procedimiento en esa época. En 1923, a los diez años de edad,
Marianne comenzó con Klein un análisis que duró por años. Visitaba a Klein
dos veces por semana en su vivienda de Dahlem, y recuerda lo novedosa que
era la entrada superior de la casa y los muebles de estilo Bauhaus,
confortables aunque no elegantes. El análisis tuvo lugar en dos fases: la
primera parte, durante el último año del matrimonio de Klein, y la segunda,
tras haber ella dejado a su marido. Marianne no sabía por qué Klein se había
mudado repentinamente; a la jovencita le gustaba mucho más pasear en
bicicleta por las bellas calles de Dahlem que ir al oscuro apartamento que
posteriormente debió visitar.
Retrospectivamente la doctora Eckhardt considera ridícula la idea de un
análisis “preventivo”. En aquel momento la mayoría de los analistas parecían
sostener la idea de que tal análisis era importante para el sano desarrollo del
niño.* El procedimiento, según ella lo recuerda, era extremadamente
mecánico. Ella se tumbaba en el sofá y relataba todo cuanto le había ocurrido
durante la semana; en los diez minutos finales, Klein resumía e interpretaba
lo que ella había dicho. No discutían mutuamente; tampoco existía entre ellas
un sentimiento de cordialidad. No recuerda haber visto a Klein sonriente, o
preguntándole cómo estaba. Al ver fotografías suyas de diez años más tarde,
Eckhardt la encontró mucho más elegante y atractiva que la mujer que ella
había conocido. La doctora Eckhardt cree que Klein cobró vida al mudarse a
Inglaterra.
En 1922 Melanie Klein se convirtió en soda de la Sociedad de Berlín.
Continuó exponiendo ante sus miembros artículos y comentarios sobre la

* En 1922, en Budapest, Peter Lambda fue “analizado” por Stephen Hollos, quien
intentó hacerle asociar palabras. No se recurrió a juegos y la experiencia en su conjunto
desorientó eternamente a Lambda.
[120] 1920-1926: B ERLIN

ansiedad infantil, y ofreció una comunicación mucho más elaborada ante el


Séptimo Congreso Psicoanalítico, celebrado en Berlín en septiembre.* Fue
éste el último congreso al que Freud asistió. Es improbable que estuviera
presente cuando Klein expuso un trabajo, pero sin duda tenía conocimiento
de todos los trabajos que se estaban produciendo. Presto a descubrir cualquier
herejía, debe haber advertido que esta mujer manifestaba su deseos tentó a
propósito del complejo de Edipo como fundamento de la neurosis. El análisis
había mostrado, según sus declaraciones, que las inhibiciones descritas por
Freud se suscitan a partir de una concepción infantil del nacimiento del bebé
por el ano, fijación que se inicia mucho antes de que el niño llegue al nivel
genital.
En febrero de 1923 Klein fue designada miembro pleno de la Sociedad
de Berlín; ese mismo año apareció por primera vez un artículo de ella,
desarrollo de un niño”, publicado por Ernest Jones en el International
Journal of Psycho-Analysis. También en ese año presentó Freud en El yo y el
ello, una teoría estructural de la psique según la cual ésta se compone de yo,
ello y superyó, y formuló una teoría de la culpa como derivada del instinto de
muerte. Esta obra ejercería un profundo efecto en Melanie Klein en el sentido
de tener confianza en las conclusiones que extraía de sus observaciones.
Abraham, al informar acerca de las actividades del grupo de Berlín en una
carta dirigida a Freud el 7 de noviembre de 1923, señalaba que Frau Klein
daría un curso sobre sexualidad infantil para maestras de jardín de infancia;
continúa comentando su trabajo, “Breve estudio del desarrollo de la libido a
la luz de las perturbaciones mentales”, que se publicaría el afio siguiente.
He supuesto que la presencia de una depresión precoz en la infancia es el prototipo
de toda melancolía posterior. En los últimos meses la señora Klein ha llevado adelante
hábilmente el psicoanálisis de un niño de tres años con buenos resultados terapéuticos. El
niño presentaba un verdadero cuadro de depresión básica que yo interpretaba en estrecha
combinación con el erotismo oral. El caso ofrece sorprendentes descubrimientos acerca de
la vida instintiva infantil.1*
En el Congreso de La Haya, Abraham se había negado a presentar una
comunicación sobre la psicosis maníaco-depresiva debido a la falta de expe-
rimentación. Ahora Klein parecía proporcionársela. Como era normal en él,
Freud no se dignó a considerar los descubrimientos de sus discípulos como
nuevos objetos de admiración; ni lo hizo en realidad con idea alguna que él

* El trabajo original se titulaba “Análisis infantil o Desarrollo e inhibición de las dotes


naturales”. Cuando lo publicó, en 1923, como “Análisis infantil” en Imago, 9, incluía muchos
otros trabajos inéditos.
LA PROTEGIDA [121]
no hubiese pensado previamente, como se lo explica, burlándose un poco de
sí mismo, a Ferenczi en febrero de 1924.
Sé que no soy muy accesible y que me cuesta asimilar pensamientos ajenos que no
encuentren del todo en mi propia senda. Me lleva bastante tiempo formarme un juicio
sobre ellos, así que entre tanto debo suspender el mismo. Si usted tuviera que esperar tanto
tiempo en cada caso, cesaría su productividad.20
Tanto Abraham como Freud habían estado trabajando durante años en el
problema del origen de la depresión. En su trabajo de 1911 titulado “flotas
sobre la investigación psicológica y del tratamiento de la enfermedad
maníaco-depresiva y las condiciones relacionadas con ella” Abraham esta-
bleció un nuevo vínculo entre la depresión neurótica y la psicotica. En la
primera, el paciente “siente que no es amado y 21se siente incapaz de amar” y
por ello desespera de su vida y de su futuro. A Freud le había llamado
mucho la atención la ambivalencia del neurótico obsesivo (1909), y Abraham
descubrió que tanto en los que padecen depresión psicótica como en los que
padecen depresión neurótica se era presa del odio hasta el punto de anularse la
capacidad de amar. Los pacientes proyectaban ese odio y se sentían a su vez
despreciados. Inconscientemente estaban convencidos de que realmente
padecían los actos destructivos que imaginaban. Esto es a lo que Freud
denominó la “omnipotencia dei pensamiento”, expresión y concepto que
Melarne Klein tomaría de él.
Después, en 1916, Abraham publicó sus investigaciones ulteriores sobre
las hipótesis que Freud había postulado en Tres ensayos sobre teoría sexual
(1910), respecto de un estadio pregenital oral de la vida sexual.* Abraham
había observado que en pacientes con perturbaciones profundas un síntoma
frecuente era la negativa a tomar alimentos y el temor simultáneo a la
inanición. En su clásico artículo Aflicción y melancolía (1917) Freud dis-
tinguía la melancolía de los normales procesos de dolor por la pérdida de una
persona amada. “Los rasgos psicológicos distintivos de la melancolía son un
abatimiento muy doloroso, anulación del interés por el mundo externo,
pérdida de la capacidad de amar, inhibición de toda actividad y un descenso
de los sentimientos de autoestima hasta un grado que se manifiesta en los
reproches y la denigración dirigidos a uno mismo y culmina en una engañosa
expectativa de castigo.”22 Una de las interesantes observaciones que Freud
había hecho a partir de la comprobación de este fenómeno del castigo de sí
mismo era que la melancolía se registra en personas especial- mente
predispuestas. Aquello de lo que el melancólico se duele, no es tanto la
pérdida de una persona amada cuanto un yo herido al que reprocha y
humilla: una actividad dirigida hacia sí mismo antes que una actividad
dirigida hacia la realidad externa. Abraham había sugerido que los reproches
* “El primer estadio pregenital de la libido.”
[122] 1920-1926: BERLIN
que el melancólico se dirige a sí mismo eran reflejo de la proyección de su
odio, pero para Freud “los reproches dirigidos a sí mismo son reprocha contra
un objeto amado introducido dentro del propio yo del paciente, mujer que
clamorosamente expresa conmiseración por su marido al haberse unido a una
criatura tan miserable como ella, está en realidad acusando a su marido de ser
una criatura miserable en un sentimiento o en otro”.23 Freud concibe esta
especie de identificación como una regresión a la fase narcisista oral de la
libido. La considera narcisista ya que la única relación del paciente con el
mundo externo consiste en objetos que coloca en su boca incorporándolos o
“introyectándolos”. Freud disiente de Abraham al entender que el elemento
relevante en la melancolía es la introyección antes que la proyección, pero
admite que es mucho lo que aún debe investigarse en relación con este
problema.
Apareció entonces en 1924 el trabajo fundamental de Abraham “Breve
estudio de la libido a la luz de las perturbaciones mentales”. Abraham
comenzaba a descubrir similitudes cada vez mayores entre la neurosis obse-
siva y la psicosis maníaco-depresiva. La pérdida de un objeto es una repro-
ducción del estadio anal del desarrollo psicosexual, cuyo mecanismo es
comparable, en el inconsciente, con la “expulsión de este objeto en el sentido
de una expulsión física de heces”.24 Además, el melancólico puede retroceder
más allá de la fase sádico anal, esto es, hasta la fase oral temprana, en sus
fantasías canibalísticas. Un paciente, por ejemplo, manifestó la fantasía de
comer excrementos. Tales ejemplos proporcionan la corroboración clínica de
la concepción de Freud según la cual la introyección tiene lugar a través de un
mecanismo oral. Abraham propendía mucho más que Freud a la idea de que
la melancolía tenía su origen en una excesiva acentuación constitucional del
erotismo oral, y que el problema se produce en una etapa muy anterior a la
crisis que se presenta con la resolución del complejo de Edipo. La actitud
profundamente ambivalente del melancólico en relación con el perdido
objeto de amor se pone de manifiesto cuando está tan abrumado por el odió
que abandona el objeto como si fueran heces, sólo para reintroyectarlo en su
yo, pasando a identificarse narcisísticamente con él. En un momento decisivo
de su carrera, Klein estuvo fuertemente influida por las ideas de Abraham, en
particular la del conflicto generado en la vida psíquica por las funciones de
proyección y de introyección.
Es curioso que Abraham no haga referencia alguna a Más allá del
principio del placer (1920), cuyos originales había leído en 1919.* En esa
obra, con su postulado del instinto de muerte, Freud inauguraba, de acuerdo
con Ernest Jones, “su reconstrucción de la teoría psicoanalítica” (Vida y obra
de Sigmund Freud, III). En un párrafo fundamental Freud señala:
* Sin embargo ya en 1911 Abraham hablaba de “una tendencia a negar la vida”, de
“negación de la vida” y de “muerte simbólica”.
LA PROTEGIDA [123]
Partimos de la gran oposición entre el instinto de vida y el de muerte. Ahora, el
propio objeto de amor se nos presenta con un segundo ejemplo de una polaridad similar: la
que forman amor (o afecto) y odio (o agresividad). ¡Si tan sólo pudiéramos poner esas
polaridades en relación recíproca y derivar la una de la otra! Desde el comienzo hemos
reconocido un componente sádico en el instinto sexual. Como sabemos, puede tomarse
independiente y, bajo la forma de una perversión, dominar toda la actividad sexual de un
individuo. También aparece como componente instintivo predominante una de las
“organizaciones pregenitales” como las hemos denominado. Pero, ¿cómo es posible
derivar ahora en Eros, esto es, del preservador de la vida, el instinto sádico, cuya meta es
dañar el objeto? ¿No es plausible suponer que ese sadismo es en realidad un instinto de
muerte, el cual, bajo la influencia de la libido narcisistica, se ha apartado del yo y
consiguientemente ha emergido en relación sólo con el objeto? 25
Para Freud esa concepción dualista era hasta entonces
“provisional”. Relame Klein aceptó el desafío planteado por Freud, aunque
no elaboró plenamente sus implicaciones hasta después de su llegada a
Inglaterra. Sin el trasfondo biológico que se hallaba en su raíz, interpretó el
instinto de muerte en términos estrictamente psicológicos;* no disponía de
concepción alguna de la conducta que no fuera intencional. Hablaba de
constelaciones de impulsos mentales, de la destrucción del objeto mediante la
incorporación o a través de otros medios. En el niño, el instinto de muerte
opera como una proyección de la agresión por temor a la aniquilación,
mientras que para Freud el niño desconoce la muerte como tal. Ella siempre
creyó estar siguiendo una dirección sugerida por Freud, pero, a diferencia de
éste, ella no atendía a la biología mecanicista del siglo XIX, y no tenía la
concepción de instinto en el sentido señalado por Freud. Lo que Klein
comprobó es que el niño que estaba tratando desarrollaba una actividad
destructiva, lo que caracterizó como operación del instinto de muerte. Para
ella, un impulso no era un estímulo carente de dirección y productor de una
tensión que sólo secundariamente se relaciona con un objeto. Ella entendió la
libido y la agresión como tendencias intrínsecamente direccionales, y los
impulsos eran, en substancia, relaciones.
Entre los papeles inéditos de Melanie Klein se hallan los siguientes
apuntes:
Nunca se ha considerado a Abraham herético. Se admite que su obra forma parte de
lo clásico de la teoría, pero en el psicoanálisis nunca se ha utilizado plenamente. Abraham,
que había descubierto la primera fase anal y la vinculaba con cierto trabajo hecho por
Ophuijsen, se aproximó a la concepción de los objetos internos. Su obra sobre los
impulsos y las fantasías orales va más allá que la de F. En modo alguno tanto como la
* Su concepto de “Trieb” era el de Bruno Bettelheim y Hanna Segal, quienes consi-
deran que la palabra más apropiada para traducir ese término es la francesa “pulsión” y que
su equivalente más cercano en inglés es “drive”. Charles Rycroft cree que “no tiene
ninguna utilidad intentar distinguir entre un instinto y un impulso (drive)”.
[124] 1920-1926: BERLÍN
mía, pero está en la misma línea, y hay aquí otra persona que ha recurrido a cienos pen-
samientos y descubrimientos de F. adoptándolos y desarrollándolos. Habría que decir que
A. supone el nexo entre mi propia obra y la de F. Por supuesto, sus opiniones no avanzan
tanto y permanecen aún muy cerca de algunas conclusiones de F., y no causan la impre-
sión de una desviación, como ahora parece ocurrir con mi obra. 26
Las observaciones hechas por Klein de los niños parecían confirmar las
teorías de Abraham. Hubo también una época en la que se sentía muy
deprimida a causa de una crisis personal. Según su Autobiografía, en 1923 se
acercó a Abraham solicitándole que la analizara.
Al acercarme a Abraham solicitándole un análisis, me dijo que había decidido no
analizar a nadie que permaneciera en Berlín. Refería algunas situaciones muy desafortu-
nadas provocadas por la interrupción de análisis con colegas que se habían vuelto hostiles
hacia él. No sé de dónde cobré ánimos, pero repuse: “¿Puede decirme de alguien Berlín a
quien pueda ver para que me analice?”. Nunca respondió a esa pregunta, pero aceptó
analizarme. Debía esperar algunos meses: el análisis se inició a comienzos de 1924 y
concluyó cuando Abraham cayó muy enfermo, en el verano de 1925, muriendo finalmente
durante las navidades de ese año; me causó un gran pesar y debí atravesar una situación
muy penosa.27
Atendiendo a la ficción creada en su Autobiografía, su divorcio ya había
tenido lugar cuando se dirigió a Abraham. Los hechos fueron distintos. Cuando
Arthur Klein se marchó a Suecia (acaso temporalmente), Melanie explicó a Eric
que su padre mantenía “una relación afectiva” de la que le resultaba muy difícil
zafarse. Sea como fuere, se decidió que marido y mujer intentarían una
reconciliación a causa de los niños. Probablemente Melanie accedió a ello por
razones económicas; deseaba tener a los niños consigo, pero posiblemente no
podía mantenerlos sin la ayuda de Arthur. El hecho mismo de que Arthur
estuviera dispuesto a regresar a Berlín indica su deseo de preservar el matrimonio.
No podía tener dificultades para encontrar trabajo como asesor en Berlín tras
haber colaborado con la prestigiosa Billeruds AB en Säffle. También pasó a ser
entonces uno de los propietarios y directores del Deutsche Papierzeitung.
Decidieron construir una casa en la elegante zona de Dahlem, pero debido a la
inflación desenfrenada y la escasez de materiales de construcción en el Berlín de
postguerra, pasaron casi dos años hasta que la familia se trasladó a una
impresionante residencia, en Auf dem Grat 19.* Se alcanzó cierto grado de
normalidad y Eric Clyne recuerda su excitación mientras esperaba, fuera del
comedor, a que su hermana Melitta terminara de decorar el árbol de Navidad.
“Yo diría que mi madre formó parte de la unidad familiar mientras vivíamos
todos allí, en Dahlem, aproximadamente durante dos años. Mi padre se reunió
* En la actualidad Departamento de Egiptología de la Universidad de Berlín.
LA PROTEGIDA [125]

con la familia cuando terminó de construirse la casa de Dahlem. Conservó


casa tras el divorcio y la vendió posteriormente en beneficio de los tres
chicos.
Sean cuales fueren las esperanzas que albergó la familia al empezar a
vivir en la nueva casa, pronto se puso de manifiesto que los casi cuatro años
de separación no habían mitigado las tensiones entre marido y mujer. Arthur,
impaciente por recuperar la autoridad que, tal como temía, había perdido
durante su estancia en Suecia, se convirtió más que nunca en un tirano
doméstico. Las intimidaciones de que hacía objeto a Hans están documenta-
das con penoso detalle en “Contribución a la psicogénesis del tic”. (No
podemos precisar cuándo Simmel comenzó a analizar a Hans, pero Eric
Clyne cree que alrededor de 1925.) Para Melanie, la época en que vivió en la
casa de Dahlem —cuando solicitó ser analizada por Abraham— debe de
haber sido una de las más turbulentas de su vida. Además de la reiniciada
tiranía de Arthur, tanto su “relación afectiva” en Suecia como la nueva
carrera de ella fueron incentivos para lograr la independencia que, más o
menos conscientemente, ella siempre había buscado. Pronto advirtió que se
imponía una separación definitiva. Sin embargo, abandonar al marido era
algo económicamente arriesgado, a lo cual se sumaba la posibilidad de perder
la custodia de Erich. Hubo amargas disputas. Un día Erich vio un documento
sobre el escritorio de su padre y no pudo resistir la tentación de leerlo. Al
parecer, Arthur procuraría obtener la custodia del niño alegando que su madre
lo utilizaba como conejillo de Indias en sus experimentos psicoanalíticos.
Cuando Erich se lo contó a su madre, ésta le dijo que Arthur había dejado
deliberadamente el papel sobre la mesa sabiendo que Erich lo leería.
Había asimismo problemas con Melitta. Por entonces ella había ingre-
sado en la Universidad de Berlín como estudiante de medicina. A pesar de las
diferencias que después hubo entre ambas, en ese momento apoyó a su madre
contra su padre. El rencor entre padre e hija aumentó al rechazar Arthur al
pretendiente de la misma, Walter Schmiedeberg, un hombre catorce años
mayor que ella. Las disputas se relacionaban especialmente con los
problemas de alcoholismo de Schmiedeberg y, según afirmaba Arthur, tam-
bién con su adicción a las drogas. Eric recuerda que se le llevó a visitar a
Schmiedeberg en 1924 o 1925 al sanatorio de Schloss Tegel, donde era tra-
tado por adicción. Schmiedeberg, un cultivado vienés, se había educado en
Karlsburg, un distinguido colegio jesuita reservado a hijos de familias ricas y
aristocráticas. Destinado a convertirse en oficial permanente del ejército
austro-húngaro, alcanzó el grado de Reitmaster (capitán) en un desbaratado
regimiento. Pero era un joven raro, profundamente interesado en la psicolo-

* Según esta versión, la familia se habría mudado a la casa de Dahlem antes del final
de 1923 y Melanie Klein se habría marchado a finales de 1924. Yo calculo que vivió allí
más o menos un año.
[126] 1920-1926: BERLIN

gía; en 1907 sus maestros jesuitas le incautaron sus libros de hipnosis por ser
“obras del diablo” y los quemaron ante todo el colegio.
Por consiguiente cuando, durante la guerra, conoció a Max Eitingon, por
entonces psiquiatra del ejército en un pueblecito húngaro, fue inevitable su
acercamiento al psicoanálisis. Eitingon a su vez se lo presentó a Freud y lo
puso en contacto con Ferenczi. Eran días de privación en Viena, días en que
la familia Freud sufría de deficiencias alimentarias; Schmiedeberg actuó
como correo entre Ferenczi y Freud, transportando bienvenidas raciones de
comida. Después de la guerra se convirtió en visitante habitual de la casa que
los Freud y asistió a reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena.
En 1921 se trasladó a Berlín, donde se hospedó junto a los Eitingon en
el elegante apartamento de éstos. Actuando por un tiempo como secretario de
la Sociedad de Berlín, ayudó a Eitingon a montar el Policlínico Desempeñó
también un papel de importancia en la organización del Congreso
Psicoanalítico Internacional celebrado en Berlín en 1922. Fue en ese
congreso donde conoció a Melitta, una bella estudiante de medicina de ojos
negros que entonces tenía dieciocho años.
Los sentimientos de Melanie Klein respecto del romance de su hija
eran complejos. Ella era aún una bella mujer consciente de haber desperdi-
ciado su juventud. Era aún relativamente desconocida dentro del movimiento
psicoanalítico y se sentía manifiestamente agraviada por coetáneos que
habían alcanzado una posición mucho más firme que la suya. Y he aquí a
Melitta, una jovenzuela que se formaba para ser la médica que ella había
vehementemente deseado ser. Además, estaba realizando un análisis de for-
mación con Eitingon, y más tarde con Karen Horney, una competente médi-
ca. Por último, su hija mantenía un romance con un hombre atractivo y ele-
gante, vinculado por una íntima amistad tanto con los prósperos Eitingon
como con la familia Ur de Viena. En una época posterior de su vida Klein
escribiría mucho sobre la envidia de una hija por su madre. Dada la rica vida
imaginativa de la propia Klein, es probable que las semillas de la envidia de
una madre hacia su hija hubieran estado ya sembradas en su antiguo temor de
que Melitta pudiera usurpar el lugar de Melanie frente a su madre y su
esposo; y aunque ella pudo alentar el matrimonio por el prestigio que, en
consecuencia, le supondría, es probable que no reaccionase con sincero
placer.
La relación entre Melanie Klein y su hija es enigmática y perturbadora.
En su trabajo “El desarrollo de un niño” (la historia de Félix) Klein discute
también, tácitamente, el caso de otro niño ayudado mediante el análisis pre-
ventivo. Este niño tiene un hermano y una hermana, y pertenecen a “una
familia que conozco muy bien, así que dispongo de un conocimiento deta-
llado de su desarrollo”. Traza una descripción idealizada del ambiente de esos
niños:
LA PROTEGIDA [127]

Los niños de los que aquí se trata tienen muy buena disposición y Kan sido criados
con sensibilidad y amor. Por ejemplo, uno de los principios básicos en su educación fue
permitírseles formular todas las preguntas, respondiéndoles con agrado; también en otros
aspectos se les permitía un grado de espontaneidad y de libertad de opinión más elevado
de lo habitual; pero se los guiaba con firmeza, aunque no sin afecto. 28
Considera brevemente a la hija, entonces con catorce años (exactamen-
te edad de Melitta al redactarse este trabajo), la cual en su más temprana
infancia había manifestado dotes extraordinarias.
No obstante aproximadamente a partir del quinto año de vida, la tendencia
investigadora de la niña decreció muchísimo y devino gradualmente superficial, no
hallando placer en el aprendizaje ni manifestando intereses profundos, aun cuando
indudablemente su capacidad intelectual era buena y, al menos hasta ahora (tiene
actualmente catorce años) ha manifestado tan sólo una inteligencia media.29
Esta condescendiente afirmación es extraordinaria, considerando que en
1921 Melitta aprobó su examen de matriculación en eslovaco, lengua que no
había aprendido de niña, lo que nos permite suponer que debe haber sufrido
intensa presión; y su éxito en condiciones tan dificultosas era notable.
¿Intentaba conseguirlo para agradar a su madre? En el otoño de 1921 ingresó
en la universidad de Berlín para estudiar filosofía, cambiando después a
medicina. Durante la Semana Santa de 1922 reforzó sus estudios con un curso
sobre las dificultades de la lengua, y se graduó con distinciones en 1927.
Tras la llegada de Melitta a Berlín, su madre reanudó su costumbre de
llevarla consigo a las reuniones relacionadas con el psicoanálisis: de ahí su
encuentro con Schmiedeberg en el Congreso de Berlín. Hubo un vínculo
estrecho entre madre e hija, pero posiblemente desde muy pequeña, Melitta
no tuvo seguridad de la consistencia del amor de su madre, dadas las fre-
cuentes ausencias de Klein. La historia de la relación entre ambas indica que
Melanie Klein estaba repitiendo el esquema de su propia madre al intentar
reducir a la joven a un estado de servidumbre emocional.
En abril de 1924 Melitta se casó con Walter Schmiedeberg en Viena.
¿Sus motivos para casarse eran semejantes a los de Melanie cuando se casó
con Arthur? Hans tenía por aquel entonces quince años y se disponía a iniciar
un curso de ingeniería química. Pareciera que Melanie abandonó finalmente
la casa, llevándose a Erich consigo, más o menos coincidiendo con la fecha
de la boda, indicando con ello que se había quedado sólo mientras los niños la
necesitaban. Primero se alojó durante poco tiempo en la Pensión Stossinger,
en Augbwigerstrasse 17.* Más tarde, en 1924, volvió a mudarse, esta
vez al apartamento de una persona mayor, en la Jeanerstrasse donde dis -

* Es probablemente ése el período al que se refiere Helene Deutsch en


Confrontations with Myself (Nueva York, W.VV. Norton, 1973, pág. 141): "Mi relación
[ 1 28 ] 1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN
ponía de tres habitaciones amuebladas. Se ha difundido la creencia de que
Arthur Klein se marchó a Suecia para no regresar jamás. En realidad, conti-
nuó viviendo en la casa de Dahlem hasta 1937, fecha en que se trasladó a
Suiza, donde murió en 1939. No mucho tiempo después del divorcio volvió a
casarse (“desastrosamente”, según Eric Clyne, puesto que volvió a divor-
ciarse al cabo de algunos años), y tuvo una hija del nuevo matrimonio Según
su hijo, Arthur Klein fue atendido después por sucesivas amas de llaves.
Erich no permaneció mucho tiempo con su madre tras la separación
final. Se le envió a un colegio, primero en el sur de Alemania y después en
Francfurt. Cuando Klein se trasladó definitivamente a Inglaterra en 1926,
Erich no se reunió con ella hasta que concluyeron los detalles del divorcio' A
Arthur se le otorgó la custodia de Hans y la situación era tan tensa que Erich
se enteró de que si su padre obtenía su custodia, su madre, según había
concertado con un amigo, haría que se apoderaran de él sacándolo del país y
llevándolo junto a ella en Inglaterra. El divorcio, pues, no tuvo lugar a
comienzos de su estancia en Berlín, como ella lo consigna en su
Autobiografía, sino en vísperas de su partida hacia Inglaterra.

relación personal con Melanie Klein fue muy intensa en el período en el que ambas éramos
analizadas por Karl Abraham en Berlín. Pienso que Abraham alcanzó éxito terapéutico en
el tratamiento de los problemas de neurosis de Klein, pero su análisis no tuvo influencia
duradera en su concepción extremadamente especulativa, del análisis de niños. Escuché a
menudo sus teorías» pues durante nuestro análisis vivimos en la misma pensión, cerca del
consultorio de Abraham”.
Dos

Limbo
E rnest Jones consideraba a Karl Abraham y a Sándor Ferenczi
los mejores analistas clínicos de entre sus contemporáneos.
Alix Strachey, cuyo primer analista había sido Freud, estimaba a
Abraham superior a Freud. Melanie Klein tuvo, pues, el privilegio de estar
en contacto con dos hombres sobresalientes.
Según la estimación de la propia Klein, su análisis con Abraham se
inició a comienzos de 1924 y finalizó en mayo de 1925, cuando éste enfermó.
Consiguientemente, el análisis de Klein habría durado por lo menos quince
meses. No deben desatenderse, por otra parte, las razones que hacían nece-
sario un análisis más prolongado; su propio testimonio no es del todo fiable.
Reanudó el análisis de Erich en 1922; y, desorientada por la creciente ansie-
dad del niño como resultado de sus interpretaciones, se dirigió a Abraham en
busca de una certeza, hecho que sugeriría que confiaba en él dentro aun de la
reserva de la situación analítica.
De acuerdo con el testimonio unánime, Abraham era, como clínico,
sereno y distante. El analista inglés Edward Glover apreciaba su '‘alto grado
de equilibrio y objetividad... Era un buen ejemplo del llamado analista nor-
mal que puede abordar cualquier perturbación”.1 Es probable que fuera
exactamente la persona indicada para Melanie Klein durante esa crisis de su
vida, en tanto que Ferenczi le había proporcionado el afecto que ella anhelaba
tras la muerte de su madre. Ella nunca hizo comentarios sobre las técnicas de
uno y otro, apane de observar que Ferenczi no analizaba su transfe -
rencia negativa lo cual parece implicar que Abraham lo hacía. Grant
Allan, hijo de Abraham, tema la impresión de que se trataba más bien de un análi-
[130] 1920-1926: BERUH
sis de formación que de un análisis terapéutico. Como prueba de ello aduce
que, en contraste con la reserva que rodeaba a los otros pacientes de
Abraham, Melanie Klein iba y venía de manera muy pública y manifiesta
Describe el nato que ella tenía hacia él como pomposo y condescendiente (En
ese sentido encontraba también a Anna Freud “retraída ”.)2 Está claro que
Abraham le proporcionaba un enfoque y un marco teórico enteramente
distintos de los que ella había recibido de Ferenczi; sus trabajos más tempra-
nos reflejan la tensión entre sus divididas lealtades.
Grant Alian recuerda un incidente muy elocuente en relación con su
padre. En 1921 Edward Glover, analizado por Abraham, los acompasó sus
vacaciones a los Alpes austríacos. Por la noche llevaron a su chalet a
montañés que se había fracturado una pierna a causa de un alud. Abraham y
Glover, que era cirujano, se dispusieron a amputarle la pierna. Abraham
permitió que su hijo —que entonces tenía catorce años de edad— presenciara
la operación, advirtiéndole que si se desmayaba tendría que recuperarse solo.
El doctor Herbert Rosenfeld narra una interesante anécdota que
ilumina un aspecto generalmente poco conocido de Abraham. En 1946,
cuando Rosenfeld se analizaba con Klein, ella le pidió que postergara la
publicación del artículo en el que él estaba trabajando —“Análisis de un
estado de esquizofrenia con despersonalización”— hasta que aparecieran sus
“Notas sobre algunos mecanismos esquizoides”. Al solicitarle tal cosa le dijo
que mientras era analizada por Abraham, éste no le había revelado
interpretaciones para que no las utilizara antes de que él publicase sus
descubrimientos.* (Suele decirse que Abraham consideraba la oralidad como
su propio coto privado.) Klein daba a entender que ella era más generosa que
Abraham, pues al menos ella no le regateaba a Rosenfeld sus
interpretaciones. Rosenfeld no se sintió molesto en absoluto; recuerda el
incidente como un hecho más bien divertido, al que añade un enorme respeto
por las elaboradas experiencias presentadas en “Notas sobre alguno.;
mecanismos esquizoides”.
Es indudable que Abraham ayudó a Melanie Klein a superar el período
más difícil de su vida. Sus actividades en 1924 atestiguan tanto la eficacia del
análisis de Abraham como su propia capacidad de recuperación. Frente a su
relativa poca producción durante los años anteriores, en los cuales su vida
emocional se hallaba en estado de agitación, 1924 fue una especie de annus
mirabilis.
El 22 de abril presentó en el Octavo Congreso Internacional de
Salzburgo una ponencia muy polémica sobre la técnica de análisis infantil, la
cual en su momento aparecería, fórmula más moderadamente, como segundo
capítulo de El psicoanálisis de niños. El trabajo suscitó polémicas

* Si se estaba refiriendo a “La influencia del erotismo oral en la formación del


carácter” o a “Breve estudio de la libido a la luz de las perturbaciones mentales”
(publicados ambos en 1924). artículos que ejercieron una enorme influencia en su obra,
ello también sugeriría que su análisis se inició a lo sumo en 1924.
LIMBO [131]
reacciones ya que comenzaba a poner en tela de juicio la definición del
momento en que aparece el complejo de Edipo, piedra angular de las teorías
sexuales de Freud. Afirmaba que en sus análisis infantiles había observado
clara preferencia por el padre del otro sexo ya a comienzos del segundo año.
En el caso de las niñas, el inicio del complejo de Edipo es producto del
destete y del adiestramiento para hacer sola las necesidades. Cuando esta
perdida se produce el vínculo que la une a la madre se afloja, y la niña se
dirige entonces al padre como objeto de amor. En los niños el desarrollo del
complejo de Edipo es tanto inhibitorio como estimulante. La inhibición se
manifiesta en el trauma que experimenta el niño cuando intenta escapar de su
obsesión por la madre; pero, con la privación oral del amamantamiento, el
niño se ve empujado a cambiar la posición de su libido formándose un deseo
por la madre como objeto genital de amor. El desarrollo constitutivo del sexo
se inicia con esos dos traumas tempranos. La identidad sexual es en última
instancia la aceptación de la propia realidad de uno mismo. El acto sexual se
concibe por ambas partes en términos orales; y en el nivel más profundo la
madre se considera la temible castradora. Ello realmente suponía una herejía:
la madre reemplazaba al padre como fundamento de la neurosis.
Si estas observaciones inquietaron a algunos de los miembros de la
audiencia, no ocurrió así con Ernest Jones, quien las escuchó con absorta
atención. Siendo presidente del Simposio de Técnica Psicoanalítica celebrado
durante el congreso, Jones declararía que pensaba sugerir a Freud que
escuchase a Melanie Klein con imparcialidad: “En todas estas cuestiones
fundamentales, por tamo, tanto teóricas como prácticas, yo propondría esen-
cialmente moderación y equilibrio, sin rechazar nada que la experiencia
muestre como provechoso, a fin de corregir al mismo tiempo un incremento
ulterior de nuestro conocimiento y de nuestra capacidad“.3 Sin desanimarse
por la crítica adversa de que fue objeto en Salzburgo, Melanie Klein expuso
uno de sus artículos más emocionantes en la Primera Conferencia de.
Psicoanalistas Alemanes que tuvo lugar en Würzburg en octubre. Era la his-
toria de Erna, hilo conductor del tercer capítulo de El psicoanálisis de
niños, titulado “Una neurosis obsesiva en una niña de seis años”.
En sus observaciones de Erna —una niña de seis años con graves per-
turbaciones a quien le solicitaron que analizara, análisis que se extendió
durante dos años y medio— Melanie Klein llegó a un nivel de comprensión
que no había alcanzado en sus trabajos anteriores. Si Freud logró la com-
prensión del desarrollo de la libido a partir de la conducta de un sujeto histé-
rico, Melanie Klein comprendió el conflicto psíquico temprano a partir de la
observación de un niño con graves perturbaciones. Más que en cualquiera
de sus casos anteriores se percibe una voluntad de calmar los sufrimientos
de una niña con una madurez superior a la normal para su edad, una niña
que se quejaba diciendo: “Hay algo en la vida que no me gusta”. Su rostro
[132] 1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN

reflejaba una expresión de visible sufrimiento, y en una fotografía suya a


cuando sólo tenía tres años se manifiesta ya la misma expresión
Evidentemente la niña advertía que estaba enferma y al comienzo del trata-
miento le rogó a Klein que la ayudara. Percibía cada acto de su madre como
destinado a herirla de algún modo, y en la transferencia de Klein pronto se
mostró que Erna reorientaba sus ataques de odio y de depresión contra su
madre. Desde el comienzo de las sesiones mostró un curioso esquema juego
en el cual Figuraban tres personas. Normalmente, una de ellas resultaba
destruida. Con frecuencia adoptaba el papel de madre y ordenaba a Klein que
asumiera el de un niño que se succiona el pulgar. En una ocasión le ordenó
que se introdujera en la boca una locomotora de faros brillantes que
anteriormente le había causado gran admiración: “Son tan bonitos, todos
rojos y ardientes”. En esta reacción de Erna ante la locomotora, Klein dio uno
de esos repentinos golpes de intuición que sus críticos consideran tan
desconcertantes. Los faros que la niña admiraba y chupaba ‘‘representaban
para ella el pecho de su madre y el pene de su padre ”.4 Asimismo, en las fan-
tasías de Erna, el coito representaba la incorporación que su madre hacía del
pene de su padre y, a su vez, su padre incorporaba el pecho y la leche de su
madre, actos que en la niña suscitaban envidia y odio. Su feroz reacción
consistía en cortar papel, llenarse la boca con los pedazos y masticaría hacía
entonces como si estuviese defecando o vomitando. El consultorio parecía un
campo de batalla después de que Erna hubiese dado rienda suelta a su furor.
Tras estos actos canibalísticos y agresivos, se hundía en un estado de
profunda depresión.
Suele acusarse a Melanie Klein de tratar exclusivamente la vida
interior del niño y atribuirle complejos increíbles y avezadas percepciones.
Se le acusa también de subrayar excesivamente los impulsos agresivos de un
niño muy pequeño. Se escucha una y otra vez que desconocía los factores
ambientales. Sin embargo, durante estos dos años, Melanie Klein se esforzó
por liberar a Erna de sus tormentos interiores y por llevarla al mundo real,
donde encontraría una madre amante que en nada se parecía a las furias ven-
gadoras de sus fantasías.
Habían enseñado a Erna a hacer sus necesidades sola, sin recurrir a
severidad alguna, pero se había detenido en ese punto y nunca se había recu-
perado del destete. Un factor que incidió en ese defecto, según afirmaba
Klein, era que tenía “una disposición constitutiva sadicooral y sadicoanal
muy marcada”. Como ocurre con el Hombre del saco, las fantasías de Erna se
habían activado al presenciar la cópula entre sus padres, en su caso cuando
tenía dos años y medio. (En otras palabras, su neurosis situaba el complejo de
Edipo de Freud en un momento más temprano.) Freud también había
considerado el superyó como la introyección de las figuras paternas y
coincidiendo con la resolución del complejo de Edipo; pero en este caso Klein
observaba un superyó increíblemente cruel que proyectaba su hostilidad
LIMBO [133]
hacia una figura extrema. El objeto de odio de Erna aparecía a menudo bajo
una hermana imaginaria (ella era hija única), y temía el cuerpo de su madre
como receptáculo de un niño no nacido.
En este trabajo Klein comenzó a teorizar acerca de la etiología de la
homosexualidad, fenómeno Que había tratado sólo incidentalmente en el
análisis de Félix. Los deseos amoroso-anales de Erna respecto de su madre se
manifestaban en su juego, donde al mismo tiempo se ponía de manifiesto
gran odio hacia ella. Aquí, Klein estaba de acuerdo con el argumento
sostenido por Abraham en su “Breve estudio del desarrollo de la libido”, a
saber, que en la parodia del perseguidor puede remontarse a las imágenes
conscientes que el paciente tiene de sus heces en su intestino, las cuales él
identifica con el pene del perseguidor, que es en realidad la persona de su
propio sexo a la cual él ha amado originariamente.
Melanie Klein no se hubiera sentido segura para continuar SU obra como
lo hizo de no haber sido por el aliento de Abraham.
Era muy cauteloso (recuerda Klein), el verdadero científico, que estima
cuidadosamente los pros y los contras, sin dejarse influir por las emociones, pero parecía
sentir que aquí estaba surgiendo algo que podía ser de gran importancia. Fue inolvidable
cuando, al final de la comunicación que yo presenté (la historia de Erna) en un congreso
ocurrido en 1924* y que después constituiría uno de los capítulos de El psicoanálisis de
niños, dijo que el futuro del psicoanálisis era el análisis de niños. Nunca se había
expresado su opinión tan categóricamente y, como en aquellos años yo desconocía
realmente la importancia de mi propia contribución al psicoanálisis, lo que dijo fue una
sorpresa para mí.5
Debe subrayarse que tanto “La técnica del análisis temprano”
(Salzburgo) como “Una neurosis obsesiva en una niña de seis años” se
escribieron mientras era analizada por Abraham.
En esa época ella creía que estaba tratando a niños de la única forma
posible atendiendo a los principios psicoanalíticos. Al extraer sus
conclusiones de la observación (como había aconsejado Freud) y al leer los
trabajos de éste tan pronto como iban apareciendo, ella ignoraba que en
realidad se estaba apartando de algunos de los dogmas fundamentales del
psicoanálisis. Con cierta perspectiva temporal —en 1932, cuando finalmente
publicó el caso de Erna en El psicoanálisis de niños— advirtió que era
precisamente en ese momento cuando se había alejado de Freud. Esto
manifiesta en algunas de las notas al pie:
En su Inhibición, síntoma y angustia (1926) Freud afirma que es la cantidad de
ansiedad existente lo que determina el brote de una neurosis. En mi opinión, las ten-
dencias destructivas liberan la ansiedad, de modo que, en realidad, el brote de la neurosis
sería consecuencia de un incremento excesivo de tales tendencias destructivas. En el

* En Würzburgo.
[134] 1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN

caso de Erna era su odio, avivado por haber sido testigo de la escena primaria lo acarreó
la ansiedad y condujo a su enfermedad.6
El que Abraham aprobara este artículo no fue un incentivo para futuras
relaciones con Freud. Forma parte de la mitología que rodea a los primeros
miembros del movimiento la creencia de que Abraham era el discípulo más
leal de Freud. Ciertamente, el afecto personal que Freud sentía hacia
Abraham no tenía nada que ver con el que sentía por Ferenczi, especialmente
le molestaron las críticas de Abraham contra Jung y sus advertencias respecto
de Ranke. Es, una vez más, Edward Glover quien hace una penetrante
observación sobre la diferencia entre los dos hombres:
Freud era un hombre muy tímido, tanto como un graduado que está haciendo los
estudios superiores: sumamente inseguro de sí mismo. Sus seguidores no eran tan tímidos.
En la correspondencia entre Abraham y Freud, por ejemplo, Abraham se mucho más
categórico y convencido de los descubrimientos de Freud que el propia Freud.7
Freud objetaba vehementemente a Abraham su colaboración con un
realizador cinematográfico precursor, G.W. Pabst, en un filme que describía
la evolución de una neurosis, Geheimnisse einer Seele (“Los secretos de un
alma”).* Es significativo que en la correspondencia entre Abraham y Freud
no se halle referencia alguna a la aparición de Melanie Klein ante la Sociedad
de Viena en diciembre de 1924. Es muy probable que las diferencias entre
ambos se hubieran profundizado de vivir Abraham durante más tiempo.
Es posible hacerse una cierta idea de cómo era Melanie Klein durante
aquellos años, a partir de los recuerdos de sus colegas. Uno de ellos era Nelly
Wollfheim, terapeuta de niños que se analizaba con Abraham al mismo
tiempo que Klein. En 1939 Nelly marchó a Inglaterra y al poco tiempo de la
muerte de Melanie Klein escribió un artículo sobre Klein que presentó a
Donald Winnicott, quien se opuso a verlo publicado por considerarlo más
bien difamatorio.
Poco después de la llegada de Klein a Berlín, Abraham le sugirió que
visitase el jardín de infancia de Wollfheim. Rápidamente se puso de
manifiesto que Klein no era como los anteriores visitantes: no iba para
informarse del método de trabajo empleado por Wollfheim con los niños, sino
que evidentemente deseaba utilizar la guardería para sus propias investiga-
ciones. No obstante, Wollfheim se sintió profundamente impresionada por esta
* No fue ésa la película originariamente sugerida a Freud por Sam Goldwyn. Cuando
Abraham llegó a estar demasiado enfermo para influir de algún modo en su desarrollo, Hanns
Sachs se hizo cargo de ello. Se proyectó en Berlín en enero de 1926, inmediatamente después de
la muerte de Abraham.
LIMBO [ 1 35 ]

mujer que ya era analista y, a la vez, analizanda predilecta de Abraham.* Se


sintió perpleja ante aquella hermosa, inteligente y segura criatura que
permanecía sentada, enhiesta en el sofá, y hablaba ininterrumpidamente
sobre sus opiniones en materia psicológica infantil. Atónita, Wollfheim le
escucho decir: “Cuando un niño, jugando, hace que dos vehículos choquen el
uno con el otro, está representando simbólicamente el coito de sus padres”.
No se atrevió a mostrar su escepticismo, ya que consideraba a la visitante una
figura con autoridad, una “transferencia transferida”, actitud que marcaría
todo el curso la relación entre ambas.
La siguiente ocasión en que se encontraron fue durante el Congreso de
Berlín de 1922. Aquí Wollfheim contemplaba envidiosa cómo Klein paseaba
del brazo de Ferenczi, su primer analista. No obstante, aceptó la invitación de
Klein a que la visitara en su casa. Nuevamente se convirtió en oyente pasiva
mientras la otra exponía teoría copiosa y mezcladamente. De repente, Klein
se puso de pie de un salto y anunció que debía salir, conducta parece que su
huésped consideró ofensiva.
Parece haber habido poco contacto entre ambas durante los dos años
siguientes, hasta que en 1924 Otto Fenichel (recientemente llegado a Berlín
desde Viena) sugirió que un grupo, del que formaban parte Wollfheim y
Berta Bornstein, propusiera a Melanie Klein que diese un curso público sobre
análisis de niños.** Fenichel era el encargado de la publicidad del curso, pero
los carteles que colocó en los escaparates de comercios eran tan poco
afortunados que se retiraron. A pesar de ello, a la primera conferencia asistió
bastante público. Sin embargo, repentinamente, el curso tuvo que
suspenderse debido al aturdimiento y sorpresa del auditorio, al negarse Klein
a traducir la terminología psicoanalítica a un lenguaje que el público no
especializado pudiera entender. Pero de camino hacia la estación de metro
después de las conferencias, los organizadores la bombardearon con
preguntas, y Nelly Wollfheim advirtió que empezaba entonces a comprender
de qué hablaba Klein. A partir de entonces, decidieron encontrarse regular-
mente para pasear los domingos por el Grunewald y continuar con sus dis-
cusiones.
Nelly Wollfheim invitó también a su amiga a escuchar su conferencia
“Los trabajos manuales como ayuda en el tratamiento de niños nerviosos” en
la Berliner Psychologische Gesellschaft. A Nelly no iba a permitírsele
alcanzar su momento de gloria. En la discusión que siguió a la conferencia,
Melanie Klein se puso en pie y emprendió un extenso esbozo de sus propias
ideas, interrumpida finalmente por el doctor Albert Molí, famoso neurociru-
jano que presidía la reunión. Tras acometer una furiosa diatriba contra el
* También eso sugeriría que el análisis comenzó antes de 1924.
** Este parece ser un curso distinto al mencionado por Abraham en una carta dirigida a
Freud del 7 de noviembre de 1923, y que estaba organizado por el Instituto.
[ 1 36 ] 1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN

psicoanálisis, Moll de repente tomó la cartera de la mujer que tenía enfrente y


gritó: “¡Y esto es descrito por Freud como símbolo del órgano sexual
femenino!”. La reunión se convirtió en un tumulto, impidiéndose constante-
mente a Klein sus intentos de replicar.
Entre ambas mujeres llegaría a producirse un contacto personal aún
más estrecho. Varios de los niños a los que Klein analizaba asistían al jardín
de infancia de Wollfheim. Uno de ellos era Erna. Melanie Klein llamaba
constantemente por teléfono para preguntar por los cambios en las pautas de
conducta de Erna conforme avanzaba el análisis. Wollfheim se ofendió al
comprobar que en la versión publicada de la historia del caso no aparecía
referencia alguna a la vida de Erna en su guardería. Lo consideraba una
notoria omisión, debido a que la vida en el jardín de infancia y las relaciones
de Erna con los otros chicos parecían tener una importancia enorme.
Cada vez me resulta más evidente que Melanie Klein estaba interesada principal,
mente en los procesos y las relaciones inconscientes prestando poca atención a la vida real,
a la vida cotidiana de los niños.
Antes de comenzar el análisis, Erna era apacible y se comportaba bien
en el jardín de infancia. Sin embargo, unas dos semanas después del comien-
zo del análisis, Wollfheim observó que la niña se volvía repentinamente
agresiva: golpeaba a los otros niños sin razón aparente y se irritaba muchísi-
mo por pequeñeces. Siempre se había masturbado abiertamente pero enton-
ces la masturbación decrecía. Normalmente había evitado a los otros niños y
durante los paseos siempre quena estar con su maestra, enfrascada en con-
versaciones íntimas, adultas. Comenzó a apartarse de Wollfheim, manifes-
tando por primera vez un interés por los otros niños, dedicándose en particu-
lar a una niñita a la que parecía dominar. Esa niña, que había mostrado hasta
entonces una conducta excepcionalmente buena, se volvió directamente
desobediente, y Nelly Wollfheim advirtió que cesaba su influencia sobre ella.
Wollfheim parecía desgarrada entre la admiración y la desaprobación
hacia Klein. Se oponía completamente a la idea de Klein de análisis preven-
tivos para todos los chicos y confiaba a Abraham su inquietud por ello.*
Abraham le daba confianza: “No debe preocuparse por eso. Nunca habrá
suficientes analistas de niños para realizar esa propuesta”. Nelly Wollfheim
nos proporciona algunas informaciones de Klein en otro contexto. Durante
dos años y medio ella fue secretaria de Klein tras separarse ésta de Arthur.

* Más tarde supo que Freud apoyaba la idea de los análisis preventivos en Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis (1933): “Podría plantearse la cuestión de
si sería oportuno ayudar a un niño con un análisis aun cuando no manifieste signos de
perturbación, como una medida de proteger su salud, tal como hoy vacunamos a los
niños contra la difteria sin esperar a que sea atacado por ella" (pág. 148).
LIMBO [137]

Tres tardes por semana, al final de su jomada laboral, Klein solía dirigirse al
apartamento de Wollfheim para dictarle. Empezaban por tomar una taza de y
charlar de cuestiones cotidianas, mientras Klein degustaba los pasteles que le
ofrecía su “secretaria”. Después, mientras iba y venía haciendo sus dictados,
se detenía momentáneamente para recoger cuanto bocado aun subsistiese. A
la mañana siguiente, la huraña criada debía limpiar de la alfombra las migas
que Klein había dejado caer.
Klein dictaba sin anotaciones, dejando fluir sus pensamientos. Sólo se
detenía cuando se le ocurría una nueva idea, a la que ella inmediatamente
denominaba “descubrimiento”. (Más tarde Donald Winnicott la describiría
como “una gritadora de Eureka”.) Para Wollfheim, el método de trabajo de
Klein en modo alguno podía considerarse científico, sino más bien creación
artística. Aquellos dictados constituirían posteriormente la base del material
incorporado a El psicoanálisis de niños.
Durante aquellas sesiones Wollfheim conoció otro aspecto, más perso-
nal, de Klein. Además de sus trabajos, dictaba cartas personales, algunas de
ellas referentes a la ruptura definitiva de su matrimonio. Nunca discutía esos
temas, pero a Wollfheim le parecía claro que la consumían temores y preo-
cupaciones de todo tipo.
Según Wollfheim, después de la muerte de Abraham los detractores de
Klein la atacaron mucho más abiertamente. Recuerda en particular una reu-
nión en la que Sándor Radó criticó a Klein tan salvajemente y, a su modo de
ver, tan deslealmente, que Wollfheim no pudo menos que sentir conmisera-
ción por ella. “Le había llegado el momento (1926) de dejar Berlín y atender
la petición de Ernest Jones para dirigirse a Inglaterra.”
Algunos miembros del grupo de Berlín consideraron siempre a Klein
como a una intrusa. Todos sabían también que su padre era polaco y los
polacos ocupaban un lugar bajo en la rígida estratificación social judía. Se
aceptaba a Eitingon porque tenía dinero; pero él siempre manifestó amabili-
dad hacia Klein debido a que reconocía su mutua ascendencia polaca.
La creciente hostilidad hacia ella en el seno de la Sociedad de Berlín la
atestigua Michael Balint quien, jumo con su esposa Alice, se contaba entre
aquellos que en 1921 habían dejado Budapest por Berlín para escapar del
antisemitismo de Hungría. Balint, al que estaba analizando Hanns Sachs
(Ferenczi sería su segundo analista) vivía a sólo dos puertas de la casa de
Melanie Klein. La describe en Berlín como siendo
ya una analista famosa, a la que se escuchaba con atención, aunque a veces con
ironía. Debía aún enfrentar una difícil lucha, por ser la única sin formación académica y
también la única analista infantil en una sociedad alemana muy “ilustrada”. Una y otra vez
presentaba su material clínico y utilizaba, muy valientemente y con el objeto de ofrecer
mayor fidelidad, las ingenuas expresiones del jardín de infancia tal como sus pequeños
pacientes hacían, causando a menudo molestia, incredulidad y hasta risas sardónicas en su
ilustrada e incluso renuente audiencia.9
1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN
[138]

La Sociedad de Berlín estaba formada por personas enérgicas y decidí-


das, muchas de ellas atraídas a ella tras la apertura del Policlínico en 1920.
En los encuentros semanales, los personajes importantes se sentaban alrede-
dor de una larga mesa, situándose las figuras menores detrás de ellos y con-
tra la pared, si bien no había un orden de jerarquía rígido. El silencioso pero
entusiasta Eitingon contrastaba especialmente con el locuaz Hanns Sachs,
feo hasta casi provocar repelencia: tan poco atractivo era que su aspecto difi-
cultaba a Sylvia Payne cuando era analizada por él. A pesar de eso era un
notorio mujeriego que, para sorpresa de todos, se las arreglaba para conquis-
tar a muchas señoras extraordinariamente bellas. Estaba Otto Fenichel,
conocido por su enciclopédico conocimiento de la literatura psicoanalítica.
Para escapar del antisemitismo de Hungría, Sándor Radó y Franz Alexander
se habían unido al grupo. Ambos eran inconstantes y emotivos, pero posee-
dores de excelentes inteligencias. A Paula Heimann, Alexander siempre le
recordaba a un pistolero, pero su bóllame inteligencia desmentía tal aparien-
cia. Muchos de los miembros continuarían haciendo destacables contríbu-
ciones originales, tales como las investigaciones de Félix Boehm sobre el
componente femenino en los hombres. Karen Horney insinuaba ya la idea de
que la envidia del pene era-un simple fenómeno cultural. Ello era tanto
manifestación de su propia osadía como ejemplo de la libertad existente en el
grupo; su pensamiento se había orientado de tal modo como reacción a la
comunicación presentada por Abraham en el Congreso de La Haya de 1920,
“Manifestaciones del complejo femenino de castración”. Hans Liebermann
era considerado especialista en compulsiones obsesivas y Ernst Simmel lo
era en neurosis de guerra, aunque por aquel entonces estaba tan obsesionado
por el erotismo anal, que todo lo interpretaba desde esa perspectiva. Las pri-
meras analistas de niños estaban representadas por Ada Schott,* Josine
Müller y Melanie Klein. Heinz Hartmann (que en esa época era analizado por
Radó) recuerda que Klein se distinguía de las demás porque comenzaba a
desarrollar sus propias teorías. Años más tarde Edward Glover recordaba a
Klein como “todo un símbolo” al verla por primera vez en los encuentros en
Berlín, en 1921: “Se podría haber hecho un retrato de ella, sentada a la mesa
y cavilando sus propias ideas... tenía personalidad, aunque no la personali-
dad que ella quisiera hacerme aceptar. Esa es la razón por la que logró tener
tal influencia en la Sociedad Británica”.10
Además de Edward Glover, el grupo británico incluía a su hermano,
James Glover, a Sylvia Payne, y a Ella Sharpe. Las discusiones de Berlín les
parecían libres y animadas; la serena calma con que Abraham dirigía los
encuentros impedía toda tendenciosidad. En cierta ocasión Simmel expuso
un trabajo que estaba muy por debajo de su nivel habitual. Al terminar,
Abraham lo llamó aparte y ambos dialogaron en susurros al regresar a la

* También en Budapest.
LIMBO [139]
mesa, Abraham anunció que a la exposición no seguiría discusión alguna.
Mientras Abraham presidió los encuentros, la hostilidad manifiesta hacia las
ideas de Melanie Klein era muy escasa. Michael Balint describía a Abraham
como “el mejor presidente que jamás haya conocido. Era sencillamente
magnífico. Ecuánime y absolutamente firme. Ningún desatino. Dominaba
muy bien la situación. Tenía, empero, sus limitaciones. No le gustaba mucho
la fantasía. El mismo no tenía mucha fantasía; era sumamente realis-
ta excelente clínico, perfecto presidente de reuniones y en verdad un buen
hombre”.11 Sabiendo que Abraham estaba en realidad muy interesado por la
fantasía, cabe preguntarse si acaso Balint afirmaba esto para socavar su aso-
lación con Klein.
No parece haber existido entre los berlineses una oposición al análisis
de niños como tal. Por ejemplo, el 14 de junio de 1924 Melanie Klein,
Josine Müller y Ada Schott presentaron ante la Sociedad una interpretación
conjunta de dibujos infantiles. Pero en septiembre Hermine Hug-Hellmuth,
directora del Centro de Orientación Infantil de Viena, fue asesinada por su
sobrino de dieciocho años, al que ella había criado. El juicio y la consecuen-
te publicidad perjudicaron mucho al incipiente movimiento y, cuando final-
mente se liberó de la prisión, el joven se dirigió a Paul Federn solicitándole
dinero por haber sido utilizado sistemáticamente como materia prima en la
obra de su tía. Entonces, ni siquiera la presencia de Abraham podía frenar a
los críticos de Klein en la expresión de su inquietud por los peligros de inda-
gar tan profundamente el inconsciente del niño. Alix Strachey llegó de
Inglaterra en ese crucial momento.* Ella y su marido, James, habían sido
analizados por Freud; pero creyendo que requería de ulterior análisis, en
septiembre de 1924 Alix se convirtió en paciente de Abraham. Las cartas
que dirigió a su marido ofrecen una incomparable relación de la atmósfera
de la sociedad de entonces. El 13 de diciembre Alix escuchó una conferen-
cia de Klein sobre los principios psicológicos del análisis de niños:
... finalmente la oposición mostró su canosa cabeza; y era en realidad demasiado
canosa. Las palabras que empleaban eran, por supuesto, psicoanalíticas: peligro de debi-
litar el Yo ideal, etcétera. Pero el sentido era, pienso, puramente antianalílico: no debemos
contar a los niños la terrible verdad de sus tendencias reprimidas, etcétera. Y ello pese a
que la Klein demostró con absoluta claridad que esos niños (de dos años y diez meses en
adelante) estaban ya destrozados por la represión de sus deseos y por la más espantosa
Schuldbewusstsein (opresión excesiva o injustificada por el Überich). La oposición la
formaban los doctores Alexander y Radó, y era puramente afectiva y “teórica”, pues
aparentemente nadie sabía nada del tema aparte de Melanie y Fräulein Schott, muy
recatada en el hablar, pero que está de acuerdo con ella. Abraham se dirigió tajantemente

* Alix Sargent-Florence, su nombre de soltera, estaba casada con James Strachey,


hermano de Lytton Strachey. Graduada en Newnham, Alix fue fugazmente miembro del
grupo de Bloomsbury.
[ 1 40 ] 1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN
a Alexander, y el doctor Boehm... (posiblemente un analista muy hábil, de maneras muy
aniñadas y raras ) se lanzó también a defender a la Klein. En realidad todos acudieron en
su ayuda y atacaron a los dos húngaros de piel morena. 12
El hecho de que los principales ataques de la oposición procediesen
húngaros, suscita interesantes cuestiones. El problema se acrecentaba con el
modo rápido e ininterrumpido de exponer que tenía Klein, debido probable-
mente a la inexperiencia, ya que en años posteriores hablaba lenta y comedi-
damente.
A Alix Strachey le impresionaron los ejemplos, dados por Klein, de
niños que sufrían de ansiedad aguda. Creía que “la Klein” había hecho trizas
el argumento de Alexander de que los niños no podrían comprender las
explicaciones sexuales o desfallecerían de horror ante ellas, con el relato
acerca de un niño con quien no podía contactar o crear una transferencia
hasta que finalmente, en su desesperación, le dijo que cuando rompía sus
juguetes, en realidad estaba intentando romper el “culebreo” de su hermano
La discusión general que siguió a la exposición de Klein fue importante ya
que le dio oportunidad de subrayar que sólo podía lograrse una verdadera
comprensión de la mentalidad de un niño si se partía de los datos directos,
obtenidos del análisis real del niño, en lugar de hacer deducciones basadas en
los conocimientos existentes sobre la estructura de la psique del adulto Alix
mantenía a James au fait de los acontecimientos:
Ella se dispone a marchar a Viena para leer su trabajo donde se espera que hallará
oposición en Bernfeld y Aichhorn, esos desesperantes pedagogos, y, me temo, en Anna
Freud, esa sentimental manifiesta o encubierta. Otras dos mujeres apoyaban a Melanie *
Una era Horney la otra una tal Frau Mülller, la cual decía algo bastante interesante: que los
niños a menudo proyectaban sus Überich ya formados, [los cuales]... en el individuo
infantil no se desarrollan lentamente (quiero decir, desde el punto de vista ontogenético)
de la debilidad a la fuerza..., sino que aparecen en distintas partes, de manera aún no
orgánica (esto es, en relación con el asco, después en relación con la crueldad, y así suce-
sivamente) con total fuerza, de manera que aunque el niño pueda estar desinhibido en lo
relativo a algunas tendencias, su desdichado Ich puede deshacerse más allá de lo tolera-
ble en otra dirección. Melanie estaba de acuerdo en esas dos cuestiones. Bien, fue muy
estimulante y se manifestó más sentimiento de lo que es habitual.
Entretanto, en Londres, el 25 de octubre de 1924 Nina Searl había pre-
sentado ante la Sociedad Británica una comunicación titulada “Una cuestión
técnica en el análisis de niños en relación con el complejo de Edipo”, en la
cual indagaba el problema de lo consciente y lo inconsciente en la mente del
niño mientras se formaba el complejo de Edipo. Sylvia Payne señalaba sus
dificultades de concreción debido a la inactividad del impulso instintivo del

* Alix Strachey suele anotar el nombre de Klein en su forma francesa .


[

LIMBO [141]

niño y a la imposibilidad de alcanzar una transferencia. Joan Riviere creía


que la fuerza de la inhibición heredada era suficiente para asegurar un
moderado control de los deseos edípicos y que, en un contexto equilibrado,
el niño es susceptible de un análisis adecuado. Esta discusión y las siguientes
parecen apuntar en todas direcciones, y Ernest Jones se abalanzaba corita
toda alusión a la herencia arcaica como sospechosa de jungianismo. No
estante, las reuniones en las que se discutía la posibilidad del análisis infantil
eran tan animadas que James Strachey, movido por John Rickman, escribió a
Alix pidiéndole un ejemplar del trabajo de Melanie para leerlo en ja siguiente
sesión de la Sociedad Británica el 7 de enero. Klein ya le había jostrado su
interés por la situación del análisis de niños en Inglaterra. Alix contestó a su
marido que ella podía hacer un resumen de seis o siete páginas sin dificultad,
pero que tendría que pedirle a Klein que pusiese por escrito para ella los
ejemplos reales, por temor a distorsionarlos.
Desdichadamente, Melanie Klein había partido hacia Viena. Abraham
dio a Alix la dirección de aquélla y se ofreció, en el caso de que no pudiese
dar con ella, a hacer las correcciones necesarias, pues él conocía el trabajo
original.* Mientras tanto, James abrumaba a Alix con preguntas.
¿En qué sentido podemos decir que la situación edípica se presenta en la mente de un
niño de tres años? ¿En qué sentido es verdad que un muchachito de esa edad quiere
introducir su pene en la vagina de su madre? Ciertamente, el deseo no está presente en su
conciencia.
Los trabajos más recientes de Freud habían sugerido que un niño de tres
años, atravesando la etapa fálica y creyendo que todas las personas tienen
pene, ignora que existe la vagina. Aceptando la hipótesis de Freud como un
hecho evidente, Strachey se sentía perplejo ame la pretensión de Klein de que
el niño, en su inconsciente, deseaba introducir su pene en la vagina de su
madre. Hallándose Klein ausente, Alix sólo podía abordar los conceptos de
aquélla de la forma como ella misma los entendía. Respondía que en el
inconsciente del niño había “una actitud hostil sádica, agresiva y libidinal
respecto del padre”. Ahí residiría el origen de una imagen sádica de la copu-
lación.
Melanie concede gran importancia a esa teoría sexual sádica según la cual la cópula
supone infligir daño a la mujer, castrarla, etcétera. Y probablemente también para el varón
(pérdida del pene). Acentúa considerablemente la importancia de la escena primaria ya sea
que se trate de alguna observación rea] del acto de la copulación por parte del niño, o de
algún sustituto de ello, que pone en movimiento esas fantasías sádicas y estimula las
Triebregungen (impulsos sádicos) estéticas del niño con todas sus consecuencias, así
como sus teorías intelectuales.

* El que Abraham le permitiera presentar su trabajo en Viena implica que aceptaba sus
ideas.
[ 1 42 ] 1910-1926: BERLIN

Alix Strachey era una mujer sumamente inteligente y es destacar


cómo logró captar tan brevemente la esencia de las teorías de Melanie Klein.
Es también un signo de que las teorías de Klein no eran fragmentarias y
radicales como sus críticos las describían, puesto que Alix Strachey no tuvo
dificultades en suponer un período pregenital activo en la vida psíquica del
niño.
Si Melanie Klein había demostrado valentía al discutir sus teorías la
escéptica audiencia de Berlín, era un verdadero Daniel que entraba en la
guarida del león al osar dirigirse a la vienesa. “No soy para nada tímida”
había dicho en su primer día de escuela. Durante algunos años se mostró
extraordinariamente ingenua al creer conmovedoramente que si explicaba
sus teorías a Freud, él inmediatamente vería en ellas el lógico desarrollo de
sus propios postulados.
Anna Freud ha dicho lacónicamente que la respuesta de la Sociedad
Vienesa al trabajo de Klein fue muy crítica. Uno puede imaginarse la atmos-
fera de aquel encuentro del 17 de diciembre de 1924. El asesino de
Hug-Hellmuth estaba en la mente de todos; había una nerviosa agitación por
la aparente herejía que representaba la publicación de El trauma del naci -
miento, de Otto Rank; y recientemente Anna Freud había abordado el campo
del análisis infantil aceptando sin discusión todas las ideas de su padre.
En la Autobiografía inédita de Melanie Klein no aparece referencia
alguna a su aparición ante la Sociedad de Viena o a encuentro alguno con
Freud; sólo contiene algunos amargos comentarios sobre sus relaciones con
Anna Freud. Pero en 1958, durante un té en el Hotel Connaught, le contó al
doctor James Gammill su primer encuentro con Freud, probablemente en el
Congreso de Berlín de 1922. Sólo podía abordar a Freud atravesando la pan-
talla protectora erigida por su vigilante secretario, Otto Rank, según le dijo a
Gammill. Para ella aquello resultó una experiencia humillante: “una herida
narcisística”, como la describe Gammill. Estaba amargamente decepcionada
cuando se le brindó la posibilidad de expresar a la ilustre personalidad sus
teorías sobre la psique infantil. No parecía interesado en lo que ella le estaba
diciendo, y tuvo la impresión de que su mente estaba ocupada en otra cosa.
Klein estaba más cerca de Rank de lo que probablemente reconocía.
Dijo al doctor Gammill que nunca había tenido de él una buena opinión; no
obstante, en las notas al pie de sus primeros trabajos hay referencias a las
obras de Rank: todo ello antes de la publicación de El trauma del nacimien-
to. Tamo Rank como Klein buscaban un prototipo de la ansiedad; Rank la
encontró en la separación del útero, Melanie Klein en la ambivalente rela-
ción del niño con el pecho materno. Los detractores de Melanie Klein la han
acusado de no estar nunca dispuesta a aprender de nadie. Es improbable que,
en una etapa en la que estaba enteramente obsesionada por su propia aventu-
ra intelectual, concentrada en el mundo originario del niño, hubiese estado
dispuesta a modificar significativamente sus ideas; y es improbable que
LIMBO [143]
Hubiese continuado leyendo la obra de Rank tras caer éste en desgracia.
según las cartas de Alix Strachey, la situación de Rank era permanente tema
discusión. Abraham consideraba la teoría de Rank una amenaza al núcleo
de la teoría de la neurosis. No es sorprendente, entonces, que Klein ya no lo
citara en sus trabajos. Rank también le sirvió como tema de lecciones años
más tarde. Si uno se aparta de una institución, el precio que debe pagarse por
el aislamiento es la pérdida de una tribuna desde donde hacer oír su voz, de
una revista en la cual publicar artículos y de discípulos que propaguen las
ideas de uno.
No obstante, si ella hubiese continuado leyendo a Rank, podría haber
descubierto que las concepciones de ambos estaban más cercanas de lo que
ella advertía. Ellos fueron las primeras figuras del movimiento psicoanalíti-
co que subrayaron la importancia de la relación entre la madre y el hijo. El
propio Freud había dicho que la separación del niño respecto de la madre
era el paradigma de todas las situaciones de ansiedad futuras, pero Freud, al
hacerlo, hablaba exclusivamente en términos físicos. Sus vacilaciones en
reconocer las implicaciones de El trauma del nacimiento pueden atribuirse a
que el mismo Rank lo reconoció, y sólo gradualmente pasó a describirlo en
términos psicológicos como comienzo de un proceso de separación que se
extiende durante toda la vida. Para Freud, el individuo era empujado a la
formación de un yo, fundamentalmente por la necesidad de reducir la ten-
sión energética, esto es, por la vía del principio de placer y de su modifica-
ción, el principio de realidad. En ningún sentido psicológico fundamental
divergen Rank y Klein del concepto de tensión subsistente y ambos enten-
dían que las identificaciones parentales tempranas modifican el núcleo del
yo. No obstante, parten del concepto freudiano de conciencia como crítica
de sí, de acuerdo con conceptos de moralidad socialmente determinados.
Para Rank y para Klein, la culpa no era una herencia del triángulo edípico,
sino que surgía en el más temprano estadio oral del desarrollo, cuando los
sentimientos hostiles del niño contra su madre se volvían contra el propio
niño. Rank nunca investigó el proceso a través de las fases evolutivas de la
infancia y de la niñez como hizo Klein pero debe destacarse que, en esta
etapa, las formas de pensar de uno y otro estaban mutuamente más próximas
que respecto de las de Freud.
Lo notable es que Klein se aventurase en la Sociedad de Viena. Sea lo
que fuere lo ocurrido —y hay pruebas de que debió ser una experiencia
desagradable—, recibió a tiempo la carta de Alix Strachey solicitándole las
aclaraciones necesarias a fin de enviar un informe a la Sociedad Británica.
Tal solicitud debe haberle sonado realmente a música celestial, habiéndose
sentido dolida por su humillación en Viena. Respondió inmediatamente.
[144] 1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN
24 de diciembre de 1924
Querida señora Strachey:
Respondo con ésta a la caita de usted que he recibido hoy. Ante todo, le agradez-
co que se haya tomado el trabajo de comentar mi conferencia y, ciertamente
—según deduzco de la formulación de sus preguntas— de manera sumamente
inteligente.
1) Expliqué que inicialmente el niño no asimila conscientemente la interpreta-
ción, aunque al mismo tiempo los efectos de la misma se advierten claramente,
por ejemplo, en la modificación de la manera de jugar. Esto se identifica con la
aparición de un nuevo material y hace posible alcanzar los niveles subconscien-
tes; por consiguiente, trae al mismo tiempo unida una consolidación de la transfe-
rencia positiva.
No obstante, después de algún tiempo, el niño comienza a mostrar una asimila -
ción consciente. Por eso cité como ejemplo el niño (de cuatro años de edad) que
dice que está haciendo eso al hermanito de madera, no al real, al que quiere. O
bien: una niña de cuatro años dice que le ha hecho eso a la muñequita del juego,
no a la madre real. Todavía es necesario para el niño superar una gran resistencia
antes de reconocer que se trata de objetos reales.
De esa forma se sigue el reconocimiento consciente de una relación emocional,
que gradualmente cambia, respecto de los padres, antes de que el niño pueda asi-
milar el conocimiento.
Una niña de cuatro años dijo (éste es el ejemplo por el que usted preguntaba):
“Pero sería terrible si yo realmente le arrancara a dentelladas el pene a Papá”.
Escucho a menudo tales observaciones.
Erna de seis años, dijo repetidamente tras haber manifestado una y otra vez los
celos que siente por el placer oral de su madre mientras copula: “Pero Mami en
realidad no podría darme eso”.
2) Esa es la misma niña (observación de Frau doktor Müller) que reiteradamente
dijo, muy sorprendida, tras describirle a la cruel madre que la tortura:* “Pero mi
verdadera madre nunca me ha hecho eso”.
Observaciones semejantes, aunque no formuladas exactamente así, he escuchado
de niños pequeños, de eres, cuatro y cinco años.
3) Una paciente de cuatro años que me trajeron durante tres semanas con un
acompañante para que la analizara, me ignoró, a pesar de todos mis esfuerzos.
a) Revolvió dentro de la cartera de la persona que la acompañaba; después la
cenó, según dijo, para que no se cayese nada de ella.
b) Hizo lo mismo con la billetera y el dinero que había en ella.
c) Acercó una jama de vidrio en la que había bolitas (bolitas coloreadas de
cristal, etcétera); colocó encima una tapa para cenar la jarra y que las bolitas no
cayeran afuera.
En ese momento, cuando formulé mi primera interpretación, esto es, que ésos
eran excrementos que ella no quena que su madre hiciera, y que no hicieran, ade-
más, otros niños, se estableció entre nosotras una relación diferente.
Naturalmente, con ello sólo se había iniciado un contacto analítico. Más tarde

* En el juego, la madre le pega y reprende a la niña, le da comida podrida, la encie-


rra en el sótano y al final a menudo la mata.
LIMBO [ 1 45 ]

tuve que luchar aún con la más severa resistencia y hasta, se produjeron ataques de
pánico cuando el acompañante dejó de venir, y sólo tras su análisis se creó una
situación analítica apropiada,
Espero haber hecho las aclaraciones que usted deseaba.
Llegaré a Berlín el 3 de enero por la noche Si lo desea, llámeme por teléfono el 4
entre las nueve y las nueve y media de la mañana. Estaré encantada a su disposi-
ción. (Teléfono: Pfalzburg 96-46.)
Con afectuosos saludos,

Melanie Klein
TRES
Ostracismo

A
fortunadamente, el correo funcionaba bien en aquellos días. Alix
Strachey recibió la carta el 1 de enero de 1925, envió inmediatamen-
te su informe a James Strachey y, al día siguiente, añadió algunas
correcciones tras haber leído cuidadosamente la carta de Melanie Klein.
James Strachey la recibió el 3 de enero: “Es exactamente lo deseado”.1 El 5
de enero se lamentaba: “Su escrito me ha conmovido. Qué tremenda mujer
debe de ser. Me dan lástima los pobres niñitos que caen en sus garras”. A
pesar del desordenado texto de Klein, el resumen de Alix le permitió a
Strachey presentar ante la Sociedad Británica un extracto del articuló, el 7
de enero. Salvo Ernest Jones, casi todos los restantes miembros (incluyendo
a los que la habían conocido en Berlín) desconocían el revolucionario avan-
ce que suponía su obra. La reunión tuvo una buena concurrencia: alrededor
de cuarenta personas, todo un logro en aquellos días. Strachey informaba a
Alix que la reacción había sido buena (en perfecto contraste con la
respuesta de los vieneses a las teorías de Klein):
Lo que se decía de Melanie entre bastidores era que no podían creer que ella
pudiera estar haciéndolo todo atendiendo a sugerencias. (Entiendo que Ferenczi lo dijo
inicialmente.) Pero, por supuesto, nadie tiene razones para pensar que es así y en la
discusión pública se la ha aclamado unánimemente. Jones, por supuesto, está en cuerpo
y alma inclinado en favor de Melanie a más no poder. ...Me parece que Riviere, Glover,
Rickman y Tansley* mantienen algunas reservas.

* El profesor Tansley (1871-1955) conocido como el fundador de la ecología, publicó en


1921 The New Psychology and its Relation to Life, donde interpretaba la teoría de Freud en
termines biológicos.
OSTRACISMO [ 1 47 ]

Según las actas del encuentro, pareció haber acuerdo general en que
solo era posible llegar a conclusiones fiables sobre la validez del análisis
infantil reuniendo más datos originales, más que basándose en deducciones
fricas. Sean cuales fueren las reservas internas que Strachey percibió en
piover, en las actas se recoge su crítica a la afirmación de que el hacer cons-
iente lo reprimido, en cualquier estadio del desarrollo, puede tener resulta-
dos perjudiciales, aunque considera una posible excepción todo niño desti-
nado a desarrollarse con una orientación psicótica. Este reparo inicial ten-
dría importantes consecuencias en su ulterior relación con Klein.
En Berlín, durante el encuentro de la semana siguiente, el 10 de enero
de 1925 Alix Strachey le contó las noticias a Klein, quien manifestó con-
tentísima que tenía “proyectos” en relación con Inglaterra. Le propuso que los
discutieran la tarde siguiente, cosa que Alix aguardaba con sentimientos
ambiguos.
Como persona, Melanie es más bien fastidiosa —una especie de ex beldad y
hechiza— y no cae simpática a determinado sector de la [Sociedad], que sostiene que es
muy hábil en la práctica, pero con dotes insuficientes para la teoría.
A Alix le parecía que entonces la oposición estaba encabezada por Hans
Lampi, un vienés.
La reacción de Alix Strachey aquí es característica de toda su relación
con Melanie: alternativamente afectuosa, divertida e irritada, pero cada vez
más fascinada por sus ideas. Melanie le aseguraba ser absolutamente la pri-
mera en su terreno y que Hug-Hellmuth sólo se había dedicado al análisis
pedagógico con el carácter de una aficionada, y que nunca había tenido éxito
en desenterrar el complejo de Edipo. En lo referente a su excursión a Viena.
Aparentemente logró allí mayor aliento del que esperaba, y Anna prácticamente se
ha convertido; el Profesor estuvo sumamente afable (parece encontrarse perfectamente
bien). Por cierto, M. es un poco exagerada, así que uno no sabe exactamente qué es lo que
piensan en realidad esos astutos vieneses.
¿Estaba Melanie dando a Alix Strachey un informe retocado de su visi-
ta Viena a fin de impresionarla? Klein le dijo que le gustaría dar un ciclo
de conferencias en Inglaterra en julio, y que también proyectaba dar otro en
Suiza en agosto.* Se proponía presentar una introducción general al tema, la
historia detallada de un caso, una lección sobre su técnica del juego, una
acerca del análisis de niños de tres a cinco años, una sobre el período de
latencia desde los seis a los ocho y una lección final acerca de los niños de
nueve a doce años.
* Al parecer, este otro proyecto nunca se concretó.
[148] 1920-1926: BERLIN
Al plantearle Alix la cuestión del inglés de Klein, ella le replicó confi-
dencialmente que pensaba repasarlo un poquito. “Formuló varias preguntas:
¿Había suficiente interés entre los analistas ingleses? ¿Estaría Ernest Jones
dispuesto a apoyar? Estaba ansiosa por saber cuánto se le pagaría.” (Alix
tenía la impresión de que estaba más bien en apuros.) Llevada por el entu-
siasmo, Alix le prometió que persuadiría a su marido para que hablase con
Jones en su favor:
¿Lo harás? Estoy segura de que será algo grande. Por alguna razón, ciertas
personas de aquí la desdeñan un poco y, supongo (pero no estoy muy segura) que no se la
ha alentado a dar un curso; de manera que sería un acierto conseguirle el primero...
Desde entonces hasta que abandonó definitivamente Berlín en octubre
de 1925, los pensamientos de Alix Strachey parecen haberse centrado en
Melanie Klein tanto como en su propio análisis. Pero mientras discutían
incesantemente sobre psicoanálisis, o visitaban juntas galerías de arte, con-
ciertos, representaciones y bailes de máscaras, Alix Strachey no manifestó
interés en la vida privada de Melanie ni aventuró ésta información alguna al
respecto. En sus canas a James Strachey, que se encontraba en Inglaterra, no
hay referencia al apartado marido de Klein o a sus hijos.* Klein parece haber
decidido dejar atrás el pasado.
A pesar del entusiasmo de Alix, James Strachey dudaba todavía de la
capacidad de Klein para exponer en inglés: “Lo que me parece terrible es la
jerga. ¿Realmente pude hacerlo suficientemente bien para resultar tolerable
durante seis conferencias enteras?”. Alix aceptó el desafío y el 25 de enero
anunció que enseñaría inglés a Melanie. Decidieron reunirse lodos los jue-
ves por la tarde para leer en voz alta “El pequeño Hans” en inglés y discutir
posteriormente el caso. A Alix le alegró descubrir que Melanie también no
encontraba la explicación de Freud “sehr lückenhafi” (muy incompleta).
Alix consideraba a Melanie un anuncio andante de los beneficios del psicoa-
nálisis: sin él habría sido insoportable. Creía que la conversación de Klein
era un poco divagatoria; pero advertía que ella ansiaba ser agradable y razo-
nable. Alix era consciente de que su apoyo a Melanie podría provocarle la
oposición de los miembros masculinos de la Sociedad de Berlín; lo que no
podía descubrir era si la hostilidad de aquéllos derivaba de una oposición al
análisis de niños en sí, o de un desagrado personal hacia la propia Klein.
Las lecciones de inglés se llevaron a cabo según lo planeado. Alix esta-
ba impresionada por la comprensión que Klein tenía de la lengua, pero su
acento era tan terrible que decidieron dirigirse a un verdadero profesor de

* En una cana de 1926. Carrington, amigo de Alix, señalaba su indiferencia


respecto de la gente. (Véase Michael Holroyd, Lytton Strachey, I., Londres,
Heinemann, 1968, pág. 522).
OSTRACISMO [149]
Inglés para aprender conversación. Alix advirtió que ella a su vez estaba
Riendo un curso privado de análisis infantil.
Le pregunté al respecto de la transferencia, y dijo, 1. que era tan marcada y tan
importante en los niños como en los adultos; 2. ella la "deutet" (explica) preferentemen-
te remontándola a la relación originaria con los padres. La única diferencia era que 3. Los
niños resuelven su transferencia al final del análisis más fácilmente que los adultos. No
dicen si porque “tienen el mundo entero ante sí” o porque ellos mismos están en perma -
nentemente cambio:
El 31 de enero Melanie arrastró a una Alix reacia a un baile de másca-
ras organizado por un grupo de socialistas. Después de sus años inactivos,
habían decidido gozar plenamente de la vida. Si bien Alix describe a su oca-
sional compañero como alguien que bailaba “como un elefante”, danzaron
durante toda la noche hasta las seis de la mañana siguiente. Alix evoca el
aspecto de Melanie en un tono divertido propio de Bloomsbury:
Estaba primorosamente vestida cual Cleopatra —terriblemente escotada— y
cierta de brazaletes y colores, exactamente como me imagino el aspecto de Cleopatra
época de Marco Antonio. Estaba sumamente excitada y decidida a vivir mil aventu-
ras; pronto me contagió con su espíritu... Es realmente de buena índole y no esconde
sus esperanzas, sus temores y sus placeres, que son de lo más sencillo.
Mientras daban vueltas por la pista de baile, Alix podía ver de vez en
cuando a una Melanie dichosa, radiante. Las actividades sociales del grupo
de Berlín contrastaban significativamente con las de la Sociedad Vienesa,
vigilada por el puritano ojo de Freud, o la de Londres, dominada por serios
academicismos. En el baile, Ernest Simmel se disfrazó de diminuto vigilante
nocturno, y al terminar la noche apareció de la mano de una joven anuncian-
do solemnemente: “Wir sind verlobt” (“Estamos comprometidos”). Alix
espió a distancia al coqueto Sachs pero, ocupada en sus propias cosas, se
mantuvo alejada de los otros analistas.
El 14 de febrero de 1925 el Policlínico celebraba su quinto aniversario,
Eitingon, “la Madre absoluta del lugar”, ofreció “casi un manjar ruso”; hubo
brindis y un sentimiento general de que la Sociedad de Berlín estaba bien y
verdaderamente impulsada. Algunas noches después, tras haber ido a ver
juntas película, Melanie y Alix fueron a un café en donde la admiración de
Alix continuó creciendo a medida que escuchaba parlotear a su increíble
amiga:

No sólo dispone de un gran cúmulo de datos, sino de muchísimas ideas, todas más
vagas y mezcladas, pero que claramente pueden concretarse en su mente. Tiene una
creativa y eso es lo principal.
[150] 1920-1926: BERLÍN
Las dos disimiles amigas —una alta, angulosa y de Bloomsbury; la otra
regordeta, judía y de clase baja— debieron formar una curiosa pareja. Alix se
dejaba atrapar por la alocada vida del Berlín de postguerra y, en lugar de
preocuparse por el inglés de Melanie, comenta que durante la semana
siguiente pensaban asistir a otros tres bailes.
El sábado voy otra vez a remolque de Cleopatra, que está presa de furor por ellos.
Es una Kunst Akademie de baile, muy amplia y oficial. El asunto de mañana se relaciona
con el Romantisches Cafe, muy barato comunista y acaso vulgar... Dios mío, cuando me
acuerdo de las conversaciones en Bloomsbury, Virginia, Charly [Sanger], Lytton... ¡A
dónde me han llevado!
Alix hizo una escapada sola a un baile, viéndose por una noche libre de la
compañía de Klein. Melanie era extremadamente aguda en cuestiones de
análisis, pero Alix la encontraba limitada como persona:
Me alegré de no estar con Melanie, pues adopta la actitud más convencional: una
especie de Semíramis ultraheterosexual con provocativo vestido de fantasía que espera a
que se la asalte, etcétera, etcétera, y sin interrumpir su conducta y su conversación de
aficionada...
Entre tanto, James Strachey informaba desde Londres sobre cuestiones
de la Sociedad, tales como el proyecto de abrir una clínica y la discusión
acerca de la posibilidad de analistas legos, cuestión que estaba causando
importantes desacuerdos en el seno de la Asociación Psicoanalítica. El 14 de
enero se dirigió al presidente de la Sociedad Británica, Ernest Jones, para
tantear la sugerencia de que Melanie diera una serie de conferencias ante el
grupo de Londres. Jones pareció favorable a la idea, formulando únicamente
el reparo de que a ella no se le podría pagar tamo como a Hanns Sachs, quien
el año anterior había recibido una guinea y media por conferencia; en su
opinión, una guinea sería suficiente. Strachey comprobó que otros miem-
bros recibían la idea de las conferencias con “unánime entusiasmo”. Sugirió
que Klein escribiese directamente a Jones.
Las cartas de Alix seguían llegando rebosantes de las notables cosas que
estaba aprendiendo de Klein. James Strachey estaba particularmente fas-
cinado por la idea de Klein de la madre como castradora originaria; en reali-
dad, él mismo había pensado en plantear la cuestión en alguna reunión.
El 1 de marzo Alix sostuvo una discusión con Melanie sobre un caso de
“tic” (¡ignorando completamente, al parecer, que Klein estaba discutiendo
acerca de su propio hijo!). Melanie estaba “absolutamente ansiosa por ganar a
Inglaterra para su causa”; pero a finales de abril, al no haber recibido res-
puesta de Jones, vociferaba sus quejas a Alix durante la sesión semanal.
“Creo que es demasiado descortés por su parte”, escribía Alix a James.
“Después de todo, la condenada Sociedad Inglesa debiera estar realmente
OSTRACISMO [151)
agradecida por algunos pequeños favores hechos desde aquí.” Klein se
negaba preparar las conferencias hasta recibir una oferta definitiva desde
Londres. A pesar de que Jones era un entusiasta de su obra, su primera
“invitación” supuso en realidad una respuesta a una “sugerencia” de ella
(trasmitida a través de los Strachey), y ella se sintió muy ansiosa hasta que la
respuesta finalmente llegó.
En la reunión británica del 6 de mayo, Jones anunció finalmente que
había recibido una carta de Frau Melanie Klein en la que ofrecía dar una
serie de conferencias sobre el análisis infantil a comienzos de julio. Muy
vacilante, leyó en voz alta la carta ante los miembros y después murmuró:
“Un programa muy interesante”. James informaba: “Pero en general mani-
festo muy poco entusiasmo y una actitud dubitativa. Tuve la impresión, que
después resultó cierta, de que deseaba intensamente que se llevara a cabo,
pero dudaba de lo que otros pensarían”. No obstante, cuando todos los asis-
tentes de aquella reunión —que en esta ocasión fue pequeña— levantaron sus
manos para indicar que concurrirían, Jones se deshacía en sonrisas. Ella
Sharpe ofreció su casa para que las conferencias se realizasen en ella.
Strachey lo entendió erróneamente, creyendo que ofrecía hospedar a
Melanie, lo cual provocaría una gran confusión. Ahora que el problema
estaba solucionado, se mostraba más preocupado que nunca por el inglés de
Klein, especialmente considerando que su visita había suscitado tanto interés.
Melanie no debe tener en realidad inquietud alguna. Tiene la posibilidad de con ver-
se en un succès fou. Mi único miedo es ahora que pueda perder la reputación, e inci-
dentalmente hacemos quedar mal si el público nos identifica, sin posibilidad de recupe-
ración.
En este sentido Alix no compartía la preocupación de James. La fideli-
dad de Alix hacia Melanie se había fortalecido tras haber leído a
Hug-Hellmuth —“una masa de sentimentalismo”— y, en especial, tras haber
conversado, en febrero, con Lou Andreas-Salomé (considerada la segunda
analista de Anna Freud), que estaba en casa de los Eitingon.
Por supuesto, la conversación derivó hacia el Frühanalyse; sus ideas son sumamen-
te anticuadas y se derivan del Freud de la época del “Pequeño Hans”. Cuando dijo que
los padres son las únicas personas apropiadas para analizar al niño, me corrió un escaló-
frío por la espina dorsal. Me parece que es el último bastión del deseo de los adultos de
dominar sobre los demás.
La última frase es fríamente irónica.
Por último, en la mañana del 9 de mayo, Alix salió al encuentro de
Melanie cuando ésta iba a su casa de regreso del análisis, para comunicarle
buenas noticias de Londres. Inicialmente, Alix había decidido traducir las
[152] 1920-1926: BERLÍN
conferencias pero a sólo tres días de iniciado el esfuerzo empezó a desespe-
rar de la tarea. En sus cartas empiezan a aparecer palabras como “espantoso”
y “horror" cuando se plantea la necesidad de tener las conferencias listas a
principios de julio, cuando se suponía que la Klein las expondría. “No podré
hacerlo", se lamentaba. Sugirió que James se encargara de la primera
—“porque se debe dar una buena impresión"— y preguntaba si Joan
Riviere, Marjorie Brierley o Ella Sharpe aceptarían hacerse cargo de otras
dos.
James accedió a traducir la primera, pero contaba que Joan Riviere
estaba demasiado ocupada en la traducción del cuarto tomo de las obras de
Freud para aceptar algún otro encargo. Entre tanto, Alix estaba sumida en la
traducción de la segunda conferencia, sobre la neurosis compulsiva de una
niña de seis años (Erna). Una de sus dificultades fundamentales se deriva
de la falta de equivalentes ingleses apropiados para los términos empleados
por Melanie Klein en el análisis de niños. No obstante, algunos días se sen-
tía más optimista: “No creo que esta traducción sea tan penosa como la de
Freud; puede ser un poco menos aterradora; y buena parte de ella es pura
anécdota". (En medio de todo esto, James descubrió que la señorita Sharpe
había ofrecido su casa sólo para las conferencias; no pretendía hospedar a
Frau Klein.)
Retrospectivamente, la tarea de traducir “El pequeño Hans" (realizada
por los Strachey a comienzos de aquel año) habría de parecerle muy sencilla
en comparación con la de aquellas conferencias. Nina Searl aceptó hacerse
cargo de una (la cuarta). El doctor Rickman avisó que el copiado de la
sinopsis de las conferencias debía ser deducido de los honorarios totales de
31/6. Entonces Klein mostró el sombrero que llevaría en las conferencias.
Alix predijo que sería un golpe mortal para el público:
Es una cosa enorme, voluminosa, de color amarillo brillante con un ala colosal y un
ramillete, un jardín entero, de flores diversas por atrás, por el lado y por delante. El efec-
to que produce en su conjunto es el de una rosa-té florecida en exceso con un centro lige-
ramente encarnado (su cara): y la ψ se estremecerá. Parece una prostituta rabiosa —o,
no— es realmente Cleopatra (cuarenta años más tarde) porque entre todo eso hay algo
bello y atractivo en su rostro. Es una chiflada. Pero es indudable que su cabeza está llena
de cosas de apasionante interés. Y tiene buen carácter.
Las dos mujeres estaban tan ocupadas pensando en la traducción de
las conferencias y en el inminente viaje a Inglaterra que no tuvieron conoci-
miento de la gravedad del estado de Abraham al caer enfermo a mediados de
mayor. Supusieron que sus análisis se interrumpían sólo momentáneamente.
Nadie hubiera podido creerlo en aquel momento, pero el 9 de mayo hizo su
última aparición en el marco de la Sociedad. Abraham y su mujer pertenecí-
an a una asociación para la salud que periódicamente hacía excursiones al
campo. En una de ellas, Abraham se clavó una espina de anguila en la gar-
OSTRACISMO [153]
ganta. Se produjeron complicaciones: fiebre constante, neumonía doble,
nececidad de una operación de vesícula y la molestia de un hipo persistente,
Frau Abraham o la muchacha daban informes diarios a la multitud de visi-
tantes. Klein advirtió que no había posibilidad de que su análisis se reinicia-
ra antes de su partida hacia Inglaterra; y los planes de Alix se alteraron por
tanto en el último momento, así que en lugar de permanecer en Berlín durante
julio, como inicialmente había planeado, se marchó a Inglaterra a finales de
junio, algunos días antes de la partida de Klein.
La última conferencia se entregó a Alix el 17 de junio. Dio a James ins-
trucciones para que abreviara las conferencias si le parecía oportuno (“es
una zorrita condenadamente holgazana”, estallaba Alix, cansada). Al final
James Strachey tradujo la primera, la tercera y la quinta conferencia; Nina
Searl la cuarta, y Alix la segunda y la sexta.
En Londres Klein no se alojó en casa de los Strachey, en Gordon
Square 40, donde ocupaban los dos pisos superiores de la casa, dejando
habitaciones para los otros miembros del grupo de Bloomsbury, sino en un
pequeño hotel cerca de Bloomsbury Square. Por aquel entonces la Sociedad
Británica tenía veintisiete miembros y veintisiete asociados, pero se
permitía visitantes concurrir a las reuniones; y fueron tantas las personas que
expresaron su deseo de asistir a las conferencias, que en lugar de la habita-
ción ofrecida por Ella Sharpe se tuvo que utilizar la sala de Karin y Adrián
Stephen (el hermano de Virginia Woolf), en Gordon Square 50. Karin
Stephen dijo que necesitaría una mujer para hacer la limpieza después de
cada conferencia, por lo que se dedujo un chelín de los honorarios de
Melanie Klein.
Esas tres semanas de julio estuvieron entre las más felices de la vida de
Klein. Finalmente era el centro de atención y se la escuchaba con respeto.
En su Autobiografía señala:
En 1925 tuve la maravillosa experiencia de hablar en Londres ante una audiencia,
interesada y apreciativa; todos los miembros estaban presentes en la casa de Stephen,
pues por entonces no había aún instituto en el que pudiera dar aquellas conferencias.
Ernest Jones me preguntó si respondería durante la discusión. Aunque yo había aprendi-
do mucho inglés por mi cuenta y en la escuela, mis conocimientos no eran todavía muy
buenos; recuerdo perfectamente que adivinaba la mitad de lo que se me preguntaba, pero
me pareció que ése era el mejor modo de satisfacer a mi audiencia. Las tres semanas que
pasé en Londres, dando dos conferencias por semana, fueron una de las épocas más feli-
ces de mi vida. Encontré mucha cordialidad, hospitalidad e interés; tuve también oportu-
nidad de ver algo en Inglaterra y me aficioné intensamente por el inglés. Es verdad que
después las cosas no siempre fueron fáciles, pero aquellas tres semanas fueron muy
importantes para mi decisión de vivir en Inglaterra.2
Entre quienes escuchaban sus conferencias había Figuras que desempe-
ñarían un papel importante en su vida: Ernest Glover, Sylvia Payne, John
[154] 1920-1926: BERLIN
Rickman, Joan Riviere, Ella Sharpe y, por supuesto, los Strachey. Durante
estas tres semanas también se puso en contacto con Susan Isaacs, una bri-
llante mujer que más tarde se convertiría en una de sus colegas más cerca-
nas. Tres años más joven que Melanie Klein, Isaacs había hecho ya una inte-
resante carrera en psicología infantil. Se había formado en Manchester y en
Cambridge y era en aquellos momentos tutora en psicología en la
Universidad de Londres, donde permaneció hasta 1933. En 1924 se convir-
tió en la primera directora de la Malting House School de Cambridge. Fue
esa una efímera escuela experimental dedicada a niños de dos y medio
siete años. El fundador de esa escuela, Geoffrey Pyke, creía en la importan-
cia de la fantasía como experiencia psíquica en el desarrollo de la mente del
niño, aunque esa fantasía debía controlarse haciendo que el niño se interesa-
se por la realidad objetiva. La escuela se esforzaba por ofrecer al niño un
ámbito de juego imaginativo, y la tarea del maestro consistía en registrar lo
que se observaba en el niño sin interferir. Durante su visita a Inglaterra, se
llevó a Melanie Klein a que conociera la Malting House School; y ella y
Susan Isaacs, que ya era miembro de la Sociedad Psicoanalítica Británica
advirtieron entonces que tenían mucho que aprender la una de la otra. La
única persona entre los miembros de la Sociedad que parecía mal predis-
puesta respecto de ella fue Barbara Low,* quien más tarde sería una de sus
más firmes oponentes durante las polémicas de 1942 a 1944. La razón no
era difícil de descubrir: en Más allá del principio del placer Freud había
adoptado, aprobándolo, el “principio del Nirvana” de Low; “el esfuerzo por
reducir, mantener constante o eliminar la tensión interna debida a los estí-
mulos” —esto es, el retomo a un estado de tranquilidad—, tomándolo de su
Psycho-Analysis: A Brief Account of the Freudian Theory (1920). En otras
palabras, Low se adhería totalmente a la teoría freudiana de los instintos.
Ernest Jones sabía que Freud no veía-con buenos ojos la presencia de
Melanie Klein en Inglaterra. No obstante, tan pronto como el curso hubo
concluido, le envió un fidedigno informe a Viena, sin hacer intento alguno de
ocultar su entusiasmo por la obra de Klein. El 17 de julio escribía:
Melanie Klein acaba de ofrecer un ciclo de seis conferencias en inglés ante nuestra
sociedad acerca de la “Frühanalyse". Causó una muy profunda impresión en todos noso-
tros y se ganó el más alto aprecio tanto por su personalidad como por su obra.
Personalmente, he apoyado desde el principio sus opiniones sobre el análisis temprano y
si bien no tengo experiencia directa del análisis por medio del juego, me inclino a consi-
derar el desarrollo que ella ha hecho de él como sumamente valioso. 3

* Low había sido analizada primero por Sachs y después por Jones. Era amiga de D.
H. Lawrence, quien le había dado el manuscrito de Sea and Sardinia para pagar su aná-
lisis formativo con Jones. (Véase: Barbara Guest, Herself Defined the Poet H. D. and Her
World, Garden City, Nueva York. Doubleday, 1984, pág. 203).
OSTRACISMO [155]
el 31 de julio, respondiendo a las objeciones formuladas por Freud, replica
breve, Firme y diplomáticamente:
Se que la obra de Melanie Klein encuentra una considerable oposición en Viena y
también en Berlín, aunque más en aquella ciudad que en ésta. Considero ese hecho como
indicador de una resistencia a aceptar la realidad de las conclusiones de ella* usted sobre
la vida infantil. Me parece que el análisis preventivo de niños es el resultado lógico del
psicoanálisis.4
Nelly Wollfheim se sorprendió de la transformación que observó en
Klein al encontrarse con ella durante sus vacaciones de agosto. De camino
hacia Engadine (elegido debido al amor que Abraham tenía a ese lugar)
Wollfheim se detuvo en el Walensee ames de tomar un nuevo tren para visi-
tar a Klein, quien se hospedaba en un hotel junto con Erich. El tiempo era
frío y húmedo cuando dejó Berlín, y descendió del tren con brillante luz del
sol, calzando aún sus pesadas e inapropiadas botas de agua. Deslumbrada,
pasó junto a una elegante dama situada en la plataforma, no reconociendo
en ella a la cotidiana Frau Klein de Berlín. Probablemente ya había empeza-
do a cambiar su imagen. Wollfheim descubrió que su amiga había reservado
una habitación para ella en el hotel. La cena fue muy molesta. No sólo Frau
Klein estaba bellamente vestida, sino que también lo estaban los demás
huéspedes, la mayoría de los cuales eran ingleses. Erich, que entonces tenía
once años, conocía bien a Wollfheim. La había visitado a menudo en su jar-
dín de infancia durante las vacaciones, y en cierta ocasión había atravesado
Berlín para verla, sin contárselo a su madre. Ahora tenía muchas ganas de
hacer travesuras y la lisonjeaba para molestar a su madre. “Tía Nelly viste
mucho mejor que tu”, le dijo; y después: “Está mucho más bonita que tú.
¿Es mucho más joven?” El rostro de Klein era una máscara inexpresiva.
“Por decoro, no podía contradecirlo hallándome yo presente”, escribe
Wollfheim. “Era una perfecta madre analizada y Erich se hallaba en una
típica ‘oposición’ en sentido psicoanalítico. Por razones de discreción no
puedo ser más clara al respecto de las circunstancias.” Esto sugeriría, evi-
dentemente, que sabía del análisis de Erich. El incidente permite compren-
der también las dificultades que se presentan cuando una madre alterna los
papeles de madre y de analista de su propio hijo.
Melanie Klein no era tan compleja como parecía. Cuando regresó a
Berlín, a finales de julio, se encontró con que el estado de Abraham había
empeorado. Al hacerse más grave la situación, Félix Deutsch hizo varios
viajes desde Viena para examinarlo, aunque su médico era ordinariamente
Wilhelm Fliess. Hubo días en que Abraham se sentía suficientemente bien
para ver a sus pacientes, por lo que en septiembre de 1925, Alix Strachey

* La palabra tachada es un lapsus revelador.


[156] 1920-1926: BERLIN
regresó a Berlín suponiendo que su análisis se reanudaría. Inmediatamente
después de su llegada, la Klein la llamó por teléfono para sugerirle que
hiciesen algo juntas. De mala gana Alix le sugirió que se encontraran en la
Opera de Königsplatz para asistir a Cosi fan Tutte. Melanie llegaba normal-
mente tarde a las citas, así que Alix le dijo que la ópera comenzaría quince
minutos más temprano que su horario real; la estratagema tuvo éxito; Klein
llegó sólo cinco minutos tarde, salvándose así de padecer la mordaz lengua
de Alix. Pero la parlanchina no podía permanecer en silencio por mucho
tiempo:
Fue un torrente de palabras desde que las luces se apagaron: todo lo referente a
sus planes de la vida social durante el invierno. Después, tras una pausa momentánea,
cuando el auditorio hizo silencio y el director alzó la batuta, se volvió hacia mí y empezó
nuevamente (Und wie geht es ihrem Mann?) (¿Y cómo está su marido?)... Siguió luego
una sucesión de observaciones de naturaleza psicoanalítica sobre el desarrollo del
argumento y así sucesivamente. Pero, a pesar de todo, tiene un carácter simpático.
Más tarde fueron al Romantisches a tomar un café; Melanie estaba
extraordinariamente impresionada por un estúpido inglés que había sido
miembro del Club 1917. ¿Se baila en el Club 1917?* “Oh, querido, su cora-
zón es demasiado bueno para mi gusto”, suspiraba Alix.
Ahora que la excitación y el fervor iniciales habían pasado, Alix tuvo
que admitir que tenían muy poco en común.
No obstante, me gusta, y es muy impresionante dentro de su estilo, eso es induda-.
ble. (Creo ahora que Anna Freud la odia simplemente por razones personales, porque
piensa que es una mujer “vulgar”. Alguien debería hablarle de su habitual arrogancia, ¿no
crees?)
En el tiempo que la enfermedad de Abraham les dejaba libre, las dos
mujeres iban a visitar juntas galerías de arte. En un principio Alix solía mos-
trarse condescendiente con el indiscriminado gusto de Klein, pero llegó a
observar que sentía verdadero amor por Cézanne, lo cual hablaba muy bien
de ella a los ojos de Bloomsbury.
Abraham estaba suficientemente bien para asistir al Congreso de Bad
Homburg a comienzos de septiembre, pero a medida que avanzaban los días
de otoño, fue cada vez más manifiesto que ya no se recuperaría. El 1 de
octubre Alix Strachey partió finalmente para Inglaterra, donde James Glover

* El Club 1917, fundado por Leonard Woolf, adoptó este nombre por la Revolución
Rusa de febrero de ese año y tenía como finalidad proporcionar “un lugar de encuentro para
las personas interesadas en la paz y en la democracia: pronto atrajo como socios a políticos
radicales y a intelectuales impopulares” (The Diary of Virginia Woolf, vol. II, Londres,
Hogarth, 1977, pág. 57).
OSTRACISMO [157]
se convirtió en su analista al año siguiente. El día de Navidad Abraham
murió. Su muerte, según la evoca Melanie Klein en su Autobiografía fue
para mí un gran dolor y una situación muy difícil de superar. Cuando finalicé
abruptamente mi análisis con Abraham, había quedado mucho sin analizar y continua-
mente he avanzado en dirección de un mayor conocimiento de mis ansiedades y mis
defensas más profundas.
Klein siempre sostuvo que, de haber vivido Abraham, el análisis de
niños que ella practicaba habría llegado a establecerse firmemente en
Berlín. Es un punto discutible: el permanente apoyo de Abraham probable-
mente la hubiera conducido a un enfrentamiento con Viena aún más agudo
que el que Jones había emprendido desde Londres. Sea como fuere, la opo-
sición contra ella que Abraham había refrenado, se manifestó con toda su
fuerza después de su muerte. El 2 de marzo de 1926 presentó una doble
ponencia ante la Sociedad de Berlín acerca de dos errores similares en un
ejercicio escolar y de las ideas que un niño de cinco años asociaba con los
métodos con que había sido educado. El claro rechazo que salió al encuen-
tro de su trabajo le convenció de que ya no había lugar para ella en Berlín.
Simmel, el nuevo presidente, simpatizaba con ella, pero le faltaba autoridad
para frenar a Radó. Este se consideraba un hijo de Freud, ya que Ferenczi le
pasaba todos los trabajos de Freud para que los leyera. Tras la caída de
Rank, Freud había nombrado a Radó director de la Zeitschrift (Eitingon y
Ferenczi tenían simplemente una función “decorativa”, según Radó), y tam-
bién de Imago, publicación suplementaria dedicada a la aplicación del psi-
coanálisis a las humanidades. Radó rehusó aceptar artículos de Klein para su
publicación en la Zeitschrift, y se volvió cada vez más ofensivo con ella al
dirigirle la palabra en las reuniones. Se jactaba de su poder como nuevo
secretario de la Sociedad de Berlín y era ferozmente contrario al análisis
por profanos. La humillación que Klein experimentó bajo su poder fue tan
grande que provocó la compasión de otros miembros.
La vida de Melanie Klein nunca estuvo libre de complicaciones. A
comienzos de la primavera de 1925, momento en que se la suponía entera-
mente dedicada a las preparaciones de las conferencias que iba a dar en
Inglaterra, empezó a asistir a clases de baile. Los bailes de máscaras y las
clases de baile eran manifestaciones de su romántico anhelo de “aventuras”,
y no es sorprendente que pronto mantuviera una relación amorosa con su
compañero. C.Z. (Chezkel Zvi) Kloetzel era periodista del Berliner
Tageblatt especializado en artículos de viajes y que, como entretenimiento,
escribía libros infantiles. Nueve años más joven que Klein, estaba casado y
tenía una hija. Era también un conocido Don Juan. Tenía una sorprendente
semejanza física tanto con Emanuel como con el demoníaco amante imagi-
nario de Klein. Parece que iniciaron inmediatamente un amorío. En mayo él
[158] 1920-1926: BERLIN
le regaló un libro para enamorados en el que escribió: “¡En todas partes hay
un Rheinsberg para nosotros!” Su nombre secreto como amante fue Hans.
(Es curioso que eligiera el nombre de su hijo mayor.)
Kloetzel marchó entonces a Bohemia de vacaciones con su familia
Desde Trautenau (adonde le había dicho que escribiera a poste restante),
Kloetzel le preguntaba en su primera nota: “¿Cómo estáis ni y el psicoanáli-
sis a l'anglaise?”5 También le aseguraba su amor, le deseaba ánimo y “un
mínimo de pensamientos perturbadores”. De su segunda carta parece dedu-
cirse que ella le había reprochado la frialdad de la primera nota.
Melchen: así es, (le respondía) escribir cartas es algo estúpido cuando uno no puede expresar
las cosas verbalmente... Sabes que en cuestiones de importancia soy más reticente con las
palabras de lo que normalmente gusta a las mujeres; disculpa, por favor, si el escribir me
resulta aún más arduo. Por favor, lee entre líneas; ¿lo harás? Permíteme decirte, querida
Mel, que aquí cada palabra austríaca, cada “tengo el honor” y cada “beso su mano” me
recuerda a ti, lo cual, por supuesto, en ningún caso sería necesario; no hace falta una
técnica para la memoria. Estoy pensando en ti con frecuencia, querida, y a veces creo que
tus sentimientos son semejantes. Te tengo presente en especial cuando trabajo, ¡mi
ambiciosa musa!
Aparentemente, la única confidente de Klein era su colega Ada Schott;
Kloetzel sentía curiosidad por saber cuánto le había contado de “nuestro
secretito”. En lo que se refiere a la “ética” de la situación, él estaba deseoso
de postergar la discusión indefinidamente. Se quejaba del aburrimiento. Para
compartir con ella su interés por el inglés, estaba leyendo Back to
Methuselah, de Shaw. El 23 de mayo recibió finalmente noticias de ella:
Por dispensarme un beso de más, muchas gracias. Te retribuiré plenamente. Después de
codo, Mel, lo mejor de un viaje es el regreso a casa. Y ello ocurrirá, a más tardar, aproxi-
madamente en dos semanas, y hasta hoy ha transcurrido la mitad de ese tiempo, ¡Dieu soil
benit! Acaso halle alguna excusa para liberarme, lo cual me permitiría escapar antes.
Hoy, querida, piensa en todo lo que no he puesto por escrito. Los abogados sólo aceptan
lo que está escrito en un documento: es casi a la inversa de nosotros. Te deseo lo mejor y te
envío todos los besos que momentáneamente puedas recibir .
Hans
En el diario el bolsillo de Klein consta que Kloetzel se las arregló para
regresar a Berlín el 29 de mayo. No obstante, en una breve nota del 4 de junio
él le informa que se reúne con su mujer.
Querida Mel:
Acabo de llegar a casa. Encuentro cartas de mi esposa anunciándome que no se siente bien.
Padece de cansancio nervioso, etcétera.
Por razones que serán para ti tan claras como lo son para mí, estoy muy inquieto y depri-
mido. Comprenderás que te suplique que me dejes solo hasta que haya recuperado de
OSTRACISMO [159]
algún modo mi equilibrio y tenga noticias más gratas. Si es necesario, partiré pasado
mañana para Trautenau. No obstante, le mantendré informada.
Hasta entonces,
Afectuosamente,
H.
En las anotaciones de su diario correspondiente a junio —tituladas
“¡Depresión!”— se registra la ruptura de la relación, aunque Kloetzel regre-
só de las vacaciones antes que su mujer y los amantes se vieron casi todos
los días. El 13 hicieron una excursión a Dahlem, pero normalmente se
encontraban en el apartamento de Klein, donde tuvieron su última cita el 27
de junio, un día antes de que ella partiera hacia Inglaterra.
También Kloetzel se disponía a partir para realizar un encargo periodís-
tico en Africa del Sur. El 4 de julio le envió unas líneas, señalándole que sabía
que ya había dado sus primeras conferencias en Londres, y “estoy seguro de
que han sido un éxito. Con cada éxito adquirirás más confianza; iodo Londres
celebrará tu fama y el Lord Mayor te invitará a cenar”. Inmediatamente antes
de partir, él le envió una larga carta. Tres días después volvió a escribirle:
- Querida Mel:
He recibido, hace más o menos una hora, tus dos queridas canas del 2 y del 3 y, ante
todo, estoy orgulloso de ti. En ningún momento dudé que tuvieras éxito en Londres.
Pero, al parecer, ese éxito ha ido más allá de nuestras expectativas; y estoy muy feliz por
ello. Porque, tú, mi querida criatura, mucho mereces lo que ahora cosechas. Conozco
muy poca gente, y entre ella difícilmente una mujer, que esté tan profundamente compro-
metida con su trabajo. Y lo más hermoso de todo es que cuando, en un futuro no muy
lejano, todo tipo de personas hablen de ti y de tus logros, yo podré decir: “Sé todo al res-
pecto”. Y por eso, primero un beso para felicitarte y después un beso de admiración...
Me complace mucho que sean tan amables contigo allí y que pases horas tan gratas; la
naturaleza humana desempeña un gran papel en tales ocasiones. Espero que tengas
varios fines de semana dichosos (sin disculpas frívolas) y dejes que tu vitalidad fluya
plenamente. Con vestidos, sombrero y zapatos como marco de tu atractiva personalidad,
tendrás no poco éxito, lo mismo que con tus [ilegible; ¿“observaciones”?] acerca del
juego infantil.
Bien, querida Mel, sin muchas palabras pero con todo mi corazón, adiós. Te diré el adiós
definitivo cuando llegue a Lisboa. Los meses que fallan para Navidad pasarán pronto y
ambos sabemos cómo ocupar el tiempo hasta entonces.
Entre tanto, para Londres, muchísima suerte, éxito y alegría.
Y un beso con mucho amor para la amada mujer y el maravilloso ser humano de tu
Hans.

A finales de julio, iras regresar de Inglaterra, Klein llevó a Erich de


vacaciones a Suiza. Allí recibió una cana de Kloetzel, enviada en Tenerife,
[160] 1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN

que debe de haberle resultado desoladora, especialmente después de la afectuosa


que había recibido en Londres.
S.S.Tanganyka
20 de julio
Querida Mel:
Tu carta dirigida a Lisboa llegó ayer a bordo y, si no respondí a ella a vuelta de correo
porque hubo una revolución y partimos inmediatamente.
Ahora debo por fin decirte algo que debiera haberte dicho hace mucho tiempo. Debemos
separamos, Mel, no sólo físicamente sino también espiritualmente. Eres demasiado inte-
ligente para no haberlo previsto. No se debe sólo a que hayan aumentado mis temores por
una relación que implique ciertas obligaciones. Debo añadir que me he enamorado loca-
mente aquí, a bordo, y tanto más irracionalmente cuanto que no hay posible futuro en ello.
Pero uno no piensa en eso. Estoy sumido en un torbellino y no puedo tolerar ocultártelo.
No estoy seguro de lo que pueda acarrear el futuro. No estoy hecho para los vínculos y sólo
me reprocharía a mí mismo haber permitido que ello ocurriera.
Querida Mel, no es necesario que recurramos a largas explicaciones. Te estoy muy agra-
decido. Estoy seguro de que no necesito pedirte que me des libertad.
De todo corazón te deseo todo lo mejor.
Hans.

Enredado ya en un romance de abordo, Kloetzel intentaba abandonarla del


modo más rápido posible. Las correcciones que aquí se muestran hechas en el
bañador de la respuesta de Klein muestran su herida.
Weeten, 9 de agosto de 1925
Querido Hans:
Ayer recibí la carta que enviaste en Tenerife. Quizá no requería una respuesta, pero obe-
deceré a mi sentimiento, que me indica que debo decir algunas palabras de despedida.
Estás en el comienzo de un largo viaje, Hans, y frente a ti hay muchas horas solitarias y
difíciles. Si entonces has de pensar en mí sé que yo era también una persona valiosa para
ti, ello no debiera deprimirte. Escribes: “No estoy hecho para los vínculos y sólo me
reprocharía a mí mismo haber permitido que ello ocurriera". Bien al recuerdo que tengas
de mí no debe nublarse con ningún reproche, no has hecho nada por lo que debas repro-
charte. Y —déjame decir esto en nuestra despedida— ciertamente yo no me lamento ni
siquiera ah, puesto que ahora, establecido un vínculo contigo. Lo que tuvimos juntos, se
quedará en mí como algo muy hermoso. Y nada, ni siquiera esta forma de terminar,
hará que ese cambio.
Algo más permanece inalterado: el cálido sentimiento que siento hacia ti como persona.
No me entiendas mal, Hans. Admito totalmente tu carta tal y como la expresas. En la
medida en que una persona pueda tomar la libertad de otra y devolvérsela, te devuelvo
totalmente la tuya. También yo quiero romper los lazos —y lo haré— que me ligan a ti y
hallaré fuerzas suficientes para llevarlo a cabo. Pero más allá de esta relación, y quizá
puedo decirlo ahora, hubo una relación muy rica entre una persona y otra, que permane-
cerá conmigo para siempre, Eso es lo que deseaba decirte, Hans, en nuestra despedida.
OSTRACISMO [161]
Quiero que sepas que también yo seré siempre para ti una buena amiga que se interesa por
que estes bien. Debes saber que podemos seguir siendo amigos, si deseas que así sea.
Adjunto una carta escrita anteriormente que escribí anteriormente. Vacilaba en enviártela,
debido a que la situación ha cambiado. Pero una vez más he obedecido a mi intuición que
me dice y espero que no interpretes mal este gesto. Escribí estas líneas algunos días antes
de recibir tu carta de adiós. Nada contiene que yo quisiera cambiar, ni siquiera ahora.
Estaban destinadas sólo para ti cuando las escribí: acéptalas como el saludo de un tiempo
ya pasado.
Si deseas escribirme desde Ciudad del Cabo, esto es, si nada en tu interior te dice otra
cosa, como un buen amigo le escribe a otro buen amigo, y si surgen otras posibilidades,
entonces yo sería muy feliz. Si, en cambio, tu voz interior te dice que no, entonces no te
fuerees a hacer lo contrario. No lo tomaré a mal.
¿Deseas saber algo acerca de mis planes futuros? Inglaterra. Londres, aunque
completamente satisfactorio, no fueron unas vacaciones. Las dos semanas y media fueron
demasiado breves. Por tanto, me tomaré unas vacaciones después del congreso y regresaré
a Berlín a primeros de septiembre. Tras haber dejado a Erich en la Escuela de Oldenwald,
puedo quedarme en Taunus y quizá me encuentre allí con mis amigos.
Algo más: como tengo pocos ejemplares del libro de mi hermano, te agradecería que me
devolvieses el que está en tu poder. Por supuesto, no hay prisa para eso; puedes esperar
hasta tu regreso a Berlín.
Cuando esta carta te llegue, tendrás ante ti el viaje a través del Africa. Espero que la
excursión sea para tu satisfacción. Las novedades interesantes, que ocuparán tu atención,
compenarán todo pesar, por fuerte que sea.
Y ahora adiós, querido Hans; con todo mi corazón te deseo lo mejor.

Mel.

Kloetzel le escribió nuevamente algunos días después de su regreso a


Berlín
Berlín
Sábado 17 de enero de 1926
Querida Mel:
... Verdaderamente he intentado desde hace algún tiempo dirigirme a ti, hablarte, pero,
Mel, no puedo. No te enfades... No puedo vivir así.
Debemos hallar otro modo. Te propongo lo siguiente: No volveremos a vemos temporal-
mente hasta que me sienta más seguro de mí mismo. Entonces andaremos con cautela y
nos encontraremos en un territorio neutral. Todo depende de que yo aprenda a mantener-
me libre en tu presencia, tal como lo exige mi reserva frente a las relaciones estables. Si
eso no es posible —y saldrá bien si somos inteligentes—, entonces tendremos que renun-
ciar.
Sé que tú eres la más fuerte de nosotros dos y también eso me entristece. Tiendo mucho
más al equilibrio en una relación espiritual y cualquier voluntad más fuerte que la mía
me lanza fuera de la balanza. No puedo mantener un vínculo, pero tampoco puedo sopor-
tar que otras personas se vinculen a mí. Eso ha sido así incluso tratándose de mi madre,
si bien, a pesar de todo, ella ha sido la única persona del mundo de la cual me hallé muy
[162] 1920-1926: BERLIN

cerca.* Querida Mel, sé que es una locura, pero es así como lo siento: el día en digas que
tienes un amante, estaré más cerca de ti que nunca.
Cuando todo está dicho y hecho, estoy seguro de que tendrás mejores cosas que hacer que
agobiar tus pensamientos con mi patología, especialmente cuando no son de interés
científico. Atengámonos a mi propuesta. Estoy seguro de que nos encontraremos otra vez.
Beso tus manos.
Hans
Un borrador de su respuesta revela su confusión.
Berlín, 18 de enero de 1926
Querido Hans:
Al comienzo de estas-mis líneas desearía asegurarte que no pretenden no están destinadas
a unimos de nuevo si tú no lo deseas, ni a contener algo desagradable para ti.
Mi carta tiene como fin responder a una pregunta que en realidad no me formulo, pero
que, quizá, te formules a ti mismo: la pregunta de cuál es mi situación / que ocurrió
conmigo / cómo me veo / cómo estoy qué me ha ocurrido. Yo no estaba muy bien la
última vez que nos vimos. Nadie, ni siquiera tú mismo, podría hacerme creer que eres
cruel y que no te importa cómo no veo qué me ocurrió. A partir de este sentimiento por
tanto pienso que lo que pueda decirte de mí misma te dará podrá proporcionarte alguna
alegría. Estoy bien, querido Hans, y he dominado enteramente el pesar que sufría. Me he
sobrepuesto a él. Estoy bien, querido Hans, lo he combatido enteramente, pero eso no
significa, sin embargo, que haya resignado me haya cobijado en la resignación. Esto no
No: me he sobrepuesto a ella; soy dichosa y estoy afrontando la vida plenamente como en
mis días dichosos y llena de confianza en que me traerán muchas alegrías de diversas
maneras. Estoy llena de confianza / llena de confianza también respecto de mí misma. Lo
que llamas mi “vitalidad” en los días buenos ha vuelto a mí y con ello también la segura y
dichosa confianza en mí misma y en mi vida, y la expectativa cierta de que ha de traerme
muchísima felicidad por diversos cauces.
Afortunadamente, las circunstancias personales me dan oportunidad para emplear una
renacida vitalidad. Iré a Londres en agosto después de la excursión de verano oon… hasta
el próximo invierno, primavera donde encontraré mucho trabajo con favorables
perspectivas materiales, científicas y personales. Enseñar Además de enseñar a los niños
del profesor Jones, se me ha pedido que analice muchos otros hijos de colegas. Me espera
un cargo decente especialmente atractivo con mis colegas-además de una gran cantidad de
trabajo científico.
También un Además puedo dar por segura una intensa actividad científica y de enseñanza
dentro del marco de nuestro acuerdo y también quizá, -fuera-de ese acuerdo He recibido
una invitación para dar una charla en la Sociedad Británica de Psicología; también una
demanda de una revista médica de Nueva York para la publicación de un libro mío. Mi
auténtico libro —que significa mucho para mí— empieza a tomar forma-definida plan
general y forma, y acaso pueda escribirlo en Londres.

* Posteriormente, Klein contó a Erich que Kloetzel se había criado en un orfanato judío.
OSTRACISMO [163]
Es un / Tengo ante mí un trabajo muy arduo pero muy prometedor /Si es éxito. Si es
exitoso —y espero que lo sea— sin duda avanzaré considerablemente seguiré avanzando
Mi espíritu, nuevamente estimulado, asegurará que he de gozar la vida y no ahogarme de
trabajo.
Te adjunto envío mi última obra, que es puramente analítica, pero puede resultarte
interesante.
Por último, querido Hans, permíteme decir Algo más, querido Hans: permíteme
decirte que la última frase de tu carta: “así pensaremos el uno en el otro sin amargura”, no
es demasiado pertinente, en mi opinión, ya que no es suficientemente ilustrativa. Sin
amargura, por supuesto pero más que ese con mucha amistad y sinceridad / Un Nuestra
relación, que ha sido tan hermosa que o hubiese querido pasarla por alto en mi vida, a pesar
del dolor que exige que produce especialmente cuando el dolor ya ha desaparecido sólo ha
dejado amista, hermosa amistad y sinceros sentimientos para ti… Espero y deseo con todo
mi corazón que tu camino conduzca también hacia lo alto.
Adiós,
Afectuosos saludos, Mel,
Deseo de corazón, querido Hans, que tu camino te conduzca cada vez a sendas más
elevadas y que sigas dichoso y bien.
Afectuosos saludos.
Mel

El invierno de 1925-1926 fue para ella particularmente cruel. No es


sorprendente que Alix Strachey la haya encontrado relativamente apagada, en
contraste con su exuberancia anterior. Con Abraham enfermo, se sintió
totalmente aislada y los paseos con Alix la ayudaron a librarse de la soledad.
Alix regresó a Inglaterra a comienzos de octubre. Abraham murió el día de
Cavidad; y el rechazo de Kloetzel supuso el golpe de gracia. Klein no pudo
resistir la tentación de aprovechar el cumpleaños de Kloetzel en febrero de
1926 como excusa para contactar nuevamente con él; y tras haber cedido a
sus ruegos de mantener un encuentro, Kloetzel advirtió que debía adoptar una
actitud dura a fin de hacerle enfrentar la realidad de la situación.
Berlín, 19 de febrero de 1926
Querida Mel:
Tu misma te darás cuenta de que lo mejor es separarse definitivamente. Fue un error
olvidar una decisión tomada dos veces.
Muchísimas gracias y no te enfades. Creo que no necesito decirte que te deseo lo mejor de
todo corazón. Es mejor ser duro que llevar adelante una situación insoportable. Pues en ese
caso nos acordaremos el uno del otro con amargura.
Adiós.
Hans.

