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Ella nació en Inglaterra en un hogar constituido por 25 hijos siendo ella la mayor.

Fue criada en un ambiente piadoso. Era hija del clérigo y Dr. Samuel Annesley y
Mary White. Recibió una instrucción excelente, le permitieron permanecer en el
estudio de su padre cuando muchos de los hombres famosos de la época se
reunían allí para discutir temas teológicos y de filosofía.

Fue una mujer inteligente apasionada por los estudios, y de muy joven pudo
aprender griego, latín y francés. De niña, acostumbraba ver a su padre leer veinte
capítulos diarios de la Biblia, un hábito que desarrolló a la temprana edad de cinco
años y sostuvo hasta su muerte; esto produciría un efecto perpetuo a lo largo de la
vida de la joven Susanna. Mientras que sus compañeras jugaban con muñecas
ella meditaba en profundos asuntos espirituales.

A los 19 años, se casó con Samuel Wesley con el cual tuvo diecinueve hijos de los
cuales diez lograron sobrevivir, los otros nueve murieron en la infancia. Cuatro de
los niños que murieron eran gemelos. Una criada asfixió accidentalmente a uno de
sus hijos. A su muerte, solo ocho de sus hijos seguían vivos. Uno de sus hijos
era discapacitado. Otro no habló hasta poco antes de cumplir los seis
años. Una de sus hijas quedó embarazada sin contraer matrimonio y el
hombre nunca se casó con ella. Ella quedó desolada, pero perseveró
en oración por su hija. A pesar de todo esto y las muchas cruces que la
Sra. Wesley tuvo que soportar en su vida, dio la preeminencia a Dios.
Esta mujer dedicó su vida a la crianza y cuidado de su familia. Ella mantenía la
casa, administraba las finanzas (pues su esposo no era buen administrador) y
manejaba los esfuerzos campesinos de la familia. Aunque Samuel tuvo que pasar
tres meses en prisión enviado por sus acreedores ella nunca desmayó en su labor.

“Ninguno puede seguir mi método, si no renuncia al mundo en el sentido


más literal. Hay pocos, si es que los hay, que consagrarían cerca de veinte
años del primor de su vida con la esperanza de salvar las almas de sus
hijos”.

“Dame gracia, oh Señor, para ser una cristiana verdadera, ayúdame, Señor, a
recordar que religión no es estar confinada en una iglesia o en un cuarto, ni
es ejercitarse solamente en oración y meditación, sino que es estar siempre
en tu presencia”.

Susana Wesley (20 Enero 1669 – 23 Julio 1742) fue la madre de John Wesley y
Carlos Wesley. John Wesley se constituye en el hombre que pudo delinear el
carácter de toda una nación más que cualquier otra persona en su generación
siendo el fundador del Metodismo. Carlos Wesley llegó a ser uno de los más
grandes escritores de himnos de todos los tiempos. Sin embargo, quien tuvo
mucho que ver en la formación de estos hombres definitivamente fue Susana.
Algunos la han consideran como la “madre del metodismo”, en virtud a sus
métodos aplicados para la crianza de sus hijos.
Fue abandonada por su esposo por un año por una rencilla que tuvieron y ella le
escribe lo siguiente por medio de una carta:

“Soy una mujer, pero también soy la amante de una gran familia. Y aunque el
cargo superior de las almas contenidas en él recae sobre ti, sin embargo, en tu
larga ausencia, no puedo dejar de ver cada alma que dejas bajo mi cargo como un
talento comprometido conmigo bajo un fideicomiso. No soy un hombre ni un
ministro, pero como madre y amante sentí que debía hacer más de lo que había
hecho. Resolví comenzar con mis propios hijos; en el cual observo el siguiente
método: tomo la proporción de tiempo que puedo dedicar todas las noches para
conversar con cada niño aparte. El lunes hablo con Molly, el martes con Hetty, el
miércoles con Nancy, el jueves con Jacky, el viernes con Patty, el sábado con
Charles.”

Cuentan sus biógrafos que en realidad era una mujer de naturaleza frágil. La
pregunta que nos hacemos es ¿Cómo encontraba las fuerzas para criar a diez
hijos y administrar el hogar?; la respuesta es que Susana dedicaba cada mañana
y cada tarde para estar a solas con Dios, orando y meditando en las Escrituras.
Esta decisión la tomó cuando ya tenía nueve hijos no importando lo que
sucediese, apenas el reloj sonaba ella se disponía a buscar comunión con Dios.
Sólo así ella podía afrontar la fuerte carga y los problemas del hogar.

