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HACIA LA PERCEPCIÓN DE RIESGO BASADA EN LA EVIDENCIA

Eduardo Hidalgo – Energy Control

eduardohidalgo@gmail.com

Protocolo para citar este artículo: Hidalgo, E. 2004. Hacia la Percepción de Riesgo
Basada en la Evidencia. http://www.ieanet.com/boletin/opinion.html?o=161

Hace tiempo que algunos profesionales vienen manifestando la necesidad de hacer de la


Prevención una disciplina científica en la que, por encima de la buena voluntad, se
trabaje en base a la “evidencia objetiva”. Hasta el momento, todo el peso de esta
voluntad cientificista se ha centrado en la necesidad de evaluar los programas, las
estrategias y las actividades preventivas, con la intención de poder valorar qué funciona
y qué no y, en consecuencia, que nos conviene aplicar y qué no para nuestros propósitos
preventivos. Sin embargo, parece que se estuviese empezando a construir la casa por el
tejado, pues, antes que llegar a la evaluación, habría de ser en la propia declaración de
intenciones de la Prevención, en los objetivos que se marca, donde tendría que
comenzar a aplicarse la mencionada sustitución de la buena voluntad por el trabajo en
base a la evidencia y por el cientificismo. Vemos, por ejemplo, como uno de los
principales objetivos preventivos que se suelen señalar (junto con el descenso en la
cantidad de consumidores y el retraso en la edad de inicio en el consumo) es el
aumento en la percepción de riesgo asociado al uso de drogas. Pues bien, trabajar
desde la objetividad y la evidencia requeriría que, para que el objetivo de aumentar la
percepción de riesgo fuese legítimo, esta percepción de riesgo entre el público
destinatario tendría que ser siempre más baja que el riesgo real y objetivo (pues de no
ser así, estaríamos elevando la percepción de riesgo por encima de lo que indica la
evidencia y la objetividad, lo cual sería completamente acientífico). Esto, a su vez,
requeriría que los distintos riesgos asociados al uso de drogas estuviesen claramente
objetivados y operativizados y no que se remitiesen a vagas consideraciones en las que
se mezclan ciencia, mitos, prejuicios e ideas preconcebidas. Desde luego que objetivar
los riesgos no es tarea fácil pero está claro que tampoco es imposible. Newcombe (1),
por ejemplo, hizo un esfuerzo por objetivar el riesgo de muerte asociada al consumo de
éxtasis. Para ello contabilizó todas las defunciones registradas oficialmente asociadas al
uso de esta sustancia y las comparó con la cantidad estimada de consumidores y la
frecuencia estimada de consumo. A su vez, hizo las mismas operaciones con otras
actividades deportivas y de la vida cotidiana. Finalmente, comparó las probabilidades de
producir la muerte que mostraban unas y otras conductas y, curiosamente, encontró que
la probabilidad de morir o de sufrir un accidente grave era similar para los deportes de
nieve y el consumo de éxtasis. Está claro que, más allá del margen de error que pueda
tener o de los cuestionamientos metodológicos que se le puedan hacer, el estudio de
Newcombe nos ofrece, al menos, una orientación, un acercamiento a la objetividad y a
la realidad, más acertado que el alarmista discurso de “las pastillas de la muerte” al que
tanto recurren, por ejemplo, los medios de comunicación (2) que promueven así una
percepción de riesgo elevadísima que no se corresponde ni remotamente con la
evidencia científica disponible (3). Por lo tanto, en cuanto que deseables por su mayor
objetividad y operatividad, una vez que se hubiesen realizado más estudios como el de
Newcombe y se hubiesen logrado objetivar los distintos riesgos asociados al uso de las
distintas drogas, habría de compararse la percepción de riesgo de la población diana con
la probabilidad de riesgo objetivo que hemos extraído de la evidencia científica. En los
casos en que la percepción de riesgo del público destinatario fuese menor que el riesgo
objetivo, la Prevención debería enfocar sus esfuerzos a aumentar esa percepción de
riesgo, no obstante, lo contrario también habría de darse, es decir, cuando la percepción
de riesgo fuese superior al riesgo objetivo, los esfuerzos habrían de dirigirse a
disminuirla, pues, de lo contrario, no se estaría trabajando en base a la evidencia sino en
base a otras cuestiones de muy distinta índole.

