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ORACION

Hace cosa de cien años, Rabi Isaac Meir Alter de Ger reflexionaba sobre el problema
que tenía un cierto zapatero conocido suyo con respecto a sus oraciones matutinas. Sus
clientes eran hombres pobres que sólo poseían un par de zapatos. El zapatero solía recoger
sus zapatos tarde, al caer el día, trabajar en ellos toda la noche y parte de la mañana a fin de
entregarlos antes que sus dueños fueran a trabajar.
¿Cuándo podía el zapatero decir su oración matutina? ¿Debía orar rápidamente por la mañana
temprano y luego retornar al trabajo? ¿O debía continuar su trabajo, dejar pasar la hora de la
oración y, de vez en cuando, alzando su martillo de los zapatos, exclamar con un suspiro: "Ay
de mí, aún no he orado"? Quizá, más valioso que la oración misma sea este suspiro.

Nosotros también enfermamos el dilema una pena profunda o el cumplimiento


negligente. Muchos de nosotros nos abstenemos lamentablemente, de la oración, esperando
una urgencia completa, repentina e inesperada. Pero lo inesperado es escaso y a perpetua
represión puede confundirse fácilmente en un hábito -fútil, hosco e impasible. Podemos llegar
hasta a olvidar qué lamentamos y qué nos falta.

La oración como respuesta

No rehusamos orar. Simplemente sentimos que nuestra lengua está atada, nuestra
mente inerte, nuestra visión interior empañada, cuando estamos por atravesar la puerta que
conduce a la oración. No rehusamos orar; nos abstenemos de ello. Tañemos la campana
hueca de nuestro egoísmo en vez de absorber el sosiego que rodea al mundo, que ronda por
sobre la inquietud y el temor a la vida - la calma secreta que precede a nuestro nacimiento y
sigue a nuestra muerte. La fútil auto-indulgencia nos hace desentonar con el dulce canto de la
naturaleza que aguarda, a la humanidad bregando por la salvación ¿No valen el silencio y la
abstinencia de la auto-afirmación, el poder sentir el pulso del milagro? ¿Por qué no separar
una hora de vida dedicada a la devoción de Dios entregándose al sosiego? Moramos al borde
del misterio y lo ignoramos, desperdiciando nuestras almas, arriesgando nuestra posición con
Dios. Constantemente derramamos nuestra luz interior fuera de El, interponiendo entre El y
nosotros la gruesa pantalla del ego, agregando más sombra a la oscuridad que ya flota entre
El y nuestra razón descarriada. Al aceptar las conjeturas como dogmas y los prejuicios como
soluciones, ridiculizamos la evidencia de la vida por aquello que es más que la vida. Nuestra
mente ha cesado de ser sensible ante el milagro. Privados de nuestro poder de devoción hacia
aquello que es más importante que nuestro sino individual, empapados en la apasionada
ansiedad por sobrevivir, perdemos la noción de lo que es la vida,
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de lo que es el vivir. Arremetiendo por entre el éxtasis de la ambición, sólo despertamos al


hallarnos hundidos en el temor o la pena. Allí, en la oscuridad, buscamos a tientas el
consuelo, el sentido, la oración.

Pero hay un ingreso voluntario a la oración más amplio aún que la aflicción y la
desesperación-el abrir nuestros pensamientos a Dios. No podemos hacerlo visible a nosotros
pero si podemos hacernos visibles El. Así es como abrimos nuestros pensamientos a El -débil
nuestra lengua, pero sensible el corazón. Vemos más de lo que podemos decir. Los árboles se
yerguen como guardianes de lo Imperecedero; las flor como señales de su bondad -sólo
nosotros hemos fracasado como testimonios de Su presencia, como prueba de Su fe. ¿Cómo
hemos podido vivir a la sombra de la oscuridad y haberlo desafiado?

La idea de Dios crece lentamente, un pensamiento a la vez. Repentinamente nos


hallamos allí. ¿O es que El está aquí, al borde de nuestra alma? Cuando comenzamos a sentir
algún síntoma de difidencia, a fin de no herir lo sagrado, a fin de no quebrar lo entero,
descubrimos entonces que El no es austero. Responde con amor a nuestro trémulo temor.
Arrepentidos de olvidarlo aún por un momento, nos convertimos en partícipes de una dulce
alegría; desearíamos dedicarnos por siempre al desenvolvimiento de su orden final.

Orar es adquirir la noción del milagro, volver a recuperar el sentido del misterio que
anima todos los seres, el margen divino de todos los logros. La Oración es nuestra humilde
respuesta a la inconcebible sorpresa de vivir. Es todo lo que podemos ofrecer a cambio del
misterio el cual vivimos. ¿Quién es merecedor de hallarse presente en el constante
desenvolvimiento del tiempo? En medio de la meditación de las montañas, la humildad de las
flores -más sabio que todos los alfabetos -nubes que mueren constantemente en aras de la
belleza, que nosotros odiamos, perseguimos, herimos. Repentinamente, nos sentimos
avergonzados de nuestros conflictos y querellas frente a la tácita grandeza de la naturaleza.
¡Es tan embarazoso el vivir! ¡Cuán extraños somos en el mundo y qué presuntuosas nuestras
acciones! Sólo una réplica mantenernos: gratitud por presenciar el milagro, por el don de
nuestro inmerecido derecho a servir, adorar y cumplir. Es la gratitud la que hace grande el
alma.

