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Melanie Klein
Su mundo y su obra
Conocida como la mujer que se atrevió a desafiar las
teorías tic Sigmund Freud. la importancia de Melanie
Klein en el terreno del primer psicoanálisis aún no ha
obtenido Inconsideración que merece. Basándose en
una gran cantidad de documentos inéditos y en amplias
entres islas con personas que conocieron a Melanio
Klein y trabajaron con ella. Phyllis Gross- kurth ha
escrito una biografía fascinante y compleja. una
soberbia relación de los acontecimientos externos o
internos que conformaron la existencia de esta
psicoanalista austríaca, autora, entre otros, de textos
básicos como El psicoanálisis de niños o Amor, culpa
y reparación (ambos editados también por Paidós, en el
marco de la publicación de sus obras completas).
Lo curioso de este libro es que. a graneles rasgos, la
biografiada se aparece como uno de esos poetas ro-
mánticos que lu tradición quiere condenados a la
desgracia y la tragedia. Víctima de una juventud
frustrante y de un matrimonio infeliz, ««redimida» por
la lectura de las obras de Freud. envuelta en un
torbellino de análisis y contranálisis. y amargamente
enfrentada a la hija del hombre que la «salvó» -Anna
Freud-. Klein parece casi un personaje ficticio
implicado en acontecimientos que continuamente le
superan, pero también hecho carne, realizado en la
tonalidad atrozmente sombría de sus concepciones
teóricas. Yendo mucho más allá que Freud, atribuyó
impulsos violentos y sádicos al universo infantil,
estudió la depresión, (a ansiedad y el complejo de
culpa, y se concentró en el concepto de agresividad,
que en sus estructuras teóricas venía a sustituir a la
libido freudiana. Esta visión sumamente pesimista de la
condición humana se basa en los impulsos destructivos
de la especie, pero también es consecuencia de una
mente atormentada desde la hez que Grosskurth se
dedica a explorar con curiosidad de entomólogo.
_
MELANIE KLEIN
________________
Su mundo y su obra
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PHYLLIS GROSSKURTH
MELANIE KLEIN
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Su mundo y su obra
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PAIDOS
editorial
ISBN: 968-853-180-4
Impreso en México
Printed in México
A MI HIJO BRIAN,
CON AMOR Y GRATITUD
Nunca hemos presumido de que nuestro conocí-
miento y nuestra capacidad sean completos y
concluyentes. Estamos ahora tan dispuestos como
antes a admitir las imperfecciones de nuestra
comprensión, a aprender cosas nuevas y a
modificar nuestros métodos del modo como su
perfeccionamiento exija.
SIGMUND FREUD, Lines of Advance in
Psycho- Analytic Therapy (1919).
Estas fueron las primeras palabras que Melanie
Klein escuchó pronunciar a Freud.
INDICE
PROLOGO 11
CRONOLOGIA 485
APENDICES 491
REFERENCIAS 497
BIBLIOGRAFIA 509
AGRADECIMIENTOS 527
S
e ha asumido, en general, que Melanie Klein dejó poca documenta-
ción acerca de su vida. En realidad existe abundante material, conser-
vado en gran parte por la Asociación Melanie Klein. Inevitablemente
he experimentado la frustración de encontrarme con un completo silencio
a propósito de algunos episodios y de algunas de sus relaciones, pero creo,
en razón de los muchos documentos disponibles, que ahora estamos en
condiciones de valorar la relación entre la mujer y su obra. La
Asociación Melanie Klein ha depositado los papeles de Klein en el Instituto
Wellcome de Historia de la Medicina, donde otros estudiosos podrán
examinarlos y valorarlos por sí mismos.
No podría haber emprendido la elaboración de este libro de no
haber contado con las bases teóricas y biográficas establecidas por la
doctora Hanna Segal en su Introduction to the Work of Melanie Klein
(1978) y en su Klein (Fontana Modern Masters Series, 1979). Las notas
de Edna O' Shaughnessy acerca de las Collected Works han sido para mí
sumamente valiosas. La doctora Segal y la Asociación Melanie Klein me
han permitido consultar sin restricciones los papeles de Klein, y se han
esforzado de muchísimas maneras por ayudarme en mi trabajo. El hijo
de Klein, Eric Clyne, me ha permitido examinar documentación familiar,
me ha sugerido otras posibles fuentes de información, y ha respondido
pacientemente a mis persistentes preguntas. Tiene, afortunadamente, una
memoria extraordinaria para lo que él llama “trivialidades”; pero lo que a
él podría parecerle trivial, resulta de incalculable valor para el biógrafo.
También sus parientes me han ayudado muchísimo. Dispersos hasta los
más lejanos confines del mundo por las persecuciones, la guerra y la
revolución, su historia constituye una diáspora en miniatura.
Estoy también muy agradecida a la Sociedad Británica de Psicoanálisis.
Decenas de psicoanalistas me han concedido parte de su tiempo, por lo que
[12]
PROLOGO
me complacerá mencionarlos para manifestarles mi agradecimiento, junto a
muchas otras personas que me han ayudado, al final de este libro. El doctor
Dermis Duncan, que fue archivista del Instituto Británico de Psicoanálisis, me
permitió gentilmente consultar sus archivos. Pearl King, ex presidente de la
Sociedad Británica de Psicoanálisis, y su actual archivista, me han guiado a
través de su historia, y generosamente me han permitido citar material inédito.
Tanto John Jarrett, administrador del Instituto, como Jill Duncan, su
bibliotecaria, me han proporcionado una amabilísima e ilimitada ayuda.
Muchas personas han intervenido en la traducción del material en lengua
alemana, pero en su mayor parte esa traducción ha sido obra de Bruni Schling,
cuya precisa tarea ha sido invalorable, en especial para los capítulos referentes a
los primeros años de Melanie Klein.
También deseo agradecer a mis alumnos de los Women’s Studies at New
College, de la Universidad de Toronto, por haberme alentado y haber
contribuido con su discusión.
Ninguna biografía es definitiva. Otros estudiosos corregirán y trabajarán
mi interpretación de Melanie Klein. Este libro podría haberse enriquecido de
haber podido consultar la correspondencia entre Freud y Karl Abraham y entre
Freud y Joan Riviere, la cual permanece en la Biblioteca de) Congreso con una
prohibición que rige hasta el año 2000. Esta consulta me fue denegada por el
doctor K.R Eissler, que era entonces secretario de los Archivos de Sigmund
Freud. Su actitud ha sido una dramática excepción a la cooperación que recibí en
otros lugares.
El autor de una biografía sólo puede crear la figura aproximada de un ser
consciente; y si la mujer que emerge de ésta no.es la que algunas personas
recuerdan, invito al lector a que considere que en el curso de nuestras vidas cada
uno de nosotros representa distintos personajes en su relación con los demás.
Mi libro termina con la muerte de Melanie Klein en 1960, pero la historia
en modo alguno concluye allí. Elizabeth Bou Spillius ha escrito acerca de las
elaboraciones del pensamiento kleiniano en la Sociedad Británica (“Some
Developments from the Work of Melanie Klein”, International Journal of
Psycho-Analysis [1983]64, Tercera parte, 321-332).
Quedan por escribir muchos libros acerca de la difusión y el desarrollo de
las ideas kleinianas en todo el mundo.
Pocas profesionales se han visto sometidas a tanta malicia y a rumores,
aceptados como hechos, tan numerosos como los que debió soportar Klein
durante su vida y después de su muerte. Espero haber presentado en este libro
una valoración más equilibrada.
Phyllis Grosskurth
Toronto, 1985
PRIMERA PARTE
__________________
1882-1920
De Viena a Budapest
UNO
Recuerdos tempranos
* En esa época Galitzia era parte del Imperio austro-húngaro. Como país independiente,
Polonia se formó después de la Primera Guerra Mundial. Tras la Segunda Guerra Mundial,
Lvov fue tomada por los rusos y es ahora parte de Ucrania.
[18] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
ció a sus piadosos y sencillos padres que había aprobado los exámenes pre-
vios a la matriculación y que, peor aún, se proponía estudiar medicina.
Mientras estuvo en la Escuela de Medicina (presumiblemente en Lvov) se
ganaba el sueldo haciendo de preceptor. Muchos años más tarde le contó a su
hija que cuando estaba haciendo sus primeros exámenes sabía que su madre,
en casa, rezaba para que le fueran mal. Cuando terminó sus exámenes había
roto completamente con la tradición ortodoxa, si bien nunca cortó los lazos
que lo unían a la familia.
Cuando era niña, a Melanie le agradaba escuchar acerca de la valentía
de su padre durante una epidemia de cólera. En respuesta a una demanda de
médicos para asistir a las aldeas polacas, no sólo lo hizo sino que, a diferencia
de otros médicos, que preferían explicar a las víctimas desde la ventana lo que
debían hacer, Moriz Reizes entraba osadamente en las viviendas y trataba a
los pacientes como lo hubiera hecho si ellos hubiesen padecido cualquier otro
mal. Al volver halló una carta de su madre en la que le rogaba que no
arriesgase la vida. Es irrelevante que ese acto de heroísmo realmente haya
tenido lugar o no: Klein creía que así había sido.
Moriz Reizes estuvo casado dos veces, pero Klein no precisa los
detalles del primer matrimonio. Probablemente tuvo lugar antes de iniciar él
sus estudios de medicina, puesto que se casó por el rito judío con una
muchacha a la que nunca había visto antes de la boda. El matrimonio no tuvo
éxito y “pronto se disolvió” cuando, según el cálculo de Klein, su padre tenía
unos treinta y siete años. No se consigna ninguna razón, pero ello es muestra
de su independencia y su rebeldía.
Promediaba los cuarenta cuando, de visita en Viena, conoció a una
belleza de negros cabellos, Libussa Deutsch, alojada en la misma casa de
huéspedes. Inmediatamente se enamoró de aquella “culta, ingeniosa e inte-
resante” joven de tez blanca, finos rasgos y ojos expresivos. El certificado de
defunción de Libussa revela que había nacido en 1852, veinticuatro años
después que su entonces futuro marido. Si era tan bella e hija de un rabino,
¿por qué se casó con ese polaco desconocido, de quien no hay indicios de que
estuviera locamente enamorada?
En realidad Reizes trabajaba como profesional en Deutsch-Kreutz,
una pequeña aldea (que más tarde se convertiría en la localidad austríaca de
Burgenland) situada a unos ciento treinta kilómetros de Viena, y a cuatro o
cinco kilómetros dentro de los límites de Hungría. Por otra parte, Libussa no
vivía en Deutsch-Kreutz (donde Klein la sitúa), sino en Warbotz (Verbotz),
en Eslovaquia. Se le dio el nombre de Libussa por el fundador mítico de
Praga, quien en el siglo XIX se convirtió en símbolo de la identidad nacional
checa. El que Klein omita el verdadero lugar de nacimiento de su madre
puede explicarse por el menosprecio que le inspiraban los eslovacos, en par-
ticular el modo como los judíos eslovacos hablaban el idish. Sin embargo, su
madre estaba orgullosa de sus orígenes y en una carta de 1911, dirigida a
RECUERDOS TEMPRANOS [19]
ño y cerrado le dijo alguna vez algo durante esas caminatas cotidianas. Una
sola vez llegó a pegarle, incidente que manifiestamente ella provocó. Cuando
ella rechazaba una comida, él señalaba que en su época los niños comían lo
que se les daba. Ella le replicó descaradamente que lo que se hacía cien años
antes ya no se aplicaba entonces, sabiendo perfectamente bien cuáles serían
las consecuencias. Por otra parte, cuando tenía trece años escuchó a un
paciente decir con jactancia* que su hija menor iría al colegio secundario,
afirmación que motivó su voluntad de hacer eso mismo. ¿Quién sabe si no
estimulaba su ambición la ansiedad porque su padre le prestara cierta
atención? Retrospectivamente ella creía que no lo entendía suficientemente.
Acaso, según ella racionalizaba, no le prestó demasiada atención porque era
demasiado mayor cuando ella nació.
La buena fortuna de la familia no duró mucho tiempo. Antes de que
terminase el siglo los malos tiempos habían llegado nuevamente —en gran
medida Melanie lo atribuye a la “senilidad” de su padre— y su madre asumió
la responsabilidad de mantener la situación. Incluso tuvieron que tomar un
pensionista permanente.
Con su madre la historia es diferente. “Hasta el día de hoy”, recuerda
Klein, “pienso mucho en ella, preguntándome qué hubiera dicho o pensado, y
lamentando especialmente que no pudiera ver algunos de mis logros”. De
acuerdo con Klein, Libussa era una mujer amable, modesta. “En muchos
sentidos ella ha seguido siendo mi ejemplo, y recuerdo su tolerancia respecto
de la gente y cómo no le gustaba cuando mi hermano y yo, que éramos
intelectuales y por tanto arrogantes, criticábamos a la gente.” Es ésta una
asombrosa descripción de la testaruda y dominante mujer que emerge de las
cartas de Libussa. A la edad en que Klein escribía era particularmente penoso
para ella referirse a la relación entre madre e hija, de manera que es difícil
saber —aun después de transcurrido el tiempo— hasta qué punto dependía
del remordimiento o de la idealización. También parecía seguir estando
inquieta por la naturaleza del matrimonio de sus padres.
Moriz Reizes estaba obviamente enamorado de su mujer y también
sumamente celoso de ella, pero Melanie, aun sabiendo que su madre estaba
enteramente entregada a su familia, sospechaba que añoraba aún a un joven
estudiante de su pueblo natal que había muerto de tuberculosis. Por cierto, a
menudo Melanie advertía insatisfacción en su madre, y posiblemente su
desdén. “Nunca he sido capaz de saber”, reflexiona Klein, “si simplemente no
era apasionada o si no lo era en la medida en que se trataba de mi padre, pero
sí creo haber visto ocasionalmente en ella una ligera aversión por la pasión
sexual, lo cual podría haber sido expresión de su propio sentimiento o de su
educación, etcétera”. Nada dice acerca de si era una madre afectuosa y
amante; y la correspondencia revela que Libussa encontró siempre dificul-
tades para expresarle sus sentimientos.
Debo interrumpir ahora, pues quiero enviar esta carta hoy mismo. Por favor,
escríbeme pronto y mucho.
Recibe muchos abrazos de quien mucho te quiere.
Emilia y Leo te envían sus saludos.
La renovación del piso por poco vuelve loca a Libussa. “Si conservo mis
cinco sentidos este verano”, se lamentaba, "seré inmune a todo. Esos albañiles,
carpinteros, fontaneros, cerrajeros, y demás trabajadores, se confunden
totalmente. ¡Y este lío! ¡Y, encima, los grandes gastos!... ¡Qué felices seríamos
si este horrendo verano ya hubiera pasado! Pero sería lo mismo: entonces viene
el invierno y quién sabe qué se trae”.
El 17 de mayo (día en que Leo partió por un mes al servicio militar en el
cuerpo médico), Emilie se trasladó a casa de su madre. El 26 de junio empezó
una carta: “Querida Melanie, verás que tengo valor y fuerzas, porque he
decidido escribirte una larga carta”. Le cuenta que el día en que ella y Libussa
decidieron compartir el sostén de la casa, ella compró un libro de contabilidad:
“Sabes cuán meticulosa soy: se da cuenta de cada cruzado”. Diferenciaba
cuidadosamente sus gastos de los de Libussa. Pasaba entonces a enumerar una
detallada lista, “escrupulosamente precisa”, del gas y de otros gastos
necesarios. “¿Cuenta esto con tu satisfacción, Vuestra Señoría?”, concluye.
Aparentemente Melanie esperaba que se le rindieran cuentas así. En una carta
posterior (del 2 de junio), Emilie le asegura a Melanie que si ese mes andaban
bien, Libussa empezaría a reservar algún dinero para el ajuar de su hermana.
Cada uno de los miembros de esta familia se mantenía a la expectativa para
asegurarse de que la madre no estuviera dando a uno más que al otro. (Emilie,
menos agresiva que las demás, era la que en este sentido ocupaba el escalón
más bajo.) De la envidia, la agresión y la rivalidad fraterna dentro de su propia
familia, Melanie Klein obtenía abundante material para formular después sus
teorías.
Libussa animó a Emanuel para que permaneciera con Melanie en Rosenberg
durante el verano de 1901. El lo hizo de mala gana y a comienzos de agosto le
escribía: “¿Cómo te sientes allí, Emanuel? Acaso fuera bueno —para no molestar
demasiado a la familia Klein— que buscaras una pensión cercana en la cual
pudieras permanecer hasta fines de septiembre o mediados de octubre. Espero que
el clima de allí sea mucho más beneficioso que el de Italia. Será también mucho
más barato para nosotros”. Al objetar Emanuel esta sugerencia, ella le replicaba el
17 de agosto: “Si tú, Emanuel, crees que el permanecer allí no te hace ningún bien
—aunque yo había esperado que te fuera muy beneficioso—, entonces ven a Viena.
Espero que el clima sea más apacible para entonces... Además, habrá que ocuparse
de tu vestimenta y tu ropa interior necesitará de algunos zurcidos...”. Al parecer,
[40] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
volvió inmediatamente y poco después de su llegada, en una carta de
comienzos de septiembre, Libussa le contaba a Melanie: “En lo que se refiere a
Emanuel, el resultado de sus viajes no es muy satisfactorio. Tiene mucho
entusiasmo y su humor es bueno, pero no pasa las noches muy bien. Duerme en
la misma habitación que yo y con frecuencia tengo que despertarlo porque se
entumece. El afirma que eso nunca le había ocurrido en Italia. Pero Leo piensa
que probablemente nunca lo había advenido mientras dormía porque nadie lo
había despertado...”. Después de la práctica inanición de los meses anteriores,
no es muy sorprendente que con la rica comida que Libussa le obligaba a
comer, haya tenido calambres de estómago. La familia continuó actuando como
si Emanuel no sufriera una enfermedad fatal. Ahora que Emilie estaba
embarazada, se ejerció sobre él una sutil presión para que reanudara sus viajes.
Pero el piso estaba por fin en orden y Emanuel gozaba de un letárgico
ocio en compañía de sus antiguos compinches. Descuidadamente se abstuvo de
contestar a las canas que Irma le enviaba desde Roma. La familia lo ator-
mentaba debido al apasionamiento que sentía por su hermana. Lo había, sin
duda, junto a una relación edípica entre madre e hijo, si bien Emanuel ali-
mentaba sentimientos de odio y de resentimiento hacia Libussa. A Melanie se
le presentaba muy quejoso por la insensibilidad de su madre hacia sus
necesidades reales: “No tiene una pizca de interés en mí y en mis aspiraciones.
No formula palabra alguna acerca de mis aspiraciones, al margen de sus
observaciones sobre ‘la juventud de hoy y sus ilusiones de grandeza’. Cada vez
más a menudo repite sus bromas respecto de la explotación financiera a través
de mis viajes como un ‘commis voyageur’.” Emanuel se ofendió ante la
manifiesta irritación de Libussa al rehusar él la oferta de que Leo intentara
conseguirle un trabajo en un periódico local. Vagamente consideraba la posi-
bilidad de regresar a la universidad.
En septiembre Melanie decía añorar mucho su casa, pero Libussa intentó
disuadirla de regresar antes del nacimiento del hijo de Emilie, a mediados de
octubre. “Hay muchas otras cosas, que no puedo contarte, que hacen que sea
más conveniente que permanezcas donde estás”. Al margen Melanie escribió:
“¡cuestiones de economía!”. Le preguntaba a su madre con resentimiento si no
la echaba de menos, a lo cual el 4 de octubre Libussa respondía: “A decir
verdad, ¡te extraño! Sólo que no sé qué hacer respecto de ti. Emilie no muestra
aün signo alguno... Así que ahora depende de ti: si deseas venir, escríbeme y te
enviaré el dinero. ¿Quieres esperar hasta después del 15 de octubre? No hay, sin
embargo, perspectivas de que Emanuel parta. Tenemos que esperar a ver cómo
se resuelve este mes. De algún modo pareciera que la permanencia en Viena le
está haciendo bien. Parece estar mucho mejor que cuando vino. Quiere
matricularse nuevamente. Pero temo que eso represente disipar otra vez el
dinero. Y los negocios no están marchando bien”. Emanuel añade una posdata:
EMANUEL [41]
Querida:
Te extraño muchísimo. Podríamos pasar una semana maravillosa jumos. Me
gusta estar aquí, y me gustaría aun más no ya si mi debilidad no persistiera, sino
si resultara algo menguada. Emmy no manifiesta aún signo alguno. Por favor,
escribe o, mejor, ven.
Mil cariñosos saludos para ti, querida.
Tuyo.
Emanuel
Se ponía claramente de manifiesto que sería muy incómodo para
Melanie regresar a casa mientras Emanuel permaneciera en ella. A comienzos
de 1902 reanudó su vida itinerante desplazándose incesantemente de un lugar a
otro de Suiza. Reaccionó con júbilo ante las noticias de los reiterados retrasos
de la boda de Melanie; y aunque ocasionalmente hiciera una observación
laudatoria de Arthur, es manifiesto que no estaba en modo alguno interesado en
él. ¿Por qué iba a hablar con entusiasmo del hombre que lo estaba despojando
de la que para él era la más valiosa de las mujeres, su confidente, su amiga? Ese
modelo de mujer, decía, era “una obra de arte que ya no podré volver a
contemplar en ninguna otra parte ni, naturalmente, en una imitación”.
Otto, el primer nieto de Libussa, nació el 16 de octubre. Se le permitía
a Melanie regresar a Viena inmediatamente antes de Navidad y permanecer allí
los cinco primeros meses de 1902, antes de hacer una nueva visita a Rosenberg.
La boda fue fijada para julio y postergada después para agosto y nuevamente
pospuesta con posterioridad hasta el año siguiente debido a que la gira de
Arthur por los Estados Unidos se prolongaba (casi un año más de lo previsto);
esa dilación se subrayaba una y otra vez, era absolutamente imprescindible para
su carrera. El no se mostraba precisamente como un novio anhelante. Melanie
procuró sacar el mejor partido de tales acontecimientos contándole cuán
sonrosadas devenían sus mejillas con el aire de la montaña y cómo se afanaban
sus futuros parientes políticos de la hermosa chica venida de la gran ciudad.
El 21 de mayo Emanuel le aconsejaba a Melanie ponerse “rolliza y
saludable” en Rosenberg, “y no te metas en un convento de monjas. ¡Recuerda
que sólo faltan unos pocos meses para marchar!”. La dilatación de la gira de
Arthur por los Estados Unidos le parecía una idea espléndida: “Dado su
carácter, su gira por los Estados Unidos le habrá dado el último brillo a una
personalidad práctica y enérgica, lo cual garantiza que tarde o temprano
alcanzará una elevada posición en la jerarquía industrial”. Libussa no veía con
tanta confianza la situación, según se lo indica a Emanuel en una carta que le
dirige el 11 de mayo:
[42] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
He equipado a Melanie con cosas muy bonitas. También yo he necesitado mucho
dinero desde la partida de Jolan. ¡Ojalá los meses de verano sean buenos! Entonces podría
marchar bien, esto es. podría ahorrar algo para empezar con el ajuar de Melanie. Ahora ni
siquiera puedo pensar en ello. Quisiera evitar contarte estas cosas, pero tú has estado
pidiéndome cartas pormenorizadas; también acerca del comercio... Arthur ha viajado desde
Ene hasta Chicago. Siento curiosidad por saber cuál será el resultado de ese viaje. Lo mejor
sería que regresase a Rosenberg, aun cuando su salario allí no sea tan grande. Y si se casan .
Pasaba entonces a una observación más personal:
¿Cómo estás tú, hijo? Ahora, desde que he estado durmiendo sola en la habitación (el
resto de la frase está borrado). Y a menudo, cuando no duermo, pienso mucho en ti: si estás
bien, si con este mal tiempo no vas a resfriarte sin un abrigo de invierno. Porque si aquí hace
frío y está lluvioso, en Suiza debe de estar aún más frío .
La dote de Melanie debía tener prioridad respecto de cualquier otra cosa.
Melanie parecía estar tan obsesionada por su ajuar como su madre, y
claramente le gustaba el papel de futura novia, aunque también estaba ansiosa
por pedirle a su madre algún dinero para sus gastos.
Querida mamá: aunque me resulte desagradable, debo pedirte un poco de dinero
para mis gastos. Me he comprado un par de guantes de cabritilla sin dedos por cuatro
guldens. He hecho una excursión y he tenido que comprar algunas cosas para zurcir mis
vestidos. Necesito disponer de una pequeña cantidad de dinero para tener en mi cartera;
por ejemplo, para sellos. No quise pedírtelo el mes pasado pues sabía lo mal que lo
estabas pasando. En total necesitaría doce guldens. Si puedes ahorrarlos, por favor,
envíamelos. No obstante, si por algún motivo te resulta difícil, no importará que me los
envíes el mes próximo.
Ayer me di cuenta de lo útil que me será aquí el vestido de batista. Por la mañana
salimos todos de visita. Se esperaba verme muy elegante y así sucedió al llevar yo mi
vestido de batista. Por la tarde nos reunimos en el jardín; todos estaban muy
elegantemente vestidos, pero mi vestido de batista era el mis bonito de todos. El detalle
significativo más reciente en Rosenberg es que la mamá de Arthur ahora me presenta a
todos como su futura nuera, de modo que nadie pueda especular nada al respecto. Entre
paréntesis: mis suegros están más bien orgullosos de mí. Ayer estuvo un señor que ha
vivido doce años en Nueva York. Conversé con él en inglés y le agradó mucho lo bien y
correctamente que hablo el inglés; también lo dijo en Rosenberg, así que se habla
mucho sobre lo culta, lo guapa que soy y Dios sabe acerca de qué más.
Libussa se sentía consumida por su familia; su única verdadera alegría
parece haber sido su recién nacido nieto; pero cada centavo que gastaba en
la manutención de la casa de Viena era tan cuidadosamente detallado como
las sábanas y la ropa interior de Melanie. La ansiedad de Libussa por la
salud de Emanuel estaba subordinada a su insistente preocupación por el
EMANUEL [43]
dinero que debía gastar en él, en particular cuando tenía que volver a dirigirse al
tío Hermann para pedirle prestado el dinero con que pagar la dote de Melanie.
Sus cartas están llenas de referencias a sus molestias estomacales y al
debilitamiento que le ocasionaban las muchas cargas que debía llevar.
Cuidadosa como era con los gastos, parecía ignorar deliberadamente los costes
de la manutención de Emanuel. “Después de haber aumentado su asignación de
ochenta a cien florines’1» le cuenta a Melanie, “no quiero que sufra privaciones,
pero si tiene demasiado dinero, puede invertirlo”. Entonces, en un acto de
locura autodestructiva, Emanuel perdió en Montreaux todo su dinero en el
juego, cosa que despertó los previsibles reproches de su turbada madre. “No es
sorprendente que haya perdido toda mi energía, toda mi estabilidad mental”,
exclamaba con desesperación. “Estas preocupaciones y estas eternas
dificultades debilitan mis fuerzas”. Entre tanto, tras apremiar a su madre
pidiéndole dinero, Emanuel escribía a Melanie:
No creo que le quede demasiado dinero para tus gastos del que recibes de casa. Pero
ninguna suma puede ser demasiado pequeña o demasiado grande en mis actuales cir-
cunstancias. Si puedes ayudarme, por favor, envíame algo en una carta certificada. No
necesito decirte que mamá y también el pobre Leo están fuera de consideración. En cuanto a
Mamá, te pediría solamente que le recuerdes en su momento mi asignación mensual.
La única y efímera idea que Emanuel tuvo para ganar algo de dinero fue la
de escribir el libreto para una ópera. Derramaba ante Melanie sus quejas por la
tacañería de Libussa: “Las suelas de mis zapatos se están volviendo
completamente transparentes. Se acerca el día del último contratiempo”.
Melanie, que llevada por un sentimiento de vergüenza le enviaba el dinero que
podía, recibía al mismo tiempo de su madre la advertencia de que la asignación
de Emanuel hacía reducir rápidamente el dinero reunido para su dote. Emanuel
no sólo hacía que ella se sintiese mezquina y egoísta, sino que constantemente le
recordaba su descuido de no escribirle con más frecuencia. Cada uno de los
miembros de esta narcisística familia parecía impelido a echar la culpa a los
restantes.
En julio Emanuel se enteró de que Arthur había conseguido trabajo en una
fábrica de papel de la que su padre era socio, de manera que la boda ya era
posible. Para felicitar a su hermana le escribió una carta cargada de envidia,
malevolencia e hipocresía:
Si tus noticias no fueran tan extraordinariamente gratas, tendría que hacer crujir
mis dientes, pues me siento empujado a expresar la felicidad más grande (que nos ha
sobrevenido y que puede servimos a todos) como parte del pago de la enorme deuda que
he adquirido con la paciencia y la voluntad de mamá para hacer sacrificios. Más concreta-
mente, sin embargo, me congratulo al saber que mamá será relevada ahora en la más
[44] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
pesada de sus amorosas cargas, que ella siempre ocultó con amor propio y discreción.
Te estoy casi tan agradecido por ella como por mí.
¡De modo que Melanie había sido el mayor peso que habían soportado los
hombros de la pobre y querida mamá! Y si tener que vivir en un remanso como
Rosenberg iba a ser aburrido terriblemente al menos Arthur tendría una
remuneración de 2200 guldens por año. En cuanto a él, Emanuel había
aceptado, contra su voluntad, la oferta de su madre de aumentar su asignación
mensual. Estaba obligado a hacer ese sacrificio, declaraba, porque advertía que
su vida estaría en peligro si no hacía una excursión a Corfú. Creía que sus
sufrimientos eran verdaderamente heroicos:
Estos sufrimientos me dan la oportunidad de transformarlos —viviendo entre ellos—
en algo grande y significativo. Y a pesar de lodo, todavía tengo esperanzas de Porgarles
grandeza e importancia aun cuando sus amargas consecuencias se opongan a este deseo
añadiendo constantemente más pesar físico a mi camino. Amo ese pesar como mi
sufrimiento, como mi destino, como mi vida. Como Vida. Pero ver cada noche mis zapatos
progresivamente más agujereados —no pudiendo reparar ya mi otro par—, ¡no sea que un
grave defecto en ellos provoque una catástrofe que me obligue a guardar camal ¡Que deba
evitar los conciertos en la sala de reuniones porque no puedo procurarme el vaso de cerveza
que es allí obligatorio! ¡Esas cosas son para mí demasiado insignificantes para poder
sobrellevarlas con ecuanimidad! ¡Pero lo más exasperante es que no pueda vivir una sola
hora' del día sin el temor de tener que hacer gastos imprevistos, y dio cuando vivo de la
manera más mezquina! Hay una objeción que me haría callar inmediatamente, pero tú no
quieres hacerme callar, ¿verdad?
Presumiblemente, su sufrimiento podía verse aliviado si la mimada
princesa compartiera con él alguna de sus dádivas, ahorrándole así a su amada
madre más preocupaciones. Además de sus exaltadas palabras comparándola
con una obra de arte, podía detallar los gastos familiares con la misma obsesiva
escrupulosidad que Libussa. Al cálculo de los gastos que debe hacer una
familia vienesa para poder vivir se yuxtapone la descripción de sus
sufrimientos físicos. Emanuel estaba particularmente alarmado por el
desagradable temblor que se había desarrollado en sus manos. Sólo con que
mamá lo dejara volver a casa por un par de meses, él podría ahorrar lo sufi-
ciente para retardar la muerte con otra escapada a las regiones soleadas. Esta
carta interesada, con sus páginas llenas de lamentos, concluye con una nota
amenazadora: o me ayudas, querida, o serás responsable de las consecuencias:
Sin embargo, no vas a decidir tú lo que es bueno para mí. Te pido que consideres
obviando tu amor por mí tanto como te sea posible, qué es lo que aliviará a Mamá. Sé
inflexible conmigo y ten consideración por mí sólo en la medida en que mi aflicción no se
tome tan pesada que ya no pueda tolerarla: dos meses —no importa cómo sean— puedo
soportar, pero no más. Recuerda ese "no más".
EMANUEL [45]
* Para preservar el texto Melanie volvió a pasar la pluma sobre la tenue escritura.
[46] 1882-192U: DE VIENA A BUDAPEST
un estado de coma. “Si el azar —meditaba Emanuel—, como es muy posible,
me lleva a encontrarme con ella, cosa que no temo y que en parte deseo,
entonces sabrás que soy suficientemente humano para cualquier delicadeza y
suficientemente hombre para apañar todo obstáculo que se cruce en mi
camino.” Esta última noticia provocó una carta de Melanie, inusualmente
extensa, donde se pone de manifiesto mejor que en ninguna otra ocasión, la
naturaleza de los sentimientos que experimentaba hacia él. Ambos intentaban
desesperadamente hallar un término medio entre la relación que tiene lugar
entre hermanos y la de quienes son algo más que amigos:
Rosenberg, 31 de agosto de 1902
Querido amigo: ¡lo que me escribes sobre esa mujer me llena de recelo! Para no
mentirte debo reconocer que mi primera reacción hacia ti fue un sentimiento de
reproche semejante al que inescrupulosa conducta con las mujeres ha suscitado en mí
mucha veces en el pasado. No te juzgo desde un oculto punto de vista moral, sino a
partir de un interés humano que hace que toda persona de rasgos interesantes me
parezca valiosa. Sé, empero, de muchas cosas que podrían decirse en contra de ello.
Además, nadie puede formarse un juicio propio si desconoce los pormenores de todas
las circunstancias. Sea como fuere, soy suspicaz respecto de mi propio juicio cuando
hay algo en mí que reclama vehementemente una condena. He descubierto que
normalmente he sido menos capaz de condenar cuanto más he madurado, y que muchas
cosas exigen experiencia personal y sentido para que se tomen comprensibles. Por
tanto, no hay castigo si afirmo que “bien y mal” no existen (y no sólo en teoría) para mí,
porque alcanzo a ver en mí misma y a través de la observación hasta que punto esos
conceptos son inextricables e indefinibles, y porque están presentes acaso en igual
proporción, aunque en formas, manifestaciones y relaciones recíprocas diferentes, en el
más noble y en el más mezquino de los seres humanos. Mi fracturado sentido de la
seguridad se manifiesta en mis esfuerzos por el “tout comprenez”. Siento, pues, esa
desconfianza siempre que me propongo condenar a alguien severamente: que la falta
puede ser en realidad mía, y que carezco del fundamento necesario para cualquier clase
de juicios, esto es, la comprensión.
No obstante, no puedo aplicar enteramente este razonamiento a tu caso, porque
tengo suficiente entendimiento para no dudar de que la brutalidad es un elemento
constitutivo de la naturaleza de un hombre, y que (en la debida proporción, por
supuesto) pertenece esencialmente a la masculinidad, así como la inactividad yace
latente aun en la mejor mujer.
Pero lo que realmente quería decirte es: estoy alarmada ante tu idea de querer, de algún
modo, encontrarte con esa mujer. Convéncete: probablemente sólo lograrías herirla y herirte
a ü mismo. Te ruego por lo tanto con todo mi corazón: ¡evita reunirte con ella y deja Como!
¡Te imploro que sigas mi consejo, siquiera esta vez, te lo ruego sinceramente! Por más que el
deseo te empuje, es en gran medida sólo sed de emociones, curiosidad y compasión, y las
consecuencias pueden ser fatales si cedes a ese deseo. Sea cual sea tu resolución, te ruego
que me cuentes todo al respecto. Hay en mí un peculiar sentimiento que impide mi temor
EMANUEL [47]
por quienes amo en la medida en que me cuentan todo lo que les atañe
Compréndeme, pues. Por mucho que has aclamado tu confianza en mí, nada me
cuentas, querido amigo, precisamente sobre los hechos más importantes y signi-
ficativos de tu vida. Y lo que sé, lo sé por intuición y por observación. ¡Nunca he
podido ser más para ti, por más que le deseara! Nunca te he reprochado, aunque te
hayas quejado, con mayor o menor razón, de mi reserva. Pero acaso porque estás
ahora tan lejos, me siento tan desesperadamente llevada a reclamar tu confianza.
Estaría mucho más tranquila respecto de ti si supiera que puedo compartir contigo
cuanto te concierne. Creo que soy digna de tu confianza. No hace falta que te
asegure que cuanto me escribas quedará enterrado en mí. Pero, aparte de eso, creo
que no hallarás jamás una amiga o una persona más leal que te comprenda mejor
que yo. ¡Déjame ser tu confidente y te aseguro que será recíproco!
Que puedas imaginar —siquiera por un momento— que mi carta formal
(como tú la llamas), el supuesto silencio mío y de Mamá, pueda ser, si no resulta-
do de una intención premeditada, la expresión de nuestro resentimiento hacia ti,
que puedas pensar eso ¡me hiere y me sorprende! ¡Ni Mamá, especialmente des-
pués de tu carta anterior, ni yo, merecemos ese atrevimiento! Me resulta absolu-
tamente incomprensible cómo puedes haber concebido esa loca idea. Te he expli-
cado todo tan claramente en mi carta que nada tengo que añadir al hecho de que
mamá te enviará el dinero de que le hablo en mi carta... ¡No discutiremos más!
Estoy convencida de que sólo podrías haber expresado esos pensamientos en un
momento de mal humor o de nerviosismo... El amor, sincero y grande, que Jolan
siente por mí me hace mucho bien. Es ciertamente un signo de gran amor que
tales sentimientos hagan que una mujer olvide su propia vanidad. Y eso es lo que
he advertido muchas veces en ella; también en Losonez, donde ella retrocedía, sin
celos, a un segundo plano y se alegraba conmigo de mis triunfos. Su entusiasta
admiración llega a tal punto, que estuvo sumamente preocupada pensando que
alguien podría haber tenido el mal gusto de compararse conmigo y no notar la
diferencia: hablaba verdaderamente en serio, pues es además una persona sincera.
También yo estoy realmente orgullosa de ella y la quiero como si fuera mi
hermana.
Queridísimo Emanuel, quisiera que esta semana ya hubiera pasado. Dentro
de una semana me marcharé y dentro de quince días probablemente llegará
Arthur...
¡Cuídate, querido, y escríbeme pronto!
Con el abrazo más afectuoso.
tu vieja
Mela
Emanuel había provocado la respuesta que deseaba obtener de ella. Para
ella, él era su amor eterno y Arthur poco más que un aditivo necesario cuya
existencia bien podían obviar. Desde la Plaza de San Marcos él le aseguraba:
Realmente debes quererme si tienes una intuición tan sensible respecto de mí. No
[48] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
sé cómo puedo devolverte ese amor... Necesito repetirte que he concentrado todo el amor y
todo el cariño de que soy capaz, el cual necesito abrigar en mí, en ti y en mamá... Y que no
podría sobrevenirme desaíre más devastador que el de perder a una de vosotras de cualquier
modo.
En su siguiente carta, escrita desde Como el 10 de octubre, le contaba que
“durante el poco tiempo que tú y Arthur podréis pasar juntos no deseo distraerte
y llamar tu atención hacia otras cosas que bien pueden esperar". Pasa entonces a
enumerarle una larga lista de tareas que tendrían precisamente efecto. El 24 de
octubre afirma que se siente “vejado" al escuchar que, el casamiento ha
sido nuevamente pospuesto, ahora hasta febrero. Emprende entonces una larga
argumentación para que ella no vuelva a dirigirse a ¿i con el término “amigo":
No continúes: ¡“hermano” dice mucho más! Si, como en mi caso, ese lazo de sangre
se ve fortificado por la admiración, el respeto y la gratitud, entonces supone una relación que
no necesita de otro nombre que el de hermano y hermana.
Había decidido partir esa semana hacía Roma y Sicilia. “Esos lugares
nada significan para mí, al margen de ser paisajes conocidos y estimulantes, y
eso es lo que necesito.” Era el Judío Errante, que vagaba sin descanso para
dirigirse a su cita con la muerte, de la que llega a hablar con total tranquilidad.
Tales frases están diseminadas en medio de airadas protestas por amigos que en
el pasado lo traicionaron. Los sentimientos hacia su madre y su hermana no
eran de simple afecto sino de posesión. Era arrojado del universo porque las dos
únicas personas que significaban algo para él podían realmente continuar sus
vidas sin él. De repente recordó la existencia del niño de Emilie y le pidió a
Melanie que comprara para el niño un regalo de su parte: efectivamente un
regalo de despedida. Se le impuso descanso forzoso ante la evidencia de que él
sabía que estaba perdiendo la capacidad de asir.
Beryl Gilbertson, psicóloga especializada en el diagnóstico de la
escritura, ha examinado las cartas escritas por Emanuel en el año previo a su
muerte. Está convencida de que se hallaba bajo los efectos de la cocaína, cuyo
uso estuvo muy difundido desde la década de 1880 hasta comienzos del siglo
actual. Se vendían tónicos con alta proporción de cocaína para curar todo,
especialmente la fatiga, al descubrir los médicos militares que las tropas actuaban
con mis energías si se les administraba esa droga. Se utilizaba la cocaína pandémica-
mente para atacar el dolor y la adicción a la morfina. Freud, por ejemplo, reco-
mendó la maravillosa droga a Fleishl para apartarle de la morfina. En su último artículo
sobre la cocaína, escrito en 1887 para responder a la crítica de que era objeto, sostenía
que nadie se vuelve adicto a la cocaína menos en el caso de ser morfinómano, y
todas las pruebas apuntan al hecho de que Emanuel era adicto a la morfina. A
menudo hace alusión a su necesidad de dinero para comprar cigarros: presumible-
EMANUEL [49]
* Véase: Phillips, J.L. y Wynne, R.D., Cocaine - The Mystique and the. Reality, Nueva
York, Avon Books, 1980, y Julien, R.M., A Primer of Drug Action, San Francisco, W.H.
Freeman, 1981.
[50] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
Lloyd-Hotel Germania
Münschener Bierhaus
von
C.O. Bünsche-Genoa
Via Carlo Alberto 39 - Salita S. Paolo, 38
Telephon 1221
Génova, 4.12.1902
Al Dr. Deutsch:
Respecto de su telegrama del día 3 y de mi cablegrama, cumplo en informarle a
continuación de las circunstancias concretas de la muerte de Herr E. Reizes.
...Reizes se retiró a las nueve en punto después de haber tomado una taza de leche
caliente y haber escrito varias cartas. No dijo sentirse mal.
Puesto que el día anterior el mencionado caballero había dormido hasta el mediodía, me
pareció extraña su ausencia al mediodía del día siguiente.
Por la tarde alguien llamó a su puerta para preguntarle si deseaba algo, pero no hubo
respuesta. Se decidió entonces confirmar si R. había salido o si había ocurrido alguna otra
cosa, y con ese propósito se abrió la puerta. Se halló entonces el cadáver de Reizes, ya frío.
Inmediatamente se llamó al médico quien comprobó que la muerte debía haber ocurrido
poco ames de la medianoche y diagnosticó un ataque cardíaco.
He informado a las autoridades locales y al Consulado de Austria y tras haber dispuesto
por escrito todos los efectos personales de Reizes, se sellaron y enviaron al Consulado.
R. no traía consigo ninguna maleta ni se encontró resguardo alguno de equipaje; sólo un
pequeño maletín de mano. El dinero que se halló consistía en:
Francos franceses en billetes: 150.-
Francos franceses de oro: 80.-
Pesetas: 100.-
Liras italianas en billetes: 15.-
Liras italianas de cobre: 2.-
Había además un reloj y un revólver.
Después de todas las formalidades y de otro reconocimiento del médico municipal, se
vistió el cuerpo y el funeral tuvo lugar esta mañana. No se permitió conservar el cuerpo
durante más tiempo debido a su rápido deterioro.
Como usted comprenderá, he sufrido grandes perjuicios debido a este triste incidente ya
que la habitación necesita ser decorada y provista nuevamente, etcétera.
Me tomaré la libertad de enviarle en breve un detalle de mis gastos. Entre tanto,
expresándole mis condolencias a usted y a la familia del fallecido, quedo suyo.
C. Otto Bünsche
P.S.: Para que todo sea correcto, debo mencionar que tuve que llamar a tres médicos, en
conformidad con las reglamentaciones legales de aquí.
EMANUEL [51]
En mi memoria subsiste como un joven vehemente, tal como lo conocí, vehemente en sus
opiniones, sin preocuparse por la aceptación general, con una profunda comprensión ¿el arte
y una pasión por él que se manifestaba de muchas maneras, y como el mejor amigo que
jamás he tenido.
Esto es de alguna manera una defensa: él murió porque la medicina no
había progresado suficientemente, no por ser un maníaco depresivo que
deseaba la muerte o porque se le descuidaba o estaba mal alimentado. Hermano
y hermana eran almas gemelas que participaban de los mismos estados de
ánimo y de las mismas reacciones. El era el sustituto del padre, estrecho
compañero, quimérico amante... y nadie en toda su vida fue capaz de
reemplazarlo.
TRES
Matrimonio
ulterior relación entre madre e hija, sería interesante saber cómo reaccionaron
ambas ante esta experiencia.
En agosto de 1904 Emilie visitó Rosenberg, mientras que Libussa se
dirigió a un balneario, Bad Reichenhall, donde le fueron prescritos baños de
ácido carbónico e inhalaciones para las anginas y las palpitaciones que padecía.
Su estancia allí parece haber sido la de unas vacaciones, si bien le asegura a su
hija que el médico deseaba que se quedase todo el mes por razones de salud. No
obstante, un mes más tarde estaba en condiciones de ascender por caminos
montañosos y gozar de la fragancia de los bosques de pino. La hermanastra de
Arthur, Iren,* y su marido, Karl Kurtz, llevaron a Libussa de excursión a
Salzburgo y los alrededores, y ella los hubiera acompañado también a
Berchtesgaden si no lo hubiese impedido su tratamiento.
Las cartas, dirigidas a las dos hermanas a la vez, ofrecen un interesante
contraste con las escritas sólo a Melanie. En sus observaciones a Emilie,
Libussa parece menos tensa que con su hija menor. Le da razonables consejos
sin abrumarla: “Tú, mi querida Emilie, debes considerar que sólo dispones de
un breve período para gozar del campo. Deja, pues, tu tonto bordado y
aprovecha el tiempo”. No obstante, la calma sería efímera.
En los primeros meses de 1905 Libussa empezó a abrumar a Melanie y a
Arthur con sus preocupaciones económicas. Según ella, el tío Hermann le
reclamaba el pago total de la casa; si no recibía el dinero en abril o en mayo, ella
se quedaría sin casa. ‘‘Para ser sincera”, les aseguraba, “estoy hecha un
verdadero lío” (“Shlemastik”). Según la descripción que ella hace de las
negociaciones, hermano y hermana parecen haber actuado en el trato de manera
despiadadamente inflexible. Como en su correspondencia hay tantos indicios
de que Libussa habitualmente eludía la verdad, una explicación más probable
sería la de que, ahora que Arthur se hallaba en buena posición, Libussa estaba
decidida a liberarse de sus cargas económicas. Hubo, sin duda, duras disputas,
pero unas líneas sugieren que Libussa no quería que Arthur escuchara la
versión que Hermann podía dar de la historia.
Querido Arthur espero que no se te ocurra escribir nada sobre esta cuestión al tío
Hermann, o lastimarlo de algún modo. Su noble y amable persona no merece en
absoluto que se la lastime. Tiene, evidentemente, sus extravagancias, pero es, después
de vosotros (y de Leo y Emmy), la persona que más quiero en el mundo.
* Iren era hija nacida de un matrimonio anterior de Jakob Klein. Se había casado con un
conocido abogado criminalista. Vivían en un pueblecito a casi cien kilómetros de Viena.
[58] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
Hubo empero, ocasionalmente, algunas agradables distracciones. En
1905, cuando Melitta tenía un año, marido y mujer viajaron a la costa del
Adriático, visitando Trieste, Venecia y Abbazia (hoy Opatija), conocido lugar
de reunión en lo que ahora es Yugoslavia. En febrero de 1906 se informó a
Arthur que en la primavera debería asistir a un congreso que tendría lugar en
Roma, y que Melanie podría acompañarlo. Proyectaron también dirigirse a
Nápoles y a Florencia, y visitar la tumba de Emanuel en Génova. Jolan había
estado allí durante la primavera anterior y les había enviado hierbas del lugar.
La carta que el 10 de febrero de 1906 Libussa escribió a Melanie en respuesta a
las noticias del viaje, revela quizá su carácter mejor que cualquiera otra carta
que haya escrito:
Arthur sabe dónde están sus ventajas y cómo alcanzarlas. Es evidente que ese viaje a
Roma representa el cumplimiento de vuestros más fervientes deseos. Pero lo que me
sorprende es que por estar demasiado contentos os habéis olvidado enteramente de mí. Dices
muy bien que difícilmente se presentará otra oportunidad de viajar a Génova. Yo digo que ni
siquiera merece la pena plantearse si yo finalmente alcanzaré lo que deseo. Hace veinticuatro
años que anhelo visitar la tumba de mi padre y nunca he podido hacerlo. Y lo mismo me
ocurrirá con Génova. No puedo hacer un viaje así por mi cuenta y nunca podré hacerlo. Creo
que mi única oportunidad sería poder viajar con vosotros.
Si considero que este mes cumpliré cincuenta y seis años* y que los años pasan tan
rápidamente y que con ellos vienen las dolencias, las cuales acaso me impidan después hacer
un viaje que deseo tan ardientemente, entonces veo como una gracia del cielo el que pueda
conseguirlo ahora. El dinero no es problema para mí en este caso. Si no lo tuviera, lo pediría
prestado. Pero para entonces tendré suficiente, dado que ya tengo ahorradas más de
trescientas coronas. Si deseas combinar este viaje con unas vacaciones, ésa será una decisión
bienvenida, y quién sabe si el pasar unos días junto al mar no haría que me recuperase
totalmente... El tener que hacer un gran gasto de dinero no me acobarda. Sólo me digo que el
tío Hermann deberá esperar seis meses más. Es posible también que, como persona que viaja
al congreso, el viaje me resulte más barato.
Arthur nada debe temer. No he de molestarlo. Llevaré sólo un pequeño equipaje: un
vestido más a la moda, una bata y mi vestido de viaje. Y en lo que concierne a otras cosas, ya
no estarás de luna de miel y no te molestaré en modo alguno.
En lo que atañe a Meta (Melitta), ni Leo ni Emilie objetarán nada si me marcho cuatro
semanas antes. Pero debo decirte que realmente estás exagerando al estar aún tan inquieta
por la niña. A los dos años Otto comía de todo. Ahora ya no tienes que temer que tenga
trastornos digestivos, especialmente teniendo a Dada... Dada cocina para ella, la baña, la
acuesta, etc., etc. Sin duda puedes confiársela a Dada.
Es extraño que Libussa nunca haya visitado la tumba de su padre; tam-
bién lo es que se las haya arreglado para ahorrar trescientas coronas cuando sus
cartas anteriores han estado llenas de quejas por sus penurias. En ningún
* Ello implicaría que nació en 1850, lo cual no concuerda con la fecha de nacimiento que
figura en su certificado de defunción, que es la de 1852. Tal discrepancia no está aclarada.
MATRIMONIO [59]
caso parece habérsele ocurrido que la joven pareja podría preferir estar sin
compás* A Melanie le preocupaba que el viaje le resultase demasiado fatigoso
por lo que le propone que haga una excursión más corta a Abbazia. Tras una
detenida reflexión”, responde Libussa, “he llegado a comprender que tienes
razón y que no sería capaz de enfrentarme con los grandes esfuerzos que exige
el viaje. Tantas noches sin dormir y el constante viajar no serían buenos para mi
estado.” En abril Libussa había decidido que no se hallaba en condiciones para
encontrarse con ellos en Génova. “Creo que si de tener vida, seguramente
hallaré otra oportunidad para ir a Génova”, les informaba. Finalmente también
Abbazia quedaba excluida y se acordó que visitaría Rosenberg durante la
ausencia de ellos. Acaso dudaba porque advertía que estaba empeñando
demasiado su suerte.
En Italia, las visiones de una vida más relajada contribuyeron sutilmente a
la insatisfacción general de Melanie. No obstante, ella y Arthur experimentaban
la misma incansable curiosidad por visitar lugares interesantes, y aquélla
parece haber sido la época más dichosa que pasaron juntos durante su
matrimonio. En su Autobiografía, Klein omite mencionar la visita a la tumba de
Emanuel. De acuerdo con la descripción de Jolan, estaba cubierta por un verde
recuadro de césped con una pequeña placa de mármol en la que simplemente se
leía: “Reizes Emanuel”. Melanie recogió un poco de la hierba que la cubría y la
guardó dentro del hato de cartas de Emanuel que conservaría durante el resto de
su vida.
En Viena, Emilie consideraba llena de encamo la vida de Melanie, en
contraste con su limitada vida de mezquinas economías y exceso de trabajo.
Una carta algo patética pone de manifiesto cierta envidia por la buena suerte de
su hermana, aunque también el reconocimiento de que su brillante hermana
menor estaba destinada a una vida más opulenta que la que ella podía esperar:
Al leer tu animada caita apenas pude reprimir cierta tristeza. No es que
sienta envidia; sabes que no siento gran inclinación por los viajes, aunque no
los rechazaría si se me ofreciera la oportunidad de hacerlos... Pero sí siento casi
envidia por el talento que tienes para expresar tan bellamente cuanto puedes
ven Bien: ésa es una vieja historia, la de que difícilmente haya alguien que te
quiera tanto como yo... ¿Cómo está nuestra querida Mamá? ¿Se la ve bien? Yo
la extraño muchísimo. Hace tanto tiempo que ha partido que a veces no puedo
recordar sus facciones. ¿Cuándo vendrá? ¿Cuánto tiempo permanecerá con
nosotros? Para entonces será primavera nuevamente y marchará a su amado
Rosenberg con su dulce Meta, Mela y Arthur. ¡Y se acabaron Emilie, Leo y
Otto! ¿Por qué nos descuida tanto?
También Emilie parece haber sido presa del esquema familiar de la cul-
pabilización. Si uno de ellos tiene buena suerte, el otro tiene que pagar por ello.
Desde Rosenberg, donde Libussa cuidaba de Melitta, la abuela infor-
[60] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
maba a la ausente Melanie de que su nieta estaba “feliz y alegre; ríe y canta todo
el día como un pajarillo. Parece echarte mucho de menos. Muchas veces al día
mira hacia el dormitorio y dice: 'Papá, mamá, cama’, y muy a menudo, sin que
se la incite, dice: ‘Mamá, dulce, guapa, buena, hermosa’. Tiene muy buen
apetito y no necesita de lavativas”. Libussa intenta convencerse de que el
matrimonio era la perfección absoluta, y de que algunos pequeños problemas se
debían a los desdichados “nervios” de Melanie, a ¡os que alude con mayor
frecuencia que en los años anteriores. En una carta del 25 de abril de 1906
(dirigida probablemente a Nápoles) Libbussa expresa su satisfacción por la
buena salud de Melanie y agrega: “Pero me aflige, querida Melanie, que nunca
estés libre de una gota de amargura, ¡aun en los momentos de alegría! Es tu
destino o, desdichadamente, tu disposición, que siempre haya algo que te
torture”.
Libussa estaba decidida a hacerle saber a Melanie lo mucho que su salud
había sufrido a causa del sacrificio de no haber viajado con ellos. De regreso a
Viena, el 17 de mayo le informa de que ha sido examinada por el profesor
Schlesinger. No tiene trastornos cardíacos, así que no necesita tomar baños de
ácido carbónico, y su catarro bronquial ha desaparecido. Sin embargo,
“necesito cambiar de medio: aire fresco —rico en ozono—, baños diarios de
pinochas, y él me garantiza una perfecta curación”. Halla todo eso en las aguas
termales de Karetnitza, excursión pagada probablemente por Artur.
El año 1906 fue importante debido a la publicación, largamente esperada,
del libro de Emanuel. En su Autobiografía Klein describe cómo
después de su muerte, cuando yo Lema veinte años, reuní sus escritos ayudada por la
gran amiga de él y mía, Irma Schönfeld, y procuré publicarlos. Por entonces yo esta- a casada
y esperaba mi primer niño, e hice un largo viaje para hablar con Georg Brandes, el
historiador de la literatura, a quien mi hermano admiraba, para lograr que escribiera el
prefacio del libro, pues por carta se había negado a ello. De hecho ya había dejado la casa
desde donde me había escrito diciéndome que ya estaba demasiado viejo y demasiado
cansado para continuar escribiendo prefacios y leyendo libros; pero entre sus amigos más
próximos —y cuyos nombres no puedo recordar: una escritora y su hija, escultora— causé,
al parecer, tal impresión, que sus canas a Brandes lograron el prefacio. En realidad empleó
en su redacción casi todo lo que yo le había dicho acerca de mi hermano. Después de mucho
batallar, intenté conseguir un buen editor... En realidad el libro no da una idea de lo que mi
hermano podría haber llegado a hacer, pues utilizamos para su composición todos los
materiales que se hallaban en sus cuadernos de apuntes, algunos de ellos no suficientemente
elaborados, así que constituye una débil imagen de lo que podría haber sido, si bien hay
algunas cosas muy bellas en él.
Es enigmática la vaguedad acerca del lugar al que Klein se dirigió en
busca de Brandes, tanto más cuanto que en la correspondencia familiar no
hay ninguna referencia a ese viaje. Hay empero una alusión posterior en una
MATRIMONIO [61]
de las cartas de Libussa a un viaje que en una ocasión hizo Melanie a Berlín,
mando Arthur le ordenó que regresara a Rosenberg. Por entonces Irma estaje
viviendo en Berlín, al parecer en feliz matrimonio, y sus canas sugieren que en
realidad fue ella la responsable de la tediosa tarea de ocuparse de la publicación
del libro. Aus meinem Leben (“De mi vida”), editado por Wiener Verlag,
recibió el 22 de abril de 1906 una crítica poco favorable de Sevacse, un famoso
crítico vienés de la Neue Freie Presse, irónicamente uno de los blancos de las
andanadas de Karl Kraus. Fue característico que Libussa no pudiera
permanecer al margen del drama: cuando, hallándose Melanie de viaje en Italia,
la publicación del libro debió postergarse debido a dificultades económicas de
los editores, Libussa se hizo cargo de escribir a Sevacse para pedirle que
aplazara su reseña.
El autor de esta última describía a Emanuel como un escritor más bien
decadente; indudablemente decadente, en todo caso, en sus relaciones con las
mujeres. “Es especialmente deplorable que se ofenda tanto por algunas
palabras indiferentes de Thea, con las cuales ella no se propone herirlo, que
decida romper con ella y después complacerse con su sufrimiento.” Sevacse no
podía comprender el gran desapego del joven respecto de su madre, si bien al
final de su vida se vuelve más auténticamente humano cuando le suplica que no
lo llore: “Madre, debes perdonar mi muerte, puesto que yo te he perdonado mi
vida”. Si Emanuel realmente dejó a su madre una anotación así, ello casi
sugeriría que pensaba suicidarse.
El objeto físico —el libro— le parecía a Libussa más importante que su
hijo. Estaba sumamente orgullosa por la reseña, hasta el punto de creer que en
Rosenberg todos estaban tan impresionados que guardaban silencio. Sin
embargo, a su regreso a Viena, se mostró contrariada porque en algunos
comercios no se hallaba el libro. En noviembre apareció otro comentario
(anónimo): “Nuestra excitación es tan grande que después de haberla leído
muchas veces, no sabemos si es favorable o desfavorable”, contaba Libussa. Al
menos la mujer del tío Hermann estaba impresionada por el libro. Desgarrada
por su contenido, se deshacía en lágrimas, reacción que a Libussa le parecía
misteriosa. Emilie, a petición de Libussa, le pidió a Melanie que le enviase un
ejemplar del libro de Emanuel para dárselo, en lugar del pago, al médico que la
estaba tratando por su cistitis.*
Emilie escribió a su hermana para felicitarla por los frutos de sus
esfuerzos:
Ahora que el libro está publicado y que por fin hemos alcanzado el objetivo
deseado, anhelado durante tanto tiempo, debo expresarte lo mucho que te admiro.
Sabes que comúnmente no soy muy inclinada a la alabanza, pero ahora estoy senci-
* Posiblemente Otto tuvo que ver con la factura de la prótesis de Freud. Freud escribió en
1938 una recomendación para Otto que le permitió a éste mudarse a Londres.
[64] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
Melanie, se había convenido en su amiga íntima. Libussa parece haber tenis do
sentimientos encontrados por el cambio en los acontecimientos al llegarle las
noticias previas a la partida: "Respecto de Klara, te agradará, sin duda, tener
una compañera de viaje. Pero no consideraría oportuno para ti compartir la
habitación con ella en Abazzia. Creo que puedes decirle que no es con-
veniente para tus nervios, que necesitas completa tranquilidad, y que no debes
hallarte bajo el apremio de obrar de acuerdo con alguien”. En los baños
termales Melanie se sometió a un tratamiento de ácido carbónico y de otros
remedios habituales para los nervios.
