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Catecismo 50 Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro
orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (cf.
Cc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio,
su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su
designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.
Si nos remontamos al inicio de la humanidad, Dios crea al hombre en imagen y semejanza, somos su más grande creación (Lo
confirmo cuando veo documentales de cómo funciona nuestro cuerpo o el Universo), después del pecado original quedan los
hombres en calidad de creatura. Pero ¿Dios nos abandona completamente? ¿Los que mueren antes de la Revelación dada a su
pueblo elegido, fueron condenados?
· La ley moral
· La ley natural
1950. La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una
pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida;
proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas.
1951 La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el orden
racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador.
Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La ley es declarada y establecida por la razón como una participación
en la providencia del Dios vivo, Creador y Redentor de todos. "Esta ordenación de la razón es lo que se llama la ley” (León XIII,
Carta enc. Libertas praestantissimum; citando a santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 90, a. 1):
«El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley:
animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la
sumisión al que le ha sometido todo» (Tertuliano, Adversus Marcionem, 2, 4, 5).
1954. El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de
gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir
mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira:
«La ley natural [...] está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que
ordena hacer el bien y prohíbe pecar. Pero esta prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz
y el intérprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos» (León XIII, Carta
enc. Libertas praestantissimum).
1955 La ley divina y natural (GS 89) muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley
natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios,
fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo en cuanto igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales
preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la
razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana:
«¿Dónde, pues, están inscritas [estas normas] sino en el libro de esa luz que se llama la Verdad? Allí está escrita toda ley justa,
de allí pasa al corazón del hombre que cumple la justicia; no que ella emigre a él, sino que en él pone su impronta a la manera
de un sello que de un anillo pasa a la cera, pero sin dejar el anillo» (San Agustín, De Trinitate, 14, 15, 21).
La ley natural «no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso
hacer y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado al hombre en la creación. (Santo Tomás de Aquino, In duo
pracepta caritatis et in decem Legis praecepta expositio, c. 1).
Como ven, Dios en su infinita sabiduría imprime en nuestras almas esa ley natural, con esa gran ayuda podemos discernir con
nuestra inteligencia el bien del mal, y lo más importante: Tener la apertura de Su existencia. Dios quiere hacer a los hombres
capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.
El hombre es creado para el bien, es predestinado a gozar de la gloria de Dios, aquellos pueblos en donde hubo personas que
siguieron la ley natural y se comportaron como cristianos sin tener idea de Cristo por su nacimiento antes de la Revelación, o por
estar geográficamente imposibilitado conocer esa revelación, podrían no haberse condenado por estar bajo la condición de
ignorancia invencible. Y esas almas estarían hasta la Pasión y muerte de Jesús, en lo que se conoce como "El Seno de
Abraham” (pero ese será otro tema).
Como sabemos en la historia del hombre, ha habido entre muchos pueblos un conocimiento imperfecto de Dios, lo vemos por
ejemplo con los aztecas, los griegos los indios americanos, los chinos etc., en donde son politeístas, saben por medio de la
razón que no pudieron haber sido creados sin ese poder absoluto, nada de lo que ven y de lo que no ven pudo haberse hecho
solo. También vemos que es ley universal el no matar, o el no robar, algunos agnósticos o ateos dirán son solo de ética
evolutiva, insostenible teoría, ya que consideran como casualidad hechos inegables.
El hombre con la sola razón y a partir de la Creación, puede con certeza conocer a Dios como origen y fin del universo y como
sumo bien.
El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, que ha sido creado por Dios y para Dios; Dios no deja de atraer al
hombre hacia sí, y sólo en Dios encuentra la paz, la verdad y la alegría, que no cesa de buscar. El hombre es un ser religioso.
Como decía San Pablo en Atenas, "en Dios vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos 17,28).
Pero a veces el hombre puede olvidarse de Dios e incluso rechazarlo o negar su existencia. ¿Motivos? La ignorancia, el
rebelarse contra el mal que se sufre o se ve, los afanes del mundo y de las riquezas, el mal ejemplo de algunos que se llaman
cristianos, ideas contrarias a la religión, y la actitud del pecador que -por miedo- se oculta de Dios y huye ante su llamada.
