Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
CAPÍTULO CUARTO
fue Mama Runtu, natural del pueblo de Anta.7 De este matrimonio debía
nacer, entre otros hijos, el futuro Pachacutec. La prueba la tenemos en
las “Informaciones” de Toledo.8 Entre los naturales llamados a declarar
en Yucay, el dos de julio de 1571, se presentó Pedro Pongo Xiue Paucar,
natural del pueblo de Anta; dijo tener ochenta y un años y “que su
abuelo fue tio de pachacuti ynga yupanqui hijo de Viracocha, porque
su hermana del dicho su abuelo fue muger del dicho viracocha ynga e
madre del dicho pachachuti ynga”.
No habiendo mayores datos, nos veremos obligados a tomar esta
declaración como la partida de nacimiento del príncipe. El número de hi-
jos de Viracocha es, como siempre, muy difícil de afirmar por las contra-
dicciones de los cronistas y el número de concubinas que solían tener los
soberanos. Pero es de suponer que Pachacutec fue el tercer o cuarto hijo
de la coya, siendo el mayor Inca Roca, el segundo Topa Yupanqui, el
tercero Pachacutec y el último Capac Yupanqui, que llegó a ser, con el
correr de los años, uno de los mejores generales de su hermano.9
Pocas son las noticias que tenemos sobre la coya Mama Runtu.
Sólo Huamán Poma 10 nos cuenta que fue melancólica y “bizarra mujer”,
tan humilde que no asistía a las fiestas y bailes. Poco sociable, le gustaba
rodearse de enanos y jorobados; es curioso notar que Pachacutec una
vez soberano, recogió a todos estos seres en una casa y siempre se ocupó
de ellos.11 El gusto de la coya por estas criaturas deformes, se debería
quizás a su carácter acongojado y triste. Poca o ninguna influencia tuvo
Mama Runtu sobre su marido. Como veremos más adelante, Viracocha
nombró sucesor suyo a Urco, habido en una hermosa concubina, a la
cual amaba mucho, llamada Curi Chulpa, del ayllu de Ayauilla.12 En
cuanto al segundo hijo de la misma mujer, Inca Zocco, fue nombrado
jefe de la panaca de su padre, en lugar de sus hermanos. En efecto, ve-
mos que el ayllu formado por los descendientes de Viracocha se llamó
Zoczo Panaca, tomando el nombre de su fundador. Entre los indígenas
que declararon ante el notario, a fin de atestiguar la relación de Sar-
miento de Gamboa, encontramos un Martin Quechgua Çuccu, de la pa-
naca de Viracocha.
Luego que nascia la criatura la bañavan con agua fría para embolverla
en sus mantillas y cada mañana que le embolvian la havian de lavar
con agua fría, y las más vezes puesta al sereno. Y cuando la madre le
hazia mucho regalo, tomava el agua en la boca y le lavava todo el
cuerpo, salvo la cabeça; particularmente la mollera, que nunca le lle-
gavan a ella. Dezian que hazian esto por acostumbrarlos al frio y al
trabajo, y también por que los miembros se fortalesciessen. No les
soltavan los braços de las embolturas por mas de tres meses porque
dezian que, soltándosellos antes, los hazian floxos de braços. Tenían-
los siempre echados en sus cunas, que era un vanquillo mal aliñado
de cuatro pies y el pie era más corto que los otros para que pudiesse
mescer. El assiento o lecho donde echavan el niño era de una red grue-
ssa, por que no fuesse tan dura si fuesse tabla, y con la misma red lo
abracavan por un lado y otro de la cuna y lo liavan, por no se cayesse
della.16
17. Garcilaso, Comentarios reales de los incas, lib. 4, cap. XI, p. 199.
18. Sarmiento de Gamboa, cap. XXVI, p. 85.
4 / REINADO DEL INCA VIRACOCHA 97
19. Garcilaso, Comentarios reales de los incas, lib. 4, cap. XIX, p. 214.
Murúa, lib. 3, cap. IV.
