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1. Introducción.
Discurso de Pablo en el Areópago. Hechos 17:22-34
22 Pablo, erguido en el centro del Areópago, tomó la palabra y
se expresó así:
— Atenienses: resulta a todas luces evidente que ustedes son
muy religiosos (supersticiosos). 23 Lo prueba el hecho de que,
mientras deambulaba por la ciudad contemplando los
monumentos sagrados, he encontrado un altar con esta
inscripción: “Al dios desconocido”. Pues al que ustedes adoran
sin conocerlo, a ese les vengo a anunciar. 24 Es el Dios que ha
creado el universo y todo lo que en él existe; siendo como es el
Señor de cielos y tierra, no habita en templos construidos por
hombres 25 ni tiene necesidad de ser honrado por humanos,
pues es él quien imparte a todos vida, aliento y todo lo demás.
26 Él ha hecho que, a partir de uno solo, las más diversas razas
humanas pueblen la superficie entera de la tierra, determinando
las épocas concretas y los lugares exactos en que debían
habitar. 27 Y esto para ver si, aunque fuese a tientas, pudieran
encontrar a Dios, que realmente no está muy lejos de cada uno
de nosotros. 28 En él, efectivamente, vivimos, nos movemos y
existimos, como bien dijeron algunos de sus poetas: “Estirpe
suya somos”. 29 Siendo, pues, estirpe de Dios, no debemos
suponer que la divinidad tenga algún parecido con esas
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imágenes de oro, plata o mármol, que son labradas por el arte y
la inspiración humana. 30 Y aunque es verdad que Dios no ha
tomado en cuenta los tiempos en que reinaba la ignorancia,
ahora dirige un aviso a todos los humanos, dondequiera que
estén, para que se conviertan. 31 Y ya tiene fijado el día en que
ha de juzgar con toda justicia al mundo; a tal fin ha designado a
un hombre, a quien ha dado su aprobación delante de todos al
resucitarlo triunfante de la muerte.
32 Cuando oyeron hablar de resurrección de muertos, unos lo
tomaron a burla. Y otros dijeron:
— ¡Ya nos hablarás de ese tema en otra ocasión!
33 Así que Pablo abandonó la reunión. 34 Sin embargo, hubo
quienes se unieron a él y abrazaron la fe; entre ellos, Dionisio,
que era miembro del Areópago; una mujer llamada Dámaris y
algunos otros.
Las gentes de Atenas eran adoradores de difuntos,
quienes llamaban en su idioma "daimonous", muertos
deificados por ellos mismos, y esto consideraban
como una virtud que escrupulosamente se había de
guardar en toda forma de culto. Con su observación
inicial llamándoles "supersticiosos", como dice nuestra
versión, o mejor traducido "temerosos de dioses
menores", realmente estaba haciendo un cumplido a su
auditorio. La observación que sigue es prueba de la
primera. El dios desconocido, a quien se había erigido el
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altar que menciona, no podía ser uno de los Inmortales,
bien conocidos para ellos; así debe haber sido un
demonio, o muerto, que hasta ahí se había adorado sin
nombre. Después de levantar altares y estatuas a todos
los dioses conocidos, por lo que un romano satírico dijo
que en Atenas era más fácil dar con un dios que con un
hombre, su celo los llevaba al culto de los difuntos
honrando a un ser que no conocían. Los comentadores
han sugerido muchas hipótesis para explicar por qué fue
erigido este altar, pero hay tan numerosas causas que
pueden haber dado lugar para ello que es imposible
fijarse en una cualquiera con seguridad. Basta con que
haya servido al propósito de Pablo de probar que los
atenienses temían a los muertos, para llevarlos al único
verdadero Dios viviente como si fuera aquél que ellos
adoraban ya de incógnito. Este ardid sirvió para evitar la
apariencia de que los invitaba a dar un culto que fuera
extraño a sus costumbres, lo que de otro modo pudieran
ellos considerar como ilícito.
Pablo diserta sobre el Dios desconocido, en una sociedad
religiosa El titulo de un libro de Fraǹçois Varone 1986 es “ El
dios ausente” en una sociedad atea o agnóstica. Este libro habla
de las relaciones religiosa, atea y creyente.
La iniciativa viene ahora del pensamiento ateo: Dios
no es más que una proyección del hombre. El corazón
del hombre es como una cámara: Dios no es más que
la proyección sobre la pantalla celeste de los temores
y los deseos del hombre.