Ninguno de estos pretextos justifica el olvido o la negación de Dios.
Dios sabía perfectamente lo que había hecho Adán, y aun así lo buscó. Dios infinitamente perfecto no tiene necesidad del
hombre, y aun así nos hace partícipes de su vida bienaventurada.
54 "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y,
queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya
desde el principio" (DV 3). Los invitó a una comunión íntima con él revistiéndolos de una gracia y de una justicia
resplandecientes.
55 Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, "después de su caída alentó
en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la
vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).
Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los
hombres (MR, Plegaria eucarística IV,118).
Gen 6,13.Dijo, pues, Dios a Noé: «He decidido acabar con toda carne, porque la tierra está llena de violencias por culpa de ellos.
Por eso, he aquí que voy a exterminarlos de la tierra.
Del Catecismo
56 Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de
una serie de etapas. La Alianza con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio de la Economía divina con las
"naciones", es decir con los hombres agrupados "según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes" (Gn 10,5; cf.
10,20-31).
57 Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones (cf. Hch 17,26-27), está destinado a limitar el
orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad (cf. Sb 10,5), quisiera hacer por sí misma su unidad a la
manera de Babel (cf. Gn 11,4-6). Pero, a causa del pecado (cf. Rom 1,18-25), el politeísmo así como la idolatría de la nación y
de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta economía aún no definitiva.
58 La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones (cf. Lc 21,24), hasta la proclamación
universal del evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las "naciones", como "Abel el justo", el rey-sacerdote
Melquisedec (cf. Gn 14,18), figura de Cristo (cf. Hb 7,3), o los justos "Noé, Daniel y Job" (Ez 14,14). De esta manera, la Escritura
expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo "reúna en uno
a todos los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52).
Gen 12,1.Yahveh dijo a Abram: «Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. 2.De ti
haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición.
Con Abraham inicia el proceso de Revelación en la pedagogía de Dios. Dios elige un pueblo para poco a poco, con mucha
paciencia ir diciéndonos como ganar de nuevo el Camino a Él. Dios sigue intentando, El sabe lo que es mejor para nosotros, por
ello se acerca a los profetas, quienes dan Fe de su existencia, y de su Hijo que vendrá.
Catecismo 59 Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de su tierra, de su patria y de su
casa" (Gn 12,1), para hacer de él "Abraham", es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5): "En ti serán benditas
todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX; cf. Ga 3,8).
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom
11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (cf. Jn 11,52; 10,16); ese
pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18.24).
61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos en
todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia.
Dios forma a su pueblo
62 Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto.
Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único
Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido (cf. DV 3).
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19,6), el que "lleva el Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos "a
quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal VI), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de
Abraham.
64 Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna
destinada a todos los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr 31,31-34; Hb 10,16). Los profetas
anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que
incluirá a todas las naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor (cf. So 2,3) quienes
mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron
viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María (cf. Lc 1,38).
Si bien es cierto que por la sola razón, al analizar la Obra de Dios, podemos asumir su existencia, nuestras limitaciones nos
evitan entrar por nosotros mismos en la intimidad del misterio divino. Por ello, Dios ha querido iluminarlo con su Revelación
El culmen del amor de Dios a nosotros es comprobado al enviar a Su propio Hijo a Salvarnos, a abrirnos de nuevo las puertas
del Cielo, no hay prueba más grande de su amor, y es con El, con Jesús que viene a cerrar la Revelación perfecta, no hay nada
más que agregar, Jesús funda su Iglesia como instrumento de continuidad de Enseñanza para las generaciones futuras, da
poder a su representante en la tierra (los Papas), y nos deja las herramientas elementales de salvación (Los sacramentos),
signos visibles de realidades invisibles.
Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre. Es la Palabra única, perfecta y definitiva de Dios Padre. Jesucristo ha dicho ya todo
lo que Dios quería decirnos a los hombres, de manera que ya no habrá otra Revelación después de Cristo.