Desesperada, lo llama otra vez por teléfono, y lo cortante de su nota posterior


no deja la más mínima esperanza.
[164] 1920-1926: BERLÍN
...Una conversación no podría modificar las cosas y sería, para nosotros dos, un inútil
esfuerzo nervioso.
Te suplico, en beneficio de los dos, que te abstengas de todo nuevo intento de hablarme.
Por favor, dile a Frau Herz que debería tener una nueva compañera si tú piensas continuar
con las clases de baile ... Si tienes intenciones de continuar, me iré.
Por favor, deja las cosas como están
Hans.
Ella redactó dos cartas antes de decidirse a enviarle la siguiente:

Berlín, 21 de febrero de 1926


Querido Hans:
Como has interpretado mal mi demanda de una conversación (por supuesto, fue un error
por mi parte llamarte por teléfono en lugar de escribirte), me preocupa ante todo aseguran-
te que de ningún modo o manera intentaré provocar una ocasión para que nos encontre-
mos, cosa que tú no deseas. Si añado que no recibirás ninguna otra comunicación escrita
mía, puedo suponer que aceptarás, sin impaciencia, lo que te estoy escribiendo hoy.
De algún modo esta carta ocupará el lugar de la conversación que tanto he deseado pero
que he solicitado en vano. No necesito decir, como en el pasado, que estas líneas tampo-
co son una coerción de ningún tipo, sino una explicación y un cambio de impresiones.
Querido Hans: (leseo decirte que has actuado correctamente al transformar nuestra rela-
ción en una relación de amistad, porque ésa era la forma apropiada de reconstruir y rete-
ner algo valioso entre nosotros. Pero fue también amable por tu parte, desde un punto de
vista personal, porque por medio de esa ayuda has mitigado la inevitable pena a la que
debo sobreponerme, y que se ha originado a consecuencia de este proceso. Tu reiterada
conclusión, muy reciente, de que toda la fase fue, para nosotros dos, buena mientras fun-
cionó, no es un engaño. Alguna pequeña vacilación, la recaída más bien prolongada la
última vez que nos vimos, no contradicen aquella conclusión. Especialmente esa recaída y
su rápida recuperación (mi depresión, dicho sea de paso, tiene otras causas), han mostrado
cuánto he avanzado en comparación con los meses anteriores. Tú mismo habrás notado
que lentamente me vuelvo más tranquila y feliz. Tienes razón, querido Hans, no se debe
prolongar una situación insostenible. Pero, ¿era nuestra situación así? Hasta nuestro
último encuentro no lo sentiste así, evidentemente, y las conclusiones que extrajiste de mi
depresión eran erróneas. Soy, como siempre, honesta conmigo misma y contigo cuando
afirmo que el proceso de separarme de ü del modo como ni deseabas estaba funcionando
bien gracias a tu ayuda. Y es bueno y reconfortante, querido Hans, ser capaz de estarte
agradecida por esa ayuda: fue un consuelo proyectar el afecto personal en lugar de nuestra
relación anterior.
Según las noticias que recibo de Londres, existe la posibilidad de llevar a cabo mis planes
en relación con Inglaterra. Tu partida hacia Suecia significa posiblemente una despedida
por tiempo indefinido: un tiempo en el que muchas cosas pueden cambiar. Estoy segura de
que habría sido más sencillo y más reconfortante si hubiera podido verte de vez en cuando
durante estas semanas que restan antes de tu partida. Sería una forma más gentil, más
amistosa de decir adiós a una bella y rica relación: la posibilidad de conservar en la
memoria de uno algo enteramente maravilloso, lo cual supondría una gran ayuda para
afrontar sin amargura y de manera más grata lo que está ocurriendo. Es muy duro, y para
mi mente innecesariamente penoso, ser tachada de tu vida y no tener ya importancia.
OSTRACISMO [165]
Nunca te he pedido nada en contra de tu voluntad: ni durante la mejor época ni en estos
difíciles momentos. Si no puedes darme la oportunidad de una despedida más grata, sién-
dome de gran ayuda y consuelo, entonces no te urgiré, ni siquiera ahora. Pero debo supli-
carte algo. Me gustaría verte antes de tu partida. Debo decirte, después de todo lo que
sabes de mí, y de las situaciones en que me has visto, que no será una despedida llorosa,
nada que pueda agobiarte. No: un adiós serio, pero tranquilo, entre dos personas que se
amaron y entendieron mutuamente lo suficientemente bien para no tener que separarse
sin una despedida... antes de que los caminos se separen, una despedida sincera y cálida
de quienes han compartido un trecho breve, pero bello y significativo del camino. Por
favor, no me hagas suplicar en vano, querido Hans.
Mel
Respecto de la cuestión de las clases de baile: como la señora Herz estaba muy dolida
por la cancelación de la señora Munk, no quise lastimarla más con una cancelación que
mal podría interpretarse. Por lo tanto, continuaré con las lecciones de baile. Para que la
situación no sea tan manifiesta, te aconsejaría que te excuses de algún modo antes de la
próxima lección, y piensa entonces cómo hacerlo menos evidente que mediante una can-
celación definitiva. Te diré que la señora Munk espera que la llames por teléfono. Si ya
no necesitas el ejemplar de Imago, por favor, devuélvemelo pronto.
Melanie Klein era demasiado intensa, demasiado seria, y estaba dema-
siado deprimida para aceptar una relación frívola como la que Kloetzel pre-
tendía. No obstante, ella parece haber continuado ejerciendo una fuerte
atracción sexual en él, pues, según Eric Clyne, realizaba viajes periódicos a
Inglaterra para visitarla. Ella era una mujer inteligente capaz de perder la
cabeza. El hombre a quien ella siempre consideró el amor de su vida, parece
haber considerado esta relación como una más de una serie de aventuras
superficiales.
Disponía de una ayuda, esta vez, en forma de una auténtica invitación de
Ernest Jones para dirigirse a Inglaterra durante un año y analizar a sus hijos.
Nunca más volvió a ver Berlín o Viena.
TERCERA PARTE

1926-1939
Londres
UNO

La Sociedad Psicoanalítica
Británica

M elanie Klein llegó a Inglaterra en septiembre de 1926. Durante


sus primeros meses en el que sería su país de adopción, vivió,
como había sucedido en Berlín, en varios domicilios temporales.
El primero fue un piso amueblado en el Temple, cuyo propietario era una
periodista del Times. Antes de que finalizase el año había encontrado un
lugar algo más amplio, una maisoneite de dos pisos en Crawford Street 129
(después el número fue el 96), no lejos del Instituto de Psicoanálisis en
Gloucester Place. Allí fue donde tres meses más tarde, el 27 de diciembre,
Erich se reunió con ella.* Se alojó en casa de una familia en Swiss Cottage
durante una semana y visitaba a su madre los fines de semana. Al preguntár-
sele recientemente si en Inglaterra extrañaba su casa, respondió que no, que,
“por así decirlo”, nunca había tenido una auténtica casa. De sentirse algo, se
sentía austríaco y pasó un año hasta que pudo hablar inglés con cierta flui-
dez. Klein consideraba la maisonette de la Crawford Street una solución
temporal hasta poder hallar un lugar suficientemente amplio que dispusiera
de habitaciones para el consultorio y para vivienda. Lo encontró poco des-
pués en Linden Gardens 17, en Notting Hill, y ofrecía también la ventaja de
tener un bonito jardín. La desventaja, según advirtió después, fue la gran
cantidad de prostitutas que había en el sector.
Su primera aparición en las reuniones de la Sociedad Británica está
registrada en las actas del 17 de noviembre de 1926, donde se la caracteriza
* Klein dijo a Erich que Kloetzel la llevaría a Londres si concedían su custodia a su
padre. Dada la naturaleza de sus relaciones con Kloetzel en ese momento, esto parece
haber sido una pura fantasía.
[170] 1926-1939: LONDRES
como "visitante”. En esa ocasión expuso un trabajo sobre el análisis de un
niño de cinco años, Peter, cuyo complejo de castración se deriva tanto de las
fantasías sadicoanales relacionadas con el adiestramiento para hacer las
necesidades solo, como al trauma de haber presenciado el coito entre sus
padres. También informó sobre la conferencia de Bad Homburg celebrada el
año anterior, en la que se había discutido la decisiva cuestión de los requisé
tos mínimos y convenientes para la formación de analistas.
La Clínica Londinense de Psicoanálisis se había inaugurado para el
cumpleaños de Freud, el 6 de mayo de 1926. Las crecientes inquietudes de la
Sociedad Británica estaban más o menos superadas cuando llegó Klein, y su
presencia se uniría estrechamente al destino de aquélla. Con la amargura de
la vejez, Edward Glover le contó en 1965 a Bluma Swerdloff que, en un
principio, la Sociedad Británica “padecía muchos complejos de inferior-
dad”. En contraste con Viena, Berlín y Budapest, era poco el trabajo activo
que allí se realizaba. Pero después de la llegada de Klein, desde 1926 a 1931.
la sociedad experimentó un sentimiento de triunfo por estar desarrollando realmen-
te nuevas ideas y como tales aceptaron las opiniones de ella. Los miembros estaban
impresionados por la fuerza de la recomendación de Jones, pero en aquel entonces las
opiniones de ella no eran tan exageradas. Eran en realidad derivadas... Algunos han
dicho que lo eran totalmente. No lo creo; pienso que ella tenía muchas ideas brillantes en la
misma lítea [que Abraham].1
El que el grupo británico lograse alcanzar un estadio de confianza en sí
mismo, se debió a los infatigables esfuerzos de Ernest Jones, un perseverante
y tenaz galés que fue el transmisor del movimiento psicoanalítico al mundo
de habla inglesa. El 20 de noviembre de 1926 Freud le escribía a Jones:
¿Hace realmente veinte años que usted está en la causa? Ha pasado a ser entera-
mente suya, puesto que usted ha logrado todo lo alcanzable de ella: una Sociedad, una
Revista, un Instituto. La importancia que usted ha tenido en ella es algo que dejaremos
determinar a los historiadores.2
La última es una observación algo ambigua y Freud tenía razones para
ser escéptico en cuando a la continuidad de la lealtad de Jones.*
Jones había nacido en el seno de una familia galesa de clase media. Su

* Jones se ofendió mucho cuando Freud caracterizó a David Eder como “el primero y,
por ahora, el único médico que practica la nueva terapia en Inglaterra” en el prefacio de
David Eder, Memories of a Modern Pioneer, editado por J.B. Hobman (Londres, Víctor
Gollanez, 1945). El 26 de agosto de 1945 Anna Freud tuvo que recordarle a Jones que Eder
fue el único representante del psicoanálisis en Inglaterra mientras Jones estaba en Toronto
(JA).
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [171]

Padre, un hombre que se labró su propia posición, se abrió camino pasando


de empleado de oficina a gerente de una mina de hulla y después a jefe con-
table de la fábrica de acero del pueblo de Gowerton. Alentado por el ejem-
plo de su padre. Jones hizo también una brillante carrera como estudiante de
medicina en el University College Hospital de Londres. En 1903 conoció la
obra de Freud por recomendación de su futuro cuñado, Wilfred Trotter,
quien le llamó la atención acerca de la reseña de Mitchell Clark de La histe-
ria, publicada en Brain en 1898; siguió avanzando, leyendo la exposición de
Frederic Myers en Human Personality y la discusión de Havelock Ellis en el
primer volumen de Studies in the Psychology of Sex. El análisis de Dora fue,
en realidad, la primera de las obras de Freud que leyó; y (según su propia
afirmación) inmediatamente se dispuso a aprender alemán para leer a Freud
en su lengua original. En septiembre de 1907 se encontró con Jung en el
Congreso Internacional de Neurología de Amsterdam. En noviembre visitó a
Jung en el Hospital Burgholzli tras haber asistido durante dos meses a un
curso especial de psiquiatría para graduados, en la clínica de Emil Kraepeli en
Munich. (También visitó la Clínica Kraepelin el año siguiente.) El 30 de
noviembre Jung le escribía con entusiasmo a Freud:
El doctor Jones, de Londres, un joven muy talentoso y activo, ha estado conmigo
durante los últimos cinco días principalmente para hablar sobre las investigaciones de
usted. Debido a su “espléndido aislamiento” en Londres, aún no ha penetrado muy pro-
fundamente en los problemas, pero está convencido de la necesidad teórica de sus
opiniones. Será un fuerte colaborador de nuestra causa, pues además de sus dotes
intelectuales, está lleno de entusiasmo.3
Freud, feliz ante la posibilidad de un nuevo converso, en particular si
era inglés y no era judío, respondió: “Su inglés me interesa por su nacionali-
dad: creo que en cuanto los ingleses tengan conocimiento de nuestras ideas,
nunca las abandonarán”.4 El optimismo de Freud parece irónico, dada la
larga lucha de Jones contra el orden establecido en la medicina inglesa, cuya
aceptación reclamó todas sus considerables habilidades diplomáticas.
El año siguiente Freud y Jones se encontraron en el Congreso de
Salzburgo y Jones visitó a Freud, en Viena, en mayo de 1908. Sus relaciones
fueron siempre prudentemente reservadas. Aunque Freud comunicaba a
Jung que Jones le parecía “muy inteligente”, desconfiaba de lo que pudiera
esconderse tras el interés del galés en el psicoanálisis. Freud se lo describe a
Jung a la vez como un fanático y un enigma: “La mezcla racial de nuestro
grupo me parece interesante; él es celta y, por tanto, no demasiado accesible
para nosotros, el teutón y el mediterráneo”.5
No obstante, Jones cobró progresiva importancia para Freud después de
la deserción de Jung en 1911, puesto que aquél pasó a ser entonces el único
no judío que quedaba en el grupo; y circunstancias fortuitas hicieron que se
convirtiera en el principal portavoz de las ideas freudianas en los Estados
[172] 1926-1939: LONDRES

Unidos. Su carrera médica en Inglaterra se detuvo cuando dos pequeños


pacientes suyos dijeron que había usado con ellos un lenguaje indecente. En
1908, por temor a un escándalo, optó por un exilio voluntario en Canadá
donde, según afirma en su autobiografía Free Associations, se le ofreció un
cargo de Profesor Asociado de Psiquiatría en la Universidad de Toronto. El
relato del propio Jones sobre sus actividades en Canadá es sumamente sos-
pechoso. Manifiesta que C.K. Clarke, superintendente médico del Asilo de
Enfermos de Toronto lo contrató como director de un nuevo hospital psi-
quiátrico.* Sin embargo, por muchas razones, especialmente políticas,
Clarke nunca pudo realizar su ambicioso proyecto. Es asimismo sumamente
dudoso que Clarke proyectase dar tal responsabilidad a un hombre que care-
cía totalmente de experiencia administrativa. En realidad, tras su llegada a
Toronto se convirtió en una especie de aprendiz de todo y oficial de nada:
especialista en patología a tiempo parcial y asistente clínico en el Asilo de
Toronto; mozo de laboratorio de sesiones en fisiología y psicología aplí-
das en la Universidad de Toronto, y asistente del Departamento de Psiquiatría
del Hospital General de Toronto.
El mito creado en tomo a la importancia de Jones en Toronto se ha
aceptado como un hecho... basado sólo en las exageraciones del propio
Jones. Llegó a la ciudad creyendo que su conocimiento de las técnicas de
Kraepelin le ayudaría a progresar. Se encontró, sin embargo, en un callejón
sin salida. En enero de 1910 Jones había publicado “The Oedipus Complex
as an Explanation of Hamlet’s Mystery” en el American Journal of
Psychology. (Dicho sea de paso, este artículo, corregido, se convirtió en 1949
en Hamlet and Oedipus, incorporando las investigaciones de Klein sobre los
niveles más profundos del inconsciente.)
Jones ya había comenzado a establecer importantes contactos con la
comunidad médica de los Estados Unidos. En diciembre de 1908 aceptó una
invitación del doctor Morton Prince, destacado psicoterapeuta norteamerica-
no, para ir a Boston a discutir los recientes desarrollos en el campo de la psi-
cología; convenció allí al doctor James Putnam, Profesor de neurología en
Harvard, de que en mayo de 1909 debiera celebrarse un simposio norteame-
ricano de psicoterapia en New Haven.
Contento, escribió a Freud para comunicarle que había expuesto el pri-
mer trabajo sobre psicoanálisis en los Estados Unidos; pero también añadía:
Un hombre que escribe siempre del mismo tema tiende a ser visto aquí
como un chiflado... si el tema se relaciona con el sexo, simplemente se le
* A.A. Paskaukas ha señalado en un artículo inédito, “C.K. Clarke y Ernest Jones:
The Rise and Fall of a Kraepelin Clinic in Toronto, 1907-1909“, 6 que en esa etapa ambos
hombres se adherían fervientemente al sistema de Kraepelin (detalle alegremente omitido
posteriormente por Jones); y Clarke vio que el enérgico joven podía serle útil en el
establecimiento de un hospital concebido según el modelo de Kraepelin, en el cual había
una clara división entre neurosis y psicosis.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [173]

declara tabú por ser un neurasténico sexual. Por eso combinaré mis artículos
sobre sexo con artículos de otros temas”.7 Freud estaba nervioso, preocupado
porque Jones estuviese aguando los elementos sexuales de la teoría psicoa-
nalítica a fin de hacerla más aceptable a la audiencia de los Estados Unidos.
(Dada la propia historia de Jones, Freud podría haber sospechado también
en él una general tendencia a evitar las controversias.) Jung estaba de acuer-
do: “Por naturaleza no es un profeta ni un heraldo de la verdad, sino alguien
comprendido8 con ocasionales flexiones de conciencia que pueden apartar a
sus amigos”.
En septiembre de 1909 Jones se reunió con Jung, Ferenczi y Freud en
Worcester, Massachusetts, donde la Clark University otorgaba a Freud un
grado honorario. En ese momento, Freud provocó un cortés enfrentamiento
entre ellos, como manifiesta Jones en su biografía de Freud:
En la época dé Worcester, Freud tenía una idea exagerada de mi independencia y
temía, muy injustificadamente, que yo podría no resultar un estrecho discípulo. Por eso
tuvo el gesto especial de ir a la estación para despedirse de mí cuando me marchaba a
Toronto, al final de nuestra estancia, y de expresar la cálida esperanza de que me manten-
dría con ellos. Sus últimas palabras fueron: “Verá que merece la pena”. Naturalmente fui
capaz de ofrecerle mi seguridad más plena y nunca volvió a dudar de mí.9
Atendiendo a la verdad, ulteriormente se originó tensión entre ellos,
especialmente a partir del patrocinio de Melanie Klein por Jones. No obstan-
te desacuerdo tendría lugar muchos años después, y en aquel momento Freud
tenía razón al creer que Jones se convertiría en un adherido a la causa.*
Los colegas canadienses de Jones recelaban en un principio del impe-
tuoso joven de Londres, pero él prosiguió con energía su inicial conquista de
Putnam y de otros médicos norteamericanos. En 1910 Freud le subrayaba la
importancia de establecer en los Estados Unidos una filial de la Asociación
Psicoanalítica Internacional, la cual se había fundado en el Congreso de
Nürenberg, en marzo. Jones desempeñó entonces un importante papel en la
formación de la Asociación Psicoanalítica Americana en 1911, cuando
Putnam se convirtió en su presidente y Jones en secretario tesorero, cargo
que conservó hasta su regreso a Inglaterra en 1913. Durante este período
continuó haciendo viajes regulares a Europa; y en 1912 fue él quien propuso
la formación de “un pequeño grupo de analistas dignos de confianza,
actuando como una especie de Vieja Guardia’ alrededor de Freud”.10
Para un hombre con el temperamento de Jones, Ontario constituía un
medio inhibidor. Sus maneras ásperas y que abiertamente hiciera vida
|común con su querida, hicieron de él una especie de enfant terrible ante la

* Jones siempre prefirió el término “causa" al de “movimiento”, término este último


que tenía para él claras connotaciones religiosas.
[174] 1926-1939: LONDRES
comunidad médica de la Universidad de Toronto. Pronto se metió nueva-
mente en problemas. Una de sus pacientes se dirigió al Presidente de la
Universidad, Sir Robert Falconer, y acusó a Jones de haberla agredido
sexualmente. Jones explicó a Putnam que la mujer le había hecho “inequí-
vocas insinuaciones”; pero Putnam debió quedarse perplejo ante el hecho de
que un hombre que aseguraba su total inocencia “pagara 500 dólares de
soborno para impedir un escándalo que hubiese sido igualmente dañino de
cualquier modo... Puede usted 11imaginar que estoy en realidad muy preocu-
pado y terriblemente cansado”. Falconer mantuvo la intriga en secreto, pero
nunca se investigó ni se clarificó completamente. °*
No fue ése, al parecer, el único escándalo en que el Jones se vio envuel-
to en Toronto, y la abundancia de tales incidentes hace difícil aceptar como
explicación que se tratase de coincidencias o de mala suerte. Según Jones, él
y la Universidad se separaron en 1913 porque la institución no podía seguir
tolerando sus prolongadas ausencias en Europa; pero su presencia sólo hacía
aguardar a la administración nuevos problemas. Un Freud inquieto le sugi-
rió un análisis con Ferenczi como conditio sine qua non para ser aceptado en
los círculos oficiales del psicoanálisis.
Poco después del regreso de Jones a Londres, el 30 de octubre de 1913
ante una asamblea de colegas de su misma orientación reunida en su casa, fun-
dó la Sociedad Psicoanalítica [Psycho-Analytical] de Londres. Se nombró se-
cretario a David Eder, el primero en practicar el análisis en Londres, y el pro-
pió Jones se convirtió en presidente. (Havelock Ellis rechazó la invitación de
Jones a ser uno de los miembros.) No era aquél el mejor momento para poner
en marcha un movimiento tan revolucionario, y durante la guerra, que se de-
sencadenó poco antes de un año, la comunicación con los analistas continenta-
les fue, en el mejor de los casos, intermitente. Entre Jones y Eder comenzaron
a perfilarse muchas diferencias doctrinales, manifestando el primero opiniones
característicamente jungianas. A consecuencia de ello, Jones disolvió la socie-
dad originaria y el 20 de febrero de 1919 inauguró un nuevo grupo de doce
miembros con requisitos de admisión más estrictos: esto es, todo miembro de-
bía estar totalmente respaldado por Jones. Este cuerpo se convertiría en la sép-
tima sociedad integrante de la Asociación Psicoanalítica [Psycho-Analytic]
Internacional.* Durante el año siguiente fundó el International Journal of
Psycho-Analysis como órgano oficial de la Asociación.
* La diferencia entre las dos palabras se aclaró en 1949 en la rectificación de los
estatutos de la Asociación Psicoanalítica Internacional, International
Psycho-Analytic(al) Association: “Se utiliza aquí el paréntesis para dar a los miembros
que así lo deseen la posibilidad de distinguir entre las dos formas. En el uso literario el
sufijo ‘-ic’ expresa ‘de la naturaleza de’, y el sufijo ‘-al’ ‘perteneciente a’. Hablamos
así de ‘una pieza histórica’ ('an historical play'), esto es, de una pieza que tiene un con-
tenido histórico. Podría hablarse así de ‘psycho-analytic therapy’ y de una
‘psycho-analytical society’ ”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [175]
La dedicación de Jones al psicoanálisis ponía de manifiesto algo similar a
la desesperación del náufrago. Como observaba D.W. Winnicott en un dis-
curso conmemorativo del 28 de febrero de 1958, a principios de la década
de los veinte, los médicos eran tan hostiles a él que hubo una postergación
casi indefinida en su elección como miembro del Royal College of
Psysicians. En 1923, entre los miembros de la Sociedad figuraban ya perso-
nalidades de la intelligenzia británica tales como Edward Glover, Sylvia
Payne, John Rickman, Joan Riviere, Ella Sharpe, James y Alix Strachey y
Susan Isaacs; también Eder volvió al redil en 1923 tras un análisis con
Ferenczi. Gracias a los esfuerzos de Rickman, un cuáquero de fuerte con-
ciencia social, se estableció en 1924 un Instituto; ese mismo año, la Hogart
Press de Leonard Woolf pasó a ser, junto con el Instituto, editora de las
colecciones de la International Psycho-Analytical Library. La Sociedad de
Londres tenía también un benefactor en la figura del próspero norteamerica-
no Pryns Hopkins, quien donó dinero suficiente para instalar una clínica en
Gloucester Place, la cual se utilizaría principalmente en beneficio de pacien-
tes necesitados y como centro de formación para futuros analistas.
Todos estos desarrollos resultaban muy prometedores para el futuro ins-
titucional del psicoanálisis, pero Jones comenzó a manifestar desde las fases
iniciales de su carrera marcadas divergencias respecto de Freud en relación
con el origen de la ansiedad. Para Freud, la ansiedad, el resultado de la frus-
tración, era la expresión de una descarga de deseo sexual insatisfecho. Ya en
1911, en un trabajo que Jones expuso en los Estados Unidos (“The
Pathology of Early Anxiety”) comenzaba a teorizar acerca de las relaciones
entre ansiedad y miedo:
El deseo que no puede hallar una expresión directa es introvertido, y el temor
que surge es, en realidad, el temor del paciente ante una erupción de su deseo enterrado. En
otras palabras: la ansiedad mórbida desempeña la misma función biológica que el temor
normal en cuanto protege al organismo contra procesos que teme. 12
En 1926 Jones publicó “The Origin and Structure of the Super-Ego”,
que Elizabeth13Zetzel (una de sus analizandas) caracteriza como “un hito en
su carrera".* En este trabajo, que él define como puramente aproximativo a
sus teorías, intenta reconciliar su supuesto inicial de la existencia de
impulsos agresivos innatos, con la afirmación de Freud del papel desempe-
ñado por los factores del medio que contribuyen al superego postedípico.
Jones sugiere aquí que los toscos impulsos pregenitales están en última ins-

* Freud no aprobaba el trabajo, lo que puede deducirse de que, de una carta de


Freud del 20 de noviembre de 1926 citada por Jones, éste omite las líneas en las que Freud
comenta el trabajo (Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, III). Jones lo escribió después
de haber escuchado la exposición del trabajo de Melanie Klein sobre la técnica del análisis
temprano en el Congreso de Salzburgo de 1924.
[176] 1926-1939: LONDRES

tancia incorporados al superyó: “El concepto de superyó es un punto nuclea r


en el que cabe esperar hallar todos los oscuros problemas del complejo14 edí-
pico y del narcisismo, por una parte, y, por otra, el odio y el sadismo“.
Para entonces ya había escuchado a Melanie Klein describir al niño
atormentado por un superego pregenital punitivo. El y su esposa Katherine
que era austríaca, creían que a dos de sus niños (Mervyn, nacido en 1923, y
Gwenith, nacida en 1921) les favorecería el análisis, y él empezó a conside-
rar a Londres como un centro precursor del análisis de niños. Ya en 1920
Jones había pedido a los miembros de la sociedad comentarios psicoanalíti-
cos sobre sus observaciones con niños; además, se iniciaron en la sociedad
series de trabajos y de discusiones sobre el análisis infantil, en especial
abordando la cuestión de hasta qué punto es posible aplicar en los niños los
métodos analíticos. Jones se interesaba especialmente en la cuestión ya que
su propia mujer experimentaba grandes dificultades en la educación, y en el
trato para que Klein fuera a Inglaterra se convino que analizase a la señora
Jones tanto como a los niños.
El diario de Melanie Klein indica que el análisis de Mervyn Jones
comenzó el 15 de septiembre, el de Gwenith el 27 y el de la señora Jones el 4
de octubre de 1926. El 24 de octubre de 1926 Klein informa a Jones acerca de
los progresos de su esposa:*
La primera sesión del análisis tras aquella tarde critica me causó la impresión de
que el análisis difícilmente llegaría al final. Opino que la señora Jones estaba más
'bien jugando... con la idea, pero, aunque sea por razones de autoestima (esto
significa un error en ese punto), no dejaría el análisis sin concluir. En esta sesión
ya era accesible a mis razonamientos. En las dos siguientes sesiones ya estába-
mos trabajando duramente de nuevo; y la sesión de ayer ofreció especialmente la
oportunidad de dilucidar sus reacciones del miércoles y, en general, su relación,
con los niños. No creo que hayan razones para ser pesimista en este aspecto. El
análisis de la señora Jones no es, por cierto, fácil; requiere gran capacidad de dis-
cernimiento, tacto y constantemente tropiezo con grandes ambivalencias. No
obstante, considero que la transferencia muestra suficientes signos de viabilidad, y
estoy satisfecha con el progreso y el desarrollo del análisis. Reconozco tam-
bién, con usted, que la relación con los niños habría conducido a la larga a serios
problemas y que —por diversas razones— el análisis es absolutamente indispen-
sable para la señora Jones. Necesito de su ayuda al respecto de lo que ya hemos
discutido varias veces. Puede conducir a graves perturbaciones que la señora
Jones le escuche decir algo susceptible de interpretarse como una crítica dirigida
a ella y una alabanza de mí; me refiero a cuanto concierne a los niños, a su desa-
rrollo y a su análisis, etcétera. Lo mejor sería que usted me mantuviera totalmen-
te al margen de su conversación, pues ella recibiría la alabanza y la crítica de
forma completamente distinta. También considero aconsejable explicarle mis
* La traducción (al inglés) pertenece a Bruni Schling. Todas las cartas dirigidas por
Klein a Jones antes de 1930 están escritas en alemán.
LA SOCIEDAD PSICOANALITICA BRITÁNICA [177]
planes, de los que trataré en la segunda parte de mi carta. Creo que la
perspectiva de que yo me quede aquí definitivamente tendría, ahora, un efecto
muy negativo en ella.
Entre tanto, Klein, desesperada por dejar Berlín, había estado discutiendo
con Joan Riviere, entonces una firme aliada suya, la posibilidad de esta-
blecerse definitivamente en Inglaterra. Riviere comunicó a su vez la idea a
jones, quien respondió favorablemente. A la luz de estos hechos Klein con-
tinuaba:
Es muy importante para mí que no me interprete erróneamente por no haber sido
usted la primera persona con la que he hablado a este respecto. Durante mi con-
versación con la señora Riviere expresé mis inquietudes por las dificultades en la
educación de mi hijo. Era una cuestión importante pues precisamente en ese
momento yo había observado otras dos pruebas de la influencia, muy perturbadora
y dañina, de su padre. Expresé mi preocupación por sentirme incapaz de continuar
del mismo modo como hasta el momento por tener que buscar la oportunidad de
tener al muchacho permanentemente conmigo, pero, lógicamente, esa oportunidad
tendría que ser compatible con la posibilidad de hacer mi trabajo. La señora Riviere
compartió amablemente mis inquietudes y ocurrió así que surgió en nuestra
conversación la idea de que yo me estableciese permanentemente en Londres. No
obstante, he señalado inmediatamente que sólo lo consideraré tras saber qué piensa
usted de esta posibilidad. Yo me hubiera acercado a usted en un futuro muy cercano
solicitándole al respecto una sincera conversación. No obstante, entre tanto, la
señora Riviere ha aprovechado la oportunidad de considerar la cuestión con usted.
Me gustaría ofrecerle una explicación más precisa de mi actitud. En cuanto a
perspectivas profesionales. Londres podría resultar un sustituto perfecto de Berlín.
Me parece que se da aquí una base analítica viable no . sólo para mi trabajo sino
también para colaborar en favor del establecimiento y expansión del análisis
infantil. Lo que pude iniciar en Berlín con el apoyo ferviente y activo de Abraham
puede continuarse y completarse en Londres, si usted me ayuda. Puedo contribuir al
movimiento psicoanalítico, cosa que deseo fervientemente, tanto en Londres como
en Berlín. Seguramente estoy en un suelo más firme en Berlín, pero creo que esto
sólo es cuestión de tiempo, hasta que me establezca por mí misma también en
Londres. Es obvio que nadie puede garantizar tal éxito; pero uno tiene que correr
cienos riesgos en empresas de esta naturaleza. Sin embargo tengo mucha fe en mi
trabajo, en su éxito, y si sé que usted ha de apoyarme, tendré confianza suficiente
para animarme a ello. El gran afecto con que usted, querido doctor Jones, me
asegura su asistencia, fortalece esa confianza y complace mi corazón... me he hecho
a la idea de hacer de Londres mi nuevo hogar.
Los puntos a favor en el plano personal son la gran simparía que siento por el país y
por la gente, y que incluso experimenté en estos últimos meses, esto es, en la época
en que más me agobiaban las dificultades iniciales. En ninguna parte he
experimentado este sentimiento de fuerte simpatía y capacidad de adaptarme a lo
extraño y desconocido. No creo en modo alguno que la adecuación a un nuevo
[178] 1926-1939: LONDRES
clima sea un problema; en este sentido no soy muy sensible ni física ni psicológi-
camente. La idea de educar a mi hijo en Inglaterra me resulta muy atractiva. Es
bueno en el aprendizaje de lenguas y siento que rápidamente se adaptará. Así
pues, si debo tomar la decisión de renunciar a Berlín en interés de la educación de
mi hijo, todo en mí habla en favor de Londres; realmente, habla más en favor de
Londres que de todas las demás posibilidades discutidas con la señora Riviere.
Sería esencial para mí, hasta hallar suficientes pacientes para el análisis de niños,
tratar también a adultos. Espero que el doctor Glover me ayude también, por lo
que me gustaría comunicarle mis planes.
Por diversas razones considero oportuno que por el momento no se hagan saber
estos planes y que a nadie, salvo al doctor Glover, se le hable de ellos. ¿Piensa
usted que si el Ministerio pone dificultades podrán resolverse fácilmente? ... No
puedo concluir esta larga carta sin agradecerle una vez más, querido doctor Jones,
el valioso apoyo que me ha brindado hasta ahora y por la amabilidad con que me
promete más ayuda en el futuro. Suya,
Melanie Klein 15
A finales de 1926 Klein tenía, además de la familia Jones, seis pacien-
tes más, entre ellos un adulto. Gwenith murió trágicamente en febrero de
1928 y la última cita con su madre fue el 12 de marzo, tras lo cual su marido
la envió temporalmente a Viena para que escapase de las amistades habitua-
les que agudizaban su aflicción. El análisis de Mervyn se interrumpió a fina-
les de 1928 pero se reanudó el 5 de octubre de 1931, continuando en 1932 y
posiblemente en 1933 (aunque el diario de estos años se ha perdido).
Hacia el 3 de julio Klein había superado su agradecimiento inicial por
Jones y se permitía ofrecerle sugerencias acerca de su artículo “The Origin
and Structure of the Super-Ego”:
...acaso debiera usted aludir, en pocas palabras, a que su hallazgo respecto del yo
del niño más pequeño, y las conclusiones que se siguen de ello, se aplican también al niño
mayor. Por evidente que pueda parecer, una alusión directa a ello acaso no esté fuera de
lugar en este caso. De hecho, la difundida resistencia ante el análisis infantil no sólo se alza
contra el análisis real y más profundo del niño mayor. No obstante, su argumento parece
refutar estas concepciones erróneas pues, obviamente lo que el yo del niño pequeño es
capaz de resistir, no resultará excesivo para el yo del niño mayor. Me parece que podría
añadirse fácilmente una afirmación más explícita en ese sentido.
Sus observaciones siguientes indican que se necesitaban mutuamente:
Sé que es una buena e importante causa, y la posteridad reconocerá la legitimidad
de su inteligencia y de su juicio. Jamás he dudado del éxito final. Pero no cabe duda de que
lo acelerará su muy efectivo apoyo y, entre tanto, ese apoyo ampliará mi entusiasmo por
usted, y nunca olvidaré que usted ha apoyado mi causa.)*
Se sentía aún temerosa de provocar los celos de la señora Jones y en la
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [179]
postdata añade: “Creo que sería mejor, para evitar perturbaciones en el aná-
lisis de su esposa, no comunicarle de momento el contenido exacto de esta
caria”.
Después de visitar Londres en junio de 1927 Ferenczi escribía a Freud
expresándole su consternación al descubrir
la dominante influencia que Frau Klein ejerce sobre todo el grupo. Jones no sólo
está adoptando el método de Frau Klein, sino también sus relaciones personales con el
grupo de Berlín. Aparte del valor científico de su obra, la considero una influencia dirigida
directamente a Viena. También a este respecto Jones me pide que tome partido, pero me
negué diciendo que ésta era una cuestión científica y no una cuestión de partidismos;
habría que esperar el desarrollo.17
Posteriormente, Jones le comunicó a Freud que ya antes de la llegada de
Melanie Klein a Londres, él 18había cobrado “un benevolente interés por la
cuestión “del análisis infantil. Su conducta mostraba algo más que benevo-
lencia: invitar a Melanie Klein a establecerse en Inglaterra era, en realidad, un
acto político, y las repercusiones políticas se pusieron de manifiesto antes de
un año, a principios de 1927, con la publicación de la Einführung in die
Technik der Kinderanalyse de Anna Freud.
Nacida en 1895, la última de los hijos de Freud, Anna, nunca había
recibido de su padre el afecto que otorgaba a su hermosa hermana Sophie, su
“hija dominical”, como él la llamaba, cuya repentina muerte en 1920 lo afli-
gió muchísimo. Anna, aunque era muy inteligente, ni siquiera se había gra-
duado en el Gymnasium. El trabajo con niños, considerado menos duro que el
de adultos, se consideraba una ocupación apropiada para mujeres. Anna, la
hija soltera, fue puesta bajo la guía de Hug-Hellmuth, cuyas opiniones
asimiló.
Tuvo que ver también con el Kinderheim Baumgarten de Sigfried
Bernfeld, una escuela rural para niños judíos sin hogar que los
norteamericanos apoyaban como obra de compensación tras la Primera
Guerra Mundial, y después trabajó en dos clínicas de orientación infantil, una
para niños pequeños y otra para adolescentes, patrocinadas por la Sociedad
Psicoanalítica de Viena.
En junio de 1922 pasó a ser miembro de la Sociedad de Viena tras leer
su trabajo de ingreso “La relación entre la fantasía de golpear y un sueño
diurno”, aunque había asistido a reuniones antes de esta fecha. Por entonces,
Freud empezaba a sufrir de cáncer y Anna dio inicio a su vida profesional
como su consuelo, su enfermera y su protectora. Hacia 1926, tras la muerte de
Abraham, la deserción de Rank y la perturbadora “falta de fiabilidad” del
último de los discípulos de Freud, Ferenczi, sus presuntos sucesores* habían

* No parece haberse considerado a Jones.


[180] 1926-1939: LONDRES
desaparecido de la escena, y ninguno de los hijos camales de Freud parecía
siquiera remotamente interesado en el psicoanálisis. Además, no se suscitó
ninguna atracción especial entre Anna y alguno de los seguidores de Freud,
por más que el padre fomentara una boda de este tipo.
A medida que la salud de Freud empeoraba, la relación entre el padre y
la hija se hacía progresivamente más simbiótica. Analizada por Freud,19
recibía también de él sus atribuciones y no tenía más alternativa que asumir
el papel de alter ego. Para una joven inexperta, hacerse cargo de tan abru-
madoras responsabilidades en un momento decisivo de su vida, explica su
temor a aventurarse en aguas profundas, su insistencia en ceñirse a situacio-
nes manejables en las que pudiera llevarse a cabo el trabajo con niños y su
adhesión a una psicología del yo estructurado. Esta cautela supuso una
defensa contra el caos que, de otro modo, amenazaba con devorarla.
También sus celos de Sophie y el temor por la muerte de su padre pueden
haber provocado su rechazo del instinto de muerte, postulado por primera
vez por Freud en Más allá del principio del placer, en 1920, tras la muerte de
su hija.*
Era necesario asegurar rápidamente la reputación de Anna. En el prólo-
go a la edición de 1946 de su primer libro, The Psycho-Analytical
Treatment of Children comenta con cierta amargura que el libro fue en prin-
cipio rechazado cuando ofrecía su edición en inglés a la International
Psycho-Analytical Library. “No es culpa del autor”, señala cáusticamente,
“que el antiguo material contenido en esta publicación le sea presentado al
lector inglés en fecha tan tardía”.** 20 Dice también que la primera parte del
libro comprende un ciclo de conferencias realizadas en el Instituto de
Psicoanálisis de Viena en 1926 y que, la segunda parte, se leyó como comu-
nicación en el décimo Congreso Psicoanalítico de Innsbruck, en septiembre
de 1927. Podría haber añadido que el 19 de marzo de 1927 y ante la
Sociedad de Berlín, habló de la técnica de análisis infantil, lo que suponía
realmente un ataque a Melanie Klein. Klein, en aquellos momentos en
Inglaterra, era aún miembro de la Sociedad de Berlín por lo que envió una
contribución escrita para que se leyese en dicho encuentro en Berlín, pero
ésta no se hizo circular.
En Londres, Bárbara Low presentó el 14 de mayo un extracto del libro
de Anna Freud: “una reseña excelente y amplia, casi una traducción”, le ase-
guraba Jones a Freud. Las actas consignan que “la señora Klein hizo algu-
nas observaciones críticas”; y Eder, Glover, Riviere, Searl y Sharpe —a
quienes Jones caracterizaba ante Freud como “distintos e independientes

* Agradezco a una de mis alumnas, Ruth Fry, por haber ampliado mis
conocimientos de Anna Freud. Fry también me ha señalado que “The Relation of
Beating-Phantasies to a Day-Dream” es mucho más libre que su obra posterior.
** En los Estados Unidos apareció en 1929 como número 48 de la "Nervous and
Mental Disease Monograph Series”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [181]
entre sí”— desaprobaron unánimemente “el freno que la actitud de Anna
Freud imponía al desarrollo del análisis infantil”. En respuesta a las conside-
raciones de Freud, Jones manifestaba su pesar porque “Anna haya sido tan
apresurada y haya publicado sus primeras conferencias de forma tan inflexi-
ble y sobre una base empírica tan endeble. Advertí que podría lamentarlo más
tarde y que dar un paso tan precipitado le haría más difícil adoptar pos-
teriormente una posición más avanzada”.
Ofendida por el ataque que se le había dirigido, Melanie Klein le pidió a
Jones una oportunidad para responder los cargos de Anna. El le respondió
organizando un simposio sobre análisis infantil entre los miembros de la
Sociedad Británica. Cuando, más tarde, Freud mandó sus protestas por
escrito, Jones le explicó que anteriormente había escrito a Radó, el director de
la Zeitschrift, solicitándole que
el libro de Anna se reseñase a la vez por dos personas atendiendo a criterios dife-
rentes, tal como se había hecho en otras ocasiones, y su respuesta indicaba que únicamente
podría publicarse una reseña favorable. Sólo quedaba el Journal. Yo debiera haber
publicado en el Journal la traducción de la reseña de la Zetischrift, pero prometí a la
señora Klein que nuestras páginas estarían abiertas a cualquier contribución de su parte
en la que se determinasen sus puntos de discrepancia con Anna y se clarificara en general
la situación. Como usted supondrá, jamás se me ocurrió que Anna reclamase inmunidad
en cuanto a la crítica de sus escritos, y mucho menos que usted esperase que se le fuera
concedida tal inmunidad. Estaban en juego cuestiones científicas sumamente importantes
y, obviamente, me pareció que lo procedente era una discusión abierta en cualquier senti-
do. Evidentemente, no puedo simpatizar con la posibilidad de que se obstruya artificial-
mente una de las partes en cuestión, en especial cuando me pareció que era la más reno-
vadora y prometedora de las dos.
No se puede sino admirar el vigor con que Jones se enfrenta aquí con
Freud.
La Sociedad Psicoanalítica Británica celebró el 17 de enero de 1979,
muchos años después de su muerte, una sesión especial en memoria de Ernest
Jones en ocasión de su centenario. Entre quienes rendían homenaje a Jones
estaba Anna Freud, la cual atribuyó el juicio de las diferencias entre las
sociedades de Viena y de Londres a la llegada de Melanie Klein a Londres.
“Ernest Jones desaprobó mis primeras conferencias sobre el análisis infantil”,
decía, “y en una carta dirigida a mi padre lamentó su publicación”.21 Anna
Freud puede haber intentado saldar viejas deudas, pero la situación no fue
exactamente tal como ella la describe. Fue Freud el primero en escribir a
Jones objetándole la crítica del libro de Anna formulada en el simposio-de
mayo y aparecida en la edición del Journal de agosto de 1927.
En sus conferencias, Anna Freud no alude a Klein meramente en pas-
sant, sino que le dirige un ataque frontal, directo. Melanie Klein había afir-
mado que todos los niños debieran ser objeto de análisis como parte de su
[182] 1926-1939: LONDRES
educación general, mientras que el grupo vienés creía que el análisis era
necesario sólo en el caso de una neurosis infantil y que era “arriesgado” en
casos normales. |
Anna Freud reunió su experiencia de dos años y medio previos al reali-
zar diez “prolongados”* análisis de niños. A diferencia de Klein, creía que
las dificultades de los niños se debían a menudo a factores externos, y que
eran los padres, que sufrían ante la “perversidad” del niño, quienes busca-
ban un alivio tanto para sí mismos como para el niño. En otras palabras: ya
que desde el inicio se producía una diferencia esencial respecto del análisis del
adulto: en este último, el adulto toma deliberadamente la decisión de iniciar
un análisis.
En consecuencia, el analista infantil debe iniciar un período preparato-
rio, un “proceso lento y cauteloso para lograr una confianza que no podía
ganarse directamente”.22 Presenta a continuación una serie de ejemplos de los
distintos modos como logró que el niño le resultara accesible; en otras
palabras: sus distintos modos de establecer un estado de dependencia y una
transferencia positiva.
Al respecto del intento Melanie Klein por interpretar simbólicamen-
te todo lo que se registra en el juego del niño como expresión de la agresión
o de la unión sexual, ¿no puede tener una explicación simple? ¿No puede
tratarse de la representación de algo que el niño ha observado durante el día,
por ejemplo?
Pasa a considerar entonces las razones que, a su juicio, justifican la
necesidad de ganarse la confianza del niño. Cree que el análisis infantil
tiene una finalidad “educativa”, y que el analista sólo puede orientar al niño
del modo deseado si dispone de su confianza. Los impulsos negativos contra
el analista son “esencialmente inadecuados. 23 A diferencia de Melanie
Klein, quien opina que el comportamiento hostil del niño frente al analista
es reflejo de sus sentimientos hacia la madre, Anna Freud creía, lo contrario:
cuanto más afectuoso sea el vínculo del niño con la madre, tanto mayores
serán los recelos que manifestará a los extraños. Es imposible una transfe-
rencia interpretable ya que, para el niño, el analista no es una pantalla en
blanco en la que inscribir sus fantasías, sino alguien que posee un código de
conducta que comunica al niño.
Es, además, imposible llegar al inconsciente del niño pequeño, porque
el niño es incapaz de libre asociación, y sólo en el período de latencia tienen
lugar recuerdos de solapamiento. El niño todavía no ha experimentado la
elaboración de un superyó, y el posible yo ideal resulta ser sólo una identifi-
cación con los padres. “El analista debe 74lograr situarse en el lugar del yo
ideal del niño mientras dura el análisis.” El analista, en tanto que mentor
del niño, debe asumir aún más autoridad que los padres.
* Es imposible estimar qué entendía ella por análisis “prolongado”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [183]
Podemos suponer que el grupo inglés había leído cuidadosamente las
conferencias de Anna Freud y había llegado a la reunión del 4 y el 18 de
mayo con los argumentos en contra bien ordenados, aunque Jones asegura a
Freud que la reunión “no estuvo en modo alguno organizada ni influida”. La
discusión podría haberse centrado en el libro de Anna, pero “se discutió
ampliamente todo el ámbito del análisis infantil y los problemas relaciona-
dos con él, y se adujeron, desde distintas perspectivas, tantos puntos de vista
específicos y tantas consideraciones, que consideramos de interés publicar la
discusión en su totalidad”. Destaca que el propio grupo de Viena había sen-
tado ya un precedente en ese tipo de discusiones extensas.
El libro de Arma Freud era deliberadamente provocativo; y aunque
Jones admitía que Melanie Klein le había solicitado una oportunidad para
refutar los cargos que se le atribuían, él no se limitó a apoyar su oposición,
sino que le movió un espíritu inglés de juego limpio. Por esto sugirió que
quien deseara presentar en el simposio una contribución, sería bienvenido.
Cuando Freud reprochaba a Jones haberse apresurado a publicar las réplicas
en el Journal tres meses más tarde, Jones le contestaba que consideraba
agosto el momento idóneo para incluir les comentarios porque había escasez
de materiales para esa edición, mientras que, si hubiera esperado hasta el
congreso bianual de septiembre, se habría visto inundado con las comunica-
ciones del congreso. Era una explicación razonable; pero no hay duda de
que consideraba el Journal un foro para el debate científico: si Freud se que-
jaba de los puntos de vista contrarios a los suyos o a los de su hija, tant pis.
Joan Riviere, que se había analizado con Freud y que durante algunos
años se había encargado de traducir sus obras al inglés, tradujo la aportación
de Melanie Klein del alemán al inglés. Los argumentos están ordenados tan
clara y coherentemente, que cabe considerar su participación asimismo en la
organización del artículo.
Anna Freud había sugerido que el papel del analista debía limitarse a
ejercer una influencia educativa. En el simposio, Klein se propuso demostrar
que esa posición era exactamente contraria al precedente ya establecido en
el análisis infantil. En el más temprano de los casos registrados, el del
pequeño Hans en 1909, Freud se había adelantado a posibles objeciones en el
sentido de que se pudiera dañar al niño colocándolo ante aspectos de su
inconsciente:
Pero debo ahora indagar qué daño se ha hecho a Hans llevando a la luz complejos
tales que no sólo son reprimidos por el niño, sino temidos por sus padres. ¿Pasa el
¿muchachito a emprender alguna acción seria en relación con lo que deseaba de su madre?
¿O provocan estas intenciones contra su padre malas acciones? Sin duda, tales recelos
habrán acudido a la mente de muchos médicos que entienden mal la naturaleza del psico-
análisis y piensan que se fortalecen los malos instintos al hacerlos conscientes.25
Por otra parte, H. Hug-Hellmuth, que rechazaba la idea de analizar a
[184] 1926-1939: LONDRES
niños muy pequeños, rehuía enteramente penetrar en profundidad en
complejo de Edipo por temor a despertar tendencias reprimidas que el niño
era incapaz de asimilar, y consideraba el papel del analista atendiendo a una
influencia educativa, opiniones que Anna Freud evidentemente hizo suyas.
No obstante, Klein, en el primer artículo que publicó. “El desarrollo de
un niño” (1921) —el análisis de un niño de cinco años y tres meses
había observado que investigar el complejo de Edipo en profundidad era a la
vez posible y saludable.
Compruebo que, en un análisis llevado a cabo de este modo, no sólo era innecesario el
esfuerzo del analista por ejercer una influencia educativa, sino que ambas cosas eran
incompatibles.26
La conclusión implícita era la siguiente: ella había seguido la tradición
de Freud, mientras que Anna se había sometido al enfoque, más tímido, de
Hug-Hellmuth. A Klein no le sorprendía que en un intervalo de dieciocho
años en el análisis infantil el progreso hubiese sido lento, puesto que el
grupo de Viena parecía convencido de que “al analizar a niños no sólo no
podemos descubrir más, sino en realidad menos del primer periodo de vida
que cuando analizamos a adultos”.27 Estos prejuicios habían provocado,
según Klein, la resistencia interna a hallar una técnica adecuada. Klein enu-
mera entonces los cuatro puntos principales del libro de Anna Freud y pasa
a desarticularlos uno por uno: que no era posible el análisis del complejo de
Edipo del niño, puesto que podría interferir en las relaciones del niño con
sus padres; que el análisis de niños debe ejercer en éstos sólo una influencia
educativa; que no puede efectuarse una transferencia de neurosis debido a
que los padres ejercen aún un papel dominante en la vida del niño; y que el
analista debe hacer cuanto pueda para ganarse él la confianza del niño.
Ante todo Klein dirige su crítica a “los artificiosos y molestos medios”
a través de los cuales Anna Freud se convierte en aliada del niño: mecano-
grafiar letras, hacer vestidos para las muñecas, etcétera.* Por otra parte,
Klein se abstiene de mencionar cualquier medio de persuasión, como los
regalos o los halagos. Según ella, es necesario analizar constantemente por
qué el paciente caracteriza a uno como una figura investida de autoridad,
amada u odiada.
La diferencia más importante entre ambas estriba en el hecho de que
Anna Freud veía a los niños como seres totalmente distintos de los adultos,
mientras que Klein, convencida de que los niños se encuentran aún en gran
medida bajo el imperio del inconsciente, considera que el análisis del
inconsciente es su tarea principal. Debe aceptarse que el sufrimiento es parte

* El Profesor Peter Heller recuerda que durante su análisis con Anna Freud, cuando él era
niño, desde 1929 hasta 1932, ella estaba “siempre tejiendo”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITANICA [185]

necesaria del análisis y que la ansiedad puede mitigarse sólo si se obliga al


sufrimiento y a la culpa a emerger a la conciencia; Arma Freud rehúye pene-
trar en los niveles más profundos del inconsciente por temor a que el niño
enloquezca.
Lo que Alix Strachey señalaba como el lado “sentimental” de Arma
Freud confirmaba que Melanie Klein no tenía justificación para concluir
que, si el niño reacciona de manera hostil, ello indica que está obrando una
transferencia negativa, porque ‘‘cuanto más afectuoso es el vínculo que une
al niño con su madre, menos son los impulsos amistosos que quedan en él
para los extraños”.28 En la contraria experiencia de Klein, cuando la hostili-
dad se remontaba a la madre, la ansiedad del niño disminuía. También había
comprobado que, como en el caso de los adultos, intentando resolver alguna
parte de la transferencia negativa, a la transferencia positiva sucede a su vez
una reemergencia de la negativa. La reaparición de la ansiedad es un signo de
que el inconsciente es más libre para expresarse en la fantasía.
Anna Freud había atacado la interpretación que Klein hacía del conteni-
do simbólico del juego, considerando que la naturaleza del juego muy bien
puede estar determinada por acontecimientos reales de la vida cotidiana. “Si
un niño destruye una farola de la calle o una de las figuras de un juego, ella
[Klein] interpreta que probablemente se deba a tendencias agresivas contra
el padre, mientras que si el niño hace que dos carritos choquen, considera
que ello implica la observación del coito de sus padres.”29 Klein responde
indignada que Anna Freud entiende mal todo el planteamiento. Si tales acti-
vidades estaban acompañadas por ansiedad o por culpa, entonces las vincu-
laba con el inconsciente, dirigiendo esta interpretación por las mismas
consideraciones teóricas que en el caso del análisis de un adulto. Su meta
última era conseguir que el niño se expresase hablando —en la medida en
que era capaz de ello—, porque la meta de todo análisis es poner al paciente
a contacto con la realidad.
La técnica del juego, subrayaba, es el medio esencial para llegar al
inconsciente del niño. Usando del modo correcto, inevitablemente conduce al
complejo de Edipo; afirmaba:
El análisis de niños muy pequeños ha mostrado que, aun en el niño de tres años, la
parte más importante del desarrollo del complejo de Edipo ya ha transcurrido. Por tanto,
está muy alejado —mediante la represión y los sentimientos de culpa— de los objetos
originariamente ha deseado. Sus relaciones con ellos han sufrido distorsión y trans-
formación, por lo que sus actuales objetos de amor son imagos de los objetos originarios.30
No sólo se estaba apartando de la concepción ortodoxa según la cual el
superyó es el residuo de la superación del complejo de Edipo, sino que, a
partir de las observaciones que había hecho en niños pequeños, reconocía un
complejo de Edipo de “fantástica severidad” que derivaba de los impulsos
[ 186] 1926-1939: LONDRES

canibalísticos y sádicos del propio niño. Según ella consideraba, el complejo


de Edipo sobreviene de la experiencia del destete, esto es, a finales del pri-
mer año o a comienzos del segundo. En la vida ulterior, cuando el adulto
sufre de ansiedad por las autoridades que teme, ello se debe a que “se reacti-
van o31se refuerzan los antiguos conflictos a partir de la aspereza de la reali-
dad”. En el curso de su desarrollo el niño erigirá todo tipo de yos ideales,
pero en el fondo hay “ un 32superyó que está firmemente arraigado en él y cuya
naturaleza es inmutable”.
Klein compara su propia paciente de seis años, Erna, con la de Anna
Freud, “una niña de siete años neuróticamente perversa”. Las dos niñas
padecían neurosis obsesiva. Más que profundizar al respecto, Anna Freud
intentaba persuadir a su pequeña paciente de que ella no podía odiar a su
madre, que evidentemente la quería tanto. Para Klein, la compulsiva perver-
sidad de Erna era manifestación de su necesidad de castigo, vinculada con
sus fijaciones orales y anales más tempranas y con los sentimientos de culpa
relacionados con ellas. Lo que Anna Freud hacía era procurar reforzar el
superyó, mientras que Klein se c forzaba por modificar su severidad punitiva.
El largo artículo de Klein se proponía no sólo refutar las críticas de
Anna Freud y desacreditar su procedimiento, sino subrayar una y otra vez
que su propio método era verdadero psicoanálisis. Los demás trabajos pre-
sentados en el simposio eran relativamente breves, pero todos ellos apoya-
ban en gran medida las opiniones de Klein. El argumento de Joan Riviere es
importante ya que destaca un aspecto del inconsciente del niño que iba a
desempeñar un papel de importancia en las formulaciones de Klein, a saber,
el papel de la fantasía. Los objetos de las fantasías pregenitales no son los
padres reales sino imagos inconscientes de ellos, las cuales son a su vez
transferidas más tarde a los padres reales y elaboradas en ellos. Basadas en
identificaciones, no tienen, prácticamente, implicaciones morales. Concluye
con una aguda observación:
El psicoanálisis es el descubrí miento hecho por Freud de lo que acontece en la ima-
ginación de un niño y provoca una gran repulsión en todos nosotros; esa “puerilidad”,
esas fantasías inconscientes son aborrecidas y temidas —y, sin saberlo, añoradas— por
nosotros aún ahora; y por esa razón los analistas dudan en sondear esas profundidades.
Pero el análisis no se ocupa de nada más; no se ocupa del mundo real ni de la adaptación
del niño o del adulto al mundo real, ni de la enfermedad ni de la salud, ni de la virtud ni
del vicio. Le importa única y simplemente la imaginación de la mente del niño, los pla-
ceres imaginados y las retribuciones temidas.33
Anna Freud no podía haber recibido una reprimenda más gentil.
Nina Searl, una mujer moderada según la opinión general, atestigua que
tras aprender los métodos de Klein en las conferencias de Londres de 1925,
le fue posible desarrollar una técnica de juegos que le ofreciese confianza;
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [187]

una técnica que considerase las diferencias del yo en el niño y en el adulto,


pero que reconociese similitudes libidinales y fuese susceptible de adaptarse
a diferentes edades. Ella Sharpe era aún más clara que Joan Riviere en cuan-
to a las resistencias de algunos analistas:
El problema del análisis de niños parece hallarse más sutilmente relacionado con
las profundas e inexploradas represiones del propio analista que el análisis de adultos.
Racionalizaciones que manifiestan que el niño es demasiado joven, que la debilidad del
superyó del niño hace indispensable una simbiosis entre pedagogía y psicoanálisis,
etcétera, se fundan en la inquietud de ése mismo superyó infantil del analista que tiene
que tratar con el niño que tiene ante sí. 34
Edward Glover expresaba su consternación por el hecho de que mien-
tras que Melanie Klein había realizado casi exclusivamente su trabajo en el
ámbito del análisis de niños, otros analistas, sin experiencia, se atrevían a
criticarla; aun la posición de Anna Freud era débil, pues su experiencia ana-
lítica se había limitado al período de latencia. Veía una similitud entre la
“fantasía forzada*' de Ferenczi y el uso que Melanie Klein hacía de los jue-
gos y, en situaciones en las que el analista se sentía sin posibilidades de
avanzar en relación con su paciente, cabía la posibilidad de recomenzar
siguiendo el método kleiniano de observación directa.
Por último, Ernest Jones habló sólo en términos generales, por limitarse
su experiencia a dos chicos de nueve años. Fue el único participante que no
nombró directamente a Anna Freud; pero afirmó su opinión de que se había
reunido suficientes pruebas "no sólo para justificar la continuación de tales
investigaciones con niños, sino para sustentar que los temores de los críticos
son aquí en realidad tan infundados35como se ha demostrado hace tiempo que
le son en relación con los adultos”. Las conclusiones sobre las neurosis en
todo el espectro de la vida humana, sólo pueden verificarse mediante la
experiencia, no desde la especulación, y, considerando las evidencias reuni-
das hasta el momento, expresaba su esperanza de que “experimentaremos
este último triunfo de la teoría y de la práctica psicoanalíticas”.
No es sorprendente que Freud sospechara que Jones estaba organizando
una “campaña formal” contra Anna, en especial cuando cada uno de los
expositores se habían dirigido a uno de los aspectos concretos de la discu-
sión; pero difícilmente podía quejarse de que Jones no lo hubiese mantenido
al tanto de los desarrollos acaecidos en Inglaterra. Jones mantenía un lado
astuto que no había pasado desapercibido a Freud. Freud, por otra parte, era
quisquilloso, y sus colegas, cuando se producía un desacuerdo, no tenían
más remedio que acercarse con guante blanco. La carta que Jones le envió el
16 de mayo de 1927 es un modelo de astuta adulación. Comienza por expre-
sar la gratitud que siente por Freud a medida que pasan los años; y añade
que se siente impulsado a expresarla una vez más debido al maravilloso pro-
greso que han hecho sus dos niños en sus análisis, que empezaron en sep-
[188] 1926-1939: LONDRES
tiembre anterior. “Los cambios que se han producido son ya tan sorprenden-
tes y tan importantes que me siento lleno de gratitud hacia quien los ha
hecho posibles, esto es, hacia usted.” Pasa entonces a describir detallada-
mente las neurosis que ellos habían estado padeciendo: caprichos, proble-
mas con la comida, berrinches e inhibiciones para el juego. “Es claro que
estaban luchando con conflictos infantiles que de otro modo sólo habrían
concluido con un compromiso insatisfactorio, con un alto precio para la per-
sonalidad.” (Omite decir que los niños estaban en el período de prelaten-
cia.)
Expresando ingenua ignorancia acerca de la actitud de Freud respecto
del tema, afirma su propia opinión según la cual es preferible tratar las neu-
rosis cuando se hallan
aun en estado de ductilidad, y no después que la mente se ha fijado y se ha organi-
zado sobre una base enfermiza y con graves consecuencias. No sé qué piensa usted exac-
tamente, pero, en mi opinión no hay duda alguna al respecto. Las objeciones puramente
teóricas académicas que suelen formularse —por ejemplo, sobre la estabilidad del super-
yó del niño, etcétera— tienen una perfecta respuesta en la piedra de toque de la experien-
cia, y me pregunto si algunas veces no son expresión encubierta de una duda persistente
acerca de la realidad de los fenómenos y acerca de la riqueza y la capacidad de la mente
del niño. Toda nuestra experiencia pone de manifiesto hasta qué punto eran conectas sus
conclusiones al atribuir al niño una madurez mucho mayor de la que se había sospechado.
Jones no refiere ni una sola vez que era Klein la persona que estaba
analizando a sus hijos.* Es significativo también que la carta se escribiera
dos días antes de que tuvieran lugar las discusiones consagradas por la
Sociedad Británica al libro de Anna Freud; y en ese momento Jones debe
haber decidido que las publicaría in toto en el Journal, sabiendo muy bien que
serían sumamente críticas. No obstante, concluye su carta muy sinceramente:
Lamento no poder estar de acuerdo con algunas de las orientaciones expresadas en
el libro de Anna Freud, y no puede menos que pensar que se deben en parte a algunas
resistencias imperfectamente analizadas;** en realidad, creo que esto puede demostrarse
detalladamente. Es una pena que publicase el libro tan pronto —sus primeras
conferencias—, aunque espero que pueda mostrarse tan abierta como su padre a las
ulteriores experiencias. Incrementa esta esperanza mi admiración por todas sus otras
cualidades, incluidas las analíticas.
* Parece que nunca le dijo a Freud que Klein analizaba también a su mujer.
** ¿Sospechaba Jones que Freud había analizado a Anna? Jones podía haberle
recordado a Freud que este último, en una alocución que dirigió a sus discípulos, el 16 de
mayo de 1926, en ocasión de su retiro del movimiento psicoanalítico, les recordaba que
‘'difícilmente puede exagerarse el poder de las resistencias internas contra la aceptación de
las tendencias inconscientes”. (Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, III.)
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [189]
Freud le respondió que había intentado, en la medida de lo posible, no
tomar partido. La obra de Anna era totalmente independiente de la suya, y
todas las conclusiones que extraía se basaban en su propia experiencia. En
cuanto al punto de vista de Freud mismo: “la opinión de la señora Klein sobre
la actitud del yo ideal en el niño me parece enteramente imposible y está en
contradicción con todos mis presupuestos”. A Freud le molestaba claramente
la insinuación de Jones en el sentido de que Anna no había sido
suficientemente analizada:
Cuando los analistas sostienen opiniones diversas respecto de un punto, lo que se
supone es que la opinión errónea de uno puede originarse por no haber sido
completamente analizado, de manera que se (leja influir por sus complejos en perjuicio de
la ciencia. Pero considero que en la polémica práctica tal argumento no es admisible, pues
cada una de las partes puede hacer uso de él y ello no permitiría llegar a un juicio en cuanto
a cuál de las partes está en el error.
Jones replicaba tranquilamente que no entendía por qué Freud objetaba
tan vehementemente la opinión de Melanie Klein acerca del superyó:
La única (sic) diferencia de que tengo conocimiento es que ella sitúa tanto el con-
flicto edípico como la génesis del superyó un año o dos antes del momento en que usted lo
ha situado. Como uno de los principales descubrimientos que usted ha hecho es que, tanto
sexualmente como moralmente, los niños son mucho más maduros de lo que generalmente
se ha supuesto, he considerado las conclusiones empíricas de Frau Klein como simples
continuaciones directas de las de usted.
Jones le pedía por tanto a Freud que le dijera dónde estaban las
diferencias.
La réplica de Freud era evasiva. Respaldaba la creencia de Klein de que
los niños pequeños son más maduros de lo que él había advertido; pero se
manifestaba ahora con notable franqueza para un hombre que se abstenía de
tomar partido:
Yo contradiría a la señora Klein en cate punto: que ella considera el superyó del niño
Independiente del de los adultos, mientras que a mí me parece que Anna está en lo conecto
al subrayar que el superyó infantil está aún bajo la influencia directa de los padres.
Que el ánimo de Anna era belicoso es algo que se confirma en el hecho
de que años después recordase: “Desde 1927 en adelante, en Viena, un
grupo de analistas a los que más tarde se unieron colegas de Budapest y de
Praga, mantuvieron conmigo reuniones regulares para discutir la técnica de
análisis infantil. Yo sugería informar de los casos tratados con ese método,
comparar resultados y aclarar el trasfondo teórico de nuestros hallazgos clí-
nicos”.36 Ese era el comienzo de la Conferencia Anual de los Cuatro Países.
[190] 1 9 2 6 - 19 3 9 : LONDRES

Normalmente, el desarrollo de los conceptos psicoanalíticos se ha ajus-


tado a un esquema de respuesta y contrarrespuesta. Las cartas de Freud a
Jones son interesantes como muestra de la reacción de Freud a las opiniones
de Melanie Klein, puesto que son muy pocas las referencias que hace a ella
en su obra publicada.* Empero, mientras que las influencias no siempre son
fáciles de identificar absolutamente, es posible sustentar que Klein pudo
conducir a Freud a la revisión de algunas de sus opiniones anteriores. Es una
cuestión que podría ser estimada en relación con uno de sus trabajos más
importantes: “Inhibiciones, síntomas y angustia”. Escrito en julio de 1925
—el mismo mes en que Klein daba sus conferencias en Londres—, se publi-
có a comienzos del año siguiente. Sería la última expresión fundamental de
su concepción sobre la ansiedad, aun cuando volvió sobre el tema siete años
más tarde en sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis.
“Inhibiciones, síntomas y angustia” se escribió como refutación a la
teoría de Rank sobre el trauma del nacimiento, que Freud inicialmente se
había inclinado a considerar favorablemente; no incluye ciertamente nada
de la agria polémica relacionada con sus ataques contra Adler. El tono es
reflexivo, casi triste. No sólo invierte su idea anterior de que la ansiedad
resulta de la represión, sino que considera a aquélla ahora simplemente
como una de las muchas defensas empleadas por el yo. Está dispuesto a
admitir que el acto de nacer es el prototipo de la ansiedad, pero no está de
acuerdo con que los accesos posteriores de ansiedad sean simplemente repe-
tición de aquella experiencia originaria, porque en su mayor parte aquellos
accesos indican la aproximación de un peligro. La ansiedad mórbida puede
emanar del ello o del superyó. Como en el pasado, continuaba insistiendo en
que en los varones es el temor de ser castrado y en las mujeres el temor a la
pérdida de amor.
Freud parece estar pensando en voz alta debido al tono de melancólica
perplejidad con que formula una serie de preguntas retóricas:
...muchas personas siguen siendo infantiles en su conducta respecto del peligro y
no superan las causas determinantes de la ansiedad que han surgido posteriormente.
Negar tal cosa sería negar la existencia de la neurosis, porque son precisamente esas per-
sonas las que llamamos neuróticas. Pero, ¿cómo es esto posible? ¿Por qué no son todas
las neurosis episodios del desarrollo del individuo que concluyen cuando se alcanza la
fase siguiente? ¿De dónde proviene el elemento de persistencia en esas reacciones al
peligro? ¿Por qué sólo el afecto de ansiedad parece gozar, frente a todos los otros afec-
tos, de la prerrogativa de suscitar reacciones que se distinguen del resto por ser anorma-
les y que, por su inconveniencia, se oponen al movimiento de la vida? En otras palabras:
una vez más llegamos inadvertidamente a enfrentamos con el enigma que tantas veces
nos ha salido al paso: ¿de dónde proviene la neurosis? ¿Cuál es su raison d’être última y

* El índice de la edición inglesa registra tres referencias en notas al pie, pero hay en
realidad un importante comentario en “Sexualidad Femenina” (1931).
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [191]
peculiar? Tras muchos años de trabajo psicoanalítico nos hallamos en una ignorancia tan
grande en relación con este problema como lo estábamos al comienzo.37
Freud, con agudos dolores por su cáncer en la mandíbula, se hallaba en
un estado de pesimismo y desesperación. Advenía que no se había aproxi-
mado a la comprensión de los orígenes de la ansiedad; no así Melanie Klein,
quién llegaba al Décimo Congreso Internacional de Insbruck a comienzos de
septiembre de 1927 rodeada, por primera vez, de un círculo de discípulos
leales y optimistas.
El 3 de septiembre, Anna Freud trascendió los seguros parámetros
familiares en cuanto al modo de ejercer el análisis infantil. Destacó que
Melanie Klein había afirmado que ella —Anna— no penetraba en el com-
plejo de Edipo de sus pacientes. Se disponía ahora a mostrar que sí lo hacía:
dentro de la escala temporal y de los presupuestos del esquema tradicional
que Freud había señalado. Su paciente de siete años de edad temía perder el
amor. Anna concluía con dos cuestiones: la diferencia entre el superyó del
niño y el del adulto, y el papel educativo del analista. Si las exigencias del
superyó del niño disminuyeran (Melanie Klein consideraba ésa su meta fun-
damental), el niño podría llegar a radicalismos y a permitirse cosas más allá
de lo que aun el enlomo más libre podría tolerar. Y, puesto que el superyó del
niño depende tamo de factores externos, es esencial que el analista se
responsabilice de la educación del niño durante el período del análisis. En
otras palabras: su comunicación era sólo una confirmación más vehemente-
mente de lo expresado de sus trabajos iniciales.
Al mismo tiempo, Melanie Klein exponía “Estadios tempranos del con-
flicto edípico”, comunicación cuyas ideas eran más provocativos que las :
presentadas anteriormente. Por primera vez aclara aquí que en algunos pun-
tos se aparta radicalmente de Freud: en la determinación del momento de
aparición del complejo de Edipo; en su opinión de lo que éste constituía; en
la diferencia psíquica entre niños y niñas, y en el comienzo de sus respecti-
vas neurosis.
Empieza por remitir a su anterior trabajo de Salzburgo, “Principios psi-
cológicos del análisis infantil” (1926), con el cual había suscitado olas de
sobresalto al esquematizar la siguiente secuencia: (1) las tendencias edípicas
se liberan por la frustración del destete; (2) aparecen por primera vez a fina-
les del primer año o a comienzos del segundo; (3) se refuerzan mediante la
frustración anal producida durante el adiestramiento para hacer las necesida-
des solo.
Pasa entonces a ocuparse de la influencia determinante en la diferencia
anatómica entre los sexos y a los temores que consecuentemente experimenta
uno y otro; todo ello conforma una serie de reflexiones que se oponen clara-
mente a las opiniones, tenazmente sostenidas por Freud, acerca de la ansie-
dad masculina de la castración y del temor femenino a la pérdida de amor.
[192] 1 9 2 6 - 19 3 9 : LONDRES

Ferenczi consideraba que la culpa se remonta a la “moralidad esfinte-


riana” y Abraham que a la temprana fase sadicoanal que sigue al nivel cani-
balístico en el que la ansiedad aparece por primera vez. Klein está dispuesta
ir aún más allá: la culpa se sigue del complejo de Edipo, en el que los
objetos de amor se han introyectado: y en un niño de un año “el comienzo
del complejo de Edipo adquiere la forma del temor a ser devorado o destruí
do”.38 En oirás palabras: cuando el bebé está aún en la etapa oral, ya ha for-
mado una imago, un superyó que lo castiga de la única forma comprensible
para su experiencia pregenital.*
Freud estaba de acuerdo con Rank en que el nacimiento es el prototipo de
toda ansiedad. Klein toma un camino diferente: las frustraciones oral y
anal son el prototipo de toda otra frustración ulterior y, en tanto también
significan castigo, suscitan la ansiedad.
La curiosidad infantil es incapaz de expresarse verbalmente, y su frus-
tración se expresa en una sorprendente proporción de odio. De ahí, Klein
concluía que la conexión temprana entre el impulso epistemofílico y el odio
es importante para todo el desarrollo mental. Desde el momento en que las
tendencias edípicas han devenido operativas, el niño siente curiosidad por el
cuerpo de su madre y desea apropiarse de sus contenidos, deseo que se une a
sus sentimientos edípicos de modo tal que provoca la culpa. Este esquema es
común a los dos sexos hasta la fase sadicoanal.
El niño comienza a convertir a su madre en objeto de amor, de manera
que, además de la culpa por sus fantasías sádicas, empieza a temer la castra-
ción a manos de su padre. Las conclusiones que Klein extraía de esto tendrían
importantes consecuencias en su comprensión del desarrollo mental: el
momento en que el niño supere las frustraciones orales para alcanzar la
situación genital, dependerá en parte de su capacidad de tolerar la ansiedad.
Si el bebé desea despojar el cuerpo de su madre de sus contenidos,
éstos serían sus heces; pero en la medida en que el bebé pasa a lo que Klein
describe como la “fase de la femineidad”, desea entonces sustraerle los bebés
así como los pechos que le han proporcionado alimentación; su voracidad
abarca el pene del padre, que él supone absorbido por el cuerpo de su madre.
Tiene la fantasía de que su madre lo castigará con la castración por lo que él
desea hacerle. De ahí que el superyó formado en este período esté constituido
por la combinación de las figuras persecutorias del padre y la madre.
¿Cómo afronta el niño la dificultad de su complejo de femineidad? Su
incapacidad de tener un bebé es recompensada con la superioridad que él

* Según el doctor James Lieberman, Rank empleó el término “preedípico” en 1927 y


posiblemente antes. En su “Literary Autobiography” (1930) Rank habla de “la fuente
primaria del superyó en las inhibiciones preedípicas (maternas). El superyó preedípico ha
sido más tarde notablemente destacado por Melanie Klein (sin referencia alguna a mí)”.39
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [193]
asume por poseer un pene. Su orgullo masculino arraiga básicamente en el
temor de la retaliación. Las dificultades neuróticas futuras suelen ser expre-
sión de una incapacidad para resolver los conflictos relacionados con la fase
de la femineidad.
La contribución de Klein a la explicación de la sexualidad femenina
nunca ha sido suficientemente reconocida. Digamos» primero, una palabra
sobre la discusión en tomo del “falocentrismo” freudiano, cuestión muy
debatida por Freud y Abraham en su correspondencia. En el trabajo de
Abraham de 1924, ‘'Manifestaciones del complejo femenino de castración”,
en el que prosigue su interés por el período preedípico, hace algunas obser-
vaciones interesantes sobre la reacción de la niña ante el reconocimiento de
que ella nunca ha tenido un pene. ¿Cómo producirlo entonces, o cómo le
puede ser dado? Un niño. Ahora comienza a envidiar a su madre y a desear un
niño de su padre. En última instancia, esos sentimientos deben sublimarse
mediante el cultivo de una receptividad femenina pasiva.
Karen Horney entró valientemente en la polémica oponiéndose a su
propio analista, Abraham, presentando en el Congreso de Berlín de 1922 su
trabajo “Acerca de la génesis del complejo de castración en las mujeres”.*
Inicia su exposición con un resumen de las opiniones de Abraham. Pasa
entonces a explicar lo que realmente ocurre en la vida de una niña pequeña.
Como la falta de pene la coloca en situación de desventaja, se identifica con
su madre, pero el inevitable rechazo por parte de su padre hace que regrese a
la fase pregenital de la envidia del pene, lo cual significa que su futura rela-
ción con los hombres estará teñida de venganza y engaño. La mujer que ella
presenta es una rebelde y no el tipo de mujer pasiva, sumisa, que Freud y
Abraham consideran como la mujer “normal”.
En el trabajo de Helene Deutsch, “La psicología de las mujeres en rela-
ción con las funciones de reproducción” (1925), se recoge la posición orto-
doxa, prestándose gran atención a la inferioridad del clítoris en comparación
con el pene. En “The Phallic Phace” (1933), Ernest Jones comenta que
quienes han escrito amablemente sobre la sexualidad femenina se han preo-
cupado por subrayar los puntos de acuerdo con sus colegas, de manera que la
divergencia de opiniones no siempre se ha expresado plenamente”.40 En el
trabajo presentado por Melanie Klein en Innsbruck “Estadios tempranos del
complejo edípico“, la autora afirma que está de acuerdo con Helene Deutsch
en cuanto a que el desarrollo genital de la mujer se completa sólo con la
evolución exitosa de la libido oral a la genital. No obstante, ella cree que el
proceso comienza con “las primeras excitaciones de las pulsiones genitales,
y que el objetivo oral, receptivo, de los genitales ejerce una influencia deter-

* Abraham escribió su trabajo en 1919, lo expuso en La Haya en 1920 y lo publicó


en 1922. Horney lo expuso en 1922, lo publicó en alemán en 1923 y en el International
Journal of Psycho-Analysis en 1924.
[194] 1926-1939: LONDRES
minante en la tendencia de la niña hacia su padre ”.41 A diferencia de todos
sus predecesores, afirma su convencimiento de que las niñas tienen un cono-
cimiento innato de su vagina. Está implícitamente de acuerdo con Horney en
cuanto a que la masturbación no le proporciona a la niña nada similar al
placer que proporciona a los niños, y que su frustración constituye otra razón
de las dificultades de su desarrollo. Aunque no tienen que luchar contra la
ansiedad de la castración que experimentan los niños, tienen sus propios
problemas. Su impulso epistemofílico aparece por primera vez durante el
complejo de Edipo, cuando descubre su falta de pene, cosa de la que culpa a
su madre, mezclándose por tanto con el temor causado por sus impulsos de
despojarla y a destruirla.
Según Freud, la niña, al descubrir su carencia de pene, se dirige a su
padre. Melanie Klein estaría de acuerdo en que ello refuerza su complejo de
Edipo en este estadio de su desarrollo, pero considera “el destete la causa
fundamental de que se dirija hacia su padre’’.42 Tal identificación con el padre
está menos cargada de ansiedad y, debido a su difícil relación con su madre,
el odio y la envidia se convierten en poderosos motivos para desear poseer al
padre. La madre que frustra persiste en la vida mental del niño como la madre
que es objeto de temor. Si la niña es capaz de superar sus obsesiones sádicas y
desarrolla una relación más positiva con su madre, podrá finalmente
fortalecer mucho el amor por su marido, “puesto que para la mujer, él
representa al mismo tiempo a la madre que da lo que desea y al niño
amado”.43
La ansiedad y la culpa pueden, sin embargo, perjudicar la capacidad
maternal de la mujer. Desde el momento en que ha tenido la fantasía de des-
truir el interior del cuerpo de su madre, teme inconscientemente un castigo en
sus propias funciones maternas. Por eso, tras el constante acicalarse de
algunas mujeres, está la voluntad de restauración del encanto perdido. La
ansiedad de la niña por su capacidad de maternidad es análoga al temor del
niño por la castración; la ansiedad de la niña está determinada por el super-yó
materno y la del niño por el paterno.
Si bien estaría de acuerdo con Freud en que el superyó de la niña se
desarrolla por caminos diferentes a los del superyó del niño, Melanie Klein
observa la incidencia del superyó paterno en las metas inalcanzables a que
una niña ambiciosa es empujada. Cuando éstas se combinan con la propia
capacidad de sacrificio y con dotes intuitivas procedentes de la madre, la
mujer es capaz de alcanzar la plenitud. En el caso del niño, en cambio, es el
superyó paterno el que obra con más fuerza y el que da cuenta del “trabajo
creador, más constante y objetivo”.44 ¿Creía que la niña debía luchar más
duramente porque durante años sus propias cualidades habían quedado en
suspenso por habérsele impuesto el sacrificado papel de mujer y madre
ejemplares y, según las pautas convencionales, había fracasado lamentable-
mente? Klein rinde homenaje a Karen Horney, “que fue la primera en inves-
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [195]
tigar los orígenes del complejo de castración en45las mujeres en la medida en
que éstos permanecen en la situación edípica”. Estas mujeres analistas no
podían superar totalmente las costumbres de su tiempo, pero debe recordarse
que fueron notables en las cuestiones que deseaban revisar y en la profesión
misma a la que consagraron su vida:*
Melanie Klein concluye afirmando que no cree haberse opuesto esen-
cialmente a Freud al situar los procesos relacionados con el complejo edípi-
co en un momento anterior al aceptado, o al describir las diferentes fases
fusionándose unas con otras de una manera menos rígida de lo que anterior-
mente se había admitido. (Sin embargo, comparada con sus concepciones
posteriores, la que sostenía entonces estaba aún relativamente enraizada en
los estadios libidinales estratificados de Abraham.) Es posible reconocer cla-
ramente el complejo de Edipo entre los tres y los cinco años, pero lo que
ocurre en el oscuro período pregenital adquiere un papel determinante en el
desarrollo del superyó, en la formación del carácter y en la sexualidad. En
“Situaciones infantiles de angustia” (1929) reitera de una manera enfática que
va más allá de las antiguas situaciones de ansiedad descritas en
“Inhibiciones, síntomas y ansiedad”, para llegar hasta los “deseos sádicos”
de la niña, “que se originan en los estadios tempranos del conflicto de Edipo,
de despojar el interior del cuerpo de la madre, a saber, el 46pene del padre, las
heces y los niños, y de destruir a la madre misma”. No obstante, el
reconocimiento del daño que está causando conduce a la reparación y a todos
los actos creativos, que son en realidad formas de sublimación. Klein tendía a
una interpretación cada vez más constructiva del proceso.
Aunque Freud no asistió al Congreso de Innsbruck, la sombra de su
presencia se proyectaba sobre aquél. Eitingon, que había asumido la presi-
dencia de la Asociación Internacional tras la muerte de Abraham, deseaba
abandonar el puesto. Freud, temiendo que a Eitingon le reemplazase Jones, y
advirtiendo que su candidato favorito, Ferenczi, resultaría inaceptable,
convenció al opaco pero fiable Eitingon para que continuara en su puesto.
Tras el congreso, los delegados hicieron su peregrinación para comparecer
ante el enfermo, de vacaciones en el Semmerig, y rendirle homenaje.
El encuentro entre Jones y Freud se caracterizó por una fría cortesía y
ambos eludieron temas polémicos. No obstante, Anna debió informar a su
padre acerca de la naturaleza de la comunicación de Melanie Klein,** por-
que a los pocos días de partir Jones hacia Londres le envió una furiosa carta.
En Freud había revivido la indignación ante la “campaña formal” emprendi-
da por el grupo inglés contra Anna. Freud nunca había dejado de plantarse la
* Deutsch, Klein y Horney eran analizadas por Abraham, pero llegaron a
concepciones significativamente distintas de la sexualidad femenina.
** Lo mismo que del trabajo del propio Jones “Early Development of Female
Sexuality”, que apoyaba las relaciones de Klein entre los estadios anal y edípicos.
[196] 1926-1939: LONDRES
sugerencia de Jones de que algunas resistencias de Anna no se habían anali-
zado suficientemente. “¿Quién está suficientemente analizado?”, pregunta-
ba. “Puedo asegurarle que Anna se ha analizado durante más tiempo y más
exhaustivamente que, por ejemplo, usted mismo. Toda la crítica se apoya en
un endeble prejuicio que se puede evitar fácilmente con un poco de benevo-
lencia.”*
En lo que respecta a la afirmación de Frau Klein de que Anna no anali-
za el complejo de Edipo del niño, ¿cómo lo sabe ella? Freud suponía que toda
la campaña se fundamentaba en esa errónea concepción de Melanie Klein. ¡Y
aparentemente Jones deseaba darle la máxima publicidad posible! Había oído
rumores de que Jones se proponía publicar el simposio en forma de folleto.
Freud insistía en que se le diese una explicación.
Jones repelía su confianza respecto de Melanie Klein:
Existe una confianza general en su método y en sus resultados, que muchos de
nosotros hemos podido comprobar en sus aspectos más íntimos, además de ofrecer
impresión de ser una persona sana y equilibrada. Estamos un poco perplejos tras haber
sabido de la poca simpatía con que se considera su obra en el continente, pero hemos
decidido prestarle oído y formamos nuestro propio juicio sobre ella. Ese juicio ha resul-
tado tan favorable que hemos llegado a considerar su ampliación del psicoanálisis en este
nuevo campo no sólo como un valioso incremento de nuestras posibilidades, sino como la
apertura de una prometedora incursión en la investigación directa de los problemas más
primarios y profundos. Al adoptar tal actitud, como usted comprenderá muy bien, sólo
podemos considerar desafortunado todo intento que se haga de cerrar dicha incursión .
Atestiguaba tal confianza el hecho de que hubiesen elegido a Melanie
Klein miembro de la Sociedad Psicoanalítica Británica el 2 de octubre de
1927.** Freud podía haber hablado de una “campaña formar’ contra Anna;
pero el “inesperado ataque” contra Melanie Klein provocó inquietud en los
analistas ingleses, que consideraban su método muy valioso, a pesar de que
Anna lo rechazase por “no fiable”. “Un libro editado por el Verlag”,
continuaba Jones,
y con un nombre que no puede sino tener un peso excepcional, a pesar del hecho,
que muy bien reconozco, de la independencia personal de Anna respecto de usted; y
demuestra que tiene ese peso el que en el continente se piense que la obra de Klein ha sido
desacreditada por él.

* Freud era especialmente sensible a esa cuestión porque, al parecer, Anna se hallaba
en su segundo análisis con él precisamente en esa época. Véase: Uwe Henrik Peen, Anna
Freud: A Life Dedicated to Children, Londres, Weidenfeld y Nicolson, 1984 págs. viii y ix.
** En octubre de 1929 se nombró también a Klein miembro del Instituto.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [197]
Jones señalaba a Freud que no se habían mantenido las reglas del juego
limpio. Radó sólo permitía que en la Zeitschrift apareciese una crítica
favorable del libro de Anna, así que no pudo sentirse sino con el derecho de
publicar otros puntos de vista en el Journal:
Si en el artículo de la señora Klein hay alguna crítica ilegítima en contra de Anna,
soy, ciertamente, técnicamente responsable, aunque no lo leí hasta después de que su caita
llegara esta semana. Me parece que lo mejor será que dejemos los posibles mal entendidos,
a las personas a quienes atañe más directamente. Anna debe saber que cualquier respuesta
o contribución suya será muy bienvenida al Journal y se la considerará un honor. Por mi
parte, no vislumbré crítica ilegítima alguna en lo que la señora Klein dijo en el encuentro,
ni observo que se haya incluido algo así en la versión escrita. Naturalmente, al decir esto
no pretendo defender todo lo que ella escriba: ésa es una cuestión personal de ella y yo,
como director de la publicación, cuanto tengo que ver es que el tono y el contenido de una
contribución así estén dentro de los límites habituales; del debate científico .
Respecto del folleto al que aludía Freud, Jones hizo notar que la
defensa que Klein hacía de sí misma debía ser leída también por los
analistas de habla alemana. Radó le dijo que no tenía espacio en la
Zeitschrift para trabajos sobre análisis infantil, pero le ofreció publicar un
resumen, de dos páginas de extensión, de la discusión, y le sugirió que se
publicara completa mediante el Internationaler Psychoanalytischer Verlag.
Por último, Jones le aseguraba a Freud que el simposio había albergado,
únicamente consideraciones científicas y que “aquí el estado de ánimo es el
de una entera devoción a su personalidad y a los principios del
psicoanálisis”.
Freud se ablandó ligeramente por el tono conciliatorio de Jones.
Expresó total ignorancia del hecho de que Melanie Klein fuera insuficiente-
mente apreciada en Berlín, y le aseguró a Jones que procuraría que tuviese
total libertad para publicar sus opiniones en alemán:
Por otra parte, cree que es injusto subrayar del libro (de Anna) su carácter de ataque
a Melanie Klein. Ella ha desarrollado su concepción sobre la base de su propia y muy
amplia experiencia, y sólo de mala gana alude a cuestiones polémicas. Dos cosas siguen
siendo imperdonables en el grupo inglés, a saber, la acusación, a la que habitualmente se
recurre, contraria a toda buena costumbre, de que no se ha analizado suficientemente,* y
la observación hecha por Melanie Klein de que Anna elude sistemáticamente el análisis
del complejo de Edipo. Esa errónea concepción podría haberse evitado con un poquito
de buena voluntad.
La discusión continuó en términos razonablemente amistosos, desvián-
dose la descarga de Melanie Klein y dirigiéndose contra la concepción de

* La cuestión del análisis de Arma nunca se planteó, salvo en una carta de Jones a
Freud.
[198] 1926-1939: LONDRES
Joan Riviere de las imagos paternas introyectadas en el niño, punto discutido
en el capítulo siguiente.
Freud continuó insistiendo en que las opiniones de Anna eran entera-
mente independientes de las suyas, pero en una carta dirigida a Jones el de
febrero de 1928 se reveló la verdad de las cosas:
Su demanda de que el análisis infantil debiera ser un análisis real, independiente de
toda pauta educativa, me parece tanto teóricamente infundado como impracticable en la
realidad. Cuanto más escucho al respecto, tanto más creo que Melanie Klein anda por el
camino erróneo y Anna por el correcto. Todo lo que sabemos del desarrollo femenino
temprano me parece insatisfactorio e incierto. Sólo veo dos puntos con claridad: que la
primera idea de la relación sexual es oral: la succión del pene y, previamente, del pecho
de la madre, y la detención de la masturbación del clítoris debido a la inferioridad, peno-
samente reconocida, del mismo. En lo referente a cualquier otra cosa, tendré que
reservarme el juicio.
En marzo, Jones le comunicaba la muerte de su hija Gweinith, de siete
años y medio de edad. En respuesta a ello Freud comentaba que él y Jones
sólo habían tenido “una ligera disputa familiar”, y le aseguraba que su pro-
pio pesar había sido mayor que el de Jones, porque su hija y su nieto habían
muerto cuando él era demasiado viejo y débil para asumir el pesar. “Usted y
su esposa son, por supuesto, suficientemente jóvenes para recobrar la sereni-
dad en sus vidas.” Para distraerlo, Freud le sugirió que pensara en su nueva
teoría favorita, esto es, la hipótesis de J.T. Looney de que Shakespeare era en
realidad el Conde de Oxford.
El 12 de diciembre de 1928 Jones anunciaba orgulloso que su hijo había
concluido su análisis, el cual le había llevado dieciocho meses (aparte de las
vacaciones). Estaba sumamente satisfecho con los resultados. Jones debía
suponer que esas noticias irritarían a Freud, pues probablemente sospechaba
que Mervyn era analizado por Klein.
Por el momento no hubo más discusión a propósito de Melanie Klein,
pero Freud seguía teniéndola en cuenta. En “Sexualidad Femenina” (1931)
aprobó la aptitud de Otto Fenichel de hacer caso omiso del desplazamiento
del complejo de Edipo, preconizado por Melanie Klein, a comienzos del
segundo año:
La determinación del momento en que se forma el complejo de Edipo, la cual
también implicaría necesariamente una modificación de nuestra concepción del resto del
desarrollo infantil, no se corresponde en realidad con lo que aprendemos del análisis de los
adultos, y es en especial incompatible con mis hallazgos respecto de la larga duración del
vínculo preedípico de las niñas con su madre. 47
Dos

Gallito del lugar

L a década que va de 1928 a 1939 fue, comparativamente, la más apa-


cible y la más productiva en la agitada vida de Melanie Klein. Había
salido de su altercado con los Freud en una posición más fortalecida.
Durante un tiempo la mayoría de los miembros de la Sociedad Británica
parecen haberla respaldado firmemente. Tenía la custodia de Erich, que
estaba en la escuela de Si Paul. Su consultorio crecí a, podía disponer de
cocinera y doncella, y pasar las vacaciones de verano en Francia o en
Austria.
Arthur Klein tenía la custodia de Hans, quien estaba en Berlín estudiando
ingeniería química y, en su momento, debido a la nacionalización de su
padre, hizo el servicio militar en Suecia. Con el tiempo, la hostilidad moti-
vada por el divorcio cedió; Hans pasaba las vacaciones con su madre en el
continente y Erich viajaba regularmente a Berlín para ver a su padre y a
Eslovaquia para visitar a sus abuelos.
En agosto de 1927 Melitta se graduó con distinciones en la
Friedrich-Wilhelms-Universität de Berlín. Pero en 1928 marchó a Londres
con su madre —dejando a su marido en Berlín— para escribir su tesis,
Geschichte der homöopathischen Bewegung in Ungarn (“Historia de la
Homeopatía en Hungría”). La explicación más obvia sería que dependía tanto
de su madre que estaba convencida de necesitar de su consejo en la
preparación de su tesis. El año siguiente regresó a Berlín para presentarla, y
se la dedicó a su padre (Meinem Vater gewidmet). Podría haberse tratado de
un gesto convencional, pero todo apunta a que se había producido algún tipo
de reconciliación. En 1929 estaba en análisis formativo con Karen Horney
[200] 1926-1939: LONDRES
en Berlín y, en julio, asistía al Congreso de Oxford. Presumiblemente regre-
só entonces a Berlín; pero desde mayo de 1930, las actas de la Sociedad
Británica registran regularmente su presencia en las reuniones científicas
donde pronto empezó a presentar comunicaciones cuyos presupuestos con-
cordaban en gran medida con los de su madre. Como miembro de la
Sociedad Británica, uno de los primeros artículos que publicó en el
International Journal of Pyscho-Analysis (1933, 14, 225-260), "Some
Unconscious Mechanisms in Pathological Sexuality and Their Relation to
Normal Sexual Activity” se basaba en un trabajo leído en la Sociedad
Alemana el 18 de noviembre de 1930. Entre las muchas referencias a su
madre figura una comunicación personal: “Melanie Klein ha descubierto
que el embarazo se equipara con la introyección del pene: el niño puede
suponer el significado ‘malo’ de pene, el elemento peligroso” (pág. 237).
Muchos de los analistas europeos iniciaban ya su éxodo al extranjero
especialmente a los Estados Unidos. Los que marcharon a Inglaterra, fueron
pocos y ello por varias razones: desconfianza ante Jones, que hacía poco por
alentarlos, la presencia de Melanie Klein y las grandes posibilidades econó-
micas de los Estados Unidos. Con un pasaporte sueco, Melitta no tuvo difi-
cultades para entrar en Inglaterra, pero no ocurrió así con Walter
Schmiedeberg, cuya entrada Jones no pudo asegurar hasta 1932. Hasta la
llegada de su marido, Melitta vivió con su madre y con Erich en Linden
Gardens, donde se transformó la sala de espera en su dormitorio. Podría
argumentarse que cuando ella llegó a Inglaterra precediendo a su marido, no
podía imaginar que pasarían dos años hasta que pudiera entrar en el país.
Por otra parte, ella pasó 1928 separada de él; y es curioso que no permane-
ciera en Berlín con Schmiedeberg hasta que él obtuviese el visado.
En cuanto a Klein, año tras año sus pacientes le ofrecían la posibilidad
de llegar a una comprensión más profunda de los procesos psíquicos.
Algunos de los trabajos que presentó en la Sociedad Británica llegaron a
incluirse en El psicoanálisis de niños (1932); otros se presentaron en con-
gresos internacionales. En 1929 leyó ante la Sociedad Británica “La personi-
ficación en el juego de los niños", donde describe la transferencia como un
proceso complejo en el cual se proyectan en el analista escisiones e imagos
de figuras internas. El artículo aborda una miscelánea de ideas diversas, que
reflejan la creatividad de su pensamiento, que se desarrollaba sin trabas en
una atmósfera que le era propicia. Aventurándose en azarosas profundida-
des, sugiere que la neurosis está marcada por la influencia de un superyó
temprano cruelmente atormentador, contrapartida de las opiniones que for-
mula en “Tendencias criminales en niños normales” (1927).
Entre los niños de este artículo hallamos por vez primera a la hiperan-
siosa Rita, de dos años y nueve meses, quien antes de irse a dormir lleva a
cabo un complejo ritual. Debía recogerle el vestido a su muñeca y colocar
junto a la cama un elefante de juguete. El anima] guardián (el superyó) esta-
GALLITO DEL LUGAR [201]
ba allí para asegurar que la niña (el ello) no se levantara durante la noche y
se dirigiera al dormitorio de sus padres a fin de dañarles robando los niños
contenidos dentro de su madre u ofenderlos para que no se produjesen más
niños. En las primeras etapas del análisis, la excesiva severidad del superyó
prohibía todo juego de imaginación. Se progresó con un juego en el que se
representaba un viaje: Rita y su oso de juguete (que simbolizaba el pene)
viajaban en tren para visitar a una señora buena que iba a darles regalos,
Durante meses el viaje no llegaba a buen término porque lo interrumpían las
disputas entre Rita y el conductor del tren debido a una mujer mala que
impedía el avance o, finalizado el viaje, debido a la transformación de la
mujer buena en una figura amenazante.*
Uno de sus trabajos más relevantes, “La importancia de la formación de
símbolos en el desarrollo del yo”, se expuso ante la Sociedad Británica el 50
de febrero de 1930. Ernest Jones había publicado en 1916 “The Theory of
Symbolism”. Escrito como respuesta a las nuevas teorías de Jung sobre la
libido y el inconsciente, en él se intenta diferenciar entre el verdadero sim-
bolismo y el simbolismo en su sentido más amplio. Este último puede apli-
carse a casi todas las cosas del mundo, mientras que “el verdadero simbolis-
mo surge como resultado del conflicto intrapsíquico entre las tendencias a la
represión y lo reprimido”. Las ideas básicas de la vida —las que conciernen
al cuerpo, a la familia, al amor y a la muerte— conservan su importancia
originaria en el plano más profundo del inconsciente: y la energía que
fluje de ellas se reviste de símbolos. “Sólo se simboliza lo reprimido; sólo lo
reprimido requiere simbolización”.**1
Klein —basando su trabajo hasta cierto punto en las premisas de Jones
y en su propio artículo de 1923, “Análisis infantil”, donde llega a la conclu-
sión de que “el simbolismo es el fundamento de toda sublimación”— des-
cribe su análisis de un niño psicòtico en lo que sería su primer intento por
especificar el origen de la esquizofrenia.
Seis meses antes le habían llevado a Dick, un niño de cuatro años.***
Por entonces ella había analizado gran cantidad de niños con perturbaciones,
pero Dick presentaba síntomas que nunca antes había observado. El niño no
* En El psicoanálisis de niños se subrayan otros aspectos del carácter obsesivo de
Rita. Se presenta a Rita lavando y cambiando repetidamente a su muñeca, y se señala
que por las noches deben tapar a la niña apretadamente. Tenemos una imagen más plena
de la naturaleza caleidoscòpica del análisis. Casualmente, el elefante desempeña un
papel menos importante que en el artículo original: “Una vez, durante la sesión analítica,
colocó un elefante de juguete en la cama de su muñeca como para impedirle que se
levantase y fuera al dormitorio de los padres ‘para hacerles algo o quitarles algo’”.
** Marión Milner considera que la concepción del símbolo como defensa que sus-
tenta Jones está estrechamente relacionada con la de Klein. En su propia obra ha
examinado la estética de la formación de símbolos como base del talento.2
*** El diario de Klein indica que el análisis de Dick comenzó el 7 de enero de 1929.
[202] 1926-1939: LONDRES
expresaba sus emociones; no manifestaba afecto hacia nadie ni interés por
los juegos. Suele acusarse a Klein de prestar poca atención al entorno del
niño; pero en este caso, ella registra que cuando era bebé Dick tuvo proble-
mas de lactancia y que ni su padre ni su madre le habían prestado suficiente
atención. A los dos años pasó casi todo el tiempo con su abuela, cuyo cariño
había tenido manifiestamente un efecto en él. Una nueva niñera, que por lo
demás lo trataba afectuosamente, lo castigó por masturbarse, cosa que le
provocó un sentimiento de culpa. Rechazaba casi toda la comida sólida.
Klein advirtió inmediatamente que el niño era enteramente incapaz de
soportar la ansiedad y que había alcanzado el nivel genital prematuramente.
Tras un débil comienzo, su capacidad de simbolización se había detenido,
excepto en lo referente a trenes, estaciones, puertas y manillas, y el abrir y
cerrar puertas.
El procedimiento habitual de Klein, según ella explica, consistía en abs-
tenerse de interpretar el material hasta que éste hallara expresión en diversas
representaciones; pero en el caso de Dick tuvo que modificar su técnica. Para
contactar con su inconsciente se dispuso inmediatamente a activar su ansie-
dad reprimida. A diferencia de otros pequeños pacientes, Dick observaba los
juguetes que tenía ante sí con absoluta indiferencia. Klein colocó entonces
dos trenes uno junto a otro, y le dijo que el más largo era el “Tren papá” y el
más corto era el “Tren Dick”. Dick tomó este último y lo hizo rodar hacia la
ventana diciendo: “Corta”. Klein le dio entonces unas tijeras; pero, ante la
torpeza del niño, las cogió ella y separó la carbonera, tras lo cual el niño
arrojó el juguete roto al cajón mientras exclamaba: “Se ha ido”. Ella le
interpretó esto como el acto de separar las heces de su madre cortándolas.
El niño manifestaba también un temor irracional al agua. Ella lo
consideró una indicación de que en la fantasía del niño las heces, el agua y
el pene eran objetos con los cuales atacar a su madre. Después de recibir
estas explicaciones, el niño se mostró muy angustiado; ella había
descubierto con Erich, muchos años antes, que la aparición de la ansiedad
no debía ser motivo de preocupación, porque constituía un indicio de que se
había puesto en movimiento una fase necesaria del desarrollo. A los seis
meses, Dick comenzó a manifestar afecto por sus padres y deseos de
hacerse entender y ampliar su pobre vocabulario. La conclusión de Klein
marca un momento esencial en la historia del psicoanálisis: “debe
ampliarse el concepto de esquizofrenia en particular y de psicosis en
general como fenómenos que tienen lugar en la infancia, y creo que una de
las primeras tareas del3 análisis infantil es el descubrimiento y cura de las
psicosis en la niñez”. La enfermedad de Dick difería de la esquizofrenia
infantil habitual en que su problema era una inhibición en el desarrollo, más
que la regresión a un punto de obsesión anterior. El desarrollo de su yo, su
creciente relación con la realidad, se habían detenido por una “defensa”
contra sus propias tendencias sádicas.
GALLITO DEL LUGAR [203]
Una de las críticas fundamentales a las conclusiones de Klein es que
ella usa términos como ‘'esquizofrenia” sin comprender totalmente la natu-
raleza médica de la perturbación. Los analistas suelen aludir a “Dick” lla-
mándolo “el niño aurista”.* En el imprescindible Dictionary of
psychoanalysis de Chatarles Rycroft se define el autismo como “una psicosis
infantil en la que el paciente carece de toda capacidad de confiar en cual-
quier otra persona o de comunicarse con ella, es mudo o tiene complejas
perturbaciones en el habla, y al que se consideraría deficiente mental si no
fuera por su capacidad de manejar objetos inanimados”. En 1943, la des-4
cripción que Leo Kanner hizo de este síndrome en “Early Infantile Autism”
marcó dos tendencias interpretativas. Los rasgos característicos del niño
autista son “una profunda carencia de contacto con las personas y un deseo
obsesivo de preservar la mismidad”. El niño mantiene una fisonomía pensa-
tiva e inteligente, pero se halla impedido por el “mutismo o una forma de
lenguaje que no parece tener como objeto servir al propósito de la comuni-
cación interpersonal”. Kanner distinguía el síndrome que él llamaba “autis-
mo infantil precoz” (expresión acuñada por él) de la deficiencia mental, la
falta de atención o el daño cerebral identificare.
Al releer el artículo de Klein, Francés Tustin, una autoridad en autismo,
cree que aquélla estaba varios años adelantada a su época: “Era muy valiente
y veía muy por delante de sí”.5 Como destaca Tustin, era lo bastante pers-
picaz para caer en la cuenta de que “Dick” se diferenciaba de los niños
esquizofrénicos que había analizado anteriormente. “En contra del diagnós-
tico de una demencia praecox está el hecho de que el rasgo 6característico de
Dick era una inhibición en el desarrollo, y no una regresión.” Tustin admira a
Klein por haber sido la primera en creer que un chico así podía curarse; y
piensa que, si bien el de Dick era un caso relativamente leve, Klein “lo liberó
del lazo autista”.
El análisis de Dick con Klein continuó (con una interrupción desde
1941 a 1944) hasta 1946, cuando lo trasladaron a Beryl Sandford durante
tres años. Según Sandford, cuando él lo conoció, Dick no era autista sino
“un terrible conversador”. Su cociente intelectual, medido por Ruth
Thomas, era de alrededor de 100; era, obviamente, bastante esquizofrénico,
pero también tenía una memoria extraordinaria, leía a Dickens y poseía
muchísimos conocimientos técnicos de música que había recibido de una
maestra de piano. En una oportunidad llevó a Sandford a un concierto y le
explicó todas las cuestiones técnicas relativas a los cambio de clave y demás
cuestiones.
Al conocer a “Dick”, cuando éste tenía ya unos cuarenta años, lo
encontré sumamente amistoso, aunque pueril, informado, capaz de realizar

* En Empaty Fortress (1967) la posición de Bruno Bettelheim es que el niño autista


se aísla porque se encuentra con un mundo hostil. En su opinión, tales niños son víctimas
de los deseos de muerte que sus madres experimentan hacia ellos.
[204] 1926-1939: LONDRES
un trabajo que no suponía exigencia excesiva para él. Era hijo de uno de los
colegas de Klein. Debe haber alarmado a los miembros de la Sociedad
Británica escucharla hablar enérgicamente de la deficiencia de sus padres en
darle el verdadero amor que él necesitaba. . J|
Al preguntarse cómo supo que él era “Dick”, respondió que Klein solía
leerle los párrafos más destacados de su artículo.* Hojeó las páginas excla-
mando cada tanto: “¡Oh, Dios!” Respecto de que el pene del padre se halla
en el interior del cuerpo de la madre, comentó: “Pienso que podría haber
evitado tantas tonterías”; y respecto de la agresión del pene: “Bien, yo no
hice eso”. Klein afirmaba que él consideraba la orina como una sustancia
peligrosa y él subraya reflexivamente: “Lo cual es verdad".** “Si Melanie
aún viviera”, concluye, “la llamaría para decirle: ’Te has pasado’”. Pero con-
firma que solía encerrarse en el armario. “¿Por qué?” “Para vengarme,
supongo.” ¿De quién? “De mis padres.”
Colocaba los juguetes de Klein en hilera y podía llevar sus propios osi-
tos de peluche. “Solía tener con ellos imaginarias reuniones para tomar el té.
Solíamos hacer barquitos de papel y colocarlos en una fuente.”
“Yo era muy amigo de Melanie”, me dice expresivamente. En su sim-
posio de respuesta a Anna Freud, Klein insistía en que ella se abstenía de
mimar a los niños, pero, según “Dick”, ella siempre lo consolaba cuando llo-
raba, cosa que hacía frecuentemente. “La vida no es tan mala”, le decía.***
Durante aquellos años hubo entre las ideas de Freud y las de Klein una
mayor fecundación recíproca que la reconocida, especialmente respecto de
las conclusiones que ella estaba extrayendo en relación con la agresión inna-
ta y la obra de Freud El malestar en la cultura (1930),**** en la cual rela-
ciona el superyó con la agresión innata del propio niño.***** Muchos freu-
dianos tienden a pensar que esa imagen del lado oscuro de la naturaleza
humana era expresión del creciente pesimismo que Freud experimentaba al
* Tustin considera esto muy “akleiniano”.
** De niño, “Dick” tenía una lactancia muy dificultosa. En El psicoanálisis de
niños (1932) Klein señala: “Las observaciones han confirmado que las fantasías infantiles
de inundar y destruir con grandes cantidades de orina, empapando, anegando, quemando y
envenenando, son una reacción sádica ante el hecho de ser privados de líquido por su
madre y se dirigen en última instancia contra su pecho”.
*** Tustin cree que el niño autista necesita afecto. Frecuentemente “Dick” se reunía con
Erich y Melitta en el vestíbulo y recuerda los ladridos del pequinés de Klein, Nanky Poo.
**** James Strachey destaca que El malestar en la cultura se publicó en realidad a
finales de 1929, aunque el pie de imprenta es de 1930. Klein habría tenido tiempo de leerlo antes
de escribir su artículo “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”.
***** Strachey subraya que ya en 1905, en Tres ensayos sobre teoría sexual, Freud
escribía: “Del niño civilizado se obtiene la impresión de que la construcción de esos
diques es producto de la educación, y sin duda la educación tiene mucho que ver con
ello. Pero en realidad, su desarrollo está determinado y fijado por la herencia, y ocasional-
mente puede tener lugar sin ayuda alguna de la educación”.
GALLITO DEL LUGAR [205]
enfrentarse a la enfermedad y a la vejez. Cuando Freud describe la agresión
como “una disposición originaria, autónoma e instintiva del hombre”,7 con-
ya la cual el yo se protege internalizándola en algo llamado superyó o con-
ciencia, y afirma que la culpa surge de la tensión entre la agresión y la con-
ciencia vigilante, podría parecer que cita la página de un libro de Melanie
Klein. Para Freud hay un antagonismo irreconciliable entre el instinto del
hombre y las exigencias de la civilización. No obstante, es para él una cues-
tión fundamental que “en la bibliografía analítica más reciente se advierte
una predilección por la idea de que toda frustración, toda satisfacción instin-
tiva obstaculizada, da por resultado una sublimación del sentimiento de
culpa. Incurriríamos, pienso, en una gran simplificación teórica si considerá-
ramos que esto se aplica sólo al instinto agresivo, y es poco lo que puede
hallarse en contradicción con esta suposición”.8 En una nota al pie de página
añade: “Esta opinión la admiten Ernest Jones, Susan Isaacs y Melanie Klein,
y creo que también Reik y Alexander”.*9
Para Freud la culpa comienza con el temor a perder el amor o la apro-
bación; y Klein la asocia además con el temor de que uno haya dañado el
objeto de amor. Al discutir la cuestión de la conciencia Freud escribe: “. . .
La agresividad, vengativa del. niño estará parcialmente determinada por la
cantidad de agresión punitiva que él espere de su padre. La experiencia
muestra, sin embargo, que la severidad del superyó que el niño desarrolla no
se corresponde en modo al gimo con la severidad del trato que él mismo ha
padecido”.10 A ello añade en nota al pie: “Como11 han subrayado perfecta-
mente Melanie Klein y otros escritores ingleses”. ¿Quién sabe el grado de
armonía que habrían alcanzado Klein y Freud de no haber sido por la revo-
loteante presencia de Anna? Ferenczi, al leer el manuscrito, se mostró suma-
mente inquieto por el acuerdo de Freud con Klein. “¿No habría sido más
correcto“, le escribe desde Budapest el 11 de noviembre de 1930, “en lugar
de aceptar la opinión de Melanie Klein, adherir a la naturaleza (esto es, al
origen) individualmente adquirida (esto es, traumática) de la conciencia, y
mantener que una conciencia tan estricta (esto es, la tendencia a la autodes-
trucción) es consecuencia de un trato demasiado estricto, comparativamente
hablando, es decir, demasiado estricto si se 12relaciona con la necesidad de
amor, cuya fuerza varía individualmente?”.**
En 1931 Melanie Klein realizó su primer análisis de formación. El ana-
lizando era un canadiense, el doctor W. Clifford M. Scott. Tras graduarse en
Medicina en Toronto de 1927, Scott fue a estudiar a la Johns Hopkins y se

* Se refiere al trabajo de Jones “Fear, Guilt and Hate” presentado en el Undécimo


Congreso Internacional de Psicoanálisis, el 27 de julio de 1929. Las teorías de
Theodoro Reik sobre la sumisión voluntaria del hombre al castigo se publicaron en
The- Compulsión lo Confess and the Need of Punishmeni (1925), y las ideas de Franz
Alexander en “The Neurotic Character” J., 1930, 11:, 291-311.
** Freud no parece haber seguido el consejo de Ferenczi.
[206] 1926-1939: LONDRES
trasladó después a Harvard, donde le concedieron una beca para estudiar en el
extranjero. En 1931 viajó a Londres para estudiar neurología y formarse
como analista de niños y de adultos. A su llegada. Jones lo asignó a Klein.
Estuvo analizándose con ella durante dos años, incluyendo el verano de
1931 en el que se dirigió a la Selva Negra, donde ella pasaba sus vacaciones,
a fin de continuar su análisis. Se alojó en Bad Wildbad y diariamente toma-
ba el Bergbahn desde el valle hasta la cima del Sommerberg para realizar
una sesión de dos horas en la habitación del hotel. A lo largo de todo el aná-
lisis convinieron, como dice ella, “estar en desacuerdo” acerca del narcisis-
mo primario al que él consideraba con base biológica. El aspecto para él
más conmovedor del análisis se manifestó un lunes por la mañana, cuando
ella le leyó una extensa interpretación que había escrito durante el fin de
semana respecto del material que él le había proporcionado. “Eso fue una13
prueba”, recuerda, “de que yo estaba en ella tal como ella estaba en mí”.
Gran conversador, Scott advirtió que en ocasiones Klein debía interrumpirlo
para hacer sus interpretaciones.
Durante el verano siguiente (1932) también un norteamericano, el doc-
tor David Slight la acompañó en sus vacaciones en Saint Jean-de-Luz para
no interrumpir el análisis (igualmente en sesiones de dòs horas). Se atribuye
a Slight la frase: “Freud hizo respetable el sexo y Melarne Klein hizo respe-
table la agresión”. Slight, al que ya había analizado Franz Alexander, era
profesor clínico de psiquiatría en la Universidad McGill de Montreal. Sus
experiencias clínicas estimularon su interés por los procesos evolutivos y
consideró la posibilidad de viajar a Viena para trabajar con Anna Freud. En
Londres habló con Edward dover, quien le dijo que no necesitaba ir a
Viena debido a la reciente llegada a Inglaterra de “una persona maravillosa”,
la cual estaba aceptando nuevos pacientes. Era Melanie Klein. Tras regresar
de su análisis con ella en Francia, trabajó en Londres, bajo su supervisión,
con dos niños pequeños y quedó asombrado ante los resultados. El doctor
Slight fue el primero en ejercer el psicoanálisis en Canadá antes de trasladar-
se a Chicago, en 1936.
Slight presenta a Klein como una persona totalmente dedicada a su tra-
bajo. Cuando él realizaba ocasionalmente una 14broma, ella reía recatadamen-
te y decía: “Esta es una cuestión muy seria”. A Slight le resultaba difícil
aceptar su inclinación a lo que él llama “fantasía filogenètica”. Intentaba que
precisara la edad en que el niño tenía una imagen del padre como un hombre
con pene. ¿Cuán temprano? ¿A los seis meses? “Yo procuraba explicarle
que en el cerebro, los nervios no están cubiertos por capas que los aíslen
entre sí, por lo que el niño no puede tener imágenes formadas en ausencia de
una percepción real.” Un niño de dos años y medio que aún no podía hablar
y manifestaba problemas con la comida, estaba obsesionado con el aseo.
Ella hacía que Slight le quitara incluso los calcetines para lavarle los pies.
“¿Para qué sirve esto?” le preguntaba Slight a Klein. Por toda respuesta ella
GALLITO DEL LUGAR [207]
ofrecía una de sus sonrisas oblicuas. El niño también hacía que él se fuese a
dormir. No se pronunciaba palabra alguna. “Era un verdadero análisis
mediante el juego. Fue la cosa más espectacular que yo jamás haya visto.”
La mejoría del niño era tan extraordinaria que, a pesar de su escepticismo
Slight debió admitir: “Ella abrió mi mente”.*
Durante algunos años Klein estuvo proyectando publicar un libro con
sus teorías.** En enero de 1928 presentó parte del original a Max Eitingon,
director del Internationaler Psychoanalytischer Verlag; él le respondió el 1 de
febrero insistiendo con firmeza en que debía disponer de todo el original:
Los redactores de la Zeitschrift y de lmago me han dicho que usted acostumbra a
modificar constantemente sus textos, incluso en la etapa de corrección de pruebas, con-
virtiéndose así en la colaboradora más cara de estas revistas. Con un libro eso sería abso-
lutamente imposible porque el editor requiere hacer cálculos precisos... creo que tendría
mucho valor y mucha importancia para todo el público analítico poder acceder a los
métodos y a los resultados de su labor conjuntamente, a fin de posibilitar una presentación
de los mismos detallada y fructífera.13
Durante los tres años siguientes Klein trabajó intensamente en la des-
cripción teórica del desarrollo sexual del niño y de la niña, que correspondía
a la última parte del libro. Fue traducido por Alix Strachey y publicado en
Londres en 1932 por Hogarth Press con el título de The Psycho-Analysis of
Children (El psicoanálisis de niños); el Verlag lo publicó simultáneamente
como Die Psychoanalyse des Kindes.
El libro fue un hito ya que incluía las conclusiones derivadas, de años
de experiencia y exponía las bases teóricas de algunos de los más dramáti-
cos de sus conceptos ulteriores: las posiciones esquizoparanoide y depresi-
va. Se describe la realidad del niño como la interacción de figuras internali-
zadas, que han sido introyectadas y proyectadas, con objetos reales. El niño
padece ansiedad como consecuencia de los impulsos sádicos experimenta-
dos respecto de sus objetos. Si es excesiva, la ansiedad puede ejercer un
efecto inhibitorio en el desarrollo pero, si se supera satisfactoriamente, es un
estímulo para el crecimiento.
La compleja cuestión de la etiología de la homosexualidad fue también
objeto de examen. En opinión de Klein, durante el desarrollo del niño, la

* Scott realizó una experiencia similar con un niño de veintiséis meses bajo la
supervisión de Klein. “Aprendí mucho del análisis de este niño en los nueve meses
siguientes, sin que el niño dijera una sola palabra. Habían traído al niño porque no había
empezado a hablar, pero durante el análisis comenzó a hablarles mucho a sus padres...
Debería haber permanecido en el análisis por muchos años hasta que su capacidad de hablar
llegara a ser equivalente a su capacidad de jugar- Podía mostrarme mucho más de lo que
podía decirme.”
** Basado en las conferencias que había dado originariamente en Londres en 1925.
[208] 1926-1939: LONDRES

fijación oral al pezón puede transformarse en una fijación oral al pene del
padre. La base de la homosexualidad masculina está constituida por una fija-
ción de succión al pene demasiado poderosa. Si un niño padece hambre
durante el período de lactancia, es amamantado sólo con biberón, o si sus
sentimientos respecto del pecho de la madre son excesivamente sádicos, no
puede introyectar satisfactoriamente la imago de una madre buena, y el
temor a la madre mala dominará su desarrollo. Como en su fantasía la madre
incorpora el pene, el niño escapa de ese objeto misterioso y destructivo para
dirigirse al pene visible y real de otro hombre; y el acto homosexual supondrá
una protección ante el pene “malo” del padre que se encuentra dentro de la
madre así como ante el pene “malo” del padre que el niño ha introyectado en
su propio cuerpo, expresado en la “preferencia narcisística por el pene de otro
hombre”.16
Aquí adopta Klein explícitamente y por vez primera la noción freudiana
de los instintos de vida y muerte, una estructura dialéctica de opuestos, el
amor y el odio, sobre la cual apoyó más tarde las conductas esquizoparanoi-
de y depresiva. Aunque remite continuamente -r-con más frecuencia que en
sus artículos anteriores— a los estadios- psicosexuales de Freud y de
Abraham, en el momento de formular con más claridad su concepción de la
ansiedad, va internándose en su propio camino. Ahora considera que la
ansiedad se origina por la presencia y la amenaza del instinto de muerte
dentro del yo.
Jones siempre insistía en que nunca había aceptado la idea freudiana de
instinto de muerte, lo cual sugiere una diferencia fundamental entre él y
Klein. No obstante, en el capítulo “Metapsicología” de su obra relativa a la
vida de Freud, Jones aclara cómo éste y Klein interpretaban el instinto de
muerte. Jones destaca que en un principio Freud utilizaba indistintamente las
expresiones “instinto de muerte” e “instinto de destrucción”, pero en una
discusión con Einstein le hizo diferenciar ambas cosas, matizando que el
primero se dirige contra el yo, mientras que el segundo, derivado de éste, se
dirige hacia el exterior. En Los instintos y sus vicisitudes (1915) Freud
sugiere por primera vez que podría haber un masoquismo primario (hasta
entonces lo había considerado derivado del sadismo) y que la tendencia a
dañarse a sí mismo era expresión del instinto de muerte. Estaría nuevamente
dirigido hacia el exterior, hacia otras personas como medio de protección de
sí mismo.
El 22 de marzo de 1935, Jones expuso ante la Sociedad Psicológica
Británica un artículo titulado “Psycho-Analysis and the Instincts”. Durante el
mes siguiente estuvo en Viena para dar una conferencia con el título “Early
Female Sexuality”. En el curso de esta estancia dejó a Freud su trabajo acerca
de los instintos. El 2 de mayo, respondiendo a una carta de Freud, escribe:
GALLITO DEL LUGAR [209]
Me complace que & usted le haya gustado mi trabajo sobre los instintos, pero me
asombra que piense que he incurrido en el error de suponer que usted había partido de
una de las obras de Melanie Klein en la conformación de sus propias ideas. Sé muy
bien, por supuesto, que su exposición sobre el tema fue anterior al escrito de aquélla...
creo haber pensado que usted haya sido influido por nadie y, ciertamente, menos que por
nadie por Melanie Klein. He revisado, pues, mi trabajo con curiosidad y creo haber
gallado la frase que le resultó confusa. Viene a continuación de una exposición acerca del
superad y su severidad, y dice así:
“Estudios analíticos pormenorizados, en especial los llevados a cabo con niños
pequeños por Melanie Klein y otros, han arrojado mucha luz sobre los orígenes de esa
severidad, y han conducido a la concepción de un instinto de agresión primitivo, de
carácter no sexual.”
Para evitar cualquier posible ambigüedad volveré a redactar estas líneas antes de
publicarlo.* Aparece, es verdad, como una interpolación en el desarrollo, pero mi propó-
sito era abarcar todas las contribuciones hechas por el psicoanálisis, no sólo las suyas. Al
escribirlas no pensaba en usted, pues no le atribuiría a usted la creencia en un instinto
primario de agresión (ésa es más bien opinión mía); describiría la suya como una creencia
en un Todestrieb interno que secundariamente se exterioriza bajo la forma de un impulso
de agresión.
En todo caso, difícilmente podría existir riesgo de una interpretación errónea, pues
casi a continuación se dice:
“Pero —cosa extraña— no fueron esa concepción y los estudios que acabo de
resumir los que le condujeron a su actual idea de la dualidad de la estructura mental”.
Jones dice “casi a continuación’', pero en realidad hay en medio tres
frases decisivas:
Al menos aquí, pues, hay algo que puede contraponerse al aspecto sexual de los
conflictos mentales. Antes de avanzar en su consideración, empero, tendremos que vol-
ver atrás nuestros pasos; Freud publicó su iluminador concepto de superyó en un libro
aparecido en 1923 (El yo y el ello).17
Jones pasa entonces a mostrar que Freud elaboró sus ideas de instinto
de muerte a partir de la repetición-compulsión, la cual parecía preceder
temporalmente al principio de placer y dolor, (aunque Jones especifica que él
no resolvió totalmente este punto, como lo hizo Klein). Al volver a publi-
car. el artículo en la quinta edición de Papers on Psycho-Analysis en 1948,
Jones incluyó de nuevo el párrafo referente a Klein reforzándolo:

*Estudios analíticos pormenorizados, notablemente corroborados por los llevados


a cabo por Melanie Klein y otros... (La cursiva es nuestra.)18
En su carta a Freud, tan cuidadosamente elaborada, Jones sin duda
* Jones nunca modificó la formulación ni en la versión inglesa ni en la alemana
[ 210 ] 1926-1939: LONDRES
intentaba apaciguarlo. Hacia 1930 Freud admitía su antigua reticencia a
aceptar la existencia independiente de un instinto de agresión, y en El
malestar en la cultura finalmente confesaba: “No puedo comprender cómo
hemos pasado por alto la ubicuidad de la agresividad y la destructividad no
eróticas y no les hemos dado el lugar que les corresponde en nuestra inter-
pretación de la vida”.19
La mayoría de los colegas de Freud estaban sumamente confundidos
por este cambio fundamental en su pensamiento. Freud había tenido la espe-
ranza de convencerlos apelando a la segunda ley de la termodinámica, pero
se ha argumentado que la ley de la entropía vale únicamente en un hipotéti-
co sistema cenado, no en uno existente en la naturaleza, y menos en los seres
vivos. Tampoco puede recurrirse a la biología en apoyo de un instinto
primario de agresión.
Los únicos analistas que, según Jones, respaldaban la idea eran Karl
Menninger, Hermann Nunberg y Melanie Klein;* pero su apoyo tenía un
sentido clínico, basándose su aceptación en las observaciones, no en deduc-
ciones teóricas.
En consecuencia, contábamos con observaciones puramente psicológicas de
las fantasías agresivas y canibalísticas del bebé, seguidas después por las fantasías
homicidas, pero no podíamos inferir a partir de ellas, en cuanto a las células del
cuerpo, la existencia de una voluntad activa de conducir el cuerpo a la muerte. La
propia expresión “deseos de muerte”, esto es, deseos homicidas, ineludible en el
trabajo psicoanalítico, parece haber suscitado aquí mucha confusión en virtud del
equívoco de la palabra “muerte”. El hecho de que en raros casos de melancolía tales
deseos, mediante complicados mecanismos de identificación, etcétera, puedan
derivar hacia el suicidio, no constituye prueba alguna de que surjan de un deseo
primario de autodestrucción de parte del cuerpo; las pruebas clínicas apuntan
claramente en la dirección contraria.20
Es comprensible que Melanie Klein, ignorando totalmente la biología,
no se inquietara ante la idea de un “instinto de muerte” y hallara en ella una
expresión útil para aplicarla al temor del niño por ser dañado, oprimido o
aniquilado. A su vez, ella lo relacionó con el superyó, que constituye en rea-
lidad el mecanismo de defensa más fundamental en tanto representa una
protección contra el potencial destructivo del ello. En este punto, ella inten-
taba además adherirse a la noción freudiana de la formación del superyó
* Jones podría haber añadido a Ernst Simmel quien, en “Self-Preservation and the
Death Instinct” (PQ, 1944, 13, 160-175) explicaba las energías destructivas del hombre como
un instinto de autoconservación relacionado con impulsos orales canibalísticos en los que el
objeto se destruye por incorporación. Su posición se sitúa entre la de Freud y la de Klein.
Jones se refiere al artículo de H. Nunberg “The Sense of Guilt and the Need for
Punishment” 2 (J., 1926, 7, 420-433) y al de Karl Menninger, “Characterologic and
Symptomatic Expression Related to the Anal Phase of Psychosexual Development”
(PQ, 1943, 12, 161-193).
GALLITO DEL LUGAR [211]
mediante la introyección de los objetos edípicos, pero es evidente que le
resultaba cada vez más arduo conciliar tal cosa con sus propias opiniones
sobre la naturaleza de la ansiedad. Consideraba todavía que los omnipotentes
impulsos restitutivos eran el mejor método para apaciguar la ansiedad. El
salto imaginativo al concepto de reparación se mostraría pronto como su
contribución más original y positiva al psicoanálisis.
El 9 de noviembre de 1932 Ernest Jones le escribía para felicitarla por la
publicación de El psicoanálisis de niños:
Querida señora Klein:
Hoy ha aparecido finalmente el libro, acontecimiento trascendental en la
historia del psicoanálisis* y particularmente en pro de nuestra Sociedad, donde
tenemos el orgullo de contarla a usted como honroso miembro. Le escribo
ahora para felicitarla por la conclusión definitiva de lo que reconozco como una
tarea enorme. Veremos ahora sus resultados, que irán expandiéndose durante
muchos, muchos de los años por venir, y probablemente para siempre.
Con la más distinguida consideración le saluda
Ernest Jones21
Respondía Klein:
...No sé si lo hubiera escrito de haber permanecido en Alemania. Tengo en tal
alta estima la colaboración con usted y con muchos de mis colegas ingleses, que me
siento orgullosa de ser miembro del grupo británico, y me hace muy dichosa que
usted me considere un miembro útil de nuestro grupo.
Poco antes de la publicación del libro, Ernest Jones se las había
arreglado para hacer entrar a Schmiedeberg a Inglaterra. Schmiedeberg
organizó una comida en el Hotel Mayfair para celebrar la aparición del libro.
Además de los Schmiedeberg y Klein, entre los invitados-figuraban Erich
Klein, Edward Glover y su señora. Jones y la suya, Joan Riviere y su marido,
y Alix y James Strachey. Glover ideó una bonita tarjeta con el dibujo de un
bebé que estudiaba en su enorme libro y bajo el cual se leía: “En celebración
del primer nacimiento inglés de El psicoanálisis de niños de Melanie Klein,
14 de noviembre de 1932”. Los presentes rubricaban debidamente este certi-
ficado de nacimiento.
El libro era la obra más importante de las publicadas hasta entonces por
un miembro de la Sociedad Británica. En su larga reseña en el International
Journal, Edward Glover subrayaba su importancia:
No dudo en afirmar que en dos cuestiones principales su libro es de importancia
fundamental pan el futuro del psicoanálisis. No sólo contiene un material clínico único,
* Las ventas iniciales apenas superaron las de La interpretación de los sueños. En
1933 se vendieron 198 ejemplares; en 1934, 159, y en 1935,108 .
[212] 1926-1939: LONDRES
reunido a partir de la observación directa y analítica de niños, sino que posee
conclusiones destinadas a influir en el futuro tanto en la teoría como en la práctica del
psicoanálisis. Ciertamente, ya en- una primera lectura puede decirse que, aun cuando
sus opiniones susciten—como indudablemente lo harán— diverso grado de
disentimiento en los círculos analíticos, la discusión sucesiva a la publicación de
libros nos ayudará a elimina muchas divergencias registradas en el movimiento
analítico, las cuales hasta ahora han estado oscurecidas por una interpretación
precipitada de los aspectos difíciles de la teoría clásica. Y esto mismo constituye un
aporte nada despreciable a la ciencia psicoanalítica. 22
Estaba particularmente entusiasmado por la explicación de Klein sobre
el complejo edípico y la formación del superyó. “Una vez más no dudo en
afirmar que supone un hito en la bibliografía analítica que puede
colocarse al mismo nivel que algunas de las contribuciones clásicas del
propio Freud.”23
A menudo, los escritos de Melanie Klein se han considerado ampulo-
sos, y se han comparado, para su detrimento, con la claridad, de Freud; y,
aunque Glover intenta explicar sus ideas con-la mayor claridad posible, la
naturaleza del material señala las profundas diferencias existentes en la
manera de pensar de Freud y de Klein. Sus críticos la califican a menudo de
“intuitiva” más que “científica”, y a veces como “deductiva” más
“inductiva”, pero la diferencia es más compleja de lo que todo eso pudiera
sugerir. Freud tiende a describir un modelo de la psique con estadio de
desarrollo claramente diferenciados, mientras que la concepción que Klein
tiene de la psique es la de un proceso dinámico en la que muchos procesos
emocionales y mentales operan simultáneamente: amor y odio, proyección e
introyección, desdoblamiento, interacción de la fantasía con la realidad. Su
problema no era simplemente poder expresarse con claridad o luchar con una
lengua que no era la suya materna. Si en el agitado yo del niño se expe-
rimentan simultáneamente muchos sentimientos complejos, el resultado es
un confuso mosaico; pero la estructura lineal del lenguaje sólo permite de-
cribir impulsos contradictorios en una secuencia por lo que Glover no podía
reducirlos a simples hechos. Observando niños muy pequeños, Klein había
comprendido que la mente del bebé era una compleja masa de conflictos en
la que la ansiedad era el principal problema por superar; y ésa es la tarea del
analista: hacer que la ansiedad salga a la superficie, ayudar al niño a diferen-
ciar la realidad de la fantasía. En el plano práctico, las interpretaciones “pro-
fundas” inmediatas constituían el único medio para alcanzar, aquella ansie-
dad. :
En general, Glover está de acuerdo con las teorías que, hasta entonces,
habían hecho de Melanie Klein una figura polémica: que la ansiedad proce-
de de la agresión: que la frustración oral suscita un conocimiento incons-
ciente de que los padres disfrutan de un placer mutuo, y que la envidia oral
del niño impulsa a éste a dirigirse al cuerpo dé su madre y, a la vez, activa su
GALLITO DEL LUGAR [213]
curiosidad epistemofílica; y que tanto en el niño como en la niña los impul-
sos de odio dan lugar a la formación de la situación edipica y a la formación
del superyó. Estas fases pueden suponer los puntos de fijación de las psicosis.
El desarrollo del niño depende del éxito de la libido en su lucha con los
impulsos destructivos.
Las objeciones de Glover eran mínimas. Advierte que Klein se ha ajus-
tado demasiado a la idea de Abraham al respecto de un estadio oral pream-
bivalente, y que ya en ese temprano momento el niño emplea diversos artifi-
cios, defensivos. El caracterizaría la formación temprana del superyó como
“yo esencialmente originario”, y, por último, le parecía que, intentando no
apartarse demasiado radicalmente de la teoría clásica, Klein adoptaba dema-
siado rígidamente un “superyó esencialmente paterno”. 24 En general, pues,
Glover estaba de acuerdo con las teorías de Klein; pero el párrafo último era,
cuanto menos, alarmante:
Se advierte que la señora Klein está en favor de un uso más amplio de sus métodos
onuel análisis de adultos. El caso decisivo es, por supuesto, el análisis del psicòtico. Y aun
cuando es probable que a propósito de esta cuestión surjan agudas diferencias de
opinión, cuanto más pronto se haga la prueba, tanto mejor será para los métodos técnicos
Sí general.25
En cuanto a si es posible aplicar a los niños las técnicas habituales para
los adultos: “Dudo de que la comparación de resultados terapéuticos sea el
greco criterio válido. He observado que en casos graves de retraso infantil
logran notables progresos mediante un sistema de cuidadosa influencia
ambietal”.26
Glover era brillante, pero como expositor de las ideas de Klein no era fui
claro como Jones, Riviere o Susan Isaacs: quizá porque ya empezaba a
ponerlas en tela de juicio. Era un aliado poderoso con el que convenía con-
tar. En esa época —y visto retrospectivamente— Glover apoyaba casi abso-
lutamente la obra de Klein. Aparece, sin embargo, esa curiosa afirmación de
que la validez definitiva de sus teorías vendría dada mediante el análisis de
un psicótico. ¿Ya eran ambivalentes los sentimientos de Glover hacia ella?
¿Estaba empujándola hasta un punto en que él sabía que ya no podría podría
seguirla?.
Glover era, después de Jones, el hombre más poderoso de la Sociedad
Británica. Se necesitaba de un hombre fuerte para que fuese el segundo en el
mando después de Jones, a quien, cuando él no estaba, los demás miembros
llamaban “Napoleón”. Glover, nacido en 1888, procedía de una familia de
rígido puritanismo. Su padre, maestro de una escuela rural, adoraba a su hijo
mayor, a quien se consideraba el miembro brillante de la familia, mientras
que Edward era más bien despreciado. Glover se caracterizaba a sí mismo
en su época de escolar como “reacio, rebelde, testarudo y obstinado”, 27 y
[214] 1926-1939: LONDRES
siguió siendo siempre así. Su vida parece haber sido una competición, en la
que superar a James. Ambos se graduaron en medicina en la Universidad de
Glasgow. Edward siguió el consejo de James, que le aconsejó dedicarse a los
problemas psiquiátricos, y marchó a analizarse con Abraham en 1920.
Describe su análisis como “de aprendizaje” más que de formación (dando a
entender con ello que era demasiado “normal” para necesitar analizarse), y
algunas de las sesiones tuvieron lugar bajo los olivares de la Gardone, en la
Riviera, mientras Abraham estaba de vacaciones. Al regresar a Londres se
convirtió en miembro de la Sociedad Psicoanalítica Británica, de la que su
hermano ya era miembro. Cuando su hermano James murió, repentinamen-
te, en 1926, la intensidad de la aflicción de Edward fue evidente; mostraba
signos más característicos de melancolía que de duelo. Solicitó a Jones que
se hiciese cargo de las tareas de su hermano en la Sociedad Británica: un
papel sustitutivo cuyas implicaciones podrían examinarse. Siguiendo los
pasos de su hermano fue secretario científico y después director de investi-
gación en el Instituto, director adjunto de la Clínica de Londres, presidente
de la Comisión Científica, a lo que siguió el influyente puesto de secretario
de la Comisión de Formación de la Asociación Psicoanalítica Internacional.
Cuando Jones lo nombró en ese puesto, en 1934, él le escribió agradecién-
dole: “Siempre ha sido un placer para sí actuar como su28 lugarteniente.
Confío en que haya advertido junto a mí a un leal servidor”. Cáustico, bri-
llante, muy atractivo para las mujeres, sufrió una gran tragedia personal con
el nacimiento de una hija mogólica en 1926. Muchos analistas han comenta-
do su aparente negativa a aceptar jamás que en la niña había algo anormal, y
ella lo acompañaba incluso a los congresos internacionales.
Mientras que El psicoanálisis de niños señaló el apogeo del prestigio de
Klein en la Sociedad Británica antes de la Segunda Guerra Mundial, el libro
sólo sirvió para incrementar la antipatía que por ella sentían sus detractores
Franz Alexander, que había emigrado a Chicago, escribió la resella del libro
en Psychoanalylic Quarterly. La criticaba por haber interpretado errónea-
mente el instinto de29muerte de Freud y por su “exagerado énfasis en el con-
tenido ideacional”. Anna Freud había manifestado “indudablemente” la
importancia del entorno doméstico, pero Klein parecía una artista:
“Habitualmente los artistas no saben cómo crean, aunque sus creaciones
pueden ser buenas. En realidad, cuanto más grande es un artista, tanto menos30
capaz es, quizá de dar cuenta de la naturaleza de su actividad creadora”.
Le resultaba sospechoso que no informara de errores (¿lo hacían Anna
Freud u otros analistas?), estaba convencido de que su enfoque era sugeren-
te, y de que su tono no emocional era el de una “tía amable”. Todo lo que
podía decir en favor de ella era que no eludía las polémicas. A esta reseña
seguía otra, de Gregory Zilboorg, en la que se exaltaba la lucidez de la
Introduction to Psycho-Analysis for Teachers de Anna Freud.31
GALLITO DEL LUGAR [215]
Por 1934 Melanie Klein estaba indignada porque el Internationaler
Psychoanalyscher Verlag no le hubiese enviado el dinero que le debería, aun
habiendo ella pagado todos los gastos de publicación de la edición alemana,
Martín, el hijo de Freud, se había hecho cargo de la dirección del Verlag y,
sin asustarse por el ilustre apellido, le escribió una dura carta de protesta
el 2 de enero de 1934:
En esta ocasión deseo también expresarle cuánto me sorprende que el editor, hasta
donde puedo juzgar, no haga en absoluto promoción de mi libro. Sólo tengo conocimien-
to de esos anuncios insertos en la revista psicoanalítica. Hasta donde puedo recordar, se
incluyó en las revistas un anuncio de mi libro tan sólo poco tiempo antes de su publica-
ción e inmediatamente después de la misma. Aun entonces, mientras se anunciaban otros
libros de psicoanálisis juvenil e infantil, el mío quedaba excluido. Como prueba de tal
omisión, adjunto los anuncios del último número de la Zeitschrift für Psychoanalytische
Pädagogik, donde se anunciaban los libros de Aichhom, Anna Freud, Nelly Wollfheim y
Bernfeld, pero no se mencionaba el mío.
Si comparo la publicidad de mi libro (en la medida en que se ha hecho por este
medio) la publicidad que se hace, por ejemplo, del libro de Anna Freud, no puedo
realmente comprender por qué el editor está ayudándome tan poco. 32
Además, 1932 parecía ser en mucho sentidos el año del triunfo y la rei-
vindicación de Melanie Klein, a lo cual se añadía que Jones se convirtiera
en presidente del Duodécimo Congreso, celebrado en Wiesbaden (la última
vez que se celebró un congreso en Alemania antes de la guerra). Sin embar-
go, fue el año en que todo empezó a fallar en la vida personal de Melanie
Klein. Con la llegada de Walter Schmiedeberg a Inglaterra, Melitta se trasla-
dó de casa dé su madre en Linden Gardens a su propia casa en Gloucester
Place. La pareja organizó una gran fiesta de inauguración a la que invitaron a
todos los miembros de la Sociedad Británica. Los Schmiedeberg y Klein
compraron a medias un Sunbeam de segunda mano al que llamaban
“Sunny”, y los fines de semana solían salir los tres juntos de excursión por
Inglaterra. Pero ésa era una situación que no podía durar indefinidamente.
Melitta le envió a su madre un cheque* para pagarle su parte del coche. En
una carta sin fecha, escrita probablemente a. finales del verano de 1934, la
hija declaraba categóricamente su independencia. Advertía que en los últi-
mos años había permanecido en estado de dependencia neurótica respecto
de su madre, y que tras haber decidido iniciar un análisis con Edward Glover,
su madre, debía enfrentarse, ante la evidencia de que la relación se
modificaría irrevocablemente; y que se podría mantener una situación amis-
* Según Eric Clyne, el acuerdo de divorcio obligaba a Arthur Klein a pagar a
Melanie una asistenta, pero ella se negó a aceptarla. Al parecer, se reservó cierta suma los
niños; probablemente de ahí provenía el dinero que Melitta le envió.
[216] -
1926 1939 : LONDRES
tosa si Klein la reconocía, no como una aprendiz, sino como una colega de
igual a igual. Esperaba que su madre se comprara un coche pequeño, porque
ella y Walter consideraban que la propiedad en común limitaba su libertad.
Espero, asimismo, que me permitas darte un consejo. No des tanta importancia a que yo
sea muy diferente de ti. Te dije hace ya años que nada causa en mí una reacción peor que
el intento de forzar mis sentimientos. Es la mejor manera de matarlos por completo.
Desafortunadamente, tienes una tendencia excesiva a hacer que tu forma de ver, de sentir
tus intereses, tus amigos, etcétera, sean los míos, líe crecido y debo ser independiente;
tengo mi propia vida;’ mi maridó; se me debe permitir tener intereses, amigos, sentimien-
tos y pensamientos diferentes de los tuyos y aun contrarios a ellos. No creo que la rela-
ción con su madre, aunque sea buena, debe ser el centro de la vida de una mujer adulta.
Espero que no tengas la esperanza de que el análisis me haga adoptar hacia ti una actitud
similar a la que he tenido hasta hace algunos años.
Esa fue una relación de dependencia neurótica. Puedo, por cierto, con tu ayuda, mantener
contigo una relación buena y amistosa, si me permites disponer de suficiente libertad,
independencia y diferencia, y si intentas ser menos susceptible en muchas cosas.
Además, no olvides que debido a que Compartimos la misma profesión, se crea una situa-
ción difícil; ello podría muy ciertamente resolverse si me tratas como a otro colega y me
permites la misma libertad para pensar y para expresar mi opinión que concedes a los
otros.
Con amor, tu
Melitta33
En una primera lectura, estas líneas pueden parecer muy severas; pero
acaso la severidad era para Melitta el único modo de expresar con suficiente,
energía lo que se proponía. La había analizado Ella Sharpe, pero había deci-
dido pasar a Glover: un acto en sí mismo significativo. Glover debió tener
conocimiento de la carta; en realidad, debió ayudar a Melitta a redactarla,
como se sabe que hizo en el caso de otras que ella escribió.
A finales de 1933 era evidente para otros miembros de la Sociedad que
Glover y su analizanda habían unido fuerzas en lo que cada vez parecía más
una campaña para obstaculizar y desacreditar a Melanie Klein. “Edward
Glover y34 yo habíamos acordado aliamos para luchar”, escribió más tarde
Melitta. Reunión tras reunión, Glover y Melitta comenzaron a atacar a
Klein abiertamente, hasta el punto que incluso hoy los miembros de la
Sociedad Británica continúan preguntándose los motivos de esa súbita vio-
lencia. Como los ataques coincidían can el análisis, es indiscutible que tení-
an que ver con el material que emergía durante el mismo o con la transferen-
cia y la contratransferencia.
El mundo de Melanie Klein estaba cambiando. El 22 de mayo de 1933
murió Ferenczi, su primer mentor.* La precaria situación de los analistas

