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ANTECEDENTES ETNOHISTÓRICOS

En el Cesar existen siete pueblos indígenas, cuatro en la Sierra Nevada de Santa Marta
(kankuamos, koguis, wiwa y arhuacos); uno en la Serranía del Perijá (Yukpas); otro en El
Copey (Ette Ennaka) y en Curumaní (Barís), albergados en 12 resguardos, cada uno con su
propia autonomía.

La zona donde se lleva a cabo la prospección para la construcción de la Línea 500 kV


Cuestecitas-La Loma, recorre un tramo de 254.5 km por diferentes áreas del departamento
del Cesar y La Guajira, de diversos paisajes y productos naturales Por su hospitalidad se
advierte que estuvieron habitados, o por lo menos fueron fuente de recursos para los
habitantes de los centros poblados desde épocas inmemoriales.
A la llegada de los europeos, habitaban estas regiones varias sociedades, alrededor de sus
ríos, ciénegas y diferentes suelos de los cuales suplían sus necesidades y llevaban a cabo los
intercambios comerciales con las comunidades circunvecinas

Hay poca información sobre los asentamientos indígenas ubicados en esta zona a la llegada
de los europeos hacia 1530. Posiblemente esta situación se debe al poco interés de los
europeos por los pobladores del área. Los españoles dividieron el territorio en zonas de
encomiendas para los más sobresalientes conquistadores, estos tenían a su cargo “indios”,
distribuidos en “parroquias de indios”, divididas en dos sectores, las inmediatas a Ocaña y
situadas en tierra fría (San Sebastián de la Loma, San Antonio de Borotará, La Candelaria de
Buena Vista, San Diego de Pueblo Nuevo, Santa Catalina de Aspasica) y las parroquias de
españoles y otra gente libre en los llanos de tierra caliente (Sabanas de San Jacinto,
Chiquinquirá, San Roque de Aguachica, San Nicolás, San Bernardo, San Juan Bautista de
Playa Blanca, Salvador Fernández y Bujariayma) (Lemus, 1979:6).

De otra parte, los primeros reportes acerca de los indígenas naturales de las tierras aparecen
con las incursiones de los europeos a partir de la segunda década del siglo XVI; dentro de
estos, en el escrito de El cronista Fray Pedro Simón menciona /1626/ 1981. Noticias
Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, los “indios carates,
que son los que están a las espaldas de la ciudad de Ocaña, a la banda del norte”; también
hace referencia a un grupo que llama “indios de los llanos”. Para esta zona encontramos a
los yuko (yukpa), que hasta no hace mucho tiempo los alineaban con los grupos motilones,
que están ubicados en la parte occidental de la serranía del Perijá, este grupo está clasificado
dentro de la familia lingüística Karib (Reichel-Dolmatoff, 1960). Hay que entender que antes
de la sangrienta pasada de Ambrosio Alfinger por las llanuras del Cesar, los yukpas habitaban
las tierras planas y no tenían que subir mucho a las serranías, al menos que fuera a enterrar a
sus deudos en los farallones o a buscar algunas plantas que no se encontraban en clima cálido.
Los límites precisos entre los anteriores habitantes aún están por definir, ya que existen
muchos vacíos investigativos y los resultados no son concluyentes. Si tomamos como
ejemplo de esto a autores como Dolmatoff 1946, estos hablan de los Chimilas, como uno de
los grupos con mayor presencia en la región, y ubican sus dominios sobre las estribaciones
de la Sierra Nevada, pasando por el centro del río Ariguaní hasta la confluencia del
Magdalena con la ciénaga de Zapatosa. El Oriente estaba delimitado por el valle del río Cesar
hasta encontrarse con el curso del río Magdalena.

En el Bajo Magdalena, la SNSM y la Serranía del Perijá los españoles encontraron en el siglo
XVI varias etnias que diferenciaron según las zonas que habitaban o por las lenguas que
hablaban, su vestimenta, su apariencia o vivienda. Se nombraron para la zona de las ciénagas
y el bajo río Magdalena principalmente a los Caribes, Gente Blanca, Malibúes, Chimila,
Sondaguas y Pintados (Herrera 2006), aunque algunos investigadores apuntan a que la
mayoría de estos grupos pertenecían a los Chimila (Herrera 2006). según Herrera (2006), el
término Chimila fue una denominación genérica con la cual se mencionaban las comunidades
que mantenían su independencia política frente a los españoles por tal razón se les llamaba
también Indios Bravos.

Es así como para esta subregión del corredor del Cesar, se mencionan entre otros la existencia
de los indígenas Buturamas o Carares, Zendaguas o Puerqueros, Tisquiramas, Yareguíes,
Upares, Malibúes, Socuigas, Guanaos, Tupeschiriguanaes y garupares.

