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Algunas hipótesis para leer Masotta

I.

El método exige un objeto, el ensayo resguarda una falta (el objeto construye un corpus, la
falta perfora un cuerpo). Las oscilaciones teóricas de Masotta no responden a una labilidad
metodológica, sino a un rigor ensayístico. Un rigor que, en cuanto enfrentado a un
imposible (a una falta, nunca a un objeto), implica siempre una puesta en juego del sujeto
de la teoría (la teoría como autopresentación, o como teoría de sí mismo, como
autofiguración textual del crítico): el ensayo, en Masotta, tiende a la performance (“Roberto
Arlt, yo mismo” como paradigma, “Yo cometí un happening” como mise en abyme o
performance de la performance), y en eso se muestra como auténtico contornista.

Esa sería mi primera hipótesis, y que podría llevar como escolio esta cita de Conciencia y
estructura: “A un objeto en desvío sólo puede contestarse con un método oblicuo”

II.

En Argentina aún sobra humanismo. Las disputas intelectuales a partir de los años ’80 (que
aún marcan, increíblemente, las nuestras), sus divisiones internas y herencias paralelas,
guardan un mismo suelo común, un mismo punto ciego que, no tematizado, habilitó la
distribución de las posiciones: el humanismo. Por supuesto que esto es una simplificación,
pero para decirlo esquemáticamente: si Punto de vista asumió un progresismo liberal-
socialdemócrata, mientras El ojo mocho, con su título en espejo, se colocaba en un
historicismo nacional-popular, la propia estructura en espejo, lo no visto, el espacio de la
visión, el azogue en que se miraban los contrincantes, era un mismo humanismo incapaz de
asumir las consecuencias del descentramiento del sujeto, del fin de la historia como
progreso, del cuestionamiento de la razón universitaria. Si podemos pensar el humanismo
como el anudamiento entre el sujeto como fuente de sentido y el progreso como horizonte
histórico de la acción política y cultural (orden y progresismo), las diferencias que tensaron
el “campo intelectual” entre socialdemócratas filo-radicalismo y peronismo de izquierda
quedan confinadas en un mismo espacio de disputa, que puede ser consignado,
precisamente, en el “campo intelectual” como categoría nativa y teórica a la vez: la
asunción de la praxis intelectual desde una teoría de la modernización, como actividad
“cultural”. Creo que hay flujos, no tradiciones sino derrames o desbordamientos de la
tradición, en la propia tradición argentina, que permiten pensar en los bordes de este
consenso humanista/modernizador de los “debates culturales”. Masotta puede ser pensado
como uno de los vectores clave de esos flujos: no el hombre, sino sus relaciones. Literal
como el intento más consistente de formularlo como apuesta (no como “programa”, lo que
repondría todo el arsenal modernista/modernizador, sino como intriga). En la tapa del
primer número estampaba esta consigna: “TODA POLÍTICA DE LA FELICIDAD
INSTAURA LA ALIENACIÓN QUE INTENTA SUPERAR. TODA PROPUESTA DE
UN OBJETO PARA LA CARENCIA NO HACE MÁS QUE SUBRAYAR LO
INADECUADO DE LA RESPUESTA A LA PREGUNTA QUE SE INTENTA
APLASTAR. NO SE TRATA DEL HOMBRE, ESE ESPANTAPÁJAROS CREADO POR
EL LIBERALISMO HUMANISTA DEL SIGLO PASADO. LO QUE SE DISCUTE SON
SUS INTERCAMBIOS.” Esos flujos, que tuvieron su cauce en sede psi, no dieron aún todo
lo que pueden dar en el campo más amplio de los debates y las formaciones político-
intelectuales. Es en este sentido que me parece tan relevante la discusión, aún vigente por
no haber sido jamás tematizada, entre el Marx de Aricó y el Marx de del Barco: el primero
sigue pensando las tradiciones emancipatorias desde el liberalismo humanista que el
segundo torna imposible. Activar esa tradición suplementaria no es una tarea historicista de
reconstrucción intelectual, sino un cometido político de actualización escritural.

III.

