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EL DESPEGUE CAFETERO (1900-1928)

Jesús Antonio Bejarano Ávila

LA ECONOMÍA ENTRE 1900 Y 1920

1. La guerra y la reconstrucción del orden económico

La guerra de los Mil Días, con la cual se abrió Colombia al siglo XX, fue la contienda civil más larga,
cruenta y la más devastadora para la economía nacional. La incipiente economía cafetera, iniciada
desde 1870 y las finanzas del Estado se vieron deterioradas como causa de la conflagración y de la
caída de los precios de las exportaciones. El conflicto bélico generó la desfinanciación del Estado, la
interrupción de transportes, el reclutamiento de mano de obra para el conflicto, el encarecimiento de
víveres y fletes, etc. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las incipientes industrias del occidente
del país lograron sobrevivir de mejor manera que las del resto de Colombia.

La reconstrucción económica, iniciada en 1903, estuvo a cargo de Rafael Reyes, quien adoptó una
nueva política económica sustentada sobre la centralización fiscal, el proteccionismo y el impulso
estatal a las actividades empresariales. Adicionalmente, se estableció el patrón oro. La idea del
proyecto político se basaba en que se esperaba que el desarrollo económico fuera lo suficientemente
sólido como para que modificara las instituciones políticas que más de medio siglo de guerras civiles
no había sido capaz de modificar. La administración de Rafael Reyes se encaminó a la búsqueda de
una sana administración fiscal, el orden monetario, el mejoramiento de un sistema de transportes, la
estimulación de la agricultura de exportación, etc.

2. La expansión cafetera

El hecho decisivo de las primeras décadas del siglo XX fue la expansión de la economía cafetera
sustentada en la pequeña producción parcelaria en el occidente del país. Esta expansión representó
el desplazamiento de las zonas de producción y la presencia de nuevas formas de organización social
y productiva, con mayores alcances sobre la estructura global del país que aquellas que hubieran
podido provenir del sistema de haciendas.

De hecho, el sistema hacendario se caracterizaba no sólo por su baja movilidad de la mano de obra y
su escasa integración al mercado monetario, sino por una organización de la producción en la que se
trataba de disminuir la inversión de capital representado en la incorporación de técnicas y elementos
de trabajo que pudiesen elevar la productividad. Así, el sistema hacendario implicaba tanto un escaso
efecto de la producción cafetera sobre el mercado interno global del país, como una gran inestabilidad
de la propia producción cafetera.

Lo que la producción parcelaria del occidente introdujo de nuevo en el cuadro de la economía


exportadora nacional fue un mayor impacto del café sobre el mercado interno de bienes agrícolas e
industriales y además, una separación entre los procesos de producción y comercialización del grano.
La separación permitió una mayor resistencia de la estructura productiva a la fluctuación
internacional, permitiendo una mayor estabilidad a la economía nacional.

En la base de la expansión de la economía parcelaria del occidente colombiano estuvieron dos


procesos hasta cierto punto complementarios, que harían del café el producto privilegiado de estas
regiones: la expansión de la frontera agrícola resultante de la colonización antioqueña y el hecho de
que el café se adaptaba particularmente bien al tipo de asentamientos surgidos de la colonización. La
adopción del café como un producto agrícola de gran importancia tuvo lugar sólo después de diez
años de haber iniciado los procesos de colonización. El café se acomodaba bien a la economía
parcelaria una vez que ésta se estabilizaba, dado que el café no necesita de grandes inversiones de
capital, es un producto durable y de fácil procesamiento, además se combinaba bien con otros cultivos
de subsistencia.

Las consecuencias del desarrollo cafetero del occidente colombiano, con el cual se consolidaría el
sector exportador, deben verse en el marco de las limitaciones al desarrollo económico global del país
a comienzos del siglo XX. Entre las consecuencias más notables del desarrollo cafetero se encuentra
la desvinculación de la producción interna a las fluctuaciones de los precios externos, dado el divorcio
de la producción y de la comercialización, y que había más agentes comerciales adicionales al
hacendado. Esto permitía que una baja de los precios internacionales no pusiera en cuestión la
totalidad del sector exportador y por tanto la viabilidad económica nacional. Adicionalmente, los
ingresos provenientes del café permitieron condiciones de acumulación de capital, haciéndolo fluir
hacia otros sectores que lo requerían.