20. Molina el Cuzqueño, Edic. Loayza, p. 49.
21. Molina el Cuzqueño, Edic. Loayza, pp.46-47.
98 MARÍA ROSTWOROWSKI
29. Cieza de León, Del señorío de los incas, cap. XL, p. 202.
30. Sarmiento de Gamboa, cap. XXIV, p. 79.
31. Riva Agüero, La historia en el Perú, pp. 179-180.
32. Cobo, tomo III, lib. 13, cap. I, p. 302.
33. Jesuita Anónimo, Edic. Loayza, p. 33.
100 MARÍA ROSTWOROWSKI
Viracocha, cerca del que es hoy día el pueblo de San Pedro de Cacha.
Innumerables son las referencias sobre este templo en las crónicas, y de
su existencia durante la remota y mítica época de la “Purumpacha”.41
Riva Agüero 42 supone que el templo fue “construido no como quiere Gar-
cilaso por el octavo Inca, sino desde edad inmemorial”.
Mientras avanzaba Viracocha hacia el Collao, el curaca de Hatun-
colla, que se había enterado del arreglo secreto del Inca, decidió librar
batalla al de Chucuito, antes de la llegada de su aliado. El combate se
libró en Paucarcolla y después de una encarnizada lucha, Cari quedó
victorioso. Al recibir las nuevas se apesadumbró el Inca, ya que pensaba
sacar provecho de la discordia.
Cerca de Chucuito se reunieron ambos jefes, dándose muestras
de cordialidad. Poco tiempo permaneció Viracocha con el curaca y antes
de emprender el camino de retorno, se juraron eterna paz, poniendo
como símbolo de su amistad un kero de chicha sobre una peña, el cual
fue llevado al templo por los sacerdotes en medio de bailes y taquis.
Notemos bien que esta expedición al Collao no terminó en conquistas;
fue una manifestación de paz, una alianza entre dos confederados.
De regreso al Cuzco, donde Inca Urco había quedado de gober-
nante, anunció Viracocha su intención de retirarse a su palacio de Calca
y de dejar a su hijo Urco de soberano. Antes de relatar el corto correinado
de Inca Urco, nos detendremos a ver la extensión territorial alcanzada
hasta entonces por los cuzqueños. Viracocha y todos los demás incas
que le precedieron, no habían dejado de ser jefes y curacas del Cuzco.
Betanzos 43 lo dice explícitamente cuando menciona los doscientos seño-
res caciques que existían a cincuenta leguas del Cuzco en tiempos de
Viracocha. Cada uno de ellos se titulaba el capac de su señorío, y luchaba
con sus vecinos para subyugarlos.
Lo mismo hacían los cuzqueños, peleando repetidas veces con los
mismos curacas comarcanos, adquiriendo nuevos territorios para per-
derlos luego, según la capacidad del Inca y la fortuna que tenía en las
armas, les faltó retener sus conquistas mediante una organización
adecuada.
Por eso Betanzos y Cobo nos dicen que “los señores y caciques
de los pueblos vecinos al Cuzco no estaban sujetos”.44
41. Santa Cruz Pachacuti, Edic. Urt., pp. 132, 134, 137.
Cieza de León, Del señorío de los incas, cap. V.
Sarmiento de Gamboa, pp. 33-34.
42. Riva Agüero, La historia en el Perú, p. 95.
43. Betanzos, Edic. Urt., cap. VI, p. 100.
44. Cobo, tomo III, lib. 12, cap. XI.
102 MARÍA ROSTWOROWSKI
para entender todos los sucesos venideros. Para los cuzqueños no hubo
más que dos alternativas: la sumisión bajo la bandera chanca o su pro-
pio encubrimiento y expansión incontenible. El imperio inca data de
este memorable encuentro. Si el triunfo lo hubiera obtenido Viracocha,
gran recuerdo hubieran conservado de él sus descendientes y sus quipu-
camayus; al ser lo contrario pasaron por alto este episodio.