Dios ¿una proyección de nuestros deseos? (III)
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Ludwig Feuerbach en La esencia del cristianismo sostiene que
la religión es una forma alienada de conciencia humana, un
efecto acústico derivado de la propia voz del hombre. La frase
de Andrés Comte-Sponville lo dice todo: “Una creencia que
responde tan exactamente a nuestros deseos hace temer que
haya sido inventada, justamente, para satisfacerlos".
«La naturaleza, el tiempo y la salud escapan
dolorosamente a nuestros deseos: y entonces
¡imaginas a un Todopoderoso al que tu oración hará
obrar en tu favor! Tienes miedo de tu fragilidad, de la
muerte; deseas vivir una felicidad sin fallos; tienes sed
de ser amado y reconocido para poder dar sentido a tu
existencia: y entonces ¡das consistencia a un Dios
cuya Providencia vela por ti! Ejerces un poder de
dominio sobre las personas y deseas mantenerlo: y
entonces organizas una Iglesia que ponga a los
poderosos al abrigo del Todopoderoso, que conserve el
orden con la sumisión jerárquica y remita a un lejano
futuro la realización ahora subversiva de los deseos
del hombre.
Dios es una proyección del hombre, y la religión es una
alienación del hombre, inconsciente u organizada».
¿Es Dios una proyección del hombre, sí o no?
Si lo es, debería constatarse que la revelación cristiana no
presenta ruptura alguna entre el deseo espontáneo del
hombre y la función que esa revelación asigna a Dios: ¡Dios
correspondería perfectamente al deseo del hombre, dado
que sería su proyección!
Por el contrario, si se constata que la revelación cristiana
conlleva esencialmente tal ruptura, ¡entonces es que no!:
que no es proyección del hombre. ¡Dios ya no puede
provocar la sospecha de ser proyección de un deseo con el
que tan poco se corresponde!
Y ésta es la tesis que nosotros queremos establecer: entre el
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deseo espontáneo del hombre y la revelación cristiana hay
ruptura, incluso una doble ruptura clara y fundamental:
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verdadero nombre de Dios, para ellos impronunciable─ como
YHVH ()יהוה, forma judía de escribir el nombre descriptivo
que no nominativo de Dios, que transliterada al castellano sería
YAHVE, palabra que en hebreo no es sino la tercera persona
del imperfecto singular del verbo ser, significando por lo tanto
“él es” y que en la actualidad se traduce generalmente como
«Yo soy el que soy».
Un ejemplo de lo que queremos expresar contra el
ateo, el religioso y el hombre de fe que encuentra a
dios, es Zaqueo
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esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham.10 Porque
el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había
perdido.
El episodio es breve y sencillo; se señalan sólo los
rasgos principales. Pero es importante justamente por
su sencillez concreta, por que permite captar en su
funcionamiento real y humano la marcha de la
salvación. Porque es explícitamente de la salvación de
lo que se trata; el final lo dice claramente: «El Hijo del
hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba
perdido».
Si se quiere comprender en lo que se convierte el hombre
cuando le alcanza la salvación de Jesús, lo que hace
concretamente el Salvador, no hay nada mejor que Zaqueo.
¡A condición, sin embargo, de que se sepa leer este texto y
no encontrar en él lo que cada uno quiera!
La lectura corriente que se hace de este maravilloso
encuentro es la siguiente: «¿Por qué se salvó Zaqueo? —
Porque devolvió el dinero robado ». Se piensa de forma
religiosa y se lee, por lo tanto, de forma religiosa, y el texto
evangélico queda muerto.
1 Zaqueo perdido
Zaqueo es pequeño de estatura. Y lo es también en
reputación. Como responsable de las contribuciones fiscales
de una región, Zaqueo tiene que entregar una determinada
suma a los ocupantes romanos. A éstos no les preocupa lo
que Zaqueo pueda cobrar de más, al igual que a Zaqueo no
le interesan los beneficios de sus empleados. Recaudador-
jefe, colaborador doblemente manchado (política y
religiosamente) por sus contactos continuados con los
paganos, Zaqueo estaba muy mal visto; es lo menos que se
puede decir.