Según Dolmatoff:

“Las riberas del Bajo Magdalena, en la zona comprendida entre la


desembocadura del río Cesar en el río Magdalena, y la desembocadura de
este último en el mar Caribe, estaban habitadas en el momento de la
conquista española por los indios Malibú. En 1560 quedaban muy pocos
Malibú de los muchos que a la llegada de los españoles habitaban esta
provincia. Ellos fueron diezmados por epidemias de sarampión y viruela.
Vivian en aldeas situadas en inmediaciones del río, sus lagunas y ciénagas,
los españoles denominaron a estos poblados “Palenques’’ por estar cercados
de palizas y además rodeados en calidad de murallas de plantas espinosas
tales como piñas y piñuelas. Las aldeas tenían una ‘’cabeza’’ y algunas hasta
dos o tres, pero había además un cacique principal, con autoridad sobre
todos los jefes locales. Los indios no cazaban ni consumían animales de
monte y se alimentaban principalmente de peces, manatí y caimanes
pequeños, comían la yuca cocida, asada o en forma de cazabe, por lo cual la
rayaban. Poseían mohanes, es decir, chamanes, con diferentes
especializaciones, a saber: curación de enfermedades con yerbas, curación
de soplos, etc. Además, los llamados ‘’mohanes de las aguas’’ controlaban
las lluvias. Cuando un individuo moría, se celebraban ritos y borracheras y
este se colocaba en un tronco de árbol ahuecado. El muerto llevaba sus
argollas de oro y canutillos, así como arco y flechas, practicaban a la vez el
entierro de niños vivos dentro de grandes ollas.’’ (R. Dolmatoff 1997:15-18).

Fray Pedro Aguado, en su Recopilación Historial, describe la extensión de la provincia de


Santa Marta y sus pobladores

“Está esta Provincia de Santa Marta en la costa de tierra firme, veinte ó veinticinco leguas
apartada del río grande de la Magdalena, hacía la parte del Sur, ó por más claridad, del
Cabo de la Vela. En esta Provincia, donde caen las tierras y valles que dicen de Tairona,
famosas por la mucha riqueza de oro que afirman los antiguos poseer los naturales de estas
tierras y por la mucha belicosidad de los propios naturales, los cuales mediante sus ardides
de guerra y bríos obstinados con que han defendido sus tierras y patrias, se han conservado
y conservan en su libertad y gentilidad, á los cuales ha favorecido y favorece mucho la
fortaleza de que Naturaleza acompañó aquella serranía, de suerte que si no es por donde
dicen el Valle de Upar no pueden subir caballos á lo alto donde están las poblaciones de
quien adelante en su lugar trataremos más particularmente.”

Respecto a la apariencia de los pobladores, indica:

“…y toda es gente muy morena, aunque en unas partes más que en otras, y lo mismo es en
las disposiciones de los cuerpos, que los de unas Provincias son más crecidos y más robustos
que los de otras, de lo cual también se irá apuntando por su orden como fuéremos tratando
de las poblaciones de los pueblos y descubrimientos de las Provincias.” (Pp. 32-33).

Destaca Aguado en sus relatos el paso estratégico del río Cesar por el Valle de Upar y su
aprovechamiento por parte de las comunidades del lugar:

“…como por atravesar por esta Provincia el caudaloso río de Cesare, que saliendo de todas
las Provincias comarcanas al Valle de Upar, entra en el río grande de la Magdalena”. Pp.
85.

Poco tiempo después de la llegada de los españoles los indígenas comenzaron a diezmarse
debido al maltrato y los arduos trabajos que como bogas tuvieron que desempeñar, a lo cual
hay que agregar las nuevas epidemias como la gripe, la viruela y el sarampión a que se vieron
expuestos, “la cual asoló a muchos pueblos y así, sus encomenderos, por ser pocos, los que
les quedaban en algunos pueblos los redujeron y pasaron otros. ... Los pueblos, si así les
queremos llamar que hay, entendemos que son permanentes, porque la sujeción que tienen y
la quietud, da a entender que permanecerán hasta que todos se acaben.” “Ya en 1579 la tribu
de los Malibú de la región de Tamalameque se había diezmado considerablemente en número
y Bartolomé Briones de Pedraza (1580 -1983), en la Relación Geográfica menciona que
entonces ya no había ni la décima parte de la población original” Reichel-Dolmatoff
(1951:108)

Las descripciones realizadas por los conquistadores han brindado información valiosa para
poder comprender cómo era utilizado el territorio y los modos de vida. En estas descripciones
se habla que los pueblos indígenas de la zona estaban ubicados en las riberas de los ríos,
lagunas y ciénagas en donde tenían fácil acceso al agua y terrenos de cultivo, de forma
nucleada y sin ningún orden aparente: “…cada uno ace su buyo a donde le parece…” Las
viviendas eran construidas de forma semiesférica, sin distinción entre techo y madera,
cubiertas con paja y con una pequeña puerta de entrada. (Briones de Pedraza, 1580).