Sin embargo, a menudo nos faltan fuerzas para sentirnos agradecidos, coraje para
responder, capacidad para orar. Escapar a lo indigno a lo penoso, al cálculo y a la intriga, ese
es a veces el ardiente deseo del hombre. Cansado de la discordia anhela escapar de su propia
mente -y a la paz de la oración. ¡Qué bueno es arrebujarse en una oración, hilando una
profunda dulzura de gratitud hacia Dios en torno a todos los pensamientos, envolviéndose en
la seda de una canción! ¿Pero cómo puede el hombre extraer canciones de su corazón si su
conciencia es un lastimoso torbellino de temor y ambición? No tiene nada que ofrecer más
que desazón, y el hastío de desperdiciar el alma. Acostumbrado a hilvanar hebras de
pensamientos, entretejiendo frases a fin de cosechar halagos, es incapaz de encontrar palabras
simples y llanas.
144 ABRAHAM JOSHUA HESCHEL

En su lenguaje abundan las artimañas y dobleces, el disimulo y la trampa, las mofas y jergas.
Entre los engranajes de tan poderosas distracciones debe enfocar todos los poderes de su
mente en un solo interés. En medio de la agitación universal, ¿cómo puede haber
tranquilidad?
Temblando ante la realización que somos una mezcla de modestia e insolencia, de
auto-negación y oblicuidad, suplicamos a Dios el rescate, la ayuda sobre el control de
nuestros pensamientos, palabras y hechos. Depositamos todas nuestras fuerzas en él. La
oración es la llegada a la frontera. "El poder es Tuyo. Aleja de mi lado aquello que no pueda
entrar en Tus dominios."

II

La oración y la vida espiritual

Tal como un árbol desgajado del suelo, como un río alejado de su curso, el alma
humana decae cuando se separa de aquello que es más grande que ella. Sin el ideal, lo real se
torna caótico; sin lo universal lo individual se torna accidental. Es el molde de lo impecable
lo que hace posible lo común. Es la adhesión a lo que es espiritualmente superior; lealtad
hacia una idea o persona sagrada, devoción hacia un noble amigo o maestro, amor por un
pueblo o la humanidad, lo que mantiene unida nuestra vida interior.

El ideal, humano, social o artístico, si forma un techo sobre toda nuestra vida, nos
aparta de la luz. Aun la palma de una mano puede obstruir la luz de todo el sol. En verdad,
debemos abrirnos a lo remoto a fin de percibir lo cercano. A menos que aspiremos a lo sumo,
nos encogeremos a la inferioridad.

La Oración es nuestra adhesión a lo sumo. Sin Dios a la vista somos como los
peldaños desparramados de una escalera rota. Orar es convertirse en una escalera rota por la
que ascienden los pensamientos hacia Dios, para unirse al movimiento hacia El que surge
inadvertido a través del universo entero. No nos apeamos del mundo cuando oramos;
simplemente vemos al mundo en un engarce diferente. El ego no es el eje sino el rayo de la
rueda giratoria. En la oración corremos el centro de la vida desde la auto-conciencia hasta la
autorendición. Dios es el centro hacia el cual tienden todas las fuerzas. Es la fuente y nosotros
somos el fluir de sus fuerzas, el flujo y el reflujo de sus mareas.

La oración arranca a la mente de la estrechez del auto-interés nos permite ver al mundo
en el espejo de lo sagrado. Puesto que cuando nos trasladamos al extremo opuesto del ego,
podemos ver una situación desde la situación de Dios. La oración es una manera de vencer lo
que es inferior a nosotros, de discernir entre lo insigne y lo trivial, entre lo vital y lo futil,
aconsejando sobre lo que sabemos de la voluntad de Dios, viéndonos en proporción a Dios.
La Oración esclarece nuestras esperanzas e intenciones. Nos ayuda a descubrir nuestras
auténticas aspiraciones, los tormentos que ignoramos, los anhelos que olvidamos. Es un acto
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de auto-purificación, una cuarentena para el alma. Nos da la oportunidad para ser honestos,
para decir lo que creemos, y para mantenernos en lo que decimos. Puesto que el acuerdo entre
la aserción y la convicción, el pensamiento y la conciencia es la base para toda oración.

La Oración nos enseña a que aspirar. Con tanta frecuencia no sabemos a que
aferrarnos. La oración implanta en nosotros los ideales que deberíamos abrigar. La salvación,
la pureza de la mente y la palabra, o la voluntad por ayudar, pueden rondar como ideas por
nuestra mente, pero la idea se convierte en interés, algo que anhelar, un objetivo por alcanzar,
cuando oramos: "Guarda mi lengua del mal y mis labios de pronunciar engaño y frente a
aquel que me maldiga, permanezca mi alma en silencio."

