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Burocracia educativa:

Uno de los problemas más significativos de la lenta marcha de la educación


pública en México, en términos de aprendizajes escolares, y que es considerado
como uno de los indicadores más importantes de la “calidad educativa” con
equidad, es la carga burocrática que enfrentan tanto los docentes como los
directivos escolares. Y con esto no me refiero a la carga presupuestal que implican
los altos salarios de la burocracia educativa “dorada” tanto federal como estatal.
Este problema se encuentra directamente relacionado con los conflictos derivados
de la desorganización escolar (carencias en gestión educativa y liderazgo
académico) y, específicamente, a consecuencia de las prácticas docentes no
colegiadas, que han llevado a muchas de las instituciones educativas públicas a
sólo “dar clases”, como si la labor docente y directiva sólo consistiera en
“entretener por algunas horas a los estudiantes”, sin ningún compromiso con los
aprendizajes escolares y el desarrollo integral de los educandos. Por si fuera poco,
las actividades cotidianas del trabajo profesional de los docentes y directivos
escolares, también se ven afectados por otros factores que están inmersos en la
vida cotidiana al interior y en el entorno de las escuelas, más allá de las
dificultades burocráticas (como las situaciones de violencia, delincuencia,
adicciones, falta de participación social, etc.).

El llamado “sistema” educativo en México, ha sido diseñado, desde hace más de


70 años, no sólo como un gigantesco “elefante”, sino para operar de manera
“centralista” e “ineficiente”: Hoy en día es un “sistema” disfuncional, lento, y
enfermo. Estas características son aplicables al conjunto del Gobierno Federal,
hecho que, por cierto, ha sido reconocido recientemente por el presidente López
Obrador. Es de tal forma el problema del “sistema”, que no está hecho para
generar cambios en el ámbito educativo, sino sólo para intermediar (con
resultados cuestionables) en los conflictos de carácter laboral. Así, la burocracia
que habita el “sistema” educativo mexicano (fenómeno que se da también en otras
naciones), es congruente con aquella definición de lo “burocrático” que dice así:
“Es todo aquel protocolo o procedimiento que privilegia y da prioridad al “trámite”,
y pone en último lugar a la dignidad de la persona”.

Precisamente, uno de los conflictos más sentidos del “sistema” educativo se


relaciona con la operatividad burocrática y la toma de decisiones en el ámbito de
la gestión administrativa. Con la centralización, desde el gobierno federal (SEP),
de los procesos de selección o admisión, así como de promoción de docentes y
directivos escolares de la educación obligatoria (básica y media superior), por
ejemplo, se reproducen los problemas añejos de corrupción e impunidad (venta y
herencia de plazas); aparte de los conflictos que genera el modelo centralista en
términos del diseño y distribución de libros de texto, impuntualidad en el pago de
nómina y prestaciones; incumplimiento en obras, o problemas en la sincronización
de los tiempos y calendarios federales y locales, etcétera.

Pero lo más importante de estos procesos, y que se ha convertido en un problema


estructural, es la asignación de plazas o la decisión sobre la contratación de
personal interino, que de por sí ya era un conflicto complicado desde antes de la
promulgación de la Ley General del Servicio Profesional Docente (LGSPD, 2013),
misma que en mayo pasado fue abrogada. Pero ¿cómo se daba ese complejo
proceso antes del 2013? La necesidad de un docente o directivo escolar de la
escuela pública era detectada por las burocracias intermedias en las entidades
(legalmente se les conoce como Autoridades Educativas Locales o “AEL”). Así
entonces se iniciaba el procedimiento. Cuando se requería cubrir urgentemente un
interinato docente, en el esquema anterior, participaban de manera discrecional,
50 por ciento de las propuestas por parte de la propia autoridad y 50 por ciento por
parte del sindicato nacional, con fundamento en lo establecido en el Art. 123
Constitucional. Sobre todo, esto aplicaba cuando se trataba de trabajadores al
servicio del Estado.