* El único congreso ti que Klein no asistió fue ti de Wiesbaden de 1932. En él pre-


sentó Ferenczi su polémico artículo “The Confusión of Tongues” el cual habría provoca-
GALLITO DEL LUGAR [217]
judíos bajo el régimen nazi era objeto de continua discusión en las reuniones
de la Sociedad Británica. Jones informó que los doctores Maas, Haas, Coen,
Fuchs y Jakobson —un grupo muy poco favorable a las ideas de Klein—
probablemente se establecerían en Inglaterra. Entre los que llegaron tras el
incendio del Reichstag en 1933 se encontraba Paula Heimann, quien
desempeñaría un importante papel en la vida de Klein. La viuda de
Abraham llegó en situación precaria y abrió una pensión en Hampstead. La
situación era difícil también para los analistas ingleses porque se temía que no
hubiese suficiente trabajo para todos. Max Eitingon dejó repentinamente
Berlín para establecerse en Palestina. Y el primer amor de Klein, Kloetzel,
que en vano buscó trabajo en Inglaterra, no tuvo más remedio que emigrar a
Palestina en 1933, donde más tarde pasó a ser redactor de artículos del
Jurusalem Post, principal diario en lengua inglesa del país. Melanie Klein
nunca volvería a verlo.
Ese mismo año Klein se mudó de la maisonette de Linden Gardens a
una valiosa casa, situada en Clifton Hill 42, en St. John’s Wood. Las umbrí-
as y tranquilas calles suponían una gran mejora en relación con el sector de
Notting Hill, donde pululaban las prostitutas. Consciente del cambio de
posición, Klein solicitó a Ernst, el hijo arquitecto de Freud, el primer encar-
go que tuvo en Inglaterra: la decoración del interior de la casa. Fue una
decoración en la que dominaban las líneas de la Bauhaus, muy bonita en su
estilo, aunque a algunos les parecía inadecuada para una casa cuya arquitec-
tura correspondía al período de la Regencia. A comienzos de 1939, el escul-
tor Oscar Nemon esculpió en el jardín de esta casa un busto de Melanie
Klein del doble del tamaño del modelo, cano era costumbre de aquel artis-
ta. Nemon había hecho ya bustos de Freud y de Jones, y Klein manifestó la
misma sorpresa que había expresado Ernest Jones al verse frente a una ima-
gen agrandada de sí mismo. “Mi impresión”, recuerda el escultor, “era que
Melanie Klein tenía una notoria tendencia a la pomposidad y que fácilmente
incurría en el fariseísmo. Acaso se percibían esas características en mi obra y
por ello le causó cierto desagrado”.35 Klein aborrecía aquella cabeza, que
escondió en el desván durante algunos años antes de destruirla.
Aparte de la polémica sobre el análisis de niños, la discusión acerca de
la formación médica continuó ocupando a los analistas tanto a nivel nacio-
nal como internacional. Los estadounidenses insistían en que sólo los médi-
cos podían ejercer el psicoanálisis. En 1926 Freud publicó “La cuestión del

do un enfrentamiento, pues era contrario a todo lo que ella creía. Klein sabía también que
fue Ferenczi había invitado a Anna Freud a Budapest en 1930 para que diese conferen-
cias, y que en la Circular del 30 de noviembre de 1930 había comentado públicamente:
“Sin negar en principio la importancia de la valentía con que M. Klein ha abordado estos
problemas (los del análisis de niños), las observaciones de nuestro grupo apoyan en genera
la concepción vienesa”.
[218] 1926-1939: LONDRES
análisis hecho por legos”, trabajo escrito en defensa de Theodor Reik, a quien
en Viena se perseguía por curanderismo. El tema tenía para Freud cierta
importancia personal: estaba la cuestión de la situación profesional tanto de
Anna como de Mane Bonaparte, quien, según esperaba Freud, con sus
relaciones y riqueza lograría que el psicoanálisis se asentase firmemente en
Francia.
En 1927 se realizó una encuesta entre los miembros de la Sociedad
Británica, la cual acordó que debía “instarse” a los candidatos que no fueran
médicos “a obtener la licenciatura de médicos, pero que no se los debía
excluir por la sola razón de que no la obtuviesen”. No obstante, los psicoa-
nalistas que no fuesen médicos debían admitir que los colegas que lo fuesen
entrevistaran a los pacientes y asumieran la responsabilidad médica antes de
que se iniciara el tratamiento.
En 1926, debido a las quejas provocadas porque muchos curanderos se
hacían pasar por psicoanalistas, la Asociación Médica Británica nombró una
subcomisión para que llevase a cabo una investigación sobre el particular. Se
designó a Ernest Jones miembro de aquella comisión, y gracias a sus per-
suasivas argumentaciones, el cuerpo estableció que sólo quienes se formasen
de acuerdo con los métodos de Freud en el Instituto de Psicoanálisis tendrían
derecho a llamarse psicoanalistas. El reconocimiento de la respetable
posición del psicoanálisis fue un gran logro para Jones. La Sociedad Vienesa,
sin embargo, estaba sometida a las reglamentaciones más humillantes por
parte de las autoridades médicas: y se amenazaba con la clausura de la clínica,
que se ocupaba únicamente de necesitados, si en su trabajo colaboraban
legos. Ello significaba que, de hecho, a Anna Freud se le impedía llevar a
cabo sus actividades, aun cuando daba conferencias sobre análisis infantil en
el Instituto y era también vicepresidente de la Sociedad.
El trabajo en el ámbito del análisis de niños continuó expandiéndose en
Inglaterra bajo la dirección de Melanie Klein, Melitta Schmiedeberg, Nina
Searl y, más tarde, D.W. Winnicott. El 7 de julio de 1930 la Comisión de
Formación estableció ciertas condiciones:
1. El análisis personal y otros estadios de la formación deben ser los mismos para
los analistas de niños y para los demás analistas.
2. El primer estadio de análisis controlado debe consistir en el análisis de dos
adultos bajo control durante, por lo menos, un año.
3. Después de los controles de adultos, el candidato debe emprender el análisis de
control de niños de la siguiente forma; tres casos; uno de adolescencia, uno del período de
prevalencia y uno del período de latencia. El período mínimo de esta fase ha de ser de un
año.
Las actas del 4 de julio de 1930 registran que “La señora Klein trae a
colación la cuestión de las condiciones para los candidatos que aspiren a la
formación en análisis de niños: recomienda que en el próximo Congreso se
GALLITO DEL LUGAR [219]
acentúe la necesidad de que todos los candidatos se ajusten a las pautas del
análisis de adultos y pasen por la formación en análisis de adultos antes de
hacerse cargo del análisis de niños”. ¿Era ése el modo de averiguar si Anna
Freud realmente se había sometido a un análisis de formación? Melanie
Klein tenía el respaldo oficial de la Sociedad Británica, mientras que los
analistas continentales apoyaban firmemente a Anna Freud. En el
Duodécimo Congreso Internacional celebrado en Wiesbaden en septiembre
1932, una subcomisión de la Comisión Internacional de Formación
comunicaba que “no se han discutido las cuestiones de la formación de ana-
listas, infantiles, las consignas para los pedagogos y las conferencias para el
público general o para algún grupo en especial. Parecieran hallarse fuera del
ámbito de sus intereses y estar también parcialmente sujetas aún a opiniones
diversas para que resulte por ahora oportuno establecer normas internacio-
nales que las regulen”. Ello podría ser un intento de evitarle molestias a
Anna Freud.
Jones se pronunció otra vez con firmeza por Melanie Klein en la
comunicación que presentó en el congreso, que era en realidad un respaldo
a El psicoanálisis de niños. “The Phallic Phase” era una declaración de su
divergencia respecto de Freud aún más notoria que su anterior trabajo,
“Early Development of Female Sexuality”, expuesto en el Congreso de
Innsbruck de 1927, donde afirmaba audazmente que “existe la creciente y
sana sospecha de que los analistas varones han acostumbrado a adoptar una
indebida concepción falocéntrica de los problemas en cuestión, subes-36
timándose en consecuencia la importancia de los órganos femeninos”.
Los análisis de Klein confirmaban la observación de que había entre los
estadios oral y edípico más transiciones directas que las que anteriormente se
habían reconocido; en este trabajo introducía además el concepto de
“afánisis”, temor caracterizado por “la extinción total y, por supuesto, per-
manente,37 de la capacidad (incluyendo en ello la oportunidad) de placer
sexual”. Esto correspondía a aquella situación descrita por Klein en la que
la niña teme que su madre la despoje de sus capacidades sexuales y
maternales.
En su artículo de 1931, “Sexualidad femenina”, Freud rechazaba la
sugerencia de Jones de que “la fase fálica represente la solución secundaria
de un conflicto psíquico, de38 naturaleza defensiva, antes que un simple y
directo proceso evolutivo”. Jones declara entonces que tiene otras dudas
que se había abstenido de expresar. De acuerdo con la teoría psicoanalítica
generalmente admitida, el temor a la castración es común a los dos sexos
—y las experiencias clínicas lo atestiguan— pero “la interpretación de los
hechos es, por supuesto, una cuestión diferente y nada fácil”. 39 La con-
cepción ortodoxa dice que el complejo de castración despierta la relación
edípica del niño y fortalece la de la niña. Jones cree no poder acordar con
Freud que la fase fálica alcance su apogeo a la edad de cuatro años. ¿Y
[220] 1926-1939: LONDRES

cómo se entienden los casos en los que el varón continúa obsesionado por su
pene? Jones alude a El análisis de niños, donde se sostiene que “la exagera-
ción narcisística del falicismo... se debe a la40 necesidad de luchar contra un
cúmulo especialmente grande de ansiedad”. Jones está dispuesto a conce-
der a Klein que en el niño la sensibilidad al peligro surge en una etapa nota-
blemente temprana, con el conocimiento inconsciente que él posee de la
existencia de la vulva, su deseo de penetrar en ella y el terror que experi-
menta ante las consecuencias sobrevinientes. Jones cree que Melanie Klein
proporciona la explicación de ese hecho (“Estadios tempranos del conflicto
edípico”), a saber, que el temor del niño deriva de sus impulsos sádicos con-
tra el cuerpo, con independencia de toda consideración de su padre o su pene,
aunque, ciertamente, este último aviva su sadismo.
Jones admite que es arduo comprender cómo el niño (en el plano de la
apariencias) efectúa la transición del pezón al pene; pero no tiene dudas sobre
la actitud ambivalente del niño hacia el pezón ni sobre la fantasía o la
aniquilación oral en el niño durante el conflicto edípico. Coincide con Klein,
efectivamente, en cuanto a que el niño; en el proceso del desarrollo masculi-
no, pasa por un estadio femenino básicamente oral. “En la imaginación del
niño, la idea de los genitales de su madre se mantiene durante tanto tiempo
inseparablemente unida a la idea del pene de su padre en el interior de ellos;
que nos centraríamos en una perspectiva falsa si limitáramos nuestra aten-
ción a la relación con su padre ‘externo’ real; ésa es quizá la verdadera dife-
rencia entre el41estadio preedípico de Freud y el complejo de Edipo propia-
mente dicho.” En opinión de Jones, la fase fálica es “un obstáculo neuróti-
co para el 42desarrollo, no un estadio natural de la evolución de ese
desarrollo”.
Hay dos concepciones dominantes sobre la sexualidad de la niña: la de
que es impulsada a la femineidad por su incapacidad de ser varón, y la de
que es mujer desde el comienzo. Jones disiente cíe Freud y coincide con las
observaciones de los analistas ingleses de niños, según las cuales desde un
estadio muy temprano la niña tiene la idea definida de que el pene se deri-
va del padre, pero se incorpora a la madre, noción que fundamenta su fan-
tasía acerca del coito. Ajustándose a la posición de Klein en El psicoaná-
lisis de niños, Jones explica que, a partir de la frustración oral, la niña con-
cibe un objeto más placentero, a saber, el pene. Si el pene está en el inte-
rior de la madre, ello debe ocurrir en el supuesto acto de fellatio entre los
padres; y, como sugiere Klein, el deseo que la niña tiene de poseer un pene se
relaciona con su deseo de gozar de una posesión valiosa contenida dentro
de su madre, más que de poseer realmente uno. La madre está negándole
algo a la niña —y el destete intensifica su envidia—, pero en esta pugna la
niña es inevitablemente la perdedora. En Sexualidad femenina (1931) Freud
había sustentado que “sólo en el niño varón hallamos la fatal combina-
ción del amor hacia uno de los padres y el simultáneo odio hacia el otro
G ALLITO DEL L UGAR [221]
tanto que rival”.43 Klein y Jones se manifiestan como plus royale que le
roi.*
Ambos entienden que la envidia de la niña se dirige exclusivamente
contra la madre. Aparentemente, la madre amamanta al padre; y, en su fan-
tasía, la pareja se procura una increíble satisfacción mutua. Si la niña se
siente indefensa por no tener pene, ello es así porque lo considera también
un arma destructiva. Tales complejos sentimientos conducen al temor a la
venganza; y Jones subraya que “parece difícil sobreestimar la profundidad y
la intensidad del temor en los niños pequeños”.44 Jones comparte el escepti-
cismo de Klein respecto de la concepción del desarrollo sexual sostenida
por Freud, el cual ignora la culpa y el temor que el niño debe superar.
Tres mujeres analistas habían expresado otras tantas opiniones, total-
menté diferentes, acerca del papel de la niña en el complejo de Edipo.
Helene Deutsch se habían ajustado a una línea estrictamente freudiana: “Mi
opinión es que el complejo de Edipo se inicia en las niñas con el complejo de
castración.”45 Karen Horney habla de “esos motivos típicos para refugiar-
se en el46rol masculino: motivos cuyo origen se encuentra en el complejo de
Edipo”. Melanie Klein, en cambio, afirma que “en mi opinión, la defensa
de la niña contra su actitud femenina no47surge tanto de sus tendencias mas-
culinas cuanto del temor a su madre”. En este caso, la madre se siente
ofendida por haber obstaculizado las verdaderas necesidades femeninas de
la niña y porque amenaza con destruirla si persiste en ella. No es extraño
que se estremezca ante el pensamiento de una unión con su padre. Jones
reconoce que esta explicación de la fase deuterofálica, la envidia del pene,
que él vislumbró en el Congreso de Innsbruck, la había anunciado por vez
primera Karen Horney, y que Melanie Klein la había desarrollado más deta-
lladamente en El psicoanálisis de niños. Esa envidia del pene es la defensa
fundamental que una niña puede manifestar porque, al negar su femineidad,
cree protegerse tanto de un ataque de su madre como de un ataque del peli-
groso pene del varón. El proceso, si avanza suficientemente, puede desem-
peñar un papel fundamental en la formación del lesbianismo. Jones respalda
completamente la opinión de Melanie Klein al respecto de que el odio de la
niña no es resentimiento por estar privada de un pene, como Freud había
sostenido, sino esencialmente por la rivalidad con el pene del padre.
Finalmente, Jones observaba que en la etapa deuterofálica, la renuncia
experimentada tanto por el niño como por la niña consiste en una misma
ansiedad por proteger sus respectivos órganos sexuales. La ignorancia relati-
va a los órganos reproductores puede obrar en un nivel consciente, pero

*En su obra acerca de la vida de Freud dice Jones: “No estuve totalmente de acuer-
do con algunas de estas conclusiones, lo cual provocó una extensa discusión entre Freud y
yo, tanto en nuestra correspondencia como en nuestras publicaciones. Varias de las
cuestiones en disputa no han sido aún satisfactoriamente resueltas”. (III pág. 263)
[222] 1926-1939; Londres
¿como desestimar la importancia de lo que ocurre en el inconsciente? En
conclusión, Jones rinde tributo a Freud, si bien da a entender que Freud no
advierte las implicaciones que posee su gran descubrimiento en relación con
las niñas.
Creemos haber certificado las razones que existen para reconocer más que nunca
el valor de lo que acaso ha sido el más grande descubrimiento de Freud: el complejo
Edipo. No hay motivos para poner en duda que para las niñas, no menos que para los niños,
la situación edípica, en48 su realidad y en su fantasía, es el acontecimiento psíquico más
irrevocable de la vida.
Lo mismo que Huxley en relación con Darwin, Jones siguió actuando
como perro guardián de Melanie Klein; y es fácil comprender la consterna-
ción de Freud ante la “Escuela Inglesa” cuando, número tras número el
International Journal of Psycko-Analysis aparecía colmado de artículos
de Riviere, Isaacs, Searl y Sharpe, todos los cuales apoyaban las posiciones
teóricas de Ernest Jones y Melanie Klein sobre la etiología de la ansiedad
y la naturaleza de la sexualidad femenina. Incluso James Strachey, analizando
y traductor inglés de Freud, consideraba que el impulso epistemofílico del
lector omnívoro se correspondía con el acento que Klein otorgaba a los
impulsos sádicos incorporativos y con los comienzos del desarrollo intelec-
tual. En “Some Unconscious Factors in Reading” (1930) señala:
La base sadicooral que me he esforzado por rastrear en la lectura, sería sencillamen-
te una continuación y una derivación del proceso que ella ha descrito. Pero hay un parale-
lismo aún más completo, que es posible perseguir muy detalladamente entre los deseo"
inconscientes que he atribuido a las personas que leen libros y las fantasías que Melanie
Klein ha descubierto en los niños durante las fases sadicooral y sadicoanal: fantasías
infantiles de penetrar en la madre, ensuciarla, devastarla interiormente y devorar sus con-
tenidos, entre ellos el pene del padre y también bebés y heces. 49
A pesar de este apoyo, se empezaba a atacar a Melanie Klein no sólo
por sus teorías sino también por la aplicación que hacía de las mismas. A
Strachey no le agradaba la polémica, pero se vio obligado a responder a las
críticas que Glover y Schmiedeberg dirigían a la técnica de Klein* y a las
cuestiones subyacentes tras un cuestionario que Glover estaba haciendo cir-
cular entre los miembros de la Sociedad acerca del problema de la técnica.
Entre 1932 y 1933 Glover, ayudado por Marjorie Brierley, realizó una inves-
tigación sobre las diversas técnicas empleadas por los miembros de la

*Strachey criticaba concretamente la comunicación de Melitta Schmiedeberg


Reassurance as a Means of Analytic Technique", expuesta ante la Sociedad el 17
de febrero de 1934, y el artículo de Glover “The Therapeutic Effect of Inexact
Interpretation” (J., 1931, 12,397-411).
G ALLITO DEL L UGAR [223]
Sociedad Británica, con la oculta intención de poner en tela de juicio los
métodos de Klein. Como no se publicó hasta 1940 debemos postergar hasta
el momento oportuno la discusión de sus consecuencias. No obstante , si
bien cuestionario puede parecer una forma “objetiva" de reunir informa-
ción, las conclusiones tendenciosas que Glover extrajo de éste ponen clara-
mente de manifiesto su intención: deliberadamente se había propuesto mos-
trar que el número de analistas que apoyaban la técnica de Klein era mucho
menor que el que generalmente se suponía. Ante todo, procuró restar apoyo
a la afirmación de. Klein de que las técnicas para adultos también podían
aplicarse a los niños, y que se debe intentar inmediatamente poner al descu-
bierto los niveles más profundos de la psique. “Ella se dirigía precipitada-
mente a lo demasiado profundo” me dijo Marjorie Bierley.
En un artículo clásico del psicoanálisis. “The Nature of the Therapeutic
Action of Psycho-Analysis”. Strachey aduce su conocimiento de las ideas
de Freud para apoyar su tesis de que Freud no alcanzó a captar los niveles
más profundos de la ansiedad. La transferencia, un descubrimiento de
Freud, consideraba un fenómeno libidinal. Ciertos párrafos de
Psicología de las masas (1921) sugieren que Freud empezaba a advertir
que el analista puede influir en su paciente mediante su superyó. Adoptando
idea, Strachey hace explícitas sus implicaciones en términos de cura:
Si, por ejemplo, se pudiese conseguir que el paciente temiese menos a su superyó o
a su objeto introyectado, proyectaría imagos menos terribles en el objeto externo y ten-
dría por tanto menos necesidad de sentir hostilidad hacia él; a su vez, el objeto que él
introyectó, sería menos brutal en su presión sobre los impulsos del ello, el cual podría
perder algo de su ferocidad primitiva. En pocas palabras: se instituiría un círculo benig-
no en lugar de un círculo vicioso; en última instancia, el desarrollo libidinal del paciente se
produciría en el nivel genital cuando, como en el caso del adulto normal, su superyó se
torne relativamente moderado y su yo tenga un contacto relativamente no distorsionado
con la realidad50
Strachey propone una interpretación “mutativa” mediante la cual el
analista, actuando como superyó auxiliar, haga ver al paciente la diferencia
que existe entre “el objeto de la fantasía arcaica y el objeto externo real”.51 No
es posible lograrlo repentinamente, sino a través de interpretaciones gra-
duales y profundas, como Melanie Klein había mostrado en El psicoanáli-
sis de niños. Debe orientarse hacia lo que Klein caracterizaba como “punto
de hurgencia”,52 momento advertido por un analista que posee excepcional
capacidad 53de captación; la interpretación “mutativa” debe ser “detallada y
concreta”.
En la discusión que siguió a la comunicación de Strachey, Klein subra-
*Primero se leyó ante la Sociedad Británica, en. junio de 1933, y apareció con
ampliaciones en J., 1934,15, 127-159.
[224] 1926-1939: Londres
yó que la interpretación mutativa incluye el análisis del yo, el superyó y el
ello, en caso de ser realmente completa. Riviere apoyó esta idea, destacando
que la actitud hacia el analista debe ser el núcleo de toda situación analítica
Ernest Jones se manifestó, en cambio, escéptico en cuanto a que los impul-
sos del ello que emergen estén siempre dirigidos al analista, y sugería que
las interpretaciones no basadas en la transferencia también debieran ser
mutativas. Glover sencillamente no podía aceptar el lugar central que se
otorgaba a la transferencia y observaba la dificultad terminológica que con-
llevaba la palabra “profundidad”. Se trataba de un concepto topográfico,
pero también podía tener connotaciones dinámicas. Sostenía que alrededor de
1933 vio que un grupo, cuyos miembros empezaban a definirse como
“kleinianos”, intentaba “adjudicarse el uso de la palabra ‘profundo’ dando a
entender con ello que otros tipos de interpretación eran a la vez superficiales
y terapéuticamente ineficaces”. “Es obvio —concluía incisivamente—que el
adjudicarse derechos de propiedad, por eficaz que pueda resultar como
procedimiento político, se opone a cualquier criterio de objetividad. Puede
intimidar al oponente, pero no elimina- su punto de vista.”54 Ese era el
comienzo de una polémica cuestión que reaparecería en las controversias
que tuvieron lugar de 1942 a 1944. No obstante, el 18 de septiembre de
1933 Jones escribía a Freud: “La Sociedad Británica sigue siendo uno de los
puntos luminosos en el horizonte y no creo que Brill exagere al afirmar, en
una carta reciente, que es ‘el verdadero bastión del movimiento psicoanalíti-
co’. Hemos contrarrestado aun la más leve tendencia a la formación de
camarillas y trabajamos juntos muy armónicamente”.
La “escuela inglesa” comenzaba a definirse claramente como “escuela
kleiniana”. Los miembros freudianos iniciales de la Sociedad, Stoddart,
Fluegel y Bryan, participaron cada vez menos en la misma. Pero había
detractores más explícitos. Desde el principio, Barbara Low no había oculta-
do su hostilidad y Marjorie Brierley mantenía gran distancia respecto del
grupo que parecía establecer un vínculo de adhesión con Melanie Klein.
Entre los partidarios de Klein, Susan Isaacs, analizada inicialmente por
Rank, era analizada ahora por Joan Riviere, quien a su vez había empezado a
analizar a Winnicott. Nina Searl parecía ser enteramente fiel: un alter ego.
Jones, como presidente, procuraba mantener una posición políticamente
independiente, pero Glover y los suyos lo miraban con sospecha puesto que
Klein había analizado a su esposa y a sus dos hijos, y sus opiniones parecían
coincidir totalmente con las de ella.
Evidentemente, Freud no deseaba enfrentarse con Melanie Klein en sus
escritos públicos. En la correspondencia privada con Jones expresa su insa-
tisfacción hacia él y su molesta colega. La posición de Jones es comprensi-
ble. Desde el comienzo, Freud había sospechado de él; y tras los distintos
escándalos con los que había estado involucrado, le habría resultado difícil
establecer en Inglaterra un consultorio médico convencional. El psicanáli-
G ALLITO DEL L UGAR [225]
sis, parecía sospechar Freud, ofrecía una alternativa; e inconscientemente
Jones pudo aferrarse al psicoanálisis de Melanie Klein, que no se centraba
básicamente en el elemento libidinal, como a su salvación. Pero ¿qué haría
Freud con Joan Riviere, una mujer sumamente inteligente que había sido su
propia analizanda? En sus cartas, Freud fue concentrando progresivamente
toda su indignación y su frustración en la figura de Joan Riviere.*
Joan Riviere era una de las inteligencias más brillantes e incisivas del
grupo inglés. Sobrina del gran filólogo clásico A.M. Verrall, se movía con
soltura en el mundo de la intelectualidad inglesa de la clase media alta,
Pertenecía a esa tradición de aficionado talentoso que seguía sus intereses
con el aparente desapego que encubre una pasión real. Su educación fue tan
irregular como la de cualquier otra joven de su clase nacida en 1883. A los
diecisiete años se la envió a Alemania, donde aprendió perfectamente la len-
gua de ese país. Se casó con un abogado, Evelyn Riviere. Strachey pensaba
que ella debió iniciar su interés por Freud a través de la Sociedad de
Investigación Psicológica (como ocurrió en su primer caso) tras haber leído
un artículo con el que Freud colaboró en las Actas de aquella Sociedad.**
Sean como fuere, en 1916 empezó su análisis con Ernest Jones y se convirtió
en la primera analista no médica de Inglaterra. Inició la traducción de las
obras de Freud, especialmente de las Lecciones introductorias, por lo que
su importancia en la introducción de Freud en el mundo de habla inglesa no
puede exagerarse, sobre todo tras su designación como directora de traduc-
ciones del International Journal of Psycho-Analysis. Como dice
Strachey, “tenía tres dotes valiosísimas: un perfecto conocimiento del
alemán, un elevado estilo literario y una penetrante inteligencia”. En 1922
marchó a Viena para que Freud la analizase. Hasta 1925 fue la responsable
principal de la traducción de los cuatro volúmenes de ensayos, tarea en la que
los Strachey colaboraron ocupándose de las historias de casos. Después de
esa fecha pasó a ser directora general de la edición de las obras completas
(Riviere tradujo El yo el ello y El malestar en la cultura) pero continuó
como directora de traducción del Journal hasta 1937.***
* Había, al parecer, algo más que eso. En una carta del 14 de febrero de 1954 dirigi-
da ( Jones, Anna Freud, en respuesta a un comentario de aquél manifestando que Riviere
había sido una de las mujeres que había habido en la vida de Freud, admite que ella,
cuando estaba en Viena, había despertado sus celos (archivos de Jones). Jones
menospreciaba constantemente a Riviere ante Freud deseando demostrar que era una
mujer histérica. ¿Por qué? Porque indudablemente Riviere (en su análisis con Freud) le
había contado a éste de su anterior relación con Jones.
** Se refiere a Note on the Unconcious in Psycho-Analysis (1912).
*** Cuando Freud formulaba alguna queja respecto del Journal, Jones intentaba eludir
las responsabilidades adjudicándoselas a Riviere, según lo indica su afirmación de que ella se
negaba categóricamente a publicar artículos de autores estadounidense. Ello era sumamente
tendencioso por su parte, pues él era totalmente responsable de las decisiones editoriales.
[226] 1926-1939: LONDRES

Joan Riviere y Melanie Klein se conocieron intelectualmente en el


Congreso de Salzburgo de 1924, si bien ya se habían conocido formalmente
el Congreso de La Haya de 1920. Riviere empezó a asimilar las ideas de
Klein durante el verano siguiente, en Endelberg, donde ambas pasaron sus
vacaciones tras el Congreso de Bad Homburg. Su hija, Diana Riviere,
recuerda a Klein como una persona que estaba siempre en un estado de
ensoñación, ocupada tan permanentemente en sus pensamientos que durante
los paseos parecía hallarse a kilómetros de distancia. Si se le dirigía la pala-
bra, reaccionaba como si la hubieran arrancado de un estado de trance. En
una fotografía de las dos mujeres tomada en el Congreso de Innsbruck de
1927, Klein aparecía como un “fardo desaliñado”, recuerda Diana Riviere en
contraste con la sencilla elegancia de su madre. Hasta a un niño le par**
Klein “muy poco sofisticada”.
Era muy improbable que dos temperamentos tan diferentes, que proce-
dían de mundos tan distintos, fueran compatibles; pero Riviere reconoció
que Klein tenía le feu sacré. Melanie Klein sentía un ligero temor a la
señora Riviere al llegar por primera vez a Inglaterra y preguntarle cuestiones
tales como a qué consideraría ella un discurso epistolar aceptable. Por más
que Riviere admiraba a Freud, pertenecía a una clase social a la que nadie
jamás había intimidado y, en 1936 en Viena, se hizo cargo de su tarea de
conferenciante invitado con todo el aplomo del mundo. Creía que tras su
principal operación de cáncer en 1924, la vida creativa de Freud había
llegado a su fin. Aunque después Freud objetó las teorías de Riviere sobre el
inconsciente, había sido él quien primero le indicó que explicitara las
implicaciones de dicha noción.
Un día, durante mi análisis él formuló una interpretación a la que yo respondí con
una objeción. Entonces me dijo: “Es ín-consciente”. Me sentí entonces anonadada al
advertir que no sabía nada de eso: -no sabía nada de eso. En ese instante hizo que descu-
briera ese poderoso inconsciente que se halla en nuestra mente y del que nada sabemos,
aunque sin embargo nos empuja y nos gobierna.
Nunca he olvidado su advertencia al respecto del significado de inconsciente.55
El le había hecho comprender lo que es el inconsciente, pero no estaba
dispuesto a aceptar sus consecuencias, según manifestarían suficientemente
las futuras relaciones entre ambos. Ella56 tenía la seguridad de que él podía ser
“colérico, rencoroso e implacable”. Nunca le perdonó su adhesión a
Melanie Klein, su contribución al Simposio de análisis infantil y sus trabajos
posteriores de orientación kleiniana, que deben haberle parecido especial-
mente ofensivos después de haberla analizado. Además de la disputa entre
Melanie y Anna, le decía Freud a Jones el 9 de octubre de 1927: “Más
lamentables que esas tormentas en un vaso de agua son las afirmaciones teó-
ricas de la señora Riviere, sobre todo cuando siempre he tenido muy alta
G ALLITO DEL L UGAR [227]
opinión de su inteligencia.57En este sentido debo reprocharle a usted haber
sido demasiado tolerante”. ¿Cómo podía Jones darle oportunidad de difun-
dir ampliamente “ideas fundamentales tan erróneas y equívocas”?
Jones la defendía, pero —y ello es característico— no de la forma más
valiente. Algunos años más tarde, al discutir ambos sobre Joan Riviere, tam-
bién discutían en realidad tácitamente sobre Melanie Klein. “Ella
(Riviere) insiste”, decía Jones, “en que la imagen inconsciente que el niño
tiene de los padres, y ante la cual reacciona de múltiples maneras dista de ser
una foto- grafía de ellos, sino que se halla enteramente coloreada con
aportaciones totalmente individuales procedentes de los instintos
constitutivos del propio niño; por ejemplo, la idea del padre puede ser
mucho más sádica de lo que en realidad es, etcétera, etcétera”*. Esto le
suena a Jones como una teoría psicoanalítica perfectamente correcta,
aunque “le dije que estaba cometiendo un error al limitarse a lo que se
podría considerar la mitad fantástica de la imagen”. El que Freud tienda a esa
extraña ficción de atacar a Riviere e ignorar a Klein, ofrece un interesante
tema de especulación.
Freud comenzó a caracterizar la postura de Riviere como herética:
“Tiene una molesta similitud con la de Jung y, al igual que la concepción de
éste, representa un paso de importancia que se dirige a convertir el análisis
en irreal e impersonal”. No podía aceptar su versión de la culpa como defen-
sa contra impulsos internos tales como los deseos canibalísticos. Impasible a
las críticas de Freud, quien se aseguraba de que le llegaban por medio de
Jones, Riviere continuó publicando artículos que se oponían a las ideas de
aquel.
Tras ocupar la presidencia de la Asociación Internacional, Jones pensó
que era posible evitar una ruptura entre Londres y Viena organizando un
intercambio de conferenciantes. Debido en parte a ello, se dirigió a Viena en
Pascuas durante la Semana Santa de 1935 para discutir la idea con el vice-
presidente, Paul Federn. En su biografía de Freud dice Jones:
Mis propias diferencias consistían parcialmente en una duda sobre la teoría de
Freud acerca del “instinto de muerte'* y, por otro lado, en una concepción algo diferente
del estadio fálico del desarrollo, especialmente en el caso de la mujer. Leí, pues, un tra-
bajo al respecto de este último tema ante la Sociedad de. Viena el 24 de abril de 1935.
Freud nunca estuvo de acuerdo con mis opiniones, y acaso eran erróneas; no creo que la
cuestión haya sido dilucidada todavía. Mas inquietantes fueron las opiniones que
Melanie Klein había estado exponiendo en contraposición con las de Anna Freud, y no
siempre con delicadeza. En una prolongada discusión con Freud defendí la obra de
Melanie Klein, aunque no cabía esperar que, en momentos en que él dependía tanto de la
atención y del afecto de su hija, tuviera la mente muy receptiva respecto del tema. 58
Jones escribió este párrafo como biógrafo oficial de Freud. Se expresa
artificial y perifrásticamente. Se ha adherido casi totalmente a las ideas de
Klein pero, al decir que se oponía al instinto de muerte de Freud, se abstiene
[228] 1926-1939: Londres
cautelosamente de añadir que no rechaza La interpretación que Klein hace de
él. Insinúa asimismo que Freud, viejo, enfermo y del todo dependiente de
Anna, difícilmente podía mantener una actitud imparcial. De todos modos,
es comprensible que otra generación de analistas, en especial estadouniden-
ses, manifieste su asombro al escuchar que Jones era un "kleiniano” temero-
sísimo de las herejías. Parecen suponer que por ser Jones el biógrafo "ofi-
cial", sus opiniones debían ser totalmente “ortodoxas”. Poco después de
regresar de Viena, aún en 1935, Jones recibió de Freud la siguiente carta.
No considero leves nuestras diferencias teóricas pero» en la medida en que no
esconden malos sentimientos, no pueden acarrear resultados molestos. Puedo decir defi-
nitivamente que en Viena no hemos introducido mala idea alguna en nuestra diferencia, y
que su amabilidad ha enmendado el camino por el que Melanie Klein y su hija se han
descarriado en relación con Anna.* Ciertamente soy de la opinión de que su Sociedad ha
seguido a Frau Klein equivocadamente, pero la esfera de la que ella ha extraído sus
observaciones me es enteramente extraña, así que no tengo derecho a mantener una opi-
nión al respecto.
Concluía Freud: “Con paciencia y dedicación superaremos sin duda
nuestras diferencias teóricas actuales. Nosotros —Londres y Viena— debe-
mos mantenemos juntos, pues el resto de sociedades europeas apenas
desempeñan un papel y las tendencias centrífugas son, en este momento, muy
fuertes en nuestra asociación internacional. Sería una gran lástima si no
sobreviviesen a mi existencia personal”. Cuando Freud supo de la muerte de
Adler en Aberdeen, en 1937, le escribió a Stefan Zweig diciéndole: “No
entiendo su simpatía por Adler. Para un muchacho judío surgido de un
suburbio de Viena, una muerte en Aberdeen representa de por sí una insólita
carrera y una prueba de cuán lejos llegó. El mundo lo recompensó en reali-
dad abundantemente por su servicio de oposición al psicoanálisis”. ¿Estaba
dispuesto a decir lo mismo de una mujer judía surgida de un suburbio de
Viena que más o menos había logrado tener a la Sociedad Inglesa en la palma
de su mano?

* Melitta atacó a Anna Freud, sólo indirectamente, en la reseña de un libro de uno de


sus colegas. Véase J., 1934, 15, 470. Se abstenía de una crítica más abierta, salvo en los
enfrentamientos durante los congresos
TRES

Duelo

D urante algunos años el enfrentamiento había estado agitándose bajo


la superficie, pero finalmente se iniciaron los combates abiertos
entre Glover y Melitta de un lado, y Melanie Klein del otro. Si es
posible señalar una fecha de inicio, posiblemente sería el 18 de octubre de
1933, cuando en una reunión del consejo de la Sociedad Británica se decidió
la elección de Melitta Schmiedeberg como miembro del Instituto. Glover
informó que Melitta Schmiedeberg, la única aspirante, había obtenido el
Premio de Ensayo Clínico* por su disertación de ingreso en el Instituto, “The
Play-Analysis of a Three-Year-Old Girl”.
No se mencionan el nombre de Klein en ningún lugar del trabajo, pero
la discusión desarrollada en él se inspira en conceptos kleinianos. Las difi-
cultades de Vivían con su madre toman la forma de un reproche inconscien-
te por no darle un pene o por despojarla de uno, lo cual es “proyección 1de su
propio sadismo y defensa contra su propio sentimiento de culpa”. Sin
embargo, Schmiedeberg no atribuye los problemas de Vivian con la comida a
factores constitucionales, como hubiera hecho Klein, sino que la; refiere al
severo adiestramiento al que su madre la había sometido para que hiciera sola
sus necesidades cuando la niña tenía seis meses.
Podría considerarse probable que los conflictos puestos al descubierto por el aná-
lisis de un niño de tres años hayan estado produciendo síntomas desde que era un bebé de

*El premio lo instituyó el doctor L.S. Pentose y Glover, James Strachey y el profe- sor
A.G. Tansley formaban el jurado.
[230] 1926-1939: LONDRES
pocas semanas o meses, en caso de que ulteriores estudios analíticos de niños y la obser-
vación de la conducta de los niños pequeños indique conclusiones similares.2
Un problema en el labio hizo que la lactancia resultara dificultosa; y
Schmiedeberg considera la neurosis de Vivían resultado a la vez de elemen-
tos constitucionales y hechos externos. Lo más importante de todo.
Parte de la desconfianza de Vivían hacia su madre era una reacción directa a la
propia actitud ambivalente de ésta, pues parece ser, en efecto, un elemento importante del
carácter de la madre el mentir y dar excusas. Al mismo tiempo, atendía a la niña y la
malcriaba bastante.3
El caso concluye con una nota que sugiere que podrían tomarse en
consideración otros factores:
Las siguientes observaciones, hechas por la madre, son interesantes. Mientras que,
desde su nacimiento, Vivían fue una niña difícil y nerviosa, su hermanita era un bebé feliz
y satisfecho que no mostraba síntomas nerviosos. La madre explica la diferencia diciendo
que cuando estaba embarazada de Vivían sufrió muchos sustos y el parto fue difícil. 4
Esta conclusión con un final abierto es coherente con sus anteriores
observaciones en el sentido de que para que se pudieran formular teorías más
definidas sobre las neurosis de los bebés sería necesaria “la observación de la
conducta de los niños pequeños".
Años más tarde, Melitta recordaba que al principio ella era “bastante
popular”* entre los miembros de la Sociedad Británica; sus artículos se tení-
an en alta estima, se le solicitaba que diera conferencias y se convirtió en
analista formada a una edad relativamente temprana.
Pero pronto las cosas se tomaron difíciles. Se me criticaba por prestar más atención
al entorno real de los pacientes y a su verdadera situación, y por considerar que la con-
fianza y una cierta imparcialidad eran partes legítimas de la terapia analítica. Pero siem-
pre sentí que la principal objeción procedía de haberme alejado de la línea kleiniana (por
entonces se consideraba a Freud más bien obsoleto). La señora Klein había postulado
fases y mecanismos psicóticos para los primeros meses de vida, y había sostenido que el
análisis de esas fases suponía esencialmente la teoría y la terapia analítica. Sus afirmacio-
nes se volvieron cada vez más extravagantes, y ella exigió una lealtad incondicional sin
tolerar desacuerdos. 3
Si la popularidad de Melitta declinaba, se debía en gran medida a la
molestia y el bochorno que causaban en sus colegas la vendetta que libraba

* En 1942 Klein escribía a Susan Isaacs: “La gente recordará perfectamente que
en los años que transcurrieron hasta que la doctora S. se volvió contra mí, su crítica era
temida en la Sociedad”.
D UELO [231]
contra su propia madre. Melitta pudo haber pensado que ella era “más bien
popular”, pero los miembros de la sociedad la recuerdan como una persona
violenta y malhumorada. Aunque parecía extraordinariamente joven para su
edad, era tensa y dogmática. En el Congreso de Oxford de 1929 se le enco-
mendó a Diana, la hija de Joan Riviere, que le mostrara los colegios. Al
concluir la excursión, Melitta señaló ásperamente: “Ha sido interesante, pero
científico”.6
Los problemas que se suscitaban en el seno de la Sociedad Británica no
concordaban con la imagen que esa sociedad ofrecía al mundo. Ernest Jones
se enorgullecía de que Freud la hubiese reconocido como la primera socie-
dad. En su informe anual, dirigido a los presidentes de las sociedades miem-
bros, escribía Jones el 19 de diciembre de 1932: “En lo que se refiere a esta
localidad, es poco, y bueno, lo que tengo que informar. Nuestra sociedad
está trabajando bien y armoniosamente”. Cuando, en 1931, Clifford Scott
escribió desde Boston para solicitar un análisis de formación, recibió una
carta de Jones en la que éste descalificaba a los analistas estadounidenses.
Al regresar William Gillespie en 1932 de Viena, donde le había analizado
Edward Hitschmann. Jones le preguntó severamente por qué había preferido
ir a Viena antes que a Londres. Gillespie no advertía qué era lo que Jones le
quería decir, a saber, que él había preferido el análisis vienés al análisis
ingles. Y pronto descubrió que eran realmente muy diferentes. Jones tam-
bién le dijo que Freud tenía genio pero no talento. En Viena, Gillespie nunca
había oído hablar de Melanie Klein, pero en Londres advirtió que los miem-
bros de la Sociedad Británica consideraban su obra como “una Biblia”,
Ignorando cuáles eran los problemas, la agria atmósfera que sintió en las
reuniones lo dejó totalmente perplejo. En relación con los ataques de Melitta
dice, estremeciéndose: “A veces era horrible, realmente horrible”.7
En una reunión científica, Melitta sostenía que su madre había analiza-
do a niño de un año, mientras que Melanie negaba haber analizado a
niños menores de dos años y medio. Otra vez la acusó de intentar despojarla
de su clientela psicoanalítica; y gritaba: “¿Dónde está el padre en tu obra?”
En una grosera escena, pateó violentamente el suelo y abandonó rápidamen-
te la reunión. Normalmente Melanie Klein tendía a mantener un digno silen-
cio durante estas embestidas, dejando que peleasen sus partidarios: Riviere,
Isaac y,: después, Paula Heimann. Gillespie la recuerda rodeada de una
especie de falange, totalmente vestida de negro, sentada en un lugar destaca-
do frente a la oposición.
Como dos furias vengadoras, Melitta y Glover acechaban la vida de
Klein. Según la última versión de Melitta, Jones proponía que ella y Walter
emigrasen a los Estados Unidos. Fanny Wride recuerda haber visto a Glover
y a Melitta en un congreso internacional públicamente cogidos de las
manos.8 Wride creía que Glover veía en Melitta la hija que él debiera haber
tenido en lugar de su verdadera hija mogólica. La conducta de Melitta indi-
[232] 1926-1939: LONDRES
ca que tenía una no resuelta obsesión con su padre. Glover, profundamente
resentido con Klein, utilizaba a Melitta para herir a la madre de esta manera
más cruel posible. s
La reacción de Melitta ante la muerte de su hermano Hans, en abril de
1934, muestra lo profundo del rencor que le tenía a su madre. Hans trabaja-
ba en una fábrica de papel fundada por su abuelo, no lejos de Ruzomberok.
Le gustaba caminar por las montañas de Tatra, que habían formado parte del
escenario de su vida cuando era un muchachito. Pero durante una excursión,
súbitamente se hundió el sendero por el que paseaba y se cayó por un preci-
picio. El funeral se realizó en Budapest, donde Erich se encontraba visitando
a su tía Jolan. Arthur Klein llegó desde Berlín, pero Melanie estaba tan atur-
dida que no pudo dejar Londres. Eric Clyne sostiene que la muerte de Hans
fue para su madre motivo de pesar durante toda su vida.
La reacción inmediata de Melitta fue decir que había sido un suicidio y,
ciertamente, muchos miembros de la Sociedad Británica mantienen esa
impresión. Eric Clyne niega categóricamente la posibilidad de que haya sido
así, considerando las circunstancias de la muerte de Hans y que, poco des-
pués de su muerte, su madre recibió una carta de una mujer checa informán-
dole que ella y Hans habían pensado en casarse después de que ella obtuvie-
se el divorcio. Eric conoció después a aquella mujer. La relación también
parecía demostrar que Hans había superado sus antiguas tendencias homose-
xuales después de su análisis con Simmel, a finales de la década de los vein-
te. No obstante, dada la falta de pruebas documentales, todo lo que se refiere
a Hans permanece inquietantemente en las sombras. o®
Una carta de Hans a su madre, con fecha del 22 de marzo de 1933, indi-
ca que tenía dificultades para conseguir trabajo en Checoslovaquia debido a
su nacionalidad sueca. La carta es sencilla, ingenua y sincera. Describe con
mucho detalle un vestido de cosaco que había usado en un reciente baile de
disfraces en. Plesivec. Continúa: “Adjunto una muestra de mis versos. Por
supuesto, sólo se entienden si se conoce a las personas y los hechos mencion-
nados en ellos. ¡Pero tú eres muy imaginativa y podrás relacionarlos entre sí,
y ver por fin una muestra de mi poesía!”9
Klein, para quien era importantísimo no dejar de asistir a una reunió
científica, no estuvo en condiciones de aparecer en público hasta el 6 de
junio, cuando Edward Glover habló sobre algunos aspectos polémicos de la
técnica psicoanalítica.* Era una notable falta de sensibilidad elegir para
* Sin embargo, Glover sostiene que él no se opuso abiertamente a Klein hasta el 3
de octubre de 1934, cuando leyó un artículo titulado Some Aspects of Psycho-Analytical
Research, en el que afirmaba categóricamente que “la actividad investigadora que existía
en la Sociedad se estaba congelando debido a la propagación de concepciones dogmáti-
cas en temas a propósito de lo» cuales era esencial tener la mente completamente abier-
ta” (An Examination of the Klein System of Child Psichology, 13).
D UELO [233]
aquella ocasión un tema tan polémico. El 21 de noviembre Melitta expuso
comunicación sobre el suicidio en la que decía:
La ansiedad y la culpa no son las únicas emociones responsables del suicidio. Por
mencionar sólo un factor más, sentimientos de disgusto suscitados por un profundo
desengaño, por ejemplo, con personas amadas o la destrucción de idealizaciones resultan
ser un incentivo que conduce al suicidio.10 *
Estas observaciones respondían al análisis del impulso al suicidio
hecho por Klein en su decisivo artículo “La psicogénesis de los estados
maniacodepresivos”, que ella expuso en el Congreso de Lucerna en agosto
de 1934, y ante la Sociedad Británica el 16 de enero de 1935. Su “trabajo”,
como ella lo llamaba, pronunciando la palabra con fuerte acento alemán,
había sido en el pasado la salvación de Klein y volvería a serlo en este
extenso elaborado artículo. Durante el resto de su vida dirigiría su aten-
ción a las cuestiones de la pérdida, la aflicción y la soledad, experiencias
que constituyeron un elemento recurrente en su vida. La muerte de Hans
representaba la culminación de un año de pesares: primero la traición de
Melitta y ahora la muerte de Hans, cuyos problemas —debe haber sentido
ella— se habían exacerbado debido a la depresión crónica de su madre
cuando él era niño. Una aflicción tan devastadora hacía renacer dolores del
pasado: la preferencia de su padre por Emilie, la muerte de Sidonie, sus
angustias y su culpa por Emanuel, su derrumbe tras la muerte de su madre,
sus sentimientos ambivalentes respecto de Arthur, su desolación tras la
muerte de Abraham; y el difícil decurso de su relación con Kloetzel. En
“Situaciones infantiles de angustia reflejadas en una obra de arte y en el
impulso creador” (1929) presenta la necesidad creadora como algo que
deriva del impulso por restaurar y reparar el objeto dañado tras un ataque
destructivo. Este nuevo artículo, en el que se otorga a la conducta depresiva
un lugar central, le permitía sublimar su sufrimiento, de modo tal que no
sólo lograba convivir con su aflicción, sino que comprendía que esa aflic-
cción podía ser un escalón hacia la madurez y el desarrollo. Así como la más
grande obra de Freud, La interpretación de los sueños, era resultado del
análisis de sí mismo, “Contribución a la psicogénesis de los estados mania-
codepresivos” es una exploración de la psique de Klein. Ella advertía que
había realizado un descubrimiento fundamental; y sabía, también, que su
obra, sólo podría difundirse a través de los esfuerzos de discípulos fieles e
inteligentes. Lo mismo que Freud, ella exigía una lealtad plena; y lo mismo
que Freud, podía excluir sin piedad a aquellos que expresaran dudas o que
parecieran seguir líneas de pensamiento que se apartaban de la suya. Al
envejecer, muchos la consideraron una fanática absorbida totalmente por su

*Se convirtió para ella en una especie de idée fixe. El 18 de mayo de 1938 expuso
otro trabajo titulado Technical Problems in a Suicidal Case.
[234] 1926-1939: LONDRES
obra. “Era absolutamente imposible escapar de ella”, me dijo Margaret
Little. “Si alguien se iba, era porque ella lo había expulsado del grupo.” 1
Durante años, Klein había intentado mantener una concepción del desa-
rrollo en términos de estadios libidinales, y a causa de ello se expresaba con
grandilocuencia o se enredaba en contradicciones al esforzarse por ajustar a
una estructura rígida las cambiantes relaciones del yo con sus objetos ínter-
nalizados y externalizados. El núcleo de su nueva teoría era que a la edad de
cuatro o cinco meses se produce en la vida del bebé un importante cambio
evolutivo: un cambio en el cual se pasa de la relación con sólo una parte del
objeto, al reconocimiento del objeto en su totalidad: del prototipo del pecho
materno a la madre como persona. Este cambio acarrea toda una nueva serie
de sentimientos y de ansiedades ambivalentes. El niño teme perder el objeto
bueno; al mismo tiempo, al experimentar culpa por los sentimientos agresi-
vos que podrían haberlo dañado, procura restituirlo a su integridad. ¿Era el
anterior derrumbamiento de la propia Klein consecuencia de que se hubiera
logrado superar lo que llamaría “la posición depresiva”?
Distingue ahora entre la ansiedad y los estados paranoides (que más
tarde denominó habitualmente “persecutorios”) y depresivo. La salud mental
depende de la internalización del objeto bueno, cuya preservación equivale a
la subsistencia del yo. No crear una situación así, es el germen de las ansie-
dades psicóticas posteriores. En la enfermedad maníaco-depresiva se da el
temor de contener objetos nutrientes o muertos, y la defensa contra el reco-
nocimiento de esta situación consiste en negar valor al objeto internalizado,
esto es, el rechazo de la propia realidad psíquica. El niño pequeño busca
protegerse de esos perseguidores internos mediante la expulsión y la proyec-
ción. En “Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresi-
vos” (1935) Klein no sólo supone que el superyó se funda en los objetos
parciales incorporados más tempranamente. Como si esta teoría no fuese
suficientemente polémica, continuaba:
Mis propias observaciones y las de muchos de mis colegas ingleses nos han llevado
a la conclusión de que la influencia directa de los procesos tempranos de introyección
tanto sobre los desarrollos normales como sobre los patológicos tienen una importancia
mucho mayor a la aceptada hasta el momento en los círculos psicoanalíticos, y difiere en
muchos aspectos en relación con lo admitido en esos mismos círculos.12
Es muy claro que la conducta depresiva ha sustituido al complejo de Edipo como
problema central por superar en el desarrollo.
Por lo pronto, el mundo del niño pequeño está lleno, por una parte, de
objetos idealmente buenos y, por otra, de objetos detestablemente malos. El
niño procura mantenerlos separados en su mente. Con el tiempo, la situación
se complica al mezclarse los objetos buenos con los malos y al temer el bebé
que los malos destruyan a los buenos. Esto es lo que ocurre en la enferme-
D UELO [235]
dad depresiva cuando el niño, que se ha identificado con el objeto bueno,
teme que la destrucción de éste suponga asimismo su propia destrucción.
Por eso el paciente depresivo puede formarse una idea de perfección a fin de
excluir la posibilidad de un daño irreparable.
En el caso de algunos pacientes que se han apartado de su madre por disgusto o por
odio que han empleado otros mecanismos para apartarse de ella, he descubierto que en
gentes existe, no obstante, una bella imagen de la madre; pero una imagen que se
manifestaba como sólo eso, una imagen, no su yo real. Se percibió que el objeto real no
era atractivo: una persona en realidad lastimada, incurable y, por tanto, temida. La imagen
bella había sido disociada de su objeto real, pero nunca se había renunciado a ella y
empeñaba un papel de mucha importancia en los modos específicos como se produce la
sublimación en los sujetos.13
¿No estaba pidiéndole indirectamente a Melitta que intentara conside-
rarla una persona entera, y deduciendo que Melitta nunca había superado la
etapa depresiva? En las acusaciones que Melitta dirigía a su madre, lo
mismo que en su sospecha de que estaba intentando quitarle los pacientes, la
hija retrocedía a una fase infantil en la que “se reforzaban sus temores y sus
sospechas paranoides para defenderse de la posición depresiva”.14 La aflic-
ción se compone de pesar, culpa y desesperación. En un estado así se empie-
za a poner en duda la bondad del objeto amado. Klein cita la afirmación de
Freud según la cual una duda tal es una duda del amor de uno mismo, y “un
ser humano que duda de su propio amor puede o, más bien, debe dudar de
todas las cosas más insignificantes”.15
Puede considerarse el suicidio como un mecanismo de defensa.
Abraham, como ella recuerda, lo había interpretado como un ataque contra
el cuerpo introyectado, “pero, mientras que al cometer suicidio el yo se pro-
pone matar el objeto malo, apunta, en mi opinión, al mismo tiempo a salvar
sus objetos amados, sean internos o externos. Resumiendo: en algunos casos
las fantasías que subyacen al suicidio tienen como objetivo la preservación
de los objetos buenos internalizados y, también, la destrucción de la otra
parte del yo que se identifica con los objetos16malos y con el ello. Así se
posibilita que el yo se una a un objeto amado”.
Un párrafo como ése sugeriría que, inconscientemente, Klein podría
sospechar que Hans, consciente o inconscientemente, se había suicidado. En
una de sus notas, Hans describe su propio estado mental “entre regular y
hecho”. En su aflicción por las perturbaciones de su hijo (y el análisis de
Félix revela que Hans probablemente era depresivo), intentaba comprender.
Aparentemente, ni Hans ni Melitta habían superado la etapa depresiva; y en
su propia aflicción Klein había regresado a una anterior fase maníaca. Sabía
que la primera pérdida dolorosa que se padece tiene lugar con el destete. La
reacción ante la pérdida de un objeto parcial de la libido y la aceptación de
la madre como un todo, amado pero no idealizado, supone la condición
[236] 1926-1939: LONDRES
necesaria del desarrollo normal y de la capacidad de amar. Negaba aún toda
culpa o toda responsabilidad en lo que había ocurrido con su hijo; de hecho
utilizaba todavía la defensa de la “anulación”. El concepto de reparación
—que más tarde desempeñaría un papel fundamental en su obra— se intro-
duce como medida prácticamente ineficaz debido a su naturaleza imaginaria
Aún no había aclarado el modo como se logra la totalidad interior, pero el
hecho mismo de que a partir de su angustia creara un modelo de desarrollo.
una Weltanschauung, era una afirmación de su confianza en sí misma y en
el análisis.
¿Esperó alguna vez que Melitta se arrodillara ante ella y le pidiera per-
dón, tal como ella misma había hecho cuando Libussa agonizaba? Por
entonces Melitta omitía deliberadamente referirse a la obra de su madre,
pero Klein cita trabajos de Melitta y de Glover de 1931 y 1932 en apoyo de
su caso. Ello puede explicarse de diversas maneras: como una afirmación de
que la ciencia está por encima de mezquinas rencillas, y como insinuación
de que hasta muy poco tiempo antes —hasta el reciente análisis de Melitta
con Glover— los dos se adherían a sus opiniones.
“Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos”
parece haberse escrito en un estado de depresión maníaca durante el vera-
no de 1934. En los dos años siguientes no publicó nada. No obstante, con-
tinuó asistiendo regularmente a las reuniones y aportando siempre sus
opiniones a la discusión. Sus partidarios coinciden en que durante ese
período estaba muy deprimida, pero niegan que se tratase de una depre-
sión clínica; pero posteriormente, Sylvia Payne explicó a Pearl King que
Jones, preocupado por Klein, le había pedido a ella que la atendiera profe-
sionalmente.
En la agenda de Klein correspondiente a 1934 constan encuentros con
Payne de dos horas (a veces una hora y media) los lunes desde enero hasta
julio. (Como la de 1933 se ha perdido, es posible que viese a Payne antes de
1934.) Sin embargo, Hans no murió hasta abril de 1934. Ello sugeriría que
lo que provocó la profunda depresión de Klein fue la partida de Kloetzel a
Palestina, a finales de 1933. Esta partida suponía prácticamente una muerte,
puesto que sabía que no volvería a verlo nunca más, y esa muerte simbólica
reactivaba sus sentimientos experimentados tras la muerte de Emanuel, a
quien Kloetzel tanto se parecía. También Hans le recordaba a Emanuel, así
que por la época de la muerte de Hans, debió sentir que el duelo era una
carga permanente impuesta por los hados. Que consiguiera arreglárselas
para sobrevivir fue un triunfo de la capacidad de adaptación y de la com-
prensión de sí misma.
Las consecuencias de las polémicas ideas de Melanie Klein continuaron
influyendo en una esfera más amplia. Durante los últimos años de la década
de los veinte, Jones había intentado apaciguar a Freud desviando su atención
desde Klein a Joan Riviere en tanto exponente de sus teorías. Ahora, en la
D UELO [237]
década del treinta, se proponía coquetear con Anna Freud utilizando a
Melitta Schmiedeberg como chivo emisario.
Anna estaba enfadada porque la Sociedad Británica no había publicado
aún su primer libro. El 1 de abril de 1930 escribió a Jones diciéndole que
Allen y Unwin publicarían su Einführung in die Psychoanalyse für
Pädagogen (traducido por su aliada, Barbara Low, en 1931 como
Introduction to Psycho-Analysis for Teachers). Anna añadía
irónicamente que consideraba de su incumbencia todo cuanto ocurriese en
Inglaterra en relación con el psicoanálisis... aun cuando se tratase de la
publicación de cuatro breves conferencias de ella. Poco a poco fue
estableciéndose una relación epistolar —a veces de dos cartas al mes— entre
ambos. En marzo 1934 Jones envió a Anna un lote de artículos entre los que
figuraban algunos de Klein y de Melitta. En el International Journal
publicó varias reseñas de análisis infantiles de figuras como Heinrich Meng y
Richard Sterba, en quienes destacaba la pedagogía curativa en la cual se
insertaría el análisis de niños. Evidentemente, Jones intentaba reforzar sus
defensas.
En agosto, durante el Congreso de Lucerna, Melitta atacó violentamen-
te a Anna. Jones le comunicaba a ésta que Federn se había negado a publi-
car un artículo de Melitta en la Zeitschrift a menos que se omitiesen todas
las referencias a Anna y a su obra.* “Me indigné al principio con él al escu-
char eso”, decía Jones
pero al leer el artículo no pude sino reconocer que tenía razón. Sean o no correctas
deducciones que ella extrae a propósito de su obra, no creo, ciertamente, que ésa sea la
manera de exponerlas. Si ella desea hacerlo así, debiera escribir una monografía en la que
trate más sinceramente los escritos de usted. Por eso, con mucha dificultad la he
introducido a eliminar esta parte de su comunicación para el Congreso, y aparecerá así
tanto en el Journal como en la Zeitschrift. Posiblemente, los tiempos estén maduros para
algún simposio de análisis infantil en el próximo Congreso.17
Anna Freud se quejaba de que Melitta no le otorgase el beneficio de la
duda respecto de si ella podía distinguir entre el consciente y el inconscien-
te. Su labor tenía un fundamento teórico diferente, pero Melitta simplemente
daba por supuesto que ella era una tonta. Se evitaba escrupulosamente el
nombre de Melanie Klein. Cuando Jones le contó que el hijo de Klein había
muerto trágicamente, Anna respondió que lo sentía muchísimo por ella y
pasó a tratar de otra cosa. Al separarse en la primavera de 1934, Freud y Jones
habían llegado a un amistoso acuerdo respecto al intercambio de con-
ferenciantes entre Viena y Londres. En el intervalo, en el Informe Anual de
la Sociedad Británica correspondiente a los años 1933-1934 se declaraba

* Se refiere al trabajo de Schmiedeberg The Mode of Operation in Psycho-Analitic


Theory. Se publicó en una versión resumida como The Psycho-Analysis of Asocial
Children and Adolescents en J., 1935, 16:6, 22-48.
[238] 1926-1939: LONDRES
que el acontecimiento más destacado era la ampliación de una sección de la
clínica dedicada a la formación en el análisis infantil; los seminarios estarían
dirigidos por Melanie Klein. Llegó entonces el artículo de Lucerna, “La psi-
cogénesis de los estados maníaco-depresivos”, que despertó en Viena sospe-
chas e inquietud. Ernest Jones llegaba incluso a mencionar a Melanie Klein
como posible sustituta de Radó en la Comisión Internacional de Formación,
dedicada a resolver los problemas de afiliación de los analistas que por razo-
nes políticas se habían visto obligados a emigrar de sus países. Las únicas
posibilidades en relación con Inglaterra que podía sugerirle a Eitingon eran
Melanie Klein y Ella Sharpe: “La primera, al margen de lo que pueda pen-
sarse de sus teorías, ha manifestado sin duda el mayor interés por todos los
problemas de formación”.18
“Early Female Sexuality" (1935), trabajo presentado por Jones en
Viena, en el que se retoma la cuestión del desarrollo sexual femenino, es un
modelo de lucidez. El tono es fundamentalmente prudente, pero no intenta
restar magnitud a las diferencias entre Londres y Viena. Comienza enume-
rando las divergencias: “el desarrollo temprano de la sexualidad, especial-
mente en la mujer, la génesis del superyó y-su relación con el complejo de
Edipo, la19 técnica del análisis infantil y la concepción del instinto de
muerte”. Recurriendo a todas sus habilidades diplomáticas asegura a sus
oyentes que distintos enfoques no suponen diferencias irreconciliables. El
problema era carecer de una comunicación adecuada debido a la lengua y a la
distancia geográfica, al que se sumaban las recientes dificultades políticas y
económicas. Eran pocos los analistas ingleses que leían la Zeitschrift y aun
menos los lectores alemanes del International Journal of
Psycho-Analysis. Su impresión era, en realidad, que los analistas no leían
tanto como solían hacerlo antes. ‘Tengo la impresión de que hoy en día son
más los psicoanalistas formados a través de la palabra oral que a través de la
escrita.”20
Reitera las cuestiones planteadas en sus trabajos de Innsbruck y de
Wiesbaden, apoyados en análisis de niños hechos por Klein; en particular,
en la medida en que atañía al desarrollo de las niñas. Freud había más o
menos abandonado la cuestión de la relación temprana entre madre e hija al
decir: “Todo lo que se relaciona con este primer vínculo con la madre me
carece tan evasivo, hasta tal punto perdido en un pasado tan confuso y oscu-
ro, tan difícil de resucitar, que pareciera haber sufrido una represión espe-
cialmente inexorable”.21
Melanie Klein no manifestaba incertidumbre alguna: la niña pequeña
ve su madre como a una persona que la ha llenado con todas las cosas líqui-
das y sólidas que la niña anhela. El padre es un rival, también, porque la
madre priva a la hija, de esas preciosas sustancias dándoselas a él. La niña
me que luchar con una ansiedad mucho mayor que el niño, debido a las
fantasías que ella tiene de cortar, despojar y quemar del cuerpo de la madre
con excremento y orina. Envidia el pene porque lo considera un arma de
D UELO [239]
destrucción y a la vez un arma de defensa. Pero hay una solución para este
callejón sin salida. Jones remite el artículo de Klein “La psicogénesis de los
estados maníaco-depresivos”, en el que se describe una actitud emocional
más que un estadio del desarrollo de la libido. La niña, al ir reconociendo
que no puede tener el objeto originario de su deseo y que sus impulsos sádi-
cos son estériles, pasa a la fase edípica, en la que mantiene una relación de
rivalidad con su madre. Su madre no ha cedido su pecho o el pene incorpo-
rado del padre, y de ese modo la niña permanece transitoriamente en lo que
podría llamarse el estadio fálico de su arduo camino hacia la femineidad.
“La cuestión última es la de si la mujer nace o se hace.”22
Concluye Jones: “Dicho más genéricamente, creo que la Sociedad
Vienesa nos reprocharía que otorguemos demasiada importancia a la vida
más temprana de la fantasía en detrimento de la realidad externa. Y nosotros
responderíamos que no hay peligro serio de que algún analista descuide la
realidad externa, mientras que siempre cabe la posibilidad de que los analis-
tas subestimen la doctrina de Freud sobre la importancia de la realidad psí-
quica”.23
El 18 de noviembre de 1935 Robert Waelder, como representante del
grupo vienés, expuso ante la Sociedad Inglesa “Problems in
Ego-Psychology”.* La actitud arrogante y condescendiente de Waelder no
le resultó atractiva a la Sociedad Británica; y en 1938, cuando se suscitó la
cuestión del lugar al que Waelder iría al escapar de Viena, Jones le dijo a
Anna Freud: “Coincido con25 los demás en que su personalidad no se presta
mucho a la asimilación“. Lo enigmático es que el trabajo original de
Waelder nunca se publicara. La respuesta de Joan Riviere, “On the Genesis
of Psychical Conflict in Earliest Infancy”, se expuso ante la Sociedad de
Viena el 5 de mayo de 1936, la víspera del cumpleaños de Freud.*
Freud había prohibido estrictamente que se celebrase el día en que
cumpliría los ochenta años. Atendiendo afectuosa, pero maliciosamente a
sus deseos, el Instituto de Viena se inauguró el día anterior a su cumpleaños,
esto es, el 5 de mayo. Asistieron a la ceremonia analistas de los Estados
Unidos, Francia, Checoslovaquia, Holanda y Palestina. Ernest Jones, como
* En The Thecnique of Psycho-Analysis Glover incluye una reveladora nota al pie:
“Es bastante interesante que los críticos ingleses de Melanie Klein y de su grupo no se
unieran a Waelder, probablemente porque notaban que se excedía al restar importancia a
todo lo que ocurría antes de la clásica situación edípica, en particular a los factores pre-
genitales. Aunque no coincidieron con la orientación posterior de Klein, no objetaban
algunos de sus primeros hallazgos, aquellos que podían insertarse en el entramado de
otras reconstrucciones 24analíticas y que básicamente atendían a las opiniones aceptadas de
Freud y de Abraham”.
* El trabajo de Riviere se publicó en el International Journal de octubre de 1936,
mientras que un artículo de Waelder completamente distinto, The Problem of the Génesis
of Psychical Conflict in Earliest Infancy, con el subtítulo de Remarks on a Paper by Joan
Riviere apareció en el International Journal en 1937, 18, 406-473.
[240] 1926-1939: LONDRES
presidente de la Asociación Internacional, pronunció el discurso inaugural,
“El futuro del psicoanálisis**. Les recordaba a los vieneses la pérdida de
muchos de los miembros de su sociedad debido a la muerte, la deserción o la
emigración. Tocó la espinosa cuestión del análisis realizado por quienes no
son médicos, destacando que, salvo casos de personas especialmente dota-
das, ha estado en favor de una base médica para que el psicoanálisis ganara
respetabilidad ame el público general. Se volvió entonces una vez más al
desdichado problema relativo a los analistas más jóvenes y con exceso de
trabajo, que desconocían la historia de la bibliografía psicoanalítica, situa-
ción que “hace que disminuyan muchísimo las posibilidades de desarrollar
una perspectiva crítica y expone a muchas falacias que podrían evitarse de
otro modo”.26
Pasaba a ocuparse del futuro del psicoanálisis: “El riesgo más común
que corre el investigador es la tentación de exagerar unilateralmente los ele-
mentos que le hayan interesado”.27 Sin dejar dudas a su audiencia de que
estaba refiriéndose a Melanie Klein, continuó: “Por otra parte, no siempre
debe suponerse que el investigador que abre un nuevo sendero, necesaria-
mente ha cometido un error”.28 Freud ha proporcionado el “andamio”, decía
Jones, preveía “cambios muy considerables en los próximos veinte años”.29
El discurso fue digno, respetuoso, pero en ningún momento servil.
Aquella noche Joan Riviere dio su conferencia ante una audiencia
numerosa. Estaba molesta porque Jones había asumido el papel de honesto
intermediario, dejándole a ella todos los temas polémicos. No podría haber-
se elegido una mejor representante inglesa: alta, elegante, absolutamente
segura. El contenido de su trabajo, “On the Genesis of Psychical Conflict in
Earliest Infancy”, era agresivamente kleiniano. Klein y sus partidarios conti-
nuaban afirmando que su obra suponía un desarrollo de las ideas de Freud,
mientras que para los vieneses era una desviación; la cuestión era: ¿de qué
aspecto de Freud? Los vieneses se habían aferrado a Psicología de las
masas (1921), donde Freud retiraba la atención del inconsciente para dirigir-
la al modo como el yo se esfuerza por dominar y regular sus impulsos
inconscientes y recurre a diversos mecanismos para defenderse de lo que
ahora se llamaba “el ello*’. Klein, por otra parte, se sentía atraída por las
ideas expuestas en El yo y el ello (1923), especialmente por la teoría freudia-
na de la culpa y del instinto de muerte. En consecuencia, Riviere afirma ini-
cialmente que toda pretensión de comprender la estructura del yo del adulto
exige que se remonte el desarrollo genéticamente hasta sus raíces últimas.
La repetición de algunos materiales en el análisis del adulto representa un
testimonio de los sentimientos preverbales. Añade, subrayando que la ansie-
dad más profunda del ser humano es el desamparo: ‘Tenemos razón para
pensar, tras la obra más reciente de Melanie Klein sobre los estados depresi-
vos, que todas las neurosis son variedades diferentes de la defensa contra esa
ansiedad fundamental, englobando cada una de ellas los mecanismos de los
D UELO [241]
que el organismo dispone sucesivamente a medida que avanza su
desarrollo”.30 El yo requiere un objeto en el que proyectar su ansiedad.
Riviere escribe más eficazmente que cualquier otro miembro de la Sociedad
Británica; en un dramático párrafo describe la turbulenta vida imaginativa del
bebé:
Los miembros pisotearán, golpearán y darán puntapiés; los labios, los dedos y las
manos amamantarán, se enroscarán, pellizcarán; los dientes morderán, roerán, lacerarán y
cortarán; la boca devorará, deglutirá y “matará” (aniquilará); los ojos matan al mirar,
perforan y penetran; el aliento y la boca hieren con el ruido, como han experimentado los
sensibles oídos del propio bebé. Puede suponerse que antes de llegar a tener algunos meses
de edad el niño no sólo se sentirá realizando tales acciones, sino que tendrá algún tipo de
ideas de estar haciéndolo.31
No obstante, la agresión era sólo una parte de la historia. “Los sentí-
mientos de amor originan la32diferencia esencial entre las relaciones del obje-
to parcial y el objeto total.” La internalización de una madre protectora es
el núcleo de un superyó saludable. El niño anhela reparar el daño que pueda
haber infligido y restaurar la bondad dañada.
La importancia de las fantasías de reparación es acaso el aspecto esencial de la obra
de Klein; por eso, no debiera considerarse que su contribución al psicoanálisis se limita a
la investigación de los impulsos y las fantasías agresivas.33
Sería fascinante saber algo de la discusión que siguió a la exposición
de Riviere, pero desafortunadamente no es posible consultar las actas de la
Sociedad de Viena a partir de 1920.
El trabajo de Waelder titulado “The Problem of the Genesis of
Psychical Conflict in Earliest Infancy” (1937) que constituye explícitamen-
te una respuesta a Riviere, es una exposición, hecha con gran lucidez y
coherencia, de la posición de la escuela de Viena. El aspecto característico
del artículo es el escepticismo respecto a que durante el primer año de vida
tenga lugar una actividad mental. Cita la afirmación de Freud de que todas
las experiencias de la fase preedípica son “remotas y muy oscuras”.
Haciendo a un lado la tesis de Riviere de que los análisis infantiles reunidos
proporcionan la prueba de un intenso conflicto en la primera infancia,
Waelder no está dispuesto a aceptar datos no verificables y que no se refle-
jen en la conducta. Rechaza la palabra “fantasía” en favor de los impulsos.
Apoya firmemente la teoría según la cual el superyó se forma durante el
quinto año de vida; y entiende que la diferencia entre el superyó masculino
y el femenino se corresponde con una diferencia entre la fijación, a través de
una conclusión abrupta del complejo de Edipo, y un componente más bien
frágil, sometido a la aprobación social. Está dispuesto a admitir que la culpa
el remordimiento pueden preceder temporalmente a la superación del
[242] 1926-1939: LONDRES
complejo de Edipo, pero si se procura una reparación, se traía de restaurar lo
que realmente se ha dañado, y él no acepta que esos impulsos puedan regis-
trarse antes del segundo año de vida, cuando el yo se esfuerza por emanci-
parse de las fuerzas del ello.
Esta explicación, argumenta, es infinitamente más productiva que la de
Klein, quien parece equiparar el conocimiento de la realidad con la disminu-
ción de la ansiedad. Lo que Joan Riviere34ha presentado es “un desarrollo
prácticamente automático de la ansiedad”, desvinculado de las condiciones
reales de la vida del niño.
Waelder reserva su crítica más convincente al concepto de transferencia
de Klein. Esta describe normalmente la ansiedad del niño durante el análisis
como transferencia, desatendiendo totalmente los comprensibles temores
que un niño puede experimentar ante una situación extraña, en la que no
sabe si se revelarán sus secretos, si se informará de ello a sus padres y si se
le castigará. En otras palabras: lo más probable es que su ansiedad proceda
del análisis mismo. Se ha entendido erróneamente a Anna Freud, asegura
Waelder al lector, a juzgar por el modo como se ha criticado el factor peda-
gógico; en opinión de ella “un adulto no puede evitar situarse como educa-
dor frente al niño, ya que toda situación en la que adulto y niño están en
contacto es una situación pedagógica; por tanto, parece razonable hacer el
mejor uso práctico de lo que no es posible evitar”. 35 Waelder cree que el
analista debe adiestrar la parle sana del yo contra el enemigo neurótico.
El artículo incluye dos interesantes ironías. Aunque sólo hace una refe-
rencia a la fase de “ansiedades paranoides y depresión melancólica”, 36 utiliza
a Glover, no a Melanie Klein, como víctima propiciatoria. Cita reiterada-
mente la obra escrita por Glover durante los cinco años precedentes, incluso
su contribución al simposio sobre enfoques terapéuticos en el análisis reali-
zado en el Congreso de Marienbad de 1936, caracterizándola de “repugnan-
te” cuasibiología, en la cual Glover describía los llamados modos psicóticos
de conducta que pertenecen a la primera infancia, las “reacciones psíquicas,
a menudo psicóticas, y los sistemas mentales característicos de la infancia y
la niñez tempranas”; y su descripción del “niño pequeño”, que pasa por sus
fases esquizofrénica y obsesiva a partir de la edad de un año aproximada-
mente”.37 Aparentemente, el vienés ignoraba la división existente dentro de la
Sociedad Británica.
La segunda ironía es el caso, narrado por Waelder, de una madre que
casualmente era analista (¿Jenny Waelder?), observaba cuidadosamente a su
hija y advirtió que, a los tres años de edad, ésta empezó a manifestar una
profunda ansiedad, manifiestamente relacionada con su complejo de castra-
ción y la envidia del pene. Ignorando aparentemente que las teorías de Klein
provenían del análisis de sus propios hijos, Waelder comenta:
Seguramente la observación del niño desde sus primeros días realizada por quien
D UELO [243]
era a la vez madre y analista, junto con su íntimo conocimiento de todos los hechos de la
vida del niño y la discusión, en completo acuerdo con sus principios analíticos, de lo que
hasta ahora no se ha entendido, proporciona un material equivalente al que obtendría un
^alista ajeno al niño. Acaso la madre sepa realmente más de lo que cualquier analista
podría fácilmente descubrir.38
En un Simposio sobre resultados terapéuticos del psicoanálisis realiza-
do en el marco del Decimocuarto Congreso Internacional celebrado en
Marienbad en agosto de 1936, Edward Glover ya se había distanciado públi-
camente de Klein (¡aunque Waelder no lo percibiera claramente!). “Si bien”,
declaraba, “no he intentado presentar bibliografía tradicional sobre el tema,
se ha recurrido a algunas de las concepciones expresadas recientemente por la
doctora Melitta Schmiedeberg en el análisis de los mecanismos de pro-
yección, acerca de la importancia del instinto de negación y del papel de la
confianza”.39
Siguieron otras humillaciones. En 1937 apareció la traducción inglesa
del libro de Anna Freud con el título de The Ego and the Mechanisms of
Defence, recibiéndose con el esperado espaldarazo. Jones, tras haber leído la
edición alemana, le había escrito el 28 de junio de 1936 diciéndole que
había disfrutado mucho con la lectura del libro, estaba “de acuerdo con sus
conclusiones” y lo consideraba “un bello escrito”. “Tiene usted el don de
escribir ordenadamente y sin forzar la organización del material. Me gusta-
ría hacer la reseña del libro.”40 Escribió en el International Journal una
breve reseña (con menos grosera sumisión que su carta), a la que seguían
largas críticas laudatorias de Otto Fenichel y Ernest Kris. Frente a ello, la
reseña de Amor, culpa y reparación, de Klein y Riviere, no recibió de
Jones más que una nota muy breve. Recomienda el libro de Anna Freud por
su moderación, pero lamenta que la autora “interrumpa su viaje investigador
hacia profundidades donde él hubiese deseado mayor iluminación”. 41 En
cuanto a su tesis de que los temores del yo infantil se basan en temores rea-
les que proceden del mundo externo, Jones comenta: “Considero que ésa es,
una suposición sumamente discutible, y es muy posible que la verdad final-
mente se encuentre orientada en dirección opuesta.” 42
El yo y los mecanismos de defensa no era, como lo había sido la
Einführung in die Technik der Kinderanalyse en 1927, un claro ataque a
Melanie Klein, sino una obra mucho más madura, una meditada exposición
de las resistencias a las que el analista debe dirigirse, Firmemente fundamen-
tada en el modelo de la psique y en la teoría de los instintos de Freud. No
obstante, constituye una crítica indirecta a las premisas, las metas y la meto-
dología de Klein. Anna Freud insiste en que en la historia del pensamiento de
Freud el ello era sólo un medio para un fin; con Psicología de las masas
(1921) y Más allá del principio del placer (1920) Freud tomó otra direc-
ción, orientándose hacia las instituciones del yo y hacia una exploración de
[244] 1926-1939: LONDRES
sus límites, sus funciones y sus relaciones con el ello, el superyó y el mundo
externo. Concentrarse en el ello interpretando el material simbólico, como se
hacía en los días iniciales del análisis, era un recurso para llegar más
directamente al inconsciente, pero no explica cómo el contenido del ello llega
a conformarse específicamente como un yo en el reconocimiento de una
distinción que lo separa del mundo externo.
Las interpretaciones de la transferencia pueden iluminar el pasado, pero no
contribuyen necesariamente a la comprensión del presente. Considera
peligrosa la transferencia que descubre los estratos más profundos de la
mente, porque hace que disminuya la independencia del yo que observa y
valora. Con una excelente expresión Anna Freud describe al analista como
‘‘perturbador de la paz”43 que obliga al paciente a abandonar las represiones
que con tanto esfuerzo había elaborado. Y como las defensas —la regresión,
la represión, la formación reactiva, el aislamiento, la anulación retroactiva, la
proyección, la introyección, la aversión al yo (o vuelta en contra del sujeto) y
la inversión (o transformación en lo contrario)— se han instituido
inconscientemente, el analista debe ponerlas al descubierto con paciente
cautela mediante caminos laberínticos.
En los casos que Anna Freud describió, los pacientes padecían de envi¬ dia
del pene, complejos edípicos no resueltos y presiones procedentes del mundo
externo (en su reseña, Fenichel dice que él habría subrayado con más fuerza
los acontecimientos externos).44 La envidia del pene es verdadera envidia
del pene. El pequeño Hans se siente bien cuando se le han explicado las cosas
concretamente, como lo haría un tío. Melitta había criticado a Klein por
ignorar al padre, pero Anna Freud ignora a la madre, salvo en el caso,
presentado por ella, de una joven que odiaba intensamente a su madre,
aunque ese odio (originado por envidia del pene) poco a poco fue desplazan-
dose hacia otra mujer.
Anna Freud alude reiteradamente a la “ansiedad objetiva”. Por ejemplo:
aunque la castración ya no puede tener lugar en la sociedad civilizada, hay
en el mundo de la educación castigos suficientemente inhumanos, que expli-
can las “oscuras aprehensiones y temores del niño, residuos transmitidos
hereditariamente”.45 Es posible eliminar la ansiedad objetiva modificando los
factores ambientales. Los antiguos temores relacionados con aconteci-
mientos pasados, desaparecen si se demuestra Que la defensa es innecesaria.
No tiene en cuenta una tercera posibilidad, esto es, la de una ansiedad tem-
prana derivada de la agresión innata. A quien crea que “el yo del niño
pequeño vive aún de acuerdo con el principio de placer”, le resultará imposi¬
ble aceptar la forma de padecimiento que, según Melanie Klein, el niño
pequeño experimenta. Sin embargo.

para el niño en período de latencia puede ser más importante evitar la ansiedad y el
displacer que la gratificación directa o indirecta del instinto. En muchos casos, si carecen
DUELO [245]
de guía externa, lo que decide su elección por determinada actividad no son sus dotes
particulares y sus capacidades de sublimación, sino la esperanza de ponerse a salvo,
cuanto antes, de la ansiedad y el displacer. Para sorpresa del educador, el resultado de esta
libertad no es, en tales casos, un florecimiento de la personalidad sino el empobreci-
miento del yo.46
Las premisas y las técnicas de Anna Freud y de Melanie Klein eran
muy diferentes, pero en el capítulo “La identificación con el agresor” del
libro de Anna Freud se presenta una caracterización tan cercana al posterior
concepto de “identificación proyectiva” de Klein, que uno se pregunta si
inconscientemente no se dejó influir por aquélla. “El47niño no se identificaba
con la persona del agresor sino con su agresión” esto es, asimilaba la
ansiedad proyectada, aunque también aquí Anna Freud acentúa explicita-
mente la amenaza real.
La última parle, concerniente a los problemas de la pubertad, atestigua
las agudas dotes de observación de Anna Freud. Atribuye la particular
ansiedad de la pubertad a la intensificación de los impulsos libidinales. Los
prejuicios de Klein sobre la ansiedad y su excesivo énfasis en el componen-
te libidinal de las neurosis muestran que no ha investigado suficientemente,
este estadio del desarrollo. Para Anna Freud los períodos en que se produ-
cen fuertes ascensos de la libido ofrecen la mejor oportunidad para el análi-
sis, mientras que para Melanie Klein los períodos de tensión, tales como el
duelo, reactivan la intensa ansiedad temprana.
Si suponemos que Anna Freud escribía al respecto de su experiencia,
puede sustentarse que ella misma es la institutriz de “Una forma de altruis-
mo”, que48“vivía en la vida de otras personas en lugar de tener una experiencia
propia”. Anna Freud era una expositora de las ideas de su padre, pero sólo
de aquellas ideas que podían examinarse en lugares claramente iluminados y
bien aireados. El pecador, la crueldad, el sufrimiento, eran cosas que ella elu-
día. En la obra de Melanie Klein las brujas nocturnas montan en sus escobas
y conversan con los oscuros poderes, mientras que la solterona vienesa crea
un mundo pulcro y racional quitando vigorosamente las telarañas. Evi-
dentemente, Freud advertía que podía escribir algo en favor del libro de su
hija. Por primera vez en casi veinte años publicó una obra estrictamente téc-
nica, Análisis terminable e interminable (1937). La desorientadora introduc-
ción de Strachey refleja el carácter dubitativo y desordenado de la argumen-
tación de Freud, tan distante del firme dominio temático que le caracteriza.
En las frases finales de la lección XXXI de Nuevas conferencias de
introducción al psicoanálisis (1933), Freud había afirmado que la intención
del psicoanálisis era “fortalecer el yo, hacerlo más independiente del super-
yó, ampliar su campo de percepción y su organización, de modo que pueda
apropiarse de nuevas secciones del ello. Donde había ello, debía haber yo”49
[246] 1926-1939: LONDRES
No obstante, ahora destaca la fuerza “constitucional” de los instintos y
la relativa debilidad del yo, y teme que el psicoanálisis no pueda albergar la
esperanza de producir cambios duraderos en los procesos de defensa. Allí
donde el libro de Anna Freud rebosa de optimismo, el trabajo de su padre se
entreteje con una oscura desesperación; y destaca, en realidad, que el factor
más poderoso que se cierne amenazante es el instinto de muerte, tópico que
Anna había eludido cuidadosamente. Parece obsesionado por el error en su
análisis de Ferenczi, su hijo más amado, quien, en su momento, lo acusó de
no haber analizado su transferencia negativa. En esta obra, Freud parece
reflexionar en voz alta: ¿Cómo podría haberlo tratado de manera distinta a
como lo hice?*
Para activar la transferencia negativa se hubiera requerido un acto inamistoso en la
conducía real del analista. Además, añadía yo, no debe considerarse una transferencia,
toda relación positiva entre el analista y su sujeto durante y después del análisis; había
también relaciones amistosas fundadas en la realidad y que resultaban viables. 50
Freud está de acuerdo con Anna en cuanto a que no es aconsejable crear
una transferencia negativa que “obligaría al analista a comportarse poco
amistosamente con el paciente; esto tendría un efecto perjudicial en la acti-
tud de afecto —en la transferencia positiva— que constituye el aliciente más51
poderoso para que el paciente participe en la tarea común del análisis”.
Argumenta en favor de una alianza terapéutica, mientras que Melanie Klein
insistiría en que ello pasa por alto la agresión y la ansiedad profundas. Para
Freud, el peligro de suscitar lo que él considera un conflicto “artificial” sig-
nificaría que un conflicto pasado sólo puede reemplazarse con un conflicto
presente. Por último, en su convicción pesimista de que nadie puede jamás
ser analizado de manera permanente y completa, aconseja a los analistas que
se sometan a análisis cada cinco años. Pero él mismo rechazó la oferta de
análisis que le sugirió Ferenczi en el período de depresión que siguió al des-
cubrimiento de su cáncer, mientras que Klein se dirigió al menos a Payne
durante siete meses en 1934.
Los detractores de Klein estaban organizando un poderoso contraata-
que. En la Conferencia de Cuatro Países realizada en Budapest en mayo de
1937, Otto Fenichel, de Praga* habló sobre las dificultades metodológicas en
la investigación de las fases más tempranas del yo, y en la discusión poste-
rior se valoró la bibliografía existente a ese respecto, prestándoseles especial
atención a las opiniones de Melanie Klein. Michael Balint, de Budapest,
observó que hasta entonces las concepciones de los estadios más tempranos
de la mente eran insatisfactorias, en especial las de la escuela de Londres y

* Al exponer el caso real Freud no menciona explícitamente a Ferenczi pero


Jones, en su biografía de aquél, lo identifica. Además, el trabajo está lleno de referencias
a Ferenczi.
D UELO [247]
su postura crítica frente a la Sociedad de Viena. Los analistas de Budapest*
afirmaba Balint, fundamentaban sus conclusiones en antiguas relaciones de
objeto, bien observadas y fáciles de verificar.
En el curso de conferencias públicas dado en Caxton Hall en febrero de
1936, Klein ofreció un trabajo sobre el destete* publicado en 1938 en On
Bringing Up of Children, una colección de artículos dirigida por John
Rickman. Los autores eran conocidos partidarios de las opiniones de Klein:
Ella Sharpe, Merrell Middlemore, Nina Searl y Susan Isaacs. El 11 de mayo
de 1936 Jones informaba a la Comisión de Formación de la acusación de
plagio formulada por Melitta Schmiedeberg a propósito del libro; se formó
una comisión, integrada por Jones, Brierley y Payne para llevar a cabo la
investigación correspondiente. Lo que se descubriese se comunicaría perso-
nalmente a la doctora Schmiedeberg y a los seis autores que habían colabo-
rado en la colección. Las actas no revelan la naturaleza específica de los car-
gos, pero sean cuales fueren estos últimos, Marjorie Brierley me dijo que la
comisión estableció que no se podían demostrar.
Melitta continuó con su estridente campaña. El 19 de marzo de 1937
Joan Riviere escribía a James Strachey: “El miércoles Melitta leyó una
comunicación verdaderamente ofensiva en la que atacaba personalmente a
'la señora Klein y sus seguidores'52 y decía simplemente que todos ellos eran
malos analistas: indescriptible.” Se refiere a After the Analysis. Some
Phantasies of Patients, expuesto ante la Sociedad Británica el 17 de febre-
ro.** Es un cotejo brillante y sumamente crítico de las expectativas inculca-
das en los pacientes por ciertos analistas (“kleinianos”, aparentemente, en el
original). Son lavados de cerebro destinados a hacer creer que son incapaces
de tomar cualquier decisión o de afrontar la vida si no se han sometido a “un
análisis completo”. También se pretende convencerlos de que tras haber
sido “plenamente analizados”, al igual que el verdadero creyente “se salva-
rán del infierno y gozaran de bienaventuranza eterna en la vida que sigue a
la muerte”.53 Establece una ingeniosa analogía con los rituales y la liturgia
de la Iglesia:
Se considera el análisis como una expiación, como un proceso de expurgación,
como un ejercicio religioso; iniciar el análisis supone cumplir con los deberes, obedecer
líos padres, aprender las oraciones, defecar. 54
Vuelve una vez más a la comparación con el niño:
La persona totalmente analizada es el niño idealmente bueno, libre de toda agre-
sión, de intereses pregenitales e incluso del menor síntoma o la menor dificultad. El
* Véase la pág. 250.
** Publicado con atenuaciones como “After the Analysis...” en PQ (1938), 7,
122-142.
[248] 1926-1939: LONDRES
paciente es un poco tolerante con sus síntomas como lo eran sus padres con sus travesu-
ras, su ansiedad, sus malos hábitos y su llanto. El impaciente deseo de deshacerse de la
neurosis puede ser una repetición de la impaciencia de sus padres ante el desamparo o los
males de la niñez, o puede ser también una sobrecompensación del deseo de retenerlos y
de gozar del “beneficio del mal”.33
En lo que se refiere al éxito terapéutico, Melitta Schmiedeberg conside-
ra que sería útil saber qué ocurría en la vida de los pacientes ulteriormente.
¿Y qué decir de la situación en la que el padre es analista?
Algunos analistas parecen presuponer que los padres analizados son también los
mejores padres. Eso no es en absoluto así. Todo lo que legítimamente podemos esperar es
que una persona analizada con éxito tendrá una más positiva relación con sus hijos qu e
antes del análisis. Pero esta actitud menos mala no es necesariamente mejor, de hecho, a
menudo es peor que la de un padre verdaderamente bueno. 56
Cabe imaginarse las sensaciones de los estupefactos miembros de la
Sociedad Británica mientras escuchaban este argumento ad hominem.
Durante las Reuniones Extraordinarias de 1942, Schmiedeberg denun-
ció que Mary Chadwick, una de las primeras analistas infantiles, había sido
excluida de la Sociedad por “la camarilla kleiniana”.* Se volvió entonces al
caso de Nina Searl, que durante años fue una de las más cercanas partidarias
de Klein.
Alrededor de 1932 se inició la campaña contra la señorita Searl. Para mencionar tan
sólo uno de los métodos empleados, cuando ella daba conferencia a los candidatos, los
analistas de formación kleinianos y los miembros plenos asistían a ellas para atacarla
deliberadamente ame los candidatos en la discusión posterior a la conferencia. Ello indu-
jo a la Comisión de Formación a dictaminar que los miembros no podían asistir a las con-
ferencias destinadas a candidatos. En las reuniones no se dejaba pasar oportunidad para
dirigirle un ataque común.37
Una de las pocas personas que pueden arrojar cierta luz acerca de la
renuncia de Nina Searl, presentada el 1 de diciembre de 1937, es el doctor
Clifford Scott, de Montreal. El ha definido la renuncia de Nina Searl como
uno de los espectáculos más conmovedores que él jamás haya presenciado:
ella confesó públicamente ante la Sociedad que debía dimitir debido a que
había empezado a tener las mismas alucinaciones de una de sus pacientes. Las
razones que ella dio ante la Reunión de Negociaciones para justificar su
decisión, revelan a una mujer profundamente perturbada.

* Sin embargo Klein escribió una reseña favorable de Women´s Periodicity, de


Chadwick, en 1933. Véase Envidia y Gratitud y otros trabajos, pág. 318.
D UELO [249]
1. Pensaba que la Sociedad no estaba desarrollándose por los mejores caminos para
¿alcanzar el conocimiento de la verdad, como inicialmente manifestó Freud.
2. Consideraba que el analista debiera ser capaz de comunicar al paciente que
él no representa los ideales más elevados; en otras palabras, que no hay espacio para la
expresión de un ideal religioso.
3. Que estaba en contacto con un grupo interesado en la curación espiritual y
deseaba ser capaz de remitir casos adecuados para su tratamiento. 58

Según el doctor William Gillespie, Searl había adquirido intereses y


creencias extraños. Recuerda haber asistido, en 1937, a una fiesta en su casa,
donde le presentaron a una persona fantástica a quien habían enterrado con
los faraones. “Su renuncia (no sé bajo qué presiones)”, escribe, “fue recibida
con alivio general”.59
Los grandes trabajos escritos por Melanie Klein durante aquellos años
—Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos
(1935), El destete (1936) y El duelo y su relación con los estados
maníaco- depresivos (1940)— surgieron de su propio y profundo
sufrimiento personal, pero esto no debe hacemos olvidar que ella podía ser
sumamente parcial y, en algunos aspectos, muy insensible. Obviando la
aceptación de esos aspectos de su temperamento, es importante examinar en
primer lugar sus artículos como contribuciones a la historia de las ideas sin
mezclarlos con las disputas partidistas que estaban fragmentando a la
Sociedad Británica.
CUATRO

La llegada de los Freud

E n 1936» en un ciclo de conferencias públicas dadas por un grupo de


psicoanalistas en Caxton Hall, Klein dio una cuyo título era “El des-
tete** y que realmente consistía en una guía práctica para el cuidado
del bebé. Influida acaso por el hecho de que en esa ocasión su público era
más amplio, prestó más atención a la incidencia del mundo externo que
anteriormente, si bien continuó insistiendo en que el consiguiente fracaso
derivado del intento de establecer relaciones fiables, puede suponer una
experiencia decisiva según el modo como el niño supere el trauma del deste-
te. Si el niño logra concebir dentro de sí una madre bondadosa y servicial
—esto es, un sentimiento interno de bondad y de sabiduría—, entonces
cimenta una confianza tanto en sí mismo como en los demás.
En realidad, desde el momento del nacimiento el niño se encuentra en
constante estado de destete, porque no siempre dispone del pecho materno;
pero el destete físico definitivo tiene lugar entre los seis y los nueve meses.
Por primera vez Klein consideraba con cieno detalle el modo como una
buena madre puede aliviar la situación al bebé. Lo considerará como un ser
por derecho propio, no como una máquina o como una extensión de sí
misma. Sabrá tener el cuidado de introducir el pezón con suavidad, evitar la
regularidad artificial de un horario de amamantamiento y establecer una
buena relación acariciando al bebé, cantándole y hablándole. Klein aceptaría
incluso el uso del chupete;* aconseja prevenir estrictamente la costumbre de
chuparse el pulgar o la de masturbarse, y favorecer un temprano aprendizaje

*Sus propios hijos los habían usado


L A LLEGADA DE LOS F REUD [251]
para hacer las necesidades solo. Al coger al niño la madre nunca debe exci-
tarlo sexualmente y en ninguna circunstancia debe el bebé dormir en la
misma habitación que sus padres. El amamantamiento con biberón, si el niño
es tratado con cariño, puede ser un razonable substituto del amamanta-
miento con el pecho, pero ni siquiera en las mejores circunstancias puede
proporcionar al niño un alto grado de satisfacción. En muchos aspectos estos
consejos se oponían a las tempranas experiencias con sus propios hijos.
Su artículo incluye una interesante nota al pie: “Debo agradecer al doc-
tor W. Winnicott los muchos detalles iluminadores que me proporcionó a
este respecto’’.1 Desde 1923, Donald Winnicott, medalla de oro en pediatría,
había estado trabajando en el Hospital de Niños de Paddington Green, donde
había alcanzado una inmensa experiencia sobre la relación entre madre e
hijo. Analizado por James Strachey, se convirtió en un competente analista
antes de los cuarenta años.
Strachey le sugirió que llevara a Melanie Klein algunos de sus intere-
santes casos de niños. Uno de ellos bien puede haber sido el de Andrew
Malleson (un psiquiatra que actualmente trabaja en Toronto) analizado por
Winnicott tres veces al mes durante ese período. Malleson sufría de depre-
sión a consecuencia del divorcio de sus padres. Aunque por aquel entonces
tenía sólo cuatro años, Malleson conserva un claro recuerdo de las sesiones
con Winnicott, cuyos métodos eran aparentemente muy distintos de los de
Klein. Se le permitía causar estragos en el consultorio de Winnicott: cons-
truir una carpa con el lienzo del biombo, orinar en tubos de plástico de quin-
ce centímetros de largo y prender fuego a enormes montones de papel.
Había pocas interpretaciones de carácter sexual, aunque Winnicott le expli-
caba la realidad de la vida mediante diagramas. Una de las pocas prohibicio-
nes que impuso fue la de mostrar a Andrew el pene. Previsiblemente,
Malleson recuerda aquellas sesiones con placer. Más tarde Winnicott elabo- -
ró el famoso juego de los garabatos en el que el terapeuta y el niño hacían
garabatos juntos y el primero, basándose en los dibujos del niño, intenta
interpretar sus ansiedades.
Winnicott estaba de vacaciones en Dartmoor cuando leyó por primera vez
El psicoanálisis de niños, y le interesó tanto que volvió a leerlo de principio
a fin. Klein se mostró naturalmente muy interesada en los casos de
Winnicott, que supervisó entre 1935 y 1940; pero él no podía estar de acuer-
do con lo que a su juicio era una extravagante propuesta por parte de ella:
que ella misma supervisara el análisis que Winnicott estaba realizando a
Erich, el hijo de ésta. En 1940 inició con Joan Riviere un análisis que duró
seis años. Según su mujer, Clara Winnicott, él hubiese preferido que Klein le
analizase, pero ella lo persuadió de que analizase a Erich sin su supervisión.
A pesar del inicial enfrentamiento a propósito de Erich, Klein aceptó el espí-
ritu independiente de Winnicott; y dice mucho en su favor que reconociese
el nivel de Winnicott hasta el punto de elegirlo analista de su hijo desde
[252] 1926-1939: LONDRES
1935 hasta 1939. Al final del análisis, el 25 de julio de 1939, Klein escribió
a Winnicott: “No sé cómo expresarle mi agradecimiento por todo lo que ha
hecho usted por Erich”.2
La propia Klein reconocía que ella no era una madre nata. Winnicott,
sin embargo, aunque no tenía hijos propios, tenía una identificación mater-
nal tan fuerte, que en cierto artículo aparecido en The Observer Katherine
Whitehorn lo describió cual “Madonna”.3 Es interesante que también
Ferenczi “actuase como madre” de sus pacientes. Winnicott había tenido
una infancia muy dichosa, mientras Ferenczi provenía de una familia nume-
rosa y aparentemente su atareada madre no había tenido tiempo para prestarle
la atención que él anhelaba.
El año 1937 parece señalar la crisis y el retomo del dolor de Klein. (En
su diario no hay anotaciones que correspondan a este año, pero es posible
que dispusiera de otro diario, hoy perdido.) A pesar de la buena salud de que
en general gozó en sus últimos años, en julio debió ingresar en un hospital
para que la operaran de la vesícula.* Por entonces Erich estaba ya casado, y
en agosto se alojó en una casa de campo en. Devonshire con su esposa, Judy,
quien esperaba su primer bebé (Michael, nacido en octubre, a quien su abue-
la quería mucho). En septiembre ella se tomó unas verdaderas vacaciones en
Italia durante cuatro semanas, y el obligado descanso pareció revitalizarla.
Estaba empezando a emerger de las profundidades de su depresión,
según manifiesta el modo como repetidamente luchaba por mantener el pre-
dominio de sus opiniones. Aunque podía dejarse influir por sus colaborado-
res, era muy dura en los ataques dirigidos a sus antagonistas. La emprendió
con Mana Montessori, una educadora italiana renovadora cuyas teorías se
consideraban mundialmente. El 29 de enero de 1937, en un simposio donde
intervenían varias clínicas, Klein aprovechó la ocasión para exponer su tra-
bajo “Juego”,** en el que criticaba demoledoramente una conferencia que
Montessori había dado poco tiempo antes en el Instituto de Psicología
Médica. Según Klein, Montessori no había comprendido en absoluto el papel
de la fantasía en el inconsciente del niño. Interpretaba erróneamente el
significado de la repetición en el juego. Montessori creía que la falta de con-
centración era la raíz del desarrollo mental desfavorable, y que el niño se
desarrolla plenamente si el maestro le proporciona las condiciones de fun-
cionamiento correcto. La “terapeuta del juego” (caracterización que Klein
hace de Montessori) no está en condiciones de interpretar el juego del niño,

* Ella le contó a Clifford Scott durante su análisis, en 1931, que iban a operarla de
vesícula; su médica, Annis Gillie, no recuerda una operación así en ninguna de las dos
fechas, pero Eric Clyne confirma la operación de 1937.
** Este trabajo nunca se publicó. El manuscrito se halla junto con otros
documentos suyos en el Instituto Wellcome de Historia de la Medicina.
L A LLEGADA DE LOS F REUD [253]
sostiene Klein, porque no tiene idea de cómo interpretar la transferencia
negativa. El psicoanalista sabe cómo utilizar tanto la transferencia positiva
como la negativa.
Todo el odio y también todo el amor que el individuo ha sentido desde sus primeros
días, y que en parte han sido reprimidos, se transfieren al analista. Todas las figuras
malas de la fantasía que han existido en la mente del paciente... todas esas figuras malas
de la fantasía, y también las buenas, pasan a referirse a la persona del analista y así
puede llevarse a la conciencia. Al hacer que el paciente atienda a ellas y al comprender
de qué modo surgieron en el pasado todas esas Figuras malas, éstas pierden parte de su
poder sobre la mente y es posible producir en ésta una disminución o una superación de
las ansiedades fundamentales y más profundamente arraigadas. El éxito de un analista
depende tanto de la transferencia negativa como de la positiva. Al trabajar con la transfe-
rencia negativa despoja a las ansiedades de una potencia que, según muestra la experien-
cia, el paciente sólo puede captar con una ayuda como la que proporciona la técnica de
análisis especializada. Es posible ilustrarlo con una experiencia cotidiana del analista
infantil: puedo descubrir en la mente de un niño, mientras él está en mi sala de juegos,
que la poderosa ansiedad que manifiesta es producto de que en su fantasía, yo, la analis-
ta, soy una horrible bruja que va a cortarlo en trozos. Mi interpretación resuelve esta
ansiedad determinada, el niño comienza a jugar alegremente y yo puedo entonces con-
vertirme para él en un hada buena. Ello significa que con mi interpretación he logrado
resolver la transferencia negativa, y ello da como resultado la aparición de la transferen-
cia positiva.4
Escribir artículos era una cosa, pero enfrentarse al grupo vienés en un
intercambio de conferencias era más de lo que ella se sentía capaz de resis-
tir. El 15 de abril de 1937, Jones escribía a Anna Freud: “La noticias más
importante que debo comunicarle es, lamentablemente, que la señora Klein
no podrá realizar su proyectada visita a Viena. La razón es justificada: su
estado de salud es tal que los médicos le han prohibido absolutamente reali-
zar el viaje. Ella también lo lamenta mucho. ¿Puede hacerse algo en tales5
circunstancias? En realidad, les toca a los vieneses ofrecernos su visita”.
Anna Freud le aseguraba que había gran interés por las conferencias, y que
la atmósfera era mucho menos tensa y más receptiva de como había sido
hasta dos años antes. “Pero, lógicamente”, se apresuraba a añadir, “las cosas
no cambian tan rápidamente y allí podría producirse una modificación en la
atmósfera”. Bibring y Fenichel eran dos posibles conferenciantes para
enviar a Londres. Consideraba que Fenichel no tenía verdaderas dotes para
dar conferencias; Bibring era más adecuado y no tan teórico. No obstante,
dudaba de que alguno de ellos pudiera preparar una conferencia entre mayo
y el otoño cosa que, de no suceder, dejaría todo sin efecto.
Amor, culpa y reparación (1937) se elaboró a partir de algunas con-
ferencias públicas que Joan Riviere y Melanie Klein dieron en 1936 bajo
el título La vida emocional del hombre y de la mujer civilizados, que al
[254] 1926-1939: LONDRES
año siguiente publicaron en un pequeño volumen, Amor, odio y repara-
ción* Se repartieron el tema, ocupándose Riviere del odio y de la agresión
y refiriéndose Klein al amor y a la reparación. No obstante —y Jones parece
sugerirlo en su breve reseña— las conferencias sufrieron muchas modifica-
ciones durante la preparación del libro. Es imposible atribuir determinadas
ideas a Melanie Klein y otras a Joan Riviere, teniendo en cuenta que había
sido Riviere la primera en elaborar el concepto de reparación en la conferen-
cia de intercambio que dio en Viena;** y aunque Riviere trabajó intensa-
mente en la aclaración del denso estilo inicial de Klein, por 1940 Klein
aceptaba sus consejos sólo en cuestiones tales como la sintaxis, según mues-
tra el examen de sus manuscritos. De cualquier modo, las dos mujeres esta-
ban de acuerdo en su concepción de los procesos psíquicos.
En su trabajo Klein extiende las ramificaciones de la relación entre
padre, hijo y hermano a un campo más amplio que el explorado hasta enton-
ces. Nunca anteriormente había discutido lo que posibilita que un matrimo-
nio sea feliz —la situación en la que “los inconscientes de los miembros de la
pareja amorosa se corresponden”6—y, una vez más, es el pecho la fuente a
partir de la cual el bebé conoce el proceso de desplazar el amor. Sólo puede
experimentarse goce, belleza y enriquecimiento verdaderos cuando en el
inconsciente el individuo siente7 “el amor y el amamantamiento de la madre
y el pene creativo del padre”, los dos grandes principios afirmativos de la
vida. El artículo está lleno de connotaciones autobiográficas; pareciera alu-
dir indirectamente a sus dificultades con Melitta como resultado de su rela-
ción con Emanuel y con sus hermanos mayores, y, asimismo, de las expec-
tativas de Arthur (y de ella misma) respecto de Hans:
La individualidad del niño no puede corresponder a la voluntad de los padres. Uno
de los padres puede desear inconscientemente que el niño se parezca a un hermano o a una
hermana del pasado, y obviamente no puede satisfacerse ese deseo en los dos padres; ni
siquiera en uno de ellos. Además, si uno de los padres o ambos han tenido con sus
hermanos y sus hermanas una relación de fuerte rivalidad o de celos, esta situación puede
repetirse en relación con los logros y el desarrollo de sus propios hijos. 8
En un interesante capítulo discute el síndrome del Don Juan, siendo
* Las ventas eran bastante considerables, si se considera la época: se vendieron
508 ejemplares el primer año, y en 1943, durante la guerra, 136.
** Klein había hablado de “restitución” en El psicoanálisis de niños y en artículos
tempranos. En Sobre la criminalidad (1934), por ejemplo, había relacionado la avaricia y
el hurto en el niño con el despojo de las heces y de los niños imaginarios de que es objeto la
madre. Si no es devastado por la culpa, el niño procura a menudo efectuar una resti-
tución. En el análisis de “Richard” habla a menudo de “restauración” pero, como señala
Donald Meltzer, sólo en Envidia y gratitud (1957) retoma nuevamente la idea y la elabo-
ra hasta convertirla en un concepto central. (Véase: The Kleinian Development, Part II
pág. 44.)
L A LLEGADA DE LOS F REUD [255]
muy claro que está pensando en Emanuel, Arthur y Kloetzel. Mediante la
permanente infidelidad un hombre así “se demuestra a sí mismo continua-
mente que su único objeto amado (originariamente su madre, cuya muerte él
temía porque sentía un amor hacia ella codicioso y destructivo) no es des-
pués de todo indispensable, ya que siempre puede hallar a otra mujer, que le
inspira sentimientos apasionados pero superficiales”19 Esa no es una verda-
dera superación pues, mientras pasa de una mujer a otra, “pronto la otra per-
sona llega a representar nuevamente a su madre. El objeto de su amor origi-
nario es, pues, reemplazado por una sucesión de objetos diferentes”.
La reparación auténtica tiene lugar cuando en una relación amorosa o
en el papel de padre, el adulto ofrece más amor del que ha recibido o repara el
amor que le fue denegado al convertirse en un ser más amante. Klein pasa
entonces a aplicar el concepto de reparación al artista y al explorador. Este
último puede expresar sus instintos agresivos explotando a los nativos, pero
al poblar nuevos territorios expresa la necesidad de lograr una reparación.
Sería tranquilizador creer que de su prueba Klein salía sabia, tolerante
y benigna; que ella y Melitta estaban reconciliadas; y que la Sociedad
Británica volvía a hacer aquello para lo cual se había instituido inicialmente:
ayudar a las personas en sus problemas emocionales y llevar a cabo riguro-
sas investigaciones científicas. Desafortunadamente, ése era el mundo real,
no el mundo de la fantasía [fantasy] (o de la fantasía [phantasy]),* donde
todo termina bien. Las divisiones en el seno de la Sociedad Británica eran
ahora tan profundas que ya no podía albergar a Edward dover y a Melanie
Klein. En segundo lugar, la vida de Melanie Klein se vería profundamente
afectada, al igual que millones de otras vidas, por el advenimiento de Adolfo
Hitler. Y, si bien había superado la desesperación, le asaltaban aún continuos
problemas interiores y diversas circunstancias que hacen la vida difícil en
tantos aspectos.
El 8 de marzo de 1939 la Sociedad Psicoanalítica Británica celebró con
una cena su vigesimoquinto aniversario en el Savoy (Ernest Jones señalaba
como fecha de su fundación 1914 ó 1919 según conviniera a sus propósitos).
Entre los invitados estaban Virginia y Leonard Woolf, quienes cenaron con
Klein el 15 de marzo. En su diario Virginia Woolf anotó que Klein era “una
mujer de carácter y de fuerza algo sumergida —¿cómo explicarlo?—, no
astucia, sino sutileza; algo que actuaba subterráneamente. Una tracción, una
sacudida, como una corriente subterránea: amenazante. Una enhiesta dama de
cabellos grises y grandes ojos brillantes e imaginativos”. 10 Es una des-
cripción maravillosa. Parece inevitable que finalmente llegaran a conocerse
esas dos mujeres nacidas en el mismo año, de procedencias totalmente dis-
tintas, pero con interesantes paralelos en sus vidas.
Klein continuaba convenciéndose de que contaba con todo el apoyo de
* Véase la nota 8 en la pág. 59. [T.]
[256] 1926-1939: LONDRES
Jones. Poco después de la cena le envió una carta de profundo y sincero
agradecimiento.
42, Clifton Hill, St.
John's Wood, N.W. 8
11 de mano de.1939
Estimado doctor Jones:
Ahora que la celebración oficial ha concluido, me gustaría decirle lo que personalmente he
sentido en esa ocasión.
Todos los que estamos identificados con el psicoanálisis y, más concretamente, con el
psicoanálisis de Inglaterra, le debemos a usted tanto, que parece inútil intentar expresarle
con palabras nuestra gratitud. Lo que usted ha hecho por el desarrollo de la teoría y por el
crecimiento de nuestra ciencia subsistirá por siempre, si el psicoanálisis sobrevive. Si así
ocurre, será en gran medida por sus esfuerzos y por sus logros. Usted ha creado el
movimiento en Inglaterra y lo ha conducido a través de innumerables dificultades y pri-
vaciones hasta su posición actual. Usted ha dirigido sabiamente durante años, la Sociedad
Internacional, años no exentos de agitación. Y se debe a usted el que el psicoanálisis y su
futuro se centren ahora en Londres.
Y ahora deseo agradecerle su amistad personal, su ayuda y su aliento en lo que es para
nosotros de importancia infinitamente mayor que nuestros sentimientos personales, a
saber, nuestra obra. Nunca olvidaré que fue usted quien me trajo a Inglaterra e hizo posible
que yo realizara y desarrollara mi obra, a pesar de todas las oposiciones.
Por último deseo decirle cuán profundamente agradezco la valoración de mi obra que
usted manifestó la noche del miércoles. Tampoco aquí se trata sólo de un caso de agrade-
cimiento personal. He escuchado de muchas personas cuya obra usted ha consagrado, que
se sienten muy alentadas por lo que usted ha dicho acerca de mi obra, y sé que sus palabras
también resultarán provechosas para aquellos que se dirigen a usted en busca de
orientación en una época crítica para el psicoanálisis.
Deseando que continúe su éxito y su dicha personal en el futuro, le saluda con la más
distinguida consideración.