Período de Conquista

La ciudad del cacique Upar (Eupari) era considerada la capital de la nación de las tribus
indígenas Chimilas que abarcaban casi en su totalidad el valle del río Cesar o Pompatao y el
rìo Ariguanì. Los Chimilas tenían dos grandes provincias, la del norte que pertenecía a Upar
y la del sur de los Pocabuy. Upar ejercía su cacicazgo sobre una federación de aldeas que
incluían a El Molino, Villanueva, Chiriguaná y Sompallón (El Banco), extendiéndose desde
el centro de La Guajira, en las poblaciones de Fonseca y (norte) hasta el río Magdalena (sur)
y desde la Sierra Nevada de Santa Marta (occidente) hasta la Sierra de Perijá (oriente). Eupari
era la sede central del gobierno y el cacique vivía en una casa imperial como jefe militar y
religioso.

Las tribus de la nación Chimila incluían a los upares, socuigas y guanaos en inmediaciones
del río Badillo, los cariachiles en Barrancas, Fonseca y El Molino, los itotos en Villanueva,
pocabuyes, maconganas (tribu chimila de la sierra nevada), chiriguanaes y garupares. Los
tupes eran una tribu mezclada entre Chimila y Caribe (Gutierrez H., 2000).

La sociedad Chimila estaba estratificada en forma piramidal con el cacique como máxima
autoridad, seguido por caciques menores, los religiosos, los guerreros y luego los obreros que
incluían pescadores, cazadores, artesanos, mineros, orfebres, tejedores y los guanaos o
comerciantes. Sometían a la esclavitud a los vecinos arhuacos. En Cuanto a mitología, los
Chimilas creían en un solo dios llamado Narayajana.2 La alimentación de los chimilas estaba
basada principalmente en el maíz, el cual cultivaban con alto grado de tecnicidad, además de
guayabas, yuca, frijol, níspero, naranja, papaya, piña, algodón, tabaco y auyama. Cazaban y
criaban venados, patos, pavos y otras especies silvestres. (Gutiérrez H, 2000).

Rodrigo de Bastidas obtuvo la gobernación de Santa Marta en 1524, la cual iba del Cabo de
la Vela a la desembocadura del Río Magdalena con su respectiva ‘tierra adentro’. Los
gobernadores debían fundar pueblos; traer familias de colonos; semillas para sembrar;
ganado caballar, ovino y vacuno para reproducir; y negros, un tercio mujeres, para acrecentar
la mano de obra; todo esto a cambio de títulos honoríficos, salarios y participaciones en los
rendimientos económicos de la gobernación (Friede,1978).

Santa Marta ya había desempeñado su papel en la historia del Nuevo Reino de Granada, el
interés de la Corona estaba enfocado hacia Cartagena y ni la antigüedad de la fundación ni el
riesgo inminente de su ocupación por parte de los enemigos, fueron argumentos válidos para
que el Rey ordenara la construcción de una fortaleza o enviara limosnas, soldados, caballos,
víveres, armas y municiones, apoyo solicitado para la defensa de la provincia de los ataques
tanto de los ‘indios de guerra’, como de los piratas ingleses, franceses y holandeses, con
quienes el comercio ilegal era bastante usual (Friede, 1978; Julian, 1980/1787).

El comercio con los extranjeros dificultaba la reducción de la nación guajira dada la provisión
de armas de fuego y la introducción de negros que no solo aumentaba la población, sino que
incorporaba grupos mestizos que fortalecían la nación. “El comercio ilícito es una sangria
continua de las Americas, y de la Monarquia” (Julian, 1980/1787: 256).

La agregación de la gobernación de Santa Marta a la de Riohacha y su supuesta abundancia


debida a la pesquería de perlas, conllevó nuevos inconvenientes: los múltiples abusos contra
la población indígena imposibilitaron su pacificación, los piratas que arruinaban el puerto a
su paso robando e incendiando el sitio, además de las perlas se llevaron a los negros
esclavizados en la pesquería y los negros escapados conformaron palenques en las faldas de
la Sierra Nevada. La gobernación permaneció en declive porque “allí nadie se resignó a la
sumisión, aunque la altivez significase dolor y destrucción” (Baquero y Vidal, 2007: 19).