Masotta hace con la pulsión de muerte. Se ha dicho que Masotta trabajó con la referencia
de un Lacan estructuralista, enfatizando los aspectos destacados de la doctrina del
significante, en parte entroncando con sus intereses por los estudios en comunicación y el
arte de medios, y no sería un azar que su primer libro sobre Lacan sea justamente un
seminario sobre el seminario de la carta robada. Quizás, tal vez el significante haya sido la
bisagra entre la semiología y el psicoanálisis. Pero yo diría, para recuperar cierta hipótesis
del amigo Mario Cámara: el vector Genet-Sade, es decir, Arlt-Lamborghini, es el reverso
anasémico que oficia de desestabilizante del énfasis masottiano en lo simbólico. Lo real no
deja de trabajar en la escritura de Masotta, como el centro no siempre dicho de su interés,
aún cuando no lo enfatice necesariamente a través de Lacan. Por ejemplo: sadismo social
explicitado: una manera de hacer con la pulsión de muerte. O también: apercepción del
código: encuentro traumático con el fondo neutro de la significación. Que el último trabajo
que tenía entre manos cuando lo asalta la muerte haya sido precisamente un libro sobre la
pulsión (de muerte) no deja de señalar esto. Las últimas líneas de “El modelo pulsional”
parecen ser un comentario tardío de su primer libro sobre Arlt: “lo que está en juego en
1920 para Freud (y también para el Arlt de esos mismos años, podríamos agregar nosotros,
con Masotta), en efecto, no es tanto el encasillamiento teórico de las tendencias agresivas,
como explicar, al revés, la tendencia del sujeto al sufrimiento, el dolor, el autocastigo, el
sadismo vuelto hacia la propia persona, el autodesprecio, la persistencia en el fracaso…” La
humillación vuelta hacia la propia clase, el “anarquismo al revés”, era el eje de su primer
libro, y llega, casi en la misma formulación, en el último. De nuevo: ¿qué hacemos, hoy, y
en términos políticos, con la pulsión de muerte que parece impregnarlo todo cada vez más?
Hay en Masotta una serie de apuestas posibles (de “intentos frustrados”) para elaborarlo, en
común, y en estado experimental.

IV.

Masotta es invisible a la historia intelectual. Hace tiempo que me llevo mal con la historia
intelectual, mis amigos lo saben. Fue un hogar en mis inicios, pero tuve que huir de allí. Me
asfixiaba, como todo hogar. El padre en esa casa, muy amado por mí por otra parte, y a
quien hoy extraño, era Oscar Terán. “Nuestros años sesenta” es algo así como el mito
familiar de esa izquierda intelectual en la que yo intentaba pensarme, nuestro álbum de
fotos, al que hoy vuelvo con nostalgia. Como en todo relato familiar, hay baches, hay no
dichos. Entre esos silencios, hay uno que descubrí en el mismo momento en que descubría
otros no dichos de mi familia de sangre. Me refiero a la locura de Masotta, a algo tan
elemental como la centralidad que en ese texto tiene su enfermedad mental. Conciencia y
estructura, y en particular “Roberto Arlt, yo mismo”, aparece como testimonio de un
cambio de piel teórica: del marxismo humanista a la ola estructuralista. Higienización de
toda implicación subjetiva. Una página de Masotta aparece citada y recitada hasta el
cansancio como testimonio de ello: “A la alternativa ¿conciencia o estructura?, hay que
contestar, pienso, optando por la estructura… etc, etc.”, todo como si fuera un proceso de
“debate de ideas”. Detesto la idea de debate de ideas, la idea de cultura que organiza a la
historia intelectual. Lo que se ocultaba, como en mi familia de sangre, era lo único que le
interesaba a Masotta: las contradicciones de la clase media argentina y la locura que ellas
generan. El énfasis en la “estructura” no era sino un modo de hablar de su propia locura,
que le había “caído” como algo irreductible a un acto de conciencia intencional, y nunca un
simple descrédito de la fenomenología; un modo de hablar de las “determinaciones” de su
clase de origen, que plantea desafíos imposibles a sus miembros, desafíos que llevan a la
delación y a la enfermedad mental como las formas más coherentes de resolverlos, y no la
difusión de Levi-Strauss por estas pampas. Por eso el psicoanálisis, no por Tel Quel. Terán,
víctima de las contradicciones de la misma clase que Masotta, no supo o no quiso
exponerlas con el mismo impudor de Masotta, impudor en el que él cifraba la única chance
del intelectual crítico: explicitar el sadismo social que nos constituye. La historia intelectual
es una forma de pudor teórico que necesita silenciar a los loquitos de la familia, que se
desentiende del sujeto en cuestión. O para decirlo con Masotta, la historia intelectual es una
práctica teórica incapaz de evitar el peligro de la ausencia de peligro. Por eso, creo que
Masotta es invisible para la historia intelectual.