Melanie Klein11
La referencia a la posibilidad de que el psicoanálisis pueda no sobrevi-
vir refleja su temor de que Anna Freud estuviese destruyéndolo. Le hubiera
horrorizado saber que el 29 de junio de 1938, poco después de la llegada de
los Freud a Londres, Jones había escrito a Anna Freud:
Deseo muchísimo hablar largamente con usted acerca de la situación aquí. De
momento usted sólo puede apoyarse en mi confianza, pero podría mostrarle, después, que
se apoya en un sólido fundamento. Usted tiene razón al decir que necesita mucha
información sobre el carácter y la obra de muchos de nuestros miembros. Por lo demás,
usted ha enunciado exactamente las cualidades necesarias: valentía, sentido común, tole-
rancia y, ante todo, Mangel an Empfindlichkeit (falta de susceptibilidad). Creo que usted
está abundantemente dotada con esas cualidades y que ése es uno de los fundamentos de
mi confianza.12
[257]
L A LLEGADA DE LOS F REUD
Klein no tenía idea de que Jones estaba prácticamente socavando su
posición. Jones es la figura más complicada en este intrincado esquema de
relaciones. Su actitud respecto de Klein había devenido cada vez más ambi-
valente. Ella le gustaba como mujer, se adhería a sus teorías, pero se sentía
inquieto y envidioso por la prominencia que su protegida había ocupado en
su Sociedad.
En 1933, tras el incendio del Reichstag, empezaron a llegar a Gran
Bretaña desde Berlín un primer grupo de analistas judíos alemanes: S.H.
Fuchs (después Foulkes), Paula Heimann y Kate Misch (después
Friedlander). Desde el comienzo, los analistas británicos se preocuparon por
la probabilidad de que no hubiera suficiente trabajo para más gente. El 12 de
julio de 1933 Jones escribía a Eitingon: “Mi punto de vista es el siguiente. No
podemos aconsejar que se venga aquí porque, aun en caso de que se
superen todas las dificultades, no hay suficiente trabajo para nuestra propia
pobre gente, y las perspectivas de instalarse son, de momento, realmente
pobres”.13 Gracias a la ayuda de David Eder, Heimann y Misch llegaron a
Inglaterra y se establecieron en el East End, donde les resultó imposible pasar
con lo que tenían. Cuando Jones se enteró del lugar donde vivían, se
horrorizó y sugirió zonas más respetables. La aprobación de las monstruosas
leyes de Nürenberg, que privaban a los judíos de la ciudadanía, impedían los
matrimonios entre judíos y arios, y excluían a los judíos de las profesiones
liberales, hizo de 1935 un año crucial. (El 2 de junio de 1934 Melanie Klein
se había nacionalizado inglesa; en esa situación el pasaporte sueco le fue
útil.) La situación se había tomado entonces tan desesperante que Jones pro-
metió a los miembros del Instituto de Berlín que por medio de su amistad con
Sir Samuel Hoare, secretario de la Casa Judía (la mujer de Jones,
Katherine, dicho sea de paso, era judía), les procuraría permisos de traslado a
Londres. Eva Rosenfeld no llegó hasta marzo de 1936, porque Freud quería
que permaneciese en el Sanatorio Tega, que él deseaba desesperadamente
mantener abierto. El comienzo de la guerra empezó a parecer inminente; y si
se producía una invasión de Inglaterra, los judíos sabían cuál sería su destino.
Eitingon se había marchado a Palestina. La primera analista de Erich,
Clare Happel, se estableció en Chicago, al igual que el analista de Hans, Ernst
Simmel, que se dirigió después a California. La analista primera de
Melitta, Karen Horney, ya se había ido a Nueva York; y Helene Deutsch, que
siempre había considerado a Melanie Klein como su rival, establecía en 1934
el análisis ortodoxo en Boston. Los antiguos enemigos berlineses de Klein,
Franz Alexander y Sándor Radó, se establecieron respectivamente en
Chicago y Nueva York.
En 1937 el marido de Susan Isaacs, Nathan, aconsejó a Erich Klein que
cambiara su nombre por Eric Clyne. El año siguiente, Klein se ofreció como
garante de los parientes de Hermann Deutsch que venían de Austria, mar-
[258] 1926-1939: LONDRES
chándose muchos de ellos a los Estados Unidos y a Australia. La señora
Hanna Clampitt, de Michigan, hija de Emil Deutsch, hijo a su vez de
Hermann,* considera que el apoyo de Klein fue un acto de suma generosía-
dad, porque ello suponía hacerse financieramente responsable de todos ellos.
En 1938 Emilie y Leo llegaron de Viena como refugiados.** Se instala-
ron en un piso cercano a Clifton Hall, pero Klein raramente veía a su herma-
na, La nuera de Emilie, Hertha Pick (que se había casado con Willi), recuer- -
da que su suegra sentía gran admiración por su brillante hermana menor,
¡pero le advertía a Hertha que nunca leyese sus horribles libros sobre los
niños! (Debió irritar a Klein saber que el hijo de Emilie, Otto, que había
sido dentista de Freud en Viena, visitaba frecuentemente Maresfield
Gardens tras la llegada de Freud a Londres.)
Clifford Scott recuerda que durante la crisis de Munich, en 1938,
Melanie Klein le visitó en Hildenborough, al sur de Londres, donde él traba-
jaba en un hospital. Ese fin de semana la gente cavaba refugios en los jardi-
nes. Klein, que había pasado la Primera Guerra en Budapest, donde la vida
se desarrollaba con relativa normalidad, se hallaba muy inquieta ante la
amenaza de invasión. Recordaba perfectamente la ola de antisemitismo que
había barrido Hungría en 1919, obligándola a ella y a muchos otros a aban-
donar el país, así que su temor era muy comprensible.
En 1939 la vieja amiga de Melanie de Berlín, la psicóloga de niños
Nelly Wollfheim, llegó a Londres bajo la responsabilidad de “una dama des-
conocida”. Klein, enterada de su llegada, la llamó por teléfono el mismo día
en que Wollfheim había desembarcado. Con verdadero pesar le dijo que no
podía ayudarla económicamente pues ya tenía bajo su responsabilidad a
muchos de sus propios familiares. Ernest Jones recibió a Wollfheim cortés-
mente, pero no podía ofrecerle más que quince libras esterlinas de los fon-
dos de la Sociedad, casi agotados debido a la necesidad de atender a los
refugiados llegados anteriormente; no obstante, ese dinero era un regalo del
cielo para quien había llegado a Inglaterra con sólo diez chelines.
Cuando una noche visitó por primera vez a Klein en su casa de Clifton
Hill, Wollfheim se sorprendió del esplendor en que vivía Klein, en contraste
con las viviendas de Berlín que ella recordaba. Un criado le abrió la puerta y
le pidió su abrigo. Al rato llegaron otros invitados, entre ellos “Erna”, que
ahora era una joven alta, que la abrazó cariñosamente. “Erna” estaba tam-
* Hermann había muerto en Viena en 1937.
** Según el nieto de Emilie, Walter, que ahora es dentista en Oxford, la Sociedad
de Amigos apoyó a la familia Pick. No obstante, Hertha Pick señala que Walter tendría
sólo tres o cuatro años de edad al llegar a Inglaterra, y que sus recuerdos deben de basarse
en lo que su madre le contó. La señora Pick afirma que los Schmiedeberg ayudaron a los
Pick. También caracteriza las relaciones entre Emilie y Melanie como “del tipo
amor/odio".
L A LLEGADA DE LOS F REUD [259]
bién refugiada. Klein le había preparado la sorpresa de encontrarse con la
niña por cuyo bienestar ambas se habían preocupado tantos años antes.
“Erna” iba a emigrar a Australia.
Jones nombró a Eva Rosenfeld secretaria del Fondo Jones de
Rehabilitación. Fue ella la responsable de sacar de Austria a muchos analis-
tas, detalle generalmente ignorado.14 Jones y la princesa Mane Bonaparte
dedicaron todos sus esfuerzos primero a persuadir a Freud de que abandonara
Viena, y después a los complicados trámites para asegurar su salida de
Austria tras la invasión nazi en marzo de 1938. Según Jones,
en una reunión del consejo de la Sociedad de Viena realizada el 13 de marzo se
decidió que, de ser posible, todos debían abandonar el país, y que la sede de la Sociedad
estaría allí donde se estableciese Freud. Freud comentaba: “Después de que Tito destruyó
el templo de Jerusalen, el rabí Jochanan ben Sakkai pidió permiso para abrir en Jabnet una
escuela en la que se estudiase la Torah. Nos disponemos a hacer lo mismo”.15
¿Irónicas palabras!
En 1938 un tercio de los analistas de la Sociedad Británica procedían
del continente. La comparación entre las listas de miembros de 1937 y 1938
revela los nombres añadidos: Bibring, Eidelberg, Hitschmann, Hoffer,
Isakower, Kris, Laníos, Stengel, Schur, Stross, Sachs, Straub y, por supuesto,
Sigmund y Anna Freud. También Hilda Abraham llegó de Berlín en 1938 y,
aunque era hija del mentor de Klein, se opuso siempre tenazmente a las ideas
de ésta. En 1939 Michael Balint, sucesor de Ferenczi, llegó de Budapest y
montó un consultorio en Manchester. Muchos de aquellos europeos se iban a
trasladar a los Estados Unidos pero, en especial con la llegada de los Freud, el
clima de la Sociedad Británica cambiaría irrevocablemente. ‘‘Nunca volvería16
a ser lo mismo”, se lamentaba Klein ante Winnicott. “Esto es un desastre.”
Freud llegó a Londres el 6 de junio. Le esperaba una carta de bienvenida
de Melanie Klein, en la que ésta expresaba su deseo de visitarlo apenas se
hubiese instalado. El 11 él le respondió con una nota breve y cortés en la que
le agradecía su carta y añadía que deseaba verla en un futuro próximo. La
invitación no se concretó, aunque Melitta y Walter Schmiedeberg lo visita-
ban con frecuencia. Klein se hallaba en Cambridge cuando se realizó el
funeral, en el crematorio de Golders Green, a fines de septiembre de 1939.
Es importante en este punto comprender la constelación de afiliaciones.
Con la llegada de los Freud, Ernest Jones fue progresivamente ocupando un
segundo plano; delegó, en consecuencia, gran parte del trabajo administrati-
vo de la Sociedad en Edward Glover. Su deseo de no ofender a los Freud
explica el espacio que destinó a El yo y los mecanismos de defensa en el
International Journal of Psycho-Analysis, mientras que la nota dedicada al
libro de Klein y Riviere es casi ofensiva por su brevedad. Su decisión de
[260] 1926-1939: Londres
permanecer al margen de las riñas da cuenta también del carácter inocuo de
los artículos que publicó durante el resto de su vida.
Alix Strachey, la primera defensora de Melanie, raramente asistía a las
reuniones. Ella y James normalmente apoyaban a Klein, pero en 1941, en uno
de sus pocos artículos, A Note on the Use of the Word 'Internal', Alix
expresaba su inquietud sobre la orientación que estaba tomando el pensa-
miento de Klein.17 Nina Searl había renunciado, así que el grupo de fieles
comprendía a Clifford Scott, David Matthew, Joan Riviere, Susan Isaacs,
Donald Winnicott y, cada vez más, Paula Heimann. Tras haber regresado de
su análisis con Ferenczi, John Rickman inició en 1934 un análisis con Klein
que duró siete años.* Durante algunos años Rickman se consideró a sí
mismo kleiniano, aunque Klein siempre sospechó que no se adhería con
suficiente pasión a sus ideas, sobre todo cuando en el prefacio a On the
Bringing Up of Children (1936) Rickman destacaba la importancia del
padre en la vida del niño, aun insistiendo en que “en sus fantasías, el niño
presta más o menos la misma atención a la figura de su padre y a la de su
madre”.18
John Bowlby, analizado por Joan Riviere entre 1933 y 1937, empezaba
a provocar desconfianza. Bowlby dice que hasta 1937 él podía calificarse de
kleiniano porque “las espadas estaban desenvainadas”, pero que tras la guerra
fue inequívocamente independiente.
Paula Heimann y Eva Rosenfeld eran dos miembros relativamente nue-
vos del grupo kleiniano. Heimann se había doctorado en medicina en Berlín y
la había analizado Theodor Reik. Tras haberse capacitado como analista,
el surgimiento del nazismo y su separación matrimonial, su marido era el
doctor Franz Heimann, hicieron que en 1933 abandonase su carrera en Berlín.
Emigró a Londres junto con su pequeña hija y, hallándose totalmente
confundida por los profundos cambios acaecidos en su vida, aceptó la suge-
rencia de analizarse con Klein; pronto se convirtió en una de las más ardien-
tes partidarias de Klein. Las relaciones entre ambas se considerarán a su
debido tiempo.
Lo mismo que en Heimann, en Eva Rosenfeld el desarraigo provocó
gran desorientación. En Viena había frecuentado a la familia Freud; sobrina
de la cantante Yvette Guilbert, a quien Freud adoraba, era muy bien recibida
en casa de los Freud, Amaba Inglaterra y su primer paseo por Hampstead
Heath supuso un momento de gozo tras la pesadilla que había vivido en
Alemania. No obstante, establecerse en un lugar nuevo constituía una expe-
riencia tremendamente perturbadora. El artículo de Klein sobre la depresión
la impresionó profundamente y, tras un angustiado examen de sí misma,
* Según Pearl King, en determinado momento se le invitó a la clínica
Menninger, pero se le retiró la invitación al saberse que era kleiniano.
L A LLEGADA DE LOS F REUD [261]
decidió iniciar un análisis con Klein. Antes de tomar esa determinación
escribió a Freud confesándole sus proyectos, y Freud (según palabras de ella)
le contestó: “Temo no poder convencerla en cuatro semanas de que las teorías
de la señora Klein pueden no ser correctas. Haga, pues, lo que se ha propuesto
hacer; decida quién es mejor, el padre o la madre”.19 Su análisis le resultó una
experiencia muy perturbadora ya que, reunión tras reunión, presenciaba el
extraño espectáculo de que su analista fuese atacada por su propia hija:
En las reuniones sólo pude ver algo muy terrible y un hecho nada propio de
Inglaterra, a saber, que una hija agrediese verbalmente a su madre, y a ésta permanecer
muy sosegada, absolutamente tranquila, sin defenderse jamás, pero con tanto poder en esa
Sociedad, siendo tan poderosa, que no importaba lo que Melitta dijera. Solamente
sabíamos que éramos víctimas de esa disputa y que también lo era la Sociedad; eso era
indudable.20
El acoso de Melanie Klein por parte de Melitta y de Glover continuaba.
Otras Figuras abiertamente hostiles a ella fueron Marjorie Brierley, Barbara
Low, Ella Sharpe (en progresivo aumento, aunque fue una de sus primeras
partidarias), y Adrián y Karin Stephen. Las únicas Figuras verdaderamente
independientes de esa época parecen haber sido Sylvia Payne y W.H.
Gillespie.
La vida era muy difícil para los analistas europeos. Primero, según
recuerda Willi Hoffer, se sentían “míseros inmigrantes”. Los vieneses consi-
deraban todo lo relacionado con el grupo inglés inquietantemente distinto de
aquello a lo que estaban acostumbrados. En Londres, el presidente se sentaba
en un estrado frente a los miembros, quienes se alineaban en Filas; esa
disposición hacía posible que las facciones se sentaran juntas, mientras que
en Viena formaban todos un grupo más íntimo, congregado alrededor de una
mesa. Alarmaba a los emigrados ver que las mujeres inglesas usaban som-
brero, detalle mínimo pero indicativo de la formalidad predominante.
Los vieneses habían estado totalmente unidos por su lealtad a Freud,
quien habitualmente se reunía con ellos al Finalizar la discusión, poniendo
las cuestiones en perspectiva, según lo señalaba Willi Hoffer. Los sábados
por la noche Anna Freud hacía reuniones en su casa, a las que asistían Hoffer,
Bemfeld, Aichhom y una amiga de ella, Edith Richer, “discusiones libres,
magníficas, sobre la psicología infantil y adolescente, en las que se veía al
niño en el análisis, en su contexto, en la sociedad, en su interacción con los
seres humanos en que se le educa”,21 Mientras tenían lugar estas reuniones,
Freud estaba en otra habitación jugando a las cartas con sus amigos. Lo que
los analistas en lengua alemana hallaban en Londres era “guerra, guerra
absoluta”.22 No es extraño que en años posteriores se produjeran en los
congresos internacionales conmovedores encuentros, cuando aquellos
exiliados, dispersos por todas partes, se daban un abrazo.
[262] 1926-1939: LONDRES
Como es natural, todos los analistas continentales respaldaban sólida-
mente a Anna Freud y desconfiaban mucho de Melanie Klein. Anna Freud se
movió en principio con cautela. En septiembre de 1938 empezó a organi-
zar pequeñas reuniones quincenales en su casa, dirigidas por ella y por sus
colegas vieneses, cuya asistencia era optativa. En junio de 1939 los semina-
rios se habían convertido en obligatorios; en los meses siguientes rehusó
hacerse cargo de los seminarios de análisis infantil en el Instituto debido a
que los aspirantes a recibir la formación en ese ámbito, “que se habían anali-
zado o formado de otra manera con analistas que mantienen concepciones
distintas, difícilmente se beneficiarían de su enseñanza”. 23 Klein está de
acuerdo en que las enseñanzas de una y otra no pueden combinarse.
Freud estaba demasiado enfermo para asistir a las reuniones científicas.
Uno puede imaginarse la tensión que electrizaba el salón el 7 de diciembre de
1938 cuando apareció Anna Freud junto a su amiga estadounidense,
Dorothy Burlingham, y la princesa Marie Bonaparte. También estaban pre-
sentes Melanie Klein, Melitta Schmiedeberg y Edward Glover. En esta oca-
sión Susan Isaacs presentaba un trabajo titulado Temper Tantrums in Early
Childhood in Their Relation to Internal Objects. Esta pequeña y
vigorosa mujer de Lancashire rebosaba de confianza; con la cabeza
ligeramente ladeada, sus ojos brillaban, saboreando traviesamente el drama
que se desarrollaba en esos momentos. Los accesos de malhumor, afirmaba,
eran parte de un desarrollo normal y alcanzaban su culminación durante el
segundo año de vida. En esas situaciones el niño muestra su desamparo
reaccionando ante los perseguidores que hay en su interior. Estos objetos
internos, estudiados en un principio por Freud y por Abraham, se han
elaborado más teóricamente con Melanie Klein; pero, añade, “en este trabajo
no se trata de elucidar la teoría general de los objetos internos, sino del modo
como la comprensión de las diversas fantasías relacionadas con los objetos
internos permiten aclarar los fenómenos de malhumor y proporcionan ayuda
a su tratamiento analídeo”.24 Presenta el caso de un niño que es hijo de madre
epiléptica.* Las circunstancias de la vida del niño afectaban la constitución
de los objetos internos persecutorios; son al mismo tiempo fantasías con las
que el niño combate “experimentando extremo terror”. En la discusión pos-
terior a la exposición del artículo, se criticó por ser demasiado resumido y
porque en él se presuponían muchos puntos que requerían ulterior explica-
ción.
Eva Rosenfeld sugirió que un pequeño grupo de kleinianos se reuniera
para formular sus ideas a fin de presentarlas ante la Sociedad Vienesa. El 13
de enero de 1939 Susan Isaacs le escribía a Clifford Scott: “Ella cree que no
facilitamos a los vieneses la comprensión de nuestras ideas y que debiéra-
* Según John Bowlby, Isaacs nunca estuvo en desacuerdo con la importancia
que él adjudicaba a los factores ambientales .
L A LLEGADA DE LOS F REUD [263]
mos prestar más atención al aspecto educacional de nuestra obra;25introducir
cosas que permitan apartar al menos obstáculos intelectuales” Se lanzó
así el Grupo O.I. (Objeto Interno) —formado por unos cinco miembros—
para elaborar una estructura teórica comprensible. Era el primer paso en la
búsqueda de alguna vía de acercamiento con los vieneses.
Una reunión conjunta con la Sociedad Psicoanalítica Francesa (proba-
blemente a instancias de Marie Bonaparte) celebrada a finales de junio de
1939 fue ocasión para un mayor esclarecimiento de las diferencias. Esa vez
Anna Freud expuso su trabajo Sublimation and Sexualization (al parecer
nunca publicado) al que respondió Paula Heimann con A Contribution to
the Problem of Sublimation and its Relation to Processes of
Internalization, en el cual ésta se propone describir la naturaleza del mundo
interno y de los objetos contenidos en él. Merece citarse su definición del yo:
[No es] una organización que esté firmemente establecida y delimitada en contraste
con otras partes de la personalidad —Freud nos ha advertido, en efecto, del peligro de ser
dogmáticos en esta materia— sino la suma total de todos los sentimientos, las emociones,
los Impulsos, los deseos, las capacidades, los ingenios, los pensamientos y las fantasías del
individuo; en pocas palabras: todas las fuerzas y formaciones psíquicas que una persona...
identifica como propias y que le harían advertir “Ese soy yo”.26
Presenta entonces el caso de una artista que consideraba inhibida su
obra al sentirse perseguida por demonios interiores que vagaban en su interior
con sus tridentes. La histérica puede ser acosada por recuerdos, pero
Heimann señala a sus oyentes que la memoria es “una imagen compuesta por
superposición” de lo que más tarde Otto Kernberg denominó “mundo interno
y realidad externa”. Como estaba paralizada por la culpa y la ansiedad, la
paciente no podía recuperar los objetos buenos y efectuar la reparación
mediante la actividad creativa. Esta se eliminó gradualmente, obteniendo ella
libertad interior, un estado relativo que “no suprime los conflictos,27 pero
permite que el sujeto amplíe y desarrolle su yo en sus sublimaciones”.
El año 1939 fue un año de confusión en todos los sentidos. El estado de
Freud fue empeorándose rápidamente. A comienzos de marzo, con ocasión
del vigesimoquinto aniversario de la Sociedad Psicoanalítica Británica, Freud
había enviado a Jones la que sería la última carta que le dirigiese.
Querido Jones:
Me resulta aún curiosa la poca perspectiva con que los humanos miramos el futuro. Poco
antes de la guerra, cuando usted me habló de la fundación de una sociedad psicoanalítica
en Londres, yo no podía prever que un cuarto de siglo más tarde yo estaría viviendo tan
cerca de ella y de usted, y mucho menos podía imaginar que, a pesar de encontrarme tan
cerca, no iba a tomar parte de su reunión.
Pero en nuestro desamparo debemos aceptar lo que el destino nos trae. Debo, pues, con-
[264] 1926-1939: LONDRES
tentarme con enviar a su Sociedad un cordial saludo y los más cálidos deseos desde lejos,
aunque esté tan cerca. Los acontecimientos de los años pasados han dado lugar a que
Londres se convirtiese en la principal sede y el principal centro del movimiento psicoa-
nalítico. Ojalá que la Sociedad que desempeña esta función pueda cumplirla de la manera
más brillante.
Ihr alter
Sigmund Freud 28

El 3 de septiembre Inglaterra declaraba la guerra a Alemania. El 23


Freud había muerto.
Jones pensaba disolver la Sociedad durante la guerra. Regresaba de su
casa de campo cerca de Midhurst para asistir a las reuniones, que empezaron
a tener carácter mensual, y durante un año la Sociedad Británica quedó
virtualmente en manos de Edward Glover y los analistas continentales, a
quienes, por ser extranjeros procedentes de un país enemigo, no les estaba
permitido abandonar la región de Londres. Anna Freud y Dorothy
Burlingham pusieron en marcha los Asilos de Hampstead en Tiempo de
Guerra destinados a los niños cuyas familias habían sido víctimas de la con-
tienda. Se tomó como modelo el Kinderheim Baumgarten de Siegfried
Bernfeld, establecido en Viena tras la Primera Guerra Mundial.
Todos los médicos de la sociedad se unieron al ejército con uno u otro
carácter. Scott fue al Servicio Médico de Emergencia y Winnicott pasó a ser
psiquiatra visitante de la Residencia Modelo de Oxfordshire, ocasión en la
que conoció a su futura esposa, Clare Britton, asistente social en psiquiatría.
A Rickman se le dio un puesto en el hospital de Sheffield seis meses después
del inicio de la guerra. Bowlby fue psiquiatra militar durante los cinco años
siguientes.
A finales de agosto de 1939 Klein pasó sus vacaciones en Walberswick,
en Suffolk. Desde allí escribía a Winnicott el 31 de agosto: “En caso de gue-
rra permaneceré aquí hasta que mis planes tomen forma definitiva. Mi inten-
ción es en tal caso establecerme en29el campo con algunos pacientes y realizar
también algún trabajo de guerra”. En el momento en que Alemania invadió
Polonia, Klein se dirigió a Bishop’s Stortford para estar cerca de Susan
Isaacs, y a la semana se fue a vivir con ella. A mediados de agosto la doctora
Sophie Bookhalter se había entrevistado con Klein en Londres y ésta la había
aceptado para un análisis de formación. No obstante, cuando regresó para
tener su primera sesión en septiembre, se le informó de que la señora Klein se
había trasladado momentáneamente a Cambridge.
CUARTA PARTE
_____________________

1940-1941
Cambridge Pitlochry
U NO
_________________
Dilación

F ue un irónico giro del deslino que Melanie Klein tuviera que enfren-
tarse a una alianza de sus enemigos más intransigentes precisamente
en el momento en que parecía dejar atrás su prolongada depresión.
Se reactivaba su paranoia infantil —fenómeno que ella reconocía—, e
incorporaba algunos de sus sentimientos en el artículo sobre el duelo que leyó
en el Congreso de París el 2 de agosto de 1938.
Con el inicio de la guerra James Strachey se hizo cargo de la dirección
del International Journal of Psycho-Analysis, ejercida hasta entonces
por Jones. El 28 de octubre de 1939 Strachey escribía a Klein, que estaba en
Cambridge, solicitándole un artículo: “El número de artículos procedentes
de la Sociedad Británica es muy escaso, y el nivel general de los otros artí-
culos (cuyos autores no son ingleses) es muy alto. De1modo que es realmen-
te un deber patriótico para usted enviarme algo”. En respuesta a esta
demanda Klein le envió un trabajo sobre el síndrome del Don Juan. Dice
mucho en favor de ambos que Strachey, apenas leyó el artículo a comienzos
de noviembre, lo rechazara categóricamente por no corresponder al nivel
habitual de Klein, y que ésta aceptara este juicio sin sentirse ofendida. Le
confesaba a Jones: “Cualquier cosa que yo pueda escribir me parece absolu-2
tamente insignificante en comparación con los acontecimientos mundiales”.
El 15 de noviembre Strachey le escribió diciéndole que le tranquilizaba
saber que no le guardaba rencor, y le explicaba que a su modo de ver al tra-
bajo le faltaba coherencia.
Mientras Eric aguardaba ser llamado a filas de un momento a otro,
Klein había estado muy ocupada buscando en el área de Cambridge un lugar
[268] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
seguro para Judy y Michael. Fue el acto de una suegra preocupada pero,
entrometida, porque Judy aborrecía el lugar que Melanie le había encontrado
en Trumpington, echaba de menos a Eric, y regresó a su casa de Londres tan
pronto como pudo.
Emilie enfermó gravemente y murió en Londres en mayo de 1940,
cuando Klein estaba en Cambridge, añadiéndose así otro hito en su larga serie
de desgracias entretejidas con sentimientos de culpabilidad. Klein no estaba
con Emilie cuando ésta murió; no obstante, en su Autobiografía dice que veía
a su hermana muerta “llena de ansiedades y de persecución”.*
Klein tenía testimonios de otras personas que morían en un estado de
gran ansiedad, experiencia que ella manifiestamente temía. Posiblemente por
eso fantaseó la serenidad de la muerte de su madre. A finales de agosto de
1939 Arthur Klein murió en Sion, Suiza. Jolan viajó desde Budapest para
asistir al funeral y se mantuvo constantemente en contacto con su cuñada,
tanto telefónica como epistolarmente, en relación con la muerte, que parecía
afligir a Klein, según la hija de Jolan, Maria.** Se suponía que esta última iba
a viajar a Inglaterra el mes siguiente para pasar un año con su tía, pero al
iniciarse la guerra Klein le decía a Jolan: “Durante la última guerra bombar-
dearon Londres y si llegas a leer en los diarios que la bombardean de nuevo,
te morirás de preocupación. Mejor esperemos hasta el fin de las hostilida-
des”. Sin embargo, después de la guerra María emigró a Australia y Jolan,
cuya fábrica de sombreros la expropiaron los comunistas en 1948, dejó en su
momento Hungría para irse a vivir a Suecia con su hijo, Thomas Vágó. Pasó
por dificultades económicas durante varios años; Klein pagó sus periódicas
visitas a Londres y la ayudó de muchas otras maneras.
La propia ambivalencia de sus sentimientos hacia Emilie y hacia Arthur
posibilitaba que lograse una comprensión más acabada de los procesos de
duelo. Empezaba ahora a entender el sentimiento de triunfo que se suscitaba
en uno de los estadios de la aflicción, y que Freud había intentado aclarar en
Duelo y melancolía. Pasó el invierno de 1939 revisando su comunicación
de París, que en realidad suponía una travesía por sus propios sentimientos.
El trabajo está tan bien escrito que algunos han supuesto que fue Joan Riviere la
responsable de la versión definitiva. Klein confiaba en el juicio de
* Hertha Pick, nuera de Emilie, niega esa afirmación. Señala que Emilie enfermó de
neumonía en septiembre de 1939. Al examinarla con rayos X, insistió en que el médico le
jurara que no tema tuberculosis, enfermedad temida por toda la familia desde la muerte de
Emanuel. El médico informó a su marido que tenía cáncer. La señora Pick no recuerda que
Emilie fuese quejica; pero tema tal dificultad al respirar que durante algún tiempo se le dio
oxígeno. La señora Pick no cree que Klein haya visitado jamás a su hermana durante su
enfermedad; Melanie habría evitado esta visita, dado que ella también temía a la
tuberculosis.
** Hubo cierta inquietud por si Arthur le hubiera dejado una parte de sus bienes,
como algunos años antes él había dado a entender que haría (carta a Winnicott del 1 de
abril de 1941).
D ILACIÓN [269]
Riviere, pero aunque le envió apuntes de las revisiones, el aporte de Riviere
se limitaba a las sugerencias editoriales. Ella hacía una marca con lápiz rojo al
margen cuando tenía una duda.
El 2 de abril de 1940 Riviere le decía:
Creo que se ha mejorado mucho con las correcciones y la reformulación. En especial en
presentación del tema del "triunfo”, que siempre constituyó una especie de laguna o de
corte en la teoría, tal como la dejaron Freud y Abraham; y que era también clínicamente
tan manifiesto en el material de esas situaciones y tan característico de esos tipos, y que sin
embargo parecía ignorado o pasado por alto en su obra respecto del tema... Creo que este
artículo contribuirá mucho a que su nueva leona sobre la depresión llegue a conocerse y
entenderse mejor.3
El 8 de abril le envió algunas otra reflexiones acerca del duelo como
una buena experiencia:
Naturalmente la gente “normal” da por sentado intuitivamente, o lo entiende científica-
mente también así, que una persona debiera ser capaz de sentir pesar. Pero sabemos que
eso lo discutieron anteriormente Melitta y Glover, y hay muchas personas que, conscien-
temente o no, tienden a estar de acuerdo con la actitud de ellos a este respecto. Además,
tienden a creer, como obviamente hace M, que las opiniones de usted representan un deseo
de forzar a todos a la depresión, y son muy persecutorios en sus sentimientos ante estas
cuestiones.4
El trabajo se basa tanto en ideas de Freud como de Abraham sobre el
duelo y la melancolía, pero se aparta significativamente de Freud y avanza
más que Abraham. Recurriendo a sus anteriores postulados respecto de la
posición depresiva, Klein reitera que ésta consta de dos fases: los sentimien-
tos persecutorios, caracterizados por la convicción de que perseguidores
internos van a destruir al yo, y un “anhelo” del objeto de amor perdido.
La pérdida de una persona amada posteriormente reactiva aquel psico-
drama infantil; y cuanta mayor sea la seguridad con que se han incorporado
los objetos internos buenos en la vida temprana, tamo más efectivo será el
resultado final de un duelo posterior. Cuando uno está de duelo está real-
mente “enfermo” —“en un estado maníaco-depresivo moderado y momen-
táneo”—, tal como el niño normal experimenta en su desarrollo un estadio de
neurosis infantil.
Freud no podía entender el fenómeno de una “fase de triunfo” en el
decurso del duelo. “En primer lugar, también el duelo normal supera la pér-
dida del objeto y también él, mientras subsiste, absorbe todas las energías del
yo. ¿Por qué, entonces, cuando ha recorrido su camino, no hay, en este caso,
indicios de la condición económica de una fase de5 triunfo? Me resulta
imposible responder a esa objeción inmediatamente.” Para Klein.es una
fase maníaca temporal, una expresión de los sentimientos ambivalentes res-
[270] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
pecto de la persona muerta, cuando la persona que está de duelo siente que ha
triunfado sobre su perseguidor al permanecer él aún vivo; y esta fase
intensifica sus sufrimientos al suscitar la culpa ante tales sentimientos
respecto de la persona muerta. Como ejemplo narra el desarrollo del duelo de
la señora A (que es obviamente ella misma).
En los días inmediatamente siguientes a la muerte de su hijo, la señora
A seleccionó las cartas, conservando algunas y deshaciéndose de otras (en
otras palabras, guardándolo a él dentro de sí mientras descartaba los malos
sentimientos). Durante la primera semana la señora A lloró sólo raramente.
Halló cierto alivio viéndose con una o dos amigas íntimas. En esa semana
dejó de soñar, pero al finalizar la misma tuvo el siguiente sueño:
Vio a dos personas, una madre y su hijo. La madre vestía de negro. La que soñaba
sabía que el chico había muerto o iba a morir. En sus sentimientos no se mezcló ningún
pesar, pero había un elemento de hostilidad contra las dos personas. 6
Las asociaciones evocan recuerdos de su niñez. Emanuel necesitaba
preparación escolar complementaria y la madre de uno de sus compañeros de
colegio decidió arreglar el asunto con Libussa. La actitud protectora de la
mujer y el aire de desaliento de su madre hicieron que la que soñaba sintiera
que sobre su familia caía una terrible humillación. El ideal de su brillante
hermano mayor quedaba hecho añicos, y sus sentimientos eran complejos:
compartía la tristeza de su hermano, pero se sentía culpable de haber sentido
celos tanto de los mayores conocimientos de su hermano como de su pene, y
por tanto también de su madre por tener un hijo así. Su primera reacción fue:
“Ha muerto el hijo de mi madre, no el mío”; pero a esta maníaca irrealidad le
seguía la compasión. “Una muerte así 7ya bastaba; mi madre perdió a su hijo;
no debe perder también a su nieto.” Puesto que en su Autobiografía no
aparece nada de este material ni referencia alguna a la muerte de Hans, cabe
sospechar que estaba evadiéndose de sentimientos de culpabilidad que se-
guían a las muertes de Sidonie, Emanuel y sus padres: una carga agobiante,
reactivada por la muerte de su hijo y la traición de su hija, y ahora por las
muertes de Emilie y de Arthur.
Otros sueños revelaron poco a poco un proceso mediante el cual ella
recuperaba su satisfacción por estar viva. En la segunda semana de su duelo
halló cierto consuelo contemplando unas casas agradablemente situadas en el
campo y deseando una casa para sí misma. Finalmente fue capaz de
encontrar alivio en el llanto, aunque éste se alternaba con ataques de deses-
peración. Las casas le proporcionaban la reconstrucción de su mundo inte-
rior, mientras que cuando se hallaba en otros estados de ánimo consideraba;
la muerte de su hijo una venganza de los que ya habían muerto. Los buenos;
amigos la ayudaron a fortalecer sus mundos interno y externo. Algunas
semanas después de la muerte de Hans salió a pasear por calles que le eran
D ILACIÓN [271]
familiares en busca de tranquilidad, pero las casas parecían entonces amena-
zarla con derrumbarse sobre ella, y hasta la luz del sol se le antojaba ominosa.
En estado de total confusión se dirigió a un tranquilo restaurante donde veía
borrosa a la gente y temía que el techo se viniera abajo. Este intenso
sufrimiento era parte del necesario proceso de aflicción. Poco a poco su duelo
empezó a estimular la sublimación, la convicción de que el objeto perdido
quedaba preservado dentro de sí, y que había alcanzado enriquecimiento y
mayor sabiduría a través del sufrimiento.
En la medida en que el artículo aludía al pesar de la propia Klein, las
cartas que ella seleccionó eran manifiestamente las que había recibido de
Hans. Es curioso que se hayan conservado sólo algunas de las cartas de él y
ninguna de las notas de su caso, si bien ella le dijo a Winnicott que Hans era el
hijo que más parecía preocuparse por ella.
Abraham, basándose en la obra de Freud, creía que al atravesar el duelo
el individuo logra incorporar en su yo a la persona amada perdida. Para Freud
eran los padres reales (y aquí Klein nos recuerda que los procesos de
introyección que se producen en el duelo y en la melancolía condujeron a
Freud a reconocer la existencia del superyó en el desarrollo normal). Para
Klein se trata de un mundo interior mucho más ricamente poblado, “un
complejo mundo de objetos que, en los niveles profundos del inconsciente, el
individuo percibe como situado concretamente en su interior, y para cuya
designación algunos de mis colegas y8 yo utilizamos las expresiones ‘objetos
internalizados’ y ‘mundo interior’ ”. En el duelo normal el individuo rein-
troyecta la persona real por la que siente aflicción y, asimismo, las imágenes
de su más temprano mundo de objetos parciales.
Winnicott la visitó a mediados de octubre de 1939, y el 25 del
mismo ella le escribía: “Estaremos encantados de verlo pronto otra vez en
Cambridge. Pero no puedo prometerle que tocaré el piano para usted, pues
necesito un poco de tiempo para recuperar la técnica que tenía en el
pasado; pero haré lo que pueda para futuras visitas. Entre tanto podríamos
tener una agradable charla. Creo que9 uno desea ver a más de un amigo
verdadero en estos duros tiempos”. Desde que concluyó el análisis de
Eric, algunos meses antes, empezaron a tratarse por sus nombres de pila.
Winnicott le envió un folleto que estaba preparando sobre el efecto que tiene
sobre los padres que sus hijos sean evacuados. En las notas que le envió de
vuelta el 19 de enero de 1940, le aconsejaba “no concederles demasiados
motivos inconscientes a menos que pueda describirlos de modo que no se
confundan con los motivos conscientes... Creo, como usted lo escribe, que no
sería fácil para los que no son analistas apreciar la ambivalencia de la relación
entre los padres y el niño... usted podría reunir los diferentes aspectos de esa
relación y relacionarla con los habituales deseos paternos de conservar a los
niños consigo. La separación es una amenaza a su seguridad personal, y
ello es quizá más cierto en el caso de las familias más pobres, porque les
[272] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
resulta mis difícil encontrar formas de seguridad alternativas... El padre tiene
también razones fundadas para estar ansioso en cuanto a si su hijo aceptará
las pautas familiares cuando regrese, y cabe colocar a ésta entre las
ansiedades más oscuras”.10 Estos comentarios revelan que era muy
consciente de los factores ambientales involucrados en la ansiedad de la
separación.
El 29 de noviembre de 1939 escribió a Glover diciéndole que estaba
preparada para hacerse cargo de un caso clínico en Cambridge. A John
Rickman (analizado por ella desde 1934) el Servicio Médico de Emergencia
le asignó tareas en el hospital de Bishop’s Stortford durante los primeros seis
meses de 1940. El pueblo estaba lleno de refugiados (a muchos de los cuales
Rickman alojaba), entre ellos algunos parientes de Klein. Cada dos o tres días
Rickman viajaba a Cambridge para mantener una sesión de análisis de una
hora u hora y media con Melanie. Paula Heimann se trasladaba desde
Londres casi todos los fines de semana para realizar un análisis intensivo. A
mediados del verano, Rickman se trasladó a Sheffield y más tarde, en el otoño
de 1942, se reunió con Wilfred Bion en Northfield, un hospital psiquiátrico
cerca de Birmingham.
Durante la Batalla de Inglaterra los padres de “Dick” empezaron a
preocuparse cada vez más por la seguridad del muchacho y decidieron
trasladarse a Pitlochry, un bello pueblo de montaña en el corazón de Escocia:
en julio convencieron a Klein de que se reuniera con ellos. El 2 de julio ella
escribía a Winnicott:

Querido Donald:
Escocia supera mis expectativas; esto es mucho decir, pues desde una época muy temprana
de mi vida me la imaginé bella y romántica.
Tengo muchas comodidades junto a gente agradable en una casa sencilla pero bonita y en
el sitio más bello. Estoy muy cómoda y gozo del descanso y de la belleza de la región a
pesar de que sé —o sobre todo por eso— que esta época de tranquilidad no ha de durar. Me
estoy procurando descanso y vacaciones momentáneas—tengo sólo dos pacientes, como
sabes— y los días pasan rápidamente y de manera sencilla y agradable. Estoy leyendo
Grandes contemporáneos, de Churchill, y gozo y admiro mucho este libro. Lo sabio e
inteligente que es, además de sus otras grandes cualidades como escritor. Realmente me
tranquiliza saber que es un gran estadista, ahora que está a cargo de nuestra situación, tan
terriblemente difícil.11
Aunque amaba las colinas que la rodeaban, incluso cuando llovía, tenía
sentimientos contrarios por encontrarse tan lejos de Londres. El 30 de julio le
decía a Winnicott: “Deseo muchísimo regresar a Londres en otoño, y lo haré
si de alguna manera es posible. Aunque estoy agradecida por el pacífico
ambiente en el que ahora vivo, me atrae cada vez más12estar donde están mis
amigos y donde siento que debo hacer mi trabajo”. Vagamente pensaba
que podría permanecer hasta la primavera o el verano de 1941, dependiendo
D ILACIÓN [273]
del decurso de la guerra. El 10 de agosto de 1940, durante la Batalla de
Inglaterra, escribía a Clifford Scott:
Usted parece suponer que permaneceré aquí indefinidamente. En realidad me
gustaría mucho regresar a Londres, y pienso estar aquí hasta que la situación se esclarezca.
Nos han dicho que en los próximos dos meses pueden haber intentos de invasión o bom-
bardeos muy intensos, etcétera... Estoy muy bien, pero me gustaría conocer gente —¡sobre
Lodo interesante!— en caso de permanecer aquí. No extraño excesivamente la compañía,
pero eso puede llegar a ocurrirme si sigue pasando el tiempo.13
El 15 de agosto Klein escribía nuevamente a Scott:
No tengo intenciones de permanecer indefinidamente en Escocia, pero depende del
desarrollo de la situación en las próximas semanas o en los próximos meses que me quede
aquí durante el invierno o regrese a Londres.14
En aquel aislado lugar tenía aun más tiempo para reflexionar sobre el
destino de la obra que ella tan escrupulosamente había intentado asentar en
Inglaterra. Escribió a Jones mostrándole su gratitud por el modo como la
había apoyado frente a Freud en 1927, pero obviamente creía que él había
actuado pérfidamente al traer a los Freud a Inglaterra. “Quiero decirle nue-
vamente”, le comunicaba,
que me conmovió profundamente y me animó el admirable modo como usted se
enfrentó a Freud en defensa de mi obra, y no sólo en esa ocasión, sino todo el tiempo.
Usted apoyó mi obra de muchas otras maneras y hubo muchas otras oportunidades en las
que me sentí en total acuerdo con usted ante cuestiones que ambos tenemos en el corazón,
y asimismo muchas ocasiones en las que usted dio pruebas de su amistad personal para
conmigo.13
No obstante, Jones se sentía herido en lo más profundo por la
acusación que ella le hacía de haber “dañado mucho al psicoanálisis” al
proporcionarles un refugio a los Freud. El afirmaba que no había hecho nada
que tuviera que reprocharse y apelaba a su sentido de la equidad. Freud
siempre había sido su “mejor amistad personal, y también un gran hombre al
que todos nosotros debemos tanto”.16 La urgencia de la situación era tal que
no tuvo tiempo de consultar a ninguno de sus colegas antes de marchar a
Viena en marzo de 1938 para organizar la huida de la familia Freud.
La primera posibilidad era Holanda; pero aun cuando a Anna se le hubiese
permitido entrar, no se le hubiese permitido trabajar allí, de manera que su futuro habría
sido sumamente sombrío. Según la Princesa, que también fue a Viena por entonces, la
situación era aun peor en Francia, y no había ningún otro país al que se pudiese ir, en
momentos de xenofobia y antisemitismo tan intensos. Fue entonces cuando sugería la
posibilidad de Inglaterra, que aceptaron con vehemencia.
[274] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
Jones omite decir que se excluían los Estados Unidos porque Freud abo-
rrecía este país, y que, no siendo médica, Anna no habría tenido allí categoría
profesional. No había alentado en modo alguno a Federn o a Waelder, cuya
presencia sabía él que no sería bienvenida en Inglaterra. Le recuerda a Klein
que él había discutido las peticiones de los vieneses personalmente con todos
los miembros del Consejo,* al igual que con ella y con Joan Riviere.
“El resultado”, concluía, “fue tal como esperaba, aunque no exactamen-
te como deseaba. Freud, aun a su pesar, pasó uno de los años más felices de su
vida en Londres, con toda su familia y criados reunidos en tomo suyo,
inclusive su hermano, su sobrino y sus nietos; estaban todos sus hijos, salvo
uno. Los miembros de la Sociedad Vienesa se portaron muy bien en gene-
ral”. La mayoría de ellos ya había partido hacia los Estados Unidos, salvo los
Hoffer, “a quienes considero buena gente”. En cuanto a Anna, “es, cier-
tamente, tenaz, y acaso un bocado difícil de tragar. Probablemente ha avan-
zado en el análisis tanto como puede hacerlo y no tiene la originalidad de un
precursor. No obstante, algo mucho peor podría decirse de muchos de los
demás miembros; ella posee, además, muchas cualidades valiosas”.
Esa carta aplacó un poco a Klein: “También a mí me alegra pensar que
Freud ha pasado un año feliz en Londres no obstante las dificultades que
suscita la presencia de Anna aquí”17 Se sintió también empujada a añadir:
“Algunos de los vieneses que hace un tiempo marcharon a los Estados
Unidos, nos han informado espontáneamente a mí y a otros de que todos ellos
podían ir a aquel país y que lo habrían hecho de no haberlos usted invitado y
alentado a venir a Inglaterra“. Jones desestimaba el número de analistas
vieneses que habían abandonado Inglaterra, pero Klein no estaba dispuesta a
abandonar la cuestión. Aseguraba a Jones que ella comprendía el
compromiso que él debió asumir, y que no hubiera planteado la cuestión de
no preocuparle la incidencia que su decisión pudiera haber tenido en el des-
tino del psicoanálisis. Era evidente para ella que el destino del psicoanálisis
—y su renovación futura— estaba sólo en sus manos.
Klein tenía razones para inquietarse. El 24 de abril de 1940 había viaja-
do desde Cambridge a Londres para asistir a una reunión de la Comisión de
Formación y por primera vez se había enfrentado a una oposición conjunta de
Glover y los vieneses. Sylvia Payne, que elaboraba las actas, no podía
describir la vehemencia de la discusión; durante su regreso a Cambridge,
reflexionaba los argumentos a partir de lo que Anna Freud había afirmado
que la obra de Klein no era psicoanálisis sino un sustituto de él, y Glover que
debían eludirse las cuestiones polémicas en la enseñanza de los candidatos,
refiriéndose particularmente a la obra de Klein. Fue sumamente ofensivo; ella
derramó su cólera en la nota que envió desde la casa de Susan Isaacs en Fen
Causeway a todos los miembros de la Comisión de Formación:
*El cuerpo que decidía la política de la sociedad.
D ILACIÓN [275]
La señorita Freud dijo (refiriéndose a su obra y a la de Melanie Klein) que su obra y
la de sus colaboradores es análisis freudiano y que la de la señora Klein no es psicoanálisis
sino un sustituto del mismo. La razón que dio para sustentar esa opinión fue que la obra de
Klein difiere mucho de lo que ellos consideran como psicoanálisis, tanto por sus
conclusiones teóricas como en la práctica...
Respecto de las afirmaciones de la señorita Freud sobre las aportaciones de la señora
Klein, (el doctor Glover) dijo (absteniéndose de formular su propia opinión) que su obra
podría resultar un desarrollo del psicoanálisis o una desviación de él; que podía ser
finalmente una coliflor que crece fuera de tallo (¿o "tronco"?), a su lado. En relación con el
conjunto de conocimientos que debiera impartirse a los candidatos, dijo que debían
excluirse las aportaciones polémicas, aludiendo a la obra de la señora Klein (pero sin
aclarar si a toda ella o a una parte)...
La señorita Freud volvió a referirse a las grandes diferencias que se han suscitado;
por ejemplo, el énfasis que en la obra de la señora Klein se da a los impulsos orales influye
en la totalidad de la concepción del desarrollo real (de) el complejo de Edipo,
personificándose (¿o “animándose"?) además a los instintos. Se restaba también impor-
tanda a la regresión. La señora Klein estuvo de acuerdo en cuanto a la importancia de las
diferencias, pero no lo estuvo totalmente en cuanto a la manera como la señorita Freud : las
definía.
A propósito de la conveniencia de incluir su obra en el conjunto de los conocimien-
tos por impartir, la señora Klein puso de manifiesto que, entre los miembros ingleses de la
Comisión de Formación, el doctor Glover era en realidad el único que poma en cuestión la
conveniencia de ello.18
James Strachey no estaba en condiciones de asistir a la reunión por
padecer de un resfriado febril, pero días antes le había enviado a Glover sus
reflexiones sobre la inminente batalla entre Melanie Klein y Anna Freud:
Estoy enérgicamente a favor de un compromiso a toda costa. Me parece que de
ambos lados se afronta la desavenencia con extremismo. Mi opinión es que la señora K.
ha hecho algunas aportaciones sumamente importantes Ψ α, al va, pero que es absurdo decir
(a) que incluyen toda la temática o (b) que su validez es acciomática. Por otra parte pien-
so que es igualmente ridículo que la señorita F. afirme que el Ψ α es un coto vedado que
pertenece a la familia F. y que las ideas de la señora K. son fatalmente subversivas.
Tales actitudes de ambas partes son, por supuesto, enteramente religiosas y antitéti-
cas con la ciencia. También están (por ambas partes), creo, inspiradas por un deseo de
dominar la situación y, en particular, el futuro, razón por la cual ambas partes enfatizan
tanto la formación de candidatos. Realmente es un espejismo megalomaníaco suponer que
uno puede controlar, más allá de cierto punto, las opiniones de personas que analiza. Pero
en todo caso la meta del análisis de formación debe ser, naturalmente, capacitar a la
persona que se forma para que llegue a sus propias conclusiones en las cuestiones debati-
bles, y no atestarla con dogmas privados.
¿Por qué deben esos destestables fascistas y comunistas invadir nuestra pacífica y
transigente isla? (malditos extranjeros).19
Strachey concluía con la velada observación de que tenía más fiebre de
[276] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
lo que pensaba; pero había que impedir hasta el final cualquier posibilidad de
ruptura.
En la siguiente reunión, el 30 de octubre de 1940, estuvieron presentes
el presidente, Glover, Payne, Brierley, Ella Sharpe, Anna Freud y Edward
Bibring, un emigrado de Viena. (Estuvieron ausentes, además de Klein,
Rickman y Strachey.) Brierley presentó dos listas de lecturas para los candi-
datos elaboradas por él y por Bibring, y Klein se encolerizó al enterarse que
en la lista de Brierley no figuraba su trabajo sobre el duelo. Estaba aún más
enfadada por las sugerencias de Bibring. En una carta dirigida a Brierley
decía, airada: “Objeto la parte que le asigna al conjunto de la obra hecha en
Inglaterra (no a la expresión ‘Escuela Inglesa') sino al hecho de que la trate
como una corriente secundaria... No hubiera sorprendido que lo estuviera
proponiendo ante el grupo de Viena, pero considerando que se ha sumado
recientemente al grupo inglés”,20 era arrogante, cuanto menos. Brierley no
manifestaba mucha simpatía por sus quejas. Los que permanecían en Londres
iban a dominar la Sociedad Británica de acuerdo con sus propias
concepciones teóricas.
En Escocia, Klein echaba de menos al pequeño Michael, que por
entonces tenía casi tres años. Estaba todo el tiempo preocupada por la
seguridad del niño y la de su familia, y deseaba que se trasladaran fuera de
Londres. En octubre Eric recibió su primera citación de reclutamiento, y el 15
cayó sobre la casa de Clifton Hill una bomba que agujereó el techo y causó la
rotura de casi todas las ventanas. A pesar de todo, ella anhelaba pasar las
Navidades en Londres, donde podía reanudar los análisis de sus pacientes
habituales. En una carta del 5 de diciembre de 1940 expresaba a Winnicott
sus anhelos: “Veré a la mayoría de los pacientes que he dejado y haré lo que
pueda con ellos. Lamento mucho haber interrumpido esos análisis. Pero ver a
Michael y a mis hijos otra vez —¡haya o no bombas 21en Londres!— es una
perspectiva que hace que mi corazón lata más fuerte” Estuvo allí desde él
dieciséis hasta el veintiuno. Winnicott le preparó una habitación para las
consultas en el piso de arriba de su casa de Queen Anne 44 (tal como hizo en
sus visitas posteriores) y llenó la habitación de flores. Allí analizó Klein a
Heimann y a Rickman, que tenían permiso con motivo de la Navidad.
De regreso en Pitlochry le comunicaba a Clifford Scott: “La última
noche el cielo estaba enrojecido por los incendios de la ciudad: una visión
triste e impresionante”.22 El 19 de junio de 1941 le contaba a Winnicott:
“Aquí estamos casi cubiertos de nieve. Todo está nevado y la región tiene un
bello aspecto. Desearía hacer algunos deportes de invierno, lo cual implica el
deseo de ser treinta años más joven. (Pero no estoy segura de que esto me
guste realmente. Me ha supuesto muchas23 inquietudes llegar donde estoy;
quiero decir, llegar a la edad que tengo.)”
Además de su ansiedad por estar lejos de los bombardeos, parte de su
D ILACIÓN [277]
renuencia a dejar Pitlochry se debía a razones económicas. El 9 de noviembre
de 1940 Sylvia Payne le describía la desalentadora situación económica de
Londres.
No hay trabajo en Londres salvo un poco de análisis de formación muy mal pagado
y algún antiguo paciente ocasional. Deseo fervientemente seguir adelante, y la clínica
trabaja algo, lo suficiente para que valga la pena continuar. En ese caso, obviamente es de
desear que algunos directores ingleses permanezcan en Londres mientras esté abierta.24
Durante el verano Klein consideró la posibilidad de trasladarse a
Oxford. Le confesaba sinceramente a Payne que en parte la incertidumbre en
cuanto a la fecha de su partida se debía a que “los25honorarios son bienvenidos
y hacen que las cosas resulten menos difíciles”. A comienzos de diciembre
de 1949 un médico general, el doctor Jack Fieldman (según refiere Payne) se
había trasladado a Escocia para iniciar un análisis con Klein. Para Afio
Nuevo su situación económica había mejorado ligeramente porque además
del doctor Fieldman tenía a “Dick”, al hermano de “Dick” y al doctor
Matthew como pacientes. Según ella veía la situación, no tenía alternativa
aparte de la de esperar mientras durase la guerra. De algún modo Pitlochry era
un puerto de descanso y de recuperación tal como Abbazia había sido
anteriormente.
No obstante, le inquietaba perder contacto con lo que ocurría en la
Comisión de Formación. Continuó prestando mucha atención a la obra de sus
colegas y exhortó a Scott a que revisara el trabajo que él había presentado en
el Congreso de París de 1938.* “Ciertamente debemos ser muy cuidadosos
con toda publicación”, le advertía, “revisándola desde todos los ángulos en
que puede prestarse a ser comprendida erróneamente o mal interpretada,
aunque hay urgente necesidad de 26artículos y parece una lástima no
publicarlos cuando se tienen a mano”.
A comienzos de la primavera plasmó sus ansiedades en largas cartas
dirigidas a Winnicott. El 24 de marzo le decía que estaba “muy conmovida
por el hecho de que él pensase presentar una comunicación sobre “nuestra
pobre y decrépita sociedad”. Ello trae a la memoria “tiempos más dichosos,
en los que dejábamos nuestras reuniones con un sentimiento de satisfacción
porque nuestra obra y nuestra comprensión crecían y participábamos en
ello; porque existía la esperanza de que una ciencia que podía significar
tanto para la humanidad se hallaba en camino hacia futuras realizaciones”.
No obstante, todo ello había cambiado seis arios antes, cuando Glover y
Melitta iniciaron el “Nuevo Orden”. Emprendía entonces una diatriba de

* Publicado en su momento como On the Intense Affects Encountered in


Treating a Severe Maniac-Depressive Disorder, J., 1947, 38: 139-145.
[278] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
nueve páginas al respecto de sus penas por el pasado y sus esperanzas para el
futuro.
Nunca perdonaré a Jones haber sido tan débil, tan indeciso y verdaderamente tan
desleal a una causa que él mismo valora tanto y cuyas posibilidades nunca ha subestimado.
Unos, temerosos de conflictos, consideraban conveniente apartarse; otros se mostraban
indecisos y pensaban que mantener la Sociedad unida a toda costa o, más bien, simular
ante el mundo ex temo que esto es psicoanálisis (¡en contraste con seres inferiores tales
como Tavistock, etcétera¡), que hacer esto era más importante que preservar y proteger la
esencia de nuestra obra, haciéndola crecer.
¿Suena cómico si comparo nuestra gran lucha por la preservación de la libertad en
el mundo con cosas tan pequeñas como los acontecimientos de nuestra Sociedad? Aún, el
entusiasmo que siento por esa gran causa, la infinita admiración por los ingleses (estoy
orgullosa de ser una de ellos) por lo que están salvando del desastre, y mis sentimientos
por lo que podría perderse si esta obra se desmorona, tienen mucho en común, las dos
cosas tienen mucho que ver con los grandes valores irreemplazables que uno quiere pro-
teger. Es verdad: esta obra puede desmoronarse y descubrirse nuevamente; ya ha ocurrido
antes, pero su naturaleza misma, el hecho de que cada uno de nosotros, de los que han
alcanzado más dominio de ella, tenemos que mantenemos a la expectativa y no dejarla
escapar —y en éste o en aquel punto— porque plantea exigencias tan grandes y existe la
tentación permanente de encubrirla o de apañarse de los puntos donde provoca terror o
pena; todo eso hace que uno tema que si se pierde, podría no volver a descubrirse con la
magnitud que ha alcanzado en los últimos años.
En 1927, tras su correspondencia con Freud, Jones me dijo: Le llevará mucho
tiempo hacer llegar su obra a la gente (naturalmente, se refería a los psicoanalistas);
¡podría llevarle quince años! Una vez que se lo comenté a Glover (en esa época él todavía
intentaba comprenderla y en todo caso todavía expresaba confianza y aprecio por ella), él
dijo: “Me pregunto si querrá usted hacerlo. Va demasiado a las raíces”. ¡Sin embargo todo
eso está fuera de cuestión! Porque pese a mi temor de que todo podría derrumbarse, hay en
mí una decisión y una esperanza muy grandes de que no se derrumbará. El tiempo que
paso en Pitlochry no es tiempo perdido. La soledad y el tiempo libre me han beneficiado
muchísimo. En muchos sentidos he estado incorporando (¡cómo me gusta ahora leer
historial!) y he estado pensando mucho. Estoy segura de que he progresado y me he
superado. Estaré en mejores condiciones de escribir los libros que es mi deber —y acaso
también mi privilegio— escribir, los libros de técnica y una compilación de mis artículos
con notas y con un prólogo aclaratorio en el que tendré muchas cosas que decir. 27
Era una desventaja no tener secretaria, pero por el momento ella lo
aceptaba filosóficamente. Se apresuraba a indicarle a Winnicott que contes-
tase las comunicaciones que se presentaban durante su ausencia: “después de
todo la gente está condenada a aburrirse escuchando siempre las mismas
cosas estériles y puede interesarle muchísimo escuchar nuevamente la expo-
sición de un trabajo que de verdad tiene algo que decirles”. En general
propiciaba que se sacudiese a la gente que incurría en modos superficiales y
apáticos de ver las cosas, “obsesionadas por el temor de que el penetrar más
D ILACIÓN [279]
profundamente en el inconsciente podría dejarlas» por así decirlo, en el
aire, lejos de la realidad y de la gente real”. 28
Le pedía a Winnicott que estuviera alerta a la gente promisoria, aña-
diendo: “Por supuesto, no podemos hacer nada por personas que rehúsan
aceptar, como algunos de los vieneses, pero, como digo, debiéramos
atender por si descubrimos personas que pueden aprender algo”. Winnicott,
Heimann y Rosenfeld podrían considerar la posibilidad de organizar peque-
ños grupos de discusión.
Qué vaya a ocurrir más adelante con nuestra Sociedad, es algo que aún no
podemos prever. He estado pensando que podríamos extender muchísimo el círculo de
nuestras pequeñas reuniones sobre ciertas discusiones y así mantener el tipo de
reuniones en las que pueda realizarse una verdadera obra y revivir y acrecentar el
interés, sin apartarse formalmente de la sociedad. Entre tanto, me resulta interesante que
en las reuniones se escuchen nuestras voces y se logre que otros las escuchen por lo que
me alegra la perspectiva de que usted presente una comunicación.
Estaba sumamente claro que consideraba a Winnicott como un amigo
valioso y como un aliado con el que podía contar en el futuro. La necesidad
que tenía de amistades se expresa en otra larga carta del 1 de abril en la que
discute sus preocupaciones por Eric y da a Winnicott un detallado informe
sobre las relaciones familiares, no fuese que Winnicott se hubiese dejado
£influir por lo que Eric dijese de ella durante su análisis. Los
acontecimientos futuros demostrarían que tales aliados tendrían para ella
una importancia vital.
Dos

Richard

E
n abril de 1941 Klein ya no tenía tiempo pura escribir cartas exten-
sas. En una del 30 de mayo le preguntaba a Winnicott si tenía incon-
veniente en que retuviese, hasta poder concentrarse en él, un artículo
que él le había enviado para que lo comentase. El último párrafo de la carta
revela que tenía algo más urgente en que pensar:
Hacer estas notas me ocupa una hora y media o dos horas diarias; es algo molesto,
pero bien vale la pena. Podrían aclarar muchas cosas que deseamos que la gente entienda,
y también progresos de la técnica a través del conocimiento de la depresión. Realmente
me entusiasma pensar qué buen artículo puede salir de esto.1
Una carta del 29 de agosto dirigida a Clifford Scott indica el continuo
interés de Klein en el caso:
Apenas estamos comenzando a hacer entender a la gente la importancia y el signifi-
cado de la depresión. ¡Temo que sea un trabajo largo y difícil! No obstante, hay que
hacerlo. Analizo ahora a un niño de diez años y tomo notas completas de este análisis
(incluyendo mis interpretaciones). Es sorprendente y gratificante ver lo mucho que el
conocimiento de la posición depresiva ha hecho avanzar la técnica y la comprensión teó-
rica y práctica. El caso no es típico; sin embargo, mostrará muchas cosas a las personas
que deseen ver y aprender. Temo, sin embargo, que la mayoría de nuestros colegas son
extremadamente reacios a aceptar estas novedades; ello puede retrasar el progreso, pero
no podrá detenerlo.2
R ICHARD [281]
Desde que dejó Pitlochry, a finales del verano de 1941, hasta el
momento en que expuso el artículo* ante la Sociedad Psicoanalítica
Británica, el 7 de marzo de 1945, su atención estuvo concentrada casi exclu-
sivamente en la agitación política acontecida en el seno de la Sociedad
Británica —las reuniones extraordinarias de 1942, las controversias de 1943
y 1944, la investigación sobre el poder de la Comisión de Formación, y la
espinosa cuestión de cómo podría la Sociedad Británica permanecer indemne
y conciliar las teorías de Melanie Klein y de Anna Freud. Pero constante-
mente se planteaba la extensión y la forma que daría a la historia del caso del
niño de Pitlochry, y cuándo dispondría de tiempo para redactarlo. Ya el 26 de
junio de 1942 escribía a Susan Isaacs:
Ansío sentarme a escribir el libro que tengo proyectado sobre el caso... Temo que
suponga gran dificultad que sea un libro muy extenso. Podría ser difícil lograr publicarlo.
Mi impresión es que si lo dejo en su forma original y resumo únicamente la forma de
expresión, no ganaría mucho, pues no creo que pueda lograrse con ello resumir más de una
quinta o una sexta parte. Estoy más convencida que nunca que esto es lo que más urge
hacer,3
Edward Glover había atacado sus teorías sobre posición depresiva y
defensas maníacas; en consecuencia, ella consideraba oportuno subrayar las
relaciones entre sus teorías y las de Freud. “Estoy segura”, continúa diciendo
en su carta a Isaacs,
de que en los comentarios a este caso tendré que acentuar la relación entre la posi-
ción depresiva y la situación edípica, y posiblemente deba hacer de ello la cuestión central
de estos capítulos. Por supuesto, deberá incluir la relación entre el complejo de castración
y la posición depresiva, etcétera. Tengo perfectamente claro lo que quiero hacer al
respecto, y mi impresión es que podré arreglármelas con sólo poder estar sola y no tener
nada más que ver con esas embrutecedoras y horribles discusiones.
Describe, por tanto, la parte referente a Richard como “extractos de la
historia de un caso que ilustra el desarrollo edípico de un niño”. Inicialmente
le llevaron al niño porque, experimentando un temor neurótico por los demás
niños, le aterrorizaba aventurarse a salir de su casa. Deprimido e
hipocondríaco, no podía ir a la escuela, a pesar de que era precoz e
inteligente. Los detalles que ofrece de él son pertinentes pero escasos; y se
toma más trabajo en encubrir su identidad en la versión inicial que en el
posterior Relato del psicoanálisis de un niño. En ambas versiones, el
relato tiene lugar en Gales; en el primer trabajo el hermano mayor de Richard
era “algunos años mayor que él” y se le había enviado al colegio, mientras
que en realidad —tal como se refleja cuidadosamente en el Relato— era
once
* “El complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas.”
[282] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
años mayor y se había incorporado al ejército. La madre de Richard, una
mujer de tipo muy ansioso, manifiestamente prefería al hermano mayor y
sentía molesta por la dependencia de Richard con ella. El padre parece ha
dejado la mayor parte de la educación del niño a cargo de la madre.
Habían evacuado de su hogar a Richard y a su madre y se habían esta-
blecido temporalmente en Pitlochry en abril de 1941 para que Klein analiza-
ra al niño. En el primer trabajo, Klein no detalla que, poco después de su
partida, una bomba había alcanzado la casa de Richard. “En todo caí escribe,
tenemos que considerar los procesos internos que resultan tanto de los factores
constitucionales como ambientales y que interactúan con ellos; pero no puedo tratar
detalladamente la interacción de todos estos factores. Me limitaré a mostrar la influencia
de ciertas ansiedades tempranas con el desarrollo genital. 4
En el informe del análisis, Klein se centra en los setenta y cuatro dibu-
jos y en las maniobras que el niño realizaba con su flotilla de juguete. Los
dibujos reflejaban dos temas. En el primero, una estrella de mar (que, según
él explicaba, era un bebé hambriento) flotaba cerca de una planta marina que
se quería comer. Pronto aparecía un pulpo con rostro humano que, según la
interpretación que Klein formulaba al niño, eran los genitales de su padre.
Los cuatro principales colores utilizados eran el negro, el azul, el púrpura y el
rojo, los cuales, a juicio de Klein, simbolizaban a su padre, su madre, su
hermano y a él mismo, respectivamente. El escenario de sus dibujos era un
imperio donde aparecían modificaciones que representaban el cambiante
curso de los acontecimientos, bélicos. El llevaba consigo sus barcos; ella
interpretaba que el choque de los barcos entre sí eran los padres del niño en
una relación sexual.
En el primer trabajo las conclusiones se basan en la selección de seis
horas de análisis correspondientes a su reinicio tras una interrupción de diez
días, seis semanas después de iniciado el análisis. Durante este periodo
Klein estuvo en Londres; y durante su ausencia, Richard se mostró muy pre-
ocupado por el peligro que ella corría al producirse ataques aéreos.
En los dibujos en los que él pintaba los barcos, el pulpo y la estrella de
mar, su madre estaba representada por una mancha azul,* y a menudo junto
con él mismo, como si huyeran de los peligrosos padre y hermano. Al alime-
ntar su flotilla, colocaba primero el barco más pequeño indicando con ello que
se habían anexado los genitales de su padre y de su hermano. Invirtiendo los
papeles de padre e hijo, se le hacía ver a Richard la rivalidad con su padre,
pero poco a poco él expresaba un deseo de reparación hacia él colocándolo
entre las plantas submarinas y dejándole así ocupar la posición de niño grati-
* El azul que representa el cielo despejado que él amaba. Véase: Amor, culpa y
reparación.
R ICHARD [283]
ficado. A Klein le parecía que él estaba reconociendo su propia capacidad de
disponer de una potencia mayor; y evitaba los sentimientos de culpabilidad
imaginando que los dos varones rivales eran bebés, situación que dotaría de
una cierta paz a la familia.
Richard sufría también de un temor paranoico a ser envenenado y de la
sospecha de que varias personas lo espiaban. Gradualmente, Klein le hizo
comprender que estaba absorbiendo cosas buenas, al simbolizar la internali-
zación de su madre buena, no la de la perseguidora. Al desarrollarse una
creciente paz interior, el mundo externo empezó a mostrársele bello; hay una
emotiva descripción del niño junto a la puerta y gozando de la naturaleza.
En dibujos cuya temática eran las aves, pintaba un monstruo devorador
con un pico rojo y púrpura; poco a poco las zonas pintadas de azul empezaron
a agrandarse a medida que Richard aceptaba que eran los prototipos tanto del
pecho malo, odiado, como del pecho bueno, que se ofrecía. Cuando renacía
su temor ante los perseguidores interiores, su ansiedad no sólo se refería a su
propia seguridad, sino también a la de sus padres internalizados. Al ir
aceptando cada vez más que el objeto amado era también el objeto odiado,
aseguraba más firmemente el arraigo de su sentimiento hacia su madre. El
había querido destruir los niños no nacidos que ésta guardaba en su interior,
pero ahora empezaba a reconocer inconscientemente que la reproducción era
el medio más importante de combatir la muerte.
La importante conclusión teórica que Klein extraía del caso (en ese
momento) era la demostración de que era erróneo suponer, como lo hizo
anteriormente, que el complejo de Edipo se relaciona únicamente con el
impulso de odio; veía ahora que coincide con el comienzo de la posición
depresiva. No es la culpa, sino el creciente conocimiento del niño y el amor
de sus padres lo que produce la disolución del poder del complejo edípico. A
partir de la observación de la lucha de Richard por integrar el amor y el odio,
Klein logró la confianza necesaria para desafiar la interpretación freudiana de
la superación del complejo de Edipo como algo dependiente de una
aceptación realista de la estructura libidinal de la familia. En su observación
final escribe:
La vida emocional del niño, las defensas tempranas construidas bajo la presión del
conflicto entre el amor, el odio y la culpa, y las vicisitudes de las identificaciones del niño:
todos éstos son temas que pueden ocupar a la investigación analítica durante mucho
tiempo todavía. El ulterior trabajo que se realice en estas direcciones, nos conducirá a una
comprensión más completa del complejo de Edipo y del desarrollo sexual como un todo. 3
Como una de las objeciones críticas fundamentales era que establecía
sus conclusiones deductivamente, Klein deseaba presentar la historia com-
pleta de un caso con abundante material real y detallado. No se había pro-
[284] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
puesto escribirla acerca de un niño tan mayor como Richard, pero el tiempo
de más de que disponía en Pitlochry le permitió reunir abundantes notas
después de cada sesión. Además, en los años siguientes pudo volver a
considerar el material a la luz de sus nuevas concepciones del
desdoblamiento, la identificación proyectiva y la envidia del pecho.
En 1956, con la colaboración de Elliott Jaques,* empezó a ordenar las
notas en un conjunto coherente que constituyó la más extensa historia de un
caso jamás registrada. Según Jaques, cuando empezó a trabajar con ella, el
original estaba prácticamente concluido, y su colaboración consistió en la
preparación de las notas en función de sus teorías posteriores. Trabajaron en
el manuscrito desde 1956 hasta 1959; ella corregía las pruebas mientras
estaba en el hospital, en 1960, inmediatamente antes de morir. Las notas
revelan una comprensión más amplia del material; pero como el análisis tuvo
lugar en 1941, no procede comentarlas en este momento.
Relato del psicoanálisis de un niño es un libro extraordinario: la
narración de la amistad entre una vieja judía austríaca y un precoz y
aterrorizado niño escocés de diez años, entre quienes se generó un raro y
tierno sentimiento. Melanie Klein había otorgado siempre mucha
importancia a la transferencia negativa, y si bien es verdad que, a través de la
proyección en ella, hizo comprender a Richard que su actitud hacia su madre
era afectuosa y ambivalente, no hay duda de que se estableció una relación
tan firme porque ella representaba a su amada abuela recientemente muerta.
Durante su estancia en Pitlochry, Klein atendía a sus pacientes en la casa
donde se alojaba, pero las sesiones con Richard se llevaban a cabo en un edificio
utilizado especialmente por las Girl Guides.** Richard y su madre permanecían
en un hotel y los fines de semana los visitaba el padre de Richard, un profesional
que continuaba trabajando en el pueblo del que procedía la familia. En la época
en que atendía a Richard, Klein analizaba también a un muchachito, “cinco años
mayor que Richard”;*** Richard sentía profundos celos de este niño, así como
de cualquier otro hombre relacionado con Klein: el malhumorado viejo patrón de
la casa donde ella se alojaba, los vendedores de los comercios, los hombres que
encontraba en la calle, su hijo y su nieto, que se había quedado en Londres y a
quien ella naturalmente deseaba ver.
El contenido de la paranoia y la insociabilidad de Richard se ponía de
manifiesto en sus dibujos, en el modo de ordenar los barquitos de juguetes
que a veces traía consigo, en la conversación y en los cambios de humor,
que discurría entre lo maníaco y lo depresivo. El contexto del análisis supuso
un período de la guerra particularmente tenso: el continuo bombardeo de
* Jaques se analizó con ella desde 1946 hasta 1954.
** Una organización juvenil inglesa fundada en 1910. [T.J
*** Es ése el Dick que figura en "La importancia de la formación de símbolos en el
desarrollo del yo’* (1930). Era primo de Richard y en realidad seis años mayor que éste.
R ICHARD [285]
Londres, la caída de Atenas a manos de los alemanes el 27 de abril, la extraña
aparición de Hess cerca de Glasgow el 10 de mayo, la invasión de Creta el 20
de mayo, el hundimiento del Bismarck el 27 de mayo, la invasión de Rusia el
22 de junio. Si bien Pitlochry parecía un puerto de paz idílica, Richard estaba
vitalmente interesado en todos aquellos inquietantes acontecimientos; Klein
los relaciona con el tumulto interior del niño.* Por si fuera poco, a mediados
de julio, al abrir la puerta del baño, Richard encontró a su padre tendido en el
suelo con un ataque cardíaco. Para un muchachito que ya tenía graves
problemas, estos acontecimientos externos no podían sino exacerbar su
ansiedad.
Klein subraya que cuando Richard inició el análisis, aclaró tanto a él
como a sus padres que el análisis debía limitarse a un periodo corto. Su diario
registra que el análisis empezó el 28 de abril y concluyó el 23 de agosto de
1941 y comprendió noventa y seis sesiones (no noventa y tres, como se indica
en Relato del psicoanálisis de un niño). El libro se divide en las dife-
rentes sesiones diarias, habiéndose interrumpido durante ocho o diez días:
cuando Klein viajó a Londres, en una ocasión en que Richard se resfrió, y
cuando los fines de semana volvía a su casa tras el ataque cardíaco de su
padre.
Ya en 1934 la madre de Richard había escrito al doctor David Matthew
diciéndole que aunque el chico era muy amistoso y le gustaba encontrarse con
otras personas, era presa de verdadero terror ante un mero rasguño, fobia que
ella atribuía a los efectos de una circuncisión que le habían practicado ese
año. Su juego favorito era la representación teatral; representaba diferentes
personajes de pie durante horas. Con el paso de los años su estado empeoró, y
por consejo de Matthew, Klein se ocupó de Richard. Esta, cuando llegó a
Pitlochry, sabía que no iba a permanecer allí indefinidamente, e ignoraba que
el análisis duraría exactamente cuatro meses. De hecho, la madre de Richard
intentó infructuosamente persuadir a Klein de que determinase la duración
del análisis. En “El complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas”
(1945) Klein dice:
Tomé como punto de partida la reanudación del análisis tías una interrupción de
diez días.** Durante esta pausa estuve en Londres mientras Richard estuvo de vacaciones.
El nunca había asistido a una incursión aérea, y sus temores ante tales incursiones se
centraban en Londres como lugar de mayor peligro. Es por ello que para él mi marcha a
Londres significaba ir a la muerte y a la destrucción. Cabía añadir además la ansiedad que
suscitaba en él la interrupción del análisis.6
Es posible que Richard no presenciase un verdadero ataque aéreo, pero
como habían bombardeado su casa después de que él la hubiese abandona-
* En Relato no se menciona que el hermano de Richard fue convocado el 3 de abril.
** Del 14 al 24 de Junio de 1941.
[286] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
do, Londres podía no ser el único lugar real de peligro. En segundo lugar, no
se hace referencia al aterrizaje de Rudolf Hess, del cual él sin duda debe de
haber escuchado hablar. Podría argumentarse que, por razones de discreción,
Klein modificó la localidad en que se realizó el análisis reemplazando
Escocia por Gales, y que si ella mencionaba a Hess revelaba con ello el ver-
dadero lugar. Sin embargo, la extraña llegada de Hess desde el cielo induda-
blemente debió acrecentar los temores del niño;
A mediados de julio, Klein decidió que regresaría a Londres en sep-
tiembre para reanudar su vida normal. En una carta del 13 de septiembre
dirigida a Clifford Scott, dice:
He regresado al sur, establecida confortablemente en Harpenden (Herts). Veré aquí
a uno o dos pacientes y viajaré cinco veces por semana a Londres. He alquilado una habitación
en Nottingham Place. No fue fácil lomar esta determinación, pues tuve que dejar algunos
pacientes en Escocia. Uno de ellos, a quien conoces, también llegó a Londres y el otro se
reunirá conmigo, creo, en Harpenden.* Tuve que interrumpir el análisis, muy interesante y
promisorio, de un niño por el que siento lástima, pero pienso que (tengo que) continuar en
Londres con el trabajo que había interrumpido.7
La premura de su decisión parece haberse debido en parte a que, final-
mente, se había llamado a Eric a las filas del Cuerpo de Señales y
Comunicaciones. También estaba impaciente por echar un vistazo a los
acontecimientos políticos en la Sociedad Británica.
Un mes ames de la partida de Klein, Richard se mostraba profundamen-
te angustiado por la separación; temía que las bombas la mataran y temía la
soledad en que se hallaría sin ella. Según Klein presenta en las últimas
sesiones, finalmente habían llegado a acordar que el análisis estaba tocando a
su fin. En la introducción al libro Klein dice: “Yo conocía mi contratrans-
ferencia positiva, pero, como estaba alerta, era capaz de obedecer al princi-
pio fundamental de analizar coherentemente tanto la transferencia negativa
como la positiva y las profundas ansiedades que descubría”. En otras pala-
bras: ella no se compromete a presentar una descripción experimental o a
hacemos participar de sus sentimientos; no obstante lo conmovedor de la
situación se expresa en las notas personales que ella tomó en la última sesión.
23 de agosto de 1941
Ultimo día. Separemos lo principal de él. — ¿Está K. triste? — K. lo siente mucho, etc.
R. complacido. — ¿Va K. a llorar? (Sus ojos lagrimean) — R. complacido.
No debiera besarlo al partir. Hace algunos días, cuando insistía así, pedía que lo besara,
— Estado de ánimo de hoy — serio, cierta depresión, pero determinado y resuello. *
* Los principales pacientes eran Paula Heimann y John Rickman.
R ICHARD [287]
— Película de anoche: Tres marineros. Capturar barcos de guerra alemanes con la
ayuda de austríacos, etc. (K. — R. uniéndose con K. = mami buena y popí bueno— gol-
pear a papi malo (resolución y consuelo a partir del propósito y del consuelo buenos; y
mayor esperanza de guardar a la mami buena internalizada] Coloca el tren eléctrico —
(K. lo sugirió hace algunos días) en su caja. — Atar sus cintas con fuerza (está de acuerdo
en mantener a K. segura).
Atravesar cabaña en busca de moscas — satisfecho de que la mayoría estén extermina-
das.
¿Volverá él a ver la cabaña otra vez? — ordenar al final dos sillas bajo mesa [R. y K.
juntos, — también dos pechos] En camino — Ver a K. el invierno siguiente, — esto le da
seguridad, — tranquilo al partir—pocos días después la primera carta ilustrada.
Dibujos — [empezados durante la discusión de la película]
I. la bahía los marineros salieron a navegar (observa que parecen una mano) — entonces
II su propia mano — III la mano de K. traza contornos en II.
Depresión hasta cierto punto satisfecha los días precedentes: 8
Richard le pidió reiteradamente que convenciera a su madre de que no
le pusiera un tutor o lo enviara a una escuela muy pequeña. También le rogó
que lo dejara acompañarla a Londres. En un paréntesis, ella señala la suposi-
ción de que tal cosa la organizó la madre. Habría sido, en realidad, una deci-
sión terrible, y uno puede imaginarse a Klein justificando su propia conduc-
ta. En una carta del 10 de noviembre de 1941 —respuesta a otra de la madre
de Richard— en la que explicaba que no podía poner en peligro la vida del
niño trasladándolo a Londres aun sabiendo que necesitaba ayuda, Klein
dice: “Sé muy bien que de momento usted no puede hacer que él continúe el
análisis. No puedo asumir la responsabilidad de aconsejarle que lo envíe al
sur en estos momentos. Además, actualmente mis compromisos son tales
que me resultaría extremadamente difícil dedicarle una hora”. 9 En su
comentario sobre el caso tiende a ser tan crítica respecto de la madre de
Richard como lo había sido con la de Dick.*
El Relato ha sido objeto de más discusión que cualquier otro de sus
casos. En opinión de J.O. Wisdom, la obra “supone un hito en la historia del
psicoanálisis”; y sostiene que aun cuando algunas de las opiniones formula-
das en ella no sobrevivan, “no se había hecho desde Freud ninguna otra
aportación al psicoanálisis de un nivel comparable con el de la obra de
Klein”.10
Una exposición tan valiente de sí misma quedaba naturalmente abierta
*Dicho sea de paso, ella también dejé a "Dick” en Pitlochry cuando regresó a
Londres. Su estado empeoró hasta la reiniciación del análisis, en Londres, en 1943.
[288] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
a la crítica. Ella admite incluso errores estratégicos, tal como ocurre en su
nota a la sexagesimoquinta sesión, donde lamenta haber “dado una confian-
za muy directa que, normalmente, desapruebo. Lo que me llevó a hacerlo fue
que no sólo el niño inconscientemente temía el fin del análisis, sino que
conscientemente advertía la urgente necesidad que tenía de él” (pág. 325).
John Padel, un miembro independiente de la Sociedad Británica, objetaba-
que “nunca se permite a la madre parecer sino como la mejor, a no ser que
esté contaminada por el padre, por Richard o por el hermano mayor”. En la-
última sesión se presenta a papi como alguien casi tan bueno como mami.
“¡¡Casi!!” exclama Padel. “Ese es un sistema que, si se emplea sin modi-
ficaciones, puede encerrar tanto al paciente como al analista en un matriar-
cado.”11 Donald Meltzer ha escrito respecto del Relato en Richard
Weeck-by-Weeck, trabajo incluido en la segunda parte de The Kleinian
Development. El trabajo de Meltzer supone un notable avance porque
emplea este concreto como medio para integrar las teorías de Klein en una
psicología coherente. En su crítica del caso expresa cierta inquietud por la
rapidez y la naturaleza inequívoca de sus interpretaciones. Lo atribuye a que
ella está trabajando contra reloj, tal y como lo lamenta durante el Relato.
Meltzer tiene una extraordinaria capacidad para percibir el ambiente del aná-
lisis: el pueblecito situado en las montañas, un lugar extraño al que Richard
llama “pocilga” a pesar de que es famoso por su belleza. Comprende íntima-
mente la curiosidad de Richard por saber cómo pasa el tiempo la señora
Klein cuando no está con él: ¿anda en cosas que no se pueden decir o está
sola? ¿Y cómo puede él estar seguro de que la señora Klein, que en la última
guerra combatió del lado del enemigo, no está realmente muerta dentro de
ella? Le llama la atención su bolso rojo, que le parece exótico y propio del
continente; pero el elemento de lo “enemigo” en ella (después de todo era
una austríaca) también acrecienta su ansiedad.* Meltzer capta la atmósfera
del edificio con su carga afectiva (que Richard se siente compelido a mante-
ner viva durante las ausencias de Klein), y los carteles en la pared,
distracciones que en circunstancias normales ella habría considerado total-
mente inadecuadas.
A medida que vamos leyendo a Meltzer vamos experimentando junto a
él la sospecha inicial del niño, sus intentos por congraciarse con ella, las bri-
llantes intuiciones y las ocasionales chapuzas de Klein. Para Meltzer es, por
ejemplo, un enigma por qué ella consideró oportuno informar a Richard de
que había sido destetado muy tempranamente.
Elisabeth R. Geleerd publicó en 1963, en el International Journal of
Psycho-Analysis, una crítica totalmente freudiana. Es una exposición suma- -
mente clara del desarrollo de las ideas de Klein desde Principios psicológi-
*La ambivalencia de sus sentimientos hacia ella se refleja en que Richard se
representa a sí mismo como “rojo” en el análisis.
R ICHARD [289]

cos del análisis infantil, de 1926. Al discutir la convicción de Klein de que


la ansiedad debe activarse, Geleerd plantea una pregunta legítima: “¿Pero
cómo sabe la señora Klein, cuando la ansiedad reaparece, si se debe al pro-
greso, del análisis12 o a que se ha despertado en el niño la interpretación sim-
bólica directa?”.
En el análisis “clásico” la transferencia positiva habría conducido a
interpretaciones de la fantasía edípica positiva de Richard; y los elementos
que se relacionan con el acto de morder serían a su vez relacionados con una
fijación oral, a la que se deben los elementos orales presentes en las fantasías
de su etapa fálica. “La aleatoria interpretación de Klein no refleja el material
sino, más bien,13sus supuestos teóricos preconcebidos respecto del desarrollo
de la infancia.”
Melanie Klein se interesa poco por la fantasía edípica como tal. En sus concepcio-
nes teóricas estas fantasías están subordinadas a la lucha del yo por superar la depresión;
en la segunda fase el yo tiene que restaurar el objeto de amor que ha destruido el superyó
en la fase paranoide. De ahí que en el material ella busque fantasías destructivas y, asi-
mismo, signos de los procesos de reparación. En algunos puntos sus interpretaciones y sus
discusiones coinciden en cierta medida con las que habría hecho un analista no kleiniano;
por ejemplo, en la discusión del intento del niño por controlar sus impulsos hostiles. Pero
desde este punto habríamos de nuevo seguido un curso diferente. 14
Como Geleerd está dispuesta a admitir, se estableció entre Klein y
Richard una “comunicación real”. En mucho sentidos él era un paciente ideal,
porque reconocía que necesitaba ayuda y estaba dispuesto a cooperar.
Diariamente aportaba materiales y asimismo traumas del pasado, tales como
su circuncisión cuando tenía siete años (en realidad tema tres), y sus confe-
siones de mantener en la cama un juego sexual con su perro Bobbie. También
tenía lugar en su transferencia su rivalidad con la señora Klein muerta, y su
sospecha de que era enemiga por ser austríaca. Temía una catástrofe cósmica
tal como la colisión de la Tierra y el Sol; y Geleerd destaca que la constante
inquietud de Richard por los países pequeños y desamparados como Suecia y
la “solitaria” Rumania, se interpretó siempre como un temor respecto del
tiempo durante el que un chico débil puede resistirse a ser dominado por una
fuerza más poderosa. Klein interpreta como una ansiedad sexual el miedo del
niño a que su padre ataque a su madre del mismo modo como los alemanes
atacan Inglaterra. (Podría destacarse que el temor a una invasión era una
ansiedad constante en la propia Klein.) Geleerd sospecha que no se informa
detalladamente de los hechos cotidianos de la vida del niño, en particular
acerca de la enfermedad de su padre. El niño parecía haber mejorado, pero
desdichadamente no hubo un estudio de seguimiento.
Todos los que trabajan en este campo saben, no obstante, que de cuatro meses de
análisis no se pueden esperar resultados considerables y duraderos.
[290] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
Pero no hay duda de que el muchachito parecía haber ganado mucho. Durante esos
cuatro meses tuvo la posibilidad de analizar parcialmente su complejo de Edipo y su temor
a la castración; había relacionado algunos temores y algunos episodios de homose-
xualidad; había discutido sentimientos ambivalentes; también había hecho referencia a su
temor de ser envenenado. Y Melanie Klein señala que Richard aprendió a salir solo en su
bicicleta y que estaba dispuesto a aceptar ir a la escuela. 15
Si bien es difícil poner en duda la mejoría de Richard, la relación de que
había disminuido el temor general que experimentaba frente al mundo parece
algo precipitada, tal como si hubiera cierta urgencia por lograr una mejoría.
Uno de los textos más penetrantes acerca del Relato lo escribieron en
1963 Hanna Segal y Donald Meltzer en un artículo de reseña que seguía al
de Elisabeth Geleerd.16 Como Klein los había analizado tanto Segal como
Meltzer podían hablar con autoridad acerca de su técnica. Observan que el
detalle del Relato es tan abrumador que tiende a intimidar al principiante.
Subrayan que en la época en que tuvo lugar realmente el análisis, Klein aún
no había elaborado sus teorías de postguerra sobre las posiciones esquizopa-
ranoide y depresiva, o los mecanismos esquizoides. Están de acuerdo aquí
en que “un intento de evaluación retrospectiva de las teorías y de las técni-
cas a la luz de su experiencia ulterior habría enriquecido la lectura de los
analistas bien informados respecto de sus hallazgos más recientes”. 17 Por
ejemplo, la disociación de las figuras paternas protegía al niño de la inciden-
cia plena de sus deseos edípicos. Klein no reconoce la importancia de la
transferencia del modo como lo habría hecho en momentos posteriores de su
carrera. Segal y Meltzer son especialmente esclarecedores al describir el
modo en que Klein emprendía la tarea de aliviar al niño de su ansiedad:
interpretación, desplazamiento de la ansiedad, aumento del material, nueva
interpretación, alivio de la ansiedad. “Melanie Klein”, dicen “siempre creyó
que la intuición era el principal agente terapéutico en el18 análisis y la mejor
línea de defensa contra la regresión una vez concluido”.
Yo llegué a conocer a Richard en circunstancias completamente
fortuitas. A partir de algunos detalles que había oído sobre un hombre que de
niño había sido analizado por Melanie Klein, se suscitó en mí la esperanza de
que resultase ser Richard. Sin embargo, cuando nos conocimos y dije:
“Supongo que usted es Richard”, me replicó: “No, soy X”. “Sí, pero usted es
también Richard.” Parecía confundido. “No sé de qué me está usted hablando.”
Primero pensé que había cometido un terrible error. Después tuve una idea
repentina: “¿Recuerda usted a la conductora de autobús?”.* “¡Ciertamente la
recuerdo!”; imitó entonces la voz de aquélla: “Pasajeros con medio billete,
¡de pie!”. Lo extraordinario era que, siendo él un hombre que ha pasado los
* Una de las bêtes noires de Richard en Relato.
R ICHARD [291]
cincuenta, de educación y situación buenas, no tenía idea de ser el protago-
nista de un libro, o de que se había discutido su caso en tantos artículos y
conferencias de eruditos. Simplemente, su vida no se relacionaba con el
mundo analítico en punto alguno. Hacía largos viajes, comúnmente a remo-
tos lugares que la mayor parte del año están cubiertos de nieve, bajo la cual
yacen volcanes extinguidos.
Después discutimos mucho y, con su consentimiento, reproduzco algu-
nos de su recuerdos y de sus observaciones, que me sorprendieron por su
significativa importancia en el caso. Le pedí que me contara sus primeros
recuerdos de Melanie Klein.
“Recuerdo que era baja, regordeta, y tenía los pies grandes y torpes.
Espero que no le parezca mal que le cuente una anécdota al respecto. Mi tía
comentó a mi madre que Melanie tenía los pies feos. Mi madre —me
apresuro a decir que es la persona menos antisemita— respondió con un
sardónico comentario: ‘Bien, si hubieras caminado por el desierto durante
cuarenta años, también tú tendrías feos pies’. Melanie tenía el labio infe-
rior algo caído: eso lo recuerdo. Siempre parecía colgar un poquito, y su boca
nunca parecía estar cerrada. Tenía mucho acento. Fue siempre simpática.”
Le pregunté por qué le habían enviado a Klein originariamente.
“Fue David Matthew quien persuadió a mi madre de que, debido a mi
excesivo temor a los demás niños y creo que también por cierta
agresividad, debería verme la señora Klein. Creo que aún soy una persona
bastante agresiva.” “¿Por qué sentía temor de los otros niños?”
“No lo sé; pero lo sentía.”
“¿Cree que iban a lastimarlo?”
“Me lastimarían o me golpearían. Eso es lo que temía. Lo curioso es
que nunca me lastimaron ni me golpearon.”
“¿De manera que usted era a la vez tímido y agresivo?”
“Sí, una mezcla de las dos cosas. Siempre temía que me golpearan.”
“¿Cómo era su padre?”
“Era un hombre muy correcto, muy honesto. El problema que el pobre
tenía era ser casi totalmente sordo/ lo cual suponía una terrible desventaja.
En aquella época las prótesis para la sordera eran sumamente rudimentarias.
Durante la mayor parte de los años de mi formación, no se podían comprar
baterías para esos aparatos. Por tanto, usaba el audífono que tenía en su des-
pacho, para los clientes, y teníamos que acercamos la boca a uno de sus oídos
para hablarle. Su otro oído era completamente sordo. Estaba por ello más bien
incomunicado. No nos parecíamos mucho. Mi madre y yo nos parecíamos
mucho más mutuamente. Nos unía un vínculo mucho más estrecho que el que
me unía a mi padre.”
*Hecho no mencionado en Relato
[292] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
“¿Puede recordar la primera vez que fue a ver a la señora Klein, y cómo
fue? ¿Me lo puede describir?”
“Oh, es muy difícil recordar lo suficiente. Sí me acuerdo de la cabaña
de las Girl Guides. Había dos habitaciones, y posiblemente también una
mesa. Seguramente tuvimos juguetes. Los únicos juguetes que puedo recor-
dar son los barcos de guerra. Le dije esta mañana que recuerdo haber insisti-
do en que íbamos a bombardear a los alemanes, y a tomar Berlín, etcétera,
etcétera, y entonces Brest. Melanie entendió ‘breast’ (‘pecho’, ‘seno’),*
que, por supuesto, tenía mucho que ver con su punto de vista. A menudo
hablaba del ‘gran genital de Mami’ y del ‘gran genital de Papi’, o del ‘genital
de Mami bueno’ y del ‘genital de Mami malo’. No recuerdo qué otras cosas
quería decir. Había mucho interés por los genitales.”
“¿Fue bien desde el comienzo?”
“Sí, fue muy bien.”
“Hábleme de la conductora de autobús.”
“No era una conductora en concreto. Había una regla fija, la de que los
chicos que pagaban la mitad del billete permanecieran de pie, y los adultos
se sentasen. En aquellos años no había coches y todo el mundo tenía que
coger el autobús.”
“¿Y usted se sentía molesto por ello?”
“Oh, sí, terriblemente molesto.”
“¿Por qué?”
“Supongo que yo era un pequeño presuntuoso y engreído. No sé. No
veo por qué tenía que permanecer de pie.”
“¿Piensa que era algo injusto o que se dirigía contra usted
personalmente?”
“Creo que lo segundo, probablemente. No lo sé. Es gracioso, usted
leyendo todo ese libro, creo que es terriblemente gracioso. Yo realmente no
había pensado en la conductora del autobús en treinta y cinco o cuarenta
años.”
“¿Qué tipo de muchachito cree usted que era a la edad de diez años?”
“Bueno, considerándolo desapasionadamente, pienso que era un chico
bastante terrible. Le daría un tirón de orejas si lo atrapara.”
“¿Por qué?”
“Siempre tuve bastante mala índole. Creo que todavía soy un poco así.
Fui presa del pánico hace pocos días en la oficina por algo muy trivial. Cosas
insignificantes me atolondran. Así es mi naturaleza. Siempre he sido muy
impaciente.”
Richard siguió padeciendo depresión y eso le hizo visitar a Klein
algunos años después.
“¿Cuándo la vio?”
* En inglés el nombre de la ciudad de Brest y la palabra "breast" suenan igual. [T.]
R ICHARD [293]
“Yo debía tener dieciséis años. Estaba en Londres por algún
motivo. La llamé por teléfono y le pregunté si podía hacerle una
visita. Ella se mostró un poco reacia a verme, lo recuerdo. Estaba un
poco fría.”
“¿Y qué ocurrió cuando la vió? ¿Estaba fría con usted sólo por
teléfono?”
“No estaba dispuesta a hacer ningún esfuerzo por ayudarme.
Por otra parte, ¿cómo podía haberme favorecido en tales
circunstancias? Fue una charla medio formal. No se estaba haciendo
cargo de mí en absoluto.
“Pero déjeme preguntarle esto: piensa que usted consciente o
inconscientemente creía que ella podría ayudarlo?”
“Creo que sí. Tuve el sentimiento de que me estaba quitando de
encima, de manera muy cortés. No estaba dispuesta a hacer nada por
mí. Acaso esas fueron mis sensaciones, pero lo sentí todo el tiempo.*
Viendo el episodio desde el presente, supongo que se estaba
volviendo una mujer vieja y cansada, sin deseos de comprometerse.”
Por último, posee aún los mapas que ocupan un lugar destacado
en el Relato; me muestra cómo había borrado los límites de Rusia
porque las líneas de avance y de retroceso cambiaban con frecuencia.
Sigue estando muy interesado en cuestiones internacionales, y se
preocupa mucho ante la perspectiva de un holocausto nuclear.
Cuando nos vimos en otra ocasión, llevé conmigo un ejemplar
de Relato del psicoanálisis de un niño que él nunca había visto antes.
Contempló la fotografía de Melanie Klein en la contraportada del
libro. “Querida vieja Melanie”, murmuró. Entonces se llevó de
repente la fotografía a los labios y la besó afectuosamente.
Un año más tarde, Richard y yo nos volvimos a encontrar. Para
entonces había leído el Relato, que le resultó más bien difícil. En
algunos aspectos el niño que fue en aquel entonces le resultaba casi
irreconocible, si bien algunos aspectos del libro suscitaban sus
recuerdos. Los temores volvían a despertarse: un imbécil sobre un
triciclo que hacía ruidos como los de los animales, y la ocasión en que
tuvo noticias de la invasión de Rusia cuando se hallaba en el
dormitorio de sus padres, más o menos un mes antes del ata- ¬que
cardíaco de su padre. Al leer el libro entero, cree que la circuncisión
que se le practicó en el dormitorio de sus padres tuvo en él un
profundo efecto. Estaba aterrorizado por el éter, y se sentía engañado,
porque su madre no le había preparado para esa terrorífica
experiencia. También recuerda claramente haber encontrado a su
padre tumbado en el suelo del baño, y el té que salía de su boca.
“Puedo verlo aún ahora.”
El tiempo lo afectaba mucho más intensamente que de niño, y
siempre
* Klein dice haber visto a Richard varias veces en los años siguientes, pero
él recuerda una única ocasión.
[294] 1940-1941: CAMBRIDGE Y PITLOCHRY

había tenido “una pasión tremenda” por los paisajes. El escenario en


torno de Pitlochry le parecía particularmente hermoso.
Después de la partida de Klein se le envió a una escuela de externos
y
su madre lo contemplaba ansiosamente cuando él se quedaba solo
en el patio de la escuela. No fue verdaderamente desdichado, cree, sino
que se fue convirtiendo en el “solitario sociable”, nunca solo, que es
como ahora se define a sí mismo. Añadiré además, que su pasión por el
rojo ha quedado sustituida por una preferencia por el azul y el naranja.
En cuanto al muchachito que Melanie Klein analizó: “El adagietto
de la Quima Sinfonía de Mahler resume la compleja verdad de mis
sentimientos en ese entonces mejor que cualesquiera palabras que yo ahora
pudiese emplear”.
Tenemos la visión del análisis desde el libro mismo, desde los
recuerdos del propio Richard y desde la perspectiva de muchos
comentadores. Hay otra persona que participó y a la que no se debiera
ignorar: la madre de Richard. Durante el análisis ella enviaba frecuentes
notas a Klein. Por ejemplo, el 12 de junio de 1941 le informaba: “Olvidé
decirle que él dijo hace un tiempo que usted siempre le habla de los
genitales y que él intenta apartarla de este tema. Hoy declaró: ‘La señora
Klein sigue hablando de genitales, pero ya no piensa tanto en ellos’ o
palabras de este tipo. Es gracioso”. Después de concluido el análisis,
continuó escribiendo a Klein sobre el estado de Richard durante un año.
Sus cartas nos dan una valiosísima idea de la reacción de Richard ante la
terminación del análisis y de los cambios que éste provocó en su madre.
En cierta medida Klein estimulaba estas cartas, y en dos ocasiones le
envió cuestionarios para que valorara los progresos de Richard. En
principio la madre le estaba muy agradecida por la mejoría de Richard,
pero de pronto empieza a introducirse un matiz de queja; insinúa que
Klein no ha ido hasta la raíz de sus verdaderos problemas* (por ejemplo,
los efectos de la circuncisión), y afirma en tono desafiante que lo que el
niño necesita es una “vida disciplinada”. A comienzos de octubre se queja
de que las perspectivas futuras de su hijo la llenan de desaliento. El 24 de
octubre contesta:
Sus dos cartas, aunque llegaron tan próximas, presentan cuadros muy
diferentes de Richard. En la primera usted subraya la importancia de algunos de los
cambios, tal como su mayor capacidad para comprender las matemáticas, que anda en
bicicleta, etcétera; no sólo como cosas útiles, sino como cosas que indican algunos
cambios reales en el estado de su mente. Creo que esto es muy cierto, y que a pesar de
las dificultades que usted subraya en su segunda carta, algo se ha hecho para mejorar
las dificultades de Richard. No es para nada sorprendente que esas dificultades no
hayan desaparecido, puesto que como usted sabe, desde el comienzo destaqué que no
hay absolutamente ninguna posibilidad en ese sentido, y que me agradaría que usted
pudiese ayudarme hasta cierto punto.19
* Tras la conclusión del análisis de Eric con Winnicott, Klein tuvo casi la
misma serie de reacciones.
R ICHARD [295]
Su madre siguió percibiéndolo como mentiroso, holgazán,
desobediente, irritable y a veces violentamente agresivo, especialmente con
los animales. Además, se había reactivado su temor a los otros niños. Sin
embargo, reconocía no pensar que los esfuerzos de Klein hubiesen sido
“totalmente inútiles”, porque el niño había empezado a comprenderse a sí
mismo. Durante el resto del otoño la mujer abrumó a Klein con cartas, como
si se hubiese vuelto frenética ante su incapacidad para luchar con el niño.
Estaba dividida entre la compasión por él y la autocompasión, especialmente
cuando tenía que luchar también con la enfermedad de su marido. (“A veces
me siento desalentada cuando pienso que he consumido muchos de los
mejores años de mi vida intentando manejar a Richard, y aparentemente con
tan poco éxito. Nadie puede imaginar la energía física y mental que he
gastado en él, y a los diez años él es incapaz de hacer frente a la vida.”) El 10
de noviembre Klein le explicaba que era esperanzador que su agresión fuera
más abierta.
Estoy completamente segura de que, aunque ello pueda ser desagradable para quie-
nes le rodean, es una especie de válvula de seguridad en él, y de por sí un buen signo; ojalá
se hubiese podido complementar todo eso con más trabajo analítico. Y aquí llego a un
punto en el que temo que deba repetirme: usted me da una valiosa información de la
primera crianza de Richard y me muestra que desea que yo lo sepa todo de él. Pero,
lamentablemente, no puedo manejar el caso a distancia, y la ayuda que pueda darle
mediante consejos es desafortunadamente muy limitada, aun cuando sea valiosa. Con esto
no quiero decirle que no esté sumamente interesada en saber de él. A usted le consta, estoy
segura. Pero la ayuda que usted espera de mí no es posible, o al menos no lo es en los
detalles.
En enero de 1942 la madre de Richard empezó a aceptar que debía
hacer frente a la situación día a día y no esperar soluciones instantáneas.
Estaba empezando a ver a su hijo como a una persona con derecho propio, y
no atendiendo a la imagen “normal” que ella había querido imponer sobre él.
QUINTA PARTE
────────
1942-1944
Las controversias
UNO
────────────

Reinicio de las hostilidades

elanie Klein puede haber tenido mucho miedo a las bombas

M
alemanas, pero tenía un miedo mucho mayor a la inva-
sión de analistas de habla alemana y a su ocupación del
territorio... por no hablar de los quintacolumnistas.
Con el semirretiro de Jones al campo, el funcionamiento de la
Sociedad Británica quedó prácticamente a cargo de Edward Glover. Se
constituyó una Comisión de Emergencia, formada por Glover y Sylvia
Payne: pero la salud de Payne se vino abajo a causa del esfuerzo de llevar
a cabo no sólo las tareas de secretaria científica sino también las de
secretaria administrativa, en las que había sustituido a Rickman. En una
carta fechada el 16 de marzo de 1942 le cuenta a Melanie Klein su
agotamiento por los viajes de ida y vuelta desde su casa de campo en
Abingdom durante los días en que se producían los ataques aéreos más
intensos:
Durante los dos inviernos viajar ha sido terrible, pero peor desde Navidad, ya
que he tenido que esperar media hora o tres cuartos en la estación; entonces llegaba a
Paddington un tren sin calefacción con el respectivo retraso; el viaje de regreso suele
durar tres horas.1
Ya ames del inicio de la guerra había empezado a manifestarse
una reacción contra la autocracia de Jones, sobre todo cuando
muchos estaban sumamente preocupados por su incapacidad para
controlar el ambiente, emocionalmente tan cargado, de las
reuniones. Ahora que Glover de hecho dirigía la Sociedad,
los miembros empezaron a rebelarse contra una situación que
habían soportado durante mucho tiempo: la reelección, todos los
[300] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS

años, de los mismos dirigentes, sencillamente debido a que no había


limitaciones para conservar los cargos ni existía votación secreta.
Jones tenía un carácter irritable y se mostró enfadado cuando, el 23 de
abril de 1940,* después de haber viajado desde Elsted hasta Londres para
asistir a una reunión de la Comisión de Formación, descubrió que Glober
había cambiado el horario del encuentro, pasándolo de la tarde a la noche
cuando Jones no tenía posibilidades de estar presente, pues debía regresar a
su casa antes de que se iniciasen las incursiones aéreas. Jones desahogaba; su
irritación ante Sylvia Payne: “Su actitud respecto de mí en los últimos doce
meses puede haber hecho que yo me vuelva indebidamente desconfiado,
pero la cuestión no me parece en absoluto agradable, puesto2que significaría
que el presidente queda impedido de asistir a las reuniones.”
Al parecer, ese malentendido concreto se aclaró, pero el 1 de mayo
Jones escribe nuevamente a Sylvia Payne, esta vez en tono de lamentación y
perplejo:
Aún creo que puedo ser de cierta utilidad como presidente imparcial,
por ingrata que esta tarea pueda ser en estos días en los que las reuniones son
tan atípicas. En realidad, me planteo si el daño que produce una camarilla
parlanchina no contrarresta cualquier buen propósito que las reuniones
pretendan lograr en las condiciones actuales, y no sea preferible mantener
sólo reuniones trimestrales, añadiendo un esfuerzo especial por hacer que
otras personas asistan. Por supuesto, estoy totalmente de acuerdo con lo que
usted dice sobre la puerilidad de tres o cuatro personas prominentes a las que
se debiera conocer mejor. Me pregunto si hay esperanza de remediar esta
absurda situación, mediante reuniones privadas o públicas, y me gustaría
disponer de una oportunidad para discutirlo con usted, por ser una de las
pocas personas cuerdas en el asunto.3
No obstante, cuando los bombardeos se intensificaron, quedó en Londres
sólo un grupito de personas que asistían a las reuniones. Durante el verano de
1941 en Pitlochry, Melanie Klein temía cada vez más por el destino de la
Sociedad. Expresó sus angustias en una carta dirigida a Jones, de la que hizo
primero varios borradores, como ocurría cuando un tema era para ella de vital
importancia. Jones le había subrayado lo arduas que habían sido las cosas para él
durante los últimos años, pero ella le recordaba que él podría haber ejercido una
organización más decidida cuando, en mayo de 1935, se iniciaron los ataques
concertados contra ella después de su comunicación sobre la posición depresiva.
(En ese punto, comenta que los vieneses habían asombrado mucho ante su
negativa a poner límites a los estallidos de Melitta durante los encuentros.) Como
Jones no actuaba, Glover avanzaba por el espacio que le quedaba libre.
* Fue ésa la reunión en la que Glover y Anna Freud emprendieron su primer
ataque concertado contra Klein. De haber estado Jones presente, la reunión no hubiera sido
tan turbulenta, de manera que no parece irracional suponer que Glover planeó
deliberadamente excluir a Jones.
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [301]
Puede sorprenderle a usted que yo —y, créame. muchos otros, entre ellos
algunos que ahora por debilidad, temor u oportunismo se inclinan ante Glover—
esperaba que la determinación procediese de usted, que no sólo estaba formalmente en
posición de orientar, sino que personalmente estaba investido con la autoridad necesaria
para hacerlo, dada su notable participación en el desarrollo del psicoanálisis en general
y, particularmente en Inglaterra.4
Si el, de manera persistente y decidida, hubiese puesto límites a
esos “ataques personales y esas tendencias regresivas (apenas veladas por
la terminología científica), habría usted tenido a la mayoría de los
miembros de su lado y toda la situación se habría desarrollado de distinta
manera. Es verdad, la Sociedad es débil y sin iniciativas, y muchos de los
miembros parecen carecer hasta de una mediana capacidad de
discernimiento y de carácter; sólo hubieran necesitado de una firme
determinación de su parte”. Le recordaba que en 1936 la habían propuesto a
ella para el consejo y probablemente hubiera sido elegida si él la hubiese
apoyado; pero en una conversación en casa de ella en febrero de ese año él
le recomendó concentrarse en su trabajo científico. Se sentía ahora
disgustada porque, sin el apoyo de Jones desde 1935, había producido muy
poco en relación con lo que podría haber hecho.
Glover no era sólo secretario científico de la Sociedad Británica,
secretario de la Asociación Psicoanalítica Internacional y director de la
clínica, sino también presidente de la Comisión de Formación y, ahora que
Jones estaba casi retirado, asumía funciones de presidente interino de la
Sociedad Psicoanalítica Británica. Además, como director de
investigación, ocupaba probablemente el puesto de más poder en la
Sociedad y era aquí donde Klein advertía que él podía ocasionar verdaderos
perjuicios. Ella no estaba de acuerdo con Jones en cuanto a que Glover era
“el único sucesor disponible”. Si a Jones le parecía así, era porque a Glover
“no se le impedía mantener tan firmemente su posición”. ¿Por qué no
pensar en Rickman o en Payne como posibles candidatos? Jones parecía
considerar a Rickman una persona algo inestable (especialmente desde su
habitual análisis con Ferenczi en Budapest de 1928 a 1931); pero Klein le
recordaba a Jones la importante aportación de Rickman a la Sociedad en los
últimos años y el gran prestigio de que gozaba entre los médicos. Klein
estaba convencida de que Sylvia Payne tendría excelentes posibilidades de
ser elegida presidente.
Respecto de su propio futuro, las comprobaciones realizadas por él
recientemente 1c hacían sentir como empezando todo de nuevo: “Tenga en
cuenta que no desespero y que si pudiera trabajar quince o veinte años más
podría cumplir con mi tarea. Pero advierto lo difícil que es y la enorme
capacidad que se requiere para dar pruebas de la veracidad e importancia de
estos hallazgos”. A menudo había recordado las “proféticas palabras” de
Jones en la primavera de 1927 cuando le mostró la carta en la que Freud
objetaba su concepción del superyó:
[302] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Usted me dijo que pasaría mucho tiempo —unos quince años— hasta que yo
lograra convencer claramente a los analistas en general. (Es interesante, dicho sea de paso,
que cuando repetí ante Glover sus palabras, y habiéndose desarrollado mejor el concepto
de objeto interno, él dijo con grave convicción: “Usted nunca podrá hacerlo. Se enfrenta
extensivamente a la obra de Freud y de otros”, etcétera.)... ¡Cuántas veces observó usted
que los analistas son como los peces y que existe en ellos una gran tendencia a apartarse de
las profundidades!
Al considerar dónde se había inspirado fundamentalmente su obra|
exclamaba: “Mi mayor experiencia en ese sentido fue Más allá del principio
del placer y El yo y el ello, ¡y qué experiencia!”. Esas obras representaron
para ella una iluminación. “Empecé a comprender la reparación (en relación
con la agresión) y el papel que desempeñaba en la estructura de la
personalidad y en la vida humana.” Pasaba entonces a hacer una observación
más personal. Durante un período de continuas ausencias a las reuniones tras
la muerte de Hans, Jones la había visitado y le había dicho que transfiriera su
amor por Hans y Melitta a “mi otro hijo: el trabajo”.
¿Desaparecerían de la noche a la mañana su ardua lucha por la
aceptación de sus teorías y por asegurarse la posición en la Sociedad
Británica?! Mientras ella estaba en Pitlochry, Glover y Melitta orientaban las
discusiones a fin de afirmar la validez relativa de interpretaciones muy
diferentes y fomentando las diferencias entre interpretaciones preconscientes
y profundas, todo lo cual se dirigía a desprestigiar la obra de Klein.
(“Pasamos una época muy agradable durante los ataques aéreos” recordaba
complacido Glover en una entrevista con Bluma Swerdloff en 1965.)5 Klein
fue cada vez más consciente de que resultaba esencial para ella reaparecer en
la escena de Londres y establecer estrechos lazos de comunicación con sus
colaboradores... y de que tenía que pelear.
La primera vez que se registra su presencia en las reuniones de la
Sociedad tras su regreso, a finales de 1941, fue el 22 de octubre. El 20 de
noviembre Sylvia Payne le escribía:
Querida Melanie:
Los problemas relacionados con la Sociedad parecen casi desesperantes. Creo que mejor
que puedo hacer es lograr una comprensión más amplia y completa de tu obra respecto de
la posición depresiva. Tengo ya bastantes conocimientos de la misma, pero soy consciente
de mis limitaciones y creo que podría servir mejor a la Sociedad (desplazado totalmente
las consideraciones personales), si adquiriese certidumbres más sólidas. 6
Payne sabía que Paula Heimann estaba formando un grupo de
investigación y preguntaba si ella podía participar en el mismo.
Hacia finales de 1941, la Sociedad Británica daba comienzo al período
más confuso de su historia. Nadie estaba en condiciones de reprimir el pánico
ante la guerra y una histeria manifiesta por los asuntos de la Sociedad. En
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [303]
las reuniones científicas, Melitta Schmiedeberg continuaba presentando tra-
bajos como “Introjected Objects: An Issue of Terminology of a Clinical
Problem?”, en el que ponía en tela de juicio la vinculación establecida por
Abraham entre incorporación, identificación e introyección como nociones
equivalentes, mientras que para Freud la introyección era el proceso de
absorción mental de imagos que precedía a la identificación. Ello confundía
mucho a los vieneses, quienes siempre habían considerado que Abraham no
divergía en absoluto de Freud. A Willi Hoffer las comunicaciones le parecían
“centradas siempre en la crítica, en descubrir meramente aspectos que uno ha
pasado por alto o descubrir dónde aparece un aspecto difícil de entender. El
aspecto positivo no importaba en absoluto. Lo principal era formular la
diferencia”*7
El 17 de diciembre de 1941 la Sociedad se pasó una tarde discutiendo
un trabajo de Barbara Low titulado “The Psychoanalytic Society and the
Public”. En el debate —puesto que eso fue— que le siguió. John Rickman
perdió la calma y atacó a los directivos de la Sociedad por su descortesía con
el público y por su falta de respuesta a las necesidades de la comunidad. A
consecuencia de este incidente se decidió convocar a una reunión de
negociaciones extraordinaria para discutir los asuntos generales de la
Sociedad.
La cuestión principal era el poder. ¿Iban el presidente y los otros
directivos a ocupar permanentemente sus cargos o debía haber elecciones
periódicas? Con la inevitable disminución de pacientes en época de guerra,
¿perderían algunos su pertenencia? ¿Qué grupo disponía del mayor número
de discípulos? Esta última era una cuestión vital, porque determinaba la
orientación fuñirá de la sociedad. Por último, ¿eran las ideas de Klein un
desarrollo de las ideas de Freud o una desviación respecto de ellas? Si eran lo
segundo, como opinaba Glover, los kleinianos debían apartarse de la
Sociedad oficial y formar un grupo independiente. También había en algu-
nos analistas con formación médica una intención de despreciar la jerarquía
de los analistas que no eran médicos. Esto nunca se declaró abiertamente por
consideración a Anna Freud, pero era uno de los hilos de la complicada
trama.
Como la mayoría de los miembros vivían entonces fuera de Londres,
existía una gran cantidad de factores sobre la mesa. En las difíciles condi-
ciones de una época de guerra, la gente estaba enferma, cansada, hambrienta
y crispada. Pero Melanie Klein estaba como nunca, luchando por su vida,
exhortando y ordenando a sus tropas, dando órdenes, amedrentando, alen-
tando, incesantemente alerta.
* Sin embargo, no todo había sido suavidad con los centroeuropeos. Según Glover,
Fenichel solía golpear a la gente en la cabeza cuando estaba en desacuerdo con sus
trabajos.
[304] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS

El 1 de enero de 1942 telefoneó a Anna Freud para discutir la crisis e


informó después a Joan Riviere de la conversación:
Aunque probablemente no conduzca a nada, fue una conversación interesante e
informativa. He aquí los puntos principales. Le desespera el estado de la Sociedad, pero no
quiere separarse por diversas razones, algunas de las cuales se aplicarían también a
nosotros si nos separáramos. Considera que existiría una leve posibilidad de cooperación
si las dos escuelas se mantuvieran separadas al respecto de la formación, sugerencia que
ambas formulamos ante la comisión de formación hace años. Ella duda mucho de que eso
sea posible y de que cuente con suficiente apoyo. Cree que Glover es el presidente más
apropiado, pero sugiere que por complacerme, ella podría apoyar a Payne como presidente
si Payne se compromete a aceptarlo. Piensa que Payne seria imparcial respecto de las dos
porque valora mi obra y su importancia para el análisis y, sin embargo, no es hostil a la de
ella...
[Aun así) resulta evidente su deseo de que formemos un grupo propio (deseo que"
sin duda coincide con los deseos y las intenciones de Glover; y seria sumamente
conveniente para ellos que nosotros cometiéramos ese error). 8
Rickman, Scott, Winnicot e Isaacs formarían la vanguardia del contraa-
taque kleiniano. No esperaban que Roger Money-Kyrle y Eva Rosenfeld,
como miembros asociados, tomasen parte activa, según ella explicaba, pero
ciertamente no les consideraba oradores suficientemente eficaces. Se espera-
ba que Paula Heimann fuera sumamente eficaz en la sombra.
“Creo”, continuaba Klein, “que debemos evitar a) la impresión de estar
criticando o censurando a Jones y b) la crítica de miembros del concejo en
particular, c) la cuestión con los vieneses... creo que si lo que decimos está
bien expresado, es científico y no emocional, podemos lograr cieno efecto;
por supuesto que si al menos entre nosotros tenemos una política definida de
nuestros acuerdos previos.”
Ocasionalmente, los miembros que estaban en las fuerzas armadas
obtenían permiso y se reunían con sus colegas kleinianos durante una noche
para discutir. Por ejemplo, el 29 de enero Scott y Rickman pudieron asistir a
una reunión del grupo Objeto Interno. Klein informa a Isaacs en una de sus
cartas semanales: “Scott inició una discusión sobre la alucinación y la repre-
sentación de objetos. Hay un amplio campo por explorar y discutir en rela-
ción con el mundo interno. No parece haber objeto psicoanalítico que no
necesite de ampliación y revisión desde ese punto 9de vista. Resultó interé-
same hablar sólo desde el punto de vista científico.”
La siguiente carta, fechada el 3 de enero de 1942 (una ampliación de la
carta de Susan Isaacs), que Klein envió a sus colaboradores, es un óptimo
ejemplo de sus habilidades tácticas:
Tras la última reunión llegué a la conclusión de que si queremos tener cierto éxito en
nuestras oposiciones a una persona tan habilidosa como Glover, debemos organizar nues-
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [305]
tros esfuerzos, debido especialmente a la necesaria limitación en el tiempo de que dis-
pondremos en la Reunión General. Le pregunté a la señora Riviere si se haría cargo de
coordinar nuestras aportaciones sugiriendo, si es necesario, modificaciones, para evitar la
superposición y las repeticiones innecesarias. Está de acuerdo en hacerlo. (Creo que sería
mejor que no se supiera lo que ella está haciendo.)*
Creo que las aportaciones se clasifican en dos grupos:
1) Política. ¿En favor de qué propuestas sobre las alteraciones de la constitución,
etcétera, está usted? Me parece esencial que tengamos de antemano una política acordada
acerca de todos los puntos importantes. Personalmente pienso que, al margen del
contenido de la propuesta, debemos tener el cuidado de no dar la impresión a) de estar
criticando o censurando a Jones o b) involucrar en ello a cualquiera de los miembros del
concejo; por centra, la crítica o las sugerencias deben dirigirse a la política del consejo en
su conjunto. c) Creo que sería una buena estrategia evitar en esta ocasión enfrentamos a los
vieneses y discutir los puntos en que nos diferenciamos de ellos, a fin de no derrochar las
fuerzas que tengamos.
2) Puede que usted desee hacer aportaciones de temas distintos al de la política. Por ejemplo,
supongamos que atiendo a la cuestión que Glover mencionó en su reciente conferencia: que él
favorece que nos apartemos después de poner la casa en orden. Compararé esta declaración con
la actitud que adopta en su libro The Technique of psycho-Analysis; todo el libio está en
flagrante contradicción con la política que ha confesado recientemente. Si no, me ocuparé
únicamente del modo como Glover ha abusado de su puesto de director de Investigación
Científica en la sociedad, y criticaré el libio desde ese punto de vista.
Otro punto, por ejemplo, que merece ser replicado por alguien que opine así: Glover nos
atacó de manera muy hábil y sutil sugiriendo veladamente que la sociedad se ha apartado
mucho de Freud en los últimos años y que, después de todo, el objetivo de la Sociedad es la
obra de Freud. Posiblemente será necesario reunimos mis adelante para discutir los temas
personalmente; pero lo mejor sería una fecha lejana, cuando ya hayamos redactado las
aportaciones que deseemos hacer.10
Cuando los miembros diligentemente, pretendían hacer constar sus
propuestas, Jones refunfuñó, pero cedió ante lo inevitable. El 21 de enero de
1942 escribió a Anna Freud una carta extraordinaria en la que le aseguraba
que ella estaba
muy equivocada al decir que no otorga valor a su juicio y, por supuesto, no lo hubiera
solicitado si así fuera. Es verdad que considero que la señora Klein ha hecho aportacio-
nes importantes. Cuántas son realmente nuevas es otra cuestión, pues pienso que se
podrían encontrar numerosas sugerencias de ellas en escritos psicoanalíticos anteriores;
determinar en qué medida esto es así supondría el tema de una interesantísima investiga-
ción. Ella indudablemente exagera lo novedoso de sus aportaciones, pero es innegable,
en mi opinión, que ella ha llamado enérgicamente nuestra atención sobre la gran impor-
tancia de mecanismos tales como la introyección y la proyección, y ha demostrado, pienso,
la existencia de ése y de otros mecanismos en una edad anterior a la que en general se
* La razón es que Riviere consideraba que Sylvia Payne le era muy hostil.
[306] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
consideraba posible. Yo resumiría la cuestión de la siguiente manera. Por una parte, ella
no tiene una mente ni científica m ordenada y sus presentaciones son lamentables. En
muchos aspectos es también neurótica y tiene una tendencia, que ella trata de dominar, a
volverse verrant (obstinada). No resultaría sorprendente, además, que exista el peligro de
que una persona así distorsione la realidad objetiva destacando algunos aspectos en detri-
mento de otros. Algunos de los nuestros consideran, por ejemplo, que esto se pone de
manifiesto en relación con el complejo de Edipo y el papel del padre. Todas estas son, sin
embargo, cuestiones que se resolverán por sí mismas con el paso del tiempo, lo cual ocu-
rrirá más fácilmente si nos concentramos en las cuestiones científicas en lugar de hacerlo
en las personales.
No debiera haber dicho que las dificultades científicas están siempre en la base de las
personales. Seguramente nuestra experiencia psicológica nos enseña que lo verdadero es
lo contrario...
Es una situación interesante, sociológicamente frecuente, que un ánimo rebelde —provo-
cado en este caso, creo, por incertidumbres económicas— atraiga hacia sí, la práctica
totalidad de quejas procedentes de las más diversas fuentes y con una mínima relación
entre sí. El problema práctico es cómo hacer frente a la situación, y es precisamente en ese
punto donde espero su cooperación, especialmente debido tamo al éxito de nuestro trabajo
conjunto en el pasado, cuanto a nuestra suprema devoción al espíritu de unión, por lo que
tiene de opuesto al de desunión, en nuestra organización psicoanalítica. No puedo creer,
Anna, que dirigirme a usted sea en vano en esta cuestión fundamental...
La doctora Payne, que ha trabajado muchísimo y duramente en el curso real de los acon-
tecimientos, parece lastimada ante lo que considera una falta de valoración. Puedo por mi
parte decir honestamente que estoy por encima de tales reacciones y que me preocupa
realmente poder proporcionarle la más favorable ocasión para un ulterior trabajo en
común. Estoy muy insatisfecho con las improductivas actividades actuales de la Sociedad,
por lo cual censuro en parte, pero en modo alguno totalmente, al doctor Glover. Por
naturaleza creo en la organización aristocrática, pero pienso que hay ocasiones —y me
pregunto si ésta no es una de ellas— en que es más acertado ejercerla indirecta en lugar de
abiertamente. Me inclino, pues, a la solución de reducir la responsabilidad de los
directivos, haciendo que sus políticas o sus decisiones sean más una cuestión de reuniones
de negociación, y tras haber reelegido a los dirigentes anualmente. Así en las reuniones
generales, podrá expresarse la voz de los que tienen más peso sin que los obstaculicen
complejos antiparentales. Fue ésa sin duda la razón por la que su padre se alejó tan
tempranamente de la organización directa de la Sociedad de Viena y rehusó aceptar un
puesto directivo similar en la Asociación Internacional. Creo que tuvo mucha razón y por
eso mismo he intentado apartarme de mis cargos directivos durante algunos años.
La principal objeción a la solución indicada es la dificultad práctica de hallar en Londres gente
adecuada para reemplazar a los actuales dirigentes. Manualmente, me disgustaría ser sucedido
por una nulidad como la señora Stephen, quien está trabajando por obtener el puesto.
Le he expresado mis opiniones muy sinceramente y me agradaría ahora escuchar las
suyas.11
La referencia de Jones al carácter derivado de las teorías de Klein podía
ser una estratagema para que Anna Freud las considerara un desarrollo o
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [307]
extensión de los dogmas psicoanalíticos ya establecidos. Al decir que “algu-
nos de los nuestros” consideran que Klein desestima el papel del padre y el
complejo de Edipo en el desarrollo, parece estar incluyéndose a sí mismo. No
obstante, en The Phallic Phase (1934) había destacado su coincidencia con la
suposición de Klein de que el temor más temprano del niño no guarda
relación con su padre o con su pene.
Antes de las reuniones extraordinarias, los kleinianos compararon las
notas de las resoluciones que propondrían. Joan Riviere exhortaba a Klein a
que remarcara el desaliento y la dificultad que Freud reconoció cuando se vio
obligado a cambiar de opiniones. Un ejemplo del modo como actuaba Klein
aparece en una nota dirigida a Winnicott en la que se disculpa por pedirle que
suavice el tono de la resolución que él se proponía presentar. Le llama la
atención sobre la “necesidad de excluir algunas cosas, aunque sean ciertas y
valga la pena decirlas, porque no queremos hacerlo en este momento. Sé por
experiencia propia que esto resulta penoso, pero necesario. Por lo tanto,
espero no causarle dificultades al sugerirle que algo sea descartado o
modificado en su comunicación. Estoy segura de que usted entenderá que ello
nada tiene que ver con la verdad o con el valor de sus palabras, sino sólo con
la cuestión de lo que nos conviene en esta ocasión”.12 Klein hizo saber a los
otros miembros de su grupo sus comentarios a la comunicación de Winnicott:
Creo que no sólo resultaría peligrosa la impresión que podría dar de que Freud sea
ya más o menos historia pasada, sino que el hecho mismo no es cieno. Los escritos de
Freud tienen aún mucha vida y siguen siendo una guía para nuestro trabajo (aunque se ha
hecho mucho que va más allá de él o aun lo contradice); y definitivamente habría que
subrayarlo tanto en razón de la verdad como de la táctica. A mi modo de ver, es importante
que tengamos presente durante la discusión que todo lo que pueda hacer creer que nuestra
pretensión es archivar a Freud, es la trampa más peligrosa en que podemos caer. Es
exactamente lo que los vieneses procuran demostrar, y13 a lo que Glover recurrirá cuando
intente difamamos, ahora o más tarde, como heréticos.
La primera de las cinco reuniones extraordinarias tuvo lugar el 25 de
febrero de 1942.* En total hubo dieciséis propuestas relativas a diferentes
aspectos de la inquietud de los miembros. Hubo la habitual maraña de pro-
puestas contradictorias acerca de los parámetros de la discusión —por ejem-
plo, Jones se opuso a que se clasificaran como reuniones de negociaciones—,
pero las reuniones eran notablemente fructíferas: se aclararon diversas
posiciones y se formularon importantes manifestaciones sobre aquello a
* En lo que concierne al material de las reuniones extraordinarias es mucho lo que
debo a la comunicación de Pearl King The Life and Work of Melanie Klein in the British
Psycho-Analytical Society, expuesta el 3 de octubre de 1982 en la conferencia de fin de
semana de los miembros de habla inglesa de las Sociedades Psicoanalíticas Europeas.
[308] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
lo que se creía estar dedicándole la vida. Por supuesto, hubo alusiones e insi-
nuaciones, pero los encuentros dieron oportunidad a los miembros para que
afirmasen sus apasionadas convicciones. Se desestimó el deseo de Walter
Schmiedeberg de centrarse en la desviación antifreudiana (“como podría
haber propuesto discutir primero la distancia que separa la Tierra del Sol”,
dijo Adrián Stephen),14 y se centró la atención en la disconformidad de la
mayoría de los miembros ante una política administrativa considerada durante
tanto tiempo cual feudo de una pequeña minoría. También había un deseo
general de que en la dirección de la Sociedad participasen individuos que
representasen diversas posiciones teóricas.
Se expresaban otra quejas. A Karin Stephan le preocupaba que algunos
pacientes mantuvieran el análisis durante años (a saber, los Kleinianos). “Los
análisis de formación se prolongan indefinidamente. ¿Por qué es así?”, pre-
guntaba. “¿Están descubriendo los análisis de formación que sus métodos no
producen los resultados que ellos se proponen? Pocas veces se escuchan las
opiniones de los miembros sobre el modo como el análisis alcanza sus metas,
cuando lo hacen.” Igualmente inquietante era el reanálisis de muchos de los
miembros por parte de Klein y de sus seguidores.*
La comunicación de Sylvia Payne (leída por Ella Sharpe al estar Payne
enferma) fue la que con más penetración llegó al núcleo de las tensiones
presentes en todos. No se trataba simplemente de diferencias científicas,
decía, sino de la preocupación porque lo que estaba en juego era la subsis-
tencia de la gente. “Cuando a la diferencia en los planteamientos científicos se
añade el temor económico”, destacaba, “toda tolerancia está sujeta a la
desaparición y la lucha se conviene fundamentalmente en una lucha por el
poder”.
“¿Cómo podemos evitar esta amenaza? Podemos aliviar la ansiedad de
algunos de los miembros adoptando algunas precauciones en relación con
nuestra constitución, para asegurar que los mismos miembros no ocupen su
puesto durante tamo tiempo.”
Pasando a considerar las concepciones básicas del psicoanálisis a las
que se suponía que los miembros se adherían, añadía:
El reciente trabajo sobre el aspecto oral inconsciente del desarrollo psicológico ini-
ciado por la señora Klein tiene gran valor y es la vía por la que podemos obtener un
conocimiento más profundo de las fases del desarrollo del yo y de la enfermedad psicóti-
ca. Cuando a la obra anterior se añade una nueva, especialmente cuando incluye la tera-
pia, se tiende a menudo a pensar que el conocimiento anterior queda invalidado, y pasa
tiempo hasta que el nuevo conocimiento se relaciona con el anterior. Creo que en estos
momentos estamos luchando con un problema de esta índole.
Susan Isaacs recordaba a sus colegas el propósito de la Asociación
* Por ejemplo, John Rickman, Paula Heimann, Susan Issacs.
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [309]
Psicoanalítica Internacional según establece el tercer estatuto: “el apoyo
mutuo de los miembros en todos los esfuerzos por adquirir y difundir el
conocimiento psicoanalítico". Proponía que ningún miembro ocupara un
cargo durante más de dos años y no más de un cargo en cada ocasión. Habló
extensamente acerca de los problemas particulares que tales casos afronta un
grupo que posee una formación en lo que se refiere a la comprensión de la
motivación inconsciente.
Están, ante todo, las dificultades que surgen del especial decurso de la propia trans-
ferencia y contratransferencia entre analistas y analizandos entre nuestros propios miem-
bros. Sabemos que estas transferencias son las más intensas y perturbadoras, mucho más
difíciles de tener en cuenta en nuestros juicios que la influencia de las relaciones, tales
como las que existen entre maestro y discípulo en otros científicos. En otras palabras:
obran sentimientos ambivalentes particularmente fuertes.
Concluía subrayando el peligro de tener un secretario científico que
goza de poderes constitucionales. Y Joan Riviere abogó por una votación
secreta.
No podía sino introducirse una nota amarga. Melitta Schmiedeberg pre-
guntó sarcásticamente por qué los miembros que más denodadamente pug-
naban por el cambio eran precisamente aquellos que habían estado fuera de
Londres durante los nueve meses de incursiones aéreas. “Es posible, por
supuesto”, comentó cáusticamente, “que este repentino ataque de energía sea
producto del buen descanso que se tomaron en el campo. Es concebible, no
obstante, que haya otras razones. No puede excluirse la posibilidad de que
existan algunas relaciones entre estos intentos y los anteriores de inducimos a
detener nuestras actividades”. Ella Sharpe habló del positivo comportamiento
de Walter Schmiedeberg como guardián del fuego y de la premura de Anna
Freud en hacerse cargo de los seminarios abandonados por los que se habían
ido de Londres:* “Estas son las personas que han mantenido en marcha el
trabajo en el instituto durante dos años y medio y, si vuelven los bombardeos
intensos, esta Sociedad ya sabe en quién buscar apoyo”.
Esto cogió de improviso al grupo kleiniano ya que en 1930, Sharpe
había exaltado a Klein por haber “profundizado y animado nuestro conoci-
miento teórico de las fases oral y anal del desarrollo”. 1516En 1934 hablaba
favorablemente de Klein en la Conferencia de Lucerna. Después de los
hostiles comentarios de Sharpe en las reuniones extraordinarias, Susan

* Como ya se ha indicado, el 3 de julio de 1939, en una reunión de la comisión de


formación, Anna Freud se negó a hacerse cargo de seminarios sobre análisis de niños
porque los candidatos para la formación en ese ámbito habían sido analizados o formados
de otra manera por analistas que mantenían concepciones diferentes a la de ella. No
obstante, al abandonar la escena, los analistas kleinianos de niños se apresuraron a ocupar
el espacio libre.
[310] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Isaacs se propuso reunirse con ella para confirmar su posición; la conversa-
ción evidenció que Sharpe pertenecía al otro bando. En el informe que da a
Klein de la conversación, Isaacs escribe:
Lo más revelador que dijo se refería a Bowlby. Replicando sus manifestaciones de
que nosotros exigíamos que nuestros candidatos estuvieran de acuerdo con nosotros en
todo. le he puesto como ejemplo a Bowlby. quien se nos opone en una cuestión importan-
te, mantenida también por E.S., a saber, la importancia relativa del entorno versus facto-
res internos. Ella dice ahora que lo que en realidad quiso decir era que ojalá nuestros can-
didatos estuvieran interesados en diferentes cosas, “¡¡¡por ejemplo, los padres, en lugar de
las madres!!!" Sentí que esto era un signo muy importante de a) su conflicto personal, b)
el grado de distorsión en su juicio y c) hasta qué punto se siente “freudiana”, frente a
nosotros, y estará del lado de A. F.* 17
En la siguiente reunión, el 11 de marzo de 1942, se escuchó a figura
que no habían hablado en la reunión anterior: Anna Freud, Donald Winnicot
y Melanie Klein, y el tono general fue mucho menos moderado. Anna Freud
manifiesta que aquél no era el momento apropiado para hacer grandes
cambios:
Si modificamos las reglas antes de establecer las diferencias científicas, pareciera
que no tomamos muy seriamente ni las reglas ni las dificultades... Es como hacer refor-
mas en una casa antes de saber quién va a vivir en ella. También la modificación de nue-
tro sistema de formación depende quizá de estos resultados. Creo que debiéramos decidir
todo eso después de discutir las diferencias científicas, no antes.18
Winnicott estuvo de acuerdo en que la observación de Anna Freud era
excelente, pero “¿qué ocurriría si la guerra continuase durante diez años?”
Habló elocuentemente de la necesidad de hacer retroceder las fronteras cien-
tíficas: “La obra de Freud está viva y todos nos guiamos por ella, pero está
en nuestro poder ahogar su espíritu manteniéndonos al pie de la letra y per-
diendo de vista que continuar su obra es continuar penetrando en lo desco-
nocido a fin de alcanzar más conocimiento y más comprensión”. Klein
apoyó esta resolución. Enfatizó la impresión que siempre le había causado la
valentía de Freud para aceptar que se había equivocado en la teoría de la
seducción. Los cimientos del psicoanálisis parecieron conmoverse con la
serie de libros que siguieron a Más allá del principio del placer (1920). En
* Pero la principal objeción de Sharpe sólo se aclara con sus observaciones al artícu-
lo de Susan Isaacs The Nature and Function of the Phantasy, donde comenta las implica-
ciones de la técnica del objeto interno: "objetos interiores reales, pechos, pene, padres, bien
y mal. A veces tengo la impresión de que algunos analistas que tratan estas creen-
cías, interpretan a sus pacientes como si ellos mismos creyeran no sólo en las creencias de
sus pacientes, sino también en la realidad de los objetos concre tos en el interior”.
(CD, 17 de marzo de 1943).
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [311]
esta época Eitingon dijo a Klein: “Esto es poner dinamita a la casa pero”,
añadió, “Freud sabe lo que hace”. Continuaba entonces Klein:
En Inhibición, síntoma y angustia Freud recogía la cosecha de los años posteriores a
1920. Algunos problemas fundamentales inicialmente no resueltos, hallaban entonces
una solución pero en sus escritos hallamos por doquier fecundas sugerencias, que encie-
rran muchas posibilidades de continuación, indicaciones que él mismo, sin embargo, no
siguió. Por ejemplo, él formuló la pregunta: “¿Cuándo produce ansiedad la separación de
un objeto, cuándo suscita un sentimiento de duelo y cuándo produce, quizá, sólo pesar? “Y
responde a ello así: “Digamos rápidamente que no hay por el momento perspectivas de
responder a tales preguntas. Debemos contentamos con trazar ciertas distinciones y bos-
quejar ciertas posibilidades... Estamos a mediados de la segunda época del psicoanálisis y
muchas cuestiones que a comienzos de esta época no podían resolverse están ahora más
cerca de su solución”.
El prolijo Walter Schmiedeberg se disponía a impresionar profunda-
mente a su audiencia manteniendo que él podía hablar con autoridad debido a
su estrecho contacto con Freud: como si hubiera absorbido por ósmosis la
sagrada verdad. Aludió incluso a los cargos de plagio que años antes él y su
esposa habían hecho a Klein y a algunos de sus colegas. Con duro humor
germánico narraba:
Cuando llegué a este país, hace algunos años, esta Sociedad estaba muy influida por
la señora Melanie Klein. Ella había estimulado mucho la discusión y la investigación. Se
prestaba mucha atención a los mecanismos de introyección y de proyección, al sadismo y
a las fantasías pregenitales. Verdaderamente, encontré a mis viejos amigos, ideas de
Freud, Ferenczi, Abraham y otros, bajo nuevos nombres, incluso el “pene escondido de
Boehm”* (así solíamos llamar a la fantasía del pene del padre escondido en la madre) se
hallaba —honi soit qui mal y pense— en el equipaje de la señora Klein. ¿Querría, por
favor, quien se tropiece con él, devolverlo a su legítimo propietario, el doctor Felix
Boehm, Berlín, Tiergartenstrasse 10?
Melitta Schmiedeberg emprendió entonces una serie de acusaciones
contra la Sociedad Británica: recordaba que al llegar, unos quince años
antes, se le había dicho que la Sociedad era “amistosa pero opaca”. Poco a
poco fue advirtiendo que, en parte, la cooperación que se iba desarrollando
se debía a la común hostilidad contra Anna Freud que compartía cierto
grupo. Ella misma vio cómo se excluía a Nina Searl de la Sociedad.
Consideraba que se había intentado destruir su propia reputación. Pasaba a
describir la atmósfera de las reuniones. Añadía material anecdótico de casos
de estudiantes a los que se había encandilado y hecho creer que Klein era
una de las grandes mentes originales del psicoanálisis, aun cuando sus ideas
* Probablemente se refiere a Beiträge zur Psychologie der Homosexualität de Boehm,
aparecido en I.Z.P., 1926, 66-79.
[312] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
sobre las fases pregenitales, la proyección y la introyección le deben mucho a
Freud, Abraham y Ferenczi. Continuaba:
Otro candidato consideró objetable la actitud de su analista en relación con determi-
nado tema y deseaba cambiarla por otro. Su analista, una de las principales kleinianas,
utilizó todos los métodos imaginables de incitación afectiva para disuadirlo: destacaba
que arrumaría su carrera y que corría el peligro de suicidarse, en cuanto otros analistas
probablemente fueran incapaces de analizar su posición depresiva. No obstante, él persis-
tió en su decisión. Entonces, imprevisiblemente otra analista kleiniana le pidió que fuera
verla. No sé cómo había llegado a conocer la cuestión, pero le expresó su inquietud por él
y lloró por su intención de abandonar a su analista. Esto lo decidió y se quedó.*
Habló más o menos extensamente sobre el poder que los kleinianos
ejercían mediante la transferencia y los análisis de control. Al final de su
larga diatriba, Ernest Jones observó secamente: “La doctora Schmiedeberg
ha ilustrado de forma realmente admirable la dificultad de discutir estas
cuestiones sin ataques personales”.
Se dio entonces a Anna Freud la oportunidad de expresar una queja por
la que durante años ella se había sentido molesta: “Me sentí muy agraviada
en el pasado, no cuando esta Sociedad criticó mi breve libro sobre psicoaná-
lisis infantil, sino cuando la Sociedad se negó a publicarlo en Inglaterra.
¿Para qué sirve la crítica cuando a un miembro no se le permite publicar sus
opiniones? En Viena publicamos el libro de la señora Klein, obviamente.
Siempre hemos considerado necesaria la publicación de todas las opiniones.
Por ejemplo, publicamos El trauma del nacimiento de Rank, acerca del cual
teníamos grandes dudas”.
Por fin Glover identificó el núcleo del problema: “La cuestión es que
mientras continúe esta lucha de facciones por el poder no es posible discutir
fructíferamente ni las diferencias científicas ni la constitución del trabajo.
Creo que no es posible: creo que en las condiciones actuales creer que los
cambios en la constitución pueden provocar un cambio en el corazón o en la
cabeza es puramente mágica. No puede producirse ningún cambio para
mejor, no puede existir posibilidad alguna de libre discusión científica,
mientras no se ponga al descubierto la cuestión, en última instancia no cien-
tífica, del poder”.
Sylvia Payne estaba encerrada en un hotel de Bournemouth, tan enfer-
ma que no había podido asistir a la primera de las dos reuniones. Había per-
manecido en cama allí durante semanas reflexionando sobre los problemas de
la Sociedad. En una carta dirigida a Klein el 16 de marzo de 1942 le
comunicó sus pensamientos tan sinceramente como era habitual.

* El doctor Bowlby ha confirmado que él era el candidato al que Melitta se refería.


