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Sin embargo, puede afirmarse con alguna certeza que el hombre llegó al territorio
colombiano al menos hace unos 10 o 12.000 años, siguiendo un camino que venía
del norte. Sus antecesores habían cruzado milenios antes el estrecho de Bering;
ahora estos grupos, sobre cuya cultura poco sabemos pero que vivían sin duda de
la pesca y la recolección de alimentos silvestres, cruzaban el Istmo de Panamá y
el Darién en dirección al sur; restos humanos de este periodo se han encontrado
incluso en la sabana de Bogotá1. Pero es probable que desde antes hubiera
habitantes en Colombia; el hecho de que el Perú tuviera hombres hace al menos
22.000 años así lo sugiere2.
Estas culturas del maíz del occidente colombiano formaron un complejo que se
expandió probablemente hacia el interior, en especial alrededor del núcleo Calima.
Se trataba de comunidades agrícolas sedentarias, sin un poder centralizado, con
habitantes que vivían dispersos en medio de las parcelas, con cierto grado de
estratificación social y de especialización laboral. La cultura vio el surgimiento de
formas de religiosidad con ídolos, templos y sacerdotes, cementerios y prácticas
shamanísticas, así como indicios del culto al jaguar que se presenta en casi todos
los sitios donde es probable la influencia mexicana.
Más avanzados fueron los habitantes del Sinú y el San Jorge: su cultura, que dejó
cerros funerarios, que usó la técnica del oro hueco vaciado, no tiene precedentes
locales, y se ha sostenido que debió de originarse en el Valle del Cauca, con
algunas de cuyas culturas (sobre todo los quimbayas) tiene ciertas semejanzas.
La agricultura Sinú alcanzó niveles de desarrollo muy altos, hasta el punto de usar
en forma habitual sistemas de riego que suponían la existencia de fuerza laboral
organizada por autoridades suprafamiliares. A la llegada de los españoles
formaban todavía una cultura viva y densa, que no soportó el contacto con los
invasores europeos.
Hacia fines del primer milenio después de Cristo, muchos de los valles andinos
habían sido ya ocupados por poblaciones agrícolas, y se daba ya cierto comercio
Como ya se ha señalado, la costa fue uno de los sitios poblados desde las épocas
más lejanas. En el momento de la llegada de los españoles se encontraba
habitada desde La Guajira hasta el Darién por un conjunto de pueblos de diversos
orígenes, idiomas y grados de desarrollo. La Guajira probablemente no se hallaba
poblada muy densamente: el clima podía ser ya similar al actual, que hace muy
difícil la agricultura e impide por lo tanto un crecimiento demográfico notable. Los
guajiros actuales son de origen y lenguaje arawak; es probable que las
comunidades encontradas por los españoles lo hayan sido también, así como los
indios de Ranchería y de algunas de las estribaciones de la Sierra Nevada. Más al
sur, los indios del Valle de Upar (ríos Badillo, Guatapurí y Cesar) parecen haber
conformado muy densas poblaciones, por los informes de los cronistas y
conquistadores, pero poco se sabe de su cultura, pues desaparecieron muy
rápidamente.
