Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
TEOLOGÍA Y CULTURA
COMPENDIO DE LECTURAS
2012
1
TABLA DE CONTENIDO
Introducción…………………………………………………………………………………………………
1. Concepto de cultura………………………………………………………………………….. 5
2. Interculturalizando el Multiculturalismo……………………………………………. 13
3. Inculturación del Evangelio ………………………………………………………………. 26
4. Inculturación del Evangelio ………………………………………………………………. 00
5. De la Inculturación a la Interculturalidad ………………………………………… 40
6. Interculturalidad y Teología ……………………………………………………………… 50
7. Pluralismo cultural y religioso………………………………………………………….. 59
8. Influencia de las culturas vecinas en la cultura de Israel ..…………….. 72
9. Constitución del 91 …………………………………………………………………………… 76
2
INTRODUCCIÓN
El proyecto de Dios surgió en el período tribal como una experiencia intercultural, tejida
magistralmente por tribus venidas de lugares distintas, con culturas diferentes, pero unidos en
torno a un sueño de justicia, para lo cual encuentran un Dios, de a pié, que decide acompañarlos
en esta aventura.
Sin embargo, no tardó en llegar como una tempestad o como las siete plagas, un fenómeno
llamado monarquía. Y ahí fue Troya. El gobierno comunitario se convierte en el gobierno de uno
solo, que a través de la llamada “teología de la corona” y con la ayuda de sabios teólogos, teje en
la conciencia del pueblo, el orgullo malsano de conceptos como el de “pueblo elegido”, un “Dios
único, celoso, poderoso, omnipotente y omnipresente”, el rey como “hijo predilecto de Dios”, Etc.
La monarquía con su pretensión de ejercer el poder absoluto y controlarlo todo, adhiere a la idea
de nación, la idea de un Dios exclusivo que excluye y condena las experiencias religiosas de los
otros pueblos. Los demás pueblos serán ateos, idólatras o paganos. Aquí se ve claro el pecado de
toda monarquía, cuya ambición de convertirse en una nación grande, fuerte, y poderosa la
vuelven al mismo tiempo una nación fanática, dogmática, ideologizada, excluyente, etc. Dios no se
opone a ser el Dios de un pueblo, por esto acepta, aún en medio de la monarquía, seguir siendo el
Dios de Israel (1sam 8,7), pero no puede aceptar convertirse en una “marca” de uso exclusivo,
manipulable y excluyente.
Pero no solo la Iglesia ha sufrido de la enfermedad del monoculturalismo. Los estados en todos
sus tiempos, hasta hoy, al igual que la monarquía israelita, sufren la fiebre del poder absoluto.
Hoy el mercado, por sus intereses de nuevos clientes, acepta sin problemas la diversidad cultural,
3
pero todavía no da el paso a la interculturalidad, que le exige no solo reconocer el otro sino
compartir e interactuar con otro diferente.
El presente curso no se detendrá en la historia de las víctimas y los victimarios, bastante conocida
por todos y todas, queremos mejor, profundizar en conceptos como cultura, asimilación cultural,
multiculturalismo, inculturación, que nos permite encontrar el camino de la interculturalidad y el
pluralismo religioso.
Como no todo esta dicho, este curso busca que podamos tener elementos para construir una
propuesta de Teología Intercultural. En otras palabras, ser teólogos de la interculturalidad.
4
CONCEPTO DE CULTURA
(Módulo Fundamentos de Antropología. Davir Eliecer Arias Marín. FUCLA. Enero de
2009)
5
sea experta en el manejo y arreglo de carros y de motos, ni tampoco significa que
siendo experta en estos temas no tenga conocimientos generales más amplios en otros
campos. Una persona puede hacer cualquier cosa. El uso del término cultura como
atributo social establece una distinción entre individuos que “saben mucho” e
individuos que “saben poco” en relación a cierta clase de conocimientos generales.
Como podemos ver, y para decirlo de otro modo, el tipo de cultura al que nos hemos
referido tiene que ver con el conocimiento intelectual. El conocimiento de actividades
que involucren el cuerpo –salvo las artes dramáticas o la danza, consideradas dentro
del campo artístico- y el trabajo material suelen ser menos valoradas en nuestra
sociedad. Es en este sentido que afirmamos que la cultura es un atributo social que
jerarquiza y clasifica a los individuos; atributo, además, en la medida en que es algo
que se adquiere.
Relacionado con lo anterior, encontramos que el término cultura está también asociado
con las buenas maneras. Las personas incultas en este caso son aquellas de las que
decimos que no se saben comportar en público porque no manejan las buenas
maneras: saber conducirse en una conversación, utilizar correctamente los cubiertos
en la mesa, no emitir sonidos extraños mientras se come, son ejemplos que tenemos
en cuenta para categorizar a las personas y comenzar a definir el grado de cultura que
ellas tienen. En tiempos recientes, se ha hablado mucho acerca de la cultura
ciudadana, la cual ha sido entendida por funcionarios y por la gente en general, como
el uso correcto de los espacios públicos, uso que, valga decirlo, está mediado por
diferentes tipos de prohibiciones: no botar basura en parques y calles, no orinar en
lugares públicos, atravesar las avenidas por las cebras evitando en lo posible
serpentear entre los carros, no invadir andenes y calles con ventas ambulantes, no
escuchar música a alto volumen, son algunas de las regulaciones que están dentro del
concepto de la cultura ciudadana. Como se ve, esta noción de cultura entraña un
carácter policivo. Es de esta forma como la cultura ciudadana intenta trasladar los
buenos usos y las buenas maneras a sitios públicos como las calles, las aceras y los
parques. El concepto de cultura ciudadana entraña, además, una noción de
pertenencia, conservación de espacios públicos y un sentido de vecindad diferente que
intenta poner los intereses públicos por encima de los privados.
6
una de las ideas que más influyó en el origen y desarrollo de la antropología. En
efecto, hasta hace poco –y podríamos decir que aún hoy- algunos intelectuales se
refieren a cierto tipo de sociedades como sociedades salvajes. Hoy en día se ha vuelto
difícil p*ara los académicos sostener una distinción entre cultura y civilización, de
forma tal que es muy común que para designar las mismas cosas se empleen
indistintamente ambos conceptos.
Pero hay situaciones más complejas que dificultan hacer esa distinción: hasta el
momento no es claro hasta dónde el sentido de territorialidad que manejamos las
personas, y el cual se expresa en la instauración de la propiedad privada o en la
división compartimentada de nuestros hogares, obedece a un código genético que
llevamos inscrito en lo profundo de nuestro organismo o a un aprendizaje social y
cultural que nos informa que todos tenemos derecho a tener nuestro espacio, a
conseguir nuestras cosas y a ejercer el derecho de propiedad sobre ciertos lugares,
objetos, creaciones intelectuales, e incluso, sobre ciertas personas (decir mi novia, mi
esposa, mis hijos, expresa ese sentido de territorialidad y de propiedad por el cual no
pocas veces tenemos serios inconvenientes). ¿De dónde viene, pues, ese sentido de
privacidad y territorialidad que tanto defendemos? ¿Es una mezcla de cultura y de
genética?
Tampoco resulta fácil explicar aquí el problema de la prohibición del incesto, el cual ha
sido motivo de disertación de libros de científicos brillantes como Claude Lévi-Strauss,
Sigmund Freud y Robin Fox. El problema que se plantea es si la prohibición del incesto
es un asunto que obedece a los impulsos naturales de los seres humanos o si más bien
se trató de la primera regulación de tipo social que dio origen a lo que hoy conocemos
como cultura. En este caso, la pregunta que nos hacemos es si el incesto fue un
impulso natural o una creación cultural.
Para resolver estas cuestiones, generalmente se ha apelado a explicar lo biológico o lo
natural como la predisposición genética a hacer algo, mientras que lo cultural ha sido
entendido como el hecho en sí. De esta forma, hay quienes piensan que el ser humano
tiene una predisposición biológica a la guerra, la muerte y la destrucción, pero al
mismo tiempo este impulso ha sido controlado por los dispositivos culturales ideados
para evitar tal destrucción, dispositivos relacionados con las reglas, normas, sanciones
y códigos de leyes inventados para hacer posible la vida en sociedad.
7
que desde temprana edad somos familiarizados y “naturalizados” en una cultura, al
punto que cuando llegamos a cierta edad nos desenvolvemos con naturalidad por
nuestra cultura. De ahí las dificultades que encontramos cuando estamos en un país
diferente, donde se habla una lengua que no conocemos y donde la gente se comporta
de modo diferente: en situaciones así debemos llevar a cabo un aprendizaje para
conseguir familiarizarnos con esa diferencia. Debemos encontrar la forma de que esa
otra cultura que se nos presenta como diferente deje de parecernos como tal a fuerza
de interactuar cotidianamente con ella y dentro de ella.
8
retomada después por la teoría funcionalista de la antropología, la cual desarrolló esta
noción de la cultura asumida por Tylor.
Por último, Edward Tylor nos habla de “aptitudes y hábitos adquiridos por el hombre
como miembro de la sociedad”, lo que significa al menos dos cosas: una, que la
cultura no es algo innato ni se transmite genéticamente, sino que se transmite y se
adquiere a través de complejos procesos de socialización. Y dos, que esta adquisición
de la cultura sólo se da en la medida en que el ser humano vive y pertenece a una
sociedad. La cultura es un hecho colectivo, no individual.
Así, vemos que la definición de Tylor, aunque general, es potencialmente rica en ideas
y reflexiones.
Posteriores a esta célebre definición de Tylor, han surgido otras maneras de entender
la cultura que establecen énfasis diferentes en la manera de entender tal concepto.
Para algunos, la cultura puede entenderse como el conjunto de mecanismos y
estrategias ideados por el ser humano para adaptarse al medio ambiente y satisfacer
las necesidades básicas. Esto incluye las herramientas, las construcciones, la ropa, y
en general, todo tipo de artefactos creados por el ser humano para hacer frente a las
contingencias del ambiente. Así, en una etapa antigua, ante el frío y la lluvia los seres
humanos buscaron abrigo en las rocas o construyeron campamentos y confeccionaron
las primeras prendas de vestir con las pieles de animales y otros materiales extraídos
de la naturaleza para protegerse. Cuando hubo deseo o necesidad de navegar, el ser
humano encontró la forma de construir diferentes tipos de embarcaciones para llevar a
cabo su travesía. Para obtener la comida (bien sea cazando, pescando, recolectando o
cultivando) el ser humano se ha valido de distintos tipos de herramientas que le
ayudan en la consecución de este propósito. Para cazar animales, se ha valido de
flechas; para rasgar la piel de ese animal, se habrá valido de piedras afiladas que él
mismo fabricó. Vemos cómo ante cada una de estas necesidades el ser humano ha
encontrado algunas respuestas adaptativas. La cultura, entendida de esta forma, fue el
conjunto de respuestas adaptativas para cada una de estas necesidades. La cultura ha
sido, por decirlo así, el mecanismo de defensa que introdujo el ser humano ante la
imposibilidad de desarrollar adaptaciones biológicas análogas a las de otros animales,
los cuales, como bien sabemos, están equipados para nadar a grandes velocidades,
trepar árboles, cazar con sus propias garras, desgarrar las pieles de los animales con
sus dientes, etc. Esta estrategia adaptativa conocida como cultura surgió precisamente
ante la ausencia de un equipamiento biológico que nos permitiera satisfacer nuestras
necesidades básicas de alimentación, abrigo, calor, transporte, entre otras. Pero a
diferencia de otros animales, hay que decir que el ser humano tuvo la predisposición
biológica para desarrollar este tipo de respuestas que con el paso del tiempo se ha ido
complejizando más y más.
Otra forma de entender la cultura está relacionada con el origen de la prohibición del
incesto y de otras prohibiciones que han hecho posible la vida en sociedad. En efecto,
la cultura se puede entender como esa serie de reglas, normas y mecanismos de
control que surgieron en diferentes momentos de la vida humana para poder vivir en
sociedad. En primera instancia, la instauración de una regla es producto de un acuerdo
social, un pacto, justamente un “arreglo” entre individuos de un mismo grupo para
hacer viable la vida en sociedad. Surge como un asunto de conveniencia que permite
la permanencia de un grupo humano y su reproducción a lo largo del tiempo. Sin el
9
reconocimiento de esas reglas, la vida en sociedad sería verdaderamente
impracticable. Esto importante paso supuso además el primer intento de poner los
intereses colectivos por encima de los intereses individuales, no solamente como
expresión generosa de altruismo o de solidaridad, sino como una constatación de que
esta sería la única opción de sobrevivencia que tenían los seres humanos para poder
sobrevivir en este mundo.
En este mismo sentido, cabe decir que la cultura se parece realmente a un juego, pues
qué otra cosa es un juego sino el permanente seguimiento de reglas y normas para
poder jugar. En efecto, en la medida en que nosotros estemos familiarizados con las
reglas de ese juego al que damos el nombre de cultura, sabremos desenvolvernos
mejor en ella. El aprendizaje de la cultura no es otra cosa que el aprendizaje de esas
reglas y normas que rigen el complejo juego que empezamos a crear hace cientos de
miles de años.
Una tercera acepción del término nos dice que la cultura es historia. Esto quiere decir
que toda cultura tiene una dimensión histórica, lo que significa que la cultura es el
resultado de un largo y complejo recorrido histórico de los grupos humanos. Al mismo
tiempo, es necesario admitir que la historia de un grupo humano se va forjando con
base en esas mismas experiencias culturales que son el resultado de un trayecto
histórico. La historia de un grupo humano no debe entenderse como un proceso
aislado. En efecto, a través de los años, y debido a sucesivos y diferentes procesos de
migración, de guerras e intercambios, podemos comprobar cómo la historia de un
grupo humano es en verdad la historia de los intercambios económicos, políticos,
religiosos y culturales de ese grupo con otros grupos. La historia de los griegos no es
del todo comprensible si no se lee en relación con los persas y los romanos. La historia
de los romanos es entendible cuando se lee en relación con los germanos y los
cartagineses. Así mismo, la historia del pueblo español tampoco es comprensible si no
se hace referencia a pueblos como los romanos, los visigodos y los árabes, como
tampoco es comprensible la historia de América si no se hace referencia a la historia
de España. Es así como la historia y la cultura son dos aspectos cruciales que definen
la esencia y la identidad de una sociedad. La relación entre la cultura de una sociedad
y su historia no solamente es muy estrecha, sino que también es muy compleja y de
ahí la importancia de no desligar el conocimiento antropológico del conocimiento
histórico1.
1
Llamamos sociedad a la agrupación de individuos organizados de alguna forma, mientras que
designamos como cultura a las expresiones y manifestaciones de ese colectivo de individuos. Cabe aquí
señalar que podemos hablar de sociedades humanas o de animales, en tanto que la cultura parece ser
un atributo exclusivamente humano, a pesar de las evidencias recogidas por los científicos de aquello
que llaman protocultura entre primates superiores como los chimpancés. En todo caso, aún aceptando
que un chimpancé logra hacer algunas cosas notables como cortar una ramita para untarla de saliva y
después introducirla por un orificio en el suelo para extraer termitas –lo que bien puede considerarse
una herramienta en este caso fabricada por un simio- y aprender otras cosas igualmente notables
debidas a la influencia humana, el grado de desarrollo cultural alcanzado por un ser humano no se
compara con el de un chimpancé, un perro o un delfín. Existe una brecha cultural que los animales –
salvo los de las tiras cómicas- aún no han salvado: la creación del lenguaje y con ello de pensamiento
abstracto.
10
Una cuarta definición de la palabra cultura está asociada con la semiótica. En efecto,
desde el enfoque de antropología interpretativa de Clifford Geertz –del cual
hablaremos más adelante- esta definición ha tomado fuerza entre los antropólogos.
Ésta consiste en ver la cultura como un sistema de símbolos y significados que
orientan y dan sentido a nuestra vida. En palabras de Geertz, “el hombre es un animal
inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido” y “la cultura es esa
urdimbre” en la cual vivimos. Bien mirada, esta definición guarda cierto parentesco con
aquella que nos habla de la cultura como un conjunto de reglas y de mecanismos de
control, puesto que las reglas también se hacen como dispositivos no sólo de control –
en un sentido policivo del términio- sino también de orientación, los cuales sirven como
guía para encauzar nuestras acciones en la vida y generar algún sentido sobre esos
mismos actos. La cultura en este caso es más un mecanismo de comunicación que de
regulación de actos o de satisfacción de necesidades. Estos símbolos y significados son
parte del juego cultural que a diario practicamos, y en la medida en que son
convencionales y compartidos –es decir, de público dominio- son culturales.
Existe una quinta definición que nos habla de la cultura como una serie de prácticas
sociales. Al hablar de prácticas sociales, nos referimos a aquellas cosas que la gente
acostumbra hacer. Esto se puede ilustrar cuando escuchamos hablar de situaciones
como “la cultura del no pago”, lo cual se refiere al hecho de que en ciertos lugares del
país la gente adoptó como costumbre no pagar los servicios públicos como el de la
energía. La práctica es lo que la gente hace, o en este caso, lo que la gente deja de
hacer. De igual forma, debemos recordar que hace algún tiempo hizo carrera entre
nosotros el término “cultura de la violencia”, con lo cual se designaba e intentaba
explicar las prácticas de violencia social y política que han atravesado la historia de
Colombia. También ya vimos hace un momento la “cultura ciudadana”, que está
relacionada con un conjunto de prácticas sociales que se espera tengan los habitantes
frente a su ciudad, y concretamente, frente a los sitios públicos de la ciudad. Y hoy en
día (años 2008-2009) hemos oído en diferentes sectores de la sociedad hablar de la
cultura colombiana como una “cultura mafiosa”, “del narcotráfico” o “paramilitar” para
referirse a ciertas formas de pensar y de proceder que al parecer caracterizan a un
amplio sector de nuestra sociedad.
Hay una sexta formulación del término cultura que encontramos insinuada en las
lecturas de Los argonautas del Pacífico Occidental del antropólogo Bronislaw
Malinowski. Aunque el autor no se propuso dar una definición de la famosa palabra -su
propósito fue proponer unas pautas y un camino metodológico para elaborar unas
buenas etnografías- Malinowski tenía claro lo que un antropólogo debía hacer para dar
cuenta de la cultura. La idea que Malinowski tenía sobre la cultura tenía que ver con
que es la forma de organizarse, de comportarse y de pensar de un grupo humano. La
cultura es para Malinowski la estructura social de un grupo, su conducta observable y
la forma en que expresa su mentalidad. Aunque es muy cierta aquella frase según la
cual hay que diferenciar entre lo que una persona piensa y dice sobre sí misma de lo
que esa misma persona hace –y a diario encontramos ejemplos de ello-, es claro que
para entender una cultura, así como a una persona, es necesario incorporar ese
discurso que sobre sí misma tenga la sociedad o la persona en cuestión (y a través del
cual expresa su mentalidad) para entender que hay conductas que se pueden explicar
a partir de lo que la gente piensa que debe hacer, está bien hacer o está permitido
hacer. A veces, y a pesar de todas las caprichosas incongruencias de la conducta
11
humana, encontramos que existe en efecto un continuum entre lo que la gente piensa
y hace.