Fue abordado por Susan Isaacs, aunque no pudo recordar las lágrimas.
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [313]
Creo esencial partir convencidos de que no debemos esperar un acuerdo completo, sino
que debemos incluso tolerar la duda y la incertidumbre sin caer en la desesperanza, en la
desesperación o en la convicción de que el que disiente es en parte una persona hostil.
No soy tan ciega y loca para negar que E.G. le es hostil a usted, y no hago ningún intento
de encubrir que usted le es hostil a él y lo considera como un enemigo personal. Por
supuesto, la situación es en parte resultado del inconsciente de las personas involucradas
en ella, pero no creo que usted niegue que circunstancias desafortunadas han conducido a
la presente situación y han precipitado una situación real que no tenía por qué haber ocu-
rrido finalmente.
He sabido, desde el día en que conocí a E.G., que temía a la mujer intelectual, esto es,
rival, y que se defendía contra ella y senda celos de ella... Obviamente, esta particular
actitud inconsciente iba a hacer de la cooperación una cosa difícil. Aunque no imposible
siempre que el inconsciente de uno no respondiese.
No estoy de acuerdo con usted en cuanto a que él durante años haya estado conspirando
para obtener el poder. Por supuesto, ha trabajado para obtener su puesto y quena tenerlo,
pero es una lástima que no haya limitado su cargo de presidente muchos años antes de que
estas disensiones se hicieran tan marcadas. Teme por el poder y cuenta todo el tiempo con
que han de despojarlo de él, de manera que no confía en nadie. Al mismo tiempo, ahora
está haciendo conscientemente cuanto puede para conservar lo que ha obtenido y, debido a
su cautela, es más probable que se convierta en un inescrupuloso. Me parece que comete
disparates psicológicos tan manifiestamente burdos que sus métodos no pueden
atemorizarme mucho. Sea como fuere, tiene su derecho a abrigar la esperanza de
reemplazar a Jones por un tiempo. No me parece razonable o conecto que usted sienta qué
su deseo es destruir el psicoanálisis. No creo que él desee destruir la totalidad de su obra.
No considero correcto hablar del psicoanálisis y de la contribución que usted ha hecho a él
(que yo nunca niego) como si fueran una y la misma cosa. Creo que proceder así equivale
a considerar que la parte es lo mismo que el todo. Estoy segura de que usted perjudica su
propia postura al dar esa impresión. Conozco perfectamente la dificultad que hay en
mantener contacto con el inconsciente, la facilidad con que podemos deslizar- nos hacia
superficialidades, y sé que ése es el problema más importante de todos. Creo sin embargo
que usted dende a incrementar la tendencia, antes que hacerla disminuir en la Sociedad, al
ignorar el trabajo inconsciente, realizado por trabajadores que no son tan profundos y no
tienen la penetración que usted tiene...
Usted debe reconocer también que él se deja llevar por Melitta y esto nos conduce nue-
vamente a la tragedia del aspecto personal de la situación. No estoy encubriendo las faltas
de E.G. Lo conozco demasiado bien para intentar hacerlo. Sólo estoy diciendo que no es
absolutamente perverso. El me considera a mí más como una enemiga o como una rival
que como cualquier otra cosas. 19
Sabiendo que a los pocos días regresaría a Londres, le formula una últi-
ma llamada a la paz: “Sé que usted y yo nos comprendemos, que usted sabe
que estoy sumamente deseosa de que su obra reciba el reconocimiento que le
corresponde y que debemos ser capaces de trabajar libre y francamente”.
En su circular a sus tropas, Klein podía expresarse libremente sobre la
actitud de Glover. El 26 de marzo de 1942 escribía:
[314] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Varios conferenciantes, a saber, la doctora Brierley, la doctora Payne y otros, han instado
recientemente a que se genere en la Sociedad una atmósfera más amistosa, mayor tole-
rancia, etcétera. El modo como los miembros (podría mencionarse a Anna Freud) han
recibido esta sugerencia mostró con cuánta urgencia se advertía tal necesidad. La doctora
Schmiedeberg y el doctor Glover nos han achacado falta de cooperación; parece que
recientemente nos hemos convertido en los villanos de esta comedia, que disputamos el
poder, etcétera... Si se menciona la política del poder y se hacen ataques personales,
entonces pienso que nos acercamos mucho más a las causas reales de las perturbaciones
que se han prolongado en nuestra sociedad durante años y que, en realidad, se está cul-
pando al inocente.20
Hacia finales de mes Payne se había recuperado lo suficiente para
regresar a su casa en Abingdon. Había estado examinando cuidadosamente
los informes de la reunión anterior (la de marzo) y advertía ahora que había
sido demasiado confiada y optimista respecto de Glover. En el tren escribía
Klein:
Estoy de acuerdo en que la actitud adoptada por G. en la última reunión parece indicar
que ciertamente se han decidido por una determinada política respecto de usted e intenta
llevarla a cabo sin escrúpulos. Eso es, por supuesto, lo que durante mucho tiempo he
intentado impedir. Nunca he sido de su confianza, pero conocía ciertamente el conflicto
que se estaba desarrollando. La única esperanza era que el lado bueno de su naturaleza
pudiera controlar al lado perseguido. No es un hombre fuerte y siempre es agresivo cuan-
do se le obliga a actuar. Lo que se ha consolidado y le hace organizar consciente y abier-
tamente esta política es. por supuesto, el temor a no ser presidente y perder otros puestos,
Desde este punto de vista me parece tonto, ya que la línea de ataque emprendida por los
Schmiedeberg aleja a personas que de otro modo podrían ser amigos. La hostilidad de él
hacia usted recibió un impulso inicial del que nunca se vio libre debido al grave error de
juicio en que incurrió al traer a colación sus relaciones con Melitta ante la comisión de
formación.* Debiera haberse tratado la cuestión en privado, pero, de nuevo, Jones no se
mostró lo bastante fuerte...
Expresa entonces un hastío general frente a la sórdida disputa:
Al igual que usted, estoy harta de todo el asunto y anhelo que se me deje sola para
trabajar con los casos. Esos inútiles clamores ocupan todo mi tiempo. No deseo ser presi-
dente de una Sociedad así y no es un honor, cualquier cosa que fuere lo que haga o diga
encontraré oposición de parte de alguien... Como usted dice, ojalá tuviéramos un
“Abraham". No pretendo poseer una sabiduría como la que se necesita.21
Normalmente Klein se abstenía de comentar el comportamiento de
* Puede interpretarse esto en el sentido de que Glover y Melitta presuntamente
tenían una relación amorosa. Pearl King no está de acuerdo con eso y cree que Payne se
refiere a que Jones censurara a Glover por no analizar suficientemente la agresión de
Melitta, de manera que ella la manifestaba en las reuniones.
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [315]
Melitta, pero poco después de la reunión de abril examinaba las tácticas
posibles para contestar las acusaciones formuladas por su hija en la reunión
anterior.
...ciertamente uno puede referirse a la acritud de la crítica de los miembros más
jóvenes y de las personas en general, hasta el momento en que se volvió contra mí. Otra
de sus víctimas fue Arma Freud en el Congreso de Lucerna, en el verano de 1935, y estoy
segura de que Arma Freud se acuerda muy bien de esa exposición; éste es, por cierto, un
punto que puede mencionarse...
De una cosa advierto muy claramente que debemos abstenemos, aun cuando sea
injusto para nosotros mismos, a saber, de formular acusaciones o calumnias que no pue-
dan apoyarse inmediatamente en hechos irrefutables, no como nos parecen a nosotros,
sino como aparecen ante los demás. Es decir, parece que tenemos que limitamos a refutar
sus acusaciones. Y hay incluso un hecho muy obvio que tengo la seguridad de que no
debe ser mencionado, ni siquiera sugerido por ninguno de nosotros, a saber, la enferme-
dad de Melitta. Pienso que no debemos insinuarlo ni en privado ni como argumento en
las próximas discusiones. Estoy convencida, por verdadero que ello resulte, que si se
menciona se empleará contra nosotros.* 22
El estado de ánimo de la reunión del 13 de abril era completamente dis-
tinto. El regreso de Sylvia Payne animó a Jones, quien habló enérgicamente
de la irresponsabilidad de los cargos de Melitta Schmiedeberg (pero omitió
mencionar a Glover). La reaparición de Payne suscitó alegría. Ella hizo una
llamada al respeto británico por el juego limpio. Pensaba que si continuaban
aquellos cargos, la señora Klein podía iniciar acciones por difamación. Habló
llanamente sobre el importante papel que suponía la inseguridad económica
en las discusiones y destacó que una reunión como aquélla no podía
desarrollarse en la misma atmósfera incontenida de una sesión analítica en la
que todo podía decirse. Había que ejercer la restricción. Por último obser-
vaba: “El conflicto guarda una similitud extraordinaria con el que está acon-
teciendo en muchos países y me parece evidente que constituye, en cierto
modo, una tenue repercusión del conflicto general que atañe a todo el
mundo”.23
No obstante, entre Barbara Low y Joan Riviere se produjo un feroz diálo-
go —subrayando precisamente la observación de Payne— en el que Low
lamentaba que Riviere nunca le hubiese remitido pacientes. A lo largo de todo
el decurso de las controversias del año siguiente, las conductas de Low y de
Riviere alcanzaron el nivel de una invectiva carente de dignidad. Klein afirma-
ba correctamente que por su parte había hecho un verdadero intento de mode-
ración, pero Riviere a veces le reprochaba que se dejase intimidar. Glover
tenía razón al imputar a algunos de los seguidores de Klein falta de freno.
* No hay indicaciones de que Melitta sufriese alguna enfermedad física. ¿Está
sugiriendo que Melitta era esquizoide?
[316] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Se suscitó la cuestión de si debía llamarse a un árbitro externo. Anna
Freud observó agriamente: “Si somos capaces de resolver nuestros propios
problemas y los problemas de nuestros pacientes, no veo por qué no debiera-
mos ser capaces de resolver los problemas de la Sociedad”.
Después de la reunión, Klein escribió a Sylvia Payne para agradecerle
la franqueza y dignidad con que había enfocado los problemas. Se había
infundido en la atmósfera un elemento de optimismo: “Un aspecto promete-
dor de la situación es la mayor disposición de A.F. a cooperar en cuestiones
científicas. Estoy segura de que su influencia sobre ella ha ayudado enorme-
mente a que se produjera este cambio”. Añadía, no obstante: “Estoy menos
esperanzada en cuanto a su actitud respecto del agudo conflicto en el que,
según están las cosas, ella tiene un papel importante por. desempeñar. No
creo que24 comprenda suficientemente la situación y el modo como todo acon-
teció”. También expresaba a Jones su apreciación: “Estoy segura de que su
planteamiento de que la Sociedad atraviesa su crisis más importante y que
está en peligro de venirse abajo, es el único que debemos mantener. También
afirmo que la única posibilidad de salvar a la Sociedad es que usted y la doc-
tora Payne mantengan este enfoque. No se debe permitir que los miembros
se engañen creyendo que es una disputa privada, aunque muy inquietante;
debe hacérseles ver que las cosas que están en juego son25 muy importantes;
que en realidad el psicoanálisis mismo está en peligro”.
Jones le respondía que estaba decidido a “perseverar firmemente si con-
taba con el apoyo adecuado”. Sin embargo, no pudo estar de acuerdo con
ella en su diagnóstico del problema: “Está en juego el progreso de nuestro
trabajo, en mi opinión, a causa de las perturbaciones que ocasionan los ince-
santes ataques de carácter personal. Si derivaran únicamente de diferencias
científicas, 26no presentarían los rasgos de afectación personal que en realidad
presentan”. Según su parecer, Melitta y Glover no estaban interesados en la
verdad científica: “sus motivos esenciales son de naturaleza personal”. La
gente se estaba engañando si pensaba de otra manera. “La única esperanza de
que en la sociedad haya paz”, concluía, “es que se haga totalmente explícito
este rencor personal y se condene”.
Hubo entre bastidores otros intentos de calmar la tensión. El 1 de mayo
Klein volvió a telefonear a Anna Freud y le sugirió que mantuvieran reunió-
nes privadas para tratar de las diferencias científicas. “Anna pareció sorpren-
dida, aunque a la vez muy complacida, ante esta idea mía“, contaba Klein a
Susan Isaacs. “A ella no le parece posible, en principio, que yo pueda transí-
gir en relación con mi obra, pero le expliqué algo de lo que estoy convenci-
da: que no sería imposible presentar alguno de mis puntos de vista y,
momentáneamente, poner menos énfasis en otros. Realmente, si puedo
hacerlo, sería el único método útil a los candidatos vieneses27porque, como la
experiencia ha demostrado, de otro modo no esperan nada.” Dirigiéndose a
Sylvia Payne añadía otros detalles de la discusión: “Ella (Anna) considera
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [317]
los ataques de Melitta más bien como cosa de una chica traviesa y desesti-
ma, claramente el efecto destructor que tienen en la Sociedad; considera que
este efecto es negativo —y en este punto tiene mucha razón— sólo porque
la Sociedad no sabe cómo hacerles frente. También tiene razón al subrayar
que los errores del doctor Jones son resultado de su ambivalencia y de una
actitud fundamentalmente equivocada”. En un paréntesis añadía: “(De paso
—para no perder el sentido del humor— es gracioso, ¿no es verdad? pensar
que Anna Freud pueda ser el factor decisivo en la organización de los asun-
tos de la Sociedad Británica.)” Se había acordado mantener el primer
encuentro en casa de Anna, en Maresfield Gardens; Anna proponía invitar a
los Hoffer, a la señora Burlingham, y a una pediatra, la doctora Josephine
Stross, mientras que Klein iría acompañada por algunos de sus amigos.
Klein instó a Payne a que asistiera: “Su papel como una especie de árbitro28
sería sumamente útil y creo que todo esto podría resultar muy interesante”.
Payne estaba complacida: “Estoy segura de que usted está haciendo lo
único que podría mejorar la situación, esto es, acercarse a Anna F. con talante
amistoso. La verdad es que no hay procedimiento disponible para tratar estos
problemas y no tengo la voluntad, el tiempo o las fuerzas para hablar durante
horas por teléfono con una serie de personas”.29
Al mismo tiempo, Marjorie Brierley proponía la formación de una
subcomisión formada por ella misma, Susan Isaacs y Anna Freud, para
extraer algunos de los puntos fundamentales de las diferencias teóricas.
Brierley estaba firmemente convencida de que la clarificación y la valoración
de los objetivos internos era una de las tareas científicas más importantes que
debía abordar la Sociedad; de ahí su opinión de que las discusiones teóricas
debían tener lugar antes de dar paso a los agravios generales. En varios tra-
bajos en los que escribió sobre las teorías de Klein, Brierley subraya que las
personas que recurren considerablemente a la introyección se sienten más
familiarizadas con conceptos referentes a “objetos internalizados”, mientras
que los que habitualmente recurren a mecanismos proyectivos no están
naturalmente dispuestos a pensar que el mundo interno importa más que el
mundo externo. Su argumentación era como la de Coleridge, quien había
clasificado a los hombres en aristotélicos y platónicos. Una tal predisposición
natural tendía, en opinión de Brierley, a distorsionar la objetividad del
observador; y los “objetos internos” eran particularmente proclives a una
interpretación subjetiva.30
A juicio de Brierley, la obra de Melanie Klein sufría una falta de
definición precisa. Le parecía confuso mezclar el lenguaje de la fantasía con
una terminología abstracta. Como ejemplo, mencionaba la expresión de
Klein “objeto completo” mediante el cual ésta distinguía a un objeto-persona
de un órgano-objeto o de un objeto parcial. También empleaba el término
“completo” para denotar un objeto indemne o intacto que un niño en estado
de ansiedad puede temer que se rompa en pedazos. “Ahora bien, es perfecta-
[318] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
mente posible**, afirma Brierley, “pensar que una persona es desmembrada,
pero no es posible concebir que un objeto mental sea31literalmente deshecho;
no se puede dar con un martillo a un objeto mental”.
Klein sentía un gran respeto por Brierley y en cierta ocasión la invitó a
cenar para intentar convencerla de la validez de sus opiniones; pero Brierley
no era de las que se dejan influir por la adulación, el entusiasmo o la buena
comida.
Cuarenta años después de estos acontecimientos, en la casa situada
sobre un aislado páramo cumbriano donde había vivido retirada desde 1954,
habló conmigo. Creía aún que el concepto de objetos internos era el peor error
que había cometido Klein; ella prefería la expresión “identificaciones
incompatibles”, Brierley aprobaba que Klein hubiese investigado los esta-
dios preedípicos, pero manifestaba muchas dudas sobre la convicción de
aquélla al respecto de que el niño tenía un conocimiento innato de la rela-
ción sexual, aunque consideraba que las concepciones de Klein sobre el des-
tete eran sumamente importantes. Su propia práctica clínica le había mostra-
do que el destete empuja a la niña hacia el padre y le provoca una cierta hos-
tilidad hacia la madre. No obstante, dependía muchísimo de cómo se había
hecho. Brierley además admiraba mucho a Winnicott por haber reconocido la
importancia de la relación entre la madre y el hijo.
En lo que se refiere al énfasis de Klein en la interpretación de la transfe-
rencia negativa, en opinión de Brierley, ella nunca analizó completamente la
transferencia positiva: “Ella prefería quedarse porque sentía el placer descontrol
ar a la gente”. Ella está convencida de que Klein debiera haberse separado y
formado su propia sociedad. Y dice de Anna Freud: “Nunca w escribió nada
(aparte de informes sobre niños) que pusiera en tela de juicio sustancialmente los
descubrimientos de su padre. Desarrolló algunos de esos descubrimientos, pero
nunca puso en tela de juicio su validez. Toda esta experiencia de debates públicos
fue en general muy perturbadora para Anna Freud, al producirse inmediatamente
después de la muerte de Freud y de su establecimiento en Inglaterra. Le
horrorizaba escuchar cualquier crítica dirigida a Freud, pero, pobrecita,
simplemente tuvo que acostumbrarse a ello”.32
Precisamente cuando la cooperación parecía a punto de iniciarse,
Brierley se negó a participar en las reuniones de Maresfield Gardens.
“Justamente ahora”, le decía a Klein, “si deseamos alentar una genuina
democracia y hacer que los miembros sean sensibles a su poder y a sus res-
ponsabilidades comunes, creo firmemente que no debe hacerse ningún arre-
glo, por deseable que sea en sí mismo, sin el conocimiento y el consentí-
miento de la Sociedad”.33
Melanie Klein no estaba de acuerdo con su postura:
Es verdad que según los genuinos principios democráticos habría que hacer panici-
par a la Sociedad en todos los esfuerzos, pero, haciendo hincapié en que la Sociedad, en
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES
[319]estado en que se encuentra, tendría que acordar una autorización para este
el enfermizo
seminario, se habría corrido el gran riesgo de excitar nuevamente un sentimiento nocivo,
cosa que. seguramente, habría ocurrido si la Sociedad hubiese escogido a algunos miem-
bros y excluido a otros. Es muy distinto que Arma Freud proponga a algunas personas
discutir en privado con ella y con sus amigos en su casa; lo cual, como he dicho antes, es
un procedimiento usual, que ha tenido muchos precedentes en los últimos años. Usted
estará de acuerdo conmigo en que este grupo de estudio es una cuestión muy delicada;
debe asegurarse la atmósfera y condiciones óptimas para que no resulte un fracaso y debe
evitarse mezclarlo con otras cuestiones conflictivas que, me temo, están aún muy
lejos de su solución.34
La actitud legalista de Brierley fue parcialmente responsable de la can-
celación de los seminarios. Podría parecer muy lamentable que los dos gru-
pos no se reuniesen en privado. Podría argumentarse que si en ese momento
se hubiesen emprendido esfuerzos conciliatorios, podría haberse distendido
hasta cierto punto la densa atmósfera emocional.
Las cosas se agravaron todavía más en la reunión del 13 de mayo, total-
mente dominada por Glover. Las estridentes acusaciones de Melitta, basadas
en insinuaciones y chismes, habían sido molestas y dolorosas, pero la fulmi-
nante retórica empleada por Glover para asestar al grupo kleiniano las acu-
saciones más graves, sacudió a cuantos se hallaban en la reunión. Lo esen-
cial del cargo que Glover formulaba al grupo era intentar abrirse camino
hacia el poder mediante la formación de candidatos; y que si se permitiese
continuar con esta situación, a los pocos años la Sociedad estaría dominada
totalmente por los kleinianos; como si éstos formaran “una peligrosa secta
que llevase a cabo un trabajo dañino cuya difusión debiera evitarse”, se que-
jaba Melanie Klein tristemente.35
Glover recurría a hechos y a fechas para avalar sus cargos. “De los
veinte analistas de formación que hay en Gran Bretaña”, decía, “dieciocho
están en Londres, donde se lleva a cabo prácticamente todo el trabajo de for-
mación de este país. En razón de su posición y de su función, estos diecio-
cho analistas pueden realizar o arruinar el futuro del psicoanálisis en Gran
Bretaña”.
Glover pasaba entonces a precisar la afiliación de los dieciocho analis-
tas de formación: ocho, acaso nueve, eran kleinianos, tres eran freudianos
vieneses; entre cinco y siete eran “freudianos ingleses (o, como suele lla-
márseles, miembros del grupo intermedio)”.
Los miembros activos de la sociedad en la región de Londres eran cua-
renta y ocho. De ellos, doce o trece eran “simpatizantes declarados de las
opiniones de la señora Klein”; veintitrés eran freudianos ingleses y siete
freudianos vieneses. Los adheridos a Klein ocupaban ocho o nueve puestos
decisivos, el sesenta por ciento de ellos, mientras que entre el veintidós y el
treinta por ciento pertenecían a los freudianos ingleses, en tanto que el con-
tingente de vieneses y berlineses agrupaba a un treinta y tres por ciento.
[320] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
En los años transcurridos hasta 1940, todos los analistas de formación designados
(cinco en total) eran simpatizantes de Klein. Es verdad que en 1940 se designó a uno que
no era kleiniano y en 1941 a un freudiano vienés. Pero debe recordarse que después de
1938, hubo en la Comisión de Formación una proporción de fuerzas distintas. Jones
renunció, se añadieron la señora Strachey, la señorita Freud y la señora Bibring, y yo
designado presidente.

El poder se había deslizado desde el Consejo a la Comisión de


Formación. Glover afirmaba que la influencia de los kleinianos se manifestó
primero en grupos políticos organizados para la votación, acusación que
ofendía especialmente a Klein. El problema no era sólo de opiniones teóri-
cas opuestas, sino de estrategia en la organización. Para que nadie dudase de
tales consecuencias, Glover machacaba:
Ahora las comisiones de formación dependientes de la Comisión Internacional de
Formación tienen una autonomía considerable en su funcionamiento. La comisión selec-
ciona a los candidatos, prepara los planes de estudio, lleva a cabo toda la enseñanza
nombra a todos los docentes (los analistas de formación, los analistas de control, los
encargados de los seminarios y de las lecciones) y realiza todos los exámenes. En otras
palabras, ejerce un control absoluto en el que no participa la Sociedad. La Sociedad
puede rechazar a los nombrados por la Comisión de Formación, pero no puede formar a
otros salvo a través de la misma.
¿Qué importaba entonces discutir las cuestiones científicas si a la larga,
Sociedad estaría formado sólo por “simpatizantes”?
Glover pasaba entonces a considerar las prácticas que él consideraba
más cuestionables:
1. La promoción de candidatos en razón de fidelidades preexistentes.
2. La crítica, especialmente en los análisis de control, de los candidatos que no
comparten dichas fidelidades.
3. La búsqueda de simpatizantes, particularmente intentando persuadirlos de que
necesitan un análisis “más profundo”.
4. Lo que es más vital de todo: la enseñanza de material o de método acerca de
validez la sociedad aún no ha llegado a una conclusión.
5. La elección y la promoción de los candidatos basadas en sus fidelidades, más
que en su capacidad científica o docente.
6. Discusiones privadas sobre la colocación y la promoción de candidatos antes de
las reuniones oficiales de la comisión.
Lo que Glover sugería era la existencia de una atmósfera de maqui-
naciones secretas, miradas ocultas, notas pasadas furtivamente, señales dadas
con el pie por debajo de la mesa. ¿Reconocían los miembros alguna situa-
ción que les era familiar? ¿O se veían a sí mismos como ingenuos extraños
excluidos de un círculo de privilegiados? Glover era conocido por su cortan-
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [321]

te agudeza de escocés y en aquella ocasión la empleó muy provechosamen-


te: Cuando la comisión asigna candidatos a los analistas”, bromeaba,
“esto a veces tentado de escribir una nueva versión del viejo fragmento de
Gilbert y Sullivan: Todo niño o niña nacido en este mundo es o un poco
liberal o un poco conservador”.
Inmediatamente antes de la guerra, cuando Anna Freud y Melanie
Klein estaban de acuerdo en que los candidatos propuestos por un grupo
recibiesen instrucción o control de analistas de formación procedentes del
otro grupo ‘‘se llegó a un estancamiento. Pero después vinieron los ataques
aéreos y”, recuerda Glover nostálgicamente, “una extraña paz llegó a la
comisión”... porque los representantes del grupo kleiniano habían dejado
Londres. “Durante el invierno en que se produjeron los ataques aéreos, todas
las discusiones eran correctas y amistosas”... naturalmente, porque no había
quien contradijese a Glover o a Melitta. Ello implicaba que los kleinianos
sólo eran descarriados o inescrupulosos, sino también cobardes, (Por
supuesto, a los analistas continentales no les estaba permitido viajar más allá
del radio de Londres; de habérseles dado la oportunidad de hacerlo, también
ellos se habrían unido al éxodo de otros miles.)
Anna Freud introdujo un punto de vista artificioso:

Realmente pienso que si todos los miembros de la Comisión de Formación utilíza-


ran los métodos mis legítimos para tratar los temas que ahora están en cuestión, nos
hallaríamos aún en el mismo estancamiento. Si en una sociedad hay dos concepciones
opuestas, el compromiso no es posible. Si dejamos que nuestras mentes se desvíen para
investigar los métodos acostumbrados, no llegaremos a ninguna parte. En ningún lugar del
mundo se utilizan sólo métodos legítimos. Si alguien está convencido de sus puntos de
vista, utilizará todos los métodos disponibles.
La opinión de Anna Freud no sólo era artificiosa sino extraordinaria-
mente cínica. Klein, sumamente desconcertada por su actitud, se daba cuen-
ta ahora de que Anna había interpretado su disposición a cooperar como
“debilidad e insinceridad”.
Glover se sentía inmensamente satisfecho de su conferencia y remitió
copias de ella a los miembros que se habían ausentado, entre ellos W.D.
Fairbairn, de Escocia, y el doctor David Slight, que era entonces Profesor de
Psiquiatría en la Universidad de Chicago. Slight había estado con Glover
sólo una vez en toda su vida, en el verano de 1932, cuando aquél le sugirió
que se analizase con Klein. Su reacción inmediata a la exposición de Glover
fue:36“¡Dios mío! ¿Qué pasa con Glover?”, y se preguntó si no estaría enfer-
mo.
En la reunión de mayo Glover se había excedido. Había un extendido
sentimiento de afrenta (no compartido por Anna Freud) porque las cifras
que daba eran erróneas y sus acusaciones irresponsables. Por primera vez
empezó Melanie Klein a considerar la fundación de una sociedad distinta.
[322] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Le resultaba intolerable la insinuación de Glover de que ella había aprove-
chado su puesto en la Comisión de Formación para ganar candidatos para su
grupo de forma inadecuada, y objetaba en particular su afirmación de que
había ocho o quizá nueve analistas de formación “kleinianos". El cargo
parecía especialmente ridículo ya que Glover o Jones (a veces Payne) entre-
vistaban habitualmente a los posibles candidatos. •
Marjorie Brierley lamentó entonces que se hubiese abandonado la idea
de llevar a cabo seminarios privados. Conmovida por la atmósfera de las
reuniones de mayo, propuso una tregua en las acusaciones recíprocas. Al
mismo tiempo se sentía obligada a expresar sus reservas acerca de la obra de
Klein.
Me parece una simple realidad que, hasta ahora, su propia actitud y la de muchos de
sus partidarios, al respecto de su obra, haya constituido una dificultad para llegar a
enfrentarse con la obra misma. Tal afirmación no impugna a ésta ni a usted, y ciertamente
no está hecha con intención hostil. La intención es poner de manifiesto lo que creo la ver-
dadera fuente de la dificultad y una clara desventaja. Mis relaciones con usted y con sus
amigos siempre han sido amistosas y espero que sigan siéndolo, pero ello no impide que
me sienta profundamente preocupada por esta cuestión de actitud hacia la obra, inquietud
que ciertamente no es sólo mía. A este elemento sutil presente en la actitud se le han
puesto diferentes etiquetas. Podrían resumirse con la expresión “inadecuadamente cientí-
fica”.37
La mentalidad de Brierley y la de Klein no podían ser más distintas, la
una, rígida y analítica; la otra, intuitiva y un tanto aventurera. Nunca pudie-
ron unirse mutuamente. Había un toque de arrogancia en Brierley del que
Klein la acusaría posteriormente. Es sorprendente, dado el tono condescen-
diente de esta carta, que Klein no explotase. El mismo día en que Brierley
escribió a Klein, ésta había comido con Sylvia Payne. Le contaba después a
Joan Riviere sus impresiones sobre el estado de ánimo de Payne:
Está cansada, exhausta y muy desesperanzada por la situación en su conjunto…
Creo que su estado de ánimo ha cambiado, no sólo porque a medida que el tiempo pasa
uno se cansa más, sino también porque la última reunión de negociaciones le pareció
catastrófica en cuanto a la situación con los vieneses. Creo que estaba muy animada con
mi anterior deseo de cooperación y había puesto sus esperanzas en un posible compromi-
so con ellos. Me parece que ahora tiene muchas dudas y naturalmente la situación devie-
ne mucho más dificultosa. Yo diría que absolutamente desesperada. La doctora Payne me
dijo que Anna Freud no ha querido unirse a Glover, pero está de acuerdo conmigo en que
A.F. piensa probablemente que sería mejor que nosotros nos separáramos, aunque cree
que ella no utilizaría métodos como los de Glover. No fue muy clara en cuanto a todo
eso, pero me resultaba muy obvio que eso ha contribuido mucho a su abatimiento respecto
de la situación en la Sociedad.38
“Creo que tenemos que afrontar la evidencia de que la situación en la
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [323]
Sociedad es irremediable”, concluía tristemente Klein. Tras superar su
momentánea desesperación, decidió que sus partidarios permaneciesen en la
sociedad, especialmente al ver pocas posibilidades de que fuesen expulsados;
pero debían pensar en limitarse al mínimo en sus actuaciones. “Y respeto de las
discusiones con los vieneses, no las resistiré si están organizadas, pero en
realidad no puedo ver hasta dónde pueden llegar, aunque aún estoy dispuesta a
intentarlo.” En cuanto al período siguiente a las vacaciones de verano, sugería
que el grupo de estudio se reuniera quincenalmente para discutir cuestiones
teóricas y cuestiones técnicas dedicando alternativamente reuniones a unas y a
otras. “Es absolutamente esencial que nos independicemos de la
descomposición que hay en la Sociedad y mantengamos viva nuestra obra.”
En una carta dirigida a Klein el 24 de marzo de 1942, Payne expresa su
desilusión respecto de Glover:
He examinado atentamente la exposición de Glover. Dice que entre los analistas de forlón hay
ocho o nueve de sus simpatizantes. Los siguientes son sus nombres en la actualidad: Klein,
Riviere, Rickman, Isaacs, Winnicott y Scott (control de análisis de niños lecciones). A esos
nombres él debe añadir los de Wilson y Sheehan-Dare.* Propongo decir que estas cifras son
discutibles y que incluyen dos miembros que podrían afirmar que su técnica es la habitual
freudiana salvo para niños o para casos especiales. No sé cuál es el posible noveno nombre.
También tengo la intención de decir, a no ser que ocurra algo que impida matizar, que usted ha
tenido sólo cuatro candidatos desde 1929 y que otras personas han tenido más. Por supuesto,
ello no se debe en modo alguno a que no tenga tiempo, sino que muestra que no ha estado
arrebatando candidatos para incrementar su influencia.
Es sumamente difícil decidir cuál es la mejor manera de controlar la situación, pues ata-
car directamente a Glover no le conduce a usted a ninguna parte y le aleja de todos los
vieneses.39
Klein le pasó la carta a Joan Riviere, cuya reacción fue tan huraña
como siempre:
Temo que nunca puedo asumir plenamente un punto de vista tan oportunista como
el que Payne, y de algún modo a usted, le parece natural. No puedo aceptar que algunos
miembros casuales, y sobre todo los vieneses, de esas reuniones deban determinar todo lo
que se hace según lo que ellos quieren o lo que les gusta.40
Volviendo a la carta de Brierley: “Para hacer una tregua, ¿no pueden
Melitta o Glover, o algunos de los vieneses, dejar de ser ofensivos?” Riviere
sugería que Klein preguntase a Brierley en privado que le definiese el signi-

* El doctor A.C. Wilson y Helen Sheehan-Dare aceptaban muchas de las ideas klei-
nianas pero rechazaban que se les caracterizase como “simpatizantes” de nadie.
[324] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
ficado de un enfoque “a-científico” de sus obras, en lugar de alargar el con-
flicto en una reunión: una propuesta nada insensata.
La influencia de Riviere en el fortalecimento de la firmeza de Klein se
manifiesta en una larga carta con la que Klein respondió a Payne. Más
importante que el haber tenido sólo cuatro candidatos desde 1929 era “la
insinuación (de Glover) de que he recurrido a todo tipo de métodos ilegíti-
mos para obtener poder”. En la medida en que se tolerasen tales acusacio-
nes, se trataba a ella y a sus amigos como a proscriptos dentro
Sociedad. Advertía que Payne debía de creer que ella era una campeona de
causas perdidas, “pero no incurra en un error: ésta no es una causa
perdida, puede ser una causa perdida para la Sociedad, que parece dar cada
vez más muestras de su incapacidad de comportarse científicamente y :de
juzgar sobre el desarrollo del psicoanálisis”.
La reacción y la hostilidad de Anna ante mi obra tiene raíces muy profundas y sólo
con que se hubiese controlado de otro modo la situación en la Sociedad, podría haberse
dado cuenta de que debe andar con más cautela. Tal como aparece actualmente la situa-
ción, cuando parece que la Sociedad Británica ha de permitir que sus asuntos los conduz-
can los vieneses, no tiene motivos para refrenarse... aunque yo estoy aún dispuesta a ini-
ciar discusiones con ella y a tener paciencia, nunca se me ha ocurrido que las perspecti-
vas de esa discusión fueran buenas; sobre todo cuando su actual propósito explícito no es
tanto aclarar las cuestiones y promover las colaboración, sino más bien determina si mi
obra ha de ser reconocida o no como psicoanálisis. Según ella considera la situación, he
perdido mi reputación y no tengo apoyo. Está claro que deshacerse de mí es la manera más
sencilla de afrontar la situación desde su perspectiva. Pero si la Sociedad va a estar dirigida
por los vieneses y ellos han de decidir qué está bien y qué está mal en la teoría y en la
práctica psicoanalítica, ello en modo alguno va a agradar a los miembros ingleses por
mucho que ahora pueda parecerlo.41
Marjorie Brierley intentaba explicarle qué había querido decir al carac-
terizar la obra de Klein como “inadecuadamente científica”: ‘‘Dije ‘un ele-
mentó sutil’ porque es intangible. Notarlo es mucho más una cuestión de
actitud mental y de atmósfera emocional que de palabras y actos”. 42
Ya que sus teorías estaban tan faltas de rigor científico, Klein le pedía a
Brierley que le explicara por qué Jones, en una cena pública en su honor, en
ocasión de sus sesenta años, había dicho que ningún analista había hecho más
por la obra de Freud que la señora Klein.
En la reunión extraordinaria del 10 de junio hubo bastante concurrencia
y por primera vez estuvo presente Alix Strachey, al igual que John Bowlby,
quien se había trasladado de Edimburgo a un Consejo de Selección de
Watford. Era mucha la gente (treinta y uña personas) que había hecho el
esfuerzo de acudir porque iba a discutirse la decisiva cuestión de las eleccio-
nes y asimismo la propuesta de armisticio hecha por Brierley.
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [325]
1. Que la Sociedad apruebe inmediatamente una norma en la que se prohíban todas
las actuales acusaciones y contraacusaciones y todas las actividades dirigidas contra
miembros individuales o grupos de miembros.
2. Que la Sociedad exija a todos los miembros que se abstengan del ataque personal
o de las insinuaciones en la discusión, y que afirmen vehementemente el derecho de todos
los miembros a expresarse con completa libertad dentro de los límites de la común
cortesía.43
La propuesta se aprobó unánimemente.
Adrián Stephen abogó entonces apasionadamente por la necesidad de
realizar elecciones de dirigentes periódicamente. Pero muchos miembros
afirmaban aún que estando en mitad de la guerra no era aquél el momento
oportuno para un cambio; y John Bowlby se pronunció en relación con este
tema como quien había estado ausente, en el ejército, durante dos años.
Según su experiencia, había entre el personal militar mucho interés por la
obra de Freud y él mismo había estado haciendo campaña para que hubiesen
más psicoanalistas en el ejército. “Se ha aislado a la Sociedad”, afirmó brus-
camente. “La demanda de psicoanalistas es mucho mayor de lo que se piensa.
El psicoanálisis ha llegado en un momento en que la Sociedad estaba
concentrada en unas pocas manos.”
Se designó entonces una comisión para discutir la cuestión de la elec-
ción y la duración de los cargos, e informar ante la reunión general de julio,
aunque el Consejo de Emergencia continuaría durante otro año. Se manten-
dría una serie de discusiones, cuidadosamente controladas, sobre las dife-
rencias teóricas que se planteaban en la Sociedad. Por último, la Comisión de
Formación consideraría las consecuencias que las actuales polémicas
científicas tendrían en la formación de los candidatos y haría sus propuestas.
Las recriminaciones públicas de los cuatro meses anteriores habían llegado su
fin pero, naturalmente, entre bastidores se llevaría a cabo una gran actividad.
El 15 de junio Klein envió al doctor David Matthew, de Pitlochry, una
extensa carta resumiéndole los turbulentos hechos de los meses anteriores. Les
hablaba del orgullo que sentía por haber contribuido a darle altura a la
Sociedad. Expresaba su gran inquietud por las consecuencias que acarrearía
que su grupo se separase de la Sociedad. Cuando Glover y Anna hablaban de
una irreparable “división” en la Sociedad, la impresión de Klein era “que yo y
un grupo de gente seríamos expulsados”. No obstante, estaba convencida de
que muchos miembros que no necesariamente suscribían sus opiniones, no se
sentirían dichosos de “verse en el mismo bote que Anna Freud y sus rígidas44
órdenes sobre lo que puede y lo que no puede aceptarse como psicoanálisis”.
Ninguna de las propuestas en las que se la atacaba se había aprobado.
En cuanto a su reacción ante las personas que habían tenido una actuación
destacada en las reuniones extraordinarias, señalaba que “la única persona
[326] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
colaboradora y leal fue la doctora Payne”. Hubo momentos en los que
podría haberla apoyado más, pero Klein sabía del peso que ella tenía soportar
sobre sus hombros.
¿Y Jones? Le resultaba difícil definir su actitud. A veces la había ayu-
dado mucho, especialmente cuando condenó a Melitta, pero asimismo había
permanecido en silencio cuando Payne censuraba a Glover. Finalmente
habría indicado que no estaba de acuerdo con Glover, pero a Klein le pare-
ció” “muy débil e inseguro”.
Además, ella no había puesto esperanzas en el resultado de las poster-
gadas discusiones con los vieneses.
Anna Freud es extremadamente dictatorial con lo que ella considera correcto o
incorrecto en materia de psicoanálisis, y no me parece dispuesta a aceptar nada que vaya
más allá de sus respetuosas opiniones. Hay, no obstante, un consuelo: que aun cuando
estas discusiones no conduzcan a nada, son fructíferas en otro sentido, a saber, en la
necesidad de aclarar y resolver detalladamente la relación entre la obra más nueva y la
obra de Freud. Conozco esta cuestión desde hace años, pero en este sentido no he podido
hacer más que lo necesario. Se requerirán años, por supuesto, y la colaboración de
muchas personas para llevarlo a cabo.
Los trabajos presentados en los grupos de estudio fueron muy alentado-
res. Terminaba con una nota alegre: ^
Ahora le pediré que no se tome demasiado a pecho estas cosas porque, aunque soy
consciente de la gran seriedad de la situación, de sus diversos riesgos y peligros, no estoy
descorazonada, como usted podría pensar, por afrontar los hechos como son. Tengo la
firme convicción de que esta obra ya no podrá ser eliminada y aunque aún no estoy segu-
ra de cómo seguiremos, y si me mantengo con salud, como ahora, y si aún tengo algún
tiempo por delante, como espero tener, estoy segura de encontrar para mí y para mis
colaboradores algún camino por el que avanzar y tener éxito. Ahora espero apartarme de
todas esas discusiones. Estoy muy bien y me siento un poco más descansada después del
esfuerzo de las últimas reuniones.
A Susan Isaacs, con quien Klein tenía una relación mucho más estrecha,
que con Matthew, podía hablarle con mucha mayor franqueza sobre Jones:
¿Qué ha de pensarse de un hombre como Jones, que permite que se acuse de
algo que él sabe que es falso y que debe saber que daña mi reputación, pero que, aun así
desea dejarlo como está? Pudo haber dicho que era mejor esperar a que se comprobasen las
cifras o alguna otra excusa... Definitivamente Jones no me ha decepcionado, porque nunca
esperé nada de él en estas circunstancias. Sólo fue una agradable sorpresa para mí cuando
habló después de la exposición de la doctora Schmiedeberg. 43
Pensaba en la reanudación de las discusiones de su grupo: “No sólo es
útil e interesante que nos reunamos, sino que pienso realmente que es nece-
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [327]

sario para todos nosotros contrarrestar la desagradable situación en la que nos


hallamos. Obviamente, ello también nos proporcionará fuerzas y por tanto
considero esencial desde todo punto de vista que nos reunamos tan a menudo
como podamos concertarlo”.
D OS
────────────

Mujeres en guerra
n la agitada correspondencia que circulaba entre los simpatizantes

E de Klein hay reiteradas referencias al peligroso poder que Glover


ejercía como director de investigación del Instituto. Klein pensaba
que este cargo debía abolirse.
Cuando designaron a dover para ese puesto, en 1932, intentó coordi-
nar los trabajos sobre las psicosis, pero nada se consiguió de este proyecto.
Dirigió entonces su atención a la técnica del psicoanálisis, mediante un
cuestionario que se hizo circular entre los miembros de la Sociedad. Esta
preocupación, pareciera, era algo más que un simple intento de reunir datos
científicos, puesto que ya había manifestado públicamente sus propuestas
contra las interpretaciones “profundas” de Klein. La recolección de los
datos, organizada por Marjorie Brierley, avanzaba a un paso razonablemente
lento. Entonces dover decidió repentinamente publicar los hallazgos en
1940, en An Investigation of the Technique of Psycho-Analysis, precisamen-
te en el momento en que fortalecía su oposición la llegada de los vieneses a
su grupo.
Las anotaciones hechas en el ejemplar de Marjorie Brierley son suma-
mente interesantes.* En el prefacio Glover escribe: “Las ideas sugeridas
fueron sistematizadas y posteriormente verificadas por la doctora Brierley.

* Cabe la posibilidad de que Klein hiciera las marcas para destacar frases del texto
y mostrara a Brierley los pasajes destacados. Una anotación —“¡Klein!”— parece ser obra
de Melanie. Naturalmente, ella protestaba ante Brierley por el contenido y el objetivo del
libro.
MUJERES EN GUERRA [329]
Aunque la doctora Brierley está de acuerdo con ellas, deseo observar que la
responsabilidad de este comentario es mía”. Las palabras en cursiva apare-
cen redondeadas y al margen alguien ha trazado una cruz y un signo de inte-
rrogación.
Todo el libro, escrito por Glover, es un insidioso ataque dirigido a
Melanie Klein y sus teorías. En el capítulo final, titulado Relation of Theory
to Practice, hay una extensa parte (muy marcada) que claramente involucra a
Klein; no obstante, Glover ha encubierto y desfigurado tan hábilmente a las
personas mencionadas que no había modo de que Klein pudiera defenderse.
Glover se refiere a “una reciente reunión de la Sociedad Psicoanalítica
Británica” en la que se suscitó una cuestión sobre el caso de un joven.
(Aunque se indica con precisión la fechare otras discusiones, no se hace lo
mismo en el caso de ésta.)
Respecto de la relación de las fantasías inconscientes con las influencias emociona-
les del ambiente, el conferenciante afirmó que en su opinión la madre del paciente había
sido una mala influencia en el desarrollo infantil de su hijo, y de ahí la formación de
síntomas. Apoyando sus observaciones analíticas con información reunida a partir de
recuerdos del paciente y de fuentes indirectas (que incluyen tanto rumores como
observaciones directas de familiares), concluye que la madre ha suscitado mucho odio en
niño (el cual, según cree, ha percibido el verdadero carácter de su madre con gran
exactitud) y al mismo tiempo ha estimulado su culpa hasta el punto de bloquear toda
expresión directa del odio.1
En la discusión siguiente algunos miembros (manifiestamente kleinia-
nos) objetaron que ese único caso no justifica generalizaciones sino se
acompañan de pormenorizadas investigaciones sobre la relación de los
bebés con las madres; “de ahí que los informes de este caso particular no
fueron suficientemente imparciales y objetivos”. Glover revela entonces que
él había sido el consultor original y que las conclusiones se basaban en
informes de familiares.
El examen de estos informes sobre el carácter de la madre procedentes de su hija,
femó y algunos de sus amigos (entre ellos uno que la conocía desde la niñez) demos-
traron muy concluyentemente que las estimaciones del analista y el paciente eran correc-
ante toda su vida, la madre había mantenido la coherente política de explotar
emocionalmente a quienes dependían de ella, especialmente a sus hijos, y de impedir toda
nuestra de resentimiento haciéndoles sentir culpables. Ella tenía una inmejorable
opinión de sí misma como madre, aunque era en realidad una persona ególatra, tiránica y
lista. Las personas que no la conocían bien solían aceptar la versión que ella daba de sí
misma y a manifestar gran devoción por sus intereses. Conforme aumentaba la intimidad,
les producía gran hostilidad su tiranía emocional. Debiera aclararse que esta prueba de una
madre realmente “mala” no elimina la necesidad de explorar el sadismo del propio
paciente, ni excluye que sus propios impulsos hayan desempeñado un papel importante
[330] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
en la formación de sus ansiedades patológicas. Pero sí sugiere, sin embargo, que los fac-
tores externos refuerzan fácilmente dichas ansiedades. Ello arroja también cierta luz
sobre el modo como la teoría puede influir en la práctica, porque sugiere, indudablemen-
te, que si el caso lo hubiera analizado uno de los críticos más severos, las interpretacio-
nes habrían disfrazado los factores ambientales y acentuado los factores endopsíquicos.
En este ejemplo, tales interpretaciones habrían resultado unilaterales y habrían tendido a
afirmar la culpa ames que a eliminar la simple hostilidad. En realidad el analista habría
continuado con la política de la madre, desempeñar el papel de un intolerante superyó
para el ello del propio paciente. Este caso puede ser excepcional o puede no serlo. Pero
al menos subraya el riesgo de que opiniones teóricas preconcebidas influyan en el proce-
so de interpretación tanto desfavorable como favorablemente.2
No es en modo alguno improbable que Glover, haciendo del paciente
un hombre y utilizando como apoyo las comprobaciones aportadas por
Melitta, Walter Schmiedeberg y posiblemente la hermana de Melanie,
Emilie (que por entonces se había establecido en Inglaterra), estaba creando
una situación ficticia en la cual el único medio de defensa de Klein era decir
que estaba mintiendo o distorsionando los hechos.
¿Y qué puede decirse de la posible aquiescencia de Jones a la publica-
ción del libro? Pudo haber desconocido el contenido o el proyecto de su
publicación. Los analistas que lo recuerdan lo describen como taimado, tor-
tuoso, autocràtico, sarcástico; pero es difícil creer que hubiese permitido que
Glover humillase a Klein de esa manera. Glover, desde su influyente puesto,
puede haber creído innecesario someter el original a la consideración de
Jones, aun cuando se trataba de uno de los suplementos del International
Journal of Psycho-Analysis. Además, se publicó en una época en la cual
Jones pasaba casi todo su tiempo en su casa de campo. ¿jl
Durante las reuniones extraordinarias algunos de los miembros de la
Sociedad parecían pensar que Klein estaba llevando su enfrentamiento con
Glover demasiado lejos. Por ejemplo, cuando Susan Isaacs se dirigió a Ella
Sharpe para preguntarle por su postura, ésta le dijo: “Usted está muy enfa-
dada con Glover, ¿no es verdad?” Dadas las condiciones de la época de gue-
rra, es probable que la mayoría de los miembros no hayan tenido oportuni-
dad de leer el libro de Glover. Ello se hace manifiesto a partir de la corres-
pondencia entre Klein y Helen Sheehan-Dare. Klein le escribió para pre-
guntarle si era una simpatizante “incondicional” de Klein, como Glover
había afirmado. Ella tenía que confirmar ese hecho para demostrar que las
cifras de Glover eran exageradas.
Aborrecería que se la etiquetase así, porque si usted no se sintiera comprometida
con todas sus fuerzas, por así decir, a lo que ahora se considera una especie de credo,
bien podría decirlo. Etiquetar a la gente de ese modo es por supuesto absurdo y acientífi-
co, y lo motivan sólo sentimientos de facción y puntos de vista políticos. 3
MUJERES EN GUERRA [331]
Desde Exeter, donde estaba enseñando en una escuela, Sheehan-Dare
respondía el 24 de junio de 1943:
Como usted sabe muy bien, no se trata de que no aprecie todo lo que he aprendido
de usted y toda la ayuda que usted me ha proporcionado; es el principio del asumo lo que
(jeto. Hace años leí o tuve la oportunidad de leer sus artículos sobre los estados manía-
co-depresivos... no he leído en absoluto el libro del doctor Glover... pero incluso aun-
que entendido completamente cada una de sus palabras y estoy de acuerdo con ellas,
¡objetaría que se me llamase "simpatizante” suya! Me parece algo muy peligrosamente
cercano a las parcialidades políticas que no le dejan a uno libertad real de expresión.
!!!No soy "simpatizante” de ninguna de las personas de la Sociedad ni es probable que
llegue a serlo!!!4
Los que acusan a Melanie Klein de imponer a los miembros que eligie-
sen el grupo por el que se inclinaban, debieron considerar que Glover tiene
mucha responsabilidad en ello por obligarla a adoptar una posición más
transigente que los años anteriores.
Klein se había decidido a regresar al centro de Londres porque, a pesar
de su increíble resistencia física, el largo viaje de ida y vuelta entre su domi-
cilio provisional de Pinner, al norte de Londres, y su consultorio en
Nottingham Place, la fatigaban mucho y le quitaban mucho tiempo. Deseaba
asimismo reanudar los análisis de niños porque aparte de las supervisiones de
Winnicott, Anna Freud había monopolizado este campo durante la ausen-
cia de Klein.
El 27 de junio estableció la política para su grupo: ninguno de sus
miembros anunciaría una comunicación sin haber acordado previamente sus
aspectos generales y al menos dos o tres de ellos debían leerlo antes de su
presentación.
Se nos considera, al menos por el momento, gente propensa a ser pendenciera. Creo
que podrá demostrarse que eso es una ficción, siempre que acepten demostraciones con
nuestra actitud. En realidad, ésta ha sido más o menos nuestra política en los últimos
años, excluyendo algunos deslices que debiéramos evitar. Considero que de poco nos
sirve demostrar que los demás carecen de conocimiento o están equivocados en este o en
aquel punto; debemos mostrarles que tenemos algo aceptable que comunicar, cuanto
menos para algunos de ellos. Lo importante, pienso, es reestablecer nuestra posición en la
Sociedad en relación con el valor real de nuestra obra, y sólo es posible lograrlo paciente-
mente, no ofreciéndoles de golpe más de lo que pueden asimilar y, también, presentándo-
lo de forma que puedan hacerlo... Tanto para la discusión en la Sociedad y con Anna
Freud, como para nosotros mismos, considero necesario refrescar nuestra memoria con
cada palabra escrita por Freud. Este puede ser un fundamento seguro del cual hacer partir
nuestras discusiones y entonces podríamos, entre otras cosas, enfrentamos a los freudia-
nos vieneses en su propio terreno.5
Más tarde, durante las controversias, se puso de manifiesto hasta qué
[332] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
punto Isaacs y Heimann habían atendido el consejo de estudiar la bibliogra-
fía psicoanalítica de cabo a rabo.
El 29 de junio de 1942, la comisión de formación dio remate a
cuestiones. Sylvia Payne hizo una relación del número de candidatos forma-
dos entre 1927 y 1942 que desmentía las acusaciones de Glover, según las
cuales los kleinianos dominaban la formación de candidatos.* Se decidió
que los seminarios infantiles para estudiantes se repartirían entre Anna
Freud y Melanie Klein junto con Donald Winnicott. Glover deseaba que en
otoño se celebraran otras reuniones a fin de verificar de qué modo las dife-
rencias en la formación y en la técnica afectaban a los estudiantes. Anna
Freud le replicó firmemente que no quería una discusión que condujese a un
conflicto entre dos personas; y además no comprendía por qué se la empuja-
ba a hacer una exposición de la técnica freudiana. Marjorie Brierley, que
había abandonado la reunión antes de que Alina Freud hiciese esta afirma-
ción, recibió el siguiente informe de Melanie Klein:
Estaba muy indignada porque la gente tuviera que hablar de “su” punto de vista o
del punto de vista ‘‘continental”, ya que no tiene un punto de vista propio. Pone de mani-
fiesto que representa las opiniones de su padre (las cuales, según ella, son absolutamente
obligatorias para todo el que se llame psicoanalista). Obviamente eso es una falacia…
Además, aun cuando Freud en sus últimos años hubiese estado de acuerdo con cada una
de las actuales palabras de Anna, ello no resultaría obligatorio para aquellos de nosotros
que consideramos6 estar autorizados a continuar sus descubrimientos a la luz de nuestros
propios trabajos.
Klein hizo circular entonces una nota en la que se afirmaba que ella y
sus amigos “no pueden colaborar mientras se encuentren bajo esa sospe-
cha”, aunque, como le decía a Jones, “mi deseo es observar y mantener el
espíritu de la resolución de armisticio”.7
Jones, en su papel de presidente imparcial, no había hecho nada por
defenderla en las reuniones extraordinarias. El 26 de junio, escribió a Klein
diciéndole que había leído su nota con gran interés; le aseguraba estar
en condiciones de corroborar personalmente todas las palabras de la misma. Estoy
seguro de que la mayor parte de la Sociedad está sinceramente cansada de esta polémica
de la que sólo dos o tres miembros gozan. Espero que la reunión anual concluya con algo
más de moderación. Estoy convencido de que si la Sociedad constituye un frente firme
será posible impedir que unos pocos miembros detengan nuestro progreso científico, que
definitiva es lo más interesante.8
En la reunión anual general del 29 de julio de 1942, se decidió dedicar
un encuentro científico mensual a la discusión de las diferencias científicas,
encuentros que se han dado en denominar controversias. Se formó una

* Véase el apéndice A.
MUJERES EN GUERRA [333]

comisión de tres miembros —Glover, Brierley y James Strachey— para


organizar el programa. La primera reunión científica se llevaría a cabo en
cubre de 1942.
Durante un breve período hubo una pausa. Era posible entonces habili-
tar la casa de Clifton Hill, y Klein pasó la mayor parte de comienzos de
agosto intentando reanudar su vida doméstica normal. El 21 de octubre
marcó el verdadero comienzo de las famosas controversias. Glover, como
presidente, anunció que el primer tema elegido por la comisión sobre el que
discutir las diferencias científicas era el papel de la introyección y la proyec-
ción de objetos en los primeros años del desarrollo, y se solicitó a Susan
Isaacs que expusiera una comunicación al respecto. Glover propuso que se
dedicase un año a estas discusiones. Abandonó entonces su asiento de presi-
dente y hablando como simple miembro dijo que dichas controversias se
centraban en las teorías de Melanie Klein, y que el peso de la prueba recaía
en aquellas nuevas teorías de vanguardia. Ni Anna Freud, ni ninguno de los
demás colegas habían suscitado polémica “proponiendo concepciones hete-
rodoxas”. En cuanto al método de investigación, proponía que se considera-
sen las siguientes cuestiones:
a) ¿En qué evidencias se fundamenta la concepción?
b) ¿Es válida la concepción?
c) Si aún no está comprobada, ¿es de algún modo una suposición plausible?
d) Si es válida, ¿es su validez general o la concepción en cuestión se aplica sólo a
casos de determinado tipo?
e) ¿Es compatible con la aceptada doctrina de Freud?
f) Si contradice la doctrina de Freud, ¿qué parte de la misma contradice y cuál sería
enfoque más exacto?
g) ¿Esta nueva concepción contradice realmente la doctrina freudiana por
acentuar sucesivamente un aspecto, por desplazar el acento de uno a otro aspecto o por
algún otro motivo?
Anna Freud agradeció a Glover haber ampliado la temática, pero
Glover replicó que sus observaciones no constituían una ampliación del
informe de la comisión, que ya se había hecho circular, sino que expresaba
sus opiniones personales. En este punto intervino Klein observando que su
obra no necesariamente se desviaba de las ideas de Freud, a lo cual Anna
Freud respondió que las dos teorías no podían coexistir, y que el objetivo
principal de las controversias era establecer cuál de ellas era la más exacta.
Silvia Payne, cansada, comentó que las actitudes de Anna Freud y Glover
equivalían a llegar a una conclusión antes de que la discusión tuviese lugar.
Susan Isaacs declaró que ella había asistido a la reunión con muchas espe-
ranzas, pero que el doctor Glover había intentado “desviar el disparo”. La
doctora Brierley afirmó que Glover había ofrecido su exposición a pesar de
las objeciones de los demás miembros de la comisión.
[334] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Anna Freud recordó a la Sociedad que ella y Glover no estaban introdu-
ciendo una cuestión nueva. Era sabido desde hacía años que la Escuela
Inglesa mantenía opiniones diferentes a las de cualquier otra sociedad psico-
analítica, a lo que Klein respondió que la Sociedad Británica se enorgullecía
de sus teorías y que no había más problemas que las habituales diferencias
teóricas.
Isaacs también objetó que se le hubiese impuesto al tema de la intro-
yección y la proyección, puesto que era demasiado amplio para una sola
exposición; sugería como alternativa referirse al lugar de la fantasía en rela-
ción con los mecanismos de introyección y de proyección. La sugerencia
procedía de Anna Freud, quien consideraba que este era el más polémico de
los conceptos de Klein, pero Isaacs afirmaba que una exposición sobre la
fantasía haría más accesible el camino que conduce a las opiniones de Klein
al respecto del desarrollo temprano del yo y del superyó, y de la importancia
de los objetos internos.
Se desarrolló entonces un interesante diálogo, iniciado por la doctora
Elizabeth Rosenberg, que planteaba la cuestión de cuál era realmente “la
aceptada doctrina freudiana”. Glover no entendía dónde estaba el problema
todo lo que se tenía que hacer era leer las obras de Freud. Rosenberg repli-
caba que en modo alguno era así: Freud modificó sus opiniones considera-
blemente en el curso de su vida, particularmente las relacionadas con la
importancia de la experiencia sexual. Por último, se propuso que las comu-
caciones se hiciesen circular antes de las reuniones. Al objetar la doctora
Payne que el precio de las circulares lo hacía prohibitivo, Michael Balint
propuso que quien desease disponer de la copia de una comunicación, debía
contribuir con una libra, única determinación acordada por unanimidad.
En la última reunión científica del año, celebrada el 16 de diciembre de
1942, Melitta Schmiedeberg objetó la introducción de cualquier cambio
radical en la Sociedad (por ejemplo, elección de nuevos dirigentes, etcétera)
mientras tantos miembros estuvieran ausentes, pero añadía: “no está en el
poder de nadie detener el alud”. Las controversias no habían tenido un
comienzo esperanzador.
En las controversias predominaron las mujeres... ¡y qué mujeres! Anna
Freud, además de Dorothy Burlingham, recibía el apoyo organizado de Kate
Friedlander, Barbara Laníos, Hedwig Hoffer, Barbara Low y, de momento,
Ella Sharpe. (Melitta Schmiedeberg se abstenía de aliarse con Anna Freud.)
Los hombres del continente, como Foulkes, Hoffer y Walter Schmiedeberg,
no fueron muy eficaces. Representaban la posición kleiniana Heimann,
Riviere e Isaacs, y también Sylvia Payne. Eva Rosenfeld procuraba pasar
inadvertida, lo cual consiguió ya que pasaba media semana en Oxford. Los
miembros masculinos del grupo kleiniano —Money-Kyrle, Rickman, Scott
y Winnicott— estaban a menudo ausentes en razón de sus tareas en época
de guerra. James Strachey intentaba mantener una posición absolutamente
MUJERES EN GUERRA [335]
neutra. Marjorie Brierley se autoadjudicó el papel de honesta Intermediaria,
podría resultar difícil comprender que se eligiese como conferenciante a una
persona relativamente joven, como Heimann, en lugar de Riviere, pero ésta
ya había aclarado que no volvería a actuar de “chivo expiatorio", tal como,
según consideraba, Jones había dejado que ocurriera en Mena, donde ella
presentó el material polémico mientras él se limitaba a ocuparse de triviali-
dades. Jones se había retirado convenientemente al interior del país, justifi-
cando su ausencia con un permiso por razones de salud. Durante 1943 pade-
ció una serie de enfermedades psicosomáticas de las que se recuperó mila-
grosamente una vez concluidas las controversias. En 1938 había escrito a
Anna Freud: “La señora Klein está muy preocupada... Representa en la
Sociedad una pequeña minoría con una gran oposición. Mi papel como pre-
sidente es el de generar una discusión libre y útil para evitar falsos prejuicios
y dar lugar a tanta colaboración y armonía entre los psicoanalistas como sea
posible”.9 Al entregar la dirección a Glover, debió de suponer que las cartas
se jugarían en contra de Klein. Glover no podía manejar a un grupo de voca-
les formado por mujeres, especialmente cuando su propia antigua analizan-
da, Melitta, la Electra de la obra, asumía el papel de estridente e injurioso
coro.
Los conferenciantes fueron Susan Isaacs, Paula Heimann y Melanie
Klein.10 Su principal objetivo era demostrar que sus ideas suponían un desa-
rrollo natural de las de Freud y que, a pesar de las afirmaciones en contra de
Anna Freud y de Edward Glover en la reunión del 21 de octubre, las teorías
freudianas no constituían un todo coherente. Los freudianos más rígidos ten-
dían a aceptar al primer Freud, mientras que los kleinianos eran más propen-
sos a su obra más tardía, aun aceptando el instinto de muerte, que la mayoría
de freudianos omitía con embarazoso silencio.
El decisivo trabajo de Isaacs, The Nature and Function of Phantasy, se
distribuyó entre los miembros antes de su primera discusión, el 27 de enero de
1943. Se cuenta entre los artículos más importantes de la historia del psi-
coanálisis y pone ampliamente de manifiesto la formidable capacidad de su
autora para ordenar una abrumadora cantidad de material y para exponer el
psicodrama de la vida de la fantasía infantil. Se propone primero definir el
concepto amplio de fantasías (phantasy). Los traductores ingleses de Freud
habían escrito esta palabra con "ph" para destacar el significado psicoanalí-
tico del término en oposición a “fantasy”, que designa el ensueño diurno.*
Hicieron esto atendiendo al descubrimiento del inconsciente hecho por
Freud, cuya realidad psíquica es fantasía; Isaacs lo describe como “substituto
mental y el corolario de las urgencias instintivas”. El “cumplimiento alu-
cinatorio de los deseos" de Freud y su “introyección primaria” son la base
de la vida de la fantasía; y la contribución particular de Klein ha consistido
* En adelante, traducimos “phantasy” por fantasía.
[336] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
en “mostramos con más detalle que nadie, y con una comprensión más vívida
e inmediata, lo que una persona experimenta en relación con sus objeto
internos, lo que significan para ella y de qué modo afectan a su desarrollo”.
Las fantasías inconscientes son el contenido primario de todos los procesos
mentales. En una frase citada a menudo afirma que “la fantasía es el corola-
rio mental, el substituto psíquico del instinto”.
Freud ha subrayado la relación existente entre la fantasía y el cumplí-
miento del deseo pero, en la experiencia de Klein, la fantasía también sirve
a otros propósitos: negación, confianza, reparación, control omnipotente. En
otras palabras: los mecanismos de defensa están operando ya en los inicios
de la vida. No obstante, las fantasías continúan ejerciendo una influencia
ininterrumpida y omnipresente a lo largo de toda la vida tanto en las personas
normales como en las neuróticas. %
Para aportar una prueba de ello, Isaacs pasa a describir extensamente el
comportamiento infantil durante el primer año de vida, el cual encierra
indicaciones de que el niño emprende una actividad mental antes de que pueda
expresar sus pensamientos mediante palabras. Recuerda a sus colegas que incluso
Waelder había admitido que un niño de tres años puede alimentar fantasías
agresivas contra el cuerpo de su madre. “Pero debe recordarse que no hace mucho
tiempo, la existencia de tales fantasías fue primero ignorada y después
vehementemente puesta en cuestión”, a saber, por Anna Freud.
Isaacs afirma que en Young Children in War Time (1942), de Anna
Freud, las opiniones de la autora parecen haber cambiado. En la descripción
que hace de las perturbaciones de bebés menores de un año que han sido’
separados de su madre y en sus referencias a la “imagen de la madre en la
mente”, Isaacs halla correspondencias con la introyección que el niño hace
de su madre. Incluso en El yo y los mecanismos de defensa (1936) Anna
Freud había escrito:
Según la teoría de la escuela analítica ingles, la introyección y la proyección, que
en nuestra opinión deben asignarse al período de que el yo se ha diferenciado ya del
mundo externo, son los verdaderos procesos a través de los cuales se desarrolla la
estructura del yo... la cronología de los procesos psíquicos sigue siendo uno de los
terrenos más oscuros de la teoría analítica... Probablemente lo mejor sea abandonar el
intento de clasificarlos... [en términos temporales]. 11
Freud creía que los impulsos instintivos tempranos afectan el
desarrollo ulterior sólo a través de la regresión, pero Isaacs manifiesta que
esos postulados se habrían formulado de otro modo si las inferencias no se
hubieran extraído sólo de reconstrucciones hechas a partir de adultos o de
niños mayores. Además, en los primeros estadios de la primera infancia, la
vida está lejos de ser grata, de modo que las primeras transgresiones del “a
mí no” constituyen la base de los temores persecutorios. Intentando hacer
MUJERES EN GUERRA [337]
hablar a Anna Freud, Isaacs hace una observación preliminar antes de pasar a
la discusión de lo expuesto:
Lo que creo es que si un lector desinteresado e inteligente, que nada supiese de las
controversias que tienen lugar en nuestra sociedad, examinase detenidamente tanto el libro
y los artículos recientes de Melanie Klein como este informe de Anna Freud y la señorita
Burlingham, no se le ocurriría que hay o pudiera haber diferencias tan profundas y
Radicales en la teoría fundamental y en la visión de la vida interior y del desarrollo del
niño como se pretende hacer creer. Me interesaría muchísimo que Anna Freud explicase si
ella cree que existen tales diferencias profundas y radicales, y de qué forma las consi-
dera en su informe.
La exposición de Isaacs suscitó tanto interés que, hasta el 19 de mayo,
todas las reuniones científicas se dedicaron a ella. En el curso de las con-
troversias se manifestó que, en relación con ciertas cuestiones, diferentes
miembros mantenían opiniones irreconciliables entre sí; pero se produjo al
menos un grandioso intento de aclarar los conceptos teóricos, un cambio
bienvenido a la vista de las reuniones extraordinarias de los años anteriores.
Jones no asistió a las controversias; su declaración la leyó Glover, a
quien debió resultar irritante la experiencia de decir que Jones consideraba
que el trabajo de Isaacs había logrado establecer admirablemente en la medi-
da de lo posible, una base no discutible. Jones estaba de acuerdo en que la
palabra “fantasía” era apropiada, porque ampliaba el significado del concep-
to original; no veía diferencias entre la fantasía y el cumplimiento alucinato-
rio del deseo. El único punto de desacuerdo era que, para Jones, Isaacs no
había afirmado con claridad suficiente que las fantasías de defensa no sólo
son cumplimientos de deseos, sino que derivan de necesidades instintivas.
En otras palabras, Jones sugería que nada había allí con lo que Freud no
hubiese estado fundamentalmente de acuerdo.
Glover contraatacó inmediatamente afirmando que Isaacs estaba eri-
giendo una nueva metapsicología. Anna Freud continuó con lo mismo, afir-
mando que en los estadios de desarrollo se trasladaba el acento al período
más temprano, hecho que estaría destinado a tener dramáticas consecuencias
para la técnica del tratamiento psicoanalítico.
Sylvia Payne respaldaba totalmente el trabajo de Isaacs. En las observa-
ciones finales recuerda a sus colegas que aunque Freud había considerado
que la resolución del complejo de Edipo era el acontecimiento más impor-
tante en el desarrollo de la salud mental, reconocía también que “pueden
surgir dificultades evolutivas antes de que el complejo de Edipo se haya
desarrollado plenamente”. Dorothy Burlingham, coautora, junto con Anna
Freud, de Young Children in War Time, objetó la interpretación hecha por
Isaacs de aquel trabajo. Sus planteamientos sobre la relación del niño con la
madre en la segunda mitad del primer año estaban “totalmente basados en la
[338] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
gratificación de las necesidades corporales”. Una imagen de la memoria un
objeto introyectado eran cosas completamente diferentes.
Melitta Schmiedeberg no compareció en la reunión pero, en la breve
contribución que presentó, lamentó que Isaacs hubiese mencionado sola-
mente sus afirmaciones en favor de la postura kleiniana más temprana, sin
aludir a sus muchas críticas. “Una omisión tan manifiesta es contraria a la
tradición y al espíritu científico. Es la falta de este espíritu lo que me impide
tomar en serio el trabajo de la doctora Isaacs”.
Michael Balint podía entender la lógica del término “fantasía”, pero le
inquietaba profundamente el contenido de las fantasías según las describía
Klein, con su “indebido énfasis en el papel del odio, la frustración y la agre-
sión en el bebé”.
En la siguiente reunión, celebrada el 17 de febrero de 1943, Glover
leyó una comunicación remitida por W.D. Fairbairn, el único psicoanalista
que ejercía en Edimburgo. Fairbairn, independientemente de Klein, había
llegado a conclusiones aparentemente compatibles, si bien con el tiempo el
acento cambió de forma considerable. En opinión de Fairbairn, el yo no se
dirigía originariamente al placer sino a objetos. En ese sentido consideraba
que la palabra “fantasía” estaba obsoleta y proponía reemplazarla por “reali-
dad psíquica” u “objetos internos”. En una afirmación que marcó una época
declaraba:
...en mi opinión, ha llegado para nosotros el momento de reemplazar el concepto de
“fantasía’' por el concepto de una “realidad interior” poblada por el yo y sus objetos
internos. Debieran considerarse tales objetos internos como provistos de una estructura
organizada, una identidad propia, una entidad endopsíquica y una actividad tan real dentro
del mundo interior como la de cualquier objeto del mundo exterior. A algunos puede
parecerles alarmante que se atribuyan tales rasgos a los objetos internos pero, después de
todo, no son sino rasgos que Freud ya había atribuido al superyó. La evidencia actual es
simplemente que el superyó no es el único objeto interno. La actividad de los objetos
internos como el yo es, por supuesto, una actividad que en última instancia deriva de los
impulsos originados en el ello. No obstante, con esa condición, debe considerarse que
aquellos objetos poseen de por sí una actividad. La realidad interior se convierte así en el *
escenario de situaciones que involucran las relaciones entre el yo y esos objetos internos.
El concepto de “fantasía” es puramente funcional y se puede aplicar únicamente a la acá-
vidad del yo. Es totalmente inadecuado para describir situaciones internas que involucran
las relaciones del yo con los objetos internos que poseen estructura endopsíquica y cuali-
dades dinámicas.
En el lapso que se le concedió para responder a las objeciones, Isaacs
puntualizó las observaciones hechas por Anna Freud en las reuniones ante-
riores. Afirmando que podría lograrse un gran avance en la tarea de estable-
cer las diferencias en cuestión, si los miembros se centraban en los primeros
años de vida, Isaacs citó un párrafo de Turnings in the Way of Psycho-
Analytic Theory (1919): “Usted sabe que nunca hemos presumido de la
MUJERES EN GUERRA [339]
completud y finalidad de nuestro conocimiento y de nuestra capacidad;
como desde el principio, estamos ahora dispuestos a admitir el carácter
incompleto de nuestro conocimiento, a aprender cosas nuevas12y a modificar
nuestros métodos con el fin de obtener resultados mejores’’.* Dirigiéndose
directamente a Anna Freud, Isaacs recordaba que su padre también había
dicho que todos poseemos un arraigado prejuicio en favor de la realidad
externa.
Para decepción de Isaacs, Anna Freud y la señora Burlingham rehusa-
ron participar en una discusión sobre la vida psíquica anterior al segundo
año. Anna Freud continuó insistiendo en que el principio de placer era “el
único principio que gobierna dentro del inconsciente”, si bien Freud, refi-
riéndose a los sueños de neurosis traumáticas en Más allá del principio de
placer, había dicho.
Ellos nos permiten comprender una función del aparato psíquico que, sin contradecir
el principio de placer, es, sin embargo, independiente de13él, y parece tener un origen
anterior a la finalidad de obtener el placer y evitar el dolor.
Isaacs remarcaba constantemente que era Klein, y no la hija del propio
Freud, quien mantenía ideas derivadas de las de Freud; y “allí donde difieren
de ella, son un desarrollo necesario de su propia obra al que se ha llegado
recurriendo, a propósito de niños muy pequeños, al método freudiano de
descubrir la transferencia”. A Isaacs le preocupaba la suposición de que las
ideas de Freud no pudieran continuar desarrollándose.
Mientras tenían lugar aquellas discusiones sobre el odio y la agresión,
se inició un ataque aéreo, pero los miembros estaban tan absortos en su pro-
pia batalla que permanecieron pegados a sus asientos. En realidad,
Winnicott debió llamarles la atención al respecto del bullicio procedente del
exterior; “Quisiera observar que está teniendo lugar un ataque aéreo".
Margaret Litlle, que en esa época era estudiante, recuerda; "Estaba tan14
absorta que me preguntaba de qué lugar del mundo me estaban hablando”.
En la siguiente reunión, el 7 de marzo, el presidente, Glover, consideró
oportuno decidir qué debía hacerse si durante la reunión se producía otro
ataque aéreo. Se acordó que debía interrumpirse momentáneamente la reu-
nión para permitir que los miembros con responsabilidades familiares se
retirasen, mientras que los demás debían llevarse las sillas al sótano y conti-
nuar la discusión. De hecho, el número de asistentes no disminuyó hasta
finales de otoño.
En la discusión del 7 de abril, Anna Freud se vio obligada a definir
finalmente su postura. Elocuente oradora, siempre se destacó por la claridad
* La formulación se diferencia ligeramente de la de la traducción de Lines of Advance
in Psycho-Anal Therapy incluida en la edición inglesa.
[340] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
de sus discursos improvisados, que se ajustaban manifiestamente al modelo
de los de su padre. Según ella declaraba, la diferencia más destacada entre
las opiniones de Klein y las suyas eran que la primera situaba el inicio de la
relaciones de objeto poco después del nacimiento, mientras que ella no tenía
motivos para cambiar su opinión de que hay una fase narcisística y autoeró-
tica de varios meses de duración que precede a las relaciones de objeto. El
niño, en lugar de amar, odiar, desear, atacar o desmembrar a su madre, “se
preocupa, durante esta etapa, exclusivamente de su propio bienestar. La
madre es importante en la medida en que sirve a ese bienestar o lo perturba.
Ella es un instrumento de satisfacción o de negación y, como tal, de suma
importancia para el esquema narcisístico que el niño tiene de las cosas”. A
continuación formuló a Isaacs dos preguntas, que eran realmente dos afír-
maciones.
1. Una de las diferencias más claras entre la teoría freudiana y la kleiniana es que la
señora Klein halla evidencias en los primeros meses de vida, de una amplia gama de
relaciones de objeto, en parte libidinales y en parte agresivos. La teoría freudiana, en
cambio, reconoce en este período sólo las-premisas más básicas de relaciones de objeto, y
considera que la vida está gobernada sólo por el deseo de gratificación instintiva, en la cual
la percepción de los objetos se alcanza lentamente.
2. La suposición de fantasías de objeto tempranas en las teorías de la señora Klein
se relaciona con la substitución teórica de la fase temprana de narcisismo y de autoerotis-
mo, tal como la describe Freud, por ricas y variadas relaciones de objeto en una etapa muy
temprana.
Entonces, en el único momento, acaso, en que se refirió al instinto de
muerte, manipuló astutamente la. teoría de Freud conviniéndola en una
interpretación de la suya:
Las fantasías más tempranas que frecuentemente describe la teoría kleiniana, son,
fantasías violentamente agresivas. Esto parece lógico a los analistas convencidos de la
importancia del instinto de muerte al comienzo de la vida. La existencia de esas mismas
fantasías es ampliamente puesta en tela de juicio por aquellos que consideran muy
importantes los impulsos libidinales en aquella época de la vida. Además, la diferencia
fundamental en las opiniones no se refieren directamente a la actividad de la fantasía sino,
en parte, a su anterior situación temporal y, en parte, a una divergencia en las opiniones
sobre la teoría los instintos.
¿Qué hacer con la intransigencia de Anna? El propio Freud la describía
como una especie de Antígona y ahora, la hija de Edipo, protegía las sagra-
das cenizas. El hecho de que la analizase su propio padre debe de haber
tenido una influencia enorme en una joven impresionable, y en 1931, en
Sobre la sexualidad femenina, Freud reconocía haber prestado poca aten-
ción al vínculo del niño con su madre. En 1926, en Inhibición, síntoma y
angustia escrito a los setenta años, Freud prestaba por primera vez una aten-
MUJERES EN GUERRA [341]
ción sistemática a la ansiedad de la separación. Tanto Anna Freud como
Melanie Klein sabían que habían sido niñas no deseadas por sus padres que,
en ambos casos, habían preferido a las hijas mayores; este hecho afectó sus
vidas de diversas maneras. La relación de ambas mujeres con sus respectivas
madres seguramente es aún más importante. Estos factores personales
sugieren interesantes posibilidades para explicar por qué el psicoanálisis se
orientaba en dos direcciones tan diferentes.
En respuesta a la afirmación de Anna Freud sobre el narsicismo del
bebé, Sylvia Payne le preguntó por qué no creía que el niño consideraba a su
madre cual objeto durante su primer año. Anna le respondió que se estaba
refiriendo sólo a la primera mitad del primer año, y que había diferencias
cuantitativas entre la actitud respecto de un objeto en la fase narcisística y las
actitudes de objeto en etapas posteriores. En este punto, Glover se adjudicó el
derecho de resumir la pregunta y la respuesta “en beneficio de la claridad en
los registros”. “La doctora Payne pregunta si la inestable conducta del niño
cuando es alimentado por diferentes objetos no implica la existencia de una
relación de objeto en el embrión, a lo cual la señora Freud responde que
dichas inestabilidades se deben a las diferencias en el acondicionamiento, y
no suponen que en la primera mitad del primer año existan relaciones de
objeto”, una distorsión de lo que Anna Freud realmente había, dicho.
Por último, Glover, de quien Isaacs había citado frecuentemente afirma-
ciones pasadas para respaldar las opiniones de Klein, hizo una retractación
publica de sus primeras teorías: “Si se requiere prueba alguna de que mis
anteriores convicciones eran demasiado optimistas, por no decir completa-
mente erróneas, puede buscarse en la actual discusión entre los analistas de
niños de nuestra sociedad”.
Melanie Klein aún no había tomado parte en las controversias, pero
seguía atentamente todos los detalles. Inmediatamente antes de partir hacia
una granja en Warwickshire, a comienzos de Pascuas, escribió a Susan Isaacs
una extensa carta, fechada el 9 de abril, en la que se encuentran muchas
sugerencias para la respuesta formal de Isaacs a sus críticos, la cual debía
presentarse en la reunión científica del 19 de mayo. Como uno de los
principales objetivos de las controversias era aclarar qué escuela representaba
legítimamente las opiniones de Freud, Klein creía que
...es totalmente esencial para lograr pleno éxito en nuestras discusiones mostrar
cuánto ha sido, está siendo aceptado y se ha convertido en parte del psicoanálisis en el
sentido pleno del término. Un ejemplo es la actitud respecto del trabajo de Waelder. Todo
el que lee ese trabajo debe suponer que en ese momento Waelder no cree que las fantasí-
as sean activas antes del tercer año de vida, esa concepción era absolutamente general, se
citó en otros escritos de los vieneses y, no en menor medida, en los libros de A. F. Ahora se
dan cuenta de que las fantasías empiezan mucho antes de lo que ellos pensaban y, aunque
no totalmente, admiten la posibilidad de que sean activas incluso en el primer año de
[342] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
vida. Esto significa que renunciaron a la idea de la imposibilidad de las fantasías prever-
bales. ...Ahora, esto se cuenta entre las diferencias más o menos superadas que ellos han
aprendido de nosotros y aceptado ampliamente; por ejemplo, también el mayor énfasis
en la agresión y en las fantasías agresivas, y pienso que incluso el concepto de reparación
(aunque no en la etapa temprana). Se está ya admitiendo, cuando hace algunos años los
rechazaban completamente, limitándose tenazmente al concepto de “reacción y forma-
ción”.15
Por supuesto, Arma Freud nunca hubiese reconocido haber aceptado
algo de la “escuela inglesa”. Dos veces eludió la pregunta de Isaacs sobre la
aflicción del bebé ante la ausencia de la madre, “deshonestidad deliberada
y consciente”, según Melanie Klein, que no debiera haberse tolerado. El
lamento, aparentemente franco y sincero de Glover por sus errores del pasa-
do era una “estridente farsa”, en opinión de Klein. Al no afirmar explícita-
mente qué era lo que él repudiaba, este vago rechazo le permitía retener lo
que convenía a sus propósitos. Por eso Klein sugería a Isaacs que le obligara
a precisar qué conceptos abandonaba. Ella dudaba que incluyese su propia
obra acerca de la adicción a las drogas’, “la cual se apoya ampliamente en
mis trabajos, ya sea corroborándolos o ampliándolos”.
Ese mismo día Klein había visto a su médico, “un médico general con
gran experiencia con niños’*, que le había preguntado en qué momento situa-
ba el inicio de las relaciones de objeto en el bebé. “Ella le respondió sin
dudar un momento: ‘Mi axioma es que se inician en el primer mes”.* Klein
también había hablado con Winnicott el día anterior; él le sugirió que resol-
viera la diferencia entre las relaciones de objeto de un niño de tres semanas
con deficiencias mentales y un bebé normal.
Pasaba entonces a tratar cómo Isaacs podía dominar a Anna Freud:
Como sabemos, A.F. es muy susceptible a la suposición de que no pone suficien-
temente el acento en el inconsciente y en la realidad psíquica. Yo le sugerí a usted, mien-
tras redactaba su última respuesta, que observase que si se nos acusa de exagerar el valor
de lo inconsciente en detrimento de lo consciente (cosa con la que no estamos
acuerdo aunque la acusación sea ésa), entonces, por supuesto, creemos que nosotros, y
realmente ponemos más el acento en lo inconsciente de lo que ellos lo hacera y que, des-
pues de todo, mi obra sobre los niveles más tempranos de la mente responde a mi con-
vicción de que debe ponerse más el acento en el inconsciente. En otras palabras: aunque
ella no considera que atribuye menos importancia a la realidad psíquica y al inconscien-
te, nosotros lo hacemos. Creo que es suficiente con reconocer este hecho y que con ello
podríamos tocar la fibra de otros. Hay otro punto que vale mucho la pena resaltar, que
efectivamente consideramos su concepto de psicoanálisis mucho más intelectual que el
nuestro... son cuestiones puramente teóricas porque, en realidad, ellos mismos nunca lo
han intentado [esto es, comprender y observar procesos inconscientes en los niños]. 26

* Dame Annis Gillie corrobora este diálogo.


MUJERES EN GUERRA [343]
Otras cartas siguieron en rápida sucesión. El 1 de mayo hablaba sobre
el placer de recurrir a la ironía antes que al ataque directo. En relación con
una de las observaciones de Anna Freud decía: “La idea de que el niño ama
su cuerpo porque está dominado por su madre responde a un modo de sentir
mucho más propio del adulto. Yo nunca lo atribuí a un bebé; no creo que el
bebé se sienta lleno de leche buena. No tiene noción alguna de lo que es la
leche. Le parecería no obstante que algo bueno, algo7 satisfactorio, algo que
equivale a un objeto bueno, se ha introducido en él.”
Estaba totalmente de acuerdo con Isaacs en cuanto a que el trabajo de
Fairbairn conducía a extremos absurdos. Es difícil comprender su firme
objeción a Fairbairn, en especial dado que antes de presentar sus opiniones
había señalado que, a su modo de ver, “el concepto explicativo de ‘fantasía’
ha devenido obsoleto tras los conceptos de ‘realidad psíquica’ y de ‘objetos
internos’ que se han desarrollado tanto gracias a la obra de la señora Klein y
de sus seguidores”. Fairbairn parecía llevar las teorías kleinianas a su con-
clusión lógica. Hay dos explicaciones posibles de su hostilidad hacia
Fairbairn. En primer lugar, un elemento esencial en las argumentaciones de
Klein era que sus teorías eran una ampliación de las de Freud, mientras que
Fairbairn decía intrépidamente que si nos dirigimos hacia una nueva meta,
en lugar de partir de preconceptos anticuados, se debiera reconsiderar todo
el aparato psíquico. Lo que indudablemente irritaba a Klein era que
Fairbairn —¡que ni siquiera se había analizado!— desarrollara conceptos
similares a los suyos sin tomárselos prestados. A juicio de John Bowlby,
Klein y Anna Freud eran tal para cual: mujeres obstinadas que se negaban a
abrir la mente a ideas ajenas. Katherine Whitehorn las caracterizó en cierta
ocasión cual valkirias del movimiento psicoanalítico. Según Bowlby, Anna
Freud era devota de San Sigmund y Klein lo era de Santa Melanie. La oposi-
ción estadounidense a las ideas de Klein fue indudablemente alimentada por
los emigrados partidarios de Anna Freud (y por los médicos estadouniden-
ses), pero como Fairbairn estaba incorporándose rápidamente al pensamien-
to norteamericano,* la inmensa contribución de Klein podría haber sido
reconocida mucho antes y por un público más vasto si, por lo menos, ella
hubiese mantenido un diálogo con aquél. Eric Trist recuerda que en la noche
de un sábado de los años cuarenta, durante una reunión probablemente en
casa de Susan Isaacs, Melanie Klein, de tono bajo, monocorde y fuerte acen-
to extranjero, ni siquiera se dignó a discutir con Fairbairn, quien insistente-
mente intentaba ofrecerle su punto de vista.
Klein se propuso dar rienda suelta a sus más próximos partidarios,

* Los Psychoanalytic Studies of the Personality de Fairbairn se publicaron en


Londres en 1952; en 1954 la obra apareció en los Estados Unidos con el título de An
Object Relations Theory of the Personality. Se comprende que los estadounidenses hayan
considerado a Fairbairn el padre de las relaciones de objeto.
[344] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
especialmente a Susan Isaacs, cuyo espíritu era ferozmente independiente;
pero antes de que Isaacs expusiese su comunicación definitiva, Klein le
ofreció ciertas sugerencias, manifestándole que le agradaría verlas reflejadas
en la redacción final: “En mi propia obra tengo la constancia de releer las
cosas después de un tiempo, pues ésa es mi manera, más bien lenta, de des-
cubrir más cosas, releyéndolas con posterioridad; y soy tan terriblemente
constante para desear que esa comunicación sea tan buena como pueda
serlo”.18 Como Isaacs estaba tan apasionadamente comprometida con las
ideas de Klein, ésta advertía que debía cuidarse de que lo que aquélla dijera,
no pareciese haber sido dictado por ella.
Después de recibir un esquema del trabajo y de haberlo discutido con
Heimann y con Riviere, Klein le remitió una carta de dieciocho páginas en
la que le sugería añadidos, supresiones y correcciones, incluidas en su
mayoría por Isaacs en la redacción final, aunque algunas de ellas simple-
mente las ignoró; por ejemplo, la sugerencia de que omitiese una alusión
aprobatoria a Adrián Stephen. Esta carta nos ofrece una decisiva compren-
sión del modo como funcionaba la mente de Klein. A nadie impresionaba
más los descubrimientos de Klein que a la propia Klein, pero sus comenta-
rios evidencian que había aspectos de sus teorías en los que ella aún estaba
reflexionando; y en esta cana es como si estuviese pensando en voz alta,
especialmente en sus observaciones sobre el modo de operar el instinto de
muerte en el bebé:
Recientemente he intentado una y otra vez descifrar la contradicción de que el ins-
tinto de muerte deba contribuir a la actitud hostil del bebé frente a los estímulos, y a
todos los fenómenos negativos frente al mundo externo que presenta en sus primeros
días. Por supuesto, podría pensarse que allí actúa también el instinto de vida, porque trata
de protegerse de los estímulos que siente como peligrosos para él. La contradicción pare-
ce estribar en que entonces, al comienzo de la vida, cuando el bebé manifiesta tal actitud
hostil frente al mundo exterior —y ése es realmente el período en el que estoy convenci-
da que se establece la base de las fantasías persecutorias—, es el momento en que su libi-
do es la de la succión y de naturaleza menos sádica que unos meses después... La libido
del bebé recién nacido está dirigida hacia el interior de la madre, de donde él proviene, y
su hostilidad hacia el mundo exterior, los estímulos, etcétera, se relacionan con su deseo
de regresar adentro de ella. El pezón es lo que más se aproxima a esta situación, cosa que
el propio Freud subraya enérgicamente como cosa sumamente valiosa e importante…
Podría decirse entonces que la distribución de la libido se dirige aún hacia esa situación
interna y que el interior de !a madre es parte de este complicado problema, según el cual
el instinto de destrucción parece menos fuerte en relación con el pecho, aunque no pare-
ce ser así a propósito de la relación con el mundo exterior. Podría conjeturarse que, como
sabemos, el niño requiere un tiempo para adaptarse a la situación externa de la madre, para
que la distribución se modifique.
Klein escribió a Isaacs con gran entusiasmo tras haber leído los prime-
ros artículos de la Enciclopedia de Freud (finalizados en 1922) que se habí-
MUJERES EN GUERRA [345]

an publicado en el último número del International Journal of Psycho-


Analysis.
A. F. menciona la culpa y la reparación en el tercer año. Aparte de la cuestión de la
reparación, de la que hemos hablado ya con todo detalle, la cuestión de la culpa es de suma
importancia en relación con la concepción clásica del superyó. Usted recordará que
recientemente le sugería una llamativa contradicción en el artículo de Freud de 1922
(último número del Journal), donde dice que las tendencias sexuales convergen entre los
dos y los cinco años, formando la situación edípica.* Ahora bien, esto no es tan enigmático
después de todo, porque recuerdo que en otros escritos menciona los rasgos del Edipo que
se desarrollan entre los tres y los cinco años. Es verdad que no sé de otro lugar en el que
diga “dos y cinco”. No considero este detalle demasiado importante, porque lo que más se
acentúa es que la cima del complejo de Edipo está entre los cuatro y los cinco años, y
nuestra principal cuestión aquí sería que, según el concepto clásico, el superyó y la culpa
son los herederos del complejo de Edipo. Si ahora consideramos que la culpa se desarrolla
durante el tercer año, el concepto se viene abajo. O bien el complejo de Edipo concluye
más temprano (lo cual no tiene sentido, porque no podría decirse que haya llegado a su
cima a esta edad), o bien la culpa ya existe cuando se desarrolla el complejo de Edipo. Esto
demuestra que el superyó no es heredero del complejo de Edipo, sino que se desarrolla
mucho más temprano. Sé que usted no incluyó este aspecto en su respuesta, pero creo que
debiera ponerse más énfasis, conceder más peso a que (como acabo de sugerirle) ahora se
está aceptando tácitamente el superyó más temprano.
Manifiestamente Isaacs estaba padeciendo una crisis de conciencia
durante la preparación de su trabajo. Escribe a su memora:
Quiero decirle, Melanie, que no dudo que de algún modo usted ha sufrido junto a sus
más fervorosos partidarios. Al examinar mis trabajos de los últimos años, ya fuesen
preparados o improvisados, puedo ver que mi actitud implícita ha sido demasiado la de
"Véase qué bien yo comprendo la obra de Melanie Klein; qué bien puedo utilizar su
maravilloso material”. Demasiado orgullo de posesión, demasiado lucirse sin advertir la
rivalidad y el antagonismo que eso inevitablemente provoca. Discúlpeme por decirle esto,
que es una cuestión muy personal (y semianalítica). Pero he deseado profundamente
descubrir dónde "nosotros nos hemos equivocado —sé que en algún sentido y en cierta
medida nos hemos equivocado—, si bien no debo dramatizar y censurarme demasiado.
Pero ésa es sólo una de las actitudes que he adoptado, y acaso también otros de sus discí-
pulos. Lo importante es descubrir el modo de no cometer tales errores y generar una hos-
tilidad innecesaria. Parte de la hostilidad deriva sencillamente de la grandeza de su obra y
allí permanecería si fuéramos tan astutas como la serpiente y tan inocentes como las crías
de las palomas. Y otra parte de ella, como sabemos, proviene de la naturaleza misma de su
obra; los inevitables estados de ansiedad que suscita. Pero quiero aprender a no
incrementarlos con errores que pueden evitarse.
Klein le replicó con dulzura: “Soy muy afortunada por tener tan buenos
amigos como los que tengo, y no pretendo que sean sobrehumanos más que

* Véase S.E., 18, pág. 245.


[346] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
en la escasa medida en que yo misma lo sea. Pero todos procuraremos hacer
lo posible para evitar errores en beneficio de nuestra obra”. 19
El 9 de mayo de 1943, Isaacs presentó su respuesta final a las críticas
que se habían suscitado en las distintas discusiones que siguieron a la pre-
sentación de su comunicación original. Klein se había referido al placer de
utilizar la ironía en la réplica, e Isaacs recurrió no sólo a la ironía sino tam-
bién a su capacidad para ordenar con claridad sistemática las objeciones de
sus detractores y sin sacrificar su apasionada adhesión a sus convicciones.
Su respuesta es tan notable como la comunicación original.
Como el uso que Melanie Klein hacía del instinto de muerte era la más
preocupante de las cuestiones en disputa, Isaacs lo abordó en primer lugar.
Por lo pronto, “la señora Klein nunca ha afirmado que el instinto de muerte
predomine en la primera infancia con carácter de condición general, ni sos-
tiene tal opinión”. Klein atribuía tanta importancia a los elementos libidina-
les como a los agresivos en la primera etapa de la vida. Los conocimientos
presentes no permitían distinguir en términos cuantitativos la proporción
ambos de un individuo a otro. Por último, Isaacs citaba muchos ejemplos
del carácter sádico de los impulsos amorosos, tomados de Freud. La impor-
tancia de ello era doble: recordar a los oyentes que el instinto de muerte no
aparece cual repentina aberración de Freud en 1920, y que no se podía acu-
sar a Melanie Klein de concentrarse exclusivamente en él.
Anna Freud y Dorothy Burlingham suponían que sus experiencias pro-
porcionaban datos verificables, en contraste con los de Klein, pero las con-
clusiones de esta última se basaban en análisis reales de niños. Además de la
propia contribución de Klein, la misma Isaacs había dedicado toda su carre-
ra a los niños, y la obra de Winnicott se basaba en la observación de niños
pequeños hecha por un médico durante más de veinte años. Durante la dis-
cusión, Anna Freud había admitido que a los dos años un niño puede tener
fantasías, pero el doctor Waelder, en representación del grupo de Viena, lo
negó categóricamente en su conferencia de intercambio en 1937. Si los vie-
neses han cambiado de opinión —como sugiere Anna Freud—, ¿por qué
entonces, no han publicado nada al respecto desde 1937? Había otra cues-
tión por aclarar. Para que no hubiera ninguna duda acerca del desacuerdo de
Klein con Fairbairn, Isaacs afirmaba:
No me he pronunciado en favor de la idea, sostenida por el doctor Fairbairn, de que
el concepto de fantasía ha devenido obsoleto ante los conceptos de realidad psíquica y de
objetos internos. Yo no apoyaría una opinión así. Ni el concepto de realidad psíquica ni
el de objetos internos son nuevos. Ambos son descubrimientos de Freud. En mi opinión,
el doctor Fairbairn acentúa exageradamente cienos aspectos de las teorías de la señora
Klein y las distorsiona hasta caricaturizarlas. Hace una hipóstasis de los objetos internos y
los independiza excesivamente, no dando cuenta de los deseos, los sentimientos y del
ello... No debe considerarse que la posición del doctor Fairbairn representa la obra o las
conclusiones de la señora Klein.
MUJERES EN GUERRA [347]
Isaacs se dirigía entonces a Glover pasando a enumerar uno por uno los
casos en que no sólo había apoyado a Klein, sino que realmente había criti-
cado a Freud. Objeta las etiquetas de “freudianos” y “kleinianos” que
llover habitualmente empleaba, en especial cuando presidía las controver-
sias. Como resultado de ello, se añadió a las actas del 19 de mayo una nota
en la que se señalaba que Glover siempre había abandonado su asiento
para formular afirmaciones personales.
En su comentario final Isaacs declaraba: "Se ha aceptado a la señora
Klein en muchísimas cosas; ¡podría resultar que acierte también en sus con-
tribuciones más recientes!”. No era ésa una discusión en la que una de las
dos partes pudiera “vencer”; no obstante, Klein e Isaacs podían felicitarse
por haber superado sin dificultad el primer asalto. Su reparo a que se las
llamase “kleinianas” respondía a su preocupación por aparecer como grupo
disidente. En la parte más elocuente de su respuesta, Isaacs ofrecía un con-
vincente argumento:
Al escuchar las selectivas exposiciones de las teorías de Freud presentadas en algu-
nas de las aportaciones hechas a esta discusión y advenir su talante dogmático, no podía
menos que preguntarme qué le habría ocurrido al desarrollo del pensamiento psicoanalíti-
co sí, por alguna razón, la obra de Freud no hubiese continuado después de 1913, antes
de su obra sobre el narcisismo, el duelo y la melancolía, o tras 1919, antes de Más allá
del principio del placer o de El yo y el ello. ¡Supóngase que algún otro temerario pensa-
dor hubiese llegado a estas profundas verdades y hubiese osado afirmarlas! Me temo que
se le habría considerado como alguien al margen del estricto camino de la doctrina psico-
analítica, como un hereje cuyas opiniones eran incompatibles con las de Freud y como un
subversivo del psicoanálisis.
No obstante, había importantes diferencias ideológicas y, cada vez más,
también diferencias políticas, por lo que no era inapropiado designar al grupo
como “kleiniano”.
El 10 de junio Klein se quejaba a Isaacs: “Es irritante hasta qué punto
presentan erróneamente nuestras opiniones y qué poca reciprocidad hay nor-
malmente en la situación. A veces me siento terriblemente cansada de todo
esto; el único consuelo es que se están ofreciendo conferencias realmente
buenas”.20 Además, el fin de semana anterior le había proporcionado una
agradable pausa. Había ido a Manchester, donde Michael Balint y Alfred
Gross habían organizado un grupo psicoanalítico. Tenían nueve candidatos
que causaron en Klein una impresión favorable. La alentó mucho el trabajo
de organización realizado por Balint desde su llegada de Budapest en 1939.
Ella y Balint renovaron la amistad que habían entablado en Berlín.* Klein
* Klein parece no recordar que en la cuarta Conferencia de los Cuatro Países acerca
de análisis infantil, organizada por Anna Freud y celebrada en Budapest, en mayo de 1937,
Balint había afirmado que sólo la escuela húngara, en contraste con la inglesa, estaba
obteniendo datos concluyentes a propósito de las relaciones de objeto tempranas.
[348] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
era optimista al respecto del apoyo que podía proporcionarle Balint. “Me
parece que simpatiza mucho no sólo con nuestra obra sino también con21
nuestra postura, y parece capaz de expresarlo cuando se da la ocasión ”
Dio una conferencia sobre técnica, refiriéndose en especial a la transferen-
cia. “Me siento muy renovada después de este fin de semana en Manchester;
me recordó a aquellos viejos tiempos en que lo que decía agradaba y benefi-
ciaba a la gente.”
En una reunión de negociaciones del 1 de junio de 1943 se sugirió for-
mar una comisión médica para examinar el papel del psicoanálisis en el
mundo de postguerra (en vista del inminente establecimiento de un Servicio
Nacional de Salud). Una de las tareas de esta comisión consistía en hacer
propuestas para la futura formación de estudiantes médicos. En la consi-
guiente elección a voto descubierto, de una lista de siete candidatos Payne
obtuvo la mayoría de los votos, mientras que Glover quedó a la zaga. Eso
debe de haber perturbado a Glover, que se consideraba un gran psiquiatra, al
indicar que los miembros no alineados se habían vuelto contra él. John
Bowlby cree que fue entonces cuando Glover decidió renunciar a la
Sociedad. Existía un generalizado sentimiento de insatisfacción,, tanto con
Glover como con Jones, por considerar que no habían hecho lo suficiente
para contactar con los cuerpos médicos oficiales. Según la versión que Klein
enviaba a David Matthew, que estaña en Escocia, “Bowlby dice que benefi-
ciaría mucho á las discusiones realizar un cambio constitutivo. Se llevó a
término sin particulares emociones y, como provenía de un lado diferente,
influyó en toda la reunión tanto como en Glover mismo. Estaba más bien
sumiso y no reaccionó —al menos no lo hizo en esos momentos— agresiva-
mente ante aquellas afirmaciones. Le habría resultado muy difícil hacerlo
porque, como están las cosas, habría significado realmente que se oponía a la
mayoría de los miembros”.22
En una reunión del 26 de junio de 1943, Bowlby, secundado por
William Gillespie, presentó una propuesta de resolución que decía así;
“Ningún miembro que haya sido presidente, secretario científico, secretario
de formación o secretario de negociaciones durante tres años consecutivos
podrá ser elegido para el mismo cargo hasta que hayan pasado otros dos
años”. Ello provocaría cambios vitales en la Sociedad Británica.
Klein cerraba la carta dirigida a David Matthew con una nota optimista:
“Realmente pienso que hasta ahora nuestras discusiones han hecho que mi
posición y las de mis colaboradores mejorasen mucho, y que fueran muy
fecundas, en especial porque se han producido algunos trabajos valiosos”.
El de Paula Heimann, Some Aspects of the Role of Introjection and
Projection in Early Development, se discutió en la reunión del 23 de junio
de 1943. Por esas fechas la intensidad de los ataques aéreos había aumenta-
do, pero se determinó no trasladar las reuniones de la noche a horas del día
porque un cambio así interferiría en las actividades de los miembros. Parte
MUJERES EN GUERRA [349]
de la asistencia objetó que el trabajo de Heimann era demasiado conciso, ya
que el 20 de octubre había presentado un resumen todavía menor, lo que
suponía casi una tentativa autodestructiva, como ella reconocía, teniendo
especialmente en cuenta que sus detractores habían planteado la cuestión a
fin de sugerir que los conceptos eran incomprensibles.
Aunque Klein había hablado anteriormente de un superyó temprano, se
concentraba ahora en los objetos internos originarios que constituían el
núcleo del yo, formado a partir de la proyección y la introyección. En el
inconsciente, adquirir equivale a devorar, dar se presenta como escupir o
defecar, y la culpa y la ansiedad son los acompañantes de tales actividades.
Relacionaba el instinto de vida y el de muerte con estas fantasías: el objetivo
del instinto de vida es la expulsión del instinto de muerte, el cual de hecho
no puede ser expelido por ser un componente intrínseco del organismo;
pero, como Freud había demostrado, la desviación es la última defensa contra
el instinto de muerte.
Mientras Isaacs tendía a subrayar que los conceptos de Klein eran un
desarrollo lógico de las ideas de Freud, Heimann ponía el acento en las dra-
máticas consecuencias técnicas de la aceptación del instinto de muerte (pro-
blema que Anna Freud había planteado legítimamente en la reunión anterior).
En modo alguno es una cuestión meramente académica la de si aceptamos la teoría
del instinto de muerte, puesto que ello no puede dejar de ejercer una profunda influencia
en nuestro trabajo práctico; por ejemplo, nuestra comprensión de la transferencia negati-
va descansa sobre una base distinta, a la luz de esta teoría, la cual ofrece la perspectiva de
una comprensión más plena en tomo a los difíciles problemas de los síntomas de la pro-
yección y la persecución.
En opinión de Heimann, Freud había dejado sin aclarar qué ocurre entre
el momento de la experiencia con el pecho como ‘"prototipo inalcanzable de
toda satisfacción posterior” y la fase autoerótica. La gran aportación de
Klein había consistido en mostrar que el pecho se retiene definitivamente en
inconsciente y no se renuncia a él en la fase autoerótica. “El pecho inter-
nalizado constituye el núcleo de toda ulterior relación de objeto.”
Verdaderamente, “las experiencias más tempranas sustentan el tipo de res-
puesta ante las personas y los acontecimientos; aquellos que en la primera
infancia han aprendido que la frustración y la ansiedad pueden eliminarse
rápidamente, orientan la vida con una actitud optimista y son capaces de
recuperarse de las decepciones”. Las raíces primeras del superyó derivan del
|pecho “bueno” y del pecho “malo” introyectados, a los que se añaden los
padres buenos y los padres malos, el pene bueno y el pene malo. En conse-
cuencia, los objetos internos pueden ser punitivos, pero pueden ser también
favorables y exaltar la vida. Esto constituía un importante desarrollo a partir
del énfasis puesto inicialmente por Klein en un superyó originario que pre-
dominantemente suscitaba terror.
[350] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Kate Friedlander consideraba que esta teoría contradecía uno de
principios fundamentales del psicoanálisis: el de que dentro del ello convi-
ven instintos antitéticos sin molestarse entre sí. La señorita Hedwig Hoffer
insistía en que el instinto de muerte era una hipótesis biológica, no una hipó-
tesis psicológica. Hasta Sylvia Payne se preocupó ante la indiscriminada uti-
lización de los términos “introyección” e “identificación”:
...es verdad que el propio Freud y muchos otros analistas han utilizado indistinta-
mente los términos “introyección * e “identificación”, pero Freud obviamente no lo hace
de forma sistemática; de hecho está claro que él y otros analistas fundamentales como
Abraham llegan a utilizar el término “introyección” de forma que resulta aplicable al
mecanismo característico de una relación oral originaria con un objeto, mientras que él
elaboró el significado del término “identificación” y lo aplicó a ciertos tipos de relaciones
no sólo [entre] personas sino también [entre] cosas. Al mismo tiempo distinguía entre
identificación y lo que yo llamaría el pleno objeto de amor.
No creo que pueda pasarse por alto, a la ligera, esa confusión en el uso de los térmi-
nos, porque ha provocado que aumentase la comprensión errónea de la obra de la señora
Klein y ha demorado la asimilación de las nuevas ideas a las anteriores.
Susan Isaacs intervino para observar que en la mente del niño pequeño
el sentimiento de omnipotencia reúne el deseo y el acto; en otras palabras;
“una fantasía es a la vez una ‘ficción’ y una función”. Era como si estuvie-
ran intentando explicar la diferencia entre metáfora y comparación y Glover
proclamaba triunfalmente que él sabía que tarde o temprano los kleinianos se
verían obligados a elaborar una metapsicología que se adaptase a sus ideas.
Durante el otoño, Isaacs y Heimann trabajaron en su artículo conjunto
sobre la regresión. Isaacs era muy musical, y cada vez que Heimann se sen-
tía perdiendo energía, aquella se sentaba al piano e interpretaba a Bach para
ella. El nombre de este músico significa en alemán “arroyo” por lo que ella se
ofrecía a continuar tocando hasta que Heimann sintiese que sus pensamientos
fluían nuevamente.
El 15 de diciembre de 1943 ambas mujeres presentaron su trabajo.
Primero examinaban la teoría freudiana de la regresión como principal
mecanismo de la formación de la enfermedad mental cuando la libido es
reprimida por una fijación. No obstante, señalan que esta teoría precede
temporalmente a la teoría freudiana de la dualidad de los instintos por lo que
no considera el papel de la agresión ni da cuenta de las relaciones de objeto.
Para Klein la regresión no necesariamente implica la aparición de material
pregenital ni es simplemente resultado de la frustración.

Aunque algunos analistas conciben la represión en términos principalmente de la


libido, nosotros vemos cambios concurrentes también en los impulsos destructivos, esto
es, dichos impulsos regresan a metas más tempranas, arcaicas; Afirmamos que es esta
MUJERES EN GUERRA [351]
recurrencia de las metas destructivas originarias la que constituye el principal factor
causal en el inicio de la enfermedad mental.
El 16 de febrero de 1944 Melanie Klein tomó parte de la discusión
general por primera vez. Destacó que clínicamente Freud había descrito el
instinto de muerte en términos de agresión dirigida hacia afuera. Si la agre-
sión se desvía; hay una situación diferente a la de un neurótico inhibido
incapaz de externalizar su hostilidad. Además, sus propias conclusiones no
implican o no recaen en el instinto de muerte. Muchos otros analistas han
llegado a la misma conclusión sin creer en el instinto de muerte. Debiera
prestarse más atención a los orígenes de la agresión, suscitada por la frustra-
ción, desde el momento del nacimiento.
También Joan Riviere se incorporó a la discusión intentando corregir a
Payne en su interpretación del instinto de muerte. Payne parecía entenderlo
como un instinto de matar, mientras que Riviere lo veía como un impulso a
recuperar un estado de salud. El estado manifiesto era un estado inanimado,
pero el instinto debe ser un impulso. Freud lo había caracterizado como
fuerza muda y silenciosa, pero no como pasiva e inerte. Freud creía que las
tendencias agresivas surgen de la desviación del instinto de muerte hacia el
exterior bajo la forma de la agresión y la destructividad. Lo que Klein había
observado en su trabajo clínico eran los dos impulsos unidos que luchaban
por lograr el dominio.
La doctora Payne replicó que, a su juicio, era un concepto filosófico,
en tanto que Riviere lo consideraba biológico. En opinión de John Bowlby, sea
cual fuere la especulación que condujo a Freud a este concepto, poseía dos
dificultades específicas: (1) metodológicamente, el instinto de muerte era un
concepto mucho más complicado que el de un instinto agresivo estimulado
por la frustración, el cual podía explicar los fenómenos con suma sencillez.
(2) El instinto de muerte, según lo concebía Freud, era el impulso a retomar al
estado de la materia inanimada. Este impulso se convierte en el impulso a
destruir cosas del mundo externo y se experimenta como tal. Riviere
intentaba hacerle entender que una frustración se experimenta como una
amenaza de muerte. Un bebé que no obtiene el pecho siente: “Me voy a
morir”. El doctor Bowlby no estaba convencido. Podría argüirse, replicaba,
que la razón por la que el organismo no puede soportar la idea de la muerte es
un poderoso instinto de vida.
Con ello concluyeron momentáneamente las controversias.
T RES
────────────

El pacto de damas

ientras en las reuniones de negociación y en las controversias se

M daba rienda suelta a toda la furia, la verdadera lucha por el poder


se estaba librando en la comisión de formación.
En la reunión general del 29 de julio de 1942, la sociedad había dado a
dicha comisión la instrucción de ‘"considerar las consecuencias de las actúa-
les controversias científicas en las cuestiones de formación y elaborar un
informe al respecto”. Había algunas quejas porque la comisión de formación
trabajaba muy lentamente debido a que algunos de sus miembros esperaban
los resultados de las controversias.* Un año más tarde, en la reunión general
del 21 de julio de 1943, James Strachey presentó un informe provisional en el
que subrayaba que el problema que la comisión de formación afrontaba no
era científico, sino político y administrativo: estaban tratando de cuestiones
de conveniencia práctica que reclamaban flexibilidad y acuerdo.
Strachey citaba un párrafo del artículo de la Enciclopedia de Freud,
publicado póstumamente en el último número del International Journal,
El psicoanálisis no es, como las filosofías, un sistema que parte de algunos concep-
tos fundamentales rigurosamente definidos, que procura captar la totalidad del universo
con la ayuda de ellos y que, una vez completo, no deja lugar para nuevos descubrimientos
o para una comprensión más acabada. Por el contrario, el psicoanálisis se atiene a los
hechos de su campo de estudio, procura resolver los problemas inmediatos que se ofre-
* Los miembros de la comisión de formación eran Edward Glover, Sylvia Payne,
Marjorie Brierley, Melanie Klein, James Strachey, John Rickman, Ella Sharpe y Anna
Freud.
EL PACTO DE DAMAS [353]

cen a la observación, intenta avanzar con la ayuda de la experiencia, está siempre incom-
pleto y siempre dispuesto a corregir o a modificar sus teoría. 1
Puesto que el psicoanálisis no consiste en “algunos conceptos funda-
mentales rigurosamente definidos”, Freud había legado a sus seguidores un
desafío administrativo. Strachey chavaba que “sin una guía omnisciente
que nos imponga su opinión”, dificultades como las que ellos afrontaban
estaban destinadas a reaparecer periódicamente. Strachey describía las acti-
tudes de las facciones opuestas en los siguientes términos:
"Sus opiniones son tan insuficientes que son ustedes incapaces de llevar a cabo aná-
lisis de formación o cualquier otro análisis", dice uno de los protagonistas. “Sus opinio-
nes son tan falsas que son ustedes incapaces de llevar a cabo un análisis de formación o
cualquier otro análisis”, dice el otro protagonista.
¿Se puede esperar que hayan criterios que satisfagan a todos los analis-
tas? Strachey está dispuesto a admitir que se le puede denegar la condición
de analista a una persona “que nunca ha escuchado hablar del complejo de
Edipo, o que cree que la claustrofobia es causada por la acción de los rayos
de la luna en el pericráneo”. Añade, con aguda ironía, que no cree que deba
descalificarse a nadie porque no haya leído un artículo de Federn publicado
en la Zeitschrift de 1926, o porque considere que el período de latencia suele
iniciarse más a menudo en la segunda mitad del quinto año que en la prime-
ra mitad del sexto.
Strachey reconoce que Freud, a pesar de sus alardes de libertad para el
ejercicio de la investigación científica, tenía sus momentos de intransigen-
cia. En ese mismo artículo de la Enciclopedia, Freud había dicho que la base
fundamental del psicoanálisis era “la suposición de que hay procesos menta-
les inconscientes, el reconocimiento de la teoría de la defensa y la represión,
y la valoración de la importancia de la sexualidad y del complejo de Edipo”.2
y añade que “nadie que no lo acepte puede considerarse psicoanalista”.
Strachey afirmaba que tal actitud embrutece el progreso psicoanalítico:
¿Consideraríamos todos nosotros que este criterio es adecuado? ¿O pensaríamos
que requería extensión, codificación o precisión antes de mostrarse tan excluyente? Ante
todo, hay una cuestión de fechas. Freud escribió este párrafo en 1922. ¿Se habría sentido
satisfecho con la misma formulación quince años después?
En opinión de Strachey, se puede sostener una teoría “correcta” y ser,
no obstante, un clínico deplorable. Por su parte, él (hablando en nombre de
la mayoría de los miembros de la comisión) sencillamente no podría aceptar
que ciertas teorías conduzcan a conclusiones inevitables. Strachey tenía
grandes dudas en cuanto a que el cuestionario de Glover sirviera para ilus-
trar a los miembros sobre el procedimiento de sus colegas. Por tamo, enten-
[354] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
diendo que sus conclusiones debieran estar inspiradas por una actitud de
abstención del juicio, Strachey proponía a la comisión de formación fijarse la
siguiente tarea:
1. Establecer, con la máxima precisión, los rasgos esenciales de una técnica psi-
coanalítica válida.
2. Determinar si y en qué aspectos se apartan de dichos rasgos esenciales las fac-
ciones enfrentadas en las actuales discusiones.
3. Una vez establecido lo anterior, pasar a considerar la cuestión, puramente polí-
tica, de si es conveniente inhibir, a los que3corresponda, de actuar como analistas de for-
mación o en alguna otra actividad docente.
A diferencia de Glover, que en el anterior cuestionario habría formula-
do preguntas específicas para que se respondiese a ellas, Strachey deja a sus
colegas la libertad de presentar sus enfoques como deseen. La mayoría de
los miembros de la comisión presentó informes sobre sus métodos técnicos,
y durante el segundo semestre de 1943, en las reuniones de la comisión de
formación, se suscitaron largas discusiones al respecto. Estos documentos
son de mucho interés, particularmente los escritos por Melanie Klein y por
Anna Freud. Suele acusarse a Anna Freud de no conocer en absoluto las teo-
rías de Klein, pero su trabajo pone claramente de manifiesto que no se enga-
ñaba sobre las dificultades que había entre ellas. Consideraba que la crítica
dirigida a la comisión de formación por su retraso era injusta, pues no podía
entender cómo llegar a conclusiones definitivas mientras no concluyes en las
controversias. No obstante, como la comisión actuaba bajo instrucciones de
la Sociedad, tenía que decir que ella consideraba la cuestión en términos de
alternativas excluyentes:
1. Si los nuevos hallazgos y las teorías de la señora Klein conducen necesaria-
mente a transformaciones e innovaciones del procedimiento técnico, y
2. de ser ése el caso, si la comisión de formación considera que su tarea es ense-
ñar una teoría analítica y una técnica principales o si desea crear un foro abierto para la
enseñanza libre de todas las teorías analíticas actuales y de las técnicas consiguientes.
Pasaba a señalar una cuestión legítima que Strachey no había conside-
rado, a saber, “que todo nuevo paso teórico produce cambios técnicos, y que
toda innovación técnica produce nuevos hallazgos que pueden no haberse
descubierto con los métodos anteriores”.
De ser así, era lógico preguntarse: aparte de sustituir la hipnosis por la
asociación libre, ¿modificó Freud su técnica con cada uno de sus descubrí-
mientos, especialmente después de formular el instinto de muerte? En reali-
dad, Freud tenía muy poco que decir sobre su técnica real.* .!
* La mayor parte de sus comentarios están incluidos en Studies on Hysteria (1893-
1895), Five Lectures on Psycho-Analysis (1910) y The Future Prospects of Psycho-
Analysis (1910).
EL PACTO DE DAMAS [355]
Anna Freud pasaba entonces a presentar una lista, en orden cronológi-
cos intentos de revisión de la técnica “clásica”:
1. Una valoración especial de la represión de la libido como agente patógeno dio
a la llamada “técnica activa” de Ferenczi y Rank.
2. El trauma del nacimiento, postulado por Rank como principal factor patológi-
co como resultado la regla técnica de planificar el final del análisis.
3. La gran importancia que Ferenczi adjudicó a ciertas frustraciones padecidas
por el niño en fases tempranas de su relación con la madre, condujo a prescripciones téc-
nicas concernientes a una actitud indulgente del analista, que deliberadamente se propo-
nía repetir la relación de madre e hijo entre el analista y el paciente.
4. Reich, que atribuía la falta de un desarrollo normal de las facultades genitales a
una represión temprana de las actitudes agresivas, desarrolló una serie de reglas técnicas
que se proponían especialmente reproducir escenas agresivas entre analista y paciente,
etcétera.
Dirigiéndose entonces a Melanie Klein, Anna Freud señala que Klein
aún no ha manifestado explícitamente qué cambios han tenido lugar en su
técnica a consecuencia de su más reciente teoría de la neurosis. Reiteraba
que era poco el provecho que podía sacarse mientras esto no apareciese en
las discusiones científicas del momento. Podían deducirse algunas diferen-
cias; la más destacada parecía ser “el énfasis casi exclusivo que la señora
Klein pone en todo el material de transferencia, frente al material que emer-
ge en los sueños, en las asociaciones verbales, en los recuerdos y en los
recuerdos encubridores”. En el análisis ortodoxo tiene lugar una interpreta-
ción del material de transferencia sólo en los últimos estadios, después de
que, mediante intentos sistemáticos, se ha logrado que emerjan los niveles
más profundos (o, al menos, así consta en El yo y los mecanismos de defen-
sa). En aquellos momentos había aparecido la “neurosis de transferencia”
(kleinianos como Elliot Jaques decían que sencillamente no sabían qué sig-
nificaba esta expresión). A diferencia de Anna Freud, Klein suponía que las
reacciones de transferencia se producen desde el comienzo mismo del análi-
sis y que es importante interpretarlas inmediatamente, porque el analista es
“todavía una magnitud desconocida, esto es, un objeto de la fantasía, y por-
que las distorsiones de un traslado así se corrigen lentamente y disminuyen
con la experiencia real, en la que los objetos devienen conocidos y familia-
res”.
Los objetivos de las dos mujeres eran por tanto completamente diferen-
tes. El análisis “freudiano” intenta anular las represiones presuponiendo que
la ampliación de la conciencia pone al yo en condiciones de gobernar al ello.
La teoría de Klein, por otra parte, al atribuir gran importancia a los mecanis-
mos de introyección y de proyección, confía en obtener resultados benefi-
ciosos de las reducciones y las transformaciones de los “llamados objetos
internalizados y sus interrelaciones con la realidad externa”. Anna Freud
[356] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
tenía razón al declarar que los mismos artificios técnicos no pueden servir a
ambos propósitos, pero suponía erróneamente que compartían el objetivo de
poner al descubierto la realidad psíquica, porque la máxima preocupación; de
Klein era la reducción de la ansiedad. Puede decirse que el enfoque de Anna
Freud se inscribía más bien en la tradición de la idea de progreso del siglo
XIX, según la cual el hombre puede aprender a dominar su destino, en tanto
que Klein acepta los niveles más oscuros y profundos de la conciencia-
humana.
Anna Freud se preguntaba adónde iba a parar todo aquello, cómo puede
establecerse un programa de enseñanza si se acepta toda teoría nueva. ¿No : se
crearía una situación similar a la del brutal eclecticismo de la clínica?
Tavistock? El resultado supondría seguramente la disolución de todas las
sociedades psicoanalíticas, que se habían fundado con la finalidad explícita
de enseñar una teoría coherente.
El informe de Melanie Klein no registra ningún desacuerdo con la críti-
ca que Anna Freud había hecho de su método. La técnica que ella empleaba
con los adultos estaba totalmente influida por su experiencia con niños
pequeños, donde había descubierto que la transferencia se produce desde el
comienzo mismo. “Cuando se ha establecido la situación analítica, el analis-
ta ocupa el lugar de los objetos originarios, y el paciente, como sabemos,
lucha de nuevo con sentimientos y conflictos que ahora reviven, y con las
mismas defensas empleadas en la situación originaria.” El analista no sólo
representa a personas reales, tanto del pasado como del presente, sino tam-
bién a los objetos internalizados que desde la primera infancia han incidido
en la formación del superyó. El analista debe asegurarse de que se registra
una constante interacción entre la realidad y la fantasía, para que la distin-
ción no desaparezca. Además, en la situación de transferencia, las figuras
pertenecen siempre a situaciones específicas, y sólo al percibir tales situa-
ciones puede el analizando comprender la naturaleza y el contenido de los
sentimientos transferidos. No se trata de una situación unívoca sino de la
mise en scène de un complejo mosaico de actores y emociones.
En cuanto a sus preocupaciones por la ansiedad y la culpa, el trabajo
hecho por Melanie Klein con los niños la había hecho comprender que los
impulsos destructivos pueden dirigirse al objeto amado; “por eso las vicisi-
tudes de la libido sólo pueden comprenderse plenamente en relación con las
ansiedades tempranas de las que dependen íntimamente”. Su técnica varía
de un paciente a otro, pero su enfoque siempre estaba regido por sus preocu-
paciones por los orígenes de la ansiedad y la culpa.
En su presentación, dover reiteraba su afirmación de que el sistema de
formación se había venido abajo. Consideraba a Klein responsable tanto de
haber creado durante las transferencias de formación una situación de tensión,
como de la reactivación de viejas transferencias.
EL PACTO DE DAMAS [357]
En cuanto a los docentes, no parece difícil abandonar la idea de que, cuanto menos,
deben tener la perspicacia necesaria para no hacer de las opiniones polémicas un elemen-
to esencial y obligatorio de su instrucción. Se sigue, por tanto, que en mi opinión el prin-
cipal defecto de nuestro sistema de formación ha sido la selección de docentes que,
hablando estrictamente, no están calificados para enseñar a las criaturas más impresiona-
bles: el estudiante en formación.
Según Marión Milner, que por aquel entonces era estudiante, el propio
Glover era en gran medida el responsable de inquietar a los estudiantes
diciéndoles que se dañaba su libertad.4
Marjorie Brierley presentó un informe, extraordinariamente amplio, de
su propia experiencia, única, puesto que no hizo intento alguno de minimizar
los errores del pasado. Su propia técnica variaba de un paciente a otro hasta
tal punto que a veces pensaba no tener ninguna. Para ella la meta del psicoa-
nálisis era “la reintegración del yo, sobre una base de realidad”, trabajo de
restauración en el que ella se consideraba un superyó auxiliar. A través de los
años había llegado a considerarse, cada vez más, un miembro activo del
proceso. La investigación y la terapia no se llevan bien entre sí, según ella:
Juzgo que reunir la terapia y la investigación es sumamente desventajoso porque la
ansiedad terapéutica interfiere en la enseñanza. Aprendería cada vez más rápidamente si
concibiese al paciente como a un conejillo de Indias y por lo que sé, creo que también
podría irle bien al paciente. Pero desde el comienzo hasta el final sigue siendo obstinada-
mente un prójimo cuyas demandas terapéuticas reclamen una prioridad frente a los inte-
reses de la investigación.
Aludiendo a las teorías de Klein, Brierley vincula (implícitamente) la
posición depresiva con la moralidad esfinteriana de Ferenczi; y en las raras
ocasiones en que formula interpretaciones referentes a los objetos internos,
Brierley los relaciona con situaciones de la vida. Creía también que tras
finalizar el análisis era importante humanizar la relación entre el analista y el
paciente y debilitar el vínculo de la transferencia. Klein le había ayudado a
comprender las complicadas interrelaciones entre los aspectos oral, anal y
genital de la experiencia, pero le objetaba que hiciese generalizaciones apre-
suradas: “Creo que pueda sentir lo que ciertos bebés sienten en determinadas
circunstancias. No creo que necesariamente sepa cómo se sienten los bebés en
todas las circunstancias.” La alarmaba que Klein realmente hubiera hip-
notizado a la Sociedad en los últimos años, hasta el punto de que casi todos
los miembros le consultaban sus casos. “Creo que esto está tan lejos de ser
beneficioso que sigo siendo uno de los pocos miembros que nunca han con-
sultado a la señora Klein en ese sentido. “Lo que muchos miembros hacían
era tratarla como un “objeto idealizado”. “Es esta una situación virtualmente
peligrosa, porque el objeto idealizado corre siempre el riesgo de convertirse
en su denigrado opuesto, a menos que se inflame su bondad constantemente
[358] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
mediante un amor sobrecompensatorio que lo resguarde de la agresión.” Si
los que se forman con Klein acaban identificando sus analistas con objetos
ideales, ‘‘inevitablemente tienden a convertirse en copistas que siguen a su
guía. Se crearán la necesidad psíquica de asimilar totalmente la formación
sin aplicar nunca sus criterios a lo que se les está enseñando”. Ja
Tanto Brierley como Ella Sharpe coincidían con la doctora Payne, quien
escribía que “ninguna técnica es buena, aunque se aplique, si el analista la
considera el único método para salvar al paciente y como método exacto
cuyo éxito depende de su exactitud”. En Payne son particularmente intere-
santes sus recuerdos de cuando la analizaba James Glover. Cuando inició
con él, en 1919, su análisis de formación, se sentaron uno frente a otro y él
tomó nota de todas sus palabras. Después, tras regresar de su análisis con
Abraham en Berlín, él cambió su técnica: ella yacía en el diván, Glover se
sentaba junto a ella y normalmente expresaba sus interpretaciones al final de
la sesión. Sólo se formulaban interpretaciones del material de transferencia
cuando en éste había pruebas indudables. “El analista era muy pasivo”, tal
como encontró que Sachs era muy sistemático en su posterior análisis con él.
Payne hizo entonces una observación que nunca ha sido suficientemen-
te reconocida: que ya antes de la llegada de Klein, algunos analistas ingleses
habían empezado a valorar muy activamente las interpretaciones de la trans-
ferencia. Esto es interesante porque habitualmente se supone que el grupo
inglés sucumbió al hechizo de la transferencia tras la llegada de Klein.*
Payne, a pesar de la considerable tendencia a la interpretación de la transfe-
rencia durante los últimos años, se abstenía de la participación activa a
menos que se le presentara material real, en tanto observaba que aparente-
mente Klein consideraba oportuno referir toda experiencia interna y externa
a la transferencia. •
Hablando como médico que ha practicado la sugestión, Payne sabía
muy bien que la interpretación en el comienzo del análisis puede reanimar la
imagen inconsciente de los padres. Consideraba muy desventajosa una
situación en la que la sugestión directa incentiva activamente la transferencia:
Sé muy bien que la meta es la resolución final de las situaciones de ansiedad aso-
ciadas con las relaciones de objeto originarias en el yo, pero está la resolución, ¿tiende a
incentivar la persistencia de una imagen paterna omnipotente de matiz favorable antes que
un yo integrado independiente?
* El 13 de diciembre de 1926 Ferenczi escribía a Jones en inglés defendiéndose de
la acusación de éste en el sentido de que sus obras eran “fantasiosas”: “Yo tampoco leo sus
obras con sincero placer. Si mis obras son extravagantes y fantasiosas, las suyas suelen
darme la impresión de una especie de violencia lógico-sádica, especialmente las obras
que, dicho sea de paso, son igualmente fantasiosas, sobre análisis infantil que han apare-
cido. Estas obras de su grupo inglés no me han gustado en absoluto”.
EL PACTO DE DAMAS [359]
Había diferencias indudables entre las técnicas de los analistas ingleses
y la de los vieneses; Payne creía que tales diferencias eran tan inevitables
como las existentes entre los médicos partidarios de alguna forma de terapia.
“La terapia no puede ser una ciencia.”
Con los datos reunidos, el Informe de Strachey estaba listo para
presentarse el 24 de enero de 1944. Había presentado a la comisión de
formación la tesis de que su funcionamiento no era posible con dos grupos
de opiniones teóricas incompatibles. La mayoría de los miembros no podía
aceptar esta desesperanzados idea; y para deshacerse de ella determinaron
examinar los propósitos de la formación.
El primero era el análisis de formación que, bajo su perspectiva, no
difería esencialmente del análisis terapéutico. No obstante, adoptando una
actitud realista, era necesario reconocer que en los análisis de formación
había una enorme tentación de influir en las opiniones teóricas del candida-
to Por tanto, parecía razonable excluir de la designación como analistas de
formación a las personas muy comprometidas en la polémica de aquellos
momentos. Lo mismo parecía ocurrir con los analistas de control, de quienes
se requería que obrasen con juicio, equilibrio y tacto, cualidades que muy
poco tenían que ver con puntos de vista extremos o intransigentes.
Seguramente no había razones para excluir los temas polémicos de los semi-
narios y de las lecciones; en realidad debían tratarse ampliamente para que los
candidatos supieran de ellos. Pero cuando se llegaba a los análisis de for-
mación, surgía un peligro real.
En consecuencia, la comisión de formación presentaba cuatro
propuestas:
1. Que tan pronto como fuese posible, una vez concluida la guerra en Europa, la
sociedad eligiese una nueva comisión de formación.
2. Que al elegir los miembros de la nueva comisión de formación, la Sociedad
tuviese deliberadamente presente la inconveniencia de designar a personas notoriamente
involucradas en polémicas científicas o personales.
3. Que en la selección de personas para las funciones de analistas de formación o
de control se evite, en la medida de lo posible, a las personas cuyo deseo de consolidar
puntos de vista extremos o intransigentes presente indicios de afectar la corrección de su
procedimiento técnico o de interferir en la imparcialidad de su juicio.
4. Que, por otra parte, se le dé a la nueva comisión de formación la instrucción
precisa de proporcionar a todo candidato, mediante la asistencia a seminarios y a leccio-
nes, la oportunidad de obtener el más detallado y amplio conocimiento de las distintas
opiniones sustentadas en la Sociedad, incluyendo las más radicales.
Como era de esperar, Edward Glover se mostró en profundo desacuerdo
con los presupuestos que animaban el informe. Aunque antiguamente se
lamentaba de que “el partido de Klein” se iba adueñando de la Sociedad,
reconocía ahora que la comisión estaba dividida en dos facciones igualmen-
[360] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
te poderosas. Por su parte, a fin de superar las dificultades había sugerido
abolir el equipo de formación, dejando que algunos analistas competente
realizasen los análisis de los candidatos por tumos. Decía al final: M
Me parece que existen dos alternativas. O la Sociedad actúa como juez al respecto
de la validez de las opiniones enfrentadas y prohíbe la enseñanza de opiniones considera-
das no válidas o discutibles; o la comisión de formación organiza dos o más sistemas de
formación, pudiendo los candidatos formarse exclusivamente en un sistema determina-
do*. Por absurdo que pueda parecer tal sistema a un observador casual, es el único que
evitaría momentáneamente una escisión formal de la Sociedad. Lamento llegar a esta
conclusión. Durante mucho tiempo consideré que los candidatos debían tener suficiente
perspicacia para percibir la idiosincrasia de sus maestros. Evidentemente, eso es esperar
demasiado.
Debe advertirse que esta conclusión no parece armonizar con las mani-
festaciones de Glover sobre el “horrible dominio” de la transferencia.
En esta asamblea de la comisión de formación, el 24 de enero de 1944
Anna Freud preguntó si ella era una de las facciones aludidas en el informe
de Strachey; y, como así parecía, se consideró insultada y dispuesta a renun-
ciar a la comisión de formación. Los demás miembros de la comisión le
rogaron que no se precipitara, que reconsiderara la cuestión. También
Glover ofreció su dimisión, no sólo a la comisión de formación, sino tam-
bién a la Sociedad. A él no se le rogó que reconsiderara la situación. Era una
decisión premeditada, porque antes de la reunión había pasado por casa de
los Schmiedeberg para contarles lo que pensaba hacer. Klein enviaba noti-
cias a los miembros de su grupo sobre el dramático giro de los
acontecimientos.
...Por lo que a mí respecta, termina ahora una disputa que ha durado nueve años; y
como he tenido mucha paciencia en interés de la obra, de la Sociedad y del futuro del
psicoanálisis, creo que lodos nosotros debemos seguir en el futuro una cautelosa política.
No dudo de que Glover se propone hacer que la contienda, que hasta ahora ha sido más o,
menos interna, se transforme en una contienda pública. Atacará, supongo, a la Sociedad
por no ser freudiana, etcétera, y no tengo ni idea de lo que hará conmigo en sus libros o por
otras vías. No obstante, esto es mucho menos desagradable que tenerlo dentro de la
Sociedad. Lo más probable es que forme un nuevo grupo... No sé qué va a hacer Anna
Freud. Como he dicho conserva su condición de miembro. No puedo decir si eso signifi-
ca que está esperando ver de qué modo inicia Glover una nueva sociedad, o si no5 quiere
unirse a él. Pero sin Glover es una antagonista mucho menos peligrosa y molesta.
El 28 de enero de 1944, Glover escribía a Jones una carta en la que
reflexionaba acerca de la situación:
* Esa fue finalmente la solución.
EL PACTO DE DAMAS [361]
Mirando retrospectivamente la situación, considero que había mucho de inteligente pre-
visión en su sugerencia de que la Sociedad dejase de funcionar durante la guerra. Pero no
creo que a la larga ello hubiese supuesto una diferencia.
Me sorprende hasta qué punto coincidimos en lo esencial. En primer lugar, creo cierta-
mente que es una sociedad dominada por hembras (su hipótesis favorita). Además, tengo
un sentimiento de total satisfacción: formamos un buen equipo juntos hasta que empezó el
enredo de Klein. Sin ser excesivamente sentencioso, mantengo la tradición profesional de
lealtad hacia usted como Primero en el mando, y no tengo inconveniente en pagar los
platos rotos en este asunto. Volvería a hacerlo de nuevo.6
En una entrevista que concedió a Bluma Swerdloff en 1965, Glover
recordaba la situación: “Los sistemas de formación se habían convenido en
una lucha política por el poder, ligeramente encubierta por pretendidas
explicaciones de que, por insatisfactorias que hayan resultado las políticas
eclécticas en psicoterapia general, de algún modo había adquirido una virtud
al desarrollarse como sistema de enseñanza. Y recuerdo bien el estado de
relativa euforia que experimenté cuando, tras mi renuncia, ya7 no tenía
necesidad de refrenar las críticas por ser directivo de la Sociedad”. (¡De qué
manera tan política ve uno su conducta en el pasado!)
El 2 de febrero de 1944 se convocó a una reunión extraordinaria, en la
cual Sylvia Payne dio a conocer formalmente a la Sociedad la dimisión de
Glover. Durante la reunión se escuchó la alarma de ataque aéreo, pero nadie
se movió de su asiento. Antes de leer la notificación de Glover, Payne
comentó los cambios que necesariamente debían llevarse a cabo. La comi-
sión de emergencia de guerra constituida en 1940 y formada por Glover y
por la propia Payne, ya no existía; y en la reunión del concejo de aquella
mañana se decidió que Payne asumiera la presidencia durante la ausencia de
Jones, y que Brierley actuara como secretaria científica en lugar de Glover.
Payne leyó entonces la carta de dimisión de Glover, en la cual predecía la
futura situación de las Sociedad:
...La actual situación, bajo mi punto de vista, continúa así: la serie de controversias
terminará en agua de borrajas. En realidad ya carece de objeto continuarlas. El grupo de
Klein seguirá afirmando que sus opiniones son estricta o legítimamente freudianas, por
no decir válidas ampliaciones de la obra de Freud. El “viejo grupo intermedio” adoptará
no decir postura contraria, pero terminará diciendo que no hay razones para la ruptura. Los
miembros independientes se sentirán perplejos, pero no considerarán necesaria la dimi-
sión. Sólo los freudianos vieneses y algunos miembros aislados continuarán insistiendo en
que las opiniones de Klein no son analíticas; y se los excluirá mediante una combinación
del grupo kleiniano con cualesquiera otros grupos más jóvenes que no estén tan inte-
resados en las presentes polémicas como en la futura administración de la Sociedad; de
modo que el resultado es una conclusión inevitable...
La doctora Payne explicó entonces a los miembros que en un principio
[362] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
ella había considerado que se trataba de una carta personal. Después había
escrito a Glover para expresarle su desilusión por la decisión que éste había
tomado, teniendo en cuenta que siempre habían trabajado en cooperación
hasta que se suscitaron en la sociedad aquellas molestas desavenencias. Ella
se había propuesto arreglar la situación pero él estaba decidido por su ruptu-
ra. Glover le envió entonces esta carta, que a continuación se disponía a leer
ante la Sociedad, en la que Glover expresaba su preocupación por la “des-
viación kleiniana”:
Wimpol ST. 18 W1
1 de febrero de 1944
Estimada doctora Payne:
...usted decía que hemos colaborado juntos hasta que las desavenencias en la Sociedad
se hicieron molestas y que, por tanto, nuestros objetivos devinieron opuestos, ya que yo
“trabajé por la ruptura” y usted “trabajó por la solución”. No me atañe hacer ningún
comentario personal al respecto de la segunda parte de esta afirmación. Me limitaré a
decir que debe distinguirse el acuerdo científico del administrativo; y, también, que las
soluciones que desestiman cuestiones de principios, a menudo concluyen acelerando la
ruptura que se aspira a evitar, tal como realmente ha ocurrido en este caso. Por otra parte,
su sugerencia de que yo “he trabajado por la ruptura” (aunque limitada en cuanto a su
referencia temporal) fácilmente podría dar lugar a una falsa impresión. Debo, por tanto,
afirmar categóricamente que nunca he trabajado por la ruptura, nunca he pedido a nadie
que se marchase, me he negado a producir una ruptura cuando se me instaba a hacerlo, y
firmemente me he negado a constituir una de las facciones en los movimientos que se
producían entre bastidores, tal como ha ocurrido frecuentemente en la Sociedad desde
1925. Ahora sencillamente he ejercido el privilegio de apartarme de la Sociedad (a) por-
que la tendencia general y la formación han devenido acientíficos y (b) porque se ha
vuelto cada vez menos freudiana y con ello se ha alejado de sus objetivos originarios.
Es verdad, por supuesto, que he criticado la desviación kleiniana cada vez con más fuer-
za y claridad desde 1934, cuando la facción de Klein adoptó la teoría de una “posición
depresiva central” (junto con todo lo que dicha teoría supone). Pero esta crítica, lejos de
constituir un “trabajo por la ruptura”, es un ejercicio legítimo de crítica científica .
Cuando poco después de la aparición de Das Trauma der Geburt de Rank, el difunto
James Glover y yo preparamos una amplia crítica contraria a esa Teoría del
Nacimiento... no se sugirió que estuviéramos trabajando por la ruptura, aunque de hecho
atacábamos la Teoría del Nacimiento en un momento en que muchos analistas creían cie-
gamente en ella. Además, la actual cuestión puede esclarecerse si señalo que las teoría
más recientes de la señora Klein, aunque por su contenido difieren de las de Rank, cons
tituyen una desviación del psicoanálisis del mismo orden. Las implicaciones son idénti-
cas y las teorías son inapropiadas precisamente por las mismas razones por las que lo eran
las de Rank. La semejanza entre las dos desviaciones es realmente notable.
Puedo señalar, además, que durante lo que he llamado la “primera fase” de la teorización
de la señora Klein (esto es, antes de 1934), me aparté de mi camino a fin de hallar una
base común entre algunas de sus opiniones y la doctrina freudiana clásica. Cualquiera
que asistía a los congresos psicoanalíticos sabía perfectamente que ni siquiera sus
opiniones más tempranas eran aceptadas por rama alguna de las Asociación Psicoanalítica,
EL PACTO DE DAMAS [363]
salvo la Sociedad Británica, y que, aun así. no lo eran por toda la Sociedad Británica. En
el Congreso de Oxford presenté una comunicación encauzada a alcanzar un compromiso,
razón por la que la mayor de nuestros colegas europeos la censuraron. Pero ya
durante esa primera fase me preocupaban profundamente dos manifestaciones que se
registraron en la Sociedad: (a) la paralización de la discusión científica en la Sociedad,
donde la aceptación o el rechazo de las concepciones de la señora Klein se convirtió en una
especie de prueba religiosa; (b) la política de la comisión de formación. Puedo, por
consiguiente, concluir esta carga con algunos comentarios sobre la situación de la
formación según se ha desarrollado desde 1923 hasta hoy.
Siempre he afirmado que la capacidad de influir en el futuro del psicoanálisis no depende
las discusiones científicas de la Sociedad sino de la política de la comisión de forma-
ción. La operación de manejar las transferencias y las contratransferencias es el factor
decisivo. Cuando las diferencias de opinión se toman muy marcadas, automáticamente
estas transferencias hacen que el nivel de la formación descienda desde el plano científi-
camente cuasireligioso. Desafortunadamente, en la comisión de formación, esto nunca se
admitió abiertamente. Por el contrario, se desarrolló hasta tal punto la fingida alabanza
del mito del “analista formado (y por tanto imparcial)” que se encontraba, en mi opinión,
al borde de la hipocresía consciente. Los resultados de esta política no se hicieron espe-
rar ya antes de la guerra, la comisión se vio obligada a considerar la posibilidad de tener
dos sistemas de formación distintos, los cuales se apoyaron abiertamente durante el perí-
odo de guerra. A los candidatos que deseaban una formación kleiniana se les asignaban
analistas y controles kleinianos. A los candidatos que preferían una formación puramente
freudiana se les asignaba analistas y controles freudianos. A los que no tenían preferen-
cias especiales se les ofrecía un menú ordinario. Pero sus opiniones futuras y sus carreras
profesionales estarían determinadas en última instancia por el azar de la asignación. Aun
así, durante mis últimos años en la comisión de formación me resistí a una ruptura. Pero
veo ahora que esta posición es imposible no sólo para los candidatos sino para el psicoa-
nálisis.
Y así, cuando, desde su proyecto de informe, se hizo manifiesto que la comisión todavía
estaba dispuesta a simular que este problema real era “un dilema ficticio”, sólo pude llegar
a la conclusión de que no había perspectivas de progreso científico en la Sociedad misma.
Porque si la formación no es científica, qué esperanza puede haber de establecer pautas
científicas entre miembros cuyo ingreso en la sociedad depende de que se ajusten a las
reglas de la comisión de formación. Es, con mucho, mejor desechar todo el sistema y
empezar de nuevo.
Suyo,

Edward Glover
P.S. Después de haber escrito esta carta me entero de que la señorita Freud ha renunciado
a la comisión de formación. Casi no necesito decir que, aunque ha tomado su decisión con
independencia de toda influencia mía; no estoy en absoluto sorprendido: ¡tan mani-
fiestamente contradice la situación real el fantástico énfasis que el informe del señor
Strachey en la supuesta capacidad de los analistas de formación para incentivar la objeti-
vidad en sus candidatos! Como señalo en mi “Comentario”: si ése fuera en realidad el
caso, los candidatos habrían avanzado ya mucho más que los analistas que los forman y
estarían por tanto en condiciones de analizar a sus analistas de formación con cierto pro-
vecho para éstos.
E. G.
[364] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Melitta Schmiedeberg y Barbara Low instaron a Sylvia Payne a que
revelara las razones por las que Anna Freud había renunciado a la comisión de
formación. Payne respondió que la comisión de formación aún no había|
tenido la oportunidad de discutir este aspecto de la situación, especialmente
porque Strachey había retirado su proyecto de informe y había solicitado
que se postergara su discusión hasta que se comunicase a la sociedad la
renuncia del doctor Glover, reservando la discusión para los miembros pre-
sentes si no se marchaban los que disentían. A muchos, entre los que se con-
taban Kate Friedlander y Adrián Stephen, esta explicación les resultó insa-
tisfactoria.
“La hija de Freud ha tenido que dimitir”, declaró dramáticamente
Barbara Low. “Evidentemente tenemos que discutirlo.” El doctor George
Franklin (analizando de Melitta Schmiedeberg) subrayó que estaba seguro de
que más miembros habrían asistido a la reunión de haber sabido que se anun-
ciaría la dimisión de Glover, a lo que Payne respondió que ella creía que los
miembros vieneses estaban al corriente de los acontecimientos, dando a
entender con ello que deliberadamente se habían abstenido de asistir.
Low opinaba que la dimisión de Glover era un desastre, puesto que “el
representa el psicoanálisis en este país. El psicoanálisis freudiano”. Creía
que su renuncia sería fatal para el futuro de la Sociedad y proponía a los
miembros que solicitaran a Glover que reconsiderase su decisión.
En ese punto el doctor Bowlby realizó una vehemente declaración. No
deseaba discutir si el doctor Glover era “la persona valiosa” del psicoanáli-
sis inglés, pero el hecho en cuestión era que había hecho tanto mal como
bien. En un reciente programa de radio informativo, de emisión semanal,
“Cavalcade”, había atacado a los psiquiatras del ejército por lo que cuatro
miembros (Rickman, Adrián Stephen, el doctor G.A. Wilson y el mismo
Bowlby) le discutieron enérgicamente. Las observaciones, particularmente
ofensivas, hechas en una entrevista de “Cavalcade” del 1 de enero de 1944,
habían sido resumidas por The Listener. Se había formulado a Glover la
siguiente pregunta.
P. ¿Cree usted que el aumento del ámbito psicológico, producto de las actuales experie-
cias de los psiquiatras militares (por ejemplo, la elección de voluntarios mediante tests)
determinará la industria de postguerra? ¿Es ésa una tendencia que puede afectar negati-
vamente los derechos del individuo?
R. Mi respuesta a las dos preguntas es afirmativa, pues no sólo interesará a los empresa-
rios y al Estado asegurarse al den por cien la eficiencia de sus empleados, sino que los
psiquiatras del ejército se sienten muy orgullosos del uso de los tests de selección, por lo
que es probable que promuevan estos métodos ante las autoridades en tiempo de paz. No
hay duda de que se justificará esta maniobra con el pretexto de que ello también favorecer
al individuo. Por supuesto, es beneficioso para los individuos perturbados el tener una
ocupación apropiada, y si las personas normales necesitan de una orientación, deben
tenerla, en el supuesto de que sea realmente buena.
EL PACTO DE DAMAS [365]
DIFERENCIA
Pero hay una gran diferencia entre la selección terapéutica (o preventiva) de personas
orinales y la selección de individuos normales a instancias de los ministerios de las
federaciones de empresarios. Una protección parcial consistiría en someter a todos los
psiquiatras del ejercito a un curso de “rehabilitación” (como se llaman los que ellos
imponen a los demás) a fin de que puedan recuperar una visión adecuada de los derechos de
los ciudadanos. Sin la debida protección, este sistema puede contener las semillas del
nazismo sea lo que fuere lo que los especialistas digan.
Bowlby estaba muy enfadado porque estos comentarios habían llegado
inesperadamente y porque Glover no había tenido la gentileza de comunicar
sus opiniones a ninguno de los psiquiatras del ejército. “Es el método, no la
cuestión, lo que ha despertado críticas en los ámbitos médicos”, señalaba
finalmente Bowlby. Le preocupaba la posibilidad de que el público general
considerara que sus opiniones representaban a la Sociedad Psicoanalítica
Británica, Winnicott estaba de acuerdo en que Glover había cometido una
indiscreción, pero ello tenía poco que ver con la cuestión en debate, esto es,
la dimisión de Glover ante la Sociedad. Fue al mismo tiempo una reunión
sobria y rica en acontecimientos.
En la siguiente reunión de la comisión de formación, el 9 de febrero de
1944, la doctora Payne comentó que no le había quedado claro si la renuncia
de Anua Freud era definitiva, objeción que los demás miembros, salvo
Melanie Klein, compartían. No obstante, finalmente coincidieron en que ése
debía de ser el deseo de Anna Freud, puesto que después se lo había hecho
saber a sus colegas y a sus candidatos. Se acordó asimismo que James
Strachey debía redactar una versión revisada de su proyecto de informe, el
cual, después de que se discutiera en la comisión de formación, se presentaría
en la próxima reunión de negociaciones el 8 de marzo.
En esa reunión de marzo, la Sociedad aprobó una resolución en la que
se censuraba la dimisión de Glover, con un voto en contra. Strachey declaró
entonces que aunque se relacionaba con su nombre, el proyecto de informe
representaba realmente las opiniones de todos los miembros de la comisión
de formación, con la excepción de Anna Freud y Glover. Su objetivo princi-
pal era evitar futuras rupturas dentro de la sociedad, tal como estaba ocu-
rriendo en otros países, especialmente en los Estados Unidos: ‘‘Siempre
intervienen factores emocionales individuales con los que no se puede
luchar. Pero podemos revisar el método de formación y aconsejar uno que,
en la medida de lo posible, impida las divisiones”. Las únicas diferencias
importantes respecto del informe anterior eran de naturaleza práctica. Por
ejemplo, se sugería que se eligiera deliberadamente por lo menos a uno de
los analistas del candidato que difiriera del analista de formación en carácter,
intereses y método de abordar el psicoanálisis.
La comisión sugería que esporádicamente algunos de los miembros
[366] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
asistieran a seminarios sobre los casos a cargo de distintos analistas de for-
mación, a fin de que obtuviesen un conocimiento detallado de los métodos
técnicos de otros analistas. Se estuvo en general de acuerdo en que una
buena técnica era “un buen manejo de la transferencia y la contratransferen-
cia ”: una caracterización bastante inocua. Por último, la comisión de forma-
ción recomendaba que se eligiese una nueva comisión de formación tan
pronto como fuera posible. Marjorie Brierley era la única entre los miem-
bros de esa comisión que tenía aún otra propuesta: “Personalmente conside-
ro deseable que se forme a todos los futuros profesionales para realizar al
menos exámenes individuales tanto de datos observables como de teoría. La
verificación es una responsabilidad común en la que todos los miembros
deben participar, les interesen o no otros aspectos de la investigación”. El
informe fue entonces debatido.
Melitta Schmiedeberg preguntó si la señorita Freud había hecho una
declaración, a lo que la doctora Payne respondió que no había querido
hacerlo. La doctora Friedlander preguntó si en los últimos años se acostum-
braba a consultar a los candidatos si deseaban dirigirse a un analista freudia-
no o a uno kleiniano, a lo que Payne respondió: "Explicaré cuál era la cos-
tumbre. Si un candidato era presentado por un analista de formación, enton-
ces se dirigía a éste o a alguien que él recomendase. Es razonable que si el
candidato tiene una preferencia se le conceda el derecho de considerarla.
Nunca se ha preguntado a los candidatos si querían ir a un analista freudiano
o a uno kleiniano”.*
Glover fue sincero a propósito de sus maniobras en ese terreno cuando
en 1965 Bluma Swerdloff le preguntó al respecto: “La formación era la
clave de todo el problema”, observaba. “Al notar que la formación se volvía
cada vez más tendenciosa y que nos amenazaba un grupo kleiniano, tuve la
suficiente falta de escrúpulos para ver que la señora Klein tenía muchos can-
didatos inútiles,** y que los candidatos de mérito se traspasaban a lo que
ahora llamaríamos freudianos clásicos, con la esperanza de que recibieran una
formación clásica. Si después querían cambiar de opinión, enhorabuena,
pero en todo caso debían recibir una formación que no fuese polémica, una
formación unificada.”* Glover era algo retorcido: en 1943 había acusado a
Klein de apoderarse de la mayor proporción de candidatos; ahora decía que le
daba los incapaces.
Michael Balint hizo entonces una importante declaración:
En mi opinión, la cuestión principal es que las propuestas de la comisión no son suficiente-
mente amplias. Tenemos un sistema de enseñanza muy antiguo. La única diferencia
que el informe sugiere es la de excluir a algunos analistas de la formación; todos los ana-
listas que se han manifestado partidarios de uno de los bandos no debieran ser analista
* Esto no concuerda con los recuerdos de Margaret Little
** ¿In senilis veritas?
EL PACTO DE DAMAS [367]
de formación. Si atendemos al pasado para ver de qué modo se desarrolló este sistema,
podemos hacemos una idea de cómo la situación ha llegado a las presentes dificultades.
El sistema se originó como un mecanismo de defensa, por así decir, contra las heridas no
cicatrizadas que cansaron Jung, Adler y Stekel al dejar la Sociedad, para evitar ambicio-
nes personales y la oposición a la figura paterna partiendo de situaciones edípicas no
resueltas. El actual sistema cumplió con su objetivo mientras tuvimos al profesor Freud
como imagen paterna y ahora que ha muerto hay divisiones, y no sólo aquí; basta con
mirar hacia los Estados Unidos; hay tantos sistemas como sociedades, y aún más. Aquí
funciona algo en la medida en que tenemos ideas comunes. Pero tan pronto como deja de
haber una organización patriarcal y, en su lugar, tenemos una organización de hermanos y
hermanas iguales y con iguales derechos a que sus opiniones se acepten como discuti-
bles, todo el sistema se derrumba, y debe ser así, porque no está hecho para eso. Sugiero
devover el informe a la comisión y considerar la situación desde esta perspectiva. Hasta
ahora hemos confiado fundamentalmente en el analista individual. El analista de forma-
ción no tenía prácticamente ningún control y ejercía un poder casi autocràtico. En lugar de
confiar en el miembro individual tenemos que proponer ahora un sistema, y a este res-
pecto no se dice en el informe ni una sola palabra.

