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REVISTA SEMANA.

JUSTICIA Y JUSTICIA
La justicia en el sentido amplio es la única garantía cierta de la no repetición de la lucha armada: la priva de sus motivos.

Por Antonio Caballero Por Antonio Caballero

Escribí aquí hace quince días que no todos entienden de igual manera la palabra paz. Para unos la paz consiste en la
desaparición de las guerrillas y el mantenimiento de todo lo demás tal como está: es decir, dejando intactas las causas
del surgimiento de las guerrillas. Para otros, la paz es la ocasión para empezar a eliminar esas causas, en lugar de
seguirlas ignorando. Sergio Jaramillo, el alto comisionado para la Paz, es de la segunda opinión: para que sea eficaz, la
paz debe llevar a cambios reales. “El gobierno –escribió en El Tiempo del 2 de marzo– no se metió en este proceso para
dejar las cosas como están. El gobierno se metió en esto para que entre todos transformemos la realidad”.

Y ahí entra la justicia, otra palabra que no todos entienden de la misma manera.

De las cuatro condiciones que se mencionan para que la paz acordada sea sostenible y duradera –verdad, justicia,
reparación, y garantía de no repetición–, aquí voy a dejar de lado la verdad y la reparación. La verdad no es única: lo
acabamos de comprobar una vez más con las doce versiones distintas y las dos relatorías discrepantes de la Comisión
Histórica, que a su vez han recibido interpretaciones diferentes de las dos partes que designaron la Comisión. La
reparación es imposible en cuanto a las vidas destruidas, y será una tarea ardua y tal vez ímproba si juzgamos por los
cuatro años de frustránea aplicación de la ley de víctimas y restitución de tierras. Quedan la justicia y la garantía de no
repetición. Y la una es condición necesaria de la otra.

Pero depende de qué se entienda por justicia.

Para unos, que la miran en el sentido restringido del derecho, justicia equivale a castigo de los victimarios, o al menos
de los “principales responsables” del medio siglo de violencia. Lo cual va lejos, pues son muchos y de muchos lados,
combatientes o no, directos e indirectos (y se incluyen responsables internacionales: de los Estados Unidos, de la
antigua URSS, de Venezuela, de Cuba, del Perú, etcétera). Eso habrá que discutirlo, y en ese sentido va la reciente
propuesta de punto final del expresidente Gaviria. Pero no ante una fantasmagórica “comunidad internacional”, sino
aquí. Y ya se discute, aquí, sobre sus formas: si la justicia consiste únicamente en pagar cárcel, etcétera. Mirada en ese
sentido restringido del derecho, es la que exigen quienes hablan de “paz sin impunidad”:, justicia sería pues lo contrario
de impunidad.

Hay otros que la entienden de manera más amplia y dicen que, para que haya paz, esta debe ser “con justicia social”.
Para ellos lo contrario de la carencia de justicia no es el castigo sino la equidad. Y es la falta de equidad, la falta de
justicia social y económica, la que está en la raíz de la violencia y, sobre todo, ha sido el caldo de cultivo para su
desarrollo, en todas sus manifestaciones.

Con lo cual volvemos a lo que dice Jaramillo en nombre del gobierno: hay que transformar la realidad. Que es lo que los
críticos del proceso desde la derecha traducen como “entregarles el país a las Farc”, o “al castrochavismo”, o “al
terrorismo”, repitiendo la fórmula mágica que ha servido desde los tiempos de la República Liberal, hace ochenta años,
para sofocar las tentativas de aggiornamento político y social. Porque en Colombia ha existido desde entonces una
contrarrevolución preventiva, anterior a la revolución, una represión anterior al alzamiento, un anticomunismo anterior
a la existencia de ningún partido comunista.
La justicia en el sentido amplio es la única garantía cierta de la no repetición de la lucha armada: la priva de sus motivos.
Pues no es cierto, como se dice ahora, que haya sido el perdón y olvido de los pactos bipartidistas del Frente Nacional el
origen de la violencia subsiguiente. Al contrario: eso fue lo que eliminó la violencia entre quienes suscribieron los
pactos. Lo que la fomentó, entre los excluidos de ellos, es decir, en la izquierda, fue la exclusión, que les mostró que
para ellos no existía la posibilidad de promover su política dentro del sistema.

No es de extrañar que los críticos uribistas de las conversaciones de paz se aferren tan tercamente a su estrechamente
jurídica definición de lo que es la justicia. La otra, la de equidad, es la única que figura en los puntos que se discuten en
La Habana.

OPINIÓN | 2015/02/05 02:00

¡Así se roban la salud!


Por URIEL ORTIZ SOTO

¿Hasta cuándo los colombianos continuaremos siendo víctimas de los malos manejos de la salud donde hay
comprometidos personajes de la vida nacional y administradores de justicia?

Querido ciudadano, ante el colapso total de la salud que se avecina y teniendo en cuenta la enfermedad que usted
padece, es mejor que vaya organizando sus cositas, le dé el último beso a su querida esposa, la bendición a sus hijos, y
las culebras que esperen a su próxima venida, si es que la reencarnación existe.