Los cronistas a través de sus manuscritos dejaron entrever que estas zonas cenagosas estaban
densamente habitadas por indígenas y fue visitada primero por Ambrosio Alfinger, y luego
por los hombres de Lerma, quienes afirmaban que Tamalameque es “una gran población y
está cerca de aguas” y cerca de ella se encontraba “un pueblo grande orilla del río grande
que se llama Cipuaca”. Entre 1530 y 1560 éste sería uno de los territorios indígenas que los
españoles buscarían controlar y donde solían abastecerse de maíz para las entradas al interior
del país. Quesada a su paso por la región se “instaló en cómodos bohíos, en los que encontró
víveres en abundancia”. Si bien el poblado indígena más importante era Tamalameque,
existían tres poblados a orillas de ciénagas que se le enfrentaban por el control de la zona:
Sopatí, Sompallón y Cipuaca. Estos poblados fueron arrasados varias veces por los españoles
con la colaboración de los bandos en conflicto. (Sánchez, 2001: 12)

En unas de las tantas entradas realizadas a dichas poblaciones, se encuentra el secuestro


perpetrado por Alfinger contra al cacique Tamalameque, con el único fin de seguir
avasallando a los indígenas del lugar:

“Ya sobre la enorme laguna, los indios huyeron, unos a la selva y otros se refugiaron en
una isla cuyo centro se encontraba una pintoresca población, resguardada por centenares
de canoas, circunstancia esta que, (…) les infundía tal confianza, que impasibles y
sonrientes se asomaban a las puertas de las casas mostrando sus alhajas de oro (…) Y se
lanzaron al agua (los españoles) jinetes en sus corceles, semejando extraños y poderosos
seres a quienes nada ni nadie detenía (…) Cuando los sintieron cerca. Salieron en
precipitada fuga (…) Siendo aprisionados el Cacique Tamalameque o Comunujagua,
quien desde ese instante constituyó un valioso rehén para dominar a los demás Jefes que
opusieron resistencia. (Pino, 1991: 11).

En 1529, Vadillo se habría animado a tomar como esclavos a los indígenas y venderlos
mientras expropiaba de tierras y riquezas. Entre los 600 indígenas esclavos que se llevó a
Santa Marta figuró el niño indígena apodado Francisquillo el vallenato, al que educaron y
evangelizaron como europeo.5 Vadillo intentó sacar todo el oro obtenido y llevárselo a
España para él pero su barco naufragó en el mar Caribe. Fue nombrado García de Lerma
como Gobernador de Santa Marta por órdenes desde la Audiencia de Santo Domingo el 28
de febrero del mismo año, mientras que al alemán Ambrosio Alfinger fue enviado a Coro,
Venezuela en representación de la familia Welser.

Hacia 1531, García de Lerma envió a su hijo Pedro de Lerma a "apaciguar" a los indígenas
con aproximadamente 400 soldados, del cual gran parte era caballería. Pedro de Lerma logró
conquistar hasta la desembocadura del río Lebrija e imponer la encomienda para las regiones
de La Ramada y el Valle de Upar.(Gutiérrez H, 2000).

En una segunda expedición al valle de Upar, los hombres de Pedro de Lerma encontraron
muchos de los pueblos destruidos. El alemán Ambrosio Alfínger había atravesado la Sierra
de Perijá desde una expedición proveniente de la población de Coro. Alfinger, con afán de
obtener el oro y demás riquezas de los indígenas de la leyenda de El Dorado, recorrió el valle
del cesar de norte a sur exterminando aldeas indígenas y tomó esclavos a cientos de Chimilas
y Tupes. Alfinger ahorcó al Cacique Upar y quemó la poblaciòn llamada Eupari. Los
hombres de Alfinger practicaron la antropofagia con los indígenas muertos en combate,
como venganza a esa misma práctica por parte de los indígenas con los europeos.
Este contacto desafortunado para los indígenas hizo que quienes habitaban las riberas del río
César se dispersaran hacia otros territorios, mientras que algunos decidieron mantenerse en
el conjunto de ciénagas resistiendo el embate colonizador. Por otra parte, los españoles
comenzaron a hacer someros intentos para poblar esta área de Tamalameque, es así como por
recomendaciones de Armendaríz se fundó hacia 1544 la población de Santiago de Sompallón,
que luego desaparecería por causa de los constantes ataques indígenas, para dar paso a la
fundación de la ciudad de Tamalameque en 1560. En un cuestionario fechado en 1579 un
vecino de Tamalameque afirmaba:

… al capitán Valdés le pareció conveniente poblar en nombre de su majestad la ciudad


de Santiago de Sompallón que por estar sercana a un pueblo de indios llamado deste
nombre se le puso la ciudad. Hizole de cuarenta vecinos, los cuales vinieron sirviéndose
de algunos de los indios que a dicha ciudad estaban repartidas y defendiéndose de los
daños (Sánchez 2001: 13).