Paula Heimann le instó a que hiciese propuestas prácticas, respondien-


do éste que le había sorprendido descubrir que en Inglaterra los candidatos
tuvieran tan pocas posibilidades de elección entre sus analistas de forma-
ción, mientras que en Budapest se les daba una lista para que escogieran.
Bialint proponía que provisionalmente se aceptara el informe, “porque ya no
tenemos un superyó en común y nuestras lealtades están divididas”. Como
subrayando las diferencias entre la actitud continental y la inglesa, la reu-
nión se suspendió para que pudiera tomarse el té.
Al reanudarse la discusión, ésta se centró en el lapso de permanencia en
cargos de la nueva comisión. Strachey estaba a favor de una elección anual.
Adrian Stephen proponía que se cambiaran con frecuencia los directivos
para evitar el paternalismo y la dependencia económica. En una extensa y
emotiva intervención, Stephen refirió lo que había escuchado sobre la acti-
tud de los dirigentes de la Sociedad en sus distintos puestos desde 1940:
actitudes “de condescendiente indiferencia, arrogancia e incluso, a veces,
según se decía, de lisa y llana insolencia, lo cual hacía imposible la colabo-
ración amistosa con ellos”. La colaboración de la Sociedad en la guerra era
lamentable en comparación con la Clínica Tavistock,* que era responsable de
toda la organización de la Medicina Psicológica del Ejército.
Algunos años antes, se había solicitado en dos ocasiones a su esposa, la
doctora Karin Stephen, que diera algunas lecciones de psicología freudiana
en dicha clínica. Las dos veces Jones le propuso que se negara; y cuando
ella le dijo que daría esas lecciones públicas por propia iniciativa, uno de los

* La Cínica Tavistock, fundada en 1920, fue una de las primeras clínicas de psicote-
rapia con pacientes externos, y se caracterizaba por un enfoque multidisciplinario.
[368] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
dirigentes de la Sociedad le advirtió que “ensuciaría su nombre”. “¿Puede
alguien imaginar”, preguntaba Stephen, “a los dirigentes de alguna otra
sociedad que se pretenda científica (una sociedad de físicos o de químicos,
por ejemplo) celosos de otra sociedad hasta el punto de impedir que sus
miembros accedan a conocimientos importantes?”.
Acaso más relevante fuera la actitud respecto de los futuros candidatos:
No se debiera hacer burla por la forma de sus pómulos, no se debiera hacer gestos
de desprecio por sus escuelas médicas o por sus maestros oficiales de psiquiatría; no se
los debiera regañar por llegar algunos minutos más tarde o más temprano, según el caso.
No se les debiera decir que tienen el acento de los judíos de West End.
Todas estas quejas había escuchado de los fuñiros candidatos; pros-
ponía como solución que realizase las entrevistas un consejo de selec-
ción, no uno o dos miembros individualmente. La lamentable situación de
la Sociedad era consecuencia de su carácter de autocracia. “Durante
siglos, la historia de Europa ha mostrado a gran escala lo que la Sociedad
muestra a escala microscópica: que ningún hombre es digno de ser un
autócrata.”
En una entrevista con Bluma Swerdloff en 1965, Willi Hoffer se hacía
eco de la opinión de muchos otros analistas que consideraban la renuncia de
Glover como un acto de desesperación, fruto de un estado emocional. “No
estoy seguro”, decía, “pero siempre he tenido la sospecha de que tras él
había una idea política. Sospecho, aunque no tengo pruebas de ello, que era
similar a la actitud de los comunistas en la Alemania anterior a la época de :
Hitler. Daban un paso premeditado: ‘Si ahora somos muy radicales, los
demás no podrán resistir y harán lo mismo’. Tengo la impresión de que él
esperaba que Anna Freud renunciaría inmediatamente, que no querría que-9;
darse, que no tendría la valentía de quedarse sola en la Sociedad Británica”.
Si ése era en realidad el caso, a Glover le faltó perspicacia psicológica y una
comprensión del alcance de la inflexibilidad de Anna Freud. Ella, la hija de
Freud, no permitiría que la excluyesen de la Sociedad y la tildaran de cismá
tica. (Decía a veces que se quedaba por agradecimiento a Jones, quien había
traído a su familia a Inglaterra, pero posiblemente también creyese que las
cosas podían obrar en su beneficio si jugaba sus cartas correctamente.)
Glover dijo posteriormente que él en realidad creyó, casi hasta el final, que
ella vencería a Klein. Según él, cuando Freud llegó a Inglaterra mantuvieron
una discusión sobre Klein, y Freud subrayó que era la primera vez en la his-
toria del psicoanálisis en que un cismático había conservado su condición de
miembro de la Asociación Internacional.
No es fácil confiar en la sinceridad de Glover cuando posteriormente
dijo que nunca había querido dirigir un grupo, porque obviamente se sentía
autorizado para suceder a Jones. Cuando se iniciaron las desavenencias ,
EL PACTO DE DAMAS [369]
poco después de la llegada de Anna a Inglaterra, Glover afirma haberle
dicho: “Le daré tres años para que decida si quiere ser una buena chica y
permanecer en la Sociedad junto con sus detractores, o si formará un grupo
que mantenga los conceptos en que usted confía y yo apoyo. No quiero diri-
gir un grupo, pero si usted quiere que lo haga, lo haré; depende de usted. Si10
usted no quiere, no moveré un dedo, dejaré que la Sociedad siga su marcha”.
Glover mantenía que le pareció positivo abandonar esa “sociedad reser-
vada, monástica”; “porque odiaba un atmósfera así y no hubiese tenido nada
ver con ese sistema de formación”. Conociendo su talante entrometido,
resultan asombrosas sus reflexiones acerca de la comisión de formación:
“Yo creo que la comisión más abominable de la que yo haya sido miembro
fue la comisión de formación de la Sociedad. Era absorbente, un poco moji-
gata; siempre creía o pretendía estar en lo cierto. Tras mi renuncia, padecí o
gocé —como se prefiera— un estado de euforia por no tener que asistir a las
reuniones de la comisión y mantener la boca cenada”. ¡Qué gran carga
había sido mantener puestos durante dieciseis años! “Usted no tiene libertad
para expresarse porque tiene que desempeñar ciertas funciones como la de
presidente, promover tal o cual investigación, estimular a la gente para que
piense.”11
Cuando renunció, Glover no se quedó sin recursos. Durante mucho
tiempo se había interesado por la adicción a las drogas y por la delincuencia,
y en 1933 había colaborado en la fundación del Instituto para el Estudio y
Tratamiento de la Delincuencia, cuya presidencia continuó compartiendo
hasta que, en 1948, el Servicio Nacional de Salud se hizo cargo de ese insti-
tuto. En 1963 asumió la presidencia de la comisión científica del Instituto de
Criminología de Londres. A pesar de esos intereses, no tenía intención de
abandonar el psicoanálisis, y tras haber renunciado a la Sociedad Británica
se unió a la Sociedad Suiza, por lo que continuó como secretario de la
Sociedad Psicoanalítica Internacional;* pero Jones intentó dificultar su cate-
goría de miembro. Aparentemente había rumores de que Anna Freud seguía
la orientación de Glover, según indica una carta de Sylvia Payne del 1 de
agosto de 1945 dirigida a Jones:
Creo que Arma Freud tiene muchos rasgos de un carácter débil y estoy segura de que
no dudará en intentar y en obtener lo que quiere sin considerar las opiniones de aquellos que
disienten de ella. Imagino que su padre era la única persona que podía impedírselo, y
como debe de haber hecho suya la decisión de Freud de mantener el psicoanálisis aislado y
de no considerar a nadie en quien se m aniñes ten rasgos de omnipotencia, no veo que
haya esperanzas de lograr un acuerdo por medio alguno. Desafortunadamente, adverti-
* Ese fue el error que Jacques Lacan cometió en 1953. No advirtió que su renuncia
a la Sociedad de París suponía automáticamente la pérdida de su condición de miembro de
la Asociación Internacional
[370] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
mos la misma omnipotencia en Melanie, y por esta razón su obra ha suscitado tantas dis-
putas; es su personalidad.
Es, por supuesto, una grosera ingratitud hacia usted, pero el mundo está lleno de ejem-
plos de tal conducta.
Me pregunto si solucionaría nuestro problema local que Glover y Anna fueran miembros
de la Sociedad Suiza- Ello no les dará más categoría que la Internacional. ¿Son miembros
honorarios? La única posibilidad de que Anna vaya a Suiza es el estado de salud de la
señorita Burlingham, pero dudo de que traslade a su vieja tía. Anna me dijo que los asi-
los de guerra para niños se cerrarían en octubre. He escuchado también que insinuó la
formación de un grupo en el futuro, pero mi información sobre este último punto no es
fiable.12
Al parecer, Anna estaba llevando a cabo encubiertos manejos políticos
para que la Sociedad Británica aceptase sus condiciones de continuidad como
miembro de ella.
El 11 de diciembre de 1944, Glover envió a Jones, como presidente de
la Asociación Internacional, una airada carta de protesta por el nombramiento
de Anna Freud como secretaria de la Asociación Internacional. Glover
señalaba que Jones no tenía legítimo derecho para hacerlo, puesto que él no
había renunciado a su condición de miembro de la Asociación Internacional
ni a su puesto de secretario de la misma y que esa designación sólo podía
hacerla el Congreso Internacional. Había renunciado a la Sociedad Británica
porque ya no era una sociedad freudiana y estaba ahora “oficialmente dedi-
cada a enseñar a los candidatos el sistema kleiniano de psicología infantil
como parte del psicoanálisis, cuando en realidad constituye una desviación
del psicoanálisis.”13 La Asociación Internacional se proponía el progreso del
psicoanálisis y él, Glover, seguía siendo un psicoanalista freudiano. Por con-
siguiente le solicitaba formalmente una reunión del consejo para que consi-
derase la cuestión. El 8 de enero de 1945 Jones le respondió, hastiado, evi-
denciando su sorpresa porque “usted no esté ya cansado de la política psico-
analítica. Espero que usted, igual que yo, vaya a gozar del último período de
la vida libre de lo que nuestra experiencia no ha mostrado sino como veneno.
Cómo lamento haber14perdido tiempo y energía en esta cuestión desagradable
y totalmente estéril”. Pasaba a recordarle que nadie podía ser miembro de la
asociación sin serlo de una de las ramas que la constituían salvo “por
expreso permiso del presidente de la misma”. Jones había gozado ante-
riormente de esa facultad a fin de asistir en los Estados Unidos a los analistas
que no eran médicos; pero en las circunstancias de Glover, “no tengo más
remedio que volver a la época en que el presidente elegía al secretario, en
lugar de pedirle al congreso que ratifique su elección, como ocurrió pos-
teriormente”. Esto sugiere que Jones había abusado arbitrariamente de su
poder. •v
Glover, en una entrevista con Bluma Swerdloff, manifestó: “A cada
quien hay que reconocerle su mérito: Jones era un hombrecillo astuto; solía
EL PACTO DE DAMAS [371]
decir que yo era una persona perfectamente normal, y cuando dejé la socie-
dad dijo que tenía un carácter paranoico”.* 13 Debe tenerse en cuenta tam-
bién que Anna Freud asumió el puesto a pesar de la firme lealtad que Glover
le profesaba. La habían nombrado secretaria en 1928, pero en 1934, en el
Congreso de Lucerna, había delegado el cargo en Glover porque Freud nece-
sitaba de sus cuidados. En 1943, el Consejo reeligió a Glover. William
Gillespie dice que Jones decidió a toda costa excluir a Glover para vengar el
intento de destruir su Sociedad.**
En 1945 Melitta Schmiedeberg se trasladó a Nueva York, donde se
dedicó al trabajo con jóvenes delincuentes hasta su retomo a Inglaterra, en
1961. Junto con un grupo de psiquiatras y de asistentes sociales fundó en
1950 la Asociación para el Tratamiento Psiquiátrico de Delincuentes
(APTO) en Nueva York, en la línea del Instituto de Tratamiento Científico de
la Delincuencia.
Qué decir de la extraña relación entre Glover y Melitta? En una discu-
sión sobre los problemas suscitados por las ideas de Klein en la Sociedad
Británica, Glover comentaba a Swerdloff: “Por supuesto, había mucho de
enemistad familiar detrás de todo eso; es muy difícil de valorar, pero cierta-
mente esto incidió. Creo que ambas, madre e hija, tenían prejuicios. Por una
parte, la doctora Schmiedeberg, su hija, luchó duramente por obtener su
libertad espiritual y tenía algo de ese carácter ligeramente desesperado que
obliga a mostrarse abiertamente”. Al observar a Swerdloff que él había ana-
lizado a Melitta inmediatamente antes de que se iniciaran las rencillas en la
sociedad, él respondió evasivamente: “Yo la había analizado pero, cierta-
mente, antes que yo también lo habían hecho una docena de analistas...
bueno, no digo una docena***... pero sí, me vino a ver. Evidentemente, el
problema era que las. dos tenían casi la misma disposición. De algún modo
la hija era algo menos enérgica que la madre. Pienso que, en buena medida,
aquellos debates continuaron por instigación de la doctora Schmiedeberg.
Yo tendía a dejar pasar las cosas, en beneficio de la paz, con la esperanza de
que así mejorara la situación científica”.16
En marzo de 1944, Winnicott escribió a Klein una discreta carta mani-
festando su esperanza de que la renuncia de Glover la tranquilizase suficien-
temente. Ella le respondió el 5 de marzo.

* Todos los que se oponían & Jones o pensaban de manera distinta eran descritos en
términos patológicos.
* Según el doctor Gillespie, Glover se las arregló para recuperar su condición de
miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional en virtud de una cláusula concer-
niente a la pertenencia como miembro introducida en el Decimosexto Congreso
Psicoanalítico Internacional de 1949: “La condición de miembro de una sociedad extran-
jera, y no de la sociedad del propio país, allí donde la hay, está sujeta al consentimiento del
ejecutivo central”.
*** En realidad, sólo Karen Horney y Ella Sharpe.
[372] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Estimado Donald:
Muchísimas gracias por su carta; aprecio mucho su franqueza y el espíritu con que escri-
bió la carta. Sé que usted es mi amigo y nunca dudaré de ello. No tengo intenciones de
participar en la discusión sobre Glover, pero ello no significa que no esté de acuerdo con
usted en muchas de las cuestiones que plantea en su carta. Ciertamente, lo que más nos
preocupa es tener tantos buenos analistas como sea posible, pero Glover no sólo ha pe-
judicado a nuestra Sociedad y a mi obra por ser un mal analista, sino también porque es
astuto e inescrupuloso. (Creo que está muy enfermo.) También ha hecho daño a la
Sociedad de diferentes maneras ante la opinión pública, no sólo representándola mal,
sino también por la contienda que estaba llevando a cabo. Nunca conseguirá formular
una declaración conecta y ante las personas indicadas por lo que sería muy provechoso
para la Sociedad distanciarse de él públicamente. Puede tener todavía muchos ataques
preparados; lo mejor sería que diésemos a conocer públicamente que la Sociedad se dis-
tancia de él.
En lo que a mí concierne, no deseo participar en discusiones sobre su persona. Muchas
gracias de nuevo por su carta.
Suya,
Melanie17
La renuncia a la Sociedad no impidió en modo alguno que Glover con-
tinuara con su venganza en contra de Klein. En folletos, artículos, reseñas y
cartas, aprovechaba cuanta oportunidad se le ofrecía para denigrarla y deni-
grar sus ideas. En 1945, en el primer volumen de The Psychoanalytic
Study of the Child, (del que él, Anna Freud y Willi Hoffer eran los
representantes ingleses en el consejo editorial), publicó su tendencioso
trabajo An Examination of the Klein System of Child Psychology, que
en el año anterior había aparecido en forma de folleto de publicación privada.
En un libro, titulado Freud or Jung (1950) sugería que, con su aura mística,
las ideas kleinianas y las jungianas tenían mucho en común.
Difundió también historias infames de Klein. A Bluma Swerdloff le
contó una anécdota que “un amigo” le había contado: supuestamente, Klein
había dicho a esa persona que, después de Jesucristo, se consideraba la per-
sona mis importante que jamás hubiese existido y que sus teorías sobre el
desarrollo del niño eran tan revolucionarias que en el futura a ella se la colo-
caría entre los profetas. Melanie Klein se autovaloraba considerablemente, es
verdad, pero es difícil que haya afirmado algo tan extravagante.
A pesar de todo esto, en lo más profundo de su corazón, de algún modo
Glover alimentaba cierto afecto por Klein. Tras la muerte de ésta, Glover dijo
de ella que era una mezcla de humor y tristeza, observación que sugiere haber
reconocido ocasionalmente su humanidad.
La renuncia de Glover provocó un generalizado sentimiento de alivio,
aunque también la preocupación por lo que Anna Freud pudiera hacer, salvo
en el caso de Klein. ¿Qué pasaba si seguía el ejemplo de Glover y presen-
taba su dimisión no sólo a la comisión de formación sino también a la
Sociedad. Según consideraban los demás miembros de la comisión de for-
EL PACTO DE DAMAS [373]
mación era esencial hallar un modus vivendi que ella aceptase, para que
ocupase nuevamente su lugar en la comisión de formación.
También debían considerar el problema de la elección de los nuevos
directivos y el tiempo de permanencia en el cargo. En la reunión de negocia-
ciones del 26 de junio de 1944 se establecieron nuevas normas. En la reu-
nión general del mes siguiente se eligió a Sylvia Payne como presidente, y
John Rickman reemplazó a Glover como secretario científico. Se eligió una
nueva comisión de formación; su primera tarea fue instituir un nuevo plan
de estudios según el cual, durante los dos primeros años, se enseñase a los
había establecido los principios fundamentales del psicoanálisis tal como Freud
los había establecido, y en el tercero los desarrollos debidos a la obra de otros
analistas Anna Freud, como Aquiles en su tienda, daba vueltas a su resenti-
miento en los asilos infantiles de guerra, que en su momento se convertirían
en la Clínica de Terapia Infantil de Hampstead, y preparaba el lanzamiento
de The Psychoanalytic Study of the Child como publicación anual en la que
se discutirían las idea freudianas clásicas sobre el análisis infantil, y se ata-
caría a Klein. Ella sabía que si esperaba el tiempo suficiente, le harían pro-
puestas formales.
Esta caótica situación sumía a los candidatos que por entonces estaban
formándose en un estado de total confusión. Margaret Little recuerda la
Sociedad18Británica de aquellos días como "un perfecto hervidero de alocado
frenesí”. Marión Milner dice que era muy difícil llegar a una19conclusión,
porque “eran como padres que se pelean por correspondencia”. Los anali-
zados de Anna Freud y de sus colegas no tenían contacto con el instituto.
Al parecer, Jones comentó a Willi Hoffer lisa y llanamente que los freudia-
nos no tenían futuro si no llegaban a un compromiso con el grupo20 estableci-
do, a lo que Hoffer replicó: “Hail, Caesar, morituri salutamus”. La propia
Anna Freud advirtió que la situación era intolerable. Sylvia Payne inició
conversaciones con ella, y el 8 de octubre de 1945 envió al consejo su pro-
puesta de colaboración en la formación de candidatos. Una comisión forma-
da por Sylvia Payne, John Bowlby, Adrián Stephen y Susan Isaacs empren-
dió el examen del contenido, y un mes más tarde ofrecía un informe al con-
sejo.
5 de noviembre de 1945

MEMORANDUM

de las propuestas discutidas por la señorita Freud y la comisión designada por el conse-
jo para considerar la posibilidad de introducir un plan de estudios alternativo para la
formación de psicoanalistas elaborado por la señorita Freud.
1. Los aspirantes presentados por la señorita Freud que deseen formarse según su
sistema, deberán entrevistarse con ella y con el secretario de formación antes de
que los considere la comisión de formación. Se requerirá obligatoriamente una
[374] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
tercera entrevista, con el presidente de la comisión de formación, si el aspirante
requiere una ayuda financiera del instituto o una reducción de los honorarios
regulares de la formación, o en caso de dudas en cuanto a su aptitud. Es la comí-
sión de formación la que cuenta con autoridad para aceptar a los aspirantes.
2. Se someterán a la comisión de formación los detalles del plan de estudios elabo-
rado por la señorita Freud para su consideración y confirmación a fin de mante-
ner las mismas pautas de formación y promover así la colaboración.
3. Los candidatos que se inicien en cada sistema de formación asistirán a la totali-
dad de este curso durante los dos primeros años. Además, si lo solicitan, podrán
asistir a las conferencias o a los seminarios del otro curso dictados en el año
correspondiente.
En el tercer año los candidatos formados por la señorita Freud asistirán a las con-
ferencias y a los seminarios organizados a tal fin por esta comisión de formación.
Para asegurar la continuidad del desarrollo de la formación, los directores de los
seminarios del tercer año, obligatorios para los estudiantes, deberán ser apropia-
dos a los dos planes de estudio.
4. La nominación para la elección, con carácter de miembros asociados, de los can-
didatos formados mediante el sistema alternativo, se basará en la opinión conjun-
ta de su analista de formación, su analista de control y de sus maestros, previa
consideración, aprobación y recomendación de la comisión de formación. Su
elección estará a cargo de los miembros de la sociedad.
5. Los nombres de los analistas propuestos para hacerse cargo por primera vez de
cualquiera de las ramas de la formación, se presentarán ante la comisión de for-
mación para su consideración y confirmación.
6. En cuanto se constituya el fondo central de formación propuesto, las normas y
regulaciones que gobiernen la administración de ese fondo, se aplicarán igual-
mente al plan de estudios alternativo.
7. Un representante de los organizadores del plan de estudios alternativos podrá, a
solicitud o por invitación, asistir a las reuniones de la comisión de formación
cuando se discutan problemas comunes a ambas organizaciones, hasta que la
constitución de la comisión de formación lo haga innecesario.
8. Se aplicará al sistema alternativo de formación la resolución aprobada reciente-
mente por la comisión de formación a propósito de la selección de los analistas
de control.
Resolución: “En tanto deben hacerse todos los esfuerzos para satisfacer los dese-
os de un candidato y de su analista de formación en la selección del analista de
control para el primer caso del candidato, la comisión de formación se reservará
más libertad de acción para seleccionar al analista de control para el segundo
caso; si bien obviamente no sería lo deseable que se eligiese un supervisor que
mantuviese opiniones técnicas muy diferentes de las del primero”.
Enmienda de la señorita Freud (por discutir): “Según los principios establecidos
en la resolución recientemente aprobada por la comisión de formación a propósi-
to de la selección de los analistas de control, los organizadores del plan de estu-
dios alternativo aconsejarán a sus candidatos acerca de la elección de su segundo
analista de control”.
9. El sistema de un plan de estudios alternativo se reconsiderará dentro de un acor-
dado número de años.
EL PACTO DE DAMAS [375]
10. En ningún momento han de considerarse los dos planes de estudio como repre-
sentantes de teorías opuestas colocadas bajo los nombres de Freud y de Klein.
Añadido por discutir: “Se considerarán métodos alternativos para la formación de
estudiantes de psicoanálisis”.
Susan Isaacs observó que los puntos 1, 3 y 8 (particularmente el 3) eran
los más importantes. Le preocupaba que se privase a los estudiantes de ter-
cer año de escuchar opiniones de analistas “inapropiados”. Los estudiantes
mismos objetarían esta disposición y, lejos de solucionar la división produci-
da en la Sociedad, sólo haría que se perpetuase. Rickman también advirtió
que la señorita Freud celebraba sus propias reuniones científicas y, aun
cuando se había ausentado de la Sociedad, decía ahora que quería participar
en la formación de analistas y exigía cada vez más concesiones. La comisión
de formación convino unánimemente en que no podía reconocer como ana-
listas de formación a los que sólo se habían formado con Anna Freud. Sylvia
Payne propuso entonces que se enviara una carta a Anna Freud con una con-
trapropuesta: (a) los seminarios prácticos del segundo año debían ser separa-
dos, organizando la señorita Freud los suyos; (b) los seminarios prácticos del
tercer año debían ser comunes, estando el dictado de uno de ellos a cargo de
un miembro del grupo freudiano elegido por la comisión de formación; (c) en
cuanto a las lecciones, (1) debía haber dos cursos obligatorios de análisis
infantil dictados uno por Anna Freud y el otro por Melanie Klein, pero que-
daba a decisión del estudiante el orden de ellos; (2) en cuanto a las restantes
lecciones y seminarios, uno de los miembros del grupo de Anna Freud dicta-
ría un curso o un seminario teórico en el primer año. Tras haberse aprobado
la propuesta, Klein observó que la comisión de. formación debiera tener la
decisión última en cuanto al segundo analista de control.*
Los regateos continuaron. Payne fue personalmente a discutir la cues-
tión con Anna Freud, quien le dijo que no observaba ventaja alguna en la
segunda propuesta. La necesidad de resolver la situación se agudizó dada la
postura de la Sociedad en relación con el Servicio Nacional de Salud, pues
era esencial que se reconociera el instituto como escuela central de forma-
ción en psicoanálisis. Durante estas discusiones, la conducta de Anna Freud
siguió una política muy perspicaz y astuta.
Por primera vez en dos años Anna Freud asistió a una reunión de la
Sociedad el 26 de junio de 1946, cuando se celebró una reunión extraordina-
ria para presentar a los miembros como propuesta final elaborada tras infini-
tas consultas.

(a) Anna Freud reconocería la autoridad de la comisión de formación.


* En realidad, el 25 de enero de 1945 la comisión de formación se mostró en principio
de acuerdo con la propuesta de Klein de que los analistas de control fueran designados
como analistas “de supervisión”.
[376] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
(b) Las lecciones y los seminarios no referidos a la técnica serían comunes a todos
los estudiantes, y se invitaría a miembros con diferentes matices de opinión a que los
dirigiesen.
(c) Se desarrollarían dos series paralelas de lecciones y seminarios, una dirigida
como actualmente, y la otra dirigida por el grupo de Anna Freud.
El doctor Bowlby creía que esa propuesta tenía el apoyo pleno del con-
sejo, pero en la reunión de junio las cosas resultaron ser distintas, aunque el
presidente abrió el debate afirmando que, como el consejo no había votado
sobre las propuestas, trazarían un plan general de discusión.
No obstante, pronto se hizo manifiesto que los kleinianos no estaban
dispuestos a aceptar dichos términos, al ponerse de pie Susan Isaacs y pro-
poner la siguiente modificación:
Que la responsabilidad del Instituto de Psicoanálisis para con sus estudiantes recla-
ma un curso de lecciones y seminarios unitario y sistemático, en el que durante los tres
años de formación se dé a todos los estudiantes la debida oportunidad de tomar conocí-
miento de las principales tendencias del pensamiento psicoanalítico actual. Esta asam-
blea de miembros propone que haya una única serie de lecciones teóricas y de seminarios
prácticos, obligatoria para todos los estudiantes durante el plan de estudios de los tres
años; y que entre los psicoanalistas que se hagan cargo de la enseñanza y de la formación
se incluyan siempre acreditados representantes de las dos líneas principales del pensa-
miento psicoanalítico contemporáneo.
Melanie Klein añadió que los estudiantes debían tener oportunidad
desde el comienzo de conocer los dos puntos de vista. No debiera haber
seminarios paralelos; en lugar de ello, debiera ser obligatoria la asistencia a
todos los seminarios, dándose a cada una de las partes la debida participa-
ción. La doctora Heimann estaba convencida de que los estudiantes se sentí-
an estimulados, y no confundidos, cuando se les presentaban distintos pun-
tos de vista. Clifford Richards pensaba que era esencial un curso unitario. Se
decidió entonces omitir la modificación y se presentó a los miembros la
vital propuesta, formulada por Ella Sharpe y apoyada por Adrián Stephen.
Se aprobó la moción con veintinueve votos a favor y siete en contra. Los
votos negativos formaban un bloque, en opinión de Bowlby, cuyos miem-
bros eran Heimann, Klein, Isaacs, Rickman, Elisabeth Rosenberg, Scott y
Thorner. Para Bowlby, ése fue un “oscuro indicio”21 para los kleinianos,
quienes no habían propuesto previamente que el voto debiera ser unánime.
La Sociedad ya había acordado, en principio, la introducción de dos
cursos paralelos, a los que se denominaría “Curso A”, con la misma organi-
zación anterior, con docentes de todos los grupos, y “Curso B”, en el que se
impartiría la técnica de Anna Freud y sus seguidores. Pearl King ha seguido
esta evolución en The Education of Psycho-Analyst: The British.
Experience y en The Life and Work of Melanie Klein in the British Psycho-
EL PACTO DE DAMAS [377]
Analitical Society.22 Se constituyó una “comisión de formación ad hoc”,
compuesta por Sylvia Payne (presidente), John Bowlby (secretario), Anna
Freud, Willi Hoffer, Melanie Klein, Susan Isaacs, Adrián Stephen y John
Rickman, para elaborar los detalles. En las frecuentes discusiones posteriores
se puso de manifiesto que los kleinianos se volvían cada vez más militantes y
decididos a no ceder un centímetro a las exigencias de Anna Freud.
Finalmente, en noviembre de 1946 se convino formalmente en que
habría “dos cursos paralelos que se denominarían ‘Curso A’, con igual orga-
nización que anteriormente, con docentes de todos los grupos, y el ‘Curso
B’ que enseñaría las técnicas según las líneas que mantenían la señorita
Freud y sus colegas, aunque ambos cursos se hallarían bajo una comisión de
formación, responsable de la selección y la calificación de los estudiantes.
Estos asistirían a las lecciones y a los seminarios no dedicados a la técnica.
Solo el primer supervisor se elegiría entre los miembros de su propio grupo;
el otro sería un miembro no kleiniano del curso A, el Grupo Medio”.
(Incluso esta exigencia se eliminó en los años cincuenta a instancias tanto de
Melanie Klein como de Anna Freud.) De este modo, la sociedad quedaba
semioficialmente dividida en tres grupos, aunque a efectos de la formación
había oficialmente sólo dos cursos. Además de este arreglo para la forma-
ción, hubo el pacto de caballeros —quizás debiera decirse el “pacto de
damas”— de que debía haber representantes de los tres grupos —kleinianos,
partidarios de Anna Freud e independientes— en las principales comisiones
de la Sociedad, esto es, el consejo, la comisión de formación y demás cuerpos
administrativos de la Sociedad.
Era quizás el mejor de los acuerdos posibles; pero los estudiantes, vin-
culados a los analistas que los formaban, padecieron esta situación durante
años, como Joseph Sandler recordaba en 1982. Lo analizó Willi Hoffer (el
consejero médico de Anna Freud; ello era un requisito para todos los analis-
tas que no eran médicos) durante los años cincuenta, cuando “había mucha
hostilidad entre los grupos; más que ahora. Ello se reflejaba en el conjunto
de los estudiantes. Las afirmaciones kleinianas eran incomprensibles para el
grupo freudiano. Cuando era estudiante sentía, al igual que todos mis com-
pañeros del grupo ‘B’, que escuchar a los kleinianos era perder el tiempo”.
Preguntado si él describiría aquello como una “virulencia activa”, respon-
dió: “No, creo que a veces la amistad se imponía a estas diferencias, pero
cuando ello ocurría, se trataba de una forma muy difícil de amistad. Aunque
si se consideraba un determinado grupo de estudiantes correspondientes a un
año, había vínculos con los estudiantes del grupo medio o incluso con los
del grupo kleiniano. El grupo medio era muy amorfo... creo que sus miem-
bros estaban siempre muy confundidos. Algunos se indicaban hacia los
kleinianos, otros hacia los freudianos. La gente se identificaba mucho con sus
analistas. Ciertamente yo... me identifiqué con Hoffer, que era muy anti-
kleiniano. Y estaba después Anna Freud, que jamás habría dicho nada posi-
[378] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
tivo de ellos'’. No se trataba únicamente de una23cuestión conceptual, sino
“también en gran medida de conflicto personal”. La doctora Dinora Pines
miembro del grupo “B' admite claramente que ella y sus colegas se habían
sentido muy aislados de la vida del instituto.24
Así era precisamente como Anna Freud deseaba que fueran las cosas.
El 15 de septiembre de 1947 informaba al consejo que ella, la doctora Kate
Friedlander y otros analistas de la misma orientación, estaban iniciando la
formación de un grupo selecto de personas como terapeutas clínicos dedica-
dos a la orientación infantil, formación cuyo propósito era ocupar el lugar
de la terapia de juego de entonces. Tratarían casos menos graves que los que
trataba el psicoanálisis.
La mayoría de los miembros del consejo estaban muy preocupados por
esta nueva cuestión. El sistema significaba que en cienos aspectos — y cier-
tamente en opinión de los legos— había realmente dos modelos de forma-
ción psicoanalítica. En el sistema de Anna Freud se requería como condi-
ción previa de la formación un análisis personal, y la dedicación terapéutica
a dos casos tres veces por semana bajo supervisión. Además, como el grupo
organizador del dictado de las lecciones y de supervisores incluía a analistas
de formación, podía confundir al público respecto de quién tenía una forma-
ción psicoanalítica y quién no. Aunque en lugar de la palabra “psicoanáli-
sis” se empleaba “análisis”, al asociarse al sistema el nombre de Anna
Freud, inevitablemente el público pensaría que se trataba de un sistema psi-
coanalítico.
Así como un grupo de devotas mujeres se vinculaba con Melanie Klein,
otro se adhería a Anna Freud, quien organizaba seminarios semanales en su
casa de Maresfield Gardens para discutir casos. Estas reuniones, eran espe-
cialmente importantes para los analistas emigrados, en la medida en que
intentaban reproducir la intimidad de las reuniones de Viena.
Freud nunca había perdonado a Eva Rosenfeld, que en Viena había
estado muy allegada a su familia, haber iniciado un análisis con Klein al lle-
gar a Inglaterra en 1936. Anna, sin embargo, se comportó muy magnánima-
mente con ella:
Hasta me concedió toda una tarde para que explicara pormenorizadamente las teorí-
as de Melanie Klein en su seminario, y a Willi Hoffer le dio tal ataque de furia ante mis
explicaciones que le dije: “Willi, la próxima vez tenemos que llegar del brazo o la gente
creerá que estamos realmente enfadados, y no deben pensarlo; no es ésa nuestra manera
de ser amigos. Estabas enfadado conmigo, pero no importa", así que llegamos juntos del25
brazo. Sí, ésa era nuestra tradición vienesa; nada podía perturbar una amistad personal.
Melanie Klein dijo a Rosenfeld: “Usted ha sacrificado su análisis a
Anna Freud”; y al encontrarla un día en un autobús, establecido ya el
acuerdo, le dijo categóricamente que ella debía estar“ en el grupo medio.
Rosenfeld contó este episodio a Pearl King en 1974: Me sentía muy alivia-
EL PACTO DE DAMAS [379]
da de pensar que no podía convertirme en kleiniana; ¿cómo pudo pensar ella
que yo deseaba serlo?”. Pero Anna Freud exigía el mismo tipo de intensa
lealtad hacia su persona que Klein exigía de sus colaboradores. Cuando
Margaret Little era aspirante, en 1941, Sylvia Payne le preguntó si deseaba
un analista de alguna orientación en especial. Desconocedora de aquellas
dramáticas diferencias, la doctora Little fue puesta en manos de Ella Sharpe,
y tuvo como supervisores a Anna Freud y a Willi Hoffer. En consecuencia,
estuvo autorizada a asistir a los grupos de Anna Freud. En una ocasión la
doctora Marjorie Franklin informó del caso de un muchacho que tenía una
tendencia compulsiva a encender fuego. La doctora Little preguntó ingenua-
mente: “¿Por qué no le dice usted que está deprimido?”. Dorothy
Burlingham se dirigió furiosamente a ella: “¿Insinúa usted que debiéramos
decirle que es desdichado?”.26 “Depresión” era una palabra inaceptable: y la
doctora Little comprendió que su presencia ya no sería bien recibida.
A comienzos de la década de los cincuenta le pidió una entrevista a
Klein para tratar de un paciente con el que tenía dificultades. Klein no se
negó ello pero, cuando Little se marchaba, le preguntó: “Usted está en el
grupo de Anna Freud. ¿Cómo es su organización?”. La doctora Little le res-
pondió sin dudar: “En primer lugar, no estoy allí. Estoy en el grupo medio.
Desde donde estoy, sus dos organizaciones parecen ser exactamente igua-
les”. Klein no ocultó su enfado, y la entrevista concluyó bruscamente. En
opinión de la doctora Little, las dos mujeres manifestaban un fuerte compo-
nente de homosexualidad, pero no sabe hasta qué punto era consciente.
Es difícil aceptar que personas sumamente inteligentes y cultas hayan
podido sucumbir a la historia que durante años dominó a la Sociedad
Británica. Pero uno debe reconocer que todos los seres humanos, aun los
psicoanalistas, están sujetos a las mismas presiones; cuando forman parte de
un grupo muestran envidia, ira y rivalidad, ya se trate de un sindicato o de un
sínodo de obispos.
En opinión de muchos de sus miembros, que la Sociedad Británica no
llegase a escindirse es a la vez muestra de la hipocresía inglesa y de la tam-
bién inglesa voluntad de compromisos. Algunos analistas piensan que una
escisión habría sido más honesta y beneficiosa para la Sociedad. ¿Pero quién
se habría separado de quién? Un analista kleiniano, Claude Wedeles, dice
que la Sociedad se ha 27vuelto “demasiado insulsa” y echa de menos el fervor
de los viejos tiempos. Podría afirmarse que, a pesar de todas las vicisitu-
des, la Sociedad se benefició a largo plazo con el acuerdo. Parafraseando al
más profano de los filósofos, Jeremías Bentham, cuando uno se empeña en
amar a la gente, muchas veces acaba amándola.
SEXTA PARTE
____________
1945-1960
El mundo de postguerra
U NO
────────────

Madres e hijas
l mejor retrato que tenemos de Melanie Klein durante este período
E es el incluido en los recuerdos de Hanna (Poznanska) Segal, quien,
más o menos por la misma época que Herbert Rosenfeld, inició su
análisis con Melanie Klein cuando se desarrollaban las controversias. El 6
de diciembre de 1944, Klein dijo a Clifford Scott que la joven polaca era en su
opinión “una de las personas más promisorias que haya tenido el psicoa-
nálisis. El doctor Rosenfeld es una persona muy diferente, pero tienen en
común el ser ambos muy inteligentes, y también personalidades sumamente
fiables, dotadas de estabilidad e integridad”.1 Segal empezaba a considerar-
se para el papel de presunta princesa heredera.
En un principio había ingresado en la Escuela de Medicina de Varsovia
con la intención final de ser analista. Estaba en el tercer año de sus estudios
cuando se inició la guerra pero, por entonces, tuvo la fortuna de hallarse de
visita en París. Pasó a continuación un año en la Faculté de Médecine, y tras
su huida asistió a la Escuela de Medicina de Edimburgo, que había abierto
una clase especial para estudiantes de medicina polacos emigrados. Durante
su estancia allí conoció a W.R.D. Fairbairn, quien le dio dos libros para que
los leyera: El yo y los mecanismos de defensa, de Anna Freud, y El psicoa-
nálisis de niños, de Klein. El libro de Anna Freud le pareció aburrido, pero se
enamoró, como ella ha dicho, de la obra de Klein. A consecuencia de ello
inició un análisis con David Matthew, quien había sido analizando de Klein.
Al final del año obligatorio en Edimburgo se marchó a Londres, decidida a
iniciar un análisis con Klein.
En 1943 encontró trabajo en el hospital de niños de Paddington
Green, y entró en contacto con Winnicott, quien le concertó una entrevista con
[384] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
Klein. Desde la perspectiva de la joven, Klein se presentaba como una mujer
muy vieja, más pequeña de lo que ella había imaginado, y pronto advirtió
insólita manera de caminar.
Sus hombros estaban un poquito inclinados hacia adelante, igual que su cabeza, y
caminaba dando pasos más bien cortos, dando la impresión de estar muy atenta. Ahora
pienso que esta forma de caminar —y también desde una perspectiva totalmente subjeti-
va— correspondía al consultorio y a la sala de espera. De esta forma quería encontrarse
conmigo. No creo que fuera así afuera, donde se mantenía mucho más erecta y no tenía la
misma actitud de estar atenta. Noté que su rostro era muy hermoso. Aún no estaba cano-
sa, pero su pelo tenía matices blancos, y durante toda la entrevista mostró un particular
sesgo de reposo y seriedad... No hubo preguntas sobre la historia personal, de cómo eran
mis padres, la niñez, ni había en absoluto entrevista de admisión. Recuerdo perfectamen-
te que no me preguntó nada sobre —digamos— mis dificultades neuróticas o algo pareci-
do... Por supuesto, mirándolo retrospectivamente, estoy segura de que durante todo el
tiempo desarrolló una penetrante valoración, pero uno lo experimentaba desde el otro
ángulo como si se tratara de una conversación muy seria, muy interesante. Estaba intere-
sada por cómo había llegado yo al análisis, por qué había optado por un análisis con ella,
cuáles eran mis planes en ese momento, etcétera, etcétera; una conversación como la que
usted podría haber mantenido con un amigo o con un pariente mayor que quería saber la
situación de uno y lo que se proponía hacer.2
Surgieron dos problemas. En ese momento, Klein no disponía de tiem-
po por lo que le sugirió dirigirse a la doctora Heimann, pero Segal era una
mujer obstinada, y se negó. Surgió entonces el problema de los honorarios.
Segal estaba ganando diez libras mensuales como cirujana interna y, por
entonces, el honorario promedio del análisis era de una libra por sesión
Acordaron que pagaría cuatro o cinco chelines por sesión.
Segal nada sabía de la situación interna de la Sociedad en aquella
época. Fue a ver a Glover, secretario de formación, cuyo libro War and
Pacifism (1936) ella admiraba mucho. La entrevista se desarrolló con bas-
tante tranquilidad hasta que Glover le preguntó con quién deseaba analizar-
se. Cuando ella le dijo que había empezado su análisis con Klein, él saltó de
su asiento y exclamó: “En ese caso nada tiene que ver conmigo. Ellos for-
man a su gente y nosotros a la nuestra“. Y la despidió. En la siguiente
sesión, Segal manifestaba su enfado. “Bien”, dijo llanamente, “alguien está
loco en esta compañía, y estoy muy segura de no ser yo”. Pidió una explica-
ción. Al recordar la escena, le sorprende la frialdad con que Klein reaccion-
nó. No mencionó las controversias ni discutió a Glover, sino que relacionó
su enfado con , “la situación de perplejidad infantil que se desarrolla en la
casa paterna cuando uno no la entiende muy bien”. Segal se marchó con
una irritación latente porque Klein no le había ofrecido ninguna explica-
ción, pero al mismo tiempo imbuida de un sentimiento de paz y de seguir-
dad al advertir que su analista le proporcionaba un refugio de estabilidad en
MADRES E HIJAS [385]
un mundo que se estaba volviendo loco con las VI y las V2 y las conductas
inexplicables.
Melanie Klein expuso su última aportación a las controversias, La vida
emocional del niño, el 1 de marzo de 1944. Como Glover ya había renuncia-
do y Anna Freud se había alejado de la participación activa en la Sociedad,
el trabajo de Klein, según lo recuerda John Bowlby, no era más que una
contribución a una reunión científica.
El trabajo nunca se ha publicado, lo cual es una pena, porque en él se
alcanzaba el propósito de las controversias, esto es, demostrar que las teorí-
as de Melanie Klein eran una ampliación y un desarrollo de las de Freud y
aunque algunas secciones de este trabajo se incorporaron a trabajos poste-
riores, el de referencia reviste importancia poique en él se sigue el desarro-
llo histórico de los conceptos de la autora. Klein observa que en El males-
tar en la cultura, Freud reconoce que el sentimiento de culpa precede tem-
poralmente a la conciencia, y que no deriva de un superyó totalmente cons-
tituido. Acepta que sus teorías requieren aún mucha reflexión,
especialmente en la distinción relacionada con las fuentes internas y exter-
nas. Si bien sostenía que la posición depresiva era esencial en el desarrollo,
estaba dispuesta a aceptar que, desde el principio, el bebé tenía una vaga
noción de la madre como un todo. La discusión que siguió a la lectura del
trabajo era un indicador del cambio que se había verificado en el clima emo-
cional de la Sociedad. Sylvia Payne continuaba insistiendo en que la posi-
ción depresiva depende en primer lugar de la frustración libidinal, y no de los
impulsos agresivos que suscitan ansiedad y culpa, como Klein afirmaba. Ella
Sharpe introdujo la única nota de verdadera tensión. “Supongo esperan-
cada”, observaba con ironía,
la posibilidad de discutir la teoría de Melanie Klein, de ser crítica en el sentido
constructivo del término, de aceptar algunas cosas sin que se entienda que uno cree a cie-
gas en Melanie Klein y en su obra, o de rechazar, poner en duda, o abstenerse de dar una
opinión sin que se suponga que uno rechaza todo o carece totalmente de opiniones.
Mientras no se me exija aceptar un sistema cerrado que contenga el Alfa y el Omega del
desarrollo humano, no importa quién lo formule, permanezco en esta Sociedad. 3
Sharpe no podía aceptar que la posición depresiva fuera decisiva, sino
sólo que era un elemento de la ansiedad de la separación derivada del trau-
ma del nacimiento, al que el organismo tiene que adaptarse gradualmente;
realmente, ella consideraba que los primeros pasos de un niño tienen una
importancia mucho mayor que el destete. ¿Es seguro, decía, que la pérdida
del pecho es sólo símbolo de una situación perdida?
Subyace a la depresión la impotencia ultrajada y la frustración del primer anhelo
amoroso. Un sentimiento de pecado y de culpa se relaciona con la agresión cuando ésta no
es suscitada por una necesidad física real, sino cuando el hambre es hambre de amor, e implica
por tanto odio y agresión contra todos los rivales, ya sean reales o potenciales.
[386] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
El 3 de mayo de 1944 Melanie Klein presentó su respuesta formal.
Recordó a la señorita Sharpe que ella siempre había destacado que la pérdi-
da que el niño temía era la del objeto de amor introyectado, y que ello
armonizaba con las opiniones de Freud y de Abraham sobre el duelo y la
melancolía. Como la propia Klein había señalado en El duelo y su
relación con los estados maníaco-depresivos, quien está de duelo “no
sólo recibe en sí mismo (re-incorpora) a la persona que acaba de perder, sino
que también reinstala sus objetos buenos internalizados (en última instancia a
los padres amados), los cuales se convierten en parte de su mundo interno
desde las etapas más tempranas del desarrollo. También percibe que ellos se
vienen abajo, son destruidos, al mismo tiempo que experimenta la pérdida de
una persona amada’*.4 Concluía con la reconciliadora observación de que era
menester dedicar aún muchos esfuerzos de pensamiento a los diversos pro-
blemas planteados.
Las actas registran la presencia de Lola Brook, como invitada, aquella
noche. La señora Brook, una judía lituana casada con un inglés, había entra-
do meses antes en la vida de Klein como secretaria y se transformaría en
algo más que eso para el resto de su vida: una compañera de confianza y
casi una colaboradora. Lola Brook tenía una hija de dos años con la que
mantenía una relación tan estrecha que no necesitaban del lenguaje para
comunicarse. Klein creía que la niña no había experimentado suficientemen-
te la ansiedad de la separación que la motivase a luchar para comunicarse y
para establecer un contacto o hallar símbolos substitutivos para otras perso-
nas y para otros objetos del mundo que la rodeaba. La niña, llamada Helen,
estuvo en observación con Judith Fay, quien en esa época era supervisada
por Klein. Debía separársela un poco de su madre para que se activase la
ansiedad. Durante varios meses, mientras Lola permanecía algunas horas,
varios días por semana, en casa de Klein, Fay intentaba jugar con la impasi-
ble niña. Fay la llevó a Hampstead Heath, pero Helen no manifestó interés
alguno por su entorno. En ese sentido, apenas la madre se iba, la niña se vol-
vía inexpresiva. Muy gradualmente empezó a interesarse por los juegos,
intentando controlar la situación, hasta que un día vació todas las bolsitas de
azúcar que había en la cocina. Ante la sorpresa de Judith Fay, Klein encon-
tró aquello “absolutamente correcto”: la niña empezó a manifestar momen-
tos de ansiedad, protesta, travesura, y después una locuacidad tal que la
familia se quejaba. Su madre, como Klein había reconocido inmediatamen-
te, era demasiado buena madre. De adulta, Helen Brook no recuerda aquel
período; sólo se acuerda de haber estado a menudo sentada en la cocina con
la casera, la señorita Cutler, en el departamento de Bracknell Gardens (a
donde Klein se trasladó en 1953) mientras su madre permanecía encerrada en
una habitación con la señora Klein.
La casa de Susan Isaacs en Primrose Hill fue bombardeada durante el
verano de 1945, y ella cayó enferma de neumonía, preludio del cáncer de-
MADRES E HIJAS [387]
moriría en 1948. Pero la vida estaba retomando una relativa normalidad
ante la confianza general que el fin de la guerra estaba cercano. Para algu-
nos la vida había cambiado irreversiblemente. Sin Glover como aliado, ya
no había lugar para Melitta en la-Sociedad Británica; y al marcharse a los
Estados Unidos, empezó su alejamiento tanto emocional como geográfico del
psicoanálisis.*
A mediados de los años treinta, Walter Schmiedeberg inició una especie
de relación con la novelista bisexual Winifred Ellerman (Bryher), amante de
la poetisa norteamericana Hilda Doolittle (H.D.). H.D. empezó a analizarse
con Schmiedeberg tras regresar de Viena, donde la había analizado Freud.**
Bryher, hija de un magnate naviero inmensamente rico, había financiado la
huida de muchos analistas judíos. Aceptó pagar la formación de candidatos
austríacos en Inglaterra,*** con la única condición de que los analistas fue-
sen primero “aprobados” por Walter Schmiedeberg. También ayudó a muchos
de ellos durante su ardua adaptación a Inglaterra. Paula Heimann pudo obte-
ner, en Edimburgo, el título inglés en medicina gracias a un préstamo de
Bryher. Al final de la guerra Schmiedeberg y Bryher se trasladaron a Suiza
para establecerse allí definitivamente, a donde Melitta frecuentemente iba a
hacerle amistosas visitas. Nadie ha sido capaz de entender esta extraña rela-
ción triangular. Bryher terna la costumbre de coleccionar personas incapacita-
das, y una teoría es que se hizo cargo de Schmiedeberg, cuyo alcoholismo
empeoró con el paso de los años. Perdita Schaffner, hija de H. D. fue adopta-
da por Bryher. Aun habiendo compartido durante muchos años la casa con
Bryher y Schmiedeberg, no logró entender la naturaleza de la relación.
Eric Clyne, que mantuvo una buena relación con su hermana algunos
años después de la ruptura de ésta con su madre, cree que Melitta experi-
mentaba un gran sentimiento de culpa por abandonar a Walter. ¿Desplazaba
hacia su marido la culpa, mucho más angustiosa, por su madre? Es más
verosímil que su partida reactivase la culpa que experimentó cuando su
madre aparentemente la había persuadido de que se reuniera con ella en
Inglaterra antes de que Walter pudiera entrar en el país. Mientras estaba en los
Estados Unidos, Melitta hizo venir a su hermanastra Kristina (hija del
segundo matrimonio de Arthur) desde Suecia para que viviese con ella. Era
una interesante continuación del papel de madre dominante, porque Melitta
se ofendió mucho cuando Kristina insistió en afirmar su independencia y
vivir su propia vida.
* No renunció formalmente a la sociedad hasta 1962
** Susan Friedman, que está preparando una edición de la correspondencia entre H.D.
y Bryher, ha hallado recientemente una carta fechada en Viena el 31 de octubre de 1934, en
la que H.D. revela que Freud le ha dicho que Schmiedeberg era homosexual "ese pobre,
querido y encantador muchacho”, según lo describía Freud.
*** Anna Freud había trabajado con la Fundación Bryher para suministrar honorarios
a los analistas de formación en Viena en año anteriores a 1938.
[388] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
Al final de la guerra, las raíces de Melanie Klein estaban profundamen-
te echadas en Inglaterra. Cuando el propietario quiso vender la casa de
Clifton Hill, ella se la compró por unas tres mil libras. Fue ésa su única casa
en propiedad. Era una construcción elegante y graciosa, con grandes habita-
taciones y techos elevados; a ella le gustaba mucho tanto la casa como el jar-
dín y le proporcionaban un sentimiento de seguridad.
Klein pasó el agosto de 1945 en una granja con su nuera Judy y sus dos
nietos, Michael y Diana;* pero, en septiembre, finalizada la guerra, anhelaba
regresar a su trabajo en Londres. “Será muy grato trabajar sin bombas que
caigan alrededor. ¡Y es maravilloso5 pensar que pronto tendremos la paz!”, le
decía en una carta a Clifford Scott.
Después de haber gastado tantas energías en las controversias, era nece-
sario escribir nuevos artículos creativos. Continuó exhortando a Scott a que
ampliara el trabajo que había expuesto en el Congreso de París de 1938.
Supondrá un excelente lazo con otros artículos científicos que nos alejará de esas
abstractas discusiones de cuestiones teóricas que —aunque considero de gran valor— se
veían estorbadas por las constantes referencias a lo que Freud había dicho o no había
dicho, o había querido decir o no había querido decir. Si queremos recuperar la verdadera
condición de una sociedad científica, debemos discutir hechos y verdades; y creo que su
artículo, puesto que usted habla tanto con la autoridad de un psiquiatra como con la de un
analista, será un buen vínculo para regresar al verdadero trabajo científico.
Aunque le aseguraba que la atmósfera de la Sociedad era mucho menos
tendenciosa, la paz para Klein no podía incluir la expresión de opiniones
opuestas a las suyas. Se sintió muy indignada ante algunas observaciones
realizadas anteriormente por Karin Stephen sobre lo aventurado de analizar
esquizofrénicos: “chismes viejos, de comienzos de los veinte, cuando se
establecía que no se podía analizar a los esquizofrénicos; y sabemos que los
vieneses es aún afirman que los casos fronterizos no deben tocarse”. Eso la
convenció de presionar a Scott para que escribiera su artículo. Su promisorio
candidato Herbert Rosenfeld haría en su momento una aportación de su
experiencia en el análisis de esquizoides cuyas ansiedades psicóticas se
habían mitigado, según sus comprobaciones, únicamente mediante la cons-
tante interpretación, pero Rosenfeld no estaba aún preparado; mientras que
Scott, que había analizado pacientes esquizofrénicos diariamente en el
Hospital de Cassel, era “especialmente idóneo para hablar con autoridad
sobre estos temas. Me doy cuenta de que ha tenido muy poco tiempo y por
eso pienso que sería mejor que dedique un largo período a la elaboración.
* Durante las controversias, Klein dijo a Isaacs: “Lo único que representa
para mí una gran felicidad son mis nietos. La nena (Diana, nacida el 23 de
septiembre de 1942) es sencillamente amorosa, y Michael es un chico muy
interesante, muy prometedor. Soy también muy dichosa por tener tan buena
relación con Judy”.
MADRES E HIJAS [389]
cuidadosa de ese artículo, con el propósito de aclarar la teoría de estos esta-
dios tempranos y, asimismo, la técnica de tratamiento de las ansiedades psi-
cóticas”.
Ella, Heimann e Isaacs proyectaban publicar un libro que recopilaba
colección de trabajos. En él se incluirían los trabajos presentados duran-
te las controversias, dos trabajos que ella estaba preparando en relación con el
temprano complejo de Edipo, un trabajo de Joan Riviere sobre el conflic-
to temprano, y quizás un artículo de Money-Kyrle titulado Some Aspeas of
Political Ethics in the Light of Psycho-Analysis *
Klein señalaba —como casualmente— que el analista de Edimburgo
W.R.D. Fairbairn había publicado “algo” en el último número del
International Journal** Sus ideas, desarrolladas de manera bastante inde-
pendiente, eran suficientemente próximas a las suyas para causarle cierta
inquietud: “Aún no he tenido tiempo de leerlo detenidamente, pero una
hojeada confirma la opinión de que ve cosas desproporcionadas, aunque
tiene algo interesante que decir. Ahora, sus ideas sobre el origen de la esqui-
zofrenia, que deduzco que él presenta en un artículo, harían que fuese esen-
cial aclarar a la gente las posiciones tempranas”. Si Fairbairn había dirigido
su atención a la esquizofrenia, era menester trabajar rápidamente a fin de
anticipársele en los conceptos que pudiera desarrollar.
En realidad, el artículo de Fairbairn iniciaba el último período creativo
fundamental en la vida de Klein. El la obligó a remontarse a los momentos
iniciales de la vida, en lugar de seleccionar acontecimientos decisivos
posteriores del desarrollo infantil. Klein siempre se había esforzado por des-
tacar los estrechos lazos que la unían con Freud y con Abraham. Fairbairn,
en cambio, aislado en Edimburgo, no mantenía deudas personales. J.D.
Sutherland destaca que él seguía la tradición inglesa de aprovechar las ideas
para sus propios fines, por ofensivo que ello pudiera parecer a los continen-
tales, más doctrinarios. Si la teoría freudiana del instinto no concordaba con
la teoría de las fases, entonces había que revisar toda la cuestión del desa-
rrollo.
En opinión de Fairbairn, Freud se había equivocado al substituir la his-
teria por la melancolía como fundamento de las neurosis. (En consecuencia
Fairbairn criticaba implícitamente la importancia central que Melanie Klein
adjudicaba a la posición depresiva.) Se tendría que haber prestado atención a
la posición esquizoide, la cual supone un desdoblamiento del yo, como
recurso distinto del de anticipar simplemente el complejo de Edipo, cosa
* Sólo las mujeres mencionadas contribuyeron con trabajos a la primera recopilación
de artículos kleinianos. Desarrollos en psicoanálisis (1952). El artículo de Money—Kyrle
apareció más tarde en Nuevas direcciones en psicoanálisis (1955).
** Endopsychic Structure Considered in Terms of Object-Relationships, J.,
1944, 25. 70-93.
[390] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
que Fairbairn no veía como una solución, porque excluía toda posibilidad de
que la represión se produjera en el período preedípico. Freud pensaba que la
libido no tenía una dirección, pero Fairbairn considera que la libido se dirige
principalmente a un objeto, aunque no enfatiza la importancia del pecho
como primer objeto parcial.
Melanie Klein, deseando no parecer demasiado radical, había vacilado
en decir lisa y llanamente que su sistema excluía un estado de narcisismo
primario, aunque la teoría de que los instintos se dirigen a objetos no podía
admitir ninguna otra interpretación. No parecía dispuesta a renegar públi-
mente del concepto de narcisismo tal como lo había postulado Freud, sino
que dejaba a sus seguidores, como Riviere y Heimann, la tarea de definir sus
opiniones. Klein convenía con Fairbairn que la represión es sumamente
importante, porque no sólo implica necesariamente el desdoblamiento del
objeto, sino también el desdoblamiento del yo. Fairbairn lo deducía de la
observación de yoes fragmentados que aparecen en los sueños. No conside-
raba los sueños como satisfacción de los deseos, sino como dramatización
de situaciones existentes en la realidad interna. El desdoblamiento del yo,
tan característico de las condiciones esquizoide e histérica, merecía aten-
ción, a juicio de Fairbairn, como característico del desarrollo normal y, así-
mismo, como punto de fijación de los fenómenos de funcionamiento emo-
cional y mental anómalo.
Klein no podía obviar este desafío, que requería respuesta tan pronto
como fuese posible. De su trabajo con esquizofrénicos, Herbert Rosenfeld le
había proporcionado interesantes materiales. En 1946 le preguntó muy ama-
blemente si tendría inconveniente en postergar la presentación de su trabajo
hasta que ella hubiese expuesto el que estaba preparando sobre mecanismos
esquizoides. Para justificarse, comentó que Abraham había ocultado inter-
pretaciones para que sus discípulos no las utilizasen antes. Habituados a
contrastar ideas, los analistas siempre habían sido un poco paranoide en
cuanto a la primacía de sus instituciones; pero el carácter precursor de Klein
no se había reconocido suficientemente. Desde comienzos de la década de
los veinte había subrayado los procesos evolutivos mediante relaciones con
objetos, por lo que legítimamente podía decirse de ella que era la madre de la
teoría de las relaciones de objeto.
El trabajo de Klein Notas sobre algunos mecanismos esquizoides se
expuso ante la Sociedad Británica el 4 de diciembre de 1946 y en la versión
publicada expresa su agradecimiento a Paula Heimann por sus estimulantes
sugerencias, que le habían permitido elaborar los conceptos abordados en el
mismo. El material provenía tanto del análisis de niños como del de adultos.
Destaca que habitualmente había considerado que las relaciones de objetos
existen desde el principio de la vida. En su etapa temprana, el impulso
destructivo se expresa mediante la fantasía de ataques sádico-orales dirigidos al
pecho de la madre, lo cual pronto evoluciona y se transforma en embestidas
MADRES E HIJAS [391]
contra cualquier parte de su cuerpo. Aún describía esto como la fase para-
noide, pero cuando se publicó el artículo ella la había modificado transfor-
mándola en la fase esquizoparanoide, con el debido reconocimiento a
Fairbairn.
Emprendía inmediatamente un comentario de los trabajos recientes de
Fairbairn. La principal diferencia entre ellos era que el enfoque de Fairbairn
derivaba en gran medida de una preocupación por el desarrollo del yo en
relación con los objetos, mientras que su interés se centraba en la etiología
de la ansiedad. No obstante, estaba de acuerdo con la tesis de Fairbairn de
que las perturbaciones esquizoides Y esquizofrénicas cubren un espectro
mucho más amplio que el anteriormente considerado; que la posición esqui-
zoide era una fase normal del desarrollo; Y, además, que había una estrecha
relación entre la histeria y la esquizofrenia. No obstante, no podía aceptar
con Fairbairn que sólo el objeto malo es internalizado, ni su subestimación
del papel de la agresión desde el principio de la vida, “Sugiero”, escribía,
“que la ansiedad primaria de ser aniquilado por una fuerza destructiva inte-
rior, con la respuesta específica del yo de fragmentarse o desdoblarse, puede
ser sumamente importante en todos los procesos esquizofrénicos”.6
Pasaba entonces a tratar del concepto considerado por muchos analistas
como su mayor aportación al psicoanálisis: la identificación proyectiva. El
niño, al proyectar sus impulsos agresivos en su madre, proyecta parte de su
destructividad, de manera que en su omnipotente fantasía su madre se con-
vierte en su perseguidora. El desdoblamiento excesivo del yo mediante la
identificación proyectiva deja en el yo el sentimiento de una fragmentación.
En una personalidad normal se consigue el equilibrio entre proyección e
introyección. “La proyección de buenos sentimientos y buenos aspectos del
yo en la madre esencial para que el niño se halle en condiciones de desa-
rrollar relaciones de objeto positivas e integrar ju yo.”7 Gran variedad de
fuerzas internas y externas pueden agudizar la ansiedad, lo cual conduce
posteriormente a la impotencia o a la claustrofobia. El desdoblamiento anó-
malo del yo desequilibra la relación del mundo interno y el externo tan
característica de los esquizofrénicos, en los cuales se produce un recogi-
miento en el mundo interno por temor a introyectar un mundo externo peli-
groso; pero este recogimiento no trae paz, sino que acrecienta el temor a
los perseguidores internos. Este círculo vicioso puede conducir a su vez a un
estado de hiperdependencia respecto de los representantes externos de los
propios aspectos buenos, como ocurre cuando la madre se convierte en el yo
ideal hasta el punto de que el yo se empobrece y debilita.
Klein había descubierto las relaciones evolutivas entre las posiciones
esquizoide y depresiva en pacientes que, henchidos de reproches hacia sí mis-
mos e incapaces de superar la ansiedad por haber destruido el objeto bueno, se
deslizan a un estado de pánico ante sus atormentadores internos. La relación
entre perturbaciones maníaco-depresivas y esquizofrénicas, es algo que ella
[392] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
reconoce de momento sólo como una “hipótesis tentadora”, y acogería de
buen grado pruebas que fundamentasen su opinión de parte de “colegas que
disponen de amplio material de observaciones psiquiátricas”, esto es, Scott y
Rosenfeld. Sus propias conclusiones se basaban en casos tales como uno en el
que el paciente, ansioso porque su analista quedase eximido de sus impulsos
destructivos, los volvía contra su propio yo, mecanismo de defensa producto
de la presión de la ansiedad y la culpa. Tal ansiedad esquizoparanoide es
característica de los primeros meses del bebé. El inicio de la posición depresi-
va puede reforzar la regresión hacia mecanismos esquizoides. Según la inten-
sidad del sentimiento y la fortaleza del yo, esto será parte normal del proceso
evolutivo, o la base de una posterior enfermedad esquizofrénica. En un apéndi-
ce se refería al caso de Schreber, donde Freud decía: “El punto con el que por
tendencia natural se relaciona la fijación, debe situarse más atrás que la para-
noia, en algún momento entre el comienzo del desarrollo desde el autoerotis-
mo y el objeto de amor”.8 Freud dejaba abierta la posibilidad de comprender
las psicosis y los procesos que las fundamentan. En otras palabras: aquí
—como en muchos otros casos— simplemente seguía una sugerencia de
Freud para que se avanzase investigando en esta área. El único otro trabajo en
que Melanie Klein discutió la identificación proyectiva fue Sobre la identifi-
cación (1955), donde analizaba el relato de Julien Green If I Were You*
Una de las principales críticas que ocasionalmente han dirigido a Klein
es que omitía fundamentar sus conceptos. Sin embargo, cuando D. W.
Winnicott escribió The Maniac Defence (1935) y Hate in the
Countertransference (1947) trabajos llenó de comprobaciones que, según él
creía, le proporcionaban amplia fundamentación, Klein permaneció en silen-
ció. En cierta ocasión, cuando acompañaba a su casa a Pearl King tras una
reunión científica, Winnicott, a punto de llorar, de; pronto estalló: “¡Si al
menos la señora Klein reconociera alguna vez que ha tomado una idea de
otro!” El problema de Klein con Winnicott derivaba del talante demasiado
independiente de éste, por lo que probablemente no discutiera con ella los
artículos antes de exponerlos. A ella probablemente le resultó difícil de tole-
rar una situación con él de igual a igual. Notaba que también debía vigilarse
cuidadosamente a Fairbairn porque uno nunca sabe hasta dónde podía llegar
“Psicoanálisis... ¡ja!” gruñó ella al abandonar la sala, rodeada por sus parti-
darios, después de que él hubiese leído uno de sus trabajos.** Con

* El 2 de febrero de 1949 leyó en la reunión científica de la Sociedad Británica


párrafos de La flecha de oro, de Conrad, ilustraban el mecanismo de introyección y de
proyección en una relación amorosa.
** El doctor J.D. Sutherland es muy escéptico en cuanto a que ella se haya conduci-
do con tanta descortesía respecto de Fairbairn; pero otros tres analistas recuerdan tal
reacción, cuando él expuso su trabajo On the Nature and Aims of Psycho-Analytical
Treatment, el 18 de junio de 1958. Fue ése el polémico trabajo en el que ponía en tela de
juicio la validez universal del uso del diván.
MADRES E HIJAS [393]
Rosenfeld la situación era diferente. Como analizando de ella que era, podía
contar con él para apoyar sus conceptos teóricos con datos empíricos. En el
uso hecho por él de la identificación proyectiva con pacientes esquizofréni-
cos demostraría la profunda validez del concepto.
Muchos kleinianos (¡incluyendo a la propia Klein!) consideraron la
expresión “identificación proyectiva’’ algo dura. Claude Wedeles ha sugeri-
do substituirla por “intrusión9 proyectiva”, aunque no está seguro de que ello
suponga un cambio valioso. Hanna Segal, en las lecciones que dictó en el
University College de Londres durante el invierno de 1982, habló en favor
de eliminar “identificación proyectiva” en favor de “proyección”; pero
podría perderse la rica especificidad del concepto, puesto que “proyección”
sugiere un proceso o una función en lugar de un estado psíquico complejo.
En una comunicación leída en el Coloquio Internacional de Psicosis
realizado en Montreal en noviembre de 1969, Rosenfeld presentó una buena
definición de la identificación proyectiva:
“Identificación proyectiva” remite ante todo al proceso de desdoblamiento del yo
temprano, por el cual se separan del yo las partes buenas o las partes malas y, en un
segundo término se proyectan en el amor o el odio hacia objetos externos, lo cual condu-
ce una fusión y a una identificación de las partes proyectadas del yo con los objetos
externos. Se relacionan con esos procesos formas importantes de la ansiedad paranoide,
cosa que ocurre cuando objetos llenos de parces agresivas del yo se toman perseguidores
y son experimentados por el paciente como elementos que amenazan con una venganza
haciendo que ellos mismos, y las partes malas del yo contenidas regresen nuevamente al
yo.10
Rosenfeld expuso su trabajo de ingreso en la Sociedad Británica,
Analysis of a Schizophrenic State with Depersonalization el 5 de marzo de
1947. Su comunicación se basaba en el segundo caso analizado por él
durante su formación. El paciente, que resultó ser psicòtico, manifestaba
una grave despersonalización. Se quejaba de no tener sentimientos y era evi-
dente que luchaba con un estado de esquizofrenia. Uno de los supervisores
de Rosenfeld, Sylvia Payne, le dijo que no podía supervisar el caso por
temor a que Rosenfeld proyectara en ella los temores persecutorios del
paciente. El entendió que esto suponía reconocer como válida la existencia
de una identificación proyectiva acompañada por la ansiedad suscitada ante
la posibilidad de tratarla. Incluso a Joan Riviere, que había apoyado a
Melanie Klein desde el principio, le inquietaban los casos “fronterizos”, y
rechazó en 1940 un caso del que Clifford Scott le había pedido que se hicie-
ra cargo. “Aunque he tenido muchos pacientes que de algún modo han sido
casos ´fronterizo´, todos ellos han sido casos de carácter, que han logrado
adaptarse más o menos a la vida ordinaria; y11dudo de que mi técnica sea
igualmente válida para un tipo más psicótico.”
Joan Riviere había recorrido un largo camino junto a Melarne Klein,
[394] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
pero no estaba dispuesta a acompañarla en su viaje a un territorio totalmente
extraño. Klein, percibiendo su reticencia, advirtió que Joan Riviere ya no podía
ofrecerle la adhesión total que ella reclamaba de sus partidarios. Y Rickman, otro
de los que la apoyaban, empezó a sentir que su política tenía un mal sabor.
Aunque Melanie Klein lo favoreció, en contra de Adrian Stephen, para que en
1947 se convirtiera en presidente de la Sociedad, mientras él ocupó el cargo hubo
entre ambos cierta frialdad. Al entrevistar a Pearl King en 1945, aspirando ésta a
la formación, él manifestó ser kleiniano, pero un año más tarde, mientras la
analizaba le comunicó que la señora Klein lo había excluido de su grupo.
Resultaba cada vez más manifiesto que ser “kleiniano” significaba haber sido
expresamente elegido por Melanie Klein para poseer tal condición.
Según Herbert Rosenfeld, ser un estudiante alentado por Melanie Klein
era una experiencia al mismo tiempo extraña y maravillosa. Rosenfeld se
había analizado antes de dejar Alemania, pero este primer análisis le parecía
totalmente superficial. Profundamente impresionado por la calma con que
Klein relacionaba sus pensamientos, semanas más tarde exclamaba: ¡Qué
experiencia!”12Tanto Klein como Rosenfeld eran más o menos valorados en
la comunicación de ingreso de éste: Analysis of a Schizophrenic State
with Depersonalization fue un trabajo precursor ya que en él se trataba de
uno de los primeros casos registrados de análisis de un paciente
esquizofrénico.* Freud había creído que los pacientes que padecían de
neurosis narcisísticas no eran capaces de experimentar la transferencia: pero
Rosenfeld, estimulado por los trabajos de Melanie Klein con los niños.
descubrió que evitar la confianza conduce al desarrollo de una psicosis de
transferencia. Aunque solo podía lograrse un éxito parcial, Rosenfeld creía
que el estudio de la esquizofrenia instruye mucho sobre los aspectos
esquizoparanoides del desarrollo normal.
En el Decimosexto Congreso, celebrado en Zurich en 1949, Rosenberg y
Segal presentaron los trabajos más importantes: Notes on the
Psycho-Pathology of Confusional States in Chronic Schizophrenias y Some
Aspects of the Analysis of a Schizophrenic. 13 Fue en este primer congreso de
postguerra donde Harold Bridger (un analizando de Paula Heimann) advirtió
hasta qué punto se injuriaba a Melanie Klein en los círculos internacionales, y
percibió el sentimiento subterráneo de que sus ideas abrían un abismo en el
psicoanálisis. “Uno sentía que se trataba de algo más que de un antagonismo
personal. Residía en algo más profundo: en el sentimiento de ansiedad y de
temor por lo que esas ideas pudieran provocar.”14
El congreso fue memorable por varias razones. Por primera vez en
cuatro años Klein y Melitta se veían, aunque no se hablaron. Melitta había
viajado desde Nueva York para presentar un trabajo, Psychology and
* Clifford Scott fue uno de los primeros en analizar esquizofrénicos regularmente.
MADRES E HIJAS [395]
Treatment of the Criminal Psychopath. En el trabajo de Klein, Sobre los
criterio para finalizar un psicoanálisis se comparaba el estado emocional
del paciente cuyo análisis había concluido, con el estado de duelo. El análi-
sis podía concluir cuando el paciente había atravesado sus estadios infantiles
esquizoide y depresivo, de manera que el yo se fortaleciera suficiente para
soportar la inevitable reactivación de las emociones ocasionadas por la
finalización de su análisis. Para mitigar este trauma, el analista debía fijar una
fecha con varios meses de anticipación para que el paciente pudiera empezar
a luchar contra la reaparición de las ansiedades tempranas.
Fue en este congreso donde Jacques Lacan expuso su trabajo The
Mirror Stage as Formative of the Function of the I as revealed in
Psychoanalytic Experience. 15 En una comunicación presentada en el
Congrès des Psychanalystes de Langue Française, celebrado en Bruselas en
1948, había relacionado sus “imágenes del cuerpo fragmentado” y los
“objetos internos” de Klein y durante muchos años, en sus trabajos, remitió
a la obra de Melanie Klein en términos favorables. Los analistas kleinianos
contemporáneos rechazan, sin embargo, teda sugerencia de afinidad entre las
ideas de Klein y las de Lacan.
En una carta del 28 de enero de 1948 dirigida a Clifford Scott, Klein
decía que Lacan había discutido con ella la agenda del primer Congreso
Mundial de Psiquiatría que se celebraría en París en 1950.
El doctor Lacan, que fue cabeza de la Clínica Psiquiátrica de París, está utilizando su
influencia para despertar el interés de los psiquiatras por el psicoanálisis, y ha hecho cuanto
ha podido por lograr la aprobación del tema referente al progreso del psicoanálisis. Según
su informe, impidió esta elección el grupo psicoanalítico de París, cosa que él atribuye a sus
tendencias reaccionarias.
Me pidió que utilizara mi influencia sobre mis colegas psiquiatras para obtener un
voto en favor del tema El progreso del psicoanálisis, y, de ser posible, que la utilizara
también para obtener el mismo voto en Nueva York. Por mi parte, estoy de acuerdo con la
cuestión; si el congreso representa algo y si existe el deseo de instruir a la psiquiatría, está
bien. Le comunico estos hechos (los cuales no hace falta decir que son confidenciales) y le
sugiero que utilice toda su influencia en esta dirección.
P.S. Como usted ya sabe, el doctor Lacan es miembro de la Sociedad Psicoanalítica
de París; y, hasta donde puedo vislumbrar, el más progresista de ellos. El doctor Lacan
también me sugiere la importancia de que en el Congreso de Psiquiatría Infantil de este
verano estuviese representada la opción más innovadora en psicoanálisis y que, por lo
tanto, no debiera haberse elegido a Anna Freud como referente.* 16
Se ignora cómo reaccionó Klein ante las favorables referencias a Anna
Freud incluidas en El estadio del espejo, pero le encantó que Lacan se diri-
* Klein, respondiendo a Anna Freud, afirmaba que ésta había omitido señalar
la edad a la que en su opinión el yo estaba suficientemente integrado para que el
niño experimentara culpa.
[396] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
giera a ella en esa ocasión y la convenciese de aceptarlo como traductor de
El psicoanálisis de niños al francés. Casi al mismo tiempo, una joven
fran- cesa. Françoise Girard, manifestó estar muy interesada en traducir esta
misma obra; Klein le informó que ya se había confiado a otra persona (no
especificaba a quién), pero le sugería que considerase la posibilidad de tra-
ducir Contribuciones al psicoanálisis, publicada el año anterior. Fue una
situación que condujo a varias confusiones. $
La Introducción de Ernest Jones a Contribuciones al psicoanálisis
(1948), que incluía todos los artículos escritos por Klein hasta entonces
salvo los que habían formado parte de El psicoanálisis de niños, revelaba la
incómoda situación pública de su autor respecto de Klein. Por entonces
Jones había emprendido la biografía de Freud y aunque en privado decía a
su mujer que Klein era “una magnífica persona”, si escribía de manera exce-
sivamente elogiosa sobre ella, podía provocar la enemistad de Anna Freud,
cuya colaboración le era esencial.* En la Introducción señala que él nunca
había imaginado la “conmoción” suscitada veinte años antes al invitar a
Melanie Klein a trasladarse a Inglaterra. Ella había proseguido la elabora-
ción de sus ideas con “constante temeridad” (una curiosa frase) lo cual
había granjeado amigos fanáticos e inquietos enemigos. No obstante, Jones
preveía que un alboroto como aquel en el que se había hundido recientemen-
te la Sociedad Británica se reproduciría en otras sociedades a lo largo de
todo el mundo.
A su modo de ver, las afirmaciones de que las teorías de Melanie Klein
representaban una desviación respecto de las de Freud eran “una grosera
exageración”, y pensaba que su gran contribución estribaba en dirigirse
directamente a los niños, procedimiento que requería del desarrollo de una
técnica propia. Además, llegaba a aplicar sus investigaciones al campo de la
demencia, paso que había provocado la furia de muchos psiquiatras, pero
Jones no veía de qué modo podían las investigaciones de Klein haberse
detenido ante ese inquietante ámbito.
Se acercaba una nueva era. En el Congreso de Zurich, Ernest Jones
renunció a la presidencia tras haberla ejercido durante diecisiete años, y le
sucedió un norteamericano, Leo Bartemeier. También se iniciaban profundos
cambios en la estrecha relación de Klein con Paula Heimann. En los años
cincuenta, Tom Hayley (un analizando de Roger Money-Kyrle) acompañó
una noche a Melanie Klein a su casa de regreso de una reunión. En esta oca-
sión ella le confió haber pedido a Heimann que no expusiese17 una comunica-
ción sobre la contratransferencia en el Congreso de Zurich, y comentó que
Paula le había respondido: “¿Piensa que deseo permanecer a su sombra
durante toda mi vida?” Habían sido exactamente ésas las palabras que había
*Compárese este prefacio con New Directions in Psycho-Analysis (1955), escrito
cuando él ya casi había completado la biografía.
MADRES E HIJAS [397]
empleado Adler, dirigiéndose a Freud, cuando afirmó su derecho a ocupar su
propio puesto en el mundo.18 El artículo de Heimann se ha aceptado como parte
esencial del corpus kleiniano;* pero pocos analistas parecen conocer el serio
desacuerdo que tuvieron al respecto Klein y Heimann, insistiendo la primera en
que la contratransferencia interfiere en el análisis. Ella dijo a Hayley que si se
experimenta algún sentimiento respecto del paciente, debe realizarse
inmediatamente un autoanálisis relámpago; pero paula estaba elevando los
sentimientos subjetivos a la categoría de una gran virtud. Públicamente no
renegó de la contratransferencia; Wilfred Bion subrayó posteriormente el
concepto, y generalmente se cree que se inició con Klein. Debe recordarse que
a Klein le habían impresionado profundamente las opiniones de la
contratransferencia que Freud había19 expresado en The Future Prospects of
Psycho-Analytic Therapy (1910). Heimann afirmaba que la exigencia
formulada por Freud de que el analista debía reconocer y dominar la
contratransferencia no necesariamente suponía que el analista debiera
mantenerse insensible y distante, "sino que debe20 utilizar su respuesta emocional
como una llave del inconsciente del paciente”. Aunque suele considerarse que
su artículo representa la primera afirmación explícita del valor positivo de la
contratransferencia, por lo cual se considera un hito en la historia de las ideas
psicoanalíticas, no debe olvidarse que el 5 de febrero de 1947 Winnicott había
expuesto ante la Sociedad Británica un importante trabajo, Hate in the
Counter-Transference, que difícilmente despertara la aprobación de Melanie
Klein, en particular porque seguramente no lo discutió antes con ella. A pesar
de que Winnicott hablaba especial- mente de psicóticos, subrayaba que no
debía pasarse por alto la capacidad de odio del propio analista. “Por más que no
pueda evitar odiarlos (a los psicóticos) y temerlos, cuanta mayor conciencia de
ello posea, tanto menos serán el odio y el temor motivos determinantes en su
actitud con los pacientes.”21 Debe mantenerse el odio en reserva para utilizarlo
en la situación analítica cuando llega el momento oportuno. Para analizar a
psicóticos, el analista debe enfrentar cosas referentes a sí mismo. Winnicott
había llegado a esta conclusión mediante sueños que le revelaron cosas de sí
mismo tras un período en el que "descubrí que estaba trabajando mal”.22 Uno de
los aspectos más atractivos de Winnicott era la sinceridad con que reconocía
públicamente sus errores.
La opinión de Heimann no difiere esencialmente de la de Winnicott. El
analista debe reconocer y experimentar los sentimientos que se suscitan en
él “para subordinarlos a la tarea analítica, en la que él funciona como el
reflejo en un espejo del paciente”.23 Hay momentos en que el paciente obli-
ga inconscientemente al analista a que adopte un papel, y éste puede sumi-
nistrar una comprensión más profunda de los procesos mentales inconscien-
* Curiosamente, nunca se expuso en la Sociedad Británica. El trabajo no contiene
alusión alguna a Klein.
[398] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
tes del paciente. Como han subrayado Sandler, Daré y Holder, "encierra
cierto interés que esta extensión del concepto de contratransferencia sea
similar al cambio que se produjo en la concepción de Freud sobre la función
de transferencia, a la que primero se consideró un obstáculo y que fue vista
después como una ventaja para la terapia”. 24 ¿De algún modo estaba dicien-
do Heimann a Klein algo sobre el carácter insatisfactorio de su propio análi-
sis? En su trabajo Winnicott había dicho: “En algunos estadios de ciertos
análisis, el paciente provoca verdaderamente el odio del analista y lo que
entonces se requiere es odio objetivo. Si el paciente busca odio objetivo o
justificado, debe ser capaz de encontrarlo; y por contra, no debe sentir que
puede encontrar amor objetivo”.25
El artículo de Heimann era un acto de independencia; ella podría haber
argumentado que tenía tanto derecho como Klein a producir una obra original
y creativa pero, por supuesto, Klein no lo hubiese interpretado así. En 1949,
Heimann, que tenía cincuenta años, era la colega de Klein más cercana a ésta
en edad. Estaba decidida a continuar en solitario, tal como había hecho Melitta
Con el paso de los años, Klein se fue pareciendo cada vez más a Libussa por
su inflexibilidad, su fortaleza y su empuje para hallar su propio sendero.
Siempre se ha especulado mucho sobre la ruptura entre las dos mujeres.
Ninguna de ellas habló detalladamente con sus colegas al respecto de la diferencia
que las separaba, sino sólo mediante crípticos comentarios. Los recuerdos, inéditos,
de Heimann son aun más ásperos que el comentario sobre Klein escrito por
Wolffheim. Además, en 1974, cuando Pearl King entrevistó a Heimann, la
memoria de ésta estaba empezando a deteriorarse. No obstante, todos sus
comentarios tenían el matiz del resentimiento y de la envidia y, justificados o no,
tales sentimientos deben considerarse. El tono quejoso es tal que uno se pregunta si
acaso hubo entre ambas un vínculo de inconsciente lesbianismo.
Klein había partido hacia Inglaterra un año antes de que Heimann se
uniera a la Sociedad de Berlín, pero Paula había conocido allí a Melitta, y
los Schmiedeberg fueron muy atentos con ella durante su primer período en
Inglaterra. Al saber de la muerte de Hans en abril de 1934, Heimann escribió
a Klein una carta de pésame y posteriormente Walter Schmiedeberg le dijo
que la señora Klein deseaba verla. A ella esto le pareció extraño, por lo que
empezó a preguntarse si acaso las cosas no andaban del todo bien entre
Melitta y su madre. Ante la sorpresa de Heimann, Klein inmediatamente
empezó a confiarle sus sentimientos a ella —que era casi una extraña—en
alemán. Cuando Pearl King le preguntó si Klein estaba muy apenada por la
muerte de Hans, Heimann respondió: “Me sorprendió mucho que ella no
fuese al funeral; me dijo que no iba porque no quería encontrarse con su ex
marido, quien, según ella creía, intentaría una reconciliación, cosa que resul-
taba muy extraña, pues él se había casado nuevamente”. (En realidad, por
aquel entonces, Arthur se había divorciado de su segunda esposa.)
MADRES E HIJAS [399]
Durante las discusiones que ambas mantenían, Klein se mostraba muy
deprimida. y en cierta ocasión contó a Heimann un sueño en el que ella no
sabía si suicidarse o no. Cuando, posteriormente Heimann le recordó ese
sueño, Klein lo negó, insistiendo en que era evidente que ella no quería sui-
cidarse. En una de sus visitas, Heimann preguntó a Klein por qué se dirigía
a ella y no, por ejemplo, a Joan Riviere, a quien conocía de mucho antes.
Klein le contestó: “Ah, ésos son ingleses”, sugiriéndole que se sentía mucho
más a gusto con Paula, con quien podía hablar en alemán. En su flaqueza
postró a Heimann sus más preciosas posesiones, los poemas de Emanuel.
En determinado momento decidió escribir un trabajo sobre su experiencia
de pérdida y duelo. Paula se ofreció a actuar como su secretaria y tomó nota
de sus pensamientos a medida que ella los iba expresando. Respecto de ello
paula comentaba: “Las ideas que expresaba eran para mí totalmente nuevas.
Eran diferentes de lo que yo había aprendido en la Sociedad de Berlín”.
Nada añadía sobre el profundo sufrimiento que inspiró aquel trabajo de la
posición depresiva, ni hay absolutamente sentimiento alguno de simpatía en
su evocación de aquellas primeras reuniones. Pero ella debe ser la amiga
que la acompañaba —la “señora A”— en el memorable paseo (descrito en
el trabajo sobre el duelo) en el que las casas parecían caerse encima de ella y
debía refugiarse en un restaurante, en un estado de terrible aturdimiento.
Durante todo el verano de 1934, Paula acompañó a Klein y a los
Schmiedeberg en sus excursiones en el Sunbeam. (Puede determinarse exac-
tamente el año, pues en 1935 los Schmiedeberg compraron un Buick.) Ello
sugeriría que durante algunos meses de 1934, tras la muerte de Hans, hubo
al menos una pausa momentánea en la ruptura entre Melitta y su madre. En
una de sus excursiones llevaron a Glover, a su elegante esposa Gladys y a la
hija de ambos, que por entonces tenía unos nueve años, y a quien Paula des-
cribe como una “idiota mogólica”. Se sentaron en el jardín de un restauran-
te, donde Glover, con mucha calma, cortó un plátano para la niña. Más
larde, cuando viajaban de nuevo en el coche, Paula exclamó: “¡Dios mío! Si
yo fuera él, hubiera matado a la niña, a la esposa y a mí misma”; posterior-
mente Klein le dijo: “No debieras haber dicho eso: Melitta está en análisis
con él (Glover)”,26 lo cual sugiere que Melitta ya había dejado a Ella Sharpe a
comienzos de 1934 y había empezado su análisis con Glover.
Poco tiempo después, cuando Paula iba a iniciar su análisis con Klein,
rió nerviosamente la noticia a Melitta, añadiendo que esperaba que ello no
afectase la amistad de ambas. La tirantez entre madre e hija era entonces
manifiesta; ello coincide más o menos con la época en que Melitta declaró su
independencia respecto de su madre. Melitta le dijo a Paula que no estaba
Sorprendida, porque ya esperaba que ocurriese. No hay ni una palabra de
Critica a Melitta en los recuerdos de Paula. Afirma que Melitta fue “expulsa-
da” de Londres, lo cual es una gran exageración. No hace ninguna referencia
a los ataques dirigidos por Melitta a su madre, aunque Paula llegó a ser
[400] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
conocida como la partidaria más vehemente de Klein. Si Melitta había sido
cortés con ella, debió de encontrarse en una difícil situación en medio del
fuego cruzado enríe madre e hija. Debe citarse un párrafo de su entrevista
con Pearl King:
Un día Melanie me dijo que Melitta le había contado un sueño que había tenido y
que Melanie lo había interpretado; le había dicho: “Bien, no te sorprendas de no poder
tener un niño”, como si ella interpretase que existía tal anhelo y Melitta estuviese muy
triste por ello. Realmente no sé (cuándo) se puso Melitta tan enferma, pero debe decirse
también que se la empujó a ello, no tengo la menor duda al respecto.
No mucho antes de su muerte, acontecida en 1983, Heimann dijo al
doctor William Gillespie que Melanie la había ‘‘seducido” para que iniciara
el análisis.27 Paula Heimann era por entonces una mujer de unos treinta y
cinco años y actuaba con plena libertad. Es verdad que se sentía algo deso-
rientada después de su divorcio y de haberse instalado en un país extraño,
así que probablemente experimentara la necesidad de análisis. En lo que
atañe a Melanie Klein, muy bien pudo advertir cuál era la situación de Paula
al sugerirle que iniciara el análisis con ella. Ciertamente, no se puede igno-
rar que Klein quería simpatizantes y que reconocía en la fina inteligencia de
Heimann a alguien a quien le gustaría tener como aliada. También tenía pro-
funda necesidad de contar con una persona que llenase sus expectativas de
tener una hija, tal como Freud, que no mantuvo una relación muy estrecha
con sus hijos, necesitaba de un hijo ideal; ambos hicieron que sus hijos subs-
titutos se enfrentasen entre sí.
Posteriormente, Heimann contó a Pearl King que Klein había atribuido
el origen de su depresión a que “mi madre debía de haber experimentado la
depresión de un duelo durante todo el embarazo, presumiblemente porque
sentía que yo podría no haber nacido de no ser por su necesidad de reempla-
zar al niño; mi madre solía decir cuando yo era niña que me prefería a mi
hermana mayor, que yo siempre había sido una madre para ella y lo decía
con gran admiración; más tarde pensé cuán cruel era esto. Pero entonces
advertí, bien, estoy preparada para hacer algo por mi madre pero no estoy
preparada para hacerlo por mi analista. Ella decía cosas asquerosas de
Sylvia, en realidad nadie podía analizar salvo ella”. Este monólogo, que va
siguiendo la corriente de la conciencia, sugiere que probablemente Heimann
no había resuelto la relación con su madre, y que intentaba reproducirla con
Klein del modo como ella deseaba que hubiese sido.
La interpretación de Klein es profundamente reveladora. Ella misma
había estado embarazada de Melitta durante su duelo por Emanuel y deseaba
más la restauración de su hermano muerto que a su indeseado bebé.
También estaba de duelo por Libussa durante la infancia de Erich. Como
observaba Winnicott en Hate in Counter-Transference, “la madre odia al
MADRES E HIJAS [401]
bebé antes de que el bebé 28odie a la madre y, antes de que el bebé pueda
saberlo, su madre lo odia”. Los comentarios de Heimann revelan los peli-
gros inherente al análisis desarrollado desde una situación social y una
amistad. Se esperaba que Paula actuase como hija, ayudando a Klein a tras-
ladarse desde la maisonnete de Linden Gardens a la casa de Clifton Hill pre-
cisamente en la víspera de su análisis. Es manifiesto que a veces Heimann
saca provecho de su ambigua situación. Durane una sesión hizo un malé-
volo comentario sobre la “audacia científica” de Melitta al expresar sus
propias opiniones reintegrando conceptos de Klein. Su analista le hizo
entonces reproches. “Eso no era científico ni audaz”, le dijo: ¿y no veía Paula
que se estaba desarrollando una confabulación contra ella? Heimann dijo a Pearl
King que Klein hacía muchas observaciones maliciosas de Joan Riviere y de
Susan Isaacs, y que era indiscreta en sus revelaciones sobre la Sociedad. Sin
embargo, cuando Heimann era la indiscreta, Klein la regañaba indignada.
Heimann presentó su trabajo de ingreso en la Sociedad, A Contribution
to The Problem Of Sublimation And Its Relatio To Process Of
Internalization, 1939.* Heimann es deliberadamente imprecisa en cuanto a
la duración de su análisis. Se inició el 30 de enero de 1935, continuó durante
años con esporádicas interrupciones, y concluyó finalmente en 1953.
El análisis se reanudó (según Heimann, a instancias de Klein) después
de la guerra, a finales de la década de los cuarenta. (El comentario de que
Heimann fue siempre un miembro pasivo en sus relaciones está en completo
desacuerdo con los recuerdos que sus partidarios tienen de ella, especial-
mente sus analizandos, quienes la recuerdan como una mujer de espíritu
activo y ocurrente.)
Al desencadenarse la guerra, Klein dijo a Heimann que, aunque sería
más conveniente para ella permanecer en Londres, se retiraría a Cambridge
“para preservar el psicoanálisis; no se debía a que personalmente tuviese
miedo a las bombas, y considero que hasta cieno punto ella realmente lo
creía”. Mientras Klein estaba en Cambridge con Susan Isaacs, Paula viajó
hasta allí para someterse los fines de semana a varias horas de análisis, pero
lo sorprendente es que no menciona siquiera una visita a Pitlochry. La hija
de Heimann, señora Mertza Peatie, recuerda que durante este periodo ella
estaba como pupila en un colegio y recuerda unas vacaciones pasadas con
su madre en Pitlochry, probablemente en el verano de 1940. Es dudoso que
Heimann permaneciese allí durante un período prolongado, porque legal-
mente era aún extranjera. Recuerda que en cierta ocasión Rickman la acom-
pañó a un cuartel de la policía para comunicar que debía dejar Londres
durante un tiempo: posiblemente para pasar unas breves vacaciones con su
hija en un lugar seguro. Ante Pearl King no menciona ni Cambridge ni

* Se había habilitado en 1928, en Berlín, donde la había analizado Theodor Reik.


[402] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
Pitlochry ni la duración del análisis, sugiriendo ello que le molestaba haber
permanecido durante tanto tiempo bajo el influjo de Klein: “llena de enfado
conmigo misma por haber sido tan estúpida y haberme dejado explotar así
por Melanie”.
Cuando Klein regresó a Londres, el análisis se re inició primero sin nor-
mas estrictas, y después con una base diaria desde el 8'de octubre de 1942
hasta finales de año; pero en 1943 y en 1944 las sesiones eran esporádicas.
Klein advirtió a Heimann que no dijera a nadie que ella la analizaba. Susan
Isaacs se dirigió a Heimann para solicitarle que escribiera un artículo sobre
la introyección y la proyección para las controversias. Heimann afirma
haber formulado el reparo de que era una recién llegada y “analíticamente
muy joven”, débil excusa para una mujer de su edad y de su experiencia,
cuando razonablemente pude haber explicado que no podía ser totalmente
independiente mientras estuviese bajo análisis. Da una idea de lo desespera-
do de la situación de Klein que debiese convencer a Heimann (después de
que Joan Riviere se negase a participar), y asimismo una noción de cuánto
exageraba Glover el poderío de los kleinianos en ese momento. Heimann
explicó el método que ellos seguían: “La única concesión que puedo obtener
de ella fue que primero escribiríamos una parte del trabajo, después yo rees-
cribiría, etcétera, y después tendríamos análisis, la hora de análisis, pero el
resultado fue horrible”. En la hora anterior al análisis, Klein había revisado
el trabajo de Heimann sobre la introyección y la proyección y también el de
la regresión que Heimann e Isaacs estaban elaborando juntas.
La hija de Paula Heimann tiene la impresión de que el análisis se rei-
nició porque su madre estaba preocupada por sus molestias en la espalda.
El recuerdo de Heimann era que esto sucedió mientras ella supervisaba a
un médico general, Jack Fieldman,* y su relato es sumamente incoherente:
... me había obligado a que mantuviese en secreto que ella me estaba analizando, y
recuerdo que en cierta ocasión Fieldman, muy correctamente, me dijo: “Usted está
análisis y bajo su dirección”. Tuve que negarlo; fue muy desagradable. Esto venía a que
yo no sé qué me ocurría —tenía algo, reumatismo o lo que fuera— y Fieldman estaba
siendo analizado por ella, y ella se apoderó de Fieldman, que era un médico general
muy bueno y muy tranquilo, a lo que, como usted sabe, ha regresado, y es un médico general
de primera clase, y ella se proponía hacer de él un analista, cosa que no podía.** Re-
cuerdo haberlo tenido bajo mi supervisión y me pareció terrible. Ella debió hablarle de mí,
y se puso en contacto conmigo y me dijo: “Obviamente, lo que usted quiere es más
análisis”; y entonces fui a analizarme con ella, pero ella no podía analizar. Fue sumamente

* Fieldman fue analizado por Klein durante 1940 y 1941.


** Las cartas de Klein a Sylvia Payne indican que tenía serias dudas sobre las clones de
Fieldman para convertirse en analista.
MADRES E HIJAS [403]
desagradable, y también llegaron los sudamericanos, y yo estaba en una terrible situación
de fingimiento...*
Aparentemente Paula Heimann era tan ambiciosa y competitiva como
Klein. Aunque durante años Klein pudo mantenerla bajo control mediante el
análisis, era inevitable que llegase un día en que Heimann, igual que
Melitta, se rebelase y se odiase a sí misma por su subordinación durante un
período en el cual, según manifiesta, Klein reiteradamente le hurtaba ideas
sin reconocerlo. El artículo de Heimann sobre la contratransferencia tuvo
gran importancia, en cuanto se trataba de un área en la que Klein disentía
hasta el punto de no poder apropiarse de ninguna de sus ideas. En Zurich,
Heimann abandonó su papel de hija sumisa, pero ¿era suficientemente fuer-
te para ser un adulto independiente?
Como los partidarios de una y otra las conocían personalmente, la rela-
ción provocó lealtades encontradas. En este terreno parece estar operando,
aun en la actualidad, una protección mayor que en cualquier otra área de la
vida de Melanie Klein. Ante el mundo las dos mujeres ofrecieron una ima-
gen de vital independencia. Posiblemente ambas eran básicamente temerosas,
solitarias y vulnerables, y se encontraban en un estado de recíproca
dependencia, aunque Klein era indudablemente la más fuerte de las dos.
Puede hallarse alguna comprensión de la sexualidad de Klein en el
capítulo de El psicoanálisis de niños titulado “Los efectos de las
situaciones tempranas de ansiedades sobre el desarrollo sexual de la niña”,
siendo éste un aspecto de su obra desatendido por sus comentaristas. En un
examen de las dificultades experimentadas por la bebé, para quien el pene
internalizado equivale a un superyó con el que no ha establecido una relación
armónica, tiende a establecer también una equivalencia entre las heces y los
niños imaginarios situados dentro de la niña.
Y la ansiedad que ella siente por sus fantasías al respecto de venenosas y ardientes
excreciones y que, en mi opinión, refuerza sus tendencias a expeler, por pertenecer a la
etapa anal más temprana, constituye posteriormente la base de sus sentimientos de odio y
de temor respecto de los niños reales que se encuentran en su interior.29
Además, si la niña siente que ha incapacitado a su sádico padre de efec-
tuar la restitución porque en su fantasía lo ha castrado o destruido, abando-
nará entonces la esperanza de restaurarlo como totalidad. Si no puede res-
taurarlo, entonces debe asumir su papel, dándose entonces la posición
homosexual. En una nota al pie correspondiente a este párrafo, escribe:

Si su homosexualidad emerge únicamente de manera sublimada, ella protegerá, por


* La referencia temporal es extraña. Los analistas de formación sudamericanos
empezaron a llegar en gran cantidad después de la guerra.
[404] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
ejemplo, o cuidará a otra mujer (esto es, su madre), adoptando frente a ellas una actitud de
marido, y se interesará poco por el sexo masculino.30
Es problemático en esta etapa saber si Melanie Klein aludía a sí
consciente o inconscientemente. La palabra “marido” puede tener muchas
connotaciones emotivas o culturales. ¿Quiere dar a entender con ella, por
ejemplo, una figura masculina dominante o una “criadora” en el sentido de
Erik Erikson, esto es, una nodriza?
Vuelve al tema en 1937, en su artículo Amor, culpa y reparación.
Aquí es aun más explícita en cuanto a las fantasías y los deseos sexuales de la
niña respecto de su madre. En algunos casos la niña desea reemplazar padre
en la relación con su madre:
... junto al amor hacia ambos hay también sentimientos de rivalidad y esta mezcla
de sentimientos se traslada a la relación con sus hermanos y hermanas. Los deseos y las
fantasías en relación con la madre y las hermanas constituyen la base de las relaciones
homosexuales directas en etapas posteriores de la vida, así como de los sentimientos
homosexuales que se expresan indirectamente en la amistad y en el afecto entre mujeres.
En el curso ordinario de los hechos, tales deseos homosexuales pasan a un segundo plano,
se desvían y subliman, y predomina la atracción hacia el otro sexo.31

Su relación con Heimann, su ruptura con Melitta y el propio análisis de


sí misma profundizaron su comprensión de las complejidades de la feminei-
dad. ¿Fue, entonces, Klein la hembra andrógina cuyos verdaderos hijos eran
sus conceptos?
D OS
────────────

La matriarca

a vida de Melanie Klein era un dechado de humillaciones, pero ella

L presentaba al mundo un rostro de impasible indiferencia. Aunque


efectivamente había triunfado sobre Anna Freud en la Sociedad
Británica, en la última década de su vida se puso ampliamente de manifiesto
que el resto del mundo psicoanalítico consideraba a su rival como a la abeja
reina. Después de la guerra, los norteamericanos aparecieron como el grupo
de más influencia; y como la mayoría de los analistas continentales habían
emigrado a los Estados Unidos, los de ese país aportaron la misma actitud de
desdén o disgusto de aquéllos ante las ideas de Klein. Hasta hace poco
tiempo, la mayoría de los analistas norteamericanos concluían su formación
sin haber escuchado siquiera una vez el nombre de Melanie Klein.
Anna Freud era, después de todo, la hija del Maestro; y los norteameri-
canos tendían a tratarla como si hubiera heredado algo de su genio. Muchos
norteamericanos han creído incluso que tenía formación médica. En
Londres ella asistía ocasionalmente a las reuniones científicas, pero su aten-
ción se centraba casi exclusivamente en sus propios candidatos y en los
Asilos Infantiles de Hampstead, financiados con dinero estadounidense.*
Alrededor de una docena de niños “normales” procedentes de hogares
pobres, que asistían a los asilos, proporcionaban la pauta de desarrollo a los
educadores que trabajaban con sesenta o setenta niños en un tratamiento a
tiempo completo o parcial. A finales de la década de los cincuenta se puso
* Incluyendo el de la estrella de cine Marilyn Monroe. Sus analistas eran Manarme
Kris y Ralph Greenson, uno de los críticos más enérgicos que tenía Klein en los Estados i
Unidos.
[406] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
en marcha el Perfil Evolutivo (en gran parte ideado por Humberto Nágera)
como medio a través del cual Anna Freud podía inspeccionar y evaluar cada
uno de los casos. Se decía a los niños que no tocaran las cortinas ¡porque las
había hecho la señorita Freud! Los asilos se hallaban en estado ruinoso y
necesitaban pintura; a Anna Freud se la veía siempre desaliñada y con el
cabello arreglado sólo en ocasiones importantes. En las reuniones de la clí-
nica de Hampstead imperaba una rígida jerarquía en el orden en que las per-
sonas tomaban la palabra, sistema mucho más formal que el que prevalecía en
las reuniones de la Sociedad Británica.
Anna Freud viajó frecuentemente a los Estados Unidos para dar confe-
rencias y el 22 de abril de 1950 la Clark University le otorgó el grado de
Doctor en Leyes (honoris causa), tal como había hecho con su padre en
1909. En los congresos aparecía acompañada por sus colegas de confianza,
Dorothy Burlingham y la princesa Marie Bonaparte. En el Congreso de
Londres de 1953, esta última, con la ayuda de Anna Freud, se las compuso
para formar un tribunal de gente “segura” que excluyese a Jacques Lacan de
la Sociedad Internacional argumentando que había renunciado a la Sociedad
de París sin tomar la precaución de unirse inmediatamente a otra de las
sociedades que formaban la Internacional, como astutamente había hecho
Glover. Se justificó esa acción aduciendo la creciente práctica de Lacan de
mantener sesiones breves, pero el hecho real es que la situación política de
Francia era sumamente complicada y la cuestión fundamental era el poder.*
Al igual que su padre, Anna Freud hablaba con orgullo de “nuestra
princesa” Marie Bonaparte, una política nata a la que resultaba la cosa más
natural del mundo abogar al mismo tiempo por las dos partes, respaldando
tanto la obra de Anna Freud como la de Melanie Klein. En febrero de 1945,
cuando el futuro de Anna Freud en la Sociedad Británica era aún incierto, la
princesa escribía a Jones:
La obra de la llamada escuela "inglesa” y la de la llamada escuela freudiana “viene-
sa” por otra parte, constituyen dos enfoques cada vez más divergentes de la psicología.
Usted mismo lo dice al afirmar de la segunda que “no tiene futuro”. Sólo es posible, pues,
mantenerlas juntas de forma artificial y forzada. ¡Tarde o temprano algún día se
separarán! ¿Y por qué no? Todo científico es libre de trabajar en la línea que considera más
correcta; ésta es la libertad y la liberalización de la ciencia.
Por supuesto, pienso que es lo mejor postergar ese momento hasta que las cosas del
mundo se estabilicen ligeramente, 1
El vínculo entre Melanie Klein y los cinco Cuadernos de Marie
Bonaparte, el primero de los cuales apareció en 1950, nunca se ha reconocido.
Tras la muerte de su padre, ocurrida en 1924, la princesa descubrió cinco
cuadernos en los que había registrado sus sueños y fantasías entre los siete y
* Véase: Sherry Turkle, Psychoanalytic Politics, Nueva York, Basic Books, 1978.
L A MATRIARCA [407]
los diez años de edad. Ella había olvidado completamente la existencia de
dichos cuadernos, y su descubrimiento la empujó a dirigirse a Freud.
durante los años siguientes, pasó mucho tiempo en Viena analizándose con
Freud, e invirtió gran cantidad de dinero en la novel Sociedad Psicoanalítica
de París. Lo que generalmente se ignora es que su decisión de publicar los
Cuadernos (en una edición limitada) no se debió a la influencia de Freud (en
realidad él procuraba disuadirla de ello) sino a la incidencia de El psicoa-
nálisis de niños de Klein. Bonaparte esperó hasta la "Conclusión” del último
volumen (1953) para indicar los antecedentes de la publicación:
Gran parte del material de los cuadernos... permanecía oscuro; cuando examiné
Freud el interés que podía tener su publicación, él estaba a favor de la idea, pero
decía que sería prematura mientras no se aclarase el contenido latente que se hallaba tras
el contenido manifiesto.
En 1934 leí El psicoanálisis de niños de Melanie Klein. La importancia, que ella
destaca perfectamente, de las fantasías sádicas referentes al interior del cuerpo me abrie-
ron los ojos repentinamente a la significación de muchos lugares oscuros de mis mitos, el
sentido profundo de lo que anteriormente había parecido inaccesible. Al volver a leerlos
1)2jo esta luz, los cuadernos me proporcionaron pruebas cada vez más coherentes del
terror que inspiraba a la mujercita que yo era, el vengador retomo del “Cometa Cacrabe”.
pero el contenido latente de mis aterrorizadas fantasías infantiles ponía de manifiesto,
detrás de la ansiedad moral, la ansiedad primaria, vital, de la hembra mamífera, que teme
[a amenaza masculina de la penetración violenta en el interior de su cuerpo. Esto resultaba
ser aún más importante que el temor a las represalias de la madre edípica.2
Continúa diciendo que cuando en 1934 empezó a releer los cuadernos y
a escribir comentarios sobre ellos, los veía con nuevos ojos. Sin embargo,
en su resumen de la experiencia central de los cuadernos, publicado en el
primer volumen de The Psychoanalytic Study of the Child (1945) con el
título de Notes on the Analytic Discovery of a Primal Scene, concluye; "El
valor de este caso estriba en la excepcional coincidencia de la3 documenta-
ción interna y externa relativa a una reconstrucción analítica”. Su anónimo
analista (en el que generalmente se reconoce a Freud) ha inferido de un
sueño el haber presenciado la escena primaria, dice ella. Pero en los cuader-
nos publicados afirma que él extrajo esta conclusión de sus dibujos. En otras
palabras: tenemos aquí el único caso, que se sepa, en el que Freud interpretó
el dibujo de un niño —sin ser capaz empero de ir más allá de una realidad
específica a un contenido latente— que Marie Bonaparte entendió sólo tras
leer a Klein algunos años después de concluir su análisis. Sin embargo,
públicamente parece situarse en una línea completamente ortodoxa al atacar
duramente el trabajo de Klein Los orígenes de la transferencia en el
Congreso de Amsterdam en 1951. Klein incitaba a la disputa al hacer refe-
rencias deliberadamente provocativas sobre Anna Freud. Atendiendo a la
afirmación de Freud de que los primeros años de la vida de una niña son
[408] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
“grises, por el paso del tiempo, y sombríos”, afirmaba que sus opiniones se
acercaban más a las de Freud que las de su propia hija:
Ignoro la opinión de Anna Freud sobre este aspecto de la obra de Freud. Pero, como
a propósito de la cuestión del autoerotismo y el narcisismo, parece tener en cuenta sólo la
conclusión de Freud de que a las relaciones de objeto precede un estadio autoerótico y
narcisístico, y no dejar lugar a otras posibilidades implicadas en algunas de las afirmacio-
nes de Freud... Esta es una de las razones por las que las divergencias entre la concep-
ción sobre la primera infancia de Anna Freud y la mía es mucho mayor que las existentes
entre las opiniones de Freud, tomadas en su conjunto, y las mías. Afirmo esto porque
creo que es esencial para aclarar el alcance y la naturaleza de las diferencias entre las dos
escuelas de pensamiento psicoanalítico representadas por Anna Freud y por mí. Esta
aclaración es necesaria en interés de la formación psicoanalítica, y también porque puede
ayudar a iniciar una discusión fructífera entre los psicoanalistas y contribuir así a una
mayor comprensión general de los problemas fundamentales de la primera infancia.* 4
En relación con este trabajo tuvo lugar un interesante intercambio. En
su discurso introductorio, Leo Bartemeier, el nuevo presidente, advirtió a los
analistas allí reunidos que tenían que evitar la indebida idealización por
parte de los pacientes. Al tomar la palabra, Melanie Klein recordó a
Bartemeier que la idealización excesiva jamás sería un problema si los ana-
listas tuvieran la precaución de analizar la transferencia negativa. Fue una
afirmación desafiante, confiada, pero no una afirmación que pudiera hacerle
ganar la simpatía de los norteamericanos.
En este congreso la doctora Margaret Mahler, de Nueva York, presentó
un trabajo titulado On Child Psychosis and Schizophrenia en el que
subrayaba que el contacto corporal, especialmente los mimos de la madre,
suponía una etapa esencial en la demarcación del yo corporal respecto del
no-yo. En el curso de su trabajo habló de la “escasa claridad” de los
mecanismos descritos por Klein en bebés con perturbaciones. Uno de los
partidarios de Klein le recriminó después que en sus conclusiones no
reconociese el mérito de Klein, respondiendo que ella no creía que los bebés
normales pasasen por esos estadios psicóticos. Mahler dijo a Klein que le estaba
“eternamente agradecida” por su descripción de los mecanismos psicóticos;
pero continuó considerando que Klein reconstruía esas generalizaciones
retrospectivamente, opinión que muchos analistas norteamericanos
compartían.5 Pero, ¿no se reconstruye todo el concepto del complejo de Edipo a
partir del material recordado? En el Congreso de Amsterdam Klein supo, por el
analista de niños francés René Diatkine, que Lacan había abandonado la
traducción de El psicoanálisis de niños y que le había entregado a Diatkine
(por entonces discípulo de él) la versión alemana para que la completase.
Después, a finales de diciembre, se lo comentó de nuevo Françoise Girard
(discípula de Lacan), casada entonces con el psiquiatra francocanadiense
Jean-Baptiste Boulanger, que recibía formación psicoanalítica en París. El doctor
L A MATRIARCA [409]
Boulanger recuerda así la situación: “En octubre de 1951 Lacan, al final de
un seminario o de un grupo de supervisión, preguntó a Françoise si su
marido era canadiense y si sabía inglés. Como la respuesta a ambas pregun-
fue afirmativa, dijo que ya había traducido la primera parte del libro y
que, como jóvenes analistas, ganaríamos mucho participando en la traduc-
en de un libro tan importante. Estuvimos de acuerdo y en diciembre pedi-
dos a Lacan la segunda mitad a fin de compararla con nuestra versión y
establecer cierta uniformidad en el estilo y en el vocabulario. Buscó en
sus dos apartamentos de París y en su casa de campo, y todo fue en vano,
Empezámos a sospechar, así que decidimos dirigimos por escrito directa-
mente a la señora Klein.
“Françoise escribió en nuestro nombre el 31 de diciembre de 1951
diciéndole que podríamos hacer un viaje de un día a Londres, el sábado 20
de junio, para reunimos con ella y aclarar la situación. La señora Klein nos
respondió el 3 de enero de 1952 invitándonos a almorzar en su casa el día
que habíamos propuesto... (Lacan nunca reveló oficialmente ni admitió que
había perdido la traducción del alemán de Diatkine, que no tenía copia de su
trabajo.) Siempre hemos pensado que Lacan pretendía adjudicarse todo el
mérito concediendo quizás una nota al pie a sus ‘discípulos’.”6 El 27 de
enero de 1952 los Boulanger almorzaron con Klein y le revelaron toda la
historia. Los Boulanger deseaban enormemente traducir la versión inglesa
(que había sido traducida del alemán por Alix Strachey), e inmediatamente
llegaron a un acuerdo.
Melanie Klein adjudicó significados muy concretos a ciertas palabras y
a ciertos conceptos. Tal como había ocurrido al traducir el libro del alemán
al inglés, hubo que idear un nuevo vocabulario. Por ejemplo, cuando René
Lagache tradujo el artículo de Klein Los orígenes de la transferencia para la
Revue française de psychanalyse, había utilizado “esprit” como traducción
de “mind”, pero los Boulanger advirtieron que “psychisme” era psicoanalí-
ticamente mucho mis conecto. Además, en varios pasajes en que el texto
inglés era poco claro (o erróneo), consultaron el original alemán y Klein
tomó la decisión final. La edición francesa incluía también algunos frag-
mentos omitidos, concretamente la historia del caso del “señor A”, que por
razones de discreción no se había incluido en la edición de 1932 pero que sí
lo fue en el segundo volumen de sus Obras completas.
En una carta del 19 de septiembre de 1952, Klein hacía a los Boulanger
algunas advertencias explicativas:
Creo que no es conecta la traducción de "inside" (“interior”) por "ventre". En el
original no opté por la palabra correspondiente a “belly” (“vientre”) o “ventre”, porque
no refleja el sentimiento del niño de que hay algo dentro del cuerpo de la madre que,
aunque en algunas ocasiones alude a los órganos internos, en el sentido que cobra en la
fantasía no: es precisamente un interior. Se percibe el cuerpo de la madre como un reci-
piente que contiene cosas desconocidas de componente fantástica, buena o mala, aunque
[410] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
se vinculen con las heces reales, etcétera. Creo que en esta ocasión hay que anotar la
palabra entre comillas (¿y acaso explicarla?).* 7
En una carta posterior de ese mismo mes explicaba la relación entre la
interpretación freudiana de los sueños y el simbolismo del juego:
Es muy importante para mí mostrar que hay una analogía entre la interpretación del
sueño (Freud) y los elementos del juego, esto es, ciertas partes del sueño, que se conside-
ran, y ciertas partes del juego, que también. Tal como se revela el contenido latente
mediante el análisis de la asociación de los elementos del sueño, del mismo modo se
revela el contenido latente de los elementos del juego mediante el análisis de los detalles
del juego del niño, los cuales equivalen a la asociación. Me pregunto si usted podría
modificar la frase para que se clasifique. Advierto ahora que no está suficientemente
clara en la traducción inglesa.
Establece una interesante distinción entre envidia y celos:
Usted utiliza "jalousait" cuando en inglés es "envy" (“envidia”). “Envidia” y
“celos” no son sinónimos, y me gustaría que usted marcase esta distinción empleando
"enviar’' en lugar de "jalousait".
Se decidieron en común por “clivage", en lugar de "scission”, para tra-
ducir “splitting” (“disociación”, “desdoblamiento”). Klein explicaba tam-
bién que para el niño la relación sexual significa “martillear en el interior”.
Reaccionó con vehemencia a la traducción de los Boulanger “femme” —o
“mère” — “phallique” (mujer / madre con un pene). Les explicaba la dife-
rencia entre la “mujer / madre fálica” freudiana (que en la fantasía tiene un
pene externo propio) y su “mujer / madre con un pene” (cuyo imaginario
pene paterno está dentro de ella). Boulanger, ignorando que el concepto de
reparación aún no estaba incluido en el repertorio kleiniano durante la redac-
ción de este libro, le preguntaba en una carta si podía utilizar “reparation”
para traducir “restitution”, pues “restitution” no sonaba bien a sus oídos
franceses. “Creo”, dice el doctor Boulanger, “que esta anécdota ilumina un
rasgo característico de la señora Klein como teórica. Era inexorable en una
cuestión de principio (el pene), pero le resultaba indiferente preservar el
desarrollo histórico de sus ideas (ella ya utilizaba ‘reparation’)”. Estaba
encantada con el trabajo de sus traductores:
Desearía haberles confiado a ustedes mi obra hace algunos años, cuando la señora
Boulanger se ofreció por primera vez, en el Congreso de Zurich, a traducirla. Hubiera
sido un acuerdo mucho más conveniente para ustedes, ¡y cuántas molestias y preocupa-
ciones me hubiera ahorrado yo! Pero, como ustedes saben, no podía negársela a Lacan.