No se haga ilusiones que no lo van a aliviar, de pronto se inventan una operación, pero no para curarlo sino para cobrar
inmensa suma de dinero que después es repartida entre cirujanos corruptos que pululan en clínicas y hospitales; existen
testimonios desgarradores y hasta jocosos de pacientes que fueron intervenidos quirúrgicamente de algo que no tenían,
pero que ante el afán del dinero fácil todo se orquestó, son muchas las muertes causadas por estas prácticas criminales
y corruptas.

El problema de fondo no es que los políticos se roben la plata de la salud, todo radica en los funcionarios que manejan
clínicas y hospitales, que no tienen ningún sentido social del manejo de los dineros públicos puesto que son individuos
colocados para satisfacer intereses meramente politiqueros, muchas veces sin ser idóneos para desempeñar el cargo
que ocupan, razón por la cual violan las más elementales normas de la ética profesional.

Se calcula que los políticos se roban aproximadamente el 50 % de los recursos de la salud, puesto que desde el puesto,
hospital más humilde de vereda, o pueblo, el edil o concejal tienen asegurados los nombramientos de los funcionarios
por recomendaciones políticas, las compras de implementos en general tienen nombre propio, que por lo regular es el
gamonal del municipio que representa al cacique regional.

Pero hay otra ventana por donde se esfuman los dineros de la salud de los colombianos y es la calidad de los
profesionales, hay que aceptar que la pasantía o año rural la hacen los recién egresados, que desde luego deben estar
orientados por uno antiguo e idóneo que les garantiza el buen desempeño de sus funciones.

Lamentablemente un profesional especializado no se va para un hospital a devengar poco más de un salario mínimo,
con hasta 12 y más horas de jornada laboral, razón por la cual los pacientes son atendidos a medias sin ninguna garantía
profesional, puesto que, si requiere de un especialista tiene que esperarse hasta dos meses.

Pero la salud también se la roban los jueces, magistrados y abogados corruptos que se inventan todo tipo de artimañas
para demandar al Estado porque no se le prestó atención en tiempo oportuno a un paciente, cuya enfermedad sólo está
en la mente corrupta y criminal de los servidores de la justicia.
Pero el robo a la salud también está en los contratos para adquirir equipos de alta tecnología, estos contratos tienen su
propio carrusel, donde varias firmas son presentadas pero el meollo del asunto es de un solo propietario, como se acaba
de descubrir con los contratos de las firmas de seguridad.

La Ley 1438 hizo que los gerentes de los hospitales fueran nombrados por concurso, pero, lamentablemente, la
corrupción les torció el pescuezo a tan buenas intenciones, se ha sabido que la cuota para obtener el nombramiento en
un hospital muchas veces llega a $500 millones de pesos, razón por la cual estos funcionarios lo primero que hacen al
ingresar es recuperar el valor de la cuota aportada para obtener el nombramiento, y entonces actúan en la misma forma
con el carrusel de nombramientos de personal no idóneo.

Lamentablemente varias universidades que deberían dar ejemplo de grandeza y pulcritud en muchos aspectos aparecen
amangualadas para robarse los recursos de la salud, en contubernio con políticos y sindicatos de los hospitales, que
muchas veces hacen alarde de un buen servicio cuando en el fondo están promoviendo todo tipo de chanchullos y
peculados.

El régimen subsidiado de salud actualmente tiene más de 20 millones de afiliados, pero, lamentablemente se encuentra
atravesando la peor crisis de toda su historia, en su mayor parte estas empresas están intervenidas y muchas de ellas
han optado por su retiro voluntario.

No es exagerado decir que el régimen subsidiado de salud está hecho pedazos, es un problema tan grave, que no se ha
dimensionado en las proporciones que merece, razón por la cual se espera en pocos meses un colapso de incalculables
consecuencias para la salud de los colombianos.

La crisis de los profesionales especializados es otro de los graves problemas de la salud, a través de la cual se esfuman
grandes cantidades de dinero por las demandas que se interponen al no haberse atendido el paciente oportunamente.
Es sorprendente que en nuestro país sólo existan 134 reumatólogos y los anestesiólogos son tan escasos, que en un
hospital de segundo nivel ganan entre 30 millones y 40 millones de pesos, total que hay una descompensación entre la
demanda y la oferta de ciertos sectores, que llevan al descalabro financiero a cientos de hospitales.

Según concepto de muchos especialistas y administradores de la salud, la Ley 100 se hizo para negocio, mas no para
prestar un servicio de salud, esto está claramente demostrado cuando vemos a la entrada de clínicas y hospitales
personas que por no tener acceso a un plan hospitalario, tienen que endurecer su enfermedad, madrugar a las 3 de la
mañana a hacer cola de hasta seis horas, cuando no es que le dan el paseo de la muerte.

Sin ser alarmista considero que el Gobierno debe reestructurar cuando antes el sistema de salud, puesto que, tal como
se encuentra, está a punto de colapsar, especialmente para los estratos bajos.

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