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EL A UTOR EXTRANJERO

Dr. Raúl S. Lozano Merino


Presidente de la Federación Interamericana de Abogados

La formación ética
del abogado en el siglo XXI

INTRODUCCIÓN
Una de las vertientes básicas en la formación integral del abogado es la que se contrae
al aspecto ético de su actividad y proceder. Si bien es cierto que ella se adquiere
fundamentalmente en el hogar, en los tiempos que corren donde por lo general ambos
progenitores tienen que trabajar, los niños se encuentran en no pocos casos en un
estado de relativo abandono, con escaso contacto con sus padres, quienes se
hallan medularmente preocupados, en muchos casos, en obtener lo mínimo
indispensable para la decorosa subsistencia familiar, sobre todo - pero no sólo - en
aquellos países en vías de desarrollo donde no siempre se encuentra un empleo
adecuado o, simplemente, no se le halla.

El vacío que se presenta en ciertas circunstancias en el campo de la formación


ética del abogado encuentra, como se ha apuntado, su remota raíz en el hogar,
donde la educación de los hijos se produce desde casi el momento del nacimiento.
Los niños tienden a imitar las conductas, actitudes, lenguaje y hábitos de sus
progenitores, los mismos que están signados por un determinado sentido ético. Es,
por ello, que el ejemplo de los padres y, más tarde, el de los maestros y el de los
gobernantes en su caso, tiene un fuerte impacto en la formación ética de los
futuros abogados.

Si bien en muchos casos esta carencia en la formación ética del futuro


abogado no puede suplirse a nivel de la educación superior, también es
cierto que poco se hace por incorporar en la curricula de las Facultades

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de Derecho cursos de Deontología Jurídica1 donde se pueda brindar al
estudiante, aunque tardíamente, una orientación en cuanto al comportamiento
que debe asumir, al menos, en el ejercicio de la profesión de abogado. En el
peor de los casos, si el profesor a cargo del mencionado curso es de calidad,
logrará, al menos, que los alumnos reflexionen sobre el tema y obtengan de
ello algún provecho.

Pero, aparte de la conveniencia de crear cursos de Deontología Jurídica en


las Facultades de Derecho ahí donde no existen, es necesario, además, que
cada profesor, en el dictado de su respectiva materia, aluda frecuentemente a
los deberes éticos del abogado. Hay muchas formas y oportunidades de
hacerlo. De ahí que con coraje, debe concertarse una silenciosa campaña en
este sentido en los casos en que sea necesario reforzar la formación ética de
los estudiantes que han de egresar como abogados. Ello se hace
indispensable en nuestros países donde la corrupción, proveniente en la
mayoría de los casos de las más altas esferas de los poderes del Estado, ha
minado las bases morales de la sociedad provocando una peligrosa crisis
ética muy difícil de revertir y donde, por ello, se hace muy difícil no caer en
fáciles tentaciones o imitar el mal ejemplo de los personajes que se han
instalado en las cúpulas de las instituciones rectoras de un país.

Pero, más allá de lo que se pueda formar al estudiante de abogacía a


través de un curso regular de Deontología Jurídica consideramos, en la
misma línea de pensamiento antes puesta de manifiesto, que el silencioso
ejemplo de los progenitores o el de los maestros, en su caso, es siempre el
más elocuente medio tratándose de la formación ética del abogado. ¿Qué
decir, por ejemplo, de la enseñanza ética proveniente de un profesor de
Derecho Constitucional, o de cualquier otra materia, que sirve a un gobierno
corrupto, que viola sistemáticamente los derechos humanos e incumple los
mandatos constitucionales? ¿Cómo, es dable preguntarse, tal profesor puede
mostrar un ejemplo digno de seguir, de imitar a sus alumnos? El grave daño
que hacen aquellos profesores a la formación de los estudiantes es
incalculable en lo que se refiere a la consolidación de la contextura ética de
los estudiantes de derecho. Debemos tomar una más fina
conciencia que el profesor-abogado cumple una delicada misión
social que no se contrae tan sólo a impartir conocimientos científicos a

1
La Deontología es la ética aplicada a las actividades profesionales. Equivale, por consiguiente, a la
ética del abogado.

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sus alumnos. El ejemplo de una conducta ajustada a los cánones éticos es,
inclusive, de mayor importancia en la formación integral de la juventud
estudiosa.

Ante la aberrante situación de profesores que quebrantan los deberes


éticos de la abogacía sirviendo a gobiernos corruptos que violan los derechos
humanos y las normas constitucionales, lo que desdice de la formación ética
del abogado, nos preguntamos ¿cómo reaccionará el estudiante de abogacía o
el abogado en ejercicio ante el proceder contrario a la ética de aquellos
abogados que son docentes universitarios? Si su formación ética no es sólida,
el llamado «hombre de derecho» se verá posiblemente tentado de imitar a
este supuesto maestro y, tal vez, al contemplar su aparente «éxito», podría
decidirse a seguir la misma equivocada ruta que desdice de la condición de
ser un abogado que lucha por la justicia y los derechos humanos.

Pero, al lado de los estudiantes o abogados indiferentes, resignados y


hasta complacientes o solidarios con dichas negativas actitudes éticas,
existen sectores estudiantiles dotados de dignidad y coraje que reaccionan
contra tales profesores, manifestándose en diversas formas contra dichas
perniciosas actitudes, contribuyendo así a revertir, en parte, su negativo
proceder.

En algunos de los países del área iberoamericana, en varios y a veces


prolongados momentos históricos, hemos contemplado con perplejidad y
pena, a veces también con legítima indignación como, aparentemente
notables maestros, por razones que no es el caso analizar en esta oportunidad,
han emprendido un camino equivocado, han decidido por una opción
éticamente desechable, impropia de su condición de guías de la juventud
estudiosa. Ellos, lo tenemos dicho, causan un grave daño en lo que se refiere
a la formación ética de las nuevas generaciones de abogados.

No podemos soslayar el hecho que sectores de la juventud estudiosa y de


los propios abogados, que buscan sólo el bienestar y rehuye del
cumplimiento del deber, desprecian, naturalmente, toda formación ética, se
desinteresan de los deberes a que se refiere la deontología jurídica. En otro
caso, como acertadamente señala Andruet, «está claro que las recientes
generaciones de profesionales principalmente se sienten acuciadas
por las necesidad técnica de su propia capacitación, pero con una
despreocupación inversamente proporcional por los aspectos éticos

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que ella importa»2. Por ello, los abogados que aspiran una capacitación
técnica para lograr el éxito profesional, menosprecian el ser mejores y más
plenos abogados. Se advierte, así, una degradación formativa en aquello que
de sustantivo tiene la capacitación del abogado y, con ella, el creciente
desprestigio del abogado.

Sobre la erosión que se advierte en cuanto al prestigio de la abogacía, el


autor antes referido expresa que, «para decirlo entonces en términos concretos
y sin cortapisas, los abogados son hoy negativamente conceptuados por gran
parte de la sociedad» Y, añade, que no escapa a dicha consideración que el
servicio de administración de justicia, conformado por magistrados, jueces y
funcionarios, no está mejor conceptuado que los abogados. Es notorio, en el
sentir de un sector apreciable de la sociedad, «el proceso de descomposición
ética que en tales ámbitos se reconoce en el acontecer diario».

