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Fecha: 1 de mayo
El parque estaba lleno, sobre todo de niños, pues un día antes fue el Día del niño. Los
papás se formaban mientras sus hijos esperaban con impaciencia las entradas. Cuando
llegamos Melanie, Andrea, Luna, Lilian y yo compramos el Pase mágico, con el cual
tuvimos acceso a la mayoria de los juegos, siempre y cuando alcanzáramos la estatura
adecuada, un metro y treina centímetros, o por contrario, no rebasáramos el metro y
veinte, todo dependía del juego. Luego de tener las entradas, Melanie y yo llevamos las
mochilas a la paquetería, ya que no se permitía el acceso con éstas.
El siguiente juego fue el de los Carros chocones, para subirte debes medir más de un
metro y treinta. Por fortuna, nosotras alcanzamos la estatura mínima, aunque debo decir
que mis amigas me molestaron continuamente con mi altura, pues soy la más pequeña del
grupo, incluso mido menos que Lilian, la hermana de Luna, que con trece años nos gana
a todas. Tuvimos que esperar unos minutos para abordar a los carros, ya que habían
muchos niños adelante, cabe añadir que algunos no pudieron subir y sus madres, con la
cara roja de ira y cabellos parados del coraje, reclamaban a los trabajadores no dejar jugar
a sus hijos. Luego de las riñas entre madres y trabajadores, logramos ingresar, cada una
se adueñó de un carro. Al principio, no sabía como controlarlo, por eso durante el primer
minuto mi único enemigo fue una pared, sin embargo, posteriormente, mi carro funcionó,
mas no dejaba de dar vueltas rápidas. Quizá me hubiera quedado todo el día dando
volteretas si no hubiera llegado Andrea a salvarme con un choque mortal que me detuvo.
Gracias a ella pude controlar bien mi vehículo y combatir en choques con las chavas, que
es como las llamo.
Enseguida, abordamos al Guacala, un juego al que ni Luna ni Andrea querían subirse, sin
embargo, bastaron una pocas palabras para convencerlas. Ahí, cada una se sentó sola, en
asientos lejanos. Esperaba que el juego comenzará cuando una niña, de cuyo nombre no
me acuerdo, se subió delante de mí. Parecía una personita agradable, su ropa era toda
azul, al igual que su muñeca, una Monster High que su mamá le regaló un día antes y que
se convirtió en su mejor amiga. Además, era muy parlanchina. Me preguntó sobre mi
edad, mi escuela, mis muñecas y mis amigas. El juego comenzó, consistía en girar y girar
y girar, de ahí su nombre, Guacala. Desde la primera vuelta sentí ganas de vomitar, mi
cabeza se agitaba de un lado a otro y mi estámago se revolvía como si dentro tuviese una
licuadora. La niña azul, parecía no tener molestias, se volvía para hablar conmigo y
seguir platicando. Por mi parte, trataba de seguir el hilo de la conversación, pero el mareo
cada vez se hacía más intenso, por lo que la niña azul se dio cuenta de mi tormento.
Como toda una buena amiga, dijo que se me bajó la presión por tanta vuelta, no con eso,
me aconsejó tomar una Coca cola al bajar del juego, y si más tarde me encontraba mejor
reunirme con ella y visitar juntas El sendero del terror, ella me cuidaría de los monstruos,
dijo.
Aproximadamente, la tortura duró diez minutos. Las chavas y yo bajamos del Guacala,
todas, menos Lilian, nos veíamos más pálidas que el propio Demetrio Latov,
caminábamos como borrachas y teníamos ganas de vomitar, no obstante, el pudor pudo
más que las naúseas. Tuvimos que esperar media hora para recuperarnos. A nuestra edad
es casi mortal un juego como ése.
Cuando bajamos, Luna y Andrea nos esperaban comiendo papas y nachos. Enseguida,
subimos más veces al Huracan y a los carros, se convirtieron en los juegos más
frecuentes. Un poco cansadas de subir siempre a lo mismo, Luna nos compró boletos para
el Laser Mase, el cual consistía en entrar a un cuarto obscuro lleno de luces
fosforencentes que debías esquivar para llegar al boton que las desactivaba. Todas
entramos, Melanie y yo sólo tocamos seis lasers, Luna y su hermana siete y Andrea, que
se burló de nuestra derrota, tocó ocho. Todas nos mofamos de su fracaso.
Una sección que nos entretuvo mucho, fue la parte de "las maquinitas", donde la mayoría
de las veces jugamos Aplastatiburones, consistía en, como dice el nombre, aplastar
tiburones con un mazo. También jugamos Atinaelbolo, un mini juego de bolos.
Ya era algo tarde, pero faltaba visitar un sitio: La casa de los espejos, mi casa preferida,
por cierto. Era un laberinto lleno de ilusiones ópticas. Por ratos pensaba encontrar la
salida, mas me topaba con un pasillo cerrado. Estaba, al igual que las chavas,
maravillada. Me descuidé un segundo, pues la niña azul también entró y me preguntó si
estaba bien para entrar con ella a El Sendero, cuando esuché un estruendo, Andrea se
estampó contra un espejo, la patita del lente se le enterró y su párpado sangraba. Todas
nos alteramos, pues la sangre se veía muy espesa y escucurría a chorros. Andrea también
estaba espantada, pero mantuvo la calma. El Centro Médico de Perimagico la atendió
muy bien y actuó con rapidez. Unos minutos después, pusieron un parche en la herida y
Andrea estaba ríendo y con el estómago rugiendo. Entonces decidimos ir a comer, no hay
nada que un burrito y unos churros no arreglen.