La Oración es la esencia de la vida espiritual. El hechizo se halla presente en toda


experiencia espiritual. Su impulso nos permite ahondar, en lo que está por debajo de nuestras
creencias y deseos, y emerger con un renovado gusto por la infinita simplicidad de lo bueno.
En el globo del microcosmo, el fluir de la oración es como la Corriente del Golfo que imparte
calor a todo lo frío, derritiendo todas las durezas de nuestra vida. Pues aún las lealtades
pueden congelarse hasta la indiferencia si se separan de la corriente que conduce a la
voluntad por conservarse leales. Cuán a menudo cae la justicia en la crueldad y la rectitud en
hipocresía. La oración revive y mantiene viva la rara grandeza de nuestra experiencia pasada
en que las cosas resplandecían con significado y bendiciones. Aún es importante, si bien lo
ignoramos a veces, tal como el candelabro que se deja de lado durante el día. Llegará la
noche y nos reuniremos nuevamente en tormo a su pequeña llama. Nuestro apego por las
menudencias de la vida se mezclará con el ansia de consuelo para todos los hombres.

Sin embargo, la oración no es una panacea ni un sustituto para la acción. Es más bien
como el destello de un foco ante nuestro, en la oscuridad. Descubrimos dónde nos hallamos,
qué es lo que nos rodea y el rumbo que debemos elegir. La Oración hace visible lo recto y
revela lo enredado y falso. A su resplandor comprendemos el valor de nuestros esfuerzos, el
alcance de nuestras esperanzas, y el sentido de nuestros actos. La envidia y el temor, la
desesperación y el resentimiento, la angustia y el dolor, que yacen pesadamente sobre el
corazón, se dispersan como sombras bajo su luz.

La Oración es a veces más que una luz ante nuestro; es una luz dentro nuestro.
Aquellos que ya han sido iluminados una vez por esta luz hallan poco sentido en las
especulaciones sobre la eficacia de la Oración. Hay un relato sobre un rabino que cierta vez
entró al cielo en sueños. Se le permitió acercarse al templo del Paraíso donde transcurrían las
vidas eternas de los grandes sabios del Talmud, los Tannaim. Los vio sentados en torno a una
mesa estudiando el Talmud. Se sorprendió el desilusionado rabino. "¿Es éste el Paraiso?"
Más repentinamente oyó una voz. "estás equivocado. Los Tannaim no están en el Paraíso. El
Paraíso está en los Tannaim."
146 ABRAHAM JOSHUA HESCHEL

III

El sufrimiento. - La fuente de la oración

A aquellas almas en que la Oración es una flor rara, encantadora, sorprendente y


escasa, parece que les ocurriera la afortunada circunstancia de un infortunio, como un
inevitable y venturoso coproducto de la aflicción. Más el sufrimiento no es la fuente de la
oración. Un motivo no produce un acto como la causa produce un efecto: simplemente
estimula el potencial para que se convierta en verdadero. El o la necesidad pueden despejar el
terreno para su crecimiento, desarraigando las hierbas de la auto-suficiencia, liberando al
corazón de las durezas y la cerrazón, pero nunca pueden elevar una oración.

Para un agricultor que prepara su tierra, el requisito para su comprensión no es la


accidental necesidad de la cosecha. Su necesidad por alimento no le otorga la habilidad para
trabajar la tierra; simplemente le concede estímulo y propósito para su empresa. Es su
conocimiento, su posesión de la idea de la labranza lo que le permite recolectar las cosechas.
El mismo principio se aplica a la oración. La natural lealtad de vivir, fertilizada por la fe
guardada a través de una vida, es la tierra en la cual puede crecer la oración. Dotada de
secreta fertilidad y paciente discreción respecto a las cosas futuras y por siempre
desconocidas, la tierra del alma alimenta y sostiene la raíces de la Oración. Pero el alma no
produce cosechas por sí sola. Debe existir también la idea de la Oración a fin de que el alma
produzca su sorprendente fruto.

La idea de la Oración podrá parecer la asunción de la capacidad del hombre para


abordar a Dios, y presentar ante El sus esperanzas, penas y deseos. Más esta asunción es una
paráfrasis más que una expresión precisa de aquello que creemos. Nosotros no sentimos
hallarnos en posesión del mágico poder de hablar al Infinito; simplemente presenciamos el
milagro de la Oración, el milagro del hombre dirigiéndose a lo Eterno. Nuestro logro no es
ponernos en contacto con El. Este es un don que nos baja desde lo alto como un meteoro, en
vez de elevarnos como un cohete. Antes que las palabras de la Oración lleguen a los labios, la
mente debe creer en la voluntad de Dios de acercarse a nosotros, y en nuestra capacidad para
despejar el sendero para su acercamiento. Tal creencia es la idea que nos conduce hacia la
oración.

La oración no es un soliloquio. Pero ¿es el diálogo con Dios? ¿Se dirige el hombre a El
como una persona a otra? Es incorrecto describir la oración haciendo una analogía con la
conversación humana; nosotros no nos comunicamos con Dios; tan sólo nos hacemos
comunicables a El. La oración es una emanación de lo más precioso en nosotros hacia El, el
desborde del corazón ante El. No es una relación entre persona y persona, entre sujeto y
sujeto, sino una tentativa por convertirse en el objeto de Su pensamiento.
La oración es como la luz del vidrio ardiente en el cual se unen en un foco, todos los rayos
que emanan del alma. Hay horas resplandecientes en que nos sentirnos ardientemente
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conscientes de nuestra participación en Su secreto interés por la tierra. Oramos. Somos


llevados hacia El que viene acercándose a nosotros. Nos esforzamos por divinizar Su
Voluntad, no tan solo Su mandamiento. La oración es una respuesta a Dios: "Aquí estoy. He
aquí la memoria de mis días. Mira en mi corazón por mis esperanzas y mis penas." Nos
vamos con vergüenza y alegría. Pero lo oración nunca termina, puesto que la fe el denodado
anhelo por atraerlo hacia nosotros y acercarlo a nosotros como un padre -no sólo como un
guía, no sólo caminando por Sus senderos si no dándoles acceso a los nuestros. El propósito
de la oración es ser llevados a su atención, es ser escuchados, ser comprendidos por El no es
conocerlo, sino ser conocidos por El.