Cito el catecismo, ya que es muy claro y conciso con respecto a la Revelación de Dios.
50-53
68-69
Dios, en su bondad y sabiduría, se revela al hombre. Por medio de acontecimientos y palabras, se revela a sí mismo y el
designio de benevolencia que él mismo ha preestablecido desde la eternidad en Cristo en favor de los hombres. Este designio
consiste en hacer partícipes de la vida divina a todos los hombres, mediante la gracia del Espíritu Santo, para hacer de ellos
hijos adoptivos en su Hijo Unigénito.
54-58
70-71
Desde el principio, Dios se manifiesta a Adán y Eva, nuestros primeros padres, y les invita a una íntima comunión con Él.
Después de la caída, Dios no interrumpe su revelación, y les promete la salvación para toda su descendencia. Después del
diluvio, establece con Noé una alianza que abraza a todos los seres vivientes.
59-64
72
Dios escogió a Abram llamándolo a abandonar su tierra para hacer de él «el padre de una multitud de naciones» (Gn 17, 5), y
prometiéndole bendecir en él a «todas las naciones de la tierra» (Gn 12,3). Los descendientes de Abraham serán los
depositarios de las promesas divinas hechas a los patriarcas. Dios forma a Israel como su pueblo elegido, salvándolo de la
esclavitud de Egipto, establece con él la Alianza del Sinaí, y le da su Ley por medio de Moisés. Los Profetas anuncian una
radical redención del pueblo y una salvación que abrazará a todas las naciones en una Alianza nueva y eterna. Del pueblo de
Israel, de la estirpe del rey David, nacerá el Mesías: Jesús.
65-66
73
La plena y definitiva etapa de la Revelación de Dios es la que Él mismo llevó a cabo en su Verbo encarnado, Jesucristo,
mediador y plenitud de la Revelación. En cuanto Hijo Unigénito de Dios hecho hombre, Él es la Palabra perfecta y definitiva del
Padre. Con la venida del Hijo y el don del Espíritu, la Revelación ya se ha cumplido plenamente, aunque la fe de la Iglesia
deberá comprender gradualmente todo su alcance a lo largo de los siglos.
«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en
esta sola Palabra, y no tiene más que hablar» (San Juan de la Cruz)
67
Aunque no pertenecen al depósito de la fe, las revelaciones privadas pueden ayudar a vivir la misma fe, si mantienen su íntima
orientación a Cristo. El Magisterio de la Iglesia, al que corresponde el discernimiento de tales revelaciones, no puede aceptar,
por tanto, aquellas "revelaciones” que pretendan superar o corregir la Revelación definitiva, que es Cristo.
Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4), es decir, de Jesucristo. Es
preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los hombres, según su propio mandato: «Id y haced discípulos de todos los
pueblos» (Mt 28, 19). Esto se lleva a cabo mediante la Tradición Apostólica.
75-79
83
96.98
La Tradición Apostólica es la transmisión del mensaje de Cristo llevada a cabo, desde los comienzos del cristianismo, por la
predicación, el testimonio, las instituciones, el culto y los escritos inspirados. Los Apóstoles transmitieron a sus sucesores, los
obispos y, a través de éstos, a todas las generaciones hasta el fin de los tiempos todo lo que habían recibido de Cristo y
aprendido del Espíritu Santo.
76
La Tradición Apostólica se realiza de dos modos: con la transmisión viva de la Palabra de Dios (también llamada simplemente
Tradición) y con la Sagrada Escritura, que es el mismo anuncio de la salvación puesto por escrito.
80-82
97
La Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas entre sí. En efecto, ambas hacen presente y
fecundo en la Iglesia el Misterio de Cristo, y surgen de la misma fuente divina: constituyen un solo sagrado depósito de la fe, del
cual la Iglesia saca su propia certeza sobre todas las cosas reveladas.
84.91
94.99
El depósito de la fe ha sido confiado por los Apóstoles a toda la Iglesia. Todo el Pueblo de Dios, con el sentido sobrenatural de la
fe, sostenido por el Espíritu Santo y guiado por el Magisterio de la Iglesia, acoge la Revelación divina, la comprende cada vez
mejor, y la aplica a la vida.
