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ESPA 3102 Prof.

José Juan Rivera Hernández


Lenguaje soez

Peor que coñ... y puñ...


[Este texto se publicó en el libro Abecé indócil con el título “Censura”, 2013]

15 septiembre 2009 | LUIS RAFAEL SÁNCHEZ


El Nuevo Día

1 ¿Qué es una mala palabra? Aquella por cuyo uso se nos regaña, a grito pelado,
cuando somos niños: ¡Eso no se dice! Como el regaño furioso de los padres nos
aperpleja, como tardamos en reaccionar ante la furia, nuestros padres aprovechan la
perplejidad y la reacción tardía para amenazar. Una amenaza que duplica la
participación repentina del odioso dedo índice: -Si repites esa barbaridad te hacemos
carne para pasteles.
No obstante el mal rato, ascendido a tragedia griega por los padres exagerativos,
el niño acaba de confirmar la existencia de un mundo ajeno a las inocencias de acceso
controlado, tales como Santa Claus y los Reyes Magos. Y es la confirmación que,
efectivamente, existe un mundo de “barbaridades”. Mejor, un mundo que suele abrirlo
una llave obtenida de repente: la llave de la mala palabra.
Los padres se horrorizan de tener que aceptar ante los hijos la existencia de las
malas palabras. Mas, los condiscípulos, los amiguitos y la vida tumultuosa fuera de las
inocencias de acceso controlado, hubieron de descubrírselo muchísimo antes. Nunca
olvidaré el sonsonete que repetía un compañero de segundo grado, en la escuela
Antonia Sáez de Humacao: -Teatro Oriente, La mujer sin diente. Teatro Victoria, Diplo y
Juan Boria. Teatro Llona, La mujer tet….
Conocer la palabra que nomina la ubre en las hembras de los mamíferos,
aumentada de volumen por el sufijo ona, nos supuso despojar a la exclusividad adulta
de una mala palabra. Tanto así que, cuando llegaba la inspectora de nuestro dominio del
idioma inglés, ocurría un sainete mudo. Una sonrisita se atornillaba en las bocas de los
niños mientras observábamos las dos malas palabras de Mrs. Colbergh llegarle hasta la
cintura.

2 ¿Qué es una mala palabra? Aquella cuya enunciación zafia permite al abusador
atacar a su víctima por partida doble: por un lado la demoledora golpiza, por el otro los
insultos demoledores. En boca del agresor la mala palabra se emplea como arma de
combate. De ahí que, con preferencia, se la enuncie en voz alta, se la grite, se la
proclame. Canto de cabr… le gritaba un bandido, tan reciente como la semana pasada, a
la mujer a quien golpeó, mordió, dislocó la mandíbula, canto de put…
Sobra decir que el bandido recurría a las malas palabras con el propósito ruin de
liquidar la autoestima de la mujer, de criminalizar su moral, de ensuciarla en el fuero
interior. En resumen, de estigmatizarla y debilitarla de pies a cabeza, mente y alma
incluidas, asegurándose así de que el ataque sería “exitoso”.
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Después se ha sabido por la prensa que abusar de las mujeres es el hobby


preferido de esta gran estrella de la violencia doméstica. Un fulano a quien,
paradójicamente, toda mala palabra le quedaría chiquita. Porque hay miserias que se
escapan a las nominaciones del mismísimo lenguaje. De ahí que, ante su ocurrencia, el
hablante sólo consiga balbucear: -Me quedé sin habla, Me quedé mudo, Me quedé sin
palabras.

3 ¿Qué es una mala palabra? La que por remitir, en su gran mayoría, a las partes
del cuerpo que realizan funciones de índole sexual o excrementicia, se tacha de vulgar,
bajuna, obscena. Y por ello se prohíbe su uso en sociedad.
¡Con la prohibición hemos topado!
Toda prohibición interesa al artista. Si se trata de un escritor será natural verlo
desmontar los mecanismos de lo vulgar, bajo y obsceno; de escucharlo interrogar las
posibles claves sociales contenidas en la vulgaridad, la bajeza y la obscenidad. De ahí
que, si una mala palabra le sirve como síntesis explicatoria de un mundo en proceso de
descomposición o transformación, no hay que correr a avisar que el cielo se está
cayendo y que principia la condena al fuego de los libros malditos. Tampoco hay que
corear Jesú Manífica si una segunda mala palabra le vale al escritor como ventana
abierta hacia universos precarios, cuya existencia podría ignorarse aunque jamás
negarse.
A fin de cuentas, más allá de las malas palabras aprendidas en la edad tierna,
más allá de las apocopadas en la prensa y que recuperan la agresión verbal de un
canalla contra una mujer, más allá de las que la literatura canibaliza, levanta su sombra
la peor mala palabra de todas. Incluso una peor que coñ…y que puñ… Por supuesto que
dicha mala peor palabra es censura.

Preguntas guía

1. ¿Cuál es, según el autor, la función de la mala palabra?