Orar es ver la vida no sólo como el resultado de Su poder, sino como una preocupación
de Su voluntad, o el esfuerzo por convertirla en una divina preocupación. Puesto que la
última aspiración del hombre no es ser el amo, sino un objeto de Su conocimiento. Vivir a la
"luz de su rostro", convertirse en pensamiento de Dios-ésta es la auténtica carrera para el
hombre.

Pero ¿somos merecedores de ser conocidos, o de quedar a Su merced, o ser tema de


interés para El? Parece como si el significado de la oración se hallara en la aspiración del
hombre por ser considerado por Dios como uno de los que piensan en El. El hombre crece en
Dios cuando sirve lo sagrado, y decae cuando traiciona su obra. El hombre vive en Su mente
cuando El se asienta en la vida humana.

No hay miseria humana más profundamente sentida que el estado de sentirse


abandonados por Dios. Nada es tan terrible como ser rechazados por El. Es horrible vivir
desamparados por Dios y borrado de Su mente. El temor a ser olvidados aun por un instante
es un aguijón poderoso para el hombre piadoso que desea ser llevado a la atención de Dios y
conservar el valor de su vida mediante su conocimiento por El. Prefiere ser afligido por su
castigo que ser dejado solo. En todas sus oraciones él pide, explícita o implícitamente, "No
me abandones oh, Señor".

El hombre que lo traiciona día tras día, ebrio de vanidad, resentimiento, o ambición
temeraria, vive en un medio fantasmal de recelo. Habiendo arruinado el amor con la codicia,
aún se sorprende ante la falta de ternura. Su alma contiene un rincón escondido para una
conciencia huidiza. Ha reducido sus lazos con Dios a trizas de horrendo clamor, y su oído
está embotado y endurecido. Corruptor de su propia suerte, camina sobre la tierra, esqueleto
de un alma, desvariando sobre el deleite perdido.

Dios no está solo cuando es descartado por el hombre. Pero el hombre si está solo.
Evitar la oración constantemente es cavar entre el hombre y Dios, un vacío que puede
ampliarse hasta el abismo. Pero a veces, al despertar al borde de la desesperación para llorar y
al levantarnos desde el olvido, sentimos cómo el anhelo penetra suavemente para convertirse
en el amo del corazón inquieto, y pasamos por sobre el vacío con la ligereza de un sueño.
148 ABRAHAM JOSHUA HESCHEL

IV

La naturaleza de Kavana

Cierta vez un Rabino señaló en el pasaje de la Amidá, "Puesto que tu atiendes con
misericordia la oración de cada boca," que sería de esperar que esta frase fuera "la oración de
todo corazón." Más el pasaje desea recordarnos que es misericordia de Dios aceptar aun las
oraciones que salen de la boca en forma superficial, sin devoción interior. Sin embargo, esta
observación de ningún modo niega que el principio de Kavana, o la participación interna, es
indispensable para la oración, el principio que hallo una expresión precisa en el dicho
medieval: "La oración sin Kavana es como un cuerpo sin alma".

Pero, ¿cuál es la naturaleza de Kavana? ¿Es la atención que se presta al contexto de


textos fijos? ¿Es el pensamiento? La oración no es pensamiento. Para el pensador, Dios es un
objeto; para el hombre que ora, El es el sujeto. Al despertar en la presencia de Dios, muestro
propósito no es adquirir un conocimiento objetivo, sino profundizar la mutua lealtad entre
hombre y Dios. Lo que deseamos no es conocerlo, sino ser conocidos por El; no formarnos
un juicio acerca suyo si no ser juzgados por El; no hacer del mundo un objeto de nuestra
mente, sino dejarlo legar a Su atención, para aumentar Su conocimiento más que el nuestro.
Nos esforzamos por abrirnos al Protector, en vez de encerrar el mundo en nosotros mismos.
Para la mayoría de la gente, el pensamiento es algo que crece en invernáculo de la
lógica, separado de la atmósfera del carácter y de la vida diaria. Consideran posible que un
hombre sea inescrupuloso y que escriba bien, al mismo tiempo, sobre la rectitud. Otros
podrán disentir con esta opinión. Sin embargo, todos nosotros, conscientes de la antigua
distinción entre la alabanza fingida y el servicio del corazón, convienen que la oración no es
una planta de templos de invernadero sino un tallo que crece en el suelo de la vida, brotando
de diseminadas raíces escondidas en todas nuestras necesidades y actos. Los actos malignos
y corrompidos, sentidos o cometidos hoy, son como el carcoma que contamina las raíces de
la oración del mañana. Una mano utilizada para el crimen es como un hacha en las raíces del
culto. Tal como lo dijo Isaías: "Y cuando hagas muchas oraciones no te oiré; tus manos están
contaminadas de sangre". La vida es modelada por la oración y la oración es la quintaesencia
de la vida.
Las leyes de la ciencia las comprendemos como un concepto racional, con
comprensión crítica, mientras que la misericordia y grandeza de Infinito las absorbemos
como un misterio. La oración es una fuente espiritual en sí misma. Si bien no ha nacido de la
necesidad de aprender a menudo le otorga la visión que no puede obtenerse por medio de la
especulación. Es en la oración que obtenemos la subvención de Dios fracasados esfuerzos de
nuestra sabiduría.