Como podemos apreciar, Tamalameque inicialmente fue un poblado indígena enclavado en


una isla en la Ciénaga de Zapatosa – muy seguramente Isla Grande – en donde habitaba el
Cacique Tamalaguatacao-Tamalameque, una especie de cacique indígena que gobernaba
toda esta región. Esa población fue trasladada varias veces durante el período colonial, tanto
por los propios indígenas como por los mismos españoles; como anotaba el oidor Tomás
López.

“a estado este pueblo en otros muchos sitios de la rivera del río Grande y a causa de ser
el que agora tienen en mejor comarca y mas cerca de la poblazón de los indios se
mudó”.

Si bien se reconoce el año de 1560 como fecha de fundación de la villa de San Miguel de
Tamalameque; al parecer entre 1550 y 1560 existió un poblado en la desembocadura del río
Cesar, que fue trasladado en 1560 y 1567. Un vecino de la población relata que el gobernador
Luis Manjarrés para 1560. (Pino, 1991; Sánchez, 2001)

“…pasificó y allanó la tierra y pobló en lugar más desviado de donde agora está esta
ciudad… una ciudad de treynta vecinos a quien puso su nombre de San Miguel de
Tamalameque, y allí estuvo seis años y habrá treze que a causa de poder favorecer mejor
a los que pasaban y poderse comunicar con ellos, algunos de los vecinos… salieron en
canoas diversas vezes a buscar sitio más cercano a este río y en efecto hallaron este
asiento… todos pasaron aquí está dicha ciudad en la barranca del rrío abrá treze años”
(Sánchez, 2001:14).

Período Colonial
Una vez sometidos los territorios de los pueblos indígenas que habitaron la región, se
estableció el sistema comercial colonial basado en encomiendas, lo cual determinó el
repoblamiento del valle y las zonas de montaña. Herrera (2002) señala a través de la
reconstrucción de la dinámica poblacional para las llanuras del Caribe, la manera en que estos
procesos de rebelión permitieron identificar los distintos grupos que habitaron el valle del
Rio Magdalena. Los procesos de colonización y resistencia se materializan en las zonas de
difícil acceso donde las condiciones del paisaje permitieron movimientos y exploración de
nuevos recursos para resolver las mismas necesidades. La ausencia de grupos nómadas o
seminómadas en las crónicas de la región, puede ser explicada por la amplia extensión del
territorio que posibilitó que muchos grupos se desplazaran o no entraran en contacto directo
con los escasos grupos de expedicionarios.

“Tiene siete Ciudades, y unos veinte y cinco pueblos de Indios , y varias razas. Sobre las
arenas y playa del mar del Norte está su Capital , dicha Santa Marta , á once grados , y diez
y siete minutos de latitud , y á quatro jornadas hácia el Oriente está la Ciudad del Rio de la
Hacha , situada también á la playa del mar. Tierra adentro está la Ciudad de los Reyes ,
vulgarmente dicha del Valle de Upar, por estar situada en dicho valle , famoso en el tiempo
de las primeras conquistas ; despues la Ciudad propiamente llamada la Nueva Valencia ,
mas vulgarmente Pueblo Nuevo. En los confines de la Provincia , hácia Medio dia , está la
Ciudad de Ocaña , la mejor Ciudad de toda la Provincia. Sobre las márgenes del Magdalena
está la Ciudad de Tamalaméque , que se halla á jornada y media baxando de Ocaña , ó por
tierra , ó por el rio mismo , desde Puerto Real.”

“Entre todas las Provincias de la América es singularmente acreedora del mayor aprecio la
Provincia de Santa Marta , por su antigüedad , por las riquezas y generos de comercio que
suministra , por su amenidad y comodidad para el tráfico , introduccion , y extraccion de sus
frutos , y ramos de recíproco comercio”.(Julian, 1980/1787: 5).

Uno de los poblados de mayor importancia estratégica en este momento, Tamalameque, llegó
a ser habitada por más de veinte vecinos y cada uno llegó a tener cerca de quinientos
indígenas encomendados. El modo de subsistencia por parte de los españoles era el constante
comercio de productos provenientes de España, y de otras regiones como Pamplona, Ocaña
y Vélez hacia el interior del reino a través del Río Magdalena. Del mismo modo, los
productos provenientes de dichos lugares eran luego trasladados hacia el mercado
Cartagenero. Las embarcaciones que utilizaban para dicho comercio eran hechas en un tipo
de cedro común a esta región. Poseían unos cuatro pies de ancho por sesenta pies de largo,
en las cuales, podían albergar más de 100 botijas (Tovar, 2003: 305-306). El oidor Tomás
López describe de la siguiente manera el comercio que se gestaba en la época:
“Los aprovechamientos que dan a sus encomenderos son hazerles sus casas en el pueblo de
madera y paja, en que viven y hazelles sus sementeras de mayz y cojello y llevalo al pueblo
en canoas. Demás desto suben en canoas las mercaderías que se traen de Granada y el
encomendero cobra de los mercaderes el interés que por el trabajo de los indios se da.
Algunos dan asimismo a sus encomenderos algunas joyas de oro baxo” (Sánchez, 2001:14).