Durante esas ausencias Libussa abrumó a Melanie con cartas que narra-
ban su irreprochable forma de administrar las tareas domésticas y consejos
sobre los más nimios detalles de su vida, como si estuviera intentando reforzar
la dependencia de su neurasténica hija, aun en la distancia. Se le indicaba a
Melanie qué ropa debía usar, a quién debía ver, cuánto tiempo debía
permanecer en un lugar. Por la mañana tenía que usar vestidos livianos para no
sentirse incómoda e indiscutiblemente no tenía que tocar el piano o frecuentar
compañías que la excitasen. Cada uno de los consejos de su madre le ofrecía a
Melanie una reforzada autoconcepción de semiinválida permanente.
Lamentablemente se ha perdido la correspondencia de Melanie durante
este período, pero de las respuestas de su madre se hace evidente que se sentía
preocupada y culpable por el bienestar de sus hijos. Su ansiedad debe de
haberse incrementado al saber que Hans a menudo se dirigía a la puerta y
gritaba: "¡Mamá, mamá!”. Ella estaba ausente cuando le brotaron los dientes y
también en su primer cumpleaños. Y cuál pudo haber sido la reacción maternal
de Melanie al leer que su hijita decía: “¿Qué dirá mamá cuando sepa que estoy
tan bien?”. “¿Por qué te torturas tanto por los niños?”, le preguntaba Libussa.
“¿Por qué haces de cada minuto de tu vida una aflicción, y te privas de toda
alegría a causa de ellos? ¡Puedes estar completamente tranquila! Los niños no
pueden estar más saludables ni tener mejor aspecto que ahora.” En otras
palabras: ellos estaban mucho mejor sin su madre.
Para consolidar su objetivo, Libussa regaña a su hija porque sus propios
males físicos se deben a la preocupación por el estado de Melanie. ¿Y por qué
tendría que estarle Melanie tan agradecida? Después de todo, ella está haciendo
lo que cualquier madre decente haría.
¿Qué es toda esa ridiculez con mi gran amor maternal y mi sacrificio? ¿Piensas
que podría haber actuado de otro modo que como lo hago?... Debes concentrarte en una
sola cosa: que quieres volver a casa como una persona perfectamente sana y fuerte.
¡Que la nostalgia y el anhelo de ver a los niños no te impidan ser dueña de ti! Sabes que
Arthur, tus hijos y tu casa están en buenas manos, de manera que, en lo que respecta a
eso, puedes estar tranquila. Y para cuando regreses —sana, recuperada y fuerte—, Arthur
se habrá restablecido completamente; así lo espero confiadamente. ¡Y piensa sólo en la
nueva vida que tienes por delante! ¿Qué más podría pedirse de la vida? ¿No tienes todo
MATRIMONIO [65]
aquello por lo que la mayoría de la gente nene que pelear y batallar, y por lo que te
envidian?
Libussa parece haber tenido dominado también a Arthur, aunque de vez en
cuando él ofrecía hosca resistencia. El 2 de febrero de 1908 Libussa le dio una buena
lección, de la que informa puntualmente a Melanie, que se encuentra en Budapest:
Le dije: ‘‘Espero que no se le haya ocurrido hacer que Melanie regrese de Budapest a
Viena. ¡Lo hiciste cuando ella estaba en Berlín, la hiciste regresar entonces! Debieras estar
satisfecho con que ella se sienta mejor ahora y no tenga que ir a un sanatorio. Es mejor para
ti que ella regrese completamente curada y con buen estado de ánimo. Entonces también tú
perderás tu nerviosismo. ¿Qué ventaja tendría para ti que ella regresase y llorase y estuviese
enferma otra vez?”... Lo ha reflexionado: permanecerás en Budapest el tiempo que desees.
Dice que además debe asistir a muchas conferencias en Viena y estará muy ocupado. Ves,
pues, que Arthur me ha pedido que te escriba para decirte que puedes permanecer en
Budapest el tiempo que quieras. Y yo agregaría: ¡tu deber es permanecer allí por ti y también
por los niños y por Arthur! Porque yo realmente necesito mucho que vosotros dos estéis
bien. Por tanto, ce lo repito una vez más: ¡quédate, quédate, quédale, y ponte bien!
Libussa quería retirar a Melanie del camino. Intentaba crear situaciones
en las que marido y mujer se vieran lo menos posible. Es muy claro que lo que,
según sus informes, han dicho Arthur o el médico, son palabras que ella pone
en sus bocas. El detalle de que de cualquier modo Arthur estaría demasiado
ocupado en Viena para disponer de tiempo para Melanie, es un toque diabólico.
Le irritaba pensar que Arthur hiciera planes privados con su mujer y sutilmente
lo disuade de escribir a Melanie. Esta constantemente se lamenta de no saber de
él más a menudo.
En su devoradora necesidad de actuar como madre (¿de asfixiar?)*
respecto de su hija, Libussa perdió de vista —o era demasiado poco
inteligente para comprenderlo— lo que realmente se proponía. Consideraba
que era imperativo para Melanie permanecer durante el máximo tiempo
posible en Abbazia. Si Melanie y Arthur se reunían antes de su partida, se
interferirían sus planes de mandar a su hija rápidamente a tomar aires marinos.
Arthur debía esperar a encontrarse con ella en Abbazia. Probablemente los
motivos de Libussa eran mixtos: inadvertidamente pudo temer que Melanie
contrajese la tuberculosis, pero por otra parte pudo no haber tolerado que su
hija tuviese placeres que a ella le estaban negados. Por lo que respecta a los
costes de una larga estancia en Abbazia, el dinero no suponía dificultad.
Después de haberse atormentado por su propio dinero y de haberlo escati-
cama y descansaras". “No te hagas la sabihonda", fue su respuesta, y me callé. Bien: ¿qué
hubiera sacado de seguir hablando? Pero debo decirte, querida hija, que no te atrevas a
interrumpir tu cura y a regresar a casa como habitualmente ha ocurrido hasta ahora cuando se
entreveía el fin y él perdía la paciencia. ¡Todo tu tratamiento, todo ese dinero se habrá
desperdiciado! Y por el resto de tu vida seguirás desdichada y enferma. Y debes sanar, por ti
y por él.
Al cabo de una semana había aceptado la situación hasta el punto de lograr
algún consuelo: ‘Ten la amabilidad de entregar a Arthur tu cuello de zorro para
que lo traiga de vuelta. Tú puedes pasar sin él una semana y yo en Rosenberg lo
necesito, pues mi abrigo de zorro está muy gastado”. Aparentemente los
jóvenes no se hallaban sin ella en una situación tan desesperadamente penosa
que le resultara imposible marcharse a Rosenberg durante unos días por su
cuenta. Esto parece haber sido un acto de represalia de parte de ella por su
desafío a los padres.
Le pregunté a Meta si quería ir conmigo a Rosenberg, pero no obtuve respuesta aparte
de un marcado rubor. Cuando insistió en su negativa a darme una respuesta, le dije: “Pero
seguramente querrás venir si papá viene, ¿no?’*; y entonces ella replicó: “¡Pero mamá y mi
hermanito también tienen que venir!". Ves, pues, que conmigo no iría en modo alguno.
Querida Mamá:
No te enfades conmigo porque no te escribo con más frecuencia, pero real -
mente tengo mucho que hacer. Si bien he simplificado mucho el hacer las com -
pras, hay aún varias cosas que me mantienen ocupada. Con Klara he comprado un
precioso vestido de espumilla y un traje blanco y rojo, ambos ya hechos, todo
muy bonito y barato. Ya he guardado todos los enseres de invierno, salvo las
alfombras. Esta semana tendré que empezar con las alfombras, y también es el
momento de que inicie los preparativos de mi viaje. Hemos decidido partir el 24
CRISIS [77]
y debemos ajustamos a esta fecha, pues hemos tenido que reservar anticipadamente
los billetes para el coche cama. Por tanto, querida mamá, tienes que disponer tus
cosas de acuerdo con eso y estar aquí por lo menos 2 ó 3 días antes de nuestra
partida.
Hemos tenido ya días muy calurosos aquí. He adquirido la costumbre de salir a
pasear con Arthur todas las noches, cosa que me resulta muy agradable. Arthur va a
Braila el 19 o el 20, así que no habrá regresado para cuando yo me vaya.
Iremos directamente a Berlín y desde allí al Mar Báltico. En mi viaje de
regreso, a fines de agosto, deseo detenerme varios días en Rosenberg.
Dentro de poco te enviaré las 300 coronas para Emilie y las 70 para ti que aún
estaban en Budapest.
Todos estamos bien. Melitta concluye la escuela el 15, de manera que aún
podemos hacer algunos paseos con. ellos. En doce días habré terminado mi trata-
miento. Me siento en realidad muy sana y ahora debo mantenerme así, cosa que,
espero, lograré.
Afectuosos besos a todos vosotros.
Tuya,
Melanie
En una carta fechada el 22 de agosto de 1911, escrita inmediatamente
antes de que los Klein se mudaran al amplio apartamento de Budapest,
Libussa expresa su satisfacción porque Melanie y Arthur estén de acuerdo
con ella al menos en que los problemas de salud de Melanie derivan de los
nervios. “Si finalmente has llegado a comprender que lo más importante es
que te cures, todo lo demás tiene una importancia secundaria y tu mal real-
mente puede detenerse... (En Budapest) le pediremos al especialista en
enfermedades nerviosas más competente y de más prestigio que nos visite a
casa, para que podamos discutir todo y pueda examinarte exhaustivamente
(no como ese médico que hacía diez llamadas telefónicas durante cada con-
sulta). Y habrá que ajustarse exactamente a lo que él diga que debe hacerse.'’
La carta de Melanie de 1912 sugiere que ha estado recibiendo tratamiento de
parte de alguien. La carta manifiesta confianza e incluso satisfacción.
Aparentemente el “tratamiento” le estaba haciendo bien; pero el que parezca
estar dirigiendo las actividades de la casa sin experimentar por eso terror
alguno sugiere que en presencia de Libussa volvía a convertirse en una niñita
que dependía enteramente de mamá, estado que la dejaba desmoralizada y
ahogada por la depresión.
Los paseos nocturnos con Arthur apuntan la posibilidad de una relación
amistosa; pero con el regreso de Libussa ambos vuelven a hundirse en neu-
rosis que los aislaban mutuamente, a manos de una mujer aparentemente
indestructible que continuaba yendo y viniendo de una a otra de las dos casas,
las cuales, en su opinión, no podían funcionar si su mano no las gobernaba.
Con el inicio de la guerra en 1914 Libussa permaneció constantemente en la
casa de Budapest de los Klein.
En realidad, la guerra se hizo sentir muy poco en la capital de Hungría,
[78] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
donde el acomodado aun podía obtener todos los artículos de primera nece-
sidad e incluso los de lujo. Cuando, a fines de 1914. Arthur debió incorpo-
rarse al ejército austro-húngaro, la vida continuó en gran medida como antes.
No obstante, en Viena la situación era completamente distinta; allí Emilie
sufrió grandes privaciones desde el reclutamiento de Leo. En su
Autobiografía, Klein parece irritarse al recordar la ansiedad de su madre por
la seguridad de Leo cuando éste estaba estacionado en el fuerte Premsyl.
Libussa tenía razón al preocuparse, pues cuando el fuerte cayó, Leo fue cap.
turado por los rusos y enviado como prisionero de guerra a Siberia, donde
permaneció cuatro años.
Según Hertha Pick, que se casó con el hijo menor de Emilie, Willy
Pick, su suegra solía decir que éste había sido el período más feliz de su vida.
Emilie demostró que era una mujer de grandes recursos siempre que se
hallara libre de Leo y de Libussa. Contrató a un asistente dental para que
atendiera a los pacientes y, en lugar de pagarle dinero por su trabajo, estable-
ció un sistema de trueque de ropa y comestibles, aunque debía conseguir
dinero en efectivo para pagar los servicios. Todas las mujeres de la familia
mostraron sumamente capaces de adaptarse a las circunstancias cuando éstas
lo reclamaban.
La recuperación de Melanie en 1912 fue efímera; 1913 y 1914 fueron
años de increíble tensión. En las navidades de 1914 se enteró de que estaba:
embarazada. Dado el terror que había experimentado en 1909 al sospechar
que lo estaba, difícilmente pudo haber reaccionado con alegría por tener otro
niño cuando ya había pasado los treinta. Y ahora Libussa ya no representaba
la fortaleza protectora con la que siempre podía contar. Erich nació el 1 de
julio de 1914. Naturalmente, Libussa disfrutaba del niño, pero estaba cada
vez más delgada e indiferente. Melanie contrató a un ama de leche “debido a
circunstancias que acaso mencione más adelante”, cosa que no hizo. La mujer
“se portaba mal y aterrorizaba toda la casa”. Su madre le aconsejó que
tolerara la situación sin decir nada ¡y que tuviera al bebé amamantado sólo
durante nueve o diez meses!
A finales de octubre Arthur y Melanie llevaron a Libussa a una clínica
para que la examinaran con rayos X. La sala en la que se la examinó era
sumamente fría. Uno de los asistentes les aseguró que no había signo alguno
de cáncer, pero les sugirió que regresaran algunos meses después para reali-
zar un nuevo examen. Según opinaba Klein posteriormente, la dramática
pérdida de peso de su madre era un signo inequívoco de que, en efecto, tenía
cáncer. Klein nunca olvidó el regreso de la clínica a casa: Libussa y Arthur
caminaban delante, ascendiendo trabajosamente la colina, y ella un poco más
atrás, reprimiendo las lágrimas. Libussa cayó enferma de bronquitis casi
inmediatamente, cosa que ella atribuyó a la baja temperatura de la sala en la
cual la habían reconocido. Pronto cayeron en la cuenta de que se estaba
muriendo y Klein recuerda el tormento de “cierto sentimiento de culpa por
CRISIS [79]
que podría haber hecho más por ella, y sabemos que tales sentimientos
existen. Me arrodillé junto a su cama y le pedí perdón. Me respondió que yo
que tendría que perdonarle a ella por lo menos tanto como ella a mí. Me dijo
entonces: No te aflijas, no te duelas, pero recuérdame con cariño’”. El 6 de
noviembre murió.
No imaginé que pudiera morir con tanta paz, sin ansiedad y lamentación
alguna, sin abusar a nadie, con una actitud amistosa hacia mi hija, aunque realmente
tenía motivos para quejarse. Pero jamás la escuché quejarse de mi hija en los años
anteriores, y cuanto le sobraba del dinero personal que mi marido le daba, se lo
daba a mi hija, que lo necesitaba. En mucho sentidos ella siguió siendo para mí un
ejemplo y recuerdo su tolerancia con la gente...
Esta descripción de los últimos días de su madre que se narra en la
Autobiografía es tan discordante con la autoritaria y prosaica
pequeño-burguesa de la correspondencia, que uno se siente inclinado a
suponer que la conmovedora escena del lecho de muerte era la reparación
imaginada por Klein.
Melanie asistió a su madre durante las dos primeras semanas de su
enfermedad, pero la última semana llamaron a una enfermera. La única queja
de Libussa fue que era demasiado estricta. Al ver cómo apenaba a Melanie su
progresiva debilidad, Libussa le dijo que le gustaría tomar unas gachas y,
escribe Melanie, “como era una excelente cocinera, me indicó cómo debía
preparar el caldo de pollo y se obligó a tomarlo. Estaba muy claro que
intentaba seguir viviendo por mí”.
Al final la consentida de la familia tenía que cuidar a su sobreprotectora
madre y no era capaz de llevar adelante la tarea. Libussa le había asignado el
papel de niña mimada y Melanie debió pagar un terrible precio por ello. Podía
tenerlo todo en la medida en que hiciera exactamente lo que la madre le decía.
Libussa fortaleció su temor infantil al abandono subrayando que sin su madre
no era capaz de vivir, y la muerte de su madre confirmaba ese temor. ¿Se la
castigaba ahora porque su madre se había excedido en sus esfuerzos por
ayudarla? En lugar de plantearse las implicaciones de su aflicción, en su
Autobiografía pasa a formular inmediatamente una malhumorada diatriba
acerca de la innoble muerte de su hermana en contraste con la de la madre de
ambas. Hasta el día de su muerte, Melanie no pudo perdonar a Emilie el haber
sido la preferida de sus padres.
Hasta 1914 la mayor parte de nuestra información sobre Melanie Klein
procede de las cartas de Libussa, escritas por ésta desde Viena o durante el
tiempo en el que se ocupaba de la casa de los Klein mientras su hija estaba de
viaje en sus frecuentes y estériles ausencias en búsqueda de sosiego. Una
colección de alrededor de treinta poemas, varios fragmentos, bocetos en
prosa y cuatro relatos completos documenta el estado afectivo de Klein
durante los seis años que siguieron a la muerte de su madre. Como sólo
[80] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
lección del día. No obstante, Ferenczi comenzó a ser considerado por los
demás colaboradores de Freud, especialmente por Ernest Jones, el poder
detrás del trono. En el Segundo Congreso Internacional de Psicoanálisis, que
tuvo lugar en Nürenberg en 1910, Ferenczi propuso que los psicoanalistas se
organizaran en una asociación internacional concentros en Londres, Viena,
Budapest y Berlín, proyecto que él y Freud habían elaborado juntos. El 19
mayo de 1913 fundó la Sociedad Psicoanalítica Húngara. Antes de Sándor
Radó (que entonces tenía sólo veinte años) recuerda haberse nido con
Ferenczi cada dos o tres semanas en tertulias donde se trataba la obra de
Freud. Freud enviaba a Ferenczi los originales de todos sus trabajos antes de
darlos a publicar, así que ser miembro de aquel grupo suponía gozar de un
enorme privilegio. “Ese grupo se reunía casi todos los primeros cristianos a
las catacumbas. En la ciudad nadie sabía que era el psicoanálisis”, recuerda
Radó años más tarde2. Las sesiones de control de Radó, según el mismo las
describe, no pudieron haber sido más casuales, pues se realizaban
habitualmente en un café.
En un principio el grupo estuvo compuesto sólo por los cinco miembros
fundadores: Ferenczi, el presidente; Radó, el secretario; el doctor Stefan
Hollós, Hugo Ignatus, escritor conocido, y Lajos Levy, director de la revista
médica húngara Terapia. Desde el comienzo las reuniones fueron sumamente
informales; las esposas y otros invitados asistían a ellas regularmente. No es
improbable que Melanie Klein asistiera a esas reuniones durante 1914.
(Acaso Ferenczi era “el mejor especialista en enfermedades nerviosas” de
Budapest a quien había comenzado a ver regularmente en 1912.)
Durante el verano de 1913 Jones, por consejo de Freud, permaneció en
Budapest realizando un primer análisis de formación con Ferenczi.* Volvió a
Inglaterra para fundar la Sociedad Psicoanalítica Británica en octubre;, más
tarde Ferenczi fue nombrado miembro honorario de la misma dada su
primacía en esta disciplina. Al regresar Jones a Inglaterra, Ferenczi marchó a
Viena para ser analizado por Freud cuando éste acababa con el análisis del
Hombre de los Lobos. El comienzo de la guerra interrumpió el análisis de
Ferenczi, a quien se llamó a filas como médico de los húsares húngaros,
permaneciendo dos años destacado en Pápá, una pequeña localidad militar
situada a unos ciento cincuenta kilómetros de la capital. El análisis continuó
por correo y Freud lo visitó una vez en Pápá. Ferenczi pudo enviar de vez en
cuando paquetes de cigarrillos y alimentos a la hambrienta familia Freud en
Viena. En Pápá, Ferenczi analizó al comandante de la compañía, que padecía
de neurosis de guerra: el primer análisis a caballo, según le informaba
humorísticamente a Freud. También dedicó su tiempo libre a traducir los
Tres ensayos sobre teoría sexual de Freud, al húngaro. Según Weston La
Barre, Ferenczi analizó a Géza Róheim en 1915 y 1916, lo cual sugiere que
* Es posible que Jones y Klein hayan sido analizados por Ferenczi en la misma época.
[86] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
ocasionalmente visitó Budapest y continuó los análisis esporádicamente
mientras permanecía estacionado en Pápá. En 1916 fue trasladado de regre-
so a Budapest, donde se hizo cargo de una clínica neurológica.
El 28 y el 29 de septiembre de 1918 tuvo lugar el Quinto Congreso
Psicoanalítico en la sede de la Academia Húngara de Ciencias. Todos los
hombres, salvo Freud (acompañado por su hija Anna), vestían uniforme. Este
congreso en tiempo de guerra suscitó gran interés; asistieron a él no sólo
cuarenta y dos psicoanalistas, sino también representantes de los gobiernos
austríaco, alemán y húngaro. Ferenczi, Karl Abraham y Ernst Simmel habían
realizado notables trabajos sobre la neurosis de guerra por lo que las
autoridades estaban interesadas en la creación de clínicas para veteranos. Era
un acontecimiento extrañamente festivo, si se considera la fase a la que la
guerra había llegado, lo cual muestra la posición aislada de Budapest, ciudad
que Freud definió en cierta ocasión como centro del movimiento
psicoanalítico. Los encuentros plenarios tuvieron lugar en un hotel nuevo, el
Gellert-furudo; los participantes quedaron abrumados ante las muestras de
hospitalidad y se puso a su disposición un vapor para navegar por el Danubio.
La primera vez. que Melanie Klein vio personalmente a Freud fue cuando
éste presentó “Lines of Advance in Psychoanalytic Therapy” (fue también
ésta la única ocasión, que se sepa, en que leyó una comunicación escrita en
lugar de exponerla improvisadamente). “Recuerdo nítidamente”, recuerda
ella, “cuán impresionada estaba yo y cómo esa impresión fortaleció mi deseo
de consagrarme al psicoanálisis.” ■
Ferenczi fue elegido presidente de la Sociedad Psicoanalítica
Internacional y, al mes siguiente, los estudiantes pidieron al rector de la
Universidad que lo invitara a dar un curso de psicoanálisis. Vilma Kóvacs,
madre de Alice Kóvacs, quien más tarde se casaría con Michael Balint, donó
la planta baja de una casa para que en ella se instalaran las oficinas centrales
de un instituto. La mayoría de los primeros analistas húngaros se reunieron en
una guarida psicoanalítica situada en una colina de Budapest llamada
“Naphagy” (“montaña del sol"), mientras sus colegas ingleses lo harían en
otra de Hampstead. Anton von Freund, cervecero y acaudalado benefactor,
apoyó a la nueva sociedad estableciendo una sólida editorial en la que se
publicaron las obras de Freud. La prematura muerte de von Freund en 1920
fue para Freud un penoso golpe.
Melanie Klein fue miembro de la Sociedad de Budapest durante el
breve período de esplendor. El hecho de que se permitiera a su hija Melitta, de
quince años, asistir a las reuniones muestra la permisiva atmósfera que
dominaba en aquella sociedad. Es dudoso que Arthur Klein estuviera
presente alguna vez en las reuniones; desde el comienzo mantuvo una actitud
crítica respecto del psicoanálisis. Al regresar a Budapest en 1916 como
inválido de guerra, herido en una pierna, se dispuso su ingreso en una
residencia. Klein había saboreado la libertad durante un año y medio y ya no
podía mantener la fachada del matrimonio.
CRISIS [87]
Uno de sus objetivos es el de hacer que para el paciente todo resulte lo más
grato posible, que pueda sentirse bien y esté dispuesto de buen grado a refugiarse
nuevamente de las desdichas de la vida. Al proceder así, estos analistas no intentan
darle al paciente más fuerzas para enfrentar la5 vida y elevar su capacidad para llevar
a cabo las tareas deben desempeñar en ella.
Freud se refería explícitamente a los jungianos, pero parece probable
que expresase ya su inquietud ame la técnica “activa” de Ferenczi. En sus
primeras épocas Freud se relacionaba con sus pacientes; pero con el paso de
los años, desarrolló una concepción más austera de la relación entre el
paciente y el analista (con algunas excepciones, como su relación con Marie
Bonaparte). Ferenczi (y más tarde Winnicott) acompañaba a sus pacientes en
sus paseos y, en una ocasión, cuando él salió de vacaciones, un paciente lo
siguió en coche. (“Fueron unas vacaciones terribles”, comenta el doctor T.F.
Main.)6
Los defensores de Ferenczi sostienen que se ha exagerado muchísimo
su “técnica activa”. En su famoso artículo de 1913, “Estadios del desarrollo
del sentido de realidad”, el cual indudablemente produjo una honda influen-
cia en el pensamiento de Klein, Ferenczi sostiene que el niño adquiere el
sentido de realidad mediante la frustración de sus deseos omnipotentes.
Llama a los estadios de omnipotencia y de realidad “estadio de introyección”
y “estadio de proyección”, respectivamente, terminología y conceptos que
posteriormente Klein adoptó, modificó y elaboró. En sus artículos teóricos
Klein cita a Abraham con más frecuencia que a Ferenczi, aunque en sus notas
autobiográficas es más lo que tiene que decir acerca de su primer mentor.
Es mucho lo que debo agradecer a Ferenczi. Una de las cosas que me transmitió y
consolidó en mí fue la convicción de que el inconsciente existía y de su importancia en la
vida psíquica. Gocé también del contacto con alguien que poseía extraordinario talento.
Tenía también una vena de genio.
Así mismo estaba en deuda con Ferenczi por la importancia que éste
concedía a la vida emocional anterior y por su descripción de la actividad
simbólica en la que el niño “sólo ve en el mundo imágenes de su corporeidad
y, por otra parte, aprende a representar mediante su cuerpo toda la diversidad
del mundo externo”.7 Freud especulaba aun acerca del momento en que
cesaba el principio de placer, momento en el cual el niño alcanza su
distanciamiento físico definitivo respecto de sus padres. Ferenczi sostenía
que tal detalle variaba en cada niño y no estaba dispuesto a arriesgar una
explicación sexual. Para Freud se produciría finalmente con la resolución del
complejo de Edipo y el establecimiento del superyó, alrededor de los cinco
años. Klein lo situaba ocasionalmente a la edad de cuatro meses, cuando el
niño atraviesa lo que ella denominaría la posición depresiva. Sea cual fuere
CRISIS [89]
* Ese año él le regaló una fotografía suya con la dedicatoria: "Para Mela, mi
querida alumna".
[90] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
privado y apareció Klein con el rostro cubierto de lágrimas, En una carta
fechada el 26 de junio de 1919, en la que Ferenczi informa a Freud de que
estaba ocupando a Antón von Freud tanto en su clínica como privadamente,
menciona por primera vez a Melanie:
La última tarea que le he asignado es la de organizar la enseñanza de psicoanálisis
en la “Sociedad de Investigación Infantil”, que se ha dirigido a mí solicitándome una
asistente psicoanalítica. Una mujer, Frau Klein (no es médica), que hace poco realizo
interesantes observaciones con niños, tras haber aprendido de mí durante muchos años
será la asistenta.9
Klein presentó el estudio de un caso de “análisis” de un niño ante la
Sociedad Húngara en julio de 1919,* a partir de lo cual se le otorgó la
condición de miembro, y sin inspección, según subrayó posteriormente. Este
artículo se publicó el año siguiente en la Internationale Zeitschrift für
Psychoanalyse con el título “Der Familienroman in statu nascendi”. El rasgo
anecdótico del artículo era que se trataba del análisis de su propio hijo Erich,
cuya identidad se suprimió en versiones posteriores del mismo.
Durante mucho tiempo Melitta y Hans se educaron bajo la vigilancia de
Libussa; pero una vez que Klein descubrió el psicoanálisis, sometió a Erich a
la más intensa observación por lo menos desde los tres años de edad. No hay
referencia a su primera infancia, omisión curiosa si se tienen en cuenta sus
teorías posteriores. Este primer artículo empieza explicando los milagrosos
resultados que se obtienen cuando una madre educa a su hijo de acuerdo con
las ilustradas opiniones del psicoanálisis. Manifiestamente el niño era más
bien retrasado, mostraba un bajo desarrollo, si bien tenía una memoria
extraordinaria. En el momento del análisis tenía cinco años. Siempre había
sido sano y fuerte, pero no había empezado a hablar hasta los dos años y no
pudo expresarse coherentemente hasta los tres y medio. No distinguió los
colores hasta los cuatro, y pasaron otros seis meses antes de que pudiera
diferenciar entre ayer, hoy y mañana. A los cuatro años y medio su curiosidad
manifestaba un notorio incremento y planteaba insistentes preguntas. Se
resistía a abandonar su creencia en el conejo de Pascuas y estaba convencido
de que había visto al diablo en un campo, aun cuando su madre le había
explicado que se trataba de un potrillo. (En una época posterior de su vida ella
comprendería la importancia de creer haber visto al diablo.)
También comenzó a querer quedarse en el jardín toda la noche con su
vecino, “el niño S.”. Su hermano y su hermana, mayores que él, parecen
mucho excluir a papá, y quedarse sólo con mamá y hacer con ella lo que sólo
a papá le está permitido hacer”12
Estaba empezando a darse cuenta poco a poco de que el problema que había
que aclarar era el de cierta ansiedad primaria, relacionada quizás ^-aunque no
necesariamente— con el sexo. En una de las anotaciones referidas a Erich se hace
una observación sobre la reacción del niño ante un pescado que es muy similar al
informe de Ferenczi respecto del temor de Arpád frente al gallo que se encuentra en
“Un gallito”:
Un niño que conocí manifestó ansiedad por primera vez a la edad de catorce meses.
Ocurrió cuando vio colgando de la mesa de la cocina un pescado al que se había cortado la
cabeza. Primero observó el pescado con vivo interés, pero repentinamente dio signos je
ansiedad, dejó escapar un alarido y salió corriendo de la habitación. Sin embargo, poco
después regresó, miró otra vez el pescado, comenzó a dar alaridos nuevamente y reiteró la
acción anterior. Desde entonces su primera respuesta al entrar en la tienda, cuando
acompaña a su madre a hacer la compra, ha sido la de correr hasta el barril de pescados,
donde demuestra el mismo grato interés que se transforma en ansiedad, como había
ocurrido antes. Cuando ya está en el negocio, sale afuera corriendo para regresar
inmediatamente después y contemplar de nuevo el pescado. Así pues, el pescado se ha
convertido en su primer objeto de ansiedad y desde entonces ha dado a todo lo que provoca
su ansiedad el nombre de “pescado”, que él pronuncia aún incorrectamente. Hace algunos
meses, cuando el ruido de las persianas al bajar despertar su temor, decía, por ejemplo, en
su todavía incompleta lengua, “pescado”. La palabra sirve también para disciplinar al
bullicioso y malcriado niño. Cuando su madre le dice: “Que viene el pescado”, él
enseguida empieza a portarse bien y se va a dormir. También en otras ocasiones la palabra
lo transforma inmediatamente en un buen chico. 13 *
Tanto Ferenczi como Klein estuvieron a punto de relacionar el sexo con
algunos de los temores primarios más comunes. En realidad Ferenczi le había
dicho que, en su opinión, las explicaciones sexuales que ella había dado a
Erich, por una parte habían satisfecho la curiosidad del niño pero, por la otra,
lo condujeron a algún tipo de conflicto interno.
En la segunda versión del artículo original, en la que Erich se transfor-
ma en Fritz, el disfraz es tan tenue que resulta increíble que alguna vez haya
engañado a alguien. Ya muchos comentadores han identificado los paralelos,
pero muchos kleinianos ingleses, cuando les mencioné la identidad entre
Erich y Fritz, se mostraron sorprendidos y consternados. Uno dice haber
tenido siempre la impresión de que, en el fondo, “la madre” deja que desear.
Otro, que no supo qué nombre aplicarle a ese tipo de análisis, pero que nada
tiene que ver con la maternidad. Un tercero confesó de forma más bien
apesadumbrada que la revelación lo llevaría a reexaminar la labor que
había estado desarrollando durante treinta años, pues ahora veía bajo una luz
* Este incidente queda relegado a una nota al pie de un caso “tomado de la observa-
ción directa” en El psicoanálisis de niños, págs. 149-150 de la edición inglesa.
[94] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
nueva por qué Melanie había subestimado el papel de la madre. Muchos
analistas conocían hace años el rumor de que ella había analizado a sus pro-
pios hijos, pero no lo habían relacionado con las historias de casos reales que
ella registró. Elliot Jaques parece adoptar un punto de vista razonable:
exploración de las raíces de la ansiedad pudo haber sido orientada por el
único camino que a ella le era accesible y es tarde ya para poner en cuestión
su valor. Pearl King (que no es kleiniana) tiene la impresión de que pudo
haberse establecido “una transferencia 14patológica”; pero añade: “para ser
honesto, todos lo hacían en ese tiempo”.
¿Era análisis o no? El relato de “El desarrollo de un niño” no sugiere
que haya habido un horario regular de análisis, sino una prolongada obser-
vación de la conducta del niño durante el día, de forma similar a como el
psicólogo Jean Piaget observaba a sus niños. No hay referencia a los juegos
de Erich con juguetes, conducta que más tarde ella consideró como equiva-
lente de la asociación libre. Eric Clyne recuerda que cuando él iba a
Rosenberg —ahora Ruzomberok, en la República de Checoslovaquia, cons-
tituida después de la guerra— en 1919, su madre reservaba una hora todas las
noches antes de que él se fuera a dormir para analizarlo, y que continuó
haciéndolo después de que se hubiesen mudado a Berlín, en 1920. Subraya
secamente que la experiencia no le resultaba agradable, pero que no le guarda
rencor por ello.
Se halla una interesante observación en una carta escrita desde Berlín
por Alix Strachey a su marido, James, el 1 de febrero de 1925, en un período
en el que la obra de Melanie Klein empezaba a fascinarla. La autora de la15
carta describe el libro de Hermine Hug-Hellmuth, recientemente aparecido,
* como
un revoltijo de sentimentalismo que encubre la vieja intención de dominar al menos
a un ser humano: el propio hijo. Realmente creo que un libro como el de ella podría hacer
más mal que bien. Proporciona a los padres y a los maestros un nuevo elemento de poder.
Ahora saben que todos los niños se mas turban y tienen fantasías, y serán así más perspi-
caces para identificarlos y entrometerse en general (con las mejores intenciones) en sus
vidas privadas. Gracias a Dios, Melanie es absolutamente firme en este terreno. Insiste
absolutamente en separar del análisis la influencia paterna y educativa, y en reducir la
primera a su mínima expresión, porque lo más que ello puede lograr, según ella cree, es
impedir que el niño llegue a envenenarse con hongos, mantenerlo razonablemente aseado
y enseñarle sus lecciones.16
* Neue Wege zum Verständnis der Jugend. Psychoanalytische Vorlesungen für Eltern,
Lehrer, Enzieher, Kindergarterinnen und Fürsorgerinnen (Nuevos caminos para la
comprensión de la Juventud. Lecciones de Psicoanálisis para padres, maestros, educadores,
maestras de jardín de infancia y trabajadoras sociales), Leipzig-Viena, Franz Deuticke,
1924.
CRISIS [95]
Podría argumentarse que con Erich, Klein fue más terapeuta que madre.
El no recuerda que ella haya jugado con él, pero sí que lo abrazaba. El único
juguete que recuerda es un muñeco vestido de arlequín que Melitta una vez
hizo para él. Cuando se le pregunta por los libros que su madre le leía,
responde: “No recuerdo que se me leyeran historias, pero sí recuerdo haber
conocido las de Grimm,* Andersen y viejos libros como Strawwelpeter.
Cuando empecé a leer, leía todo con voracidad. Pero debe usted tener
presente que soy anciano y aquello ha sucedido hace mucho tiempo” 17
Pero tiene tres recuerdos muy vividos. El primero es el de haber estado
enfermo de escarlatina en una habitación oscura, mientras todos a su alrede-
dor hablaban en voz baja y se desplazaban tan silenciosamente como les era
posible. El segundo es el de haber huido de su casa. Su hermano Hans lo
avistó desde un tranvía y con mucha amabilidad lo condujo a casa. El tercero,
cuando tenía más o menos tres años, es el de haber ensuciado los calzoncillos
mientras estaba sentado a la mesa, durante la comida, y haberse sentido
aterrorizado. Su madre y Melitta se rieron mucho de ello y, según recuerda,
“lo abundante de mi deposición hizo que el hecho fuera memorable”.
Con el tiempo Klein parece haber llegado a convencerse de que el niño
que ella analizó no era su hijo. En “La técnica psicoanalítica del juego: su
historia y su significado”, trabajo incluido en Nuevas direcciones en
Psicoanálisis (1955), describe el caso con distanciamiento clínico:
Mi primer paciente fue un niño de cinco años. En el primero de mis artículos me
referí a él con el nombre de “Fritz". En un principio, me pareció que bastaría con influir en
la actitud de la madre. Sugerí que ella debía estimular al niño a que discutiera abiertamente
con ella muchas cuestiones de las cuales no se hablaba, y que manifiestamente se hallaban
en el transfondo de su mente estorbando su desarrollo intelectual. Ello produjo buenos
resultados, pero sus dificultades neuróticas no se mitigaron suficientemente así que pronto
decidimos que yo debía psicoanalizarlo. Al hacerlo me aparté de algunas de las reglas
hasta entonces establecidas, pues interpretaba lo que me parecía más urgente en el material
que el niño me presentaba, y mi interés se centró en sus ansiedades y en las defensas
dirigidas contra ellas. Este nuevo enfoque pronto me colocó ante serios problemas. Las
ansiedades que descubrí al analizar este primer caso eran muy agudas, y si bien yo me
sentía alentada en la creencia de que estaba trabajando en la dirección conecta, al observar
la mitigación de la ansiedad producida una y otra vez por mis interpretaciones, por
momentos me inquietaba la intensidad de nuevas ansiedades que se ponían de manifisto.18
La protegida
* Puede parecer extravagante que una madre discuta esta situación sexual con su hijo.
No obstante, en 1912 (Zbl. Psycho-anal., 2, pág. 680) Freud había formulado el siguiente
consejo: “Me agradaría que aquellos de mis colegas que ejercen el psicoanálisis reuniesen y
analizasen cuidadosamente los sueños de sus pacientes cuya interpretación justifique la
conclusión de que el que los ha soñado ha sido testigo de una relación sexual en sus
primeros años”.
LA PROTEGIDA [113]
* En 1922, en Budapest, Peter Lambda fue “analizado” por Stephen Hollos, quien
intentó hacerle asociar palabras. No se recurrió a juegos y la experiencia en su conjunto
desorientó eternamente a Lambda.
[120] 1920-1926: B ERLIN
* Según esta versión, la familia se habría mudado a la casa de Dahlem antes del final
de 1923 y Melanie Klein se habría marchado a finales de 1924. Yo calculo que vivió allí
más o menos un año.
[126] 1920-1926: BERLIN
gía; en 1907 sus maestros jesuitas le incautaron sus libros de hipnosis por ser
“obras del diablo” y los quemaron ante todo el colegio.
Por consiguiente cuando, durante la guerra, conoció a Max Eitingon, por
entonces psiquiatra del ejército en un pueblecito húngaro, fue inevitable su
acercamiento al psicoanálisis. Eitingon a su vez se lo presentó a Freud y lo
puso en contacto con Ferenczi. Eran días de privación en Viena, días en que
la familia Freud sufría de deficiencias alimentarias; Schmiedeberg actuó
como correo entre Ferenczi y Freud, transportando bienvenidas raciones de
comida. Después de la guerra se convirtió en visitante habitual de la casa que
los Freud y asistió a reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena.
En 1921 se trasladó a Berlín, donde se hospedó junto a los Eitingon en
el elegante apartamento de éstos. Actuando por un tiempo como secretario de
la Sociedad de Berlín, ayudó a Eitingon a montar el Policlínico Desempeñó
también un papel de importancia en la organización del Congreso
Psicoanalítico Internacional celebrado en Berlín en 1922. Fue en ese
congreso donde conoció a Melitta, una bella estudiante de medicina de ojos
negros que entonces tenía dieciocho años.
Los sentimientos de Melanie Klein respecto del romance de su hija
eran complejos. Ella era aún una bella mujer consciente de haber desperdi-
ciado su juventud. Era aún relativamente desconocida dentro del movimiento
psicoanalítico y se sentía manifiestamente agraviada por coetáneos que
habían alcanzado una posición mucho más firme que la suya. Y he aquí a
Melitta, una jovenzuela que se formaba para ser la médica que ella había
vehementemente deseado ser. Además, estaba realizando un análisis de for-
mación con Eitingon, y más tarde con Karen Horney, una competente médi-
ca. Por último, su hija mantenía un romance con un hombre atractivo y ele-
gante, vinculado por una íntima amistad tanto con los prósperos Eitingon
como con la familia Ur de Viena. En una época posterior de su vida Klein
escribiría mucho sobre la envidia de una hija por su madre. Dada la rica vida
imaginativa de la propia Klein, es probable que las semillas de la envidia de
una madre hacia su hija hubieran estado ya sembradas en su antiguo temor de
que Melitta pudiera usurpar el lugar de Melanie frente a su madre y su
esposo; y aunque ella pudo alentar el matrimonio por el prestigio que, en
consecuencia, le supondría, es probable que no reaccionase con sincero
placer.
La relación entre Melanie Klein y su hija es enigmática y perturbadora.
En su trabajo “El desarrollo de un niño” (la historia de Félix) Klein discute
también, tácitamente, el caso de otro niño ayudado mediante el análisis pre-
ventivo. Este niño tiene un hermano y una hermana, y pertenecen a “una
familia que conozco muy bien, así que dispongo de un conocimiento deta-
llado de su desarrollo”. Traza una descripción idealizada del ambiente de esos
niños:
LA PROTEGIDA [127]
Los niños de los que aquí se trata tienen muy buena disposición y Kan sido criados
con sensibilidad y amor. Por ejemplo, uno de los principios básicos en su educación fue
permitírseles formular todas las preguntas, respondiéndoles con agrado; también en otros
aspectos se les permitía un grado de espontaneidad y de libertad de opinión más elevado
de lo habitual; pero se los guiaba con firmeza, aunque no sin afecto. 28
Considera brevemente a la hija, entonces con catorce años (exactamen-
te edad de Melitta al redactarse este trabajo), la cual en su más temprana
infancia había manifestado dotes extraordinarias.
No obstante aproximadamente a partir del quinto año de vida, la tendencia
investigadora de la niña decreció muchísimo y devino gradualmente superficial, no
hallando placer en el aprendizaje ni manifestando intereses profundos, aun cuando
indudablemente su capacidad intelectual era buena y, al menos hasta ahora (tiene
actualmente catorce años) ha manifestado tan sólo una inteligencia media.29
Esta condescendiente afirmación es extraordinaria, considerando que en
1921 Melitta aprobó su examen de matriculación en eslovaco, lengua que no
había aprendido de niña, lo que nos permite suponer que debe haber sufrido
intensa presión; y su éxito en condiciones tan dificultosas era notable.
¿Intentaba conseguirlo para agradar a su madre? En el otoño de 1921 ingresó
en la universidad de Berlín para estudiar filosofía, cambiando después a
medicina. Durante la Semana Santa de 1922 reforzó sus estudios con un curso
sobre las dificultades de la lengua, y se graduó con distinciones en 1927.
Tras la llegada de Melitta a Berlín, su madre reanudó su costumbre de
llevarla consigo a las reuniones relacionadas con el psicoanálisis: de ahí su
encuentro con Schmiedeberg en el Congreso de Berlín. Hubo un vínculo
estrecho entre madre e hija, pero posiblemente desde muy pequeña, Melitta
no tuvo seguridad de la consistencia del amor de su madre, dadas las fre-
cuentes ausencias de Klein. La historia de la relación entre ambas indica que
Melanie Klein estaba repitiendo el esquema de su propia madre al intentar
reducir a la joven a un estado de servidumbre emocional.
En abril de 1924 Melitta se casó con Walter Schmiedeberg en Viena.
¿Sus motivos para casarse eran semejantes a los de Melanie cuando se casó
con Arthur? Hans tenía por aquel entonces quince años y se disponía a iniciar
un curso de ingeniería química. Pareciera que Melanie abandonó finalmente
la casa, llevándose a Erich consigo, más o menos coincidiendo con la fecha
de la boda, indicando con ello que se había quedado sólo mientras los niños la
necesitaban. Primero se alojó durante poco tiempo en la Pensión Stossinger,
en Augbwigerstrasse 17.* Más tarde, en 1924, volvió a mudarse, esta
vez al apartamento de una persona mayor, en la Jeanerstrasse donde dis -
relación personal con Melanie Klein fue muy intensa en el período en el que ambas éramos
analizadas por Karl Abraham en Berlín. Pienso que Abraham alcanzó éxito terapéutico en
el tratamiento de los problemas de neurosis de Klein, pero su análisis no tuvo influencia
duradera en su concepción extremadamente especulativa, del análisis de niños. Escuché a
menudo sus teorías» pues durante nuestro análisis vivimos en la misma pensión, cerca del
consultorio de Abraham”.
Dos
Limbo
E rnest Jones consideraba a Karl Abraham y a Sándor Ferenczi
los mejores analistas clínicos de entre sus contemporáneos.
Alix Strachey, cuyo primer analista había sido Freud, estimaba a
Abraham superior a Freud. Melanie Klein tuvo, pues, el privilegio de estar
en contacto con dos hombres sobresalientes.
Según la estimación de la propia Klein, su análisis con Abraham se
inició a comienzos de 1924 y finalizó en mayo de 1925, cuando éste enfermó.
Consiguientemente, el análisis de Klein habría durado por lo menos quince
meses. No deben desatenderse, por otra parte, las razones que hacían nece-
sario un análisis más prolongado; su propio testimonio no es del todo fiable.
Reanudó el análisis de Erich en 1922; y, desorientada por la creciente ansie-
dad del niño como resultado de sus interpretaciones, se dirigió a Abraham en
busca de una certeza, hecho que sugeriría que confiaba en él dentro aun de la
reserva de la situación analítica.
De acuerdo con el testimonio unánime, Abraham era, como clínico,
sereno y distante. El analista inglés Edward Glover apreciaba su '‘alto grado
de equilibrio y objetividad... Era un buen ejemplo del llamado analista nor-
mal que puede abordar cualquier perturbación”.1 Es probable que fuera
exactamente la persona indicada para Melanie Klein durante esa crisis de su
vida, en tanto que Ferenczi le había proporcionado el afecto que ella anhelaba
tras la muerte de su madre. Ella nunca hizo comentarios sobre las técnicas de
uno y otro, apane de observar que Ferenczi no analizaba su transfe -
rencia negativa lo cual parece implicar que Abraham lo hacía. Grant
Allan, hijo de Abraham, tema la impresión de que se trataba más bien de un análi-
[130] 1920-1926: BERUH
sis de formación que de un análisis terapéutico. Como prueba de ello aduce
que, en contraste con la reserva que rodeaba a los otros pacientes de
Abraham, Melanie Klein iba y venía de manera muy pública y manifiesta
Describe el nato que ella tenía hacia él como pomposo y condescendiente (En
ese sentido encontraba también a Anna Freud “retraída ”.)2 Está claro que
Abraham le proporcionaba un enfoque y un marco teórico enteramente
distintos de los que ella había recibido de Ferenczi; sus trabajos más tempra-
nos reflejan la tensión entre sus divididas lealtades.
Grant Alian recuerda un incidente muy elocuente en relación con su
padre. En 1921 Edward Glover, analizado por Abraham, los acompasó sus
vacaciones a los Alpes austríacos. Por la noche llevaron a su chalet a
montañés que se había fracturado una pierna a causa de un alud. Abraham y
Glover, que era cirujano, se dispusieron a amputarle la pierna. Abraham
permitió que su hijo —que entonces tenía catorce años de edad— presenciara
la operación, advirtiéndole que si se desmayaba tendría que recuperarse solo.
El doctor Herbert Rosenfeld narra una interesante anécdota que
ilumina un aspecto generalmente poco conocido de Abraham. En 1946,
cuando Rosenfeld se analizaba con Klein, ella le pidió que postergara la
publicación del artículo en el que él estaba trabajando —“Análisis de un
estado de esquizofrenia con despersonalización”— hasta que aparecieran sus
“Notas sobre algunos mecanismos esquizoides”. Al solicitarle tal cosa le dijo
que mientras era analizada por Abraham, éste no le había revelado
interpretaciones para que no las utilizara antes de que él publicase sus
descubrimientos.* (Suele decirse que Abraham consideraba la oralidad como
su propio coto privado.) Klein daba a entender que ella era más generosa que
Abraham, pues al menos ella no le regateaba a Rosenfeld sus
interpretaciones. Rosenfeld no se sintió molesto en absoluto; recuerda el
incidente como un hecho más bien divertido, al que añade un enorme respeto
por las elaboradas experiencias presentadas en “Notas sobre alguno.;
mecanismos esquizoides”.
Es indudable que Abraham ayudó a Melanie Klein a superar el período
más difícil de su vida. Sus actividades en 1924 atestiguan tanto la eficacia del
análisis de Abraham como su propia capacidad de recuperación. Frente a su
relativa poca producción durante los años anteriores, en los cuales su vida
emocional se hallaba en estado de agitación, 1924 fue una especie de annus
mirabilis.
El 22 de abril presentó en el Octavo Congreso Internacional de
Salzburgo una ponencia muy polémica sobre la técnica de análisis infantil, la
cual en su momento aparecería, fórmula más moderadamente, como segundo
capítulo de El psicoanálisis de niños. El trabajo suscitó polémicas
* En Würzburgo.
[134] 1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN
caso de Erna era su odio, avivado por haber sido testigo de la escena primaria lo acarreó
la ansiedad y condujo a su enfermedad.6
El que Abraham aprobara este artículo no fue un incentivo para futuras
relaciones con Freud. Forma parte de la mitología que rodea a los primeros
miembros del movimiento la creencia de que Abraham era el discípulo más
leal de Freud. Ciertamente, el afecto personal que Freud sentía hacia
Abraham no tenía nada que ver con el que sentía por Ferenczi, especialmente
le molestaron las críticas de Abraham contra Jung y sus advertencias respecto
de Ranke. Es, una vez más, Edward Glover quien hace una penetrante
observación sobre la diferencia entre los dos hombres:
Freud era un hombre muy tímido, tanto como un graduado que está haciendo los
estudios superiores: sumamente inseguro de sí mismo. Sus seguidores no eran tan tímidos.
En la correspondencia entre Abraham y Freud, por ejemplo, Abraham se mucho más
categórico y convencido de los descubrimientos de Freud que el propia Freud.7
Freud objetaba vehementemente a Abraham su colaboración con un
realizador cinematográfico precursor, G.W. Pabst, en un filme que describía
la evolución de una neurosis, Geheimnisse einer Seele (“Los secretos de un
alma”).* Es significativo que en la correspondencia entre Abraham y Freud
no se halle referencia alguna a la aparición de Melanie Klein ante la Sociedad
de Viena en diciembre de 1924. Es muy probable que las diferencias entre
ambos se hubieran profundizado de vivir Abraham durante más tiempo.
Es posible hacerse una cierta idea de cómo era Melanie Klein durante
aquellos años, a partir de los recuerdos de sus colegas. Uno de ellos era Nelly
Wollfheim, terapeuta de niños que se analizaba con Abraham al mismo
tiempo que Klein. En 1939 Nelly marchó a Inglaterra y al poco tiempo de la
muerte de Melanie Klein escribió un artículo sobre Klein que presentó a
Donald Winnicott, quien se opuso a verlo publicado por considerarlo más
bien difamatorio.
Poco después de la llegada de Klein a Berlín, Abraham le sugirió que
visitase el jardín de infancia de Wollfheim. Rápidamente se puso de
manifiesto que Klein no era como los anteriores visitantes: no iba para
informarse del método de trabajo empleado por Wollfheim con los niños, sino
que evidentemente deseaba utilizar la guardería para sus propias investiga-
ciones. No obstante, Wollfheim se sintió profundamente impresionada por esta
* No fue ésa la película originariamente sugerida a Freud por Sam Goldwyn. Cuando
Abraham llegó a estar demasiado enfermo para influir de algún modo en su desarrollo, Hanns
Sachs se hizo cargo de ello. Se proyectó en Berlín en enero de 1926, inmediatamente después de
la muerte de Abraham.
LIMBO [ 1 35 ]
* Más tarde supo que Freud apoyaba la idea de los análisis preventivos en Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis (1933): “Podría plantearse la cuestión de
si sería oportuno ayudar a un niño con un análisis aun cuando no manifieste signos de
perturbación, como una medida de proteger su salud, tal como hoy vacunamos a los
niños contra la difteria sin esperar a que sea atacado por ella" (pág. 148).
LIMBO [137]
Tres tardes por semana, al final de su jomada laboral, Klein solía dirigirse al
apartamento de Wollfheim para dictarle. Empezaban por tomar una taza de y
charlar de cuestiones cotidianas, mientras Klein degustaba los pasteles que le
ofrecía su “secretaria”. Después, mientras iba y venía haciendo sus dictados,
se detenía momentáneamente para recoger cuanto bocado aun subsistiese. A
la mañana siguiente, la huraña criada debía limpiar de la alfombra las migas
que Klein había dejado caer.
Klein dictaba sin anotaciones, dejando fluir sus pensamientos. Sólo se
detenía cuando se le ocurría una nueva idea, a la que ella inmediatamente
denominaba “descubrimiento”. (Más tarde Donald Winnicott la describiría
como “una gritadora de Eureka”.) Para Wollfheim, el método de trabajo de
Klein en modo alguno podía considerarse científico, sino más bien creación
artística. Aquellos dictados constituirían posteriormente la base del material
incorporado a El psicoanálisis de niños.
Durante aquellas sesiones Wollfheim conoció otro aspecto, más perso-
nal, de Klein. Además de sus trabajos, dictaba cartas personales, algunas de
ellas referentes a la ruptura definitiva de su matrimonio. Nunca discutía esos
temas, pero a Wollfheim le parecía claro que la consumían temores y preo-
cupaciones de todo tipo.
Según Wollfheim, después de la muerte de Abraham los detractores de
Klein la atacaron mucho más abiertamente. Recuerda en particular una reu-
nión en la que Sándor Radó criticó a Klein tan salvajemente y, a su modo de
ver, tan deslealmente, que Wollfheim no pudo menos que sentir conmisera-
ción por ella. “Le había llegado el momento (1926) de dejar Berlín y atender
la petición de Ernest Jones para dirigirse a Inglaterra.”
Algunos miembros del grupo de Berlín consideraron siempre a Klein
como a una intrusa. Todos sabían también que su padre era polaco y los
polacos ocupaban un lugar bajo en la rígida estratificación social judía. Se
aceptaba a Eitingon porque tenía dinero; pero él siempre manifestó amabili-
dad hacia Klein debido a que reconocía su mutua ascendencia polaca.
La creciente hostilidad hacia ella en el seno de la Sociedad de Berlín la
atestigua Michael Balint quien, jumo con su esposa Alice, se contaba entre
aquellos que en 1921 habían dejado Budapest por Berlín para escapar del
antisemitismo de Hungría. Balint, al que estaba analizando Hanns Sachs
(Ferenczi sería su segundo analista) vivía a sólo dos puertas de la casa de
Melanie Klein. La describe en Berlín como siendo
ya una analista famosa, a la que se escuchaba con atención, aunque a veces con
ironía. Debía aún enfrentar una difícil lucha, por ser la única sin formación académica y
también la única analista infantil en una sociedad alemana muy “ilustrada”. Una y otra vez
presentaba su material clínico y utilizaba, muy valientemente y con el objeto de ofrecer
mayor fidelidad, las ingenuas expresiones del jardín de infancia tal como sus pequeños
pacientes hacían, causando a menudo molestia, incredulidad y hasta risas sardónicas en su
ilustrada e incluso renuente audiencia.9
1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN
[138]
* También en Budapest.
LIMBO [139]
mesa, Abraham anunció que a la exposición no seguiría discusión alguna.
Mientras Abraham presidió los encuentros, la hostilidad manifiesta hacia las
ideas de Melanie Klein era muy escasa. Michael Balint describía a Abraham
como “el mejor presidente que jamás haya conocido. Era sencillamente
magnífico. Ecuánime y absolutamente firme. Ningún desatino. Dominaba
muy bien la situación. Tenía, empero, sus limitaciones. No le gustaba mucho
la fantasía. El mismo no tenía mucha fantasía; era sumamente realis-
ta excelente clínico, perfecto presidente de reuniones y en verdad un buen
hombre”.11 Sabiendo que Abraham estaba en realidad muy interesado por la
fantasía, cabe preguntarse si acaso Balint afirmaba esto para socavar su aso-
lación con Klein.
No parece haber existido entre los berlineses una oposición al análisis
de niños como tal. Por ejemplo, el 14 de junio de 1924 Melanie Klein,
Josine Müller y Ada Schott presentaron ante la Sociedad una interpretación
conjunta de dibujos infantiles. Pero en septiembre Hermine Hug-Hellmuth,
directora del Centro de Orientación Infantil de Viena, fue asesinada por su
sobrino de dieciocho años, al que ella había criado. El juicio y la consecuen-
te publicidad perjudicaron mucho al incipiente movimiento y, cuando final-
mente se liberó de la prisión, el joven se dirigió a Paul Federn solicitándole
dinero por haber sido utilizado sistemáticamente como materia prima en la
obra de su tía. Entonces, ni siquiera la presencia de Abraham podía frenar a
los críticos de Klein en la expresión de su inquietud por los peligros de inda-
gar tan profundamente el inconsciente del niño. Alix Strachey llegó de
Inglaterra en ese crucial momento.* Ella y su marido, James, habían sido
analizados por Freud; pero creyendo que requería de ulterior análisis, en
septiembre de 1924 Alix se convirtió en paciente de Abraham. Las cartas
que dirigió a su marido ofrecen una incomparable relación de la atmósfera
de la sociedad de entonces. El 13 de diciembre Alix escuchó una conferen-
cia de Klein sobre los principios psicológicos del análisis de niños:
... finalmente la oposición mostró su canosa cabeza; y era en realidad demasiado
canosa. Las palabras que empleaban eran, por supuesto, psicoanalíticas: peligro de debi-
litar el Yo ideal, etcétera. Pero el sentido era, pienso, puramente antianalílico: no debemos
contar a los niños la terrible verdad de sus tendencias reprimidas, etcétera. Y ello pese a
que la Klein demostró con absoluta claridad que esos niños (de dos años y diez meses en
adelante) estaban ya destrozados por la represión de sus deseos y por la más espantosa
Schuldbewusstsein (opresión excesiva o injustificada por el Überich). La oposición la
formaban los doctores Alexander y Radó, y era puramente afectiva y “teórica”, pues
aparentemente nadie sabía nada del tema aparte de Melanie y Fräulein Schott, muy
recatada en el hablar, pero que está de acuerdo con ella. Abraham se dirigió tajantemente
LIMBO [141]
* El que Abraham le permitiera presentar su trabajo en Viena implica que aceptaba sus
ideas.
[ 1 42 ] 1910-1926: BERLIN
tuve que luchar aún con la más severa resistencia y hasta, se produjeron ataques de
pánico cuando el acompañante dejó de venir, y sólo tras su análisis se creó una
situación analítica apropiada,
Espero haber hecho las aclaraciones que usted deseaba.
Llegaré a Berlín el 3 de enero por la noche Si lo desea, llámeme por teléfono el 4
entre las nueve y las nueve y media de la mañana. Estaré encantada a su disposi-
ción. (Teléfono: Pfalzburg 96-46.)
Con afectuosos saludos,
Melanie Klein
TRES
Ostracismo
A
fortunadamente, el correo funcionaba bien en aquellos días. Alix
Strachey recibió la carta el 1 de enero de 1925, envió inmediatamen-
te su informe a James Strachey y, al día siguiente, añadió algunas
correcciones tras haber leído cuidadosamente la carta de Melanie Klein.
James Strachey la recibió el 3 de enero: “Es exactamente lo deseado”.1 El 5
de enero se lamentaba: “Su escrito me ha conmovido. Qué tremenda mujer
debe de ser. Me dan lástima los pobres niñitos que caen en sus garras”. A
pesar del desordenado texto de Klein, el resumen de Alix le permitió a
Strachey presentar ante la Sociedad Británica un extracto del articuló, el 7
de enero. Salvo Ernest Jones, casi todos los restantes miembros (incluyendo
a los que la habían conocido en Berlín) desconocían el revolucionario avan-
ce que suponía su obra. La reunión tuvo una buena concurrencia: alrededor
de cuarenta personas, todo un logro en aquellos días. Strachey informaba a
Alix que la reacción había sido buena (en perfecto contraste con la
respuesta de los vieneses a las teorías de Klein):
Lo que se decía de Melanie entre bastidores era que no podían creer que ella
pudiera estar haciéndolo todo atendiendo a sugerencias. (Entiendo que Ferenczi lo dijo
inicialmente.) Pero, por supuesto, nadie tiene razones para pensar que es así y en la
discusión pública se la ha aclamado unánimemente. Jones, por supuesto, está en cuerpo
y alma inclinado en favor de Melanie a más no poder. ...Me parece que Riviere, Glover,
Rickman y Tansley* mantienen algunas reservas.