Una última definición que mencionaremos aquí es aquella que nos indica que la cultura
es la identidad de un pueblo. Esta definición nos recuerda la noción de cultura de los
alemanes del siglo XVIII, para quienes, como ya vimos, la cultura era considerada
como la expresión del alma de un pueblo a través de sus creaciones espirituales e
intelectuales, creaciones que a su vez los distinguían de las creaciones de otros
pueblos como los ingleses, los franceses, españoles o italianos. La cultura es inherente
a todo grupo humano, es esencia en la medida en que es constitutiva de toda
sociedad. No es posible pensar una sociedad sin cultura: toda forma de agrupación
humana tiene expresiones culturales que se reflejan en formas propias de hacer las
cosas, de entender el mundo y de relacionarse con el entorno y con los demás que le
son características y que definen su esencia y su identidad.
Entender la cultura como identidad también entraña un sentido político puesto que hoy
sabemos que muchos pueblos hacen reclamos y reivindican algunas costumbres y
tradiciones en aras de preservar su identidad y defenderse de los embates y
seducciones de otras tradiciones culturales. Esta defensa de tradiciones e identidad
colectiva que se forja a través de la cultura pasa por varias cosas, entre otras cosas,
por el respeto y conservación de una lengua –principal vehículo de transmisión de la
cultura-, el conocimiento de la historia -entendida como la experiencia compartida de
los grupos humanos que incluye las luchas, las guerras, los procesos sociales y
políticos por los que atraviesan, y, en fin, los referentes de identidad colectiva que se
generan desde la historia compartida-, el reconocimiento de un territorio –entendido
como las formas de apropiación y significación que un grupo humano otorga a ciertos
lugares y que genera cierto sentido de pertenencia- y algunas prácticas religiosas que
establecen y reafirman una visión del mundo, del más allá y una ética de vida en
muchos casos van en sentidos contrarios a los de otras.
Fuera de estos elementos, que a nuestro modo de ver son los principales elementos
que configuran una cultura, debemos tener en cuenta otros referentes simbólicos que
pueden ser de uso individual o colectivo tales como banderas, marcas, prendas de
vestir, ciertos giros del lenguaje, la interpretación particular de ciertos libros sagrados,
gustos musicales, la afición por un deporte, los hábitos de consumo, entre muchos
otros, que son igualmente útiles sirven para definir la adscripción de ciertos individuos
a grupos culturales más pequeños que a su vez se relacionan con tradiciones culturales
más amplias. Como se puede entrever, la importancia del concepto de cultura no está
en sus definiciones en sí, sino en la forma en que estas definiciones nos pueden dar
luces sobre los aspectos que debemos tener en cuenta al estudiar la cultura, y sobre
todo, porque estos conceptos son en verdad una herramienta, un instrumento
metodológico que nos permite abordar su estudio.
12
INTERCULTURALIZANDO EL
MULTICULTURALISMO
Fidel Tubino Arias-Schreiber
Profesor de Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Perú
Fundación CIDOB - Calle Elisabets, 12 - 08001 Barcelona, España - Tel. (+34) 93 302
6495 - Fax. (+34) 93 302 6495 - info@cidob.org
El multiculturalismo
El multiculturalismo surgió en los EEUU en los años setenta como respuesta al fracaso
del modelo integrador del melting-pot. Éste fue duramente cuestionado por soslayar la
discriminación de las minorías mediante una homogeneización cultural que reproducía
las instituciones, las políticas y los “esquemas de pensamiento“ de la tradición liberal
anglosajona. En los EEUU, gracias a la lucha por la ciudadanía de los movimientos
antirracistas y antidiscriminatorios, las demandas sociales de reconocimiento de las
diferencias culturales de las minorías se están incorporando al Estado de derecho. La
lucha por el reconocimiento de las identidades expresa, en los sectores más lúcidos, la
conciencia de que la injusticia cultural es la otra cara de la injusticia distributiva. Hoy
no cabe duda de que los legítimos reclamos de los grupos vulnerables se están
incorporado a la agenda pública de las naciones.
Nuestra hipótesis inicial a nivel teórico es que las políticas multiculturales se sustentan
filosóficamente en la concepción ilustrada de la tolerancia y el principio de diferencia
del liberalismo político. A continuación vamos a proceder a exponer las razones por las
que sostenemos esta hipótesis de trabajo.
13
La tolerancia ilustrada
En el siglo XVIII –el Siglo de las Luces– se postula por primera vez la necesidad de la
tolerancia como una virtud ética de lo público.
Etimológicamente, tolerancia proviene del latín “tollere” que significa soportar. Se
soporta lo diferente, lo semejante se comparte. La tolerancia alude a la disposición y a
la capacidad de respetar las diferencias. La tolerancia no es una disposición natural, es
una disposición que se adquiere con la educación y el hábito. Es una virtud pública que
consiste en no colocar las creencias propias como condición absoluta de la convivencia
con el otro.
Se suelen distinguir dos modalidades o momentos en el ejercicio de la tolerancia: la
tolerancia negativa y la tolerancia positiva. La tolerancia ilustrada tiene una estructura
interna dual que vamos a explicar a continuación.
14
maneras de entendernos a nosotros mismos"3. La tolerancia positiva es un esfuerzo
intelectual y emocional animado por la intención de trasladarse imaginativamente a la
perspectiva del otro para comprenderlo mejor y para comprendernos a nosotros
mismos de una manera diferente. En este sentido "comprender las razones de otros y
aceptarlas de tal suerte que modifiquen, aunque sea localmente, las propias, es darle
al otro un lugar en el espacio de nuestras argumentaciones. Ese mecanismo, racional y
moral, de ‘darle al otro un lugar’ –un mecanismo estrictamente paralelo al de
‘ponernos en lugar del otro’– es la modificación estructural que induce la tolerancia
positiva"4.
Sabemos que comprender no es justificar, pero suele serlo pues, a mayor
conocimiento de las motivaciones que impulsan al otro a actuar, más difícil se torna
pronunciar un juicio de valor sobre su comportamiento.
Sin embargo, la “comprensión del otro“ –siempre mediatizada por nuestra situación
inicial– no es sinónimo de justificación moral, es la antesala de la crítica ilustrada.
La tolerancia es una virtud cívica inseparable del ejercicio de la libertad de
pensamiento y la solidaridad social. Su ejercicio es la condición de posibilidad de la
convivencia en democracia. El multiculturalismo anglosajón como política pública
operativiza la tolerancia ilustrada en sus dos dimensiones. Incorpora a los diferentes
como interlocutores válidos en el debate público asegurándoles equidad en el ejercicio
de los derechos reconocidos jurídicamente. Es un paso importante, dentro de las
democracias liberales, de incorporación de las voces soslayadas a la deliberación
común.
15
Pero para que las reglas de juego jurídicamente instauradas sean legítimas, es decir,
consensuales, es preciso que no emanen de una de las mentalidades o doctrinas en
particular. Tienen que ser lo suficientemente amplias como para que personas de
diferentes culturas, doctrinas y mentalidades se reconozcan en ellas y las perciban
como normas justas de convivencia. En otras palabras, la normatividad de la
estructura básica de una democracia moderna presupone un consenso intuitivo entre
los diferentes en torno a los valores y criterios comunes que deben inspirar las leyes
que rijan la convivencia. Presupone una cultura política pública que sea común a las
diferentes culturas de base.
Sin una cultura política pública enraizada en las diversas culturas de base, la
democracia moderna se limita a ser una conquista conceptual en el plano de la
formalidad jurídica. Para que la ciudadanía deje de ser un universal abstracto y pase a
ser un universal concreto es preciso construir una cultura política pública intercultural.
Dicha cultura política debe ser capaz de incluir las diversas perspectivas valorativas de
la pluralidad de nacionalidades que convergen en el espacio soberano del Estado
nacional. Las políticas multiculturales buscan generar relaciones de equidad entre los
diferentes, no construyen cultura política pública ni interculturalizan los saberes .
La tesis central de Rawls es que los seres humanos disponemos de un sentido del bien
–valores– y de un sentido de la justicia –el deber ser–. El desacuerdo entre morales o
jerarquías de valores no implica necesariamente desacuerdos en el plano del deber
ser, es decir, de la normatividad jurídica deseable. Apelando al sentido de la justicia de
los seres humanos, más allá de sus diferencias culturales y sus divergencias morales,
podemos sentar las bases de la normatividad del contrato social. En las sociedades
democráticas modernas, por su pluralidad constitutiva, no es posible establecer el
contrato social en base a valores morales compartidos, pues no existen. Sin embargo
sí es posible identificar un consenso a nivel intuitivo, no temático, sobre el sentido de
la justicia.
Independientemente de las culturas, doctrinas religiosas o ideologías, lo justo es
sinónimo de imparcialidad y equidad. Lo contrario de lo justo es lo arbitrario, lo
asimétrico. Por encima de las diferencias, ésta es una apreciación compartida. El
aporte de Rawls y sus seguidores ha sido tematizar y trabajar conceptualmente este
acuerdo intuitivo, esta cultura común, este derecho de gentes.
En términos abstractos lo podemos formular de la siguiente manera: el grado de
justicia de una norma está en proporción al grado de simetría e imparcialidad que
prescribe. La justicia distributiva consiste en generar equidad de oportunidades entre
los ciudadanos para acceder a los bienes primarios, a saber:
• ingresos y puestos de trabajo;
• las libertades individuales, y
• el autorespeto y la autoestima.
Para ello, la legislación del Estado democrático de derecho debe construirse sobre la
base de dos principios rectores:
Primero: El principio de la igualdad en el usufructo de las libertades individuales o
fundamentales para todos los ciudadanos. Dicho en negativo: no se deben interrumpir
las libertades individuales bajo ningún pretexto.
Clausurar la libertad de expresión y el derecho a una prensa libre para promover la
justicia distributiva fue la gran injusticia de los regímenes colectivistas del siglo XX.
16
Este es el principio rector de la discriminación a la inversa y de las acciones afirmativas
del multiculturalismo anglosajón y de las políticas de focalización de lucha contra la
pobreza del Banco Mundial.
Las políticas multiculturales son políticas públicas que –inspiradas en el ideal ilustrado
de la tolerancia como virtud pública– buscan viabilizar el principio de la igualdad y el
principio de la diferencia del liberalismo político.
Así, en el hemisferio Norte la legislación multicultural de cuotas raciales o de género es
una legislación antidiscriminatoria que busca –con criterios cuantitativos– generar a
corto plazo y de manera transitoria tolerancia negativa y equidad de oportunidades
para las minorías excluidas. No promueven cultura política pública: éste es su límite.
Acortan las brechas sociales: éste es su aporte. Pero paradójicamente, fortalecen los
prejuicios y los estereotipos negativos entre los diferentes: éste es el problema que
generan. No fomentan relaciones interculturales de integración positiva. Generan
equidad de oportunidades.
17
Creo que para que las políticas multiculturales (las leyes de cuotas étnicas, raciales y
/o de género, la educación compensatoria, etc.) contribuyan al bienestar de la gente y
mejoren la calidad de vida de las poblaciones indígenas del continente, deberían
interculturalizarse. Pero, ¿qué significa esto de “interculturalizar el multiculturalismo“ y
qué implica a nivel de las políticas públicas y de la reforma de la estructura del Estado?
La interculturalidad
18
trincheras de resistencia de la identidad y los derechos de las mujeres para desafiar al
patriarcado y, por lo tanto, a la familia patriarcal y a toda la estructura de la
producción, reproducción, sexualidad y personalidad sobre la que nuestras sociedades
se han basado a lo largo de la historia”1 0. Creo que en un primer sentido la
interculturalidad es un intento basado en los grandes ideales de la Ilustración, de
manejar razonablemente el conflicto de las identidades mediante el ejercicio del
diálogo y la negociación entre las partes. Sin embargo, vista solamente así, la opción
intercultural parecería ser una opción ecléctica, que busca arbitrar un conflicto pero
que no propone nada nuevo.
Creo que la crisis del Estado moderno se expresa también, y de manera privilegiada,
en la incapacidad del modelo asimilacionista de la educación pública de las naciones
para generar cohesión social e integración simétrica entre las culturas subalternas y las
culturas hegemónicas. Los estados nacionales modernos no se organizan a partir de
una cultura nacional ya existente. El proceso es a la inversa. Crean una cultura común
nacional entre las diversas nacionalidades ya existentes para cohesionar a los
diferentes en base a un imaginario pasado y futuro común. La nación como tal es una
“comunidad imaginada”, una construcción social que se expande a través de la
educación pública a la totalidad de la sociedad. La lengua nacional, la historia nacional
y el proyecto nacional suelen ser la lengua, la historia y el proyecto de los grupos
socialmente dominantes. Gramsci decía que los grupos dominantes se tornan
hegemónicos cuando logran cohesionar a los grupos subalternos en base a su visión
del mundo. Por ello los estados nacionales desarrollan políticas educativas que
favorecen la asimilación de las culturas subalternas. El asimilacionismo cultural de los
estados nacionales soslaya y afianza el menosprecio sistemático hacia las
nacionalidades subalternas que habitan el espacio geográfico de las repúblicas
modernas.
Bases conceptuales
19
La ética del reconocimiento
20
La hermenéutica del diálogo
Hay dos maneras de pensar el diálogo intercultural: como imagen ideal o como utopía
realizable. Como imagen ideal, el diálogo intercultural es sinónimo de ausencia de
conflictos, armonía absoluta entre los diferentes. Creo que formular en estos términos
el diálogo intercultural es no tomar en cuenta que el conflicto de las identidades es
inherente a la vida social y que, bien manejado, es el motor que dinamiza la
convivencia creativa y el desarrollo social de las capacidades individuales de la gente.
Cuando los inevitables conflictos de la convivencia social no son adecuadamente
manejados desembocan en la violencia y nos conducen a lo que los ilustrados
denominaban la vida prepolítica, es decir, el “estado de naturaleza“, que no es otra
cosa que el estado de guerra generalizada. Sin embargo, cuando son manejados
razonablemente entre las partes en conflicto, es decir, con criterios de prudencia y
equidad, nos conducen a la vigencia de la ciudadanía y los derechos humanos. El
diálogo intercultural como utopía realizable y como proyecto societal es sinónimo de
manejo razonable de conflictos.
21
deliberadas y consensuadas en las esferas públicas de la sociedad civil. En la
democracia, el poder administrativo del Estado debe estar al servicio del “poder
comunicativo“ de la sociedad civil, y no al revés. Fortalecer la institucionalidad
democrática pasa necesariamente por el fortalecimiento de las instituciones de la
sociedad civil en general, y de manera especial, por la institucionalización del ejercicio
de la democracia directa en los gobiernos municipales. Las políticas interculturales
deben ser por ello políticas de descentralización y descongestión del poder político y de
fortalecimiento de la sociedad civil frente al Estado.
El ordenamiento político de los estados nacionales que surgieron en la Modernidad
consagró las relaciones de poder entre un pueblo o nacionalidad dominante y una
diversidad de pueblos o nacionalidades sometidas. La homogeneización cultural que se
tramitó a través de la educación pública violentó las identidades locales generándose
complejos procesos identitarios de aculturación, hibridación y mestizaje cultural. El
estado nacional moderno no practicó la democracia cultural. Las culturas nacionales
que cohesionaron a los diversos pueblos en un proyecto nacional común han sido la
cultura de los sectores dominantes de la sociedad. En las sociedades latinoamericanas
han sido las culturas urbanas castellanohablantes en sus diversas modalidades las que
–elevadas al rango de culturas nacionales– se extendieron a las culturas subalternas y
construyeron las bases de las identidades nacionales.
Pero las autonomías no deben significar el desmembramiento del Estado nacional. Para
operativizar este principio orientador no existen fórmulas preestablecidas.
Cada Estado nacional debe encontrar la suya. Así, por ejemplo, “la estructura federal
no corresponde necesariamente con la que tendría un
Estado plural; suele ser, en efecto, resultado de particiones administrativas que no
reflejan la división en pueblos distintos. En los países federales de América o de África
reproduce las divisiones coloniales, o bien, responde a intereses políticos
circunstanciales”1 7. “El Estado plural implica la descentralización administrativa, pero
también descentralización económica, política y cultural del estado homogéneo de la
modernidad”1 8. Implica, en otras palabras, la presencia de la pluralidad y de la
diferencia en los gobiernos locales y en los municipios. “La vía hacia un Estado plural
22
es una forma de lucha por una democracia participativa en todos los ámbitos
sociales”1 9.
Hanna Arendt nos enseñó que la ciudadanía consiste en ejercer el derecho aejercer
derechos y que los derechos no son concesiones del Estado sino conquistas sociales.
Desde este punto de vista hay que decir que la ciudadanía involucra para empezar el
reconocimiento jurídico y práctico de las libertades individuales de los ciudadanos
como derechos impostergables e incondicionales.
En primer lugar frente al Estado, pues éste, al monopolizar el uso legítimo de la
violencia, es el principal transgresor potencial de los derechos fundamentales de las
personas. En esto consiste el ejercicio de las libertades negativas. En segundo lugar, el
ejercicio de la ciudadanía involucra la práctica de los derechos a la participación
política, a la deliberación común y a la calidad de vida. Y en esto consiste el ejercicio
de las libertades positivas.
Pero el reconocimiento jurídico de la ciudadanía como un derecho para todos no es
suficiente. Más aún cuando percibimos que el modelo de ciudadanía y de derechos
humanos de la cultura política oficial es ajeno a las éticas propias de las culturas
políticas locales de los pueblos y de las minorías comprendidas en el ámbito del Estado
nacional. En América Latina esto se refleja en el hecho de que el ejercicio de la
ciudadanía presupone –para un indígena– el desaprendizaje de su propios referentes
culturales y su asimilación a la cultura política propia de la cultura urbana
castellanohablante hegemónica. Por ello, “una teoría (y práctica) adecuada de la
ciudadanía multiétnica en los países de América Latina precisa de una elaboración más
fina de los procesos de integración-diferenciación sociocultural, de un proceso de
integración no homogeneizadora, que son extraordinariamente complejos. Hasta ahora
se ha insistido en planteamientos casi unilaterales de integración simple o de
diferenciación simple. Por estas vías sólo es posible obtener un concepto sesgado y,
por tanto, insatisfactorio de ciudadanía.