En este momento de su historia, la pequeña confederación inca
estaba rodeada al norte por los chancas, que dominaban Andahuailas,
los soras y los rucanas. Hacia el mar, la detenía el antiguo curacazgo de
Chincha y el señor de Chumbivilcas. Al sur, los canas y canchis, jefes
independientes, formaban alianzas o se enemistaban con los cuzqueños,
según las conveniencias del momento. Más allá, los curacas de Hatuncolla
y de Chucuito, eran inquietantes por sus codicias y ambiciones. Por úl-
timo, al lado este, los bosques del Anti formaban una barrera hostil e in-
franqueable. En aquel entonces la confederación inca sólo era uno de
los tantos señoríos que luchaban entre sí, separados por altísimas cum-
bres, por ríos tumultuosos y vastos desiertos.
Únicamente un hombre extraordinario, no sólo como conquistador
sino como organizador y legislador, con un maravilloso dominio de los
demás, podía cumplir la tremenda hazaña de unir un territorio tan vas-
to y darle un sentido de imperio. A Viracocha y a Urco les faltó capaci-
dad y valor.
104 MARÍA ROSTWOROWSKI
CAPÍTULO QUINTO
p.106
5 / INCA URCO Y EL ATAQUE CHANCA 107
Luego Inca Urco entró a hacer los ayunos y otras religiones conforme
a su costumbre, y acabado, salio con la corona, y fue al templo del sol
a hacer sacrificios; y se hicieron en el Cuzco a su usanza muchas fies-
tas y grandes borracheras.6
Apo Maita, fue Apo Saca, hijo a su vez de Capac Yupanqui y de una
concubina. Una de las razones que movían a este general, eran sus se-
cretos amores con una concubina del Inca Viracocha, llamada Cacchon
Chicya.10 El capitán temía la ira y la venganza del viejo monarca,
si llegaba a descubrir su falta. La pena de muerte era el castigo que lo
aguardaba.
Tal era el estado en que se encontraba el Cuzco, cuando llegaron
las nuevas de la proximidad de las tropas chancas. No tardaron en llegar
las noticias de que el ejército enemigo se había detenido en Vilcacunca.11
Iban los chancas confiados en sus hazañas pasadas, sin temor de
encontrar oposición alguna.12 Asentaron allí su campamento, aterrori-
zando la comarca y preparándose para tomar posesión del Cuzco. El
pánico se apoderó de la ciudad; nunca en su historia igual peligro la
había amenazado. El viejo Inca, dominado por su concubina Curi Chul-
pa, se convenció de que toda lucha era inútil ante el empuje de los chan-
cas. Viejo y cansado, le faltó fuerzas para resistir. Además los invasores
deben de haber tenido la reputación de crueles y sanguinarios.
En cuanto a Inca Urco “dicen que se reía”13 del desasosiego general
y sólo pensaba en la huida y en un cómodo retiro. La duda y el desaliento
se apoderaron del consejo de orejones, al ver a sus soberanos dispuestos
a dar obediencia a los chancas. Viracocha decidió abandonar el Cuzco
y refugiarse en Chita, con sus dos hijos, Urco y Zoczo, sus mujeres y su
séquito. Al difundirse esta nueva, el desconcierto no tuvo límites en la
ciudad. Todo estaba casi perdido y las esperanzas eran muy escasas. Es
entonces cuando el joven príncipe Cusi Yupanqui, de veinte años de
edad, decidió quedarse y defender su ciudad. Cusi se dirigió a su padre,
en un último intento para retenerlo, le reprochó su decisión de aban-
donar todo y le dijo: “Como padre, ha cabido en vuestro corazón aceptar
un consejo tan infame de dejar el Cuzco, ciudad del Sol y de Viracocha,
cuyo nombre vos tomastes, cuya promesa vos tenéis que seréis gran
señor, vos y vuestros descendientes. Y esto dijo, aunque mozo con ánimo
osado de hombre de mucha honra”.14
21. Cieza de León, Del señorío de los incas, cap. XLV, p. 221.
22. Acosta, lib. 5, cap. XXVIII.
23. Cieza de León, Del señorío de los incas, cap. XLV, p. 220.
24. Sarmiento de Gamboa, cap. XXVII, p. 87.
25. Betanzos, Edic. Urt., cap.X, p. 132. Los de Xaquixaguana, se habían hecho
aceitar los cabellos, probablemente al estilo chanca; después de la segunda
5 / INCA URCO Y EL ATAQUE CHANCA 111
derrota de los chancas les perdonó el Inca su alianza con estos últimos y les
ordenó que se cortaran los cabellos a la usanza inca. Cieza de León, La crónica
del Perú, cap. XC, p. 269, menciona que los chancas traían los cabellos largos,
trenzados menudamente.