De joven la Sra. Wesley le prometi ó al Señor que por cada hora que
invirtiera en entretenimiento dedicaría una a la oración y la Palabra. No
tardó en darse cuenta de que era una promesa muy difícil de cumplir.
Encargándose de la casa y criando a tantos niños, su compromiso le
resultó casi imposible de cumplir. Debía sembrar jardines, ordeñar
vacas, educar a sus hijos y organizar toda una casa. Por tanto, en
sustitución, ¡decidió consagrar diariamente al Señor entre dos y tres
horas de oración! A fin de respetar este compromiso, ella institu yó una
señal visual que todos debían reconocer. Los instruyó para que cuando
vieran a mamá con un delantal sobre su cabeza entendieran que
estaba orando y no la podían interrumpir. Era una regla inquebrantable
en su casa, a menos que se tratara de una verd adera emergencia; en
otras palabras, que alguien se encontrara al borde de la muerte.

Susana tuvo que pasar por muchas pruebas, pasando por la muerte de sus hijos
aún en la niñez, con deudas que crecían y con un crédito que disminuía; sin
embargo en el aspecto espiritual, tuvo una vida de riquezas y de victoria. Samuel
Wesley estuvo un tiempo en prisión dos veces debido a sus capacidades
financieras pobres, y la carencia de dinero era una continua lucha para Susanna.
Su casa estuvo quemada dos veces; durante uno de los fuegos, su hijo, John, casi
muere y tuvo que ser rescatado de la ventana del segundo piso. Ella fue la
principal fuente de educación de sus hijos.

Se cuenta que frente a una dura prueba en un momento de su vida ella escribió:
“Aunque el hombre nazca para el infortunio, yo todavía creo que han de ser raros
los hombres sobre la tierra, considerando todo el transcurso de su vida, que no
hayan recibido más misericordia que aflicciones y muchos más placeres que dolor.
Todos mis sufrimientos, por el cuidado del Dios omnipotente, cooperaron para
promover mi bien espiritual y eterno… ¡Gloria sea a Ti, oh Señor!”

Después del segundo incendio, Susanna se vio obligada a colocar a sus hijos en
diferentes hogares durante casi dos años mientras se reconstruía la rectoría.
Durante este tiempo, los niños Wesley vivían bajo las reglas de los hogares en los
que vivían. Susanna estaba mortificada de que sus hijos comenzaran a hablar y
jugar de manera inapropiada más que al estudio.

“Bajo ninguna circunstancia se les permitió a los niños tener lecciones hasta que
cumplieran su quinto año, pero al día siguiente de su quinto cumpleaños comenzó
su educación formal. Asistieron a clases durante seis horas y el primer día se
suponía que debían aprender todo el alfabeto. Todos sus hijos, excepto dos,
lograron esta hazaña, y a Susanna le pareció muy atrasada”. Los niños obtuvieron
una buena educación. Incluidas las hijas, todas aprendieron latín y griego y
estaban bien formadas en los estudios clásicos que eran tradicionales en
Inglaterra en ese momento”.

Ella entregó los mejores veinte años de su vida a la enseñanza y al cuidado


doméstico de sus hijos sin dejar de depositar en todos ellos su pasión por el
aprendizaje y por la rectitud. A los sesenta años de edad, su hijo John Wesley le
pidió que le diera a conocer sus métodos para la crianza de los hijos, con
renuencia ella le contestó:

“No me gusta escribir sobre mi forma de enseñar. Creo que no serviría de mucho
que alguien supiera cómo yo, que he vivido una vida de retiro por muchos años,
empleé mi tiempo y cuidados en criar a mis hijos. Nadie puede, sin renunciar al
mundo, en el sentido más literal, llevar a cabo mi método; y hay muy pocos, si es
que hay alguien que pudiera dedicarse por entero durante los mejores veinte años
de su vida a salvar el alma de sus hijos”.

Desde que sus hijos venían al mundo ella empezaba a entrenar sus voluntades
enseñándoles que deberían de obedecer a sus padres.