23
La objeción más frecuente a la tesis de las ciudadanías diferenciadas es que fomentan
el desmembramiento del tejido social. Asimismo, se sostiene que la discriminación
positiva que implica la aplicación de derechos especiales fomenta la reproducción de
los prejuicios interculturales y la consolidación de la discriminación social. Por otro
lado, para aplicar estas tesis se necesita que los grupos étnicos implicados sean
fácilmente reconocibles y posean una base territorial identificable como propia. Esto es
difícil de encontrar en muchos casos debido al crecimiento de los procesos migratorios
del campo a la ciudad y de los grandes desplazamientos poblacionales del Hemisferio
Sur al Hemisferio Norte. “En una sociedad en la que las etnias se encuentran
mezcladas, es casi imposible aplicar con precisión criterios semejantes”2 1.
Por ello es importante complementar la tesis de los derechos especiales con la tesis de
lo que se denomina “las ciudadanías restringidas“. Debemos construir –nos dice Luis
Villoro– una teoría y una práctica de la ciudadanía que sean capaces de conjugar dos
exigencias: la de asegurarle autonomía a los grupos excluidos para decidir y practicar
sus forma de vida y la de asegurarles participación en la unidad del Estado. Para ello
hay que partir de la teoría de “la separación entre ciudadanía y nacionalidad
dominante. Una ciudadanía común a todos los miembros de un Estado multicultural
garantiza su unidad y no tiene por qué ser incompatible con el establecimiento de
autonomías, con tal de no incluir en la ciudadanía ninguna característica inaceptable
para cualquiera de los pueblos que deciden convivir en el mismo Estado“2 2. La
ciudadanía común involucra una cultura común que no debe ser la de la nacionalidad
dominante. La idea de fondo es que la participación en una nacionalidad común de
segundo orden es una necesidad que debe ser atendida para lograr la cohesión del
tejido social entre los diferentes. Sin embargo no debe ser impuesta sino que debe ser
resultado de un acto voluntario y de un pacto social entre las diversas nacionalidades y
etnias que la componen. La unidad social y la conciencia nacional tienen un
fundamento distinto en un Estado nacional plural que en un Estado nacional
homogeneizante. En el Estado nacional plural “la identidad de esa nación de segundo
nivel no podría emanar de la posesión de una misma tradición, ni de los mitos
históricos de una nacionalidad dominante, sino de un proyecto libremente asumido por
todos los pueblos que la componen.
Sería un fin proyectado y no una herencia recibida lo que daría unidad a las distintas
culturas“2 3.
Para concluir quisiera recalcar que la construcción de un Estado plural empieza por la
refundación del pacto social. El nuevo pacto social tiene que plasmarse en una
deliberación común y en un diálogo sostenido entre las culturas y las nacionalidades
que componen el Estado plural. Sólo de esta manera se pueden construir democracias
constitucionales auténticamente plurales y, por ende, radicalmente participativas.
La interculturalización de las ciudadanías diferenciadas del multiculturalismo de los
derechos especiales es la tarea más urgente de democracias pluriculturales como las
nuestras. La renovación del pacto social y la construcción de una cultura política
común ya no debe plantearse más a partir de los mitos históricos de las nacionalidades
dominantes. Debe generarse a partir de un diálogo intercultural en las esferas públicas
de la sociedad civil y debe expresarse en la reestructuración del Estado homogéneo
que heredamos de la Modernidad ilustrada.
Notas
1. Thibeaut, Carlos. De la tolerancia. Madrid: Visor Ed, 1999, p. 61.
2. Ibid, p. 62.
3. Ibid, p.59.
4. Ibid, p. 68.
24
5. Así, en la Atenas del siglo V las mujeres, los esclavos y los extranjeros estaban
exceptuados de
derechos ciudadanos.
6. Banco Mundial Perú. La educación en una encrucijada: retos y oportunidades para el
siglo XXI, p.
68, 2001.
7. FRASER, N. Iustitia interrupta. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 1997, p.18.
8. ETXEBERRIA, X. “Derechos culturales e interculturalidad”. En: Interculturalidad:
creación de un
concepto y desarrollo de una actitud. Lima: Forte-pe, Minedu, 2001, p. 20.
9. CASTELLS, M. La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol II. El
poder de la identidad.
Madrid: Alianza Ed.- Siglo XXI, 2001, p. 30.
10. Ibid.
11. TAYLOR, C. El multiculturalismo y la política de reconocimiento. México: FCE,
1993, p. 45.
12. Ibid, p. 44
13. Ibid, p. 76.
14. Ibid, p. 99.
15. Ibid, p. 104.
16. VILLORO, L. Estado plural, pluralidad de culturas. México: Paidós ed., 1998, p. 58
y 59.
17. Ibid, p. 59
18. Ibid.
19. Ibid.
20. RIVERA, E. y WALLE, E. “Ciudadanía y diferencia: las demandas de las
comunidades indígenas peruanas”. Ponencia presentada en : Congreso Internacional
de Antropología Jurídica y Pluralismo legal. Arica, 2000, p. 5.
21. VILLORO. L. Idem, p. 101.
22. Ibid, p. 103.
23. Ibid, p. 105.
25
Inculturación del Evangelio
En un mundo pluricultural
P. Mario L. Peresson, SDB
http://sedosmission.org/old/spa/peresson_2.htm
El tema que nos proponemos desarrollar es cuanto más complejo y lleno de desafíos.
Por esto mismo, más que intentar un tratamiento exhaustivo del mismo, pretendo
clarificar algunos conceptos claves, esclarecer el tipo de relaciones que puede existir
y/o debería establecerse entre educación, evangelización y culturas, y señalar algunos
principios, criterios y metodología para plantear una apropiada inter-relación e inter-
acción entre ellas.
Queremos señalar, como punto de partida, algunos interrogantes que surgen
espontáneamente al formularse el tema, Cada uno tendrá, sin duda alguna, algunos
más que podrán agregarse al siguiente inventario.
- Existen innumerables definiciones y descripciones de cultura. Por esto tenemos que
reconocer que es un término polisémico y, para algunos, vago y confuso. ¿Qué
entendemos, entonces, por cultura?
- El Papa Pablo VI, en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, sobre la
evangelización del mundo contemporáneo (1975), anotaba con preocupación que la
"ruptura entre el evangelio y la cultura es sin duda el drama de nuestro tiempo, como
lo fue también en otras épocas" (n. 20).
- Si se quiere, o mejor, si es necesario establecer un vínculo entre evangelización y
cultura, ¿cómo debe darse dicha relación? ¿Cómo debe plantearse una evangelización
inculturada y concebida desde las raíces culturales? ¿Con qué principios y criterios
debe establecerse?
- ¿Cómo volver a plantear la evangelización en un mundo real y conscientemente
pluricultural y al mismo tiempo aceleradamente globalizado?
- ¿Qué problemas y desafíos se presentan, en la evangelización en su articulación con
las culturas ?
- ¿Cuáles serían las metodologías más adecuadas para realizar una evangelización
inculturada en un mundo pluricultural y a la vez globalizado? ¿Cómo debe plantearse
una educación desde la identidad y pertinencia culturales?
Estas y otras tantas preguntas pueden surgir al respecto. Teniendo en el horizonte no
pocas reflexiones existentes sobre el tema, intentaré abordar los núcleos
fundamentales entorno a los siguientes puntos;
1. Deconstrucción del concepto de "cultura".
2. Relación e interacción entre las culturas.
3. Una educación a partir de las identidades culturales.
26
Partimos de algunas comprensiones de culturas, a mi modo de ver reductoras,
inexactas o claramente inaceptales, para luego hacer una propuesta que recoge los
mayores aportes antropológicos y sociales en este campo.
Con mucha frecuencia se utiliza la palabra "cultura" como sinónimo del "saber", de la
adquisición de un amplio conjunto de conocimientos especificados en las varias
disciplinas y materias. Según esta visión cognoscitiva, la cultura se identifica con el
refinamiento intelectual y artístico y está ligada a las ideas, al conocimiento, a la
instrucción, al mundo de las letras, de la filosofia, de las ciencias y de las artes.
Esta concepción de la "cultura" sirve también para designar las cualidades subjetivas
de una persona; tener cultura, "ser culto" es, ante todo, tener una educación exquisita,
superior, ser letrado; una persona culta, es aquella, que hace acopio permanente de
nuevos conocimientos y obtiene nuevos titulos y grados académicos, particularmente
en el sistema educativo institutional destinado a la transmisión de los mismos, o que
ha alcanzado por iniciativa propia; culto es aquel que, por medio del estudio, ha
desarrollado capacidades intelectuales y se ha especializado en uno de los campos del
saber humano. Consecuentemente, a mayor instrucción, mayor cultura. Ya el
illuminismo veía los procesos culturales como actividades intelectuales restringidas a
las élites. Los lugares propios para la construcción, transmisión y asimilación
sistemática de la cultura son el sistema educativo institucional, formal o no-formal, en
sus diversos niveles y modalidades, los centros investigativos, las universidades, el
Ministerio de cultura, etc., y sus mediaciones: las clases, las aulas virtuales, los libros,
las bibliotecas, el intemet; y sus mediadores; el profesor, el maestro, la escuela y
universidad virtuales, etc.
Ciertamente este concepto resulta restrictivo y selectivo ya que excluye de la cultura a
grandes sectores de la población de un país y del mundo, que por el sólo hecho de no
haber tenido acceso a la instrucción escolar o por estar fuera del sistema educativo,
son vistos como "incultos" o ignorantes.
Con frecuencia se habla de los analfabetos como de personas "carentes de cultura",
aunque pertenezcan a culturas milenarias.
Tanto en el mundo civil como en el religioso con frecuencia se habla y se dirige al
"mundo de la cultura", refiriéndose con ello al mundo de la intelectualidad y a la clase
dirigente; intelectuales, científicos, artistas, políticos, es decir, a una élite que
contrasta con el resto del pueblo de la nación respectiva.
Aunque en la práctica predomine esta concepción de cultura, es evidente su carácter
elitista, reduccionista y excluyente y, por lo mismo, inadecuado para definir la tarea de
la culturización, propia de la educación. Además, puede dar margen a un
etnocentrismo incontrolado de grupos y pueblos que son considerados como
detentores de la cultura frente a otros que no lo son, en condiciones de total carencia o
inferioridad.
27
permitiría la convivencia pacífica entre los pueblos y el respeto a la dignidad de toda
persona y la integridad de creación.
Muy afín con este concepto de cultura está el de "civilización", promovido por
corrientes humanistas y organismos intemacionales, queriendo expresar con ello los
valores universales de la humanidad o los grandes logros alcanzados en todos los
campos de la vida de la humanidad en su conjunto o de pueblos con una historia
milenaria; se habla así de la civilización occidental, egipcia, griega o china, etc.
Hoy comprendería los valores universales y el conjunto de los derechos humanos y de
los pueblos, reconocidos universalmente y propuestos como ideal permanente y punto
de encuentro de todas las naciones.
No olvidemos, con todo, que el término "civilización" está cargado históricamente de
etnocentrismo, propio de los imperios y de las naciones dominantes que consideran
como civilización el modo de vida y organización social, impuestos por el conquistador
o colonizador bajo una ideología de progreso. La "vida civilizada" del conquistador es
considerada como superior en comparación con la "vida salvaje" o atrasada de los
pueblos conquistados.
Con todo, hay que observar que con esta visión universalista de cultura no se puede
desconocer la riqueza de la pluriculturalidad del mundo, mucho menos considerarla
superada, y hasta peligrosa como división y fragmentación frente a la urgencia de una
metacultura de valores universales, establecidos como denominador común para la
coexistencia pacifica entre las naciones y los pueblos. La especificidad y originalidad de
las culturas no puede ser reducida a una metacultura universal. Ademàs, dichos
valores no son ideas abstractas sino realidades que deben encarnarse y manifestarse
en las situaciones concretas de cada pueblo. Los valores universales han de surgir del
robustecimiento de la identidad étnica y de las raíces socio-culturales de cada pueblo.
Con mucha frecuencia vemos asociar, tanto en escritos como en discursos civiles y
religiosos, el término "cultura" a ciertos antivalores que se han ido expandiendo y
arraigando hasta volverse costumbres o mentalidades — en las personas y en amplios
grupos sociales. La cultura aparece así negativamente marcada por ciertas lacras
sociales y vicios ampliamente difundidos. Se habla, aunque de por sí es una
contradicción en los términos, de cultura de la muerte, cultura de la violencia, de la
corrupción, del consumismo, del hedonismo, etc.
Esta extensión del término "cultura" a las negatividades sociales que se han convertido
en vicios y comportamientos colectivos, viene a ser la otra cara de la moneda de la
concepción anteriormente expresada de cultura como conjunto de valores universales.
La primera está marcada por la positividad, la segunda por la negatividad.
Como veremos posteriormente, la cultura por su naturaleza, misma está asociada a la
positividad histórica de la vida de cada pueblo, y es el signo de identidad y el camino
de humanización de cada grupo humano.
Este concepto de cultura no tiene ningún sentido y encierra en sí misma una evidente
contradicción.
28
ser humano frente a la dependencia religiosa expresada en la secularización y
secularismo, y a la superación de autoritarismo, el absolutismo y las dictaduras
mediante la democracia.
El punto de llegada de la culturización sería el acceso a la "cultura moderna",
alcanzando el desarrollo de los pueblos avanzados por parte de los pueblos o naciones
rezagadas. Con la implantación de la globalización neoliberal, el progreso o meta de
todos los pueblos, dentro de esta concepción dominante de cultura consistiría en entrar
a formar parte del proceso irreversible el mundo globalizado de la economía del
mercado, con las exigencias y consecuencias en todos los campos de la vida de la
sociedad: a nivel politico, económico, militar, social, ideológico, etc. Como el progreso
es ilimitado, la culturización deberá estar en constante renovación y cambio para no
quedarse atrás y estar sobre la marcha del desarrollo y la modernización.
Esta visión de cultura, muy unida al proceso impositivo de occidentalización del
mundo, niega, por una parte, las grandes aportaciones de todas las culturas al
progreso integral de la humanidad y, unilateralmente, tiende a la homogeneización
cultural definida en términos de progreso capitalista, y vinculación a la globalización
del mercado neoliberal. En efecto, el progreso histórico de la humanidad está
constituido y acrecentado por las experiencias y aportaciones de todas las culturas y
no pueden ser desconocidas o reducidas a términos de consumo y eficiencia.
El surgimiento de una "aldea global", como consecuencia del proceso irreversible de
globalización del mundo en todos sus campos, está jugándose entre dos polos en
tensión: por una parte la unificación del mundo y la nueva ciudadanía universal que
está penetrando cada vez más en la conciencia de las personas y de los pueblos y, por
otra, el reconocimiento de la diversidad y pluralismo cultural que hay que valorar y
promover.
29
Los medios de comunicación llegan a ser, no por sí mismos, sino por el monopolio que
ejerce sobre ellos, por la propiedad y control que se tiene sobre ellos; son los vehículos
y escuela de esta forma de pensamiento y de vida masificante y homogeneizadora.
2.1. Ante una afirmación tan grave debemos preguntarnos: ¿En qué ha consistido este
desencuentro? ¿Por qué se ha producido dicha ruptura y cómo podríamos superarla de
tal manera que, por una parte, se respete la autonomía, la alteridad y la pluralidad de
las culturas y, por otra, se mantenga la fidelidad a la novedad y dinamismo del
Evangelio?
• Partimos de una afirmación fundamental del misterio cristiano. La evangelización
inculturada originante se dio en el mismo misterio de la Encarnación.
La Palabra éterna de la Vida se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn 1:14).
En Jesús de Nazareth, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, Dios se hizo uno de
nosotros para que nosotros llegásemos a ser lo que El es (Ga 4:4-5); se hizo en todo
30
semejante a nosotros, menos en el pecado, para hacernos partícipes de su divinidad
(Hb 4:15).
El Verbo eterno de Dios, no sólo asumió la condición humana, sino que se encarnó en
un pueblo concreto, en un momento determinado de su historia, asumiendo, desde el
Proyecto liberador del Reino de Dios, la cultura judía de su tiempo.
• Asimilando la lógica de la encarnación, como rasgo fundamental de la Buena Noticia
anunciada y hecha presente en Jesús, la experiencia histórica de los primeros siglos
del cristianismo conoció y favoreció la confluencia, más aún, la simbiosis entre el
evangelio y las culturas.
El primer gran conflicto en la Iglesia primitiva surgió precisamente ante la encrucijada
que se le presentaba al entrar en contacto con el mundo pagano. El Evangelio se
identificaba con una sola cultura, la cultura judía; siendo únicamente una versión,
aunque original, del judaísmo, o la Buena Noticia de Jesucristo, no sólo podia sino que
tenía que romper los moldes judíos a injertarse y amalgamarse con las diversas
culturas con las que iba entrando en contacto y relación, adquiriendo un rostro
pluricultural y comunicándoles toda su energía y su savia vivificadoras.
Guiada por el Espíritu Santo, la Iglesia primitiva decidió tomar este segundo camino e
hizo de su vida y su predicación la traducción de la Buena Noticia en las múltiples
lenguas de las cultural de la época: vivió la sorpresa del Pentecostés.
• Sin embargo, algo inesperado e insidioso apareció en el horizonte. A partir del Edicto
de Milán en el 313, Constantino y Licinio, viendo en el cristianismo la mayor fuerza
emergente de cohesión y unidad del imperio romano, no sólo cesaron la persecución
en contra de él, sino que lo declararon privilegiadamente oficial, dando origen al
imperio cristiano y a la Iglesia de estado.
A partir de este momento se gestó y comenzó a desarrollarse rápidamente una
compenetración profundísima no sólo entre Iglesia y Estado, sino también una fusión,
o más bien una confusión, entre cristianismo y cultura greco-romana, dando origen a
la cultura occidental cristiana. El cristianismo asumió el pensamiento filosófico
griego como molde para expresar la fe, copió en gran medida las estructuras civiles y
jurídicas del derecho romano, se apropió del latín como lengua universal de la Iglesia.
31
2.3. Sin querer resumir una historia demasiado compleja, sí podemos afirmar con
certeza que en la evangelización del nuevo continente no hubo un encuentro entre
culturas, la del invasor con las que existían en tierras americanas. Lo que bubo, de
hecho, fue una confrontación y una relación de destrucción de la alteridad. La religión
cristiana participó en este drama. La catequesis se vio incorporada al proyecto colonial.
La evangelización no se dio en el ámbito de un dialogo intercultural. Significó una
implantación de un modelo ya construido de cristianismo que fue entendido como
querido por Dios. Por eso no tuvo nada que aprender en el contacto con los otros
pueblos; sólo vino a dar.
Esta realidad histórica, terriblemente dolorosa, partía del presupuesto de la existencia
de una única "cultura cristiana", que debía imponerse e implantarse en nombre de Dios
en toda la tierra.
Al llegar a este punto debemos afirmar, como un balance histórico, que una "cultura
cristiana" no respondió ni corresponde a la particularidad y pluralidad cultural de los
pueblos.
Una tal supuesta "cultura cristiana", como punto de partida y como punto de llegada,
de la evangelización ha constituido parte de ese drama de ruptura entre "Evangelio y
cultura" al identificar ambiguamente una determinada cultura con el cristianismo. El
Evangelio no puede ser aprisionado dentro de una cultura patrón bajo cuyo único
molde deberían ser asimilados todos los pueblos evangelizados.