26. Luis Valcárcel en su libro Del ayllu al imperio, p. 114, menciona los ayllus de
Choka y de Kachuna, en la zona inca, ambos en la parroquia de Santiago del
Cercado.
27. Sarmiento Gamboa, cap. XXVII, p. 87.
Santa Cruz de Pachacuti, Edic. Urt., p. 179.
28. Sarmiento de Gamboa, cap. XXVIII, p. 89.
29. Sarmiento de Gamboa, cap. XXVII, p. 86.
30. Santa Cruz Pachacuti, Edic. Urt., p. 178.
31. Cobo, (tomo III, lib. 12, cap. X) afirma que después de la derrota chanca,
llevaron las piedras Pururaucas al templo del Sol, donde fueron adoradas.
Antes de cualquier expedición militar, de allí en adelante, les hacían sacrificios
especiales. Desde entonces creyeron los indígenas firmemente, que en cada
112 MARÍA ROSTWOROWSKI
35. Sarmiento de Gamboa, cap. XXVIII, p. 91, menciona una celada urdida por
Urco, pero no entra en detalles. Lo nombra después del segundo encuentro con
los chancas.
36. Betanzos, Edic. Urt., cap. IX.
114 MARÍA ROSTWOROWSKI
INCA URCO,
de la portada de la “Década Quinta” de La crónica de Antonio de Herrera
116 MARÍA ROSTWOROWSKI
Pachacuti, que ordenó que allí lo dejaran. Luego mandó ahuecar el tron-
co de un árbol y dio órdenes para que después de muerto metiesen su
cuerpo en él.44
Hasta Andahuailas persiguió Cusi lo que quedaba de las fuerzas
chancas y las destruyó. Sólo entonces decidió regresar al Cuzco. En el
camino se detuvo en Jaquijaguana, donde los naturales vinieron teme-
rosos de las represalias, por haberse unido a los chancas. Yupanqui les
perdonó y mandó que se cortasen los cabellos, como correspondía a ore-
jones que eran.45
El retorno fue victorioso para los ejércitos incas cargados de botín.
Entró Cusi al Cuzco con gran pompa y magnificencia, después de tan
sonados triunfos. Mandó el príncipe los presos y los trofeos donde estaba
su padre. Esta vez Viracocha accedió al ruego de su hijo y pisó los des-
pojos, pero no quiso ir al Cuzco a la celebración de la victoria, se excusó
alegando su edad avanzada.46
Después de los sacrificios a los dioses, por el éxito guerrero, y del
reparto del cuantioso botín, hizo Yupanqui aparecer ante él a los prin-
cipales prisioneros a fin de darles un castigo severo que sirviera de es-
carmiento por la osadía del ataque del Cuzco. En el Alto de Carmenca,
en el lugar del primer encuentro, fueron ahorcados los jefes enemigos,
delante del ejército reunido. Luego hizo construir un galpón a manera
de tumba, donde fueron puestos los cuerpos de los sinchis chancas. Las
cabezas fueron ensartadas en unos palos, mientras los cuerpos henchi-
dos de cenizas o de paja, parecían tocar tambor en sus propios vientres.
Prohibido fue a cualquiera acercarse a ellos; así quedaron hasta que
entraron los españoles al Cuzco. Conquistadores antiguos como Alonso
Carrasco y Juan de Pancorvo, los vieron y se lo contaron a Cieza.47
Hecho el castigo, dio Yupanqui permiso a sus confederados para
retirarse. Ellos le pidieron que tomase la borla, pero el príncipe no quiso
aceptar por no haberlo designado el Inca como heredero. Les dijo que él
no era más que un capitán, y les pidió que fuesen a Calca, donde
Viracocha y le hiciesen su acatamiento como a soberano que era.