Más la oración va más allá del alcance de la emoción; es el enfoque de lo humano


hacia lo trascendente. La oración relaciona al hombre con lo sublime iniciándolo en el
ORACION 149

misterio. La voluntad es, a veces, un extraño en el santuario del alma. Anuncia las grandes
cosas pero no siempre las controla. La voluntad para orar abre las puertas, más lo que entra
no es su producto. La voluntad no es un poder creativo, sino un poder auxiliar, el servidor del
alma. Las fuerzas creadoras pueden ser desechadas, más no engendradas por la voluntad. Así,
la inclinación a la oración no es la oración. Las fuerzas y cualidades más profundas del alma
deben ser movilizadas antes que la oración sea cumplida. Orar, es juntar fuerzas, percepción,
violación, memoria, pensamiento, esperanza, sentimiento, sueños, todo lo que se mueve
dentro nuestro, en un solo tono. No son las palabras que pronunciamos, la alabanza de la
boca, sino la manera en que se realiza, la devoción del corazón hacia el contenido de las
palabras, la conciencia de hablar bajo Sus ojos, ésta es la sustancia de la oración.

Puesto que ni los labios ni el cerebro son los límites de la escena donde tiene lugar la oración.
El habla y la devoción son funciones auxiliares de un proceso metafísico. Es común a todos
los hombres que oran la certeza que la oración es un acto que hace audible el corazón a Dios.
¿Quién vertería sus esperanzas más preciosas en un sordo abismo? Lo metafísico es más
esencial que la dimensión física del corazón. La oración no es un pensamiento que vagamente
solitario en el mundo, sino un evento que comienza en el hombre y termina en Dios. Aquello
que sucede en nuestro corazón son las humildes preliminares de un evento en Dios.

El pasaje de las horas, casi inadvertido, pero dejando tras suyo un sentimiento de
pérdida u omisión, puede ser una invitación a la desesperación o una escalera a la eternidad.
El escaso tiempo en nuestras manos se derrite antes de que pueda ser formado. Ante nuestros
ojos el hombre y la doncella, la primavera y el esplendor, se escurren en el olvido. Sin
embargo, hay horas que perecen y horas que se unen a la eternidad. La oración es un crisol en
el que el tiempo es modelado a semejanza de la eternidad. El hombre entrega su tiempo a
Dios en el misterio de simples palabras. Cuando es ungido por la oración sus pensamientos y
actos no se hunden en la nada sino que emergen en el infinito conocimiento de Dios
todopoderoso. Concedemos nuestros pensamientos a Aquél que nos dotó con la cadena de los
días por la duración de la vida.

La esencia de la oración

Para muchos psicólogos, la oración es tan sólo una función, una sombra echada por las
circunstancias de nuestras vidas, creciendo y disminuyendo con nuestras necesidades y
deseos. En consecuencia, para comprender la naturaleza de la oración es suficiente
familiarizarse con las distintas ocasiones en que es ofrecida. Pero ¿es posible determinar el
valor de una obra de arte con sólo descubrir la ocasión de su creación?
150 ABRAHAM JOSHUA HESCHEL

Suponiendo que podamos determinar si Cervantes escribió su Quijote a fin de pagar sus
deudas, o para lograr la fama e impresionar a sus amigos, ¿tendría ello alguna importancia
sobre el valor intrínseco, o nuestra apreciación de su arte? No es la sustancia de la oración el
factor que induce a una persona a orar. La esencia de la oración es inherente al acto de la
oración misma. Sólo puede ser descubierto dentro de la conciencia del hombre durante el acto
del culto.

La inclinación hacia consecuencias prácticas no es la fuerza que inspira a una persona


en el momento de entonar loas a Dios. Aun en la súplica el pensamiento de ayuda o
protección no constituye el acto interior de la oración. La esperanza de los resultados puede
ser el motivo que conduce la mente hacia la oración, más no el contenido que llena la
conciencia del practicante en el momento esencial de la oración. El pianista puede dar un
concierto por una remuneración prometida, pero en el momento en que busca
apasionadamente con sus dedos el vasto enjambre de raudos y secretos sonidos, la
consideración de la recompensa subsiguiente está lejos de su mente. Todo su ser está
sumergido en la música. El más ligero desvío, la aparición de todo motivo ulterior
interrumpiría su profunda concentración, quebrando el hilo de su dedicación y haciéndole
perder el control del instrumento. Aun el artesano nunca puede ser fiel a su tarea a menos que
sea motivada por el amor al trabajo mismo. Sólo con una integra devoción a su tarea puede
producir una consumada obra de artesanía. La oración, también, es fundamentalmente
Kavana, la dedicación de todo el ser hacia un solo objetivo, la concentración del alma en el
foco.