IV.

Masotta inscribe el real argentino. Mi cuarta hipótesis sobre Masotta intenta hacerse cargo
de la pregunta sobre las posibles hebras de continuidad en un itinerario intelectual surcado
por bruscos desplazamientos. Dejando de lado el mismo goce por los bruscos
desplazamientos, en mi primera hipótesis sugerí que la relación entre ensayo y sujeto
planteaban una pista para interrogar el itinerario masottiano desde la complejidad de sus
diversas estaciones, donde siempre vamos a encontrar la performance del sujeto como
forma de escritura y estrategia de intervención. Voy a agregar una nueva hipótesis. Creo
que si hay algo que se sostiene a lo largo de todo su itinerario es el esfuerzo por inscribir un
real, no tanto o no sólo la “pasión teórica” que reconoce Diego Peller, sino la propia pasión
de lo real que Badiou situaba en El siglo como la gran marca del siglo XX estético y
político. Esa pasión de lo real no necesitó leer a Lacan para ya estar operando en su lectura
de Roberto Arlt: la potencia de la literatura de Arlt es su capacidad de mostrar la hipocresía,
el cinismo, la delación y el odio en el corazón de la clase de la decencia, es decir, de la
clase media argentina. Arlt es un verdadero “destapa cloacas”, no propone una literatura
militante que redondea las figuras utópicas de la emancipación, sino que muestra lo abyecto
de la sociedad de clases en su punto más crítico: la clase media como la clase de los
humillados, el caldo gordo del cinismo, el odio y el resentimiento como forma de
comunidad de la locura y el silencio hipócrita. Astier “ocupa el puesto del verdugo”, para
mostrar que la sociedad “no es más que un conjunto de verdugos escalonados según su
jerarquía”. Este fue el mismo ímpetu que lo llevó a pensar sus anti-happenings, antesala del
“arte de medios”, como un gesto de “sadismo social explicitado”: lo político en el arte no
pasa tampoco aquí por mostrar la positividad del sujeto de la revolución, sino la
negatividad de los sujetos de la reacción, en una crítica del “arte relacional” cuya potencia
llega hasta nuestros días. Y por último, al asumir lo real como imposible desde su lectura de
Lacan (una lectura que anticipa toda la saga lefortiana/laclauiana sobre la imposibilidad de
la sociedad a partir de los años 80).

Y uno diría: ¿no es bastante razonable que el que introdujo el psicoanálisis


lacaniano (y por tanto freudiano) en la Argentina haya sido quien pensó sin complacencia el
cinismo, la ridiculez y la mentira de la clase media argentina? ¿No vio Masotta que el país
de Astier y de Erdosain era el que prometía convertirse en el país con más analistas del
planeta? “Una clase obligada al cinismo, a la ridiculez, a la mentira; es seguro que si le
hubieran preguntado a Arlt que definiera a la clase media hubiera contestado: histérica”
Con ese diagnóstico, todo parece indicar que Lacan viene a continuar la tarea de Arlt en el
país del orgullo y la miseria de la clase que más se psicoanaliza en el mundo. Por eso
quisiera terminar esta hipótesis con un colofón: “La escuela neolacaniana de Buenos
Aires”, de Ricardo Strafacce (el biógrafo de O. Lamborghini, no es un azar), puede
entenderse como una continuación satírica y post-airana de Sexo y traición…: el corazón es
el mismo, la explicitación del sadismo social, en este caso como la gran tarea de la clínica:
sofisticar la técnica del “verdugueo” (justamente! La posición del verdugo era la de Astier!)
contra la “cobardía moral del neurótico” (claro! Es la cobardía moral de la clase media). En
el camino, una misma senda de aprendizaje del mal, que encuentra en el objeto-sade la
expresión de un real que a los argentinos tanto nos cuesta asumir.

V.