El café se constituyó en el núcleo de la expansión del mercado interno, dado que creó mediante el
beneficio, el comercio y el transporte del grano, una red de consumidores urbanos, la constitución de
una red de transporte, principalmente ferroviaria, etc. En suma, la emergencia del café en el occidente
colombiano no sólo creó una sociedad económica y política más estable, sino que contribuyó a sentar
las bases del crecimiento económico con dos de sus condiciones esenciales: la acumulación de capital
y la ampliación del mercado.

Políticamente, el café logró estabilizar al país al desplazar, al menos durante algunos decenios, las
violentas pugnas doctrinarias a favor de compromisos pragmáticos o soluciones diferentes a las
guerras civiles.

3. El desarrollo agropecuario

Exceptuando las áreas cafeteras de occidente, el paisaje agrario parece haber cambiado poco entre el
término de la Guerra de los Mil Días y los mediados de los años veinte. Las transformaciones más
notables de la agricultura en los dos primeros decenios del siglo XX fueron las relacionadas con la
expansión de cultivos que, como la caña de azúcar, el algodón, el trigo y el arroz, experimentaron
algunas transformaciones técnicas. También fue notable el desarrollo ganadero, que se hizo posible
al amparo de las concesiones de tierras públicas.

Hay que tener en cuenta que las actividades cafeteras fomentaron la introducción de innovaciones y
de tecnificación en la producción, como la fabricación de rastrillos, palas, azadones de hierro,
trilladoras, segadoras, etc., y que la mejoría del sistema de transporte hizo posible la importación de
maquinaria y fertilizantes. Estos adelantos también fueron resultado de la ampliación del mercado, de
la apertura de vías de comunicación, de la infraestructura cafetera y de los estímulos
gubernamentales.

A pesar de los progresos cuantitativos de la producción agrícola, la ganadería continuaba acentuando


su papel en el uso de tierras disponibles. La ganadería era extensiva, con una muy baja densidad
poblacional, escaso peso y alta mortalidad. Salvo ciertos intentos, el desarrollo ganadero no ostentó
ningún cambio técnico de significación.

Una radiografía de la agricultura colombiana hacia 1920 revelaría una estructura agraria heterogénea
con una escasa franja de territorio cultivado y apenas una cuarta parte de las tierras bajo algún tipo
de utilización económica. En esta pequeña porción de territorio explotado pueden distinguirse cuatro
formas de explotación agropecuarias:
1) Grandes haciendas ganaderas. Ubicadas principalmente en la costa norte, Antioquia,
Cundinamarca, Valle, Tolima, Huila y Casanare.
2) Grandes haciendas cafeteras. Ubicadas principalmente en Cundinamarca, Santanderes y
Tolima.
3) Explotaciones modernas. Dedicadas a caña de azúcar en el Valle y al ganado en la costa norte
y la planicie cundiboyacense.
4) Pequeña propiedad. Dedicada al café en occidente; al trigo, al maíz y a la papa en
Cundinamarca, Boyacá y Nariño; y a modestos cultivos de caña en Santander.

4. La industrialización hasta 1920.

Después de 1905 el balance industrial del país se modificó notablemente. Se dieron los primeros pasos
para fomentar la refinación de petróleo, se fundaron nuevos ingenios azucareros y se inició la
fabricación de productos más elaborados, así como de consumo cotidiano, que anteriormente no
pasaban de ser artesanales.

Los centros fabriles se concentraron en Antioquia en vez de Cundinamarca y Bogotá, dado su vigoroso
desarrollo como centro fabril y por el dinamismo de la clase empresarial antioqueña. De ese modo, la
industrialización colombiana avanzaría, en las dos primeras décadas del siglo XX, primordialmente
sobre el sector textil y las manufacturas de la región antioqueña. En las demás regiones, la
industrialización tampoco era desdeñable, como es el ejemplo de Bogotá, Cundinamarca,
Barranquilla, Valle del Cauca, Caldas, Santanderes, Huila y Tolima.

Hay dos aspectos destacables de esta industrialización. El primero es que desde aquellos años se
insinuó la especialización regional en la producción de ciertos bienes. El segundo es que, a diferencia
del siglo XIX, la mayoría de industrias montadas en las primeras dos décadas del siglo XX lograron
subsistir, convirtiéndose algunas de ellas en las empresas principales de respectivo sector.

La mayoría de las empresas creadas tuvieron origen en los nuevos empresarios que trasladaron su
capital a las actividades fabriles, como una actividad adicional a la comercial, como es el caso de la
industria textil antioqueña o la actividad agrícola, en el caso de Barranquilla, Santander, Bogotá y Valle
del Cauca. A su vez, el origen de capital provenía de haciendas, actividades especulativas, la
producción y el comercio del café y las inversiones diversificadas. Autores como Brew señalan que
difícilmente el capital provino de las actividades comerciales del siglo XIX, dado que la magnitud de la
economía de exportación fue en extremo débil, cíclica y de corta duración como para haber permitido
una acumulación significativa y estable de capital.

