Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Y una tarde de esas, a las vísperas de la preparación del carnaval de 1993, en las
que estaba en la juega tomándose unos guarapos, escuchando música de los años 60,
Leo Dan, Camilo Sexto, Los Ángeles Negros, en la tradicional esquina de la galería en
que se reúnen el parche de los 30, fue que a Beto Guerrero le llegó la inspiración. De
alguna manera contemplaba un cuadro propio del arte kitch, donde aparecía una mujer
con cuernos y cabellera de fuego que dominaba una arpía intergaláctica, pero este
momento de sosegado pensamiento se le revolvía con cierto inconformismo con la junta
de la corporación del carnaval. “Todo surgió por las injusticias de la gente que
manejaba el carnaval de ese entonces, que era más bien descuidada con la plata del
pueblo. Para esa época no se podía hablar ni decir nada, entonces nosotros hicimos
algo como símbolo de protesta. Nunca creímos que esta vaina fuera a causar tanta
polémica. Pensábamos hacerlo una vez y ya. Hubo problemas con la junta del carnaval
(nos mandaban la policía todos los días, incluso llegó a haber tropeles con la Ley),
entonces a los 2 años siguientes con más razón la volvimos a hacer. Esa vez hicimos
solo la cabeza, pero al siguiente año ya la sacamos entera”.
Pero si hemos de aceptar que cada pueblo tiene la historia que se merece,
debemos convenir en que la beligerancia con que entró por primera vez la diabla es casi
la misma beligerancia con la que Riosucio se volvió Riosucio. Este pueblo antes de ser
lo que es hoy era dos poblaciones que se odiaban a muerte; uno, el pueblo del Real
Minas de Quiebralomo que estaba formado por dueños de minas y mineros, el otro, la
población de la Montaña habitado por indígenas cristianizados.
Estos pueblos se enfrentaban constantemente por los terrenos en donde hoy se encuentra
el municipio. Pertenecían a la jurisdicción del Gran Cauca y fue bautizado por Juan
Badillo al ver un río que bajaba turbio en sus aguas, con la desenvoltura y sapiencia que
caracterizaba a los conquistadores, como la región del Río-sucio. No hay mal que dure
cien años ni dos pueblos que lo resistan, y los presbíteros Bonifacio Bonafont y Ramón
A. Bueno promovieron que se trasladaran y compartieran el territorio, en 1819, para así
propiciar un cese de hostilidades. Curiosa coincidencia si notamos que el traslado se
concluyó el 7 de agosto cuando Colombia salía de una etapa de beligerancia
independentista y se metía en otra guerra para definir sus lineamientos políticos y
sociales.
Para entonces, se construyó una iglesia consagrada a la virgen de la Candelaria
en la parte de abajo, en donde se ubicaron los indígenas cristianizados. Y, a tan sólo una
cuadra de distancia y un poco más arriba, los pobladores de Quiebralomo elevaron una
iglesia consagrada a San Sebastián. Los habían unido, pero los vecinos del nuevo
pueblo con dos plazas y dos iglesias sabían muy bien la diferencia entre estar juntos
pero no revueltos y decidieron construir una cerca que separara las dos plazas y la
bronca mutua. La confrontación continuó, las piedras iban y venían de un lado a otro, lo
mismo que las injurias, que a medida que pasaban los años se fueron estilizando hasta
convertirse en todo un arte del insulto. Ya en 1846 la cerca desaparece y para que las
celebraciones de los reyes mago se hicieran en paz, se le recordaba a todo el mundo la
posibilidad de la condenación eterna si se insistía en los odios.
Beto Guerrero nunca imaginó que su diabla fuera a despertar esa clase de
sentimientos que en alguna época el mismo carnaval logró aplacar. Pero la dinámica de
las carnestolendas es superior a las pueriles emociones de odio de los Hombres y su
sencillo rumbo (y rumba) se encargó de que los altercados con las Juntas se acabaran.
“Ya las asperezas con la Junta se han ido limando. Más que todo los problemas fueron
con las 3 primeras. Las otras se han portado la barraquera. Esos roces ya no existen.
Al contrario, se portan muy bien con uno” Y es así, mientras el diablo todavía no ha
hecho su arribo, la gente se aglutina y baila alrededor de la diabla, sin que esto se vea
como un sacrilegio a la tradición cultural del carnaval. “Es el símbolo de la barra de los
30,-continua Beto- allí se sube todo el personal, y si la dañan es normal, si se subieron,
si nos subimos, si la dañaron, si la dañamos es normal. Ella está es para eso, para que
la gente disfrute todo ese rollo. Para que la gente se la parrandee, para que se la
gocen. La subimos y la bajamos, la ponemos en una plaza y en la otra, para eso está,
para pasearla, para que la gente la disfrute. Cuando la ponemos junto al diablo no lo
hacemos incitando a nadie, lo hacemos como algo carnavalesco. Eso es parte de la
rumba”.