* "intérieur” reemplazó a "ventre"; “I´instinct" se empleó sólo en relación con los


instintos de vida y de muerte, y "réparation" substituyó a "restitution".
L A MATRIARCA [411]
Pero no es bueno lamentarse de lo que no tiene remedio, y estoy muy contenta porque el
trabajo finalmente progresa.
La traducción se publicó un año antes de su muerte, en 1959, y el doctor
Boulanger se siente orgulloso de que él y su mujer fueran inicialmente los
responsables de la introducción de las ideas de Klein en Francia. En 1966 el
doctor Willy Boulanger tradujo Developpements de la psychanalyse.
El 6 de mayo de 1951 se cumplió el vigesimoquinto aniversario de la inauguración
de la Clínica de Londres; este intervalo coincidía casi exactamente con el período durante
el cual Melanie Klein se había estado asociada a la Sociedad Psicoanalítica Británica. Por
entonces, el instituto se había instalado en una nueva y hermosa casa: un edificio de fina-
les del siglo XVIII situado en New Cavendish Street 63. El 30 de marzo de 1952. Klein
celebró sus setenta años. Jones organizó una cena de homenaje en el restaurante Kettner,
donde se le tomó una memorable fotografía rodeada de los colegas que la habían acom-
pañado en los años de lucha. Para los colaboradores inmediatos y para los estudiantes se
celebró una fiesta en su casa.
Klein empezaba a ser consciente de su propia moralidad de forma con-
movedora. ¿Recordaba las “últimas cartas que le había enviado Emanuel?”
“No me juzgues mal a causa de mi vida”, le pedía él. “Esparce sobre ésta,
mi corta vida, toda la tolerancia que puedas tener a los setenta años. No me
es dado vivir hasta los setenta, de manera que permite que lo invente poéti-
camente.”8 ¿Había tomado esta demanda demasiado literalmente y le había
dedicado toda su tolerancia, de manera que le quedaba poca para los demás?
Según Joseph Sandler, en las discusiones científicas “se enfadaba si percibía
que se la entendía mal o se la atacaba. Pienso que tenía una enorme confían-
za en sí misma, muchísimo narcisismo o como se lo quiera llamar. Nunca
hubo en ella indicios de inseguridad. Ella simplemente sabía”.9 Algunos
analistas opinan que quien muestra tanta confianza en sí mismo debió alber-
gar una profunda desconfianza en sí mismo.
En mayo comunicó a Eric que Kloetzel había muerto en Jerusalén.* En
esa época se mostraba perfectamente calmada y nada emotiva, y sólo años
después de su muerte advirtió Eric lo mucho que aquella relación había sig-
nificado para ella. Kloetzel, además, había sido nueve años menor que ella.
Klein aparecía siempre perfectamente arreglada, pero tenía artritis en la
cadera y empezaba a caminar con bastón. La gente se daba cuenta también
con cuánta facilidad se fatigaba.
Sus seguidores estaban decididos a celebrar su cumpleaños con mucho
mayor bullicio que el que rodeó a Freud al cumplir los setenta. En primer
lugar, publicaron Desarrollos en psicoanálisis, el libro que ella había estado

* Es un misterio cómo llegó a saberlo. ¿Acaso por una nota necrológica?


[412] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
madurando durante varios años. El 12 de septiembre de 1950, en una reunión
de la comisión de publicaciones, algunos de los miembros habían objetado el
título porque podía implicar que la Sociedad había aceptado totalmente su
contenido. Rickman sugirió substituirlo por Nuevos problemas del
psicoanálisis, pero el grupo insistió obstinadamente, y se mantuvo el título
original.
Se pidió a Joan Riviere que aportara la conferencia que había dado en
Viena en 1936 como parte del ciclo de intercambio, para hacer de ella una
introducción general. Ella destacó que autorizaba su publicación “con algu-
nos recelos”, puesto que precedía a los demás artículos en muchos años y era
de carácter general, sin tratarse en él ninguna cuestión específica.*
El volumen contenía los trabajos expuestos durante las controversias:
Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé (tomado de
la comunicación original), y asimismo Observando la conducta de bebés,
Sobre la teoría de la ansiedad y la culpa y Notas sobre algunos mecani-
mos esquizoides, todos ellos de Klein. El único artículo nuevo era Notas
sobre la teoría de los instintos de vida y de muerte, de Heimann. En la reu-
nión de la comisión de publicaciones del 10 de mayo de 1951 Jones anunció
que la publicación del libro se había demorado debido a dificultades con su
Introducción, pero en octubre los editores tenían ya los originales.
En una nota al pie de su trabajo Algunas conclusiones teóricas sobre la
vida emocional del bebé, Klein escribía: “Para mi contribución a este libro
recibí la valiosa ayuda de mi amiga Lola Brook, que revisó cuidadosamente
mis manuscritos e hizo muchas sugerencias útiles, tanto en lo que concierne
a las formulaciones como al ordenamiento del material. Mucho le debo por
su interés constante en mi obra”.10 Este es el primero de los muchos afectuo-
sos tributos rendidos a su asistente, elogio que en el pasado había estado
reservado a Paula Heimann, cuya ayuda no vuelve a mencionar. En el prefa-
cio a la primera edición de El psicoanálisis de niños Klein había destacado
a Nina Searl, “cuya colaboración conmigo estuvo basada en la convicción
común (y que) ha servido permanentemente al progreso del análisis infantil
en Inglaterra, tanto desde el punto de vista práctico como desde el teórico, y a
la formación de analistas de niños.”11 ¿Había reemplazado ahora Brook a
Heimann como hija predilecta? La señora Brook no tenía formación psicoa-
nalítica de ningún tipo; pero algunos kleinianos me han asegurado que con-
taba con una inteligencia sobresaliente. Por entonces Susan Isaacs ya había
muerto, Joan Riviere era cortésmente ignorada y Heimann a punto de ser
expulsada de. círculo íntimo. John Rickman murió en 1951 sin haberse
reconciliado con ella y se percibía cierta frialdad hacia Winnicott y Scott. Alix
Strachey se había alejado de ella, aunque aún admiraba su obra temprana: “(La)
técnica desarrollada por la señora Klein, psicoanalista y discípula

* Su artículo The Bereaved Wife, incluido en Fatherless Children, editado por S.


Isaacs (Londres, Pouskin, 1945), por ejemplo, se centra en un tema más específico.
L A MATRIARCA [413]
de Karl Abraham, no sólo ha resultado ser notablemente exitosa, sino que
también ha permitido extraer mucho del material psíquico presente 12en la
mente infantil que ahora se acepta como parte de... la teoría analítica.”
Era el fin de una era.
En 1950, Roger Money-Kyrle había sugerido que la Sociedad publicara
un Festschrift, un volumen con artículos celebrando el cumpleaños de la
señora Klein en 1952. Jones no era partidario de esta idea. Señalaba que en
la International Library Series nunca se había publicado un libro de carácter tan
personal, y que él no lo consideraba un procedimiento razonable. Como
alternativa sugería que se dedicase a ese propósito un número doble del
Journal.
El número del cumpleaños lo dirigieron Paula Heimann y Roger
Money-Kyrle. La lista de catorce colaboradores, que escribían sobre gran
variedad de temas, era impresionante. Todos los artículos, aplicados y clíni-
cos, estaban inspirados en las ideas de Klein, salvo el de Michael Balint,
quien ofrecía su contribución como viejo amigo de la época de Berlín.
Balint insistía en incluir una nota preliminar en la que se aclarase que él no
creía que la ansiedad persecutoria estuviese presente desde el comienzo y
que estaba convencido de que en un buen hogar no hay razones para que
surjan tales sentimientos. Siempre había sido escéptico en cuanto a la vali-
dez objetiva de las inferencias de Klein, y en Individual Differences of
Behaviour in Early Infancy and an Objective Methode of Recording
Them (1945), había afirmado que sólo Merrel Middlemore en The
Nursing Couple (1941) había estudiado realmente a bebés durante sus
primeros quince días de vida. Pero en New Beginnings and the Paranoid
and the Depressive Syndromes reconocía generosamente que los
conceptos kleinianos de posición esquizoparanoide y depresiva le habían
permitido comprender algunos casos difíciles.13
En la década anterior Melanie Klein había alcanzado la seguridad
suficiente para afirmar de forma explícita en qué aspectos se apañaba de
Freud. En Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé
incluía una importante nota al pie donde afirmaba su divergencia respecto de
Abraham en cuanto al estadio preambivalente.* No obstante, quedaba para
su ayuda de cámara, Paula Heimann, la tarea de exponer las diferencias en
un apéndice a su artículo expuesto en Amsterdam. Originariamente este
* “Está implícito en mi argumentación (tal como la presento aquí y en escritos ante-
riores) que no estoy de acuerdo con el concepto de Abraham de un estadio preambiva-
lente, en la medida en que supone que los impulsos destructivos (sádico-orales) surgen
con el inicio de la dentición. Debemos recordar, sin embargo, que Abraham también
señaló el sadismo inherente a la succión ‘como un vampiro’. Es indudable que el inicio
de la dentición y los procesos fisiológicos que afectan a las encías son un fuerte estímulo
para los impulsos y las fantasías canibalísticos; pero la agresión forma parte de la rela-
ción más temprana del niño con el pecho, aunque en esa etapa no se expresa en el mor-
der.” (Pág. 206.)
[414] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
apéndice se había leído ante la Sociedad Británica el 16 de enero de 1952,
The Polymorphous Stage of Instinctual Development . Heimann
señalaba que aunque El desarrollo de la libido (1924) de Abraham se
había publicado cuatro años después de Más allá del principio del placer,
no se refería al instinto de muerte. Sugería que Abraham no aceptaba el
instinto de muerte; de ahí que el primer estadio oral, el de la succión, esté
exento de impulsos destructivos.
La obra de Melanie Klein no respalda la concepción de un estadio preambivalente,
tal como Abraham lo describe, pero... sus investigaciones de un mecanismo temprano de
desdoblamiento, que crea un pecho ideal y un pecho persecutorio, suponen una importan-
te modificación del concepto de un estadio preambivalente de Abraham14
Además, el esquema de Abraham no abarca la disposición perversa
polimórfica. Para Melanie Klein (como para Freud), desde el comienzo de
su vida el niño se halla bajo el influjo de dos instintos: el de vida y el de
muerte. Lo oral no precede a lo anal, como ocurre en el esquema de
Abraham; los dos operan simultáneamente; lo oral incorpora el hecho
bueno, que alimenta y gratifica, mientras que en las fantasías de desdobla-
miento y de proyección —la identificación proyectiva— bebé proyecta lo
que no quiere mantener dentro de su madre. Las partes proyectadas son bási-
camente anales; el objeto persecutorio se equipara a las heces, los persegui-
dores-internos. Finalmente Klein (a través de Heimann) rechazaba pública-
mente la teoría estructural del desarrollo de Abraham rígidamente compartí-
mentada, pero con ello rechazaba también sus artículos más tempranos,
escritos durante su análisis con Abraham.
La contribución más atractiva al número dedicado al cumpleaños de
Klein procedía de la pluma de W.R. Bion, Group Dynamics: A Re-View,
que en gran medida era una refutación de Group Psychology and the
Analysis of the Ego,* de Freud, refutación basada en la amplia
experiencia con grupos del propio Bion. Lo que Freud no reconocía en sus
discusiones sobre grupos eran las implicaciones de los síntomas neuróticos
implícitos en la relación del individuo con objetos:
La comprensión de la vida emocional del grupo... se concibe únicamente en térmi-
nos de mecanismos psicóticos. Por este motivo, el progreso en el estudio del grupo
depende del desarrollo y de las implicaciones de las teorías de Melanie Klein sobre los
objetos Litemos, la identificación proyectiva y el fracaso en la formación de símbolos y
en su aplicación a la situación grupal.15
Este respaldo tendría enormes consecuencias en el estudio futuro de los
grupos.

* Como señala Bruno Bettelheim en Freud and AI ans Soul (Nueva York, Knopf,
1982), Freud utiliza el término en el sentido de “masa” más que en el de “grupo”.
L A MATRIARCA [415]
El trasfondo de una parte de la aportación de Marión Milner, Aspects
of Symbolism in Comprehension of the Non-Self, merece un comentario.
Milner, analizada por Sylvia Payne, había presentado su trabajo de ingreso
como miembro de la Sociedad en 1943; en él trataba de un suicida de tres
años. Sus dos supervisoras fueron Klein y Riviere. Klein tenía una extraor-
dinaria comprensión del niño; en su caso con un adulto, Milner consideró a
Riviere (a quien se había dirigido por sugerencia de Winnicott) demasiado
rigurosa. En opinión de Milner, el paciente era totalmente inepto para el
análisis, pero Riviere creía que cualquiera podía ser analizado según deter-
minados principios: “el método prolongador de la interpretación”, como lo
caracteriza Milner.16 Como muchos otros, consideraba a Riviere “una petulante”
Klein también supervisaba otro caso de Milner, el de un niño de once
años, presentado en el extenso artículo de Milner antes mencionado con el
título A Game between Two Villages.* El niño era el nieto de Klein,
Michael Clyne. Milner dice que a pesar de sus reservas “no me hubiese
perdido la experiencia por nada”. Milner desdeña a quienes dicen que Klein
no considera el entorno, porque a ella le habló muchísimo del contexto
doméstico. Por ejemplo, el material ponía de manifiesto que el niño
reconocía que, en la casa, todas las cualidades humanas emanaban de la
madre. El análisis se basaba en un juego, inventado por ella, que se
desarrollaba entre dos aldeas: en el juego, la aldea del niño poseía los
aparatos mecánicos, mientras que la de Milner tenía seres humanos (Milner
simbolizaba a la madre). Milner se sintió perturbada por los desdeñosos
comentarios que Klein hacía sobre su propio hijo Eric durante la supervisión;
y posteriormente se preguntaba si Eric había madurado mucho tras la muerte
de su madre. Uno tiende también a preguntarse si Klein era realmente tan
crítica respecto de Eric, o si estaba imponiendo en el material su propio
esquema del predominio de la madre. **Según la médica de la familia,
Dame Annis Gillie, Eric era un hijo excepcionalmente humano y
considerado, en absoluto la persona que Klein describe. También es posible
que inconscientemente, Klein intentase convertir a Judy, la esposa de Eric, en
una hija idealizada. Michael podría haber atribuido a Milner las cualidades
de una madre amante porque era ese tipo de persona la que reconocía en ella,
pudiendo estar él niño mismo lleno de agresión. Una vez, mientras discutían
este trabajo, Klein censuró algo que Milner decía, y su gesto, al clavar en ella
la mirada con el ceño fruncido, evocó en Milner la imagen de un buitre que se
asomaba desde una nube de tormenta. “Después de aquello ya no volví a
tenerle miedo jamás”.

* Publicado con el título de The Role of Illusión in Symbol Formation en New


Directions in Psycho-Analysis, en 1955.
** Las cartas de Klein a Winnicott durante 1941 y algunas posteriores dirigidas a su
cuñada Jolan revelan que durante varios años hubo una tensión entre madre e hijo.
[416] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
Finalmente, Bion se encargó de Michael pero en 1949 Milner inició un aná-
lisis ulterior con Clifford Scott, a quien expresó sus recelos por el análisis de
Michael. No le inquietaba tanto la relación (que ella no consideraba un pro-
cedimiento más cuestionable que el análisis que Klein había hecho de su
propio hijo), sino por las cosas desdeñosas que Klein decía sobre Eric.
Según Paula Heimann, Klein estaba enfadada con Milner porque había pro-
ducido “una idea muy original” sobre la capacidad de simbolizar como base
de la creatividad; y añadía que Scott (que por entonces era director de la clí-
nica) se había opuesto enérgicamente a que Klein supervisara el análisis su
propio nieto,17 poro “ella aplicó entonces sobre él todo el poder y toda posición
de reina”.*
Scott no aportó trabajo alguno al número del Journal dedicado al cum-
pleaños de Klein, aunque su artículo A Psycho-Analytic Concept of Origin of the
Depression apareció posteriormente en New Directions in Psycho-Analysis. Otra
ausencia notable en la lista de autores es Winnicott. Hasta ese momento
Winnicott se había autoconsiderado kleiniano, pero él y Klein disintieron a
propósito del artículo que él deseaba incorporar al volumen, Transitional Objects
and Transitional Phenomena, que Winnicott había expuesto ante la Sociedad el
30 de mayo de 1951. De los centenares de artículos que Winnicott escribió a lo
largo de los años, éste es uno de los más conocidos.
Melanie Klein tenía prejuicios contra el artículo desde el principio. En
Psychoanalytic Studies of the Personality, Fairbairn destacaba la
existencia de estadios de transición y Winnicott había relacionado su teoría
con el estadio cuasiindependiente de Fairbairn.** El subtítulo del trabajo de
Winnicott era A Study of the First No-Me Possesion, pero en el original
cometió el error de utilizar la expresión “not-me-object”, que, según
observó Klein, invariablemente era el pecho. En el artículo inédito se remitía
a muchos analistas que habían utilizado el concepto, entre ellos Melanie
Klein, en su estudio sobre Rita, la niña perturbada, con su ritual obsesivo.
‘‘Sería interesante conocer la historia temprana de esa muñeca o, más
especialmente, la de su precursor”, escribía a Clifford Scott.18 Ese mismo
año, Klein, en Los orígenes de la transferencia y Rosenfeld, en
Transference Phenomena and transference-analysis in an acute
catatonic schizophrenic patient, caracterizaban los objetos inanimados
como regularmente malignos y terribles.
Para Winnicott el “objeto transicional” pertenece al área de la experien-
cia que se sitúa entre el pulgar y el osito de juguete, entre el erotismo oral y
la verdadera relación de objeto. (En sentido muy libre representa el pecho.)
Winnicott se refiere a la punta de una manta, una madeja de lana, ciertos

* Scott y Milner estaban asombrarlos por la insinuación de Heimann.


** Sin embargo, Winnicott y Masud Khan escribieron una vehemente denuncia del
libro en la que se decía que era una parodia de las teorías de Klein (J., 1953, 34: 329-333).
L A MATRIARCA [417]
objetos familiares que sirven de defensa contra la ansiedad. El niño estable-
ce un vínculo con un objeto así después de los cuatro meses de edad. Es una
defensa, porque nunca debe cambiar y debe poder sobrevivir tanto al odio
como al amor. No es un objeto interno:
Es interesante comparar el concepto de objeto transicional con el concepto de obje-
to afirmado por Melanie Klein. El objeto transicional no es un objeto interno (que
consiste en un concepto mental): es una posesión. Pero no es tampoco (para el niño)
objeto externo. Debemos formular la compleja afirmación que sigue. El bebé puede
emplear un objeto transicional cuando el objeto interno está vivo y es real y suficiente-
mente bueno (no demasiado persecutorio). Pero en lo que se refiere a sus cualidades, este
objeto interno depende de la existencia, de la vida y de la conducta del objeto externo (el
pecho, la figura de la madre, un cuidado general en el ambiente). La maldad o la falta de
aquél conduce indirectamente a la muerte o al carácter persecutorio del objeto interno. Al
subsistir la falta del objeto interno, éste deja de tener un significado para el bebé y enton-
ces, y sólo entonces, también el estadio transicional pierde significado. El objeto transi-
cional puede por tanto representar el pecho “externo”, pero lo hace indirectamente, al
representar a la madre “interna”.
El objeto transicional nunca está bajo control mágico, como el objeto interno, ni
está fuera de control, como lo está la madre real.19
La “madre suficientemente buena”, utilizando la famosa expresión de
Winnicott, empieza dejando que el niño dependa totalmente de ella, pero
con el tiempo permite que el niño acepte las frustraciones que impone la
realidad. Al ampliarse, los intereses del niño se toman difusos, de manera
que el objeto de transición —a diferencia del objeto interno— se descarta
sin lamentaciones. El que persista el vínculo con un objeto, constituye la base
del fetichismo.
Winnicott presentó su artículo en la reunión editorial de 1951 donde se
seleccionarían los trabajos que se iban a publicar en la edición del Journal
dedicada a los setenta años de Klein. Esta quería revisar el artículo para que
incorporase con mayor claridad sus ideas. Winnicott rehusó y con el original
bajo el brazo abandonó tristemente la sala. Más tarde dijo a su mujer:
“Aparentemente la señora Klein ya no me considera kleiniano”. En lo que
concernía a Klein, era el fin de la asociación entre ambos; pero aunque
Winnicott estaba ya en desacuerdo con su aceptación literal del instinto de
muerte, le preocupaba la posición esquizoparanoide, y posteriormente
rechazaría vehementemente su concepto de envidia innata, mantuvo sin
embargo su afecto y su admiración hacia ella hasta el final. La posición
depresiva (con modificaciones) constituyó un componente intrínseco de su
propio pensamiento.
En la publicación de su artículo el año siguiente, Winnicott incluyó una
nota al pie que debió de enfurecer a Klein:
Cuando se dice que el primer objeto es el pecho materno, la palabra “pecho” es uti-
[418] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
tizada creo» para designar la técnica de actuación como madre y, asimismo, la carne real.
No es imposible que una madre sea una madre suficientemente buena (por así decirlo
utilizando un biberón en lugar de recurrir al verdadero amamantamiento. Si se tiene pre-
sente este sentido amplio de la palabra “pecho” y se concibe la técnica maternal incluida
en el significado total del término, entonces se establece un puente entre la formulación
de la afirmación de Melanie Klein sobre la historia temprana y la dé Anna Freud. La
única diferencia que queda es la de las fechas, que es en realidad una diferencia insignifi-
cante que en el curso del tiempo desaparecerá por sí sola.* 20
Winnicott siempre creyó que la diferencia entre las dos mujeres podía
eliminarse mediante una conciliación, lo cual constituía ciertamente una
expectativa irreal. Durante la década del cincuenta, John Padel tenía la
impresión de que los artículos de Winnicott estaban dirigidos a Klein, como
si estuviera intentando persuadirla de su punto de vista, especialmente
referido a “actuar como una madre suficientemente buena” y a la importan-
cia del entorno. “No creo que uno pueda entender verdaderamente sus artí-
culos si se ignora que tienen como finalidad secundaria hacer que ella realice
algunas modificaciones”, afirma Padel.21
La experiencia de Winnicott con niños era amplia y su prestigio enor-
me. Aunque no tenía hijos propios, su comprensión intuitiva de los niños era
notable. Marión Milner nos lo presenta dando una conferencia a finales de la
década de los treinta, en la que explicaba su famoso juego de la espátula:
Decía cómo dejaría la espátula sobre la mesa frente a la madre y al bebé; bien al
alcance del niño. Entonces sencillamente observaba lo que hacía el bebé con la espátula
teniendo en cuenta las variaciones respecto de la pauta normal de extenderse para tomar-
la, cogerla, darle una buena chupada y después arrojarla. Explicaba cómo, a partir de esa
simple situación experimental, podía elaborar, según las secciones observadas en los dis-
tintos estadios, un diagnóstico de los problemas existentes entre la madre y el bebé.
Mientras él hablaba yo me sentía cautivada por la mezcla que había en él de una profun-
da seriedad y su afición a las bromas, esto es, el talante juguetón de su carácter, si22se piensa
que el verdadero juego trasciende la oposición entre lo serio y lo que no es serio.
Casi todos utilizan la expresión “duende travieso” (“pixie”) para carac-
terizarla. Para Betty Joseph, Winnicott tenía “algo de Peter Pan”. Charles
Rycroft lo ha descrito como “carismàtico”. También dice que mientras
Melanie Klein era indudablemente una prima donna, Winnicott era “una
cripto-prima donna", 23 aunque se mostraba como un hombre humilde no
obstante su gran experiencia. Al final de una supervisión, agradecía al estu
diante su ayuda; y su viuda, Clare Winnicott, dice que a menudo, cuando lle-
gaba, subiendo a saltos por la escalera, exclamaba: “¡He aprendido tanto de

* ¿Por qué relega Winnicott la indicación de la diferencia teórica fundamental a


una nota al pie? El pecho y actuar como madre no son nociones equivalentes.
L A MATRIARCA [419]
mis pacientes hoy!”. Algunos recuerdan su compañía como una experiencia
maravillosa pero, a diferencia de Klein, no tenía una estructura teórica que
enseñar. De estudiante, había aprendido de Lord Horder a escuchar a sus
pacientes. Creía que era posible activar la transferencia negativa únicamente
si se había establecido una transferencia positiva. Según John Padel, la gran
fuerza de Winnicott estribaba en que “intentaba siempre que el paciente le
proporcionara el máximo de información sobre sí mismo, más que en sus
propias especulaciones... Reconocía que era un logro del paciente que la
transferencia se hiciera posible.”24
Clare Winnicott solía decirle que, desde el momento en que abrió los
ojos al mundo, se sabía amado y constantemente bromeaba diciéndole que
sufría de “benignidad”. ¿Podía haber habido dos personas más diferentes
entre sí que Donald Winnicott y Melanie Klein? ¿Cómo era posible que él
aceptara la agresión innata y el instinto de muerte? No obstante, Clifford
Scott afirma que también Klein, a su manera, advertía humildemente que
aún tenía mucho que aprender. “Creo que amaba su ignorancia”, dice.25 Quizá la
diferencia entre ambos era que Winnicott deseaba aprender de los demás,
mientras que. Klein quena aprender todo por sí misma. Winnicott,
describiéndola como “una gritadora de Eureka”, aludía a su tendencia a con-
siderar cada intuición como la verdad última.
No obstante, a pesar de sus diferencias de temperamento, Winnicott se
sintió muy atraído por ella. John Padel ha caracterizado la sociedad de los años
cincuenta como un pas de deux. Klein era la bailarina a quien Winnicott
constantemente ofrecía algo que ella rechazaba ladeando la cabeza, como
diciendo que ya lo tenía. En una de las reuniones científicas, Winnicott
comentó con tristeza que suponía que la expresión “posición depresiva” estaba
ya sólidamente establecida, aunque él hubiese preferido “el estadio de la
preocupación”. Klein le respondió que había esperado veinte años para que el
doctor Winnicott aceptase la “posición depresiva” y que estaba (dispuesta a
esperar otros veinte años hasta que aceptase “la posición esquizoparanoide”.*
Un analista entusiasta de Winnicott me contó que éste era mucho más
ambicioso y discutidor de lo que podrían sugerir su gentiles modales.
Winnicott no podía sino sentirse amargado por el modo como era tratado,
esto es, como a una persona de poca monta, por ambas facciones dominan-
tes en la Sociedad. En una ocasión en que, en una reunión científica Anna
Freud exponía un trabajo, desestimó más bien bruscamente la noción de

* En una carta fechada el 26 de febrero de 1954, Winnicott explicaba a Clifford


Scott su propia concepción de la posición depresiva: “... hay en el bebé un proceso gra-
dual a través del cual las diversas capacidades se reúnen y posibilitan la realización de la
posición depresiva. En cambio, algunos escritos de Klein parecen situar en la infancia muy
temprana procesos sumamente organizados, cuando sólo pueden estar presentes
momentánea o esporádicamente sin relacionarse con el individuo en su totalidad”.
[420] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
Winnicott de objetos transicionales. Winnicott presidía la reunión y blanco
de enfado, exclamó: “La señorita Freud no puede descartar con sólo una
frase lo que he dicho. Es todo un sistema lo que está excluyendo”. Una
noche de 1957, ame un miembro del grupo independiente, emprendió una
larga diatriba, expresando sus motivos de queja hacia Klein. De pronto son-
rió: “Pero ya sabe”, dijo, “¡ella es realmente un encanto!”.
Las ideas de Winnicott de “la madre suficientemente buena”, “el falso
yo”, “la capacidad de estar solo” y la teoría del recipiente, atraían a muchos
independientes. Su lenguaje simple y directo, y sus ideas sin complejidades,
tocaban la fibra de la psique inglesa, frente a la complicación de los concep-
tos kleinianos. Pero John Padel, considerado representante independiente del
grupo medio, ha lamentado que Winnicott apoyara tanto a la idea kleiniana de
la importancia de la madre.
Se ha dicho algunas veces que muchos de los integrantes del grupo
medio hubiesen querido que Winnicott fuese su cabeza pero, aunque en dos
ocasiones actuó como presidente de la Sociedad, era básicamente un solitario.
En 1956, al pasar a ser presidente, escribió a Clifford Scott: “Me siento extraño
cuando me encuentro en el asiento del presidente, porque no conozco a mi
Freud como debiera hacerlo un presidente; no obstante, siento que tengo a
Freud en los huesos”.26 Muchos de los kleinianos le consideraban demasiado
oficioso. Preocupado por el aislamiento del grupo “B”, envió a Anna Freud
muchas notas, intentando inducirla a una mayor participación. Por ejemplo, en
junio de 1958, le advirtió que un kleiniano, Elliot Jaques, probablemente iba a
ser elegido secretario administrativo, posición que podía llevarlo a convertirse
finalmente en secretario científico o en miembro del consejo. Ella le respondió
que se oponía muchísmo a la elección de Jaques. “Por cierto”, escribía
respondiendo a las objeciones de ella, “no es que a mí me agrade el hombre,
pero poco a poco se está recuperando de su fase de proclividad prokleiniana, y
estoy seguro de que en su puesto actuará muy limpiamente. Espero que usted
no se frustre excesivamente si Jaques es elegido; pudiera ser peor nombrar a
una persona inapropiada por excluir a Jaques”.*27
Según Ese Hellmann, “nunca fue política de los integrantes del grupo B
el apartarse de las reuniones científicas, pero muchos preferían quedarse en
casa cuando del programa de la reunión se desprendía claramente que la
exposición atendía a un problema muy alejado de los propios enfoques y en
desacuerdo con el propio conocimiento del pensamiento del niño en los pri-
meros meses de vida”.28 No obstante, Winnicott destacaba que esa ausencia
se debía en parte a la conducta de Klein. En el Congreso de París, celebrado
en el verano de 1957, durante una reunión presidida por Willi Hoffer, Klein
se negó a finalizar su intervención a pesar de los reiterados intentos de

* Se eligió a un independiente, Geoffrey Thompson


L A MATRIARCA [421]
Hoffer indicándole que el tiempo de que disponía había concluido y que otros
conferenciantes esperaban impacientemente su turno.* El 3 de octubre
Winnicott escribía a Michael Balint: “Ciertamente, la tensión entre las polí-
ticas de A y de B se ha acrecentado peligrosamente desde el episodio de
Hoffer en el Congreso. Esto me preocupa profundamente”.29
A veces reprendía a los kleinianos a la manera de un severo crítico. Se
lamentaba ante Francesca Bion de que muchos de los miembros considera-
ran la obra de su marido difícil de entender, y de que hubiera un sentimiento
de frustración “porque cuando su marido habla es mucho lo que se dice en
cada frase, y creo que no va suficientemente despacio para quienes están
empezando a orientarse con ese tipo de aportaciones al psicoanálisis”. 30 En
una carta del 21 de mayo de 1959 se quejaba a Donald Meltzer, una estrella
que ascendía en el firmamento kleiniano, de que hablaba demasiado lenta-
mente y se excedía en mucho del tiempo que se le asignaba:
Es una pena que presentaciones como la suya de anoche hagan creer a la gente que
los seguidores de la señora Klein hablan más que sus pacientes... En el informe de un
caso... si el analista hace una interpretación tan extensa, el oyente tiene la impresión de que
el-analista está hablando consigo mismo más que con su paciente... usted habrá advertido
que la reunión de anoche tuvo un defecto especial, la ausencia de un tercio de la Sociedad.
Mi impresión personal es que los integrantes del grupo B se apartan de estas reuniones
porque, si vienen, escuchan un lenguaje que les es extraño, y les parece aburrido. Algún
día usted será capaz de explicar lo que está haciendo en un lenguaje comprensible para
toda la Sociedad.31
Otra figura que mantenía una relación problemática con los kleinianos
era el ahora mundialmente famoso John Bowlby. Charles Rycroft lo define
como “un liberal darwiniano decimonónico”.32 Lo que Winnicott tenía de
agradable y encantador, lo tenía Bowlby de brusco y directo. Un indicio de
su vehemente independencia se registró en enero de 1935 cuando, como
joven promesa (entonces en análisis con Riviere), se le invitó a participar en
la discusión posterior a la lectura del artículo de Klein Contribución a la
psicogénesis de los estados maníaco-depresivos. En esta ocasión
informó que muchos pacientes que él había visto en el Maudaley y que
padecían depresión habían experimentado recientemente una pérdida. El
creía que esto complementaba las ideas que Klein estaba proponiendo. “En
esa época“, evoca Bowlby» “yo no advertía que mi interés en las experiencias
y en las situaciones de la vida realera muy ajena a la visión kleiniana; por el
contrario, creía que mis ideas eran compatibles con ella. Mirando retrospec-
tivamente los años de 1935 a 1939, pienso que yo era reacio a reconocer la
divergencia. Ello me resultó claro como el cristal sólo después de la guerra,

* Serge Lebovici supone que el episodio se produjo en un grupo de discusión sobre


las Contributions of Direct Child Observaron to Pycho-Analysis, en julio de 1929.
[422] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
especialmente cuando me impactaron cada vez más sus actitudes intransi-
gentes”.33 Según señala, durante la década de los treinta la Sociedad
Británica era muy pequeña y el grupo de los kleinianos no estaba tan diferen-
ciado a ojos de la gente hasta después de la llegada de los analistas vieneses.
En 1936, mientras trabajaba en la Clínica de Orientación Infantil de
Londres, Bowlby llegó a interesarse mucho por las perturbaciones infantiles
que se suscitan en las instituciones y estaba convencido de que algunos
niños eran incapaces de amar porque les había faltado la oportunidad de for-
mar un sólido vínculo con la figura de una madre en el primer período de
sus vidas. Luego, en 1938 y 1939, tuvo a Klein como supervisora, y se
pusieron de manifiesto las profundas diferencias existentes entre sus concep-
ciones. No habiéndosele permitido ayudar a la madre de un niño de tres años
que él estaba tratando, que se hallaba sumamente nerviosa, apenas se sor-
prendió al enterarse de que la habían internado en un hospital psiquiátrico.
Klein, en lugar de reconocer que la condición de la madre era decisiva en los
problemas del niño, parecía preocupada sólo por la imprevista interrupción
del análisis. Bowlby considera que la guerra le impidió un conflicto abierto
con Klein, para el que por entonces no habría estado preparado.
En 1942 Bowlby ocupó un puesto en el consejo de selección de funcio-
narios, donde trabajó con varios psiquiatras y psicólogos que después se
incorporaron también a la Clínica Tavistock cuando dejaron el ejército. En
Tavistock fue director del Departamento de Niños y Padres.
Su trabajo de ingreso en la Sociedad Británica, The Influence of Early
Environment in the Development of Neurosis and Neurotic Character, había
indicado la dirección hacia la que se encaminaba. Reanudando los estudios,
iniciados antes de la guerra, sobre los efectos patológicos de la separación de
la madre, nombró como su asistente de investigación a James Robertson, un
asistente social recientemente habilitado que había trabajado con Anna Freud
en los Asilos Hampstead durante la guerra. Robertson, exasperado por la
actitud de los profesionales que lo escuchaban, quienes se negaban a creer la
intensa angustia que manifestaban los niños al ser internados en una insti-
tución, resolvió hacer, con el apoyo de Bowlby, una película documental.* El
resultado, A Two-Year-Old Goes to Hospital, mostraba cómo, durante un
ingreso de ocho días, el niño padece una secuencia de respuestas típica que va
de la protesta apenada, pasando por la desesperación, hasta breves episodios de
distanciamiento. Bowlby y Robertson presentaron la película en el instituto el 5
de marzo de 1952. Anna Freud aprobó el enfoque, basado en la observación, y
consideró que la angustia se debía a la ausencia de la Madre, pero los kleinianos
no estuvieron de acuerdo. Bion afirmó que era más pro bable que se debiese al
embarazo de la madre.

* A Bowlby le había impresionado mucho la película de René Spitz Grief: A Peril in


Infancy, de 1947.
L A MATRIARCA [423]
En 1951 Bowlby empezó a leer la obra de Konrad Lorenz y quedó fascinado
ante la posible relación entre las respuestas de seguimiento de los patitos y
los ansarinos y la conducta de apego de los bebés y los niños presentó El
estudio de la etologia le atrajo cada vez más. En junio de 1957 presentó en la
Sociedad su estudio teórico The Nature of the Child’s Tie to his Mother, el
primero de una serie en la que aplicaba los principios etológicos a la conducta
del bebé. En una reseña de la bibliografía sobre el vínculo del niño, revisa las
teorías tradicionales. La más ampliamente sustentada fue la teoría del
impulso secundario (lo que Anna Freud llamaba “amor interesado”). Otras
teorías postulaban una necesidad congènita en el niño de relacionarse con el
pecho, una necesidad natural de asirse o el anhelo de regresar al útero. Rastrea
los cambios y el desarrollo de las opiniones de Freud al respecto y señala que
hacia el final de su vida Freud “no sólo se alejaba de la teoría del impulso
secundario, sino que elaboraba la noción de que en la base de esta primera y
única relación de amor34se hallan impulsos especiales que se forman en el niño
durante la evolución”.
Todas las teorías de Klein, afirmaba, se basaban en habituales ideas
anteriores a 1926, especialmente en el exagerado énfasis que Abraham
ponía en la oralidad y en el alimento, en perjuicio de la comprensión y del
reconocimiento de otros aspectos de la vida temprana del niño. (En la discu-
sión que siguió a la exposición, Klein llamó la atención de Bowlby sobre el
papel que ella otorgaba a los elementas anales y uterinos en la relación del
niño con la madre.)
Aunque Winnicott destacaba la oralidad menos que Klein, sus ideas
sobre la dinámica interna del bebé eran poco claras, en opinión de Bowlby,
al igual que el concepto de Erick Erikson de “verdades básicas”. Al defen-
der una teoría de las relaciones de objeto primarias, Fairbairn había apelado
también a la teoría del anhelo de regresar al útero. Un enfoque alternativo y
que armonizase con la experiencia consistía, según creía Bowlby, en postu-
lar una tendencia primaria a mantenerse próximo a una persona en especial;
en otras palabras: a vincularse con esa persona, en correspondencia con una
tendencia similar que puede observarse en los monos pequeños. Esta teoría
propone la existencia de un potencial innato en el bebé, que se despierta y se
desarrolla por acción de las experiencias de la vida. La sonrisa, el llanto, el
asirse y el seguir son todas modalidades en las que se concreta el vínculo con
el individuo preferido.
Algunos días antes de la reunión, Bowlby había ofrecido una copia de
su trabajo a un colega (cuyo nombre se niega a dar, diciendo sólo que era
alguien al que durante mucho tiempo había considerado un amigo). Del ata-
que concertado que sobrevino, al que, para sorpresa de Bowlby, se sumó su
colega, Bowlby concluyó que los kleinianos habían estado avisados. Aun su
propia ex analista, Joan Riviere, se sintió obligada a protestar, por lo que
Winnicott le escribió agradeciéndoselo: “Fue ciertamente un trabajo muy
[424] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
difícil de apreciar sin renunciar al mismo tiempo a casi todas las cosas por
las que ha luchado Freud”.35 La explicación que Bowlby daba de la reacción
de los kleinianos era que él había desestimado la comida y la alimentación,
y que ellos se oponían al uso que él hacía de los datos de la vida animal; de
cualquier modo eran intolerantes con las ideas que diferían de las suyas.
“Estoy con la escuela de las relaciones de objeto”, decía Bowlby, “pero he
reformulado su concepción atendiendo a los conceptos biológicos modernos
Se trata de mi propia versión independiente”.36 En contraste con los kleinia-
nos, Bowlby rechaza la idea de que la teoría analítica deba considerar única-
mente lo que puede extraerse del tratamiento de los pacientes. “Por el con-
trario, cuando más abundantes sean las fuentes de datos, tanto mejor”,
observa. Acaso por eso muchos críticos creyeron que Bowlby había abando-
nado el psicoanálisis, cargo que él rechaza. Bowlby piensa que su enfoque
representa el futuro.*
Anna Freud no había estado presente en la reunión pues estaba en cama
con gripe, pero le preocupó la orientación del trabajo de Bowlby y escribió a
Winnicott diciéndole: “El doctor Bowlby es una persona demasiado valiosa
para que el psicoanálisis la pierda”.37 Pensaba que su trabajo había sacrifica-
do todas las “conquistas” del psicoanálisis, esto es, los principios del funcio-
namiento mental y la psicología del yo, y ofrecía muy poco a cambio.
“Supongo”, concluía, “que lo que hizo que se apartara fue la anticipación
del momento en que tienen lugar los complejos mentales mantenida por la
psicología kleiniana, pero eso no es una excusa válida para avanzar tanto en
la otra dirección”.
La respuesta kleiniana a The Nature of the Child’s Tie to his
Mother fue relativamente sosegada en comparación con la reacción que
suscitó en el grupo kleiniano Separation Anxiety, trabajo que Bowlby leyó
ante la Sociedad el 5 de noviembre de 1958. Winnicott escribió previamente
a Anna Freud para pedirle que hablara durante un intervalo mayor a los diez
minutos establecidos, a fin de ayudar a aclarar la confusión. “En este
momento”, le confesaba, “no sé decirle si estamos discutiendo el desarrollo
de la teoría freudiana de la ansiedad, los efectos clínicos de la separación en el
período que va de los siete meses a los tres años o la contribución de la etología
a la teoría de los instintos”.38 El trabajo atrajo a un público excepcionalmente
numeroso y se dedicaron las dos reuniones siguientes a su discusión. Este
segundo trabajo era una ampliación del primero, donde se subrayaban las
observaciones de Robertson sobre el modo como los pequeños reaccionan al
hallarse en un lugar extraño y sin su madre, y cómo se comportan al regresar
a su casa. Esta vez Bowlby trató ampliamente las opiniones definitivas de
* En una entrevista del 23 de noviembre de 1981, Bowlby caracterizaba a Klein
como “movida por la inspiración: la antítesis de lo que yo intentaba ser”. Añade que ella
ignoraba totalmente el método científico; y tras una momentánea pausa añadía: “Tampoco
Anna Freud sabía a qué se refiere la ciencia”.
L A MATRIARCA [425]
Freud sobre la ansiedad de la separación y el duelo» señalando que esta for-
mación había aparecido demasiado tardíamente en la cañera de Freud para
haber influido en el desarrollo ulterior de la teoría. Estas ideas nunca habían
llegado a ocupar en el pensamiento psicoanalítico el lugar central que, según
pensaba Bowlby, merecían. Al igual que Freud, Bowlby no halla pruebas de
que la ansiedad de la separación esté presente durante los primeros meses de
vida. A diferencia de Freud (y también de Klein), no obstante, cree que no
tiene sentido especular sobre si algunos niños han nacido con una cantidad
Inherentemente mayor de necesidad libidinal que otros, o con un instinto de
muerte más poderoso (él no cree en el instinto de muerte), “puesto que con
las técnicas actuales de investigación no hay forma de determinar las diferen-
cias existentes en las condiciones consitucionalmente dadas”.39
En la discusión que siguió, la postura de Anna Freud fue en gran medi-
da similar a la que adoptó en 1960 ante el trabajo de Bowlby Grief and
Mourning in Infancy: que las consideraciones biológicas y fundadas en la
observación de la conducta “tomadas en sí mismas y no en conjunción con
un pensamiento metapsicológico... no satisfacen las exigencias del analis-
ta”.40 Bowlby siempre consideró a Anna Freud “una mujer sumamente
modesta”, frente a la presuntuosa jactancia de Klein. ‘‘Distingo entre el ata-
que de Klein y la crítica de Anna Freud”, dice Bowlby. “El ánimo era dife-
rente. Anna Freud pensaba que yo estaba equivocado y no tenía reparo en
decirlo; pero no era destructiva. El otro grupo estaba empeñado en destruir.”
El criterio último que Bowlby sustentaba para estimar la curiosidad y el
desinterés científicos es: “¿Trata usted con respeto las nuevas ideas?” 41
Bowlby consideraba que los kleinianos eran sus principales detracto-
res,* pero, a decir verdad, el grupo “B” y Winnicott estaban también muy
preocupados por la dirección en que se orientaban sus ideas.
Winnicott se abstuvo de atacar públicamente a Bowlby, pero escribía a Anna
Freud: “No puedo determinar exactamente por qué las exposiciones de Bowlby
suscitan en mí una especie de revulsión, aunque de hecho ha sido escrupulosamente
honesto respecto de mí en lo que se refiere a mis escritos...”.42 Para una analista
kleiniana como la doctora Susan Isaacs Elmhirst, Bowlby es demasiado
mecanicista. Considera a los seres humanos cual animales, precisamente lo que no
son, afirma. Ignora el amor y la angustia, que son la substancia real de la vida
humana.43 “¿Bowlby?”, exclamaba otro analista, “¡Dénos a Barrabás!” “Le quitó la
poesía al análisis”, dice el doctor A. Hyatt Williams.44
A pesar de todas sus reconvenciones, Bowlby reconoce fácilmente sus
raíces kleinianas. Dice que las ideas kleinianas que le han resultado útiles
son el énfasis en el desarrollo temprano de las “relaciones de objeto” (expre-
sión que le desagrada) y la importancia que Klein atribuía al duelo en la

* Sin embargo, una analista kleiniana, Isabel Menzies Lyth, en su obra sobre
instituciones infantiles reconoce su deuda con Bowlby.
[426] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
niñez temprana, aunque él no la pone en relación con el destete. Pareciera
pues, que su posición teórica se desarrolló en parte como reacción al énfasis
puesto por Klein en el carácter central de la posición depresiva.
T.T.S. Hayley describe las reuniones científicas durante la década de los
cincuenta como mercados de esclavos en los que éstos se vendían a cambio
de la asignación de analizandos. La urgencia económica era especialmente
intensa durante el último año de 45un estudiante. “Teníamos que portarnos muy
bien para obtener pacientes.” Hayley, que ya se había graduado en
antropología y había pasado una temporada en la India haciendo el servicios
civil, se sentía molesto por la arrogancia de los jóvenes que estaban formán-
dose y que se miraban entre sí y hacían guiños cuando hablaba alguien del
otro bando. Hayley había pasado por un análisis kleiniano con
Money-Kyrle, pero insistía en ser independiente, ya que no quería pertene-
cer a ningún grupo. Alan Tyson, uno de los traductores de Freud, abandonó
el psicoanálisis para convertirse en musicólogo. “No me gustan los grupos”,
dice. 46 Además, ninguno de los dos grupos se tomaba la molestia de leer las
obras del otro. En los años cincuenta invitaron al ilustre junguiano Michael
Fordham a asistir a algunas de las reuniones, y, contra todas las expectativas,
no halló fuegos artificiales sino aburrimiento.*47
Esa división y esa ausencia de verdadera discusión le eran manifiestas a
Charlotte Balkanyi cuando llegó de Hungría en 1955. Recuerda a Anna
Freud y a Melanie Klein sentadas en hileras enfrentadas “con barricadas
humanas entre sí”. Dice que no fue a Inglaterra para participar de ese “sentí-
miento religioso”; y atribuye el servilismo y la hipocresía a una reacción
ante las disputas precedentes.48 Después de una decepcionante reunión cele-
brada el 9 de abril de 1952, un grupo de analistas descontentos (entre ellos
Pearl King, Barbara Woodhead, Masud Khan y Charles Rycroft) se dirigie-
ron al consultorio de la señorita King disgustados por la carencia de una ver-
dadera discusión en una Sociedad que se pretendía “científica”. Esa misma
noche decidieron formar el “Club 1952“, limitado a doce miembros de dife-
rentes orientaciones. Su proyecto era invitar a conferenciantes para posibili-
tar un estimulante cambio de ideas. El club sigue existiendo actualmente,
aunque el número de miembros se ha ampliado.
John Padel cree que se produjo una mejora en 1956, cuando Charles Rycroft
pasó a ser secretario científico.49 Padel confió en Rycroft, que tenía gran capacidad
para resumir los puntos discutibles de forma extraordinariamente lúcida.
Joseph Sandler recuerda: “Los miembros del grupo freudiano reaccio-
* El doctor Fordham me ha señalado la relación entre las opiniones de Klein sobre
las fantasías referentes a la imagen de la madre y los mitos descritos por Jung en Símbolos
de Transformación; y que, a su juicio, ella estaba hablando de arquetipos infantiles de la
madre dual. Entiende que Klein inaugura la comprensión del desarrollo infantil; sin
embargo añade: “Es una innovadora, pero los innovadores siempre se equivocan. Siempre
exageran sus argumentos”.
L A MATRIARCA [427]

naron ante la completa ignorancia, por parte de los kleinianos, de la psicolo-


gía del yo, de sus desarrollos en los Estados Unidos y en la Clínica de
Hamstead. . En esa época los kleinianos eran muy excluyentes y omnipoten-
tes. Habían visto la luz, y los freudianos se mantenían a la zaga. Ahora, en
cambio, es distinto”. Tiende a admitir una opinión más confiada que la de
muchos otros analistas ante el hecho de que la Sociedad no se dividiese:
En cualquier otra parte del mundo la Sociedad se hubiese dividido. Había algo muy
especial en la situación de la sociedad de aquí, que la mantenía unida. Y eso era muy
positivo, porque estar juntas hace que las personas deban aguzar su pensamiento para
defender su punto de vista concreto. Las obliga a relacionarse con aquellos que mantie-
nen opiniones antagónicas. Elevó muchísimo el nivel del psicoanálisis británico, según
pienso. El debate constante consolidó la profesión.50
Acaso sólo la muerte, que todo lo cura, podía hacer que opiniones
divergentes coexistieran en un estado de desacuerdo carente de rencor, una
vez que las dos mujeres en tomo a quienes se polarizaban, ya no estuviesen
presentes.
T RES
────────────

Envidia
emerosa por el futuro de sus ideas, Klein se centró cada vez más en

T formar en tomo a sí un núcleo de seguidores inteligentes y leales.


La cohesión del núcleo kleiniano quedó demostrada en el ataque
concertado dirigido a Bowlby. Una serie de seminarios y de peque-
ños grupos de estudio les permitió intercambiar y elaborar ideas dentro del
marco kleiniano; de estos coloquios surgieron trabajos brillantes. Si las ideas
kleinianas debían sobrevivir, era menester, como ella advertía, desechar los
elementos superfluos y discordantes.
Klein esperaba poder pasar las vacaciones de mayo de 1953 en París
donde podría reencontrarse con sus nuevos y entusiastas amigos, los
Boulanger, que estaban introduciendo sus ideas en el mundo francoparlante.
Pero empezó a tener mareos, que resultaban especialmente temibles cuando
se producían estando en una escalera.
Su médica. Dame Annis Gillie (quien le había sido recomendada origi-
nanamente por Joan Riviere), recuerda a Klein como la paciente ideal. La
visitaba una vez por año para que la revisara y Klein se mostraba siempre
muy dispuesta a colaborar; aceptó, por ejemplo, que una infección que
padecía era algo que ella había contraído, aunque Riviere siempre había
buscado un origen psicótico. Sólo estuvieron en desacuerdo a propósi-
to de la circuncisión de su nieto Michael. De bebé había sufrido de fimosis
(astringencia del prepucio); Dame Annis insistía en que fuese circuncidado,
a lo que Klein se oponía vehementemente y, aunque la operación se llevó a
cabo con éxito, Dame Annis quedó perpleja por su reacción, dado sus orí-
genes judíos. La médica siempre tuvo la impresión de que Klein quería dar
la imagen de una perfecta inglesa. También recuerda que las emociones del
ENVIDIA [429]
niño fueron en aquel caso menos interesantes para su abuela que su estado
físico.
En el momento en que se manifestó la enfermedad, Dame Annis consi-
deró que ya no podría atenderla. La explicación que dio fue que Clifton Hill
estaba demasiado lejos de su consultorio. Aunque Dame Annis había halla-
do en Klein una paciente ejemplar, advertía que podía convertirse en una
paciente difícil si la pasaba a otro médico, pues sabía que la relación que
mantenían no era precisamente la típica. Con cierta duda la puso en manos
del doctor George Abercrombie quien, a comienzos de la primavera de
1953, insistía en que Klein debía ingresar en el Hospital Elizabeth Garrett
Anderson, donde podría recibir el tratamiento adecuado para la infección del
oído interno que le estaba provocando los mareos. Klein fue presa del
pánico debido a la enfermedad y debieron suministrarle tranquilizantes para
que sus nervios se calmaran. Ofendió al doctor Abercrombie, quien dijo a
Dame Annis: “Simplemente no puedo tratar a esa mujer”.1 Le adjudicaron
entonces otro médico y el hecho de que había estado hospitalizada se man-
tuvo completamente en secreto. El 14 de abril escribió al doctor Boulanger:
“Lamento decirle que mi hermoso proyecto de ir a París se ha frustrado. No
me he sentido bien últimamente (creo que por trabajar más de lo que debie-
ra) y tengo que mantener reposo durante algunos meses. Pasaré algunos días
en el campo, en Whitsun, en lugar de ir a París”. Después, el 5 de mayo,
volvió a escribirle, diciéndole que había mejorado mucho: “Parece —así lo
cree mi médico— que todo lo que me ocurría era que estaba crónicamente
fatigada, cosa que no puede hacerse a mi edad. Pero con el trabajo que estoy
haciendo ahora me siento perfectamente bien y descanso mucho”.2
Durante este período de calma reflexionó bastante. Era evidente que no
podría presentar ningún trabajo en el Congreso de Londres, que se celebraría
en julio. Las escaleras de su casa de Clifton Hill eran demasiado para ella por
lo que tendría que mudarse a un piso. Y simplemente no podría continuar
tratando a tantos pacientes.
Se indicó a Paula Heimann que pidiera a Hanna Segal que la visitara
durante su convalescencia. En la conversación que ambas mantuvieron, Klein
dijo a Segal que debía excluir a dos pacientes porque eran “demasiado
destructivos”. Preguntó a Segal si podría hacerse cargo de uno de ellos, Judy
Waterlow, una psiquiatra de niños de la Clínica de Orientación Infantil de
Chistlehurst. Según Kathleen Cutler, el ama de llaves de la última casa de
Klein en Bracknell Gardens, durante un largo período una mujer muy agitada
llamaba constantemente. Waterlow, a quien Pearl King define como “una
persona muy idealista”, evidentemente pensaba que la habían abandonado. La
señorita Cutler, al advertir que las llamadas telefónicas habían cesado, preguntó
a su patrona qué había ocurrido, a lo que ésta contestó que la mujer se había
suicidado. Hanna Segal asumió totalmente la responsabilidad por la tragedia.
[430] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA

El concepto de contratransferencia empezó a asumir poco a poco un


papel de importancia en el corpus teórico de la Escuela Inglesa, aunque
Melanie Klein lo consideró con escepticismo hasta el final. Margaret Little
estaba trabajando ya acerca de la contratransferencia cuando Heimann expu-
so su artículo en Zurich, en 1949. La doctora Little no había asistido al con-
greso pero, al leer el manuscrito posteriormente, descubrió que ella y
Heimann habían llegado en gran parte a las mismas conclusiones. En 1950.
Little fue más allá que Heimann en Counter-transference and the Patient's
Response to It, donde formulaba la idea de que la contratransferencia era
más que la señal explicada por Heimann. Creía que era un componente esen-
cial de todo análisis y una herramienta tan positiva como la transferencia.
Los pacientes suelen advertir inconscientemente la contratransferencia del
analista y, a menos que su existencia sea reconocida por el analista, el
paciente no creerá en la realidad de la transferencia. En 1956, Little continuó
elaborando esta tesis en su trabajo R-The Analyst's Total Response to His
Patient's Needs. En la discusión siguiente a la exposición, Klein señaló áci-
damente: "Todo lo que este trabajo muestra es que la doctora Little necesita
más análisis"; "Posiblemente de ella", dice con pesar la doctora Little al
recordarlo.3 Winnicott intervino airado desde su asiento de presidente,
diciendo que la señora Klein no tenía derecho a decir eso: "Todos necesita-
mos más análisis. Ninguno de nosotros puede ser4 analizado sino hasta cierto
punto, y lo mismo podría decirse de cualquíera". Los hechos de 1953 cul-
minaron con la decisiva ruptura entre Klein y Heimann, aunque no se supo
públicamente hasta 1955. Klein estaba muy preocupada por su salud y por la
complicación de tener que mudarse. Halló un apartamento amplio y agrada-
ble en. el primer piso de Bracknell Gardens 20, en West Hampstead, y ven-
dió la bonita casa de Clifton Hill, donde había vivido durante veinte años.
Poco antes de la mudanza, la hija de Paula Heimann, Mertza, dio a luz
un niño. Fue un parto difícil y a Heimann no le permitieron ver a su nieto
hasta pasada una semana. Durante este periodo Klein quería que Heimann la
acompañara a elegir las cortinas y las alfombras para la nueva casa.
Heimann se hallaba profundamente angustiada, temerosa de que le impidie-
sen ver al bebé porque era deficiente mental, y salir de compras era lo últi-
mo que estaba dispuesta a hacer. Según la hija de Heimann, su madre nunca
perdonó a Klein su dominante egoísmo y su total falta de comprensión.
Ese año surgió otro problema. Según los recuerdos de Paula Heimann,
contados por ella a Pearl King, William Gillespie le informó que estaba
considerando la posibilidad de elegirla como presidente al concluir el período
de él. "Cuando se lo mencioné a Melanie, el enojo la puso fuera de sí:
‘¿Usted? ¿Por qué no yo’; y yo dije: 'Probablemente uste es una figura
demasiado polémica'." Eso es pura fantasía de Heimann, aunque entre ambas
mujeres pudo tener lugar una conversación así. Según el doctor Gillespie,
algunos kleinianos proponían elegir a Heimann como vicepresidente, pero él
ENVIDIA [431]
se oponía a tal designación porque, aunque la consideraba brillante, la
suponía demasiado cabeza de chorlito para este puesto administrativo.
Klein se había recuperado lo suficiente para participar en el Congreso de
Londres de 1953, hasta el punto de participar en la discusión en un simposio
titulado The Psychology of Schizophrenia el 28 de julio. El principal
conferenciante era Bion. Los estadounidenses empezaban a expresar con
locuacidad sus inquietudes por la falta de precisión en la terminología. Edith
Jacobson, por ejemplo, en su trabajo On Psychotic ldentificasions, objetaba
las posibles interpretaciones del uso que Klein hacía de "proyección" e
"introyección", aunque en Metapsychological Differences Between the
Maniac-Depressive and Schizophrenic Processes of ldentification, trabajo
expuesto ese mismo año en el Encuentro de Invierno de la Asociación
Psicoanalítica Americana, Jacobson expresaba, sin embargo, opiniones
notablemente semejantes a las mantenidas por Klein sobre la intensidad del
afecto en el estadio preedípico. *5
Klein había estado trabajando en la elaboración de un importante artí-
culo pero no había logrado concluirlo para el Congreso de Londres. Se trata-
ba de Sobre la identificación, basado en la novela de Julien Green If I Were
You. En este trabajo trata Klein al protagonista. Fabian, "casi como si fuera un
paciente", utilizando el relato para ilustrar el proceso de identificación
proyectiva. Fabian hace un pacto con el demonio a partir del cual adquiere
la capacidad de convertirse en otras personas. Su extraño deseo está motiva-
do por la codicia, la envidia y el odio, los móviles primeros de las fantasías
agresivas. Fabian debe obtener las posesiones materiales y espirituales de
los demás, debe absorber todos los contenidos del inagotable pecho de su
madre. Está celoso de su padre quien, adulto y poderoso, posee a su madre, a su
vez idealizada y desvalorizada a ojos de Fabian.
Al final Fabian recupera el amor hacia su madre y firma la paz con ella. Es
significativo que reconozca su falta de cariño, pero percibe que ella podría haber sido
mejor si él hubiera sido mejor hijo.6
¿Podía Klein escribir de estos temas sin relacionarlos constantemente
con sus propios hijos? Fabian se parece a Hans en su fluctuación entre "una7
homosexualidad fuertemente reprimida y una inestable heterosexualidad".
Probablemente también identificaba este personaje ficticio con el hijo real en
su búsqueda inconsciente, llevada a cabo durante toda su vida, de la madre
ideal que ellos habían perdido.
Betty Joseph recuerda haber estado sentada con Klein en un banco, en

* Véase también la distinción establecida por Margaret Mahler entre el niño


autista y el esquizofrénico en On Child Psychosis and Schizophrenia, Autistic and
Symbiotic Psychoses, Psychoanalytic Study of Child, 1952, 7, 286-305.
[432] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
los alrededores del Bedford College, durante el Congreso de Londres.
Melitta pasó junto a ella; madre e hija fingieron no haberse visto. La seño-
rita Joseph recuerda vívidamente lo triste de la experiencia. En 1954, cuando
Walter Schmiedeberg murió en Suiza a consecuencia de una úlcera provoca-
da por el alcoholismo, Klein escribió una carta de condolencia a Melitta, que
estaba en Nueva York, pero nunca recibió respuesta. Madre e hija nunca se
reconciliaron, aunque hasta su muerte Klein tuvo al lado de su cama una
fotografía de Melitta de joven.
A menudo uno se siente inclinado a sospechar que Klein desplazaba su
dolor por Melitta reaccionando exageradamente frente a adversarios como
Glover y Anna Freud.* Durante el congreso, un viejo colega de Budapest,
Sándor Lorand y su mujer, Rhoda, invitaron a Klein a reunirse con ellos y
con Enid y Michael Balint en el Dorchester para cenar. Klein pasó toda la
velada criticando a Anna Freud. Rhoda Lorand creyó oportuno poner fin a
esas críticas confesándole que, ese mismo verano estaba haciendo su forma-
ción en la Clínica Hampstead. “¿Pero por qué no hace usted el aprendizaje
conmigo?”, preguntó Klein. La confundida joven balbuceó algo acerca de
aprender primero el sistema de Anna Freud. Cuando salió a bailar con
Michael Balint, éste la riñó: “¡Usted 8no diga a la Reina que está aprendiendo
primero el sistema de otra persona!”
A través de Rhoda Lorand, Klein llegó a saber de una interesante esta-
dounidense, Judith Kestenberg, que también estudiaba en la Clínica de
Hampstead aquel verano. Kestenberg había estado realizando un trabajo
novedoso en análisis infantil y era una de las primeras en estudiar el estado
psicológico de las víctimas del holocausto. Klein la invitó a uno de sus
seminarios y Kestenberg se sintió completamente aturdida por la charla
sobre la reparación y otros conceptos que ella no conocía. No obstante, las
dos mujeres se hicieron muy amigas durante un breve período y en una
importante conversación Kestenberg dijo a Klein que sus ideas resultarían
más comprensibles para los estadounidenses si ella dijera que el bebé tiene
sentimientos a los que después hace objeto de su fantasía. “¿Pensamientos?
¿Sentimientos? ¿Cuál es la diferencia?”, replicó Klein.9 Parecía ignorar deli-
beradamente las consecuencias que Kestenberg estaba sugiriendo al respecto
de la datación temprana de las fantasías.
Durante algunos años Klein había pensado en formar una asociación
destinada a realizar nuevas investigaciones psicoanalíticas y a enseñar sobre
la base de sus propios conceptos. En febrero de 1955 se eligieron los miem-
bros originarios de la asociación: la propia Klein, Wilfred Bion, Paula
Heimann, Betty Joseph y Roger Money-Kirle. Klein donó seiscientas libras
como fondo financiero y propuso que los autores que contribuían con sus

* No obstante, en el Congreso de París de 1957 lloró ante Francesca Bion lamen-


tando su alejamiento respecto de su hija.
ENVIDIA [433]
trabajos a New Directions in Psycho-Analysis (1955)* (en el que se
incluían los artículos del número del Journal dedicado al cumpleaños de
Klein más otros diez) donaran sus honorarios a fin de consolidar los fondos.
Jones escribió un entusiasta Prefacio:
La obra realizada por la señora Klein en los últimos treinta años ha sido atacada y
defendida casi con la misma vehemencia, pero a la larga sólo podrán estimar satisfacto-
riamente su valor aquellos que realicen una investigación comparable. Como es bien
sabido be considerado desde el principio la obra de Klein con la mayor simpatía, espe-
cialmente dado que muchas de sus conclusiones coincidían con aquellas a las que había
llegado por mi parte; y siempre me ha sorprendido observar que gran parte de las críticas
era un eco de aquellas que habían llegado a serme familiares en los primeros días del
psicoanálisis. Muchos de sus descubrimientos y de sus conclusiones habían sido anuncia-
das en los primeros tiempos por Freud, Rank y otros, pero lo distintivo y admirable en ella
es la valentía y la inconmovible integridad con la que pródigamente ha elaborado las
aplicaciones y las consecuencias de aquellas sugerencias iniciales, haciendo a la vez
nuevos e importantes descubrimientos en su camino.
Es motivo de gran satisfacción y, asimismo, de congratulación personal, que la
5eñora Klein haya vivido para ver su obra firmemente establecida. En la medida en que
estuvo asentada en lo que ella misma había publicado, existía siempre la esperanza, pero
en modo alguno la certidumbre, de que sería recogida por futuros estudiantes. La situación ha
trascendido ahora más allá de este estadio; su obra está firmemente establecida. Como
resultado de su enseñanza personal, unida a la inteligencia de aquellos que han decidido
aceptarla, ella tiene ahora gran número de colegas y de discípulos que siguen su orientación
en la investigación de profundidades más hondas. A los trabajos con que muchos de ellos han
apenado a New Directions in Psycho-Analysis tengo el placer de añadir este envoi.
La impresionante recopilación —que abarca literatura, estética, filoso-
fía y sociología— sugiere ulteriores ampliaciones de las ideas kleinianas.
Incluía la aportación del pintor Adrian Stokes (un analizando de Klein),
cuyo Form in Art fue el primero de muchos estudios similares salidos de su
pluma. En Aspects of Symbolism in Comprehension of the Not-Self, Marion
Milner empezad a poner en tela de juicio las opiniones de Jones sobre el
simbolismo (The Importance of Symbol Formation in the Development of
the Ego, 1930) como indebidamente restrictivas, mientras que sugería que el
simbolismo era la base de la creatividad, idea que continuó desarrollando en
The Role of Illusion in Symbol Formation (1955). En A Psycho-Analytical
Approach to Aesthetics, Hanna Segal retomaba la postura de Klein en
Situaciones infantiles de angustia reflejadas en una obra de arte y en el
impulso creador (1929), del arte como reparación. Posteriormente, en 1957,
Hanna Segal rastreaba, en Notes on Symbol Formation, el significado del
* El titulo sugerido inicialmente era Studies in Psycho-Analysis, Clinical and
Applied.
[434] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
desarrollo que va desde las ecuaciones simbólicas a los símbolos totalmente
formados.
A finales de julio de 1955, Klein parecía haber recobrado sufientemente
sus fuerzas para asistir al Congreso de Ginebra. Llegó dos días después de
iniciado el congreso y pasó el tiempo felizmente con Elliott Jaques y su mujer,
la actriz Kay Walsh. Se sentaban en la terraza de un café y charlaban acerca de
los transeúntes, gozando manifiestamente de la amena compañía de una mujer
vivaracha que no necesitaba hablar únicamente de cuestiones relativas a su
profesión. En un determinado momento exclamó repentinamente: “¡Ah, cómo
me gustaría nadar de nuevo!” Después del congreso, Jaques la llevó a un hotel
situado en la montaña, más arriba de Montreux, donde pasó unas vacaciones
antes de regresar a Londres, Fue allí donde cincuenta años antes Emanuel re
había jugado toda su asignación. Crisis que nunca pudo olvidar.
A Klein le encantaba elegir un sombrero especial “para cada congreso”
y en esta ocasión aparecía más magnífica que nunca. Algunos de sus colegas
ingleses han subrayado que ella los saludaba como la anfitriona de gran fiesta
celebrada en su jardín.
Klein siempre había considerado una cuestión de principios presentar
en cada congreso un trabajo que incorporase una idea nueva. Por primera
vez se volvió inusualmente reservada en cuanto al contenido de su trabajo.
En el pasado siempre había discutido con sus colaboradores más cercanos el
trabajo que presentaría en el siguiente congreso pero esta vez pocos conocí-
an su verdadero contenido antes de escuchar en la primera mañana del con-
greso, el 24 de julio, la exposición del provocativo A Study of Envy and
Gratitude. Ciertamente, dio tema de conversación durante el almuerzo.
Clare Winnicott recuerda que durante la exposición del trabajo, su marido,
confundido, se aguantaba la cabeza murmurando: “¡Oh, no puede hacer esto!”
Paula Heimann dijo posteriormente que aquel trabajo marcaba la irrevocable
ruptura teórica entre ellas.
¿Qué contenía el trabajo para ser tan polémico? Comienza con una refe-
rencia a Breve historia del desarrollo de la libido vista a la luz de las
perturbaciones mentales (1924), de Abraham, donde el autor exploraba las
raíces de los impulsos destructivos con la mayor profundidad observada hasta
entonces; y aunque en él se omitía mencionar el instinto de muerte que Freud
había postulado cuatro años antes en Más allá del principio de placer, Klein
estaba convencida de que, de haber vivido más tiempo, Abraham habría
relacionado las implicaciones de sus propios hallazgos con la teoría de Freud.*

* ¿Era esto una respuesta a Heimann, quien en The Ploymorphous Stage Instictual
Development (1952) había sugerido que Abraham no aceptaba el instinto de muerte? El
doctor Hyatt Williams recuerda que a finales de los cincuenta Klein dijo de Heimann: “Yo
no debiera haberle dado ese importante artículo en aquel preciso momento”.10
ENVIDIA [435]
Pasa entonces a considerar la envidia, que considera móvil innato fun-
damental; la capacidad de envidiar se relaciona con el instinto de muerte, o
bien, por inferencia, es expresión de la agresión innata. En su forma prima-
ria tiene como primer objeto el pecho materno; y aunque la envidia no es un
concepto original de Klein, ella formuló por vez primera, la envidia primaba
del pecho materno (posteriormente, a juicio de ella, muy elaborada por
algunos de sus simpatizantes). Ya en El psicoanálisis de niños (1932)
resulta claro que consideraba a la envidia como la respuesta infantil a la
frustración.
Distingue cuidadosamente entre envidia, codicia y celos. “Envidia es el
sentimiento de irritación porque otra persona posea y goce de algo deseable.
siendo el impulso de envidia el que lleva a sustraerlo o despojar de él.”11 La
codicia es un anhelo insaciable y, a nivel inconsciente, se expresa en la fan-
tasía de devorar totalmente el pecho materno. Los celos derivan básicamente
del temor a perder lo que uno tiene.* La codicia difiere sustancialmente
de la envidia en cuanto su meta es la introyección destructiva, mientras que
la Envidia, en el nivel más profundo, apunta a la destrucción de la creativi-
dad del objeto. La envidia es excesiva cuando los rasgos esquizoparanoides
son especialmente marcados.
La envidia primaria se dirige a los contenidos del pecho de la madre; y
en sus manifestaciones evolutivas ulteriores se la transfiere a la incorpora-
ción del pene en la madre, a su capacidad de concebir, dar a luz y alimentar
bebés. Por paradójico que pueda parecer, lo que se envidia no es sólo el pecho
fantástico que se niega, sino el pecho satisfactorio por sus riquezas
inalcanzables. Esto puede comprobarse en etapas posteriores de la vida, en
la envidia del individuo hacia personas exentas de envidia, las cuales poseen
un objeto bueno internalizado que les permite gozar de un estado de satis-
facción y de paz mental.
Pero el bebé es también capaz de gratitud por la bondad y por el goce
recibidos, afecto esencial para la formación de todas las relaciones futuras.
(Freud había considerado la dicha del bebé ante el amamantamiento como el
prototipo de la gratificación sexual.) En el desarrollo ideal la gratificación y
la gratitud amplían la capacidad de amor, absorbiendo así la envidia en el yo
integrado. A diferencia de Freud, Klein supone la existencia de un yo desde el
comienzo, pues considera que las funciones que Freud adjudica al orga-
nismo sólo puede llevarlas a cabo un yo, aun cuando sea de forma rudimen-
taria. Una de estas funciones es la expresión del amor v de la gratitud, que
constituye una manifestación del instinto de vida. Pero el yo infantil está
atormentado por el conflicto desde el inicio de la vida; y como defensa con-

* Que tenga tan poco que decir acerca de los celos sexuales es indicio del énfasis que ella pone en el
objeto introyectado más que en la estructura tripartita de la relación edípica.
[436] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
tra la ansiedad disocia el pecho materno en un objeto bueno y en un objeto
malo. La disociación primaria es indispensable para alcanzar la integración
del objeto bueno internalizado y aprender a diferenciar de manera realista
entre lo bueno y lo malo. Sin embargo, este proceso se ve perturbado si en la
disociación del pecho bueno y el pecho malo interfiere una envidia excesiva
de modo tal que no pueda lograrse aquella integración, especialmente cuan-
do, a causa de una excesiva identificación proyectiva, mediante la cual se
proyectan en el objeto las partes disociadas del yo, se produce como resulta-
do una perturbadora confusión del yo y el objeto.
Klein da una eficaz explicación de las defensas instituidas por el yo
contra los desastres infligidos por la envidia. Las personas provistas de un
alto grado de envidia tienden a idealizar sus objetos; a ellos sucede una con-
secuente reacción en la que temen a la persona idealizada como a un perse-
guidor en el que han proyectado su envidia. Los celos son también un com-
promiso aceptable como defensa contra la envidia, puesto que suscitan
mucha menor culpa. En el confuso estado característico a la envidia, la desa-
fortunada víctima suele huir del objeto primario —la madre— para dirigirse
a otras personas idealizadas como medio de preservar a la madre de la envi-
dia. Otras formas alternativas de defensa son la desvalorización del objeto,
una violenta posesividad y provocar la envidia en otros destacando el éxito y
la buena suerte propios.
Según la experiencia de Klein, la envidia del pene siempre puede
remontarse a la envidia del pecho materno. La relación de envidia con la
madre que se da en la rivalidad edípica, se debe menos al amor hacia el
padre que a la realidad de que el padre (o su pene) se ha convertido en un
accesorio de la madre que la niña desea robar. Esta envidia puede trasladarse
a una etapa posterior de la vida, en aquellas situaciones en que la mujer
quiere a un hombre sólo se lo ha quitado a otra mujer. La homosexualidad
femenina puede basarse en la necesidad de hallar un objeto bueno alternati-
vo en lugar del objeto primario evitado. Pareciera ser una postura de defensa
ante la envidia. Si la gratificación oral del niño se ha frustrado, sus ansieda-
des se transfieren a la vagina, creándose así una actitud perturbada respecto
de las mujeres, la cual a menudo conduce a la homosexualidad La culpa en
relación con la mujer amada puede provocar una huida hacia la homosexua-
lidad. Existen también muchos casos de envidia masculina de la capacidad
femenina de tener bebés
Los sentimientos de envidia más tempranos son arrastrados por los
“recuerdos de sentimientos” (“memories in feelings”), a partir de los cuales
el paciente vuelve a experimentar las emociones tempranas a través de la
transferencia en la cual el analista desempeña, unas veces, el papel del padre
y otras el de la madre. A esta altura nos deja vislumbrar ligeramente su téc-
nica. “En el análisis”, dice, “debemos abrimos camino lenta y gradualmente
hacia la dolorosa captación de las divisiones del yo del paciente”. 12 El ana-
ENVIDIA [437]
lista debe vencer la tentación de la contratransferencia, que puede incremen-
tar su identificación con el paciente e impedir así el desvelamiento de los
estratos más profundos de la mente. ¿Hacía una crítica indirecta a Winnicott
al hablar de algunos analistas que "intentan fortalecer los sentimientos de
amor asumiendo el papel del objeto bueno que el paciente no ha sido capaz
de afirmar en el pasado”?13 La evocación de los sentimientos primeros de
envidia es especialmente dolorosa cuando el analizando se enfrenta con la
envidia y el odio del pecho materno. La tarea más ardua del analista es
poner al paciente en condiciones de reconocer y de integrar estos sentimien-
tos en una imagen que le dé más confianza en sí mismo. Pero por primera
vez expresaba pesimismo sobre la posibilidad de ayudar a todos los pacien-
tes, especialmente a aquellos con fuertes ansiedades paranoides y mecanis-
mos esquizofrénicos.
Klein estaba sugiriendo aquí una base constitucional de la envidia en
lugar de una base que derivase de los impulsos, como había supuesto Freud.
Además, adjudicaba al niño una serie extremadamente compleja de senti-
mientos conflictivos que suponía relaciones de objeto. Este trabajo sobre la
envidia suscitó más críticas que cualquier otro presentado por ella anterior-
mente. Confirmó la concepción general, dominante en especial entre los
estadounidenses, de que sus opiniones eran grotescas. No obstante, el con-
cepto de envidia hizo que sus partidarios se vincularan aun más estrecha-
mente con ella, hasta el punto que en 1969, Walter G. Joffe, un miembro del
grupo “B”, caracterizaba la Sociedad14 Británica como “una sociedad cons-
ciente en grado sumo de la envidia”. Ningún analista clásico podía aceptar
la suposición de un yo temprano que parecía ignorar el intervalo necesario
para que se desarrollase un proceso de diferenciación entre el yo y el objeto, o
admitir que no se reconociese la maduración y el desarrollo del aparato
psíquico como un todo. Joffe escribiría:
En el marco teórico kleiniano no hay, además, necesidad de discriminar entre
impulsos, deseos, fantasías y afectos (cf. Isaacs, 1948), En el esquema global no hay lugar
para la maduración y para el desarrollo del aparato psíquico en general y para el aparato
perceptivo en concreto, como entidades distintas de los impulsos. Se considera que el
conocimiento perceptivo es resultado de la interacción de los mecanismos introyectivo y
proyectivo.13
La principal objeción parece ser la de que había tomado un matiz
absurdamente minimalista: que la presencia de la envidia en el paciente
indica invariablemente una psicopatología cuyas raíces se asientan en la
frustración oral temprana. Pero a menudo no se expresan las objeciones
reales: la envidia se ha considerado tradicionalmente una debilidad femeni-
na, uno de los males que escaparon al abrirse la caja de Pandora,* y el

* Le debo esta observación a una de mis alumnas, Mary Katherine Travers.


[438] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
grupo, predominantemente masculino, era reacio a aceptar la idea de que era
un elemento inherente a ellos mismos.
Winnicott nunca había aceptado la posición esquizoparanoide y la
explicación de Klein de la envidia primaria parecía radicalizar considerable-
mente esta postura. El niño, en opinión de Winnicott, no existe in vacuo: la
relación entre madre e hijo precede a todo saber acerca del yo. Consideraba
que debía reconocerse un estadio anterior en el que se situase una fusión
impulsos destructivos y eróticos. El concepto de envidia propuesto por Klein
implicaba la existencia de sentimientos sumamente complejos en el bebé, y
Winnicott sencillamente no podía aceptar ninguna descripción del bebé qué
ignorase el comportamiento de la persona que cuidaba de él. Estaba dispues-
to a aceptar la envidia como un componente en una situación en la que la
madre actuara respecto del niño de forma “tatálica”.16 Con ello aludía a una
situación en la que la conducta de la madre no era coherente y el niño, al
reconocer que regularmente se le negaba el bien, iniciaba un proceso de
desilusión. Además, la presentación que Klein hacía de su concepción de ese
momento inquietaba a Winnicott porque creía que debilitaba el concepto de
sadismo oral, concepto que él estaba dispuesto a aceptar porque se refería al
concepto biológico de hambre, y, asimismo, en tanto era un impulso dirigido
a las relaciones de objeto. Muchos kleinianos pensaban que Winnicott “sen-
timentalizaba” la relación entre madre e hijo y que, en el fondo, objetaba la
idea de que los bebés tuviesen sentimientos tan dramáticos. “Es reconfortan-
te pensar que si uno es bueno con el bebé”, comenta Elinor Wedeles, “el
bebé será bueno con uno”.17 Aunque Heimann dijo posteriormente que ella
rompió teóricamente con Klein en razón del concepto de la envidia del
pecho materno, nunca expresó cuáles eran sus objeciones. Betty Joseph,
analizada por Heimann entre 1951 y 1954, considera curioso, retrospectiva-
mente, que Heimann nunca haya integrado la disociación o la identifica-
ción proyectiva, dos de las piedras angulares del análisis kleiniano, y piensa
que ella había empezado a tomar su propio camino.
Cuando, en 1957,* con la colaboración de Elliott Jaques, Klein amplió
el artículo dándole forma de libro, añadió material procedente de sus casos.
Es posible que uno de los casos referidos en el artículo de la envidia fuera el
de Heimann y que ésta no sólo se ofendiera por lo que se decía de ella, sino
que temiese que se la reconociera como la mujer de “fuertes rasgos depresi-
vos esquizoides”. En la fase inicial del análisis de la paciente no se capta-
ban fácilmente la complejidad y la profundidad de sus dificultades.

* En la reseña anónima publicada el 27 de septiembre de 1957 en The Times


Literary Supplement se observa: “Aunque a muchos el trasfondo teórico de su obra les
resulte difícil, su comprensión del desarrollo humano es notable”. En su reseña en The
Spectator Jean Howard recurría a un tópico: “¿Por qué son tan amargos los llamados
'jóvenes tristes' respecto de una comunidad que nunca ha ofrecido mucho a los jóvenes, si
no por su envidia al que da?”
ENVIDIA [439]
Socialmente daba impresión de ser una persona agradable, aunque sujeta
a la depresión. Sus tendencias a la reparación y su actitud de ayuda respecto
de sus amigos eran muy sinceras.”18 Muchas personas han hablado del
encanto y de la vivacidad de Heimann. Judith Fay la recuerda como la per-19
sona con “el mejor sentido del humor que jamás se haya conocido”.
En el caso relatado por Klein, la gravedad del problema de la paciente se
hizo manifiesta “debido en parte al trabajo analítico anterior”. 20 La principal
cauda de su envidia destructiva fue “un inesperado éxito en su carrera profe-
sional, lo cual trasladó a un primer plano lo que yo había estado analizando
durante algunos años, a saber, una intensa rivalidad conmigo y el sentimien-
to de que en su propio campo podría convenirse en una figura igual o, más
bien, superior a mí”.21 ¿Alude Klein con ello al trabajo de la contratransfe-
rencia y a las ambiciones de Heimann por llegar a ser vicepresidente de la
Sociedad? Al examinar la profundidad de su envidia y de sus impulsos des-
tructivos respecto de 22su analista, “se comprobó que eran omnipotentes y por
tanto irremediables”. Klein relata entonces la intensidad de los sueños de
la paciente, en uno de los cuales una interminable manta representaba la
interminable sucesión de palabras en el análisis, palabras vagas e inútiles
que el analista ahora tenía que absorber. Disgustaron a la paciente la inter-
pretación y la revelación de la profundidad de su envidia, en especial un 'sueño
sobre pantalones mojados, que interpretó como un venenoso ataque urético
contra la analista, movido por el deseo de “destruir sus poderes mentales y
transformarla en una mujer-vaca”.22 La paciente tenía una concepción tan
idealizada de sí misma que le resultaba especialmente difícil recocer su
envidia:
Su culpa y su depresión se centraban en un sentimiento de ingratitud hacia su ana-
lista, la cual, como ella sabía, la ayudó y la estaba ayudando, y hacia quien ella sentía
desprecio y odio: en última instancia se centraba en la ingratitud hacia su madre, a quien
ella inconscientemente24 consideraba despojada y dañada por su envidia y por sus senti-
mientos destructivos.

Tras una mejora pasajera, fue presa nuevamente de una profunda depre-
sión. “Los pasos dirigidos a la integración dados tras el análisis de la depre-
sión requerían la recuperación de aquellas partes perdidas, y la necesidad de
hacerles frente provocó su depresión.”25 Klein no dice si se alcanzó la inte-
gración en algún momento. Concluye: “En el estado actual de nuestros
conocimientos, me inclino a pensar que estos pacientes, que no necesaria-
mente pertenecen a un tipo psicòtico manifiesto, son aquellos con los que el
éxito es limitado o puede no alcanzarse”.2* En respuesta a tal exclusión
puede plantearse una desoladora cuestión: que acaso ésta ilumine algo no
sólo al respecto del estado mental del paciente, sino también al del analista.
Se recordará que en 1953, durante su convalescencia, Klein dijo a
[440] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
Hanna Segal que había dos pacientes a las que ella debía dejar porque resul-
taban “demasiado destructivas“: una de ellas resultó ser Heimann. Hay ana-
listas kleinianos que han supuesto que la envidia desempeñó un importante
papel en la ruptura de ambas mujeres. Parece suponerse que la envidia pro-
cedía de Heimann. Es prácticamente indudable que Heimann era una mujer
ambiciosa y alimentaba resquemores por su subordinación a Klein, o por
“servidumbre”, según expresó a Pearl King. Creía que debía haber firmado
como coautora algunos de los trabajos de Klein, especialmente Notas sobre
algunos mecanismos esquizoides. Estaba muy celosa de Lola Brook y
aún más de Hanna Segal, considerada ya la sucesora de Klein.
¿Pero qué decir de la propia envidia de Klein hacia Heimann? ¿Pudo la
proyección desempeñar un papel de mucha importancia en la contratransfe-
rencia? Heimann era más joven que Klein, gustaba mucho y se la considera-
ba brillante. Klein era sumamente crítica respecto del trabajo de Heimann
sobre la contratransferencia, que inmediatamente se había recibido como un
clásico. Heimann era una hija sustituía y, tal como Freud hacía respecto de
sus hijos sustitutos se esperaba que las hijas permanecieran en una condición
de dependencia.
Tamo de Klein como de Heimann se ha dicho frecuentemente que
comían con voracidad, y en los congresos Klein era una “voraz” conferen-
ciante. Klein era famosa por preguntar, cada vez que abandonaba una fiesta,
si podía llevarse un par de pastelillos. Un analista recuerda: “Cada vez que
Klein venía a cenar, me preguntaba con inquietud si la comida sería sufi-
ciente”.
Klein había envidiado a su madre, a su hermana Emilie, a su cuñada
Jolan, a Helene Deutsch, a Anna Freud, a Marie Bonaparte, a su propia hija
y a varias hijas sustituías. En una ocasión en que Tom Main la acompañaba
a su casa tras una velada en la suya, ella le preguntó impacientemente:
“Pienso que mi obra perdurará, ¿no crees? He trabajado mejor que Helene
Deutsch, ¿o no?”.27 Paula Heimann bien pudo interpretar el trabajo sobre la
envidia como una agresión. Pero Klein también pudo percibir hostilidad en
los trabajos de Heimann sobre la contratransferencia expuestos en Zurich
(1949) y en Ginebra (1955). En el primero, Heimann había afirmado que la
contratransferencia sólo es eficaz si el analista ha penetrado en sus propias
ansiedades infantiles, para que no atribuya al paciente lo que le pertenece a
él. De igual modo, en Ginebra había mantenido que cualquier confesión
relativa a cuestiones personales (y eran muchas las que Melanie había con-
fiado a Paula) podía afectar el proceso analítico; una intromisión o una pro-
yección del analista podrían conducir al paciente a advenir algo perturbador
en el mismo.
En el trabajo sobre la envidia Klein muy bien puede referirse a sí misma
en el caso de
ENVIDIA [441]
una paciente que yo describiría como perfectamente normal, cuya envidia hacia su
hermana había sido mitigada por su sentimiento de gran superioridad intelectual respecto
de ella, lo cual era de hecho una realidad, A través de sus sueños la paciente evocaba la
envidia que había experimentado hacia su hermana, que era galanteada cuando la pacien-
te era aún una niña, y de un vestido que su madre llevaba puesto, el cual destacaba la
forma de sus senos. La culpa consiguiente (descubierta, presumiblemente, en el autoaná-
lisis) la entristeció porque de niña había querido a su hermana mucho más de lo que pen-
saba. Considerándose a sí misma como “perfectamente normal”, la paciente se sintió
molesta al reconocer y admitir un residuo de sentimientos y de mecanismos paranoides y
equizoides. La revisión de sus relaciones más tempranas se vinculó con cambios en su
sentimientos respecto de sus objetos primarios introyectados. El que su hermana repre-
sentase también la parte insana de ella misma resultó ser en parte una proyección de sus
propios sentimientos esquizoides y paranoides en su hermana. Habiendo caído en la
cuenta de ello empezó a disminuir la disociación en su yo.28
Finalmente fue estableciendo una relación armónica con su envidiada
hermana mayor, tanto aquí como en su anterior trabajo sobre el duelo, aunque
ya en su madurez Klein no fue capaz de hacer lo mismo con Heimann.
Para la mayor parte de los miembros de la Sociedad Británica no existía
en la relación una tirantez manifiesta; pero Bion, Segal y Elliott Jaques, que
cursaron un seminario de postgrado con Heimann, sabían que Heimann hacía
crueles alusiones a Klein, Klein discutió la cuestión con sus colaboradores
más próximos. El 24 de noviembre de 1955 le escribió la breve carta que
sigue:

Querida Paula Heimann:


Es ésta una carta dolorosa, de manera que la haré breve. He estado pensando en la
Asociación que se ha formado para desarrollar mi obra en el futuro. He llegado a notar que
ya no tengo confianza en usted como persona a la que yo desee encomendar una fundación
así. No quisiera tener que decir esto en una reunión de la fundación y por eso le solicito su
renuncia. Le agradecería que me la hiciese llegar cuanto antes.
En una cuestión tan compleja, no creo que tenga sentido una ulterior discusión personal.
Suya,
Melanie Klein29
El 27 de noviembre respondió Heimann:
Querida señora Klein:
Con mucha preocupación, y en conformidad con las circunstancias y con sus sentimientos,
presento aquí mi renuncia a la Fundación Melanie Klein. Envío una copia de la presente
carta de renuncia a su secretario, Elliott Jacques.
Deseo a la fundación prosperidad y éxito.
Suya,
Paula Heimann30

El mismo día escribió una carta a Jaques, quien en octubre se había


[442] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
convertido en secretario de la fundación.* Heimann fue a ver a Betty
Joseph, su reciente analizanda, para decirle que se separaba del grupo, aña-
diendo: “¿Tú también lo dejarás? Verás como otros me31 siguen”. Pero la
señorita Joseph recuerda tristemente: “¡Nadie lo hizo”. Heimann envió
entonces una carta a los miembros de la Sociedad anunciando que ya no
pertenecía al grupo de Klein.
La gente quedó sumida en un estado de perplejidad; la noticia se difu-
dió rápidamente entre los estudiantes del instituto. Los analizandos de
Heimann se vieron en una situación especialmente difícil. Un sudamericano
se deshizo en lágrimas. Judith Fay describe su propia reacción: “En aquel
momento fue una conmoción; yo me sentí empujada en dos direcciones,
como un niño cuyos padres se divorcian y que, inevitablemente, forjan su
propia explicación intentando darle un sentido, que puede ser totalmente
erróneo”.37- A los analizandos de Heimann no se les dio explicación alguna.
Puesto que no podían advertir ningún cambio en su técnica o en sus interpre-
taciones, ¿qué significaba que ya no eran “kleinianos”? Como comentaba
ingeniosamente un analista: “¿He dicho ‘pecho materno’? Oh, lo siento, no
quise decir eso”. ¿Era, pues, kleiniano sólo aquel a quien la señora Klein
designaba como tal? Para Paula Heimann aquel fue un período de confusión
y de soledad. Joan Riviere simpatizaba con ella pero se negó a participar en
peleas políticas por lo que Heimann tenía que buscarse nuevas relaciones.
Donald Winnicott la invitó inmediatamente a su seminario, que se celebraba
semanalmente. Ella se lo agradeció inmensamente y jamás faltó a una reu-
nión. Pero su futuro dependía de su reputación como brillante clínica —y de
su encanto—, porque ya no obtendría referencias kleinianas. Judith Fay dice
que bajo su supervisión aprendió más que de cualquier otro. Heimann era
estricta y esperaba que uno fuera preciso. “Era muy buena para dar en el
clavo si previamente uno encontraba el martillo.”33 A diferencia de Klein
Heimann se oponía a la multiplicidad de interpretaciones. Según afirma Fay,
era posible criticar o pelearse con Heimann, quien se hubiera reído, mientras
que con Klein uno siempre se hubiese sentido equivocado. Eric Trist, anali-

* Jaques publicó en el Journal una nota sobre los objetivos de la fundación: “El
objetivo de la fundación es contribuir al psicoanálisis asegurando un desarrollo ulterior
de la obra de la señora Klein. Los encargados de ella se esforzarán por promover el tra-
bajo clínico, la formación y la investigación utilizando la teoría y la técnica que poste-
riormente puedan surgir.
“El fondo inicial de la fundación procederá de los derechos del libro New
Directions in Psycho-Analysis, editado recientemente por Tavistock Publications. Estos
derechos han sido cedidos a la fundación por los dieciséis autores que colaboraron en el
libro. La fundación está abierta para la recepción de donaciones y legados de particulares
así como subvenciones de organizaciones que consideren que la obra de Melanie Klein es
importante para el desarrollo del psicoanálisis y para una mejor comprensión de la
conducta humana”.
ENVIDIA [443]
zado por Heimann durante algunos meses de 1944, cuando Susan Isaacs
enfermó de neumonía tras el bombardeo en su casa, cree que ella tenía “un
toque de Ferenczi”.34 Era una persona apasionada que vivía sus interpreta-
ciones, que generalmente formulaba en el curso de una recapitulación al
finalizar la sesión. Cada sesión tenía un tema. Margaret Tonnesmann, que se
formó con ella en 1959, la notó frágil, mientras que los hombres (como su
analizando Harold Bridger) la consideraban dura. Tonnesmann, a diferencia
Trist, dice que intervenía muchas veces y que era sumamente escueta en la
verbalización de la transferencia negativa. Ame sus estudiantes nunca
mencionó sus disputas con Klein pero no ocultaba el desdén con que consi-
deraba su concepto de envidia. A los amigos íntimos en los que podía con-
fiar les manifestaba su enfado, no sólo contra Klein, sino también contra sí
misma por haber estado subordinada a ella durante tantos años. Su hermana
insiste en que la inteligencia de Heimann era muy superior a la de Klein y
considera, además, que la influencia de Klein sobre muchas personas fue
“malévola”.
Los simpatizantes de Heimann (en su mayoría independientes) creían
que se la había tratado mal. El doctor James Grammill, analizando estadou-
nidense de Heimann (que en la actualidad ejerce en París), lamenta que dos
mujeres tan brillantes se separasen de manera tan lamentable. Muchos ana-
listas kleinianos mencionan con pesar que Heimann nunca más realizase una
labor creativa. En el Congreso de París de 1957 presentó un trabajo en el
cual intentaba integrar las relaciones de objeto con una psicología del yo.
Según Margaret Tonnesmann, Anna Freud la invitó a cenar jumo con los
Hoffer para discutir el trabajo. Anna Freud le aconsejó que se abstuviera de
publicarlo en el International Journal, aunque apareció en alemán en
Psyche, en octubre de 1959.35 La ruptura no ayudó a la difusión de las ideas
de Klein más allá de Gran Bretaña. En 1957 la doctora Marianne Baumann
escribió a Klein desde Suiza diciéndole que un grupo de analistas estaba
organizando una mesa redonda, que se reuniría en Zurich en 1958 para dis-
cutir las ideas kleinianas y le pedía que le sugiriera nombres de colegas que
pudieran asistir. No habiendo recibido respuesta en algunos meses, la doctora
Baumann escribió a D.W. Winnicott, que era presidente de la Sociedad,
pidiéndole ayuda. Winnicott le respondió el 20 de enero de 1958 informán-
dole que Klein le había entregado a él su cana: Klein había sugerido a
Esther Bick, que era quien mejor dominaba el alemán. Y añadía: “La docto-
ra Heimann me ha dicho que también se han dirigido a ella. Ella puede darle
otros nombres, pero usted comprenderá que en este momento la señora
Klein no considera que la doctora Heimann represente fielmente su punto de
vista”.36 Aparentemente los planes para la reunión siguieron adelante pero,
el 3 de junio de 1958, la doctora Baumann volvió a escribir a Winnicott
diciéndole:”... nos ha confundido un poco una carta de la, doctora
Heimann, que nos habla de un grupo independiente que se separó de los
[444] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
kleinianos. Nuestra gente decidió entonces solicitar que viniese la propia
doctora Heimann. Ella rehusó... decidimos cancelarlo...” Winnicott respon-
dió inmediatamente: “Pienso que ustedes no deben participar en nuestras
divisiones, las cuales no inciden en la situación general. Melanie tiene
mucho que enseñamos a todos nosotros y cualquiera a quien ella envíe será
de mucha ayuda. Recomiendo especialmente a la señora Bick”. 37No obstan-
te, los analistas que no eran de Gran Bretaña tendían a ponerse de parte de
Heimann (sin conocer la cuestión), y la comunidad analítica norteamericana
murmuraba alegremente sobre la excéntrica conducta de Melitta mientras
trabajaba en los Estados Unidos, considerándola una corroboración de que
Klein estaba teorizando a propósito de los estados psicóticos infantiles
mediante una visión retrospectiva de la perturbación de sus propios hijos.
C UATRO
────────────

Lucha Política

uchos analistas ingleses consideran despiadado el modo como


M Melanie Klein excluía a quienes no se adherían de todo corazón a
su persona y a sus ideas: no sólo a Paula Heimann, sino también
a Rickmann, Winnicott, Riviere, Eva Rosenfeld y Clifford Scott. La relación
de Klein con este último constituye un caso interesante. Durante algunos
años ella se interesó maternalmente por Scott y por su primera mujer, quien
era hija de la familia en cuya casa de la Selva Negra él se hospedó cuando
acompañó a Klein en sus vacaciones de verano en 1931 para continuar su
análisis. La mujer de Scott fue después madrina de Michael Clyne, el primer
nieto de Klein.
No obstante» Scott tenía sus propios intereses, aunque la idea de la
identificación proyectiva pudo habérsele ocurrido a Klein a partir de un
caso, que él le comunicó de una paciente que pensaba que había proyectado
todo lo bueno que poseía en la figura de Greta Garbo.
El estaba totalmente dedicado a la tarea de desarrollar una idea compli-
cada, la de esquema corporal, a la que consagró muchos artículos, el prime-
ro de los cuales se presentó ante la Sociedad el 19 de marzo de 1947.
Muchos habían encontrado dificultades para comprenderlo. Scott escribió a
Winnicott para explicárselo del modo más sencillo posible:
El esquema corporal es otro nombre del narcisismo primario según Freud empleó
este concepto, pero significa mucho más que eso en el sentido de que es una totalidad
que posteriormente puede fragmentarse en muchas partes y, ciertamente, la historia del
desarrollo del individuo es, hasta cierto punto y en cierta manera, la historia del modo
[446] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA

como se desarrollan las diferentes partes; por ejemplo, las partes que menciono a menú-
do: el límite corporal, el mundo interno y el mundo externo.1
Scott y Klein disentirían cada vez más el uno del otro a propósito del
narcisismo primario; y aunque Scott permaneció leal a ella, ella no ocultó
que se estaba apartando de él. Scott fue importante para Klein por haber sido
el primero en analizar a un esquizofrénico, pero ahora que Segal, Rosenfeld y
Bion se dedicaban al análisis de casos fronterizos, ella se hallaba en condi-
ciones de prescindir de él. (En opinión de Scott, los kleinianos no disting-
an suficientemente entre la psicosis y la esquizofrenia.) Scott, que era un
hombre honesto, no vaciló en criticar a Klein más directamente de lo que
podían hacerlo otros partidarios de ella:
Creo que cuando usted dice que la ansiedad persecutoria y la ansiedad depresiva
excesivas en el niño constituyen la base de la enfermedad mental, al expresarlo así puede
pensarse que usted se está jactando de haber descubierto la verdad definitiva, al mismo
tiempo que propone sus nuevas opiniones. Pienso que no debiera usted exponerse a la
critica que esta afirmación, tal como está formulada, puede suscitar. Si usted pudiera
decir: "mi tesis de que la ansiedad persecutoria y la ansiedad depresiva excesivas en los
niños constituyen un aspecto fundamental de muchas enfermedades mentales que ante-
riormente no se han considerado”, creo que con ello avanza tanto cuanto debiera. En
cualquier caso, estoy seguro de que usted misma desea dejar lugar para el futuro; si en
los próximos treinta años usted pudiera trabajar tan intensamente como en el pasado, me
pregunto cómo juzgaría retrospectivamente una afirmación como la que acabo de citar.
Klein no apreciaba asperezas así. Cuando Scott afirmaba que en el niño
los sentimientos de amor y de odio oscilan, Klein procuraba hacerle ver que
“los contenidos de la ansiedad que inician la oscilación, y las relaciones de
objeto, las identificaciones y los procesos de disociación y las defensas…
actúan en el momento de la oscilación”. Y continuaba:
Me temo que no puedo aceptar que su observación, de naturaleza tan clínica,
porcione una base más adecuada para la teoría de los instintos. El concepto de ambiva-
lencia de Freud siempre ha implicado que las contrapuestas emociones de amor y de odio
se experimentan al mismo tiempo, predominando a veces la una y a veces la otra. Al rea-
lizar sus descubrimiento sobre los instintos de vida y muerte, no quedaba invalidado el
inicial concepto de ambivalencia; yo diría que se fortalecía. Yo estoy aún totalmente de
acuerdo con las opiniones de Freud, y no advierto que las cosas se clarifiquen pensando
las oscilaciones en términos de sucesión o de transformación.3
En 1954 Scott regresó a Canadá para trabajar como profesor asociado
de formación en psicoanálisis de MacGill y un año después se convirtió en
presidente fundador de la Sociedad Psicoanalítica Canadiense. Muchos ana-
listas ingleses creían que su decisión de regresar a Canadá se debía a su cre-
ciente desacuerdo con las ideas de Klein. A muchos, su partida les resultó
especialmente curiosa porque sólo había permanecido dos años en la presi-
L UCHA P OLITICA [447]
dencia. (Sylvia Payne completó el período hasta que Winnicott asumió el
cargo.) Scott y Klein se mantuvieron en contacto, pero las notas y las posta-
les de Navidad que ella le enviaba se hicieron cada vez más rutinarias. En
1958 Scott le envió un borrador del trabajo que se proponía presentar en el
Congreso de Copenhague en 1959. Depressión, Confusión and
Multivalence. Ella se lo devolvió con la siguiente justificación:
Durante muchos años me he visto obligada a negarme a leer libros, artículos o
borradores de los que se esperaba que yo hiciese algún comentario. Esta norma se ha
vuelto mucho más rigurosa en los últimos años, cuando he tenido que reducir considera-
blemente mi trabajo para poder continuar con lo que para mí es más importante. Si
incumplo mis horarios de trabajo, me canso muchísimo, y por órdenes de mi médico y por
mí misma, sé que debo evitar el trabajo extra. Para mí, leer un artículo y comentarlo es trabajo.
Escojo con mucho cuidado el tiempo que dedico al trabajo y lo divido entre mi propio
trabajo de escribir y también algo de análisis y de supervisiones. Por lo tanto, debe perdonarme
que le devuelva su borrador sin los comentarios que usted desearía que yo hiciese. Puedo añadir
que hasta mis colaboradores más cercanos se abstienen ahora de solicitarme consejo y
comentarios, porque saben que es esencial para mí no excederme en el trabajo.4
Los excluidos eran reemplazados por partidarios aun más fervorosos.
Nadie le fue más entusiastamente leal que Esther Bick, doctorada en
psicología en Viena, donde había trabajado con Karl y Charlotte Bühler, los
cuales, en opinión de Bick, estaban más interesados en la estadística que en
los niños. Al llegar a Inglaterra, los métodos de Anna Freud le parecieron
superficiales por lo que se trasladó a Manchester para trabajar con Michael
Balint. Después de la guerra marchó a Londres, donde Klein supervisó sus
análisis de niños y la analizó también en 1950. En 1951 Bick inició en el
Tavistock un curso de observación de niños para 5terapeutas infantiles.
‘Trabajaré con Bühler, pero de la forma debida”, dijo. Bick fue importante
para Klein porque le proporcionó datos empíricos sobre las emociones del
bebé. Un miembro destacado del grupo “B”, Use Hellman (que también
había trabajado con los Bühler en Viena), consideraba absurdo que se pre-
tendiera averiguar a partir de la expresión del bebé si se sentía perseguido o
deprimido.6 Elinor Wedeles recuerda aquella famosa ocasión en que un bebé
"con toda claridad” se apartó del pecho de su madre “con terror”, explicando
Willi Hoffer irritadamente que ¡quizá se debía al vello de alrededor del
pezón!* 7 Su esposa, Hedwig Hoffer, subrayó también en cierta ocasión que

* En su reseña de Contribuciones al psicoanálisis, 1921-1945, publicada en el


British Medical Journal, 1949, 6, 109, Hoffer observaba: “Aunque las teorías y las
observaciones [de Klein sobre las fantasías tempranas de persecución] son seriamente
discutidas entre los psicoanalistas, sólo las han aceptado definitivamente quienes han
[448] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
era posible que los bebés de la clase obrera se sintieran perseguidos. Los
kleinianos, sujetos ellos mismos a tanta crítica, se complacían repitiendo
estas historias. A pesar de eso, la observación de bebés se introdujo en 1960
en el plan de estudios del Instituto de Psicoanálisis y se convirtió en una
firme tradición en muchos centros.
La estrella más brillante en el firmamente kleiniano durante la última
década de la vida de Klein fue Wilfred Bion. Nacido en 1897, se había vin-
culado a las teorías kleinianas después de una sobresaliente carrera o, más
concretamente, después de varias carreras. Había sido premiado por sus dis-
tinguidos servicios durante la Primera Guerra Mundial, se había graduado en
Oxford en Historia y había recibido una medalla de oro en cirugía clínica en
el University College Hospital. Antes de la guerra, mientras trabajaba en la
Clínica de Tavistock, Rickman lo analizó durante algunos años y lo acepta-
ron como alumno en el Instituto Británico de Psicoanálisis; pero esa fase de
su vida quedó interrumpida por el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Durante la contienda se destacó como psiquiatra elaborando nuevos
métodos para el reclutamiento y la selección de los candidatos a oficiales.
En 1947 su íntimo amigo J.S. Sutherland pasó a ser director médico de la
Clínica Tavistock y a Bion lo nombraron psiquiatra principal. Klein recono-
ció en él una pieza valiosa cuando, tras ser desmovilizado, le pidió a ella que
lo analizase.* El insistió en la condición de que pensaría y reaccionaría por sí
mismo. Ella aceptó tal condición —probablemente deseaba mucho tenerlo
como paciente—** aunque inevitablemente surgieron problemas cuando
Bion rechazó la interpretación literal de que un bebé evacua las partes de su
personalidad que no quiere y las arroja en otro cuerpo; en otras palabras, una
fantasía omnipotente. De todos modos aceptó que en todo individuo había
un núcleo psicótico, habiéndose sentido atraído por la obra de Klein tras
haber leído Nota sobre algunos mecanismos esquizoides. Durante los
años cincuenta escribió seis brillantes artículos dedicados, con una sola
excepción (On Arrogance) a casos fronterizos. En una ocasión, tras una
reunión científica, se halló a Klein lamentándose en el vestíbulo porque Bion no
había expresado su reconocimiento hacia ella. “Pero señora Klein”, la conso-
laba alguien, “¡todos sabemos que sus supuestos se basan en los de usted!”
Probablemente como resultado de la susceptibilidad de Klein, Bion dice en uno
de sus trabajos: “aun cuando yo no formule un reconocimiento específi-
______________
estado trabajando en estrecha colaboración con la autora. Sin un contacto así, parece
imposible o, al menos, difícil, familiarizarse con su enfoque. No está lejana, sin embargo,
la posibilidad de que un día la psiquiatría sea capaz de ponerse en contacto con el
psicótico, para su beneficio, a partir de lo aprendido de la psicología infantil”.
* El trabajo de ingreso como miembro de la Sociedad, The Imaginary Twin, se
expuso en 1950.
** Compárese con el difícil acuerdo a que ella y Clifford Scott llegaron cuando él
inició el análisis con ella. Véase la pág. 205.
L UCHA P OLITICA [449]
co de ello, la obra de Melanie Klein ocupa un lugar central en mi concepción
de la teoría psicoanalítica de la esquizofrenia.” 8 ^
El doctor J.D. Sutherland piensa que Bion inició su análisis porque
creía no saber lo suficiente sobre los individuos. Mientras era analizado por
Klein escribía Experience in Groups, basado en sus amplios y singulares
conocimientos. Klein no aprobó el libro y en cierta ocasión Bion le dijo que
había decidido no convertirse en analista. Al día siguiente, ella le contestó:
“Doctor Bion, he estado pensando en lo que me dijo y probablemente tiene
mucha razón” aludiendo sin duda al compromiso de él con el psicoanálisis.
Cuando se publicó su libro, en 1961, añadió una reseña final en la que desta-
caba que, durante su vida adulta, el individuo, al hallarse en situaciones gru-
pales, recurre, a través de la identificación proyectiva, a mecanismos típicos
de las fases más tempranas de la vida mental.
El adulto debe establecer un contacto con la vida emocional del grupo en el que
vive; esta-tarea le parecerá al adulto tan formidable como le parece al niño la relación con
el pecho materno y la dificultad en satisfacer las exigencias de la misma se revela en su
regresión. La creencia de que existe un grupo como algo distinto de una suma de indi-
viduos es un componente esencial de esa regresión, como lo son también las característi-
cas que al supuesto grupo adjudica el individuo.9
En 1955 pasó a ser director de la clínica, designación que agradó a
Klein. El ascenso de Winnicott a la presidencia no le proporcionaba el mismo
entusiasmo.
En 1950 había en Londres setenta y cinco analistas que ejercían su pro-
fesión. Según John Bowlby, por esa época “resultaba evidente la convenien-
cia de ser Kleiniano”.10 Compara el grupo con una secta religiosa* en la cual,
una vez aceptada la doctrina, se es bienvenido al redil. Si uno se desvía, si
no acepta totalmente la doctrina, se enfrenta con la terrible amenaza de la
excomunión. Los que no tenían estudios médicos eran especialmente vulne-
rables debido a la inseguridad de obtener pacientes. Algunos miembros de la
sociedad con formación médica recuerdan cómo recurría Klein a la adula-
ción para convencerlos: “Doctor ---------------- , usted promete mucho. Creo
que podría ayudarlo”. Ella entonces continuaba, diciéndoles que su padre
también habrá sido médico y que eso mismo habría ella deseado ser. Le
resultaba imprescindible asegurarse tantos médicos como fuese posible,
especialmente entonces, cuando se estaba aventurando en áreas de la psico-
sis. Sin embargo, según la doctora Margaret Little, Klein nunca pudo acep-
tar, o comprender, la condición legal de los médicos en Inglaterra. Insistía
en que a ella se la debía considerar exactamente igual que a los médicos,
pretensión que el Ministerio de Comercio jamás habría aceptado. No podía

*Charles Rycroft la describe como “La iglesia de Ebenezo”.


[450] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
comprender que, a menos que uno fuera médico, no pudiera tener pacientes
internados en un hospital o asistir a la audiencia de un médico legista en su
calidad de no médico. Mientras estuvo en buenas relaciones con ella, Paula
Heimann apoyó a Klein en su actitud, afirmando que la formación médica
nada había hecho para colaborar en la comprensión de la enfermedad men-
tal. No obstante, Rosenfeld, Bion y Segal, en su calidad de personas con for-
mación médica, fueron defensores muy importantes de sus ideas sobre el
origen de las psicosis.
No sólo se incrementaba el número de kleinianos, sino que, en opinión
de los independientes, sus esfuerzos por asegurarse nuevos conversos se
intensificaban. En la nota de acuerdos de postguerra se había intentado obrar
con equidad al establecerse que, siempre que ello fuese posible, se designa-
ría a dos miembros de cada una de las tres facciones por comisión. A menú-
do Klein solicitó consejo a William Gillespie sobre el modo de lograr que se
nombrase sus asociados en las comisiones. Entre bastidores, la lucha por el
poder se desencadenó de nuevo. En junio de 1953, a consecuencia de las
quejas de muchos miembros independientes de que en las actividades de
enseñanza eran ampliamente superados en número por los kleinianos, la
comisión de formación redactó una serie de normas más equitativas. Melanie
Klein se opuso especialmente a la sección relativa al análisis personal.
D. EL ANALISIS PERSONAL |
14. El análisis personal tiene lugar en sesiones de cincuenta minutos, cinco veces
por semana. Sólo excepcionalmente la comisión de formación consentirá períodos
transitorios de análisis de cuatro sesiones por semana.
15. Los estudiantes son asignados a los analistas por la comisión de formación
según los siguientes principios:
(a) Siempre que ello sea posible, el estudiante será remitido al analista que él.
elija, en caso de que dicho analista esté incluido en los programas de formación.
(b) Si el estudiante no puede elegir o no expresa ningún deseo definido, entonces
la comisión adjudicará el estudiante a un analista considerando el tiempo de que en
ese momento dispongan los analistas de las diferentes agrupaciones.
16. Tendencias existentes en la Sociedad
De las diferentes tendencias que se registran en el desarrollo de la teoría psicoa-
nalítica, hay dos que en la actualidad difieren entre sí lo suficiente para que se

* Desafortunadamente se tomó la costumbre de designar el grupo de los colaborado-


res inmediatos de Klein como grupo “A”, con la consecuencia de que a los analistas que se
mantenían en una posición intermedia se les llamaba “grupo medio”. No hay en realidad
ningún grupo al que pudiera llamarse “grupo medio”. Cabe esperar que la anterior
explicación ayude a eliminar la confusión que se ha generado de esa manera en relación
con el curso “A” de formación, el cual, se advertirá, no se restringe a ninguna escuela de
pensamiento.
L UCHA P OLITICA [451]
justifique la organización del programa de formación en dos cursos paralelos. El
Curso B sigue el método de enseñanza patrocinado por la señorita Anna Freud y
sus colegas inmediatos. El Curso A representa la enseñanza de analistas no aso-
ciados especialmente a la señorita Freud. Las lecciones son comunes a ambos
cursos. En cada una de las etapas se darán dos cursos diferentes8 de seminarios.
Hay seminarios combinados, especialmente en las últimas etapas. Se sugiere a
los estudiantes que asistan tanto al curso A como al curso B si sus analistas lo
aprueban. La elección será ineludible cuando ocasionalmente no podamos evitar
que se dicten cursos paralelos a la misma hora.

Klein remitió una airada carta al presidente, Cliford Scott.


Bracknell Gardens 20
Piso 2
N.W.3
15 de marzo de 1954
Estimado doctor Scott:
He estado leyendo la nueva normativa de la comisión de formación y he advertido que se
ha apartado en muchos puntos de las actas del consejo del 11 de diciembre de 1946...
Como usted recordará, aquella acta se basaba en las propuestas de una comisión ad hoc
que representaba
1. las ideas de la señorita Freud,
2. las del grupo medio (llamado así en el acta) y
3. las mías.
El objetivo de las propuestas era asegurar que continuaría satisfactoriamente el desarrollo
de nuestro trabajo en el marco de la Sociedad con el mínimo conflicto entre los grupos.
No creo que sea un documento perfecto, pero no debe olvidarse que las diferencias eran
entonces profundas y serias, y todavía pueden devenir extremadamente destructivas. Se
debe juzgar a la luz de que, sean cuales fueren sus defectos, nos ha permitido trabajar
juntos sin que se produjese un perjudicial cisma. Apartarse de él en cualquier punto pude
hacer que se rompa fácilmente el equilibrio que entonces logramos.
No digo esto porque me oponga al cambio sino porque pienso que todo cambio debe
introducirse únicamente tras una atenta consideración por parte del consejo. Sólo deben
introducirse otros cambios cuando sea manifiesto que las razonables aspiraciones de los
grupos (representados en la comisión ad hoc por la señorita Freud, por la doctora Payne y
por mí), en opinión de los propios grupos, se han preservado debidamente en toda
nueva directiva que al consejo le parezca adecuado promulgar; ello sólo puede hacerse si
el consejo recaba primero la opinión de otra comisión ad hoc semejante a la comisión de
1946. Pienso que todo grupo que pretenda un cambio debiera, atendiendo a las graves
cuestiones que ello supone, tener la obligación de mostrar que la organización actual
afecta negativamente a su trabajo.
Lo saluda atentamente,
(firmado)
Melanie Klein

A consecuencia de ello, en la reunión del consejo celebrada el 31 de


[452] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
mayo de 1954 Winnicott, secundado por Bion, propuso al mismo la designa-
ción de una comisión ad hoc para que reconsiderase la normativa de la for-
mación. Algunos temían que Klein estuviera intentando formar su propio
grupo y dividir el Curso “A”. Paula Heimann sugirió que se invitase a Anna
Freud, Melanie Klein y Sylvia Payne a discutir la preocupante cuestión de la
formación en la reunión programada para el 31 de mayo. En esa reunión
Bion, apoyado por Winnicott, propuso que se presentara el “borrador” de la
señora Klein a la comisión de formación para que ésta lo considerase. Entre
tanto se modificó la proporción de representantes de cada grupo, de manera
que las tareas de formación a cargo de analistas kleinianos se redujeron de
ochenta y cuatro a setenta y seis, y las de los independientes se incrementa-
ron de cuarenta y cuatro a sesenta y dos.
Resultaba irónico que fuese Sylvia Payne la que presentara las cifras
que indicaban la desproporción; en 1943 ella había comprobado la afirma-
ción de Glover de que había un predominio de los kleinianos, hallando en
estos momentos que la proporción se había invertido.
Klein continuaba irritada; y después de meses de discusión la comisión
de formación remitió la cuestión al consejo para que decidiese. El 22 de
marzo de 1957 Klein envió al consejo una nota en la que se quejaba de la
falta de equidad de las nuevas disposiciones.
Al plantearse la cuestión en el consejo, se advirtió que la señora Klein
había hecho “un serio alegato” contra la comisión de formación, a saber, que
no se distribuía la enseñanza equitativamente y que la comisión de formación
“se había otorgado a sí misma el derecho al padrinazgo”. El presidente,
William Gillespie, estaba especialmente irritado por lo que Winnicott sugirió
que se le pidiera a la señora Klein que retirara la nota. El consejo le solicitó
que, en su condición de presidente de la Sociedad, se dirigiera a ella para que
reconsiderase los cargos. En la reunión del consejo celebrada el 6 de mayo de
1957, Rosenfeld y Bion objetaron que el consejo no tenía competencias para
tratar la cuestión pero la objeción se rechazó. Se decidió instituir en otoño
una comisión para que “clarificara y codificara las relaciones entre el consejo,
la comisión de formación y la sociedad”. Winnicott persuadió a Klein de que
retirara la nota, cosa que lo alejó aun más del grupo kleiniano. La nueva nor-
mativa entró en vigor y Klein empezó a considerar seriamente el apartarse y
formar su propia sociedad; fue disuadida de ello en gran parte gracias a los
esfuerzos de Bion. En respuesta a una carta de Winnicott en la que éste expre-
saba sus reservas sobre la estructura política de la Sociedad, Klein decía:
Las agrupaciones que se dan en la Sociedad no son, a mi parecer, predominante-
mente “organizaciones políticas”, sino la consecuencia de serias diferencias teóricas y
prácticas, y de hechos (me refiero a la observación que usted hizo en la reunión del con-
sejo en el sentido de que no es científico tener en la formación que impartimos grupos y
cursos diferentes). En la medida en que esas diferencias sigan siendo muy grandes, está
bien que al futuro analista se le hable abiertamente de su existencia y se le dé la posibili-
L UCHA P OLITICA [453]
dad de elegir, no entre personalidades, pero sí al respeto de la técnica en la que desee
formarse.
Su afirmación de que cualquiera analizado por mí o por alguno de mis analizandos,
automáticamente pasa a ser miembro de mi grupo o continúa siéndolo, es de hecho falsa.
Normalmente el candidato que ha elegido mi grupo para completar su formación es
miembro del mismo. Si posteriormente sus opiniones y su técnica cambian de manera
fundamental, es muy libre de dejar el grupo. Personalmente he analizado (y otro tanto
han hecho mis analizandos) a muchos candidatos y a muchos analistas que nunca se han
convertido en miembros de mi grupo ni han seguido siéndolo. Por supuesto, no puedo
mencionar nombres; pero si usted piensa un poco podrá recordar algunos ejemplos (¿el
del propio Winnicott?). Esto se aplica también a muchos analistas en quien usted nunca
pensaría o que usted no conoce.
En lo relativo al futuro, dejemos que llegue. No creo que después de mi muerte mi
influencia llegue11 a ser tan grande que estorbe el futuro desarrollo. Y, créame, tampoco
me lo propongo.
La verdadera lucha que se libraba en la Sociedad se centraba ahora en la
resistencia de los independientes a que los kleinianos tomaran el control.
Durante todas aquellas disputas Anna Freud y Melanie Klein acordaron que
ningún candidato de uno de los grupos pudiera ser supervisado por un
miembro del grupo opuesto. En octubre de 1955 el consejo decidió que en la
elección de un segundo supervisor debía tenerse en cuenta la preferencia de
los estudiantes y que no se les exigiría ser supervisados por alguien del
grupo independiente. Las diferencias se enterraron durante la conmemora-
ción del centenario de Freud, descubriendo Jones una placa en memoria del
mismo, el 6 de mayo de 1956. En una fotografía tomada por el doctor Alan
Tyson en Maresfield Gardens 20 aparecen Anna Freud y Melanie Klein
charlando amigablemente. Klein está de pie en una pose distendida y majes-
tuosa (“Yo no era en absoluto tímida.”) y Anna Freud aparece de espaldas y
tímida, sus manos nerviosamente apretadas. Ambas mujeres eran de baja
estatura; pero Joseph Sandler recuerda a Klein como “una gran persona;
pero si era realmente tan grande es una cuestión abierta. No sé... En esa12
época tenía un sorprendente carisma, esa aura de ser muy importante.”*
También Charles Rycroft recuerda que cuando Klein entraba en una sala
uno notaba su “calidad de gran dama”, mientras que Anna Freud daba la
impresión de ocultarse a sí misma, de “retirarse de la luz pública.” 13 La
ceremonia en honor de Freud fue una de las últimas apariciones públicas de
Jones. En los primeros meses de ese mismo año le habían operado de vesí-
cula, pero en realidad ya estaba enfermo de cáncer. Pálido y ojeroso, había
dedicado sus últimas y reducidas energías a concluir la biografía de Freud.
En 1953 apareció el primer volumen con la siguiente dedicatoria:

* Feliks Topolski, para quien ella posó en 1957, sorprendió al advertir que no era la
alta mujer que él recordaba.
[454] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
A ANNA FREUD
Verdadera hija de un padre inmortal

Le sucedió el segundo volumen en 1955, apareciendo en él por primera


vez el nombre de Melanie Klein. Refiriéndose al caso del “Pequeño Hans”
Jones señala que se interpretaba el juego del niño como un reflejo de lo que
ocurría en su mente: “De este rasgo se apropiaron posteriormente Hermine
von Hug-Hellmuth y después, con mucho mayor provecho, Melanie Klein14
como un artificio esencial para la aplicación del psicoanálisis a los niños.”
Examinando el caso Schreber, remite a muchas elaboraciones e interpreta-
ciones posteriores, entre ellas las de Melanie Klein, quien “relacionó la mul-
tiplicación de las almas de Schreber con su disociación interna, sugiriendo
que la reducción de su número es parte de un proceso de curación”. 15 Jones
nunca creyó que el psicoanálisis se codificase en la obra de Freud, y en
Contributions to Theory, al discutir Instincts and Their Vicissitudes
(1915) Jones remite a la concepción de la introyección y la proyección
afirmada por Freud: “Es notable aquí que Freud hable únicamente de la
absorción de lo bueno y la expulsión de lo malo. Algunos años más tarde
Melanie Klein amplió esa afirmación subrayando los dos procesos
opuestos”.16 Jones no dice si está de acuerdo o en desacuerdo con Melanie
Klein — “amplió” es una palabra sutil—, pero su reacción a El psicoanálisis
de niños en la época de su publicación es un importante indicio de que
consideraba que Klein había desarrollado fecundamente la teoría original de
Freud.
Después de leer y de saborear lentamente los dos volúmenes, Klein
escribió a Jones para felicitarlo por su monumental logro: “Admiro mucho
el modo como ha presentado tanto al hombre como a la obra, el distancia-
miento y la objetividad que usted ha puesto de manifiesto al resolver una tarea
tan dificultosa que haría rendirse a cualquier oponente. Presenta un retrato de
Freud que era ignorado y que, junto a su obra, pasará a la posteridad.”17
El último volumen de la biografía de Freud, que comprende los años
que van de 1919 a 1939, se publicó en 1957. Jones admite sinceramente que
durante la década de los veinte sus relaciones con Freud eran tensas, siendo
una de las principales razones “el apoyo que proporcioné a la obra de
Melanie Klein”.18 La versión que Jones da de las dificultades es equívoca en
mucho puntos. No señala que Anna Freud había iniciado las controversias
con Einführung in die Technik der Kinderanalyse ni hace referencia
alguna a El yo y los mecanismos de defensa. Jones explica por qué había
considerado necesario organizar un intercambio de conferencias entre Londres y
Viena en 1935: .J
Mis propias diferencias consistían en parte una duda sobre la teoría de Freud al res-
L UCHA P OLITICA [455]
pecte del “instinto de muerte” y en parte una concepción algo diferente del estadio fálico
del desarrollo, especialmente en el caso de la mujer. Leí, pues, un trabajo sobre este últi-
mo tema ante la Sociedad de Viena el 24 de abril de 1935. Freud nunca estuvo de acuer-
do con mis opiniones y acaso eran erróneas; no creo que la cuestión se haya dilucidado
todavía. Más preocupantes eran las opiniones que Melanie Klein había estado exponiendo
en contraposición con las de Anna Freud, y no siempre con delicadeza. En una pro-
longada discusión con Freud defendí la obra de Melanie Klein, pero no cabía esperar que
un unos momentos en que dependía tanto de la atención y del afecto de su hija, tuviera la
mente muy receptiva al respecto.19
En el párrafo más favorable a Klein presenta la orientación general de
su carrera en una referencia a Hug-Hellmuth, a quien “se recuerda por
haber formulado la técnica del juego para el análisis de niños que Melanie
Klein ha aprovechado tan brillantemente después de la guerra; dicho sea de
paso, aunque comúnmente se olvida, ya en 1904 el propio Freud había suge-
rido en líneas generales esas posibilidades”.20
Jones deseaba eludir la controversia; pero ni Klein ni Anna Freud
podían sentirse satisfechas con un reconocimiento tan parco. Jones, con toda
seguridad, había aducido, muy legítimamente, que ése era un libro sobre
Freud.
C INCO
────────────

Los últimos años


ntre 1953 y 1959 Melanie Klein trabajó esporádicamente en su
E autobiografía, un documento caracterizado por la repetitividad de
una persona anciana y por la supresión de los recuerdos dolorosos
Hacia el final, la autobiografía va desvaneciéndose, como si a la autora le
preocupara la inminencia de la muerte.
Ese paso de la fuerte ambición personal a la devoción por algo que está por encima
de mi propio prestigio personal, es característico de muchos de los cambios que tuvieron
lugar en el curso de mi vida y de mi obra psicoanalítica. Cuando concluí bruscamente mi
análisis con Abraham, había quedado mucho por analizar y continuamente he avanzado en
el sentido de conocer más acerca de mis ansiedades y de mis defensas más profundas. A
pesar del escepticismo que he dicho que era muy característico de gran parte de mi vida
analítica, nunca he desesperado, ni desespero ahora. Es una mezcla de resignación y de
cierta esperanza de que mi obra acaso sobreviva después de todo y sea de gran ayuda para
la humanidad. Están, por supuesto, mis nietos, que participan en ese sentimiento de
continuidad del mundo y cuando digo que me he dedicado completamente a mi obra, ello
no excluye que también me haya dedicado a mis nietos. Aun ahora, cuando se han vuelto
mucho más cercanos a mí, sé que he sido una figura muy importante en los primeros
años de su vida y que ello debe de haberlos beneficiado mucho. Los tres me amaron pro-
fundamente hasta los seis o siete años de edad y Hazel* incluso hasta los nueve o los
diez, y creo que han conservado cierto afecto por mí, aunque desgraciadamente se rela-
cionen mucho menos conmigo, salvo Michael, que en los últimos años se ha acercado
mucho a mí de nuevo, y que sé que al menos inconscientemente, y acaso en parte cons-

* Hazel, su tercer nieto, nació el 18 de mayo de 1947.


