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I.- Introducción
Adolfo se levantó ese día, se bañó en cinco minutos como siempre y se puso su ambo para
ir al juzgado. Tenía audiencia final; iba tranquilísimo. La actora no había probado ninguna
de las afirmaciones que plasmó en su demanda, y el plazo de caducidad de la prueba había
fenecido. “El alegato va a durar quince segundos –pensó-: “Sr. Juez, la actora no probó
nada y, por ello, deberá rechazar la demanda”. El café se iba a adelantar.
Un mes después, viendo la lista diaria, aparece el link del expediente en cuestión. Ya de por
sí le sorprendió la leyenda de la observación que decía “admite demanda”. “Debe ser un
error” –pensó-, y abrió el link. No lo era. El Juez había hecho lugar a la demanda en todas
sus partes.
“Debe haber subido otra sentencia”, masculló entre dientes Adolfo, y se puso a leerla.
Mientras leía dudó si el dolor en el pecho era un preinfarto o si el infarto había comenzado.
A medida que avanzaba la ira se apoderaba de sí, y llegó al recuerdo escatológico de los
progenitores del magistrado. Cuando terminó de leerla sintió taquicardia, mareos, náuseas y
ganas de ir a quemar su título de abogado. “Así no se puede” –gritó-, “me voy a poner un
restorán” –espetó-.
En los considerandos de la sentencia, ante la falta de prueba, el juez había actuado como
parte y por medio de internet había ingresado a Google Earth, links de estadísticas,
informes de medicina y cuanta otra cuestión había en internet y, con base en ello, había
admitido el reclamo de la parte actora.
El Juez se había convertido en el “Gran Hermano” de Orwell, procurándose el
conocimiento de las afirmaciones procesales por medio de los medios tecnológicos.
III.- Conclusiones
Consideramos al proceso como la garantía humana por excelencia por medio de la cual se
dirimen sus derechos, deberes y obligaciones, y que permite su efectivización siempre que
el mismo respete la inviolabilidad de la defensa en juicio (art. 18 C.N.).
No es tarea de los jueces apartarse del rol que el Constituyente otorgó al momento de su
creación, ni juzgar la bondad de las leyes ni atribuirse el rol del legislador, creando
excepciones no contempladas por aquél, que el derecho sea seguro, que no sea
interpretado y aplicado hoy y aquí de una manera, mañana y allá de otra, es, al mismo
tiempo, una exigencia de la justicia. (4)
En rigor, el gran problema del proceso está en el rol del Juez, que debe ser entendido no
como un órgano superior en la triada procesal, sino que la preponderancia debe quedar en
las partes litigantes, quienes deben velar por sus intereses, siempre respetando el principio
de moralidad.
El Juez, sin perjuicio de que históricamente se los personifica con la Justicia –que es un
valor, y como tal subjetivo[1]-, no puede ir más allá de la función que el constituyente le
otorgó: es decir, debe ser absolutamente imparcial y limitarse a realizar la función de ser
imparcial, mantener la igualdad entre los litigantes y asegurar la moralidad del debate en
cuanto al procesamiento de la causa y resolver el litigio –no el conflicto- en la sentencia.
Este es su rol, sin convertirse en parte procesal, alterar las reglas y principios procesales y,
en definitiva, privar a alguno de los litigantes del juez imparcial e independiente que las
normas constitucionales y convencionales prevén.
Por esto, es que la tecnología no puede dar al juzgador mayores facultades que las que la
Constitución otorga al poder judicial, sino que siempre debe moverse bajo la órbita de esta:
ser imparcial, impartial e independiente de los litigantes y del poder de turno.