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No olvidar la guerra de Malvinas Sobre cine, literatura e historia Beatriz Sarlo En este ndmero de Punto de Vista, Rail Beceyro escribe sobre La lista de Schindler, ttima superproduccién de Steven Spielberg. Leyendo su articulo ¢sinevitable recordar Shoah deClaude Lanzmann: también una pelicula sobre elholocausto, Antes, hablando con Be- ceyr0 sobre lo que él iba a escril ambos coincidfamos en que Shoah ja- mis hubiera podido ser filmada por Spielberg. No se trataba simplemente de que Lanzmann hubiera demostrado ser ‘mejor director de cine’ que Spiel- berg. Se trataba de que Lanzmann, a diferencia de Spiclberg. se habia hecho algunas preguntas que estuvicron muy lejos del guién y de la filmacida de La lista de Schindler. Me quedé pensanio cules cran las preguntas, sobre cuya ausencia nos habiamos puesto muy ré- pidamente de acuerdo, que Spielberg habia pasado por alto y Lanzmann, en cambio, babfa puesto literalmente fren- tea su cimara! La pelicula de Lanzmann une dos perspectivas que sSloen aparienciap den resultar contradictorias: pos tomada ybiisquedade una verdad. Esta, or una parte, Ia furia con que Lanz ‘mann filina; acosa a los testigos: des- preciaa los aldeanos polaces que vefan pasar los renes cargados de judios mar- chando hacia las cémaras de gas: es duro, incluso, con los sobrevivientes a i6n quienes interroga de manera implaca- ble, En una escena, filmada en Israel, tunode ellos cuenta hasta donde puede. su experiencia. Con todo detalle, des- ccribe los pasos anteriores a la entrada cn las cdmaras y recuerda e1 momento {en que otros prisioneros y él mismo cortaban el pelo de las victimas. Se trata de alguien que logré salvar su vida y ‘que, dentro de las condiciones del cam- po de concentraciéa, organizé formas de resistencia y de sestenimiento. Ese hombre, que habla para el film en su peluqueria de Israel, en un mo- mento del relato, se interrumpe y ad- vertimos que, dominado por la fuerza del recuerdo, ya no quiere convertir ese recuerdo en palabras. Le pide a Lanz~ mann que deje de filmar aquello que, al ser revivido para la cémara, se ha convertido en algo demasido terrible. ‘hombre, todavia fuente y sin ninguno de Ios titubeos de ta vejez, no puede seguir recordando; Lanzmann insiste y Ja cémara no deja de filmarlo algunos segundos mas, que parecen intermina- bles. Ese registro del avance de su emo- ccidn (una marea de tiempo recobrado) Lanamann no quiere perderlo, ni sabe cul va a ser el final de la secuencia: ella podfa haber seguido, en lugar de {erminar donde termin6, casi abrupta- ‘mente. Lanzmann filma impulsalo por tuna furia racional, una especie de pa- 1, Esceibi bee Shoah, ol im que Claude [Lanzinann hizo a lango de cinco aa, erin ‘en 1945, y pul verse on Argentina co 1989, Ese primer anicuo,susctado po el impactode aque Naprimera visibexté en Punto de Vista, wimeo 36, diciembre de 1989. radoja, si se quire. Su testigo que co- micnza a recordar con fuerza, sin la- ‘mentaciones, sin dcbitidades, hacia el final se quicbra, La lucha que el plano registra es la del deseo de verdad y la nocesidad de, en un punto, dejar esa ‘verdad, abandonarla como seabandona un tersitorio, no para olvidar, sino para pasar, por el momento (hasta euén- do?) a otra cosa, Es dificil, en el trascurso de esa secueucia, tomar partido: quicro decir, casi imposible decidir si Lanamann hizo ‘bien’ en presionar hasta el de- senlace 0 si dsbi6 retirar la efmara cuando se lo piden, 0, incluso, algunos segunilos antes, para que ese pedido no hubiera tenido lugar. precisamente, frentea una cimara, ;Debid Lanzmann dejar a su testigo en cl momento en ‘que comenz6 a percibir que el re- cuerdo ya no podfa ser simplemente narrado sino que comenzaba a ser re- vivido? Si la respuesta fucra afirmati- vva, probablemente Shoal nunca sc hu- biera filmado. La furia y Ia basqueda de una ver- dad sobre el holocausto, estén unidas en este film donde Lanzmann arma un relato rabioso y detallista. En Shoah, 1 holocausto ésté contando en érmi nos materiales y materialistas: se trata de saber eu‘into tiempo tardan en que~ marse mites decakiveres, cudntopesan sus conizas, c6mo se dispone de los tuesos, qué hay que hacer para evitar que kr came se pudra, como pueden transportarse por ferrocarril 0 por ci- rretera centenares de miles de victimas hasta los homos. Para Lanzmann, el holocausto muestra sus dimensiones gi- gantescas cuando se picnsa que son sy miles de cuerpos Tos quedeben ‘jecutados, clasificados, ordenados en su muerte. Lanzmann no olvida el holocausto (como 1o olvida la super- eoducciGn deSpiclberg) porqucto bus- ‘ca allf