El foco de la oración no es el ego. Un hombre puede pasar muchas horas meditando


sobre sí mismo, o sentirse tocado por la más profunda simpatía hacia sus semejantes, y puede
no producirse oración alguna. La oración acaece en un completo vuelco del corazón hacia
Dios, hacia su bondad y poder. Es la momentánea despreocupación en nuestros intereses
personales, la ausencia de pensamientos auto-centrados que constituyan el acto de la oración.
El sentimiento se hace oración en el momento en que nos olvidamos de nosotros mismos y
adquirimos conciencia de Dios. Cuando analizamos la conciencia del que ora, descubrimos
que no está concentrado en sus propios intereses sino en algo más allá del ego. El
pensamiento de la necesidad personal se halla ausente, y el pensamiento de la divina gracia
sola está presente en su mente. Así, al pedirle pan, hay un instante en el que nuestra mente no
está dirigida ni al hambre ni al alimento, sino a Su misericordia. Ese instante es la oración.

Comenzamos con un interés personal y vivimos para sentir lo sumo, puesto que el destino del
individuo es el contrapunto para un tema mayor. En la oración nos acercamos al sonido del
tema eterno y discernirnos nuestro lugar en él. Es como si nuestra vida fuera una vestidura sin
costuras, continua con el Infinito. Nuestra pobreza es de El. Su propiedad es nuestra.
Abrumados por Su participación en nuestras vidas, nos extendemos hacia El, exponemos
nuestros objetivos a Su bondad, intercambiamos nuestra voluntad con Su sabiduría.
ORACION 151

Por tal razón, la analogía entre la oración y la petición a otro ser humano es como la analogía
entre el océano y un vaso de agua. Puesto que la esencia de la oración radica en la auto-
trascendencia del hombre, en su superación de los límites de lo que es humano, en su relación
de lo natural con lo Divino.

La oración es una invitación a Dios para que intervenga en nuestras vidas, para que Su
voluntad prevalezca en nuestros asuntos; es abrir hacia El una ventana en nuestra voluntad, es
un esfuerzo para hacer de El el Señor de nuestra alma. Sometemos nuestros intereses a Su
atención, y tratamos de aliarnos con lo que es fundamentalmente justo. Nuestro enfoque hacia
lo sagrado no es una intrusión sino una respuesta. Entre el amanecer de la niñez y la puerta de
la muerte, el hombre encuentra y eventos de los cuales emana un susurro de verdad, no
mucho más intenso que el silencio, pero exhortante y persistente. Pero el hombre escucha sus
temores y sus caprichos más que la suave petición de Dios. El Señor del Universo demanda el
favor del hombre, pero el hombre fracasa en comprender su propia importancia. Es el
desenredo de nuestro corazón de hipocresía, prejuicio y ambición, es desfondar el bulto de la
tonta presunción, el crepitar de la hueca auto-suficiencia, que nos permite responder a esta
demanda para nuestro servicio.

VI

Los dos tipos principales de la oración

A primera vista, una oración aparenta ser una comunicación de ideas o sentimientos por
medio de la palabra hablada. Cada uno de nosotros soporta una vasta acumulación de penas
inexpresadas, de escrúpulos, esperanzas y anhelos, congelados en el mutismo de su
naturaleza. En la oración el hielo se rompe, nuestros sentimientos comienzan a mover nuestra
mente, procurando una salida. No es una expresión de cosas accidentalmente depositadas en
nuestras mentes sino una emanación de lo que es más personal para nosotros, un acto de auto-
expresión.
Pero en cierto sentido, la oración comienza donde la expresión fracasa. Las palabras
que llegan a nuestros labios son a menudo nada más que olas que en una corriente continua
tocan la playa. A menudo buscamos y perdemos, luchamos y fracasamos por adaptar nuestros
sentimientos únicos a los moldes de los textos. El alma luego indica su persistente esfuerzo,
el acertijo de su infelicidad, la tensión de vivir entre la esperanza y el temor. ¿Dónde se halla
el árbol que pueda expresar plenamente la pasión silenciosa de la tierra? Las palabras sólo
pueden abrir la puerta, y nosotros sólo podemos llorar en el umbral de nuestra sed
incomunicable por lo incomprensible. Un cierto pasaje de la oración matutina fue
interpretado por el rabino de Kitzker significando que Dios ama aquello que queda en el
fondo del corazón y no puede ser expresado por palabras. Es el sentimiento inefable, más que
el sentimiento expresado, el que llega a Dios.
152 ABRAHAM JOSHUA HESCHEL

Varios intentos han sido hechos para clasificar la oración. La división en suplica y en
alabanza, presta atención al tema más no a la dinámica interna de la oración. La dinámica
interna toma su curso entre el alma del hombre y las palabras. Desde este punto de vista
distinguir dos tipos oración: la oracion como un acto de expresión y la oración como un acto
de empatía. El primer tipo acaece cuando existe un fuerte sentimiento interior que conduce a
la oración, cuando estamos perturbados por algo y buscamos las palabras para expresar
nuestro estado mental. Pero el tipo de oración más común es el acto de la empatía. No es
necesario que nuestro estado de ánimo lo exija para que comencemos a orar. Es leyendo y
sintiendo las palabras de las oraciones, mediante la proyección imaginativa de nuestra
conciencia dentro del significado de las palabras, y por medio de la empatía en las ideas de
que las palabras se hallan preñadas, que este tipo de oración se produce.