Aun a principios del siglo XX la economía colombiana seguía cerrada a la economía mundial y exhibía,
junto a Haití, los niveles más bajos de exportaciones e importaciones per cápita e inversión extranjera.
El desarrollo hacia afuera colombiano sólo se produjo después de 1910, cuando las exportaciones que
venían aumentando consolidaron su crecimiento gracias al ascenso de las exportaciones cafeteras.

5. La fuerza de trabajo

La heterogénea conformación de la estructura agraria del país y el escaso desarrollo industrial


conllevaban el que las formas de explotación de la fuerza de trabajo fueran extremadamente diversas,
dependiendo del tipo de explotación. Debe tenerse claro que hasta mediados de los años veinte la
dinámica del mercado laboral fue mucho más acentuada en la zona occidental que en la oriental,
donde la única opción para muchos trabajadores era la de convertirse en arrendatario o aparcero de
las haciendas.
El rasgo más notable de la economía colombiana hacia 1920 era el peso de esta estructura agraria,
caracterizada por la diversidad de formas de utilización del suelo y explotación de la fuerza de trabajo,
agobiada además por los bajos niveles de productividad y casi nula incorporación tecnológica. Esto
era, sin duda, un cuadro económico desalentador, ene l que salvo los impulsos provenientes de las
exportaciones de café, no se percibía ningún otro factor que estimulara las transformaciones
económicas.

LA PROSPERIDAD A DEBE

1. La bonanza externa y el crecimiento económico

Los ritmos lentos y sin duda desalentadores que caracterizaron los primeros decenios del siglo XX,
comenzaron a modificarse a principios de los años veinte, por la afortunada confluencia de un
conjunto de factores que mejoraron la situación tanto del sector externo como de las finanzas
gubernamentales, dando lugar a la conocida prosperidad a debe. Esto permitió la ruptura de la
economía señorial del oriente del país, caracterizada por las haciendas.

Dicha ruptura fue posible gracias al alza del precio internacional del café, la indemnización de Panamá
y la entrada de Colombia en los mercados financieros mundiales. Lo último significó un acentuado
endeudamiento que iba mucho más allá de cualquier límite razonable de endeudamiento y en el que
participaba el Estado central, los departamentos, los municipios y los bancos principalmente. No
obstante, el endeudamiento permitió un incremento del gasto público sin precedentes, orientado a
las obras públicas, el transporte interno, la construcción de viviendas urbanas y la actividad comercial;
además de la posibilidad de importar maquinaria y bienes intermedios para satisfacer la demanda
interna.

Así pues, el crecimiento global se vio impulsado por un sector externo que, por la vía de las
exportaciones, sobre todo del café, y por la del endeudamiento, permitió superar las limitaciones
estructurales que caracterizaban a la economía colombiana en los decenios anteriores, gracias a la
expansión del gasto público, la mayor capacidad para importar y el incremento de la demanda interna
derivada de los mayores ingresos cafeteros. Ello, por supuesto, habría de reflejarse en la actividad de
la industria, los transportes y la agricultura.

2. El Estado, las inversiones públicas y los transportes

Lo que mejor definió los cambios de estos años fue el acrecentamiento del gasto público y su impacto
más inmediato, las obras públicas, y particularmente la expansión ferroviaria, no sólo por lo que
significó para la integración del mercado nacional, sino por los efectos que provocaría en el mercado
laboral, en la valorización de las tierras y en la conmoción de la estructura agraria que comenzó a
desatarse desde mediados de los años veinte.

Se trataba de orientar la construcción de los ferrocarriles en orden a crear, en unos casos, y a facilitar
en otros, el comercio interno, el mercado nacional, con todo lo que ello significa para el desarrollo de
la economía. Así, el desarrollo ferroviario de los años veinte se orientó hacia la integración de la
economía nacional y sólo de un modo secundario a completar las vías de comunicación dirigidas hacia
el mercado mundial.

Las consecuencias más relevantes de la expansión de las vías de comunicación se refieren, por
supuesto, a la interconexión por ferrocarril o carretera de regiones aisladas, al incremento de la carga
transportada y a una incierta rebaja de los fletes de transporte.
En 1923 se creó el Banco de la República, que se encargó de reordenar el caótico sistema monetario,
en el que la más variada cantidad de documentos hacía las funciones de medios de pago, pasando de
la incertidumbre a una organización monetaria y crediticia estable, con la cual pudo adoptarse una
moneda única, el billete convertible, reglamentar el crédito y la circulación monetaria, vigilar el
mercado cambiario, y llevar a cabo todas las funciones de un banco central.