En muchos casos, la atención de grupos tardaba varias semanas, de tal forma que
los estudiantes se quedaban sin docente durante ese tiempo. Esa situación se
modificó en 2013, en términos de que, en la decisión sobre las promociones o
ascensos se eliminaron las Comisiones Mixtas Escalafonarias, que tenían
estructura paritaria (también conocidas como comisiones dictaminadoras SEP-
SNTE). El modelo que entró en su lugar fue el de los concursos centralizados de
oposición, establecidos en ley para seleccionar tanto a los docentes o directivos
que aspiraban a ocupar una posición directiva superior como a puestos docentes
de nuevo ingreso al “sistema”, dentro de la estructura escolar tradicional (docentes
frente a grupo, técnicos docentes, directores de centro de trabajo, asesores
técnico pedagógicos o supervisores de zonas escolares).

La burocracia de la AEL (en las entidades federativas) que es responsable de


estos procesos, se encuentra en operación generalmente dentro del organismo
desconcentrado respectivo, creado desde la Reforma Educativa de 1992, mismo
que se ubica en las direcciones de planeación, en las direcciones de recursos
humanos, o en algún área de desarrollo institucional y contabilidad, debido a que
la asignación de plazas o decisión sobre los interinatos, tiene un importante
impacto presupuestal.
Hoy en día, con el vacío creado por la suspensión temporal de evaluaciones
centralizadas (mayo, 2019), y ante la necesidad de cubrir grupos escolares en los
diferentes niveles educativos, la AEL procede a convocar a aquellos docentes que
se encuentran registrados en las listas de prelación (virtuales carteras de
reemplazo) y que cuentan con resultado vigente como “idóneo”, para cubrir la
función docente por tiempos limitados. Al respecto, por cierto, existen algunas
denuncias por conflictos generados en este rubro, en el sentido de que estas
decisiones en torno a las jornadas (preescolar y primaria) o las horas interinas
designadas (en secundarias), obedecen a criterios pactados entre las AEL y las
dirigencias de las secciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación (SNTE). Se sabe, incluso, que en algunos casos se están imponiendo
candados burocráticos, de tal manera que solamente un sector muy reducido de
aspirantes, pueden ocupar dichos interinatos. O bien, se establecen dichos
candados para perfilar a los allegados, incondicionales o parientes (fenómeno del
“nepotismo” o “compadrazgo”) de las cúpulas burocráticas tanto de la AEL como
de las dirigencias sindicales. Entonces ¿dónde está el cambio de régimen político
y administrativo? ¿Dónde quedó la lucha contra la corrupción?

Si bien este es un asunto del ámbito de la gestión administrativa (no académica ni


educativa) dentro del “sistema” educativo, las decisiones que se toman en este
nivel de los procesos, resultan importantes para la integración de la estructura y
funcionamiento organizacional y, sobre todo, tiene un impacto profundo en lo que
sucede en las escuelas y las aulas tanto por los niveles de compromiso
(actitudes), y de profesionalismo por parte de las y los docentes como en la
reproducción de los círculos del corporativismo, que tan daño han generado al
“sistema” educativo.
Burocracia y carencia del proyecto educativo nacional
El discurso del “mérito” académico va de la mano con este modelo que, además
de ser excluyente y elitista, ha terminado por convertirse en un criterio
administrativo que ha sido desplazado, gradual y progresivamente, por los pactos
o negociaciones burocráticos. A ello hay que añadir que los lineamientos que se
han dado a conocer recientemente por parte de la SEP (mayo, 2019), establecen
ciertos criterios para la asignación de interinatos, pero sin destrabar todos estos
nudos y conflictos existentes, hecho que ha creado condiciones para que se
reproduzca el corporativismo y el clientelismo en la base del del “sistema”
educativo nacional. Esto ha producido, lamentablemente, la expresión coloquial
“estamos peor que antes”.
Ante la carencia de un proyecto educativo nacional claro, de avanzada y
desburocratizante, por parte de la 4T, las soluciones ciudadanas que habrán de
generarse, tanto para contener los impulsos “meritocráticos” (sobre todo si éstos
son inequitativos) como para detener las inercias corporativistas, estarán dadas en
las discusiones, definiciones y en la reorganización próxima, a través del Poder
Legislativo, de las leyes secundarias nuevas (por ejemplo, la ley específica sobre
la Carrera Profesional Docente), donde se establecerán los criterios educativos (y
perfiles académicos) para elegir a las figuras educativas y para que estas
prácticas burocráticas no se reproduzcan, y erradicar la recreación del “elefante
blanco” que representa la burocracia educativa.
Dicen que “soñar no cuesta nada”