La penuria, el maltrato, las enfermedades (viruela y sarampión) y las exigencias de la boga


diezmaron fuertemente la población indígena; tanto que para finales del siglo XVI un
encomendero reconocía que “no hay al presente la décima y aún la duodécima parte de los
indios que solía haber en la comarca de esta ciudad” (Reichel-Dolmatoff, 1951: 108;
Sánchez, 2001: 16; Tovar, 1993: 295).

Por otra parte hacia el año de 1850, la región comprendida entre San Alberto y la Mata en el
departamento del Cesar, era parte de la antigua provincia de Ocaña según lo reportado por la
Comisión Corográfica (Ancízar, 1984), los pueblos que integraban la provincia eran: Ocaña,
su capital, La Cruz (hoy Abrego), Buena Vista, Pueblo Nuevo, Río de Oro, San Juan de
Nepomuseno, San Antonio, Brotare (hoy Otaré), Teorama, Convención, Aspasica, La Palma
(hoy Hacarí), Puerto Real (hoy Puerto Nacional), Simaña, San Bernardo, Tamalameque,
Carmen (hoy El Carmen), Aguachica, Totumas, Ángeles (hoy Los Ángeles) y Corredor (hoy
Loma de Corredor) (Lemus, 1979).

En 1559 la población española en Valledupar reportaba 34 "vecinos encomenderos", todos


de sexo masculino. Las casas hechas de paja al igual que la iglesia.

Los primeros pobladores fueron Pedro Limpias, Lope Méndez, Juan de Pinillas, Antón
Sánchez, Ernando Montero, Francisco Hernández, Juan Riberos, Rodrigo Sánchez, Alonso
Pérez Tolosa, Sebastián García, Alonso Sánchez, Francisco Ruiz, Pedro Aníbal, Cristóbal
Gallego, Francisco Rioverde, Marcos Martín, Roy Pérez, Gonzálo Ruíz Tapias, Álvaro de
Castro, Juan de Paladines, Manuel López, Lozano Díaz, Andrés Mateos, Juan Gómez,
Alonso Dávila, Hernán González, Juan Esteban, Benito Ruíz, Diego Bueno, Pedro
Hernández, Juan Martín, Bartolomé Dalva y Diego Franco (Gutierrez H., 2000).

Valledupar se convirtió en el principal centro de españoles para la época ya que se


desarrollaron haciendas para la ganadería y la agricultura. La arquitectura colonial española
fue introducida en 1580 con la construcción de casas al estilo barroco por parte del
gobernador Lope de Orozco. Ese mismo año, los Chimilas y Tupes continuamente atacaron
el pueblo, asesinando a cerca de 50 hombres (Gutierrez H., 2000).

Los indígenas de la etnia arhuaca eran utilizados para labores de servidumbre en las casas de
españoles. Los primeros españoles se mezclaron con las indígenas de la servidumbre. Lope
de Orozco también impulsó la migración de españoles a Valledupar, con cerca de 200
hombres casados con su respectiva mujer y 200 solteros, sin contar los del ejército español
que operaba en la zona contra los indígenas (Gutierrez H., 2000).

Durante el siglo XVII, Valledupar tenía cerca de un centenar de habitantes, una reducción
que se debió a los constantes ataques de Tupes y Chimilas, además de las migraciones hacia
el interior del virreinato. Valledupar contaba con su iglesia parroquial y se construyó el
Convento de Santo Domingo. Igual en importancia tuvo la vecina ciudad de Valencia de
Jesús fundada por el capitán Antonio Florez en 1590 y que fue completamente habitada por
españoles durante esa época (Gutierrez H., 2000).

El 7 de marzo de 1609, Valledupar fue nuevamente sitiada por los Chimilas y destruida por
incendios. Los indígenas atacaron porque dos de sus mujeres fueron raptadas por españoles
y que tras una petición pacífica, no fueron devueltas, lo que desató la ira de la tribu. Igual
situación ocurrió con la vecina Valencia de Jesús (Pueblo Nuevo) en el que el resultado de
los ataques dejó 6 muertos. Hacia 1609 el entonces alcalde de Valledupar, Capitán Cristobal
de Almonacid, capturó al Cacique Perigallo, líder de la resistencia indígena Chimila y Tupe.
Muchos de los indígenas terminaron entregándose al sistema de la encomienda que operaba
en El Molino, Los Tupes y Chiriaimo (San Diego), entonces parte de la jurisdicción de
Valledupar. Además de las guerras entre españoles e indígenas, las epidemias como la gripe
y viruela acabaron con mucha de la población (Gutierrez H., 2000).