«...Nuestra profesión es una profesión castigada, y a veces, convendría


agregar, que por los propios comportamientos indecorosos que los
profesionales ejecutan en el cumplimiento de su labor, y por lo tanto a veces
ella es justamente sancionada con términos admonitorios...»3. De otro lado, en
la misma línea de pensamiento, sostiene que «...lo cierto es que una gran parte
de los abogados contemporáneos transitan la fina cornisa que separa el límite
máximo de lo jurídicamente permitido y lo que, aunque siendo leve, es
verdaderamente sancionable como conducta deontológico reprochable»4.

Lo expresado no significa, ciertamente, que se postule un descuido o un


abandono en la preparación técnica del abogado que posibilite su mayor destreza
profesional. Lo que se persigue es una armoniosa capacitación que no deje de
lado una preparación integral en la cual es aspecto ético no puede ni debe
estar ausente.

No nos debemos resignar, por consiguiente, con la formación de buenos


técnicos, de abogados prácticos, pero carentes de una capacidad para
comprender y sentir los valores que debe realizar en el ejercicio de su
profesión. No es concebible, en síntesis, un abogado que no luche por la

2
Andruet (h), Armando S. Deontología del Derecho, Abogacía y Abogados, Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Argentina, Córdoba, 2000, pág. 111.
3
Andruet (h), Armando S., ob. cit. Pág. 151.
4
Andruet (h), Armando S., ob.cit., pág. 145.

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justicia, que no sea honesto, probo, tanto en su vida pública como privada.
Lamentablemente, para algunos, la moral es unitaria. El ser humano, como
bien lo sabemos aunque pretendamos olvidarlo, «no es dicotómico,
moralmente virtuoso en su ejercicio profesional, y cabalmente vicioso en su
vida privada...»5.

Es demás entendido, que el problema ético antes mencionado, no


podemos ignorarlo, pues ha adquirido notoria gravedad en algunos países de
nuestra área iberoamericana. Lo grave es que, en ciertos casos, dicha
descomposición se inserta dentro de una sociedad éticamente disminuida.
Entonces nos preguntamos ¿Cuál es el rol o función de los colegios de
abogados frente a esta situación?, ¿Qué es lo que se está haciendo o lo que
puede hacerse en el próximo futuro para detener este fenómeno de
descomposición ética?, preguntas que trataremos de solucionar con este
aporte en el presente Seminario Internacional sobre la Enseñanza del
Derecho.

RESPONSABILIDAD DE LAS FACULTADES DE DERECHO EN LA


CAPACITACIÓN DEL ABOGADO
En primer lugar, debemos formular unas breves apreciaciones sobre el rol
que cumplen en la actualidad las Facultades de Derecho en cuanto a la
preparación integral de los futuros abogados. Es decir, sobre cuál es la
idoneidad de las mismas para el logro de tal finalidad dentro de nuestro
ámbito territorial y, por consiguiente, sobre su responsabilidad en cuanto a la
capacitación de los abogados.

Si observamos la realidad de ciertos países del área, en cuanto a la


preparación integral del abogado se refiere, nos invade una grave
preocupación; encontramos que por ser numerosas las Facultades de Derecho
no todas ellas, cuentan con un acreditado plantel docente así como con
bibliotecas bien dotadas o con sistemas informáticos que permitan al
estudiante acceder a la información que no tienen a la mano en el momento
en que la requieren. Ello impide, por lo general, que el egresado de dichas
Facultades de Derecho logre una capacitación suficiente que lo habilite para
el ejercicio de la profesión de abogado más allá del hecho de haber obtenido,
automáticamente en muchos casos, el grado de Bachiller en Derecho.

5
Andruet (h), Armando S., ob. cit, pág. 133.

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En relación con lo expuesto, no obstante el problema que ello entraña, no se ha escrito


lo suficiente ni con la claridad necesaria para motivar una reflexión colectiva sobre el
tema de la responsabilidad de ciertas Facultades de Derecho en cuanto al nivel de
preparación de sus egresados como al número de los mismos que se halla en evidente
desproporción con las necesidades sociales.

Para suplir las limitaciones de las Facultades de Derecho, antes bosquejadas, y


para garantizar la idoneidad de los abogados que han de servir a la comunidad, somos
del parecer que los egresados de tales Facultades, para obtener la habilitación
profesional para ejercer la profesión de abogado, deberían rendir un examen de
suficiencia, demostrativo de sus aptitudes, ante ciertos colegios de abogados,
seleccionados para el efecto contándose con un cuerpo de examinadores de la mayor
solvencia ético - jurídica.

Dicho planteamiento respondería, además, a una cuestión lógica desde que no


es del todo comprensible que la institución que es responsable de la enseñanza
universitaria que se brinda a los estudiantes sea, a su vez, la misma que califique
los resultados de esa enseñanza. Tal vez, mediante la aplicación del sistema de
habilitación profesional, antes mencionado, pueda lograrse una selección natural de
las Facultades de Derecho así como de los aspirantes a ejercer la profesión para la
que se han preparado.

Podría, por consiguiente, convertirse este sistema en un instrumento que proteja a


la comunidad frente a los profesionales que, irresponsablemente preparados por
sus respectivos centros de docencia y careciendo de aptitudes de autodidactas, ejerzan
desacertadamente una profesión que, por antonomasia, es de interés social.

La alternativa para la solución del problema social que significa un excedente


de profesionales desocupados, desde nuestro punto de vista y no obstante que pueda
parecer dura, es clara: o se someten las Facultades de Derecho, ahí donde sea
necesario, a una prueba de suficiencia académica o se faculta a ciertos colegios de
abogados, debidamente potenciados, a otorgar la licenciatura de abogado luego de
un examen de conocimientos al que deben someterse los Bachilleres de Derecho. El
cumplimiento de alguno de los extremos de esta alternativa tal vez pueda
detener la creciente proliferación de la profesión de abogado.

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El exceso de abogados y el mercado laboral.- No escapa al conocimiento de


los abogados que, por la irracional proliferación de Facultades de Derecho, cada año
es mayor el número de egresados de las Facultades de Derecho, los que no siempre
han sido debidamente capacitados. Ello significa que existe un exceso de abogados
disponibles, cuyo número supera las necesidades sociales. Ello genera, como se ha
apuntado, un problema de mayor oferta en el mercado profesional por parte del
abogado, lo que constituye un factor de desprestigio para la profesión en general y
un problema existencial para aquellos supernumerarios que no encuentran un
trabajo adecuado al título que ostentan.

La proliferación del abogado.- Comprobamos que, desde hace algunos años a esta
parte, los egresados de las Facultades de Derecho, de ciertos países del área, no
encuentran un mercado laboral que les ofrezca puestos de trabajo idóneos para ejercer
su profesión. Ello no sólo acarrea dicha proliferación sino, lo que es más grave, una
creciente frustración del respectivo «proyecto de vida» que en nada contribuye al
desarrollo personal de los egresados que no hallan una ocupación adecuada para la
aplicación de los estudios que han realizado.