El Diablo I
Esa es la gran diferencia entre el diablo y la diabla. La diabla se queda en rumba
y recocha. Mientras que el diablo es rumba y recocha, pero también es todo un símbolo
del carnaval de Riosucio y para los riosuceños. Y es que el diablo hace parte de una
cosmogonía ya propia y única del municipio, puesto que a este diablo no se le debe
relacionar totalmente con la amenaza cristiana, y en él podemos ver todo un
componente triétnico. Para Carlos Eduardo Gómez, Coordinador de etnoeducación,
deporte y cultura del resguardo indígena de Cañamomo y Lomaprieta, perteneciente a
Riosucio y a la familia de los Emberá Chamí, “hay en la esfinge del diablo elementos
que dan cuenta de eso: unos cachos grandes negros que representan la fortaleza del
toro y además representan la fortaleza de la raza negra; los ojos rasgado, como los
ojos del jaguar, representan lo indígena; y en la cultura blanca lo que tiene que ver con
el tridente, que representa a la religión católica y su símbolo de castigo; tiene una cola
en forma de serpiente que recuerda uno de los mitos que se manejan en las
comunidades indígenas de Riosucio. El mito de la serpiente de las siete cabezas, lo
cual era la forma de nuestros ancestros indígenas de tratar de explicar los diferente
movimientos telúricos que se daban en la zona. Como no tenían una respuesta
científica, entonces los relacionaban como una serpiente que estaba en movimiento y
que vivía en nuestras comunidades por debajo de la tierra. Entonces al sentirse los
movimientos, al entrar en actividad el volcán del nevado del Ruiz y moverse la tierra,
ellos lo sentían como si fuera una serpiente”.
¿Pero y de dónde salió este diablo? La cosmogonía popular vuela fácilmente por
el imaginario colectivo y dice que fue parido del vientre hinchado del Ingrumá, el
imponente cerro que domina el paisaje riosuceño. Pero además de este nacimiento
mágico hay que tener en cuenta que este diablo es todo un proceso de aculturación.
“Tiene una historia desde tiempos de la colonia en la que los esclavos traídos del
África y que trabajaban en Quiebralomo en las minas de Vendecabezas tenían la
oportunidad de salir y disfrutar de un tiempo de libertad para poder divertirse.
Entonces ellos utilizaban unas mascaras de diablos elaboradas por ellos mismos, se
armaban con vejigas de toro que ponían a secar y que amarraban con cabuyas, salían
a desfilar repartiendo vejigazos y latigazos con los que le pegaban a la gente. No
existía ni el aguardiente, existía una bebida que se llamaba la penca, y cuando ya se
envalentonaban y se sentían sabrosos, se ponían esas caretas y se iban detrás de la
gente, persiguiendo a las muchachas más que todo y las hacían entrar a las iglesias o
las casa. En ese entonces no se denominaba Carnaval de Riosucio sino “Matachines”.
Luego empezó a evolucionar y entonces se configuró como símbolo la esfinge del
Diablo, pero como un símbolo de alegría, tomando la idea de las mascaras que
utilizaban los esclavos de Quiebralomo”. Nos comenta Carlos Eduardo Gómez.
Con estos antecedentes fue surgiendo la fiesta que se encargó de unir a los dos
pueblos separados por una cerca. Españoles, indios, africanos, afrocolombianos,
mulatos, zambos, moriscos, grifos, mestizos, campamulatos; carnavales de cuaresma,
celebración de reyes magos católicos, cultos al sol y a la tierra amerindios, y rituales de
espíritus y demonios africanos se juntaron en un solo elemento, en el diablo mestizo,
que en 1915 se hizo esfinge y cuando la cerca que dividía a Riosucio ya había sido
eliminada por decreto en 1846. Para esa época, aquellos que participaban de los
matachines mostraban diestra habilidad para crear textos rimados que cantaban. Toda
una estilización de los insultos que otrora se repartían de plaza a plaza y que hoy ya
refieren alabanzas al carnaval, al paisaje y a la gente riosuceña, a problemas nacionales
y demás temas domésticos o filosóficos de los que se puedan sacar rimas burlescas.
La Pasión de un Pueblo
El Carnaval de Riosucio se festeja intensamente durante seis días cada dos años.
Para el riosuceño, los otros setecientos veinticuatro, -mientras recoge café, reclama las
remezas que le envía un familiar de los Estados Unidos o recuerda las épocas de la
bonanza minera- no son más que una espera del Carnaval. Empieza un viernes y termina
un miércoles, procurando que entre un día y el otro se coja un 6, día de los Reyes
Magos. Incluso desde julio del año inmediatamente anterior se da inicio como tal, pues
en esa época tiene lugar el “Decreto de Instalación de la Republica del Carnaval”.
Desde ese momento no hay nada más intenso que un riosuceño esperando la llegada del
Diablo para que tome su lugar como soberano del Carnaval. Mientras se da su arribo, su
majestad tiene representantes en la tierra, un presidente, una alcaldesa. Toda una
parodia política, con dignatarios y leyes propias, matachines y decreteros, abanderado y
pregoneros que trasmiten las órdenes de fraternidad y alegría, y que incluso llegan a
tener potestad sobre las fuerzas vivas del municipio (bomberos, defensa civil, policía,
etc.).