Ella forjó en los tres varones y siete mujeres, un amor al Señor y por las cosas
espirituales aún hasta sus años de madurez. Era tal su sabiduría que su hijo, el
pastor John Wesley, la buscaba para recibir su consejo. Se cuenta que esta mujer
constantemente oraba:

“Ayúdame, Señor, a recordar que religión no es estar confinada en una iglesia o


en un cuarto, ni es ejercitarse solamente en oración y meditación, sino que estar
siempre en tu presencia”.
La falta de enseñanza espiritual diversa hizo que Susanna reuniera a sus hijos el
domingo por la tarde para los servicios familiares. Cantaban un salmo y luego
Susanna leía un sermón del archivo de sermones de su esposo o padre seguido
de otro salmo. La gente local comenzó a preguntar si podían asistir. En un
momento, había más de 200 personas que asistirían al servicio de los domingos
por la tarde de Susanna, mientras que el servicio del domingo por la mañana se
redujo a casi nada

Se dice que cuando sus dos hijos: John y Carlos, fueron enviados como
misioneros a los indios en los EE.UU., John le manifestó su preocupación por
dejarla ya que ella era de edad avanzada; a lo que ella respondió:

“Si tuviese veinte hijos, me alegraría que todos ellos fuesen ocupados así, aunque
nunca más los volviese a ver”

De entre las muchas cosas que impresionaron a John Wesley de su madre, no


podemos dejar de mencionar, de los recuerdos que tenía cuando niño le oía
predicar a ella en las noches de domingo para doscientos vecinos que se reunían
en la casa pastoral.

Antes de partir, ya en su lecho de muerte, se recuerda que Susana exclamó: “Mi


querido Salvador, ¡estás viniendo a socorrerme en los últimos momentos de mi
vida!”. Más tarde, estando sus hijos alrededor de su lecho les dijo: “Hijos, tan luego
yo haya sido trasladada, canten un salmo de alabanza a Dios”. Así, el 23 de julio
de 1742, Susana Wesley dejó esta tierra para encontrarse con su Señor.

Susanna escribió varias piezas que serían fundamentales en la educación de sus


hijos. “Además de las cartas, Susanna Wesley escribió meditaciones y
comentarios bíblicos para su propio uso. Ella escribió comentarios extendidos
sobre el Credo de los Apóstoles, la Oración del Señor, los Diez Mandamientos.
Por desgracia, muchos de estos se perdieron en el incendio de la rectoría, pero
muchos sobreviven. El medio más accesible para sus escritos es la excelente e
importante Susanna Wesley de Charles Wallace.

Estos dos hermanos “salvaron al mundo” en su época. A Charles Wesley se le


acredita haber escrito miles de himnos de la iglesia, de los cuales muchos aún se
cantan.

John Wesley predicó aproximadamente a un millón de personas en más de 42 000


sermones y redactó cientos de publicaciones. Durante su ministerio, John Wesley
recorrió a caballo más de 400,000 kilómetros, ¡una distancia que equivaldría a
darle diez vueltas a la Tierra por la línea ecuatorial! En su vejez, a los 70 años,
este inglés, que medía 1.60 metros y pesaba 127 libras, ¡anunció el mensaje de
salvación a 32,000 personas sin valerse de un micrófono! A dondequiera que
viajaba llevaba el avivamiento. ¿A quién atribuyó sus fundamentos el mensajero
de la sexta edad de la Iglesia?
De mi madre aprendí más sobre el Cristianismo que de todos los teólogos de
Inglaterra. - John Wesley

Siempre concedía prioridad absoluta a pastorear a su congregación. En el hogar


de los Wesley rara vez se desaprovechaba una oportunidad de enseñar una
lección. Cierto día, una de sus hijas deseaba hacer algo que no estaba del todo
mal, pero tampoco era lo correcto. Cuando la exhortó para que no lo hiciera, su
hija no quedó convencida con la explicación. La hija y su madre estaban sentadas
junto a una fogata apagada.

La Sra. Wesley le dijo:


—Recoge ese trozo de carbón.
—No quiero —contestó la niña.
Vamos —la animó su madre—, el fuego ya está apagado; no te quemarás.
Lo sé —dijo la niña—. Ya sé que no me quemará, pero sí me manchará las
manos.
Precisamente —indicó Susanna Wesley—, eso que quieres hacer no te quemará,
pero sí te manchará. Olvídalo.

Susana Wesley, tenía 10 reglas para educar a sus hijos:

1. Destruye el egoísmo de tus hijos y colabora en la salvación de sus almas.

2. Enséñales a orar tan pronto empiezan a hablar.

3. No les des nada que pidan con lloros, sino lo que pidan con educación.

4. No castigues las faltas que confiesan en seguida y de las que ves que se
arrepienten.

5. No permitas que ningún acto pecaminoso pase sin castigo.

6. No castigues nunca al niño dos veces por la misma falta.

7. Alienta y premia la buena conducta.

8. Fomenta el respeto por la propiedad ajena, incluso en las cosas insignificantes.

9. Cumple todas las promesas que hagas a tus hijos.

10. No obligues a trabajar a tus hijos antes de que sepan leer bien.

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