Pero, además, el exceso de abogados que el mercado de trabajo no puede absorber


trae consigo no sólo la indicada frustración de los abogados desocupados, con la
consiguiente degradación de la imagen de la abogacía, sino también un problema social
pues se estaría concediendo licencia para ejercer la profesión a abogados
insuficientemente preparados por los motivos expuestos en precedencia.

El deterioro de la imagen social del abogado.- El deterioro de la imagen del


abogado se añade al problema que comporta la frustración personal de aquellos
profesionales que no hallan una ocupación adecuada a sus estudios, problema que tiene
directa relación con la responsabilidad de las Facultades de Derecho y de los colegios de
abogados por licenciar, las primeras, y aceptar, las segundas, abogados ética y
académicamente carentes de una suficiente preparación para ejercer la profesión y en
un número que excede en demasía la capacidad de absorción de abogados por el
mercado de trabajo.

Como lo señala el abogado y profesor argentino Armando S. Andruet


(h), «aún a costa de ser severos, cabe recordar en todo tiempo que el
notorio descrédito en el cual la profesión se encuentra incursa, en gran

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medida obedece a la falta de atención de parte de los profesionales para


impedir el ingreso al ámbito profesional de aquellos que sean ineptos o
descalificados, por ser deficientes en su moral o instrucción»6. El citado autor
responde, sin duda, a la realidad de su país, la República Argentina. ¿En
cuántos otros países se presentará la misma situación?

El mencionado autor responsabiliza directamente a las Facultades de


Derecho por el deterioro de la imagen social del abogado. Al efecto manifiesta
que no «se puede desconocer, aunque nos pese, que para el mencionado
descrédito profesional las facultades de Derecho han hecho su triste aporte».
Y añade al respecto que robustecer «el prestigio intelectual y moral de la
abogacía en el plano de las profesiones liberales es sin duda el gran desafío de
las mencionadas facultades en el siglo que pronto se inaugura»7. Frente a esta
situación, el autor considera que sin la colaboración de las Facultades de
Derecho, la formación corporativa no podrá hacerse cargo de la totalidad del
problema y «quedará irremediablemente fagocitado el ejercicio profesional
abogadil a un mero tutelaje de cumplimiento de normas adjetivas, pero con
absoluto descuido de las intrínsecas razones de justicia que in re ipsa
sostienen una demanda o una pretensión en contra».

Los problemas antes referidos que, por lo demás son por todos
conocidos, se constituyen en un reto que los colegios de abogados deberían
asumir para promover las soluciones que consideren pertinentes ahí donde se
presenten las situaciones que hemos expuesto y que, lamentablemente,
responden a la realidad de ciertos países. La inacción sería una respuesta
dilatoria de consecuencias imprevisibles para la abogacía de nuestros
países.

EL ABOGADO Y LA SOCIEDAD
El abogado frente a la sociedad, debe cumplir deberes y obligaciones que son
consecuencia de su profesión, y que si bien interesan a su propia dignidad,
influyen de manera indirecta, en la dignidad y prestigio de la abogacía. Tales
deberes son impuestos por las reglas de ética, cuya formulación responde a
la experiencia y a la tradición de varias generaciones de abogados, que han
ido trasmitiéndose de unas a otras

6
Andruet (h), Armando S., Deontología del Derecho. Abogacía y Abogados, Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Argentina, Córdoba, 2000, pág.41.
7
Andruet (h), Armando S., Deontología del Derecho, ob.cit., pág. 79.

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durante siglos y como preciada herencia, los valores fundamentales de un


oficio esencial para la sociedad:

1. En primer lugar, para cumplir su función social, debe tener conducta: En su


carácter de auxiliar principal de la administración de justicia, el abogado
debe ser desinteresado y probo, llevar hasta muy lejos el respeto de sí
mismo y guardar celosamente su independencia hacia los clientes, hacia
los poderes públicos y especialmente hacia los magistrados. Debe actuar
con irreprochable dignidad, llamado a apreciar, a veces a juzgar los actos
de otros, ejerce un ministerio que no puede desempeñar con autoridad sino a
condición de ser él mismo respetable. En suma, su conducta profesional o
privada, no debe jamás infringir las normas del honor y de la delicadeza que
caracterizan la del hombre de bien.

2. En su vida privada, el abogado debe eludir cuanto pueda afectar su


independencia económica, comprometer su decoro o disminuir, aunque sea en
mínima medida, la consideración pública que debe siempre merecer. Debe
evitar que se le protesten documentos, se le haga objeto de persecuciones
judiciales o procedimientos precautorios, pues la repetición de tales
medidas revelaría un desorden incompatible con el ejercicio profesional.
En suma, debe tratar de conducirse con el máximo de rigor moral para
asegurarse así la mayor estimación pública.

3. Las exigencias de conducta y de dignidad privada, se integran con el deber


de probidad. La probidad que se exige al abogado no importa tan sólo
corrección del punto de vista pecuniario: requiere, además, lealtad
personal, veracidad y sobre todo buena fe. Así, por ejemplo, no debe
aconsejar ningún acto fraudulento, formular afirmaciones o negaciones
inexactas, efectuar en sus escritos citaciones tendenciosas incompletas o
contrarias a la verdad, retener indebidamente documentos ni demorar la
devolución de expedientes. El abogado que logra mantener incólume, a lo
largo de su vida profesional, una conducta limpia, sin menguar para su
dignidad, mereciendo, de todos, clientes y adversarios, el reconocimiento a
su probidad, adquiere una riqueza espiritual extraordinaria.

4. Dueño de valores, como la verdad, probidad, prudencia, firmeza y


rectitud de conciencia, los abogados ejercemos nuestra profesión con
el orgullo de cumplirla como una verdadera, misión social. Somos

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útiles a la sociedad, y esto ya es mucho. Y la sociedad encuentra en a abogado,


uno de los pilares esenciales para mantener el ambiente de legalidad, de paz y
libertad, sin el cual no se concibe una sociedad civilizada. En cumplimiento
de esa función social, el abogado debe cuidar, ante todo, con su propio ejemplo,
la subsistencia de un requisito indispensable para la convivencia en sociedad: la
legalidad, el respeto a la ley. Por tal razón, es deber primordial de los abogados,
respetar y hacer respetar la ley y las autoridades públicas, debemos cumplir
estrictamente, las disposiciones judiciales y fiscales que gravan la profesión,
pagando, en su oportunidad, los impuestos o derechos que correspondan.

5. Finalmente, el abogado debe respetar escrupulosamente las disposiciones


legales que establecen las incompatibilidades de la profesión absteniéndose en
absoluto de ejercerla, cuando se encuentra en alguno de los casos previstos, en
los Códigos de Ética. Debe evitar, en lo posible, su acumulación con cargos o
tareas susceptibles de comprometer su independencia, tomarle demasiado
tiempo o que resulten inconciliables con el espíritu de la profesión.

Porque somos defensores de la ley, y soldados de la libertad, hemos sido


siempre enemigos de la opresión y la esclavitud en cualquiera de sus formas.
Tal es la función del abogado frente a la sociedad.

DEONTOLOGIA JURÍDICA
La Deontología es la disciplina que se ocupa de los deberes de los
profesionales8. En el caso de los abogados se trata de una multiplicidad de
deberes como son aquellos consigo mismo, con la sociedad, con la profesión, con
los clientes, con los colegas, con los jueces, con la entidad gremial.

