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Pero además, la vida humana se inserta en un medio natural, al que pertenece y con el
que interactúa para obtener lo necesario para mantener las condiciones de existencia.
Este medio natural tiene límites físicos e impone constricciones que chocan
frontalmente con la dinámica expansiva del capitalismo.
Ningún ser humano puede vivir sin esa interacción con la naturaleza o sin recibir
cuidado. Sin embargo, la sociedad occidental se ha construido sobre una peligrosa
fantasía: la de que los seres humanos, gracias a su capacidad de razonar y conocer,
podían vivir ajenos a la organización y límites de la naturaleza y a las necesidades
derivadas de tener cuerpo.
Si señalásemos en el mapa del mundo los lugares en los que se viven guerras formales o
informales, veríamos que en la mayor parte de ellos lo que está en disputa es el control
del territorio, de los minerales, de los ríos y del cuerpo de las mujeres. Ejércitos y
mercenarios se enfrentan a poblaciones que intentan oponerse a proyectos extractivistas,
a la construcción de infraestructuras o a los monocultivos de soja, palma... y de
pensamiento.
Si miramos, aún con más detalle, veremos que quienes protagonizan esas luchas y
sostienen a sus comunidades, son mujeres. El territorio y el cuerpo de las mujeres son el
campo de batalla y de resistencia... Nuestra prioridad es poner en el centro la vida, no
solo la nuestra, sino las de una humanidad que naufraga