Burocracia, SEP y comisionados


La burocracia del Estado mexicano está muy lejos de la tipología weberiana, es
irracional y corrupta. Además, marcada por una tendencia a crecer y reproducirse.
Tal vez eso se deba, como señalaba Octavio Paz, a la mezcla del corporativismo
con las tradiciones culturales que heredamos de la Colonia, como compadrazgo,
patrimonialismo y relaciones cliente-patrón.

Una conjunción perversa de corporativismo sindical —creado por el régimen de la


Revolución Mexicana— y esas tradiciones, arrojan un panorama sombrío sobre
los encargados de la administración pública.

Las relaciones cliente-patrón se reprodujeron por décadas en el sistema educativo


mexicano, luego desembocaron en un nudo de contradicciones —como decían los
marxistas— difícil de desatar. Dos de los hilos más perversos fueron la
instauración —ilegítima, pero institucionalizada— de puestos fantasma —
aviadores— y la práctica de “comisionar” maestros a trabajar para el sindicato y
para administrar el sistema.
Hace un mes, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, soltó un
coscorrón y retiró la licencia con goce de sueldo a dos mil 200 maestros que
laboraban para el SNTE. No fueron todos, se quedó corto. Pero el secretario ganó
aplausos, que hoy se le revierten por no llegar al fondo.

Juan Díaz de la Torre rezongó porque el manotazo no fue parejo. Pidió retirar a los
maestros comisionados que trabajan para la SEP y las secretarías de educación
en los estados. Éstas operan con docentes cuyo sueldo proviene del techo
financiero de docencia, lo cual es un desvío de recursos. No obstante, si los
regresaran a sus grupos se paralizarían las dependencias estatales y tal vez una
parte de las oficinas centrales.

No tengo las cifras, pero las cantidades son inmensas. Cubren la mayoría de la
baja burocracia y parte de la media. Es más, si uno piensa mal, hasta en la oficina
del secretario se encuentran trabajadores de apoyo que cobran con plaza de
maestro.
El problema tiene dos fuentes: 1) ese tipo de relaciones clientelares y, 2) un
asunto que pocos académicos han investigado: pugnas interburocráticas.
En principio no es un mal diseño institucional que la administración de la
educación descanse en maestros: tienen conocimiento de las escuelas, de los
otros docentes, de sus rutinas y costumbres. Pero entraron por la puerta falsa y no
todos por valía profesional o necesidades del servicio, sino por méritos sindicales
o relaciones de compadrazgo.

En las luchas por el control del aparato del Estado, la alta burocracia busca
ensanchar su dominio. La Secretaría de Hacienda representa el papel de gandalla.
Diseñó instrumentos para que en otras secretarías no se crearan más puestos
administrativos, en especial en la Secretaría de Educación Pública por “ser
grandota”.

Propongo una solución sencilla. Que para la gente que ya ocupa esos puestos, la
SEP transforme las plazas docentes en posiciones administrativas, al mismo
tiempo que depura la nómina.

Lógico, ¿no? Pero es una ilusión. La burocracia mexicana aborrece la racionalidad


y venera al patrimonialismo. Será más difícil de destruir de lo que Weber estimaba.

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