El conocimiento de la Deontología Jurídica, no necesita justificación


alguna; ella es de suma utilidad en nuestros tiempos en los que se va
perdiendo, con mayor o menor intensidad, la vivencia o sensibilidad de
los valores y, con ellos, la conciencia de los propios deberes. Se advierte,
en ciertas latitudes de nuestro mundo, una relajación, una debilitación de
los principios éticos en las relaciones humanas. Por ello, a este tipo de
seres humanos despreocupados del cumplimiento de sus propios deberes
se les suele describir, con acierto, como el de constituir una especie de

8
El término «Deontología» proviene del griego y se relaciona con lo justo y lo obligatorio.

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hombres light, de hombres livianos, éticamente inconsistentes. Una persona


de estas características, y peor si ella es un abogado, es potencialmente
dañina para la convivencia humana.

El «hombre liviano» ha sido definido como uno de pensamiento débil, de


convicciones carentes de firmeza, de librarse de sus compromisos,
indiferente, pragmático en su proceder, adicto a lo que está de moda,
moralmente neutro o inconsistente, carente de coraje para expresar
públicamente sus posiciones frente a los problemas que lo comprometen9. Su
mayor preocupación, la meta de su actividad, es lograr el bienestar personal
con prescindencia de si los medios para su logro signifiquen el claudicar de
sus convicciones éticas, si las tuvieren.

Ante esta aproximada imagen del «hombre liviano» contemporáneo es


ineludible desplegarlos mayores esfuerzos para evitar que los abogados se le
asemejen y pierdan su consistencia axiológica, su creencia en los valores, su
conciencia ética y se desdibuje su fe en la libertad y la justicia. Debemos
reaccionar, sacudirnos de nuestra indiferencia, para rescatar la plena
vigencia de los valores que dignifican y le otorgan un sentido a la vida
humana.

Es, por todo lo expuesto, un ineludible deber de las Facultades de


Derecho y de los colegios de abogados preocuparse seriamente y con sentido
de responsabilidad de recordarle a los que ejercen o han de ejercer la abogacía
cuáles son sus deberes. No es posible que en ninguna de tales instancias se deje
de impartir instrucción deontológica. No hacerlo es contribuir a la
degradación del menester profesional del abogado, al deterioro social de su
imagen, a la pérdida de la fe en la justicia. Es, en fin, colaborar, consciente o
inconscientemente, a la disolución ética de la sociedad. Ello, como es
imaginable, significaría la destrucción de nuestra sociedad y sus principios.

Las virtudes y deberes del abogado.- El abogado, como el sacerdote


o el médico, realizan actividades de la más alta jerarquía, dignidad y
rango social. Ellas están esencialmente vinculadas en cuanto a que entre
ellos existe una comunidad de intereses. Ellos se centran, desde distintas
perspectivas, en el ser humano. Con diversos enfoques propios de su

9
Rojas, Enrique, El hombre light. Una vida sin valores, Planeta, Buenos Aires, 1994, pág. 15

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menester se preocupan de los problemas existenciales de las personas que


solicitan sus servicios.

El sacerdote se ocupa de los asuntos espirituales de los seres humanos.


Los médicos y los abogados protegen los bienes más preciados de la persona,
como son su vida, su libertad, su identidad y su salud.

No es nuestro propósito ni es esta la oportunidad adecuada para referirnos


en detalle a los deberes y a las virtudes del abogado. No obstante, cabe recordar,
al menos, aquellos fundamentales. En este sentido cabe señalar que en el
ejercicio de sus respectivas actividades, tanto los médicos como los abogados,
deben tener siempre presente que, por respeto a la libertad y dignidad de la
persona, se le debe informar, con verdad, sobre el diagnóstico y el pronóstico de
los intereses y bienes sometidos a su cuidado. Sólo cumpliendo este deber ético-
jurídico el paciente o el cliente podrá decidir, teniendo la información
necesaria, con entera libertad, sobre el destino que corresponde a sus intereses
existenciales.

Pero, al mismo tiempo que informar debidamente al cliente que solicita sus
servicios sobre la manera que ha de adoptarse para proteger sus intereses,
tanto los médicos como los abogados, están obligados al respeto del derecho a la
intimidad de la vida privada de los seres humanos que en ellos han confiado el
cuidado de sus bienes. De ahí que estén ética y jurídicamente comprometidos
a guardar secreto sobre toda aquella información que los clientes le
proporcionaron en un acto de confianza y para el logro de la consecución de
los fines deseados.

Los médicos como los abogados tienen como propósito cuidar de los
intereses existenciales básicos que deben ser preservados y defendidos a fin de
que la persona, con libertad y salud, pueda realizar su propio destino, su
personal «proyecto de vida». Ellos, dotados de la misma sensibilidad para
asumir los problemas del ser humano, pueden y deben acercarse a él para
comprenderlo y servirlo de la mejor manera en atención a sus intereses.

Los profesionales antes mencionados, para comprender y servir mejor al ser


humano, deben conocer cuáles son sus deberes consigo mismo y con los
demás, con los que les es habitual tratar en el ejercicio de la profesión y,
ciertamente, con la sociedad. La Deontología, tanto médica como jurídica, les
ofrece la formación necesaria para otorgarle un hondo sentido ético a su
actividad profesional.

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La formación ética del abogado en el siglo XXI

Después de todo lo dicho cabría responder a la pregunta ¿Qué es lo que, en


definitiva persigue la Deontología Jurídica? Su objetivo es formar abogados con
sentido del cumplimiento de su deber ético. Aquel que tiene conciencia de sus
deberes, que posee sensibilidad para no dañar a los demás, resulta ser una
persona honesta. La honestidad es la suma de un cúmulo de virtudes. Así, el
abogado honesto es decente, razonable, justo, probo, recto en su proceder,
honrado, bondadoso, íntegro en el obrar, leal, recatado, modesto, moderado en
sus acciones y palabras.

El abogado que es honesto y probo es consecuente con sus principios y con


el juramento que pronunció al incorporarse a su respectivo colegio profesional.

LA ETICA JURÍDICA EN LA ACTUALIDAD


¿Qué clase de asuntos debe aceptar el abogado?, ¿Quiénes deben ser sus
clientes? En primer lugar el abogado tiene absoluta libertad para aceptar o
rechazar los asuntos en que se solicite su patrocinio, sin necesidad de expresar
las causas que lo determinan. Pero debe hacer completa abstracción de su
interés al decidirse, cuidándose de que no influyan ni el monto pecuniario del
asunto ni consideraciones derivadas del poder, importancia o fortuna del
adversario. Es prudente se abstenga de defender una tesis contraria a sus
convicciones políticas o religiosas. Debe también abstenerse de intervenir
cuando no esté de acuerdo con el cliente en la forma de realización la
defensa, o cuando un motivo de amistad o parentesco, pueda trabar su
independencia. En suma, sólo debe ser aceptado el asunto que permita un
debate serio, sincero y leal.