La crítica tiene estructura de ficción. Cuenta Roberto Jacoby que en uno de sus viajes a
EEUU, Oscar Masotta le dice al oído, un poco en broma un poco en serio: si la nuestra
fuera una banda de rock, debería llamarse The Fakers. Esta simple y preciosa anécdota
permite pensar la frustrada banda de rock como emblema de un modelo de intelectual
crítico que en nuestro país tiene practicantes pero escasa teoría. Ni intelectual orgánico, ni
intelectual comprometido, este modelo se acerca a la idea althusseriana de "práctica
teórica" sugerida en el título de la muestra del Parque de la memoria ("la teoría como
acción"), aunque con tintes singulares: en Masotta la intervención intelectual no requiere la
legitimidad espuria de instancias externas a su ejercicio, sino un efectivo darse formas
concretas de praxis, no externas, sino inmanentes a la propia praxis teórica. The fakers son,
antes que nada, quienes asumen la artificialidad y contingencia del campo problemático de
la teoría, y construyen un mundo singular en el que ella se torna eficaz. Pero es evidente
que el feliz título masottiano inscribe una particularidad irreductible al anti-humanismo del
intelectual althusseriano: la marca de la simulación, el exotismo desviante del margen, que
asume la traición como método de transmisión por el desvío (desvío teórico, desvío de
clase: desvío de la lengua). En Masotta el intelectual crítico es un faker de la cultura. En
una época en que las "fake news" se han vuelto herramienta de las políticas de derecha, no
se trata de volver a una noción ingenua de verdad, sino de reponer el singular rigor
intelectual de una tra(d)ición local que hizo de la estructura de la ficción no sólo la
estructura de la verdad, sino del propio ejercicio crítico.

VI.

Pensar Masotta implica pensar fuera del mito de la “modernización”. Hay un mito
profundamente instalado en la historia intelectual, en la historia del arte, en la historia
cultural de en nuestro país, y no sólo en él, que naturaliza el esquema de la
“modernización” (capitalista, aunque no siempre se lo indique explícitamente) como
estructuración natural de cualquier relato histórico que se pueda construir del país post-
peronista (y no sólo, pero seguramente en esa segunda mitad de siglo XX). Nos gusta
criticar al pobre Gino Germani, pero todos somos sus hijos. Bourdieu fue el nombre que
nos permitió sofisticar la rudeza funcionalista del pobre Gino, pero manteniendo o
volviendo a sus modelos históricos de la sociología de la modernización (en algunos casos,
como Portantiero, ese retorno fue explícito y militado en los ‘80). Lo que en Weber aún era
el trágico drama de lo moderno como desencantamiento del mundo (y el simultáneo
levantarse de los viejos demonios), en Germani se convierte, en pleno auge desarrollista, en
promesa funcionalista del saber, y en la posdictadura retorna, pálido, sin tragedia ni
heroísmo, sino como espectro conjurado por una izquierda que en su resistencia a la
violencia (dictatorial y guerrillera, lo mismo daría) desplegó una resistencia a la teoría
incapaz de reformular sus propios paradigmas de la temporalidad (es decir, de la política!).
Ahora, claro, sofisticado en la sociología de la cultura de Bourdieu, mucho más presentable
en sociedad, justamente, pero sin problematizar la complicidad entre teoría de los campos y
teoría de la modernización. Al naturalizar la idea de “campo” se naturaliza, a la doble
potencia, la idea de modernización como telos laico de la sociología ahora “empírica” y
resistente a la (soberbia y violenta) Teoría de los sesenta-setenta. Ahora bien, por supuesto
que estos supuestos implican dejar afuera proyectos intelectuales enteros que se pensaron
por fuera de la temporalidad lineal y capitalista de la modernización (y su “división de
esferas”). Si el ejemplo siempre paradigmático es Walsh y su “paso a” la política (, el de
Masotta es otro, igual de válido, igual de extranjero a la idea pre-freudiana de
“modernización”. Y sin embargo, se ha repetido hasta el hartazgo, para Masotta, el mote de
“héroe modernizador”, como si su sujeto escindido pudiera ser un “héroe”, como si la
temporalidad après-coup cupiera en la de la modernización. Es más: se mete todo lo bueno
y “nuevo” que se hizo entre el 55 y el 66 en la misma bolsa sociologizante de la
“modernización” (para denunciar que tras el golpe de Onganía todo eso se arruinó y se
inició el camino de la “radicalización”, es decir, de la pérdida de “autonomía” de los
campos, lo que condujo a los intelectuales, ahora antiintelectualistas, al “espiral de
violencia”, y todo el relato que tanto se ha repetido), y se incluyen en esa “ola
modernizadora” las “novedades” que trajo Masotta, cuando todo el “retorno a Freud” al que
finalmente apuntó su proyecto fue estrictamente en contra de la tendencia “modernizante”
del sociologismo y psicologismo norteamericano que ofició de punta de lanza de las
tendencias “modernizadoras” del desarrollismo de la época (paradigmáticametne en las
flamantes carreras de psicología y sociología). Intentar leer a Althusser, Lacan, Masotta,
Walsh desde la historia de la modernización es como querer leer a Freud desde Karen
Horney, o a Marx desde Adam Smith (o Roger Garaudy!). Necesitamos una nueva
generación de historiadores intelectuales, y una primera pregunta que podría hacerse esa
generación sería: ¿cómo hacer historia intelectual, no de Masotta, sino desde Masotta?
(Seguramente, Oscar Masotta y el psicoanálisis del castellano, de Germán García, podría
oficiar de “intento frustrado” de esta historia intelectual otra.)

