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La lapidación de San Esteban, mural en la iglesia de San Juan del Hospital, Valencia
Imagina que tienes frente a ti un botón. Si lo oprimes, una persona que no
conoces recibirá una descarga eléctrica, pero de un voltaje tan pequeño que ni
siquiera la notará. Aprietas el botón y te marchas, pero sucede que cientos de
personas pasan frente a ese mismo botón y hacen lo mismo que tú. Y entonces
la víctima comienza a gritar de dolor.
¿Hiciste algo malo? Derek Parfit, influyente filósofo británico fallecido el año
pasado, definió ese caso como el del "torturador inofensivo", algo similar a lo
que sucede en el refrán español, que dice "entre todos lo mataron y él solito se
murió".
Ese parece ser el tipo de ejemplo técnico bien planteado que los filósofos
aman -entre otras cosas, es un desafío a una visión utilitaria que analiza la
incorreción de un acto sólo en relación a sus consecuencias- pero sin
relevancia en el mundo real. Pero sucede que Parfit diseñó estos escenarios en
1986, y el mundo cambió desde entonces, destaca un artículo redactado por el
psicólogo estadounidense Paul Bloom, catedrático de Yale, en colaboración
con Matthew Jordan, uno de sus estudiantes.
Existe también una especie de crédito social que acompaña el hecho de ser
visto como un castigador moralista: queremos mostrar al prójimo que somos
buenos, exhibir nuestra virtud. Cuando alguien nos mira, experimentamos una
mayor tendencia a actuar como castigadores, y hay prueba de que la gente
suele tener en mayor estima -y con más chance de luego considerar de
confianza- a quienes castigan a los "bandidos", y no a los que se quedan
parados sin hacer nada.
Julio Sanchez, escritor del Instituto Catón, con sede en Washington, uso el
escenario creado por Parfit en un debate acerca de comportamientos como
silbar a una mujer en la calle o usar lenguaje ofensivo a modo de broma.
Sanchez observa que la reacción típica ante la crítica de esas actitudes es la
negación: muchos creen que no existe mala intención y que nadie resulta
perjudicado. Sin embargo, incluso cuando esto sea válido para conductas
individuales, la situación cambia cuando las consideramos en términos de
acumulación, repitiéndose incontables veces por parte de miles de personas.
Entonces el impacto se vuelve obvio.
Es difícil cambiar los tipos de comportamiento que Sanchez aborda, y quizá
todavía más difícil hacer que las personas recapaciten acerca del linchamiento
online, ya que produce una sensación muy grata cuando creemos estar del
lado correcto. Nuestra mente evolucionó para tener en cuenta las
consecuencias de nuestros actos individuales, pero nos resulta difícil situarlos
en la perspectiva de sus efectos acumulados junto a los de otros.
Sin embargo, la lección que nos deja el Torturador Inofensivo de Parfit es que,
si queremos ser personas decentes, debemos intentarlo.
Montevideo Portal
Poco antes de abordar, compartió un tuit con sus seguidores, que no eran más
que 170: "Voy a África. Espero no contagiarme con VIH. Estoy bromeando.
Soy blanca".
Nunca imaginó las consecuencias que traería esa frase, que ella
posteriormente describió como un chiste a propósito de la burbuja en la que
viven los estadounidenses con respecto a lo que ocurre en países en vías de
desarrollo.
La historia de Sacco es una de las varias referidas por el escritor galés Jon
Ronson en su libro "So You've Been Publicly Shamed", que se puede traducir
como "Entonces te avergonzaron públicamente".
"En el caso de Sacco, hubo todo tipo de comentarios, pero muchísimos fueron
misóginos. Suele ocurrir con frecuencia cuando se trata de una mujer", señala
Ronson.
El tui causó un gran revuelo, que hizo que tanto ella como el tal Hank
perdieran sus trabajos. Pero en Twitter, fue Richards quien se llevó la peor
parte.
Era parte de una broma que ambas solían hacer: tomarse fotos junto a letreros
desobedeciendo las instrucciones que pregonaban. Por ejemplo, fumando justo
frente a un cartel de "prohibido fumar".