32
culturas, por el cual la novedad del Evangelio se inserta en una nueva cepa vigorosa
cultural y las semillas vitalizadoras de la Palabra se siembran en el terreno fértil de las
culturas. El Evangelio entra a fecundar las matrices culturales de los pueblos, llegando
a crear "aliquid novum", algo verdaderamente nuevo y original: el Evangelio adquiere
una nueva expresión y rostro cultural, y una cultura determinada se enriquece con la
vitalidad del Evangelio.
Se pasa así de un concepto antropológico a uno teológico, de la aculturación a la
inculturación.
La inculturación viene a ser el proceso a través del cual se busca que la Buena Noticia
liberadora de Cristo penetre en el núcleo fundamental constitutivo de una determinada
cultura, no como imposición sino como propuesta en términos dialógicos. Este esfuerzo
debe tender a que, por una parte, la fuerza liberadora y portadora de vida del
Evangelio llegue hasta el corazón de las culturas, conservando éstas sus estructuras
fundamentales de identidad, y, por otra, posibilite que la Revelación explicite sus
"reservas de sentido" que sólo desde la riqueza de una cultura puede manifestarse y
desarrollarse de manera inédita hasta entonces.
3.2. El esfuerzo de penetración del Evangelio en el corazón de las culturas debe estar
acompañado igualmente del ciudado para que se conserve en cada una de ellas todo
aquello que le es propio en cuanto, universo simbólico, valores, expresiones y
estructuras de convivencia compatibles y afines con el Evangelio. Se trata, pues, de
una doble y recíproca apropiación entre Evangelio y culturas. Por una parte, el
Evangelio presenta la absoluta Novedad de Cristo, revelación plena de Dios a la
humanidad y de la sublimidad de la vocación humana en el proyecto de Dios, y, por
otra, cada cultura acoge y expresa el Evangelio de manera original y propia,
contribuyendo de esta manera a descubrir y explicitar nuevos aspectos del mensaje
salvífico de Cristo. La inculturación es la encarnación del Evangelio en las
diferentes culturas y, al mismo tiempo, la introducción de estas culturas en la
vida de las Iglesias.
Partimos de la conciencia y de la afirmación teológica de que la evangelización, como
anuncio y realización de la Buena Noticia del Proyecto salvador de Dios en Jesucristo,
no se da fuera de una cultura, siempre se halla incorporada en las cosmovisiones
culturales existentes. El evangelio no se identifica con una cultura aunque nunca
puede existir fuera de una expresión cultural, ya sea aquella articulada por Jesús
en el mundo judío, ya sea la desarrollada por Pablo en los parámetros del helenismo y
del judaísmo de la diáspora, o por los cristianos de los primeros siglos en las matrices
de la cultura grecoromana y después bárbara.
No existe el Evangelio al "estado puro", fuera de una cultura, que se iría comunicando
y encarnando en una cultura. Mediante la inculturación se busca que, a partir de una
determinada cultura en la cual se encuentra encarnado el Evangelio, éste se
comunique como Buena Noticia a otros grupos sociales y pueblos poseedores de otro
mundo cultural que la acogen y la encarnan en su propia cultura.
Dentro de esta lógica no seria correcto afirmar que el Evangelio se incultura, porque
siempre está encarnado en una cultura. Se trata más bien de decir que el germen de
vida y de liberación del Evangelio pasa a lnculturarse, a encarnarse en una nueva
cultura.
La Inculturación, como encarnación de la Buena Nueva de Jesucristo en una cultura
concreta, para fecundarla y transformarla desde dentro, no es, dijimos, un encuentro a
medio camino (aculturación), ni una integración de lo ajeno a la propia cultura,
transformando el "otro" en uno mismo. Se trata, en primer lugar, de una aproximación
respetuosa, amable, crítica y solidaria, sin perder la propia identidad, asimilándose uno
mismo en el otro, sino que, a partir de la conciencia de la propia identidad y
33
reconociendo la alteridad del otro, se establece una relación dialéctica de dialogo y
reciprocidad, de fecundación y enriquecimiento mutuos.
La inculturación del Evangelio, podrá sólo iniciarse por parte de una comunidad
misionera y testimonial, pero será luego tarea y obra de todas las generaciones de la
comunidad que lo acoge. Exige la recepción libre y la participación activa de los
actores/sujetos de las respectivas comunidades que acogen en sus vidas la Buena
Nueva de Jesucristo. Por lo mismo la inculturación del Evangelio no está ligada
solamente a una acción misionera primera y sincrónica; debido al carácter histórico y
dinámico de las culturas y del Evangelio, está vinculada a una construcción
permanente y diacrónica.
La inculturación mística, litúrgica, ministerial, estructural, ético-moral y teológica del
Evangelio será, sobre todo, tarea y obra de los pueblos evangelizados, no
aisladamente, sino en comunidad y en comunión con el conjunto de las Iglesias que
componen la Iglesia universal.
Cuando una comunidad humana, poseedora de una cultura entra en contacto con la
positividad de la fe y del Evangelio como revelación de Dios en y por Jesucristo y
decide libremente acogerlo, lo asimila como puede dentro de su matriz cultural y
comienza a expresarlo mediante los códigos posibles de su universo cultural.
Este proceso es dialéctico y exige una doble ósmosis; la cultura se transfigura en
contacto con el Evangelio y el Evangelio se encarna en la matriz cultural de cada
pueblo.
La inculturación conoce entonces una doble circulación: por una parte es la
comunicación del Evangelio en las matrices culturales de un pueblo y, por otra, es el
proceso mediante el cual el pueblo asimila el Evangelio, lo recrea y lo expresa desde
sus propias raíces históricas y culturales, dando al cristianismo un nuevo rostro y
manifestación original.
La nueva relación que debe darse entre Evangelio y culturas en términos de encuentro,
diálogo y enriquecimiento recíproco tiene cuatro manifestaciones y concreciones
complementarias y mutuamente fecundas. Al proponerlas me inspiro particularmente
en algunos planteamientos de Leonardo Boff en su obra "Nueva Evangelización
perspectiva de los oprimidos".1
34
medio ambiente" colectivamente construido. En ella se estructuran y expresan las
relaciones del ser humano con la naturaleza, con sus semejantes, consigo mismo, con
Dios. Como tal, la cultura es un sistema que se construye en favor de la vida: busca
con amor apasionado protegerla, defenderla, hacerla crecer, persiguiendo su
realización plena. Paulo Süss ha afirmado: "La racionalidad cultural es una racionalidad
"pro-biótica", una razón a favor de la vida".2
La fe cristiana nos lleva a reconocer en este dinamismo profundo de biogénesis,
presente en todas las culturas, una revelación, una manifestación, un sacramento de
Dios, misterio infinito de vida y de amor, y advertir su presencia y su acción en todas
las manifestaciones de vida y de comunión. Toda la creación y, por ende, todas las
culturas, vistas desde la fe, están grávidas de Cristo: "Todo ha sido creado por Él, en
Él y para Él y todo tiene en Él su consistencia" (Col 14:16-17). San Juan tiene
conciencia de que "el Verbo ilumina a cada persona que viene a este mundo" (Jn 1:4).
La presencia del Espíritu Santo penetra todo con su fuerza creadora de amor y de
justicia. El Espíritu siempre ha habitado el mundo humano y ha entusiasmado el
corazón humano para generar acciones generadoras de vida. "La Santísima Trinidad,
misterio de comunión de las tres divinas personas, siempre se ha autoentregado a la
creación y a la vida de cada persona y se ha revelado a las comunidades humanas bajo
la forma de sociabilidad, apertura de unos a otros, de amor y entrega y también como
denuncia y protesta contra la ausencia de estos valores. Toda la humanidad es templo
de la Trinidad, sin distinción de tiempo, de espacio, ni religión. Todos son hijos e hijas
en el Hijo, todos son movidos por el Espíritu, todos son atraídos hacia arriba por el
Padre".3
La tradición cristiana de los primeros siglos, arraigada en la revelación bíblica, llegó a
afirmar categóricamente esta presencia y revelación universal de Dios, comunidad de
Amor. Tertuliano percibía el "testimonio del alma, por naturaleza cristiana"
(Apologético). Justino, imbuido de esta conciencia, hablaba del "Logos spermatikós",
del Logos, que es Cristo, diseminado por toda la creacíon.
Junto a la positividad de afirmación de la vida, encontramos también en todas las
culturas la negatividad de fuerzas contrapuestas negadoras de la vida. Históricamente
la semilla del bien se encuentra amenazada y a veces sofocada por la cizaña del mal
sembrada en el mundo; todo lo que engendra violencia, desamor y muerte. Es el
claroscuro del mundo y de las culturas. Pero, como siempre, el resplandor de la vida,
se hace más fulgurante en medio de la oscuridad.
Una Evangelización inculturada es, entonces, en primer lugar, un acto de
reconocimiento y de humildad y de admiración para detectar la presencia y
acción vivificante de Dios en las culturas, en todos los dinamismos y signos de
comunión y de vida presentes en ellas. El Evangelizador debe ser consciente de que
Dios, Comunidad Trinitaria, llegó primero que el y que, por lo mismo, su primera
actitud es la de acercarse con los ojos bien abiertos, los oídos atentos, el corazón
sensible y los pies descalzos.
Evangelizar es primeramente descubrir los signos de la revelación universal de Dios-
Amor y fuente de vida en cada una de las culturas con que el evangelizador entra en
contacto y colaborar con el fortalecimiento de su identidad, creyendo en su futuro
como pueblo y como cultura. Sólo los grupos humanos con una identidad bien definida
podrán ser interlocutores válidos de un dialogo evangelizador. Por lo mismo, una de las
primeras tareas del evangelizador es hacer un inventario histórico cultural del grupo
con el cual trabaja. La memoria histórica de cada pueblo, de sus luchas, victorias y
fracasos y esperanzas y de su acervo cultural son la materia prima para una
evangelización inculturada dentro de relaciones simétricas de diálogo y mutuo
enriquecimiento.
35
B. Evangelizar significa acoger teológicamente la religión presente en cada
cultura con la que entra en relación
En tercer lugar la evangelización debe ser y producir, allí donde se encuentra con las
cultural, lo que su nombre mismo anuncia: ser una Buena y esperanzadora Noticia.
¿Cuàl es esa Buena Nueva radical? ¿A quiénes va dirigida prioritariamente? ¿Qué papel
cumple al encarnarse en las cultural?
Partimos de la convicción de que la Buena Nueva de parte de Dios manifestada en y
por Jesus de Nazaret, el Señor y el Cristo, es una propuesta, una invitación, una
vocación. Por lo mismo está en juego la libertad de cada persona de acoger o no
dicha propuesta. No puede ser objeto de ninguna violencia o coacción ni fisica ni
psicológica.
36
Vale la pena tener también presente que el anuncio del Evangelio se realiza ante
todo por vía testimonial y sacramental, por contagio de esperanza y de amor. Se
anuncia la Buena Noticia encarnándola en la propia vida, se proclama el Evangelio
mediante signos históricos de liberación y de vida que lo hacen presente en la historia
de un pueblo, de una comunidad.
• La Buena Noticia es el misterio, el plan escondido desde siempre en el
corazón de Dios y revelado plenamente en Cristo Jesus.
En Jesús de Nazaret, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; en Él se nos
revela quién es Dios para nostros y cual es la sublimidad de nuestra vocación en el
plan de Dios; en Jesús, el Hijo de Dios se hizo lo que nosotros somos para que
nosotros lleguemos a ser lo que El es. La humanización de Dios tiene como fin la
divinización del ser humano, hacernos partícipes de la naturaleza divina que es el Amor
mismo.
Esta Buena Noticia es la razón del misterio de la Encarnación, (Cur Deus homo?)
absolutamente inimaginable por el hombre a inalcanzable por si sólo; es la máxima
expresión de la gratuidad amorosa de Dios. Era impensable para el ser humano, pero
es la respuesta a la inagotable sed de infinito puesta por el Creador en el corazón
humano como búsqueda de sentido absoluto. Ya lo expresaba San Agustín: "Nos
hiciste para ti Señor a inquieto está nuestro corazón mientras no descanse en ti". A
esta sed de Dios responde la Buena Nueva manifestada en Cristo, el Verbo encarnado.
• La novedad radical del Evangelio es presentada por Jesús mismo cuando en la
Sinagoga de Nazaret hizo la proclamación de su misíon.
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido, me ha enviado a anunciar a
los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos, y la vista a los
ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gloria del Senor". Y
agregó: "Esta escritura que acabáis de oír se cumple hoy" (Lc 4:16-22).
"A partir de ese momento Jesús comenzó a recorrer todas las aldeas de Galilea,
anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios y sanando toda enfermedad y dolencia
en el pueblo" (Mt 4:23; 9:35).
Jesús mismo afirmó que "para eso había sido enviado: para evangelizar", (Lc 4:43),
para proclamar y hacer presente la utopía de Dios, el Reino de Dios, ya y desde aquí
en la historia de todos los pueblos, por medio de signos históricos de vida y de
liberación, de misericordia y esperanza, de fraternidad y solidaridad, de gozo y de paz.
La novedad radical que debe encarnarse en las culturas es el Evangelio de la
liberación como eco y respuesta al clamor de los excluidos y los empobrecidos de la
sociedad, para los cuales Dios se revela como amor compasivo y misericordioso y
como fuerza de liberación.
La liberación de toda forma de esclavitud está, pues, en el corazón del Evangelio y de
la inculturización. Esta utopía de Dios, el Reino de Dios, se hizó historia en Jesús de
Nazaret, el Cristo liberador.
La inculturación es el instrumento y la mediación de una evangelización liberadora,
integral y universal. Se da una íntima relación entre inculturación y liberación a tal
punto que se puede afirmar que la meta de la inculturación es la liberación y el camino
de la liberación es la inculturación.4
• Todas las culturas llevan dentro de sí una fuerza biogenética, que engendra la vida,
la defiende y busca apasionadamente la plena realización de todas sus virtualidades. El
ser humano quiere vivir, vivir dignamente, vivir en plenitud y lleva en su ser el anhelo
de inmortalidad. La muerte, y peor aún la muerte violenta e injusta, es la experiencia
humana más difícil de integrar, porque amenaza o niega el anhelo más profundo del
ser humano de una vida plena y sin fin.
¿Cuàl es la Buena Nueva radical que el cristianismo proclama frente al limite y la
amenaza de la muerte? La respuesta y promesa de Dios es el anuncio de que para
cada uno y cada una de nosotros y para la creación entera existe una absoluta
37
realización de la vida más allá de la muerte, como plenificación de todas sus
potencialidades intrínsecas y cumplimiento a sus anhelos de comunión y plenitud. Eso
es lo que el Cristianismo anuncia como Buena Noticia: la Resurrección.
La positividad del Cristianismo está en anunciar esta utopía y que ella se hizo historia
en Jesús de Nazaret, la resurrección y la vida.
La inculturación del Evangelio es testimoniar la utopía de Dios, y mostrar que la
resurrección es posible y lo posible ya sucedió en un miembro de nuestra familia
humana. Es anunciar como promesa y esperanza que lo que es ya realización presente
en Jesús, es promesa real para cada ser humano y la entera creación.
El núcleo central de la Buena Nueva es la proclamación del triunfo de la vida sobre la
muerte a partir del anuncio de la Resurrección de Cristo.
Evangelizar, significa, atestiguar y proponer esta Buena Nueva e intentar, junto con los
demás, producirla en situaciones y hechos concretos de vida como gérmenes y
primicias de la resurrección definitiva. Como se ve, el Evangelio de la resurrección
tiene que ver con el destino de toda la vida y con el sentido último de la historia. Ella
no se opone a ninguna cultura, por el contrario, viene al encuentro de la fuerza más
fundamental, generadora de toda cultura, que es el deseo y la búsqueda de la vida en
lo económico, en lo político, en lo simbólico, en lo social y en lo religioso.
La inculturación del Evangelio lleva a las matrices culturales de los pueblos, por via
testimonial y sacramental, la Buena Nueva de la vocación divina del humano, la Buena
Noticia de la liberación y la esperanzadora utopía de la resurrección.
Esta inserción o encarnación del germen del Evangelio en las culturas de los pueblos
puede causar un doble impacto; de continuidad y también de ruptura y de cambio, de
afirmación y plenificación, o como fuerza crítica y transformadora. Reconocer, en
actitud de encuentro y de diálogo, todos los gérmenes y manifestaciones de vida y
liberación como la mayor fuerza vital de toda cultura, así como también cuestionar y
ser dinamismo de cambio de todas las situaciones, hechos y fuerzas generadores de
muerte y opresión, corresponde también a las mayores aspiraciones de los pobres de
la tierra.
En sintesis, en la inculturación del Evangelio se vive todo el misterio cristiano: el
misterio de la Trinidad y el misterio de Cristo: su encarnación, su evangelización
liberadora y purificación redentora, y la plenitud de la vida en su resurrección; se
experimenta la acción del Espíritu Santo que renueva la paz de la tierra.
Notas
1
Boff, L., Nueva Evangelización. Perspectiva de los oprimidos. Indo-America Press
Service Editores; Santafé de Bogotá,1992, p. 30.
2
"Evangelização e inculturação. Conceitos, questionamentos, perspectivas", en:
Inculturação: desafios de hoje, Vozes Petropolis,1994.
38
3
Boff, L., op.cit., p. 41.
4
Süss, P., "Inculturación", en Mysterium Liberationis, Tomo p. 416.
Ref.: OMNIS TERRA, n. 328, año XXXV, marzo 2003, pp. 104-117.
39
DE LA INCULTURACIÓN A LA
INTERCULTURALIDAD
Raúl FORNET-BETANCOURT
http://servicioskoinonia.org/relat/Raul.fornet@mwi-aachen.org
Y decía que, para mí, esta manera de comenzar, digamos, con una «solicitación», con
una palabra no afirmativa sino justamente «solicitante» y «solícita», es de elemental
honestidad y justicia porque en el caso del cristianismo estamos realmente ante una
religión que, como señalé de entrada, está poco acostumbrada al diálogo; realidad ésta
que se puede explicar, como también daba a entender, por muchas razones; pero que
acaso esté afincada en una razón fundamental, cual sería la perversión teológica que
acompaña al hecho de haber sucumbido ante la seducción del poder de «este mundo»
y que ha permitido e incluso justificado la integración de la religión cristiana en el
engranaje de empresas imperiales europeas, con el agravante además de que en este
marco histórico el cristianismo mismo desarrolla una forma propia y específica de
actividad colonizadora e imperial al interior de la política de prepotente expansión de
los imperialismos occidentales.