De igual manera se crearon otras instituciones como la Contraloría General de la República, el Banco
Agrario Hipotecario, el Departamento Nacional de Provisiones, el Ministerio de Industrias, la Oficina
General del Trabajo, etc.

Como se evidencia, no sólo se trataba de una mayor presencia del Estado en la economía mediante el
gasto público, sino de los comienzos de un orden institucional en el campo económico mediante el
cual el Estado asumía nuevas funciones en el proceso de modernización del país.

3. La urbanización, la industria y el mercado de trabajo

Al amparo de las obras públicas y el crecimiento económico, la estructura social del país comenzó a
modificarse, experimentándose un rápido crecimiento de la población urbana y nuevas opciones
laborales, que se reflejaron sobre todo en la diferenciación de los salarios entre actividades agrícolas
y no agrícolas.

Las fuentes de absorción de empleo también se vieron modificadas. El aumento de la fuerza de trabajo
del país se dio principalmente en los sectores agropecuarios, manufacturero, constructor y minero,
en mayor medida; y en el gobierno, comercio, finanzas, transportes, comunicaciones y energía en
menor medida.

El nuevo escenario de empleo debió propiciar mayores posibilidades de acción para el incipiente
movimiento obrero. Aunque desde comienzos de los años veinte el país venía experimentando alguna
agitación social en las áreas urbanas, a mediados de la década era visible el crecimiento de conflictos
y la proliferación de huelas en las fábricas textiles, trilladoras, el transporte fluvial y terrestre, etc.

4. El malestar rural y los cambios en la estructura agraria

Aunque el sector agropecuario no se vio directamente favorecido por el auge de las inversiones
públicas, éste se vio recompensado al poder obtener algunos recursos de crédito y trazar una política
encaminada a estimular el desarrollo técnico de la agricultura por la vía del suministro de maquinaria,
semillas mejoradas e insumos. El impulso de las inversiones públicas, la demanda generada por ellas
y las mejores condiciones de transporte interno impulsaron la producción agrícola, que en estos años
parece haber crecido en algunos cultivos más rápidamente de que la población.

El rápido aumento de la demanda interna provocó un alza de precios que llegó a su máximo en 1927.
No obstante, esta situación se vio remediada por la ley de emergencia del gobierno, que redujo los
aranceles a la importación, afectando buena parte de la producción agrícola. Con todo, lo
verdaderamente significativo del debate sobre la ley de emergencia y la escasez de brazos es que se
puso al descubierto un régimen agrario incapaz de responder a las exigencias de la ampliación de los
mercados.

El empleo urbano produjo un mercado alternativo de mano de obra suficientemente importante para
diferenciar los salarios urbano-rurales, induciendo una presión alcista sobre estos últimos y
desestabilizando, como se verá, las relaciones de trabajo en el campo. Debido a la diferenciación de
salarios, el desarrollo de las obras públicas que abrían nuevos mercados y la cosecha cafetera, el
régimen de haciendas, que se sustentaba en la sujeción de la fuerza de trabajo y en bajos niveles de
remuneración en dinero o en especie, comenzó a debilitarse.

Habría que esperar hasta 1930 para que los conflictos sociales tomaran una orientación más
generalizada y radical, así como para revisar la legislación sobre tierras y ampliar algunos de los
derechos de los cultivadores. El malestar rural se acentuó en los años posteriores, rompiendo el orden
de la sociedad rural tradicional.

Adicionalmente, la prosperidad a debe fue creando con el tiempo un conjunto de demandas sociales
que para ser satisfechas requerían cambios en la estructura política del Estado. El proletariado empezó
a organizarse, manifestando su presencia en la vida política del país. Los diversos enfoques para
solucionar el problema agrario y las posturas frente a las reivindicaciones campesinas, comenzaron a
preparar el advenimiento de la República Liberal.

La crisis se sintió en toda su magnitud desde 1929 y no hizo más que acelerar y precipitar aquellos
procesos económicos, sociales y políticos que el decenio de los veinte había venido incubando. De la
crisis emergería un orden económico orientado hacia la industrialización, un Estado políticamente más
abierto y modernizado en sus instituciones, pero sobre todo un orden social mucho más conflictivo
que exigía la presencia de nuevas fuerzas políticas capaces de reacomodar el país a las nuevas
circunstancias.

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