La capacidad para expresar aquello que está oculto en el corazón un raro don que no es
concedido a todos los hombres. ¿Qué, entonces hace posible que oremos de acuerdo con
nuestra capacidad para afiliar nuestras propias mentes al molde de los textos fijos, para abrir
nuestros corazones a las palabras, y para someter sus significados? Puesto que las palabras no
son herramientas muertas sino entidades vivientes plenas de poder espiritual, el poder de las
palabras supera con frecuencia el poder de nuestras mentes. La palabra es con frecuencia el
donante y el hombre el recipiente. Así se somete el hombre a las palabras. Ellas inspiran su
mente y despiertan su corazón. No encendemos o apagamos la luz de la oración a voluntad,
tal como controlamos una moderada especulación; estamos poseídos por el abrumador poder
de su nombre. Es asombro, no comprensión; temor, no razonamiento; un desafío, un golpe de
emoción, un flujo de humor, una identificación de nuestras voluntades con la voluntad
viviente de Dios.

¿Qué sabe la mayoría de nosotros sobre la sustancia de las palabras? Separadas del
suelo del alma, nuestras palabras no crecen como frutos de alegría sino que se encuentran
como secos clichés, residuo en el sótano de la inteligencia. No puede haber oración sin el
sentido de la dignidad de las palabras. Todos sienten la fuerza enlazante de la palabra
pronunciada, la realidad del juramento, voto o promesa, pero rara vez examinamos la
naturaleza del poder secreto depositado en las palabras. Cuando el corazón, cooperando con
las fuerzas de la fe contra el tumulto y la ansiedad, logra mantener viva la tranquilidad
interior, sentimos cuán profundas y dulces pueden ser las palabras. La fuerza y el orgullo
provienen de su sonido. Suavizan la actitud del temor y despliegan las alas de la esperanza.
Nuestros pensamientos, pequeños y débiles, se vuelven poderosos a su despertar.

Siempre existe la oportunidad de comprender lo sagrado, pero cuando fallamos en su


utilización, hay palabras para recordar a la mente qué extraer de la profundidad de cada hora.
Las palabras son como los picos de las montañas que señalan lo impenetrable. Ascendiendo
ORACION 153

por sus pistas llegamos hasta la oración. Son como las notas musicales. Es la fuerza de
nuestra vida interior la que hace vivir a los símbolos; es la plenitud de nuestros corazones que
presta vigor a las palabras. Por nuestro sentimiento hacemos manifiesto y real lo que está
indicado en los textos. En la oración descubrimos qué es lo que nos mueve inadvertidamente,
qué es urgente en nuestras vidas, qué es lo que está relacionado con lo último.

¿Es el estallido de la elocuencia lo que hace al infinito escuchar nuestra débil voz? La
oración no es un sermón entregado a Dios. Lo esencial en la oración es la intención, no la
habilidad técnica. En la oratoria, tal como en toda obra de arte, nos esforzamos por prestar
una forma adecuada a una idea; aplicamos el mayor cuidado para ajustar la forma al
contenido. Pero la oración es casi contenido puro; la forma no es importante. Es indiferente si
tartamudeamos o somos elocuentes. Podemos concentrarnos enteramente en nuestra devoción
interior.

Hay dos relatos cortos relativos a los dos tipos principales de oración, el expresivo y el
empático. Uno de ellos, relatado en Sefer Hasidim, se refiere a un joven pastor que no sabía
leer las oraciones hebreas. La única manera en que rendía culto a Dios era diciendo: "Oh,
Señor, desearía orar pero no sé leer hebreo. Hay una sola cosa que puedo hacer por Ti — si
me dieras tus ovejas, las cuidaría por nada." Cierto día, un hombre instruido oyó al pasar la
oferta pronunciada por el pastor y le gritó: "Eres un blasfemo", y dijo al muchacho que leyera
diariamente las oraciones en hebreo en vez de pronunciar palabras irreverentes. Cuando el
pastor le dijo que no sabía leer el hebreo, lo llevó a su casa y comenzó a enseñarle a leer el
libro de oraciones. Cierta noche, el hombre culto tuvo un sueño en el cual se le decía que
había gran tristeza en el cielo porque el joven pastor había cesado su oración habitual. Se le
ordenó dijera al muchacho que retornara a su vieja manera de orar.