Pues me parece que hay que reconocer y confesar abiertamente que el cristianismo, al
menos en su configuración dominante como religión oficial del mundo occidental,
aprovecha por su parte su instrumentalización como instancia legitimadora de
empresas imperiales para autoafirmarse no sólo como religión militante,
misioneramente militante, sino también como tradición religiosa superior o, dicho
como mayor exactitud, como religión con consciencia teológica de que su propia
tradición la instala en la verdad, la hace portavoz de la verdad y camino cierto para
llegar a la verdad que salva.
40
De esta suerte este cristianismo, a cuyo desarrollo como pieza y factor de la cultura
occidental oficial de la dominación – conviene decirlo aunque sea de pasada –
pertenece también la domesticación jurídica de la «asamblea» de los creyentes en el
sentido de un aparato de sanción y de administración de la verdad, degenera en una
ideología de cristiandad que entiende y practica, con todos los medios a su alcance,
desde la excomunión hasta la tortura, su afirmación como tal en términos de
exterminio de la pluralidad religiosa y cultural. Dicho en frase breve: El cristianismo
occidentalizado e ideologizado de la cristiandad es, en el fondo, afán de imponerse y
de imperar sobre las otras religiones, y en este sentido su expansión «misionera»
militante equivale a la negación de la pluralidad de las religiones. En su horizonte
teológico (y político) no caben las religiones, no debe darse el hecho religioso como
realidad plural que se expresa y encarna precisamente en las religiones, sino que hay
sólo la religión, y ésta es la que él, y sólo él, representa.
Soy consciente por otra parte de que, desde sus orígenes más remotos, el cristianismo
ha sido y sigue siendo fuente de prácticas religiosas liberadoras y de que además la
apertura a escala mundial propiciada por el Concilio Vaticano II marcó un giro de
particular importancia, justo en lo que se refiere al fomento de la actitud y de la
capacidad de diálogo en el seno de la tradición cristiana. O sea que, si tenemos en
cuenta estas alternativas renovadoras, bien se podría pensar que nos estábamos
refiriendo a una historia pasada, superada ya desde hace generaciones, y valorada
incluso de manera unilateral.
Y sin embargo me parece poder decir que esa impresión no es correcta del todo. ¿Por
qué? Primero, porque he hablado de la configuración oficial dominante del cristianismo
como momento expresivo de la potencia imperial de Occidente; y, segundo, porque
esa forma hegemónica de configuración de la religión cristiana dista mucho de
pertenecer al pasado, de haber perdido su dominio hegemónico y de haberse
convertido en una manifestación vacía de poder y obsoleta.
Es cierto que ha perdido «peso público» y fuerza de incidencia en un mundo que, con
razón o sin ella – pero no entremos en esta cuestión –, se autoproclama un mundo
caracterizado por la pluralidad, la diversidad y la tolerancia de las diferencias. Pero
igualmente cierto me luce ser el hecho de que en ese universo específico que podemos
llamar el campo del ejercicio práctico-teórico del cristianismo la hegemonía del poder
de esa configuración occidental dominante de la religión, cristiana (católica, sobre
todo) se presenta pujante todavía, al menos en su pretensión, como demuestran
varios documentos vaticanos de reciente fecha[1].
41
sabemos que es, de hecho y de derecho, necesario para un diálogo verdadero, a saber,
abrirse al otro, escuchar su palabra sin reservas ni prejuicios, amar su diferencia, aun
cuando no alcancemos a entenderla plenamente, y aventurarse con él a un proceso de
acompañamiento y de aprendizaje recíproco.
El «permiso» para dialogar con los otros es de este modo esencialmente también
«compromiso» de trabajar en la liberación de nuestra tradición religiosa del
doctrinarismo dogmático así como del aparato de poder que, consecuentemente con
sus intereses de control y de dominación, han trastocado, si me permiten la metáfora,
la fragilidad de la nave itinerante y peregrina en la pesada e impresionante seguridad
de un buque acorazado, con conocimiento último de su misión y destino.
De la inculturación...
Si por el título con que aparece anunciada esta conferencia, se supone que voy a
cuestionar y problematizar el término teológico-cristiano de inculturación, se supone
bien porque mi propósito es, en efecto, el de hablar de la inculturación de la fe
cristiana desde una perspectiva crítica y/o autocrítica.
Es posible que este propósito, sobre todo para círculos cristianos actuales y abiertos al
diálogo, resulte un tanto extraño o despierte en los mismos la sospecha del
hipercristicismo.
Pues, ¿cómo negar que el término inculturación es sinónimo de una de las grandes
aportaciones en que se va concretizando la profunda renovación inspirada por el nuevo
espíritu que sopla con el Concilio Vaticano II? Y lo que es todavía más, en el término
inculturación se resume todo un programa de renovación teológica, pastoral, litúrgica,
catequética, etc. que reorienta la presencia del cristianismo en el mundo y resignifica
su tradicional sentido «misionero» al exigirle entrar en diálogo con la diversidad
cultural de la humanidad.
Pero, insisto, concediendo de buen grado todo eso, me parece con todo que el
concepto y el programa de la inculturación del cristianismo deben ser criticados. Por
eso trataré a continuación de explicar brevemente las razones que, en mi opinión,
justifican y fundamentan la necesidad de criticar el concepto de la inculturación en
42
tanto que palabra clave de un paradigma de teología cristiana y de vivencia de la fe
cristiana que debe ser reemplazado por otro, si es que la religión cristiana quiere
tomar en serio el diálogo con la diversidad cultural y religiosa de la humanidad. Esta
exigencia que acabo de señalar, revela ya que las razones con las que argumentaré a
favor de la superación del paradigma de la inculturación descansan a su vez sobre una
razón fundamental o supuesto de convicción que es, digamos, el alma de la
argumentación que sigue, y que por ello me permito explicitarlo expresamente, a
saber, el respeto a la sacralidad y al misterio de gracia que se anuncia en la pluralidad
de las religiones; respecto amoroso y convivente que, conteniendo la voluntad de
interferir o influir, se expresa primero como escucha que se abandona a la experiencia
de gustar la riqueza de la pluralidad.
A la luz de esta razón de fondo, que más que «razón» es, en realidad, fuente
experiencial generadora de razones discursivas porque tiene que ver con lo que
Raimon Panikkar ha llamado «la mística del diálogo»[2], trataré ahora de presentar al
menos brevemente algunas de las razones que cuestionan el paradigma de la
inculturación como horizonte adecuado para que el cristianismo pueda estar
sinceramente a la altura de las exigencias teóricas y prácticas del diálogo intercultural
e interreligioso que reclama la pluralidad de culturas y religiones.
43
La segunda razón se desprende de esta primera y la complementa. Concentrando su
argumento a lo esencial, la formularía como la objeción de la instrumentalización de la
pluralidad cultural. Es cierto que el planteamiento de la inculturación supone la
apertura al otro en toda su diversidad cultural y que busca, en sus modelos más
avanzados o radicales, superar el horizonte de la mera «adaptación» de la fe cristiana
a las culturas para propiciar su crecimiento plural desde la diversidad de las mismas y,
muy especialmente, desde las prácticas cotidianas en que se expresa en concreto el
pluralismo cultural. En este sentido habla, por ejemplo, Diego Irarrázaval de avanzar
en dirección a una «poli-inculturación»[5]. A pesar de ello, sin embargo, creo que se
justifica la afirmación de que la inculturación permite sólo una apertura con reservas,
controlada y planificada, ya que parece saber de antemano lo que debe suceder en el
proceso de encuentro con el otro y cuál es la meta última a la que debe orientarse
todo el proceso, o sea, el desarrollo realizante de un cristianismo universal; meta que
algunos inculturalistas no tienen ningún reparo en nombrarla con el título triunfalista
de «Cultura Cristiana»[6].
Pero tanto este segundo argumento como el primero remiten a una tercera razón que
es acaso de naturaleza más teológica porque se refiere a la teoría teológica sobre la fe
cristiana subyacente al paradigma de la inculturación. Me explico.
Pero si, por una parte, esta transculturalidad del Evangelio cristiano garantiza su
capacidad de inculturación, por otra parte tenemos que funge al mismo tiempo como lo
que limita, regula y controla la inculturación. Suponer la transculturalidad significa
aceptar que hay justo ese núcleo duro que debe ciertamente «alterar» las culturas,
pero que éstas no pueden «alterar» sin más, sino trasmitir «con fidelidad» en formas
propias. Unido a esto está, evidentemente, el problema de la identidad cristiana;
cuestión compleja en la que no podemos detenernos. Bástenos aquí con retener que
esta visión transcultural de la fe cristiana es paradójicamente problemática para la
misma inculturación pues la lleva a frenar su propia dinámica inculturalizante.
La cuarta razón está vinculada con el argumento anterior. Pues pensamos que un
planteamiento que defiende que su tradición religiosa es portadora de un núcleo
transcultural, más aún, que ella misma es transcultural, tiende a la absolutización de lo
propio y, con ello, a la relativización de las otras tradiciones. Así que haría valer contra
la inculturación que su visión de fondo no la lleva a «relativizar» su propia tradición, en
el sentido de relacionarla con las otras en plano de igualdad y a reverla desde ese
tejido de relaciones, sino que por el contrario tiende a hacer de la tradición cristiana la
norma formativa de las relaciones con las culturas y sus religiones.
44
Una quinta razón, que lógicamente también está relacionada con las anteriores, es el
silenciamiento del peso de la historia de dogmatización de la fe cristiana. ¿Qué hacer
con los dogmas? Creo que la inculturación soslaya esta grave cuestión, pero que debe
de afrontarla porque en ella se decide su capacidad o incapacidad para el diálogo. Una
sobrecarga de dogmas, como ya viera Juan Luis Segundo, impide el diálogo[7].
Habría, pues, que reconocer al menos con Ignacio Ellacuría que «... la fe cristiana ha
sido uniformada desde las exigencias y las facilidades del mundo occidental y la
presente civilización occidental cristiana – que así la llaman –. Eso, para nosotros,
supone una reducción grave, en sí mismo y en su capacidad de inculturación. Es decir,
la forma que el Cristianismo ha tomado en Europa, a través de todos estos siglos, los
antiguos y los modernos, en el mejor de los casos es una de las formas posibles de
vivir el Cristianismo, una. En el mejor de los casos, si lo hubiera hecho bien. Pero de
ninguna manera es la mejor forma posible de vivir el Cristianismo»[10].
... a la interculturalidad.
45
Para decirlo de entrada: proponemos el paso de la inculturación a la interculturalidad
porque vemos, con Raimon Panikkar, en la interculturalidad el imperativo de nuestro
tiempo[12]; un imperativo que también el cristianismo debe asumir, si es que quiere
estar a la altura de las exigencias contextuales y universales que plantea la
convivencia humana en y con la pluralidad de las culturas y religiones. Con lo cual
decimos también, evidentemente, que proponemos el paso de la inculturación a la
interculturalidad porque vemos en la segunda la alternativa que debe tomar hoy el
cristianismo frente a la primera para superar un paradigma que todavía lo ata a
pretensiones, actitudes y hábitos, teóricos y prácticos, propios de la configuración
occidental dominante que históricamente se ha apoderado de sus posibilidades de
realización. Para una fe cristiana vivida en diálogo y en convivencia con los otros, no
basta un cristianismo inculturado. Pues, a pesar de todos los avances que se han
logrado con la inculturación, ésta, me parece, tanto por el ambivalente concepto de
tradición cristiana con que trabaja como por su programa de interferir en el orden
religioso y cultural del otro, se presenta tributaria de la tradicional «misión» y de la
consiguiente «colonización» del otro. La interculturalidad, en cambio, sí me parece
constituir una alternativa con fuerza para quebrar definitivamente ese (antiguo)
paradigma eurocéntrico en el que se mueve todavía, en mi opinión, el programa de la
inculturación porque, como hemos intentado mostrar, el peso doctrinario en la
tradición que busca inculturar es todavía tal que la lleva a frenar las dinámicas de
mutación abierta en nombre de la conservación de la supuesta identidad de lo
supuestamente propio. Pero tratemos ahora de apuntar algunos momentos
argumentativos a favor del giro hacia la interculturalidad o, más concretamente dicho,
a favor de una transformación intercultural del cristianismo.
Sin poder entrar en esta ponencia en una consideración filosófica sobre la teoría y la
práctica de la interculturalidad[13], tendré que limitarme a nombrar solamente
aquellos rasgos cuyas implicaciones me parecen más fundamentales para el cultivo de
una praxis intercultural de la fe cristiana. O sea que, en este punto, mi argumentación
se desdobla en un primer paso, que consiste justamente en esa brevísima
aproximación a la interculturalidad, y en un segundo que sería la explicitación de las
consecuencias para una transformación intercultural del cristianismo.
46
Pues bien; pensamos que estos rasgos que he resumido como las renuncias
fundamentales que caracterizan la práctica de una actitud intercultural, leídos
positivamente, pueden inspirar y orientar una nueva transformación del cristianismo;
una transformación que mudaría sus inculturaciones en interculturizaciones y que
sería, de este modo, mutación y mudanza al mismo tiempo. En correspondencia, pues,
con las renuncias apuntadas, desarrollaría el segundo paso de mi argumentación en
este punto señalando las consecuencias siguientes:
- La renuncia a decantar la identidad propia trazando fronteras entre, digamos, los que
pertenecen a la familia y los extraños, connotaría la consecuencia de deconstruir la
ideología monoculturalista de la coherencia identitaria para rehacer la identidad
cristiana desde la convivencia intercultural e interreligiosa en términos de un proceso
contextual y universal a la vez y que, por eso mismo, se reconfigura continuamente.
47
- La renuncia a la teleología de la unidad sin más llevaría en sí, por último, la
consecuencia de un discurso cristiano dispuesto a no cerrar el proceso de intercambio
y de reconfiguración cultural y religiosa en nombre de un estado de unidad que, más
que equilibrar las diferencias de la pluralidad, lo que haga sea ordenarlas
jerárquicamente y controlarlas. Dicho en otros términos: se trataría de apostar por un
discurso cristiano que comprende la «unidad» no como un estado que se administra
sino más bien como un suceso de gracia que también le sucede a él, y que le sucede
como suceso de comunión que no termina la peregrinación ni la necesidad de continuar
el diálogo, tanto hacia dentro como hacia fuera.
[1] Ver por ejemplo Dominus Jesus y la todavía más reciente “instrucción”:
Redemptionis Sacramentum.
[2] Raimon Panikkar, «La mística del diálogo», en Jahrbuch für kontextuelle Theologien
1 (1993) 19-37.
[3] De la inmensa bibliografía existente sobre este tema me limito aquí a remitir, por
una parte, a estos documentos pontificios de Juan Pablo II: Catechesi Tradendae
(1979), Familiaris Consortio (1981) y Redemptoris Missio (1990); así como, por otra
parte, a dos textos del magisterio eclesial latinoamericano: La Evangelización en el
presente y en el futuro de América Latina (Puebla, 1979) y Nueva Evangelización.
Promoción Humana. Cultura Cristiana (Santo Domingo, 1992).
[5] Diego Irarrázaval, Inculturación. Amanecer eclesial en América Latina, Lima 1998,
págs. 265 y sgs. Ver también su libro: Cultura y fe latinoamericanas, Santiago de Chile
1994.
[7] Cf. Juan Luis Segundo, El dogma que libera, Santander 1989.
[8] Emmanuel Levinas, Totalité et Infini. Essai sur l’Extériorité, La Haya 1961; y
Bernhard Waldenfels, Sinnesschwellen. Studien zur Phänomenologie des Fremden,
Frankfurt/M. 1999.
[9] Sobre esta tensión entre transculturalidad y contextualidad dentro del horizonte de
la inculturación puede ver el excelente análisis de Juan José Tamayo en su libro:
48
Nuevo paradigma teológico, Madrid 2004, especialmente el capítulo 3: «Horizonte
intercultural: Inculturaicón e interculturalidad», págs. 31 y sgs.
[11] Juan José Tamayo, op. cit., pág. 49 (cursiva en el original). Ver también: Johann
Baptist Metz, «Im Aufbruch zu einer kulturell-polyzentrischen Weltkirche», en
Zeitschrift für Missionswissenschaft und Religionswissenschaft 70 (1986) 140-153.
[12] Cf. Raimon Panikkar, «El imperativo cultural», en Raúl Fornet-Betancourt (ed.),
Unterwegs zur interkulturellen Philosophie, Frankfurt/M. 1998, págs. 20-42.
[15] Esta idea nos la inspira una frase de José Carlos Mariátegui que dice: «El dogma
no es un itinerario sino una brújula en el viaje.» José Carlos Mariátegui, Defensa del
marxismo, Lima 1967, pág. 105.
[16] Cf. John Cobb, Transforming Christianity and the World: A Way beyond
Absolutism and Relativism, New York 1999; y Roland Faber, «Der transreligiöse
Diskurs», en Polylog 9 (2003) 65-94.
Raúl Fornet-Betancourt
Profesor de Filosofía en la Universidad de Bremen.
Catedrático honorario de Filosofía en la Universidad de Aachen y
Director del Departamento de América Latina
del Missionswissenschaftliches Institut Missio. e. V. En Aachen
49
INTERCULTURALIDAD Y TEOLOGIA –
interrogantes latinoamericanos -
Diego Irarrazaval
http://www.asafti.org/site_/index.php?option=com_content&view=article&id=58:inter
culturalidad-y-teologia&catid=11:culturas-ibero-americanas&Itemid=11
Nos sentimos como pequeñas semillas sembradas por el Dios de la vida. La actitud
creyente confía en iniciativas concretas y holísticas, y allí reconoce signos del Verbo de
Dios. La mística cristiana esta en sintonía con el Verbo encarnado; y así la reflexión
camina con los pies bien situados en la tierra y en las culturas donde el Verbo se ha
encarnado.
Al respecto, Pedro Casaldaliga anota “las semillas del Verbo esparcidas en todas las
culturas, en todos los pueblos”; y advierte: “si no tenemos las ideas claras,
acabaremos pensando en dos dioses... Para unos seres humanos Dios sería
plenamente salvador... y para con la otra inmensa mayoría de la humanidad sería mas
o menos bueno permitiéndole unas migajas...” (Casaldaliga, 1988). Evidentemente
sería una discriminación. Más bien, creemos en el Espíritu de Dios presente y
fecundador de culturas. En la interacción entre culturas sobreabundan las semillas y
frutos del Verbo encarnado.
50
cosificados. Más bien a la reflexión creyente le corresponde participar en la interacción
entre culturas y religiones. Ellas no son objetos captados por un omnipotente ojo
creyente.
B) Otro asunto problemático. Predomina un pensar que tiende a la disyunción. Así es
llevado a cabo el pensar autodefinido como objetivo y científico. Ciertamente el sujeto
es distinto al objeto, la mente humana es distinta a las realidades que uno intenta
conocer. Pero si el pensar emplea criterios ensimismados y monoculturales, ello impide
entender realidades polivalentes y complejas.
