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El ecofeminismo como herramienta de transformación

Yayo Herrero 7/03/2018

El ecofeminismo es una corriente diversa de pensamiento y movimientos sociales que


denuncia que la economía, cultura y política hegemónicas se han desarrollado en contra
de las bases materiales que sostienen la vida y propone formas alternativas de
reorganización económica y política, de modo que se puedan recomponer los lazos rotos
entre las personas y con la naturaleza.

Los ecofeminismos iluminan funciones, trabajos y a personas habitualmente


invisibilizadas y subordinadas, y señalan la necesidad de otorgarles valor y prioridad si
queremos aspirar a que la vida humana pueda mantenerse tal y como la conocemos.

El punto de partida es la consciencia de que la especie humana vive encarnada en


cuerpos que son vulnerables y finitos. Cuerpos que hay que cuidar a lo largo de toda su
existencia, y de forma más intensa en algunos momentos del ciclo vital. Cada ser
humano, individualmente, no puede sobrevivir si no recibe una atención que garantice la
reproducción cotidiana de la vida. En las sociedades patriarcales, quienes
mayoritariamente realizan esas tareas son mujeres, no porque sean las únicas capaces de
hacerlo, sino porque la división sexual del trabajo impone su realización a través de
diversos mecanismos: la socialización, las nociones del deber o de sacrificio vinculado
al amor o simplemente el miedo.

Pero además, la vida humana se inserta en un medio natural, al que pertenece y con el
que interactúa para obtener lo necesario para mantener las condiciones de existencia.
Este medio natural tiene límites físicos e impone constricciones que chocan
frontalmente con la dinámica expansiva del capitalismo.

Ningún ser humano puede vivir sin esa interacción con la naturaleza o sin recibir
cuidado. Sin embargo, la sociedad occidental se ha construido sobre una peligrosa
fantasía: la de que los seres humanos, gracias a su capacidad de razonar y conocer,
podían vivir ajenos a la organización y límites de la naturaleza y a las necesidades
derivadas de tener cuerpo.

Solo unos cuantos individuos –mayoritariamente hombres– pueden vivir como si


flotasen por encima de los cuerpos y de la naturaleza, y lo hacen gracias a que, en
espacios ocultos a la economía y a la política, otras personas, tierras y especies, se
ocupan de sostenerles con vida. Son una minoría, pero la política y la economía se han
organizado como si ese fuese el sujeto universal.

La economía, nacida en este contexto, razona exclusivamente en el mundo monetario y


expulsa de su campo de estudio los procesos complejos de la regeneración natural, la
finitud de los recursos y los trabajos de cuidados, a los que, en el mejor de los casos
considera una carga. Esta mirada corta ha terminado generando una profundísima crisis
ecosocial que amenaza con llevarse por delante la vida.

La mirada ecofeminista permite tomar conciencia de oposición y conflicto entre el


capital y la vida, y puede ayudar a reconfigurar la lógica política y económica.
El punto de partida es la inevitable reducción de la extracción y presión sobre los ciclos
naturales. En un planeta con límites, ya sobrepasados, el decrecimiento de la esfera
material de la economía global no es tanto una opción como un dato ineludible. Esta
adaptación puede producirse mediante una lucha desigual y violenta por el uso de los
recursos decrecientes o mediante un proceso de reajuste decidido y anticipado con
criterios de equidad.

Ese aterrizaje forzoso de la economía en la tierra y en los cuerpos, obliga a promover


una cultura de la suficiencia y de la autocontención en lo material, a apostar por la
relocalización de la economía y el establecimiento de circuitos cortos de
comercialización, a restaurar la vida rural, a disminuir el transporte y la velocidad. Para
que este proceso sea justo son condiciones necesarias el reparto de la riqueza y de las
obligaciones que se derivan del hecho de ser especie y tener cuerpo.

Si señalásemos en el mapa del mundo los lugares en los que se viven guerras formales o
informales, veríamos que en la mayor parte de ellos lo que está en disputa es el control
del territorio, de los minerales, de los ríos y del cuerpo de las mujeres. Ejércitos y
mercenarios se enfrentan a poblaciones que intentan oponerse a proyectos extractivistas,
a la construcción de infraestructuras o a los monocultivos de soja, palma... y de
pensamiento.

Si miramos, aún con más detalle, veremos que quienes protagonizan esas luchas y
sostienen a sus comunidades, son mujeres. El territorio y el cuerpo de las mujeres son el
campo de batalla y de resistencia... Nuestra prioridad es poner en el centro la vida, no
solo la nuestra, sino las de una humanidad que naufraga

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