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El educador y el estudiante están ambos aprendiendo, a través de la especial relación mutua que

han establecido; pero esto no quiere decir que el educador descuide el sentido de orden en el
pensar. Ese orden no es producido por la disciplina en la forma de enunciaciones afirmativas del
conocimiento, sino que surje naturalmente cuando el educador comprende que en el cultivo de la
inteligencia tiene que haber un sentido de libertad. Esto no significa libertad para hacer lo que a
uno le plazca o para pensar con espíritu de mera contradicción. Es la libertad en la que al
estudiante se le ayuda a darse cuenta de sus propios impulsos y motivos, los que se revelan a
través de su cotidiano pensar y actuar. Una mente disciplinada nunca es libre, ni puede ser libre
jamás una mente que ha reprimido el deseo. Es sólo mediante la comprensión de todo el proceso
del deseo como la mente puede alcanzar la libertad. La disciplina limita siempre a la mente a un
movimiento dentro de la estructura de un sistema particular de pensamiento o de creencia, ¿no es
así? Y una mente semejante jamás está libre para ser inteligente. La disciplina genera sumisión a la
autoridad. Provee la capacidad para desempeñarse dentro del patrón de una sociedad que
requiere habilidad funcional, pero no despierta la inteligencia, la cual posee su capacidad propia.
La mente que no ha cultivado otra cosa que la capacidad por medio de la memoria es como la
moderna computadora electrónica la cual, si bien funciona con habilidad y exactitud asombrosas,
sigue siendo solamente una máquina. La autoridad puede persuadir a la mente para que piense en
una dirección particular. Pero ser guiada para pensar a lo largo de ciertas líneas o en los términos
de una conclusión previa, no es pensar en absoluto; es funcionar meramente como una máquina
humana, lo cual engendra descontento irreflexivo que acarrea frustración y otras desdichas.

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