Según las actas del encuentro, pareció haber acuerdo general en que
solo era posible llegar a conclusiones fiables sobre la validez del análisis
infantil reuniendo más datos originales, más que basándose en deducciones
fricas. Sean cuales fueren las reservas internas que Strachey percibió en
piover, en las actas se recoge su crítica a la afirmación de que el hacer cons-
iente lo reprimido, en cualquier estadio del desarrollo, puede tener resulta-
dos perjudiciales, aunque considera una posible excepción todo niño desti-
nado a desarrollarse con una orientación psicótica. Este reparo inicial ten-
dría importantes consecuencias en su ulterior relación con Klein.
En Berlín, durante el encuentro de la semana siguiente, el 10 de enero
de 1925 Alix Strachey le contó las noticias a Klein, quien manifestó con-
tentísima que tenía “proyectos” en relación con Inglaterra. Le propuso que los
discutieran la tarde siguiente, cosa que Alix aguardaba con sentimientos
ambiguos.
Como persona, Melanie es más bien fastidiosa —una especie de ex beldad y
hechiza— y no cae simpática a determinado sector de la [Sociedad], que sostiene que es
muy hábil en la práctica, pero con dotes insuficientes para la teoría.
A Alix le parecía que entonces la oposición estaba encabezada por Hans
Lampi, un vienés.
La reacción de Alix Strachey aquí es característica de toda su relación
con Melanie: alternativamente afectuosa, divertida e irritada, pero cada vez
más fascinada por sus ideas. Melanie le aseguraba ser absolutamente la pri-
mera en su terreno y que Hug-Hellmuth sólo se había dedicado al análisis
pedagógico con el carácter de una aficionada, y que nunca había tenido éxito
en desenterrar el complejo de Edipo. En lo referente a su excursión a Viena.
Aparentemente logró allí mayor aliento del que esperaba, y Anna prácticamente se
ha convertido; el Profesor estuvo sumamente afable (parece encontrarse perfectamente
bien). Por cierto, M. es un poco exagerada, así que uno no sabe exactamente qué es lo que
piensan en realidad esos astutos vieneses.
¿Estaba Melanie dando a Alix Strachey un informe retocado de su visi-
ta Viena a fin de impresionarla? Klein le dijo que le gustaría dar un ciclo
de conferencias en Inglaterra en julio, y que también proyectaba dar otro en
Suiza en agosto.* Se proponía presentar una introducción general al tema, la
historia detallada de un caso, una lección sobre su técnica del juego, una
acerca del análisis de niños de tres a cinco años, una sobre el período de
latencia desde los seis a los ocho y una lección final acerca de los niños de
nueve a doce años.
* Al parecer, este otro proyecto nunca se concretó.
[148] 1920-1926: BERLIN
Al plantearle Alix la cuestión del inglés de Klein, ella le replicó confi-
dencialmente que pensaba repasarlo un poquito. “Formuló varias preguntas:
¿Había suficiente interés entre los analistas ingleses? ¿Estaría Ernest Jones
dispuesto a apoyar? Estaba ansiosa por saber cuánto se le pagaría.” (Alix
tenía la impresión de que estaba más bien en apuros.) Llevada por el entu-
siasmo, Alix le prometió que persuadiría a su marido para que hablase con
Jones en su favor:
¿Lo harás? Estoy segura de que será algo grande. Por alguna razón, ciertas
personas de aquí la desdeñan un poco y, supongo (pero no estoy muy segura) que no se la
ha alentado a dar un curso; de manera que sería un acierto conseguirle el primero...
Desde entonces hasta que abandonó definitivamente Berlín en octubre
de 1925, los pensamientos de Alix Strachey parecen haberse centrado en
Melanie Klein tanto como en su propio análisis. Pero mientras discutían
incesantemente sobre psicoanálisis, o visitaban juntas galerías de arte, con-
ciertos, representaciones y bailes de máscaras, Alix Strachey no manifestó
interés en la vida privada de Melanie ni aventuró ésta información alguna al
respecto. En sus canas a James Strachey, que se encontraba en Inglaterra, no
hay referencia al apartado marido de Klein o a sus hijos.* Klein parece haber
decidido dejar atrás el pasado.
A pesar del entusiasmo de Alix, James Strachey dudaba todavía de la
capacidad de Klein para exponer en inglés: “Lo que me parece terrible es la
jerga. ¿Realmente pude hacerlo suficientemente bien para resultar tolerable
durante seis conferencias enteras?”. Alix aceptó el desafío y el 25 de enero
anunció que enseñaría inglés a Melanie. Decidieron reunirse lodos los jue-
ves por la tarde para leer en voz alta “El pequeño Hans” en inglés y discutir
posteriormente el caso. A Alix le alegró descubrir que Melanie también no
encontraba la explicación de Freud “sehr lückenhafi” (muy incompleta).
Alix consideraba a Melanie un anuncio andante de los beneficios del psicoa-
nálisis: sin él habría sido insoportable. Creía que la conversación de Klein
era un poco divagatoria; pero advertía que ella ansiaba ser agradable y razo-
nable. Alix era consciente de que su apoyo a Melanie podría provocarle la
oposición de los miembros masculinos de la Sociedad de Berlín; lo que no
podía descubrir era si la hostilidad de aquéllos derivaba de una oposición al
análisis de niños en sí, o de un desagrado personal hacia la propia Klein.
Las lecciones de inglés se llevaron a cabo según lo planeado. Alix esta-
ba impresionada por la comprensión que Klein tenía de la lengua, pero su
acento era tan terrible que decidieron dirigirse a un verdadero profesor de
No sólo dispone de un gran cúmulo de datos, sino de muchísimas ideas, todas más
vagas y mezcladas, pero que claramente pueden concretarse en su mente. Tiene una
creativa y eso es lo principal.
[150] 1920-1926: BERLÍN
Las dos disimiles amigas —una alta, angulosa y de Bloomsbury; la otra
regordeta, judía y de clase baja— debieron formar una curiosa pareja. Alix se
dejaba atrapar por la alocada vida del Berlín de postguerra y, en lugar de
preocuparse por el inglés de Melanie, comenta que durante la semana
siguiente pensaban asistir a otros tres bailes.
El sábado voy otra vez a remolque de Cleopatra, que está presa de furor por ellos.
Es una Kunst Akademie de baile, muy amplia y oficial. El asunto de mañana se relaciona
con el Romantisches Cafe, muy barato comunista y acaso vulgar... Dios mío, cuando me
acuerdo de las conversaciones en Bloomsbury, Virginia, Charly [Sanger], Lytton... ¡A
dónde me han llevado!
Alix hizo una escapada sola a un baile, viéndose por una noche libre de la
compañía de Klein. Melanie era extremadamente aguda en cuestiones de
análisis, pero Alix la encontraba limitada como persona:
Me alegré de no estar con Melanie, pues adopta la actitud más convencional: una
especie de Semíramis ultraheterosexual con provocativo vestido de fantasía que espera a
que se la asalte, etcétera, etcétera, y sin interrumpir su conducta y su conversación de
aficionada...
Entre tanto, James Strachey informaba desde Londres sobre cuestiones
de la Sociedad, tales como el proyecto de abrir una clínica y la discusión
acerca de la posibilidad de analistas legos, cuestión que estaba causando
importantes desacuerdos en el seno de la Asociación Psicoanalítica. El 14 de
enero se dirigió al presidente de la Sociedad Británica, Ernest Jones, para
tantear la sugerencia de que Melanie diera una serie de conferencias ante el
grupo de Londres. Jones pareció favorable a la idea, formulando únicamente
el reparo de que a ella no se le podría pagar tamo como a Hanns Sachs, quien
el año anterior había recibido una guinea y media por conferencia; en su
opinión, una guinea sería suficiente. Strachey comprobó que otros miem-
bros recibían la idea de las conferencias con “unánime entusiasmo”. Sugirió
que Klein escribiese directamente a Jones.
Las cartas de Alix seguían llegando rebosantes de las notables cosas que
estaba aprendiendo de Klein. James Strachey estaba particularmente fas-
cinado por la idea de Klein de la madre como castradora originaria; en reali-
dad, él mismo había pensado en plantear la cuestión en alguna reunión.
El 1 de marzo Alix sostuvo una discusión con Melanie sobre un caso de
“tic” (¡ignorando completamente, al parecer, que Klein estaba discutiendo
acerca de su propio hijo!). Melanie estaba “absolutamente ansiosa por ganar a
Inglaterra para su causa”; pero a finales de abril, al no haber recibido res-
puesta de Jones, vociferaba sus quejas a Alix durante la sesión semanal.
“Creo que es demasiado descortés por su parte”, escribía Alix a James.
“Después de todo, la condenada Sociedad Inglesa debiera estar realmente
OSTRACISMO [151)
agradecida por algunos pequeños favores hechos desde aquí.” Klein se
negaba preparar las conferencias hasta recibir una oferta definitiva desde
Londres. A pesar de que Jones era un entusiasta de su obra, su primera
“invitación” supuso en realidad una respuesta a una “sugerencia” de ella
(trasmitida a través de los Strachey), y ella se sintió muy ansiosa hasta que la
respuesta finalmente llegó.
En la reunión británica del 6 de mayo, Jones anunció finalmente que
había recibido una carta de Frau Melanie Klein en la que ofrecía dar una
serie de conferencias sobre el análisis infantil a comienzos de julio. Muy
vacilante, leyó en voz alta la carta ante los miembros y después murmuró:
“Un programa muy interesante”. James informaba: “Pero en general mani-
festo muy poco entusiasmo y una actitud dubitativa. Tuve la impresión, que
después resultó cierta, de que deseaba intensamente que se llevara a cabo,
pero dudaba de lo que otros pensarían”. No obstante, cuando todos los asis-
tentes de aquella reunión —que en esta ocasión fue pequeña— levantaron sus
manos para indicar que concurrirían, Jones se deshacía en sonrisas. Ella
Sharpe ofreció su casa para que las conferencias se realizasen en ella.
Strachey lo entendió erróneamente, creyendo que ofrecía hospedar a
Melanie, lo cual provocaría una gran confusión. Ahora que el problema
estaba solucionado, se mostraba más preocupado que nunca por el inglés de
Klein, especialmente considerando que su visita había suscitado tanto interés.
Melanie no debe tener en realidad inquietud alguna. Tiene la posibilidad de con ver-
se en un succès fou. Mi único miedo es ahora que pueda perder la reputación, e inci-
dentalmente hacemos quedar mal si el público nos identifica, sin posibilidad de recupe-
ración.
En este sentido Alix no compartía la preocupación de James. La fideli-
dad de Alix hacia Melanie se había fortalecido tras haber leído a
Hug-Hellmuth —“una masa de sentimentalismo”— y, en especial, tras haber
conversado, en febrero, con Lou Andreas-Salomé (considerada la segunda
analista de Anna Freud), que estaba en casa de los Eitingon.
Por supuesto, la conversación derivó hacia el Frühanalyse; sus ideas son sumamen-
te anticuadas y se derivan del Freud de la época del “Pequeño Hans”. Cuando dijo que
los padres son las únicas personas apropiadas para analizar al niño, me corrió un escaló-
frío por la espina dorsal. Me parece que es el último bastión del deseo de los adultos de
dominar sobre los demás.
La última frase es fríamente irónica.
Por último, en la mañana del 9 de mayo, Alix salió al encuentro de
Melanie cuando ésta iba a su casa de regreso del análisis, para comunicarle
buenas noticias de Londres. Inicialmente, Alix había decidido traducir las
[152] 1920-1926: BERLÍN
conferencias pero a sólo tres días de iniciado el esfuerzo empezó a desespe-
rar de la tarea. En sus cartas empiezan a aparecer palabras como “espantoso”
y “horror" cuando se plantea la necesidad de tener las conferencias listas a
principios de julio, cuando se suponía que la Klein las expondría. “No podré
hacerlo", se lamentaba. Sugirió que James se encargara de la primera
—“porque se debe dar una buena impresión"— y preguntaba si Joan
Riviere, Marjorie Brierley o Ella Sharpe aceptarían hacerse cargo de otras
dos.
James accedió a traducir la primera, pero contaba que Joan Riviere
estaba demasiado ocupada en la traducción del cuarto tomo de las obras de
Freud para aceptar algún otro encargo. Entre tanto, Alix estaba sumida en la
traducción de la segunda conferencia, sobre la neurosis compulsiva de una
niña de seis años (Erna). Una de sus dificultades fundamentales se deriva
de la falta de equivalentes ingleses apropiados para los términos empleados
por Melanie Klein en el análisis de niños. No obstante, algunos días se sen-
tía más optimista: “No creo que esta traducción sea tan penosa como la de
Freud; puede ser un poco menos aterradora; y buena parte de ella es pura
anécdota". (En medio de todo esto, James descubrió que la señorita Sharpe
había ofrecido su casa sólo para las conferencias; no pretendía hospedar a
Frau Klein.)
Retrospectivamente, la tarea de traducir “El pequeño Hans" (realizada
por los Strachey a comienzos de aquel año) habría de parecerle muy sencilla
en comparación con la de aquellas conferencias. Nina Searl aceptó hacerse
cargo de una (la cuarta). El doctor Rickman avisó que el copiado de la
sinopsis de las conferencias debía ser deducido de los honorarios totales de
31/6. Entonces Klein mostró el sombrero que llevaría en las conferencias.
Alix predijo que sería un golpe mortal para el público:
Es una cosa enorme, voluminosa, de color amarillo brillante con un ala colosal y un
ramillete, un jardín entero, de flores diversas por atrás, por el lado y por delante. El efec-
to que produce en su conjunto es el de una rosa-té florecida en exceso con un centro lige-
ramente encarnado (su cara): y la ψ se estremecerá. Parece una prostituta rabiosa —o,
no— es realmente Cleopatra (cuarenta años más tarde) porque entre todo eso hay algo
bello y atractivo en su rostro. Es una chiflada. Pero es indudable que su cabeza está llena
de cosas de apasionante interés. Y tiene buen carácter.
Las dos mujeres estaban tan ocupadas pensando en la traducción de
las conferencias y en el inminente viaje a Inglaterra que no tuvieron conoci-
miento de la gravedad del estado de Abraham al caer enfermo a mediados de
mayor. Supusieron que sus análisis se interrumpían sólo momentáneamente.
Nadie hubiera podido creerlo en aquel momento, pero el 9 de mayo hizo su
última aparición en el marco de la Sociedad. Abraham y su mujer pertenecí-
an a una asociación para la salud que periódicamente hacía excursiones al
campo. En una de ellas, Abraham se clavó una espina de anguila en la gar-
OSTRACISMO [153]
ganta. Se produjeron complicaciones: fiebre constante, neumonía doble,
nececidad de una operación de vesícula y la molestia de un hipo persistente,
Frau Abraham o la muchacha daban informes diarios a la multitud de visi-
tantes. Klein advirtió que no había posibilidad de que su análisis se reinicia-
ra antes de su partida hacia Inglaterra; y los planes de Alix se alteraron por
tanto en el último momento, así que en lugar de permanecer en Berlín durante
julio, como inicialmente había planeado, se marchó a Inglaterra a finales de
junio, algunos días antes de la partida de Klein.
La última conferencia se entregó a Alix el 17 de junio. Dio a James ins-
trucciones para que abreviara las conferencias si le parecía oportuno (“es
una zorrita condenadamente holgazana”, estallaba Alix, cansada). Al final
James Strachey tradujo la primera, la tercera y la quinta conferencia; Nina
Searl la cuarta, y Alix la segunda y la sexta.
En Londres Klein no se alojó en casa de los Strachey, en Gordon
Square 40, donde ocupaban los dos pisos superiores de la casa, dejando
habitaciones para los otros miembros del grupo de Bloomsbury, sino en un
pequeño hotel cerca de Bloomsbury Square. Por aquel entonces la Sociedad
Británica tenía veintisiete miembros y veintisiete asociados, pero se
permitía visitantes concurrir a las reuniones; y fueron tantas las personas que
expresaron su deseo de asistir a las conferencias, que en lugar de la habita-
ción ofrecida por Ella Sharpe se tuvo que utilizar la sala de Karin y Adrián
Stephen (el hermano de Virginia Woolf), en Gordon Square 50. Karin
Stephen dijo que necesitaría una mujer para hacer la limpieza después de
cada conferencia, por lo que se dedujo un chelín de los honorarios de
Melanie Klein.
Esas tres semanas de julio estuvieron entre las más felices de la vida de
Klein. Finalmente era el centro de atención y se la escuchaba con respeto.
En su Autobiografía señala:
En 1925 tuve la maravillosa experiencia de hablar en Londres ante una audiencia,
interesada y apreciativa; todos los miembros estaban presentes en la casa de Stephen,
pues por entonces no había aún instituto en el que pudiera dar aquellas conferencias.
Ernest Jones me preguntó si respondería durante la discusión. Aunque yo había aprendi-
do mucho inglés por mi cuenta y en la escuela, mis conocimientos no eran todavía muy
buenos; recuerdo perfectamente que adivinaba la mitad de lo que se me preguntaba, pero
me pareció que ése era el mejor modo de satisfacer a mi audiencia. Las tres semanas que
pasé en Londres, dando dos conferencias por semana, fueron una de las épocas más feli-
ces de mi vida. Encontré mucha cordialidad, hospitalidad e interés; tuve también oportu-
nidad de ver algo en Inglaterra y me aficioné intensamente por el inglés. Es verdad que
después las cosas no siempre fueron fáciles, pero aquellas tres semanas fueron muy
importantes para mi decisión de vivir en Inglaterra.2
Entre quienes escuchaban sus conferencias había Figuras que desempe-
ñarían un papel importante en su vida: Ernest Glover, Sylvia Payne, John
[154] 1920-1926: BERLIN
Rickman, Joan Riviere, Ella Sharpe y, por supuesto, los Strachey. Durante
estas tres semanas también se puso en contacto con Susan Isaacs, una bri-
llante mujer que más tarde se convertiría en una de sus colegas más cerca-
nas. Tres años más joven que Melanie Klein, Isaacs había hecho ya una inte-
resante carrera en psicología infantil. Se había formado en Manchester y en
Cambridge y era en aquellos momentos tutora en psicología en la
Universidad de Londres, donde permaneció hasta 1933. En 1924 se convir-
tió en la primera directora de la Malting House School de Cambridge. Fue
esa una efímera escuela experimental dedicada a niños de dos y medio
siete años. El fundador de esa escuela, Geoffrey Pyke, creía en la importan-
cia de la fantasía como experiencia psíquica en el desarrollo de la mente del
niño, aunque esa fantasía debía controlarse haciendo que el niño se interesa-
se por la realidad objetiva. La escuela se esforzaba por ofrecer al niño un
ámbito de juego imaginativo, y la tarea del maestro consistía en registrar lo
que se observaba en el niño sin interferir. Durante su visita a Inglaterra, se
llevó a Melanie Klein a que conociera la Malting House School; y ella y
Susan Isaacs, que ya era miembro de la Sociedad Psicoanalítica Británica
advirtieron entonces que tenían mucho que aprender la una de la otra. La
única persona entre los miembros de la Sociedad que parecía mal predis-
puesta respecto de ella fue Barbara Low,* quien más tarde sería una de sus
más firmes oponentes durante las polémicas de 1942 a 1944. La razón no
era difícil de descubrir: en Más allá del principio del placer Freud había
adoptado, aprobándolo, el “principio del Nirvana” de Low; “el esfuerzo por
reducir, mantener constante o eliminar la tensión interna debida a los estí-
mulos” —esto es, el retomo a un estado de tranquilidad—, tomándolo de su
Psycho-Analysis: A Brief Account of the Freudian Theory (1920). En otras
palabras, Low se adhería totalmente a la teoría freudiana de los instintos.
Ernest Jones sabía que Freud no veía-con buenos ojos la presencia de
Melanie Klein en Inglaterra. No obstante, tan pronto como el curso hubo
concluido, le envió un fidedigno informe a Viena, sin hacer intento alguno de
ocultar su entusiasmo por la obra de Klein. El 17 de julio escribía:
Melanie Klein acaba de ofrecer un ciclo de seis conferencias en inglés ante nuestra
sociedad acerca de la “Frühanalyse". Causó una muy profunda impresión en todos noso-
tros y se ganó el más alto aprecio tanto por su personalidad como por su obra.
Personalmente, he apoyado desde el principio sus opiniones sobre el análisis temprano y
si bien no tengo experiencia directa del análisis por medio del juego, me inclino a consi-
derar el desarrollo que ella ha hecho de él como sumamente valioso. 3
* Low había sido analizada primero por Sachs y después por Jones. Era amiga de D.
H. Lawrence, quien le había dado el manuscrito de Sea and Sardinia para pagar su aná-
lisis formativo con Jones. (Véase: Barbara Guest, Herself Defined the Poet H. D. and Her
World, Garden City, Nueva York. Doubleday, 1984, pág. 203).
OSTRACISMO [155]
el 31 de julio, respondiendo a las objeciones formuladas por Freud, replica
breve, Firme y diplomáticamente:
Se que la obra de Melanie Klein encuentra una considerable oposición en Viena y
también en Berlín, aunque más en aquella ciudad que en ésta. Considero ese hecho como
indicador de una resistencia a aceptar la realidad de las conclusiones de ella* usted sobre
la vida infantil. Me parece que el análisis preventivo de niños es el resultado lógico del
psicoanálisis.4
Nelly Wollfheim se sorprendió de la transformación que observó en
Klein al encontrarse con ella durante sus vacaciones de agosto. De camino
hacia Engadine (elegido debido al amor que Abraham tenía a ese lugar)
Wollfheim se detuvo en el Walensee ames de tomar un nuevo tren para visi-
tar a Klein, quien se hospedaba en un hotel junto con Erich. El tiempo era
frío y húmedo cuando dejó Berlín, y descendió del tren con brillante luz del
sol, calzando aún sus pesadas e inapropiadas botas de agua. Deslumbrada,
pasó junto a una elegante dama situada en la plataforma, no reconociendo
en ella a la cotidiana Frau Klein de Berlín. Probablemente ya había empeza-
do a cambiar su imagen. Wollfheim descubrió que su amiga había reservado
una habitación para ella en el hotel. La cena fue muy molesta. No sólo Frau
Klein estaba bellamente vestida, sino que también lo estaban los demás
huéspedes, la mayoría de los cuales eran ingleses. Erich, que entonces tenía
once años, conocía bien a Wollfheim. La había visitado a menudo en su jar-
dín de infancia durante las vacaciones, y en cierta ocasión había atravesado
Berlín para verla, sin contárselo a su madre. Ahora tenía muchas ganas de
hacer travesuras y la lisonjeaba para molestar a su madre. “Tía Nelly viste
mucho mejor que tu”, le dijo; y después: “Está mucho más bonita que tú.
¿Es mucho más joven?” El rostro de Klein era una máscara inexpresiva.
“Por decoro, no podía contradecirlo hallándome yo presente”, escribe
Wollfheim. “Era una perfecta madre analizada y Erich se hallaba en una
típica ‘oposición’ en sentido psicoanalítico. Por razones de discreción no
puedo ser más clara al respecto de las circunstancias.” Esto sugeriría, evi-
dentemente, que sabía del análisis de Erich. El incidente permite compren-
der también las dificultades que se presentan cuando una madre alterna los
papeles de madre y de analista de su propio hijo.
Melanie Klein no era tan compleja como parecía. Cuando regresó a
Berlín, a finales de julio, se encontró con que el estado de Abraham había
empeorado. Al hacerse más grave la situación, Félix Deutsch hizo varios
viajes desde Viena para examinarlo, aunque su médico era ordinariamente
Wilhelm Fliess. Hubo días en que Abraham se sentía suficientemente bien
para ver a sus pacientes, por lo que en septiembre de 1925, Alix Strachey
* El Club 1917, fundado por Leonard Woolf, adoptó este nombre por la Revolución
Rusa de febrero de ese año y tenía como finalidad proporcionar “un lugar de encuentro para
las personas interesadas en la paz y en la democracia: pronto atrajo como socios a políticos
radicales y a intelectuales impopulares” (The Diary of Virginia Woolf, vol. II, Londres,
Hogarth, 1977, pág. 57).
OSTRACISMO [157]
se convirtió en su analista al año siguiente. El día de Navidad Abraham
murió. Su muerte, según la evoca Melanie Klein en su Autobiografía fue
para mí un gran dolor y una situación muy difícil de superar. Cuando finalicé
abruptamente mi análisis con Abraham, había quedado mucho sin analizar y continua-
mente he avanzado en dirección de un mayor conocimiento de mis ansiedades y mis
defensas más profundas.
Klein siempre sostuvo que, de haber vivido Abraham, el análisis de
niños que ella practicaba habría llegado a establecerse firmemente en
Berlín. Es un punto discutible: el permanente apoyo de Abraham probable-
mente la hubiera conducido a un enfrentamiento con Viena aún más agudo
que el que Jones había emprendido desde Londres. Sea como fuere, la opo-
sición contra ella que Abraham había refrenado, se manifestó con toda su
fuerza después de su muerte. El 2 de marzo de 1926 presentó una doble
ponencia ante la Sociedad de Berlín acerca de dos errores similares en un
ejercicio escolar y de las ideas que un niño de cinco años asociaba con los
métodos con que había sido educado. El claro rechazo que salió al encuen-
tro de su trabajo le convenció de que ya no había lugar para ella en Berlín.
Simmel, el nuevo presidente, simpatizaba con ella, pero le faltaba autoridad
para frenar a Radó. Este se consideraba un hijo de Freud, ya que Ferenczi le
pasaba todos los trabajos de Freud para que los leyera. Tras la caída de
Rank, Freud había nombrado a Radó director de la Zeitschrift (Eitingon y
Ferenczi tenían simplemente una función “decorativa”, según Radó), y tam-
bién de Imago, publicación suplementaria dedicada a la aplicación del psi-
coanálisis a las humanidades. Radó rehusó aceptar artículos de Klein para su
publicación en la Zeitschrift, y se volvió cada vez más ofensivo con ella al
dirigirle la palabra en las reuniones. Se jactaba de su poder como nuevo
secretario de la Sociedad de Berlín y era ferozmente contrario al análisis
por profanos. La humillación que Klein experimentó bajo su poder fue tan
grande que provocó la compasión de otros miembros.
La vida de Melanie Klein nunca estuvo libre de complicaciones. A
comienzos de la primavera de 1925, momento en que se la suponía entera-
mente dedicada a las preparaciones de las conferencias que iba a dar en
Inglaterra, empezó a asistir a clases de baile. Los bailes de máscaras y las
clases de baile eran manifestaciones de su romántico anhelo de “aventuras”,
y no es sorprendente que pronto mantuviera una relación amorosa con su
compañero. C.Z. (Chezkel Zvi) Kloetzel era periodista del Berliner
Tageblatt especializado en artículos de viajes y que, como entretenimiento,
escribía libros infantiles. Nueve años más joven que Klein, estaba casado y
tenía una hija. Era también un conocido Don Juan. Tenía una sorprendente
semejanza física tanto con Emanuel como con el demoníaco amante imagi-
nario de Klein. Parece que iniciaron inmediatamente un amorío. En mayo él
[158] 1920-1926: BERLIN
le regaló un libro para enamorados en el que escribió: “¡En todas partes hay
un Rheinsberg para nosotros!” Su nombre secreto como amante fue Hans.
(Es curioso que eligiera el nombre de su hijo mayor.)
Kloetzel marchó entonces a Bohemia de vacaciones con su familia
Desde Trautenau (adonde le había dicho que escribiera a poste restante),
Kloetzel le preguntaba en su primera nota: “¿Cómo estáis ni y el psicoanáli-
sis a l'anglaise?”5 También le aseguraba su amor, le deseaba ánimo y “un
mínimo de pensamientos perturbadores”. De su segunda carta parece dedu-
cirse que ella le había reprochado la frialdad de la primera nota.
Melchen: así es, (le respondía) escribir cartas es algo estúpido cuando uno no puede expresar
las cosas verbalmente... Sabes que en cuestiones de importancia soy más reticente con las
palabras de lo que normalmente gusta a las mujeres; disculpa, por favor, si el escribir me
resulta aún más arduo. Por favor, lee entre líneas; ¿lo harás? Permíteme decirte, querida
Mel, que aquí cada palabra austríaca, cada “tengo el honor” y cada “beso su mano” me
recuerda a ti, lo cual, por supuesto, en ningún caso sería necesario; no hace falta una
técnica para la memoria. Estoy pensando en ti con frecuencia, querida, y a veces creo que
tus sentimientos son semejantes. Te tengo presente en especial cuando trabajo, ¡mi
ambiciosa musa!
Aparentemente, la única confidente de Klein era su colega Ada Schott;
Kloetzel sentía curiosidad por saber cuánto le había contado de “nuestro
secretito”. En lo que se refiere a la “ética” de la situación, él estaba deseoso
de postergar la discusión indefinidamente. Se quejaba del aburrimiento. Para
compartir con ella su interés por el inglés, estaba leyendo Back to
Methuselah, de Shaw. El 23 de mayo recibió finalmente noticias de ella:
Por dispensarme un beso de más, muchas gracias. Te retribuiré plenamente. Después de
codo, Mel, lo mejor de un viaje es el regreso a casa. Y ello ocurrirá, a más tardar, aproxi-
madamente en dos semanas, y hasta hoy ha transcurrido la mitad de ese tiempo, ¡Dieu soil
benit! Acaso halle alguna excusa para liberarme, lo cual me permitiría escapar antes.
Hoy, querida, piensa en todo lo que no he puesto por escrito. Los abogados sólo aceptan
lo que está escrito en un documento: es casi a la inversa de nosotros. Te deseo lo mejor y te
envío todos los besos que momentáneamente puedas recibir .
Hans
En el diario el bolsillo de Klein consta que Kloetzel se las arregló para
regresar a Berlín el 29 de mayo. No obstante, en una breve nota del 4 de junio
él le informa que se reúne con su mujer.
Querida Mel:
Acabo de llegar a casa. Encuentro cartas de mi esposa anunciándome que no se siente bien.
Padece de cansancio nervioso, etcétera.
Por razones que serán para ti tan claras como lo son para mí, estoy muy inquieto y depri-
mido. Comprenderás que te suplique que me dejes solo hasta que haya recuperado de
OSTRACISMO [159]
algún modo mi equilibrio y tenga noticias más gratas. Si es necesario, partiré pasado
mañana para Trautenau. No obstante, le mantendré informada.
Hasta entonces,
Afectuosamente,
H.
En las anotaciones de su diario correspondiente a junio —tituladas
“¡Depresión!”— se registra la ruptura de la relación, aunque Kloetzel regre-
só de las vacaciones antes que su mujer y los amantes se vieron casi todos
los días. El 13 hicieron una excursión a Dahlem, pero normalmente se
encontraban en el apartamento de Klein, donde tuvieron su última cita el 27
de junio, un día antes de que ella partiera hacia Inglaterra.
También Kloetzel se disponía a partir para realizar un encargo periodís-
tico en Africa del Sur. El 4 de julio le envió unas líneas, señalándole que sabía
que ya había dado sus primeras conferencias en Londres, y “estoy seguro de
que han sido un éxito. Con cada éxito adquirirás más confianza; iodo Londres
celebrará tu fama y el Lord Mayor te invitará a cenar”. Inmediatamente antes
de partir, él le envió una larga carta. Tres días después volvió a escribirle:
- Querida Mel:
He recibido, hace más o menos una hora, tus dos queridas canas del 2 y del 3 y, ante
todo, estoy orgulloso de ti. En ningún momento dudé que tuvieras éxito en Londres.
Pero, al parecer, ese éxito ha ido más allá de nuestras expectativas; y estoy muy feliz por
ello. Porque, tú, mi querida criatura, mucho mereces lo que ahora cosechas. Conozco
muy poca gente, y entre ella difícilmente una mujer, que esté tan profundamente compro-
metida con su trabajo. Y lo más hermoso de todo es que cuando, en un futuro no muy
lejano, todo tipo de personas hablen de ti y de tus logros, yo podré decir: “Sé todo al res-
pecto”. Y por eso, primero un beso para felicitarte y después un beso de admiración...
Me complace mucho que sean tan amables contigo allí y que pases horas tan gratas; la
naturaleza humana desempeña un gran papel en tales ocasiones. Espero que tengas
varios fines de semana dichosos (sin disculpas frívolas) y dejes que tu vitalidad fluya
plenamente. Con vestidos, sombrero y zapatos como marco de tu atractiva personalidad,
tendrás no poco éxito, lo mismo que con tus [ilegible; ¿“observaciones”?] acerca del
juego infantil.
Bien, querida Mel, sin muchas palabras pero con todo mi corazón, adiós. Te diré el adiós
definitivo cuando llegue a Lisboa. Los meses que fallan para Navidad pasarán pronto y
ambos sabemos cómo ocupar el tiempo hasta entonces.
Entre tanto, para Londres, muchísima suerte, éxito y alegría.
Y un beso con mucho amor para la amada mujer y el maravilloso ser humano de tu
Hans.
Mel.
cerca.* Querida Mel, sé que es una locura, pero es así como lo siento: el día en digas que
tienes un amante, estaré más cerca de ti que nunca.
Cuando todo está dicho y hecho, estoy seguro de que tendrás mejores cosas que hacer que
agobiar tus pensamientos con mi patología, especialmente cuando no son de interés
científico. Atengámonos a mi propuesta. Estoy seguro de que nos encontraremos otra vez.
Beso tus manos.
Hans
Un borrador de su respuesta revela su confusión.
Berlín, 18 de enero de 1926
Querido Hans:
Al comienzo de estas-mis líneas desearía asegurarte que no pretenden no están destinadas
a unimos de nuevo si tú no lo deseas, ni a contener algo desagradable para ti.
Mi carta tiene como fin responder a una pregunta que en realidad no me formulo, pero
que, quizá, te formules a ti mismo: la pregunta de cuál es mi situación / que ocurrió
conmigo / cómo me veo / cómo estoy qué me ha ocurrido. Yo no estaba muy bien la
última vez que nos vimos. Nadie, ni siquiera tú mismo, podría hacerme creer que eres
cruel y que no te importa cómo no veo qué me ocurrió. A partir de este sentimiento por
tanto pienso que lo que pueda decirte de mí misma te dará podrá proporcionarte alguna
alegría. Estoy bien, querido Hans, y he dominado enteramente el pesar que sufría. Me he
sobrepuesto a él. Estoy bien, querido Hans, lo he combatido enteramente, pero eso no
significa, sin embargo, que haya resignado me haya cobijado en la resignación. Esto no
No: me he sobrepuesto a ella; soy dichosa y estoy afrontando la vida plenamente como en
mis días dichosos y llena de confianza en que me traerán muchas alegrías de diversas
maneras. Estoy llena de confianza / llena de confianza también respecto de mí misma. Lo
que llamas mi “vitalidad” en los días buenos ha vuelto a mí y con ello también la segura y
dichosa confianza en mí misma y en mi vida, y la expectativa cierta de que ha de traerme
muchísima felicidad por diversos cauces.
Afortunadamente, las circunstancias personales me dan oportunidad para emplear una
renacida vitalidad. Iré a Londres en agosto después de la excursión de verano oon… hasta
el próximo invierno, primavera donde encontraré mucho trabajo con favorables
perspectivas materiales, científicas y personales. Enseñar Además de enseñar a los niños
del profesor Jones, se me ha pedido que analice muchos otros hijos de colegas. Me espera
un cargo decente especialmente atractivo con mis colegas-además de una gran cantidad de
trabajo científico.
También un Además puedo dar por segura una intensa actividad científica y de enseñanza
dentro del marco de nuestro acuerdo y también quizá, -fuera-de ese acuerdo He recibido
una invitación para dar una charla en la Sociedad Británica de Psicología; también una
demanda de una revista médica de Nueva York para la publicación de un libro mío. Mi
auténtico libro —que significa mucho para mí— empieza a tomar forma-definida plan
general y forma, y acaso pueda escribirlo en Londres.
* Posteriormente, Klein contó a Erich que Kloetzel se había criado en un orfanato judío.
OSTRACISMO [163]
Es un / Tengo ante mí un trabajo muy arduo pero muy prometedor /Si es éxito. Si es
exitoso —y espero que lo sea— sin duda avanzaré considerablemente seguiré avanzando
Mi espíritu, nuevamente estimulado, asegurará que he de gozar la vida y no ahogarme de
trabajo.
Te adjunto envío mi última obra, que es puramente analítica, pero puede resultarte
interesante.
Por último, querido Hans, permíteme decir Algo más, querido Hans: permíteme
decirte que la última frase de tu carta: “así pensaremos el uno en el otro sin amargura”, no
es demasiado pertinente, en mi opinión, ya que no es suficientemente ilustrativa. Sin
amargura, por supuesto pero más que ese con mucha amistad y sinceridad / Un Nuestra
relación, que ha sido tan hermosa que o hubiese querido pasarla por alto en mi vida, a pesar
del dolor que exige que produce especialmente cuando el dolor ya ha desaparecido sólo ha
dejado amista, hermosa amistad y sinceros sentimientos para ti… Espero y deseo con todo
mi corazón que tu camino conduzca también hacia lo alto.
Adiós,
Afectuosos saludos, Mel,
Deseo de corazón, querido Hans, que tu camino te conduzca cada vez a sendas más
elevadas y que sigas dichoso y bien.
Afectuosos saludos.
Mel
1926-1939
Londres
UNO
La Sociedad Psicoanalítica
Británica
* Jones se ofendió mucho cuando Freud caracterizó a David Eder como “el primero y,
por ahora, el único médico que practica la nueva terapia en Inglaterra” en el prefacio de
David Eder, Memories of a Modern Pioneer, editado por J.B. Hobman (Londres, Víctor
Gollanez, 1945). El 26 de agosto de 1945 Anna Freud tuvo que recordarle a Jones que Eder
fue el único representante del psicoanálisis en Inglaterra mientras Jones estaba en Toronto
(JA).
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [171]
declara tabú por ser un neurasténico sexual. Por eso combinaré mis artículos
sobre sexo con artículos de otros temas”.7 Freud estaba nervioso, preocupado
porque Jones estuviese aguando los elementos sexuales de la teoría psicoa-
nalítica a fin de hacerla más aceptable a la audiencia de los Estados Unidos.
(Dada la propia historia de Jones, Freud podría haber sospechado también
en él una general tendencia a evitar las controversias.) Jung estaba de acuer-
do: “Por naturaleza no es un profeta ni un heraldo de la verdad, sino alguien
comprendido8 con ocasionales flexiones de conciencia que pueden apartar a
sus amigos”.
En septiembre de 1909 Jones se reunió con Jung, Ferenczi y Freud en
Worcester, Massachusetts, donde la Clark University otorgaba a Freud un
grado honorario. En ese momento, Freud provocó un cortés enfrentamiento
entre ellos, como manifiesta Jones en su biografía de Freud:
En la época dé Worcester, Freud tenía una idea exagerada de mi independencia y
temía, muy injustificadamente, que yo podría no resultar un estrecho discípulo. Por eso
tuvo el gesto especial de ir a la estación para despedirse de mí cuando me marchaba a
Toronto, al final de nuestra estancia, y de expresar la cálida esperanza de que me manten-
dría con ellos. Sus últimas palabras fueron: “Verá que merece la pena”. Naturalmente fui
capaz de ofrecerle mi seguridad más plena y nunca volvió a dudar de mí.9
Atendiendo a la verdad, ulteriormente se originó tensión entre ellos,
especialmente a partir del patrocinio de Melanie Klein por Jones. No obstan-
te desacuerdo tendría lugar muchos años después, y en aquel momento Freud
tenía razón al creer que Jones se convertiría en un adherido a la causa.*
Los colegas canadienses de Jones recelaban en un principio del impe-
tuoso joven de Londres, pero él prosiguió con energía su inicial conquista de
Putnam y de otros médicos norteamericanos. En 1910 Freud le subrayaba la
importancia de establecer en los Estados Unidos una filial de la Asociación
Psicoanalítica Internacional, la cual se había fundado en el Congreso de
Nürenberg, en marzo. Jones desempeñó entonces un importante papel en la
formación de la Asociación Psicoanalítica Americana en 1911, cuando
Putnam se convirtió en su presidente y Jones en secretario tesorero, cargo
que conservó hasta su regreso a Inglaterra en 1913. Durante este período
continuó haciendo viajes regulares a Europa; y en 1912 fue él quien propuso
la formación de “un pequeño grupo de analistas dignos de confianza,
actuando como una especie de Vieja Guardia’ alrededor de Freud”.10
Para un hombre con el temperamento de Jones, Ontario constituía un
medio inhibidor. Sus maneras ásperas y que abiertamente hiciera vida
|común con su querida, hicieron de él una especie de enfant terrible ante la
* Agradezco a una de mis alumnas, Ruth Fry, por haber ampliado mis
conocimientos de Anna Freud. Fry también me ha señalado que “The Relation of
Beating-Phantasies to a Day-Dream” es mucho más libre que su obra posterior.
** En los Estados Unidos apareció en 1929 como número 48 de la "Nervous and
Mental Disease Monograph Series”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [181]
entre sí”— desaprobaron unánimemente “el freno que la actitud de Anna
Freud imponía al desarrollo del análisis infantil”. En respuesta a las conside-
raciones de Freud, Jones manifestaba su pesar porque “Anna haya sido tan
apresurada y haya publicado sus primeras conferencias de forma tan inflexi-
ble y sobre una base empírica tan endeble. Advertí que podría lamentarlo más
tarde y que dar un paso tan precipitado le haría más difícil adoptar pos-
teriormente una posición más avanzada”.
Ofendida por el ataque que se le había dirigido, Melanie Klein le pidió a
Jones una oportunidad para responder los cargos de Anna. El le respondió
organizando un simposio sobre análisis infantil entre los miembros de la
Sociedad Británica. Cuando, más tarde, Freud mandó sus protestas por
escrito, Jones le explicó que anteriormente había escrito a Radó, el director de
la Zeitschrift, solicitándole que
el libro de Anna se reseñase a la vez por dos personas atendiendo a criterios dife-
rentes, tal como se había hecho en otras ocasiones, y su respuesta indicaba que únicamente
podría publicarse una reseña favorable. Sólo quedaba el Journal. Yo debiera haber
publicado en el Journal la traducción de la reseña de la Zetischrift, pero prometí a la
señora Klein que nuestras páginas estarían abiertas a cualquier contribución de su parte
en la que se determinasen sus puntos de discrepancia con Anna y se clarificara en general
la situación. Como usted supondrá, jamás se me ocurrió que Anna reclamase inmunidad
en cuanto a la crítica de sus escritos, y mucho menos que usted esperase que se le fuera
concedida tal inmunidad. Estaban en juego cuestiones científicas sumamente importantes
y, obviamente, me pareció que lo procedente era una discusión abierta en cualquier senti-
do. Evidentemente, no puedo simpatizar con la posibilidad de que se obstruya artificial-
mente una de las partes en cuestión, en especial cuando me pareció que era la más reno-
vadora y prometedora de las dos.
No se puede sino admirar el vigor con que Jones se enfrenta aquí con
Freud.
La Sociedad Psicoanalítica Británica celebró el 17 de enero de 1979,
muchos años después de su muerte, una sesión especial en memoria de Ernest
Jones en ocasión de su centenario. Entre quienes rendían homenaje a Jones
estaba Anna Freud, la cual atribuyó el juicio de las diferencias entre las
sociedades de Viena y de Londres a la llegada de Melanie Klein a Londres.
“Ernest Jones desaprobó mis primeras conferencias sobre el análisis infantil”,
decía, “y en una carta dirigida a mi padre lamentó su publicación”.21 Anna
Freud puede haber intentado saldar viejas deudas, pero la situación no fue
exactamente tal como ella la describe. Fue Freud el primero en escribir a
Jones objetándole la crítica del libro de Anna formulada en el simposio-de
mayo y aparecida en la edición del Journal de agosto de 1927.
En sus conferencias, Anna Freud no alude a Klein meramente en pas-
sant, sino que le dirige un ataque frontal, directo. Melanie Klein había afir-
mado que todos los niños debieran ser objeto de análisis como parte de su
[182] 1926-1939: LONDRES
educación general, mientras que el grupo vienés creía que el análisis era
necesario sólo en el caso de una neurosis infantil y que era “arriesgado” en
casos normales. |
Anna Freud reunió su experiencia de dos años y medio previos al reali-
zar diez “prolongados”* análisis de niños. A diferencia de Klein, creía que
las dificultades de los niños se debían a menudo a factores externos, y que
eran los padres, que sufrían ante la “perversidad” del niño, quienes busca-
ban un alivio tanto para sí mismos como para el niño. En otras palabras: ya
que desde el inicio se producía una diferencia esencial respecto del análisis del
adulto: en este último, el adulto toma deliberadamente la decisión de iniciar
un análisis.
En consecuencia, el analista infantil debe iniciar un período preparato-
rio, un “proceso lento y cauteloso para lograr una confianza que no podía
ganarse directamente”.22 Presenta a continuación una serie de ejemplos de los
distintos modos como logró que el niño le resultara accesible; en otras
palabras: sus distintos modos de establecer un estado de dependencia y una
transferencia positiva.
Al respecto del intento Melanie Klein por interpretar simbólicamen-
te todo lo que se registra en el juego del niño como expresión de la agresión
o de la unión sexual, ¿no puede tener una explicación simple? ¿No puede
tratarse de la representación de algo que el niño ha observado durante el día,
por ejemplo?
Pasa a considerar entonces las razones que, a su juicio, justifican la
necesidad de ganarse la confianza del niño. Cree que el análisis infantil
tiene una finalidad “educativa”, y que el analista sólo puede orientar al niño
del modo deseado si dispone de su confianza. Los impulsos negativos contra
el analista son “esencialmente inadecuados. 23 A diferencia de Melanie
Klein, quien opina que el comportamiento hostil del niño frente al analista
es reflejo de sus sentimientos hacia la madre, Anna Freud creía, lo contrario:
cuanto más afectuoso sea el vínculo del niño con la madre, tanto mayores
serán los recelos que manifestará a los extraños. Es imposible una transfe-
rencia interpretable ya que, para el niño, el analista no es una pantalla en
blanco en la que inscribir sus fantasías, sino alguien que posee un código de
conducta que comunica al niño.
Es, además, imposible llegar al inconsciente del niño pequeño, porque
el niño es incapaz de libre asociación, y sólo en el período de latencia tienen
lugar recuerdos de solapamiento. El niño todavía no ha experimentado la
elaboración de un superyó, y el posible yo ideal resulta ser sólo una identifi-
cación con los padres. “El analista debe 74lograr situarse en el lugar del yo
ideal del niño mientras dura el análisis.” El analista, en tanto que mentor
del niño, debe asumir aún más autoridad que los padres.
* Es imposible estimar qué entendía ella por análisis “prolongado”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [183]
Podemos suponer que el grupo inglés había leído cuidadosamente las
conferencias de Anna Freud y había llegado a la reunión del 4 y el 18 de
mayo con los argumentos en contra bien ordenados, aunque Jones asegura a
Freud que la reunión “no estuvo en modo alguno organizada ni influida”. La
discusión podría haberse centrado en el libro de Anna, pero “se discutió
ampliamente todo el ámbito del análisis infantil y los problemas relaciona-
dos con él, y se adujeron, desde distintas perspectivas, tantos puntos de vista
específicos y tantas consideraciones, que consideramos de interés publicar la
discusión en su totalidad”. Destaca que el propio grupo de Viena había sen-
tado ya un precedente en ese tipo de discusiones extensas.
El libro de Arma Freud era deliberadamente provocativo; y aunque
Jones admitía que Melanie Klein le había solicitado una oportunidad para
refutar los cargos que se le atribuían, él no se limitó a apoyar su oposición,
sino que le movió un espíritu inglés de juego limpio. Por esto sugirió que
quien deseara presentar en el simposio una contribución, sería bienvenido.
Cuando Freud reprochaba a Jones haberse apresurado a publicar las réplicas
en el Journal tres meses más tarde, Jones le contestaba que consideraba
agosto el momento idóneo para incluir les comentarios porque había escasez
de materiales para esa edición, mientras que, si hubiera esperado hasta el
congreso bianual de septiembre, se habría visto inundado con las comunica-
ciones del congreso. Era una explicación razonable; pero no hay duda de
que consideraba el Journal un foro para el debate científico: si Freud se que-
jaba de los puntos de vista contrarios a los suyos o a los de su hija, tant pis.
Joan Riviere, que se había analizado con Freud y que durante algunos
años se había encargado de traducir sus obras al inglés, tradujo la aportación
de Melanie Klein del alemán al inglés. Los argumentos están ordenados tan
clara y coherentemente, que cabe considerar su participación asimismo en la
organización del artículo.
Anna Freud había sugerido que el papel del analista debía limitarse a
ejercer una influencia educativa. En el simposio, Klein se propuso demostrar
que esa posición era exactamente contraria al precedente ya establecido en
el análisis infantil. En el más temprano de los casos registrados, el del
pequeño Hans en 1909, Freud se había adelantado a posibles objeciones en el
sentido de que se pudiera dañar al niño colocándolo ante aspectos de su
inconsciente:
Pero debo ahora indagar qué daño se ha hecho a Hans llevando a la luz complejos
tales que no sólo son reprimidos por el niño, sino temidos por sus padres. ¿Pasa el
¿muchachito a emprender alguna acción seria en relación con lo que deseaba de su madre?
¿O provocan estas intenciones contra su padre malas acciones? Sin duda, tales recelos
habrán acudido a la mente de muchos médicos que entienden mal la naturaleza del psico-
análisis y piensan que se fortalecen los malos instintos al hacerlos conscientes.25
Por otra parte, H. Hug-Hellmuth, que rechazaba la idea de analizar a
[184] 1926-1939: LONDRES
niños muy pequeños, rehuía enteramente penetrar en profundidad en
complejo de Edipo por temor a despertar tendencias reprimidas que el niño
era incapaz de asimilar, y consideraba el papel del analista atendiendo a una
influencia educativa, opiniones que Anna Freud evidentemente hizo suyas.
No obstante, Klein, en el primer artículo que publicó. “El desarrollo de
un niño” (1921) —el análisis de un niño de cinco años y tres meses
había observado que investigar el complejo de Edipo en profundidad era a la
vez posible y saludable.
Compruebo que, en un análisis llevado a cabo de este modo, no sólo era innecesario el
esfuerzo del analista por ejercer una influencia educativa, sino que ambas cosas eran
incompatibles.26
La conclusión implícita era la siguiente: ella había seguido la tradición
de Freud, mientras que Anna se había sometido al enfoque, más tímido, de
Hug-Hellmuth. A Klein no le sorprendía que en un intervalo de dieciocho
años en el análisis infantil el progreso hubiese sido lento, puesto que el
grupo de Viena parecía convencido de que “al analizar a niños no sólo no
podemos descubrir más, sino en realidad menos del primer periodo de vida
que cuando analizamos a adultos”.27 Estos prejuicios habían provocado,
según Klein, la resistencia interna a hallar una técnica adecuada. Klein enu-
mera entonces los cuatro puntos principales del libro de Anna Freud y pasa
a desarticularlos uno por uno: que no era posible el análisis del complejo de
Edipo del niño, puesto que podría interferir en las relaciones del niño con
sus padres; que el análisis de niños debe ejercer en éstos sólo una influencia
educativa; que no puede efectuarse una transferencia de neurosis debido a
que los padres ejercen aún un papel dominante en la vida del niño; y que el
analista debe hacer cuanto pueda para ganarse él la confianza del niño.
Ante todo Klein dirige su crítica a “los artificiosos y molestos medios”
a través de los cuales Anna Freud se convierte en aliada del niño: mecano-
grafiar letras, hacer vestidos para las muñecas, etcétera.* Por otra parte,
Klein se abstiene de mencionar cualquier medio de persuasión, como los
regalos o los halagos. Según ella, es necesario analizar constantemente por
qué el paciente caracteriza a uno como una figura investida de autoridad,
amada u odiada.
La diferencia más importante entre ambas estriba en el hecho de que
Anna Freud veía a los niños como seres totalmente distintos de los adultos,
mientras que Klein, convencida de que los niños se encuentran aún en gran
medida bajo el imperio del inconsciente, considera que el análisis del
inconsciente es su tarea principal. Debe aceptarse que el sufrimiento es parte
* El Profesor Peter Heller recuerda que durante su análisis con Anna Freud, cuando él era
niño, desde 1929 hasta 1932, ella estaba “siempre tejiendo”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITANICA [185]
* El índice de la edición inglesa registra tres referencias en notas al pie, pero hay en
realidad un importante comentario en “Sexualidad Femenina” (1931).
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [191]
peculiar? Tras muchos años de trabajo psicoanalítico nos hallamos en una ignorancia tan
grande en relación con este problema como lo estábamos al comienzo.37
Freud, con agudos dolores por su cáncer en la mandíbula, se hallaba en
un estado de pesimismo y desesperación. Advenía que no se había aproxi-
mado a la comprensión de los orígenes de la ansiedad; no así Melanie Klein,
quién llegaba al Décimo Congreso Internacional de Insbruck a comienzos de
septiembre de 1927 rodeada, por primera vez, de un círculo de discípulos
leales y optimistas.
El 3 de septiembre, Anna Freud trascendió los seguros parámetros
familiares en cuanto al modo de ejercer el análisis infantil. Destacó que
Melanie Klein había afirmado que ella —Anna— no penetraba en el com-
plejo de Edipo de sus pacientes. Se disponía ahora a mostrar que sí lo hacía:
dentro de la escala temporal y de los presupuestos del esquema tradicional
que Freud había señalado. Su paciente de siete años de edad temía perder el
amor. Anna concluía con dos cuestiones: la diferencia entre el superyó del
niño y el del adulto, y el papel educativo del analista. Si las exigencias del
superyó del niño disminuyeran (Melanie Klein consideraba ésa su meta fun-
damental), el niño podría llegar a radicalismos y a permitirse cosas más allá
de lo que aun el enlomo más libre podría tolerar. Y, puesto que el superyó del
niño depende tamo de factores externos, es esencial que el analista se
responsabilice de la educación del niño durante el período del análisis. En
otras palabras: su comunicación era sólo una confirmación más vehemente-
mente de lo expresado de sus trabajos iniciales.
Al mismo tiempo, Melanie Klein exponía “Estadios tempranos del con-
flicto edípico”, comunicación cuyas ideas eran más provocativos que las :
presentadas anteriormente. Por primera vez aclara aquí que en algunos pun-
tos se aparta radicalmente de Freud: en la determinación del momento de
aparición del complejo de Edipo; en su opinión de lo que éste constituía; en
la diferencia psíquica entre niños y niñas, y en el comienzo de sus respecti-
vas neurosis.
Empieza por remitir a su anterior trabajo de Salzburgo, “Principios psi-
cológicos del análisis infantil” (1926), con el cual había suscitado olas de
sobresalto al esquematizar la siguiente secuencia: (1) las tendencias edípicas
se liberan por la frustración del destete; (2) aparecen por primera vez a fina-
les del primer año o a comienzos del segundo; (3) se refuerzan mediante la
frustración anal producida durante el adiestramiento para hacer las necesida-
des solo.
Pasa entonces a ocuparse de la influencia determinante en la diferencia
anatómica entre los sexos y a los temores que consecuentemente experimenta
uno y otro; todo ello conforma una serie de reflexiones que se oponen clara-
mente a las opiniones, tenazmente sostenidas por Freud, acerca de la ansie-
dad masculina de la castración y del temor femenino a la pérdida de amor.
[192] 1 9 2 6 - 19 3 9 : LONDRES
* Freud era especialmente sensible a esa cuestión porque, al parecer, Anna se hallaba
en su segundo análisis con él precisamente en esa época. Véase: Uwe Henrik Peen, Anna
Freud: A Life Dedicated to Children, Londres, Weidenfeld y Nicolson, 1984 págs. viii y ix.
** En octubre de 1929 se nombró también a Klein miembro del Instituto.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [197]
Jones señalaba a Freud que no se habían mantenido las reglas del juego
limpio. Radó sólo permitía que en la Zeitschrift apareciese una crítica
favorable del libro de Anna, así que no pudo sentirse sino con el derecho de
publicar otros puntos de vista en el Journal:
Si en el artículo de la señora Klein hay alguna crítica ilegítima en contra de Anna,
soy, ciertamente, técnicamente responsable, aunque no lo leí hasta después de que su caita
llegara esta semana. Me parece que lo mejor será que dejemos los posibles mal entendidos,
a las personas a quienes atañe más directamente. Anna debe saber que cualquier respuesta
o contribución suya será muy bienvenida al Journal y se la considerará un honor. Por mi
parte, no vislumbré crítica ilegítima alguna en lo que la señora Klein dijo en el encuentro,
ni observo que se haya incluido algo así en la versión escrita. Naturalmente, al decir esto
no pretendo defender todo lo que ella escriba: ésa es una cuestión personal de ella y yo,
como director de la publicación, cuanto tengo que ver es que el tono y el contenido de una
contribución así estén dentro de los límites habituales; del debate científico .
Respecto del folleto al que aludía Freud, Jones hizo notar que la
defensa que Klein hacía de sí misma debía ser leída también por los
analistas de habla alemana. Radó le dijo que no tenía espacio en la
Zeitschrift para trabajos sobre análisis infantil, pero le ofreció publicar un
resumen, de dos páginas de extensión, de la discusión, y le sugirió que se
publicara completa mediante el Internationaler Psychoanalytischer Verlag.
Por último, Jones le aseguraba a Freud que el simposio había albergado,
únicamente consideraciones científicas y que “aquí el estado de ánimo es el
de una entera devoción a su personalidad y a los principios del
psicoanálisis”.
Freud se ablandó ligeramente por el tono conciliatorio de Jones.
Expresó total ignorancia del hecho de que Melanie Klein fuera insuficiente-
mente apreciada en Berlín, y le aseguró a Jones que procuraría que tuviese
total libertad para publicar sus opiniones en alemán:
Por otra parte, cree que es injusto subrayar del libro (de Anna) su carácter de ataque
a Melanie Klein. Ella ha desarrollado su concepción sobre la base de su propia y muy
amplia experiencia, y sólo de mala gana alude a cuestiones polémicas. Dos cosas siguen
siendo imperdonables en el grupo inglés, a saber, la acusación, a la que habitualmente se
recurre, contraria a toda buena costumbre, de que no se ha analizado suficientemente,* y
la observación hecha por Melanie Klein de que Anna elude sistemáticamente el análisis
del complejo de Edipo. Esa errónea concepción podría haberse evitado con un poquito
de buena voluntad.
La discusión continuó en términos razonablemente amistosos, desvián-
dose la descarga de Melanie Klein y dirigiéndose contra la concepción de
* La cuestión del análisis de Arma nunca se planteó, salvo en una carta de Jones a
Freud.
[198] 1926-1939: LONDRES
Joan Riviere de las imagos paternas introyectadas en el niño, punto discutido
en el capítulo siguiente.
Freud continuó insistiendo en que las opiniones de Anna eran entera-
mente independientes de las suyas, pero en una carta dirigida a Jones el de
febrero de 1928 se reveló la verdad de las cosas:
Su demanda de que el análisis infantil debiera ser un análisis real, independiente de
toda pauta educativa, me parece tanto teóricamente infundado como impracticable en la
realidad. Cuanto más escucho al respecto, tanto más creo que Melanie Klein anda por el
camino erróneo y Anna por el correcto. Todo lo que sabemos del desarrollo femenino
temprano me parece insatisfactorio e incierto. Sólo veo dos puntos con claridad: que la
primera idea de la relación sexual es oral: la succión del pene y, previamente, del pecho
de la madre, y la detención de la masturbación del clítoris debido a la inferioridad, peno-
samente reconocida, del mismo. En lo referente a cualquier otra cosa, tendré que
reservarme el juicio.
En marzo, Jones le comunicaba la muerte de su hija Gweinith, de siete
años y medio de edad. En respuesta a ello Freud comentaba que él y Jones
sólo habían tenido “una ligera disputa familiar”, y le aseguraba que su pro-
pio pesar había sido mayor que el de Jones, porque su hija y su nieto habían
muerto cuando él era demasiado viejo y débil para asumir el pesar. “Usted y
su esposa son, por supuesto, suficientemente jóvenes para recobrar la sereni-
dad en sus vidas.” Para distraerlo, Freud le sugirió que pensara en su nueva
teoría favorita, esto es, la hipótesis de J.T. Looney de que Shakespeare era en
realidad el Conde de Oxford.