L OS U LTIMOS AÑOS [457]
cientemente, tiene el sentimiento de que valgo mucho y también de que puede
hablarme libremente. 1
Klein y Judy experimentaron las inevitables tensiones entre una madre
y la mujer de su hijo. Judy recuerda que se aterrorizaba cuando su suegra
cogía a uno de los bebés, porque con los niños pequeños parecía tensa y no
natural. Todos los domingos la señora Klein iba a comer con ellos. Judy
Clyne lamentaba que este ritual impidiera que ese día la familia hiciera
alguna otra cosa; y en una ocasión protestó: “¡si al menos una vez esperara a
que se le invitase!’’ Su queja cayó en oídos sordos y Klein continuó ocupan-
do obstinadamente el lugar acostumbrado. Los nietos no tenían objeciones.
Diana y Hazel dicen que era “una abuela muy buena; siempre dispuesta a
escuchar cualquier cosa que uno quisiera contarle”.
En el verano de 1956 llevó a Michael y a Diana a hacer una excursión
al Rhin y durante el verano siguiente Michael la acompañó en otras vacacio-
nes en los Dolomitas.* A menudo iban juntos a conciertos en el Festival
Hall. Ella tenía una relación especialmente estrecha con Michael. Cuando
éste era muy pequeño padecía terrores nocturnos y su abuela le aguantaba la
cabeza hasta que sus ardientes fantasías se disipaban. Sabía que ella com-
prendía su terror y su comprensión le ayudó a darse cuenta de que sus miedos
eran insubstanciales.
Antes de irse a Cambridge en 1956, Michael le dijo que le gustaría ser
psicoanalista. Con mucha sinceridad ella contestó que aún tenía que discer-
nir muchas cosas y que sería un buen investigador científico. El 22 de abril
de 1960 le dijo a Jolan que Michael gozaba de la vida y que no se iba a con-
vertir en “uno de esos fosilizados científicos”.2 Estaba en lo cierto, porque
Michael obtuvo las notas más altas en las dos partes de ciencias naturales
del examen para el grado de bachiller en artes. Obtendría fama mundial
como científico atómico. En 1970 se le otorgó la Medalla Marlow de la
Sociedad Faraday y en 1980 el premio de la Real Sociedad de Química en
Cinética y Mecánica. Murió prematuramente de cáncer el 6 de noviembre de
1981, llorado por su familia y sus colegas. Su hija mayor se llama Melanie.
Melanie Klein parece haberse sentido más cómoda con bebés que no
eran los suyos, especialmente con los hijos de sus partidarios. Cuando Irma
Brenman Pide (que no tenía ningún parentesco con el cuñado de Klein),
siendo aún estudiante, dio a luz un bebé en abril de 1960, Klein le preguntó
si podía ir a verlo. Llegó con un hermoso chal diciendo: “¿Cómo está el
bebé?” Pick, para impresionar a Klein con el conocimiento que tema de sus
teorías declaro orgullosa: “¡Es muy paranoide!” (No lo era en realidad,
según cuenta hoy divertida.) “¡Oh, no!” Klein parecía muy apenada. “Lo
* Es interesante que Eric, su hijo, siguiendo sus pasos como abuelo ideal, lleva a sus
hijos y a sus nietos a realizar frecuentes excursiones.
[458] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
siento mucho.” Pick dice que fue “una historia bochornosa si las hay, pero
muy conmovedora en cuanto a Klein e, indudablemente, ¡en cuanto a lo
mucho que los 3estudiantes hacían para que sus distinguidos superiores los
reconociesen!”. Use Hellman, distinguida miembro del grupo de Anna
Freud, recuerda cuán solícita era Klein con su hijo cuando pasaron unas
vacaciones en el mismo lugar de Suiza. Su marido estaba algo temeros tras
haber escuchado tantas historias de Klein pero, para su agrado, ella repre-
sentó y contó historias a! niño. “Tenía unas maneras amorosas con los
niños”, recuerda Hellman. “Parecía una abuelita alegre y tierna.” Michael
Clyne nunca olvidó un episodio ocurrido en el comedor de un hotel cuando
pasaba unas vacaciones junto a su abuela. Un inquieto niño se estaba portan-
do muy mal en la mesa de al lado, y la expresión de apenada comprensión
que vio en el rostro de Klein cuando ella contempló al niño, quedó grabada en
Michael durante el resto de su vida.
Mientras vivió en Clifton Hill, Klein tuvo a su servicio sucesivamente a
varios matrimonios, pero los acuerdos nunca fueron muy satisfactorio.
Poco después de haberse mudado a Bracknell Gardens contrató, por medio
de un anuncio, a una ama de llaves, Kathleen Cutler, quien cuidó de ella con
devoción hasta su muerte. Curiosamente la señorita Cutler la había conocido
en 1936, cuando acompañaba a su patrona de entonces, una analizanda de
Klein, al consultorio de ésta.4 ‘‘Quien la conocía, después la recordaba sim-
pre”, dice la señorita Cutler.
La señorita Cutler amó aquellos siete años en Bracknell Gardens. El
apartamento estaba siempre lleno de personas jóvenes, había constante rego-
cijo y a veces una atmósfera muy agitada. A Klein le gustaban mucho las
flores y en sus cumpleaños la cocina estaba repleta de ramos que se recibían
durante todo el día. La señorita Cutler se encargaba de todos los asuntos
domésticos pues Klein no era para nada hábil con los detalles de la casa.
Una noche, al regresar, el ama de llaves encontró la cocina completamente
manchada con una substancia roja. Temiendo que su patrona se hubiese las-
timado, se dirigió presurosa al dormitorio, donde la halló leyendo tranquila-
mente en la cama. Al parecer, había derramado una jarra de remolachas. Al
decirle la señorita Cutler que había pensado que era sangre, Klein replicó
con indiferencia: “No me parece agradable que no llame antes de entrar”.
Una de las cosas de Klein que la señorita Cutler recuerda más vívida-
mente es su escrupulosidad con el dinero. “Se acordaba aunque se tratase de
medio penique.” Ello coincide con una nota que Clifford Scott recibió de
ella, fechada el 1 de enero de 1948, en la que le recordaba que aún le debía
46 libras esterlinas por su análisis ¡de junio y julio de 1933!
En muchos aspectos aquellos fueron los mejores años de su vida, los
que pasó rodeada por una gran "familia” que ella misma se había formado.
Todavía era elegante, vivaz y vanidosa. Empezó a gozar del teatro y de las
fiestas como nunca lo había hecho antes. Elinor y Claude Wedeles habían
L OS ULTIMOS AÑOS [459]
instalado unos escalones en su vehículo, de manera que ella podía acompa-
ñarlos más fácilmente al teatro. Les resultó impresionante la atención con
que siguió The Iceman Cometh y Long Day's Journey into Night,
aunque no le parecieron en absoluto interesantes “esos dos viejos
vagabundos” de Waiting for Godot. También Elliott Jaques y su mujer, la
actriz Kay Walsh, solían llevarla al teatro. Esta última recuerda el gesto de
aprobación que ella le hacía con la cabeza ante los compases iniciales de
Tosca: ¡una persona muy distinta de la pesada que Alix Strachey tuvo que
soportar durante la representación de Cosi fan Tutte treinta años antes!
En 1957, al cumplir ella setenta años, la Sociedad Británica deseaba
homenajearla con un regalo, y ella pidió unas joyas que pudiera dejar a sus
nietas, “¿qué podrían hacer mis nietas con una bandeja o con un reloj de
pared?”, preguntó jocosamente. Se encargó a Use Hellman y a Charles
Rycroft (una partidaria de Anna Freud y un independiente) que eligieran el
regalo. Ello suponía un delicado gesto para demostrar la solidaridad de la
Sociedad en el reconocimiento de la labor de Klein. Esta quedó fascinada por
el brazalete, el broche y los aros de oro y almandina de estilo Victoriano que
eligieron. Para sus colaboradores más inmediatos organizó una fiesta en su
casa, donde se presentó un retrato suyo realizado por Feliks Topolski. El artis-
ta la recuerda como una persona altiva; cree, empero, que tenía esa confianza
en sí misma de la mujer que en alguna ocasión ha sido muy consciente de su
atractivo sexual. Su piel, según él la describe, tenía los tonos rosado y blanco
de una mujer vienesa que ha amado la crema y los pasteles. Algunas personas
han objetado la apariencia aguileña que Topolski le dio, pero para Hanna
Segal recoge la expresión de satisfacción que se suscitaba en ella cuando
alguien formulaba una interpretación especialmente perspicaz.
Personas que conocieron a Klein en la última etapa de su vida hablan
de su sonora risa, característica raramente manifiesta en sus primeros años.
A pesar de apreciar la devoción que se le profesaba, a amigos como Enid y
Michael Balint les comentaba que a veces le gustaba alejarse de los kleinia-
nos. Jung observó una vez: “Gracias a Dios soy Jung, y no un jungiano” y
Melanie Klein hacía el mismo comentario acerca de sus partidarios excesi-
vamente celosos, aunque, como dice Hedy Schwartz, era como una gallina
que cuida a sus pollitos. En una ocasión en que la misma Klein protestó por-
que se la llamaba “kleiniana”, Betth5 Joseph le dijo: “Es demasiado tarde:
usted es una kleiniana le guste o no”.
Por entonces Elliott Jaques se había convertido en uno de sus colaborado-
res más estrechos y trabajaba con ella en la versión ampliada de Envidia y
gratitud que apareció en junio de 1957. Algunos meses antes de la publicación
presumió ante T.T.S. Hay ley de que la obra saldría exactamente treinta años
después de El yo y el ello y precisamente con el mismo formato.* “Eso me
Das Ich und Das Es había aparecido en principio en alemán en 1923. La primera
[460] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
hizo pensar”, recuerda Hayley, ‘‘que ella creía que tendría la misma importan-
cia (si no más), y que competía mucho con Freud”.6 Jaques trabajó con ella
desde 1956 en la preparación de Relato del psicoanálisis de un niño, obra
que ella probablemente nunca hubiera terminado sin la energía y las
sugerencias de Jaques. 1|
En realidad, como le había llevado tanto tiempo reunir el material, el Relato
fue precedido en un año por Un Cas de Psychose, que apareció en 1960.
Este era el informe de casi un año de análisis* de un niño estadounidense de
nueve años y medio de edad llevado a cabo por Joyce McDougall bajo la
supervisión de Serge Lebovici. La señora McDougall había llegado en 1950
desde Nueva Zelanda a Inglaterra, donde se había formado durante un año y
medio en la Clínica de Orientación de la Familia de Hampstead,
trasladándose después a París. Empezó a leer la obra de Klein después de su
llegada a París. Recuerda que “me hizo soñar correctamente”. 7 El
psicoanálisis de niños tuvo una enorme influencia en su obra.
El análisis de McDougall se llevó a cabo cinco veces al mes y sin inte-
rrupciones. El niño estaba manifiestamente más perturbado de lo que lo
había estado Richard. Winnicott, que leyó con entusiasmo el material, instó
a que se publicara inmediatamente en traducción inglesa, que apareció con
el título de Dialogue with Sammy en 1969. El estado de fragmentación de
Sammy correspondía, según McDougall a “esa constelación de ansiedades
descritas por Melanie Klein como posición esquizoparanoide”. En Sammy
el recurso a la identificación proyectiva se ponía constantemente de mani-
fiesto. Al igual que Richard, Sammy estaba profundamente interesado por la
geografía, especialmente por las provincias del Báltico integradas en la
Unión Soviética. “Pobre Letonia”, solía exclamar, “¡yo te libraré de las
manos de la Santa Madre Rusia!” McDougall parece haber asumido las
ideas de Klein y de Winnicott (que escribió el prefacio) y el fuerte acento
que ella otorga al papel del padre:
El psicoanálisis ha puesto de manifiesto permanentemente la decisiva importancia
de la relación humana en la maduración del sentido de la realidad, maduración que es
resultado del diálogo, preverbal y verbal, consciente e inconsciente, entre la madre y el
niño, que se completa, a medida que el niño crece, mediante otros diálogos con ulteriores:
objetos de amor, en particular el padre. La influencia de este último en el diálogo está
presente, por supuesto, desde8el comienzo y se transmite al niño mediante su madre y la
relación de ésta con el padre.
Muchos de los colegas de Klein no se sentían totalmente satisfechos
_________
traducción inglesa, obra de Joan Riviere, se publicó en 1927 (treinta años antes que
Envidia y gratitud), aunque la versión incluida en la edición clásica es otra, hecha por
James Strachey.
* La señora McDougall dice que en realidad duró ocho meses.
L OS ULTIMOS AÑOS [461]
con el trabajo que ella expuso en el Congreso de París de 1957, Sobre el
desarrollo del funcionamiento mental. Elliott Jaques, cuanto menos, no
cree que estuviese a la altura de su nivel habitual. En él, ella destaca más
explícitamente que cuando se refería a los instintos de vida y de muerte no los
consideraba procesos biológicos sino la base instintiva real del amor y el
odio. Cuando Freud declaraba que el inconsciente no tenía conocimiento de
la muerte, no se daba cuenta de que esa afirmación era incompatible con su
propia teoría del peligro del instinto de muerte que actúa en el organismo
cuando una agresión impacta la vida emocional.* En opinión de Klein,
desde el nacimiento se va desarrollando progresivamente un yo incipiente
que contrarresta el instinto de muerte, y la fuerza de ese yo se constituye a
partir del objeto bueno internalizado; el superyó, constituido a partir de la
introyección del pecho bueno y del pecho malo, incide en el desarrollo
ulterior del complejo de Edipo.
Aunque anteriormente había afirmado que la salud mental depende de
la integración del yo a través de una disociación mínima, ahora considera
inevitable que el yo proyecte una parte del instinto de muerte por separado,
reprimida del yo que emerge a la superficie en momentos de crisis emocio-
nal. La salud mental depende de la fuerza relativa de los componentes de
vida y de muerte del yo. “Cuando el desarrollo funciona bien, el superyó se
percibe en gran medida fructífero y no obra como una conciencia excesiva-
mente intransigente”.10 El superyó temprano no aparece ya con un aspecto
necesariamente punitivo.
En el Congreso de París, la presidencia, ocupada por norteamericanos
desde 1949, volvió a estar representada por un miembro de la Sociedad
Británica, William Gillespie. Los vicepresidentes fueron designados por una
comisión de nombramientos sumamente ortodoxa de la que formaba parte
Anna Freud. Además de los candidatos oficiales, la asamblea propuso a
Edward Glover y a Melanie Klein. Glover rechazó la designación; Klein,
que no se retiró (“Yo no era en absoluto tímida”), fue inevitablemente derro-
tada. La fuerza de la facción tradicional se evidenció cuando Marie
Bonaparte fue derrotada por primera vez. Al hacer uso de la palabra, Serge
Lebovici se lanzó a sus pies: “Pienso que es esencial que (la princesa) siga
siendo miembro del ejecutivo central de la Internacional”. Su propuesta fue
aprobada por unanimidad.
Un norteamericano que no rechazaba las opiniones era Maxwell
* Probablemente la definición kleiniana más clara del instinto de muerte sea la de
Hanna Segal: “Para mí, el instinto de muerte no es el impulso biológico a regresar a lo
inorgánico (como lo caracteriza Freud) sino el deseo psicológico de aniquilar ese repen-
tino cambio producido por el nacimiento. El niño nace a una especie de caos de percep-
ciones contradictorias —placenteras y displacenteras— y de deseos contradictorios; muy
pronto empieza a seleccionarlos, y esa selección se denomina ‘disociación’. Se es acosa-
do por cosas malas o se experimenta algo marcadamente ideal”.9
[462] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
Gitelson. Conversaron tanto en este congreso como en Ginebra; él respetaba
la obra de ella. Sus trabajos y las observaciones que introducía en la discu-
sión siempre le parecieron a Klein interesantes y meditados. El manifestó un
interés real por el desarrollo del análisis de niños en los Estados Unidos.*
Podría afirmarse que el trabajo sobre el funcionamiento mental es una conti-
nuación de las consideraciones que había expuesto en el trabajo sobre la
envidia, donde se expresaba de forma pesimista las posibilidades de una
integración en algunos casos recalcitrantes. Ahora extendía esta visión, más
atenuada, a todos los seres humanos; y lo que se presenta como un pesimis-
mo —término que con frecuencia se aplica a la posición teórica más tardía
de Freud— es sencillamente una aceptación realista de la condición humana
y también una aceptación de los límites del psicoanálisis. Ha recorrido un
largo camino desde su entusiasta optimismo manifiesto en los artículos de
comienzos de la década del veinte; pero su nueva concepción de un superyó
(yo) benévolo, favorecedor, constituye una positiva afirmación de esperanza.
Después de todo, siempre había mantenido que tanto el amor como el odio
coexisten desde el comienzo de la vida. El amor, la seguridad de la propia
actitud respecto de uno mismo, constituye el núcleo del yo.
Al morir Ernest Jones, el 11 de febrero de 1958, ella olvidó su desco-
tento por la ocasional duplicidad de él y recordó, en cambio, cuánto la había
apoyado. Lloró sinceramente al hombre que había hecho más que ninguna
otra persona por afirmar su obra, debiéndole Jones otro tamo a ella por
haber contribuido a darle a la Sociedad Británica su carácter distintivo.**
Jones, sufrió un ataque cardíaco en junio de 1957. No obstante, en su carác-
ter de presidente honorífico de la Asociación Psicoanalítica Internacional,
habló ante el Congreso de París en agosto de 1957, asistió a la refinada fies-
ta de la princesa Marie Bonaparte y bailó encantadoramente. Sin embargo,
la gente advirtió que estaba sumamente pálido y mientras se encontraba en
París padeció una hemorragia en su ojo derecho. Después de su muerte, la
viuda estaba tan aturdida que volvió a su análisis con un analista kleiniano,
Sonny Davidson, de modo que la permanente adhesión de Jones a las ideas
kleinianas persistió más allá de la tumba.
Winnicott envió a Klein el obituario de Jones que él había escrito, para
que le hiciese llegar sus comentarios, y ella se lo devolvió con detalladas
observaciones, destacando que no presentaba un retrato suficientemente
* Véase: Maxwell Gitelson, Re-evaluation of the Rôle of the Oedipus Complex, J.,
1952, 33, 351-354.
** El tributo que Anna Freud le rindió en la reunión conmemorativa es
curiosamente ambivalente; James Gammill recuerda que en un seminario ella mencionó
su muerte de manera casi incidental. El doctor Gammill, que estaba siendo supervisado
por Klein en la época de la muerte de Jones, recuerda que ella estaba profundamente
conmovida. Cuando él completó su formación, ella le dijo: “¿No está usted orgulloso de
pertenecer a la sociedad fundada por Ernest Jones?”.
L OS ULTIMOS AÑOS [463]
equilibrado del anterior presidente. En una carta del 12 de junio de 1958
escribía:
Destacando más algunos puntos, por ejemplo, la gran importancia de su principio de que
todo analista fuese analizado (sean cuales fueren sus cualidades personales), y su logro de
que deba aplicarse el psicoanálisis sólo a la enseñanza freudiana y, además, destacan-
do lo que usted quizá no haya experimentado tanto, su amabilidad y su benevolencia,
comparadas con sus ataques a veces temibles, la imagen de su personalidad aparecerá gajo
una luz diferente.
No creo que Jones en principio estuviese en contra de renunciar a su puesto de presiden-
te sino que era susceptible antes que hubiese alguna expresión de descontento para con él
personalmente...
Creo que la contrapartida de la actitud a veces cortante y cáustica de Jones debe subra-
yarse mucho más, a saber, su gran benevolencia, que se expresaba en la ayuda que daba a
tantas personas, y que tienen su raíz en el desagrado por la falsedad y la mediocridad, y
en un verdadero entusiasmo por el valor del psicoanálisis. Aborrecía verlo mal o inautén-
ticamente representado. Es verdad que, con su carga intelectual, no le era fácil tolerar la
estupidez o la mediocridad excesivas, pero esa actitud más bien incisiva podía pasar rápi-
damente y dejar lugar a una apreciación real tan pronto como hallaba algo interesante,
nuevo o verdadero. Sería conecto que usted señalara que, hasta cierto punto, su actitud
defensiva se debía a una lucha con antagonistas muy hostiles y muy estúpidos dentro de
la profesión médica pero, como usted dice, su acritud no iba muy lejos, y en su persona-
lidad había mucho optimismo y mucha esperanza frente al futuro. Si usted destaca este
aspecto de su obra más de lo que lo ha hecho, y asimismo el mucho trabajo y la mucha
devoción que aplicó en apoyo de Freud y de su obra, su personalidad aparecerá bajo una
nueva luz... Creo que cuanto más nos acercábamos a la guerra, y en el transcurso de
ésta, había sobrevenido la resignación y, por tanto, una mayor mansedumbre. No obstan-
te, puso de manifiesto mucha valentía11 y mucha devoción en la forma como rescató a Freud
de Viena y le permitió morir en paz.
En una posdata añadía que Jones había postergado la redacción de su
autobiografía para terminar su vida de Freud. Ella veía en eso un reflejo del
reconocimiento, característico de Jones, de alguien superior a él (“típico de
su actitud respecto de Freud y de su convicción en la grandeza de éste”); y
recordaba su felicidad en el Congreso de París cuando realmente hubo con-
cluido el manuscrito; ella creía que “la intensa necesidad de completar la
biografía” era lo que le había mantenido con vida.
Klein restringió considerablemente sus actividades, pero ocasionalmen-
te asistía a reuniones privadas en las que se discutían sus ideas. El 23 de
junio de 1959 se la invitó al Club 1952; y algunos de los miembros se mos-
traron insatisfechos porque evitaba especular sobre temas acerca de los cua-
les no había reflexionado o no había escrito con anterioridad. Estaba más
próxima a un grupo de psicoanalistas, todos los cuales simpatizaban con sus
opiniones, que celebraron tres reuniones, en octubre, en noviembre y en
diciembre de 1958. Tom Haveley grabó las discusiones, siendo ése el único
registro de su voz, lenta y con fuerte acento.
[464] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
Hablaba llanamente y con muchos detalles sobre gran variedad de
temas. Al respecto de la técnica, dice que había muchas cosas que pueden
enseñarse y muchas otras que no. No se pueden establecer reglas rígidas y
fijas. Sil propia técnica era sumamente variable, aunque desde 1926 su rasgo
distinto había sido la transferencia. Siempre había una transferencia más
fuerte con los niños, ya fuese positiva o negativa. Nunca había considerado
que la contratransferencia ayudase al paciente, únicamente a ella misma.
Debiera utilizarse y controlarse sólo por parte del analista y para el analista
Recuerda que en Berlín se decía: “Si usted se siente así respecto de su
paciente, vaya a un rincón y medite cuidadosamente: ¿qué anda mal en
usted.?” Pero la identificación proyectiva, el ponerse a sí mismo en el lugar
del otro, es vital, subrayaba, al igual que unir el material tan a menudo como
sea posible.
Uno no puede siempre curar a todos, si bien uno puede ayudar a muchas
personas. Creta que Freud tendía a sobreestimar el elemento de curiosidad y
de interés científico y, cuando se proponía ayudar a sus pacientes, su
preocupación no era suficientemente grande.
Al preguntársele si era posible analizar i alguien que perteneciese a otra
cultura —por ejemplo a un asiático, a un japonés o a un chino— replicó:
"Nunca intenté leerlo. Me hubiera gustado”. No obstante, admitía que era
muy difícil analizar a un judío ortodoxo o a un católico romano. Sus res-
puestas a las preguntas concretas indican que su actitud respecto de la técni-
ca era mucho más flexible de lo que generalmente se piensa. Aconsejaba
desalentar las llamadas telefónicas de los pacientes y consideraba que habi-
tualmente no era apropiado ver al paciente una vez finalizado el análisis.
Hubo una prolongada discusión sobre el análisis regular de cinco veces
por semana. A pesar de las objeciones de algunos de sus colegas más jóve-
nes, era inflexible en relación con el procedimiento clásico. Es importante,
subrayaba, analizar por qué el paciente no se las puede arreglar para asistir
cinco veces por semana; podría tratarse simplemente de una excusa, Y si él
no puede venir diariamente, entonces deben reducirse los honorarios. Pero
supóngase, se le decía, que debido a otros compromisos, el analista o el
paciente no pueden organizar una rutina regular. ¿No sería cruel, en tales cir-
cunstancias, no llegar a otro acuerdo, si la meta es mitigar el sufrimiento?
Ella replicaba que lo definiría como una psicoterapia. Bien, entonces, ¿cómo
hace usted psicoterapia?, le preguntó Stanley Leigh. “Realmente no puedo
decírselo”, respondía. “No puedo hacerlo.” Sin embargo, ya había reconoci-
do que durante la guerra únicamente había sido posible ver irregularmente a
algunos pacientes. (También le había dicho a Hanna Segal que durante la
última parte del análisis de Paula Heimann la había visto tres veces por
semana, y visto a Sylvia Payne únicamente una vez por semana en 1934).
La tercera discusión, el 11 de diciembre de 1958, estuvo dedicada casi
totalmente al concepto de envidia. Klein decía advenir que se había hecho
L OS ULTIMOS AÑOS [465]
sumamente impopular con su elaboración sobre la envidia, al igual que con
su adhesión al instinto de muerte. La envidia no es sólo una respuesta a la
frustración, sino un factor constitucional, de manera que algunas personas
son mucho más envidiosas que otras. Nunca había tenido un paciente cuyos
problemas no pudieran remontarse a las relaciones con su madre, así que
desde el comienzo hay una relación de objeto con el pecho materno, en la
cual éste se considera igualmente bueno y persecutorio. Hay un conocimien-
to inconsciente del pecho, y la llamada madre buena es realmente envidiada
porque posee cosas que se desean. Paradójicamente, no es el objeto malo el
envidiado, sino el bueno. El conjunto de la situación primaria se pone de
manifiesto en la transferencia. Cuando la envidia es muy fuerte, el paciente
rechazará algo (el pecho). No puede aceptar que el analista sepa más que él
mismo sobre su inconsciente y para algunos pacientes tal conocimiento es
muy difícil de sobrellevar. La codicia es también hasta cierto punto un fac-
tor constitucional y la combinación de ansiedad y codicia hace que la envi-
dia se acreciente. Pero es muy importante no pasar por alto la envidia “posi-
tiva”. Ahí hay un elemento de gratitud en el que se admira algo, y el senti-
miento podría en realidad llamarse amor.
Las ideas kleinianas empezaban a discutirse en contextos más amplios.
Un grupo importante, que empezó a reunirse regularmente durante la década
de los cincuenta, fue la Sociedad Imago, fundada por el pintor y esteta
Adrián Stokes. Su objetivo era discutir el arte desde una perspectiva psicoa-
nalítica (de orientación kleiniana). Stokes se había analizado con Klein
desde 1931 hasta 1936, y reanudó su análisis en 1938.* En su autobiografía,
Inside Out (1947), Stokes cuenta de manera fascinante cómo y por qué veía
el mundo como lo veía, y su convicción de que ciertas fantasías infantiles lo
habían llevado hacia el arte. Recuerda su infancia a través de los terrores
que él proyectaba en el Hyde Park y el logro gradual de una reparación,
alcanzado a través del reconocimiento de las bellezas de Kensington
Gardens. Posteriormente su imaginación se desparramó por el amplio hori-
zonte de Italia, llegando, por fin, a descansar en la contemplación de las pin-
turas de Cézanne, no desfiguradas y serenas por derecho propio.
En su reseña de Greek Culture and the Ego (1958), de Stokes, el
Profesor Richard Wollheim señala las razones por las que cree que los con-
ceptos kleinianos pueden aplicarse fructíferamente al estudio del arte:
... Al concentrarse en el contenido de la obra de arte, la crítica freudiana se expuso
a la objeción, a menudo formulada en contra de ella, de que ignoraba el aspecto específi-
* Estas fechas aparecen registradas en los diarios de Klein. Según Richard
Wollheim, Stokes reinició el análisis en 1946 cuando su matrimonio se disolvió, pero no
es posible verificarlo en los diarios porque por entonces ella empezó a emplear signos
que sólo ella conocía para mencionar a sus pacientes.
[466] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
camente estético del arte; porque si productos con idénticos contenido son tratados de
manera idéntica, ¿cómo distinguimos, pongamos por caso, entre un Leonardo, un ensue-
ño diurno y un juego infantil que tengan la misma motivación? La crítica Kleiniana se
propone restituir el equilibrio. Se define una obra de arte en términos de ciertas caracte-
rísticas formales y se analizan entonces tales características como correlatos naturales o
productos de ciertos procesos del yo.12
Además de Stokes y Wollheim, otros miembros destacados del grupo
eran Donald Meltzer, Wilfred Bion, Roger Money-Kyrle, J.O. Wisdom y
Stuart Hampshire. Las reuniones se celebraban regularmente en casa señora
de Ernest Jones.
En 1954 Donald Meltzer se unió a otro estadounidense que había perte-
necido a la Fuerza Aérea. James Gammill, para incorporarse al grupo Klei-
niano. Meltzer era analizado por Klein, y Gammill por Heimann. En 1950,
mientras trabajaba como interno en el Hospital Walter Red, en Washington
Gammill leyó Notas sobre algunos mecanismos esquizoides.
Experimentó según cuenta, “un sentimiento de asombro”.13
El verano siguiente, cuando trabajaba en el Hospital de Topeka, bajo la
dirección del doctor Karl Menninger, Gammill comentó que deseaba obtener
una formación psicoanalítica en Londres. La reacción de Menninger fue
inmediata: “El psicoanálisis estadounidense nunca lo aceptará a usted. ¡Las
teorías de Klein son todas erróneas y contrarias al psicoanálisis clásico reco-
nocido!” Cuando posteriormente Gammill relató este episodio a Klein, ella
sonrió tristemente y respondió, encogiéndose de hombros: “Oh, piense que
él se formó en Chicago, y acaso hasta le analizó Franz Alexander.* Cuando
yo estaba en Berlín, Franz era uno de los analistas más inteligentes de allí
Pero necesitaba tener colegas a su alrededor con quienes discutir y que lo
apoyaran. Dos cosas parecen habérsele ido de la cabeza. Primero, hubo dos
o tres referencias favorables hacia él en los escritos de Freud. Segundo, se le
nombró director del Instituto de Chicago. Como analista parece haberse
arruinado por el mucho éxito que tuvo en los Estados Unidos, donde en la
década del treinta se lo idolatraba. Además, ciertamente no valoró su alusión
a mi técnica como la de una ‘buena tía’ en la reseña que él escribió de mi El
psicoanálisis de niños.** El doctor Gammil tenía la impresión de que los
analistas estadounidenses habían estado mucho mejor dispuestos hacia ella
antes de la llegada de los analistas europeos emigrados. Ella consideraba a
Gammill una persona valiente por haberse animado a ir a Londres para ana-
lizarse, frente a la desaprobación del psicoanálisis estadounidense: “¡Acaso
* El doctor Menninger ha confirmado que le analizó el doctor Alexander.
** Alexander señala lo siguiente como explicación de la técnica de Klein: “Cuando
se comprende correctamente el significado del juego y se transmite entonces al niño en su
propio lenguaje, la ansiedad del niño disminuye, debido a que el niño inmediatamente
concibe que esas interpretaciones, que le son formuladas por una 'buena tía’ en un tono de
voz emocionalmente neutro, son 'concesiones'.”14
L OS ULTIMOS AÑOS [467]
fue más mi obstinación sureña en mantener mis convicciones y mi experien-
cia clínica frente a los condenados yanquis!”
Entre 1957 y 1959 ella supervisó el análisis que Gammill hizo de un
niño (durante ese período Klein ya no analizaba personalmente a niños). A
veces la encontraba sentada en el jardín de su casa de Bracknell Gardens,
adonde él iba a verla los jueves por la tarde; y ella a menudo le comentaba
las reuniones científicas de la noche anterior. El le estaba agradecido, según
dice, por darle una comprensión de la continuidad de la tradición psicoanalí-
tica. La experiencia que el doctor Gammill tuvo de la supervisión merece
narrarse con sus propias palabras:
Uno se sentía muy tranquilo al presentarle el material clínico. Ella escuchaba con
atención, pero en mi primer caso hizo menos comentarios y sugerencias que las que yo
esperaba. Parecía interesarse principalmente en que se identificasen y profundizasen en
los temas fundamentales y las emociones más relevantes, destacando que con un pacien-
te de tres años muy comunicativo uno no puede recordar y seguir todo el material. No
obstante, ella quería que .se recogiese el material con el mayor detalle posible, de manera
que el candidato tuviera una sensibilidad para la complejidad de la vida psíquica a esa
edad. Consideraba que muchos analistas que trabajan únicamente con adultos no hubie-
sen llegado a las conclusiones, excesivamente simplistas, a que han llegado a propósito
de los primeros cinco años de vida si hubiesen tenido oportunidad de trabajar analítica-
mente con niños muy pequeños. De hecho, a finales de la década del cincuenta ella sólo
hacía supervisión de análisis de niños pequeños, considerando que podía ofrecer mucho
más de su experiencia con grupos de esa edad. Dijo una vez que sólo algunos analistas
muy inteligentes habían llegado a captar la esencia de su obra sin haber analizado siquie-
ra un niño pequeño (y que mucha de la crítica ignorante y desencaminada de su obra
habría sido distinta si los críticos hubieran intentado analizar niños utilizando su técnica,
que posibilita toda la gama que el niño tiene de comunicar su experiencia emocional ).
Por ejemplo, ella me aconsejaba explicar a mi paciente de tres años de edad que él había
soñado cuando me decía: “Señor Gammill, anoche corrí las cortinas y vi a un asesino
detrás'*; y que hablar y pensar sobre la experiencia onírica nos ayudaba a trabajar jun-
tos... Destacaba que no sólo se debía conocer el vocabulario específico de un niño
pequeño, sino también el estilo individual de expresión, para formular las interpreta-
ciones de una manera tal que tengan las mayores posibilidades de entenderse y utilizarse.
Creí que el niño tenía derecho a preguntar por los fundamentos de una interpretación si
tales fundamentos no estaban claros cuando se hacía la interpretación; o, si algo impedía la
comprensión del niño, éste estaba autorizado a hacer otro15 intento procurando el analista
presentar los fundamentos con la mayor claridad posible.
Para el doctor Gammill ella fue “la única persona de genio con quien
he estudiado en estrecho contacto”. En 1959, antes de que él partiera hacia
París, donde ahora trabaja, se le hizo una fiesta de despedida; 'y el recuerdo
más tierno que Judith Fay tiene de Klein es de cuando iba en el coche desca-
potable de Gammill con su cabello agitado por el viento.
Según el doctor Gammill, ella otorgaba gran importancia a la capacidad
[468] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
de respetar la integridad científica de las demás personas aun cuando sus
opiniones difieran de las nuestras, “acaso porque sé demasiado bien lo difícil
que es, y me he dejado arrastrar por sentimientos apasionados y en ciertos
momentos necesité de un apoyo incondicional”. Esto, sin embargo, no
coincide con la experiencia de R.D. Laing. Laing, que pertenecía a la plantilla
de la Clínica de Tavistock, inició un análisis de formación con Charles
Rycroft en 1957 y estuvo bajo la supervisión de Marión Milner y Donald
Winnicott. Durante su formación asistió a seminarios clínicos y teóricos de
Klein, pero nunca tuvo trato con ella. “No podía soportarla”, dice lisa y lla-
namente. “Me parecía una persona absolutamente detestable.”16 Se apañaba
de lo que caracteriza como un “inflexible dogmatismo”; veía a los seguidores
de Klein como “hundidos en una completa sumisión”. Pronto percibió que era
imposible tener una discusión o un cambio de ideas con ella o con sus
seguidores, tales como Rosenfeld o Bion. Totalmente seguro de sí, estaba
escribiendo The Divided Self (1960), obra en la que hay una gran influencia
de Winnicott y que no contiene ninguna alusión a Klein, omisión que a ella no
le pasó inadvertida. “Yo ya había descartado los principios teóricos que ella
postulaba”, explica Laing. Se sentaba huraño y silencioso en los seminarios;
se negaba a “rebajarse” discutiendo con ella. Advertía, dice, que si uno lo
hacía, ella replicaba que necesitaba más análisis o que estaba lleno de envidia
por el pecho bueno. Laing también la encontraba físicamente repelente, con
sus joyas y su espeso maquillaje, especialmente la combinación de un fuerte
carmín en los labios y los polvos blancos.
A pesar de eso, Laing respetaba profundamente las ideas de ella, mucho
más que las de Anna Freud, la cual nunca se aventuró a ir más allá de las
aguas bajas y por consiguiente no ofrecía desafío teórico alguno. Respetaba
lo profundo de la sensibilidad en los escritos de Klein, el modo como se
internaba en aguas muy profundas, confusas, con total seguridad en sí misma;
y si bien le objetaba su dogmatismo, no podía sino admirar la fume posición
que asumió contra los que se mofaban de la dinámica psíquica de la estructura
mental, “impasible ante la burla y el desdén”. En cuanto a su comprensión del
inconsciente, “si no hubiese venido de ella, no sé de dónde hubiera venido”.
Ella, más que nadie, era “un testigo de la realidad psíquica que la mayoría
negaba”. Habla del respeto con que Merleau-Ponty se refirió a ella en sus
lecciones sobre desarrollo infantil. Ella era “una fenomenóloga empírica
natural” en el sentido de que consideraba lo que el niño realmente estaba
haciendo o diciendo, cuando ella nunca haya sabido qué era la feno-
menología. Laing la describe como “alguien de calibre, no trivial”.
A diferencia de muchos kleinianos —y de otros— Laing considera a su
“planetario” como muy fácil de captar intelectualmente: objetos buenos y
malos, proyección, introyección, disociación, objetos parciales, etcétera. El
instinto de muerte es “el que menos”. A su juicio, ella no tiene mayor nece-
sidad de él que Freud. Laing conviene con J.D. Sutherland en que postula un
LOS ULTIMOS AÑOS [469]
sistema cerrado con el que ningún biólogo contemporáneo encontraría
forma alguna de entendimiento, salvo, acaso, en términos de entropía,
Aprueba el modo como Isabel Menzies había utilizado la obra de Klein en
su estudio de la lactancia y Elliott Jaques en su intento de fusionar las reali-
dades interna y externa en una comprensión de los sistemas sociales.*
Laing objeta la teoría estructural de la mente formulada por Klein porque
cree que no considera la mediación entre el mundo interno y el mundo
externo ni establece diferencia alguna entre fantasía y percepción. A pesar
de la radicalidad de Glover, Laing piensa que éste presentaba una crítica
convincente de la obra de Klein. Laing dice compartir la actitud de Payne,
Milner y Winnicott respecto de Klein: una mezcla de admiración e irritación.
En lo que se refiere a la envidia del pecho materno, Klein no está más
equivocada que Freud a propósito de la envidia del pene, o que Margaret
Mead a propósito de la envidia del útero: estaba bien que alguien observara
estas cosas. Laing cree que en Envidia y gratitud Klein presenta “casi una
postura teológica, una teología sin Dios”. Además, aplica la envidia en una
escala demasiado universal. También la reparación debiera ponerse en un
contexto más amplio de reconciliación, contrición, remordimiento, arrepen-
timiento, dolor por los pensamientos y las acciones malos que uno ha tenido y
cometido.
Respecto de la técnica, Laing cree que Klein, al poner el acento hasta
tal punto en la ansiedad, la intensifica, creando una dependencia respecto del
analista que se prolonga indefinidamente. Si uno ataca la ansiedad inme-
diatamente, el analista corre el riesgo de dejar al paciente completamente
solo en su paranoia, y toda interpretación parece ser otra infracción, una
desvalorización crítica del yo que no admite simpatía alguna, comunidad
alguna de sentimientos. La considera una técnica excelente para el tortura-
dor profesional. Al preguntársele qué opinaba de que Klein hubiese analiza-
do a sus propios hijos, alzó la cabeza y rió. “¡Estoy contento de que mi madre
no haya sido Melanie Klein!”
“Ella es una de esas personas a las que yo diría: ‘Bueno, que tenga
mucha suerte. No quiero tener nada que ver con usted y estoy seguro de que
tampoco usted quiere tener nada que ver conmigo. Cada uno de nosotros
seguirá su camino, y hagamos un pacto, un pacto de caballeros. El mundo es
grande y hay suficiente espacio para los dos'.”
Laing no era el único que consideraba a los seguidores de Klein como
una camarilla malhumorada y dura. A.S. Neill, el innovador jefe de escuela
de Summerhill, en una carta dirigida a su amigo Wilhelm Reich, compartía

* Isabel E.P. Menzies, The Functionning of Social Systems as a Defence against


Anxiety, Tavistock, 1970, y Elliott Jaques, The Changing Culture of a Factory, Londres,
Routledge and Keagan Paul, 1951.
[470] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
algunas de las reservas de Laing respecto de la obra de Melanie Klein,
"llena de castración y de características anales, el pene de la madre y no sé
cuántas cosas más. Leerla es como estar en un\cementerio de cadáveres
podridos al aire libre; volver a su función (del orgasmo) es como salir a un
prado en primavera". En octubre de 1955 le contaba a Reich de una boda a la
que había asistido.
Lleno de seguidores de Melanie Klein. Interesante escuchar su conversación.
Mencioné el nombre de usted, a modo de prueba; sus ensombrecidos rostros de desapro-
bación me divirtieron. No pueden reír. Evidentemente Melanie les ha demostrado que el
humor es un complejo que ninguna persona normal puede tener. Cuando pregunté qué
estaba haciendo Klein para impedir los complejos, hubo silencio. Dije; uno no puede
analizar a la humanidad, pero puede intentar obtener una humanidad que no necesite de
análisis. Ninguna respuesta. Gott, era una multitud obtusa. No puedo dejar de comparar-
los con la vida y la energía de las conferencias Orgonon. Me deprimieron... casi como
hablar con comunistas rodeados por una barrera que uno no puede penetrar. 17
Algunos de los que realmente eran analizados o supervisados por Klein
compartían la sombría visión de los efectos de su técnica que formulaba
R.D. Laing. Al final de su vida, Klein supervisó una vez por semana a
Claude Wedeles. Las sesiones tenían lugar después de que Klein hacía la
siesta; estaba tensa y fastidiada y el doctor Wedeles se preocupaba por no
aumentar su fastidio. La describe como "una experiencia de sumisión” y
consideraba "un privilegio increíble" haberla tenido como supervisora. “Era
amable,18nada persecutoria, una de los dos maravillosos supervisores que he
tenido” (el otro fue Donald Meltzer). Hay muchas historias sobre los
comentarios que ella hacía en la supervisión. Un niño de tres años estaba
jugando con agua. Cuando el candidato le dijo que quería ser un bebé de
pecho, el chico salió parloteando enfadado de la habitación. "Usted estuvo
muy bien", dijo Klein al candidato, "el quería ciertamente ser un bebé, y
quería tener el pecho, pero también debiera haber dicho que usted quería ser
un buen muchacho y que por eso se preocupaba tanto". Era sensible al abuso,
de la identificación proyectiva. En una supervisión Sonny Davidson le dijo:
“He comunicado al paciente la interpretación de que estaba poniendo su
confusión en mí”. Klein le replicó: "No, querida, no era así: usted estaba
confundida”. Le molestaba especialmente la "moda" de la contratransferen-
cia que veía imponerse. Si un candidato tendía a hablar mucho sobre el enfa-
do y la confusión que un paciente producía en él, ella subrayaba enérgica-
mente: "Mire, dígaselo a su analista. Yo en realidad deseo saber algo de su
paciente". Harold Bridger, que en la actualidad es consultor en el Tavistock,
recuerda haber intentado describirle una paciente de la forma técnicamente
más acabada. "Sí”, dijo Klein más bien impaciente, "pero ¿cómo es ella en
realidad? Me parece un poco manipuladora".19
Hanna Segal califica su análisis como “riguroso”, y se opone a las
LOS ULTIMOS AÑOS [471]
“concepciones erróneas” sobre el modo como Klein trabajaba, concepciones
erróneas que derivan “en parte de la malevolencia, en parte de distorsiones
deliberadas, en parte de la incomprensión de algunas personas”. 20 Uno de
los malentendidos alude a que Klein hablaba mucho. Tanto Clifford Scott
como Segal son asimismo notablemente locuaces, y en el caso de Scott, él y
Klein convinieron en concederse por lo menos el mismo intervalo para
hablar. Segal subraya que aunque generalmente se supone que en el análisis
clásico el analista debe mantenerse relativamente callado, de hecho Freud
hablaba mucho.* “Ciertamente, ella se concedía silencios”, dice Segal, “y
silencios muy prolongados; y el silencio era una experiencia muy podero-
sa... El silencio real, al igual que la interpretación, era un instrumento téc-
nico que ella empleaba con mucha eficacia”.
La creencia, ampliamente difundida, de que Klein siempre analizaba
términos concretamente corporales es asimismo contraria a la experien-
cia de Segal;
Mi experiencia es que ella analizaba y discutía con mucho cuidado sobre las rela-
ciones externas de uno; ciertamente, nunca interpretaría la fantasía antes de asumir la
situación de transferencia emocional ocurriese lo que ocurriese, y cuando ella la unía con
una fantasía subyacente, regresaba con un efecto muy poderoso. No se trataba de esa
especie de cháchara cotidiana acerca de la orina, las heces, esto y aquello. Era algo que
venía una y otra vez de manera sumamente fuerte, y recuerdo muy claramente algunas de
aquellas interpretaciones por el efecto que producían.
Cuando ella formulaba una interpretación que se refería, por ejemplo, a
las relaciones de uno con el cuerpo de la madre, todo lo demás debía hallar
su lugar de forma integrada, de modo tal que esas interpretaciones resulta-
ban extraordinariamente eficaces.
Está después el “viejo chiste”, como lo llama Segal, de que Klein no
prestaba atención a la realidad externa, lo cual no armoniza con la experien-
cia de Segal. Ella cree que la razón de eso reside en parte en que Klein ana-
lizaba a muchos niños cuyos padres eran analistas, por lo que debía ser
sumamente cuidadosa al describir los casos para no difundir la identidad de
las personas de que se trataba.
Se dice que Klein interpretaba la agresión a expensas de la libido, pero
lo que Segal recuerda es su “gran equilibrio”. Segal no tuvo la impresión de
que se tratara de la envidia de una madre por el brillante trabajo que sus dis-
cípulos estaban haciendo, sino más bien que Klein experimentaba una sen-
sación de confusión. Como lo expresa Segal: “Dios mío, ¿qué he generado?
He ahí todas las cosas que están ocurriendo y que yo inicié... estaba suma-
mente interesada por todos los trabajos, todos los avances, y adoptando tam-
* Véase: Joseph Wortis, Fragments of art Analysis with Freud, Nueva York,
McGraw-Hill, 1954.
[472] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
bién una especie de actitud de modestia. Ella podía decir más o menos: ‘Ah
usted ha avanzado en esa dirección más de lo que lo he hecho yo’, o ‘Usted
analizaría la disociación con mucho mayor detalle que yo lo he hecho’”.
Segal concluye: “Ella misma era una psicoanalista absolutamente
sobresaliente”, que poseía intuición, junto a una personalidad sumamente
estable como analista, “una persona muy, muy difícil de emular y hasta de
igualar”.
Klein estaba analizando a tres personas en la época en que murió: A.
Hyatt Williams, Clare Winnicott y Donald Meltzer. El doctor Hyatt
Williams había sido analizado por Elizabeth Rosenberg y promovido en
1955 tras un análisis de formación con Eva Rosenfeld. Pertenecía al grupo
medio, pero siempre se había inclinado hacia los kleinianos, especialmente
después de la ayuda que recibió de Klein en relación con un. difícil caso de
adicción a narcóticos. “Simplemente confíe en su capacidad de escuchar”, le
dijo. En 1957, mientras trabajaba en las prisiones, creyó que no sabía lo
suficiente para enfrentarse a los asesinos que estaba-viendo y, para dicha
suya, Klein disponía de tiempo. Halló la calidad del contacto muy distinta
de todo lo que había experimentado anteriormente. Le impresionaba su fina
sensibilidad para escuchar y su capacidad de recordar todo lo que uno le
decía. Había oído decir que era despiadada, pero la encontró paciente, ama-
ble, cortés, sincera, clara. En el Congreso de Copenhague de 1959, él pre-
sentó un trabajo sobre un asesino,* tras el cual Klein se dirigió a él y le dio
la mano para felicitarlo. En el trabajo sobre la soledad que presentó en ese
mismo congreso, ella había incluido algún detalle que él le había dicho. Se
lo había leído con anterioridad y le había preguntado si deseaba que cambia-
se algo; la única modificación que acordaron fue la transformación de un
erizo en un ratón.
Al igual que Claude Wedeles, el doctor Williams estaba preocupado por
la salud de Klein. Su andar era muy inseguro y empezó a aparecer muy páli-
da. Se preguntaba si acaso estaba proyectando algo en ella, en un intento de
negarse a sí mismo que estaba enferma, cuando advirtió que en las reuniones
se mostraba muy distinta, presentándole al mundo un rostro cubierto de un
maquillaje siempre inmaculado. Sólo una vez ella se lo desmintió. A finales
del verano de 1960 le confió que no estaña de vuelta al iniciarse el semestre.
El le preguntó si tenía gripe. “Bien, algo así”, le respondió.
La segunda analizanda era Clare, la esposa de Donald Winnicott, quien
se había casado con ella en 1951. Clare Britton había sido directora de los
Estudios sobre el Cuidado de Niños en el Ministerio del Interior, por lo que se
le concedió el ingreso en la Orden del Imperio Británico. En 1949 inició
un análisis de formación con Clifford Scott hasta que éste se marchó a
* A. Hyatt Wiliams, A Psycho-Analytic Approach to the Treatment of the
Murderer, J., 1960, 41, 532-539.
LOS ULTIMOS AÑOS [473]
Canadá, a finales de 1954. A Clare le había impresionado mucho el trabajo
de Klein sobre el duelo y deseaba un análisis kleiniano, “pero con Scott no
lo conseguiría ni en cien años”.21 Recuerda que cuando ella le narraba un
sueño solía decirle: '“Se supone que usted es un kleiniano: déme una inter-
pretación kleiniana de él’, pero nunca pudo hacerlo”. Tras la marcha de
Scott, Clare Winnicott dijo a su marido que deseaba realizar un análisis con
la propia Klein —“creo que ella es demasiado testaruda para mí”— y, al
considerar retrospectivamente el episodio, le sorprendía y la impresionaba el
que su marido no le formulase ninguna objeción, dado que dos años antes él
le había dicho: “Noto que ella ya no me considera un kleiniano”. No obstan-
te, Winnicott aún la consideraba un genio. Se dirigió a Klein recordándole
que ella le debía un favor: él había sacrificado su análisis con ella yendo en
cambio con Riviere para quedar libre y poder analizar a Eric tal como ella
quería que él hiciese. ¿No estaría ahora de acuerdo en hacerse cargo de Clare?
Después de la visita inicial que le hizo Winnicott, ella le escribió, el 14
de enero de 1954, subrayando enérgicamente que creía inconveniente que
volvieran a ponerse en contacto, pues deseaba que nada perturbase el análisis
de su esposa. Y añadía: “Por supuesto, en lo que atañe al trabajo, no es
necesario que nos pongamos de acuerdo en todo y, como usted dice, nadie
tiene el monopolio de la verdad”.
Este análisis fue una extraordinaria lucha de voluntades; en determina-
do momento Winnicott dijo a su mujer que no le veía ningún final previsible:
“Matarás a Melanie o ella te matará a ti”. Clare Winnicott recordaba sus
aspectos positivos: "la fantástica memoria de Klein para los detalles”, y:
“Ella despierta en uno el sentimiento de que tiene una fuerza tras de sí”. Pero
había aspectos del análisis que la perturbaban mucho; por ejemplo, la
impersonalidad de la situación, ya que Klein nunca la saludaba ni le decía
adiós, consideró que era una teórica brillante, pero no una clínica: “Ella
impone su propia teoría en lo que le proporcionas. La tomas o la dejas”.
También le sorprendía que Klein no considerase en absoluto el factor
ambiental. “No es bueno que usted hable de su madre”, le dijo un día. “No
podemos hacer nada por eso ahora.” No había mucho espacio para las lágri-
mas sobre el diván. Cuando la señora Winnicott debió ser hospitalizada a
causa de una meningitis, se produjo una crisis. A su regreso, al hablar de las
serviciales enfermeras, le dijo: “Usted ha hecho posible que confiase en
otras personas, señora Klein”. “No”, replicó Klein, “es sólo un encubrimien-
to de su temor a la muerte.” Se desestimaba su enfermedad y su dependen-
cia. Clare Winnicott creía que en la situación analítica era muy difícil para
Klein aceptar el amor y la reparación, destacando siempre el aspecto des-
tructivo, de manera que los actos positivos eran interpretados como un dis-
fraz del odio. La señora Winnicott sintió esa hostilidad emanada de Klein,
salvo en una repentina manifestación en la que sintió que había alcanzado
[474] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
una de las fibras más profundas de aquella anciana. Un día, al ingresar en la
habitación, Ja sorprendió un florero con bellos tulipanes rojos y blancos.
Observó que debía ser el cumpleaños de Klein y dijo a continuación que
simbolizaban la fusión de amor y odio. “Le enviaré flores rojas y blancas
como éstas cuando usted muera.” Klein no respondió —un silencio que no
era característico en ella— y la señora Winnicott notó que estaba profunda-
mente conmovida. “Nunca olvidaré esos tulipanes, ¡nunca!”
En una ocasión, un año antes de la muerte de Klein, Clare Winnicott le
contó “un sueño totalmente kleiniano”. Recuerda que en ese momento pen-
saba: “A la señora Klein le gustará mucho este sueño”. Klein pasó entonces a
analizarlo; y su irritada paciente comprobó con su reloj la duración de la
interpretación: veinticinco minutos.* La señora Winnicott exclamó furiosa-
mente: “¿Cómo se atreve a tomar mi sueño y servírmelo?” y se fue dando un
portazo. Winnicott intentó mediar entre ambas. Fue a ver a Klein, quien le
dijo: “Es demasiado agresiva para analizarla”. Al volver a su casa le comen-
tó a su mujer: “Si desistes, nunca dejará que completes tu formación”. Una
semana más tarde Clare Winnicott regresó, aún airada: “He regresado de
acuerdo con sus condiciones, señora Klein, no de acuerdo con las mías”.
Mirando hacia el pasado Clare Winnicott pensaba haber cometido un
gran error al iniciar un análisis con Klein, especialmente porque ponía a su
marido en una posición muy difícil, aun cuando él no hiciese nada por
disuadirla. Después de la muerte de Klein continuó analizándose con Lois
Munro, de quien habla con mucho entusiasmo. Como justificación, sabía
que Klein hacia el final de su vida tenía una salud precaria. Arriesgaba:
“Utilizo sus ideas todo el tiempo... a mi manera”.
Toda la situación parece extraña. ¿Cuáles eran los motivos conscientes
o inconscientes de las personas involucradas en ella? La señora Winnicott se
dirigió a Klein porque su trabajo sobre el duelo la había impresionado pro-
fundamente, pero ¿por qué no acudió a ella directamente, en lugar de dirigirse
a Clifford Scott, que había analizado a la primera mujer de Winnicott? Es
difícil abstenerse de conjeturar que tanto Winnicott como Klein, por motivos
conscientes o inconscientes, la utilizaban como pretexto. ¿Y cuáles eran los
motivos inconscientes de la propia Clare Winnicott? No es de extrañar que
la mujer estuviese confundida, metida, como lo estaba, en una situación difí-
cil. Ocasionalmente Winnicott le preguntaba por el análisis: “¿Siempre men-
ciona el sexo?” “No.” “¿Siempre menciona el complejo de Edipo?” “No.”
Su mujer recuerda que afirmaba: “¡Eso es porque no sabe nada al respecto!”
Tampoco era fácil para Clare Winnicott continuar el análisis sabiendo con

* Clifford Scott cree que hacia el final de su vida las interpretaciones de Klein eran
muy largas debido a que estaba muy ansiosa por que sus ideas se entendieran. Bion
deduce de Meltzer que su constante flujo de interpretaciones estaba “demasiado influido
por un deseo de defender la exactitud de sus teorías hasta olvidar que lo que presumí-
mente estaba haciendo era interpretar el fenómeno que se le ofrecía”.22
LOS ULTIMOS AÑOS [475]
que vehemencia desaprobaba Klein el famoso trabajo de su marido
Classification: Is There a Psycho-Analytic Contribution to Psychiatric
Classification?, que él había leído en una reunión científica del 18 de marzo
de 1959.
¿Estaba intentando Winnicott, a través de su mujer, convencer a Klein
de algunas de sus ideas, especialmente las referentes a la importancia de los
factores contextúales? Hemos visto, por lo que otras personas han dicho de
sus análisis con Klein, hasta qué punto las cautivaba. ¿Tenía Klein suficien-
te confianza en sus propios poderes para creer que podía hacer de Clare
Winnicott una perfecta kleiniana? De haberlo logrado, ésa habría sido su
victoria definitiva sobre Winnicott. Pero su paciente resultaba ser una perso-
na muy difícil de manejar; y Klein, vieja, cansada y enferma, sencillamente
no podía ayudarla. El análisis parecía estar condenado al fracaso desde el
comienzo.
Donald Meltzer no puede hablar de sus analistas porque piensa que sus
impresiones pueden estar desfiguradas por la situación de transferencia.
Según atestiguan muchas personas, la muerte de Klein lo destrozó. Pero no
prestó oídos a su consejo de continuar el análisis con algún otro analista.
En el último año de su vida —de 1959 a 1960— Klein continuó elabo-
rando trabajos: Nuestro mundo adulto y sus raíces en la infancia
(1959), expuesto ante un grupo de sociólogos, muestra que sus conceptos
no eran tan complejos para no poderse comentar claramente ante un
auditorio profa- no. Ahí establece ella una diferencia entre el yo [ego] y el
“sí-mismo” [self], cuestión que ha preocupado al psicoanálisis
contemporáneo.
El yo, según Freud, es la parte organizada del “sí-mismo”, la cual está influida
constantemente por los impulsos instintivos, a los que mantiene sin embargo bajo control
mediante la represión; además, dirige todas las actividades, y establece y mantiene la
relación con el mundo externo. El “sí-mismo” es utilizado para abarcar el conjunto de la
personalidad, la23cual no incluye solamente el yo sir\o también la vida instintiva que Freud
llamaba el ello.
Afirma que su propia obra la había conducido a suponer que el yo
existe y opera desde el nacimiento; también había llegado a la conclusión de
que el yo tenía como tarea defenderse contra la ansiedad.
Pasando a considerar la envidia, afirmaba que era posible gozar
substitutivamente de los logros de otros en la medida en que no se es presa de
sentimientos destructivos. Debe de haber estado pensando en alguno de sus
colegas más jóvenes al formular la siguiente afirmación:
Si la gratitud por las satisfacciones pasadas no se ha disipado, la gente mayor puede
gozar de aquello que aún esté a su alcance. Además, con una actitud así, que da lugar a la
serenidad, pueden identificarse con los jóvenes. Por ejemplo, el que está prestando aten-
ción a los talentos jóvenes y los ayuda a desarrollarse —ya sea en su función de maestro
[476] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
o de crítico o, en épocas pasadas, de mecenas de las artes y de la cultura— puede hacerlo
sólo si es capaz de identificarse con los otros; en cieno sentido, está reiterando su propia
vida, y a veces hasta logrando substitutivamente el cumplimiento de las metas no cumpli-
das en la suya propia.24
En la primavera de 1960, Jean MacGibbon escribió un artículo a propó-
sito de la obra de Klein en cuanto a las mujeres y los niños.* Cuando
MacGibbon (que ya había hecho la reseña de Envidia y gratiiud en The
Spectator)** se dirigió a Klein para hablarle al respecto, advirtió “un atisbo
de desgaño en su respuesta”. Cuando MacGibbon estaba escribiendo la sem-
blanza, Klein fue a verla “para asegurarse de que mi relación de su obra era
cuidadosa, y de que la impresión que yo tenía de ella no estaba demasiado
desencaminada”. En cierto sentido, ella nunca estaba “fuera de su puesto”,
recuerda MacGibbon. En su artículo (que oportunamente apareció en The
Guardian) MacGibbon escribió que la respuesta de Klein era: “He hablado
tantas veces de eso”.
Su mente está en el futuro, indagando nuevos campos en los cuales sus descubri-
mientos, con sus amplias consecuencias éticas y sociales, están empezando a aplicarse. 25
En su mente continuaban hirviendo las ideas. Ante sus colaboradores
especulaba sobre la vida intrauterina. Entre sus escritos inéditos hay notas
que pertenecen al material que ella estaba reuniendo para trabajos sobre la
religión y la memoria que tenía proyectados. Una de las notas destinadas al
trabajo de la religión dice:
Cristo como la parte buena de Dios. Atenuaba al Dios duro y perseguidor el tener
un hijo que representa el amor y el perdón, pero que forma parte de él. Cristo dice: “Yo
estoy en mi padre y mi padre está en mí’; puede haber sido intolerable tener a ese Dios
solitario, duro y perseguidor que era una figura internalizada y por tanto acrecentaba el
superyó y las ansiedades...
Hay otro comentario igualmente interesante:
Por supuesto, deseo de vivir en el temor y en la muerte persecutoria, etcétera —en
relación con los instintos de vida y de muerte: en el cielo no habrá odio, sólo amor—
hallar nuevamente a parientes con los que ha habido envidia, celos, odio —donde habrá
abundante reparación porque hay únicamente amor— la religión, una expresión del ins-
tinto de vida.

* Originariamente se pensaba publicar el artículo en The Observer, pero su


propietario, David Astor (un analizando de Anna Freud) se negó a publicarlo.
** Klein estaba sumamente contenta con la reseña y escribió a McGibbon una carta
que esta última describe como “modesta, sincera y cálida, como era típico de ella”.
L OS U LTIMOS AÑOS [477]
Además: “Olvidar a alguien es matarlo en el inconsciente. Por tanto, se
mata toda situación o a toda persona dolorosa. En la Biblia, ‘su nombre será
olvidado’ es una de las maldiciones”.
A través de Jean y James MacGibbon en los últimos años de su vida,
Klein amplió la esfera de sus amistades. Ellos la invitaban a fiestas en las
que sabían que habría gente interesada por ella: el filósofo Stuart
Hampshire, el novelista Angus Wilson, la música Rosalyn Tureck. Esta últi-
ma estaba encantada con ella y pidió a los MacGibbon que la llevaran a uno
de sus recitales, donde Klein verdaderamente resplandeció de gozo.
Al enterarse de que le gustaba el teatro, los MacGibbon la invitaron en
1959 a la escenificación de Passage to India, de E.M. Forster. El poeta
Henry Reed, un gran admirador de la obra de Klein, anhelaba conocerla y
los MacGibbon le pidieron que se reuniera con ellos. Volvieron a casa de
ella a tomar café con galletas de tipo vienés. Reed señaló tímidamente:
“Señora Klein, yo admiro mucho su obra”. Ella replicó, apuntándole con el
índice: “Joven, la gente con frecuencia me dice eso, ¡pero habitualmente
descubro que no han leído mis libros!” Reed, que tenía una memoria foto-
gráfica; estuvo a la altura de las circunstancias señalando dos erratas que él
había advertido e indicando exactamente las páginas en las que se encontra-
ban. Fue la culminación de la velada; ella rebosaba de satisfacción y se la
veía muy hermosa. Era en ocasiones como ésta cuando ella más se lucía.
También Klein invitó a los MacGibbon a fiestas; a ellos les sorprendió
que los jóvenes colaboradores de Klein se interesasen por una gama tan
amplia de temas y que nunca hablasen de sus trabajos. En una de esas fies-
tas, Jean MacGibbon se sentó entre Stuart Hampshire y Richard Wollheim,
los cuales discutían sobre Walter Pater.
En el último año de su vida Klein, casi con un atisbo de ansiedad, soli-
citó a Jean MacGibbon: “¿Por qué no me llama Melanie?”, a lo que ella res-
pondió: “¡Oh, no, señora Klein, no podría!” Ella cree que muchas personas
consideraban a Klein como una especie de madre ideal —por su genio, su
belleza y su presencia— y que a consecuencia de ello debe de haberse senti-
do un poco sola e impedida de intimar con otras personas.
Una médica, la doctora Dinora Pines, que vivía en Bracknell Gardens
16, notó que una anciana solitaria a menudo se sentaba al sol frente a su
casa, en el número 20 de la misma calle. Siempre usaba bonitos sombreros y
en sus caminatas solía detenerse a hablar con los niños de la doctora Pines.
Por aquel entonces esta última estaba recibiendo su formación en la Clínica
Hampstead. Un día se pusieron a conversar y fue en esta ocasión cuando
Klein formuló aquella famosa observación que tantas veces se ha recordado:
“Querida, no se equivoque: soy freudiana, pero no annafreudiana”.
Su devota colaboradora Esther Bick estaba muy preocupada por las
vacaciones que ella pasaba sola hacia el final de su vida, cuando los hijos de
Eric eran ya grandes y realizaban sus propias actividades. En 1958 Klein
[478] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
viajó a Noruega, lo cual era más bien arriesgado; pero una vez tomada la
decisión, se despertó en ella el temor, propio de una persona de su edad, de
quedar encerrada en su habitación del segundo piso del hotel en caso de pro-
ducirse un incendio.
Empezaba a tener algunas excentricidades características de una perso-
na anciana. Cuando, a principios de enero de 1958, se casó el hijo de
William Gillespie, el doctor Andrew Gillespie, Margaret Little ofreció a
Klein llevarla en su automóvil a la boda. Klein insistió en que se la pasara a
buscar mucho más temprano de lo que parecía necesario. A consecuencia de
ello, estuvieron sentadas durante más de una hora en el frío interior de la
iglesia de San Lucas, en Chelsea.
En 1959 Willi Hoffer, la mano derecha de Anna Freud, sucedió a
Winnicott en la presidencia de la Sociedad Británica; pero ello ya no pareció
importar mucho. Según Hedy Schwarz, que era miembro del grupo “B”,
aunque Hoffer fue siempre leal a Anna Freud, se ganó el favor de Melanie
Klein, y ella cree que nunca se habría convertido en presidente de la
Sociedad Británica si no hubiese caído bien a los kleinianos. “Hoffer hizo un
juego muy inteligente. Vio que ésa era la única manera de prosperar en
Inglaterra.”26
Nelly Wollfheim, la vieja amiga berlinesa de Klein, volvió a aparecer
una vez más en la vida de ésta. Wollfheim se había mudado a Oxford poco
después de su llegada a Londres, en 1939, y en sus visitas a Londres ella y
Klein iban ocasionalmente al cine juntas. El 30 de marzo de 1952 Wollfheim
la llamó por teléfono para decirle que estaba en la ciudad, pero Klein le dijo
que estaba muy ocupada porque festejaba sus setenta años y estaba prepa-
rando una gran recepción que se haría esa tarde en su casa. Wollfheim se
ofendió porque Klein ni siquiera le insinuó una invitación.
Posteriormente, ese mismo año, Wollfheim se estableció definitivamen-
te en Londres, en un piso cercano a Clifton Hill, pero Klein le aclaró quenotenía
tiempo para encontrarse con ella. Cuando Klein se mudó a Bracknell Gardens,
Wollfheim le comentó que le gustaría ver la nueva casa, pero sus
insinuaciones fueron totalmente ignoradas. Siempre que Klein reconocían su
existencia —por ejemplo, mediante una postal desde algún lugar del conti-
nente en el que pasaba sus vacaciones— Wollfheim suponía que ello era
simplemente “un detalle destinado a corroborar su cortesía”, un gesto rutina-
rio. En Navidad ella siempre recibía un regalito cuidadosamente elegido
hasta que Klein le escribió diciéndole que ya no podía hacer las compras de
Navidad, por lo que en lugar del regalo le enviaba una libra esterlina.
Wollfheim interpretaba este hecho como un acto de caridad, pero intentó
impresionar a Klein mostrándole que su situación económica había mejora-
do. Como Klein parecía no captar sus insinuaciones, Wollfheim empezó a
enviarle flores por el valor exacto de la cantidad recibida. Las “donaciones”,
como ella las llamaba, cesaron.
LOS ULTIMOS AÑOS [479]
El año anterior al de su muerte, Klein repentinamente la visitó en la
casa para ancianos a la que ella se había mudado. Klein llevó consigo un
ejemplar de Envidia y gratitud en la que había escrito una dedicatoria. En
esa conversación, la última que mantuvieron, Klein dijo algo que indicaba
que Abraham había discutido con ella material relativo al análisis de
Wollfheim. Como Klein realizaba con él su análisis de formación,
Wollfheim advirtió que Abraham no había hecho nada que no fuera ético,
pero le acosó el sentimiento de haber sido traicionada.
Nunca se volvieron a ver, y los recuerdos de Wollfheim deben tomarse
con cierta cautela. Ella había envidiado mucho a Klein cuando estaban en
Berlín y envidiaba mucho más su éxito en Inglaterra. En el terreno teórico
no tenían nada en común, puesto que Wollfheim se había dedicado a un
enfoque pedagógico, y habían marchado por separado, como tiende a ocurrir
cuando las personas están unidas solamente por una amistad que data de
mucho tiempo atrás. El hecho de que lo que Wollfheim escribiera constituya
un velado ataque a Klein que presentó a Winnicott tras la muerte de Klein,
no indica que por su parte hubiese una verdadera amistad. Lo que ella igno-
raba era que su nombre figuraba entre las pocas anotaciones del diario que
Klein llevó consigo a Suiza en sus últimas vacaciones, en el verano de 1960.
Klein decía a menudo a la señorita Cutler: “No espero vivir otros diez
años para hacer lo que deseo”. Como la gente era amable con ella, odiaba
estar sola. Lola Brook estaba muy enferma y Klein raramente volvió a verla.
Cuando el hijo de la señora Brook murió al estrellarse el avión en que viaja-
ba, en agosto de 1959, Klein cayó en un estado de conmoción empatética.
Una noche, mientras daba vueltas por la cocina, preguntó a la señorita Cutler
si alguna vez se sentía sola. Cutler le respondió que sí, por supuesto que le
ocurría, pero que lo importante era mantenerse ocupado Recuerda que Klein
dijo de pronto: “¿Sabe? Pienso escribir un trabajo sobre la soledad”.
La idea no había surgido porque sí ni se basaba simplemente en los
sentimientos que experimentaba en la vejez. Había elogiado explícitamente
el trabajo de D.W. Winnicott The Capacity to Be Alone, que había
expuesto en la Sociedad Psicoanalítica Británica el 24 de julio de 1957.
Winnicott señalaba que, aunque era mucho lo que se había escrito en la
bibliografía psicoanalítica acerca del temor a estar solo, se le había prestado
sin embargo poca atención a la capacidad de estar solo. Según él, esta capa-
cidad se remonta a la experiencia del bebé de estar solo en presencia de su
madre. Recurriendo a las teorías de Klein, supone la existencia de un objeto
bueno en la realidad psíquica del individuo pero, evitando hábilmente un
desacuerdo con Klein, añade que la creencia en un entorno benigno depende
de que se actúe “como una madre suficientemente buena”.
Primero hay “Yo” [“I”], la unidad formada por una organización de
núcleos del yo [ego]. Sigue después el estadio del “yo soy o estoy”, “inde-
fenso, vulnerable, potencialmente paranoide”. Por último: “yo estoy solo”,
[480] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
estado que se alcanza progresivamente a partir de! saber que el bebé posee
tempranamente acerca de una madre confiable, estado más primitivo que el
de la madre introyectada, una relación vinculada con el yo [ego].
...teóricamente, siempre está alguien presente, alguien que inconscientemente y en
última instancia se equipara con la madre, la persona que en los primeros días y en las
primeras semanas se identificó transitoriamente con su bebé, y que por el momento no se
interesó en ninguna otra cosa aparte del cuidado de su bebé.27
En la primera mañana del Congreso de Copenhague, el 27 de julio de
1959, Klein expuso su trabajo Sobre el sentimiento de soledad. Es un
escrito extraordinario, a la vez brillante y conmovedor, como lo había sido su
trabajo sobre el duelo en 1940. A pesar de ser una mujer tan reservada acerca
de los detalles de su vida, habla abiertamente —en favor de la comprensión
científica— de sus experiencias más profundas: dolor, depresión, soledad
Desde el comienzo establece cuál es la forma de la soledad que le interesa
tratar: “Al hablar del sentido de soledad no me refiero a la situación objetiva
de estar privado de compañía externa. Me refiero a la soledad en su sentido
íntimo: el de estar solo al margen de las circunstancias externas, de sentirse
solo aun entre amigos o recibiendo amor”.28 Ese estado, según ella sugiere,
es resultado del anhelo generalizado de un estado interno perfecto, inalcan-
zable. La relación con la madre buena constituye el prototipo de la situación
ideal que ya no se puede reproducir. El estrecho contacto entre el incons-
ciente de la madre y el inconsciente del niño, el entendimiento sin palabra,
que ya no puede repetirse, es la base del sentimiento de pérdida irreparable
que se da en una soledad que no se puede mitigar. |L
La relación con la madre inevitablemente se deteriora, porque en el
bebé necesariamente ha de suscitarse la ansiedad persecutoria;' y a medida
que se desarrolla en el yo del niño una integración gradual, al percibir él a su
madre como una persona completa —esto es, su “alteridad” y, asimismo, su
“totalidad” en el sentido de no estar afectada por los impulsos destructi-
vos— surge la ansiedad por que ese objeto bueno pueda peligrar. Se alcanza
la integridad a costa del sentimiento de soledad y de abandono, con la acep-
tación, de mal grado, de las partes malas del “sí-mismo” [self] propio.
Nunca es posible un equilibrio pleno y permanente porque la polaridad de
los instintos de vida y de muerte siempre están amenazando con alterar la
precaria estabilidad del yo [ego].
En cuanto a la fantasía universal, advertida por Bion, de tener un geme-
lo, ella la relaciona con la soledad vinculada al pesar por las partes separadas
del “sí-mismo”, sentimiento de conmiseración no sólo relativo a uno mismo
sino también a los componentes de uno que se han perdido.
La integración supone enfrentarse a los aspectos destructivos del “sí
mismo”, al temor de los propios deseos de muerte. Al mismo tiempo, la
LOS ULTIMOS AÑOS [481]
integración implica que pierda su idealización una imagen de perfección que
nunca se puede alcanzar. La niña padece la envidia del pene, el niño la envi-
dia del pecho y del útero, y en los dos sexos hay un inconsciente anhelo ilu-
sorio de poseer todas esas fuentes del bien.
La soledad es un ineludible elemento concomitante de la condición
humana. Se utilizan muchas defensas para combatirla. Un niño puede vol-
verse insólitamente dependiente de su madre. La juventud idealiza el futuro.
En la edad madura, hay una preocupación por el pasado y una idealización
del mismo que forma parte de la búsqueda de un objeto interno idealizado,
(Por eso, en su Autobiografía, Klein dice que daría cualquier cosa por volver
a la mesa, iluminada por una lámpara en tomo a la cual ella, Emanuel y
Emilie hacían sus deberes. Más importante que eso, ella idealizaba a
Libussa, y acaso la Autobiografía fue desvaneciéndose a medida que ella
escribía este trabajo porque se daba cuenta de que estaba haciendo de su
madre un ídolo tranquilizador.)
Había importantes diferencias entre los trabajos de Klein y de
Winnicott aun cuando Klein, acaso como nunca lo había hecho en el pasado,
volvía a atender a la decisiva importancia de la relación entre el niño y la
madre. El trabajo de Winnicott es optimista, contiene una reflexión sobre la
alegría de una soledad compartida. El trabajo de Klein es trágico, lo atraviesa
el anhelo de una armonía que nunca puede recuperarse o que, acaso, nunca
puede alcanzarse. Las palabras parecen brotar de una fuente profunda de
tristeza, nostalgia y anhelo. En algunas de las fotografías de Klein tomadas
durante estos últimos años, ella tiene la expresión perpleja de una niñita
perdida.
En el Congreso de Copenhague Klein participó también en un simposio.
sobre la depresión. Las normas establecían que cada uno de los participantes
dispondría de sólo cinco minutos para hablar. Cuando Klein desarrollaba su
exposición, la presidente, doctora Elizabeth Rosenberg Zetzel, intentó inte-
rrumpirla: “Usted ha estado hablando durante diez minutos”. Klein la ignoró
pero finalmente Zetzel la obligó a detenerse. “Pero he dicho lo que quería
decir”, declaró Klein triunfalmente. Según Herbert Rosenfeld, que iba a ser
el siguiente expositor, Zetzel, para vengarse, estableció que Rosenfeld dis-
pondría de cinco minutos y no más. Rosenfeld consideró este trato vil y
humillante: “Si yo hubiese sido Anna Freud, ella me habría concedido
media.hora”.29
En Una nota sobre la depresión en el esquizofrénico aunque fue
abreviada, Klein, con la distinción establecida entre esquizofrenia y
depresión, modifica en algunos puntos opiniones precedentes. En el pasado
había subrayado la distinción entre la ansiedad paranoide, centrada en la
preservación del yo, y la ansiedad depresiva, centrada en la preservación de
los objetos buenos internos y externos. Había llegado ahora a la conclusión de
que esta distinción era demasiado esquemática. Según la descripción que ahora
[482] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
presenta, en el esquizofrénico paranoide, el inestable yo posee un objeto
bueno que difiere en naturaleza y poder del que se da en un maníaco-depre-
sivo, en cuanto es incapaz de identificarse suficientemente con su objeto.
Pero, lo mismo que en su antiguo trabajo acerca de los tics (1925), destaca
que la esquizofrenia, que aparentemente constituye un desorden narcisístico,
no es un estado sin objetos sino un estado que refleja intensas relaciones con
objetos internos.
Remitiéndose a la capacidad de Schreber de dividirse en seis almas,
describe al esquizofrénico como incapaz de experimentar culpa y depresión
por haber sido separado de sus sentimientos más profundos. Además, el
mecanismo de identificación proyectiva actúa en el esquizofrénico tan enér-
gicamente que él lo proyecta en un objeto: durante el procedimiento analíti-
co, principalmente en el analista.30 Sólo si se ayuda a que alcancen los nive-
les profundos de la mente, como es el caso del trabajo más reciente de
Hanna Segal, llegan los esquizofrénicos a experimentar pesar y a padecer
una depresión relativamente normal. Hasta el final estuvo Melanie Klein
dispuesta a incorporar a su pensamiento la obra de sus colegas más jóvenes.
Su nuera Judy la acompasó a Copenhague, pues ella y Eric dudaban de
la fuerza de la anciana. Al final del congreso hubo una cena formal, y a esta
altura Klein ya casi se derrumbaba de cansancio. La aturdían, las muchas
personas que deseaban hablar con ella, especialmente sus admiradores de
América del Sur. Judy la llevó de vuelta al hotel y, tras haber dormido bien
por la noche, Klein estaba lista para la recepción que la ciudad de
Copenhague había organizado en el ayuntamiento y para la gran fiesta que
se realizaría la noche siguiente en el palacio de Marie Bonarparte. Klein
parecía divertirse todo el tiempo. Con su notable capacidad de recuperación,
organizó un plan para visitar en Suecia a su cuñada Jolan, que vivía en
Göteborg.
En la primavera de 1960 se diagnosticó a Klein una anemia. La señorita
Cutler advirtió que ella se cansaba al más leve esfuerzo. Se hicieron planes
para que visitara el Hospital de Veteranos de Filadelfia —una de las pocas
invitaciones que recibió de los Estados Unidos— pero ella los canceló, pues
no se sentía con fuerzas suficientes para emprender el difícil viaje, especial-
mente dada la hostilidad estadounidense hacia ella. Empezó a pensar que
debía recuperar su fe judía por lo que un rabino fue a verla. Cuando él le
explicó qué se esperaría de ella en caso de que se convirtiera en judía practi-
cante, ella advirtió de que se había tratado sólo de una idea sentimental.
Pasó las Pascuas de 1960 en el Sandridge Park Hotel de Malkaham, en
Wiltshire, desde donde escribió a Jolan diciéndole que estaba empezando a
superar la fatiga que había sufrido durante todo el invierno. Después le
hablaba con orgullo de cada uno de sus nietos, añadiendo: “Eric es muy
dulce y afectuoso conmigo, así que ahora veo a Judy y a todos los demás
habitualmente los domingos y también durante la semana”. Confiaba en que
LOS ULTIMOS AÑOS [483]
egresaría “totalmente renovada a mi querido trabajo. Actualmente estoy
trabajando en un libro que, aunque no será voluminoso, creo que será intere-
sante”.* El 22 de junio escribió a Jolan una nota final en la que lamentaba
hallar
muy fatigoso continuar con mi querido trabajo. Por desdicha, la osteoartritis es progresi-
va y esto, junto con mi edad cada vez más avanzada, me hace cansarme mucho. Apenas
escribo cartas privadas ahora; lo demás lo hacen Eric y mi secretaria.
Aparte de estar cansada y caminar con dificultad, por lo demás estoy bien. Los niños me
proporcionan mucha alegría. Precisamente acabo de pasar un fin de semana en
Cambridge con Michael. Fue hermoso.
Con mucho amor y afecto.

Melanie31
Casi desesperada por recobrar sus fuerzas, pensó que lo lograría yendo
de vacaciones a Suiza, cuyas montañas siempre había amado. La señorita
Cutler estaba muy preocupada, porque Klein estaba demasiado enferma para
viajar, pero estaba decidida a llegar a Villars-sur-Ollon, donde Eric, que
estaba pasando sus vacaciones en otro lugar de Suiza, la visitaría. Más tarde
se reunió con ella Esther Bick, a quien se le había comunicado que su amiga
estaba gravemente enferma. La halló acostada, pálida y apoyada sobre
almohadones, pero se produjo un cambio espectacular cuando la señora
Bick le habló sobre los artículos que había leído recientemente y los ojos de
Klein brillaron de interés.
De algún modo Bick se las arregló para llevarla de regreso a Inglaterra.
Llamaron a una ambulancia; y la señorita Cutler nunca olvidará la cara ceni-
cienta y el cabello despeinado de aquella mujer que siempre se había acica-
lado con tanto esmero, cuando yacía desvalida, envuelta en una mama roja,
mientras los enfermeros la introducían en una ambulancia. La llevaron al
University College Hospital, donde le diagnosticaron cáncer de colon. A
principios de septiembre se realizó una operación, aparentemente con éxito.
La mayor parte de sus colegas estaban de vacaciones pero Hanna Segal,
Esther Bick y Betty Joseph iban a verla regularmente. La última de ellas
piensa que Klein deseaba saborear todos los momentos de la vida y que se
proponía experimentar la muerte plenamente. Habló con mucha franqueza
de su funeral, destacando que deseaba que careciera totalmente de carácter
religioso. Según Eric, estaba sumamente preocupada por un bebé que llora-
ba en otra habitación. Les dijo a sus colegas que comunicaran a la Sociedad
que Clare Winnicott estaba ya formada como analista.
Michael parecía enloquecer ante la posibilidad de que su amada abuela
se estuviera muriendo. Ella le dijo que no temía a la muerte. Lo único

* Debe de tratarse de Relato del psicoanálisis de un niño.


[484] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA

inmortal era lo que uno había realizado; y su fortaleza y su valentía estriba-


ban en su convicción de que otros llevarían adelante sus ideas.
Pero la dura Melanie estaba en el final. No le gustaba su autoritaria
enfermera nocturna —¡también Libussa se había quejado de ellas!— y se
negó a permitirle que permaneciera en la habitación con ella. A consecuen-
cia de ello se cayó de la cama y se fracturó la cadera; surgieron complicacio-
nes y murió el 22 de septiembre. No era fácil comprender que se había apa-
gado la vida del petrel de la tempestad. En la ceremonia de la incineración
en Golders Green, permanecieron de pie y en silencio muchos analistas y las
lágrimas recorrían sus mejillas mientras Rosalyn Tureck, una amiga reciente
y afectuosa de Klein, interpretaba el andante de la Sonata en re menor de
Bach. Melitta, enemistada hasta el final, dio ese día una conferencia en
Londres, a la que asistió con llamativas botas de color rojo.
La vieja adversaria de Klein, Marjorie Brierley, escribió al presidente,
Willi Hoffer: “Aunque nunca pude aceptar sus ideas in toto. jamás he duda-
do de la importancia de su obra precursora”. La viuda de Ernest Jones expe-
rimentó pesar e incredulidad: “¿Cómo pudo desaparecer, cuando tenía que
haber estado siempre aquí?“. En el servicio conmemorativo, Hanna Segal la
describía como “generosa, ardiente, apasionada, hasta explosiva: defectos
tales como los que ella tenía, eran defectos de sus cualidades, y no una dis-
minución de su condición de persona digna de ser amada”.32
Klein legó a Eric sus efectos cotidianos, salvo algunas cosas en espe-
cial. A Hanna Segal le dejó su reloj esmaltado; a la señora Lola Brook sus
polveras y su cigarrera de carey ribeteada de plata* y a su hija, Melitta, “mi
pulsera flexible de oro, que me fue dada por su abuela paterna, el anillo con
una piedra de diamante, que me regaló mi ex marido, mi gargantilla de oro
con granates y el broche que hace juego con la gargantilla mencionada,
cosas ambas que recibí como regalo al cumplir los setenta y cinco años, y no
tengo otro legado para mi hija, puesto que cuenta con recursos suficientes de
otra procedencia y porque, debido a su capacitación técnica, puede
obtenerlos por sí misma”.
A los demás nos dejó un regalo de ideas ricas, provocativas y durade-
ras.
* Algunos años ames le había dado cierta suma de dinero para ayudarla a comprar
una casa.
CRONOLOGIA
1875 19 de enero: casamiento de Moriz Reizes y Libussa Deutsch.
1876 Nacimiento de Emilie Reizes en Deuisch-Kreutz.
1877 Nacimiento de Emanuel Reizes en Deutsch-Kreutz.
1878 Nacimiento de Sidonie Reizes en Deutsch-Kreutz.
1879 Nacimiento de Ernest Jones en Gowerton, Gales.
1882 30 de marzo: nacimiento de Melanie Reizes en Viena
1886 Muerte de Sidonie Reizes.
1895 3 de diciembre: nacimiento de Anna Freud en Viena.
1897 Emanuel ingresa en la Escuela de Medicina.
1900 Enero: Emanuel parte hacia Italia por seis meses.
6 de abril: muerte de Moriz Reizes.
Octubre: Emanuel pasa de la Escuela de Medicina a la
Facultad de Artes de la Universidad de Viena.
25 de diciembre: casamiento de Emilie con Leo Pick.
1901 Enero: Emanuel parte hacia Italia.
Junio: Melanie Reizes se compromete con Arthur Klein.
16 de octubre: nace Otto, primer hijo de Emilie.
1902 2 de diciembre: muerte de Emanuel en Génova.
1903 30 de marzo: Melanie se casa con Arthur Klein.
1904 19 de enero: nacimiento de Melitta Klein en Rosenberg.
1905 Melanie y Arthur visitan Trieste, Venecia y Abbazia.
1906 En primavera, Melanie y Arthur visitan Roma, Nápoles,
Florencia y la tumba de Emanuel en Génova
Septiembre: publicación de Aus meinem Leben, de Emanuel.
[486] CRONOLOGIA

1907 2 de marzo: nacimiento de Hans Klein.


1908 Septiembre: Ernest Jones se encuentra con Freud en el Congreso
Salzburgo.
Jones se incorpora a la Facultad de la Universidad de Toronto.
Los Klein se mudan de Rosenberg a Krappitz.
1909 Septiembre: Jones se encuentra con Freud en Worcester,
Massachusetts.
Los Klein se mudan a Hermanetz.
1910 Los Klein se mudan a Budapest.
1913 Jones regresa a Europa; durante el verano es analizado por Ferenczi.
30 de octubre: Jones funda la Sociedad Psicoanalítica de Londres.
1914 1 de julio: nacimiento de Erich Klein.
6 de noviembre: muerte de Libussa Deutsch.
Posiblemente Melanie Klein inicia su análisis con Ferenczi.
Melanie Klein lee Sobre los sueños, de Freud.
Ferenczi se incorpora al Cuerpo Médico Húngaro.
Arthur Klein se alista en el Ejército austro-húngaro.
1916 Arthur Klein regresa a Budapest como inválido de guerra.
1918 28 y 29 de septiembre: se celebra en Budapest el Quinto Congreso
Psicoanalítico Internacional; Ferenczi es elegido presidente.
Klein asiste a la lectura hecha por Freud de Lines of Advance
Psycho-Analytic Therapy
1919 20 de febrero: Jones reorganiza la Sociedad Psicoanalítica Británica.
Julio: Klein expone su primer trabajo. Der Familienroman in statu
nascendi y se convierte en miembro de la Sociedad de Budapest.
Arthur Klein se traslada a Suecia; en otoño, durante el “Terror
Blanco”, Klein se marcha con los niños a Ruzomberok.
1920 Jones funda el International Journal of Psycho-Analysis.
14 de febrero: se inaugura el Policlínico de Berlín.
Se publica el primer artículo de Klein, Der Familienroman in
statunascendi en el número 6 de la Internationale Zeitschrift für
Psychoanalyse.
Septiembre: Klein asiste al Sexto Congreso Psicoanalítico
Internacional, celebrado en La Haya; conoce a Hug-Hellmuth y a
Karl Abraham.
1921 Enero: Klein se traslada a Berlín con Erich.
1922 Klein se convierte en miembro asociado de la Sociedad
Psicoanalítica de Berlín.
Anna Freud se convierte en miembro de la Sociedad
psicoanalítica de Viena.
Del 22 al 27 de septiembre se celebra en Berlín el Séptimo Congre-
so Psicoanalítico Internacional (último congreso al que asiste Freud).
CRONOLOGIA [487]
1923 Febrero: Klein es elegida miembro pleno de la Sociedad
Psicoanalítica de Berlín.
Reconciliación con Arthur Klein.
1924 Se establece el Instituto Británico de Psicoanálisis.
La Sociedad Británica pasa a ser editora asociada de la Hogarth
Press of International Psycho-Analytical Series.
Klein inicia su análisis con Abraham.
Abril: Melitta se casa con Walter Schmiedeberg.
Del 21 al 23 de abril se celebra en Salzburgo el Octavo Congreso
Psicoanalítico Internacional; Abraham es elegido presidente.
En Salzburgo. Klein expone el primer trabajo que presenta en un
congreso, La técnica del análisis de niños pequeños.
Separación definitiva de Melanie y Arthur Klein.
Septiembre: encuentro de Klein con Alix Strachey.
Diciembre 17: Klein expone ante la Sociedad de Viena el trabajo
Principios psicológicos del análisis infantil.
1925 7 de enero: James Strachey lee ante la Sociedad Británica un resu-
men de la obra de Klein.
Julio: Klein dicta conferencias en Londres durante tres meses.
25 de diciembre: muerte de Abraham.
1926 Año probable del divorcio de Klein.
6 de mayo: se inaugura en Londres la Clínica de Psicoanálisis.
Septiembre: Klein llega a Inglaterra.
17 de noviembre: en la Sociedad Británica se registra la presencia
de Klein como "visitante”.
27 de diciembre: Erich Klein llega a Inglaterra.
1927 Mayo: Simposio de análisis infantil.
2 de octubre: Klein es elegida miembro pleno de la Sociedad
Psicoanalítica Británica.
1928 Melitta se reúne con Klein en Londres.
1929 Del 27 al 31 de julio se celebra en Oxford el Undécimo Congreso
Psicoanalítico Internacional.
1931 Klein se hace cargo de su primer analizando de formación, W.
Clifford Scott.
1932 Del 4 al 7 de septiembre se celebra en Wiesbaden el Duodécimo
Congreso Psicoanalítico Internacional.
Walter Schmiedeberg llega a Inglaterra.
Publicación de El psicoanálisis de niños, de Klein.
1933 22 de mayo: muerte de Ferenczi.
Paula Heimann llega a Inglaterra.
C.S. Kloetzel se establece en Palestina.
Melitta Schmiedeberg es elegida miembro pleno de la Sociedad
Psicoanalítica Británica.
[488] CRONOLOGIA
1934 Abril: muerte de Hans Klein.
Del 26 al 31 de agosto se celebra en Lucerna el
Decimotercer Congreso Psicoanalfiico Internacional.
1935 Se inician las conferencias de intercambio entre Londres y
Viena. Publicación de El yo y los mecanismos de defensa
(Das Ich un die Abwahrmechanismen)t de Anna Freud.
1936 Del 2 al 8 de agosto se celebra en Marienbad el
Decimocuarto Congreso Psicoanalítico Internacional.
1937 Publicación de El yo y los mecanismos de defensa, de
Anna Freud, en inglés.
Muere en Viena Hermann Deutsch. •
17 de octubre: nace en Londres Michael Clyne.
Publicación de Amor; odio y reparación, de Melanie
Klein y Joan Riviere.
1938 11 de marzo: Alemania invade a Austria.
6 de junio: Freud llega a Londres.
Del 1 al 5 de agosto se celebra en París el Decimoquinto
Congreso Psicoanalítico Internacional.
1939 Michael Balint llega a Londres.
3 de septiembre: se declara la guerra.
Klein se traslada a Cambridge con Susan Isaacs.
23 de septiembre: muerte de Freud.
1940 13 de mayo: muerte de Emilie Reizes Pick.
Julio: Klein se establece en Pitlochry.
1941 Análisis de “Richard”.
Septiembre: Klein regresa a Londres.
1942 Reuniones extraordinarias.
1942-1944 Controversias.
1944 24 de enero: Edward Glover renuncia a la Sociedad
Psicoanalítica Británica.
24 de enero: Anna Freud renuncia a la comisión de formación.
Sylvia Payne es elegida presidente de la Sociedad
Psicoanalítica Británica.
1945 Melitta Schmiedeberg parte hacia los Estados Unidos.
1946 Se establecen en la Sociedad Británica los programas “A” y “B”.
1947 John Rickman es elegido presidente de la Sociedad
Psicoanalítica Británica.
Ernest Jones se convierte en biógrafo oficial de Freud.
1948 Publicación de Contribuciones al psicoanálisis, de Klein.
1949 Del 15 al 19 de agosto se celebra en Zurich el
Decimosexto ; Congreso Psicoanalítico Internacional.
Leo Bartemeier sucede a Ernest Jones en la presidencia
de la Asociación Internacional.
CRONOLOGIA [489]
1950 El instituto Británico de Psicoanálisis se traslada a New
Cavendish Street 63.
Abril 22: la Universidad de Clark confiere a Anna Freud el
grado de doctora en leyes (honoris causa).
1951 1 de julio: muerte de John Rickman.
Del 5 al 9 de agosto se celebra en Amsterdam el
Decimoséptimo Congreso Psicoanalítico Internacional.
27 de octubre: muerte de C.Z. Kloetzel.
1952 Publicación de Desarrollos en psicoanálisis.
Número especial del International Journal of
Psycko-Analysis, dedicado a los setenta años de Klein.
1953 Del 26 al 30 de julio: se celebra en Londres el
Decimooctavo Congreso Psicoanalítico Internacional.
Se publica el primer volumen de la biografía de Freud
escrita por Jones.
1955 1 de febrero: se funda la Asociación Melanie Klein.
Del 24 al 28 de julio se celebra en Ginebra e!
Decimonoveno Congreso Psicoanalítico Internacional.
27 de noviembre: Paula Heimann renuncia a la
Asociación Melanie Klein.
Publicación de Nuevas direcciones en psicoanálisis.
1956 D.W. Winnicott es elegido presidente de la Sociedad
Psicoanalítica Británica.
1957 Publicación de Envidia y gratitud.
Del 28 de julio al 1 de agosto se celebra en París el
Vigésimo Congreso Psicoanalítico Internacional. .
William Gillespie es elegido presidente de la Asociación
Psicoanalítica Internacional.
Publicación del último volumen de Vida y obra de
Sigmund Freud, de Jones.
1958 11 de febrero: muerte de Ernest Jones.
1959 Willi Hoffer es elegido presidente de la Sociedad
Psicoanalítica Británica.
Del 26 al 30 de julio se celebra en Copenhague el
Vigesimoprimer Congreso Psicoanalítico Internacional.
1960 22 de septiembre: muerte de Melanie Klein.
1961 Publicación de Relato del psicoanálisis de un niño.
APENDICE A
Estadísticas de formación
desde 1927 hasta 1942
(30 de junio)
(Para información de los miembros,)

Candidatos Controles Seminarios Lecciones


Dr. Jones 2 1 habilitado 7 individuales 3 cursos
10
1 abandonado 1 individual
Dr. Glover 4 2 habilitados 6 6 cursos de 3 cursos
1 en formación seminario
1 Estados teórico
Unidos Mensual
4 individuales
Dra. Payne 9 1 se le aconsejó 9 4 prácticos 2 cursos
abandonar individuales
después de tres 1 curso
semanas
1 habilitado
3 en formación
1 transferido
2 formación
suspendida por
la guerra
1abandonado
[492] APENDICE A

Candidatos Controles Seminarios Lecciones


Srta. Sharpe 12 2 abandonados 15 5 prácticos 3 cursos
1 transferido individuales
1 suspendido 3 cursos
(guerra)
5 habilitados
3 en formación
Sra. Klein 4 1 abandonado 3 adultos 3 individuales 4 cursos
1 regresó a
los Estados 6 niños
Unidos 1 curso práctico
1 habilitado 4 cursos de niños
1 suspendido
(guerra)
Sra. Riviere 4 1 transferido 6 3 individuales 1 curso
1 abandonado 1 curso
(Estados Unidos)
2 habilitados
Sra. Strachey 6 3 habilitados 6 5 cursos 2 cursos
3 abandonados 1 individual
Dr. Rickman 7 4 abandonados 6 1 individual 2 cursos
1 suspendido 1 curso
(guerra) práctico
1 transferido
1 calificado

Sra. Searl 3 1 abandonado 5 niños 5 individuales 2 cursos


2 transferidos 1 curso
práctico
Dra. Brierley 3 1 habilitado 3 3 años, 3 cursos
1 suspendido
(guerra) teóricos
1 en formación
Srta. Sheehan 2 1 transferido 5 adultos 2 cursos
Dare 1 habilitado
1 niño

Dr. Wilson 1 1 suspendido 2 __ __


(guerra)
APENDICE A [493]
Candidatos Controles Seminarios Lecciones
Dra. M. 1 en formación 3 adultos 1 cursos (1938) 1 curso de
Schmiedeberg 3 niños (niños)
Sra. Issacs 1 transferido niños 1 cursos (1938) 3 cursos
(guerra) (niños)
Dr. Winnicott ___ 4 niños 1 curso
(niños)
Srta. Freud 4 1 abandonado 4 adultos 4 cursos __
1 suspendido
(guerra) 1 niños
1 en formación
Dr. G. Bibring 2 2 transferidos 4 2 cursos __

Dr. E. Bibring 2 2 transferidos 3 1 curso __

Dr. W. Hoffer 3 1 en formación 3 __ __


1 suspendido
(guerra)
1 habilitado

Sr. E. Kris 1 transferido 1 __ 1 curso

Srta. Burlingham 2 1 transferido 3 __ 1 curso


1 en formación

Julio de 1942 S.M. PAYNE


Secretaría de Formación
APENDICE B

Entre los papeles inéditos de Melanie Klein se halla el fragmento de


una caria (escrita probablemente a Jones en 1941) que acompaña al
borrador de unas notas sobre la técnica de la transferencia. El fragmento es
interesante como valoración personal del lugar que ella ocupa en la historia
del movimiento psicoanalítico.
Aunque las páginas adjuntas fueron escritas en relación con la técnica,
puede usted advertir la cuestión central, esto es, que el descubrimiento, hecho
por Freud, del superyó, si no conseguimos que avance, corre el riesgo de
malograrse en su esencia. En este aspecto puedo darle a usted muchos
ejemplos tomados de las observaciones que he hecho en Berlín, en Viena, en
Hungría y en Inglaterra. En mi opinión, el psicoanálisis se desarrolló de
forma más o menos recta hasta que se alcanzaron esos descubrimientos
decisivos, y al llegarse a este punto crucial se hicieron más frecuentes entre
los analistas las tendencias regresivas, las disensiones y errores realmente
notables (Rank, Ferenczi y muchos otros, especialmente en los Estados
Unidos). El propio Freud, después de haber alcanzado su punto culminante en
Inhibición, síntoma y angustia, no sólo no continuó avanzando, sino que
más bien retrocedió. En sus últimas contribuciones a la teoría, quitó fuerza a
algunos de sus grandes descubrimientos o los hizo a un lado y, ciertamente,
no extrajo de su propia obra todas las conclusiones. Puede haber habido
muchas razones, tales como la edad, su enfermedad y que acaso exista un
punto más allá del cual nadie, aunque sea un gran genio, puede ir con sus
descubrimientos. No obstante, estoy convencida de que la influencia de
[496] APENDICE B

Anna fue uno de los factores que lo hicieron retroceder. Pero eso no viene al
caso. El hecho es que la obra de Freud acerca del superyó deja esos grandes
descubrimientos, por así decir, en el aire. El gran adelanto hecho por
Abraham hacia la exploración de los niveles más profundos de la mente, en
sus trabajos sobre el sadismo oral y lo que él llamaba el nivel sadicoanal
más temprano, se orientaba en la misma dirección; pero tampoco la obra de
Abraham continuó, a causa de su muerte. De hecho el grupo vienes, bajo la
dirección de Anna Freud, se ha apañado considerablemente de las cuestio-
nes más importantes de Freud y de Abraham. También en otros lugares pue-
den observarse fuertes tendencias regresivas, o el desarrollo de ideas muy
divergentes. La muletilla de mi argumento es que tales descubrimientos, al
contener, como de hecho contienen, la semilla de un desarrollo ulterior del
psicoanálisis, resultan peligrosos de no seguir desarrollándolos y están tam-
bién en peligro de ser excluidos. La expansión de la obra de Freud en la
dirección por la que yo he optado, puede mantenerla viva en todo su signifi-
cado y en todas sus posibilidades. Esa es mi convicción; una convicción que
se funda en muchas observaciones, en el trabajo clínico y en el resultado de
muchas reflexiones. Usted mismo señala en su carta el gran peligro que
encierra para todo analista, y para el análisis en general, la tendencia a huir
de lo profundo y regresar. En ninguna parte es este peligro mayor que allí
donde se trata del superyó y de los niveles más profundos del inconsciente.
Esa es la razón por la cual afirmo en mi carta que si en nuestra sociedad pre-
valecen las tendencias regresivas, puede venirse abajo lo que es esencial al
psicoanálisis. Esas hostiles tendencias regresivas, aunque se dirigen particu-
larmente a mi obra, atacan de hecho también mucho de lo que el propio
Freud descubrió y afirmó entre 1920 y 1926. Es trágico que su hija, que
piensa tener que defenderlo de mí, no caiga en la cuenta de que yo estoy sir-
viéndolo mejor que ella.
REFERENCIAS

Lista de abreviaturas

BPS: British Psycho-Analytical Society J.o Int. J. Psuchoanal.: International Journal PQ: The Psychoanalytic Quartrerly.
[Sociedad Psicoanalítica Británica]. of Psycho-Analysis. PSA. ST. C.: Psychoanalytic Study of the
CO: Controversial Discussions JA: Jones Archives [Archivos de Jones]. Child.
[Controversias]. LGR Love, Guilt and Reparation [Amor, S. E .The Standard Edition of the Complete
EG: Envy and Gratitude [Envidia y gratitud] culpa y reparación]. Psychological Works of Sigmund Freud
IZP: Internationale Zeitschrif fur MKT: The MelanieTrust [AsociaciÓN [Edición inglesa de las Obras Completas
Psychoanalyse. Melanie Klein] de Freud].
Int. Rev. Psycho-Anal: International Review OHC: Oral History Research Library. Zbl Psychoanal: Jahrbuch de
of Psycho-Analisis. Columbia University. Psychoanalyse.

Primera parte: 7 First Contributions lo Psycho-Analy-


DE VIENA A BUDAPEST, sis, Londres, Maresfield Reprints,
1882-1920 1954, pág. 228.
8 lbid., pag. 247.
Capítulo cuarto: Crisis 9 Los derechos son propiedad de Enid
Balint.
1 MKT 10 Traducido (del alemán al inglés)
2 Entrevista con Bluma Swerdloff, 16 por Eva Harte de IZP, 6, 1920.
de marzo de 1963 (OHC). 11 LGR, pág. 18.
3 Michael Balint, Obituary, J., 1949, 12 LGR, pág. 35,
30, 217. 13 MKT
4 Pioneer of Pioneers, en Psychoana- 14 Comunicación personal.
lytic Pioneers, pág. 17. 15 Correspondencia de Strachey.
5 Lines of Advance in Psycho-Analytic 16 LGR, pág. 40.
Therapy, S.E, 17, pág. 164. 17 Comunicación personal.
6 Entrevista, 21 de diciembre de 1981. 18 EG, pág. 122
[498] R EFERENCIAS
19 LGR, pág.27. 22 S.E, 17. pig. 244.
20 S.E., 10. pág. 5. 23 Ibíd., pág. 248.
24 Abraham, op. cit., pág. 420.
Segunda parte: 25 S.E, 18, pág. 53.
BERLIN, 26 MKT.
1920-1926 27 MKT.
28 The Development of a Child
Capítulo primero: La protegida (1921), LGR, pig. 45.
29 Ibid., pág. 46.
1 MKT (gentileza de la señora Vroni
Gordon). Capítulo segundo: Limbo
2 JA.
3 JA. 1. Entrevista con la doctora
4 JA. Swerdloff, 5 de agosto de 1965
5 Gentileza de Edith Balint. (OHC).
6 Death and the Mid-Life Crisis, J., 2. Entrevista con Grant Allan, 28 de
1965, 46, cuarta parte, pág. 502. marzo de 1982.
7 MKT. 3. J. 1924,6.
8 Early Analysis (1923), LGR, pág. 94. 4. The Psycho-Analysis of Children,
Londres, Hogarth Press, 1975, pág. 37.
9 A Contribution to the Psychogenesis
5. Autobiografía (MKT).
of Tics (1925). LGR, pág. 106. 6. The Psycho-Analysis of
10 Early Analysis, LGR, pág. 103. Children, op. cit., pág. 50.
11 The Psychogenesis of Tics, LGR, 7. Entrevista con la doctora
pág. 121. Bluma Swerdloff, 5 de agosto
12 The School in Libidinal Develop- de 1965 (OHQ).
ment (1923), LGR. pág. 71. 8. Ahora en posesión de la
13 A Contribution to the Psychogenesis Asociación Melanie Klein.
of Tics, pág. 115. 9. New Beginning and the
14 S.E. 9. pág. 48. Paranoid and the Depressive
Syndromes, J., 1952, 33. Part II,
15 The Psycho-Analysis of Children,
pág. 214.
Londres, Hogarth Press 1975, pág. 32. 10. Entrevista con la doctora Bluma
16 The Psycho-Analytic Play Technique: Its Swerdloff, 13 de febrero de 1963
History and Significance (1955), EG. (OHC).
pág. 128. 11. Entrevista con la doctora Bluma
17 Ibíd. Swerdloff, 5 de agosto de 1965
18 Inhibitions, Symptoms and Anxiety (OHC).
(1926), S.E, 10, pág. 119. 12. Correspondencia de Strachey
19 A Psycho-Analytic Dialogue. The (British Library). Las restantes
Letters of Sigmund Freud and Karl citas incluidas en este capítulo
proceden de la misma fuente.
Abraham, 1906-27, Londres,
Hogarth Press, 1965, pág. 339. Capítulo tercero: Ostracismo
20 Ernest Jones, The Life and Work
of Sigmund Freud, Nueva York, 1 Correspondencia de Strachey
Basic Books, III, pág. 57. British Library). Todas las citas
21 Selected Papers of Karl de Strachey incluidas en este
Abraham, Londres, Maresfietd capítulo proceden de esta misma
fuente.
Reprints, 1979, pág. 138.
R EFERENCIAS [498]
2 MKT. University Press, 1971, págs.
3 Los derechos son propiedad de 252-253.
Sigmund Freud. 12 Journal of Abnormal Psychology,
4 Ibíd. (1911), 81-106. No aparece en la
5 MKT. La correspondencia entre quinta (y última) edición de:
Klein y Kloetzel procede de esa Ernest Jones, Papers on
misma fuente. Psycho-Analysis, Londres, Hogarth
Press, 1948, aunque figuraba en
Tercera parte: ediciones anteriores.
LONDRES, 13 Elizabeth R. Zetzel, Ernest Jones:
1926-1939 His Contribution to Psycho-Analytic
Theory, J., 1958, 39, pág. 314.
Capítulo primero: La Sociedad Psicoana- 14 Ernest Jones, The Origin and Stru-
lílica Británica
cture of the Super-Ego. J. 1926, 7,
pág. 304.
1 Entrevista con la doctora Bluma
15 JA.
Swerdloff, 11 de agosto de 1965
16 JA.
(OHC).
17 Los derechos son propiedad de
2 Ernest Jones, The Life and Works
Enid Balint.
of Sigmund Freud, Nueva York,
18 Los derechos son propiedad de Sigm-
Basic Books, III, pág. 129.
und Freud. La correspondencia entre
3 The Freud / Jung Letters: The
Jones y Freud pertenece a esa colec-
Correspondence Between
ción. La traducción de las cartas de
Sigmund Freud and C.G. Jung,
Freud [del alemán al inglés] ha sido
editado por William McGuire,
realizada por el doctor Hans Thomer.
traducción de Ralph Manheim y
19 Véase: K.R. Eissler, Talent and
R.F.C. Hull, Princeton (Nueva
Genius, Nueva York, Quadrangle
Jersey), Princeton University
Books, 1971, pág. 81; también:
Press, Boll ingen Series XCIV.
Paul Roazen, Brother Animal,
1974. pág. 101.
Nueva York, Alfred A. Knopf,
4 Ibíd. (8 de diciembre de 1907),
1969, pág. 100 y Freud and His
pág. 102.
Followers, Nueva York, Alfred
5 Ibíd. (18 de julio de 1908), pág. 165.
Knopf, 1975, págs. 438 y sigs. La
6 Presentado en la Conferencia
relación más completa se halla en:
Anual de la Sociedad Canadiense
Uwe Hinrik Peters, Anna Freud:
de Historia de la Medicina,
A Life Dedicated to Children,
Universidad de Columbia
Londres. Weindenfeld and
Británica, el 8 de junio de 1983.
Nicholson, 1985.
7 Vincent Brome, Ernest Jones:
20 Anna Freud, The Psycho-Analytical
Freud's Alter Ego, Londres,
Treatment of Children, Londres,
Caliban, 1982, pág. 66.
Imago, 1946, pág. ix.
8 Freud / Jung Letters..., op. cit. (7
21 J., 1979,60, Part 3, pág. 286.
de marzo de 1909), pág. 208.
22 Anna Freud, op. cit., pág. 9
9 Jones, Life, op. cit., III, pág. 58.
23 Ibíd., pág. 31.
10 Ibíd., pág. 152.
24 Ibíd., pág. 45.
11 El 13 de enero de 1911, en Nathan
25 S.E, 10. pág. 144.
G. Hale Jr. James Jackson Putnam,
26 J., 1927, 8, pág. 340.
Cambridge (Massachusetts),
27 Ibíd., pág. 342.
Harvard
28 Ibíd., pág. 345.
[500] R EFERENCIAS
29. Ibíd., pág 347. 7 S.E., 2l, pág. 132.
30. Ibíd., pág 352. 8 Ibíd., pág. 138.
31. Ibíd., pág 357. 9 Ibíd.
32. Ibíd., pág 358. 10 Ibíd., pág. 130.
33. Ibíd., pág 376. 11 ibíd.
34. Ibíd., pág 384. 12 Los derechos son propiedad de
35. Ibíd., pág 384. Enid Balint
36. The Writings of Anna Freud, Nueva 13 Entrevista, 8 de octubre de 1981.
York, International Universities Press 14 Entrevista, 27 de noviembre de
1974, voi. 1 (1922-1935), “Intro- 1982.
duction”. pág. viii. 15 MKT.
37. S.E, 20, pág. 148. 16 The Psycho-Analysis of Children,
38. LGR, pág. 187. Londres, Hogarth Press, 1975.
39. Journal of the Otto Rank Society, pág. 260.
1981.16, 3-38. 17 Papers on Psycho-Analysis, op.
40. Ernest Jones, Papers on Psycho- cit., pág. 162.
Analysis, Londres, Maresfield 18 Ibíd.
Reprints, 1948, 5 pág. 452. 19 S.E, 21, pág. 120.
41. LGR, pág. 192. 20 Jones, Life, III, pág. 277.
42. Ibíd., pág 193. 21 Colección de Eric Clyne.
43. Ibíd., pág 194. 22 J., 1933,14, 119.
44. Ibíd., pág 196. 23 Ibíd.
45. Ibíd. 24 Ibíd., pág. 124.
46. Ibíd., pág 217. 25 Ibíd., pág. 126.
47. S.E., 21, pág. 242. 26 Ibíd., pág. 127.
27 Entrevista con la doctora Bluma
Capítulo segundo: Gallito del lugar Swerdloff, agosto de 1965 (OHC).
28 JA.
1 Ernest Jones, Papers on Psyc- 29 PQ, 1933,2,143.
ho-Analysis, Londres, Maresfieid 30 Ibíd., pág. 145.
Reprints, 1948, 5, pág. 116. 31 Gregory Zilboorg, PQ, 1933, 2,
2 Entrevista, 15 de marzo de 1983. 152-154.
Véase: (Joanna Field), On Not 32 MKT.
Being Able to Paint, Nueva York, 33 Colección de Eric Clyne.
International Universities Press, 34 A Contribution to the History of the
1957; A Life on One's Own, Psycho-Analytical Movement in
Londres, Chatto and Windus, Britain, en: British Journal of
1936, y The Hands of the Living Psychiatry, enero de 1971, 118,
God: An Account of a Psycho-Analytical pág. 63.
Treatment, Londres y Nueva 35 Comunicación personal.
York, Hogarth e International 36 Papers on Psycho-Analysis, op.
Universities Press, 1969. cit., pág. 438.
3 LGR, pág. 231. 37 Ibíd., pág. 440.
4 Véase: Autistic Disturbances of 38 Ibíd., pág. 452.
Affective Contact, en: The 39 Ibíd., pág. 453.
Nervous Child, 1943.2, 217-250. 40 Ibíd., pág. 455.
5 Comunicación privada. 41 Ibíd., pág. 463.
6 LGR, pág. 230. 42 Ibid., pág. 466.
43 S.E, 21, pág. 229.
R EFERENCIAS [501]
44 Papers on Psycho-Analysis, op. 9 Colección de Eric Clyne.
cit, pág. 475. 10 Actas del Instituto Británico de
45 Helene Deutsch, The Significance Psicoanálisis.
of Masochism in the Mental Life 11 Entrevista, 17 de septiembre de 1981.
of Women, J., 1930, 11,53. 12 LGR, pág. 267.
45 Karen Horney, The Flight from 13 Ibíd., pág. 270.
Womanhood 1926, 7, 337. 14 Ibíd., pág. 274.
47 The Psycho-Analysis of Children, 15 Notes upon a Case of Obse-
op. cit., pág. 324. ssional Neurosis, S.E., 10, pág. 241.
48 Papers on Psycho-Analysis, op. cit, 16 LGR, pág. 276.
pág. 484. 17 JA.
49 James Strachey, Some Unconscious 18 11 de enero de 1935 (JA).
Factors in Reading, J., 1930, 11,330. 19 Ernest Jones, Papers on Psycho
50 James Strachey, The Notare of the -Analysis, Londres, Maresfield
Therapeutic Action of Psycho- Reprints, 1948, pág. 484.
Analysis, J., 1934, 15,138. 20 Ibíd.
51 Ibíd., pig. 143. 21 Female Sexuality (1931), S.E., 21.
52 Ibíd., pág. 150. pág. 226.
53 Ibíd., pig. 151. 22 Papers on Psycho-Analysis, op.
54 Edward Glover, An Investigation of cit, pág. 491.
the Technique of Psycho-Analysis, 23 Ibíd.
Londres Balliere, Tindall and Cox, 24 Edward Glover, The Technique of
1940, págs. 280-281. Psycho-Analysis, Londres, Bailliere,
55 A Character Trait of Freud’s, en: Tindall and Cox, 1940, pág. 168.
Freud As We Knew, editado por Hen- 25 29 de abril de 1938 (JA).
drik M. Ruitenbeck, Detroit, Wayne 26 The Future of Psycho-Analysis,
State University Press, 1956, pág. 356. J., 17, 274.
56 Ibíd., pág. 130. 27 Ibíd. pág. 275.
57 Citamos la correspondencia entre 28 ibíd.
Jones y Freud con la autorización de 29 Ibíd.
la Sigmund Freud Copyrights Ltd. 30 On the Genesis of Psychical Conflict
58 Jones, Life, op. cit., Ill, pig. 196. in Earliest Infancy, J., 1936, 17, 401.
31 Ibíd., pág. 407.
Capítulo tercero: Duelo 32 Ibíd.
33 Ibíd., pág. 413.
1 The Play-Analysis of a Three- 34 The Problem of the Genesis of Psy-
Year-Old Girl, J., 1934, 15, 248. chical Conflict in Earliest Infancy, J.,
2 Ibíd., pág. 258. 1936, 18, 442.
3 Ibíd. 35 Ibíd., pág. 447.
4 Ibíd., pág. 264. 36 Ibíd., pág. 450.
5 A Contribution to the History of the 37 Edward Glover, Medical Psychology
Psycho-Analytical Movement in Bri- or Academic (Normal) Psychology,
tain, en: The British Journal of Psy- en: British Journal of Medical Psy-
chiatry, enero de 1971, 118, pág. 63. chology, 1934,14, págs. 36 y 40.
6 Comunicación personal. 38 Waelder, op. cit., pág. 460.
7 Entrevista, 24 de septiembre de 1981. 39 J., 1937, 18,132.
8 Entrevista, 22 de febrero de 1982. 40 JA.
[502] R EFERENCIAS
41 J., 198, 19, 115. Books, 1957, III, pág. 221.
42 Ibíd., pág. 116. 16 Entrevista con Clare Winnicott, 18
43 Anna Freud, The Ego and the de septiembre de 1981.
Mecanism of Defence, Londres, 17 J., 1941, 22, 37-43.
Hogarth Press, 1979, pág. 29. 18 On the Bringing Up of Children,
44 J., 1938, 19, 125. editado por John Rickman, Londres,
45 Anna Freud, op. cit., pág. 58. Routledge and Keagan Paul, 1936,
46 Ibíd., pág. 103. pág. xii
47 Ibíd., pág. 112. 19 Entrevista por Pearl King, 1974.
48 Ibíd., pág. 125. 20 Ibíd.
49 S. E., 22, pág. 80. 21 Entrevista con la doctora Bluma
50 S. E., 23, pág. 222. Swerdloff, 28 de julio de 1965
51 Ibíd., pág. 133. (OHC).
52 Correspondencia de Strachey 22 Ibíd.
(British Library 23 Actas de la Sociedad Británica de
53 Melitta Schmiedeberg, After the Psicoanálisis.
Analysis…, PQ, 1938, 7, 127. 24 J., 1940, 21, 282.
54 Ibíd., pág. 128. 25 Colección de Clifford Scott.
55 Ibíd 26 Paula Heimann, A Contribution to
56 Ibíd., pág. 138. the Problem of Sublimation and
57 Actas del Instituto Británico de Its Relation to Processes of Inter-
Psicoanálisis. nationalization, J., 1942, 22, 8.
58 Ibíd 27 Ibíd., pág. 17.
59 Comunicación Personal. 28 Jones, Life, op. cit., III, pág. 243.
29 Gentileza de Madeleine Davis.
Capítulo cuarto: La llegada de los Freud
Cuarta parte:
1 LGR, pág. 297 CAMBRIDGE Y PITLOCHRY
2 Gentileza de Madeleine Davis. 1939-1941
3 The Observer, 25 de septiembre de
1966. Capítulo primero: Dilación
4 MKT
5 JA 1 MKT.
6 LGR, pág. 325. 2 MKT.
7 Ibíd., pág. 336. 3 MKT.
8 Ibíd., pág. 321. 4 MKT.
9 Ibíd., pág. 323. 5 S.E., 14, pág. 255.
10 The Diary of Virginia Woolf, 6 LGR, pág. 356
editado por Anne Olivier Bell, 7 Ibíd.
Londres, Hogarth Press, 1984, V: 8 Ibíd., pág. 362.
1936-1941, pág. 209. 9 Gentileza de Madeleine Davis.
11 JA. 10 Gentileza de Madeleine Davis.
12 JA. 11 Gentileza de Madeleine Davis.
13 JA. 12 Gentileza de Madeleine Davis.
14 Entrevista con Pearl King, 1974. 13 Colección de Clifford Scott.
15 Ernest Jones, The Life and Work of 14 Colección de Clifford Scott.
Sigmund Freud, New York, Basic 15 MKT.
16 MKT.
R EFERENCIAS [503]
17 MKT. Quinta parte:
18 MKT. LAS CONTROVERSIAS,
19 BPS. 1942-1944
20 MKT.
21 Gentileza de Madeleine Davis. Capítulo primero: Remido de las
22 Colección de Gifford Scott hostilidades
23 Gentileza de Madeleine Davis.
1 MKT.
24 MKT.
2 JA.
25 MKT.
3 JA.
26 Colección de Clifford Scott
4 MKT.
27 Gentileza de Madeleine Davis.
5 OHC.
28 Gentileza de Madeleine Davis.
6 MKT
Capítulo segundo: Richard 7 Entrevista con Bluma Swerdloff,
29 de julio de 1965 (OHC).
1 Gentileza de Madeleine Davis. 8 MKT.
2 Colección de Clifford Scott 9 MKT.
3 MKT. 10 MKT.
4 LGR, pág. 372. 11 JA.
5 Ibíd., pág. 419. 12 17 de febrero de 1942 (MKT).
6 Ibíd., pág. 374. 13 MKT.
7 Colección de Gifford Scott 14 Actas, BPS.
8 MKT. 15 Ella Sharpe, Technique of
9 MKT. Psycho- Analysis, J., 1930,11, 11.
10 J.O. Wisdom. Freudian Offspring, 16 Véase: Pure Art and Pure Science, J.,
en: Time and Tide, 2 de marzo de 1935, 16. También: Collected Papers
1961, pág. 330. on Psycho-Analysis, Londres,
11 No Mans Formula, en: Bulletin of Hogarth Press, 1950.
the European Psychoanalytical 17 13 de julio de 1942 (MKT).
Federation , 1977, núm. 8, pág. 13. 18 Actas, BPS.
12 Elisabeth R. Geleerd, Evaluation 19 MKT
of Melanie Klein's Narrative of a 20 MKT
Child Analysis', J., 1963, 44, 495. 21 30 de marzo de 1942 (MKT).
13 Ibíd., pág. 506. 22 s.d. (Gentileza de Madeleine
14 Ibíd., pág. 504. Davis).
15 Ibíd., pág. 505. 23 Actas, BPS.
16 Narrative of a Child Analysis, J., 24 MKT.
1963. 44.507-513. 25 18 de abril de 1942 (MKT).
17 Ibíd., pág. 508. 26 21 de abril de 1942 (MKT).
18 Ibíd., pág. 512. 27 2 de mayo de 1942 (MKT).
19 MKT. 28 2 de mayo de 1942 (MKT).
29 5 de mayo de 1942 (MKT).
30 Véase: Brierley, ‘Internal Objects'
and Theory.J., 1942, 22, 107-112.
31 Ibíd., pág. 109.
32 Entrevista, 5 de diciembre de 1981.
33 7 de mayo de 1942 (MKT).
34 MKT.
[504] R EFERENCIAS
35 MKT. Capítulo tercero: El pacto de damas
36 Entrevista, 27 de noviembre de 1982. 1 S.E, 18, pág. 253.
37 22 de mayo de 1942 (MKT). 2 Ibíd., pág. 247.
38 22 de mayo de 1942 (MKT). 3 Acas, BPS.
39 MKT 4 Entrevista, 15 de marzo de 1983.
40 28 de mayo de 1942 (MKT). 5 Colección de Clifford Scott.
41 31 de mayo de 1942 (MKT). 6 JA.
42 5 de junio de 1942 (MKT). 7 Entrevista, agosto de 1965 (OHC).
43 Actas, BPS. 8 ibíd.
44 MKT. 9 Entrevista, 29 de julio de 1965
45 17 de junio de 1942 (MKT). (OHC).
10 Ibíd.
Capítulo segundo: Mujeres en guerra 11 Ibíd.
12 JA.
1 An investigation of the Technique of 13 JA.
Psycho-Analysis, Londres, Bailliere, 14 JA.
Tindall and Cox, 1940. pág. 139. 15 (OHC).
2 Ibíd., pág. 141. 16 (OHC).
3 MKT. 17 Gentileza de Madeleine Davis. .
4 MKT 18 Entrevista, 17 de septiembre de 1981.
5 MKT. 19 Entrevista, 15 de marzo de 1983.
6 MKT. 20 Entrevista con la doctora Bluma
7 MKT. Swerdloff, 29 de julio de 1965(OHC).
8 MKT 21 Entrevista, 16 de noviembre de 1981.
9 Vincent Brome, Ernest Jones: 22 Véase: The Education of a Psycho
Freud's Alter Ego, Londres, -Analyst: The British Experience,
Caliban Books, 1982, pág. 207. en: Bulletin of the British Psycho-
10 Los artículos se publicaron en: Analy. ticat Society, febrero de
Klein y col., Developments in 981, 2, 93-107: The Life and Work
Psycho- Analysis, 1952. of Melanie Klein in the British
11 Anna Freud, The Ego and the Psycho-Analytical Society, J.,
Mechanism of Defence, Londres, 1983, 64, 251-260.
Hogarth Press, 1979, pág. 52. 23 Entrevista, 17 de enero de 1982.
12 S.E, 17, pág. 159. 24 Entrevista, 12 de marzo de 1982.
13 S.E., 18, pág. 32. 25 Entrevista con Pearl King, 1974.
14 Entrevista, 17 de septiembre de 26 Entrevista, 17 de septiembre de 1981.
1981. 27 Entrevista, 2 de enero de 1982.
15 MKT.
16 MKT. Sexta parte:
17 MKT. EL MUNDO DE POSTGUERRA,
18 MKT 1945-1960
19 Gentileza de Madeleine Davis.
20 MKT. Capítulo primero: Madres e hijas
21 MKT
22 MKT. 1 Colección de Clifford Scott.
2 Celebración del centenario de Melanie
R EFERENCIAS [505]
Klein. Cínica Tavistock. 17 de 29 The Psycho-Analysis of Children
julio de 1982. pág. 228
30 Ibíd., pág. 216.
3 Actas, BPS. 31 LGR, pág. 310.
4 Véase: LGR, pág. 363.
5 Colección de Clifford Scott. Capítulo segundo: La matnarca
6 EG. pág. 5.
7 EG, pág. 9. 1 JA.
8 S.E. (1911), 12, pág. 77. 2 Marie Bonaparte, Five Copy -Books,
9 Entrevista, 2 de febrero de 1982. Londres, Imago, 1953, IV, págs.
10 Contribution to the Psychopatho- 313-314.
logy of Psychotic States: The 3 Psychoanalytic Study of the Child,
Importance of Projective 1945, I, pág. 125.
Identification in the Ego Structures 4 EG, pág. 52.
and the Object Relations of the 5 Entrevista. 16 de diciembre de
Psychotic Patient. 1983.
11 Colección de Gifford Scott 6 Comunicación personal.
12 Entrevista, 13 de marzo de 1982. 7 MKT.
13 Véase: The Work of Hanna Segal, 8 Colección de Eric Clyne.
Nueva York y Londres, Jason Aron- 9 Entrevista, 17 de enero de 1982.
son, 1981,101-120; y Herbert Rosen- 10 Developments, pág. 198.
feld. Psychotic States, Londres, 11 The Psycho-Analysis of Children,
Hogarth Press, 1965, 13-33. pág. xi
14 Comunicación personal. 12 The Unconscious Motives of War,
15 Véase: Jacques Lacan, Écrits, Londres, George Allen and
Londres, Tavistock Publications, Unwin, 1957, pág. 260.
1977, 1- 7. 13 J., 1952. 33. Part 2,214-224.
16 Colección de Gifford Scott 14 Developments, pág. 206.
17 Entrevista, 30 de marzo de 1982. 15 Ibid., pág. 90.
18 On the History of the Psycho- 16 Entrevista, 15 de marzo de 1983.
Analytic Movement (1914), S. E., 17 Entrevista con Pearl King, 1974.
14, pág. 51. 18 Carta a Gifford Scott 30 de mayo de
19 Véase: S.E, 11, pág. 145. 1951 (Colección de Gifford Scott).
20 Paula Heimann, On Counter- 19 J., 1953, 34, Part 2,94.
Transference, J., 1950, 31, 83. 20 Ibíd., pág. 95.
21 D. Winnicott, Hate in the Counter- 21 Entrevista, 8 de diciembre de 1981.
Transference, en: Through Paedia- 22 Between Reality and Fantasy,
trics to Psycho-Analysis, Londres, editado por Simon A. Grolnick y
Hogarth Press, 1978, pág. 195. Leonard Barkin, Nueva York, Jason
22 Ibíd., pág. 197. Aronson, 1978, págs. 38-39.
23 Heimann, op. cit., 82. 23 Entrevista, 22 de diciembre de 1981.
24 Joseph Sandler, Christopher Dare, 24 Entrevista, 8 de diciembre de 1981.
Alex Holder. The Patient and the 25 Entrevista, 8 de octubre de 1981.
Analyst. Londres, Maresfield 26 26 de diciembre de 1956
Reprints, 1979, pág. 66. (Colección de Gifford Scott).
25 Winnicott, op. cit., pág. 199. 27 Gentileza de los Archivos de Psiquia-
26 Entrevista con Pearl King, 1974. tría, Hospital de Nueva York, Centro
27 Entrevista. 22 de marzo de 1983. Médico Cornell (a continuación se
28 Winnicott, op. cit., pág. 73.
[506] REFERENCIAS
remite a él como "Cornell"). 12 Ibíd., pág. 225.
28 Comunicación personal. 13 Ibíd.
29 Cornell. Agradezco a Use 14 Walter G. Joffe, A Critical Review
Heilman por haberme informado of he Status of the Envy Concept,
de los antecedentes. J., 1969, 50 pág. 533.
30 3 de octubre de 1957 (Cornell). 15 Ibíd., pág. 538.
31 Ibíd. 16 D.W. Winnicott, On Envy, Case Con-
32 Entrevista, 22 de diciembre de 1981. ference, Tavistock. 1957, pág. 178.
33 Comunicación personal. 17 Entrevista, 2 de febrero de 1982.
34 The Nature of the Child's Tie to 18 EG, pág. 206.
His Mother, J., 1958, 39, 354. 19 Entrevista, 12 de marzo de 1983.
35 21 de junio de 1957 (Cornell). 20 EG, pág. 207.
36 Entrevista, 30 de noviembre de 1981. 21 Ibíd.
37 22 de junio de 1957 (Cornell). 22 Ibíd.
38 7 de noviembre de 1958 (Comell). 23 Ibíd., pág. 208.
39 Separation Anxiety, J., I960, 41, 106. 24 Ibíd., pág. 209.
40 Anna Freud, Discussion of Dr. John 25 Ibíd.
Bowl by s Paper, en: Psychoanalytic 26 Ibíd., pág. 232.
Study of the Child Cd, 1960.15, pág. 54. 27 Entrevista, 21 de diciembre de 1981.
41 Entrevista, 23 de noviembre de 1981. 28 EG, pág. 210.
42 5 de noviembre de 1958 (Cornell). 29 MKT.
43 Entrevista, 24 de enero de 1982. 30 MKT.
44 Entrevista, 12 de febrero de 1982. 31 Entrevista, 18 de marzo de 1983.
45 Entrevista, 30 de marzo de 1982. 32 Entrevista, 12 de marzo de 1983.
46 Entrevista, 30 de marzo de 1983. 33 Ibíd.
47 Entrevista. 20 de febrero de 1982. 34 Entrevista, 14 de febrero de 1983.
48 Entrevista, 17 de marzo de 1981. 35 Véase: Bemenkungen zur Sublimie-
49 Entrevista, 8 de diciembre de 1981. rung, en: Psyche, 1958, 13, 397- 414.
50 Entrevista, 17 de enero de 1982. 36 Gentileza de los Archivos de
Psiquiatría, Hospital de Nueva
Capítulo tercero: Envidia York, Centro Médico Cornell.
37 15 de junio de 1958 (Cornell).
1 Entrevista, 13 de marzo de 1983.
2 MKT.
3 Comunicación personal. Capítulo cuarto: Lucha política
4 Margaret Little, Transference
Neurosis and Transference 1 19 de diciembre de 1949
Psychosis, Nueva York, Jason (Colección de Clifford Scott).
Aronson, 1981, pág. 270. 2 14 de febrero de 1950 (Colección
5 The Annual Survey of de Clifford Scott).
Psycho-Analysis, 1953,4. 91-93. 3 s.d. (Colección de Clifford Scott).
6 EG, pág. 174. 4 19 de junio de 1958 (Colección de
7 Ibíd., pág. 165. Clifford Scott).
8 Entrevista, 18 de diciembre de 1983. 5 Entrevista, 12 de marzo de 1982.
9 Entrevista, 18 de diciembre de 1983. 6 Entrevista, 17 de diciembre de 1981.
10 Entrevista, 12 de febrero de 1982. 7 Entrevista, 2 de febrero de 1982.
11 EG, pág. 181. 8 Oliver Lyth, Obituary of Bion, J.,
1980, 61, 271.
R EFERENCIAS [507]

9 Group Dynamics, en: Experience Time, en: Encounter, abril de


in Groups, Londres, Tavistock, 1959, pág. 43.
1961, pág. 141. 13 Entrevista, julio de 1982.
10 Entrevista, 19 de enero de 1982. 14 PQ, 1933, 2, pág. 149.
11 Gentileza de Madeleine Davis. 15 Quelques souvenirs personnels sur
12 Entrevista, 17 de enero de 1981 Melanie Klein, comunicación presen-
13 Entrevista, 22 de diciembre de 1981. tada en la conferencia Melanie Klein
14 Ernest Jones, The Life and Work, aujourd´ hui, celebrada por la Société
of Sigmund Freud, Nueva York, Psychanalytique de Paris, 27 de
Basic Books, 1955, II, pág. 261. noviembre de 1982.
15 Ibíd., págs. 272-273. 16 Entrevista, 18 de marzo de 1982.
16 Ibíd., pág. 319. 17 Record of a Friendship: The Corres-
pondence of Wilhelm Reich and A.S
17 12 de noviembre de 1955 (JA).
Neill, editado por Beverley R. Plac-
18 Life, III., pág. 137.
zek, Nueva York, Farrar, Strauss
19 Ibíd., pág. 197.
Giroux, 1981, págs. 398, 399.
20 Ibíd., pág. 290.
18 Entrevista, 2 de febrero de 1982.
Capítulo quinto: Los últimos años 19 Entrevista, 9 de enero de 1982.
20 Melanie Klein As I Have Known Her,
1 MKT. Celebración del centenario del nací
2 Gentileza de Thomas Vágó. miento de Melanie Klein. Clinic.
3 Comunicación personal. Tavistock, 17 de julio de 1982.
4 Entrevista, 10 de febrero de 1982. 21 Entrevista, 18 de septiembre de 1981.
5 [Wilfred Bion) Bion m New York, 22 Bion in New York and Sao Paulo,
and Sâo Paulo, Perthshire, Gunie op cit., pág. 37.
Press, 1980, pág. 86. 23 EG, pág. 249.
6 Comunicación personal. 24 Ibíd., pág. 259.
7 Entrevista, 2 de septiembre de 1982. 25 The Guardian, 16 de mayo de 1960.
8 Joyce McDougall y Serge Lebovici, 26 Entrevista, 22 de febrero de 1982.
Dialogue with Sammy, Londres, 27 The Maturalional Processes and the
Hogarth Press, 1969, págs. 4 y 5. Facilitating Environment, Londres.,
9 Jonathan Miller, States of Mind, Hogarth Press, 1965, pág. 36.
Nueva York, Methuen, 1983, pág. 28 EG, pág. 300.
255. 29 Entrevista, 14 de marzo de 1982.
10 EG, pág. 240. 30 EG, pág. 266.
11 Gentileza de Madeleine Davis. 31 Gentileza de Thomas Vágó.
12 Richard Wollheim, A Critic of Our 32 MKT

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