85-90
100
La interpretación auténtica del depósito de la fe corresponde sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, es decir, al Sucesor de Pedro,
el Obispo de Roma, y a los obispos en comunión con él. Al Magisterio, el cual, en el servicio de la Palabra de Dios, goza del
carisma cierto de la verdad, compete también definir los dogmas, que son formulaciones de las verdades contenidas en la divina
Revelación; dicha autoridad se extiende también a las verdades necesariamente relacionadas con la Revelación.
95
Escritura, Tradición y Magisterio están tan estrechamente unidos entre sí, que ninguno de ellos existe sin los otros. Juntos, bajo
la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente, cada uno a su modo, a la salvación de los hombres.
La Sagrada Escritura
La Iglesia tiene gran veneración por la Sagrada Escritura, destacando los cuatro evangelios que ocupan un lugar
verdaderamente privilegiado, pues su centro es Cristo Jesús. En la Misa, después de leer el Evangelio, el sacerdote lo besa en
señal de veneración y de respeto. Es lógico que todo cristiano conozca la Sagrada Escritura, especialmente los Evangelios, y
que dedique un tiempo a leerla y meditarla. Como dice San Jerónimo, "desconocer la Escritura es desconocer a Cristo".
La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios transmitida por escrito, y consta en los libros inspirados por Dios que forman la
Biblia: 45 del Antiguo Testamento (antes de venir Jesucristo a la tierra) y 27 del Nuevo Testamento. La Tradición es la revelación
divina encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y transmitida íntegra de viva voz a la Iglesia.
Los católicos leemos la Biblia al menos en cada misa que asistimos (Lecturas y Evangelio), y la Iglesia nos insta a hacer Lectio
Divina (leer la Biblia), así nos nutrimos de la Palabra de Dios.
Muchas personas tratan de encontrar el nombre de Dios, en esos intentos se han cometido errores e incluso herejías. El pueblo
judío, consciente de que el Sagrado nombre de Dios podría ser profanado por los gentiles, el pueblo judío evita escribir o
pronunciar su nombre. En su lugar usa el tetragrama Y-H-W-H o la palabra Adonai o Elohim. En el NT se refiere a Dios
como Kyrios (Señor) y otras formas.
¿Porque nos referimos entonces a Dios como Yahve? ¿O porque vemos a protestantes o sectarios llamarlo Jehová?
El hombre, sostenido por la gracia divina, responde mediante la obediencia de la fe, que es fiarse plenamente de Dios y acoger
su Verdad. Existen muchos testimonios, especialmente dos: Abrahán que, sometido a prueba «se fió de Dios» (Rom 4,3) y
obedeció siempre a su llamada, convirtiéndose así en «padre de todos los que creen» (Rom 4,11-18); y la Virgen María, que
realizó del modo más perfecto, durante toda su vida, la obediencia a la fe: «Fiat mihi secundum Verbum tuum: Hágase en mí
según tu palabra» (Lc 1,38).
El hombre responde mediante la obediencia de la fe. Dios nos habla y nosotros respondemos: «Sí, acepto lo que tú me dices. A
pesar de que algunas cuestiones superan mi capacidad y comprensión, las acepto, porque me fío de ti, tengo confianza en lo
que me dices, en lo que tú me enseñas».
La respuesta es la de la fe. Y fe quiere decir confiarse, aceptar lo que se le dice, porque quien habla es persona digna de fe, es
fiable, sabe lo que me dice y no trata en modo alguno de engañarme. El concilio Vaticano II afirma: «Dios invisible, en su
inmenso amor, habla a los hombres como amigos y se entretiene con ellos, para invitarles y admitirles a la comunión con él». El
hombre acepta lo que Dios dice y libremente somete su inteligencia, su voluntad, diciendo: «Yo creo».
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida (...). Y el hombre, pequeña
parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos
hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (San Agustín, Confessiones, 1,1,1)..
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Fuentes:
Catecismo católico
Corazones.org