El Aquelarre de Iniciación
Un día antes de la entrada de la diabla, el 7 de enero, se había realizado el desfile de las
cuadrillas infantiles. Las cuadrillas se formaron de la unión de diferentes matachines
para salir a hacer lo suyo en las calles, organizándose con letras y canciones en común,
al empezar a salir como grupos de aproximadamente ocho personas. También los trajes
con los que recorrían el pueblo empezaron a ser temáticos y más allá que el Diablo, las
cuadrillas son el objeto expresivo máximo del carnaval. Es así como el desfile de
cuadrillas infantiles es el aquelarre de iniciación de los pequeños matachines a todo el
misticismo de las cuadrillas. Esta es la forma en que la tradición del carnaval se
sostiene, no se premia ni se castiga por la mejor o la peor cuadrilla de los adultos, sino
que se promueve en la población infantil su amor por estas fiestas. Sus disfraces sobre
todo dirigen mensajes al cuidado del medio ambiente, o resaltan personajes de cuentos o
famosos matachines ya desaparecidos, aunque siempre hay un pequeño disfrazado de
lucifer que revolotea entre la comparsa, molestando a sus compañeros o bailando.
Después llegan al proscenio de San Sebastián y pasan una a una de las 11 cuadrillas de
este año a cantar letras matachinesca acompañadas con música de Juanes u otro tema de
moda, preservando la exaltación a la tierra, al Ingrumá, al diablo y al carnaval por
medio del canto y la literatura matachinesca.
El recorrido del diablo por el pueblo dura casi tres horas, pasa por la plaza de la
Candelaria para llegar a la de San Sebastián y allí se escucha por primera vez su voz que
puede asustar al mismísimo Virgilio en su estado más tranquilo atravesando el infierno,
una carcajada ronca que rompe los estertores de dos años sin su presencia, pidiendo
cuentas de las andanzas parroquiales, nacionales y del mundo e invitando a toda la gente
a disfrutar de su republica, bajo la vigilancia de su guardia diabólica. Se le comenta de
guerras por petróleo, de afanes reeleccionistas y de tragedias provocadas por tsunamis.
El diablo es puerco dicen las abuelas, pero son más puercos los hombres, destruyéndose
a si mismos y a este planeta que no es más que una nave espacial navegando por el
universo, como decía Carl Sagan, una isla de la cual no podremos salir nunca cuando el
dinero y el poder hayan hecho de ella un vividero más terrible que el infierno católico.
Labores Creativas
Si queremos, también podemos diferenciar al diablo de la diabla en su logística.
El parche de los 30 se ha demorado tres meses para hacerla. El dinero para realizarla es
un dinero que va resultando en el camino entre carnaval y carnaval; a medida que le
trabaja, Beto le va metiendo el dinero que necesita. “También hay amigos que aportan
y camellan en ella, vienen aquí y trabajan, camellan todo un día, se van y a los días
vuelven, no esperan nada, nunca están esperando que uno les pague o cosa parecida.
Antes la gente va llegando con cosas”.
Adiós
Pero el carnaval, como todo, tiene su final. El miércoles 12 los cuadrilleros y la
gente en general se visten de luto, se hacen presente plañideras para darle la despedida
al calabazo que contenía todo el guarapo de caña que se ha bebido, y esperar el
testamento del diablo del carnaval de Riosucio. Se le llama la atención al diseñador y
constructor de la esfinge por no haberle puesto cojones a su majestad, que son aquellos
en donde las mujeres piden suerte y bienaventuranza tocándolos. El oprobio se oculta
con un taparrabos. Se reparte su tridente, sus cachos, sus pesuñas, hasta que no queda
nada del Patas, como se le dice más popularmente, que se despide con fuego y juegos
pirotécnicos. Este año se ha decido hacer arder al mismo diablo que desfiló y vigiló las
fiestas para obligar a construir uno nuevo dentro de dos años, anteriormente se quemaba
tan solo una imitación más pequeña. Después de tutelar el Carnaval desde la plaza de
San Sebastián, la esfinge es bajada hasta la plaza de la Candelaria para organizarla, que
no es más que ponerle los tumbarranchos, los cohetes y echarle gasolina. Tomando las
debidas precauciones, la gente se aglutina alrededor del que hasta ese día será su rey.
Son muy pocos los que se quedan en casa para ver la despedida por televisión; esos son,
los que de la borrachera ya no se paran, o aquellos enfermos que el cuerpo ya no les dio
más. Entre la multitud y a lo lejos se encuentra el parche de los 30, el Beto y aquella que
se ha paseado vagabundeando y acolitando el regocijo, la diabla. Ella y la gente le dicen
adiós a su majestad, se despiden con tristeza endemoniada, la figura imponente de más
de cuatro metros de alto pareciera también despedirse desde lo más profundo del fuego
que lo consume. Lo último que demora en prenderse es esa risa maleva que nunca
olvidaremos y que esperaremos a que regrese en el 2007.