El viejo Inca, al ver a tanto curaca que le ofrecía obediencia y res-
peto, holgóse mucho, y abrazando a todos, les hizo sacar sendos keros
de “asua” y hojas de coca.48 Luego, levantándose Viracocha de su tiana
44. Huamán Poma, foja 292, ver el entierro que hacían los del Antisuyo.
45. Betanzos, Edic. Urt., cap. X, p. 133.
46. Sarmiento de Gamboa, cap. XXVIII, p. 90.
47. Cieza de León, Del señorío de los incas, cap. XLVI, p. 224.
Betanzos, cap. X.
48. Betanzos, cap. X, p. 136.
118 MARÍA ROSTWOROWSKI
de oro, agradeció a los señores y les aseguró su deseo de que Cusi Yu-
panqui tomase la mascapaicha. En cuanto a él, sólo les pidió que le
mandasen la gente necesaria para edificar un pueblo. Los curacas acce-
dieron y ofrecieron mandar personas entendidas para trazar los edificios,
una vez que Viracocha hiciese en barro la figura de las construcciones.
Al despedirlos el Inca, les repartió piezas de ropa fina y petacas de coca.
Mientras tanto, los orejones del Cuzco, reunidos, acordaron de
que Urco no entrase más a la ciudad y que le fuese quitada la borla, y
dada en su lugar a Cusi Yupanqui. Informado Inca Urco del despojo de
sus derechos, quiso venir a la capital a justificarse. Ante su asombro
no le dieron lugar ni a entrar a la ciudad, hasta la Coya su mujer, que
no había tenido hijos de él, lo abandonó y vino al Cuzco, donde Cusi la
recibió por mujer.49
Urco, viéndose perdido, principió a juntar gente de guerra en un
último esfuerzo para recobrar el poder. No tardó Cusi en ser avisado
que estaba en el valle de Yucay, preparándose en secreto contra él. Te-
miendo Yupanqui algún ataque sorpresivo, decidió ir él al valle con su
hermano Roca.
Por el camino, al llegar al pueblo de Paca, salió a su encuentro
Urco con su gente armada, y se trabó una corta batalla. Mientras lu-
chaban sobre un barranco, Roca lanzó una pedrada a Urco en la gar-
ganta que lo tumbó al río. Inca Urco se dejó llevar por la corriente, río
abajo, nadando con sus armas en la mano “y desta manera fue hasta
una piedra llamada Chupellusca, una legua debajo de Tambo, adonde
la alcanzaron y le acabaron de matar”.50
Terminada la lucha se fueron Cusi y Roca donde el Inca Viracocha
a explicarle lo sucedido, pero el soberano no los quiso recibir por el enojo
que tenía de la muerte de Urco. Al fin, Roca logró acercarse a él y le dijo:
“¡Padre! no hay razón para que toméis pesadumbre por la muerte de
Inga Urco, porque yo lo maté en defensa de mi persona, porque Inga
Urco me iba a matar a mi. No os pese tanto de la muerte de uno, pues te-
néis tantos hijos, y no tratéis ya mas dello, que mi hermano Inga Yu-
panqui ha de ser inga, e yo le tengo de favorecer y serle como padre”.51
Si bien la muerte de Urco es mencionada como violenta por los
cronistas que la nombran, hay una discrepancia sobre el lugar donde
aconteció. Santa Cruz Pachacuti, la narra como sucedida durante una
49. Cieza de León, Del señorío de los incas, cap. XLVI, p. 224.
50. Sarmiento de Gamboa, cap. XXXIII, p. 97.
51. Sarmiento de Gamboa, cap. XXXIII, menciona este episodio después de la
toma de la borla por Cusi. Sin embargo, al hablar Roca, lo hace en tiempo
futuro.
5 / INCA URCO Y EL ATAQUE CHANCA 119