donde el holocausto le parece sencillamente inotvidable: la mis des- comunal operacién de ascsinato masi- vyode que se tenga noticia. Para narrarka cera necesario saber, verdaderamente, ‘e6mo cra la muerte en cack uno de sus pasos. No fue fficil matara tanta gente: Ia frase slo en apariencia es banal. La historia det holocausto, entonces, pue~ de ser contada porque se ha encontrado tuna forma de relalo que remite a una forma de los hechos. Este descubri miento espectacular de Lanzmann per- mite pensar. Relef Los pichiciegos de Fogwill ‘Trataré de poner esic revorrido en una perspectiva que muestre que la relee- tura no fue azarosa. Escribe Fogwill: £1 polvo quimio. Ea esas puts sas 90 {Gaeda un solo taro de polvo quinico.;Por {PE lo derecharon? Lo derocbaron 10 ol- ‘ataroa: (No queda un puto ta de polvo quimico! Nilo ingles oe malviners, ni os marinas ni los de aeronsutica: nt Tos de tomando. nls de poi militar tienen un miserable fraxquito do polvo guimieo. tan novcars. No hay polo qinien nadie tiene. ‘Con pal quinicoy piso deters. cogs uno, cagin dos tes, cuatro, 0 cinco y I tnlerda se seca. o sla ol. x apelotona ye comprime yal ia siguiente ela puede ‘scar con lis manos sinasco, como s fers Piedra, © cagada de pijaro.=? Elproblemaesel mismo, la peegun- ta que hace visible el problema es ‘misma: la guerra de Malvinas pertene- cea un orden de materialidad que es previo y fundante de toda posibilidad de relato sobre la guerra, Cuando lax cosas dicen su verdad, materializan el recuerdo, Cuando la necesidad de pol- yo quimico es tan grande, cuando la cearencia de polvo quimico hace que la gente convierta su refugio en cucvas apestosas 0 se congele en ef viento de la noche, la guerra comicnza a.er algo visible para el lato. La guerra, como el holocausto, se denuncia en os ob- jetos manipulados por una tecnologia sofisticada 0 transformados por las a= tesanias de supervivencia, Para hablar de la guerra no hay términos generales: (se sabe o no se sabe lo que Ia guema hhace con los cuerpos (0 se sabe 0 n0 se sabe lo que es un home de eremaciin y cudnto tarda ea terminar eon_una remesa de hombres ¥ mujeres). En la novela de Fogwill, la guerra de Mal- vvinas es traducida a los saberes nece- sarios pura Ia supervivencia: las astu- cias para negociar en un mercado casi inverosimil donde se intereambian a¢- ciones de espionaje 0 intervenciones belicas por pilas para intermas, cigarri- Hos y raciones. Los pichis son una colonia de so- brevivientes deta que schan ausentado todos los valores, excepto aquellos que pucden traducirse en acciones que per mitan conservar la vida. Si el nudo de laguesraes liquidaralenemigo, elnudo de lacolonia pichi esevitar. a cualquier precio, que ello suceda con los miem- bros de la colonia. Los pichis parecen, primera vista, una tribu. Sin embargo, a diferencia de las tribus, su 1az0 ¢s ‘efimero: durari hasta la muerte de cada tuno de ellos y no perdarara més alld ‘dc la muerte excepto en la voz. del pichi que recuerda (parael escritor que trans- cribeesa vor imaginaria). Los ha unido, temporariamente, no una identidad no una necesidad: no comparien una ‘memoria mas vieja que la del comienzo de ta invasidn a Malvinas. Comparten, alo sumo, algunos chistes, anéedotas ‘que se van intercambiando en la oscu- ridad del encierro subterrineo que ellos ismos han construido cavando el sue- Jo de la isla; vienen de todas tas pro- fas y en cada uno de ellos esti auscnte el lizoque consituye una iden- tidad nacional. Paradgjicamente, es la guerra la que ha destruido. para ellos, toda idea de nacidn: Hlegados a Malvi- nas como soMlados de un ejército na- Ccional, las operaciones de ese cjército than deteriorado todos los lazos de na- cionalidad. De la nacién, to nico que {os pichis conservan es la lengua. As, ‘inbu pichi ha definide un nuevo territorio, la colonia subterréncadonde se refugian parasubrevivir, y donde los valores se organizan en funcién de esa isin social inica: la de conservar la vida, Fogwill muestra asi Ta paradoja Ja guerra. La aventura en Malvinas fue para la dictadura militar una ocasi6n para intentar la construccién de ‘una ‘unidad nacional indispensable a la su- pervivencia politica de su régimen. Si ‘enel teatro dela Argentina continental, durante los meses que duré la guerra, cesteobjetivo fue parcialmente alcanza- do en la medida en que millones en- ‘contraron, enun patsiolismorecign des- cubierto cl 2 de abril, un punto de ‘dentidad que fa dictadura, entre otras cosas, precisamente haba eorroido; en 2. Los pichiciegor, Buenos Aires, Sudamest- ‘ana, 1994, pg. 9, seguodacdicin. Lacseritura {Seta novela ext fecada entre el 11 yel 