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Supongamos que hemos dejado el miedo a un lado; cuando nos subimos al caballo, este
puede echar a andar o quedarse quieto, desbocarse o trotar a paso lento… ¿vamos a
dejarnos llevar o vamos a tomar las riendas y empezar a dirigirlo?
Entonces aparecen los momentos difíciles, los desafíos y los problemas. Hay que saltar un
obstáculo, hay que correr al máximo hay que caminar al lado del precipicio, viene una
tormenta y los truenos sobresaltan al caballo. Aquí se ponen a prueba nuestras habilidades
como jinetes, y hemos de mantener la calma mientras el caballo está asustado para conseguir
pensar qué hacer y encauzar la situación. Puede que nuestras capacidades de regulación sean
medianamente buenas, pero es en las situaciones difíciles que la vida nos trae con cierta
frecuencia donde se podrán a prueba.
Nuestra reacción ante unos estados emocionales puede ser distinta que ante otros, puede
gustarnos montar un caballo pausado con el que disfrutamos del paseo, pero ponernos
nerviosos con otro más enérgico e impulsivo. Dado que en uno u otro momento nos va a
tocar subir en todos ellos y sentir todas las emociones propias de los humanos, es bueno que
empecemos teniendo en cuenta que siempre tienen una finalidad sana. Esto es aun más
cierto en las emociones desagradables, porque tiene más que ver con la supervivencia: nos
dicen por ejemplo que una comida está en mal estado (asco), que algo es peligroso (miedo),
que nos han hecho daño y tenemos que defendernos (rabia), nos empujan a mantenernos