Sin entrar aquí al análisis de los que es moral o inmoral, es indudable


que el abogado, frente a cada caso, debe decidir su actitud conforme a las
reglas morales que él se ha trazado para su propia conducta. Las normas
de ética profesional ayudan a encontrar la solución. Pero ésta,
substancialmente, debe ser siempre una solución moral, que en manera
alguna se halle en conflicto con la conciencia de quien la adopta.10 En
ninguna profesión como la nuestra los conflictos morales se presentan
más a menudo, a nadie puede exigírsele una personalidad más firme y
responsable que al profesional que tiene como meta de su vida la justicia.
El jurista (legislador, juez, abogado o profesor), desarrolla una actividad
de tal trascendencia, que al torcerla maliciosamente, por cobardía o

10
Bielsa citado por BENCHETRIT, Jorge. Ética de la Abogacía en Enciclopedia Jurídica Omeba,
Tomo XI, Buenos Aires, Driskill S.A. pg. 289.

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interés, puede causar graves desequilibrios en la sociedad que le confirió un


título de honor y de confianza.

Las circunstancias de nuestro tiempo que condicionan de forma esencial el


modo en el que desenvuelve el ejercicio de la profesión son las siguientes:

a) En primer lugar la masificación de la profesión.


b) En segundo lugar, una conciencia social creciente en nuestras sociedades
modernas que ha convertido a la ética en una de las reivindicaciones más
queridas por los ciudadanos y, con el aumento de su demanda, en un bien
de primera necesidad.
c) En tercer lugar el papel cada vez más preponderante de los poderes y
servicios públicos y de sus funcionarios que coloca a los agentes procesales
interpuestos, como la defensa, en una situación de carencia al extenderse la
idea o especie de que entorpecen la labor de la Administración,
especialmente la de justicia, haciéndolos aparecer como innecesarios o
incluso contraproducentes.

En este sentido nuestro mundo es cambiante, no es necesario señalar cómo


se ha pasado de la diligencia a la Internet, de la tabla de multiplicar al manejo de
una computadora o a un teléfono celular; de este modo se presentan casos
nuevos donde la ética se coloca como tema de discusión, algunos de estos
temas son:

1.- Avance de la Biología y Biotecnología:


La biología y la biotecnología, otra manifestación espectacular de la
revolución científico - tecnológica, tiene varias facetas relevantes que se
suceden en una cadena de colaboración: la Ingeniería Genética, la
Microbiología y la Ingeniería Enzimática. Estas son súper especialidades que,
en el caso de la primera, han permitido conocer la composición genética de
los seres vivos e, inicialmente, del ser humano a través de la estructuración del
genoma humano (mapa genético de una persona), con vistas a su eventual
manipulación para fines médicos o científicos, como la clonación. La segunda
aprovecha las aptitudes descubiertas en los microorganismos para fines
industriales, acelerando o retardando su metabolismo, y la última opera con
proteínas (las enzimas), que provocan o aceleran reacciones químicas en los
organismos vivos.

Todas éstas, en un sentido u otro, colaboran con la industria química,


farmacéutica y agro-alimentaria, para elevar los índices de productividad,

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La formación ética del abogado en el siglo XXI

creando nuevas especies que aportan o constituyen el insumo, haciendo más


eficientes y menos costosos los procesos y mejorando la calidad del producto
terminado. El impacto social favorable de esta gama de tecnología está
mediatizado por el riesgo de ocasionar problemas ecológicos, pero existe otro
campo que genera sobresaltos mucho mayores que atañen al aspecto ético-
jurídico: los casos de manipulación del material genético del ser humano11 que
producirían nacimientos muertos y abortos dañando el derecho a la vida,
integridad e identidad del ser humano.

Hoy, al hablar de genética no sólo se está aludiendo a un nuevo campo del


conocimiento sino a la de que este conocimiento tenga aplicaciones prácticas,
derivadas precisamente del avance de la ciencia: clonación terapéutica y
clonación reproductiva. Sin embargo, el problema que se relaciona con lo ético
-jurídico reside en los fines, en los propósitos, en los intereses que mueven a
las personas, a las instituciones y al Estado para promocionar dichas
clonaciones. Por consiguiente, cada uno de estos tres campos debe estar
compuesto por abogados capaces de respetar derechos tan importantes como la
vida misma, y por lo tanto no permitir que sucesos como la manipulación
genética tenga visos legales; por más que esto signifique obtener una patente
sobre dicha manipulación o proceso, lo que significaría que todo mundo tiene
que pagar a la persona, institución o Estado que obtenga dicha patente. La
investigación no se realiza sólo por un descubrimiento científico sino por una
buena tajada de dólares, la carrera es ver quién puede obtener la patente de la
clonación. Se calcula que en ésta década la industria de la ingeniería genética
coseche de 20 a 30 mil millones de dólares.

Para tal propósito es necesario que los hombres de leyes tengamos en cuenta:

- Legislar la inalterabilidad e intangibilidad del patrimonio genético del ser


humano frente a intervenciones artificiales;
- Respetar y defender la identidad e irrepetibilidad del ser humano, como
derecho a la individualidad y a la condición de ser uno mismo distinto de los
demás; y,
- Protección de la supervivencia de la especie humana, precaviendo la
creación de armas biológicas, fruto de la ingeniería genética.
11
KAPLAN, Marcos. Revolución tecnológica, Estado y Derecho, Tomo IV, México D. F., VNAM, 1993, pg
84 - 95; RICHONNIEB, Michel. La Metamorfosis de Europa de 1769 a 2001, Madrid, 1986, Espasa
Calpe, pgs. 105 - 108; 112 - 130.

119
Dr. Raúl S. Lozano Merino

2. La Práctica Multídisciplinaria:
Sociedades profesionales multidisciplinarias son aquellas en la cual os participantes
practican sus respectivas profesiones para que juntos reduzcan los riesgos del
trabajo y compartan el control y la responsabilidad de sus actividades.12 La más
común de ellas es la cooperación entre abogados y auditores. Todo abogado que
coopera con firmas de contadores recibe instrucciones de los contadores y no
directamente de los clientes. La sociedad entre abogados y contadores puede crear
dificultades respecto a la obligación estricta del secreto profesional. Pues los abogados
tienen por norma que el secreto profesional es inviolable, norma prescindible para los
contadores.

Un abogado es asesor porque tiene como obligación conservar en secreto la


confianza de los temores y secretos de su cliente. Por eso podría afirmarse que la
expresión secreto profesional es contundente, y que sería quizá más oportuno hablar
de deber de guardar discreción o confidencialidad.13 La obligación de
confidencialidad es esencial en la relación de abogado y cliente. La confianza es
considerada fundamental en la relación y es deber del abogado conservarla en secreto
todo lo confesado por su cliente evitando que llegue a oídos de terceros. A
diferencia de los contadores, cuyo deber es informar, informar al liquidador, al
administrador del cliente, a la recaudadora estatal, entre otros.