El 12 de diciembre de 1928 Jones anunciaba orgulloso que su hijo había
concluido su análisis, el cual le había llevado dieciocho meses (aparte de las
vacaciones). Estaba sumamente satisfecho con los resultados. Jones debía
suponer que esas noticias irritarían a Freud, pues probablemente sospechaba
que Mervyn era analizado por Klein.
Por el momento no hubo más discusión a propósito de Melanie Klein,
pero Freud seguía teniéndola en cuenta. En “Sexualidad Femenina” (1931)
aprobó la aptitud de Otto Fenichel de hacer caso omiso del desplazamiento
del complejo de Edipo, preconizado por Melanie Klein, a comienzos del
segundo año:
La determinación del momento en que se forma el complejo de Edipo, la cual
también implicaría necesariamente una modificación de nuestra concepción del resto del
desarrollo infantil, no se corresponde en realidad con lo que aprendemos del análisis de los
adultos, y es en especial incompatible con mis hallazgos respecto de la larga duración del
vínculo preedípico de las niñas con su madre. 47
Dos
* Scott realizó una experiencia similar con un niño de veintiséis meses bajo la
supervisión de Klein. “Aprendí mucho del análisis de este niño en los nueve meses
siguientes, sin que el niño dijera una sola palabra. Habían traído al niño porque no había
empezado a hablar, pero durante el análisis comenzó a hablarles mucho a sus padres...
Debería haber permanecido en el análisis por muchos años hasta que su capacidad de hablar
llegara a ser equivalente a su capacidad de jugar- Podía mostrarme mucho más de lo que
podía decirme.”
** Basado en las conferencias que había dado originariamente en Londres en 1925.
[208] 1926-1939: LONDRES
fijación oral al pezón puede transformarse en una fijación oral al pene del
padre. La base de la homosexualidad masculina está constituida por una fija-
ción de succión al pene demasiado poderosa. Si un niño padece hambre
durante el período de lactancia, es amamantado sólo con biberón, o si sus
sentimientos respecto del pecho de la madre son excesivamente sádicos, no
puede introyectar satisfactoriamente la imago de una madre buena, y el
temor a la madre mala dominará su desarrollo. Como en su fantasía la madre
incorpora el pene, el niño escapa de ese objeto misterioso y destructivo para
dirigirse al pene visible y real de otro hombre; y el acto homosexual supondrá
una protección ante el pene “malo” del padre que se encuentra dentro de la
madre así como ante el pene “malo” del padre que el niño ha introyectado en
su propio cuerpo, expresado en la “preferencia narcisística por el pene de otro
hombre”.16
Aquí adopta Klein explícitamente y por vez primera la noción freudiana
de los instintos de vida y muerte, una estructura dialéctica de opuestos, el
amor y el odio, sobre la cual apoyó más tarde las conductas esquizoparanoi-
de y depresiva. Aunque remite continuamente -r-con más frecuencia que en
sus artículos anteriores— a los estadios- psicosexuales de Freud y de
Abraham, en el momento de formular con más claridad su concepción de la
ansiedad, va internándose en su propio camino. Ahora considera que la
ansiedad se origina por la presencia y la amenaza del instinto de muerte
dentro del yo.
Jones siempre insistía en que nunca había aceptado la idea freudiana de
instinto de muerte, lo cual sugiere una diferencia fundamental entre él y
Klein. No obstante, en el capítulo “Metapsicología” de su obra relativa a la
vida de Freud, Jones aclara cómo éste y Klein interpretaban el instinto de
muerte. Jones destaca que en un principio Freud utilizaba indistintamente las
expresiones “instinto de muerte” e “instinto de destrucción”, pero en una
discusión con Einstein le hizo diferenciar ambas cosas, matizando que el
primero se dirige contra el yo, mientras que el segundo, derivado de éste, se
dirige hacia el exterior. En Los instintos y sus vicisitudes (1915) Freud
sugiere por primera vez que podría haber un masoquismo primario (hasta
entonces lo había considerado derivado del sadismo) y que la tendencia a
dañarse a sí mismo era expresión del instinto de muerte. Estaría nuevamente
dirigido hacia el exterior, hacia otras personas como medio de protección de
sí mismo.
El 22 de marzo de 1935, Jones expuso ante la Sociedad Psicológica
Británica un artículo titulado “Psycho-Analysis and the Instincts”. Durante el
mes siguiente estuvo en Viena para dar una conferencia con el título “Early
Female Sexuality”. En el curso de esta estancia dejó a Freud su trabajo acerca
de los instintos. El 2 de mayo, respondiendo a una carta de Freud, escribe:
GALLITO DEL LUGAR [209]
Me complace que & usted le haya gustado mi trabajo sobre los instintos, pero me
asombra que piense que he incurrido en el error de suponer que usted había partido de
una de las obras de Melanie Klein en la conformación de sus propias ideas. Sé muy
bien, por supuesto, que su exposición sobre el tema fue anterior al escrito de aquélla...
creo haber pensado que usted haya sido influido por nadie y, ciertamente, menos que por
nadie por Melanie Klein. He revisado, pues, mi trabajo con curiosidad y creo haber
gallado la frase que le resultó confusa. Viene a continuación de una exposición acerca del
superad y su severidad, y dice así:
“Estudios analíticos pormenorizados, en especial los llevados a cabo con niños
pequeños por Melanie Klein y otros, han arrojado mucha luz sobre los orígenes de esa
severidad, y han conducido a la concepción de un instinto de agresión primitivo, de
carácter no sexual.”
Para evitar cualquier posible ambigüedad volveré a redactar estas líneas antes de
publicarlo.* Aparece, es verdad, como una interpolación en el desarrollo, pero mi propó-
sito era abarcar todas las contribuciones hechas por el psicoanálisis, no sólo las suyas. Al
escribirlas no pensaba en usted, pues no le atribuiría a usted la creencia en un instinto
primario de agresión (ésa es más bien opinión mía); describiría la suya como una creencia
en un Todestrieb interno que secundariamente se exterioriza bajo la forma de un impulso
de agresión.
En todo caso, difícilmente podría existir riesgo de una interpretación errónea, pues
casi a continuación se dice:
“Pero —cosa extraña— no fueron esa concepción y los estudios que acabo de
resumir los que le condujeron a su actual idea de la dualidad de la estructura mental”.
Jones dice “casi a continuación’', pero en realidad hay en medio tres
frases decisivas:
Al menos aquí, pues, hay algo que puede contraponerse al aspecto sexual de los
conflictos mentales. Antes de avanzar en su consideración, empero, tendremos que vol-
ver atrás nuestros pasos; Freud publicó su iluminador concepto de superyó en un libro
aparecido en 1923 (El yo y el ello).17
Jones pasa entonces a mostrar que Freud elaboró sus ideas de instinto
de muerte a partir de la repetición-compulsión, la cual parecía preceder
temporalmente al principio de placer y dolor, (aunque Jones especifica que él
no resolvió totalmente este punto, como lo hizo Klein). Al volver a publi-
car. el artículo en la quinta edición de Papers on Psycho-Analysis en 1948,
Jones incluyó de nuevo el párrafo referente a Klein reforzándolo:
do un enfrentamiento, pues era contrario a todo lo que ella creía. Klein sabía también que
fue Ferenczi había invitado a Anna Freud a Budapest en 1930 para que diese conferen-
cias, y que en la Circular del 30 de noviembre de 1930 había comentado públicamente:
“Sin negar en principio la importancia de la valentía con que M. Klein ha abordado estos
problemas (los del análisis de niños), las observaciones de nuestro grupo apoyan en genera
la concepción vienesa”.
[218] 1926-1939: LONDRES
análisis hecho por legos”, trabajo escrito en defensa de Theodor Reik, a quien
en Viena se perseguía por curanderismo. El tema tenía para Freud cierta
importancia personal: estaba la cuestión de la situación profesional tanto de
Anna como de Mane Bonaparte, quien, según esperaba Freud, con sus
relaciones y riqueza lograría que el psicoanálisis se asentase firmemente en
Francia.
En 1927 se realizó una encuesta entre los miembros de la Sociedad
Británica, la cual acordó que debía “instarse” a los candidatos que no fueran
médicos “a obtener la licenciatura de médicos, pero que no se los debía
excluir por la sola razón de que no la obtuviesen”. No obstante, los psicoa-
nalistas que no fuesen médicos debían admitir que los colegas que lo fuesen
entrevistaran a los pacientes y asumieran la responsabilidad médica antes de
que se iniciara el tratamiento.
En 1926, debido a las quejas provocadas porque muchos curanderos se
hacían pasar por psicoanalistas, la Asociación Médica Británica nombró una
subcomisión para que llevase a cabo una investigación sobre el particular. Se
designó a Ernest Jones miembro de aquella comisión, y gracias a sus per-
suasivas argumentaciones, el cuerpo estableció que sólo quienes se formasen
de acuerdo con los métodos de Freud en el Instituto de Psicoanálisis tendrían
derecho a llamarse psicoanalistas. El reconocimiento de la respetable
posición del psicoanálisis fue un gran logro para Jones. La Sociedad Vienesa,
sin embargo, estaba sometida a las reglamentaciones más humillantes por
parte de las autoridades médicas: y se amenazaba con la clausura de la clínica,
que se ocupaba únicamente de necesitados, si en su trabajo colaboraban
legos. Ello significaba que, de hecho, a Anna Freud se le impedía llevar a
cabo sus actividades, aun cuando daba conferencias sobre análisis infantil en
el Instituto y era también vicepresidente de la Sociedad.
El trabajo en el ámbito del análisis de niños continuó expandiéndose en
Inglaterra bajo la dirección de Melanie Klein, Melitta Schmiedeberg, Nina
Searl y, más tarde, D.W. Winnicott. El 7 de julio de 1930 la Comisión de
Formación estableció ciertas condiciones:
1. El análisis personal y otros estadios de la formación deben ser los mismos para
los analistas de niños y para los demás analistas.
2. El primer estadio de análisis controlado debe consistir en el análisis de dos
adultos bajo control durante, por lo menos, un año.
3. Después de los controles de adultos, el candidato debe emprender el análisis de
control de niños de la siguiente forma; tres casos; uno de adolescencia, uno del período de
prevalencia y uno del período de latencia. El período mínimo de esta fase ha de ser de un
año.
Las actas del 4 de julio de 1930 registran que “La señora Klein trae a
colación la cuestión de las condiciones para los candidatos que aspiren a la
formación en análisis de niños: recomienda que en el próximo Congreso se
GALLITO DEL LUGAR [219]
acentúe la necesidad de que todos los candidatos se ajusten a las pautas del
análisis de adultos y pasen por la formación en análisis de adultos antes de
hacerse cargo del análisis de niños”. ¿Era ése el modo de averiguar si Anna
Freud realmente se había sometido a un análisis de formación? Melanie
Klein tenía el respaldo oficial de la Sociedad Británica, mientras que los
analistas continentales apoyaban firmemente a Anna Freud. En el
Duodécimo Congreso Internacional celebrado en Wiesbaden en septiembre
1932, una subcomisión de la Comisión Internacional de Formación
comunicaba que “no se han discutido las cuestiones de la formación de ana-
listas, infantiles, las consignas para los pedagogos y las conferencias para el
público general o para algún grupo en especial. Parecieran hallarse fuera del
ámbito de sus intereses y estar también parcialmente sujetas aún a opiniones
diversas para que resulte por ahora oportuno establecer normas internacio-
nales que las regulen”. Ello podría ser un intento de evitarle molestias a
Anna Freud.
Jones se pronunció otra vez con firmeza por Melanie Klein en la
comunicación que presentó en el congreso, que era en realidad un respaldo
a El psicoanálisis de niños. “The Phallic Phase” era una declaración de su
divergencia respecto de Freud aún más notoria que su anterior trabajo,
“Early Development of Female Sexuality”, expuesto en el Congreso de
Innsbruck de 1927, donde afirmaba audazmente que “existe la creciente y
sana sospecha de que los analistas varones han acostumbrado a adoptar una
indebida concepción falocéntrica de los problemas en cuestión, subes-36
timándose en consecuencia la importancia de los órganos femeninos”.
Los análisis de Klein confirmaban la observación de que había entre los
estadios oral y edípico más transiciones directas que las que anteriormente se
habían reconocido; en este trabajo introducía además el concepto de
“afánisis”, temor caracterizado por “la extinción total y, por supuesto, per-
manente,37 de la capacidad (incluyendo en ello la oportunidad) de placer
sexual”. Esto correspondía a aquella situación descrita por Klein en la que
la niña teme que su madre la despoje de sus capacidades sexuales y
maternales.
En su artículo de 1931, “Sexualidad femenina”, Freud rechazaba la
sugerencia de Jones de que “la fase fálica represente la solución secundaria
de un conflicto psíquico, de38 naturaleza defensiva, antes que un simple y
directo proceso evolutivo”. Jones declara entonces que tiene otras dudas
que se había abstenido de expresar. De acuerdo con la teoría psicoanalítica
generalmente admitida, el temor a la castración es común a los dos sexos
—y las experiencias clínicas lo atestiguan— pero “la interpretación de los
hechos es, por supuesto, una cuestión diferente y nada fácil”. 39 La con-
cepción ortodoxa dice que el complejo de castración despierta la relación
edípica del niño y fortalece la de la niña. Jones cree no poder acordar con
Freud que la fase fálica alcance su apogeo a la edad de cuatro años. ¿Y
[220] 1926-1939: LONDRES
cómo se entienden los casos en los que el varón continúa obsesionado por su
pene? Jones alude a El análisis de niños, donde se sostiene que “la exagera-
ción narcisística del falicismo... se debe a la40 necesidad de luchar contra un
cúmulo especialmente grande de ansiedad”. Jones está dispuesto a conce-
der a Klein que en el niño la sensibilidad al peligro surge en una etapa nota-
blemente temprana, con el conocimiento inconsciente que él posee de la
existencia de la vulva, su deseo de penetrar en ella y el terror que experi-
menta ante las consecuencias sobrevinientes. Jones cree que Melanie Klein
proporciona la explicación de ese hecho (“Estadios tempranos del conflicto
edípico”), a saber, que el temor del niño deriva de sus impulsos sádicos con-
tra el cuerpo, con independencia de toda consideración de su padre o su pene,
aunque, ciertamente, este último aviva su sadismo.
Jones admite que es arduo comprender cómo el niño (en el plano de la
apariencias) efectúa la transición del pezón al pene; pero no tiene dudas sobre
la actitud ambivalente del niño hacia el pezón ni sobre la fantasía o la
aniquilación oral en el niño durante el conflicto edípico. Coincide con Klein,
efectivamente, en cuanto a que el niño; en el proceso del desarrollo masculi-
no, pasa por un estadio femenino básicamente oral. “En la imaginación del
niño, la idea de los genitales de su madre se mantiene durante tanto tiempo
inseparablemente unida a la idea del pene de su padre en el interior de ellos;
que nos centraríamos en una perspectiva falsa si limitáramos nuestra aten-
ción a la relación con su padre ‘externo’ real; ésa es quizá la verdadera dife-
rencia entre el41estadio preedípico de Freud y el complejo de Edipo propia-
mente dicho.” En opinión de Jones, la fase fálica es “un obstáculo neuróti-
co para el 42desarrollo, no un estadio natural de la evolución de ese
desarrollo”.
Hay dos concepciones dominantes sobre la sexualidad de la niña: la de
que es impulsada a la femineidad por su incapacidad de ser varón, y la de
que es mujer desde el comienzo. Jones disiente cíe Freud y coincide con las
observaciones de los analistas ingleses de niños, según las cuales desde un
estadio muy temprano la niña tiene la idea definida de que el pene se deri-
va del padre, pero se incorpora a la madre, noción que fundamenta su fan-
tasía acerca del coito. Ajustándose a la posición de Klein en El psicoaná-
lisis de niños, Jones explica que, a partir de la frustración oral, la niña con-
cibe un objeto más placentero, a saber, el pene. Si el pene está en el inte-
rior de la madre, ello debe ocurrir en el supuesto acto de fellatio entre los
padres; y, como sugiere Klein, el deseo que la niña tiene de poseer un pene se
relaciona con su deseo de gozar de una posesión valiosa contenida dentro
de su madre, más que de poseer realmente uno. La madre está negándole
algo a la niña —y el destete intensifica su envidia—, pero en esta pugna la
niña es inevitablemente la perdedora. En Sexualidad femenina (1931) Freud
había sustentado que “sólo en el niño varón hallamos la fatal combina-
ción del amor hacia uno de los padres y el simultáneo odio hacia el otro
G ALLITO DEL L UGAR [221]
tanto que rival”.43 Klein y Jones se manifiestan como plus royale que le
roi.*
Ambos entienden que la envidia de la niña se dirige exclusivamente
contra la madre. Aparentemente, la madre amamanta al padre; y, en su fan-
tasía, la pareja se procura una increíble satisfacción mutua. Si la niña se
siente indefensa por no tener pene, ello es así porque lo considera también
un arma destructiva. Tales complejos sentimientos conducen al temor a la
venganza; y Jones subraya que “parece difícil sobreestimar la profundidad y
la intensidad del temor en los niños pequeños”.44 Jones comparte el escepti-
cismo de Klein respecto de la concepción del desarrollo sexual sostenida
por Freud, el cual ignora la culpa y el temor que el niño debe superar.
Tres mujeres analistas habían expresado otras tantas opiniones, total-
menté diferentes, acerca del papel de la niña en el complejo de Edipo.
Helene Deutsch se habían ajustado a una línea estrictamente freudiana: “Mi
opinión es que el complejo de Edipo se inicia en las niñas con el complejo de
castración.”45 Karen Horney habla de “esos motivos típicos para refugiar-
se en el46rol masculino: motivos cuyo origen se encuentra en el complejo de
Edipo”. Melanie Klein, en cambio, afirma que “en mi opinión, la defensa
de la niña contra su actitud femenina no47surge tanto de sus tendencias mas-
culinas cuanto del temor a su madre”. En este caso, la madre se siente
ofendida por haber obstaculizado las verdaderas necesidades femeninas de
la niña y porque amenaza con destruirla si persiste en ella. No es extraño
que se estremezca ante el pensamiento de una unión con su padre. Jones
reconoce que esta explicación de la fase deuterofálica, la envidia del pene,
que él vislumbró en el Congreso de Innsbruck, la había anunciado por vez
primera Karen Horney, y que Melanie Klein la había desarrollado más deta-
lladamente en El psicoanálisis de niños. Esa envidia del pene es la defensa
fundamental que una niña puede manifestar porque, al negar su femineidad,
cree protegerse tanto de un ataque de su madre como de un ataque del peli-
groso pene del varón. El proceso, si avanza suficientemente, puede desem-
peñar un papel fundamental en la formación del lesbianismo. Jones respalda
completamente la opinión de Melanie Klein al respecto de que el odio de la
niña no es resentimiento por estar privada de un pene, como Freud había
sostenido, sino esencialmente por la rivalidad con el pene del padre.
Finalmente, Jones observaba que en la etapa deuterofálica, la renuncia
experimentada tanto por el niño como por la niña consiste en una misma
ansiedad por proteger sus respectivos órganos sexuales. La ignorancia relati-
va a los órganos reproductores puede obrar en un nivel consciente, pero
*En su obra acerca de la vida de Freud dice Jones: “No estuve totalmente de acuer-
do con algunas de estas conclusiones, lo cual provocó una extensa discusión entre Freud y
yo, tanto en nuestra correspondencia como en nuestras publicaciones. Varias de las
cuestiones en disputa no han sido aún satisfactoriamente resueltas”. (III pág. 263)
[222] 1926-1939; Londres
¿como desestimar la importancia de lo que ocurre en el inconsciente? En
conclusión, Jones rinde tributo a Freud, si bien da a entender que Freud no
advierte las implicaciones que posee su gran descubrimiento en relación con
las niñas.
Creemos haber certificado las razones que existen para reconocer más que nunca
el valor de lo que acaso ha sido el más grande descubrimiento de Freud: el complejo
Edipo. No hay motivos para poner en duda que para las niñas, no menos que para los niños,
la situación edípica, en48 su realidad y en su fantasía, es el acontecimiento psíquico más
irrevocable de la vida.
Lo mismo que Huxley en relación con Darwin, Jones siguió actuando
como perro guardián de Melanie Klein; y es fácil comprender la consterna-
ción de Freud ante la “Escuela Inglesa” cuando, número tras número el
International Journal of Psycko-Analysis aparecía colmado de artículos
de Riviere, Isaacs, Searl y Sharpe, todos los cuales apoyaban las posiciones
teóricas de Ernest Jones y Melanie Klein sobre la etiología de la ansiedad
y la naturaleza de la sexualidad femenina. Incluso James Strachey, analizando
y traductor inglés de Freud, consideraba que el impulso epistemofílico del
lector omnívoro se correspondía con el acento que Klein otorgaba a los
impulsos sádicos incorporativos y con los comienzos del desarrollo intelec-
tual. En “Some Unconscious Factors in Reading” (1930) señala:
La base sadicooral que me he esforzado por rastrear en la lectura, sería sencillamen-
te una continuación y una derivación del proceso que ella ha descrito. Pero hay un parale-
lismo aún más completo, que es posible perseguir muy detalladamente entre los deseo"
inconscientes que he atribuido a las personas que leen libros y las fantasías que Melanie
Klein ha descubierto en los niños durante las fases sadicooral y sadicoanal: fantasías
infantiles de penetrar en la madre, ensuciarla, devastarla interiormente y devorar sus con-
tenidos, entre ellos el pene del padre y también bebés y heces. 49
A pesar de este apoyo, se empezaba a atacar a Melanie Klein no sólo
por sus teorías sino también por la aplicación que hacía de las mismas. A
Strachey no le agradaba la polémica, pero se vio obligado a responder a las
críticas que Glover y Schmiedeberg dirigían a la técnica de Klein* y a las
cuestiones subyacentes tras un cuestionario que Glover estaba haciendo cir-
cular entre los miembros de la Sociedad acerca del problema de la técnica.
Entre 1932 y 1933 Glover, ayudado por Marjorie Brierley, realizó una inves-
tigación sobre las diversas técnicas empleadas por los miembros de la
Duelo
*El premio lo instituyó el doctor L.S. Pentose y Glover, James Strachey y el profe- sor
A.G. Tansley formaban el jurado.
[230] 1926-1939: LONDRES
pocas semanas o meses, en caso de que ulteriores estudios analíticos de niños y la obser-
vación de la conducta de los niños pequeños indique conclusiones similares.2
Un problema en el labio hizo que la lactancia resultara dificultosa; y
Schmiedeberg considera la neurosis de Vivían resultado a la vez de elemen-
tos constitucionales y hechos externos. Lo más importante de todo.
Parte de la desconfianza de Vivían hacia su madre era una reacción directa a la
propia actitud ambivalente de ésta, pues parece ser, en efecto, un elemento importante del
carácter de la madre el mentir y dar excusas. Al mismo tiempo, atendía a la niña y la
malcriaba bastante.3
El caso concluye con una nota que sugiere que podrían tomarse en
consideración otros factores:
Las siguientes observaciones, hechas por la madre, son interesantes. Mientras que,
desde su nacimiento, Vivían fue una niña difícil y nerviosa, su hermanita era un bebé feliz
y satisfecho que no mostraba síntomas nerviosos. La madre explica la diferencia diciendo
que cuando estaba embarazada de Vivían sufrió muchos sustos y el parto fue difícil. 4
Esta conclusión con un final abierto es coherente con sus anteriores
observaciones en el sentido de que para que se pudieran formular teorías más
definidas sobre las neurosis de los bebés sería necesaria “la observación de la
conducta de los niños pequeños".
Años más tarde, Melitta recordaba que al principio ella era “bastante
popular”* entre los miembros de la Sociedad Británica; sus artículos se tení-
an en alta estima, se le solicitaba que diera conferencias y se convirtió en
analista formada a una edad relativamente temprana.
Pero pronto las cosas se tomaron difíciles. Se me criticaba por prestar más atención
al entorno real de los pacientes y a su verdadera situación, y por considerar que la con-
fianza y una cierta imparcialidad eran partes legítimas de la terapia analítica. Pero siem-
pre sentí que la principal objeción procedía de haberme alejado de la línea kleiniana (por
entonces se consideraba a Freud más bien obsoleto). La señora Klein había postulado
fases y mecanismos psicóticos para los primeros meses de vida, y había sostenido que el
análisis de esas fases suponía esencialmente la teoría y la terapia analítica. Sus afirmacio-
nes se volvieron cada vez más extravagantes, y ella exigió una lealtad incondicional sin
tolerar desacuerdos. 3
Si la popularidad de Melitta declinaba, se debía en gran medida a la
molestia y el bochorno que causaban en sus colegas la vendetta que libraba
* En 1942 Klein escribía a Susan Isaacs: “La gente recordará perfectamente que
en los años que transcurrieron hasta que la doctora S. se volvió contra mí, su crítica era
temida en la Sociedad”.
D UELO [231]
contra su propia madre. Melitta pudo haber pensado que ella era “más bien
popular”, pero los miembros de la sociedad la recuerdan como una persona
violenta y malhumorada. Aunque parecía extraordinariamente joven para su
edad, era tensa y dogmática. En el Congreso de Oxford de 1929 se le enco-
mendó a Diana, la hija de Joan Riviere, que le mostrara los colegios. Al
concluir la excursión, Melitta señaló ásperamente: “Ha sido interesante, pero
científico”.6
Los problemas que se suscitaban en el seno de la Sociedad Británica no
concordaban con la imagen que esa sociedad ofrecía al mundo. Ernest Jones
se enorgullecía de que Freud la hubiese reconocido como la primera socie-
dad. En su informe anual, dirigido a los presidentes de las sociedades miem-
bros, escribía Jones el 19 de diciembre de 1932: “En lo que se refiere a esta
localidad, es poco, y bueno, lo que tengo que informar. Nuestra sociedad
está trabajando bien y armoniosamente”. Cuando, en 1931, Clifford Scott
escribió desde Boston para solicitar un análisis de formación, recibió una
carta de Jones en la que éste descalificaba a los analistas estadounidenses.
Al regresar William Gillespie en 1932 de Viena, donde le había analizado
Edward Hitschmann. Jones le preguntó severamente por qué había preferido
ir a Viena antes que a Londres. Gillespie no advertía qué era lo que Jones le
quería decir, a saber, que él había preferido el análisis vienés al análisis
ingles. Y pronto descubrió que eran realmente muy diferentes. Jones tam-
bién le dijo que Freud tenía genio pero no talento. En Viena, Gillespie nunca
había oído hablar de Melanie Klein, pero en Londres advirtió que los miem-
bros de la Sociedad Británica consideraban su obra como “una Biblia”,
Ignorando cuáles eran los problemas, la agria atmósfera que sintió en las
reuniones lo dejó totalmente perplejo. En relación con los ataques de Melitta
dice, estremeciéndose: “A veces era horrible, realmente horrible”.7
En una reunión científica, Melitta sostenía que su madre había analiza-
do a niño de un año, mientras que Melanie negaba haber analizado a
niños menores de dos años y medio. Otra vez la acusó de intentar despojarla
de su clientela psicoanalítica; y gritaba: “¿Dónde está el padre en tu obra?”
En una grosera escena, pateó violentamente el suelo y abandonó rápidamen-
te la reunión. Normalmente Melanie Klein tendía a mantener un digno silen-
cio durante estas embestidas, dejando que peleasen sus partidarios: Riviere,
Isaac y,: después, Paula Heimann. Gillespie la recuerda rodeada de una
especie de falange, totalmente vestida de negro, sentada en un lugar destaca-
do frente a la oposición.
Como dos furias vengadoras, Melitta y Glover acechaban la vida de
Klein. Según la última versión de Melitta, Jones proponía que ella y Walter
emigrasen a los Estados Unidos. Fanny Wride recuerda haber visto a Glover
y a Melitta en un congreso internacional públicamente cogidos de las
manos.8 Wride creía que Glover veía en Melitta la hija que él debiera haber
tenido en lugar de su verdadera hija mogólica. La conducta de Melitta indi-
[232] 1926-1939: LONDRES
ca que tenía una no resuelta obsesión con su padre. Glover, profundamente
resentido con Klein, utilizaba a Melitta para herir a la madre de esta manera
más cruel posible. s
La reacción de Melitta ante la muerte de su hermano Hans, en abril de
1934, muestra lo profundo del rencor que le tenía a su madre. Hans trabaja-
ba en una fábrica de papel fundada por su abuelo, no lejos de Ruzomberok.
Le gustaba caminar por las montañas de Tatra, que habían formado parte del
escenario de su vida cuando era un muchachito. Pero durante una excursión,
súbitamente se hundió el sendero por el que paseaba y se cayó por un preci-
picio. El funeral se realizó en Budapest, donde Erich se encontraba visitando
a su tía Jolan. Arthur Klein llegó desde Berlín, pero Melanie estaba tan atur-
dida que no pudo dejar Londres. Eric Clyne sostiene que la muerte de Hans
fue para su madre motivo de pesar durante toda su vida.
La reacción inmediata de Melitta fue decir que había sido un suicidio y,
ciertamente, muchos miembros de la Sociedad Británica mantienen esa
impresión. Eric Clyne niega categóricamente la posibilidad de que haya sido
así, considerando las circunstancias de la muerte de Hans y que, poco des-
pués de su muerte, su madre recibió una carta de una mujer checa informán-
dole que ella y Hans habían pensado en casarse después de que ella obtuvie-
se el divorcio. Eric conoció después a aquella mujer. La relación también
parecía demostrar que Hans había superado sus antiguas tendencias homose-
xuales después de su análisis con Simmel, a finales de la década de los vein-
te. No obstante, dada la falta de pruebas documentales, todo lo que se refiere
a Hans permanece inquietantemente en las sombras. o®
Una carta de Hans a su madre, con fecha del 22 de marzo de 1933, indi-
ca que tenía dificultades para conseguir trabajo en Checoslovaquia debido a
su nacionalidad sueca. La carta es sencilla, ingenua y sincera. Describe con
mucho detalle un vestido de cosaco que había usado en un reciente baile de
disfraces en. Plesivec. Continúa: “Adjunto una muestra de mis versos. Por
supuesto, sólo se entienden si se conoce a las personas y los hechos mencion-
nados en ellos. ¡Pero tú eres muy imaginativa y podrás relacionarlos entre sí,
y ver por fin una muestra de mi poesía!”9
Klein, para quien era importantísimo no dejar de asistir a una reunió
científica, no estuvo en condiciones de aparecer en público hasta el 6 de
junio, cuando Edward Glover habló sobre algunos aspectos polémicos de la
técnica psicoanalítica.* Era una notable falta de sensibilidad elegir para
* Sin embargo, Glover sostiene que él no se opuso abiertamente a Klein hasta el 3
de octubre de 1934, cuando leyó un artículo titulado Some Aspects of Psycho-Analytical
Research, en el que afirmaba categóricamente que “la actividad investigadora que existía
en la Sociedad se estaba congelando debido a la propagación de concepciones dogmáti-
cas en temas a propósito de lo» cuales era esencial tener la mente completamente abier-
ta” (An Examination of the Klein System of Child Psichology, 13).
D UELO [233]
aquella ocasión un tema tan polémico. El 21 de noviembre Melitta expuso
comunicación sobre el suicidio en la que decía:
La ansiedad y la culpa no son las únicas emociones responsables del suicidio. Por
mencionar sólo un factor más, sentimientos de disgusto suscitados por un profundo
desengaño, por ejemplo, con personas amadas o la destrucción de idealizaciones resultan
ser un incentivo que conduce al suicidio.10 *
Estas observaciones respondían al análisis del impulso al suicidio
hecho por Klein en su decisivo artículo “La psicogénesis de los estados
maniacodepresivos”, que ella expuso en el Congreso de Lucerna en agosto
de 1934, y ante la Sociedad Británica el 16 de enero de 1935. Su “trabajo”,
como ella lo llamaba, pronunciando la palabra con fuerte acento alemán,
había sido en el pasado la salvación de Klein y volvería a serlo en este
extenso elaborado artículo. Durante el resto de su vida dirigiría su aten-
ción a las cuestiones de la pérdida, la aflicción y la soledad, experiencias
que constituyeron un elemento recurrente en su vida. La muerte de Hans
representaba la culminación de un año de pesares: primero la traición de
Melitta y ahora la muerte de Hans, cuyos problemas —debe haber sentido
ella— se habían exacerbado debido a la depresión crónica de su madre
cuando él era niño. Una aflicción tan devastadora hacía renacer dolores del
pasado: la preferencia de su padre por Emilie, la muerte de Sidonie, sus
angustias y su culpa por Emanuel, su derrumbe tras la muerte de su madre,
sus sentimientos ambivalentes respecto de Arthur, su desolación tras la
muerte de Abraham; y el difícil decurso de su relación con Kloetzel. En
“Situaciones infantiles de angustia reflejadas en una obra de arte y en el
impulso creador” (1929) presenta la necesidad creadora como algo que
deriva del impulso por restaurar y reparar el objeto dañado tras un ataque
destructivo. Este nuevo artículo, en el que se otorga a la conducta depresiva
un lugar central, le permitía sublimar su sufrimiento, de modo tal que no
sólo lograba convivir con su aflicción, sino que comprendía que esa aflic-
cción podía ser un escalón hacia la madurez y el desarrollo. Así como la más
grande obra de Freud, La interpretación de los sueños, era resultado del
análisis de sí mismo, “Contribución a la psicogénesis de los estados mania-
codepresivos” es una exploración de la psique de Klein. Ella advertía que
había realizado un descubrimiento fundamental; y sabía, también, que su
obra, sólo podría difundirse a través de los esfuerzos de discípulos fieles e
inteligentes. Lo mismo que Freud, ella exigía una lealtad plena; y lo mismo
que Freud, podía excluir sin piedad a aquellos que expresaran dudas o que
parecieran seguir líneas de pensamiento que se apartaban de la suya. Al
envejecer, muchos la consideraron una fanática absorbida totalmente por su
*Se convirtió para ella en una especie de idée fixe. El 18 de mayo de 1938 expuso
otro trabajo titulado Technical Problems in a Suicidal Case.
[234] 1926-1939: LONDRES
obra. “Era absolutamente imposible escapar de ella”, me dijo Margaret
Little. “Si alguien se iba, era porque ella lo había expulsado del grupo.” 1
Durante años, Klein había intentado mantener una concepción del desa-
rrollo en términos de estadios libidinales, y a causa de ello se expresaba con
grandilocuencia o se enredaba en contradicciones al esforzarse por ajustar a
una estructura rígida las cambiantes relaciones del yo con sus objetos ínter-
nalizados y externalizados. El núcleo de su nueva teoría era que a la edad de
cuatro o cinco meses se produce en la vida del bebé un importante cambio
evolutivo: un cambio en el cual se pasa de la relación con sólo una parte del
objeto, al reconocimiento del objeto en su totalidad: del prototipo del pecho
materno a la madre como persona. Este cambio acarrea toda una nueva serie
de sentimientos y de ansiedades ambivalentes. El niño teme perder el objeto
bueno; al mismo tiempo, al experimentar culpa por los sentimientos agresi-
vos que podrían haberlo dañado, procura restituirlo a su integridad. ¿Era el
anterior derrumbamiento de la propia Klein consecuencia de que se hubiera
logrado superar lo que llamaría “la posición depresiva”?
Distingue ahora entre la ansiedad y los estados paranoides (que más
tarde denominó habitualmente “persecutorios”) y depresivo. La salud mental
depende de la internalización del objeto bueno, cuya preservación equivale a
la subsistencia del yo. No crear una situación así, es el germen de las ansie-
dades psicóticas posteriores. En la enfermedad maníaco-depresiva se da el
temor de contener objetos nutrientes o muertos, y la defensa contra el reco-
nocimiento de esta situación consiste en negar valor al objeto internalizado,
esto es, el rechazo de la propia realidad psíquica. El niño pequeño busca
protegerse de esos perseguidores internos mediante la expulsión y la proyec-
ción. En “Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresi-
vos” (1935) Klein no sólo supone que el superyó se funda en los objetos
parciales incorporados más tempranamente. Como si esta teoría no fuese
suficientemente polémica, continuaba:
Mis propias observaciones y las de muchos de mis colegas ingleses nos han llevado
a la conclusión de que la influencia directa de los procesos tempranos de introyección
tanto sobre los desarrollos normales como sobre los patológicos tienen una importancia
mucho mayor a la aceptada hasta el momento en los círculos psicoanalíticos, y difiere en
muchos aspectos en relación con lo admitido en esos mismos círculos.12
Es muy claro que la conducta depresiva ha sustituido al complejo de Edipo como
problema central por superar en el desarrollo.
Por lo pronto, el mundo del niño pequeño está lleno, por una parte, de
objetos idealmente buenos y, por otra, de objetos detestablemente malos. El
niño procura mantenerlos separados en su mente. Con el tiempo, la situación
se complica al mezclarse los objetos buenos con los malos y al temer el bebé
que los malos destruyan a los buenos. Esto es lo que ocurre en la enferme-
D UELO [235]
dad depresiva cuando el niño, que se ha identificado con el objeto bueno,
teme que la destrucción de éste suponga asimismo su propia destrucción.
Por eso el paciente depresivo puede formarse una idea de perfección a fin de
excluir la posibilidad de un daño irreparable.
En el caso de algunos pacientes que se han apartado de su madre por disgusto o por
odio que han empleado otros mecanismos para apartarse de ella, he descubierto que en
gentes existe, no obstante, una bella imagen de la madre; pero una imagen que se
manifestaba como sólo eso, una imagen, no su yo real. Se percibió que el objeto real no
era atractivo: una persona en realidad lastimada, incurable y, por tanto, temida. La imagen
bella había sido disociada de su objeto real, pero nunca se había renunciado a ella y
empeñaba un papel de mucha importancia en los modos específicos como se produce la
sublimación en los sujetos.13
¿No estaba pidiéndole indirectamente a Melitta que intentara conside-
rarla una persona entera, y deduciendo que Melitta nunca había superado la
etapa depresiva? En las acusaciones que Melitta dirigía a su madre, lo
mismo que en su sospecha de que estaba intentando quitarle los pacientes, la
hija retrocedía a una fase infantil en la que “se reforzaban sus temores y sus
sospechas paranoides para defenderse de la posición depresiva”.14 La aflic-
ción se compone de pesar, culpa y desesperación. En un estado así se empie-
za a poner en duda la bondad del objeto amado. Klein cita la afirmación de
Freud según la cual una duda tal es una duda del amor de uno mismo, y “un
ser humano que duda de su propio amor puede o, más bien, debe dudar de
todas las cosas más insignificantes”.15
Puede considerarse el suicidio como un mecanismo de defensa.
Abraham, como ella recuerda, lo había interpretado como un ataque contra
el cuerpo introyectado, “pero, mientras que al cometer suicidio el yo se pro-
pone matar el objeto malo, apunta, en mi opinión, al mismo tiempo a salvar
sus objetos amados, sean internos o externos. Resumiendo: en algunos casos
las fantasías que subyacen al suicidio tienen como objetivo la preservación
de los objetos buenos internalizados y, también, la destrucción de la otra
parte del yo que se identifica con los objetos16malos y con el ello. Así se
posibilita que el yo se una a un objeto amado”.
Un párrafo como ése sugeriría que, inconscientemente, Klein podría
sospechar que Hans, consciente o inconscientemente, se había suicidado. En
una de sus notas, Hans describe su propio estado mental “entre regular y
hecho”. En su aflicción por las perturbaciones de su hijo (y el análisis de
Félix revela que Hans probablemente era depresivo), intentaba comprender.
Aparentemente, ni Hans ni Melitta habían superado la etapa depresiva; y en
su propia aflicción Klein había regresado a una anterior fase maníaca. Sabía
que la primera pérdida dolorosa que se padece tiene lugar con el destete. La
reacción ante la pérdida de un objeto parcial de la libido y la aceptación de
la madre como un todo, amado pero no idealizado, supone la condición
[236] 1926-1939: LONDRES
necesaria del desarrollo normal y de la capacidad de amar. Negaba aún toda
culpa o toda responsabilidad en lo que había ocurrido con su hijo; de hecho
utilizaba todavía la defensa de la “anulación”. El concepto de reparación
—que más tarde desempeñaría un papel fundamental en su obra— se intro-
duce como medida prácticamente ineficaz debido a su naturaleza imaginaria
Aún no había aclarado el modo como se logra la totalidad interior, pero el
hecho mismo de que a partir de su angustia creara un modelo de desarrollo.
una Weltanschauung, era una afirmación de su confianza en sí misma y en
el análisis.
¿Esperó alguna vez que Melitta se arrodillara ante ella y le pidiera per-
dón, tal como ella misma había hecho cuando Libussa agonizaba? Por
entonces Melitta omitía deliberadamente referirse a la obra de su madre,
pero Klein cita trabajos de Melitta y de Glover de 1931 y 1932 en apoyo de
su caso. Ello puede explicarse de diversas maneras: como una afirmación de
que la ciencia está por encima de mezquinas rencillas, y como insinuación
de que hasta muy poco tiempo antes —hasta el reciente análisis de Melitta
con Glover— los dos se adherían a sus opiniones.
“Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos”
parece haberse escrito en un estado de depresión maníaca durante el vera-
no de 1934. En los dos años siguientes no publicó nada. No obstante, con-
tinuó asistiendo regularmente a las reuniones y aportando siempre sus
opiniones a la discusión. Sus partidarios coinciden en que durante ese
período estaba muy deprimida, pero niegan que se tratase de una depre-
sión clínica; pero posteriormente, Sylvia Payne explicó a Pearl King que
Jones, preocupado por Klein, le había pedido a ella que la atendiera profe-
sionalmente.
En la agenda de Klein correspondiente a 1934 constan encuentros con
Payne de dos horas (a veces una hora y media) los lunes desde enero hasta
julio. (Como la de 1933 se ha perdido, es posible que viese a Payne antes de
1934.) Sin embargo, Hans no murió hasta abril de 1934. Ello sugeriría que
lo que provocó la profunda depresión de Klein fue la partida de Kloetzel a
Palestina, a finales de 1933. Esta partida suponía prácticamente una muerte,
puesto que sabía que no volvería a verlo nunca más, y esa muerte simbólica
reactivaba sus sentimientos experimentados tras la muerte de Emanuel, a
quien Kloetzel tanto se parecía. También Hans le recordaba a Emanuel, así
que por la época de la muerte de Hans, debió sentir que el duelo era una
carga permanente impuesta por los hados. Que consiguiera arreglárselas
para sobrevivir fue un triunfo de la capacidad de adaptación y de la com-
prensión de sí misma.
Las consecuencias de las polémicas ideas de Melanie Klein continuaron
influyendo en una esfera más amplia. Durante los últimos años de la década
de los veinte, Jones había intentado apaciguar a Freud desviando su atención
desde Klein a Joan Riviere en tanto exponente de sus teorías. Ahora, en la
D UELO [237]
década del treinta, se proponía coquetear con Anna Freud utilizando a
Melitta Schmiedeberg como chivo emisario.
Anna estaba enfadada porque la Sociedad Británica no había publicado
aún su primer libro. El 1 de abril de 1930 escribió a Jones diciéndole que
Allen y Unwin publicarían su Einführung in die Psychoanalyse für
Pädagogen (traducido por su aliada, Barbara Low, en 1931 como
Introduction to Psycho-Analysis for Teachers). Anna añadía
irónicamente que consideraba de su incumbencia todo cuanto ocurriese en
Inglaterra en relación con el psicoanálisis... aun cuando se tratase de la
publicación de cuatro breves conferencias de ella. Poco a poco fue
estableciéndose una relación epistolar —a veces de dos cartas al mes— entre
ambos. En marzo 1934 Jones envió a Anna un lote de artículos entre los que
figuraban algunos de Klein y de Melitta. En el International Journal
publicó varias reseñas de análisis infantiles de figuras como Heinrich Meng y
Richard Sterba, en quienes destacaba la pedagogía curativa en la cual se
insertaría el análisis de niños. Evidentemente, Jones intentaba reforzar sus
defensas.
En agosto, durante el Congreso de Lucerna, Melitta atacó violentamen-
te a Anna. Jones le comunicaba a ésta que Federn se había negado a publi-
car un artículo de Melitta en la Zeitschrift a menos que se omitiesen todas
las referencias a Anna y a su obra.* “Me indigné al principio con él al escu-
char eso”, decía Jones
pero al leer el artículo no pude sino reconocer que tenía razón. Sean o no correctas
deducciones que ella extrae a propósito de su obra, no creo, ciertamente, que ésa sea la
manera de exponerlas. Si ella desea hacerlo así, debiera escribir una monografía en la que
trate más sinceramente los escritos de usted. Por eso, con mucha dificultad la he
introducido a eliminar esta parte de su comunicación para el Congreso, y aparecerá así
tanto en el Journal como en la Zeitschrift. Posiblemente, los tiempos estén maduros para
algún simposio de análisis infantil en el próximo Congreso.17
Anna Freud se quejaba de que Melitta no le otorgase el beneficio de la
duda respecto de si ella podía distinguir entre el consciente y el inconscien-
te. Su labor tenía un fundamento teórico diferente, pero Melitta simplemente
daba por supuesto que ella era una tonta. Se evitaba escrupulosamente el
nombre de Melanie Klein. Cuando Jones le contó que el hijo de Klein había
muerto trágicamente, Anna respondió que lo sentía muchísimo por ella y
pasó a tratar de otra cosa. Al separarse en la primavera de 1934, Freud y Jones
habían llegado a un amistoso acuerdo respecto al intercambio de con-
ferenciantes entre Viena y Londres. En el intervalo, en el Informe Anual de
la Sociedad Británica correspondiente a los años 1933-1934 se declaraba
para el niño en período de latencia puede ser más importante evitar la ansiedad y el
displacer que la gratificación directa o indirecta del instinto. En muchos casos, si carecen
DUELO [245]
de guía externa, lo que decide su elección por determinada actividad no son sus dotes
particulares y sus capacidades de sublimación, sino la esperanza de ponerse a salvo,
cuanto antes, de la ansiedad y el displacer. Para sorpresa del educador, el resultado de esta
libertad no es, en tales casos, un florecimiento de la personalidad sino el empobreci-
miento del yo.46
Las premisas y las técnicas de Anna Freud y de Melanie Klein eran
muy diferentes, pero en el capítulo “La identificación con el agresor” del
libro de Anna Freud se presenta una caracterización tan cercana al posterior
concepto de “identificación proyectiva” de Klein, que uno se pregunta si
inconscientemente no se dejó influir por aquélla. “El47niño no se identificaba
con la persona del agresor sino con su agresión” esto es, asimilaba la
ansiedad proyectada, aunque también aquí Anna Freud acentúa explicita-
mente la amenaza real.
La última parle, concerniente a los problemas de la pubertad, atestigua
las agudas dotes de observación de Anna Freud. Atribuye la particular
ansiedad de la pubertad a la intensificación de los impulsos libidinales. Los
prejuicios de Klein sobre la ansiedad y su excesivo énfasis en el componen-
te libidinal de las neurosis muestran que no ha investigado suficientemente,
este estadio del desarrollo. Para Anna Freud los períodos en que se produ-
cen fuertes ascensos de la libido ofrecen la mejor oportunidad para el análi-
sis, mientras que para Melanie Klein los períodos de tensión, tales como el
duelo, reactivan la intensa ansiedad temprana.
Si suponemos que Anna Freud escribía al respecto de su experiencia,
puede sustentarse que ella misma es la institutriz de “Una forma de altruis-
mo”, que48“vivía en la vida de otras personas en lugar de tener una experiencia
propia”. Anna Freud era una expositora de las ideas de su padre, pero sólo
de aquellas ideas que podían examinarse en lugares claramente iluminados y
bien aireados. El pecador, la crueldad, el sufrimiento, eran cosas que ella elu-
día. En la obra de Melanie Klein las brujas nocturnas montan en sus escobas
y conversan con los oscuros poderes, mientras que la solterona vienesa crea
un mundo pulcro y racional quitando vigorosamente las telarañas. Evi-
dentemente, Freud advertía que podía escribir algo en favor del libro de su
hija. Por primera vez en casi veinte años publicó una obra estrictamente téc-
nica, Análisis terminable e interminable (1937). La desorientadora introduc-
ción de Strachey refleja el carácter dubitativo y desordenado de la argumen-
tación de Freud, tan distante del firme dominio temático que le caracteriza.
En las frases finales de la lección XXXI de Nuevas conferencias de
introducción al psicoanálisis (1933), Freud había afirmado que la intención
del psicoanálisis era “fortalecer el yo, hacerlo más independiente del super-
yó, ampliar su campo de percepción y su organización, de modo que pueda
apropiarse de nuevas secciones del ello. Donde había ello, debía haber yo”49
[246] 1926-1939: LONDRES
No obstante, ahora destaca la fuerza “constitucional” de los instintos y
la relativa debilidad del yo, y teme que el psicoanálisis no pueda albergar la
esperanza de producir cambios duraderos en los procesos de defensa. Allí
donde el libro de Anna Freud rebosa de optimismo, el trabajo de su padre se
entreteje con una oscura desesperación; y destaca, en realidad, que el factor
más poderoso que se cierne amenazante es el instinto de muerte, tópico que
Anna había eludido cuidadosamente. Parece obsesionado por el error en su
análisis de Ferenczi, su hijo más amado, quien, en su momento, lo acusó de
no haber analizado su transferencia negativa. En esta obra, Freud parece
reflexionar en voz alta: ¿Cómo podría haberlo tratado de manera distinta a
como lo hice?*
Para activar la transferencia negativa se hubiera requerido un acto inamistoso en la
conducía real del analista. Además, añadía yo, no debe considerarse una transferencia,
toda relación positiva entre el analista y su sujeto durante y después del análisis; había
también relaciones amistosas fundadas en la realidad y que resultaban viables. 50
Freud está de acuerdo con Anna en cuanto a que no es aconsejable crear
una transferencia negativa que “obligaría al analista a comportarse poco
amistosamente con el paciente; esto tendría un efecto perjudicial en la acti-
tud de afecto —en la transferencia positiva— que constituye el aliciente más51
poderoso para que el paciente participe en la tarea común del análisis”.
Argumenta en favor de una alianza terapéutica, mientras que Melanie Klein
insistiría en que ello pasa por alto la agresión y la ansiedad profundas. Para
Freud, el peligro de suscitar lo que él considera un conflicto “artificial” sig-
nificaría que un conflicto pasado sólo puede reemplazarse con un conflicto
presente. Por último, en su convicción pesimista de que nadie puede jamás
ser analizado de manera permanente y completa, aconseja a los analistas que
se sometan a análisis cada cinco años. Pero él mismo rechazó la oferta de
análisis que le sugirió Ferenczi en el período de depresión que siguió al des-
cubrimiento de su cáncer, mientras que Klein se dirigió al menos a Payne
durante siete meses en 1934.
Los detractores de Klein estaban organizando un poderoso contraata-
que. En la Conferencia de Cuatro Países realizada en Budapest en mayo de
1937, Otto Fenichel, de Praga* habló sobre las dificultades metodológicas en
la investigación de las fases más tempranas del yo, y en la discusión poste-
rior se valoró la bibliografía existente a ese respecto, prestándoseles especial
atención a las opiniones de Melanie Klein. Michael Balint, de Budapest,
observó que hasta entonces las concepciones de los estadios más tempranos
de la mente eran insatisfactorias, en especial las de la escuela de Londres y
* Ella le contó a Clifford Scott durante su análisis, en 1931, que iban a operarla de
vesícula; su médica, Annis Gillie, no recuerda una operación así en ninguna de las dos
fechas, pero Eric Clyne confirma la operación de 1937.
** Este trabajo nunca se publicó. El manuscrito se halla junto con otros
documentos suyos en el Instituto Wellcome de Historia de la Medicina.
L A LLEGADA DE LOS F REUD [253]
sostiene Klein, porque no tiene idea de cómo interpretar la transferencia
negativa. El psicoanalista sabe cómo utilizar tanto la transferencia positiva
como la negativa.
Todo el odio y también todo el amor que el individuo ha sentido desde sus primeros
días, y que en parte han sido reprimidos, se transfieren al analista. Todas las figuras
malas de la fantasía que han existido en la mente del paciente... todas esas figuras malas
de la fantasía, y también las buenas, pasan a referirse a la persona del analista y así
puede llevarse a la conciencia. Al hacer que el paciente atienda a ellas y al comprender
de qué modo surgieron en el pasado todas esas Figuras malas, éstas pierden parte de su
poder sobre la mente y es posible producir en ésta una disminución o una superación de
las ansiedades fundamentales y más profundamente arraigadas. El éxito de un analista
depende tanto de la transferencia negativa como de la positiva. Al trabajar con la transfe-
rencia negativa despoja a las ansiedades de una potencia que, según muestra la experien-
cia, el paciente sólo puede captar con una ayuda como la que proporciona la técnica de
análisis especializada. Es posible ilustrarlo con una experiencia cotidiana del analista
infantil: puedo descubrir en la mente de un niño, mientras él está en mi sala de juegos,
que la poderosa ansiedad que manifiesta es producto de que en su fantasía, yo, la analis-
ta, soy una horrible bruja que va a cortarlo en trozos. Mi interpretación resuelve esta
ansiedad determinada, el niño comienza a jugar alegremente y yo puedo entonces con-
vertirme para él en un hada buena. Ello significa que con mi interpretación he logrado
resolver la transferencia negativa, y ello da como resultado la aparición de la transferen-
cia positiva.4
Escribir artículos era una cosa, pero enfrentarse al grupo vienés en un
intercambio de conferencias era más de lo que ella se sentía capaz de resis-
tir. El 15 de abril de 1937, Jones escribía a Anna Freud: “La noticias más
importante que debo comunicarle es, lamentablemente, que la señora Klein
no podrá realizar su proyectada visita a Viena. La razón es justificada: su
estado de salud es tal que los médicos le han prohibido absolutamente reali-
zar el viaje. Ella también lo lamenta mucho. ¿Puede hacerse algo en tales5
circunstancias? En realidad, les toca a los vieneses ofrecernos su visita”.
Anna Freud le aseguraba que había gran interés por las conferencias, y que
la atmósfera era mucho menos tensa y más receptiva de como había sido
hasta dos años antes. “Pero, lógicamente”, se apresuraba a añadir, “las cosas
no cambian tan rápidamente y allí podría producirse una modificación en la
atmósfera”. Bibring y Fenichel eran dos posibles conferenciantes para
enviar a Londres. Consideraba que Fenichel no tenía verdaderas dotes para
dar conferencias; Bibring era más adecuado y no tan teórico. No obstante,
dudaba de que alguno de ellos pudiera preparar una conferencia entre mayo
y el otoño cosa que, de no suceder, dejaría todo sin efecto.
Amor, culpa y reparación (1937) se elaboró a partir de algunas con-
ferencias públicas que Joan Riviere y Melanie Klein dieron en 1936 bajo
el título La vida emocional del hombre y de la mujer civilizados, que al
[254] 1926-1939: LONDRES
año siguiente publicaron en un pequeño volumen, Amor, odio y repara-
ción* Se repartieron el tema, ocupándose Riviere del odio y de la agresión
y refiriéndose Klein al amor y a la reparación. No obstante —y Jones parece
sugerirlo en su breve reseña— las conferencias sufrieron muchas modifica-
ciones durante la preparación del libro. Es imposible atribuir determinadas
ideas a Melanie Klein y otras a Joan Riviere, teniendo en cuenta que había
sido Riviere la primera en elaborar el concepto de reparación en la conferen-
cia de intercambio que dio en Viena;** y aunque Riviere trabajó intensa-
mente en la aclaración del denso estilo inicial de Klein, por 1940 Klein
aceptaba sus consejos sólo en cuestiones tales como la sintaxis, según mues-
tra el examen de sus manuscritos. De cualquier modo, las dos mujeres esta-
ban de acuerdo en su concepción de los procesos psíquicos.
En su trabajo Klein extiende las ramificaciones de la relación entre
padre, hijo y hermano a un campo más amplio que el explorado hasta enton-
ces. Nunca anteriormente había discutido lo que posibilita que un matrimo-
nio sea feliz —la situación en la que “los inconscientes de los miembros de la
pareja amorosa se corresponden”6—y, una vez más, es el pecho la fuente a
partir de la cual el bebé conoce el proceso de desplazar el amor. Sólo puede
experimentarse goce, belleza y enriquecimiento verdaderos cuando en el
inconsciente el individuo siente7 “el amor y el amamantamiento de la madre
y el pene creativo del padre”, los dos grandes principios afirmativos de la
vida. El artículo está lleno de connotaciones autobiográficas; pareciera alu-
dir indirectamente a sus dificultades con Melitta como resultado de su rela-
ción con Emanuel y con sus hermanos mayores, y, asimismo, de las expec-
tativas de Arthur (y de ella misma) respecto de Hans:
La individualidad del niño no puede corresponder a la voluntad de los padres. Uno
de los padres puede desear inconscientemente que el niño se parezca a un hermano o a una
hermana del pasado, y obviamente no puede satisfacerse ese deseo en los dos padres; ni
siquiera en uno de ellos. Además, si uno de los padres o ambos han tenido con sus
hermanos y sus hermanas una relación de fuerte rivalidad o de celos, esta situación puede
repetirse en relación con los logros y el desarrollo de sus propios hijos. 8
En un interesante capítulo discute el síndrome del Don Juan, siendo
* Las ventas eran bastante considerables, si se considera la época: se vendieron
508 ejemplares el primer año, y en 1943, durante la guerra, 136.
** Klein había hablado de “restitución” en El psicoanálisis de niños y en artículos
tempranos. En Sobre la criminalidad (1934), por ejemplo, había relacionado la avaricia y
el hurto en el niño con el despojo de las heces y de los niños imaginarios de que es objeto la
madre. Si no es devastado por la culpa, el niño procura a menudo efectuar una resti-
tución. En el análisis de “Richard” habla a menudo de “restauración” pero, como señala
Donald Meltzer, sólo en Envidia y gratitud (1957) retoma nuevamente la idea y la elabo-
ra hasta convertirla en un concepto central. (Véase: The Kleinian Development, Part II
pág. 44.)
L A LLEGADA DE LOS F REUD [255]
muy claro que está pensando en Emanuel, Arthur y Kloetzel. Mediante la
permanente infidelidad un hombre así “se demuestra a sí mismo continua-
mente que su único objeto amado (originariamente su madre, cuya muerte él
temía porque sentía un amor hacia ella codicioso y destructivo) no es des-
pués de todo indispensable, ya que siempre puede hallar a otra mujer, que le
inspira sentimientos apasionados pero superficiales”19 Esa no es una verda-
dera superación pues, mientras pasa de una mujer a otra, “pronto la otra per-
sona llega a representar nuevamente a su madre. El objeto de su amor origi-
nario es, pues, reemplazado por una sucesión de objetos diferentes”.
La reparación auténtica tiene lugar cuando en una relación amorosa o
en el papel de padre, el adulto ofrece más amor del que ha recibido o repara el
amor que le fue denegado al convertirse en un ser más amante. Klein pasa
entonces a aplicar el concepto de reparación al artista y al explorador. Este
último puede expresar sus instintos agresivos explotando a los nativos, pero
al poblar nuevos territorios expresa la necesidad de lograr una reparación.
Sería tranquilizador creer que de su prueba Klein salía sabia, tolerante
y benigna; que ella y Melitta estaban reconciliadas; y que la Sociedad
Británica volvía a hacer aquello para lo cual se había instituido inicialmente:
ayudar a las personas en sus problemas emocionales y llevar a cabo riguro-
sas investigaciones científicas. Desafortunadamente, ése era el mundo real,
no el mundo de la fantasía [fantasy] (o de la fantasía [phantasy]),* donde
todo termina bien. Las divisiones en el seno de la Sociedad Británica eran
ahora tan profundas que ya no podía albergar a Edward dover y a Melanie
Klein. En segundo lugar, la vida de Melanie Klein se vería profundamente
afectada, al igual que millones de otras vidas, por el advenimiento de Adolfo
Hitler. Y, si bien había superado la desesperación, le asaltaban aún continuos
problemas interiores y diversas circunstancias que hacen la vida difícil en
tantos aspectos.
El 8 de marzo de 1939 la Sociedad Psicoanalítica Británica celebró con
una cena su vigesimoquinto aniversario en el Savoy (Ernest Jones señalaba
como fecha de su fundación 1914 ó 1919 según conviniera a sus propósitos).