Los ataques mutuos entre españoles e indígenas continuaron. En una segunda gran incursión
contra Valledupar, los Chimilas y Tupes asesinaron parte de la población. La batalla dio
origen a la leyenda vallenata. El gobernador Lope de Orozco mandó a amurallar y proteger
la ciudad, y a lo que Juan de Castellanos llamó la "...primera ciudad amurallada en tierra
firme de la mar del norte". Ordenó también que las casas fueran reforzadas. Trazó las calles
y reconstruyó la iglesia para que resistiera ataques. Durante la gobernación de Lope de
Orozco, Valledupar se convirtió en la principal ciudad de importancia para los españoles, ya
que abastecia de alimentos a las poblaciones costeras de Riohacha, Cartagena de Indias y
Santa Marta, además de que concentraba mayor población que Riohacha o Santa Marta
(Gutierrez H., 2000).

A inicios de 1700 el virreinato decidió cambiar las funciones del teniente de gobernador por
el de "Pacificador de Chimilas y Tupes" y nombraron al criollo Salvador Félix de Arias, le
siguieron otros como el Maestre de campo José Fernando de Mier y Guerra, José Joaquín
Zúñiga, Agustín de la Sierra y Juan de la Rosa Galbán.5 Valledupar se mantenía
relativamente rezagada del resto del interior del virreinato debido a los indígenas. La ruta
entre Valledupar y el puerto de Riohacha era la más segura para los habitantes de Valledupar
para comunicarse con Santa Marta (Gutierrez H., 2000).
el Capitán Salvador Félix de Arias logró fundar algunas poblaciones entre 1700 y 1708 en la
entonces jurisdicción del Valle de Upar después de llegar a un acuerdo con el Cacique
Ponaimo Sasare y otros caciques de la región. Fundó Espíritu Santo (Codazzi), La Paz,
Villanueva, El Molino y San Juan del Cesar. Hacia 1739 la jurisdicción eclesiástica de
Valledupar abarcó El Molino, Fonseca, Villanueva, Urumita, Atánquez, Los Pondores,
Dibuya, Los Tupes, San Juan del Cesar y Becerril (Gutierrez H., 2000).

Durante el período colonial toda esta región estuvo bajo la jurisdicción de la villa de Becerril
Con el nombre de Hato de San Bartolomé, establecido por el Capitán Bartolomé de Aníbal
Paleólogo Becerra. Su padre, Vicencio de Aníbal, también conquistador, había recibido en
capitulación estas y otras tierras, cuyos derechos le dejó como herencia.

El 16 de agosto de 1602 los españoles establecieron una Encomienda de indios chimilas en


la región y El Paso quedó bajo la jurisdicción de la ciudad de Valledupar.

El Paso fue la principal población de la región hasta 1824, cuando por Ley del 25 de junio
fue creado el Cantón de Valencia de Jesús, segregándolo de la jurisdicción de Valledupar.

Wilhelm Sievers rescata los relatos de viajeros en la segunda mitad del Siglo XIX, que vio
renacer entre los medios intelectuales y científicos europeos un gran interés por la Sierra
Nevada de Santa Marta. Muchos testimonios y descripciones de los conquistadores y sus
cronistas de los siglos XVI y XVII sobre este peculiar sistema montañoso del Caribe
colombiano, se habían olvidado o reposaban cubiertos de polvo en los anaqueles de viejos
archivos y bibliotecas. Del esplendor de sus antiguos ocupantes, los Tairona, sólo quedaban
en esa época vagos recuerdos, muchas veces harto distorsionados, en la memoria colectiva.
Poco se sabía de los descendientes de los sobrevivientes nativos del holocausto de 1599,
cuando los españoles suprimieran a sangre y fuego la última gran rebelión de los aborígenes
de las vertientes norte y noroccidental de la Sierra.

La Guajira y la cuenca del Cesar-Rancherìa.