Muchos de nosotros estamos ahora tan del lado del pastorcillo como para oponernos a
la institución de la oración común, sosteniendo que deberíamos orar cuando y como nos
sintamos inspirados a hacerlo. Tenemos así el relato, como contado por el Rabi Israel
Friedman, el Rizhiner, sobre una pequeña aldea judía, lejos de los caminos principales del
país. Contaba no obstante con todas las instituciones municipales necesarias: una casa de
baños, un cementerio, un hospital, un tribunal, así como toda suerte de artesanos — sastres,
zapateros, carpinteros y albañiles. Faltaba, sin embargo, un oficio: el de relojero. Con el
transcurso de los años muchos de los relojes se hicieron tan fastidiosamente inexactos que sus
dueños decidieron dejarlos de lado e ignorarlos totalmente. Había otros, sin embargo, que
sostenían que en tanto los relojes funcionaran, no deberían ser abandonados. Así, daban
cuerda a sus relojes día tras día si bien sabían que éstos no eran exactos. Cierto día se
difundió por la aldea la noticia de que había llegado un relojero y todos corrieron hacia él con
sus relojes. Pero los únicos que pudieron ser reparados fueron aquellos que habían sido
mantenidos en funcionamiento — los relojes abandonados se habían oxidado!
154 ABRAHAM JOSHUA HESCHEL

VII

La visión de la oración

La sed por compañerismo, que nos empuja con tanta frecuencia hacia el error y la
aventura, nos indica la intensa soledad que sufrimos. Estamos solos aun con nuestros amigos.
La superficialidad de la comprensión que un ser humano puede ofrecer no es suficiente para
satisfacer nuestra necesidad de simpatía. Los ojos humanos pueden ver la espuma, más no la
ebullición en el interior. En las horas de mayor agonía estamos solos. Es ese sentimiento de
soledad el que impulsa al corazón buscar la compañía de Dios. El solo puede conocer los
motivos de nuestras acciones; en El solo puede confiarse verdaderamente. La oración es
confianza, es desahogarse en Dios. Puesto que el hombre es incapaz de, estar solo. Su
incurable, inconsolable soledad lo fuerza a buscar cosas aún no obtenidas, para gente aún
desconocida. Con frecuencia corre tras un dádiva, pero bien pronto se retira de toda falsa y
débil compañía. La oración puede suceder a tal circunstancia.

¿Qué valor tiene el orgullo si no puede ser sumado a la gloria de Dios? Traicionamos
nuestra dignidad cuando abandonamos la lealtad hacia lo sagrado; nuestra existencia se
consume en futilezas. Trocamos la vida por el olvido y pagamos el precio del trabajo y el
sufrimiento en la prosecución de lo que carece de objetivo. Sólo la preocupación por nuestra
participación inalienable en lo desconocido sostiene unida nuestra vida interior. Nos permite
asir la utopía de la fe, divinizar lo que es deseable para Dios, aspirando a ser, no sólo una
parte de la naturaleza, sino un compañero de Dios. Lo sagrado es una necesidad en nuestras
vidas, y la oración nace de esta necesidad. A través de la oración nos santificamos y
santificamos nuestros sentimientos e ideas.
Las cosas de todos los días se tornan sagradas cuando se ora a Dios por ellas.

El privilegio de orar es la mayor distinción del hombre. Pues, ¿qué hay en el hombre
que induzca a la reverencia, que consagre su vida y sus derechos inalienables? La posesión
del conocimiento, la riqueza, o la habilidad, no constituyen la dignidad del hombre. Aun una
persona que no posea ninguno de estos dones puede tener reclamos de dignidad. Nuestro de
nuestro alcance, algo de lo cual nadie puede privarlo. Es su derecho para orar, su capacidad
para venerar, para pronunciar el grito que puede llegar a Dios: "Si clamaren algo por Mí,
seguramente oiría su clamor"

Los fines principales de la oración son conmover a Dios, hacerle participar de nuestras
vidas, e interesarnos en El. ¿Cuál es el significado de la veneración si no es hacer nuestra su
preocupación? El culto es un acto de acuerdo interior con Dios. Sólo podemos pedirle las
cosas necesitamos cuando contamos con la seguridad de su simpatía hacia nosotros. Venerar
es sentir la preocupación de Dios; hacer una petición es hacerle sentir la nuestra. En la
oración establecemos un contacto viviente con Dios, entre nuestra preocupación y Su
ORACION 155

voluntad, entre la desesperación y la promesa, el deseo y la abundancia. Afirmamos nuestra


adhesión invocando Su amor.

La oración es el éxtasis espiritual. Es como si todos nuestros pensamientos vitales, en


fiero ardor, estallaran en la mente para fluir hacia Dios. Una sola y penetrante fuerza extrae
nuestro anhelo hacia lo sumo, fuera de la reclusión del alma. Tratamos de ver nuestras
visiones en Su luz, sentir nuestra vida como asunto Suyo. Comenzamos permitiendo que el
pensar en El empeñe nuestra mente, comprendiendo su nombre y entrando en un ensueño que
conduce a través de la belleza y la paz, del sentimiento al pensamiento, de la comprensión a
la devoción. Puesto que las monedas de la oración llevan la imagen de los sueños y deseos de
Dios para el hombre perseguido por el miedo.

Al comienzo de toda acción hay una visión interior en la cual las cosas a ser se
experimentan como reales. La oración, también, es con frecuencia una visión interior, un
intenso sueño por Dios-la reflexión de la Divina intención en el alma del hombre. Soñamos
una época "Cuando el mundo quedará perfecto bajo el Reino de Dios, y todos los hijos de la
carne clamarán por Tu nombre, cuando Tú tornarás en Ti todos los malvados de la tierra."
Anticipamos la realización de la esperanza compartida por Dios y el hombre. Orar es soñar en
la alianza con Dios, es vislumbrar Sus visiones sagradas.

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