Entre los invitados estaban Virginia y Leonard Woolf, quienes cenaron con
Klein el 15 de marzo. En su diario Virginia Woolf anotó que Klein era “una
mujer de carácter y de fuerza algo sumergida —¿cómo explicarlo?—, no
astucia, sino sutileza; algo que actuaba subterráneamente. Una tracción, una
sacudida, como una corriente subterránea: amenazante. Una enhiesta dama de
cabellos grises y grandes ojos brillantes e imaginativos”. 10 Es una des-
cripción maravillosa. Parece inevitable que finalmente llegaran a conocerse
esas dos mujeres nacidas en el mismo año, de procedencias totalmente dis-
tintas, pero con interesantes paralelos en sus vidas.
Klein continuaba convenciéndose de que contaba con todo el apoyo de
* Véase la nota 8 en la pág. 59. [T.]
[256] 1926-1939: LONDRES
Jones. Poco después de la cena le envió una carta de profundo y sincero
agradecimiento.
42, Clifton Hill, St.
John's Wood, N.W. 8
11 de mano de.1939
Estimado doctor Jones:
Ahora que la celebración oficial ha concluido, me gustaría decirle lo que personalmente he
sentido en esa ocasión.
Todos los que estamos identificados con el psicoanálisis y, más concretamente, con el
psicoanálisis de Inglaterra, le debemos a usted tanto, que parece inútil intentar expresarle
con palabras nuestra gratitud. Lo que usted ha hecho por el desarrollo de la teoría y por el
crecimiento de nuestra ciencia subsistirá por siempre, si el psicoanálisis sobrevive. Si así
ocurre, será en gran medida por sus esfuerzos y por sus logros. Usted ha creado el
movimiento en Inglaterra y lo ha conducido a través de innumerables dificultades y pri-
vaciones hasta su posición actual. Usted ha dirigido sabiamente durante años, la Sociedad
Internacional, años no exentos de agitación. Y se debe a usted el que el psicoanálisis y su
futuro se centren ahora en Londres.
Y ahora deseo agradecerle su amistad personal, su ayuda y su aliento en lo que es para
nosotros de importancia infinitamente mayor que nuestros sentimientos personales, a
saber, nuestra obra. Nunca olvidaré que fue usted quien me trajo a Inglaterra e hizo posible
que yo realizara y desarrollara mi obra, a pesar de todas las oposiciones.
Por último deseo decirle cuán profundamente agradezco la valoración de mi obra que
usted manifestó la noche del miércoles. Tampoco aquí se trata sólo de un caso de agrade-
cimiento personal. He escuchado de muchas personas cuya obra usted ha consagrado, que
se sienten muy alentadas por lo que usted ha dicho acerca de mi obra, y sé que sus palabras
también resultarán provechosas para aquellos que se dirigen a usted en busca de
orientación en una época crítica para el psicoanálisis.
Deseando que continúe su éxito y su dicha personal en el futuro, le saluda con la más
distinguida consideración.
Melanie Klein11
La referencia a la posibilidad de que el psicoanálisis pueda no sobrevi-
vir refleja su temor de que Anna Freud estuviese destruyéndolo. Le hubiera
horrorizado saber que el 29 de junio de 1938, poco después de la llegada de
los Freud a Londres, Jones había escrito a Anna Freud:
Deseo muchísimo hablar largamente con usted acerca de la situación aquí. De
momento usted sólo puede apoyarse en mi confianza, pero podría mostrarle, después, que
se apoya en un sólido fundamento. Usted tiene razón al decir que necesita mucha
información sobre el carácter y la obra de muchos de nuestros miembros. Por lo demás,
usted ha enunciado exactamente las cualidades necesarias: valentía, sentido común, tole-
rancia y, ante todo, Mangel an Empfindlichkeit (falta de susceptibilidad). Creo que usted
está abundantemente dotada con esas cualidades y que ése es uno de los fundamentos de
mi confianza.12
[257]
L A LLEGADA DE LOS F REUD
Klein no tenía idea de que Jones estaba prácticamente socavando su
posición. Jones es la figura más complicada en este intrincado esquema de
relaciones. Su actitud respecto de Klein había devenido cada vez más ambi-
valente. Ella le gustaba como mujer, se adhería a sus teorías, pero se sentía
inquieto y envidioso por la prominencia que su protegida había ocupado en
su Sociedad.
En 1933, tras el incendio del Reichstag, empezaron a llegar a Gran
Bretaña desde Berlín un primer grupo de analistas judíos alemanes: S.H.
Fuchs (después Foulkes), Paula Heimann y Kate Misch (después
Friedlander). Desde el comienzo, los analistas británicos se preocuparon por
la probabilidad de que no hubiera suficiente trabajo para más gente. El 12 de
julio de 1933 Jones escribía a Eitingon: “Mi punto de vista es el siguiente. No
podemos aconsejar que se venga aquí porque, aun en caso de que se
superen todas las dificultades, no hay suficiente trabajo para nuestra propia
pobre gente, y las perspectivas de instalarse son, de momento, realmente
pobres”.13 Gracias a la ayuda de David Eder, Heimann y Misch llegaron a
Inglaterra y se establecieron en el East End, donde les resultó imposible pasar
con lo que tenían. Cuando Jones se enteró del lugar donde vivían, se
horrorizó y sugirió zonas más respetables. La aprobación de las monstruosas
leyes de Nürenberg, que privaban a los judíos de la ciudadanía, impedían los
matrimonios entre judíos y arios, y excluían a los judíos de las profesiones
liberales, hizo de 1935 un año crucial. (El 2 de junio de 1934 Melanie Klein
se había nacionalizado inglesa; en esa situación el pasaporte sueco le fue
útil.) La situación se había tomado entonces tan desesperante que Jones pro-
metió a los miembros del Instituto de Berlín que por medio de su amistad con
Sir Samuel Hoare, secretario de la Casa Judía (la mujer de Jones,
Katherine, dicho sea de paso, era judía), les procuraría permisos de traslado a
Londres. Eva Rosenfeld no llegó hasta marzo de 1936, porque Freud quería
que permaneciese en el Sanatorio Tega, que él deseaba desesperadamente
mantener abierto. El comienzo de la guerra empezó a parecer inminente; y si
se producía una invasión de Inglaterra, los judíos sabían cuál sería su destino.
Eitingon se había marchado a Palestina. La primera analista de Erich,
Clare Happel, se estableció en Chicago, al igual que el analista de Hans, Ernst
Simmel, que se dirigió después a California. La analista primera de
Melitta, Karen Horney, ya se había ido a Nueva York; y Helene Deutsch, que
siempre había considerado a Melanie Klein como su rival, establecía en 1934
el análisis ortodoxo en Boston. Los antiguos enemigos berlineses de Klein,
Franz Alexander y Sándor Radó, se establecieron respectivamente en
Chicago y Nueva York.
En 1937 el marido de Susan Isaacs, Nathan, aconsejó a Erich Klein que
cambiara su nombre por Eric Clyne. El año siguiente, Klein se ofreció como
garante de los parientes de Hermann Deutsch que venían de Austria, mar-
[258] 1926-1939: LONDRES
chándose muchos de ellos a los Estados Unidos y a Australia. La señora
Hanna Clampitt, de Michigan, hija de Emil Deutsch, hijo a su vez de
Hermann,* considera que el apoyo de Klein fue un acto de suma generosía-
dad, porque ello suponía hacerse financieramente responsable de todos ellos.
En 1938 Emilie y Leo llegaron de Viena como refugiados.** Se instala-
ron en un piso cercano a Clifton Hall, pero Klein raramente veía a su herma-
na, La nuera de Emilie, Hertha Pick (que se había casado con Willi), recuer- -
da que su suegra sentía gran admiración por su brillante hermana menor,
¡pero le advertía a Hertha que nunca leyese sus horribles libros sobre los
niños! (Debió irritar a Klein saber que el hijo de Emilie, Otto, que había
sido dentista de Freud en Viena, visitaba frecuentemente Maresfield
Gardens tras la llegada de Freud a Londres.)
Clifford Scott recuerda que durante la crisis de Munich, en 1938,
Melanie Klein le visitó en Hildenborough, al sur de Londres, donde él traba-
jaba en un hospital. Ese fin de semana la gente cavaba refugios en los jardi-
nes. Klein, que había pasado la Primera Guerra en Budapest, donde la vida
se desarrollaba con relativa normalidad, se hallaba muy inquieta ante la
amenaza de invasión. Recordaba perfectamente la ola de antisemitismo que
había barrido Hungría en 1919, obligándola a ella y a muchos otros a aban-
donar el país, así que su temor era muy comprensible.
En 1939 la vieja amiga de Melanie de Berlín, la psicóloga de niños
Nelly Wollfheim, llegó a Londres bajo la responsabilidad de “una dama des-
conocida”. Klein, enterada de su llegada, la llamó por teléfono el mismo día
en que Wollfheim había desembarcado. Con verdadero pesar le dijo que no
podía ayudarla económicamente pues ya tenía bajo su responsabilidad a
muchos de sus propios familiares. Ernest Jones recibió a Wollfheim cortés-
mente, pero no podía ofrecerle más que quince libras esterlinas de los fon-
dos de la Sociedad, casi agotados debido a la necesidad de atender a los
refugiados llegados anteriormente; no obstante, ese dinero era un regalo del
cielo para quien había llegado a Inglaterra con sólo diez chelines.
Cuando una noche visitó por primera vez a Klein en su casa de Clifton
Hill, Wollfheim se sorprendió del esplendor en que vivía Klein, en contraste
con las viviendas de Berlín que ella recordaba. Un criado le abrió la puerta y
le pidió su abrigo. Al rato llegaron otros invitados, entre ellos “Erna”, que
ahora era una joven alta, que la abrazó cariñosamente. “Erna” estaba tam-
* Hermann había muerto en Viena en 1937.
** Según el nieto de Emilie, Walter, que ahora es dentista en Oxford, la Sociedad
de Amigos apoyó a la familia Pick. No obstante, Hertha Pick señala que Walter tendría
sólo tres o cuatro años de edad al llegar a Inglaterra, y que sus recuerdos deben de basarse
en lo que su madre le contó. La señora Pick afirma que los Schmiedeberg ayudaron a los
Pick. También caracteriza las relaciones entre Emilie y Melanie como “del tipo
amor/odio".
L A LLEGADA DE LOS F REUD [259]
bién refugiada. Klein le había preparado la sorpresa de encontrarse con la
niña por cuyo bienestar ambas se habían preocupado tantos años antes.
“Erna” iba a emigrar a Australia.
Jones nombró a Eva Rosenfeld secretaria del Fondo Jones de
Rehabilitación. Fue ella la responsable de sacar de Austria a muchos analis-
tas, detalle generalmente ignorado.14 Jones y la princesa Mane Bonaparte
dedicaron todos sus esfuerzos primero a persuadir a Freud de que abandonara
Viena, y después a los complicados trámites para asegurar su salida de
Austria tras la invasión nazi en marzo de 1938. Según Jones,
en una reunión del consejo de la Sociedad de Viena realizada el 13 de marzo se
decidió que, de ser posible, todos debían abandonar el país, y que la sede de la Sociedad
estaría allí donde se estableciese Freud. Freud comentaba: “Después de que Tito destruyó
el templo de Jerusalen, el rabí Jochanan ben Sakkai pidió permiso para abrir en Jabnet una
escuela en la que se estudiase la Torah. Nos disponemos a hacer lo mismo”.15
¿Irónicas palabras!
En 1938 un tercio de los analistas de la Sociedad Británica procedían
del continente. La comparación entre las listas de miembros de 1937 y 1938
revela los nombres añadidos: Bibring, Eidelberg, Hitschmann, Hoffer,
Isakower, Kris, Laníos, Stengel, Schur, Stross, Sachs, Straub y, por supuesto,
Sigmund y Anna Freud. También Hilda Abraham llegó de Berlín en 1938 y,
aunque era hija del mentor de Klein, se opuso siempre tenazmente a las ideas
de ésta. En 1939 Michael Balint, sucesor de Ferenczi, llegó de Budapest y
montó un consultorio en Manchester. Muchos de aquellos europeos se iban a
trasladar a los Estados Unidos pero, en especial con la llegada de los Freud, el
clima de la Sociedad Británica cambiaría irrevocablemente. ‘‘Nunca volvería16
a ser lo mismo”, se lamentaba Klein ante Winnicott. “Esto es un desastre.”
Freud llegó a Londres el 6 de junio. Le esperaba una carta de bienvenida
de Melanie Klein, en la que ésta expresaba su deseo de visitarlo apenas se
hubiese instalado. El 11 él le respondió con una nota breve y cortés en la que
le agradecía su carta y añadía que deseaba verla en un futuro próximo. La
invitación no se concretó, aunque Melitta y Walter Schmiedeberg lo visita-
ban con frecuencia. Klein se hallaba en Cambridge cuando se realizó el
funeral, en el crematorio de Golders Green, a fines de septiembre de 1939.
Es importante en este punto comprender la constelación de afiliaciones.
Con la llegada de los Freud, Ernest Jones fue progresivamente ocupando un
segundo plano; delegó, en consecuencia, gran parte del trabajo administrati-
vo de la Sociedad en Edward Glover. Su deseo de no ofender a los Freud
explica el espacio que destinó a El yo y los mecanismos de defensa en el
International Journal of Psycho-Analysis, mientras que la nota dedicada al
libro de Klein y Riviere es casi ofensiva por su brevedad. Su decisión de
[260] 1926-1939: Londres
permanecer al margen de las riñas da cuenta también del carácter inocuo de
los artículos que publicó durante el resto de su vida.
Alix Strachey, la primera defensora de Melanie, raramente asistía a las
reuniones. Ella y James normalmente apoyaban a Klein, pero en 1941, en uno
de sus pocos artículos, A Note on the Use of the Word 'Internal', Alix
expresaba su inquietud sobre la orientación que estaba tomando el pensa-
miento de Klein.17 Nina Searl había renunciado, así que el grupo de fieles
comprendía a Clifford Scott, David Matthew, Joan Riviere, Susan Isaacs,
Donald Winnicott y, cada vez más, Paula Heimann. Tras haber regresado de
su análisis con Ferenczi, John Rickman inició en 1934 un análisis con Klein
que duró siete años.* Durante algunos años Rickman se consideró a sí
mismo kleiniano, aunque Klein siempre sospechó que no se adhería con
suficiente pasión a sus ideas, sobre todo cuando en el prefacio a On the
Bringing Up of Children (1936) Rickman destacaba la importancia del
padre en la vida del niño, aun insistiendo en que “en sus fantasías, el niño
presta más o menos la misma atención a la figura de su padre y a la de su
madre”.18
John Bowlby, analizado por Joan Riviere entre 1933 y 1937, empezaba
a provocar desconfianza. Bowlby dice que hasta 1937 él podía calificarse de
kleiniano porque “las espadas estaban desenvainadas”, pero que tras la guerra
fue inequívocamente independiente.
Paula Heimann y Eva Rosenfeld eran dos miembros relativamente nue-
vos del grupo kleiniano. Heimann se había doctorado en medicina en Berlín y
la había analizado Theodor Reik. Tras haberse capacitado como analista,
el surgimiento del nazismo y su separación matrimonial, su marido era el
doctor Franz Heimann, hicieron que en 1933 abandonase su carrera en Berlín.
Emigró a Londres junto con su pequeña hija y, hallándose totalmente
confundida por los profundos cambios acaecidos en su vida, aceptó la suge-
rencia de analizarse con Klein; pronto se convirtió en una de las más ardien-
tes partidarias de Klein. Las relaciones entre ambas se considerarán a su
debido tiempo.
Lo mismo que en Heimann, en Eva Rosenfeld el desarraigo provocó
gran desorientación. En Viena había frecuentado a la familia Freud; sobrina
de la cantante Yvette Guilbert, a quien Freud adoraba, era muy bien recibida
en casa de los Freud, Amaba Inglaterra y su primer paseo por Hampstead
Heath supuso un momento de gozo tras la pesadilla que había vivido en
Alemania. No obstante, establecerse en un lugar nuevo constituía una expe-
riencia tremendamente perturbadora. El artículo de Klein sobre la depresión
la impresionó profundamente y, tras un angustiado examen de sí misma,
* Según Pearl King, en determinado momento se le invitó a la clínica
Menninger, pero se le retiró la invitación al saberse que era kleiniano.
L A LLEGADA DE LOS F REUD [261]
decidió iniciar un análisis con Klein. Antes de tomar esa determinación
escribió a Freud confesándole sus proyectos, y Freud (según palabras de ella)
le contestó: “Temo no poder convencerla en cuatro semanas de que las teorías
de la señora Klein pueden no ser correctas. Haga, pues, lo que se ha propuesto
hacer; decida quién es mejor, el padre o la madre”.19 Su análisis le resultó una
experiencia muy perturbadora ya que, reunión tras reunión, presenciaba el
extraño espectáculo de que su analista fuese atacada por su propia hija:
En las reuniones sólo pude ver algo muy terrible y un hecho nada propio de
Inglaterra, a saber, que una hija agrediese verbalmente a su madre, y a ésta permanecer
muy sosegada, absolutamente tranquila, sin defenderse jamás, pero con tanto poder en esa
Sociedad, siendo tan poderosa, que no importaba lo que Melitta dijera. Solamente
sabíamos que éramos víctimas de esa disputa y que también lo era la Sociedad; eso era
indudable.20
El acoso de Melanie Klein por parte de Melitta y de Glover continuaba.
Otras Figuras abiertamente hostiles a ella fueron Marjorie Brierley, Barbara
Low, Ella Sharpe (en progresivo aumento, aunque fue una de sus primeras
partidarias), y Adrián y Karin Stephen. Las únicas Figuras verdaderamente
independientes de esa época parecen haber sido Sylvia Payne y W.H.
Gillespie.
La vida era muy difícil para los analistas europeos. Primero, según
recuerda Willi Hoffer, se sentían “míseros inmigrantes”. Los vieneses consi-
deraban todo lo relacionado con el grupo inglés inquietantemente distinto de
aquello a lo que estaban acostumbrados. En Londres, el presidente se sentaba
en un estrado frente a los miembros, quienes se alineaban en Filas; esa
disposición hacía posible que las facciones se sentaran juntas, mientras que
en Viena formaban todos un grupo más íntimo, congregado alrededor de una
mesa. Alarmaba a los emigrados ver que las mujeres inglesas usaban som-
brero, detalle mínimo pero indicativo de la formalidad predominante.
Los vieneses habían estado totalmente unidos por su lealtad a Freud,
quien habitualmente se reunía con ellos al Finalizar la discusión, poniendo
las cuestiones en perspectiva, según lo señalaba Willi Hoffer. Los sábados
por la noche Anna Freud hacía reuniones en su casa, a las que asistían Hoffer,
Bemfeld, Aichhom y una amiga de ella, Edith Richer, “discusiones libres,
magníficas, sobre la psicología infantil y adolescente, en las que se veía al
niño en el análisis, en su contexto, en la sociedad, en su interacción con los
seres humanos en que se le educa”,21 Mientras tenían lugar estas reuniones,
Freud estaba en otra habitación jugando a las cartas con sus amigos. Lo que
los analistas en lengua alemana hallaban en Londres era “guerra, guerra
absoluta”.22 No es extraño que en años posteriores se produjeran en los
congresos internacionales conmovedores encuentros, cuando aquellos
exiliados, dispersos por todas partes, se daban un abrazo.
[262] 1926-1939: LONDRES
Como es natural, todos los analistas continentales respaldaban sólida-
mente a Anna Freud y desconfiaban mucho de Melanie Klein. Anna Freud se
movió en principio con cautela. En septiembre de 1938 empezó a organi-
zar pequeñas reuniones quincenales en su casa, dirigidas por ella y por sus
colegas vieneses, cuya asistencia era optativa. En junio de 1939 los semina-
rios se habían convertido en obligatorios; en los meses siguientes rehusó
hacerse cargo de los seminarios de análisis infantil en el Instituto debido a
que los aspirantes a recibir la formación en ese ámbito, “que se habían anali-
zado o formado de otra manera con analistas que mantienen concepciones
distintas, difícilmente se beneficiarían de su enseñanza”. 23 Klein está de
acuerdo en que las enseñanzas de una y otra no pueden combinarse.
Freud estaba demasiado enfermo para asistir a las reuniones científicas.
Uno puede imaginarse la tensión que electrizaba el salón el 7 de diciembre de
1938 cuando apareció Anna Freud junto a su amiga estadounidense,
Dorothy Burlingham, y la princesa Marie Bonaparte. También estaban pre-
sentes Melanie Klein, Melitta Schmiedeberg y Edward Glover. En esta oca-
sión Susan Isaacs presentaba un trabajo titulado Temper Tantrums in Early
Childhood in Their Relation to Internal Objects. Esta pequeña y
vigorosa mujer de Lancashire rebosaba de confianza; con la cabeza
ligeramente ladeada, sus ojos brillaban, saboreando traviesamente el drama
que se desarrollaba en esos momentos. Los accesos de malhumor, afirmaba,
eran parte de un desarrollo normal y alcanzaban su culminación durante el
segundo año de vida. En esas situaciones el niño muestra su desamparo
reaccionando ante los perseguidores que hay en su interior. Estos objetos
internos, estudiados en un principio por Freud y por Abraham, se han
elaborado más teóricamente con Melanie Klein; pero, añade, “en este trabajo
no se trata de elucidar la teoría general de los objetos internos, sino del modo
como la comprensión de las diversas fantasías relacionadas con los objetos
internos permiten aclarar los fenómenos de malhumor y proporcionan ayuda
a su tratamiento analídeo”.24 Presenta el caso de un niño que es hijo de madre
epiléptica.* Las circunstancias de la vida del niño afectaban la constitución
de los objetos internos persecutorios; son al mismo tiempo fantasías con las
que el niño combate “experimentando extremo terror”. En la discusión pos-
terior a la exposición del artículo, se criticó por ser demasiado resumido y
porque en él se presuponían muchos puntos que requerían ulterior explica-
ción.
Eva Rosenfeld sugirió que un pequeño grupo de kleinianos se reuniera
para formular sus ideas a fin de presentarlas ante la Sociedad Vienesa. El 13
de enero de 1939 Susan Isaacs le escribía a Clifford Scott: “Ella cree que no
facilitamos a los vieneses la comprensión de nuestras ideas y que debiéra-
* Según John Bowlby, Isaacs nunca estuvo en desacuerdo con la importancia
que él adjudicaba a los factores ambientales .
L A LLEGADA DE LOS F REUD [263]
mos prestar más atención al aspecto educacional de nuestra obra;25introducir
cosas que permitan apartar al menos obstáculos intelectuales” Se lanzó
así el Grupo O.I. (Objeto Interno) —formado por unos cinco miembros—
para elaborar una estructura teórica comprensible. Era el primer paso en la
búsqueda de alguna vía de acercamiento con los vieneses.
Una reunión conjunta con la Sociedad Psicoanalítica Francesa (proba-
blemente a instancias de Marie Bonaparte) celebrada a finales de junio de
1939 fue ocasión para un mayor esclarecimiento de las diferencias. Esa vez
Anna Freud expuso su trabajo Sublimation and Sexualization (al parecer
nunca publicado) al que respondió Paula Heimann con A Contribution to
the Problem of Sublimation and its Relation to Processes of
Internalization, en el cual ésta se propone describir la naturaleza del mundo
interno y de los objetos contenidos en él. Merece citarse su definición del yo:
[No es] una organización que esté firmemente establecida y delimitada en contraste
con otras partes de la personalidad —Freud nos ha advertido, en efecto, del peligro de ser
dogmáticos en esta materia— sino la suma total de todos los sentimientos, las emociones,
los Impulsos, los deseos, las capacidades, los ingenios, los pensamientos y las fantasías del
individuo; en pocas palabras: todas las fuerzas y formaciones psíquicas que una persona...
identifica como propias y que le harían advertir “Ese soy yo”.26
Presenta entonces el caso de una artista que consideraba inhibida su
obra al sentirse perseguida por demonios interiores que vagaban en su interior
con sus tridentes. La histérica puede ser acosada por recuerdos, pero
Heimann señala a sus oyentes que la memoria es “una imagen compuesta por
superposición” de lo que más tarde Otto Kernberg denominó “mundo interno
y realidad externa”. Como estaba paralizada por la culpa y la ansiedad, la
paciente no podía recuperar los objetos buenos y efectuar la reparación
mediante la actividad creativa. Esta se eliminó gradualmente, obteniendo ella
libertad interior, un estado relativo que “no suprime los conflictos,27 pero
permite que el sujeto amplíe y desarrolle su yo en sus sublimaciones”.
El año 1939 fue un año de confusión en todos los sentidos. El estado de
Freud fue empeorándose rápidamente. A comienzos de marzo, con ocasión
del vigesimoquinto aniversario de la Sociedad Psicoanalítica Británica, Freud
había enviado a Jones la que sería la última carta que le dirigiese.
Querido Jones:
Me resulta aún curiosa la poca perspectiva con que los humanos miramos el futuro. Poco
antes de la guerra, cuando usted me habló de la fundación de una sociedad psicoanalítica
en Londres, yo no podía prever que un cuarto de siglo más tarde yo estaría viviendo tan
cerca de ella y de usted, y mucho menos podía imaginar que, a pesar de encontrarme tan
cerca, no iba a tomar parte de su reunión.
Pero en nuestro desamparo debemos aceptar lo que el destino nos trae. Debo, pues, con-
[264] 1926-1939: LONDRES
tentarme con enviar a su Sociedad un cordial saludo y los más cálidos deseos desde lejos,
aunque esté tan cerca. Los acontecimientos de los años pasados han dado lugar a que
Londres se convirtiese en la principal sede y el principal centro del movimiento psicoa-
nalítico. Ojalá que la Sociedad que desempeña esta función pueda cumplirla de la manera
más brillante.
Ihr alter
Sigmund Freud 28
1940-1941
Cambridge Pitlochry
U NO
_________________
Dilación
F ue un irónico giro del deslino que Melanie Klein tuviera que enfren-
tarse a una alianza de sus enemigos más intransigentes precisamente
en el momento en que parecía dejar atrás su prolongada depresión.
Se reactivaba su paranoia infantil —fenómeno que ella reconocía—, e
incorporaba algunos de sus sentimientos en el artículo sobre el duelo que leyó
en el Congreso de París el 2 de agosto de 1938.
Con el inicio de la guerra James Strachey se hizo cargo de la dirección
del International Journal of Psycho-Analysis, ejercida hasta entonces
por Jones. El 28 de octubre de 1939 Strachey escribía a Klein, que estaba en
Cambridge, solicitándole un artículo: “El número de artículos procedentes
de la Sociedad Británica es muy escaso, y el nivel general de los otros artí-
culos (cuyos autores no son ingleses) es muy alto. De1modo que es realmen-
te un deber patriótico para usted enviarme algo”. En respuesta a esta
demanda Klein le envió un trabajo sobre el síndrome del Don Juan. Dice
mucho en favor de ambos que Strachey, apenas leyó el artículo a comienzos
de noviembre, lo rechazara categóricamente por no corresponder al nivel
habitual de Klein, y que ésta aceptara este juicio sin sentirse ofendida. Le
confesaba a Jones: “Cualquier cosa que yo pueda escribir me parece absolu-2
tamente insignificante en comparación con los acontecimientos mundiales”.
El 15 de noviembre Strachey le escribió diciéndole que le tranquilizaba
saber que no le guardaba rencor, y le explicaba que a su modo de ver al tra-
bajo le faltaba coherencia.
Mientras Eric aguardaba ser llamado a filas de un momento a otro,
Klein había estado muy ocupada buscando en el área de Cambridge un lugar
[268] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
seguro para Judy y Michael. Fue el acto de una suegra preocupada pero,
entrometida, porque Judy aborrecía el lugar que Melanie le había encontrado
en Trumpington, echaba de menos a Eric, y regresó a su casa de Londres tan
pronto como pudo.
Emilie enfermó gravemente y murió en Londres en mayo de 1940,
cuando Klein estaba en Cambridge, añadiéndose así otro hito en su larga serie
de desgracias entretejidas con sentimientos de culpabilidad. Klein no estaba
con Emilie cuando ésta murió; no obstante, en su Autobiografía dice que veía
a su hermana muerta “llena de ansiedades y de persecución”.*
Klein tenía testimonios de otras personas que morían en un estado de
gran ansiedad, experiencia que ella manifiestamente temía. Posiblemente por
eso fantaseó la serenidad de la muerte de su madre. A finales de agosto de
1939 Arthur Klein murió en Sion, Suiza. Jolan viajó desde Budapest para
asistir al funeral y se mantuvo constantemente en contacto con su cuñada,
tanto telefónica como epistolarmente, en relación con la muerte, que parecía
afligir a Klein, según la hija de Jolan, Maria.** Se suponía que esta última iba
a viajar a Inglaterra el mes siguiente para pasar un año con su tía, pero al
iniciarse la guerra Klein le decía a Jolan: “Durante la última guerra bombar-
dearon Londres y si llegas a leer en los diarios que la bombardean de nuevo,
te morirás de preocupación. Mejor esperemos hasta el fin de las hostilida-
des”. Sin embargo, después de la guerra María emigró a Australia y Jolan,
cuya fábrica de sombreros la expropiaron los comunistas en 1948, dejó en su
momento Hungría para irse a vivir a Suecia con su hijo, Thomas Vágó. Pasó
por dificultades económicas durante varios años; Klein pagó sus periódicas
visitas a Londres y la ayudó de muchas otras maneras.
La propia ambivalencia de sus sentimientos hacia Emilie y hacia Arthur
posibilitaba que lograse una comprensión más acabada de los procesos de
duelo. Empezaba ahora a entender el sentimiento de triunfo que se suscitaba
en uno de los estadios de la aflicción, y que Freud había intentado aclarar en
Duelo y melancolía. Pasó el invierno de 1939 revisando su comunicación
de París, que en realidad suponía una travesía por sus propios sentimientos.
El trabajo está tan bien escrito que algunos han supuesto que fue Joan Riviere la
responsable de la versión definitiva. Klein confiaba en el juicio de
* Hertha Pick, nuera de Emilie, niega esa afirmación. Señala que Emilie enfermó de
neumonía en septiembre de 1939. Al examinarla con rayos X, insistió en que el médico le
jurara que no tema tuberculosis, enfermedad temida por toda la familia desde la muerte de
Emanuel. El médico informó a su marido que tenía cáncer. La señora Pick no recuerda que
Emilie fuese quejica; pero tema tal dificultad al respirar que durante algún tiempo se le dio
oxígeno. La señora Pick no cree que Klein haya visitado jamás a su hermana durante su
enfermedad; Melanie habría evitado esta visita, dado que ella también temía a la
tuberculosis.
** Hubo cierta inquietud por si Arthur le hubiera dejado una parte de sus bienes,
como algunos años antes él había dado a entender que haría (carta a Winnicott del 1 de
abril de 1941).
D ILACIÓN [269]
Riviere, pero aunque le envió apuntes de las revisiones, el aporte de Riviere
se limitaba a las sugerencias editoriales. Ella hacía una marca con lápiz rojo al
margen cuando tenía una duda.
El 2 de abril de 1940 Riviere le decía:
Creo que se ha mejorado mucho con las correcciones y la reformulación. En especial en
presentación del tema del "triunfo”, que siempre constituyó una especie de laguna o de
corte en la teoría, tal como la dejaron Freud y Abraham; y que era también clínicamente
tan manifiesto en el material de esas situaciones y tan característico de esos tipos, y que sin
embargo parecía ignorado o pasado por alto en su obra respecto del tema... Creo que este
artículo contribuirá mucho a que su nueva leona sobre la depresión llegue a conocerse y
entenderse mejor.3
El 8 de abril le envió algunas otra reflexiones acerca del duelo como
una buena experiencia:
Naturalmente la gente “normal” da por sentado intuitivamente, o lo entiende científica-
mente también así, que una persona debiera ser capaz de sentir pesar. Pero sabemos que
eso lo discutieron anteriormente Melitta y Glover, y hay muchas personas que, conscien-
temente o no, tienden a estar de acuerdo con la actitud de ellos a este respecto. Además,
tienden a creer, como obviamente hace M, que las opiniones de usted representan un deseo
de forzar a todos a la depresión, y son muy persecutorios en sus sentimientos ante estas
cuestiones.4
El trabajo se basa tanto en ideas de Freud como de Abraham sobre el
duelo y la melancolía, pero se aparta significativamente de Freud y avanza
más que Abraham. Recurriendo a sus anteriores postulados respecto de la
posición depresiva, Klein reitera que ésta consta de dos fases: los sentimien-
tos persecutorios, caracterizados por la convicción de que perseguidores
internos van a destruir al yo, y un “anhelo” del objeto de amor perdido.
La pérdida de una persona amada posteriormente reactiva aquel psico-
drama infantil; y cuanta mayor sea la seguridad con que se han incorporado
los objetos internos buenos en la vida temprana, tamo más efectivo será el
resultado final de un duelo posterior. Cuando uno está de duelo está real-
mente “enfermo” —“en un estado maníaco-depresivo moderado y momen-
táneo”—, tal como el niño normal experimenta en su desarrollo un estadio de
neurosis infantil.
Freud no podía entender el fenómeno de una “fase de triunfo” en el
decurso del duelo. “En primer lugar, también el duelo normal supera la pér-
dida del objeto y también él, mientras subsiste, absorbe todas las energías del
yo. ¿Por qué, entonces, cuando ha recorrido su camino, no hay, en este caso,
indicios de la condición económica de una fase de5 triunfo? Me resulta
imposible responder a esa objeción inmediatamente.” Para Klein.es una
fase maníaca temporal, una expresión de los sentimientos ambivalentes res-
[270] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
pecto de la persona muerta, cuando la persona que está de duelo siente que ha
triunfado sobre su perseguidor al permanecer él aún vivo; y esta fase
intensifica sus sufrimientos al suscitar la culpa ante tales sentimientos
respecto de la persona muerta. Como ejemplo narra el desarrollo del duelo de
la señora A (que es obviamente ella misma).
En los días inmediatamente siguientes a la muerte de su hijo, la señora
A seleccionó las cartas, conservando algunas y deshaciéndose de otras (en
otras palabras, guardándolo a él dentro de sí mientras descartaba los malos
sentimientos). Durante la primera semana la señora A lloró sólo raramente.
Halló cierto alivio viéndose con una o dos amigas íntimas. En esa semana
dejó de soñar, pero al finalizar la misma tuvo el siguiente sueño:
Vio a dos personas, una madre y su hijo. La madre vestía de negro. La que soñaba
sabía que el chico había muerto o iba a morir. En sus sentimientos no se mezcló ningún
pesar, pero había un elemento de hostilidad contra las dos personas. 6
Las asociaciones evocan recuerdos de su niñez. Emanuel necesitaba
preparación escolar complementaria y la madre de uno de sus compañeros de
colegio decidió arreglar el asunto con Libussa. La actitud protectora de la
mujer y el aire de desaliento de su madre hicieron que la que soñaba sintiera
que sobre su familia caía una terrible humillación. El ideal de su brillante
hermano mayor quedaba hecho añicos, y sus sentimientos eran complejos:
compartía la tristeza de su hermano, pero se sentía culpable de haber sentido
celos tanto de los mayores conocimientos de su hermano como de su pene, y
por tanto también de su madre por tener un hijo así. Su primera reacción fue:
“Ha muerto el hijo de mi madre, no el mío”; pero a esta maníaca irrealidad le
seguía la compasión. “Una muerte así 7ya bastaba; mi madre perdió a su hijo;
no debe perder también a su nieto.” Puesto que en su Autobiografía no
aparece nada de este material ni referencia alguna a la muerte de Hans, cabe
sospechar que estaba evadiéndose de sentimientos de culpabilidad que se-
guían a las muertes de Sidonie, Emanuel y sus padres: una carga agobiante,
reactivada por la muerte de su hijo y la traición de su hija, y ahora por las
muertes de Emilie y de Arthur.
Otros sueños revelaron poco a poco un proceso mediante el cual ella
recuperaba su satisfacción por estar viva. En la segunda semana de su duelo
halló cierto consuelo contemplando unas casas agradablemente situadas en el
campo y deseando una casa para sí misma. Finalmente fue capaz de
encontrar alivio en el llanto, aunque éste se alternaba con ataques de deses-
peración. Las casas le proporcionaban la reconstrucción de su mundo inte-
rior, mientras que cuando se hallaba en otros estados de ánimo consideraba;
la muerte de su hijo una venganza de los que ya habían muerto. Los buenos;
amigos la ayudaron a fortalecer sus mundos interno y externo. Algunas
semanas después de la muerte de Hans salió a pasear por calles que le eran
D ILACIÓN [271]
familiares en busca de tranquilidad, pero las casas parecían entonces amena-
zarla con derrumbarse sobre ella, y hasta la luz del sol se le antojaba ominosa.
En estado de total confusión se dirigió a un tranquilo restaurante donde veía
borrosa a la gente y temía que el techo se viniera abajo. Este intenso
sufrimiento era parte del necesario proceso de aflicción. Poco a poco su duelo
empezó a estimular la sublimación, la convicción de que el objeto perdido
quedaba preservado dentro de sí, y que había alcanzado enriquecimiento y
mayor sabiduría a través del sufrimiento.
En la medida en que el artículo aludía al pesar de la propia Klein, las
cartas que ella seleccionó eran manifiestamente las que había recibido de
Hans. Es curioso que se hayan conservado sólo algunas de las cartas de él y
ninguna de las notas de su caso, si bien ella le dijo a Winnicott que Hans era el
hijo que más parecía preocuparse por ella.
Abraham, basándose en la obra de Freud, creía que al atravesar el duelo
el individuo logra incorporar en su yo a la persona amada perdida. Para Freud
eran los padres reales (y aquí Klein nos recuerda que los procesos de
introyección que se producen en el duelo y en la melancolía condujeron a
Freud a reconocer la existencia del superyó en el desarrollo normal). Para
Klein se trata de un mundo interior mucho más ricamente poblado, “un
complejo mundo de objetos que, en los niveles profundos del inconsciente, el
individuo percibe como situado concretamente en su interior, y para cuya
designación algunos de mis colegas y8 yo utilizamos las expresiones ‘objetos
internalizados’ y ‘mundo interior’ ”. En el duelo normal el individuo rein-
troyecta la persona real por la que siente aflicción y, asimismo, las imágenes
de su más temprano mundo de objetos parciales.
Winnicott la visitó a mediados de octubre de 1939, y el 25 del
mismo ella le escribía: “Estaremos encantados de verlo pronto otra vez en
Cambridge. Pero no puedo prometerle que tocaré el piano para usted, pues
necesito un poco de tiempo para recuperar la técnica que tenía en el
pasado; pero haré lo que pueda para futuras visitas. Entre tanto podríamos
tener una agradable charla. Creo que9 uno desea ver a más de un amigo
verdadero en estos duros tiempos”. Desde que concluyó el análisis de
Eric, algunos meses antes, empezaron a tratarse por sus nombres de pila.
Winnicott le envió un folleto que estaba preparando sobre el efecto que tiene
sobre los padres que sus hijos sean evacuados. En las notas que le envió de
vuelta el 19 de enero de 1940, le aconsejaba “no concederles demasiados
motivos inconscientes a menos que pueda describirlos de modo que no se
confundan con los motivos conscientes... Creo, como usted lo escribe, que no
sería fácil para los que no son analistas apreciar la ambivalencia de la relación
entre los padres y el niño... usted podría reunir los diferentes aspectos de esa
relación y relacionarla con los habituales deseos paternos de conservar a los
niños consigo. La separación es una amenaza a su seguridad personal, y
ello es quizá más cierto en el caso de las familias más pobres, porque les
[272] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
resulta mis difícil encontrar formas de seguridad alternativas... El padre tiene
también razones fundadas para estar ansioso en cuanto a si su hijo aceptará
las pautas familiares cuando regrese, y cabe colocar a ésta entre las
ansiedades más oscuras”.10 Estos comentarios revelan que era muy
consciente de los factores ambientales involucrados en la ansiedad de la
separación.
El 29 de noviembre de 1939 escribió a Glover diciéndole que estaba
preparada para hacerse cargo de un caso clínico en Cambridge. A John
Rickman (analizado por ella desde 1934) el Servicio Médico de Emergencia
le asignó tareas en el hospital de Bishop’s Stortford durante los primeros seis
meses de 1940. El pueblo estaba lleno de refugiados (a muchos de los cuales
Rickman alojaba), entre ellos algunos parientes de Klein. Cada dos o tres días
Rickman viajaba a Cambridge para mantener una sesión de análisis de una
hora u hora y media con Melanie. Paula Heimann se trasladaba desde
Londres casi todos los fines de semana para realizar un análisis intensivo. A
mediados del verano, Rickman se trasladó a Sheffield y más tarde, en el otoño
de 1942, se reunió con Wilfred Bion en Northfield, un hospital psiquiátrico
cerca de Birmingham.
Durante la Batalla de Inglaterra los padres de “Dick” empezaron a
preocuparse cada vez más por la seguridad del muchacho y decidieron
trasladarse a Pitlochry, un bello pueblo de montaña en el corazón de Escocia:
en julio convencieron a Klein de que se reuniera con ellos. El 2 de julio ella
escribía a Winnicott:
Querido Donald:
Escocia supera mis expectativas; esto es mucho decir, pues desde una época muy temprana
de mi vida me la imaginé bella y romántica.
Tengo muchas comodidades junto a gente agradable en una casa sencilla pero bonita y en
el sitio más bello. Estoy muy cómoda y gozo del descanso y de la belleza de la región a
pesar de que sé —o sobre todo por eso— que esta época de tranquilidad no ha de durar. Me
estoy procurando descanso y vacaciones momentáneas—tengo sólo dos pacientes, como
sabes— y los días pasan rápidamente y de manera sencilla y agradable. Estoy leyendo
Grandes contemporáneos, de Churchill, y gozo y admiro mucho este libro. Lo sabio e
inteligente que es, además de sus otras grandes cualidades como escritor. Realmente me
tranquiliza saber que es un gran estadista, ahora que está a cargo de nuestra situación, tan
terriblemente difícil.11
Aunque amaba las colinas que la rodeaban, incluso cuando llovía, tenía
sentimientos contrarios por encontrarse tan lejos de Londres. El 30 de julio le
decía a Winnicott: “Deseo muchísimo regresar a Londres en otoño, y lo haré
si de alguna manera es posible. Aunque estoy agradecida por el pacífico
ambiente en el que ahora vivo, me atrae cada vez más12estar donde están mis
amigos y donde siento que debo hacer mi trabajo”. Vagamente pensaba
que podría permanecer hasta la primavera o el verano de 1941, dependiendo
D ILACIÓN [273]
del decurso de la guerra. El 10 de agosto de 1940, durante la Batalla de
Inglaterra, escribía a Clifford Scott:
Usted parece suponer que permaneceré aquí indefinidamente. En realidad me
gustaría mucho regresar a Londres, y pienso estar aquí hasta que la situación se esclarezca.
Nos han dicho que en los próximos dos meses pueden haber intentos de invasión o bom-
bardeos muy intensos, etcétera... Estoy muy bien, pero me gustaría conocer gente —¡sobre
Lodo interesante!— en caso de permanecer aquí. No extraño excesivamente la compañía,
pero eso puede llegar a ocurrirme si sigue pasando el tiempo.13
El 15 de agosto Klein escribía nuevamente a Scott:
No tengo intenciones de permanecer indefinidamente en Escocia, pero depende del
desarrollo de la situación en las próximas semanas o en los próximos meses que me quede
aquí durante el invierno o regrese a Londres.14
En aquel aislado lugar tenía aun más tiempo para reflexionar sobre el
destino de la obra que ella tan escrupulosamente había intentado asentar en
Inglaterra. Escribió a Jones mostrándole su gratitud por el modo como la
había apoyado frente a Freud en 1927, pero obviamente creía que él había
actuado pérfidamente al traer a los Freud a Inglaterra. “Quiero decirle nue-
vamente”, le comunicaba,
que me conmovió profundamente y me animó el admirable modo como usted se
enfrentó a Freud en defensa de mi obra, y no sólo en esa ocasión, sino todo el tiempo.
Usted apoyó mi obra de muchas otras maneras y hubo muchas otras oportunidades en las
que me sentí en total acuerdo con usted ante cuestiones que ambos tenemos en el corazón,
y asimismo muchas ocasiones en las que usted dio pruebas de su amistad personal para
conmigo.13
No obstante, Jones se sentía herido en lo más profundo por la
acusación que ella le hacía de haber “dañado mucho al psicoanálisis” al
proporcionarles un refugio a los Freud. El afirmaba que no había hecho nada
que tuviera que reprocharse y apelaba a su sentido de la equidad. Freud
siempre había sido su “mejor amistad personal, y también un gran hombre al
que todos nosotros debemos tanto”.16 La urgencia de la situación era tal que
no tuvo tiempo de consultar a ninguno de sus colegas antes de marchar a
Viena en marzo de 1938 para organizar la huida de la familia Freud.
La primera posibilidad era Holanda; pero aun cuando a Anna se le hubiese
permitido entrar, no se le hubiese permitido trabajar allí, de manera que su futuro habría
sido sumamente sombrío. Según la Princesa, que también fue a Viena por entonces, la
situación era aun peor en Francia, y no había ningún otro país al que se pudiese ir, en
momentos de xenofobia y antisemitismo tan intensos. Fue entonces cuando sugería la
posibilidad de Inglaterra, que aceptaron con vehemencia.
[274] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
Jones omite decir que se excluían los Estados Unidos porque Freud abo-
rrecía este país, y que, no siendo médica, Anna no habría tenido allí categoría
profesional. No había alentado en modo alguno a Federn o a Waelder, cuya
presencia sabía él que no sería bienvenida en Inglaterra. Le recuerda a Klein
que él había discutido las peticiones de los vieneses personalmente con todos
los miembros del Consejo,* al igual que con ella y con Joan Riviere.
“El resultado”, concluía, “fue tal como esperaba, aunque no exactamen-
te como deseaba. Freud, aun a su pesar, pasó uno de los años más felices de su
vida en Londres, con toda su familia y criados reunidos en tomo suyo,
inclusive su hermano, su sobrino y sus nietos; estaban todos sus hijos, salvo
uno. Los miembros de la Sociedad Vienesa se portaron muy bien en gene-
ral”. La mayoría de ellos ya había partido hacia los Estados Unidos, salvo los
Hoffer, “a quienes considero buena gente”. En cuanto a Anna, “es, cier-
tamente, tenaz, y acaso un bocado difícil de tragar. Probablemente ha avan-
zado en el análisis tanto como puede hacerlo y no tiene la originalidad de un
precursor. No obstante, algo mucho peor podría decirse de muchos de los
demás miembros; ella posee, además, muchas cualidades valiosas”.
Esa carta aplacó un poco a Klein: “También a mí me alegra pensar que
Freud ha pasado un año feliz en Londres no obstante las dificultades que
suscita la presencia de Anna aquí”17 Se sintió también empujada a añadir:
“Algunos de los vieneses que hace un tiempo marcharon a los Estados
Unidos, nos han informado espontáneamente a mí y a otros de que todos ellos
podían ir a aquel país y que lo habrían hecho de no haberlos usted invitado y
alentado a venir a Inglaterra“. Jones desestimaba el número de analistas
vieneses que habían abandonado Inglaterra, pero Klein no estaba dispuesta a
abandonar la cuestión. Aseguraba a Jones que ella comprendía el
compromiso que él debió asumir, y que no hubiera planteado la cuestión de
no preocuparle la incidencia que su decisión pudiera haber tenido en el des-
tino del psicoanálisis. Era evidente para ella que el destino del psicoanálisis
—y su renovación futura— estaba sólo en sus manos.
Klein tenía razones para inquietarse. El 24 de abril de 1940 había viaja-
do desde Cambridge a Londres para asistir a una reunión de la Comisión de
Formación y por primera vez se había enfrentado a una oposición conjunta de
Glover y los vieneses. Sylvia Payne, que elaboraba las actas, no podía
describir la vehemencia de la discusión; durante su regreso a Cambridge,
reflexionaba los argumentos a partir de lo que Anna Freud había afirmado
que la obra de Klein no era psicoanálisis sino un sustituto de él, y Glover que
debían eludirse las cuestiones polémicas en la enseñanza de los candidatos,
refiriéndose particularmente a la obra de Klein. Fue sumamente ofensivo; ella
derramó su cólera en la nota que envió desde la casa de Susan Isaacs en Fen
Causeway a todos los miembros de la Comisión de Formación:
*El cuerpo que decidía la política de la sociedad.
D ILACIÓN [275]
La señorita Freud dijo (refiriéndose a su obra y a la de Melanie Klein) que su obra y
la de sus colaboradores es análisis freudiano y que la de la señora Klein no es psicoanálisis
sino un sustituto del mismo. La razón que dio para sustentar esa opinión fue que la obra de
Klein difiere mucho de lo que ellos consideran como psicoanálisis, tanto por sus
conclusiones teóricas como en la práctica...
Respecto de las afirmaciones de la señorita Freud sobre las aportaciones de la señora
Klein, (el doctor Glover) dijo (absteniéndose de formular su propia opinión) que su obra
podría resultar un desarrollo del psicoanálisis o una desviación de él; que podía ser
finalmente una coliflor que crece fuera de tallo (¿o "tronco"?), a su lado. En relación con el
conjunto de conocimientos que debiera impartirse a los candidatos, dijo que debían
excluirse las aportaciones polémicas, aludiendo a la obra de la señora Klein (pero sin
aclarar si a toda ella o a una parte)...
La señorita Freud volvió a referirse a las grandes diferencias que se han suscitado;
por ejemplo, el énfasis que en la obra de la señora Klein se da a los impulsos orales influye
en la totalidad de la concepción del desarrollo real (de) el complejo de Edipo,
personificándose (¿o “animándose"?) además a los instintos. Se restaba también impor-
tanda a la regresión. La señora Klein estuvo de acuerdo en cuanto a la importancia de las
diferencias, pero no lo estuvo totalmente en cuanto a la manera como la señorita Freud : las
definía.
A propósito de la conveniencia de incluir su obra en el conjunto de los conocimien-
tos por impartir, la señora Klein puso de manifiesto que, entre los miembros ingleses de la
Comisión de Formación, el doctor Glover era en realidad el único que poma en cuestión la
conveniencia de ello.18
James Strachey no estaba en condiciones de asistir a la reunión por
padecer de un resfriado febril, pero días antes le había enviado a Glover sus
reflexiones sobre la inminente batalla entre Melanie Klein y Anna Freud:
Estoy enérgicamente a favor de un compromiso a toda costa. Me parece que de
ambos lados se afronta la desavenencia con extremismo. Mi opinión es que la señora K.
ha hecho algunas aportaciones sumamente importantes Ψ α, al va, pero que es absurdo decir
(a) que incluyen toda la temática o (b) que su validez es acciomática. Por otra parte pien-
so que es igualmente ridículo que la señorita F. afirme que el Ψ α es un coto vedado que
pertenece a la familia F. y que las ideas de la señora K. son fatalmente subversivas.
Tales actitudes de ambas partes son, por supuesto, enteramente religiosas y antitéti-
cas con la ciencia. También están (por ambas partes), creo, inspiradas por un deseo de
dominar la situación y, en particular, el futuro, razón por la cual ambas partes enfatizan
tanto la formación de candidatos. Realmente es un espejismo megalomaníaco suponer que
uno puede controlar, más allá de cierto punto, las opiniones de personas que analiza. Pero
en todo caso la meta del análisis de formación debe ser, naturalmente, capacitar a la
persona que se forma para que llegue a sus propias conclusiones en las cuestiones debati-
bles, y no atestarla con dogmas privados.
¿Por qué deben esos destestables fascistas y comunistas invadir nuestra pacífica y
transigente isla? (malditos extranjeros).19
Strachey concluía con la velada observación de que tenía más fiebre de
[276] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
lo que pensaba; pero había que impedir hasta el final cualquier posibilidad de
ruptura.
En la siguiente reunión, el 30 de octubre de 1940, estuvieron presentes
el presidente, Glover, Payne, Brierley, Ella Sharpe, Anna Freud y Edward
Bibring, un emigrado de Viena. (Estuvieron ausentes, además de Klein,
Rickman y Strachey.) Brierley presentó dos listas de lecturas para los candi-
datos elaboradas por él y por Bibring, y Klein se encolerizó al enterarse que
en la lista de Brierley no figuraba su trabajo sobre el duelo. Estaba aún más
enfadada por las sugerencias de Bibring. En una carta dirigida a Brierley
decía, airada: “Objeto la parte que le asigna al conjunto de la obra hecha en
Inglaterra (no a la expresión ‘Escuela Inglesa') sino al hecho de que la trate
como una corriente secundaria... No hubiera sorprendido que lo estuviera
proponiendo ante el grupo de Viena, pero considerando que se ha sumado
recientemente al grupo inglés”,20 era arrogante, cuanto menos. Brierley no
manifestaba mucha simpatía por sus quejas. Los que permanecían en Londres
iban a dominar la Sociedad Británica de acuerdo con sus propias
concepciones teóricas.
En Escocia, Klein echaba de menos al pequeño Michael, que por
entonces tenía casi tres años. Estaba todo el tiempo preocupada por la
seguridad del niño y la de su familia, y deseaba que se trasladaran fuera de
Londres. En octubre Eric recibió su primera citación de reclutamiento, y el 15
cayó sobre la casa de Clifton Hill una bomba que agujereó el techo y causó la
rotura de casi todas las ventanas. A pesar de todo, ella anhelaba pasar las
Navidades en Londres, donde podía reanudar los análisis de sus pacientes
habituales. En una carta del 5 de diciembre de 1940 expresaba a Winnicott
sus anhelos: “Veré a la mayoría de los pacientes que he dejado y haré lo que
pueda con ellos. Lamento mucho haber interrumpido esos análisis. Pero ver a
Michael y a mis hijos otra vez —¡haya o no bombas 21en Londres!— es una
perspectiva que hace que mi corazón lata más fuerte” Estuvo allí desde él
dieciséis hasta el veintiuno. Winnicott le preparó una habitación para las
consultas en el piso de arriba de su casa de Queen Anne 44 (tal como hizo en
sus visitas posteriores) y llenó la habitación de flores. Allí analizó Klein a
Heimann y a Rickman, que tenían permiso con motivo de la Navidad.
De regreso en Pitlochry le comunicaba a Clifford Scott: “La última
noche el cielo estaba enrojecido por los incendios de la ciudad: una visión
triste e impresionante”.22 El 19 de junio de 1941 le contaba a Winnicott:
“Aquí estamos casi cubiertos de nieve. Todo está nevado y la región tiene un
bello aspecto. Desearía hacer algunos deportes de invierno, lo cual implica el
deseo de ser treinta años más joven. (Pero no estoy segura de que esto me
guste realmente. Me ha supuesto muchas23 inquietudes llegar donde estoy;
quiero decir, llegar a la edad que tengo.)”
Además de su ansiedad por estar lejos de los bombardeos, parte de su
D ILACIÓN [277]
renuencia a dejar Pitlochry se debía a razones económicas. El 9 de noviembre
de 1940 Sylvia Payne le describía la desalentadora situación económica de
Londres.
No hay trabajo en Londres salvo un poco de análisis de formación muy mal pagado
y algún antiguo paciente ocasional. Deseo fervientemente seguir adelante, y la clínica
trabaja algo, lo suficiente para que valga la pena continuar. En ese caso, obviamente es de
desear que algunos directores ingleses permanezcan en Londres mientras esté abierta.24
Durante el verano Klein consideró la posibilidad de trasladarse a
Oxford. Le confesaba sinceramente a Payne que en parte la incertidumbre en
cuanto a la fecha de su partida se debía a que “los25honorarios son bienvenidos
y hacen que las cosas resulten menos difíciles”. A comienzos de diciembre
de 1949 un médico general, el doctor Jack Fieldman (según refiere Payne) se
había trasladado a Escocia para iniciar un análisis con Klein. Para Afio
Nuevo su situación económica había mejorado ligeramente porque además
del doctor Fieldman tenía a “Dick”, al hermano de “Dick” y al doctor
Matthew como pacientes. Según ella veía la situación, no tenía alternativa
aparte de la de esperar mientras durase la guerra. De algún modo Pitlochry era
un puerto de descanso y de recuperación tal como Abbazia había sido
anteriormente.
No obstante, le inquietaba perder contacto con lo que ocurría en la
Comisión de Formación. Continuó prestando mucha atención a la obra de sus
colegas y exhortó a Scott a que revisara el trabajo que él había presentado en
el Congreso de París de 1938.* “Ciertamente debemos ser muy cuidadosos
con toda publicación”, le advertía, “revisándola desde todos los ángulos en
que puede prestarse a ser comprendida erróneamente o mal interpretada,
aunque hay urgente necesidad de 26artículos y parece una lástima no
publicarlos cuando se tienen a mano”.
A comienzos de la primavera plasmó sus ansiedades en largas cartas
dirigidas a Winnicott. El 24 de marzo le decía que estaba “muy conmovida
por el hecho de que él pensase presentar una comunicación sobre “nuestra
pobre y decrépita sociedad”. Ello trae a la memoria “tiempos más dichosos,
en los que dejábamos nuestras reuniones con un sentimiento de satisfacción
porque nuestra obra y nuestra comprensión crecían y participábamos en
ello; porque existía la esperanza de que una ciencia que podía significar
tanto para la humanidad se hallaba en camino hacia futuras realizaciones”.
No obstante, todo ello había cambiado seis arios antes, cuando Glover y
Melitta iniciaron el “Nuevo Orden”. Emprendía entonces una diatriba de
Richard
E
n abril de 1941 Klein ya no tenía tiempo pura escribir cartas exten-
sas. En una del 30 de mayo le preguntaba a Winnicott si tenía incon-
veniente en que retuviese, hasta poder concentrarse en él, un artículo
que él le había enviado para que lo comentase. El último párrafo de la carta
revela que tenía algo más urgente en que pensar:
Hacer estas notas me ocupa una hora y media o dos horas diarias; es algo molesto,
pero bien vale la pena. Podrían aclarar muchas cosas que deseamos que la gente entienda,
y también progresos de la técnica a través del conocimiento de la depresión. Realmente
me entusiasma pensar qué buen artículo puede salir de esto.1
Una carta del 29 de agosto dirigida a Clifford Scott indica el continuo
interés de Klein en el caso:
Apenas estamos comenzando a hacer entender a la gente la importancia y el signifi-
cado de la depresión. ¡Temo que sea un trabajo largo y difícil! No obstante, hay que
hacerlo. Analizo ahora a un niño de diez años y tomo notas completas de este análisis
(incluyendo mis interpretaciones). Es sorprendente y gratificante ver lo mucho que el
conocimiento de la posición depresiva ha hecho avanzar la técnica y la comprensión teó-
rica y práctica. El caso no es típico; sin embargo, mostrará muchas cosas a las personas
que deseen ver y aprender. Temo, sin embargo, que la mayoría de nuestros colegas son
extremadamente reacios a aceptar estas novedades; ello puede retrasar el progreso, pero
no podrá detenerlo.2
R ICHARD [281]
Desde que dejó Pitlochry, a finales del verano de 1941, hasta el
momento en que expuso el artículo* ante la Sociedad Psicoanalítica
Británica, el 7 de marzo de 1945, su atención estuvo concentrada casi exclu-
sivamente en la agitación política acontecida en el seno de la Sociedad
Británica —las reuniones extraordinarias de 1942, las controversias de 1943
y 1944, la investigación sobre el poder de la Comisión de Formación, y la
espinosa cuestión de cómo podría la Sociedad Británica permanecer indemne
y conciliar las teorías de Melanie Klein y de Anna Freud. Pero constante-
mente se planteaba la extensión y la forma que daría a la historia del caso del
niño de Pitlochry, y cuándo dispondría de tiempo para redactarlo. Ya el 26 de
junio de 1942 escribía a Susan Isaacs:
Ansío sentarme a escribir el libro que tengo proyectado sobre el caso... Temo que
suponga gran dificultad que sea un libro muy extenso. Podría ser difícil lograr publicarlo.
Mi impresión es que si lo dejo en su forma original y resumo únicamente la forma de
expresión, no ganaría mucho, pues no creo que pueda lograrse con ello resumir más de una
quinta o una sexta parte. Estoy más convencida que nunca que esto es lo que más urge
hacer,3
Edward Glover había atacado sus teorías sobre posición depresiva y
defensas maníacas; en consecuencia, ella consideraba oportuno subrayar las
relaciones entre sus teorías y las de Freud. “Estoy segura”, continúa diciendo
en su carta a Isaacs,
de que en los comentarios a este caso tendré que acentuar la relación entre la posi-
ción depresiva y la situación edípica, y posiblemente deba hacer de ello la cuestión central
de estos capítulos. Por supuesto, deberá incluir la relación entre el complejo de castración
y la posición depresiva, etcétera. Tengo perfectamente claro lo que quiero hacer al
respecto, y mi impresión es que podré arreglármelas con sólo poder estar sola y no tener
nada más que ver con esas embrutecedoras y horribles discusiones.