17 de junio de 1992. ¢l teatro material de la guerra, las islas Malvinas, lanovela de Fogwill muestra «que esa identidad nacional es lo prime- +0 que se disuclve cuando sus hipoté- ticos portadores han sido jugados como eones en una escena donde la debi dad de los principios unificadores se Potencia con la proximidad de la muer- te, Entender a los pichis es entender Precisamente to que una guerra (no ‘cualquier guerra, sino ésa, la desenca- denada por la aventura de Galiieri)hace ‘con los hombres. Con alguna razén, Fogwill ha dicho que su novela noes pacifista. En efecto, l pacifisino plantca tos problemas de Ia legitimidad de ta guerra y concluye duc la guerra no es un recurso dltimo sino un extremo indescable. Esa cues- Uiéa no es la de Los pichiciegos: la novela no quicre demostrar nada y sus personajesno estén en condiciones ide- olégicas ni discursivas para reflexio- nar. Los pichis eareven absolutamente de uturo, caminan hacia la muerte y, en consecvencia, sélo pueden razona en términos de estrategias de super- vivencia, Su tiempo es puro presente: y sin lemporalidad no hay configuracién del pasado, comprensién del presente ni Proyecto. Como muertos futuros, Los pichis s6lo pueden pensar en un apla- zamicnto, boraa hora, deese desenlace. sin dejarse capturar por el deseniace y, ala vez, sin la ilusién de que exis algén tiempo para ellos. En esas con- diciones de miseria simbdlica, la nove- Japresenta las condiciones de lamiseria material y las astucias de las transac: ines en un mercado que también es oro presente. La novela imagina, asi, eémo es ‘materialmente una guerra: la ficciGn, Pesta situaciGn coneretaa partir del registro de hs acciones y del inventario de las cosas, piensa cémo es el fro, el dolor de una herida, cl olor del cuerpo vivo © descomponiéndose, en situa- ién de guerra. ¥ como se trata de una guerra del siglo XX, la ficcién piensa ‘con Tos niimeros, tas cantidales, los Pesos, las medidas, las distancias, la ‘materia, Sin héroes ysin traidores (por- ue Ta suspensién de los valores en el teatro de esa guerra hace casi imposible su emergencia), la novela evalda en Xéminos de un mercado de sobre vientes y, se sabe, un mercado es abs- ractoen sus reglas de funcionamiento general de intercambios y concreto en JaapreciaciGn particular de tas mercan- cas que se intercambian en cada acto. As, la literatura piensa cosas. relacio- nes entre cosas, medidas de distancia y de ticmpo que permiten 0 obstacu- lizan el logro de cosas, procesos de conversién (como la muerte misma) de Jos cuerpos en cosas. En la tribu de los pichis, os que piensan son los jefes (los Reyes de la tnibu) y lo hacen en la Jengua de las cosas 0 en la lengua de Jos procesos que afectan a las cosas y ‘afectan a 10s hombres como silos hom bres fueran cosas: Se asomné al almacén, La poca luz. de la estufa no permitia ver. Buses la linterna ipo, desvestido, abrazaba una bolsa de opas, donde guardaban papas y cebollas argentinas. Volvié a gritarte: —iPipo! {Carajo! ;Despertate! ipo no respondis. EI ba por el pasade- 10 para despertarlo. En el almacén lo sacs- 46 y Pipo se solté de Ia bolsa y cayé de ‘cabeza al suelo, con su pecho desnudo de siempre. Tras 1 se derrumbé la bolsa y salieron rodando cvatro papas, dos cebo- Has, y —algo inexplicable—, una naranja {resca y recgn pelada, Pipo también estaba rmuerto. Desde abajo Hamé: —;Turco! j Viterbo!— {Donde estarian? Volvi6 al tobogin, pasé 2 Ta chimenea de los britinicos. [La radio funcionaha captando a un mis- ‘mo tiempo transmisiones militaes inglesas yaargentins[..] Losdos britinizos estaban tirados en el piso y atrés de ellos Manuel seguia envuelto en su bolsita de dormic color rosa. Pated a un inglés que tenia la pierna flexionada, la pierna se estré y la ota del paracaidista fue a dar contra la espulda de su companero. Los dos muertos Coerié a i chitmenea principal. Todos los pichis pareeian dormidos. Los recorris con la linterna {Estaban todos muertos? $i todos muertos, Los conis, tal ver alguna cesaba afuera y se habia salvado, Volvic contarlos, vientiues, mis €l, veinticuatr: todos lor pichis de esa época estaban ah abajo y él debia ser el nico vivo. Sintié ‘mareo y reconocié el olor del aire, olor a Pichi, olor a vabo del socavén y olor fuerte ceniza. Era la estufa, el tro de la estufa ‘con su gas, qxe los habix matado 3 todos ¥¥ sino se apuraha lo matiria también a él [1 Quiso salir despacio, para no respi rar misaquelaie que habia matadoa todos Después, afuer, lo entendis los cables de lacantonasde os britinisorhahian aysdado a Ja nieve a tapar el traje de Ia stuf: la

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