El conflicto de hoy es «aconsejar o inspeccionar», así lo apreciamos en


el manejo de las empresas Enron14 y Worldcom15 que contó con jugadas

12
BRUYNINCKX, Gerard. Ex presidente de la Federación de los Colegios de Abogados
de Europa, Secreto Profesional VS. Erga Omnes: Abogados y Auditores. Situación
en Holanda, Exposición en Barcelona con motivo de la Festividad de San Ramón de
Peñafort, Febrero del 2003.
13
SÁNCHEZ STEWART, Nielson. El Secreto Profesional del Abogado. En Revista
Economist & Jurist, Barcelona, Octubre 2002, Año XI, Nro. 64, pg. 75.
14
En el caso de Enron, se destruyó información de carácter contable y la auditor Arthur Andersen a
pesar de tener conocimiento de esto, no expresó nada al respecto al momento de realizarla auditoria
pertinente. En relación a los estados financieros, se presentaban préstamos a empresas vinculadas, los
mismos que no daban una apreciación real del estado de la empresa dado que el estado de ganancias y
pérdidas se rige por el principio de lo devengado, es decir, se estaban considerando como ingresos
sumas que eran de difícil realización ingresos en tanto correspondían a empresas vinculadas. Otra de
las cosas ilícitas fue la sobrevaloración de activos hecho que determinaba que la información
brindada a los inversionistas no sea transparente.
15
En Worldcom, se produjo falta de transparencia de información contable ya que gastos corrientes como
pago a empresas de telecomunicaciones latinoamericanas

120
La formación ética del abogado en el siglo XXI

contables, financieras y jurídicas; los abogados debieron tomar partido deslindando la


situación grave de dichas empresas de los malos manejos que ellos mismos pudieron
corroborar y que fueron con sus consentimientos, pues no debieron dar legalidad a
ciertas practicas que no se encontraban a derecho. Si bien es verdad que son los
contadores quienes realizaron y manipularon las cuentas para impresionar a Wall
Street cuando en realidad dichas empresas ya tenían serios problemas, son los
abogados que jugaron un papel importante al corroborar dicha situación. Arthur
Andersen y con ello los abogados pertenecientes a esta compañía auditora (acusada de
obstrucción a la justicia por al destrucción de documentos relacionados con sus auditorías
plagadas de errores de la energética Enron Corp.), se encuentran investigados pues
fueron sus abogados quienes siguiendo órdenes gerenciales los que dieron luz verde para
que la auditora Andersen Consulting ordenara la destrucción de informes financieros
justo antes de que la empresa Enron anunciara pérdidas y entrase en una espiral
financiera que la condujo rápidamente a la ruina. Esto nos lleva a pensar el rol
tergiversado de los abogados de aquella consultora, pues solo acudieron en la defensa de
la plana directiva y no de los accionistas.

CARACTERÍSTICAS DE LA ETICA DEL ABOGADO


El abogado es un prestador de servicios, esta no es una frase hecha. Su sentido es
inequívoco e incluyente. Abogado es el que presta servicios al Hombre y a la
Sociedad, mientras estos carecen de Justicia. Por eso el abogado es un servidor de
la Justicia. No es abogado, consecuentemente, aquel que en su profesión se sirva
de la Justicia para su beneficio personal.

La prestación de servicios implica disponibilidad para su realización, el Abogado


sacrifíca todo al deber de servir a quien le busca y le necesita. Sacrifica las horas de su
día, las de su ocio, las de su convivencia con la familia y amigos.

se registraron como activos, hecho que determinó que no se contara con la transparencia necesaria
en la elaboración de los estados financieros. Otro de los conflictos fue el que surgió entre la plana
directiva y los accionistas, los ejecutivos han realizado manejo de cifras con el objeto de cobrar
incentivos por resultados económicos. La bancarrota de Worldcom es el mayor caso de insolvencia en
la historia de los Estados Unidos de Norteamérica, teniendo en activos 103,800 millones de dólares, una
cifra que sobrepasa por mucho los US $ 63.400 millones en activos de Enron Corp, eclipsando el
impacto que tuvo la quiebra del gigante de energía Enron Corp. que había sido considerado como el
mayor caso de insolvencia en aquel país y por consiguiente la desconfianza en el mercado.

121
Dr. Raúl S. Lozano Merino

El Abogado vive el problema que le compete resolver en el marco de las


reglas morales por las que optó.- A fin de cuentas, la moral profesional es su
deontología, y optar significa elección, preferencia. La preferencia u opción
se apoyan en la capacidad de decidir. Esa capacidad es tanto mayor cuanto
mayor es la cultura. La cultura constituye un elemento fundamental de la
formación humana: ésta, templada por la tolerancia, es el cimiento máximo
de la ciudadanía.

El abogado tiene obligación de cultivarse, de prepararse, siempre en el


convencimiento de que debe proporcionar mañana, aún más de lo que ya
proporcionó hoy. Y es de esta preparación, y en la medida en que existe, que
sobresaldrá la urbanidad que debe ser la pauta de su relación con los otros
Abogados, con los Jueces y Magistrados en general, con los Funcionarios de
Justicia. Por consiguiente, los siguientes son las características de la ética del
abogado:

a) Independencia.- El calificativo de «liberal» que suele acompañar al


concepto de «profesional» pretende destacar la autonomía intelectual y
técnica que debe ostentar y definir la actividad del abogado. Esta
autonomía es una característica esencial del abogado, ya sea que se
desempeñe en forma independiente o, con mayor razón, si lo hace en
organizaciones dentro de las cuales está sujeto a un vínculo de
dependencia o subordinación administrativa. Pero, esta dependencia
administrativa no debe avasallar la indispensable autonomía intelectual y
técnica que permite al abogado expresar sus opiniones, sus consejos, sus
advertencias y formular sus informes y dictámenes con entera y absoluta
independencia de criterio.

b) Uso de Medios Legítimos.- Se debe advertir al cliente que, si bien está


obligado a hacer todo lo posible para el éxito de la defensa encomendada,
no lo está en emplear todos los medios que sean hábiles para ello. La
legitimidad de los medios está señalada, ante todo, por las normas
procesales pertinentes, pero también, y principalmente, por la necesidad
de no perturbar innecesariamente la marcha de los pleitos.

c) Sinceridad.- El abogado no debe asegurar al cliente el éxito del pleito.


Debe limitarse a significarle si su derecho está o no amparado por la ley,
y cuales son, en su caso, las probabilidades del éxito judicial; pero no
debe darle una certeza que él mismo no puede tener.

122
La formación ética del abogado en el siglo XXI

d) Limitación de Asuntos.- Es deber del abogado rechazar aquellos asuntos que


exceden a sus posibilidades de tiempo y dedicación. No debe aceptar mayor número
de asuntos que el que puede holgadamente defender, pues ni el cúmulo de trabajo, ni
la escasa importancia de la causa, ni ninguna otra consideración podrían excusar su
negligencia, su morosidad o su abandono.

e) Secreto Profesional.- En el ámbito de la integración en el Mundo, el Abogado tiene


que preservar y defender \a confidencia del relato que se hizo de los hechos, o
del cual se percató. El secreto profesional no es una creación de la profesión.
Es ésta la que nace de aquella en la medida en que la Abogacía corresponde
la intervención servicial de un estudioso con vocación para averiguar quién, en la
certeza de esa máxima confidencia, encuentra en lo más hondo de sus
preocupaciones la de ayudar a un tercero. Una consecuencia de lealtad al
cliente es la obligación de guardar el secreto profesional, el cual constituye a la
vez un deber y un derecho del abogado. Es hacia los clientes un deber de cuyo
cumplimiento ni ellos mismos pueden eximirle; es un derecho del abogado hacia
los jueces, pues no podría escuchar expresiones confidenciales si supiese que
podía ser obligado a revelarlas. Sin embargo, la obligación del secreto
profesional cede a las necesidades de la defensa personal del abogado, cuando
es objeto de persecuciones de su cliente. Puede revelar entonces lo que sea
indispensable para su defensa y exhibir al mismo objeto los documentos que
aquél le haya confiado.