¿Cómo es posible, por lo tanto, que uno de los objetivos básicos de la Prevención sea el
aumento en la percepción de riesgo? Una respuesta a esta pregunta podría ser que la
percepción de riesgo de la población española, de los adultos, de los jóvenes y de los
adolescentes, es siempre inferior al riesgo objetivo asociado al uso de drogas. Sin
embargo, parece difícil creerlo y la evidencia parece indicar, de hecho, que no es el caso.
Pongamos, por ejemplo, el riesgo de adulteración del éxtasis. Nuestra experiencia en
Energy Control nos indica que la creencia en la elevada presencia de adulterantes está
ampliamente extendida, tanto que incluso se plasma de forma habitual en los materiales
preventivos al uso (4). Sin embargo, la evidencia científica nos indica, a través de los
datos del Instituto Nacional de Toxicología (5), que la adulteración del éxtasis en
España es mínima, siendo el adulterante principal la cafeína y no habiéndose detectado
jamás la presencia de adulterantes habitualmente mencionados en los medios, en los
materiales preventivos o entre la población general, como son la heroína, el matarratas o
el LSD. Es decir, en este caso la percepción de riesgo general es claramente superior al
riesgo objetivo que indica la evidencia científica. Veamos, sin embargo, la percepción
de riesgo referente a los posibles problemas respiratorios asociados al consumo de
cannabis. En nuestra experiencia en talleres en Institutos de Enseñanza Secundaria nos
hemos encontrado con muchos alumnos que pensaban que fumarse un porro de hachís
era menos perjudicial para los pulmones que fumarse un cigarrillo, algo que no se
sostiene, no ya ante la evidencia científica sino ante el más mínimo sentido común, pues
fumarse un porro, por definición, supone fumarse el hachís más el cigarrillo y, además,
sin filtro de algodón, por lo que resulta patente que, como mínimo, habrá de ser igual de
perjudicial para los pulmones sino claramente más. En este otro caso, por lo tanto, la
percepción de riesgo estaba por debajo de lo que indicaría la evidencia.
De hecho, nuestra experiencia nos dice que la percepción de riesgo, lejos de estar
siempre por debajo o siempre por encima de lo que indicaría la evidencia, suele estar
absolutamente descabalada: muy alta para algunas cosas y muy baja para otras. En
consecuencia, el objetivo de una Prevención basada en la evidencia debería ser el ajuste
de esta percepción de riesgo a los riesgos objetivos estimados. La Prevención que se
hace hoy en día, sin embargo, al plantearse como objetivo el aumento en la percepción
de riesgo, reniega expresamente de la intención de realizar este ajuste, reniega, por lo
tanto, del trabajo en base a la evidencia y dirige sus esfuerzos a mantener ese desajuste
entre la percepción de riesgo y el riesgo objetivo, sólo que escorándolo completamente
hacia la percepción de riesgo alta, siempre e indefectiblemente alta, cuanto más mejor.
En consecuencia, mientras esto no cambie, por mucho que se evalúen los programas
respecto a si aumentan o disminuyen la percepción de riesgo, la Prevención continuará
estando lejos de ser una disciplina mínimamente científica y seguirá siendo una
disciplina que se rige y guía principalmente por las buenas voluntades, que, a estas
alturas, ya deberíamos saber que son siempre muy loables pero, a veces, muy peligrosas.
De hecho, si la Prevención se plantea como objetivo prioritario el aumento en la
percepción de riesgo es porque parte de la premisa de considerar el uso de drogas
como intrínsecamente negativo, perjudicial e indeseable y, en consecuencia, sus
intenciones primordiales son la bienintencionada reducción del número de personas que
se inician en el consumo y el bienintencionado retraso de la edad de inicio de los
consumidores. Para alcanzar tales objetivos sabe que el bienintencionado recurso al
miedo es una estrategia muy eficaz y, por lo tanto, trata de aumentar el miedo hacia las
drogas lo máximo posible (aunque sea en contra de la evidencia objetiva, como hemos
visto), porque, a fin de cuentas, la rimbombante y políticamente correcta expresión de
Percepción de Riesgo significa exactamente lo mismo que Miedo, ni más ni menos.
De este modo, con la justificación de las buenas intenciones, el Estado y con él las
Instituciones de carácter preventivo se convierten en los Administradores y Gestores del
Miedo: deciden a qué se le debe tener miedo y cuanto miedo se le debe tener,
estableciendo que el miedo a las drogas ha de ser alto y que el objetivo de la Prevención
ha de ser mantenerlo alto, aumentando la percepción de riesgo siempre y en todos los
casos.