VII.

Releer Masotta implicará elaborar una resistencia a la teoría que heredamos de los 80.
Mucho se ha dicho del antiintelectualismo posterior al “bloqueo tradicionalista” del ‘66,
que habría desembocado y alimentado la “espiral de violencia” con la que se ha leído a los
’70 (antiintelectualismo paralelo al declive del impulso “modernizador” que se lee en los
años 55-66). Sin embargo, poco se ha hablado del antiintelectualismo de aquellos que
asentaron esta visión, el de los años 80, más insidioso por mostrarse bajo la toga del saber,
el antiintelectualismo del saber universitario. Aquí retomo, a mi modo, la hipótesis de
Diego Peller según la cual la operación Punto de Vista, que reorganizó el “campo” en
cuanto campo en la posdictadura argentina, involucró una impugnación de “las boutades de
la Teoría” de los años 60-70, y con ella, el inicio de una resistencia a la teoría tan insidiosa
como la que aqueja al psicoanálisis (y la alianza que de Man –la teoría literaria– plantea
con el psicoanálisis no es un azar, y además, en su combinación, expulsa a priori a
Masotta). De allí que para Sarlo “los dos ojos de Contorno” no referían, como
implícitamente en Peller, a Viñas y Masotta, y que la única herencia contornista que pudo
pasar el filtro de los 80 fue la crítica social a la Viñas. Como si dijéramos: la ética de la
responsabilidad del intelectual democrático involucró a la vez una ruptura con la idea de
Revolución y con la práctica de la Teoría, y estas dos resistencias no iban la una sin la otra
(quizá la figura más trágica de este tránsito sea la de un Oscar Terán devenido historiador
intelectual). Releer Masotta implicará una elaboración de esta resistencia.
VIII.

Literal habrá sido clave para esa relectura. De las diversas provincias discursivas que de
un modo u otro han hablado de Masotta desde los 80 creo que:

a. la historia intelectual no supo hacer otra cosa que neutralizar su legado;


b. la estética es una recuperación relativamente reciente, de la mano casi exclusiva de
una persona (Ana Longoni), y que en ese sentido casi deberíamos decir que está en
pleno proceso;
c. la crítica literaria parece reducirse al trabajo de Alberto Giordano, pero difícilmente
pueda pensarse en ello como una tradición de lectura;
d. el psicoanálisis sí mantuvo una tradición viva de disputas por esa herencia, siempre
muy atravesada por las disputas internas a ese campo.

Creo que Literal permite dos cosas: 1. Dentro de las disputas psicoanalíticas permite sin
embargo asentar la aspiración de una inscripción de Masotta que no lo tome sólo como
objeto sino también como gramática de esa estrategia de inscripción. El temprano Oscar
Masotta. El psicoanálisis en castellano de Germán García es un ejemplo de ello

2. Pensar de manera ampliada la herencia masottiana para la crítica literaria a través de la


figura de Héctor Libertella y sus círculos, que aún sin tener a Masotta como “objeto” (que
es un poco el caso de Giordano), sin embargo, porta la herencia en el modo de comprender
la literatura y la cultura en nuestro país.

Aprovechar el impulso que al nombre de Masotta ha dado la reciente recepción


estética, intervenir masottianamente en el universo de la historiografía psi (dentro de cuyo
campo podemos encontrar algo más que reconstrucciones de la “modernización”), y enlazar
con el legado oculto-ocultista de Libertella, es la forma de romper las inercias de la historia
intelectual, e incluso, quién sabe, fundar una renovada historia intelectual en una
historiografía masottiana-libertelliana. Algo así como las sagradas escrituras del
inconsciente, el jeroglífico argentino contra el pretexto de la cultura.

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