Describe, por tanto, la parte referente a Richard como “extractos de la
historia de un caso que ilustra el desarrollo edípico de un niño”. Inicialmente
le llevaron al niño porque, experimentando un temor neurótico por los demás
niños, le aterrorizaba aventurarse a salir de su casa. Deprimido e
hipocondríaco, no podía ir a la escuela, a pesar de que era precoz e
inteligente. Los detalles que ofrece de él son pertinentes pero escasos; y se
toma más trabajo en encubrir su identidad en la versión inicial que en el
posterior Relato del psicoanálisis de un niño. En ambas versiones, el
relato tiene lugar en Gales; en el primer trabajo el hermano mayor de Richard
era “algunos años mayor que él” y se le había enviado al colegio, mientras
que en realidad —tal como se refleja cuidadosamente en el Relato— era
once
* “El complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas.”
[282] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
años mayor y se había incorporado al ejército. La madre de Richard, una
mujer de tipo muy ansioso, manifiestamente prefería al hermano mayor y
sentía molesta por la dependencia de Richard con ella. El padre parece ha
dejado la mayor parte de la educación del niño a cargo de la madre.
Habían evacuado de su hogar a Richard y a su madre y se habían esta-
blecido temporalmente en Pitlochry en abril de 1941 para que Klein analiza-
ra al niño. En el primer trabajo, Klein no detalla que, poco después de su
partida, una bomba había alcanzado la casa de Richard. “En todo caí escribe,
tenemos que considerar los procesos internos que resultan tanto de los factores
constitucionales como ambientales y que interactúan con ellos; pero no puedo tratar
detalladamente la interacción de todos estos factores. Me limitaré a mostrar la influencia
de ciertas ansiedades tempranas con el desarrollo genital. 4
En el informe del análisis, Klein se centra en los setenta y cuatro dibu-
jos y en las maniobras que el niño realizaba con su flotilla de juguete. Los
dibujos reflejaban dos temas. En el primero, una estrella de mar (que, según
él explicaba, era un bebé hambriento) flotaba cerca de una planta marina que
se quería comer. Pronto aparecía un pulpo con rostro humano que, según la
interpretación que Klein formulaba al niño, eran los genitales de su padre.
Los cuatro principales colores utilizados eran el negro, el azul, el púrpura y el
rojo, los cuales, a juicio de Klein, simbolizaban a su padre, su madre, su
hermano y a él mismo, respectivamente. El escenario de sus dibujos era un
imperio donde aparecían modificaciones que representaban el cambiante
curso de los acontecimientos, bélicos. El llevaba consigo sus barcos; ella
interpretaba que el choque de los barcos entre sí eran los padres del niño en
una relación sexual.
En el primer trabajo las conclusiones se basan en la selección de seis
horas de análisis correspondientes a su reinicio tras una interrupción de diez
días, seis semanas después de iniciado el análisis. Durante este periodo
Klein estuvo en Londres; y durante su ausencia, Richard se mostró muy pre-
ocupado por el peligro que ella corría al producirse ataques aéreos.
En los dibujos en los que él pintaba los barcos, el pulpo y la estrella de
mar, su madre estaba representada por una mancha azul,* y a menudo junto
con él mismo, como si huyeran de los peligrosos padre y hermano. Al alime-
ntar su flotilla, colocaba primero el barco más pequeño indicando con ello que
se habían anexado los genitales de su padre y de su hermano. Invirtiendo los
papeles de padre e hijo, se le hacía ver a Richard la rivalidad con su padre,
pero poco a poco él expresaba un deseo de reparación hacia él colocándolo
entre las plantas submarinas y dejándole así ocupar la posición de niño grati-
* El azul que representa el cielo despejado que él amaba. Véase: Amor, culpa y
reparación.
R ICHARD [283]
ficado. A Klein le parecía que él estaba reconociendo su propia capacidad de
disponer de una potencia mayor; y evitaba los sentimientos de culpabilidad
imaginando que los dos varones rivales eran bebés, situación que dotaría de
una cierta paz a la familia.
Richard sufría también de un temor paranoico a ser envenenado y de la
sospecha de que varias personas lo espiaban. Gradualmente, Klein le hizo
comprender que estaba absorbiendo cosas buenas, al simbolizar la internali-
zación de su madre buena, no la de la perseguidora. Al desarrollarse una
creciente paz interior, el mundo externo empezó a mostrársele bello; hay una
emotiva descripción del niño junto a la puerta y gozando de la naturaleza.
En dibujos cuya temática eran las aves, pintaba un monstruo devorador
con un pico rojo y púrpura; poco a poco las zonas pintadas de azul empezaron
a agrandarse a medida que Richard aceptaba que eran los prototipos tanto del
pecho malo, odiado, como del pecho bueno, que se ofrecía. Cuando renacía
su temor ante los perseguidores interiores, su ansiedad no sólo se refería a su
propia seguridad, sino también a la de sus padres internalizados. Al ir
aceptando cada vez más que el objeto amado era también el objeto odiado,
aseguraba más firmemente el arraigo de su sentimiento hacia su madre. El
había querido destruir los niños no nacidos que ésta guardaba en su interior,
pero ahora empezaba a reconocer inconscientemente que la reproducción era
el medio más importante de combatir la muerte.
La importante conclusión teórica que Klein extraía del caso (en ese
momento) era la demostración de que era erróneo suponer, como lo hizo
anteriormente, que el complejo de Edipo se relaciona únicamente con el
impulso de odio; veía ahora que coincide con el comienzo de la posición
depresiva. No es la culpa, sino el creciente conocimiento del niño y el amor
de sus padres lo que produce la disolución del poder del complejo edípico. A
partir de la observación de la lucha de Richard por integrar el amor y el odio,
Klein logró la confianza necesaria para desafiar la interpretación freudiana de
la superación del complejo de Edipo como algo dependiente de una
aceptación realista de la estructura libidinal de la familia. En su observación
final escribe:
La vida emocional del niño, las defensas tempranas construidas bajo la presión del
conflicto entre el amor, el odio y la culpa, y las vicisitudes de las identificaciones del niño:
todos éstos son temas que pueden ocupar a la investigación analítica durante mucho
tiempo todavía. El ulterior trabajo que se realice en estas direcciones, nos conducirá a una
comprensión más completa del complejo de Edipo y del desarrollo sexual como un todo. 3
Como una de las objeciones críticas fundamentales era que establecía
sus conclusiones deductivamente, Klein deseaba presentar la historia com-
pleta de un caso con abundante material real y detallado. No se había pro-
[284] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
puesto escribirla acerca de un niño tan mayor como Richard, pero el tiempo
de más de que disponía en Pitlochry le permitió reunir abundantes notas
después de cada sesión. Además, en los años siguientes pudo volver a
considerar el material a la luz de sus nuevas concepciones del
desdoblamiento, la identificación proyectiva y la envidia del pecho.
En 1956, con la colaboración de Elliott Jaques,* empezó a ordenar las
notas en un conjunto coherente que constituyó la más extensa historia de un
caso jamás registrada. Según Jaques, cuando empezó a trabajar con ella, el
original estaba prácticamente concluido, y su colaboración consistió en la
preparación de las notas en función de sus teorías posteriores. Trabajaron en
el manuscrito desde 1956 hasta 1959; ella corregía las pruebas mientras
estaba en el hospital, en 1960, inmediatamente antes de morir. Las notas
revelan una comprensión más amplia del material; pero como el análisis tuvo
lugar en 1941, no procede comentarlas en este momento.
Relato del psicoanálisis de un niño es un libro extraordinario: la
narración de la amistad entre una vieja judía austríaca y un precoz y
aterrorizado niño escocés de diez años, entre quienes se generó un raro y
tierno sentimiento. Melanie Klein había otorgado siempre mucha
importancia a la transferencia negativa, y si bien es verdad que, a través de la
proyección en ella, hizo comprender a Richard que su actitud hacia su madre
era afectuosa y ambivalente, no hay duda de que se estableció una relación
tan firme porque ella representaba a su amada abuela recientemente muerta.
Durante su estancia en Pitlochry, Klein atendía a sus pacientes en la casa
donde se alojaba, pero las sesiones con Richard se llevaban a cabo en un edificio
utilizado especialmente por las Girl Guides.** Richard y su madre permanecían
en un hotel y los fines de semana los visitaba el padre de Richard, un profesional
que continuaba trabajando en el pueblo del que procedía la familia. En la época
en que atendía a Richard, Klein analizaba también a un muchachito, “cinco años
mayor que Richard”;*** Richard sentía profundos celos de este niño, así como
de cualquier otro hombre relacionado con Klein: el malhumorado viejo patrón de
la casa donde ella se alojaba, los vendedores de los comercios, los hombres que
encontraba en la calle, su hijo y su nieto, que se había quedado en Londres y a
quien ella naturalmente deseaba ver.
El contenido de la paranoia y la insociabilidad de Richard se ponía de
manifiesto en sus dibujos, en el modo de ordenar los barquitos de juguetes
que a veces traía consigo, en la conversación y en los cambios de humor,
que discurría entre lo maníaco y lo depresivo. El contexto del análisis supuso
un período de la guerra particularmente tenso: el continuo bombardeo de
* Jaques se analizó con ella desde 1946 hasta 1954.
** Una organización juvenil inglesa fundada en 1910. [T.J
*** Es ése el Dick que figura en "La importancia de la formación de símbolos en el
desarrollo del yo’* (1930). Era primo de Richard y en realidad seis años mayor que éste.
R ICHARD [285]
Londres, la caída de Atenas a manos de los alemanes el 27 de abril, la extraña
aparición de Hess cerca de Glasgow el 10 de mayo, la invasión de Creta el 20
de mayo, el hundimiento del Bismarck el 27 de mayo, la invasión de Rusia el
22 de junio. Si bien Pitlochry parecía un puerto de paz idílica, Richard estaba
vitalmente interesado en todos aquellos inquietantes acontecimientos; Klein
los relaciona con el tumulto interior del niño.* Por si fuera poco, a mediados
de julio, al abrir la puerta del baño, Richard encontró a su padre tendido en el
suelo con un ataque cardíaco. Para un muchachito que ya tenía graves
problemas, estos acontecimientos externos no podían sino exacerbar su
ansiedad.
Klein subraya que cuando Richard inició el análisis, aclaró tanto a él
como a sus padres que el análisis debía limitarse a un periodo corto. Su diario
registra que el análisis empezó el 28 de abril y concluyó el 23 de agosto de
1941 y comprendió noventa y seis sesiones (no noventa y tres, como se indica
en Relato del psicoanálisis de un niño). El libro se divide en las dife-
rentes sesiones diarias, habiéndose interrumpido durante ocho o diez días:
cuando Klein viajó a Londres, en una ocasión en que Richard se resfrió, y
cuando los fines de semana volvía a su casa tras el ataque cardíaco de su
padre.
Ya en 1934 la madre de Richard había escrito al doctor David Matthew
diciéndole que aunque el chico era muy amistoso y le gustaba encontrarse con
otras personas, era presa de verdadero terror ante un mero rasguño, fobia que
ella atribuía a los efectos de una circuncisión que le habían practicado ese
año. Su juego favorito era la representación teatral; representaba diferentes
personajes de pie durante horas. Con el paso de los años su estado empeoró, y
por consejo de Matthew, Klein se ocupó de Richard. Esta, cuando llegó a
Pitlochry, sabía que no iba a permanecer allí indefinidamente, e ignoraba que
el análisis duraría exactamente cuatro meses. De hecho, la madre de Richard
intentó infructuosamente persuadir a Klein de que determinase la duración
del análisis. En “El complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas”
(1945) Klein dice:
Tomé como punto de partida la reanudación del análisis tías una interrupción de
diez días.** Durante esta pausa estuve en Londres mientras Richard estuvo de vacaciones.
El nunca había asistido a una incursión aérea, y sus temores ante tales incursiones se
centraban en Londres como lugar de mayor peligro. Es por ello que para él mi marcha a
Londres significaba ir a la muerte y a la destrucción. Cabía añadir además la ansiedad que
suscitaba en él la interrupción del análisis.6
Es posible que Richard no presenciase un verdadero ataque aéreo, pero
como habían bombardeado su casa después de que él la hubiese abandona-
* En Relato no se menciona que el hermano de Richard fue convocado el 3 de abril.
** Del 14 al 24 de Junio de 1941.
[286] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
do, Londres podía no ser el único lugar real de peligro. En segundo lugar, no
se hace referencia al aterrizaje de Rudolf Hess, del cual él sin duda debe de
haber escuchado hablar. Podría argumentarse que, por razones de discreción,
Klein modificó la localidad en que se realizó el análisis reemplazando
Escocia por Gales, y que si ella mencionaba a Hess revelaba con ello el ver-
dadero lugar. Sin embargo, la extraña llegada de Hess desde el cielo induda-
blemente debió acrecentar los temores del niño;
A mediados de julio, Klein decidió que regresaría a Londres en sep-
tiembre para reanudar su vida normal. En una carta del 13 de septiembre
dirigida a Clifford Scott, dice:
He regresado al sur, establecida confortablemente en Harpenden (Herts). Veré aquí
a uno o dos pacientes y viajaré cinco veces por semana a Londres. He alquilado una habitación
en Nottingham Place. No fue fácil lomar esta determinación, pues tuve que dejar algunos
pacientes en Escocia. Uno de ellos, a quien conoces, también llegó a Londres y el otro se
reunirá conmigo, creo, en Harpenden.* Tuve que interrumpir el análisis, muy interesante y
promisorio, de un niño por el que siento lástima, pero pienso que (tengo que) continuar en
Londres con el trabajo que había interrumpido.7
La premura de su decisión parece haberse debido en parte a que, final-
mente, se había llamado a Eric a las filas del Cuerpo de Señales y
Comunicaciones. También estaba impaciente por echar un vistazo a los
acontecimientos políticos en la Sociedad Británica.
Un mes ames de la partida de Klein, Richard se mostraba profundamen-
te angustiado por la separación; temía que las bombas la mataran y temía la
soledad en que se hallaría sin ella. Según Klein presenta en las últimas
sesiones, finalmente habían llegado a acordar que el análisis estaba tocando a
su fin. En la introducción al libro Klein dice: “Yo conocía mi contratrans-
ferencia positiva, pero, como estaba alerta, era capaz de obedecer al princi-
pio fundamental de analizar coherentemente tanto la transferencia negativa
como la positiva y las profundas ansiedades que descubría”. En otras pala-
bras: ella no se compromete a presentar una descripción experimental o a
hacemos participar de sus sentimientos; no obstante lo conmovedor de la
situación se expresa en las notas personales que ella tomó en la última sesión.
23 de agosto de 1941
Ultimo día. Separemos lo principal de él. — ¿Está K. triste? — K. lo siente mucho, etc.
R. complacido. — ¿Va K. a llorar? (Sus ojos lagrimean) — R. complacido.
No debiera besarlo al partir. Hace algunos días, cuando insistía así, pedía que lo besara,
— Estado de ánimo de hoy — serio, cierta depresión, pero determinado y resuello. *
* Los principales pacientes eran Paula Heimann y John Rickman.
R ICHARD [287]
— Película de anoche: Tres marineros. Capturar barcos de guerra alemanes con la
ayuda de austríacos, etc. (K. — R. uniéndose con K. = mami buena y popí bueno— gol-
pear a papi malo (resolución y consuelo a partir del propósito y del consuelo buenos; y
mayor esperanza de guardar a la mami buena internalizada] Coloca el tren eléctrico —
(K. lo sugirió hace algunos días) en su caja. — Atar sus cintas con fuerza (está de acuerdo
en mantener a K. segura).
Atravesar cabaña en busca de moscas — satisfecho de que la mayoría estén extermina-
das.
¿Volverá él a ver la cabaña otra vez? — ordenar al final dos sillas bajo mesa [R. y K.
juntos, — también dos pechos] En camino — Ver a K. el invierno siguiente, — esto le da
seguridad, — tranquilo al partir—pocos días después la primera carta ilustrada.
Dibujos — [empezados durante la discusión de la película]
I. la bahía los marineros salieron a navegar (observa que parecen una mano) — entonces
II su propia mano — III la mano de K. traza contornos en II.
Depresión hasta cierto punto satisfecha los días precedentes: 8
Richard le pidió reiteradamente que convenciera a su madre de que no
le pusiera un tutor o lo enviara a una escuela muy pequeña. También le rogó
que lo dejara acompañarla a Londres. En un paréntesis, ella señala la suposi-
ción de que tal cosa la organizó la madre. Habría sido, en realidad, una deci-
sión terrible, y uno puede imaginarse a Klein justificando su propia conduc-
ta. En una carta del 10 de noviembre de 1941 —respuesta a otra de la madre
de Richard— en la que explicaba que no podía poner en peligro la vida del
niño trasladándolo a Londres aun sabiendo que necesitaba ayuda, Klein
dice: “Sé muy bien que de momento usted no puede hacer que él continúe el
análisis. No puedo asumir la responsabilidad de aconsejarle que lo envíe al
sur en estos momentos. Además, actualmente mis compromisos son tales
que me resultaría extremadamente difícil dedicarle una hora”. 9 En su
comentario sobre el caso tiende a ser tan crítica respecto de la madre de
Richard como lo había sido con la de Dick.*
El Relato ha sido objeto de más discusión que cualquier otro de sus
casos. En opinión de J.O. Wisdom, la obra “supone un hito en la historia del
psicoanálisis”; y sostiene que aun cuando algunas de las opiniones formula-
das en ella no sobrevivan, “no se había hecho desde Freud ninguna otra
aportación al psicoanálisis de un nivel comparable con el de la obra de
Klein”.10
Una exposición tan valiente de sí misma quedaba naturalmente abierta
*Dicho sea de paso, ella también dejé a "Dick” en Pitlochry cuando regresó a
Londres. Su estado empeoró hasta la reiniciación del análisis, en Londres, en 1943.
[288] 1940-1941: C AMBRIDGE Y P ITLOCHRY
a la crítica. Ella admite incluso errores estratégicos, tal como ocurre en su
nota a la sexagesimoquinta sesión, donde lamenta haber “dado una confian-
za muy directa que, normalmente, desapruebo. Lo que me llevó a hacerlo fue
que no sólo el niño inconscientemente temía el fin del análisis, sino que
conscientemente advertía la urgente necesidad que tenía de él” (pág. 325).
John Padel, un miembro independiente de la Sociedad Británica, objetaba-
que “nunca se permite a la madre parecer sino como la mejor, a no ser que
esté contaminada por el padre, por Richard o por el hermano mayor”. En la-
última sesión se presenta a papi como alguien casi tan bueno como mami.
“¡¡Casi!!” exclama Padel. “Ese es un sistema que, si se emplea sin modi-
ficaciones, puede encerrar tanto al paciente como al analista en un matriar-
cado.”11 Donald Meltzer ha escrito respecto del Relato en Richard
Weeck-by-Weeck, trabajo incluido en la segunda parte de The Kleinian
Development. El trabajo de Meltzer supone un notable avance porque
emplea este concreto como medio para integrar las teorías de Klein en una
psicología coherente. En su crítica del caso expresa cierta inquietud por la
rapidez y la naturaleza inequívoca de sus interpretaciones. Lo atribuye a que
ella está trabajando contra reloj, tal y como lo lamenta durante el Relato.
Meltzer tiene una extraordinaria capacidad para percibir el ambiente del aná-
lisis: el pueblecito situado en las montañas, un lugar extraño al que Richard
llama “pocilga” a pesar de que es famoso por su belleza. Comprende íntima-
mente la curiosidad de Richard por saber cómo pasa el tiempo la señora
Klein cuando no está con él: ¿anda en cosas que no se pueden decir o está
sola? ¿Y cómo puede él estar seguro de que la señora Klein, que en la última
guerra combatió del lado del enemigo, no está realmente muerta dentro de
ella? Le llama la atención su bolso rojo, que le parece exótico y propio del
continente; pero el elemento de lo “enemigo” en ella (después de todo era
una austríaca) también acrecienta su ansiedad.* Meltzer capta la atmósfera
del edificio con su carga afectiva (que Richard se siente compelido a mante-
ner viva durante las ausencias de Klein), y los carteles en la pared,
distracciones que en circunstancias normales ella habría considerado total-
mente inadecuadas.
A medida que vamos leyendo a Meltzer vamos experimentando junto a
él la sospecha inicial del niño, sus intentos por congraciarse con ella, las bri-
llantes intuiciones y las ocasionales chapuzas de Klein. Para Meltzer es, por
ejemplo, un enigma por qué ella consideró oportuno informar a Richard de
que había sido destetado muy tempranamente.
Elisabeth R. Geleerd publicó en 1963, en el International Journal of
Psycho-Analysis, una crítica totalmente freudiana. Es una exposición suma- -
mente clara del desarrollo de las ideas de Klein desde Principios psicológi-
*La ambivalencia de sus sentimientos hacia ella se refleja en que Richard se
representa a sí mismo como “rojo” en el análisis.
R ICHARD [289]
M
alemanas, pero tenía un miedo mucho mayor a la inva-
sión de analistas de habla alemana y a su ocupación del
territorio... por no hablar de los quintacolumnistas.
Con el semirretiro de Jones al campo, el funcionamiento de la
Sociedad Británica quedó prácticamente a cargo de Edward Glover. Se
constituyó una Comisión de Emergencia, formada por Glover y Sylvia
Payne: pero la salud de Payne se vino abajo a causa del esfuerzo de llevar
a cabo no sólo las tareas de secretaria científica sino también las de
secretaria administrativa, en las que había sustituido a Rickman. En una
carta fechada el 16 de marzo de 1942 le cuenta a Melanie Klein su
agotamiento por los viajes de ida y vuelta desde su casa de campo en
Abingdom durante los días en que se producían los ataques aéreos más
intensos:
Durante los dos inviernos viajar ha sido terrible, pero peor desde Navidad, ya
que he tenido que esperar media hora o tres cuartos en la estación; entonces llegaba a
Paddington un tren sin calefacción con el respectivo retraso; el viaje de regreso suele
durar tres horas.1
Ya ames del inicio de la guerra había empezado a manifestarse
una reacción contra la autocracia de Jones, sobre todo cuando
muchos estaban sumamente preocupados por su incapacidad para
controlar el ambiente, emocionalmente tan cargado, de las
reuniones. Ahora que Glover de hecho dirigía la Sociedad,
los miembros empezaron a rebelarse contra una situación que
habían soportado durante mucho tiempo: la reelección, todos los
[300] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
* El doctor A.C. Wilson y Helen Sheehan-Dare aceptaban muchas de las ideas klei-
nianas pero rechazaban que se les caracterizase como “simpatizantes” de nadie.
[324] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
ficado de un enfoque “a-científico” de sus obras, en lugar de alargar el con-
flicto en una reunión: una propuesta nada insensata.
La influencia de Riviere en el fortalecimento de la firmeza de Klein se
manifiesta en una larga carta con la que Klein respondió a Payne. Más
importante que el haber tenido sólo cuatro candidatos desde 1929 era “la
insinuación (de Glover) de que he recurrido a todo tipo de métodos ilegíti-
mos para obtener poder”. En la medida en que se tolerasen tales acusacio-
nes, se trataba a ella y a sus amigos como a proscriptos dentro
Sociedad. Advertía que Payne debía de creer que ella era una campeona de
causas perdidas, “pero no incurra en un error: ésta no es una causa
perdida, puede ser una causa perdida para la Sociedad, que parece dar cada
vez más muestras de su incapacidad de comportarse científicamente y :de
juzgar sobre el desarrollo del psicoanálisis”.
La reacción y la hostilidad de Anna ante mi obra tiene raíces muy profundas y sólo
con que se hubiese controlado de otro modo la situación en la Sociedad, podría haberse
dado cuenta de que debe andar con más cautela. Tal como aparece actualmente la situa-
ción, cuando parece que la Sociedad Británica ha de permitir que sus asuntos los conduz-
can los vieneses, no tiene motivos para refrenarse... aunque yo estoy aún dispuesta a ini-
ciar discusiones con ella y a tener paciencia, nunca se me ha ocurrido que las perspecti-
vas de esa discusión fueran buenas; sobre todo cuando su actual propósito explícito no es
tanto aclarar las cuestiones y promover las colaboración, sino más bien determina si mi
obra ha de ser reconocida o no como psicoanálisis. Según ella considera la situación, he
perdido mi reputación y no tengo apoyo. Está claro que deshacerse de mí es la manera más
sencilla de afrontar la situación desde su perspectiva. Pero si la Sociedad va a estar dirigida
por los vieneses y ellos han de decidir qué está bien y qué está mal en la teoría y en la
práctica psicoanalítica, ello en modo alguno va a agradar a los miembros ingleses por
mucho que ahora pueda parecerlo.41
Marjorie Brierley intentaba explicarle qué había querido decir al carac-
terizar la obra de Klein como “inadecuadamente científica”: ‘‘Dije ‘un ele-
mentó sutil’ porque es intangible. Notarlo es mucho más una cuestión de
actitud mental y de atmósfera emocional que de palabras y actos”. 42
Ya que sus teorías estaban tan faltas de rigor científico, Klein le pedía a
Brierley que le explicara por qué Jones, en una cena pública en su honor, en
ocasión de sus sesenta años, había dicho que ningún analista había hecho más
por la obra de Freud que la señora Klein.
En la reunión extraordinaria del 10 de junio hubo bastante concurrencia
y por primera vez estuvo presente Alix Strachey, al igual que John Bowlby,
quien se había trasladado de Edimburgo a un Consejo de Selección de
Watford. Era mucha la gente (treinta y uña personas) que había hecho el
esfuerzo de acudir porque iba a discutirse la decisiva cuestión de las eleccio-
nes y asimismo la propuesta de armisticio hecha por Brierley.
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [325]
1. Que la Sociedad apruebe inmediatamente una norma en la que se prohíban todas
las actuales acusaciones y contraacusaciones y todas las actividades dirigidas contra
miembros individuales o grupos de miembros.
2. Que la Sociedad exija a todos los miembros que se abstengan del ataque personal
o de las insinuaciones en la discusión, y que afirmen vehementemente el derecho de todos
los miembros a expresarse con completa libertad dentro de los límites de la común
cortesía.43
La propuesta se aprobó unánimemente.
Adrián Stephen abogó entonces apasionadamente por la necesidad de
realizar elecciones de dirigentes periódicamente. Pero muchos miembros
afirmaban aún que estando en mitad de la guerra no era aquél el momento
oportuno para un cambio; y John Bowlby se pronunció en relación con este
tema como quien había estado ausente, en el ejército, durante dos años.
Según su experiencia, había entre el personal militar mucho interés por la
obra de Freud y él mismo había estado haciendo campaña para que hubiesen
más psicoanalistas en el ejército. “Se ha aislado a la Sociedad”, afirmó brus-
camente. “La demanda de psicoanalistas es mucho mayor de lo que se piensa.
El psicoanálisis ha llegado en un momento en que la Sociedad estaba
concentrada en unas pocas manos.”
Se designó entonces una comisión para discutir la cuestión de la elec-
ción y la duración de los cargos, e informar ante la reunión general de julio,
aunque el Consejo de Emergencia continuaría durante otro año. Se manten-
dría una serie de discusiones, cuidadosamente controladas, sobre las dife-
rencias teóricas que se planteaban en la Sociedad. Por último, la Comisión de
Formación consideraría las consecuencias que las actuales polémicas
científicas tendrían en la formación de los candidatos y haría sus propuestas.
Las recriminaciones públicas de los cuatro meses anteriores habían llegado su
fin pero, naturalmente, entre bastidores se llevaría a cabo una gran actividad.
El 15 de junio Klein envió al doctor David Matthew, de Pitlochry, una
extensa carta resumiéndole los turbulentos hechos de los meses anteriores. Les
hablaba del orgullo que sentía por haber contribuido a darle altura a la
Sociedad. Expresaba su gran inquietud por las consecuencias que acarrearía
que su grupo se separase de la Sociedad. Cuando Glover y Anna hablaban de
una irreparable “división” en la Sociedad, la impresión de Klein era “que yo y
un grupo de gente seríamos expulsados”. No obstante, estaba convencida de
que muchos miembros que no necesariamente suscribían sus opiniones, no se
sentirían dichosos de “verse en el mismo bote que Anna Freud y sus rígidas44
órdenes sobre lo que puede y lo que no puede aceptarse como psicoanálisis”.
Ninguna de las propuestas en las que se la atacaba se había aprobado.
En cuanto a su reacción ante las personas que habían tenido una actuación
destacada en las reuniones extraordinarias, señalaba que “la única persona
[326] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
colaboradora y leal fue la doctora Payne”. Hubo momentos en los que
podría haberla apoyado más, pero Klein sabía del peso que ella tenía soportar
sobre sus hombros.
¿Y Jones? Le resultaba difícil definir su actitud. A veces la había ayu-
dado mucho, especialmente cuando condenó a Melitta, pero asimismo había
permanecido en silencio cuando Payne censuraba a Glover. Finalmente
habría indicado que no estaba de acuerdo con Glover, pero a Klein le pare-
ció” “muy débil e inseguro”.
Además, ella no había puesto esperanzas en el resultado de las poster-
gadas discusiones con los vieneses.
Anna Freud es extremadamente dictatorial con lo que ella considera correcto o
incorrecto en materia de psicoanálisis, y no me parece dispuesta a aceptar nada que vaya
más allá de sus respetuosas opiniones. Hay, no obstante, un consuelo: que aun cuando
estas discusiones no conduzcan a nada, son fructíferas en otro sentido, a saber, en la
necesidad de aclarar y resolver detalladamente la relación entre la obra más nueva y la
obra de Freud. Conozco esta cuestión desde hace años, pero en este sentido no he podido
hacer más que lo necesario. Se requerirán años, por supuesto, y la colaboración de
muchas personas para llevarlo a cabo.
Los trabajos presentados en los grupos de estudio fueron muy alentado-
res. Terminaba con una nota alegre: ^
Ahora le pediré que no se tome demasiado a pecho estas cosas porque, aunque soy
consciente de la gran seriedad de la situación, de sus diversos riesgos y peligros, no estoy
descorazonada, como usted podría pensar, por afrontar los hechos como son. Tengo la
firme convicción de que esta obra ya no podrá ser eliminada y aunque aún no estoy segu-
ra de cómo seguiremos, y si me mantengo con salud, como ahora, y si aún tengo algún
tiempo por delante, como espero tener, estoy segura de encontrar para mí y para mis
colaboradores algún camino por el que avanzar y tener éxito. Ahora espero apartarme de
todas esas discusiones. Estoy muy bien y me siento un poco más descansada después del
esfuerzo de las últimas reuniones.
A Susan Isaacs, con quien Klein tenía una relación mucho más estrecha,
que con Matthew, podía hablarle con mucha mayor franqueza sobre Jones:
¿Qué ha de pensarse de un hombre como Jones, que permite que se acuse de
algo que él sabe que es falso y que debe saber que daña mi reputación, pero que, aun así
desea dejarlo como está? Pudo haber dicho que era mejor esperar a que se comprobasen las
cifras o alguna otra excusa... Definitivamente Jones no me ha decepcionado, porque nunca
esperé nada de él en estas circunstancias. Sólo fue una agradable sorpresa para mí cuando
habló después de la exposición de la doctora Schmiedeberg. 43
Pensaba en la reanudación de las discusiones de su grupo: “No sólo es
útil e interesante que nos reunamos, sino que pienso realmente que es nece-
REINICIO DE LAS HOSTILIDADES [327]
Mujeres en guerra
n la agitada correspondencia que circulaba entre los simpatizantes
* Cabe la posibilidad de que Klein hiciera las marcas para destacar frases del texto
y mostrara a Brierley los pasajes destacados. Una anotación —“¡Klein!”— parece ser obra
de Melanie. Naturalmente, ella protestaba ante Brierley por el contenido y el objetivo del
libro.
MUJERES EN GUERRA [329]
Aunque la doctora Brierley está de acuerdo con ellas, deseo observar que la
responsabilidad de este comentario es mía”. Las palabras en cursiva apare-
cen redondeadas y al margen alguien ha trazado una cruz y un signo de inte-
rrogación.
Todo el libro, escrito por Glover, es un insidioso ataque dirigido a
Melanie Klein y sus teorías. En el capítulo final, titulado Relation of Theory
to Practice, hay una extensa parte (muy marcada) que claramente involucra a
Klein; no obstante, Glover ha encubierto y desfigurado tan hábilmente a las
personas mencionadas que no había modo de que Klein pudiera defenderse.
Glover se refiere a “una reciente reunión de la Sociedad Psicoanalítica
Británica” en la que se suscitó una cuestión sobre el caso de un joven.
(Aunque se indica con precisión la fechare otras discusiones, no se hace lo
mismo en el caso de ésta.)
Respecto de la relación de las fantasías inconscientes con las influencias emociona-
les del ambiente, el conferenciante afirmó que en su opinión la madre del paciente había
sido una mala influencia en el desarrollo infantil de su hijo, y de ahí la formación de
síntomas. Apoyando sus observaciones analíticas con información reunida a partir de
recuerdos del paciente y de fuentes indirectas (que incluyen tanto rumores como
observaciones directas de familiares), concluye que la madre ha suscitado mucho odio en
niño (el cual, según cree, ha percibido el verdadero carácter de su madre con gran
exactitud) y al mismo tiempo ha estimulado su culpa hasta el punto de bloquear toda
expresión directa del odio.1
En la discusión siguiente algunos miembros (manifiestamente kleinia-
nos) objetaron que ese único caso no justifica generalizaciones sino se
acompañan de pormenorizadas investigaciones sobre la relación de los
bebés con las madres; “de ahí que los informes de este caso particular no
fueron suficientemente imparciales y objetivos”. Glover revela entonces que
él había sido el consultor original y que las conclusiones se basaban en
informes de familiares.
El examen de estos informes sobre el carácter de la madre procedentes de su hija,
femó y algunos de sus amigos (entre ellos uno que la conocía desde la niñez) demos-
traron muy concluyentemente que las estimaciones del analista y el paciente eran correc-
ante toda su vida, la madre había mantenido la coherente política de explotar
emocionalmente a quienes dependían de ella, especialmente a sus hijos, y de impedir toda
nuestra de resentimiento haciéndoles sentir culpables. Ella tenía una inmejorable
opinión de sí misma como madre, aunque era en realidad una persona ególatra, tiránica y
lista. Las personas que no la conocían bien solían aceptar la versión que ella daba de sí
misma y a manifestar gran devoción por sus intereses. Conforme aumentaba la intimidad,
les producía gran hostilidad su tiranía emocional. Debiera aclararse que esta prueba de una
madre realmente “mala” no elimina la necesidad de explorar el sadismo del propio
paciente, ni excluye que sus propios impulsos hayan desempeñado un papel importante
[330] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
en la formación de sus ansiedades patológicas. Pero sí sugiere, sin embargo, que los fac-
tores externos refuerzan fácilmente dichas ansiedades. Ello arroja también cierta luz
sobre el modo como la teoría puede influir en la práctica, porque sugiere, indudablemen-
te, que si el caso lo hubiera analizado uno de los críticos más severos, las interpretacio-
nes habrían disfrazado los factores ambientales y acentuado los factores endopsíquicos.
En este ejemplo, tales interpretaciones habrían resultado unilaterales y habrían tendido a
afirmar la culpa ames que a eliminar la simple hostilidad. En realidad el analista habría
continuado con la política de la madre, desempeñar el papel de un intolerante superyó
para el ello del propio paciente. Este caso puede ser excepcional o puede no serlo. Pero
al menos subraya el riesgo de que opiniones teóricas preconcebidas influyan en el proce-
so de interpretación tanto desfavorable como favorablemente.2
No es en modo alguno improbable que Glover, haciendo del paciente
un hombre y utilizando como apoyo las comprobaciones aportadas por
Melitta, Walter Schmiedeberg y posiblemente la hermana de Melanie,
Emilie (que por entonces se había establecido en Inglaterra), estaba creando
una situación ficticia en la cual el único medio de defensa de Klein era decir
que estaba mintiendo o distorsionando los hechos.
¿Y qué puede decirse de la posible aquiescencia de Jones a la publica-
ción del libro? Pudo haber desconocido el contenido o el proyecto de su
publicación. Los analistas que lo recuerdan lo describen como taimado, tor-
tuoso, autocràtico, sarcástico; pero es difícil creer que hubiese permitido que
Glover humillase a Klein de esa manera. Glover, desde su influyente puesto,
puede haber creído innecesario someter el original a la consideración de
Jones, aun cuando se trataba de uno de los suplementos del International
Journal of Psycho-Analysis. Además, se publicó en una época en la cual
Jones pasaba casi todo su tiempo en su casa de campo. ¿jl
Durante las reuniones extraordinarias algunos de los miembros de la
Sociedad parecían pensar que Klein estaba llevando su enfrentamiento con
Glover demasiado lejos. Por ejemplo, cuando Susan Isaacs se dirigió a Ella
Sharpe para preguntarle por su postura, ésta le dijo: “Usted está muy enfa-
dada con Glover, ¿no es verdad?” Dadas las condiciones de la época de gue-
rra, es probable que la mayoría de los miembros no hayan tenido oportuni-
dad de leer el libro de Glover. Ello se hace manifiesto a partir de la corres-
pondencia entre Klein y Helen Sheehan-Dare. Klein le escribió para pre-
guntarle si era una simpatizante “incondicional” de Klein, como Glover
había afirmado. Ella tenía que confirmar ese hecho para demostrar que las
cifras de Glover eran exageradas.
Aborrecería que se la etiquetase así, porque si usted no se sintiera comprometida
con todas sus fuerzas, por así decir, a lo que ahora se considera una especie de credo,
bien podría decirlo. Etiquetar a la gente de ese modo es por supuesto absurdo y acientífi-
co, y lo motivan sólo sentimientos de facción y puntos de vista políticos. 3
MUJERES EN GUERRA [331]
Desde Exeter, donde estaba enseñando en una escuela, Sheehan-Dare
respondía el 24 de junio de 1943:
Como usted sabe muy bien, no se trata de que no aprecie todo lo que he aprendido
de usted y toda la ayuda que usted me ha proporcionado; es el principio del asumo lo que
(jeto. Hace años leí o tuve la oportunidad de leer sus artículos sobre los estados manía-
co-depresivos... no he leído en absoluto el libro del doctor Glover... pero incluso aun-
que entendido completamente cada una de sus palabras y estoy de acuerdo con ellas,
¡objetaría que se me llamase "simpatizante” suya! Me parece algo muy peligrosamente
cercano a las parcialidades políticas que no le dejan a uno libertad real de expresión.
!!!No soy "simpatizante” de ninguna de las personas de la Sociedad ni es probable que
llegue a serlo!!!4
Los que acusan a Melanie Klein de imponer a los miembros que eligie-
sen el grupo por el que se inclinaban, debieron considerar que Glover tiene
mucha responsabilidad en ello por obligarla a adoptar una posición más
transigente que los años anteriores.
Klein se había decidido a regresar al centro de Londres porque, a pesar
de su increíble resistencia física, el largo viaje de ida y vuelta entre su domi-
cilio provisional de Pinner, al norte de Londres, y su consultorio en
Nottingham Place, la fatigaban mucho y le quitaban mucho tiempo. Deseaba
asimismo reanudar los análisis de niños porque aparte de las supervisiones de
Winnicott, Anna Freud había monopolizado este campo durante la ausen-
cia de Klein.
El 27 de junio estableció la política para su grupo: ninguno de sus
miembros anunciaría una comunicación sin haber acordado previamente sus
aspectos generales y al menos dos o tres de ellos debían leerlo antes de su
presentación.
Se nos considera, al menos por el momento, gente propensa a ser pendenciera. Creo
que podrá demostrarse que eso es una ficción, siempre que acepten demostraciones con
nuestra actitud. En realidad, ésta ha sido más o menos nuestra política en los últimos
años, excluyendo algunos deslices que debiéramos evitar. Considero que de poco nos
sirve demostrar que los demás carecen de conocimiento o están equivocados en este o en
aquel punto; debemos mostrarles que tenemos algo aceptable que comunicar, cuanto
menos para algunos de ellos. Lo importante, pienso, es reestablecer nuestra posición en la
Sociedad en relación con el valor real de nuestra obra, y sólo es posible lograrlo paciente-
mente, no ofreciéndoles de golpe más de lo que pueden asimilar y, también, presentándo-
lo de forma que puedan hacerlo... Tanto para la discusión en la Sociedad y con Anna
Freud, como para nosotros mismos, considero necesario refrescar nuestra memoria con
cada palabra escrita por Freud. Este puede ser un fundamento seguro del cual hacer partir
nuestras discusiones y entonces podríamos, entre otras cosas, enfrentamos a los freudia-
nos vieneses en su propio terreno.5
Más tarde, durante las controversias, se puso de manifiesto hasta qué
[332] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
punto Isaacs y Heimann habían atendido el consejo de estudiar la bibliogra-
fía psicoanalítica de cabo a rabo.
El 29 de junio de 1942, la comisión de formación dio remate a
cuestiones. Sylvia Payne hizo una relación del número de candidatos forma-
dos entre 1927 y 1942 que desmentía las acusaciones de Glover, según las
cuales los kleinianos dominaban la formación de candidatos.* Se decidió
que los seminarios infantiles para estudiantes se repartirían entre Anna
Freud y Melanie Klein junto con Donald Winnicott. Glover deseaba que en
otoño se celebraran otras reuniones a fin de verificar de qué modo las dife-
rencias en la formación y en la técnica afectaban a los estudiantes. Anna
Freud le replicó firmemente que no quería una discusión que condujese a un
conflicto entre dos personas; y además no comprendía por qué se la empuja-
ba a hacer una exposición de la técnica freudiana. Marjorie Brierley, que
había abandonado la reunión antes de que Alina Freud hiciese esta afirma-
ción, recibió el siguiente informe de Melanie Klein:
Estaba muy indignada porque la gente tuviera que hablar de “su” punto de vista o
del punto de vista ‘‘continental”, ya que no tiene un punto de vista propio. Pone de mani-
fiesto que representa las opiniones de su padre (las cuales, según ella, son absolutamente
obligatorias para todo el que se llame psicoanalista). Obviamente eso es una falacia…
Además, aun cuando Freud en sus últimos años hubiese estado de acuerdo con cada una
de las actuales palabras de Anna, ello no resultaría obligatorio para aquellos de nosotros
que consideramos6 estar autorizados a continuar sus descubrimientos a la luz de nuestros
propios trabajos.
Klein hizo circular entonces una nota en la que se afirmaba que ella y
sus amigos “no pueden colaborar mientras se encuentren bajo esa sospe-
cha”, aunque, como le decía a Jones, “mi deseo es observar y mantener el
espíritu de la resolución de armisticio”.7
Jones, en su papel de presidente imparcial, no había hecho nada por
defenderla en las reuniones extraordinarias. El 26 de junio, escribió a Klein
diciéndole que había leído su nota con gran interés; le aseguraba estar
en condiciones de corroborar personalmente todas las palabras de la misma. Estoy
seguro de que la mayor parte de la Sociedad está sinceramente cansada de esta polémica
de la que sólo dos o tres miembros gozan. Espero que la reunión anual concluya con algo
más de moderación. Estoy convencido de que si la Sociedad constituye un frente firme
será posible impedir que unos pocos miembros detengan nuestro progreso científico, que
definitiva es lo más interesante.8
En la reunión anual general del 29 de julio de 1942, se decidió dedicar
un encuentro científico mensual a la discusión de las diferencias científicas,
encuentros que se han dado en denominar controversias. Se formó una
* Véase el apéndice A.
MUJERES EN GUERRA [333]
El pacto de damas
cen a la observación, intenta avanzar con la ayuda de la experiencia, está siempre incom-
pleto y siempre dispuesto a corregir o a modificar sus teoría. 1
Puesto que el psicoanálisis no consiste en “algunos conceptos funda-
mentales rigurosamente definidos”, Freud había legado a sus seguidores un
desafío administrativo. Strachey chavaba que “sin una guía omnisciente
que nos imponga su opinión”, dificultades como las que ellos afrontaban
estaban destinadas a reaparecer periódicamente. Strachey describía las acti-
tudes de las facciones opuestas en los siguientes términos:
"Sus opiniones son tan insuficientes que son ustedes incapaces de llevar a cabo aná-
lisis de formación o cualquier otro análisis", dice uno de los protagonistas. “Sus opinio-
nes son tan falsas que son ustedes incapaces de llevar a cabo un análisis de formación o
cualquier otro análisis”, dice el otro protagonista.
¿Se puede esperar que hayan criterios que satisfagan a todos los analis-
tas? Strachey está dispuesto a admitir que se le puede denegar la condición
de analista a una persona “que nunca ha escuchado hablar del complejo de
Edipo, o que cree que la claustrofobia es causada por la acción de los rayos
de la luna en el pericráneo”. Añade, con aguda ironía, que no cree que deba
descalificarse a nadie porque no haya leído un artículo de Federn publicado
en la Zeitschrift de 1926, o porque considere que el período de latencia suele
iniciarse más a menudo en la segunda mitad del quinto año que en la prime-
ra mitad del sexto.
Strachey reconoce que Freud, a pesar de sus alardes de libertad para el
ejercicio de la investigación científica, tenía sus momentos de intransigen-
cia. En ese mismo artículo de la Enciclopedia, Freud había dicho que la base
fundamental del psicoanálisis era “la suposición de que hay procesos menta-
les inconscientes, el reconocimiento de la teoría de la defensa y la represión,
y la valoración de la importancia de la sexualidad y del complejo de Edipo”.2
y añade que “nadie que no lo acepte puede considerarse psicoanalista”.
Strachey afirmaba que tal actitud embrutece el progreso psicoanalítico:
¿Consideraríamos todos nosotros que este criterio es adecuado? ¿O pensaríamos
que requería extensión, codificación o precisión antes de mostrarse tan excluyente? Ante
todo, hay una cuestión de fechas. Freud escribió este párrafo en 1922. ¿Se habría sentido
satisfecho con la misma formulación quince años después?
En opinión de Strachey, se puede sostener una teoría “correcta” y ser,
no obstante, un clínico deplorable. Por su parte, él (hablando en nombre de
la mayoría de los miembros de la comisión) sencillamente no podría aceptar
que ciertas teorías conduzcan a conclusiones inevitables. Strachey tenía
grandes dudas en cuanto a que el cuestionario de Glover sirviera para ilus-
trar a los miembros sobre el procedimiento de sus colegas. Por tamo, enten-
[354] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
diendo que sus conclusiones debieran estar inspiradas por una actitud de
abstención del juicio, Strachey proponía a la comisión de formación fijarse la
siguiente tarea:
1. Establecer, con la máxima precisión, los rasgos esenciales de una técnica psi-
coanalítica válida.
2. Determinar si y en qué aspectos se apartan de dichos rasgos esenciales las fac-
ciones enfrentadas en las actuales discusiones.
3. Una vez establecido lo anterior, pasar a considerar la cuestión, puramente polí-
tica, de si es conveniente inhibir, a los que3corresponda, de actuar como analistas de for-
mación o en alguna otra actividad docente.
A diferencia de Glover, que en el anterior cuestionario habría formula-
do preguntas específicas para que se respondiese a ellas, Strachey deja a sus
colegas la libertad de presentar sus enfoques como deseen. La mayoría de
los miembros de la comisión presentó informes sobre sus métodos técnicos,
y durante el segundo semestre de 1943, en las reuniones de la comisión de
formación, se suscitaron largas discusiones al respecto. Estos documentos
son de mucho interés, particularmente los escritos por Melanie Klein y por
Anna Freud. Suele acusarse a Anna Freud de no conocer en absoluto las teo-
rías de Klein, pero su trabajo pone claramente de manifiesto que no se enga-
ñaba sobre las dificultades que había entre ellas. Consideraba que la crítica
dirigida a la comisión de formación por su retraso era injusta, pues no podía
entender cómo llegar a conclusiones definitivas mientras no concluyes en las
controversias. No obstante, como la comisión actuaba bajo instrucciones de
la Sociedad, tenía que decir que ella consideraba la cuestión en términos de
alternativas excluyentes:
1. Si los nuevos hallazgos y las teorías de la señora Klein conducen necesaria-
mente a transformaciones e innovaciones del procedimiento técnico, y
2. de ser ése el caso, si la comisión de formación considera que su tarea es ense-
ñar una teoría analítica y una técnica principales o si desea crear un foro abierto para la
enseñanza libre de todas las teorías analíticas actuales y de las técnicas consiguientes.
Pasaba a señalar una cuestión legítima que Strachey no había conside-
rado, a saber, “que todo nuevo paso teórico produce cambios técnicos, y que
toda innovación técnica produce nuevos hallazgos que pueden no haberse
descubierto con los métodos anteriores”.
De ser así, era lógico preguntarse: aparte de sustituir la hipnosis por la
asociación libre, ¿modificó Freud su técnica con cada uno de sus descubrí-
mientos, especialmente después de formular el instinto de muerte? En reali-
dad, Freud tenía muy poco que decir sobre su técnica real.* .!
* La mayor parte de sus comentarios están incluidos en Studies on Hysteria (1893-
1895), Five Lectures on Psycho-Analysis (1910) y The Future Prospects of Psycho-
Analysis (1910).
EL PACTO DE DAMAS [355]
Anna Freud pasaba entonces a presentar una lista, en orden cronológi-
cos intentos de revisión de la técnica “clásica”:
1. Una valoración especial de la represión de la libido como agente patógeno dio
a la llamada “técnica activa” de Ferenczi y Rank.
2. El trauma del nacimiento, postulado por Rank como principal factor patológi-
co como resultado la regla técnica de planificar el final del análisis.
3. La gran importancia que Ferenczi adjudicó a ciertas frustraciones padecidas
por el niño en fases tempranas de su relación con la madre, condujo a prescripciones téc-
nicas concernientes a una actitud indulgente del analista, que deliberadamente se propo-
nía repetir la relación de madre e hijo entre el analista y el paciente.
4. Reich, que atribuía la falta de un desarrollo normal de las facultades genitales a
una represión temprana de las actitudes agresivas, desarrolló una serie de reglas técnicas
que se proponían especialmente reproducir escenas agresivas entre analista y paciente,
etcétera.
Dirigiéndose entonces a Melanie Klein, Anna Freud señala que Klein
aún no ha manifestado explícitamente qué cambios han tenido lugar en su
técnica a consecuencia de su más reciente teoría de la neurosis. Reiteraba
que era poco el provecho que podía sacarse mientras esto no apareciese en
las discusiones científicas del momento. Podían deducirse algunas diferen-
cias; la más destacada parecía ser “el énfasis casi exclusivo que la señora
Klein pone en todo el material de transferencia, frente al material que emer-
ge en los sueños, en las asociaciones verbales, en los recuerdos y en los
recuerdos encubridores”. En el análisis ortodoxo tiene lugar una interpreta-
ción del material de transferencia sólo en los últimos estadios, después de
que, mediante intentos sistemáticos, se ha logrado que emerjan los niveles
más profundos (o, al menos, así consta en El yo y los mecanismos de defen-
sa). En aquellos momentos había aparecido la “neurosis de transferencia”
(kleinianos como Elliot Jaques decían que sencillamente no sabían qué sig-
nificaba esta expresión). A diferencia de Anna Freud, Klein suponía que las
reacciones de transferencia se producen desde el comienzo mismo del análi-
sis y que es importante interpretarlas inmediatamente, porque el analista es
“todavía una magnitud desconocida, esto es, un objeto de la fantasía, y por-
que las distorsiones de un traslado así se corrigen lentamente y disminuyen
con la experiencia real, en la que los objetos devienen conocidos y familia-
res”.
Los objetivos de las dos mujeres eran por tanto completamente diferen-
tes. El análisis “freudiano” intenta anular las represiones presuponiendo que
la ampliación de la conciencia pone al yo en condiciones de gobernar al ello.
La teoría de Klein, por otra parte, al atribuir gran importancia a los mecanis-
mos de introyección y de proyección, confía en obtener resultados benefi-
ciosos de las reducciones y las transformaciones de los “llamados objetos
internalizados y sus interrelaciones con la realidad externa”. Anna Freud
[356] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
tenía razón al declarar que los mismos artificios técnicos no pueden servir a
ambos propósitos, pero suponía erróneamente que compartían el objetivo de
poner al descubierto la realidad psíquica, porque la máxima preocupación; de
Klein era la reducción de la ansiedad. Puede decirse que el enfoque de Anna
Freud se inscribía más bien en la tradición de la idea de progreso del siglo
XIX, según la cual el hombre puede aprender a dominar su destino, en tanto
que Klein acepta los niveles más oscuros y profundos de la conciencia-
humana.
Anna Freud se preguntaba adónde iba a parar todo aquello, cómo puede
establecerse un programa de enseñanza si se acepta toda teoría nueva. ¿No : se
crearía una situación similar a la del brutal eclecticismo de la clínica?
Tavistock? El resultado supondría seguramente la disolución de todas las
sociedades psicoanalíticas, que se habían fundado con la finalidad explícita
de enseñar una teoría coherente.
El informe de Melanie Klein no registra ningún desacuerdo con la críti-
ca que Anna Freud había hecho de su método. La técnica que ella empleaba
con los adultos estaba totalmente influida por su experiencia con niños
pequeños, donde había descubierto que la transferencia se produce desde el
comienzo mismo. “Cuando se ha establecido la situación analítica, el analis-
ta ocupa el lugar de los objetos originarios, y el paciente, como sabemos,
lucha de nuevo con sentimientos y conflictos que ahora reviven, y con las
mismas defensas empleadas en la situación originaria.” El analista no sólo
representa a personas reales, tanto del pasado como del presente, sino tam-
bién a los objetos internalizados que desde la primera infancia han incidido
en la formación del superyó. El analista debe asegurarse de que se registra
una constante interacción entre la realidad y la fantasía, para que la distin-
ción no desaparezca. Además, en la situación de transferencia, las figuras
pertenecen siempre a situaciones específicas, y sólo al percibir tales situa-
ciones puede el analizando comprender la naturaleza y el contenido de los
sentimientos transferidos. No se trata de una situación unívoca sino de la
mise en scène de un complejo mosaico de actores y emociones.
En cuanto a sus preocupaciones por la ansiedad y la culpa, el trabajo
hecho por Melanie Klein con los niños la había hecho comprender que los
impulsos destructivos pueden dirigirse al objeto amado; “por eso las vicisi-
tudes de la libido sólo pueden comprenderse plenamente en relación con las
ansiedades tempranas de las que dependen íntimamente”. Su técnica varía
de un paciente a otro, pero su enfoque siempre estaba regido por sus preocu-
paciones por los orígenes de la ansiedad y la culpa.
En su presentación, dover reiteraba su afirmación de que el sistema de
formación se había venido abajo. Consideraba a Klein responsable tanto de
haber creado durante las transferencias de formación una situación de tensión,
como de la reactivación de viejas transferencias.
EL PACTO DE DAMAS [357]
En cuanto a los docentes, no parece difícil abandonar la idea de que, cuanto menos,
deben tener la perspicacia necesaria para no hacer de las opiniones polémicas un elemen-
to esencial y obligatorio de su instrucción. Se sigue, por tanto, que en mi opinión el prin-
cipal defecto de nuestro sistema de formación ha sido la selección de docentes que,
hablando estrictamente, no están calificados para enseñar a las criaturas más impresiona-
bles: el estudiante en formación.
Según Marión Milner, que por aquel entonces era estudiante, el propio
Glover era en gran medida el responsable de inquietar a los estudiantes
diciéndoles que se dañaba su libertad.4
Marjorie Brierley presentó un informe, extraordinariamente amplio, de
su propia experiencia, única, puesto que no hizo intento alguno de minimizar
los errores del pasado. Su propia técnica variaba de un paciente a otro hasta
tal punto que a veces pensaba no tener ninguna. Para ella la meta del psicoa-
nálisis era “la reintegración del yo, sobre una base de realidad”, trabajo de
restauración en el que ella se consideraba un superyó auxiliar. A través de los
años había llegado a considerarse, cada vez más, un miembro activo del
proceso. La investigación y la terapia no se llevan bien entre sí, según ella:
Juzgo que reunir la terapia y la investigación es sumamente desventajoso porque la
ansiedad terapéutica interfiere en la enseñanza. Aprendería cada vez más rápidamente si
concibiese al paciente como a un conejillo de Indias y por lo que sé, creo que también
podría irle bien al paciente. Pero desde el comienzo hasta el final sigue siendo obstinada-
mente un prójimo cuyas demandas terapéuticas reclamen una prioridad frente a los inte-
reses de la investigación.
Aludiendo a las teorías de Klein, Brierley vincula (implícitamente) la
posición depresiva con la moralidad esfinteriana de Ferenczi; y en las raras
ocasiones en que formula interpretaciones referentes a los objetos internos,
Brierley los relaciona con situaciones de la vida. Creía también que tras
finalizar el análisis era importante humanizar la relación entre el analista y el
paciente y debilitar el vínculo de la transferencia. Klein le había ayudado a
comprender las complicadas interrelaciones entre los aspectos oral, anal y
genital de la experiencia, pero le objetaba que hiciese generalizaciones apre-
suradas: “Creo que pueda sentir lo que ciertos bebés sienten en determinadas
circunstancias. No creo que necesariamente sepa cómo se sienten los bebés en
todas las circunstancias.” La alarmaba que Klein realmente hubiera hip-
notizado a la Sociedad en los últimos años, hasta el punto de que casi todos
los miembros le consultaban sus casos. “Creo que esto está tan lejos de ser
beneficioso que sigo siendo uno de los pocos miembros que nunca han con-
sultado a la señora Klein en ese sentido. “Lo que muchos miembros hacían
era tratarla como un “objeto idealizado”. “Es esta una situación virtualmente
peligrosa, porque el objeto idealizado corre siempre el riesgo de convertirse
en su denigrado opuesto, a menos que se inflame su bondad constantemente
[358] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
mediante un amor sobrecompensatorio que lo resguarde de la agresión.” Si
los que se forman con Klein acaban identificando sus analistas con objetos
ideales, ‘‘inevitablemente tienden a convertirse en copistas que siguen a su
guía. Se crearán la necesidad psíquica de asimilar totalmente la formación
sin aplicar nunca sus criterios a lo que se les está enseñando”. Ja
Tanto Brierley como Ella Sharpe coincidían con la doctora Payne, quien
escribía que “ninguna técnica es buena, aunque se aplique, si el analista la
considera el único método para salvar al paciente y como método exacto
cuyo éxito depende de su exactitud”. En Payne son particularmente intere-
santes sus recuerdos de cuando la analizaba James Glover. Cuando inició
con él, en 1919, su análisis de formación, se sentaron uno frente a otro y él
tomó nota de todas sus palabras. Después, tras regresar de su análisis con
Abraham en Berlín, él cambió su técnica: ella yacía en el diván, Glover se
sentaba junto a ella y normalmente expresaba sus interpretaciones al final de
la sesión. Sólo se formulaban interpretaciones del material de transferencia
cuando en éste había pruebas indudables. “El analista era muy pasivo”, tal
como encontró que Sachs era muy sistemático en su posterior análisis con él.
Payne hizo entonces una observación que nunca ha sido suficientemen-
te reconocida: que ya antes de la llegada de Klein, algunos analistas ingleses
habían empezado a valorar muy activamente las interpretaciones de la trans-
ferencia. Esto es interesante porque habitualmente se supone que el grupo
inglés sucumbió al hechizo de la transferencia tras la llegada de Klein.*
Payne, a pesar de la considerable tendencia a la interpretación de la transfe-
rencia durante los últimos años, se abstenía de la participación activa a
menos que se le presentara material real, en tanto observaba que aparente-
mente Klein consideraba oportuno referir toda experiencia interna y externa
a la transferencia. •
Hablando como médico que ha practicado la sugestión, Payne sabía
muy bien que la interpretación en el comienzo del análisis puede reanimar la
imagen inconsciente de los padres. Consideraba muy desventajosa una
situación en la que la sugestión directa incentiva activamente la transferencia:
Sé muy bien que la meta es la resolución final de las situaciones de ansiedad aso-
ciadas con las relaciones de objeto originarias en el yo, pero está la resolución, ¿tiende a
incentivar la persistencia de una imagen paterna omnipotente de matiz favorable antes que
un yo integrado independiente?