Cuando, como ha día de hoy, los consumos aumentan y descienden las edades de inicio,
se esgrime como causa principal el descenso en la percepción de riesgo y se atribuye
este descenso a supuestos discursos banalizadores sin contemplar la posibilidad de que,
tal vez, la población diana (jóvenes y adolescentes pero también la sociedad en su
conjunto) esté ajustando su percepción de riesgo a la evidencia y sea la Prevención
quien no esté haciendo los deberes. Baste recordar que no hace mucho se decía a las
chavalas que los porros llevaban a la heroína y que si alguna los fumaba se convertiría
en “una yonky y una puta” (de hecho todavía hay quien lo dice: Ref. 6) para comprender
la imposibilidad de que tarde o temprano no se produjese un descenso en el miedo hacia
el cannabis. Los chavales no son tontos y parece que perciben la evidencia antes que los
preventólogos, con el agravante de que, al constatar que el elevadísimo riesgo percibido
que estos últimos les habían inculcado está claramente exagerado en comparación con el
riesgo objetivo que ahora constatan por otras vías, terminan por perder toda la confianza
en los mensajes preventivos, asumiendo que todos los riesgos de los que se les ha
hablado están igualmente exagerados. Demostrándose así y una vez más, que el
indiscriminado recurso al miedo o, lo que es lo mismo, la indiscriminada elevación de la
percepción de riesgo puede dar lugar a resultados contrapreventivos.
De hecho, el efecto contrapreventivo de elevar sin más la percepción de riesgo puede
venir dado por muchos otros motivos diferentes al señalado, uno de ellos es la
consabida atracción por el riesgo, según la cual es la mismísima percepción elevada de
riesgo la que hace que determinadas conductas resulten atractivas. En consecuencia,
elevando la percepción de riesgo respecto a las drogas estaríamos haciendo que el acto
de consumirlas pasase a ser altamente apetecible al menos para un sector de la
población, especialmente para algunos jóvenes y adolescentes ávidos de experimentar
sensaciones fuertes.
En cualquier caso, el error no está únicamente en no asumir que el miedo, a veces,
preventivamente no funciona porque hay personas que, de hecho, lo buscan y lo desean
experimentar. El error está en hacer de la cuantificación y administración del miedo el
eje fundamental sobre el que giran y se basan las políticas y estrategias preventivas, en
convertir el aumento del miedo en un objetivo en sí mismo, en erigirlo como el
indicador principal de la eficacia preventiva y en otorgarle, incluso, un valor explicativo
casi absoluto y exclusivo para cuestiones tales como el descenso o aumento en las
edades de inicio o el descenso o aumento del número de consumidores. De este modo,
modelos preventivos que se creían caducos, obsoletos y superados, siguen estando
presentes, camuflando sus consignas y principios bajo nuevos términos más acordes con
estos tiempos tan políticamente correctos. Se trata de modelos cuyas formas de proceder
se fundamentan en la Psicología de la Persuasión, pues, a fin de cuentas, lo que buscan
es persuadir a las personas para que no consuman drogas. Por lo tanto, habiendo
decidido ya por la persona qué es lo que NO tiene que hacer, sólo les queda buscar el
modo más eficaz para que el individuo haga lo que se ha decidido por él y, en el caso de
las conductas que conllevan riesgos significativos, los recursos de elección, por su
efectividad y sencillez, son la amenaza y el miedo. Sin embargo, la eficacia de los
mensajes amenazantes no se basa en algo tan burdo como “cuanto más alta sea la
percepción de riesgo mejor” y esto es sabido no sólo por la Psicología de la Persuasión
sino también por su versión parcial y sesgada que es la Prevención que, a pesar de
saberlo (7), continua en su empeño de elevar la percepción de riesgo como objetivo