La de Zaqueo es una pequeñez de existencia; esto se
desprende forzosamente de lo que precede. Ha de apoyarse
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en algo para existir. No tiene más que el dinero y el poder
de su tan frágil situación. El texto hace percibir esa
mezquina existencia en el comportamiento de Zaqueo: ¡no
es un hombre que se sienta a gusto en su toga, en su
posición social ni en su vida, este personaje que huye de la
multitud para subirse a un sicómoro! Con gran discreción, el
texto dice simple, pero significativamente, que «era rico» y
que «trataba de ver a Jesús».
En el fondo de su miseria hay un deseo de vivir. Y Zaqueo se
encuentra perdido, porque su deseo no tiene
verdaderamente dónde apoyarse para tomar impulso. Hasta
entonces no se apoya más que en el vacío.
Zaqueo «busca», y Jesús «busca» también (v. 10): cuando
ambos deseos se encuentren, no extrañará que surja lo
nuevo, ¡la salvación!
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muchas veces las religiones humanizadas) Es necesario, por
el contrario, proporcionarle los verdaderos valores.
Jesús dirige su mirada a Zaqueo y le pide hospitalidad: ante
esa mirada, Zaqueo empieza a crecer, se siente reconocido,
existe. «Se apresuró a bajar y le recibió con alegría».
Debemos respetar aquí la interrupción del relato. Porque es
entonces cuando Zaqueo queda salvado.
Queda salvado porque, sin alusión alguna a su
pasado, sin referencia alguna a sus méritos, no
fijándose más que en su propio deseo y en su misión
—no fijándose más que en ese Dios completamente
distinto que él revela—, Jesús se ha encontrado con
su deseo y le ha hecho dilatarse.
Desaprobación, «murmuraciones» —como murmuraba
antaño Israel en el desierto contra aquel Yahvé que hacía
pasar hambre al pueblo y lo conducía a la ruina...— ¡en
lugar de dejarlo con las estupendas vituallas egipcias! La
religión protesta: ¿Cómo va Dios a casa de quien no merece
su venida?, si es así, ¿para qué tantos esfuerzos?
Profeta por excelencia, Jesús hace surgir, con cualquier
motivo y aun en sus relaciones más sencillas, lo inesperado,
lo inaceptable de la ruptura: el Dios de la fe hace
«murmurar» a los adeptos y a los administradores del dios
de la religión.
Ellos harán algo aún peor: matar.
3 Zaqueo vivo
Ahora sólo le queda a Zaqueo hacer realidad la salvación
recibida. Lo que el discurso moralizador no habría podido
conseguir —a no ser por debilidad ante el miedo— va a
producirlo la salvación de una manera espontánea, lógica y
libre: «Zaqueo, poniéndose en pie resueltamente...» Es algo
que sale de él; de él, a quien Jesús ha hecho existir. El
dinero no le servirá ya de «muletas», puesto que Jesús le ha
dado unas piernas. El dinero, por consiguiente, puede servir
de ahora en adelante para reparar el error pasado y hacer el
bien. Zaqueo, beneficiario de la Justicia de Dios en Jesús, se
pone a «actuar en la justicia » también él. Prolonga hacia los
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otros el don recibido; acaba de nacer un hijo de Abraham, el
creyente.
Al reparar, en fin, en la insistencia con que Lucas subraya
que todo esto ocurre «hoy» (vv. 5 y 9), ¿cómo no escuchar a
Pablo —el maestro de Lucas— que nos dice que ese «hoy»,
inaugurado con Jesús, ya no se acaba: que es siempre hoy el
tiempo de la salvación (2 Cor 6,2NBLH pues El dice: “En el
tiempo propicio te escuche, y en el dia de salvación te socorrí.”
Pero ahora es “el tiempo propicio”; ahora es “el dia de
salvacion.”
, que es siempre ahora cuando el Espíritu nos llama a salir
de la religión para entrar en el espacio inesperado de la
Justicia de Dios. El encuentro con Jesús sucede hoy.
El avestruz
La única explicación de que el avestruz “esconda” su cabeza en
la tierra se basa en la excavación de agujeros para introducir sus
huevos (que ya sabes que son bastante grandes), pero aún así
tampoco la esconden si no que cavan la zanja con su pico.
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que le ronda una fiera. Es la actitud de quien no quiere pensar
porque tiene miedo de que la verdad lo incomode y le cree
problemas de conciencia o le obligue a cambiar de vida: por
eso procura no leer determinados libros, no hablar con un
pastor, no asistir a cultos o retiros que le pudieran ayudar a
reflexionar.
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