En resumen, la ética de la Abogacía debe contener los siguientes valores:


- La prestación de servicios que exija una cultura cada vez mayor asentada en la
moral y en la tolerancia.
- Los principios de urbanidad que el Abogado debe mantener en su
comportamiento.
- La confidencialidad o secreto profesional.
- El recato del Abogado en su independencia.

Estos son valores permanentes, esenciales, que deben acompañar a todo


abogado desde su formación en las aulas, valores que a su vez, acompañan al
mundo, que está siempre en transformación, cualesquiera que sean esas
transformaciones y a la velocidad a que se realicen.

123
Dr. Raúl S. Lozano Merino

COLEGIO DE ABOGADOS
La noción de ethos comprende una serie de actitudes, ideologías, creencias,
actitudes, comportamientos, tradiciones, de una cierta cultura o de una etnia o
grupo humano. Este genérico concepto es susceptible de ser trasladado a nivel
de una determinada profesión como es el caso de la abogacía.

El ethos específico de la abogacía aparece, con las características antes


señaladas, en los inicios del ejercicio de la profesión misma y se conserva y
traslada por generaciones, con los cambios propios del transcurso del tiempo,
hasta nuestros días.

El conjunto de actitudes contenidas en dicho concepto constituyen el


marco ético para el desenvolvimiento del ejercicio profesional del abogado.
Con el correr del tiempo el ethos fue concretándose en normas, en el juramento
del abogado y en los códigos de ética profesional. En el ejercicio de su
actividad profesional, el abogado normalmente respeta y se comporta de
conformidad con la tradición ética que ha recibido como un valioso legado
proveniente de sus predecesores. Para ello, en verdad, no necesita de normas
éticas o jurídicas que lo compelan a ello. Es la rectitud de su propia
conciencia la que lo impulsa a ajustarse espontáneamente al ethos propio de su
profesión que se aprehende, como está dicho, a través de la tradición. El
abogado, al margen de cualquier código de ética, sabe como comportarse de
conformidad con los dictados de dicho ethos.

El fundamento de los códigos de ética se encuentra, como es de suponer,


en el ethos profesional. Es éste el que sustenta y se concreta en una cierta
normatividad. La ética profesional, por ello, no se inspira en el código de
ética sino, como es obvio, en la existencia de un ethos profesional. El
abogado, por ende y como se ha señalado, podría prescindir de dicha
normatividad y ajustar su proceder al ethos inspirador de la misma.
Podríamos resumir lo expuesto en el sentido que lo que no puede faltar es el
ethos profesional, el mismo que es suficiente para el recto comportamiento
del abogado así como, a la vez, sirve de sustento para la aplicación de las
sanciones deontológicas del caso.

Los códigos de ética profesional, como se ha apuntado, traducen a través


de normas el contenido de un específico ethos, conservado por la tradición y
con la incorporación de las enmiendas producidas con el correr del tiempo.
Lo dicho significa que los códigos de ética recogen y reproducen

124
La formación ética del abogado en el siglo XXI

normativamente el contenido de un determinado ethos profesional. El ideal


es el que los códigos de ética se ajusten al contenido del ethos. Sin embargo,
cabe la posibilidad de que se presenten discordancias o divergencias entre
éste y los códigos de ética toda vez que «bajo determinadas circunstancias
histérico-políticas puede acontecer que el código no refleje adecuadamente el
ethos de la comunidad profesional, y dicha sanción positiva haya sido lograda
como el resultado de un mero esfuerzo legislativo consensualista, o en el peor
de los casos, como un mero resultado autoritario» 16.

De lo expuesto se desprende que los códigos de ética profesional, que por


una parte son reflejo y síntesis primario del ethos profesional conservado por
la tradición, de la otra recogen y plasman en normas los aspectos cambiantes
sugeridos por la realidad. Estas modificaciones, que se van agregando a los
códigos de ética, enriquecen el ethos profesional como resultado natural de la
dinámica de la vida social.

Los códigos de ética profesional son elaborados dentro de los Colegios


Profesionales, pues sin duda los órganos naturales para vigilar la correcta
aplicación y cumplimiento de las normas éticas, son los Colegios de
Abogados. En otras palabras, los instrumentos con que contamos los
abogados, para brindar soluciones ante la falta de formación ética de nuestros
colegas, son los Colegios Profesionales, motivo por el que se dio su nacimiento
y creación, al igual que Instituciones de la Abogacía como la que tengo el alto
honor de presidir, la federación ínter Americana de Abogados. Lo que nos
coloca una vez más ante la Deontología Profesional como clave de la solución a
la crisis de la falta de formación ética de los abogados; no solo por lo que ella
misma significa e impone sino muy especialmente por los efectos que
desencadena y la conexión que mantiene con el resto del entramado institucional
de la abogacía. Como lo señala el ilustre jurista español Dr. Luís Martí
Mingarro:

«....la excelencia ética y la exigencia deontológica constituyen la clave de la


colegialidad y del amparo de las prerrogativas del abogado en el ejercicio de
la defensa por cuanto los colegios nacen y se constituyen históricamente como
garantía tanto del compromiso ético de los abogados con la sociedad cuanto de
la defensa del abogado frente a los poderes públicos...»17
16
Andruet (h), Armando S., Deontología del Derecho, ob. cit, pág. 43.
17
MARTI MINGARRO, Luís. Inauguración de la XIV Conferencia de la UIBA celebrada en la ciudad de
Lima, del 23 al 26 de septiembre de 2002.

125
Dr. Raúl S. Lozano Merino

Señalando con ello que el impulso que necesita la abogacía consiste precisamente en
aceptar, comprender y asumir la concepción unitaria de todos los mecanismos
institucionales que constituyen: la Deontología profesional, la libertad e independencia
del abogado y el Colegio. Tres instrumentos o mecanismos de un mismo sistema
institucional destinado a permitir la función y el ejercicio de la defensa jurídica y que, por
tanto, están íntimamente ligados entre sí dependiendo de tal suerte los unos de los otros
que son y resultan inservibles e inviables si no se conciben y actúan de forma
conjunta y acompasada.

Es de esperar, en un futuro no muy lejano, nuestra profesión adquiera en


nuestros países, por fuerza de sus Colegios, de suficiente autoridad sobre sus
miembros, el prestigio que necesita y que otros países se reconoce a la Orden de los
abogados, gracias a la acción de las entidades que los agrupan y de instituciones
internacionales que prestan su ayuda.

A MANERA OE CONCLUSIÓN
Es indudable que el ejercicio de la profesión encauzado en las normas de la ética,
significará para quien la desempeñe un motivo de satisfacción, y aun de orgullo, por su
profundo significado social. El abogado que llegue a serlo de veras, vivirá su
profesión intensamente, plenamente, desechando cualquiera otra actividad que
pueda separarlo de su tarea de abogado. Es que no podrá ser de otro modo. Para abogar,
en la plenitud del concepto, habrá de entregarse, de cuerpo y alma, a la profesión.