prioritario, demostrando, una vez más, encontrarse en un estadio precientífico al guiarse
más por las buenas intenciones y los prejuicios que por las evidencias científicas de las
que, como en este caso, incluso ya dispone.
Ahora bien, existen otros modelos preventivos que, en lugar de conceptuar el uso de
drogas como algo a evitar y erradicar por ser intrínsecamente dañino y perjudicial, lo
entienden como una conducta similar a otras (conducir un coche, hacer escalada,
paracaidismo, etc.) en las que se ponen en juego placeres y riesgos, potenciales
consecuencias positivas y gratificantes y potenciales consecuencias negativas y
problemáticas. Por lo tanto, estos modelos consideran el uso de drogas como una
conducta perfectamente legítima y respetan el derecho de cada cual a realizarla o no, de
modo que para ellos carece de sentido tratar de persuadir a la población en un sentido u
otro, como carecería de sentido tratar de persuadir a la población para que practique o
deje de practicar la escalada. El objetivo de este tipo de prevención no es que el
individuo haga o no haga aquello que se ha decidido que supuestamente es mejor para él,
el objetivo es que el individuo sea capaz de decidir libre y responsablemente qué es lo
que considera mejor para sí mismo y ayudarle a obrar en consecuencia. En lugar de
persuadirle para que haga aquello que hemos decidido por él, se trata de educarle para
que pueda tomar decisiones formadas e informadas que sean a la vez fruto y germen de
la responsabilidad, la autonomía y la libre autogestión de la propia vida. Se trata, en
definitiva, de una Prevención basada en la Psicología de la Educación y no en la
Psicología de la Persuasión. Se trata de una Prevención en la que el administrador y
gestor de los propios miedos pasa a ser el individuo y no el Estado o las Instituciones
Preventivas: será la persona quien deba decidir a qué le tiene miedo y cuanto miedo le
tiene, a la vez que habrá de ser también el administrador y gestor de los propios placeres,
decidiendo a qué considera un placer y cuan placentero lo considera. La función de la
Prevención será, entonces, ofrecer al individuo las herramientas necesarias para que
pueda tomar estas decisiones con criterio y pleno conocimiento de causa, para lo cual,
en lugar del miedo, habrá de fomentarse y potenciarse la reflexión, la capacidad de
decisión y la responsabilidad necesarias para asimilar la información basada en la
evidencia que le será ofrecida. Para quienes decidan finalmente consumir drogas, la
función de la Prevención será la de orientar a las personas hacia una responsable
Gestión de Placeres y Riesgos (8), ayudándoles a que, si lo desean, puedan realizar su
personal asunción de riesgos en busca de determinados placeres de la forma más segura
y gratificante posible. Para este modelo preventivo, en consecuencia, el aumento de la
percepción de riesgo como objetivo general carece absolutamente de sentido, pues aquí
no se trata de asustar a nadie para que no consuma drogas sino que se trata de
capacitarle para que pueda decidir con responsabilidad y, para ello, lo necesario es que
ajuste la percepción de riesgo a la evidencia objetiva. Por lo tanto, el
modelo de Gestión de Placeres y Riesgos, aumentará, disminuirá o mantendrá estables
la percepción de riesgo del público destinatario, dependiendo de cual sea precisamente
su percepción de riesgo de partida. En cuanto que trabaja en base a la evidencia y la
objetividad y en cuanto que se fundamenta en el fomento de la reflexión y la
responsabilidad y no en el fomento del miedo, no considerará en sí misma
contrapreventiva la disminución de la percepción de riesgo de la población diana
siempre que finalmente quede ajustada a la realidad y se vea compensada con la
potenciación o aumento del conocimiento, el autocontrol, la capacidad reflexiva, etc.