* El 13 de diciembre de 1926 Ferenczi escribía a Jones en inglés defendiéndose de
la acusación de éste en el sentido de que sus obras eran “fantasiosas”: “Yo tampoco leo sus
obras con sincero placer. Si mis obras son extravagantes y fantasiosas, las suyas suelen
darme la impresión de una especie de violencia lógico-sádica, especialmente las obras
que, dicho sea de paso, son igualmente fantasiosas, sobre análisis infantil que han apare-
cido. Estas obras de su grupo inglés no me han gustado en absoluto”.
EL PACTO DE DAMAS [359]
Había diferencias indudables entre las técnicas de los analistas ingleses
y la de los vieneses; Payne creía que tales diferencias eran tan inevitables
como las existentes entre los médicos partidarios de alguna forma de terapia.
“La terapia no puede ser una ciencia.”
Con los datos reunidos, el Informe de Strachey estaba listo para
presentarse el 24 de enero de 1944. Había presentado a la comisión de
formación la tesis de que su funcionamiento no era posible con dos grupos
de opiniones teóricas incompatibles. La mayoría de los miembros no podía
aceptar esta desesperanzados idea; y para deshacerse de ella determinaron
examinar los propósitos de la formación.
El primero era el análisis de formación que, bajo su perspectiva, no
difería esencialmente del análisis terapéutico. No obstante, adoptando una
actitud realista, era necesario reconocer que en los análisis de formación
había una enorme tentación de influir en las opiniones teóricas del candida-
to Por tanto, parecía razonable excluir de la designación como analistas de
formación a las personas muy comprometidas en la polémica de aquellos
momentos. Lo mismo parecía ocurrir con los analistas de control, de quienes
se requería que obrasen con juicio, equilibrio y tacto, cualidades que muy
poco tenían que ver con puntos de vista extremos o intransigentes.
Seguramente no había razones para excluir los temas polémicos de los semi-
narios y de las lecciones; en realidad debían tratarse ampliamente para que los
candidatos supieran de ellos. Pero cuando se llegaba a los análisis de for-
mación, surgía un peligro real.
En consecuencia, la comisión de formación presentaba cuatro
propuestas:
1. Que tan pronto como fuese posible, una vez concluida la guerra en Europa, la
sociedad eligiese una nueva comisión de formación.
2. Que al elegir los miembros de la nueva comisión de formación, la Sociedad
tuviese deliberadamente presente la inconveniencia de designar a personas notoriamente
involucradas en polémicas científicas o personales.
3. Que en la selección de personas para las funciones de analistas de formación o
de control se evite, en la medida de lo posible, a las personas cuyo deseo de consolidar
puntos de vista extremos o intransigentes presente indicios de afectar la corrección de su
procedimiento técnico o de interferir en la imparcialidad de su juicio.
4. Que, por otra parte, se le dé a la nueva comisión de formación la instrucción
precisa de proporcionar a todo candidato, mediante la asistencia a seminarios y a leccio-
nes, la oportunidad de obtener el más detallado y amplio conocimiento de las distintas
opiniones sustentadas en la Sociedad, incluyendo las más radicales.
Como era de esperar, Edward Glover se mostró en profundo desacuerdo
con los presupuestos que animaban el informe. Aunque antiguamente se
lamentaba de que “el partido de Klein” se iba adueñando de la Sociedad,
reconocía ahora que la comisión estaba dividida en dos facciones igualmen-
[360] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
te poderosas. Por su parte, a fin de superar las dificultades había sugerido
abolir el equipo de formación, dejando que algunos analistas competente
realizasen los análisis de los candidatos por tumos. Decía al final: M
Me parece que existen dos alternativas. O la Sociedad actúa como juez al respecto
de la validez de las opiniones enfrentadas y prohíbe la enseñanza de opiniones considera-
das no válidas o discutibles; o la comisión de formación organiza dos o más sistemas de
formación, pudiendo los candidatos formarse exclusivamente en un sistema determina-
do*. Por absurdo que pueda parecer tal sistema a un observador casual, es el único que
evitaría momentáneamente una escisión formal de la Sociedad. Lamento llegar a esta
conclusión. Durante mucho tiempo consideré que los candidatos debían tener suficiente
perspicacia para percibir la idiosincrasia de sus maestros. Evidentemente, eso es esperar
demasiado.
Debe advertirse que esta conclusión no parece armonizar con las mani-
festaciones de Glover sobre el “horrible dominio” de la transferencia.
En esta asamblea de la comisión de formación, el 24 de enero de 1944
Anna Freud preguntó si ella era una de las facciones aludidas en el informe
de Strachey; y, como así parecía, se consideró insultada y dispuesta a renun-
ciar a la comisión de formación. Los demás miembros de la comisión le
rogaron que no se precipitara, que reconsiderara la cuestión. También
Glover ofreció su dimisión, no sólo a la comisión de formación, sino tam-
bién a la Sociedad. A él no se le rogó que reconsiderara la situación. Era una
decisión premeditada, porque antes de la reunión había pasado por casa de
los Schmiedeberg para contarles lo que pensaba hacer. Klein enviaba noti-
cias a los miembros de su grupo sobre el dramático giro de los
acontecimientos.
...Por lo que a mí respecta, termina ahora una disputa que ha durado nueve años; y
como he tenido mucha paciencia en interés de la obra, de la Sociedad y del futuro del
psicoanálisis, creo que lodos nosotros debemos seguir en el futuro una cautelosa política.
No dudo de que Glover se propone hacer que la contienda, que hasta ahora ha sido más o,
menos interna, se transforme en una contienda pública. Atacará, supongo, a la Sociedad
por no ser freudiana, etcétera, y no tengo ni idea de lo que hará conmigo en sus libros o por
otras vías. No obstante, esto es mucho menos desagradable que tenerlo dentro de la
Sociedad. Lo más probable es que forme un nuevo grupo... No sé qué va a hacer Anna
Freud. Como he dicho conserva su condición de miembro. No puedo decir si eso signifi-
ca que está esperando ver de qué modo inicia Glover una nueva sociedad, o si no5 quiere
unirse a él. Pero sin Glover es una antagonista mucho menos peligrosa y molesta.
El 28 de enero de 1944, Glover escribía a Jones una carta en la que
reflexionaba acerca de la situación:
* Esa fue finalmente la solución.
EL PACTO DE DAMAS [361]
Mirando retrospectivamente la situación, considero que había mucho de inteligente pre-
visión en su sugerencia de que la Sociedad dejase de funcionar durante la guerra. Pero no
creo que a la larga ello hubiese supuesto una diferencia.
Me sorprende hasta qué punto coincidimos en lo esencial. En primer lugar, creo cierta-
mente que es una sociedad dominada por hembras (su hipótesis favorita). Además, tengo
un sentimiento de total satisfacción: formamos un buen equipo juntos hasta que empezó el
enredo de Klein. Sin ser excesivamente sentencioso, mantengo la tradición profesional de
lealtad hacia usted como Primero en el mando, y no tengo inconveniente en pagar los
platos rotos en este asunto. Volvería a hacerlo de nuevo.6
En una entrevista que concedió a Bluma Swerdloff en 1965, Glover
recordaba la situación: “Los sistemas de formación se habían convenido en
una lucha política por el poder, ligeramente encubierta por pretendidas
explicaciones de que, por insatisfactorias que hayan resultado las políticas
eclécticas en psicoterapia general, de algún modo había adquirido una virtud
al desarrollarse como sistema de enseñanza. Y recuerdo bien el estado de
relativa euforia que experimenté cuando, tras mi renuncia, ya7 no tenía
necesidad de refrenar las críticas por ser directivo de la Sociedad”. (¡De qué
manera tan política ve uno su conducta en el pasado!)
El 2 de febrero de 1944 se convocó a una reunión extraordinaria, en la
cual Sylvia Payne dio a conocer formalmente a la Sociedad la dimisión de
Glover. Durante la reunión se escuchó la alarma de ataque aéreo, pero nadie
se movió de su asiento. Antes de leer la notificación de Glover, Payne
comentó los cambios que necesariamente debían llevarse a cabo. La comi-
sión de emergencia de guerra constituida en 1940 y formada por Glover y
por la propia Payne, ya no existía; y en la reunión del concejo de aquella
mañana se decidió que Payne asumiera la presidencia durante la ausencia de
Jones, y que Brierley actuara como secretaria científica en lugar de Glover.
Payne leyó entonces la carta de dimisión de Glover, en la cual predecía la
futura situación de las Sociedad:
...La actual situación, bajo mi punto de vista, continúa así: la serie de controversias
terminará en agua de borrajas. En realidad ya carece de objeto continuarlas. El grupo de
Klein seguirá afirmando que sus opiniones son estricta o legítimamente freudianas, por
no decir válidas ampliaciones de la obra de Freud. El “viejo grupo intermedio” adoptará
no decir postura contraria, pero terminará diciendo que no hay razones para la ruptura. Los
miembros independientes se sentirán perplejos, pero no considerarán necesaria la dimi-
sión. Sólo los freudianos vieneses y algunos miembros aislados continuarán insistiendo en
que las opiniones de Klein no son analíticas; y se los excluirá mediante una combinación
del grupo kleiniano con cualesquiera otros grupos más jóvenes que no estén tan inte-
resados en las presentes polémicas como en la futura administración de la Sociedad; de
modo que el resultado es una conclusión inevitable...
La doctora Payne explicó entonces a los miembros que en un principio
[362] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
ella había considerado que se trataba de una carta personal. Después había
escrito a Glover para expresarle su desilusión por la decisión que éste había
tomado, teniendo en cuenta que siempre habían trabajado en cooperación
hasta que se suscitaron en la sociedad aquellas molestas desavenencias. Ella
se había propuesto arreglar la situación pero él estaba decidido por su ruptu-
ra. Glover le envió entonces esta carta, que a continuación se disponía a leer
ante la Sociedad, en la que Glover expresaba su preocupación por la “des-
viación kleiniana”:
Wimpol ST. 18 W1
1 de febrero de 1944
Estimada doctora Payne:
...usted decía que hemos colaborado juntos hasta que las desavenencias en la Sociedad
se hicieron molestas y que, por tanto, nuestros objetivos devinieron opuestos, ya que yo
“trabajé por la ruptura” y usted “trabajó por la solución”. No me atañe hacer ningún
comentario personal al respecto de la segunda parte de esta afirmación. Me limitaré a
decir que debe distinguirse el acuerdo científico del administrativo; y, también, que las
soluciones que desestiman cuestiones de principios, a menudo concluyen acelerando la
ruptura que se aspira a evitar, tal como realmente ha ocurrido en este caso. Por otra parte,
su sugerencia de que yo “he trabajado por la ruptura” (aunque limitada en cuanto a su
referencia temporal) fácilmente podría dar lugar a una falsa impresión. Debo, por tanto,
afirmar categóricamente que nunca he trabajado por la ruptura, nunca he pedido a nadie
que se marchase, me he negado a producir una ruptura cuando se me instaba a hacerlo, y
firmemente me he negado a constituir una de las facciones en los movimientos que se
producían entre bastidores, tal como ha ocurrido frecuentemente en la Sociedad desde
1925. Ahora sencillamente he ejercido el privilegio de apartarme de la Sociedad (a) por-
que la tendencia general y la formación han devenido acientíficos y (b) porque se ha
vuelto cada vez menos freudiana y con ello se ha alejado de sus objetivos originarios.
Es verdad, por supuesto, que he criticado la desviación kleiniana cada vez con más fuer-
za y claridad desde 1934, cuando la facción de Klein adoptó la teoría de una “posición
depresiva central” (junto con todo lo que dicha teoría supone). Pero esta crítica, lejos de
constituir un “trabajo por la ruptura”, es un ejercicio legítimo de crítica científica .
Cuando poco después de la aparición de Das Trauma der Geburt de Rank, el difunto
James Glover y yo preparamos una amplia crítica contraria a esa Teoría del
Nacimiento... no se sugirió que estuviéramos trabajando por la ruptura, aunque de hecho
atacábamos la Teoría del Nacimiento en un momento en que muchos analistas creían cie-
gamente en ella. Además, la actual cuestión puede esclarecerse si señalo que las teoría
más recientes de la señora Klein, aunque por su contenido difieren de las de Rank, cons
tituyen una desviación del psicoanálisis del mismo orden. Las implicaciones son idénti-
cas y las teorías son inapropiadas precisamente por las mismas razones por las que lo eran
las de Rank. La semejanza entre las dos desviaciones es realmente notable.
Puedo señalar, además, que durante lo que he llamado la “primera fase” de la teorización
de la señora Klein (esto es, antes de 1934), me aparté de mi camino a fin de hallar una
base común entre algunas de sus opiniones y la doctrina freudiana clásica. Cualquiera
que asistía a los congresos psicoanalíticos sabía perfectamente que ni siquiera sus
opiniones más tempranas eran aceptadas por rama alguna de las Asociación Psicoanalítica,
EL PACTO DE DAMAS [363]
salvo la Sociedad Británica, y que, aun así. no lo eran por toda la Sociedad Británica. En
el Congreso de Oxford presenté una comunicación encauzada a alcanzar un compromiso,
razón por la que la mayor de nuestros colegas europeos la censuraron. Pero ya
durante esa primera fase me preocupaban profundamente dos manifestaciones que se
registraron en la Sociedad: (a) la paralización de la discusión científica en la Sociedad,
donde la aceptación o el rechazo de las concepciones de la señora Klein se convirtió en una
especie de prueba religiosa; (b) la política de la comisión de formación. Puedo, por
consiguiente, concluir esta carga con algunos comentarios sobre la situación de la
formación según se ha desarrollado desde 1923 hasta hoy.
Siempre he afirmado que la capacidad de influir en el futuro del psicoanálisis no depende
las discusiones científicas de la Sociedad sino de la política de la comisión de forma-
ción. La operación de manejar las transferencias y las contratransferencias es el factor
decisivo. Cuando las diferencias de opinión se toman muy marcadas, automáticamente
estas transferencias hacen que el nivel de la formación descienda desde el plano científi-
camente cuasireligioso. Desafortunadamente, en la comisión de formación, esto nunca se
admitió abiertamente. Por el contrario, se desarrolló hasta tal punto la fingida alabanza
del mito del “analista formado (y por tanto imparcial)” que se encontraba, en mi opinión,
al borde de la hipocresía consciente. Los resultados de esta política no se hicieron espe-
rar ya antes de la guerra, la comisión se vio obligada a considerar la posibilidad de tener
dos sistemas de formación distintos, los cuales se apoyaron abiertamente durante el perí-
odo de guerra. A los candidatos que deseaban una formación kleiniana se les asignaban
analistas y controles kleinianos. A los candidatos que preferían una formación puramente
freudiana se les asignaba analistas y controles freudianos. A los que no tenían preferen-
cias especiales se les ofrecía un menú ordinario. Pero sus opiniones futuras y sus carreras
profesionales estarían determinadas en última instancia por el azar de la asignación. Aun
así, durante mis últimos años en la comisión de formación me resistí a una ruptura. Pero
veo ahora que esta posición es imposible no sólo para los candidatos sino para el psicoa-
nálisis.
Y así, cuando, desde su proyecto de informe, se hizo manifiesto que la comisión todavía
estaba dispuesta a simular que este problema real era “un dilema ficticio”, sólo pude llegar
a la conclusión de que no había perspectivas de progreso científico en la Sociedad misma.
Porque si la formación no es científica, qué esperanza puede haber de establecer pautas
científicas entre miembros cuyo ingreso en la sociedad depende de que se ajusten a las
reglas de la comisión de formación. Es, con mucho, mejor desechar todo el sistema y
empezar de nuevo.
Suyo,
Edward Glover
P.S. Después de haber escrito esta carta me entero de que la señorita Freud ha renunciado
a la comisión de formación. Casi no necesito decir que, aunque ha tomado su decisión con
independencia de toda influencia mía; no estoy en absoluto sorprendido: ¡tan mani-
fiestamente contradice la situación real el fantástico énfasis que el informe del señor
Strachey en la supuesta capacidad de los analistas de formación para incentivar la objeti-
vidad en sus candidatos! Como señalo en mi “Comentario”: si ése fuera en realidad el
caso, los candidatos habrían avanzado ya mucho más que los analistas que los forman y
estarían por tanto en condiciones de analizar a sus analistas de formación con cierto pro-
vecho para éstos.
E. G.
[364] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Melitta Schmiedeberg y Barbara Low instaron a Sylvia Payne a que
revelara las razones por las que Anna Freud había renunciado a la comisión de
formación. Payne respondió que la comisión de formación aún no había|
tenido la oportunidad de discutir este aspecto de la situación, especialmente
porque Strachey había retirado su proyecto de informe y había solicitado
que se postergara su discusión hasta que se comunicase a la sociedad la
renuncia del doctor Glover, reservando la discusión para los miembros pre-
sentes si no se marchaban los que disentían. A muchos, entre los que se con-
taban Kate Friedlander y Adrián Stephen, esta explicación les resultó insa-
tisfactoria.
“La hija de Freud ha tenido que dimitir”, declaró dramáticamente
Barbara Low. “Evidentemente tenemos que discutirlo.” El doctor George
Franklin (analizando de Melitta Schmiedeberg) subrayó que estaba seguro de
que más miembros habrían asistido a la reunión de haber sabido que se anun-
ciaría la dimisión de Glover, a lo que Payne respondió que ella creía que los
miembros vieneses estaban al corriente de los acontecimientos, dando a
entender con ello que deliberadamente se habían abstenido de asistir.
Low opinaba que la dimisión de Glover era un desastre, puesto que “el
representa el psicoanálisis en este país. El psicoanálisis freudiano”. Creía
que su renuncia sería fatal para el futuro de la Sociedad y proponía a los
miembros que solicitaran a Glover que reconsiderase su decisión.
En ese punto el doctor Bowlby realizó una vehemente declaración. No
deseaba discutir si el doctor Glover era “la persona valiosa” del psicoanáli-
sis inglés, pero el hecho en cuestión era que había hecho tanto mal como
bien. En un reciente programa de radio informativo, de emisión semanal,
“Cavalcade”, había atacado a los psiquiatras del ejército por lo que cuatro
miembros (Rickman, Adrián Stephen, el doctor G.A. Wilson y el mismo
Bowlby) le discutieron enérgicamente. Las observaciones, particularmente
ofensivas, hechas en una entrevista de “Cavalcade” del 1 de enero de 1944,
habían sido resumidas por The Listener. Se había formulado a Glover la
siguiente pregunta.
P. ¿Cree usted que el aumento del ámbito psicológico, producto de las actuales experie-
cias de los psiquiatras militares (por ejemplo, la elección de voluntarios mediante tests)
determinará la industria de postguerra? ¿Es ésa una tendencia que puede afectar negati-
vamente los derechos del individuo?
R. Mi respuesta a las dos preguntas es afirmativa, pues no sólo interesará a los empresa-
rios y al Estado asegurarse al den por cien la eficiencia de sus empleados, sino que los
psiquiatras del ejército se sienten muy orgullosos del uso de los tests de selección, por lo
que es probable que promuevan estos métodos ante las autoridades en tiempo de paz. No
hay duda de que se justificará esta maniobra con el pretexto de que ello también favorecer
al individuo. Por supuesto, es beneficioso para los individuos perturbados el tener una
ocupación apropiada, y si las personas normales necesitan de una orientación, deben
tenerla, en el supuesto de que sea realmente buena.
EL PACTO DE DAMAS [365]
DIFERENCIA
Pero hay una gran diferencia entre la selección terapéutica (o preventiva) de personas
orinales y la selección de individuos normales a instancias de los ministerios de las
federaciones de empresarios. Una protección parcial consistiría en someter a todos los
psiquiatras del ejercito a un curso de “rehabilitación” (como se llaman los que ellos
imponen a los demás) a fin de que puedan recuperar una visión adecuada de los derechos de
los ciudadanos. Sin la debida protección, este sistema puede contener las semillas del
nazismo sea lo que fuere lo que los especialistas digan.
Bowlby estaba muy enfadado porque estos comentarios habían llegado
inesperadamente y porque Glover no había tenido la gentileza de comunicar
sus opiniones a ninguno de los psiquiatras del ejército. “Es el método, no la
cuestión, lo que ha despertado críticas en los ámbitos médicos”, señalaba
finalmente Bowlby. Le preocupaba la posibilidad de que el público general
considerara que sus opiniones representaban a la Sociedad Psicoanalítica
Británica, Winnicott estaba de acuerdo en que Glover había cometido una
indiscreción, pero ello tenía poco que ver con la cuestión en debate, esto es,
la dimisión de Glover ante la Sociedad. Fue al mismo tiempo una reunión
sobria y rica en acontecimientos.
En la siguiente reunión de la comisión de formación, el 9 de febrero de
1944, la doctora Payne comentó que no le había quedado claro si la renuncia
de Anua Freud era definitiva, objeción que los demás miembros, salvo
Melanie Klein, compartían. No obstante, finalmente coincidieron en que ése
debía de ser el deseo de Anna Freud, puesto que después se lo había hecho
saber a sus colegas y a sus candidatos. Se acordó asimismo que James
Strachey debía redactar una versión revisada de su proyecto de informe, el
cual, después de que se discutiera en la comisión de formación, se presentaría
en la próxima reunión de negociaciones el 8 de marzo.
En esa reunión de marzo, la Sociedad aprobó una resolución en la que
se censuraba la dimisión de Glover, con un voto en contra. Strachey declaró
entonces que aunque se relacionaba con su nombre, el proyecto de informe
representaba realmente las opiniones de todos los miembros de la comisión
de formación, con la excepción de Anna Freud y Glover. Su objetivo princi-
pal era evitar futuras rupturas dentro de la sociedad, tal como estaba ocu-
rriendo en otros países, especialmente en los Estados Unidos: ‘‘Siempre
intervienen factores emocionales individuales con los que no se puede
luchar. Pero podemos revisar el método de formación y aconsejar uno que,
en la medida de lo posible, impida las divisiones”. Las únicas diferencias
importantes respecto del informe anterior eran de naturaleza práctica. Por
ejemplo, se sugería que se eligiera deliberadamente por lo menos a uno de
los analistas del candidato que difiriera del analista de formación en carácter,
intereses y método de abordar el psicoanálisis.
La comisión sugería que esporádicamente algunos de los miembros
[366] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
asistieran a seminarios sobre los casos a cargo de distintos analistas de for-
mación, a fin de que obtuviesen un conocimiento detallado de los métodos
técnicos de otros analistas. Se estuvo en general de acuerdo en que una
buena técnica era “un buen manejo de la transferencia y la contratransferen-
cia ”: una caracterización bastante inocua. Por último, la comisión de forma-
ción recomendaba que se eligiese una nueva comisión de formación tan
pronto como fuera posible. Marjorie Brierley era la única entre los miem-
bros de esa comisión que tenía aún otra propuesta: “Personalmente conside-
ro deseable que se forme a todos los futuros profesionales para realizar al
menos exámenes individuales tanto de datos observables como de teoría. La
verificación es una responsabilidad común en la que todos los miembros
deben participar, les interesen o no otros aspectos de la investigación”. El
informe fue entonces debatido.
Melitta Schmiedeberg preguntó si la señorita Freud había hecho una
declaración, a lo que la doctora Payne respondió que no había querido
hacerlo. La doctora Friedlander preguntó si en los últimos años se acostum-
braba a consultar a los candidatos si deseaban dirigirse a un analista freudia-
no o a uno kleiniano, a lo que Payne respondió: "Explicaré cuál era la cos-
tumbre. Si un candidato era presentado por un analista de formación, enton-
ces se dirigía a éste o a alguien que él recomendase. Es razonable que si el
candidato tiene una preferencia se le conceda el derecho de considerarla.
Nunca se ha preguntado a los candidatos si querían ir a un analista freudiano
o a uno kleiniano”.*
Glover fue sincero a propósito de sus maniobras en ese terreno cuando
en 1965 Bluma Swerdloff le preguntó al respecto: “La formación era la
clave de todo el problema”, observaba. “Al notar que la formación se volvía
cada vez más tendenciosa y que nos amenazaba un grupo kleiniano, tuve la
suficiente falta de escrúpulos para ver que la señora Klein tenía muchos can-
didatos inútiles,** y que los candidatos de mérito se traspasaban a lo que
ahora llamaríamos freudianos clásicos, con la esperanza de que recibieran una
formación clásica. Si después querían cambiar de opinión, enhorabuena,
pero en todo caso debían recibir una formación que no fuese polémica, una
formación unificada.”* Glover era algo retorcido: en 1943 había acusado a
Klein de apoderarse de la mayor proporción de candidatos; ahora decía que le
daba los incapaces.
Michael Balint hizo entonces una importante declaración:
En mi opinión, la cuestión principal es que las propuestas de la comisión no son suficiente-
mente amplias. Tenemos un sistema de enseñanza muy antiguo. La única diferencia
que el informe sugiere es la de excluir a algunos analistas de la formación; todos los ana-
listas que se han manifestado partidarios de uno de los bandos no debieran ser analista
* Esto no concuerda con los recuerdos de Margaret Little
** ¿In senilis veritas?
EL PACTO DE DAMAS [367]
de formación. Si atendemos al pasado para ver de qué modo se desarrolló este sistema,
podemos hacemos una idea de cómo la situación ha llegado a las presentes dificultades.
El sistema se originó como un mecanismo de defensa, por así decir, contra las heridas no
cicatrizadas que cansaron Jung, Adler y Stekel al dejar la Sociedad, para evitar ambicio-
nes personales y la oposición a la figura paterna partiendo de situaciones edípicas no
resueltas. El actual sistema cumplió con su objetivo mientras tuvimos al profesor Freud
como imagen paterna y ahora que ha muerto hay divisiones, y no sólo aquí; basta con
mirar hacia los Estados Unidos; hay tantos sistemas como sociedades, y aún más. Aquí
funciona algo en la medida en que tenemos ideas comunes. Pero tan pronto como deja de
haber una organización patriarcal y, en su lugar, tenemos una organización de hermanos y
hermanas iguales y con iguales derechos a que sus opiniones se acepten como discuti-
bles, todo el sistema se derrumba, y debe ser así, porque no está hecho para eso. Sugiero
devover el informe a la comisión y considerar la situación desde esta perspectiva. Hasta
ahora hemos confiado fundamentalmente en el analista individual. El analista de forma-
ción no tenía prácticamente ningún control y ejercía un poder casi autocràtico. En lugar de
confiar en el miembro individual tenemos que proponer ahora un sistema, y a este res-
pecto no se dice en el informe ni una sola palabra.
* La Cínica Tavistock, fundada en 1920, fue una de las primeras clínicas de psicote-
rapia con pacientes externos, y se caracterizaba por un enfoque multidisciplinario.
[368] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
dirigentes de la Sociedad le advirtió que “ensuciaría su nombre”. “¿Puede
alguien imaginar”, preguntaba Stephen, “a los dirigentes de alguna otra
sociedad que se pretenda científica (una sociedad de físicos o de químicos,
por ejemplo) celosos de otra sociedad hasta el punto de impedir que sus
miembros accedan a conocimientos importantes?”.
Acaso más relevante fuera la actitud respecto de los futuros candidatos:
No se debiera hacer burla por la forma de sus pómulos, no se debiera hacer gestos
de desprecio por sus escuelas médicas o por sus maestros oficiales de psiquiatría; no se
los debiera regañar por llegar algunos minutos más tarde o más temprano, según el caso.
No se les debiera decir que tienen el acento de los judíos de West End.
Todas estas quejas había escuchado de los fuñiros candidatos; pros-
ponía como solución que realizase las entrevistas un consejo de selec-
ción, no uno o dos miembros individualmente. La lamentable situación de
la Sociedad era consecuencia de su carácter de autocracia. “Durante
siglos, la historia de Europa ha mostrado a gran escala lo que la Sociedad
muestra a escala microscópica: que ningún hombre es digno de ser un
autócrata.”
En una entrevista con Bluma Swerdloff en 1965, Willi Hoffer se hacía
eco de la opinión de muchos otros analistas que consideraban la renuncia de
Glover como un acto de desesperación, fruto de un estado emocional. “No
estoy seguro”, decía, “pero siempre he tenido la sospecha de que tras él
había una idea política. Sospecho, aunque no tengo pruebas de ello, que era
similar a la actitud de los comunistas en la Alemania anterior a la época de :
Hitler. Daban un paso premeditado: ‘Si ahora somos muy radicales, los
demás no podrán resistir y harán lo mismo’. Tengo la impresión de que él
esperaba que Anna Freud renunciaría inmediatamente, que no querría que-9;
darse, que no tendría la valentía de quedarse sola en la Sociedad Británica”.
Si ése era en realidad el caso, a Glover le faltó perspicacia psicológica y una
comprensión del alcance de la inflexibilidad de Anna Freud. Ella, la hija de
Freud, no permitiría que la excluyesen de la Sociedad y la tildaran de cismá
tica. (Decía a veces que se quedaba por agradecimiento a Jones, quien había
traído a su familia a Inglaterra, pero posiblemente también creyese que las
cosas podían obrar en su beneficio si jugaba sus cartas correctamente.)
Glover dijo posteriormente que él en realidad creyó, casi hasta el final, que
ella vencería a Klein. Según él, cuando Freud llegó a Inglaterra mantuvieron
una discusión sobre Klein, y Freud subrayó que era la primera vez en la his-
toria del psicoanálisis en que un cismático había conservado su condición de
miembro de la Asociación Internacional.
No es fácil confiar en la sinceridad de Glover cuando posteriormente
dijo que nunca había querido dirigir un grupo, porque obviamente se sentía
autorizado para suceder a Jones. Cuando se iniciaron las desavenencias ,
EL PACTO DE DAMAS [369]
poco después de la llegada de Anna a Inglaterra, Glover afirma haberle
dicho: “Le daré tres años para que decida si quiere ser una buena chica y
permanecer en la Sociedad junto con sus detractores, o si formará un grupo
que mantenga los conceptos en que usted confía y yo apoyo. No quiero diri-
gir un grupo, pero si usted quiere que lo haga, lo haré; depende de usted. Si10
usted no quiere, no moveré un dedo, dejaré que la Sociedad siga su marcha”.
Glover mantenía que le pareció positivo abandonar esa “sociedad reser-
vada, monástica”; “porque odiaba un atmósfera así y no hubiese tenido nada
ver con ese sistema de formación”. Conociendo su talante entrometido,
resultan asombrosas sus reflexiones acerca de la comisión de formación:
“Yo creo que la comisión más abominable de la que yo haya sido miembro
fue la comisión de formación de la Sociedad. Era absorbente, un poco moji-
gata; siempre creía o pretendía estar en lo cierto. Tras mi renuncia, padecí o
gocé —como se prefiera— un estado de euforia por no tener que asistir a las
reuniones de la comisión y mantener la boca cenada”. ¡Qué gran carga
había sido mantener puestos durante dieciseis años! “Usted no tiene libertad
para expresarse porque tiene que desempeñar ciertas funciones como la de
presidente, promover tal o cual investigación, estimular a la gente para que
piense.”11
Cuando renunció, Glover no se quedó sin recursos. Durante mucho
tiempo se había interesado por la adicción a las drogas y por la delincuencia,
y en 1933 había colaborado en la fundación del Instituto para el Estudio y
Tratamiento de la Delincuencia, cuya presidencia continuó compartiendo
hasta que, en 1948, el Servicio Nacional de Salud se hizo cargo de ese insti-
tuto. En 1963 asumió la presidencia de la comisión científica del Instituto de
Criminología de Londres. A pesar de esos intereses, no tenía intención de
abandonar el psicoanálisis, y tras haber renunciado a la Sociedad Británica
se unió a la Sociedad Suiza, por lo que continuó como secretario de la
Sociedad Psicoanalítica Internacional;* pero Jones intentó dificultar su cate-
goría de miembro. Aparentemente había rumores de que Anna Freud seguía
la orientación de Glover, según indica una carta de Sylvia Payne del 1 de
agosto de 1945 dirigida a Jones:
Creo que Arma Freud tiene muchos rasgos de un carácter débil y estoy segura de que
no dudará en intentar y en obtener lo que quiere sin considerar las opiniones de aquellos que
disienten de ella. Imagino que su padre era la única persona que podía impedírselo, y
como debe de haber hecho suya la decisión de Freud de mantener el psicoanálisis aislado y
de no considerar a nadie en quien se m aniñes ten rasgos de omnipotencia, no veo que
haya esperanzas de lograr un acuerdo por medio alguno. Desafortunadamente, adverti-
* Ese fue el error que Jacques Lacan cometió en 1953. No advirtió que su renuncia
a la Sociedad de París suponía automáticamente la pérdida de su condición de miembro de
la Asociación Internacional
[370] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
mos la misma omnipotencia en Melanie, y por esta razón su obra ha suscitado tantas dis-
putas; es su personalidad.
Es, por supuesto, una grosera ingratitud hacia usted, pero el mundo está lleno de ejem-
plos de tal conducta.
Me pregunto si solucionaría nuestro problema local que Glover y Anna fueran miembros
de la Sociedad Suiza- Ello no les dará más categoría que la Internacional. ¿Son miembros
honorarios? La única posibilidad de que Anna vaya a Suiza es el estado de salud de la
señorita Burlingham, pero dudo de que traslade a su vieja tía. Anna me dijo que los asi-
los de guerra para niños se cerrarían en octubre. He escuchado también que insinuó la
formación de un grupo en el futuro, pero mi información sobre este último punto no es
fiable.12
Al parecer, Anna estaba llevando a cabo encubiertos manejos políticos
para que la Sociedad Británica aceptase sus condiciones de continuidad como
miembro de ella.
El 11 de diciembre de 1944, Glover envió a Jones, como presidente de
la Asociación Internacional, una airada carta de protesta por el nombramiento
de Anna Freud como secretaria de la Asociación Internacional. Glover
señalaba que Jones no tenía legítimo derecho para hacerlo, puesto que él no
había renunciado a su condición de miembro de la Asociación Internacional
ni a su puesto de secretario de la misma y que esa designación sólo podía
hacerla el Congreso Internacional. Había renunciado a la Sociedad Británica
porque ya no era una sociedad freudiana y estaba ahora “oficialmente dedi-
cada a enseñar a los candidatos el sistema kleiniano de psicología infantil
como parte del psicoanálisis, cuando en realidad constituye una desviación
del psicoanálisis.”13 La Asociación Internacional se proponía el progreso del
psicoanálisis y él, Glover, seguía siendo un psicoanalista freudiano. Por con-
siguiente le solicitaba formalmente una reunión del consejo para que consi-
derase la cuestión. El 8 de enero de 1945 Jones le respondió, hastiado, evi-
denciando su sorpresa porque “usted no esté ya cansado de la política psico-
analítica. Espero que usted, igual que yo, vaya a gozar del último período de
la vida libre de lo que nuestra experiencia no ha mostrado sino como veneno.
Cómo lamento haber14perdido tiempo y energía en esta cuestión desagradable
y totalmente estéril”. Pasaba a recordarle que nadie podía ser miembro de la
asociación sin serlo de una de las ramas que la constituían salvo “por
expreso permiso del presidente de la misma”. Jones había gozado ante-
riormente de esa facultad a fin de asistir en los Estados Unidos a los analistas
que no eran médicos; pero en las circunstancias de Glover, “no tengo más
remedio que volver a la época en que el presidente elegía al secretario, en
lugar de pedirle al congreso que ratifique su elección, como ocurrió pos-
teriormente”. Esto sugiere que Jones había abusado arbitrariamente de su
poder. •v
Glover, en una entrevista con Bluma Swerdloff, manifestó: “A cada
quien hay que reconocerle su mérito: Jones era un hombrecillo astuto; solía
EL PACTO DE DAMAS [371]
decir que yo era una persona perfectamente normal, y cuando dejé la socie-
dad dijo que tenía un carácter paranoico”.* 13 Debe tenerse en cuenta tam-
bién que Anna Freud asumió el puesto a pesar de la firme lealtad que Glover
le profesaba. La habían nombrado secretaria en 1928, pero en 1934, en el
Congreso de Lucerna, había delegado el cargo en Glover porque Freud nece-
sitaba de sus cuidados. En 1943, el Consejo reeligió a Glover. William
Gillespie dice que Jones decidió a toda costa excluir a Glover para vengar el
intento de destruir su Sociedad.**
En 1945 Melitta Schmiedeberg se trasladó a Nueva York, donde se
dedicó al trabajo con jóvenes delincuentes hasta su retomo a Inglaterra, en
1961. Junto con un grupo de psiquiatras y de asistentes sociales fundó en
1950 la Asociación para el Tratamiento Psiquiátrico de Delincuentes
(APTO) en Nueva York, en la línea del Instituto de Tratamiento Científico de
la Delincuencia.
Qué decir de la extraña relación entre Glover y Melitta? En una discu-
sión sobre los problemas suscitados por las ideas de Klein en la Sociedad
Británica, Glover comentaba a Swerdloff: “Por supuesto, había mucho de
enemistad familiar detrás de todo eso; es muy difícil de valorar, pero cierta-
mente esto incidió. Creo que ambas, madre e hija, tenían prejuicios. Por una
parte, la doctora Schmiedeberg, su hija, luchó duramente por obtener su
libertad espiritual y tenía algo de ese carácter ligeramente desesperado que
obliga a mostrarse abiertamente”. Al observar a Swerdloff que él había ana-
lizado a Melitta inmediatamente antes de que se iniciaran las rencillas en la
sociedad, él respondió evasivamente: “Yo la había analizado pero, cierta-
mente, antes que yo también lo habían hecho una docena de analistas...
bueno, no digo una docena***... pero sí, me vino a ver. Evidentemente, el
problema era que las. dos tenían casi la misma disposición. De algún modo
la hija era algo menos enérgica que la madre. Pienso que, en buena medida,
aquellos debates continuaron por instigación de la doctora Schmiedeberg.
Yo tendía a dejar pasar las cosas, en beneficio de la paz, con la esperanza de
que así mejorara la situación científica”.16
En marzo de 1944, Winnicott escribió a Klein una discreta carta mani-
festando su esperanza de que la renuncia de Glover la tranquilizase suficien-
temente. Ella le respondió el 5 de marzo.
* Todos los que se oponían & Jones o pensaban de manera distinta eran descritos en
términos patológicos.
* Según el doctor Gillespie, Glover se las arregló para recuperar su condición de
miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional en virtud de una cláusula concer-
niente a la pertenencia como miembro introducida en el Decimosexto Congreso
Psicoanalítico Internacional de 1949: “La condición de miembro de una sociedad extran-
jera, y no de la sociedad del propio país, allí donde la hay, está sujeta al consentimiento del
ejecutivo central”.
*** En realidad, sólo Karen Horney y Ella Sharpe.
[372] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
Estimado Donald:
Muchísimas gracias por su carta; aprecio mucho su franqueza y el espíritu con que escri-
bió la carta. Sé que usted es mi amigo y nunca dudaré de ello. No tengo intenciones de
participar en la discusión sobre Glover, pero ello no significa que no esté de acuerdo con
usted en muchas de las cuestiones que plantea en su carta. Ciertamente, lo que más nos
preocupa es tener tantos buenos analistas como sea posible, pero Glover no sólo ha pe-
judicado a nuestra Sociedad y a mi obra por ser un mal analista, sino también porque es
astuto e inescrupuloso. (Creo que está muy enfermo.) También ha hecho daño a la
Sociedad de diferentes maneras ante la opinión pública, no sólo representándola mal,
sino también por la contienda que estaba llevando a cabo. Nunca conseguirá formular
una declaración conecta y ante las personas indicadas por lo que sería muy provechoso
para la Sociedad distanciarse de él públicamente. Puede tener todavía muchos ataques
preparados; lo mejor sería que diésemos a conocer públicamente que la Sociedad se dis-
tancia de él.
En lo que a mí concierne, no deseo participar en discusiones sobre su persona. Muchas
gracias de nuevo por su carta.
Suya,
Melanie17
La renuncia a la Sociedad no impidió en modo alguno que Glover con-
tinuara con su venganza en contra de Klein. En folletos, artículos, reseñas y
cartas, aprovechaba cuanta oportunidad se le ofrecía para denigrarla y deni-
grar sus ideas. En 1945, en el primer volumen de The Psychoanalytic
Study of the Child, (del que él, Anna Freud y Willi Hoffer eran los
representantes ingleses en el consejo editorial), publicó su tendencioso
trabajo An Examination of the Klein System of Child Psychology, que
en el año anterior había aparecido en forma de folleto de publicación privada.
En un libro, titulado Freud or Jung (1950) sugería que, con su aura mística,
las ideas kleinianas y las jungianas tenían mucho en común.
Difundió también historias infames de Klein. A Bluma Swerdloff le
contó una anécdota que “un amigo” le había contado: supuestamente, Klein
había dicho a esa persona que, después de Jesucristo, se consideraba la per-
sona mis importante que jamás hubiese existido y que sus teorías sobre el
desarrollo del niño eran tan revolucionarias que en el futura a ella se la colo-
caría entre los profetas. Melanie Klein se autovaloraba considerablemente, es
verdad, pero es difícil que haya afirmado algo tan extravagante.
A pesar de todo esto, en lo más profundo de su corazón, de algún modo
Glover alimentaba cierto afecto por Klein. Tras la muerte de ésta, Glover dijo
de ella que era una mezcla de humor y tristeza, observación que sugiere haber
reconocido ocasionalmente su humanidad.
La renuncia de Glover provocó un generalizado sentimiento de alivio,
aunque también la preocupación por lo que Anna Freud pudiera hacer, salvo
en el caso de Klein. ¿Qué pasaba si seguía el ejemplo de Glover y presen-
taba su dimisión no sólo a la comisión de formación sino también a la
Sociedad. Según consideraban los demás miembros de la comisión de for-
EL PACTO DE DAMAS [373]
mación era esencial hallar un modus vivendi que ella aceptase, para que
ocupase nuevamente su lugar en la comisión de formación.
También debían considerar el problema de la elección de los nuevos
directivos y el tiempo de permanencia en el cargo. En la reunión de negocia-
ciones del 26 de junio de 1944 se establecieron nuevas normas. En la reu-
nión general del mes siguiente se eligió a Sylvia Payne como presidente, y
John Rickman reemplazó a Glover como secretario científico. Se eligió una
nueva comisión de formación; su primera tarea fue instituir un nuevo plan
de estudios según el cual, durante los dos primeros años, se enseñase a los
había establecido los principios fundamentales del psicoanálisis tal como Freud
los había establecido, y en el tercero los desarrollos debidos a la obra de otros
analistas Anna Freud, como Aquiles en su tienda, daba vueltas a su resenti-
miento en los asilos infantiles de guerra, que en su momento se convertirían
en la Clínica de Terapia Infantil de Hampstead, y preparaba el lanzamiento
de The Psychoanalytic Study of the Child como publicación anual en la que
se discutirían las idea freudianas clásicas sobre el análisis infantil, y se ata-
caría a Klein. Ella sabía que si esperaba el tiempo suficiente, le harían pro-
puestas formales.
Esta caótica situación sumía a los candidatos que por entonces estaban
formándose en un estado de total confusión. Margaret Little recuerda la
Sociedad18Británica de aquellos días como "un perfecto hervidero de alocado
frenesí”. Marión Milner dice que era muy difícil llegar a una19conclusión,
porque “eran como padres que se pelean por correspondencia”. Los anali-
zados de Anna Freud y de sus colegas no tenían contacto con el instituto.
Al parecer, Jones comentó a Willi Hoffer lisa y llanamente que los freudia-
nos no tenían futuro si no llegaban a un compromiso con el grupo20 estableci-
do, a lo que Hoffer replicó: “Hail, Caesar, morituri salutamus”. La propia
Anna Freud advirtió que la situación era intolerable. Sylvia Payne inició
conversaciones con ella, y el 8 de octubre de 1945 envió al consejo su pro-
puesta de colaboración en la formación de candidatos. Una comisión forma-
da por Sylvia Payne, John Bowlby, Adrián Stephen y Susan Isaacs empren-
dió el examen del contenido, y un mes más tarde ofrecía un informe al con-
sejo.
5 de noviembre de 1945
MEMORANDUM
de las propuestas discutidas por la señorita Freud y la comisión designada por el conse-
jo para considerar la posibilidad de introducir un plan de estudios alternativo para la
formación de psicoanalistas elaborado por la señorita Freud.
1. Los aspirantes presentados por la señorita Freud que deseen formarse según su
sistema, deberán entrevistarse con ella y con el secretario de formación antes de
que los considere la comisión de formación. Se requerirá obligatoriamente una
[374] 1942-1944: LAS CONTROVERSIAS
tercera entrevista, con el presidente de la comisión de formación, si el aspirante
requiere una ayuda financiera del instituto o una reducción de los honorarios
regulares de la formación, o en caso de dudas en cuanto a su aptitud. Es la comí-
sión de formación la que cuenta con autoridad para aceptar a los aspirantes.
2. Se someterán a la comisión de formación los detalles del plan de estudios elabo-
rado por la señorita Freud para su consideración y confirmación a fin de mante-
ner las mismas pautas de formación y promover así la colaboración.
3. Los candidatos que se inicien en cada sistema de formación asistirán a la totali-
dad de este curso durante los dos primeros años. Además, si lo solicitan, podrán
asistir a las conferencias o a los seminarios del otro curso dictados en el año
correspondiente.
En el tercer año los candidatos formados por la señorita Freud asistirán a las con-
ferencias y a los seminarios organizados a tal fin por esta comisión de formación.
Para asegurar la continuidad del desarrollo de la formación, los directores de los
seminarios del tercer año, obligatorios para los estudiantes, deberán ser apropia-
dos a los dos planes de estudio.
4. La nominación para la elección, con carácter de miembros asociados, de los can-
didatos formados mediante el sistema alternativo, se basará en la opinión conjun-
ta de su analista de formación, su analista de control y de sus maestros, previa
consideración, aprobación y recomendación de la comisión de formación. Su
elección estará a cargo de los miembros de la sociedad.
5. Los nombres de los analistas propuestos para hacerse cargo por primera vez de
cualquiera de las ramas de la formación, se presentarán ante la comisión de for-
mación para su consideración y confirmación.
6. En cuanto se constituya el fondo central de formación propuesto, las normas y
regulaciones que gobiernen la administración de ese fondo, se aplicarán igual-
mente al plan de estudios alternativo.
7. Un representante de los organizadores del plan de estudios alternativos podrá, a
solicitud o por invitación, asistir a las reuniones de la comisión de formación
cuando se discutan problemas comunes a ambas organizaciones, hasta que la
constitución de la comisión de formación lo haga innecesario.
8. Se aplicará al sistema alternativo de formación la resolución aprobada reciente-
mente por la comisión de formación a propósito de la selección de los analistas
de control.
Resolución: “En tanto deben hacerse todos los esfuerzos para satisfacer los dese-
os de un candidato y de su analista de formación en la selección del analista de
control para el primer caso del candidato, la comisión de formación se reservará
más libertad de acción para seleccionar al analista de control para el segundo
caso; si bien obviamente no sería lo deseable que se eligiese un supervisor que
mantuviese opiniones técnicas muy diferentes de las del primero”.
Enmienda de la señorita Freud (por discutir): “Según los principios establecidos
en la resolución recientemente aprobada por la comisión de formación a propósi-
to de la selección de los analistas de control, los organizadores del plan de estu-
dios alternativo aconsejarán a sus candidatos acerca de la elección de su segundo
analista de control”.
9. El sistema de un plan de estudios alternativo se reconsiderará dentro de un acor-
dado número de años.
EL PACTO DE DAMAS [375]
10. En ningún momento han de considerarse los dos planes de estudio como repre-
sentantes de teorías opuestas colocadas bajo los nombres de Freud y de Klein.
Añadido por discutir: “Se considerarán métodos alternativos para la formación de
estudiantes de psicoanálisis”.
Susan Isaacs observó que los puntos 1, 3 y 8 (particularmente el 3) eran
los más importantes. Le preocupaba que se privase a los estudiantes de ter-
cer año de escuchar opiniones de analistas “inapropiados”. Los estudiantes
mismos objetarían esta disposición y, lejos de solucionar la división produci-
da en la Sociedad, sólo haría que se perpetuase. Rickman también advirtió
que la señorita Freud celebraba sus propias reuniones científicas y, aun
cuando se había ausentado de la Sociedad, decía ahora que quería participar
en la formación de analistas y exigía cada vez más concesiones. La comisión
de formación convino unánimemente en que no podía reconocer como ana-
listas de formación a los que sólo se habían formado con Anna Freud. Sylvia
Payne propuso entonces que se enviara una carta a Anna Freud con una con-
trapropuesta: (a) los seminarios prácticos del segundo año debían ser separa-
dos, organizando la señorita Freud los suyos; (b) los seminarios prácticos del
tercer año debían ser comunes, estando el dictado de uno de ellos a cargo de
un miembro del grupo freudiano elegido por la comisión de formación; (c) en
cuanto a las lecciones, (1) debía haber dos cursos obligatorios de análisis
infantil dictados uno por Anna Freud y el otro por Melanie Klein, pero que-
daba a decisión del estudiante el orden de ellos; (2) en cuanto a las restantes
lecciones y seminarios, uno de los miembros del grupo de Anna Freud dicta-
ría un curso o un seminario teórico en el primer año. Tras haberse aprobado
la propuesta, Klein observó que la comisión de. formación debiera tener la
decisión última en cuanto al segundo analista de control.*
Los regateos continuaron. Payne fue personalmente a discutir la cues-
tión con Anna Freud, quien le dijo que no observaba ventaja alguna en la
segunda propuesta. La necesidad de resolver la situación se agudizó dada la
postura de la Sociedad en relación con el Servicio Nacional de Salud, pues
era esencial que se reconociera el instituto como escuela central de forma-
ción en psicoanálisis. Durante estas discusiones, la conducta de Anna Freud
siguió una política muy perspicaz y astuta.
Por primera vez en dos años Anna Freud asistió a una reunión de la
Sociedad el 26 de junio de 1946, cuando se celebró una reunión extraordina-
ria para presentar a los miembros como propuesta final elaborada tras infini-
tas consultas.
Madres e hijas
l mejor retrato que tenemos de Melanie Klein durante este período
E es el incluido en los recuerdos de Hanna (Poznanska) Segal, quien,
más o menos por la misma época que Herbert Rosenfeld, inició su
análisis con Melanie Klein cuando se desarrollaban las controversias. El 6
de diciembre de 1944, Klein dijo a Clifford Scott que la joven polaca era en su
opinión “una de las personas más promisorias que haya tenido el psicoa-
nálisis. El doctor Rosenfeld es una persona muy diferente, pero tienen en
común el ser ambos muy inteligentes, y también personalidades sumamente
fiables, dotadas de estabilidad e integridad”.1 Segal empezaba a considerar-
se para el papel de presunta princesa heredera.
En un principio había ingresado en la Escuela de Medicina de Varsovia
con la intención final de ser analista. Estaba en el tercer año de sus estudios
cuando se inició la guerra pero, por entonces, tuvo la fortuna de hallarse de
visita en París. Pasó a continuación un año en la Faculté de Médecine, y tras
su huida asistió a la Escuela de Medicina de Edimburgo, que había abierto
una clase especial para estudiantes de medicina polacos emigrados. Durante
su estancia allí conoció a W.R.D. Fairbairn, quien le dio dos libros para que
los leyera: El yo y los mecanismos de defensa, de Anna Freud, y El psicoa-
nálisis de niños, de Klein. El libro de Anna Freud le pareció aburrido, pero se
enamoró, como ella ha dicho, de la obra de Klein. A consecuencia de ello
inició un análisis con David Matthew, quien había sido analizando de Klein.
Al final del año obligatorio en Edimburgo se marchó a Londres, decidida a
iniciar un análisis con Klein.
En 1943 encontró trabajo en el hospital de niños de Paddington
Green, y entró en contacto con Winnicott, quien le concertó una entrevista con
[384] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
Klein. Desde la perspectiva de la joven, Klein se presentaba como una mujer
muy vieja, más pequeña de lo que ella había imaginado, y pronto advirtió
insólita manera de caminar.
Sus hombros estaban un poquito inclinados hacia adelante, igual que su cabeza, y
caminaba dando pasos más bien cortos, dando la impresión de estar muy atenta. Ahora
pienso que esta forma de caminar —y también desde una perspectiva totalmente subjeti-
va— correspondía al consultorio y a la sala de espera. De esta forma quería encontrarse
conmigo. No creo que fuera así afuera, donde se mantenía mucho más erecta y no tenía la
misma actitud de estar atenta. Noté que su rostro era muy hermoso. Aún no estaba cano-
sa, pero su pelo tenía matices blancos, y durante toda la entrevista mostró un particular
sesgo de reposo y seriedad... No hubo preguntas sobre la historia personal, de cómo eran
mis padres, la niñez, ni había en absoluto entrevista de admisión. Recuerdo perfectamen-
te que no me preguntó nada sobre —digamos— mis dificultades neuróticas o algo pareci-
do... Por supuesto, mirándolo retrospectivamente, estoy segura de que durante todo el
tiempo desarrolló una penetrante valoración, pero uno lo experimentaba desde el otro
ángulo como si se tratara de una conversación muy seria, muy interesante. Estaba intere-
sada por cómo había llegado yo al análisis, por qué había optado por un análisis con ella,
cuáles eran mis planes en ese momento, etcétera, etcétera; una conversación como la que
usted podría haber mantenido con un amigo o con un pariente mayor que quería saber la
situación de uno y lo que se proponía hacer.2
Surgieron dos problemas. En ese momento, Klein no disponía de tiem-
po por lo que le sugirió dirigirse a la doctora Heimann, pero Segal era una
mujer obstinada, y se negó. Surgió entonces el problema de los honorarios.
Segal estaba ganando diez libras mensuales como cirujana interna y, por
entonces, el honorario promedio del análisis era de una libra por sesión
Acordaron que pagaría cuatro o cinco chelines por sesión.
Segal nada sabía de la situación interna de la Sociedad en aquella
época. Fue a ver a Glover, secretario de formación, cuyo libro War and
Pacifism (1936) ella admiraba mucho. La entrevista se desarrolló con bas-
tante tranquilidad hasta que Glover le preguntó con quién deseaba analizar-
se. Cuando ella le dijo que había empezado su análisis con Klein, él saltó de
su asiento y exclamó: “En ese caso nada tiene que ver conmigo. Ellos for-
man a su gente y nosotros a la nuestra“. Y la despidió. En la siguiente
sesión, Segal manifestaba su enfado. “Bien”, dijo llanamente, “alguien está
loco en esta compañía, y estoy muy segura de no ser yo”. Pidió una explica-
ción. Al recordar la escena, le sorprende la frialdad con que Klein reaccion-
nó. No mencionó las controversias ni discutió a Glover, sino que relacionó
su enfado con , “la situación de perplejidad infantil que se desarrolla en la
casa paterna cuando uno no la entiende muy bien”. Segal se marchó con
una irritación latente porque Klein no le había ofrecido ninguna explica-
ción, pero al mismo tiempo imbuida de un sentimiento de paz y de seguir-
dad al advertir que su analista le proporcionaba un refugio de estabilidad en
MADRES E HIJAS [385]
un mundo que se estaba volviendo loco con las VI y las V2 y las conductas
inexplicables.
Melanie Klein expuso su última aportación a las controversias, La vida
emocional del niño, el 1 de marzo de 1944. Como Glover ya había renuncia-
do y Anna Freud se había alejado de la participación activa en la Sociedad,
el trabajo de Klein, según lo recuerda John Bowlby, no era más que una
contribución a una reunión científica.
El trabajo nunca se ha publicado, lo cual es una pena, porque en él se
alcanzaba el propósito de las controversias, esto es, demostrar que las teorí-
as de Melanie Klein eran una ampliación y un desarrollo de las de Freud y
aunque algunas secciones de este trabajo se incorporaron a trabajos poste-
riores, el de referencia reviste importancia poique en él se sigue el desarro-
llo histórico de los conceptos de la autora. Klein observa que en El males-
tar en la cultura, Freud reconoce que el sentimiento de culpa precede tem-
poralmente a la conciencia, y que no deriva de un superyó totalmente cons-
tituido. Acepta que sus teorías requieren aún mucha reflexión,
especialmente en la distinción relacionada con las fuentes internas y exter-
nas. Si bien sostenía que la posición depresiva era esencial en el desarrollo,
estaba dispuesta a aceptar que, desde el principio, el bebé tenía una vaga
noción de la madre como un todo. La discusión que siguió a la lectura del
trabajo era un indicador del cambio que se había verificado en el clima emo-
cional de la Sociedad. Sylvia Payne continuaba insistiendo en que la posi-
ción depresiva depende en primer lugar de la frustración libidinal, y no de los
impulsos agresivos que suscitan ansiedad y culpa, como Klein afirmaba. Ella
Sharpe introdujo la única nota de verdadera tensión. “Supongo esperan-
cada”, observaba con ironía,
la posibilidad de discutir la teoría de Melanie Klein, de ser crítica en el sentido
constructivo del término, de aceptar algunas cosas sin que se entienda que uno cree a cie-
gas en Melanie Klein y en su obra, o de rechazar, poner en duda, o abstenerse de dar una
opinión sin que se suponga que uno rechaza todo o carece totalmente de opiniones.
Mientras no se me exija aceptar un sistema cerrado que contenga el Alfa y el Omega del
desarrollo humano, no importa quién lo formule, permanezco en esta Sociedad. 3
Sharpe no podía aceptar que la posición depresiva fuera decisiva, sino
sólo que era un elemento de la ansiedad de la separación derivada del trau-
ma del nacimiento, al que el organismo tiene que adaptarse gradualmente;
realmente, ella consideraba que los primeros pasos de un niño tienen una
importancia mucho mayor que el destete. ¿Es seguro, decía, que la pérdida
del pecho es sólo símbolo de una situación perdida?
Subyace a la depresión la impotencia ultrajada y la frustración del primer anhelo
amoroso. Un sentimiento de pecado y de culpa se relaciona con la agresión cuando ésta no
es suscitada por una necesidad física real, sino cuando el hambre es hambre de amor, e implica
por tanto odio y agresión contra todos los rivales, ya sean reales o potenciales.
[386] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
El 3 de mayo de 1944 Melanie Klein presentó su respuesta formal.
Recordó a la señorita Sharpe que ella siempre había destacado que la pérdi-
da que el niño temía era la del objeto de amor introyectado, y que ello
armonizaba con las opiniones de Freud y de Abraham sobre el duelo y la
melancolía. Como la propia Klein había señalado en El duelo y su
relación con los estados maníaco-depresivos, quien está de duelo “no
sólo recibe en sí mismo (re-incorpora) a la persona que acaba de perder, sino
que también reinstala sus objetos buenos internalizados (en última instancia a
los padres amados), los cuales se convierten en parte de su mundo interno
desde las etapas más tempranas del desarrollo. También percibe que ellos se
vienen abajo, son destruidos, al mismo tiempo que experimenta la pérdida de
una persona amada’*.4 Concluía con la reconciliadora observación de que era
menester dedicar aún muchos esfuerzos de pensamiento a los diversos pro-
blemas planteados.
Las actas registran la presencia de Lola Brook, como invitada, aquella
noche. La señora Brook, una judía lituana casada con un inglés, había entra-
do meses antes en la vida de Klein como secretaria y se transformaría en
algo más que eso para el resto de su vida: una compañera de confianza y
casi una colaboradora. Lola Brook tenía una hija de dos años con la que
mantenía una relación tan estrecha que no necesitaban del lenguaje para
comunicarse. Klein creía que la niña no había experimentado suficientemen-
te la ansiedad de la separación que la motivase a luchar para comunicarse y
para establecer un contacto o hallar símbolos substitutivos para otras perso-
nas y para otros objetos del mundo que la rodeaba. La niña, llamada Helen,
estuvo en observación con Judith Fay, quien en esa época era supervisada
por Klein. Debía separársela un poco de su madre para que se activase la
ansiedad. Durante varios meses, mientras Lola permanecía algunas horas,
varios días por semana, en casa de Klein, Fay intentaba jugar con la impasi-
ble niña. Fay la llevó a Hampstead Heath, pero Helen no manifestó interés
alguno por su entorno. En ese sentido, apenas la madre se iba, la niña se vol-
vía inexpresiva. Muy gradualmente empezó a interesarse por los juegos,
intentando controlar la situación, hasta que un día vació todas las bolsitas de
azúcar que había en la cocina. Ante la sorpresa de Judith Fay, Klein encon-
tró aquello “absolutamente correcto”: la niña empezó a manifestar momen-
tos de ansiedad, protesta, travesura, y después una locuacidad tal que la
familia se quejaba. Su madre, como Klein había reconocido inmediatamen-
te, era demasiado buena madre. De adulta, Helen Brook no recuerda aquel
período; sólo se acuerda de haber estado a menudo sentada en la cocina con
la casera, la señorita Cutler, en el departamento de Bracknell Gardens (a
donde Klein se trasladó en 1953) mientras su madre permanecía encerrada en
una habitación con la señora Klein.