Los goajiros o guajiros5 , como fueron llamados de manera indiscriminada durante los siglos
XVI, XVII, XVIII, XIX, e incluso a comienzos del XX, formaron una “nación indígena”6
que desde el siglo XVIII se reconoce con el etnónimo de wayúu que, como es común, entre
ellos significa gente. Hablan una lengua arawak, wayúunaiki7 , de la cual hoy se cuentan
cerca de trescientos mil hablantes en la península y sus alrededores (Oficina Central de
Estadística 1995). Las autoridades gubernamentales hicieron varios intentos fallidos entre los
siglos XVI y XVIII para reducirlos y controlarlos a ellos y a sus territorios a causa del interés
colonial sobre los recursos naturales y las rutas comerciales a través de la península, y por su
importancia para el orden político. Los esfuerzos posteriores de los gobiernos de Colombia
y Venezuela para tomar el control de sus tierras han pasado por muchos eventos y políticas
que incluyen la creación de un barrio en Maracaibo, para atraer a la población indígena a la
vida urbana (Arébalo 2004; Barrera 1998, 2000; Bishof 1968; Byrd 1970; de la Rosa 1945;
Douglas 1974; Grahn 1995; Guerra 2001; Helg 2004; Herrera 2002; Isaacs 1951; Jahn 1973;
Kuethe 1970; Martin 1977; Moreno y Tarazona 1984; Nectario 1977; Nicholas 1901; Otte
1977; Paz 2002; Picon 1983; Polo 1999, 2000; Reichel-Dolmatoff 1977; Saether 2005;
Simons 1885; Valdeblánquez 1964; Vásquez 1990: Vásquez y Correa 1986). En el presente
continúan enfrentando presiones culturales (simbólicas, rituales), políticas (retos a la
identidad, nuevas formas de autoridad y contrastantes sistemas para los procedimientos de
toma de decisiones y resolución de conflictos, además de la penetración paramilitar con gente
procedente de Antioquia en el territorio Wayúu), y sociales (relaciones con comunidades
internacionales árabes, indígenas y afro.

Wiwas, Wanebukanos y Cocinas

Siguiendo por la llanura del río Cesar, en su cercanía con la Sierra Nevada de Santa Marta,
se comienza a notar el cambio de clima y vegetación de La Guajira. Los testimonios de los
cronistas hablan de naturales llamados Guenabucanes, (Wuanebukan), Goajiros y Cocinas
(Castellanos, 1930ª:383-ss, 1930b:450, Simón, Tomo II, CAP. 1, Pag, 4)

Los Wanebukan tenían por vecinos en las faldas norteñas de la Sierra Nevada a los Tairo
(Tairona) y colindaban con grupos de Kusi’ na hacia el oriente. Su hábitat se extendía entre
el triángulo formado por el río de el hacha o Ranchería, las faldas de la Sierra Nevada de
Santa Marta y la Costa del mar Caribe. Datos y detalles sobre las características etnológicas
y etnohistóricas de los Wanebucan ya han sido suministrados por G. Reichel-Dolmatoff
(1951:98-ss).

Castellanos da cuenta de que los hombres Wanebubukan utilizaban de atuendo sólo un


cubrepene de calabazo o algunas veces de oro, que practicaban la pesca con maestrìa y
organizaban sus ciudades de tal forma que agradaba a la vista de los españoles (Castellanos
1930ª:383).

Fray Pedro Simòn cuenta la historia de un ataque al pueblo de Santa Ana, que tiene por
vecinos a las comunidades indígenas de los Anatos, Guanebucanes y Cocinas (Simòn, V,
Cap. XXIV, pag. 45) Dicho ataque es llevado a cabo por indígenas del pueblo de Macorà o
macorìes, quienes después de atacar a Santa Ana que es un poblado de ganaderos, Se infiere
que los Macories, se desplazaron de otro lugar a llevar el ataque, y por lo dicho más adelante,
que al salir victoriosos, fueron a apoderarse de las perlas de los pescadores, los cuales
tuvieron que tomar sus canoas y dirigirse al rìo del Hacha. Se concluye que los Macorìes
conocían los sitios donde se pescaban las perlas y no habitaban muy lejos de Santa Ana,
población esta que quedaba en una tierra apta para la ganadería, non muy lejos del rìo del
Hacha, hoy Rancherìa.

BIBLIOGRAFÍA

Aguado, Fray Pedro. Recopilación Historial. Primera Parte. Tomo I. Págs 163 y 164.
Academia Colombiana de Historia. Bogotá, 195.

Antonio Julián (1787) - La perla de América: Provincia de Santa Marta. - Madrid: Antonio
de Sancha, 1787.

Gutiérrez Hinojosa, Tomás Darío (2000), Valledupar Música de una Historia, Bogotá:
Editorial Grijalbo LTDA, ISBN 958-639175-2.

Reichel-Dolmatoff, G. & A. 1959. La Mesa. Un complejo arqueológico de la Sierra Nevada


de Santa Marta. En: Revista Colombiana de Antropología VIII: 159- 214. Bogotá

Reichel-Dolmatoff, G. & A. G & A. 1997. Contactos y cambios culturales en la Sierra


Nevada de Santa Marta. En: Estudios Antropológicos. Biblioteca Básica colombiana N° 29.

Sievers, W (1986) Los indigenas arhuacos en la Sierra Nevada de Santa Marta. (1986):
Boletín Museo del Oro. Núm. 16

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