De este modo, en cuanto que el modelo de Gestión de Placeres y Riesgos enfoca el


fenómeno del consumo de drogas de forma diametralmente opuesta al modelo de la
Prevención del Consumo, resulta evidente que los constructos que sirven para evaluar la
eficacia de esta última habrán de ser diferentes a los que servirán para evaluar la
eficacia de la primera. Dado que la Gestión de Placeres y Riesgos no considera el uso
de drogas como una conducta indeseable que deba ser evitada o erradicada y dado que
respeta la decisión de cada cual de consumirlas o no, lo que tratará de prevenir no serán
los consumos sino las posibles consecuencias indeseables de los consumos, por lo tanto,
el aumento o descenso del número de consumidores no tendrá importancia en sí misma
y, consecuentemente, la eficacia de las intervenciones no podrá medirse jamás en base a
si aumenta o disminuye el número de usuarios. Desde un punto de vista sanitario podrá
evaluarse, no obstante, en base al aumento o disminución de los problemas relacionados
con el consumo en proporción con el número total de consumidores. En este sentido
resulta interesante señalar que, mientras la Prevención del Consumo cosecha fracaso
tras fracaso al constatarse como aumenta la cantidad de consumidores y como
descienden las edades de inicio (9), modelos como el de la Reducción de Riesgos y
Daños se muestran eficaces en reducir la incidencia negativa de tales consumos, al
constatarse la disminución de las muertes asociadas al uso de sustancias psicoactivas,
los contagios del VIH, etc., etc. (9 y 10). Respecto al tema que nos ocupa, la Gestión de
Placeres y Riesgos, como ya se ha apuntado, no podrá ser evaluada en base a si
aumenta o no la percepción de riesgo, pues su cometido no es aumentarla sino ajustarla
a la evidencia científica. Por lo tanto, podrá ser evaluada en base a si ajusta realmente
esa percepción de riesgo a la evidencia disponible. Para ello, en consecuencia, de poco
nos valdrán las evaluaciones al uso, que arrojan datos tan vagos y poco objetivables
como este obtenido de las encuestas del Observatorio Español Sobre Drogas (11, pag.
33): “el 66,4 % de los encuestados considera que el consumo de cannabis puede
provocar problemas porque destruye al individuo” (¡¡¡lo cual, además, se considera una
percepción de riesgo baja!!!) y, habrá de hacerse un esfuerzo por operativizar y
objetivar los riesgos concretos asociados a cada sustancia y sus probabilidades de
ocurrencia: potencial adictivo, potencial para provocar la muerte por sobredosis,
potencial para dañar determinados órganos (cuáles, de qué modo, etc.), potencial para
producir trastornos psicológicos (cuáles, en qué medida), etc., etc., y valorar si este
enfoque preventivo ajusta la percepción de riesgo de la población diana a la incidencia
real de tales males. Además, en cuanto que la Gestión de Placeres y Riesgos, aún
pudiendo hacer uso de estrategias persuasivas, no es un modelo basado en la persuasión
sino en la educación, la importancia que para él tiene el constructo de la percepción de
riesgo es sólo relativa y, por lo tanto, la eficacia del modelo podrá y deberá ser
evaluada en base a otras variables como los conocimientos adquiridos, el autocontrol y
la autoeficacia percibidas en la regulación de la conducta de consumo, la capacitación
para reducir la incidencia de determinados riesgos o la madurez y responsabilidad a la
hora de tomar decisiones referentes al consumo y asumir sus posibles consecuencias
positivas y negativas.

Referencias:
1 - Newcombe, R. & Woods, S. 2000. ClubHealth. Traducción Claudio Vidal: ¿Qué
riesgo tiene el éxtasis? Un modelo para comparar los riesgos de mortalidad del consumo
de éxtasis, las fiestas dance y actividades relacionadas.
http://www.energycontrol.org/articlesEnergy/doc19.html

2 - Editorial. 05/03/2002.Las Pastillas de la Muerte. Especial Éxtasis. La Verdad Digital.


Murcia. http://canales.laverdad.es/servicios/especiales/extasis/noticia14.htm

3 - Schifano F, et al. 2003. Review of deaths related to taking ecstasy, England and
Wales, 1997-2000. BMJ, 326(7380):80-1
http://www.erowid.org/references/refs_view.php?ID=6039

4 - Sanchez, L. 2004. Los Jóvenes y las Drogas de Síntesis. Guía para la Prevención del
Consumo y los Riesgos Asociados. Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid. 36
pag.

5 – Memoria 2003 del Instituto Nacional de Toxicología. Agencia Antidroga de la


Comunidad de Madrid.

6 - Drugbusters Contra el Fantasma de la Droga. La Verdad Sobre el Porro.


http://www.lamarihuana.com/externo.php?url=http://spanish.notodrugs-yestolife.org&enlace=1454

7 – Ordoñana, J. R. 2002. Amenaza y persuasión en mensajes de salud sobre consumo


de alcohol: de la teoría a la práctica. Adicciones. Vol. 14 Num. 4. Pags. 479/485.

8 - Rovira, J. & Hidalgo, E. 2003. Gestión del Placer y del Riesgo o Como Enseñar a
Disfrutar la Noche y No Morir en el Intento. VIII Jornadas Sobre Prevención de
Drogodependencias de Alcorcón.
http://www.energycontrol.org/articlesEnergy/doc13.html

9 – Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías. Informe Anual 2004. El


Problema de la Drogodependencia en la Unión Europea y Noruega.
http://annualreport.emcdda.eu.int/download/ar2004-es.pdf

10 - Observatorio Español Sobre Drogas. Informe nº 6. Noviembre de 2003.


http://www.mir.es/pnd/publica/pdf/oed-6.pdf

11 - Observatorio Español Sobre Drogas. Informe nº 5. Julio de 2002.


http://www.mir.es/pnd/publica/pdf/oed-5.pdf

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