El trabajo profesional, agobiador siempre, en cuanto exige dedicación constante, sin


límite de tiempo, es una terrible carga, imposible de soportar, para quien carece de
vocación. Pero es apasionante, al punto de hacer olvidar las horas en el estudio y el
trabajo, cuando se es de veras abogado. Es, entonces, un trabajo gozoso, un sacrificio
que enorgullece, una lucha en la que se emplea a fondo el conocimiento, la experiencia,
la ciencia jurídica, para el triunfo de una causa, que será siempre justa, sin duda, porque
es, precisamente, la convicción de su justicia, la que infunde al abogado el entusiasmo y
la fe indispensables para resistir las horas y los días entregados a su trabajo.

Como consecuencia de todo lo anteriormente expresado - así como de


todo lo involuntariamente omitido - cabe concluir, a manera de rápida
síntesis, que es responsabilidad de los Colegios o Agrupaciones de
Abogados lograr que en sus propias sedes, o en las de las respectivas

126
La formación ética del abogado en el siglo XXI

Facultades de Derecho, se implante un acreditado y selecto sistema de cursos


de post grado, ya sea de especialización o de maestría, que cumpla
cabalmente con el objetivo de conseguir una excelente formación integral y
continuada de la abogacía, contando para ello con la participación de
calificados profesores y de abogados dispuestos a perfeccionarse y
actualizarse para servir mejor a la comunidad.

Las Facultades de Derecho, con las salvedades del caso, deberían ser más
exigentes tanto en lo que atañe a la selección de profesores como en lo que
concierne a elevar las exigencias para la aceptación del ingreso de
postulantes y, posteriormente, en la evaluación permanente del alumnado.
Ciertamente que se deberían acentuar los esfuerzos para dotar a las
bibliotecas de los fondos bibliográficos indispensables para que el estudiante
encuentre oportunamente las fuentes de consulta que le son necesarias para
su preparación académica.

Las Facultades de Derecho, ahí donde no existiese, deberían implementar


el curso de Ética Profesional a cargo de profesores solventes, que sepan
motivar a los alumnos en lo que se refiere al cumplimiento de sus deberes
deontológicos. No se debería omitir esfuerzo alguno para hacer comprender a
los estudiantes, generalmente despreocupados en esta materia, que por su
propia autoestima, por el prestigio de la abogacía, no deberían subestimar su
capacitación ética. Una toma de conciencia, reflexiva, de los estudiantes
sobre cuáles son sus deberes éticos y sobre el provecho personal y social
derivado de su cumplimiento, es tarea prioritaria en la formación del
alumnado de Derecho.

Es también tarea prioritaria de las Facultades de Derecho ofrecer a los


egresados de sus aulas todas las facilidades posibles para lograr que se
inscriban en los cursos de especialización dirigidos a su perfección y
actualización profesional. Los cursos en cuestión, resulta ocioso recordarlo,
deberían mantener un elevado nivel académico para no frustrar las
expectativas de los abogados sobre el provecho que se ha de obtener sea
realmente útil para elevar su nivel de eficiencia y consiguiente desempeño
profesional.

Los Colegios de Abogados deberían colaborar con las Facultades de


Derecho en el común propósito de brindar a sus agremiados, a través de
cursillos o conferencias, la posibilidad de mejorar su nivel técnico
profesional.

127
Dr. Raúl S. Lozano Merino

Aparte de lo antes señalado los colegios de abogados deberían gestionar la


dación de un dispositivo legal que les faculte otorgar el título de abogado luego
de examinar, con la mayor seriedad y rigor, a los bachilleres egresados de las
Facultades de Derecho a fin de comprobar su nivel de preparación académica,
técnica y ética, antes de concederles la debida licencia para ejercer la profesión
de abogado. Según nuestro parecer sólo algunos colegios de abogados, que
reúnan las condiciones necesarias para cumplir dicha delicada función, deberían
estar legalmente autorizados para tal efecto.

Debemos poner énfasis en lo que se refiere a la calidad ética de los


postulantes a obtener su colegiación profesional. En este sentido, a través de los
certificados del caso, deberían acreditar tal condición. Este es un tema que
debería ser estudiado para su debida reglamentación.

Estimamos que los colegios de abogados, antes de conceder la


colegiación a quienes se lo merecen, deberían reforzar la enseñanza
deontológica a fin de contrarrestar, hasta donde ello es factible, las carencias
que en este campo suelen presentarse entre los estudiantes, sobre todo en
aquellos países agobiados por una inocultable crisis moral. Cada institución, y
con mayor razón los colegios profesionales, deben esforzarse por contribuir a
mejorar el nivel ético de la población.

En épocas de crisis moral, los colegios de abogados deben también ser más
estrictos en sancionar las faltas contra la ética profesional. Estimamos que
esta es una de las vías que deberían transitarse para mejorarla imagen del
abogado, los encuentros académicos entre colegios de abogados constituyen
oportunidades propicias para el debate sobre los temas que, brevemente,
hemos esbozado en el presente trabajo así como para aquellos otros destinados
a mejorar la preparación técnica y ética del abogado a fin de lograr, mediante
ella, mejorar la imagen del abogado.

Finalmente, concluyo la presente exposición con un hermoso ensayo


del ilustre jurista peruano José León Barandiarán que explicando la
abogacía, partía de las siguiente preguntas: «¿Quién es abogado?, ¿Cómo
debe ser el abogado?, ¿Debe existir el abogado?» Y nos atrevemos a
responder: la primera pregunta concierne a aquello que identifica al
abogado, que lo distingue de otros individuos que no tienen ese carácter o
atributo. La segunda, en buena cuenta se formula como consecuencia
de la primera pregunta, trata de fijar cualidades más destacadas y

128
La formación ética del abogado en el siglo XXI
axilógicamente más ricas, representa el paradigma del abogado. La tercera
pregunta plantea una cuestión de crítica y enjuiciamiento fundamentales sobre
la utilidad y el significado de la profesión de abogado, desde el punto de vista
del interés social y de la apreciación ética; en resumen, el acceso a la abogacía
debe ser para que el abogado sea quien se ha formado y preparado para el
ejercicio de la profesión, para ejercerla honestamente y para justificar la
existencia de la abogacía.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

ENCICLOPEDIA JURÍDICA OMEBA. Tomo XI, Buenos Aires, S/F, editorial


Driskill S.A.
FERNANDEZ SESSAREGO, Carlos. Formación Continuada de la Abogacía.
Exposición presentada en el XV Congreso Internacional de la Unión
Iberoamericana de Colegios y Agrupaciones de Abogados, celebrada en
Lima - Perú, del 23 al 26 de septiembre de 2002. Rojas, Enrique, El
hombre light. Una vida sin valores, Planeta, Buenos
Aires, 1994.
SÁNCHEZ STEWART, Nielson. El Secreto Profesional del Abogado. En
Revista Profesional del Abogado. En Revista Economist & Jurist, Octubre
2002, Año XI, Nro. 64.

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