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“Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien

todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria,
perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que
santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se
avergüenza de llamarlos hermanos”

Hebreos 2:10-11.

Sabiendo que todos somos hijos de un mismo Dios, Jesús derramó todo su amor sobre
nosotros. A pesar de nuestros errores y constantes fallas no se avergüenza de llamarnos
hermanos, ¡al contrario! Vino a vivir en carne y hueso participando de las mismas
tentaciones y angustias de la vida humana para darnos libertad.

Un buen hermano es quien te ayuda a amarrar las cintas de los zapatos cuando todavía no
aprendes, es quien te enseña a andar en bici, es quien te pasa el paquete de galletas de
arriba de la nevera cuando no lo alcanzas, es quien te soba cuando te golpeas y hasta
limpia tus heridas cuando te cortas; es quien te carga cuando estás lastimado y quien te
perdona una y otra vez cada ofensa que le haces intencional o accidentalmente. Así es el
amor de Jesús por nosotros, un amor desinteresado, fiel, lleno de misericordia y
compasión, un amor que vino a borrar nuestros pecados decidiendo Él pagar por nuestras
faltas en la cruz.

Jesús es nuestro salvador ya que fue coronado de gloria y de honra a causa del
padecimiento de la muerte. No hay mayor amor que uno ponga la vida por sus amigos, Él
puso la vida por un montón de personas llenas de errores y separadas de Él, dio su vida
por humanos infieles que ni lo conocían, y lo hizo porque sabía que un día llegaríamos a
conocerlo, llegaríamos a ser sus hermanos menores, decidió amarnos cuando no éramos
capaces de agradarle aún.

En nuestra vida en algún momento todos nos descarriamos y tenemos una carga de
pecados que solo Jesús nos puede quitar y perdonar por eso la Biblia dice que Cristo ya
padeció en la cruz por nuestras culpas y enfermedades.

Jesús nos libera de todo tipo de ataduras, que son hábitos de pecado que tenemos en
nuestro corazón como la amargura, temor, resentimiento, falta de perdón, rechazo,
angustia, tristeza, soledad, desesperación, prácticas demoníacas, la santería, la brujería y
cualquier otro pecado, pues bien, Jesús nos libera de esto limpiando nuestro corazón.
Jesús no ha dejado de vivir entre sus hermanos, no ha dejado de lavar nuestros pecados
cuando nos arrepentimos y acercamos a Él y tampoco ha dejado de ofrecer Salvación a
quienes lo buscan de corazón.

Jesús quiere con su dirigir amor tu vida, ¡corazón y déjalo ábrele tu entrar!

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