En América Latina durante los últimos cuarenta años las comunidades cristianas han
afianzado nuevos modos de pensar la fe (CELAM, 1966, Susin, 2000, 2006, Tamayo y
Bosch, 2001). La Revelación es entendida desde la matriz humana de nuestros pueblos
que sufren y resisten, oran y celebran, piensan, sueñan alternativas. El pensar
latinoamericano ha logrado entretejer lo vivencial con lo teórico y con lo utópico. A mi
parecer, en el proceso intercultural e interreligioso se articulan
vivencia/reflexión/utopía. En estas tierras la labor teológica esta recuperando su
tradicional vínculo con la complejidad del pueblo.
Desde la vivencia de cada día la población creyente se entiende a sí misma y a los
demás, a lo propio y a lo diferente. En los hechos de vida y el acontecer histórico es
donde se desenvuelve el sentido de la fe -el sensus fidelium- del pueblo de Dios. Ésta
es la base de cualquier reflexión especializada.
Nuestro punto de partida es que somos personas ubicadas entre culturas. Se dejan
atrás las miradas mono-culturales. No sólo hay que ubicarse entre culturas. También
hay que estar atento a hermeneuticas segun edad, genero, región, estrato social,
espiritualidad. Se trata de compartir varios universos simbólicos y de asumir criterios
de personas de diversa edad, genero, sector social y cultural, regiones del mundo.
51
Durante décadas he interactuado con realidades mestizas e indígenas, y a la vez he
estado en círculos profesionales y grupos de poder. He participado en rituales andinos
en que lo cristiano es un factor junto a otros sistemas de sentido. He colaborado en
actividades polifacéticas en la Iglesia. Me he sumado a quienes optan por la liberación
integral. Al vivir contrastes y vínculos entre diferentes, uno emplea diversos
imaginarios y códigos, y uno colabora en propuestas interculturales.
Todo esto tiene implicancias teóricas. Moverse sólo al interior de una disciplina
(historia, antropología, teologia, economía) da resultados parciales. Entender la
realidad desde varios ángulos permite superar el monoculturalismo; asimismo puede
evitase el simplismo populista, y también se evitan los fundamentalismos. Además,
entrecruzar enfoques científicos facilita la lectura crítica de comportamientos y
pensamientos. Por ejemplo, es confrontada la tendencia andina a imitar lo dominante a
fin de sobrevivir pragmáticamente.
Por mucho tiempo la pauta ha sido que el sujeto aprehenda objetos de estudio. Esta
pauta presupone una subjetividad cartesiana centrada en el yo. Los debates actuales
incluyen la intersubjetividad y la hermeneutica intercultural. Va quedando atrás la
obsesiva especialización y el vicio monocultural. Más bien son asumidos los desafios de
colaborar entre disciplinas. Se llevan a cabo polílogos entre filosofia, ciencia social,
teologia, y demás. En esos contextos, la labor teológica ha comenzado a interesarse en
diversos lenguajes rituales y sapienciales. También estamos más atentos a la
continuidad y discontinuidad entre formas cristianas y formas no cristianas, y en
procesos mestizos y sincréticos de diversa significación.
La teologia es alimentada por las vivencias humanas de cada pueblo que se expresa
ritual, etica, sapiencialmente. Durante décadas se han desarrollado encuentros y
publicaciones andinas en que lo simbólico enmarca la labor científica y la reflexión
teológica (SARMIENTO, 2000, ISEAT, 2006, IDEA, 2006). Al evaluar la simbología y
racionalidad de comunidades andinas modernas, resaltan sus elementos
interculturales. Así son sus ritos (con un denso sincretismo) y sus pensamientos
(autóctonos y a la vez modernos). Existen lineas interculturales e interreligiosas, que
reseñaré en base a la producción indígena-mestiza de tres de sus portavoces: Vicenta
Mamani, Victor Bascope, Domingo Llanque.
Las personas y comunidades que elaboran el pensamiento cristiano andino lo aprecian
desde adentro, vale decir desde sí mismos/as y en correlación con los/las demás. La
población andina es pequeña, pero tiene inmensos recursos humanos y espirituales de
caracter universal. Ella es capaz de correlacionarse con otros modos de comprender la
vida. Esto constituye el primer nivel de la interculturalidad. Un segundo nivel de lo
intercultural es que personas de otras culturas puedan apreciar el ritual y pensar
andino.
52
Por lo tanto, su mayor logro es afianzar un modo propio de vivencia ritual (como
pueblo originario abierto a otras formas culturales), y asumir la revelación cristiana en
consonancia con lo propio. En todo este proceso hay una admirable correlación entre
distintos códigos culturales/religiosos. Su ritualidad originaria y mestiza les permite no
caer en la imitación de quienes parecen ser superiores, ni de subordinarse al
pensamiento hegemónico.
La actual ritualidad manifiesta una matriz autóctona, y también la incorporación de
factores iberoamericanos, y también de símbolos y contenidos cristianos. Se trata de
un complejo entrelazamiento de culturas, y en buena parte de una simbiosis de
códigos religiosos. Esto es descrito e interpretado por varios autores. Por ejemplo, el
ciclo de celebraciones prehispánicas (que fue transmitido por Guamán Poma de Ayala)
es un transfondo incaico que permite entender las actuales celebraciones de las
asociaciones andinas (Bascopé, 2006). También ha sido estudiada la ritualidad aymara
enraizada en procesos socio-económicos; lo autóctono incorpora signos cristianos y se
genera una simbiosis de seres sagrados y referencias litúrgicas, especialmente desde
el Domingo de Ramos hasta la fiesta de Pentecostés (Mamani, 2002).
Retomo dos acentos puestos por Victor Bascope (Bascope, 2006, 138, 176). Los
vínculos con seres sagrados andinos -particularmente con Pachamama- se articulan
con el culto a representaciones cristianas -en especial con Maria, Madre de Jesus-. Esta
articulación y otras vivencias rituales indican que “tenemos hoy las celebraciones de
las fiestas patronales con imágenes y ritos cristianos, pero adecuados a nuestra lógica
propiamente andina”. De este modo es apreciada la teologia y espiritualidad andina-
cristiana.
Por su parte, Vicenta Mamani (Mamani, 2002, 151-152) ve que los ritos en Semana
Santa y a lo largo del año confluyen con el cotidiano afán andino por la Vida. Ésta es la
matriz espiritual y sapiencial. Al cosechar la papa (invocada como Ispalla) se ora así:
“Wawanakamarux janikiy jaytxapxistati purak phutaqatakiy uywasipxita aka urumanxa
taqi chuymawa q´uwanchsma, jawilla, jawilla, kusispxtwa jichhuruxa jumampi
chikt´ata, jallalla, jallalla, mama ispalla” (No nos abandones a tus hijos e hijas,
queremos vivir llenos de comida en este tu día, con todo corazón te damos gracias,
ven, ven, hoy día estamos alegres junto a ti, Mama Ispalla ¡que viva la Mama Ispalla!).
Las reflexiones de Bascope y de Mamani ponen acento en el paradigma andino; porque
en la interacción entre culturas/religiones lo autóctono es lo primordial.
Estas realidades también pueden ser examinadas desde el punto de vista de la
revelación cristiana. Domingo Llanque, aunque sufrió continuas malinterpretaciones e
incomprensiones, mostró la compatibilidad entre ser aymara y quechua y la fe
cristiana. También explicó puntos que unen y otros que diferencian la teologia
autóctona y el pensamiento liberador. Gracias a él y muchas personas se ha generado
una reflexión de fe que tiene un sello intercultural.
En efecto, Llanque y otras personas desde y con comunidades andinas han explicitado
la Revelación en la creación, en las culturas e historias de estos pueblos. La
perspectiva no es esencialista, ni juxtapone lo cristiano a lo andino; más bien existe
53
una correlación. “La promoción humana, la búsqueda del equilibrio social-cósmico, la
preocupación constante por la justicia, la paz y la reconciliación, constituyen las
respuestas a la Buena Nueva de la liberación que Cristo nos ofrece” (Llanque, 2004,
110). Al leer la experiencia andina, con los ojos de la revelación cristiana, no se
sobrepone una cultura sobre otra. Más bien, se descubre la armonía entre tradiciones
autóctonas y la propuesta de Jesús y sus seguidores.
Tal confluencia no pasa por alto las dificultades en las interpretaciones. De hecho
existen impasses entre la sabiduria andina y la doctrina cristiana predominante. Si la
Revelación sólo es conceptualizada desde una pauta monocultural de Occidente, en
este cristianismo no tiene cabida la vivencia y sabiduría andina. Ella sería tachada
como pagana o como mera preparación al conocimiento del Dios verdadero.
Para ser fieles hoy al Espíritu de Jesus ¿cómo es la interacción entre culturas y entre
religiones, entre sabidurías y sensibilidades diferentes e interconectadas? En los
actuales contextos de globalización y de cambio de época, se aceleran los encuentros y
desencuentros entre pueblos. Hay oleadas de migración en todo el planeta. Emergen
identidades más complejas, y crecen los contactos -y también crecen las diferencias-
debido a la comunicación tecnológica y digital. Todo esto ¿cómo incentiva la labor
teológica?
54
A- Propuesta humana.
B- Preguntas teológicas.
1. En América Latina (y otras regiones del mundo) las teologías han estado atentas a
lo socio-económico, identidades y culturas, religiones, el genero, la ecología. Estas
realidades son abordadas con el interrogante ¿cómo ocurre la salvación en Cristo?
Estas hermeneuticas ¿cómo conducen hacia el misterio del Dios-Amor? No se trata de
un camino unidireccional (hechos de vida que llevan a la fe, o viciversa). Más bien,
habiendo portavoces de tales realidades que elaboran teologia, lo hacen de modo
correlacional.
Entonces el procedimiento ya no es preguntas-humanas-y-respuestas-teológicas. La
realidad y la teología se entrelazan al preguntar y al responder. Por ejemplo, se
plantea como creer en el Dios de la Vida y no creer en ídolos del mercado; la segunda
parte es tan teológica como la primera. Pues bien, así como en la organización material
de la vida también en otros terrenos cabe hacer preguntas. Pueden resumirse así: las
temáticas humanas ¿cómo ingresan al corazón de la teologia, y viciversa?
2. He subrayado que las culturas sean tratadas, no como esencias, sino más bien como
procesos históricos en medio de los cuales la comunidad cree y ama. En cuanto a lo
intercultural tiene que ser abordado, no como un tema de moda, sino más bien como
polílogo entre comunidades humanas. Esto ocurre en contextos asimétricos; por eso
existe la propuesta de liberación que busca simetría entre pueblos/culturas. En cuanto
a la inculturación, una forma cristiana no puede sobreponerse a otras formas
humanas. La comunidad cristiana ¿adhiere a la norma de fe -que no es tal o cual
cultura- sino a la Buena Nueva del Verbo encarnado?
55
La cuestión general es: ¿la cristología y otras temáticas son desarrolladas con
metodología intercultural e interreligiosa? Si la reflexión de la fe es llevada a cabo
desde y con los pobres y en sus caminos espirituales, el paradigma de la liberación
¿asume la interculturalidad y la interreligiosidad?
56
tradicionales e ídolos modernos. De modo especial es desacralizado un mercado-
cultura que es unidimensional y que también promueve sectarismos.
Muchas personas en el mundo adhieren a la polifonía de la fe. Para ello se requiere una
praxis intercultural e interreligiosa. Así la humanidad continuará reconociendo el regalo
del amor divino, del cual no puede adueñarse una cultura ni una religión. Al dialogar
entre formas de fe (y con formas de increencia) es posible acercarse, en silencio, al
incondicional regalo de Vivir.
Bibliografia:
BASCOPE, Victor, Espiritualidad originaria, Cochabamba: Verbo Divino, 2006, 221p.
CASALDALIGA, Pedro El vuelo del Quetzal, Espiritualidad en Centroamerica, Managua:
Oscar Romero, 1988.
CELAM (VARIOS AUTORES), El futuro de la reflexión teológica en América Latina,
Bogotá: CELAM, 1996, 373p.
IDEA, Un camino recorrido: 15 años de encuentros”. In: ISEAT, VARIOS AUTORES,
Teologia Andina, La Paz: ISEAT/Plural, 2006, 321-348.
ISEAT (VARIOS AUTORES), Teologia Andina, La Paz: ISEAT/Plural, 2006, I: 348p,
II:496p.
FORNET-BETANCOURT, Raul, Interculturalidad y Religión, Quito: Abya Yala, 2007,
177p.
LLANQUE, Domingo, Vida y Teologia Andina, Cusco: CBC/IDEA, 2004, 223p.
MAMANI, Vicenta, Ritos espirituales y practicas comunitarias del aymara, La Paz:
Creart, 2002, 206p.
MONTES, Fernando, Las preguntas de Jesús, Santiago: Tiberiades, 2002, 157p.
MORIN, Edgar (y J.L. LE MOIGNE), A inteligencia da complexidade, Sao Paulo:
Petrópolis, 2000, 259p.
SARMIENTO, Nicolas, Caminos de la Teologia India, Cochabamba: Verbo Divino, 2000,
246p.
SUSIN, Luiz Carlos (org.), O mar se abriu, Trinta anos de teologia na America Latina,
Sao Paulo: Soter, Loyola, 2000, 294p.
SUSIN, Luiz Carlos (org.), Teologia para outro mundo possivel, Sao Paulo: Paulinas,
2006, 485p.
TAMAYO, Juan Jose, BOSCH, Juan (eds.), Panorama de la Teologia Latinoamericana,
Estella: Verbo Divino, 2001, 683p.
57
TAMAYO, Juan Jose FORNET, Raul (eds.), Interculturalidad, dialogo interreligioso y
liberación, Estella: Verbo Divino, 2005, 307p.
58
Pluralismo cultural y religioso:
Eje de la Teología de la Liberación
Marcelo BARROS
Por varios motivos, no es fácil tratar este asunto, menos todavía en el espacio limitado
del capítulo de un libro. Sobre todo porque no se trata de la relación entre dos
instancias institucionales y monolíticas. No existe una única teología del pluralismo
religioso, ni una única teología de la liberación. Ambos movimientos teológicos son
plurales y conviven con la diversidad. A partir de la teología de la liberación, resumo
algunos rasgos que más aparecen en uno y otro movimiento. Recorreremos el tema,
en la medida de lo posible, con el método latinoamericano del “ver, juzgar y actuar”,
incluso sabiendo que estos tres pasos se interpenetran mutuamente. El tema (relación
entre teología de la liberación y teología del pluralismo religioso) es nuevo, y
demasiado amplio como para que yo intente proponer una síntesis o conclusión. Más
bien, a partir de la experiencia y de la opción latinoamericana, expondré cómo veo la
relación entre estas corrientes teológicas y trataré de delinear posibles perspectivas
para una profundización del tema.
Sin querer tener ya una respuesta, expreso aquí una duda o una propuesta de
explicación. Mientras otros continentes como Asia, América del Norte e incluso Europa
59
tuvieron que confrontarse antes con el pluralismo cultural y religioso, en América
Latina, la mayor parte del pueblo es católica (o formada por categorías dominadas por
la cultura llamada católica). La teología de la liberación surgió en el seno de grupos
preocupados por ajustar la misión de la Iglesia al servicio del pueblo, en medio de
culturas fuertemente católicas. Hasta los años 90, ni siquiera la cuestión ecuménica
intereclesial pareció interesar mucho a los teólogos clásicos de la liberación. Cuando se
hablaba de “ecumenismo”, todos se declaraban favorables y abiertos, pero contando
con que fueran otros quienes trabajaran el tema. Y cuando se trataba de organizar un
sector ecuménico en una entidad bíblica o teológica, bastaba encomendarlo a un
protestante amigo participante en nuestras actividades. No digo esto para criticar a
compañeros y hermanos a los que admiro y estimo profundamente. Simplemente,
intento comprender la eclesiología vigente en nuestros ambientes eclesiales incluso
populares.
Gracias a Dios, desde la década de los 80, en varios trabajos populares y también en
el ambiente teológico latinoamericano, comenzó una convivencia y una colaboración
entre católicos y evangélicos. Es probable que eso haya ocurrido más a causa de la
adhesión de compañeros evangélicos a trabajos y temas que los católicos iniciaron y
promovieron (CEBs, CEBI, pastoral de la tierra, pastoral indigenista y otros) que por
una verdadera y efectiva eclesiología ecuménica de los ambientes teológicos católicos,
mayoritarios y auto-suficientes. Los teólogos de la liberación siempre se han mostrado
favorables al ecumenismo, pero el problema les parecía como de menor significado
social y eclesial. Los problemas a ser abordados eran de naturaleza social y económica.
A partir de la década de los 90, en muchos ambientes de la pastoral y de la teología de
la liberación se acentuó la preocupación por la inculturación de la fe y del lenguaje
cristiano, pero siempre en la perspectiva de que era el mundo católico o cristiano el
que se adaptaba al mundo indígena o al negro, y no como el desafío de un verdadero
pluralismo cultural y religioso que no aparecía sino en pequeños grupos no
verdaderamente populares. Puedo estar equivocado y no quiero criticar a nadie, pero
incluso en ambientes de pastoral popular comprometidos y “liberadores”, a veces,
siento una mentalidad muy eclesiocéntrica. Un eclesiocentrismo que critica curias y
cúpulas clericales y que realiza un verdadero servicio al pueblo oprimido, pero que no
deja de ser eclesiocentrismo, ya que el mundo mental y operacional de sus agentes
nunca sale del ambiente y de los asuntos eclesiásticos. Ahí el “otro” -cultural y
religiosamente otro- no existe en realidad. Por eso no hay apertura para el pluralismo
cultural y religioso.
Una base de la teología cristiana del pluralismo religioso es la comprensión de que Dios
es Amor y Salvación universal. No restringe su amor y su proyecto de vida a una sola
religión o camino espiritual. Algunos de los padres de la Iglesia hablaban de “antiguos”
testamentos de otros pueblos. Compararon los filósofos griegos a los profetas bíblicos.
Otros decían que todas las religiones contienen “simientes del Verbo Divino” [2] . A
partir de la década de los 60, la Iglesia Católica, a través de la teología del Concilio
Vaticano II, y las Iglesias evangélicas históricas, a través del Consejo Mundial de
Iglesias, profundizaron más esta valorización teológica de las otras religiones [3] .
60
confiesa: “Desde los años 70, he procurado seguir los pasos de la teología de la
liberación, venida de América Latina. Al comienzo, mi interés era estar actualizado
respecto al método teológico. Después, en 1983, en Cincinnati, encontré dos
estudiantes de El Salvador que vivían en el exilio porque se habían expresado a favor
de los derechos humanos y eran perseguidos por las autoridades de El Salvador,
apoyados por el gobierno norteamericano. A partir de aquel encuentro, mi vida no fue
ya la misma. Yo y mi esposa comenzamos a participar en el “Movement Sanctuary”,
asociación ecuménica de Iglesias y sinagogas que da asilo y protección a los refugiados
de América Central. En los años siguientes, cada verano, visité Nicaragua y El
Salvador, donde trabajé con comunidades de base y colaboré con Jon Sobrino y el
obispo luterano Medardo Gómez. (...) La teología de la liberación se volvió para mí no
un “nuevo método”, sino la ocasión de comprender el sentido de la religión y del ser
discípulo de Jesucristo. (...). Para mí, la opción fundamental por los oprimidos no es
sólo una opción. Es exigencia que influye en mi modo de hacer teología. No podría
hacer teología de las religiones que no estuviera ligada a la teología de la liberación.