2. Explica el sentido de esta oración: Porque hay miserias que se escapan a las
nominaciones del mismísimo lenguaje. ¿A qué se refiere con miserias?
3. ¿Por qué un escritor, digamos un cuentista, recurre a las malas palabras?
4. ¿Cuál es el sentido de universos precarios?
5. ¿Por qué la peor mala palabra es censura?
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Armas de fabricación casera

[Este texto se publicó en el libro Abecé indócil con el título “Cabrona”, 2013]
21-febrero-2010 | Luis Rafael Sánchez

Un sector numeroso de la población puertorriqueña contemporánea se quedaría


sin vocabulario si no tuviera al alcance la palabra cabrona. Pero, como la tiene se
precipita a usarla a cualquier hora y donde quiera y sin pasmarse o ababacharse.
La usa en calidad de agravio frontal y con tono de visceral aborrecimiento. La usa
para ordenarle a su hijo, teléfono celular mediante: «Pónme a la cabrona de tu mai». La
usa de acera a acera, en plena Avenida Ponce de León, para exigirle complicidad a una
condiscípula: «Canto de cabrona, préstame la cabrona asignación».
Tan democrático se ha vuelto aquí el uso de la palabra cabrona, tan fluente su
relación con los ricos y los pobres, los cultos y los analfabetos, que ya va siendo hora de
redefinirla como aspirina lexical por excelencia.
La aspirina lo cura todo, empezando por la neuralgia, pasando por la miocarditis
y terminando por la hinchazón de los pies. La palabra cabrona lo descalifica todo,
empezando por la moral, pasando por el espíritu y terminando por los frescos racimos
de la carne. La aspirina no falta en botiquín puertorriqueño alguno. Más aún, no hay
madre que, preciándose de serlo, olvide llevar en la cartera un sobre del versátil
analgésico. Por otro lado, pendiente a escapar a la primera oportunidad, la palabra
cabrona titila como cucubano en las bocas del referido sector numeroso de la población
puertorriqueña.
Muy de aquí como el coquí, solamente registra su acuñación el Diccionario de
Voces Coloquiales de Puerto Rico, de Gabriel Vicente Maura: «Mujer pendenciera». Ni
el Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, ni el Diccionario de la Lengua
Española, de la Real Academia Española de la Lengua, acogen la voz cabrona. En
cambio, sí recopilan los significados de dos parientes suyas, cabrón y cabronada.
Me distraen las anteriores divagaciones a la par que desayuno en un negocio de
Plaza Las Américas. Intento leer, con escaso éxito, un artículo publicado en el New York
Times, que examina el empleo frecuente de malas palabras, o groserías, en el México
urbano actual. Al artículo da pie una encuesta donde se contabilizan las malas palabras,
groserías o albures que pronuncia el mexicano urbano cada día: veinte se calcula, si bien
el rigorismo estadístico obliga a divulgar que descuellan las mentadas de madre.
Dije que intento leer, sin demasiado éxito, porque la palabra favorita de un
sector numeroso de puertorriqueños raja el aire, segundo a segundo, impidiendo la
concentración mínima. Como desayuno en un negocio donde los parroquianos suelen
observar una conducta afín con los modales correctos me cautiva el manejo estentóreo
de la palabra cabrona. Deduzco que sabrá mejor al paladar y el galillo del usante si la
grita, recalca, deletrea y semeja a un latigazo.
¿Será porque la primera y última sílaba de la palabra cabrona contienen la vocal
más abierta de las cinco vocales, la a? ¿Será porque la a se pronuncia con los labios muy
abiertos y los dientes separados un centímetro por lo menos? ¿Será porque el insulto
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deja de ser efectivo si no se vocea con alma, vida y corazón? Que respondan los
fonetistas.
Mientras los fonetistas responden confirmo que el uso de la
palabra cabrona trasciende las habituales barreras divisorias de nuestras clases sociales:
mujeres con apariencia de damas y hombres con apariencia de caballeros las usan, por
igual, en el negocio donde desayuno. Por ello me arriesgo a afirmar que a
decir cabrona se apuntan la burguesía, más el proletariado, más el gentuzaje. También
quienes ametrallan el idioma español y quienes lo hablan con propiedad y corrección.
También los disparateros que, por dárselas de fisnos, dicen los víruses en vez de los virus
y las crísises en vez de las crisis.
En resumen, que la palabra cabrona se encuentra en su apogeo, disgústele a
quien le disguste y a pesar de su definición harto dificultosa: la del Diccionario de Voces
Coloquiales de Puerto Ricome insatisface porque ser cabrona no significa ser
pendenciera. Como tampoco significa hacerse de la vista larga ante la infidelidad de la
pareja, cosa que hace a gusto el cabrón, según el dictum sapiente de los diccionarios
citados.
Como el amor, el idioma es servidumbre, ahí está el ejemplo de cabrona. De
sierva de la miseria expresiva la acusarán, de introductora al saber deficiente y
conductora de la nulidad idiomática, de muestra de la chatarra a que se reduce el habla
popular. Más cauto, menos severo, yo la acuso de arma de fabricación casera para
ensayar en la guerra civil sin declarar que peleamos los puertorriqueños, día a día.

Preguntas guía

1. Según el autor en el último párrafo se ha calificado a la palabra cabrona de


sierva de la miseria expresiva, … de introductora al saber deficiente y
conductora de la nulidad idiomática, de muestra de la chatarra a que se reduce
el habla popular. Explica estas acusaciones.
2. A qué se refiere el autor con la guerra civil sin declarar que peleamos los
puertorriqueños?
3. Expresa tu opinión personal sobre por qué el puertorriqueño usa y abusa de
la palabra cabrona.

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