La casa de Susan Isaacs en Primrose Hill fue bombardeada durante el
verano de 1945, y ella cayó enferma de neumonía, preludio del cáncer de-
MADRES E HIJAS [387]
moriría en 1948. Pero la vida estaba retomando una relativa normalidad
ante la confianza general que el fin de la guerra estaba cercano. Para algu-
nos la vida había cambiado irreversiblemente. Sin Glover como aliado, ya
no había lugar para Melitta en la-Sociedad Británica; y al marcharse a los
Estados Unidos, empezó su alejamiento tanto emocional como geográfico del
psicoanálisis.*
A mediados de los años treinta, Walter Schmiedeberg inició una especie
de relación con la novelista bisexual Winifred Ellerman (Bryher), amante de
la poetisa norteamericana Hilda Doolittle (H.D.). H.D. empezó a analizarse
con Schmiedeberg tras regresar de Viena, donde la había analizado Freud.**
Bryher, hija de un magnate naviero inmensamente rico, había financiado la
huida de muchos analistas judíos. Aceptó pagar la formación de candidatos
austríacos en Inglaterra,*** con la única condición de que los analistas fue-
sen primero “aprobados” por Walter Schmiedeberg. También ayudó a muchos
de ellos durante su ardua adaptación a Inglaterra. Paula Heimann pudo obte-
ner, en Edimburgo, el título inglés en medicina gracias a un préstamo de
Bryher. Al final de la guerra Schmiedeberg y Bryher se trasladaron a Suiza
para establecerse allí definitivamente, a donde Melitta frecuentemente iba a
hacerle amistosas visitas. Nadie ha sido capaz de entender esta extraña rela-
ción triangular. Bryher terna la costumbre de coleccionar personas incapacita-
das, y una teoría es que se hizo cargo de Schmiedeberg, cuyo alcoholismo
empeoró con el paso de los años. Perdita Schaffner, hija de H. D. fue adopta-
da por Bryher. Aun habiendo compartido durante muchos años la casa con
Bryher y Schmiedeberg, no logró entender la naturaleza de la relación.
Eric Clyne, que mantuvo una buena relación con su hermana algunos
años después de la ruptura de ésta con su madre, cree que Melitta experi-
mentaba un gran sentimiento de culpa por abandonar a Walter. ¿Desplazaba
hacia su marido la culpa, mucho más angustiosa, por su madre? Es más
verosímil que su partida reactivase la culpa que experimentó cuando su
madre aparentemente la había persuadido de que se reuniera con ella en
Inglaterra antes de que Walter pudiera entrar en el país. Mientras estaba en los
Estados Unidos, Melitta hizo venir a su hermanastra Kristina (hija del
segundo matrimonio de Arthur) desde Suecia para que viviese con ella. Era
una interesante continuación del papel de madre dominante, porque Melitta
se ofendió mucho cuando Kristina insistió en afirmar su independencia y
vivir su propia vida.
* No renunció formalmente a la sociedad hasta 1962
** Susan Friedman, que está preparando una edición de la correspondencia entre H.D.
y Bryher, ha hallado recientemente una carta fechada en Viena el 31 de octubre de 1934, en
la que H.D. revela que Freud le ha dicho que Schmiedeberg era homosexual "ese pobre,
querido y encantador muchacho”, según lo describía Freud.
*** Anna Freud había trabajado con la Fundación Bryher para suministrar honorarios
a los analistas de formación en Viena en año anteriores a 1938.
[388] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
Al final de la guerra, las raíces de Melanie Klein estaban profundamen-
te echadas en Inglaterra. Cuando el propietario quiso vender la casa de
Clifton Hill, ella se la compró por unas tres mil libras. Fue ésa su única casa
en propiedad. Era una construcción elegante y graciosa, con grandes habita-
taciones y techos elevados; a ella le gustaba mucho tanto la casa como el jar-
dín y le proporcionaban un sentimiento de seguridad.
Klein pasó el agosto de 1945 en una granja con su nuera Judy y sus dos
nietos, Michael y Diana;* pero, en septiembre, finalizada la guerra, anhelaba
regresar a su trabajo en Londres. “Será muy grato trabajar sin bombas que
caigan alrededor. ¡Y es maravilloso5 pensar que pronto tendremos la paz!”, le
decía en una carta a Clifford Scott.
Después de haber gastado tantas energías en las controversias, era nece-
sario escribir nuevos artículos creativos. Continuó exhortando a Scott a que
ampliara el trabajo que había expuesto en el Congreso de París de 1938.
Supondrá un excelente lazo con otros artículos científicos que nos alejará de esas
abstractas discusiones de cuestiones teóricas que —aunque considero de gran valor— se
veían estorbadas por las constantes referencias a lo que Freud había dicho o no había
dicho, o había querido decir o no había querido decir. Si queremos recuperar la verdadera
condición de una sociedad científica, debemos discutir hechos y verdades; y creo que su
artículo, puesto que usted habla tanto con la autoridad de un psiquiatra como con la de un
analista, será un buen vínculo para regresar al verdadero trabajo científico.
Aunque le aseguraba que la atmósfera de la Sociedad era mucho menos
tendenciosa, la paz para Klein no podía incluir la expresión de opiniones
opuestas a las suyas. Se sintió muy indignada ante algunas observaciones
realizadas anteriormente por Karin Stephen sobre lo aventurado de analizar
esquizofrénicos: “chismes viejos, de comienzos de los veinte, cuando se
establecía que no se podía analizar a los esquizofrénicos; y sabemos que los
vieneses es aún afirman que los casos fronterizos no deben tocarse”. Eso la
convenció de presionar a Scott para que escribiera su artículo. Su promisorio
candidato Herbert Rosenfeld haría en su momento una aportación de su
experiencia en el análisis de esquizoides cuyas ansiedades psicóticas se
habían mitigado, según sus comprobaciones, únicamente mediante la cons-
tante interpretación, pero Rosenfeld no estaba aún preparado; mientras que
Scott, que había analizado pacientes esquizofrénicos diariamente en el
Hospital de Cassel, era “especialmente idóneo para hablar con autoridad
sobre estos temas. Me doy cuenta de que ha tenido muy poco tiempo y por
eso pienso que sería mejor que dedique un largo período a la elaboración.
* Durante las controversias, Klein dijo a Isaacs: “Lo único que representa
para mí una gran felicidad son mis nietos. La nena (Diana, nacida el 23 de
septiembre de 1942) es sencillamente amorosa, y Michael es un chico muy
interesante, muy prometedor. Soy también muy dichosa por tener tan buena
relación con Judy”.
MADRES E HIJAS [389]
cuidadosa de ese artículo, con el propósito de aclarar la teoría de estos esta-
dios tempranos y, asimismo, la técnica de tratamiento de las ansiedades psi-
cóticas”.
Ella, Heimann e Isaacs proyectaban publicar un libro que recopilaba
colección de trabajos. En él se incluirían los trabajos presentados duran-
te las controversias, dos trabajos que ella estaba preparando en relación con el
temprano complejo de Edipo, un trabajo de Joan Riviere sobre el conflic-
to temprano, y quizás un artículo de Money-Kyrle titulado Some Aspeas of
Political Ethics in the Light of Psycho-Analysis *
Klein señalaba —como casualmente— que el analista de Edimburgo
W.R.D. Fairbairn había publicado “algo” en el último número del
International Journal** Sus ideas, desarrolladas de manera bastante inde-
pendiente, eran suficientemente próximas a las suyas para causarle cierta
inquietud: “Aún no he tenido tiempo de leerlo detenidamente, pero una
hojeada confirma la opinión de que ve cosas desproporcionadas, aunque
tiene algo interesante que decir. Ahora, sus ideas sobre el origen de la esqui-
zofrenia, que deduzco que él presenta en un artículo, harían que fuese esen-
cial aclarar a la gente las posiciones tempranas”. Si Fairbairn había dirigido
su atención a la esquizofrenia, era menester trabajar rápidamente a fin de
anticipársele en los conceptos que pudiera desarrollar.
En realidad, el artículo de Fairbairn iniciaba el último período creativo
fundamental en la vida de Klein. El la obligó a remontarse a los momentos
iniciales de la vida, en lugar de seleccionar acontecimientos decisivos
posteriores del desarrollo infantil. Klein siempre se había esforzado por des-
tacar los estrechos lazos que la unían con Freud y con Abraham. Fairbairn,
en cambio, aislado en Edimburgo, no mantenía deudas personales. J.D.
Sutherland destaca que él seguía la tradición inglesa de aprovechar las ideas
para sus propios fines, por ofensivo que ello pudiera parecer a los continen-
tales, más doctrinarios. Si la teoría freudiana del instinto no concordaba con
la teoría de las fases, entonces había que revisar toda la cuestión del desa-
rrollo.
En opinión de Fairbairn, Freud se había equivocado al substituir la his-
teria por la melancolía como fundamento de las neurosis. (En consecuencia
Fairbairn criticaba implícitamente la importancia central que Melanie Klein
adjudicaba a la posición depresiva.) Se tendría que haber prestado atención a
la posición esquizoide, la cual supone un desdoblamiento del yo, como
recurso distinto del de anticipar simplemente el complejo de Edipo, cosa
* Sólo las mujeres mencionadas contribuyeron con trabajos a la primera recopilación
de artículos kleinianos. Desarrollos en psicoanálisis (1952). El artículo de Money—Kyrle
apareció más tarde en Nuevas direcciones en psicoanálisis (1955).
** Endopsychic Structure Considered in Terms of Object-Relationships, J.,
1944, 25. 70-93.
[390] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
que Fairbairn no veía como una solución, porque excluía toda posibilidad de
que la represión se produjera en el período preedípico. Freud pensaba que la
libido no tenía una dirección, pero Fairbairn considera que la libido se dirige
principalmente a un objeto, aunque no enfatiza la importancia del pecho
como primer objeto parcial.
Melanie Klein, deseando no parecer demasiado radical, había vacilado
en decir lisa y llanamente que su sistema excluía un estado de narcisismo
primario, aunque la teoría de que los instintos se dirigen a objetos no podía
admitir ninguna otra interpretación. No parecía dispuesta a renegar públi-
mente del concepto de narcisismo tal como lo había postulado Freud, sino
que dejaba a sus seguidores, como Riviere y Heimann, la tarea de definir sus
opiniones. Klein convenía con Fairbairn que la represión es sumamente
importante, porque no sólo implica necesariamente el desdoblamiento del
objeto, sino también el desdoblamiento del yo. Fairbairn lo deducía de la
observación de yoes fragmentados que aparecen en los sueños. No conside-
raba los sueños como satisfacción de los deseos, sino como dramatización
de situaciones existentes en la realidad interna. El desdoblamiento del yo,
tan característico de las condiciones esquizoide e histérica, merecía aten-
ción, a juicio de Fairbairn, como característico del desarrollo normal y, así-
mismo, como punto de fijación de los fenómenos de funcionamiento emo-
cional y mental anómalo.
Klein no podía obviar este desafío, que requería respuesta tan pronto
como fuese posible. De su trabajo con esquizofrénicos, Herbert Rosenfeld le
había proporcionado interesantes materiales. En 1946 le preguntó muy ama-
blemente si tendría inconveniente en postergar la presentación de su trabajo
hasta que ella hubiese expuesto el que estaba preparando sobre mecanismos
esquizoides. Para justificarse, comentó que Abraham había ocultado inter-
pretaciones para que sus discípulos no las utilizasen antes. Habituados a
contrastar ideas, los analistas siempre habían sido un poco paranoide en
cuanto a la primacía de sus instituciones; pero el carácter precursor de Klein
no se había reconocido suficientemente. Desde comienzos de la década de
los veinte había subrayado los procesos evolutivos mediante relaciones con
objetos, por lo que legítimamente podía decirse de ella que era la madre de la
teoría de las relaciones de objeto.
El trabajo de Klein Notas sobre algunos mecanismos esquizoides se
expuso ante la Sociedad Británica el 4 de diciembre de 1946 y en la versión
publicada expresa su agradecimiento a Paula Heimann por sus estimulantes
sugerencias, que le habían permitido elaborar los conceptos abordados en el
mismo. El material provenía tanto del análisis de niños como del de adultos.
Destaca que habitualmente había considerado que las relaciones de objetos
existen desde el principio de la vida. En su etapa temprana, el impulso
destructivo se expresa mediante la fantasía de ataques sádico-orales dirigidos al
pecho de la madre, lo cual pronto evoluciona y se transforma en embestidas
MADRES E HIJAS [391]
contra cualquier parte de su cuerpo. Aún describía esto como la fase para-
noide, pero cuando se publicó el artículo ella la había modificado transfor-
mándola en la fase esquizoparanoide, con el debido reconocimiento a
Fairbairn.
Emprendía inmediatamente un comentario de los trabajos recientes de
Fairbairn. La principal diferencia entre ellos era que el enfoque de Fairbairn
derivaba en gran medida de una preocupación por el desarrollo del yo en
relación con los objetos, mientras que su interés se centraba en la etiología
de la ansiedad. No obstante, estaba de acuerdo con la tesis de Fairbairn de
que las perturbaciones esquizoides Y esquizofrénicas cubren un espectro
mucho más amplio que el anteriormente considerado; que la posición esqui-
zoide era una fase normal del desarrollo; Y, además, que había una estrecha
relación entre la histeria y la esquizofrenia. No obstante, no podía aceptar
con Fairbairn que sólo el objeto malo es internalizado, ni su subestimación
del papel de la agresión desde el principio de la vida, “Sugiero”, escribía,
“que la ansiedad primaria de ser aniquilado por una fuerza destructiva inte-
rior, con la respuesta específica del yo de fragmentarse o desdoblarse, puede
ser sumamente importante en todos los procesos esquizofrénicos”.6
Pasaba entonces a tratar del concepto considerado por muchos analistas
como su mayor aportación al psicoanálisis: la identificación proyectiva. El
niño, al proyectar sus impulsos agresivos en su madre, proyecta parte de su
destructividad, de manera que en su omnipotente fantasía su madre se con-
vierte en su perseguidora. El desdoblamiento excesivo del yo mediante la
identificación proyectiva deja en el yo el sentimiento de una fragmentación.
En una personalidad normal se consigue el equilibrio entre proyección e
introyección. “La proyección de buenos sentimientos y buenos aspectos del
yo en la madre esencial para que el niño se halle en condiciones de desa-
rrollar relaciones de objeto positivas e integrar ju yo.”7 Gran variedad de
fuerzas internas y externas pueden agudizar la ansiedad, lo cual conduce
posteriormente a la impotencia o a la claustrofobia. El desdoblamiento anó-
malo del yo desequilibra la relación del mundo interno y el externo tan
característica de los esquizofrénicos, en los cuales se produce un recogi-
miento en el mundo interno por temor a introyectar un mundo externo peli-
groso; pero este recogimiento no trae paz, sino que acrecienta el temor a
los perseguidores internos. Este círculo vicioso puede conducir a su vez a un
estado de hiperdependencia respecto de los representantes externos de los
propios aspectos buenos, como ocurre cuando la madre se convierte en el yo
ideal hasta el punto de que el yo se empobrece y debilita.
Klein había descubierto las relaciones evolutivas entre las posiciones
esquizoide y depresiva en pacientes que, henchidos de reproches hacia sí mis-
mos e incapaces de superar la ansiedad por haber destruido el objeto bueno, se
deslizan a un estado de pánico ante sus atormentadores internos. La relación
entre perturbaciones maníaco-depresivas y esquizofrénicas, es algo que ella
[392] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
reconoce de momento sólo como una “hipótesis tentadora”, y acogería de
buen grado pruebas que fundamentasen su opinión de parte de “colegas que
disponen de amplio material de observaciones psiquiátricas”, esto es, Scott y
Rosenfeld. Sus propias conclusiones se basaban en casos tales como uno en el
que el paciente, ansioso porque su analista quedase eximido de sus impulsos
destructivos, los volvía contra su propio yo, mecanismo de defensa producto
de la presión de la ansiedad y la culpa. Tal ansiedad esquizoparanoide es
característica de los primeros meses del bebé. El inicio de la posición depresi-
va puede reforzar la regresión hacia mecanismos esquizoides. Según la inten-
sidad del sentimiento y la fortaleza del yo, esto será parte normal del proceso
evolutivo, o la base de una posterior enfermedad esquizofrénica. En un apéndi-
ce se refería al caso de Schreber, donde Freud decía: “El punto con el que por
tendencia natural se relaciona la fijación, debe situarse más atrás que la para-
noia, en algún momento entre el comienzo del desarrollo desde el autoerotis-
mo y el objeto de amor”.8 Freud dejaba abierta la posibilidad de comprender
las psicosis y los procesos que las fundamentan. En otras palabras: aquí
—como en muchos otros casos— simplemente seguía una sugerencia de
Freud para que se avanzase investigando en esta área. El único otro trabajo en
que Melanie Klein discutió la identificación proyectiva fue Sobre la identifi-
cación (1955), donde analizaba el relato de Julien Green If I Were You*
Una de las principales críticas que ocasionalmente han dirigido a Klein
es que omitía fundamentar sus conceptos. Sin embargo, cuando D. W.
Winnicott escribió The Maniac Defence (1935) y Hate in the
Countertransference (1947) trabajos llenó de comprobaciones que, según él
creía, le proporcionaban amplia fundamentación, Klein permaneció en silen-
ció. En cierta ocasión, cuando acompañaba a su casa a Pearl King tras una
reunión científica, Winnicott, a punto de llorar, de; pronto estalló: “¡Si al
menos la señora Klein reconociera alguna vez que ha tomado una idea de
otro!” El problema de Klein con Winnicott derivaba del talante demasiado
independiente de éste, por lo que probablemente no discutiera con ella los
artículos antes de exponerlos. A ella probablemente le resultó difícil de tole-
rar una situación con él de igual a igual. Notaba que también debía vigilarse
cuidadosamente a Fairbairn porque uno nunca sabe hasta dónde podía llegar
“Psicoanálisis... ¡ja!” gruñó ella al abandonar la sala, rodeada por sus parti-
darios, después de que él hubiese leído uno de sus trabajos.** Con
La matriarca
* Como señala Bruno Bettelheim en Freud and AI ans Soul (Nueva York, Knopf,
1982), Freud utiliza el término en el sentido de “masa” más que en el de “grupo”.
L A MATRIARCA [415]
El trasfondo de una parte de la aportación de Marión Milner, Aspects
of Symbolism in Comprehension of the Non-Self, merece un comentario.
Milner, analizada por Sylvia Payne, había presentado su trabajo de ingreso
como miembro de la Sociedad en 1943; en él trataba de un suicida de tres
años. Sus dos supervisoras fueron Klein y Riviere. Klein tenía una extraor-
dinaria comprensión del niño; en su caso con un adulto, Milner consideró a
Riviere (a quien se había dirigido por sugerencia de Winnicott) demasiado
rigurosa. En opinión de Milner, el paciente era totalmente inepto para el
análisis, pero Riviere creía que cualquiera podía ser analizado según deter-
minados principios: “el método prolongador de la interpretación”, como lo
caracteriza Milner.16 Como muchos otros, consideraba a Riviere “una petulante”
Klein también supervisaba otro caso de Milner, el de un niño de once
años, presentado en el extenso artículo de Milner antes mencionado con el
título A Game between Two Villages.* El niño era el nieto de Klein,
Michael Clyne. Milner dice que a pesar de sus reservas “no me hubiese
perdido la experiencia por nada”. Milner desdeña a quienes dicen que Klein
no considera el entorno, porque a ella le habló muchísimo del contexto
doméstico. Por ejemplo, el material ponía de manifiesto que el niño
reconocía que, en la casa, todas las cualidades humanas emanaban de la
madre. El análisis se basaba en un juego, inventado por ella, que se
desarrollaba entre dos aldeas: en el juego, la aldea del niño poseía los
aparatos mecánicos, mientras que la de Milner tenía seres humanos (Milner
simbolizaba a la madre). Milner se sintió perturbada por los desdeñosos
comentarios que Klein hacía sobre su propio hijo Eric durante la supervisión;
y posteriormente se preguntaba si Eric había madurado mucho tras la muerte
de su madre. Uno tiende también a preguntarse si Klein era realmente tan
crítica respecto de Eric, o si estaba imponiendo en el material su propio
esquema del predominio de la madre. **Según la médica de la familia,
Dame Annis Gillie, Eric era un hijo excepcionalmente humano y
considerado, en absoluto la persona que Klein describe. También es posible
que inconscientemente, Klein intentase convertir a Judy, la esposa de Eric, en
una hija idealizada. Michael podría haber atribuido a Milner las cualidades
de una madre amante porque era ese tipo de persona la que reconocía en ella,
pudiendo estar él niño mismo lleno de agresión. Una vez, mientras discutían
este trabajo, Klein censuró algo que Milner decía, y su gesto, al clavar en ella
la mirada con el ceño fruncido, evocó en Milner la imagen de un buitre que se
asomaba desde una nube de tormenta. “Después de aquello ya no volví a
tenerle miedo jamás”.
* Sin embargo, una analista kleiniana, Isabel Menzies Lyth, en su obra sobre
instituciones infantiles reconoce su deuda con Bowlby.
[426] 1945-1960: EL MUNDO DE POSTGERRA
niñez temprana, aunque él no la pone en relación con el destete. Pareciera
pues, que su posición teórica se desarrolló en parte como reacción al énfasis
puesto por Klein en el carácter central de la posición depresiva.
T.T.S. Hayley describe las reuniones científicas durante la década de los
cincuenta como mercados de esclavos en los que éstos se vendían a cambio
de la asignación de analizandos. La urgencia económica era especialmente
intensa durante el último año de 45un estudiante. “Teníamos que portarnos muy
bien para obtener pacientes.” Hayley, que ya se había graduado en
antropología y había pasado una temporada en la India haciendo el servicios
civil, se sentía molesto por la arrogancia de los jóvenes que estaban formán-
dose y que se miraban entre sí y hacían guiños cuando hablaba alguien del
otro bando. Hayley había pasado por un análisis kleiniano con
Money-Kyrle, pero insistía en ser independiente, ya que no quería pertene-
cer a ningún grupo. Alan Tyson, uno de los traductores de Freud, abandonó
el psicoanálisis para convertirse en musicólogo. “No me gustan los grupos”,
dice. 46 Además, ninguno de los dos grupos se tomaba la molestia de leer las
obras del otro. En los años cincuenta invitaron al ilustre junguiano Michael
Fordham a asistir a algunas de las reuniones, y, contra todas las expectativas,
no halló fuegos artificiales sino aburrimiento.*47
Esa división y esa ausencia de verdadera discusión le eran manifiestas a
Charlotte Balkanyi cuando llegó de Hungría en 1955. Recuerda a Anna
Freud y a Melanie Klein sentadas en hileras enfrentadas “con barricadas
humanas entre sí”. Dice que no fue a Inglaterra para participar de ese “sentí-
miento religioso”; y atribuye el servilismo y la hipocresía a una reacción
ante las disputas precedentes.48 Después de una decepcionante reunión cele-
brada el 9 de abril de 1952, un grupo de analistas descontentos (entre ellos
Pearl King, Barbara Woodhead, Masud Khan y Charles Rycroft) se dirigie-
ron al consultorio de la señorita King disgustados por la carencia de una ver-
dadera discusión en una Sociedad que se pretendía “científica”. Esa misma
noche decidieron formar el “Club 1952“, limitado a doce miembros de dife-
rentes orientaciones. Su proyecto era invitar a conferenciantes para posibili-
tar un estimulante cambio de ideas. El club sigue existiendo actualmente,
aunque el número de miembros se ha ampliado.
John Padel cree que se produjo una mejora en 1956, cuando Charles Rycroft
pasó a ser secretario científico.49 Padel confió en Rycroft, que tenía gran capacidad
para resumir los puntos discutibles de forma extraordinariamente lúcida.
Joseph Sandler recuerda: “Los miembros del grupo freudiano reaccio-
* El doctor Fordham me ha señalado la relación entre las opiniones de Klein sobre
las fantasías referentes a la imagen de la madre y los mitos descritos por Jung en Símbolos
de Transformación; y que, a su juicio, ella estaba hablando de arquetipos infantiles de la
madre dual. Entiende que Klein inaugura la comprensión del desarrollo infantil; sin
embargo añade: “Es una innovadora, pero los innovadores siempre se equivocan. Siempre
exageran sus argumentos”.
L A MATRIARCA [427]
Envidia
emerosa por el futuro de sus ideas, Klein se centró cada vez más en
* ¿Era esto una respuesta a Heimann, quien en The Ploymorphous Stage Instictual
Development (1952) había sugerido que Abraham no aceptaba el instinto de muerte? El
doctor Hyatt Williams recuerda que a finales de los cincuenta Klein dijo de Heimann: “Yo
no debiera haberle dado ese importante artículo en aquel preciso momento”.10
ENVIDIA [435]
Pasa entonces a considerar la envidia, que considera móvil innato fun-
damental; la capacidad de envidiar se relaciona con el instinto de muerte, o
bien, por inferencia, es expresión de la agresión innata. En su forma prima-
ria tiene como primer objeto el pecho materno; y aunque la envidia no es un
concepto original de Klein, ella formuló por vez primera, la envidia primaba
del pecho materno (posteriormente, a juicio de ella, muy elaborada por
algunos de sus simpatizantes). Ya en El psicoanálisis de niños (1932)
resulta claro que consideraba a la envidia como la respuesta infantil a la
frustración.
Distingue cuidadosamente entre envidia, codicia y celos. “Envidia es el
sentimiento de irritación porque otra persona posea y goce de algo deseable.
siendo el impulso de envidia el que lleva a sustraerlo o despojar de él.”11 La
codicia es un anhelo insaciable y, a nivel inconsciente, se expresa en la fan-
tasía de devorar totalmente el pecho materno. Los celos derivan básicamente
del temor a perder lo que uno tiene.* La codicia difiere sustancialmente
de la envidia en cuanto su meta es la introyección destructiva, mientras que
la Envidia, en el nivel más profundo, apunta a la destrucción de la creativi-
dad del objeto. La envidia es excesiva cuando los rasgos esquizoparanoides
son especialmente marcados.
La envidia primaria se dirige a los contenidos del pecho de la madre; y
en sus manifestaciones evolutivas ulteriores se la transfiere a la incorpora-
ción del pene en la madre, a su capacidad de concebir, dar a luz y alimentar
bebés. Por paradójico que pueda parecer, lo que se envidia no es sólo el pecho
fantástico que se niega, sino el pecho satisfactorio por sus riquezas
inalcanzables. Esto puede comprobarse en etapas posteriores de la vida, en
la envidia del individuo hacia personas exentas de envidia, las cuales poseen
un objeto bueno internalizado que les permite gozar de un estado de satis-
facción y de paz mental.
Pero el bebé es también capaz de gratitud por la bondad y por el goce
recibidos, afecto esencial para la formación de todas las relaciones futuras.
(Freud había considerado la dicha del bebé ante el amamantamiento como el
prototipo de la gratificación sexual.) En el desarrollo ideal la gratificación y
la gratitud amplían la capacidad de amor, absorbiendo así la envidia en el yo
integrado. A diferencia de Freud, Klein supone la existencia de un yo desde el
comienzo, pues considera que las funciones que Freud adjudica al orga-
nismo sólo puede llevarlas a cabo un yo, aun cuando sea de forma rudimen-
taria. Una de estas funciones es la expresión del amor v de la gratitud, que
constituye una manifestación del instinto de vida. Pero el yo infantil está
atormentado por el conflicto desde el inicio de la vida; y como defensa con-
* Que tenga tan poco que decir acerca de los celos sexuales es indicio del énfasis que ella pone en el
objeto introyectado más que en la estructura tripartita de la relación edípica.
[436] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
tra la ansiedad disocia el pecho materno en un objeto bueno y en un objeto
malo. La disociación primaria es indispensable para alcanzar la integración
del objeto bueno internalizado y aprender a diferenciar de manera realista
entre lo bueno y lo malo. Sin embargo, este proceso se ve perturbado si en la
disociación del pecho bueno y el pecho malo interfiere una envidia excesiva
de modo tal que no pueda lograrse aquella integración, especialmente cuan-
do, a causa de una excesiva identificación proyectiva, mediante la cual se
proyectan en el objeto las partes disociadas del yo, se produce como resulta-
do una perturbadora confusión del yo y el objeto.
Klein da una eficaz explicación de las defensas instituidas por el yo
contra los desastres infligidos por la envidia. Las personas provistas de un
alto grado de envidia tienden a idealizar sus objetos; a ellos sucede una con-
secuente reacción en la que temen a la persona idealizada como a un perse-
guidor en el que han proyectado su envidia. Los celos son también un com-
promiso aceptable como defensa contra la envidia, puesto que suscitan
mucha menor culpa. En el confuso estado característico a la envidia, la desa-
fortunada víctima suele huir del objeto primario —la madre— para dirigirse
a otras personas idealizadas como medio de preservar a la madre de la envi-
dia. Otras formas alternativas de defensa son la desvalorización del objeto,
una violenta posesividad y provocar la envidia en otros destacando el éxito y
la buena suerte propios.
Según la experiencia de Klein, la envidia del pene siempre puede
remontarse a la envidia del pecho materno. La relación de envidia con la
madre que se da en la rivalidad edípica, se debe menos al amor hacia el
padre que a la realidad de que el padre (o su pene) se ha convertido en un
accesorio de la madre que la niña desea robar. Esta envidia puede trasladarse
a una etapa posterior de la vida, en aquellas situaciones en que la mujer
quiere a un hombre sólo se lo ha quitado a otra mujer. La homosexualidad
femenina puede basarse en la necesidad de hallar un objeto bueno alternati-
vo en lugar del objeto primario evitado. Pareciera ser una postura de defensa
ante la envidia. Si la gratificación oral del niño se ha frustrado, sus ansieda-
des se transfieren a la vagina, creándose así una actitud perturbada respecto
de las mujeres, la cual a menudo conduce a la homosexualidad La culpa en
relación con la mujer amada puede provocar una huida hacia la homosexua-
lidad. Existen también muchos casos de envidia masculina de la capacidad
femenina de tener bebés
Los sentimientos de envidia más tempranos son arrastrados por los
“recuerdos de sentimientos” (“memories in feelings”), a partir de los cuales
el paciente vuelve a experimentar las emociones tempranas a través de la
transferencia en la cual el analista desempeña, unas veces, el papel del padre
y otras el de la madre. A esta altura nos deja vislumbrar ligeramente su téc-
nica. “En el análisis”, dice, “debemos abrimos camino lenta y gradualmente
hacia la dolorosa captación de las divisiones del yo del paciente”. 12 El ana-
ENVIDIA [437]
lista debe vencer la tentación de la contratransferencia, que puede incremen-
tar su identificación con el paciente e impedir así el desvelamiento de los
estratos más profundos de la mente. ¿Hacía una crítica indirecta a Winnicott
al hablar de algunos analistas que "intentan fortalecer los sentimientos de
amor asumiendo el papel del objeto bueno que el paciente no ha sido capaz
de afirmar en el pasado”?13 La evocación de los sentimientos primeros de
envidia es especialmente dolorosa cuando el analizando se enfrenta con la
envidia y el odio del pecho materno. La tarea más ardua del analista es
poner al paciente en condiciones de reconocer y de integrar estos sentimien-
tos en una imagen que le dé más confianza en sí mismo. Pero por primera
vez expresaba pesimismo sobre la posibilidad de ayudar a todos los pacien-
tes, especialmente a aquellos con fuertes ansiedades paranoides y mecanis-
mos esquizofrénicos.
Klein estaba sugiriendo aquí una base constitucional de la envidia en
lugar de una base que derivase de los impulsos, como había supuesto Freud.
Además, adjudicaba al niño una serie extremadamente compleja de senti-
mientos conflictivos que suponía relaciones de objeto. Este trabajo sobre la
envidia suscitó más críticas que cualquier otro presentado por ella anterior-
mente. Confirmó la concepción general, dominante en especial entre los
estadounidenses, de que sus opiniones eran grotescas. No obstante, el con-
cepto de envidia hizo que sus partidarios se vincularan aun más estrecha-
mente con ella, hasta el punto que en 1969, Walter G. Joffe, un miembro del
grupo “B”, caracterizaba la Sociedad14 Británica como “una sociedad cons-
ciente en grado sumo de la envidia”. Ningún analista clásico podía aceptar
la suposición de un yo temprano que parecía ignorar el intervalo necesario
para que se desarrollase un proceso de diferenciación entre el yo y el objeto, o
admitir que no se reconociese la maduración y el desarrollo del aparato
psíquico como un todo. Joffe escribiría:
En el marco teórico kleiniano no hay, además, necesidad de discriminar entre
impulsos, deseos, fantasías y afectos (cf. Isaacs, 1948), En el esquema global no hay lugar
para la maduración y para el desarrollo del aparato psíquico en general y para el aparato
perceptivo en concreto, como entidades distintas de los impulsos. Se considera que el
conocimiento perceptivo es resultado de la interacción de los mecanismos introyectivo y
proyectivo.13
La principal objeción parece ser la de que había tomado un matiz
absurdamente minimalista: que la presencia de la envidia en el paciente
indica invariablemente una psicopatología cuyas raíces se asientan en la
frustración oral temprana. Pero a menudo no se expresan las objeciones
reales: la envidia se ha considerado tradicionalmente una debilidad femeni-
na, uno de los males que escaparon al abrirse la caja de Pandora,* y el
Tras una mejora pasajera, fue presa nuevamente de una profunda depre-
sión. “Los pasos dirigidos a la integración dados tras el análisis de la depre-
sión requerían la recuperación de aquellas partes perdidas, y la necesidad de
hacerles frente provocó su depresión.”25 Klein no dice si se alcanzó la inte-
gración en algún momento. Concluye: “En el estado actual de nuestros
conocimientos, me inclino a pensar que estos pacientes, que no necesaria-
mente pertenecen a un tipo psicòtico manifiesto, son aquellos con los que el
éxito es limitado o puede no alcanzarse”.2* En respuesta a tal exclusión
puede plantearse una desoladora cuestión: que acaso ésta ilumine algo no
sólo al respecto del estado mental del paciente, sino también al del analista.
Se recordará que en 1953, durante su convalescencia, Klein dijo a
[440] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
Hanna Segal que había dos pacientes a las que ella debía dejar porque resul-
taban “demasiado destructivas“: una de ellas resultó ser Heimann. Hay ana-
listas kleinianos que han supuesto que la envidia desempeñó un importante
papel en la ruptura de ambas mujeres. Parece suponerse que la envidia pro-
cedía de Heimann. Es prácticamente indudable que Heimann era una mujer
ambiciosa y alimentaba resquemores por su subordinación a Klein, o por
“servidumbre”, según expresó a Pearl King. Creía que debía haber firmado
como coautora algunos de los trabajos de Klein, especialmente Notas sobre
algunos mecanismos esquizoides. Estaba muy celosa de Lola Brook y
aún más de Hanna Segal, considerada ya la sucesora de Klein.
¿Pero qué decir de la propia envidia de Klein hacia Heimann? ¿Pudo la
proyección desempeñar un papel de mucha importancia en la contratransfe-
rencia? Heimann era más joven que Klein, gustaba mucho y se la considera-
ba brillante. Klein era sumamente crítica respecto del trabajo de Heimann
sobre la contratransferencia, que inmediatamente se había recibido como un
clásico. Heimann era una hija sustituía y, tal como Freud hacía respecto de
sus hijos sustitutos se esperaba que las hijas permanecieran en una condición
de dependencia.
Tamo de Klein como de Heimann se ha dicho frecuentemente que
comían con voracidad, y en los congresos Klein era una “voraz” conferen-
ciante. Klein era famosa por preguntar, cada vez que abandonaba una fiesta,
si podía llevarse un par de pastelillos. Un analista recuerda: “Cada vez que
Klein venía a cenar, me preguntaba con inquietud si la comida sería sufi-
ciente”.
Klein había envidiado a su madre, a su hermana Emilie, a su cuñada
Jolan, a Helene Deutsch, a Anna Freud, a Marie Bonaparte, a su propia hija
y a varias hijas sustituías. En una ocasión en que Tom Main la acompañaba
a su casa tras una velada en la suya, ella le preguntó impacientemente:
“Pienso que mi obra perdurará, ¿no crees? He trabajado mejor que Helene
Deutsch, ¿o no?”.27 Paula Heimann bien pudo interpretar el trabajo sobre la
envidia como una agresión. Pero Klein también pudo percibir hostilidad en
los trabajos de Heimann sobre la contratransferencia expuestos en Zurich
(1949) y en Ginebra (1955). En el primero, Heimann había afirmado que la
contratransferencia sólo es eficaz si el analista ha penetrado en sus propias
ansiedades infantiles, para que no atribuya al paciente lo que le pertenece a
él. De igual modo, en Ginebra había mantenido que cualquier confesión
relativa a cuestiones personales (y eran muchas las que Melanie había con-
fiado a Paula) podía afectar el proceso analítico; una intromisión o una pro-
yección del analista podrían conducir al paciente a advenir algo perturbador
en el mismo.
En el trabajo sobre la envidia Klein muy bien puede referirse a sí misma
en el caso de
ENVIDIA [441]
una paciente que yo describiría como perfectamente normal, cuya envidia hacia su
hermana había sido mitigada por su sentimiento de gran superioridad intelectual respecto
de ella, lo cual era de hecho una realidad, A través de sus sueños la paciente evocaba la
envidia que había experimentado hacia su hermana, que era galanteada cuando la pacien-
te era aún una niña, y de un vestido que su madre llevaba puesto, el cual destacaba la
forma de sus senos. La culpa consiguiente (descubierta, presumiblemente, en el autoaná-
lisis) la entristeció porque de niña había querido a su hermana mucho más de lo que pen-
saba. Considerándose a sí misma como “perfectamente normal”, la paciente se sintió
molesta al reconocer y admitir un residuo de sentimientos y de mecanismos paranoides y
equizoides. La revisión de sus relaciones más tempranas se vinculó con cambios en su
sentimientos respecto de sus objetos primarios introyectados. El que su hermana repre-
sentase también la parte insana de ella misma resultó ser en parte una proyección de sus
propios sentimientos esquizoides y paranoides en su hermana. Habiendo caído en la
cuenta de ello empezó a disminuir la disociación en su yo.28
Finalmente fue estableciendo una relación armónica con su envidiada
hermana mayor, tanto aquí como en su anterior trabajo sobre el duelo, aunque
ya en su madurez Klein no fue capaz de hacer lo mismo con Heimann.
Para la mayor parte de los miembros de la Sociedad Británica no existía
en la relación una tirantez manifiesta; pero Bion, Segal y Elliott Jaques, que
cursaron un seminario de postgrado con Heimann, sabían que Heimann hacía
crueles alusiones a Klein, Klein discutió la cuestión con sus colaboradores
más próximos. El 24 de noviembre de 1955 le escribió la breve carta que
sigue:
* Jaques publicó en el Journal una nota sobre los objetivos de la fundación: “El
objetivo de la fundación es contribuir al psicoanálisis asegurando un desarrollo ulterior
de la obra de la señora Klein. Los encargados de ella se esforzarán por promover el tra-
bajo clínico, la formación y la investigación utilizando la teoría y la técnica que poste-
riormente puedan surgir.
“El fondo inicial de la fundación procederá de los derechos del libro New
Directions in Psycho-Analysis, editado recientemente por Tavistock Publications. Estos
derechos han sido cedidos a la fundación por los dieciséis autores que colaboraron en el
libro. La fundación está abierta para la recepción de donaciones y legados de particulares
así como subvenciones de organizaciones que consideren que la obra de Melanie Klein es
importante para el desarrollo del psicoanálisis y para una mejor comprensión de la
conducta humana”.
ENVIDIA [443]
zado por Heimann durante algunos meses de 1944, cuando Susan Isaacs
enfermó de neumonía tras el bombardeo en su casa, cree que ella tenía “un
toque de Ferenczi”.34 Era una persona apasionada que vivía sus interpreta-
ciones, que generalmente formulaba en el curso de una recapitulación al
finalizar la sesión. Cada sesión tenía un tema. Margaret Tonnesmann, que se
formó con ella en 1959, la notó frágil, mientras que los hombres (como su
analizando Harold Bridger) la consideraban dura. Tonnesmann, a diferencia
Trist, dice que intervenía muchas veces y que era sumamente escueta en la
verbalización de la transferencia negativa. Ame sus estudiantes nunca
mencionó sus disputas con Klein pero no ocultaba el desdén con que consi-
deraba su concepto de envidia. A los amigos íntimos en los que podía con-
fiar les manifestaba su enfado, no sólo contra Klein, sino también contra sí
misma por haber estado subordinada a ella durante tantos años. Su hermana
insiste en que la inteligencia de Heimann era muy superior a la de Klein y
considera, además, que la influencia de Klein sobre muchas personas fue
“malévola”.
Los simpatizantes de Heimann (en su mayoría independientes) creían
que se la había tratado mal. El doctor James Grammill, analizando estadou-
nidense de Heimann (que en la actualidad ejerce en París), lamenta que dos
mujeres tan brillantes se separasen de manera tan lamentable. Muchos ana-
listas kleinianos mencionan con pesar que Heimann nunca más realizase una
labor creativa. En el Congreso de París de 1957 presentó un trabajo en el
cual intentaba integrar las relaciones de objeto con una psicología del yo.
Según Margaret Tonnesmann, Anna Freud la invitó a cenar jumo con los
Hoffer para discutir el trabajo. Anna Freud le aconsejó que se abstuviera de
publicarlo en el International Journal, aunque apareció en alemán en
Psyche, en octubre de 1959.35 La ruptura no ayudó a la difusión de las ideas
de Klein más allá de Gran Bretaña. En 1957 la doctora Marianne Baumann
escribió a Klein desde Suiza diciéndole que un grupo de analistas estaba
organizando una mesa redonda, que se reuniría en Zurich en 1958 para dis-
cutir las ideas kleinianas y le pedía que le sugiriera nombres de colegas que
pudieran asistir. No habiendo recibido respuesta en algunos meses, la doctora
Baumann escribió a D.W. Winnicott, que era presidente de la Sociedad,
pidiéndole ayuda. Winnicott le respondió el 20 de enero de 1958 informán-
dole que Klein le había entregado a él su cana: Klein había sugerido a
Esther Bick, que era quien mejor dominaba el alemán. Y añadía: “La docto-
ra Heimann me ha dicho que también se han dirigido a ella. Ella puede darle
otros nombres, pero usted comprenderá que en este momento la señora
Klein no considera que la doctora Heimann represente fielmente su punto de
vista”.36 Aparentemente los planes para la reunión siguieron adelante pero,
el 3 de junio de 1958, la doctora Baumann volvió a escribir a Winnicott
diciéndole:”... nos ha confundido un poco una carta de la, doctora
Heimann, que nos habla de un grupo independiente que se separó de los
[444] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
kleinianos. Nuestra gente decidió entonces solicitar que viniese la propia
doctora Heimann. Ella rehusó... decidimos cancelarlo...” Winnicott respon-
dió inmediatamente: “Pienso que ustedes no deben participar en nuestras
divisiones, las cuales no inciden en la situación general. Melanie tiene
mucho que enseñamos a todos nosotros y cualquiera a quien ella envíe será
de mucha ayuda. Recomiendo especialmente a la señora Bick”. 37No obstan-
te, los analistas que no eran de Gran Bretaña tendían a ponerse de parte de
Heimann (sin conocer la cuestión), y la comunidad analítica norteamericana
murmuraba alegremente sobre la excéntrica conducta de Melitta mientras
trabajaba en los Estados Unidos, considerándola una corroboración de que
Klein estaba teorizando a propósito de los estados psicóticos infantiles
mediante una visión retrospectiva de la perturbación de sus propios hijos.
C UATRO
────────────
Lucha Política
como se desarrollan las diferentes partes; por ejemplo, las partes que menciono a menú-
do: el límite corporal, el mundo interno y el mundo externo.1
Scott y Klein disentirían cada vez más el uno del otro a propósito del
narcisismo primario; y aunque Scott permaneció leal a ella, ella no ocultó
que se estaba apartando de él. Scott fue importante para Klein por haber sido
el primero en analizar a un esquizofrénico, pero ahora que Segal, Rosenfeld y
Bion se dedicaban al análisis de casos fronterizos, ella se hallaba en condi-
ciones de prescindir de él. (En opinión de Scott, los kleinianos no disting-
an suficientemente entre la psicosis y la esquizofrenia.) Scott, que era un
hombre honesto, no vaciló en criticar a Klein más directamente de lo que
podían hacerlo otros partidarios de ella:
Creo que cuando usted dice que la ansiedad persecutoria y la ansiedad depresiva
excesivas en el niño constituyen la base de la enfermedad mental, al expresarlo así puede
pensarse que usted se está jactando de haber descubierto la verdad definitiva, al mismo
tiempo que propone sus nuevas opiniones. Pienso que no debiera usted exponerse a la
critica que esta afirmación, tal como está formulada, puede suscitar. Si usted pudiera
decir: "mi tesis de que la ansiedad persecutoria y la ansiedad depresiva excesivas en los
niños constituyen un aspecto fundamental de muchas enfermedades mentales que ante-
riormente no se han considerado”, creo que con ello avanza tanto cuanto debiera. En
cualquier caso, estoy seguro de que usted misma desea dejar lugar para el futuro; si en
los próximos treinta años usted pudiera trabajar tan intensamente como en el pasado, me
pregunto cómo juzgaría retrospectivamente una afirmación como la que acabo de citar.
Klein no apreciaba asperezas así. Cuando Scott afirmaba que en el niño
los sentimientos de amor y de odio oscilan, Klein procuraba hacerle ver que
“los contenidos de la ansiedad que inician la oscilación, y las relaciones de
objeto, las identificaciones y los procesos de disociación y las defensas…
actúan en el momento de la oscilación”. Y continuaba:
Me temo que no puedo aceptar que su observación, de naturaleza tan clínica,
porcione una base más adecuada para la teoría de los instintos. El concepto de ambiva-
lencia de Freud siempre ha implicado que las contrapuestas emociones de amor y de odio
se experimentan al mismo tiempo, predominando a veces la una y a veces la otra. Al rea-
lizar sus descubrimiento sobre los instintos de vida y muerte, no quedaba invalidado el
inicial concepto de ambivalencia; yo diría que se fortalecía. Yo estoy aún totalmente de
acuerdo con las opiniones de Freud, y no advierto que las cosas se clarifiquen pensando
las oscilaciones en términos de sucesión o de transformación.3
En 1954 Scott regresó a Canadá para trabajar como profesor asociado
de formación en psicoanálisis de MacGill y un año después se convirtió en
presidente fundador de la Sociedad Psicoanalítica Canadiense. Muchos ana-
listas ingleses creían que su decisión de regresar a Canadá se debía a su cre-
ciente desacuerdo con las ideas de Klein. A muchos, su partida les resultó
especialmente curiosa porque sólo había permanecido dos años en la presi-
L UCHA P OLITICA [447]
dencia. (Sylvia Payne completó el período hasta que Winnicott asumió el
cargo.) Scott y Klein se mantuvieron en contacto, pero las notas y las posta-
les de Navidad que ella le enviaba se hicieron cada vez más rutinarias. En
1958 Scott le envió un borrador del trabajo que se proponía presentar en el
Congreso de Copenhague en 1959. Depressión, Confusión and
Multivalence. Ella se lo devolvió con la siguiente justificación:
Durante muchos años me he visto obligada a negarme a leer libros, artículos o
borradores de los que se esperaba que yo hiciese algún comentario. Esta norma se ha
vuelto mucho más rigurosa en los últimos años, cuando he tenido que reducir considera-
blemente mi trabajo para poder continuar con lo que para mí es más importante. Si
incumplo mis horarios de trabajo, me canso muchísimo, y por órdenes de mi médico y por
mí misma, sé que debo evitar el trabajo extra. Para mí, leer un artículo y comentarlo es trabajo.
Escojo con mucho cuidado el tiempo que dedico al trabajo y lo divido entre mi propio
trabajo de escribir y también algo de análisis y de supervisiones. Por lo tanto, debe perdonarme
que le devuelva su borrador sin los comentarios que usted desearía que yo hiciese. Puedo añadir
que hasta mis colaboradores más cercanos se abstienen ahora de solicitarme consejo y
comentarios, porque saben que es esencial para mí no excederme en el trabajo.4
Los excluidos eran reemplazados por partidarios aun más fervorosos.
Nadie le fue más entusiastamente leal que Esther Bick, doctorada en
psicología en Viena, donde había trabajado con Karl y Charlotte Bühler, los
cuales, en opinión de Bick, estaban más interesados en la estadística que en
los niños. Al llegar a Inglaterra, los métodos de Anna Freud le parecieron
superficiales por lo que se trasladó a Manchester para trabajar con Michael
Balint. Después de la guerra marchó a Londres, donde Klein supervisó sus
análisis de niños y la analizó también en 1950. En 1951 Bick inició en el
Tavistock un curso de observación de niños para 5terapeutas infantiles.
‘Trabajaré con Bühler, pero de la forma debida”, dijo. Bick fue importante
para Klein porque le proporcionó datos empíricos sobre las emociones del
bebé. Un miembro destacado del grupo “B”, Use Hellman (que también
había trabajado con los Bühler en Viena), consideraba absurdo que se pre-
tendiera averiguar a partir de la expresión del bebé si se sentía perseguido o
deprimido.6 Elinor Wedeles recuerda aquella famosa ocasión en que un bebé
"con toda claridad” se apartó del pecho de su madre “con terror”, explicando
Willi Hoffer irritadamente que ¡quizá se debía al vello de alrededor del
pezón!* 7 Su esposa, Hedwig Hoffer, subrayó también en cierta ocasión que
* Feliks Topolski, para quien ella posó en 1957, sorprendió al advertir que no era la
alta mujer que él recordaba.
[454] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
A ANNA FREUD
Verdadera hija de un padre inmortal
* Clifford Scott cree que hacia el final de su vida las interpretaciones de Klein eran
muy largas debido a que estaba muy ansiosa por que sus ideas se entendieran. Bion
deduce de Meltzer que su constante flujo de interpretaciones estaba “demasiado influido
por un deseo de defender la exactitud de sus teorías hasta olvidar que lo que presumí-
mente estaba haciendo era interpretar el fenómeno que se le ofrecía”.22
LOS ULTIMOS AÑOS [475]
que vehemencia desaprobaba Klein el famoso trabajo de su marido
Classification: Is There a Psycho-Analytic Contribution to Psychiatric
Classification?, que él había leído en una reunión científica del 18 de marzo
de 1959.
¿Estaba intentando Winnicott, a través de su mujer, convencer a Klein
de algunas de sus ideas, especialmente las referentes a la importancia de los
factores contextúales? Hemos visto, por lo que otras personas han dicho de
sus análisis con Klein, hasta qué punto las cautivaba. ¿Tenía Klein suficien-
te confianza en sus propios poderes para creer que podía hacer de Clare
Winnicott una perfecta kleiniana? De haberlo logrado, ésa habría sido su
victoria definitiva sobre Winnicott. Pero su paciente resultaba ser una perso-
na muy difícil de manejar; y Klein, vieja, cansada y enferma, sencillamente
no podía ayudarla. El análisis parecía estar condenado al fracaso desde el
comienzo.
Donald Meltzer no puede hablar de sus analistas porque piensa que sus
impresiones pueden estar desfiguradas por la situación de transferencia.
Según atestiguan muchas personas, la muerte de Klein lo destrozó. Pero no
prestó oídos a su consejo de continuar el análisis con algún otro analista.
En el último año de su vida —de 1959 a 1960— Klein continuó elabo-
rando trabajos: Nuestro mundo adulto y sus raíces en la infancia
(1959), expuesto ante un grupo de sociólogos, muestra que sus conceptos
no eran tan complejos para no poderse comentar claramente ante un
auditorio profa- no. Ahí establece ella una diferencia entre el yo [ego] y el
“sí-mismo” [self], cuestión que ha preocupado al psicoanálisis
contemporáneo.
El yo, según Freud, es la parte organizada del “sí-mismo”, la cual está influida
constantemente por los impulsos instintivos, a los que mantiene sin embargo bajo control
mediante la represión; además, dirige todas las actividades, y establece y mantiene la
relación con el mundo externo. El “sí-mismo” es utilizado para abarcar el conjunto de la
personalidad, la23cual no incluye solamente el yo sir\o también la vida instintiva que Freud
llamaba el ello.
Afirma que su propia obra la había conducido a suponer que el yo
existe y opera desde el nacimiento; también había llegado a la conclusión de
que el yo tenía como tarea defenderse contra la ansiedad.
Pasando a considerar la envidia, afirmaba que era posible gozar
substitutivamente de los logros de otros en la medida en que no se es presa de
sentimientos destructivos. Debe de haber estado pensando en alguno de sus
colegas más jóvenes al formular la siguiente afirmación:
Si la gratitud por las satisfacciones pasadas no se ha disipado, la gente mayor puede
gozar de aquello que aún esté a su alcance. Además, con una actitud así, que da lugar a la
serenidad, pueden identificarse con los jóvenes. Por ejemplo, el que está prestando aten-
ción a los talentos jóvenes y los ayuda a desarrollarse —ya sea en su función de maestro
[476] 1945-1960: E L MUNDO DE POSTGUERRA
o de crítico o, en épocas pasadas, de mecenas de las artes y de la cultura— puede hacerlo
sólo si es capaz de identificarse con los otros; en cieno sentido, está reiterando su propia
vida, y a veces hasta logrando substitutivamente el cumplimiento de las metas no cumpli-
das en la suya propia.24
En la primavera de 1960, Jean MacGibbon escribió un artículo a propó-
sito de la obra de Klein en cuanto a las mujeres y los niños.* Cuando
MacGibbon (que ya había hecho la reseña de Envidia y gratiiud en The
Spectator)** se dirigió a Klein para hablarle al respecto, advirtió “un atisbo
de desgaño en su respuesta”. Cuando MacGibbon estaba escribiendo la sem-
blanza, Klein fue a verla “para asegurarse de que mi relación de su obra era
cuidadosa, y de que la impresión que yo tenía de ella no estaba demasiado
desencaminada”. En cierto sentido, ella nunca estaba “fuera de su puesto”,
recuerda MacGibbon. En su artículo (que oportunamente apareció en The
Guardian) MacGibbon escribió que la respuesta de Klein era: “He hablado
tantas veces de eso”.
Su mente está en el futuro, indagando nuevos campos en los cuales sus descubri-
mientos, con sus amplias consecuencias éticas y sociales, están empezando a aplicarse. 25
En su mente continuaban hirviendo las ideas. Ante sus colaboradores
especulaba sobre la vida intrauterina. Entre sus escritos inéditos hay notas
que pertenecen al material que ella estaba reuniendo para trabajos sobre la
religión y la memoria que tenía proyectados. Una de las notas destinadas al
trabajo de la religión dice:
Cristo como la parte buena de Dios. Atenuaba al Dios duro y perseguidor el tener
un hijo que representa el amor y el perdón, pero que forma parte de él. Cristo dice: “Yo
estoy en mi padre y mi padre está en mí’; puede haber sido intolerable tener a ese Dios
solitario, duro y perseguidor que era una figura internalizada y por tanto acrecentaba el
superyó y las ansiedades...
Hay otro comentario igualmente interesante:
Por supuesto, deseo de vivir en el temor y en la muerte persecutoria, etcétera —en
relación con los instintos de vida y de muerte: en el cielo no habrá odio, sólo amor—
hallar nuevamente a parientes con los que ha habido envidia, celos, odio —donde habrá
abundante reparación porque hay únicamente amor— la religión, una expresión del ins-
tinto de vida.
Melanie31
Casi desesperada por recobrar sus fuerzas, pensó que lo lograría yendo
de vacaciones a Suiza, cuyas montañas siempre había amado. La señorita
Cutler estaba muy preocupada, porque Klein estaba demasiado enferma para
viajar, pero estaba decidida a llegar a Villars-sur-Ollon, donde Eric, que
estaba pasando sus vacaciones en otro lugar de Suiza, la visitaría. Más tarde
se reunió con ella Esther Bick, a quien se le había comunicado que su amiga
estaba gravemente enferma. La halló acostada, pálida y apoyada sobre
almohadones, pero se produjo un cambio espectacular cuando la señora
Bick le habló sobre los artículos que había leído recientemente y los ojos de
Klein brillaron de interés.
De algún modo Bick se las arregló para llevarla de regreso a Inglaterra.
Llamaron a una ambulancia; y la señorita Cutler nunca olvidará la cara ceni-
cienta y el cabello despeinado de aquella mujer que siempre se había acica-
lado con tanto esmero, cuando yacía desvalida, envuelta en una mama roja,
mientras los enfermeros la introducían en una ambulancia. La llevaron al
University College Hospital, donde le diagnosticaron cáncer de colon. A
principios de septiembre se realizó una operación, aparentemente con éxito.
La mayor parte de sus colegas estaban de vacaciones pero Hanna Segal,
Esther Bick y Betty Joseph iban a verla regularmente. La última de ellas
piensa que Klein deseaba saborear todos los momentos de la vida y que se
proponía experimentar la muerte plenamente. Habló con mucha franqueza
de su funeral, destacando que deseaba que careciera totalmente de carácter
religioso. Según Eric, estaba sumamente preocupada por un bebé que llora-
ba en otra habitación. Les dijo a sus colegas que comunicaran a la Sociedad
que Clare Winnicott estaba ya formada como analista.
Michael parecía enloquecer ante la posibilidad de que su amada abuela
se estuviera muriendo. Ella le dijo que no temía a la muerte. Lo único
Anna fue uno de los factores que lo hicieron retroceder. Pero eso no viene al
caso. El hecho es que la obra de Freud acerca del superyó deja esos grandes
descubrimientos, por así decir, en el aire. El gran adelanto hecho por
Abraham hacia la exploración de los niveles más profundos de la mente, en
sus trabajos sobre el sadismo oral y lo que él llamaba el nivel sadicoanal
más temprano, se orientaba en la misma dirección; pero tampoco la obra de
Abraham continuó, a causa de su muerte. De hecho el grupo vienes, bajo la
dirección de Anna Freud, se ha apañado considerablemente de las cuestio-
nes más importantes de Freud y de Abraham. También en otros lugares pue-
den observarse fuertes tendencias regresivas, o el desarrollo de ideas muy
divergentes. La muletilla de mi argumento es que tales descubrimientos, al
contener, como de hecho contienen, la semilla de un desarrollo ulterior del
psicoanálisis, resultan peligrosos de no seguir desarrollándolos y están tam-
bién en peligro de ser excluidos. La expansión de la obra de Freud en la
dirección por la que yo he optado, puede mantenerla viva en todo su signifi-
cado y en todas sus posibilidades. Esa es mi convicción; una convicción que
se funda en muchas observaciones, en el trabajo clínico y en el resultado de
muchas reflexiones. Usted mismo señala en su carta el gran peligro que
encierra para todo analista, y para el análisis en general, la tendencia a huir
de lo profundo y regresar. En ninguna parte es este peligro mayor que allí
donde se trata del superyó y de los niveles más profundos del inconsciente.
Esa es la razón por la cual afirmo en mi carta que si en nuestra sociedad pre-
valecen las tendencias regresivas, puede venirse abajo lo que es esencial al
psicoanálisis. Esas hostiles tendencias regresivas, aunque se dirigen particu-
larmente a mi obra, atacan de hecho también mucho de lo que el propio
Freud descubrió y afirmó entre 1920 y 1926. Es trágico que su hija, que
piensa tener que defenderlo de mí, no caiga en la cuenta de que yo estoy sir-
viéndolo mejor que ella.
REFERENCIAS
Lista de abreviaturas
BPS: British Psycho-Analytical Society J.o Int. J. Psuchoanal.: International Journal PQ: The Psychoanalytic Quartrerly.
[Sociedad Psicoanalítica Británica]. of Psycho-Analysis. PSA. ST. C.: Psychoanalytic Study of the
CO: Controversial Discussions JA: Jones Archives [Archivos de Jones]. Child.
[Controversias]. LGR Love, Guilt and Reparation [Amor, S. E .The Standard Edition of the Complete
EG: Envy and Gratitude [Envidia y gratitud] culpa y reparación]. Psychological Works of Sigmund Freud
IZP: Internationale Zeitschrif fur MKT: The MelanieTrust [AsociaciÓN [Edición inglesa de las Obras Completas
Psychoanalyse. Melanie Klein] de Freud].
Int. Rev. Psycho-Anal: International Review OHC: Oral History Research Library. Zbl Psychoanal: Jahrbuch de
of Psycho-Analisis. Columbia University. Psychoanalyse.