Así, a mi aportación al libro colectivo: “La unicidad cristiana: ¿un mito?”, le di el título
de: “Para una teología de las religiones liberadora”[4] .
Muchos de los teólogos del pluralismo son asiáticos, pobres y comprometidos con la
liberación de sus pueblos. Varios son, incluso, miembros de la ASETT. Ésta realizo su
3a Asamblea General (EATWOT III) en Wennapuwa, Sri Lanka, 1979, con el tema: “La
lucha de Asia por la plena humanidad”. Allí, habló Aloysius Pieris que después publicó:
“Una teología asiática de la liberación”[5] . En este libro, Aloysius lamenta cierta falta
de diálogo: “La teología latinoamericana de la liberación es, hoy, el único modelo
válido de teología en el Tercer Mundo. Sin embargo, ni siquiera ella tiene una
concepción que comprenda el ideal monástico de las tradiciones asiáticas”[6] .
La teología de la liberación nació en medios que eran críticos hacia las Iglesias y
religiones. En la década de los 60, en América Latina, muchos cristianos entraron en
movimientos sociales consagrados a la liberación del pueblo. La mayoría de estos
grupos y movimientos tenía una larga historia de conflictos con la jerarquía
eclesiástica. Para unir la fe con una acción liberadora, las comunidades cristianas
tuvieron que afrontar el poder eclesiástico y hacer una lectura de la fe y de la Biblia
más histórica y menos religiosa. Por eso, para quien hace teología de la liberación
suena como más próximo y familiar el pensamiento de Karl Barth que opone fe y
religión, que el de teologías que ven las religiones de forma positiva y reconocen en
toda tradición religiosa algo de revelación divina.
Al comienzo del siglo XX, en el medio protestante, Karl Barth interpretaba a palabra
del Nuevo Testamento de que sólo la fe salva, explicando que toda religión es
idolátrica y pecadora. La religión es la relación que las personas instauran con lo divino
por sus propias fuerzas. Por el contrario, la fe es la relación que Dios instaura,
gratuitamente, con el ser humano. La religión es obra humana. El Dios que ella
61
representa es siempre un ídolo. Barth concluye: “Nuestra religión consiste en la
supresión de toda religión, nuestra fe es la invalidación radical de todo lo que es
humano: experiencia, saber, propiedad y actividad”[7] . Diversas veces, incluso en
años más recientes, ya he visto estas palabras repetidas por teólogos de la liberación.
Sólo que esta posición pediría un desplazamiento hermenéutico con relación al propio
cristianismo, lo que, muchas veces, acabamos no haciendo. Decimos que las religiones
son todas de carácter medio idolátrico, menos el cristianismo; lo cual inmediatamente
coloca a la religión cristiana en un nivel superior y nuestro discurso se vuelve
eclesiocéntrico. Este fue el equívoco contenido en el documento Dominus Jesus, de la
Congregación de la Doctrina de la Fe: identificar “la fe que salva” con el cristianismo.
En el Encuentro Ecuménico de Teología, en São Paulo, promovido por la ASETT, en
1981, lo que más llamó la atención de Aloysius Pieris y de otros hermanos asiáticos,
fue cómo los teólogos latinoamericanos criticaban la religión. Gustavo Gutiérrez
contrapuso “religiosidad popular” y “fe liberadora”. El biblista José Porfirio Miranda
sostenía que: “la religión es un mal que debe ser destruido”[8] . Incluso Jon Sobrino,
aunque más moderado, consideraba la religión como una “degradación de la fe”[9] .
En las décadas de los 70 y 80, varios libros y estudios ligados a la teología de la
liberación, oponían el Dios de la Biblia, como Dios de la Justicia comprometido con los
pobres, a los dioses de otras religiones, acomodados al status-quo de este mundo[10]
.
Para hablar del diálogo entre teologías de la liberación y teologías del pluralismo
religioso, me viene a la mente una comparación con los cristianos de los primeros
siglos. A causa del contexto en que vivían, los padres de la Iglesia del siglo II son
llamados Padres Apologetas y no Padres Dialogadores, incluso aunque en sus apologías
hay elementos de diálogo con otras religiones y culturas. Del mismo modo, desde que
nacieron, los movimientos de base y sectores de las teologías de la liberación fueron
perseguidos por imperios y dictaduras y también por la jerarquía romana. Aun no
pudiendo considerar a la teología de la liberación como un bloque homogéneo y
teniendo también en cuenta la extrema diversidad de las teologías del pluralismo
religioso, podemos considerar las teologías latinoamericanas como hermanas de las
teologías del pluralismo religioso, comprometidas con la vida y la justicia para todos.
Ambos movimientos teológicos surgen de una relectura de la imagen de Dios en la
Biblia, de un diálogo misionero más abierto y respetuoso con la humanidad, y de
teologías contextuales que, ya en la década de los 60, procuraban tomar en serio las
implicaciones de la encarnación.
Muchas personas y comunidades que, en las décadas de los 70 y 80, procuraban unir
la fe cristiana con una acción política liberadora, tuvieron dificultad de aceptar el
catolicismo popular latinoamericano. De un lado, es verdad que, en América Latina,
muchas veces, los opresores, en convergencia con la jerarquía católica, persiguieron a
los movimientos liberadores, sirviéndose del catolicismo popular y de las religiones
62
negras e indígenas para legitimar la opresión. Debemos también reconocer que,
muchas veces, el catolicismo popular desarrolló una espiritualidad de la resignación y
aceptación pasiva de los sufrimientos. Las fiestas tradicionales de las comunidades
negras e indígenas eran usadas para reforzar la autoridad de políticos populistas y
coroneles autoritarios. Por otro lado, es verdad también que por parte de los
movimientos cristianos liberadores hubo cierta intransigencia religiosa y política,
además de una dificultad de convivir con lo culturalmente diferente. Sólo al final de la
década de los 60, cuando surgieron las comunidades de base y los movimientos
cristianos populares, se encontró un camino de reconciliación entre fe y compromiso
social. Sólo ahí la teología de la liberación comenzó a dialogar con la sensibilidad
cultural y religiosa del pueblo pobre. Hizo su experiencia teológica de pluralismo
cultural y religioso.
En contacto con pueblos indígenas, de las más diversas etnias y de regiones, tan
diferentes como los de la Amazonia, el Altiplano andino y el Cerrado del Centro-oeste
brasileño, descubrimos elementos comunes que con el contacto entre las comunidades
se fueron integrando con elementos de otros grupos y regiones. Las Iglesias llamaron
a esta síntesis “sincretismo”.
Los pueblos africanos, traídos como esclavos a Brasil, a Colombia y al Caribe, tenían
religiones diferentes. A todos ellos las autoridades coloniales y la Iglesia les
prohibieron practicar sus cultos. Se vieron así obligados a buscar una forma común de
expresar su fe y sintetizaron sus cultos en troncos religiosos comunes. Para sobrevivir,
dialogaron también con las religiones indígenas e incluso con el cristianismo opresor,
realizando una síntesis en cultos de matriz africana, como el Candomblé en Bahia, el
Xangô en Recife, o la Casa de Mina en São Luiz del Maranhão, la Santería en Cuba y
los cultos negros en Colombia. Esta síntesis espiritual, muy profunda y sufrida, fue
desconocida y hasta condenada por la jerarquía católica. Sin embargo, fue la primera
experiencia hecha por el pueblo latinoamericano de una teología pluri-religiosa,
desarrollada no en libros o tesis intelectuales, sino en la experiencia sufrida y oculta de
mucha gente pobre que buscó a Dios uniendo experiencias espirituales diferentes pero
capaces de complementarse.
63
de invocar y comprender lo sagrado. Parece un politeísmo; en verdad se trata de
policentrismo humano con sus referentes religiosos”[14] .
En las décadas de los 50 y 60, monjes y teólogos europeos como Bede Griffis, Henri Le
Saux, Cornelius Tollens, Jules Mochanin partieron para la India y se insertaron en
ashram. Vivieron la fe cristiana como creyentes hindús. Igualmente, en América
Latina, hubo algunas experiencias de comunión de vida entre cristianos y religiones
indígenas, como también entre cristianos y cultos de matriz africana. En Brasil, desde
los años 50, en el territorio de la actual prelatura de São Félix do Araguaia, una
fraternidad de hermanitas de Jesús viven insertas en la aldea de los Tapirapé en una
experiencia que valora la cultura y la religión indígena. En la década de los 70, durante
varios años, el padre Bartolomé Meliá vivió con los indios Salumã y participaba de la
religión indígena. El padre François de l’Espinay, ligado a la teología de la liberación, se
hizo miembro de una comunidad de Candomblé en Bahia [15] .
Estoy convencido de que esos casos de “doble pertenencia” prometen nuevas figuras
históricas del cristianismo. La forma que tomó realmente el cristianismo histórico,
desde hace 20 siglos, no prejuzga el futuro y no prohibe la utopía de un verdadero
“cristianismo mundial”, un cristianismo que siendo siempre idéntico a sí mismo, esté
verdaderamente enraizado en todas las grandes culturas. Decir “enraizado en las
culturas”, es una forma impropia de hablar, porque si se enraizó verdaderamente en
culturas diferentes de la occidental, se enraizará también en tradiciones religiosas
diversas” [16] .
En América Latina, desde el inicio de la “caminhada” popular, hemos tenido que vivir y
profundizar ciertas discusiones de la teología del pluralismo sobre a universalidad de la
salvación, la unicidad de la mediación de Cristo, la relación entre la revelación bíblica y
otras revelaciones. En 1976, Leonardo Boff fue asesor de un encuentro entre cristianos
y creyentes del Candomblé en Bahia. Allí, por primera vez, él defendió el sincretismo
como expresión de catolicidad de la fe[17] y desarrolló algunas bases teológicas de
una teología latinoamericana del pluralismo religioso. En 1982, en Cuiabá, Mato
Grosso, el Consejo Indigenista Misionero, CIMI, realizó una asamblea sobre “Bíblia y
mitos indígenas”. Junto con Carlos Mesters, asesoré esta asamblea con el tema del
pluralismo.
A medida que la reflexión teológica deriva de una pastoral que asume un compromiso
de servicio y comunión con todos los indios y no sólo con los indios cristianos, con
64
todos los hombres y mujeres de las comunidades negras, y no sólo con quien es
cristiano, se trata, evidentemente, de una pastoral y una teología macro-ecuménica
que, desde el principio tuvo que vérselas con el pluralismo cultural y religioso
inherente al universo indio, negro y feminista de América Latina.
7. Macroecumenismo latinoamericano
En América Latina, desde 1992, cuando los diversos grupos sociales se dividían en las
conmemoraciones del quinto centenario de la conquista, grupos indígenas y de cultura
afro-americana aprobaron, en el Primer Encuentro Continental de la Asamblea del
Pueblo de Dios (APD), el término “macro-ecumenismo” para significar un nuevo
ecumenismo que fuera más allá de la unidad entre las Iglesias cristianas oficiales,
integrara el encuentro intercultural en la relación entre religiones, y superara también
la llamada “inculturación” como estrategia misionera de inserción de la Iglesia en los
pueblos indígenas y comunidades negras, consideradas cristianas, aunque de otras
culturas. El macro-ecumenismo da a la dimensión inter-cultural la misma importancia
de la relación interreligiosa y llama a las Iglesias a superar la comprensión de una
autoafirmación que desconoce al otro como otro y con sus derechos culturales y
religiosos autónomos.
65
ya comprometidas con la cultura dominadora del neo-liberalismo. O nos salvamos
juntos o nos perdemos todos.
66
A pesar de estos y otros testimonios puntuales, debemos reconocer que el pluralismo
religioso no fue un tema central de la teología de la liberación. En diversos artículos y
libros, Diego Irarrázaval desarrolla una comprensión de misión respetuosa del
pluralismo. Para citar un ejemplo: “Otro desafío es la pluriformidad religiosa, con sus
acertadas o erróneas búsquedas de vida plena. Comenzamos a ver que a practicantes
de otras religiones les llega el misterio de salvación en Jesucristo “por la acción
invisible del Espíritu”[24] .
9. Intento de síntesis
La teología del pluralismo religioso surgió en Europa, Asia y América del Norte en un
contexto en el que el cristianismo deja de ser la cultura dominante. En un mundo en el
que uno de los fenómenos que más crecen es el fundamentalismo religioso, la teología
del pluralismo y del diálogo es esencial para construir un mundo de paz y de justicia.
67
eclesiocentrismo aparentemente menos cerrado y colonialista, porque está inculturado.
La perspectiva parece ser menos la de convivir con la diversidad religiosa que la de
aceptarla como diversa de la cultura dominante, pero sólo para mejor realizar el
anuncio de la fe cristiana. De cualquier modo, la teología de la liberación se ha abierto
a esta dimensión del pluralismo religioso, insistiendo más en la dimensión del
pluralismo cultural que directamente en la cuestión de las religiones. Es la
interpretación que podemos dar a la nota de conclusión del 4 o Encuentro misionero del
COMLA en Paraná, Argentina, en la que los/as participantes escriben: “Desde América
Latina, postulamos un encuentro dialogante con las demás religiones y culturas del
mundo, donde ya actúa el Espíritu, y así, introducirlas en la plenitud del Evangelio”
(COMLA – 4)[27] . Esta última consideración “y así introducirlas en la plenitud del
evangelio” deja bien claro eso. Se trata de un congreso de la jerarquía de la Iglesia
que sigue las orientaciones del Vaticano y del papa, expresadas en encíclicas como
Redemptoris Missio que se abren al pluralismo religioso y al Diálogo con el otro, pero
que en el fondo privilegian más el anuncio de la fe cristiana que el diálogo, y
consideran el cristianismo como una revelación superior que debe ser propuesta a los
no cristianos, aunque de una forma respetuosa (cf. RM 55).
Por los diversos motivos ya aquí expuestos, en América Latina, la teología del
pluralismo religioso ha de ser, en primer lugar, teología del pluralismo Intercultural.
Esta ampliación del tema no lo deja inmune. Lo transforma. Relativiza el aspecto
institucional religioso y da más importancia al elemento cultural presente en toda
religión. Es como si reescribiese o retrazase en lugar diferente el corte que divide las
diversas instancias del diálogo. el corte vertical que divide cada religión en una
columna autónoma queda superado porque en la misma columna, o en la misma
religión, personas o grupos de culturas diferentes se comportan y tienen problemas
que los diferencian de otras personas y grupos de la misma religión provenientes de
otras culturas.
Este pluralismo Intercultural puede, aquí entre nosotros, profundizar un diálogo con los
humanismos contemporáneos de carácter no religioso o incluso ateos. Al final de los
años 60, teólogos de la liberación como Hugo Assmann y Franz Hinkelammert y otros,
emprendieron un diálogo profundo y positivo con el marxismo. En los años 80, Juan
Luis Segundo profundizó el diálogo con lo que él llamó “el hombre y a mujer
modernos”. El reconocimiento actual de un inmenso pluralismo cultural nos lleva a
dialogar con amplias porciones de la población que, aunque no situadas en ninguna
tradición religiosa, quieren caminar con nosotros en la busca de la Paz, de la Justicia y
de la salvaguarda del universo. En este sentido, la experiencia de los encuentros del
Foro Social Mundial es una experiencia matriz para una nueva teología del pluralismo
cultural y religioso.
En América Latina, con excepción del estado de guerra civil que envuelve a Colombia,
no tenemos un país en guerra, pero varios viven conflictos casi permanentes entre
68
sectores de su población autónoma y el aparato de represión del Estado. En Ecuador,
la CONAIE (Confederación Nacional de los Indios de Ecuador) ya derribó un presidente
de la República y, otras veces, influyó mucho para cambiar la conyuntura nacional. La
realidad de miseria a que la política económica neo-liberal redujo diversos países del
continente y amenaza a casi todos los demás, y provoca una situación de conflictos
que constituye lo que, en otro momento, los estrategas americanos llamaban
“conflictos permanentes de baja intensidad”. En este contexto, las categorías de
trabajadores están desmovilizadas, los partidos políticos confusos y los sindicatos sin
fuerza. El discurso de las luchas por la liberación que en los años 70 movilizaba tanta
gente, no encuentra apoyo y raíz en las bases de las poblaciones. Hemos de encontrar
otros discursos y otras estrategias de resistencia y defensa. Así como en África,
también en medio de nuestra población no hay muchos grupos con una conciencia
antimilitarista, con una percepción clara de lo que en esta región significa el comercio
de armas, y cómo está ligado al tráfico de drogas. En Brasil y en otros países de
América Latina, algunos grupos espiritualistas actuales han desarrollado una mística de
la Paz sin ligarla suficientemente a la cuestión de la Justicia y de la Solidaridad con los
más oprimidos. En la mayoría de las veces, la relación con ellos se revela
enriquecedora para los dos lados y puede comportar un enfoque nuevo a la cuestión
del pluralismo cultural. Incorpora datos de la psicología transpersonal y de la sabiduría
oriental, se abre a una sensibilidad terapéutica y artística que normalmente no es
nuestra experiencia. Y podemos contribuir a llevar esa riqueza a grupos de base y a
trabajos de resistencia del pueblo más pobre. Ciertamente, más que en otras regiones
del mundo, en América Latina, la teología del pluralismo Intercultural e interreligioso
ha de privilegiar y profundizar una nueva y crítica teología de la Paz y de la No
Violencia Activa, en América Latina, poco desarrollada y poco asumida.
Finalmente, para mí, la perspectiva más importante y decisiva para a teología del
pluralismo religioso en América Latina es la de insertarse en el modo de ser pluralista
del pueblo más pobre y de aprender en la inserción entre las comunidades de matriz
indígena y negra el camino espiritual básico para la teología del pluralismo, o sea, su
raíz fundamental: una espiritualidad abierta al otro y verdaderamente altruista. El
camino para la teología del pluralismo Cultural y religioso en América Latina es el de la
base, de la inserción y de la solidaridad. Para retomar un modo de hablar común
cuando se discute el pluralismo, esta teología nueva no es cristocéntrica y menos
todavía eclesiocéntrica. Sería “vida-céntrica”, esto es, centrada en el proyecto de vida
para todos. Entonces se unirá con toda una sensibilidad que podemos llamar “holismo
69
popular” que encuentro en el bello poema de uno de los mayores poetas brasileños con
el que concluyo esta conversación:
“Além da Terra, além do Céu/ no trampolim do sem-fim das estrelas, / no rastro dos
astros,/ na magnólia das nebulosas,/ Além, muito além do sistema solar, / até onde
alcançam o pensamento e o coração, / vamos!/ Vamos conjugar/ o verbo fundamental
essencial,/ o verbo transcendente, acima das gramáticas, e do medo e da moeda e da
política, / o verbo sempreamar, / o verbo pluriamar, / razão de ser e de viver” (Carlos
Drummond de Andrade)[30] .
“Más allá de la Tierra, más allá del Cielo / en el trampolín del sinfín de las estrellas, /
en el rastro de los astros, / en la magnolia de las nebulosas. / Más allá, mucho más
allá del sistema solar, hasta donde alcanzan el pensamiento y el corazón, / ¡vamos! /
Vamos a conjugar el verbo fundamental esencial, / el verbo transcendente, encima de
las gramáticas, y del miedo y de la moneda y de la política, / el verbo siempreamar, /
el verbo pluriamar, / razón de ser y de vivir” (Carlos Drummond de Andrade).
[1] Marcelo BARROS, monje benedictino, es biblista y autor de 26 libros, de los cuales
el más reciente es O Espírito vem pelas Águas (A crise mundial da Água e a
Espiritualidade Ecumênica), Ed. CEBI- Rede. Fax: 062- 3721135.
mostecum@cultura.com.br
[2] JUSTINO DE ROMA, Apologia II, 8 y otros, Irineu de Lyon, Clemente de Alexandria,
Ver Faustino TEIXEIRA, Teologia das Religiões, uma visão panorâmica, São Paulo,
Paulinas, 1995, p. 22.
[3] En la Iglesia Católica ver CONCILIO VATICANO II, Declaración Nostra Aetate,
Dignitatis Humanae y Constituición Lumen Gentium, 1, 13, 16; Gaudium et Spes, 22,
92 y otros. En el ámbito protestante, ver diversos discursos de teólogos y la
orientación general de las conferencias del CMI en 1961 en Vancouver: “Jesucristo,
Vida del Mundo”, y en 1968, Upsala: “Hago nuevas todas las cosas”.
[4] Paul F. KNITTER, Una Terra, Molti religioni, dialogo interreligioso y responsabilità
globale, Assisi, Ed. Cittadella, 1998, p. 28- 29.
[5] Aloysius PIERIS, An Asian Theology of Liberation, Orbis Book, Maryknoll, New York,
1988. Traducción: El rostro asiático de Cristo, Sígueme, Salamanca 1991.
[6] Aloysius PIERIS, idem, p. 141.
[7] K. BARTH, Der Römerbrief, p. 84
[8] Cf. José Porfirio MIRANDA, El Ser y el Mesías, Sígueme, Salamanca, 1976, p. 47 ss.
[9] Cf. Aloysius PIERIS, idem, p. 157- 158.
[10] Ver, por exemplo: VARIOS AUTORES, La lucha de los dioses (Los ídolos de la
opresión y la búsqueda del Dios Liberador), DEI, Costa Rica, y Centro Antonio
Valdivieso, Managua, 1980.
[11] A. PIERIS, idem, p. 158.
[12] Por lo demás, muchos de los teólogos y pensadores de la teología del pluralismo
religioso también desarrollaron su pensamiento en el diálogo y la inserción entre las
religiones de los pobres de la tierra, como las grandes religiones asiáticas.
[13] Eleazar LOPEZ, 500 años de resistencia y de lucha de los pueblos de América
contra la opresion, Chiapas, 1991, mimeo 8, citado por D. IRARRÁZAVAL,
Inculturación, amanecer eclesial en América Latina, Puno, Lima, IDEA, CEP, 1998, p.
180.
[14] Diego IRARRÁZAVAL, Inculturación, amanecer eclesial en América Latina, Puno,
Lima, IDEA, CEP, 1998, p. 178.
[15] François DE L’ESPINAY, Igreja e Religião Africana do Candomblé no Brasil, in REB/
47. Dezembro 1987, p. 870.
[16] Claude GEFFRÉ, Profession Théologien, Paris, Ed. Albin Michel, 1999, p. 242.
70
[17] Se trata de la primera redacción del texto que depués se convertiría en el capítulo
7o del libro Igreja, Carisma e Poder (cfr supra). Tras el encuentro histórico en
Salvador, la conferencia de Leonardo fue publicada en «Revista de Cultura Vozes», n.
71, 1977, p. 53- 68.
[18] Manifiestos del 1o y 2o Encuentros de la Asamblea del Pueblo de Dios. Ver también
Marcelo BARROS, O Sonho da Paz, Ed. Vozes, 1996. Ver, especialmente, el capítulo 3:
La Unidad de las Religiones Populares.
[19] Ver el texto de Armando LAMPE, Intolerancia religiosa coontra el pluralismo
religioso, el segundo capítulo de este mismo libro.
[20] J.L. SEGUNDO y Pierre SANCHIS, As etapas pré-cristãs da descoberta de Deus,
Petrópolis, Ed. Vozes, 1969.
[21] Juan Luis SEGUNDO, Teologia Aberta para o Leigo Adulto, Loyola, 1977. Ver
especialmente en el 2o volumen Graça e Condição Humana, el capítulo: O Vaticano II e
a redenção do mundo. También en la presentación del 3o volumen: A nossa idéia de
Dios. Él pregunta: “¿Dios existe? ¿Qué Dios?”.
[22] Julio DE SANTA ANA, Ecumenismo e Libertação, Petrópolis, Vozes, p. 303.
[23] Marcelo BARROS e José Luis CARAVIAS, Teologia da Terra, Vozes, 1988, p. 290-
295.
[24] D. IRARRÁZAVAL, Inculturación, idem, p. 55. el autor cita el documento “Diálogo
y Anúncio” de la Comisión Pontificia para el Diálogo Interreligioso y Congregación para
la Evangelización de los Pueblos, 1991, n. 29- 30.
[25] Cf. Faustino TEIXEIRA, Diálogo de Pássaros; nos caminhos do diálogo inter-
religioso, São Paulo, Ed. Paulinas, 1993. Teologia das Religiões, Uma Visão
Panorâmica, Paulinas, 1995. Y muchos artículos en diversas revistas teológicas
brasileñas e internacionales.
[26] Márcio FABRI, en VARIOS AUTORES E AUTORAS, Teologia Aberta ao Futuro,
Soter/Loyola, São Paulo, 1997, p. 7.
[27] Citado por D. IRARRÁZAVAL, idem, p. 158.
[28] Ver, por ejemplo el Documento “Lo que el Espírito dice a las Iglesias” de la
Federación de los Obispos de la Asia, mayo de 1999. Publicado en SEDOC, julio de
2000.
[29] VARIOS AUTORES, Hélder, O Dom, Vozes, 1999. J.SOBRINO, J. MARTÍN BARÓ, R.
CARDENAL, La Voz de los sin voz, San Salvador, UCA, 1980. Trad. em português: A
Voz dos Sem Voz, Paulinas, 1987.
[30] Carlos DRUMMOND DE ANDRADE, Amar se aprende Amando, citado por Carmen
CINIRA MACEDO, Imagem do Eterno, São Paulo, Ed. Moderna, 1990.
71
INFLUENCIA DE LAS CULTURAS VECINAS EN LA
CULTURA DE ISRAEL
La pureza de una cultura no consiste en negar o rechazar la influencia de otras culturas
sino en saber aprovechar lo mejor de estas para enriquecer la propia. El aislamiento o
la imposición son extremos que empobrecen las culturas. Israel, España cuando llegó a
América, Alemania Nazi, etc se creían culturas puras y elegidas, cuando en la realidad
eran fruto de la diversidad; una riqueza que se negaban a aceptar pero que no por eso
dejaba de existir. Veamos como ejemplo la influencia de culturas vecinas en la cultura
israelita.
- El tema del camino que se vuelve fundamental en la teología de Israel a partir del
mismo Abraham (Gn 17,1), asumido incluso por la teología cristiana (Hch 9,2;
19,9.23)
- La Circuncisión, según Herodoto, era practicada por los egipcios, fenicios, sirios,
calcos y etíopes antiguos. La representación de un sepulcro egipcios en Saqara nos
ha conservado el rito de la circuncisión en el Antiguo Egipto. La circuncisión era
practicada originalmente como un rito antes del matrimonio. Israel lo asume no
como un ritual de iniciación sexual o consagración de la virilidad sino como un
vínculo entre Dios y su pueblo que no debía ser ratificado una sola vez con un rito
solemne, sino que debía adherirse a la "carne" de Abraham, de un modo duradero.
La circuncisión se convierte en una señal de la ratificación de la alianza entre Dios y
el pueblo, en la "contraseña" de la propiedad divina, que debe llevar en su cuerpo
todo aquel que pertenece "al pueblo de Dios". Por esto, todos los varones debían ser
circuncidados a los ocho días de nacidos (Gn 17,12; Lv 12,3),
- El sacrificio del cordero pascual era un rito que celebraban los antiguos pastores en
primavera para proteger la trashumancia de los rebaños (Ex 12,1-14)
72
bronce (2000-1600 a.C.). En Megiddo una muchacha de 15 años es enterrada en los
fundamentos de las fortificaciones. -En Tell el-fa'rah se encuentran esqueletos de
niños bajo las puertas de la ciudad.
- A pesar del odio a los Filisteos, dependieron de estos en el progreso tecnológico,
especialmente en el manejo del hierro fundamental para la guerra y la
agricultura(1Sam 13,19-22).
- La unión de Abraham con la esclava Agar (Gn 16) se realiza según el código de
Hammurabi que regía desde la primera mitad del siglo XVIII a.C.
- Los poemas babilonios del Enuma Elis, de Gilgames y de Atrahasis, influyeron en la
redacción de los primeros once capítulos del Génesis. Es muy probable que el
segundo relato de la creación (Gn 2,4bs) esté compuesto a partir de un mito
acádico, lo mismo que sobre la forma poética del poema “Enuma Elish” de la
primera mitad del 2º milenio a.C.
“Cuando arriba el cielo aún no tenía nombre,
cuando abajo lo firme nombre aún no llevaba,
Absu, el primero, su progenitor,
Mummu y Tiamat, que a todos los había generado,
entremezclaban aún sus aguas,
cuando no se habían aún compuesto los matorrales
ni era conocida la caña,
cuando los dioses no habían llegado aún a la existencia,
ni ellos aún no habían sido denominados con nombres,
ni los destinos se habían cuajado,
entonces de medio de ellos fueron formados los dioses,
fueron creados Lahmu y Lahamu, denominados con nombre.
Y en cuanto éstos hiciéronse grandes creciendo,
generados fueron Anshar y Kishar, aventajándolos en estatura.
Extendiendo los días acrecentaron los años,
y su hijo Anu hízose igual a sus padres.
Anshar, a su primogénito Anu, hízole igual a sí mismo,
y Anu generó, también igual a sí, a Nudimud”... (Poema “Enuma Elish”, tabla I,
1-16; cf. ANET, 1950, p. 60-61).
- Los monstruos asirios alados, medio hombres y medio animales, llamados caribú
(=querubines) los vemos asumidos por la religión israelita. Su presencia en el Arca
de la Alianza es testimonio de ello.
- La presencia benévola del sabio Ajicar (Tobías 1,21s; 2,10; 11,8; 14,10), ministro
de los reyes de Senaquerib y Asaradón, al que se le atribuye una colección
sapiencial conocidas como “máximas de Ajicar”.
- Es probable que el nombre de Moisés sea de origen egipcio. Significa “hijo de” con
supresión de un nombre divino del que inicialmente podía ser portador (Tut.moses,
Ra-moses)
- Será la XIX dinatía egipcia la que ofrece el testimonio más antiguo del nombre de
Israel, encontrado en una estela del faraón Merneptah del año 1230 a.C.
73
- La práctica de la “unción del rey” era ya una manera de representar la sumisión de
los reyes cananeos al Faraón (cartas de El-Amarna)
- El modelo monárquico establecido por David y Salomón refleja las estructuras del
modelo faraónico.
- El salmo 104 es eco del célebre Himno al sol del faraón Amenofis IV Akenaton (s.
XIV a.C.)
- Las instrucciones de Pro 22,17-24,22 son eco de una composición egipcia llamada
sabiduría de Amenemope (s. IX-VIII a.C.).
Antes de desaparecer por el año 1200 a.C. la cultura Hitita dejó su huella en el pueblo
de Israel.
Los textos de sobre Alianzas o pactos (Ex 19; Ex 20; Ex 24; Ex 32; Jos 24,1-28), están
hechos con género literario típico del modo de pactar utilizado por los Hititas. Como
ejemplo veamos una parte de un pacto contenido en las cartas de Supiluliumas (1380
–1346 a.C.), donde escribe el rey de Ugarit a Niqmadu
"Así (habla) el sol, el gran Rey a Niqmadu dice: puesto que Nuhash y Mukish están en
guerra conmigo, tú Niqmadu, no los temas: ten confianza en ti mismo! puesto que,
tiempo atrás, tus padres con los hititas eran amigos y no enemigos, tú debes ser
enemigo con mis enemigos, y con mi amigo, amigo. Si tú, Niqmadu, estas palabras del
gran Rey tu Señor las entiendes y si eres fiel, Oh Rey tú conocerás (verás) el favor con
el cual el gran Rey tu Señor te gratificará. Así pues, Niqmadu, sé fiel al pacto de
amistad del hitita y por consiguiente, tú verás a los reyes de Nuhash y de Mukish, que
han quebrantado el pacto
de amistad del hitita y se han hecho enemigos del gran Rey, su amo, (tú verás) de que
modo el gran Rey os tratará, y tú, Niqmadu, en el resto de tus días, tú te fiarás de las
palabras del gran Rey tu Señor.
(Siguen muchas líneas en las que se habla de la promesa de protección si los reyes
enemigos atacan a Niqmadu, rey de Ugarit... y del permiso de retener a los cautivos
de la guerra)... Y si llegara a suceder que, con el correr de los días, el gran Rey
triunfara sobre estos reyes, el gran Rey te dará una tabla sellada ( un pacto
verdadero) del acuerdo"...
Los persas entraron en contacto con el pueblo israelita después de que Ciro sometió al
imperio babilónico (539 a.C.)
- Aunque es motivo de discusión, tiene mucha fuerza la hipótesis que la fe bíblica en
la resurrección de los muertos tiene sus raíces en la religión irania que practicaba el
pueblo persa, y que los judíos conocieron durante su estadía en el exilio.
- También es probable que algunos de los elementos claves de la teología apocalíptica
sean tomados de la religión irania. El fuego purificador por el que deben pasar
todos, el material astrológico (sol, luna, estrellas...), la adopción de la fe en ángeles
y demonios (la idea de los cuatro o siete arcángeles, la fe en ángeles protectores,
espíritus de los elementos, etc.), metales y división de la historia en etapas (Dn 2),
la lucha entre las fuerzas del bien y del mal, la venida de un salvado enviado por
dios para dar inicio al fin del mundo (Hijo de hombre? Dn 7,13).
Israel entra en contacto directo con el imperio griego a partir del año 333 fruto de las
conquistas emprendidas por Alejandro Magno. Con la llegada del imperio griego la
74
cultura helénica hizo su presentación en sociedad para influir en la sociedad hasta los
tiempos actuales.
- La lengua griega tuvo gran difusión en todo el imperio y particularmente en los
judíos de la diáspora, especialmente en Alejandría (Egipto), donde se llevará a cabo
la primera traducción de la Biblia Hebrea al griego conocida como versión de los
LXX.
- Muchos judíos comenzaron a tomar nombres griegos (Jasón, Alejandro, Andrés,
Felipe, etc.)
- Libros sapienciales como el de Qohélet y Siracide tienen una innegable influencia
griega. Con el libro de la sabiduría entran en la teología judía y cristiana dos
pensamientos típicos griegos, 1) la inmortalidad individual (Sab 2,23, 3,4) y las
llamadas cuatro virtudes cardinales “templanza, prudencia, justicia y fortaleza” de
origen platónico (Sab 8,7 y Platón, República IV).
Bibliografía
1. Rossano P., Ravasi G., Girlanda A., Nuevo Diccionario de Teología Bíblica. Madrid.
1990
2. De la Torre Gonzalo. Módulo de “Introducción al estudio de la religión, a la luz de la
historia patriarcal y de la alianza”. Quibdó. 1999
3. De la Torre Gonzalo. Módulo de “Ecoética a la luz de Gn 1-11”. Quibdó 1998.
4. De la Torre Gonzalo. Módulo de “Conflicto y resistencia a la luz de la expericnia
bíblica de la Apocalíptica”. Quibdó 1999
75
CONSTITUCIÓN DEL 91 ABOLIÓ DISCRIMINACIÓN Y
ATENDIÓ A GRUPOS ÉTNICOS
Por: VIRGINIE LAURENT ESPECIAL PARA EL TIEMPO | 8:24 p.m. | 23 de Junio del
2011
Norma suprema, la Constitución no solo plasma las reglas del juego que se establecen
entre ramas del poder público y ciudadanía. También define la sociedad, a la manera
de una sutil combinación entre el querer ser su reflejo y prestarse como su guía. Al
respecto abundan los ejemplos latinoamericanos de "refundación nacional" y, en ello,
la experiencia de Colombia no es excepción.
76
justicia y representación política, para ratificar su autonomía relativa.
Asimismo se ordena la "consulta previa" de las decisiones que los involucren.
"¿Cómo vivir juntos? Iguales y diferentes", preguntaba Alain Touraine ante el reto de
las sociedades actuales por conjugar tradición y modernidad en contextos testigos del
auge simultáneo del neoliberalismo, la afirmación identitaria y la (alter) globalización.
Hoy se cumplen dos primeras décadas de la Constitución de 1991 y, con ella, la
apuesta de un multiculturalismo a la colombiana que aún sugiere interrogantes: queda
por saber en qué medida se aplica y cómo, pues, más allá de declaraciones de buenas
intenciones, se asocia con varios peligros y limitantes.
Por otro lado, se podría llegar a una dispersión individualista sin fin, con el pretexto de
defender particularismos; o a una desilusión inevitable frente a un pluralismo solo de
fachada que no permitiría emanciparse de códigos de conducta y procedimientos
impuestos desde el Estado.
Por cierto, nada se resuelve únicamente a fuerza de marco jurídico. Cada uno de estos
temas genera controversias y puede ser objeto de análisis divergentes. Ni la
Constitución de 1991 ni las leyes que puede inspirar su llamado al respeto de
la diversidad son un fin en sí. Con ellas está, bien presente, la tensión entre
eficiencia material y eficiencia simbólica a la que se refieren los abogados. Marcan
77
etapas importantes, pero solo etapas. Ojalá con ellas, en beneficio de los ideales
democráticos, se llegue a ver menos la diferencia en beneficio de más igualdad.
Sobre la autora
Virginie Laurent es doctora en Sociología de la Universidad París III y profesora
asociada del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
78