del San Jorge y por último Canufaná entre el San Jorge y el bajo Cauca. Sin
embargo, es probable que se tratara de relaciones puramente culturales y
basadas en afinidad lingüística, religiosa, etc.; no hay indicios fuertes de que se
tratara realmente de tres grandes reinos, y lo más probable es que los indios
vivieran en pequeños reinos separados, gobernados por caciques permanentes; la
posible superioridad del cacique del pueblo de Cenú (o de la cacique, según
resulta de varias versiones) puede haber sido esencialmente religiosa. La
agricultura, como la de los taironas, había llegado al punto de utilización de
sistemas de riego, lo que indica la presión de una densa población; la existencia
de especialistas orfebres -que mezclaban, según Fernández de Enciso, el oro con
plata-, la presencia de especialización regional y de un activo comercio sugieren
un desarrollo económico notable. El más importante especialista, Gordon, sostiene
con base en argumentos económicos, ecológicos y geográficos que la población
podía muy bien haber sido cercana al millón de habitantes; sin embargo, cuando
Heredia, entró a conquistarlos, en 1534, la población había disminuido y los indios
aludían a epidemias recientes que habían traído la muerte a muchos habitantes de
la zona. Es probable que las expediciones anteriores y contactos indirectos con los
españoles hubieran servido para propagar enfermedades europeas en la zona,
antes de la llegada misma de los conquistadores. Pero no todos desaparecieron:
todavía hoy se encuentran algunos descendientes de estas tribus en el alto Sinú;
sus rasgos culturales actuales, así como los relatos de la época de la Conquista y
la demás información disponible, indican que se trataba de un grupo diferente de
los caribes5.
Grupos caribes parecen haber habitado la región occidental del golfo de Urabá.
Varios autores, sin embargo, consideran dudosa la filiación, que se basa en la
resistencia ofrecida por los indios a las primeras poblaciones españolas en 1510,
al carácter belicoso y el uso de flechas envenenadas; el nombre geográfico de
"Punta Caribana" en el golfo fue relacionado por los cronistas y escritores desde el
siglo XVI con la existencia de indios caribes. La situación es muy confusa por la
dificultad para ubicar los pueblos mencionados por cronistas y conquistadores: el
cacique Urabá aparece en algunas fuentes como perteneciente a la zona de la
Punta "Caribana"; en otras se le relaciona con el grupo Sinú, y se denomina Urabá
a la parte occidental del golfo sin la Punta Caribana. Como se trataba de una zona
de frontera cultural, que bordeaba con los pueblos chibchas del Darién, con los
habitantes del Sinú, con contactos con Dabeiba, y sometida a la presión caribe, no
es de extrañar que los cronistas nos hayan dejado imágenes contradictorias, que
no podrían precisarse sin estudios arqueológicos muy detallados.
Mejores informaciones existen sobre los habitantes de las bocas del Atrato, hasta
el cabo Tiburón: eran indios del mismo grupo de los habitantes de Panamá y
Costa Rica conocidos como Cuevas, todos los cuales hablaban un lenguaje
chibcha. Los Cunas, descendientes de estos grupos, hablan hoy un idioma de esta
rama. Estos pueblos tenían una sociedad bastante jerarquizada: cada pueblo
estaba gobernado por un cacique hereditario (llamado quevi; la palabra cacique es
de las Antillas, introducida por los españoles), que era acompañado por jefes
secundarios. También existía una especie de aristocracia hereditaria. El gobierno
Existe cierto acuerdo fundamental entre los antropólogos para identificar a los
diversos grupos existentes en las vertientes y el Valle del Magdalena, al menos
desde la región de Simití hasta Neiva, como comunidades caribes, que habían
realizado una penetración reciente a lo largo del río y sus principales afluentes.
Así, entre éstos se mencionan Chiriguanos, Sondaguas, Pantagoras, Yarigüíes,
Pemeos, Opones, Carares, Muzos, Colimas, Panches y Pijaos. Las delimitaciones
entre estos grupos no son muy exactas y en gran parte convencionales. Los
documentos de la época, por ejemplo, mencionan a veces a los colima como un
pueblo muzo; por otra parte, la toponimia de las regiones muzo y colima es
bastante similar a la de los panches, que a su vez resultan difíciles de diferenciar,
hacia el sur, de los llamados pijaos.
Algo inesperado resulta el hecho de que no hubieran sido usados, según los
testimonios más antiguos, el arco y la flecha; parece que la utilización de este
armamento se había difundido, de norte a sur, más o menos hasta donde
limitaban los llamados panches con los pijaos12. Si esto puede llegar a implicar
una diferencia de filiación cultural es algo que no puede decirse aún y sigue como
un problema abierto a investigaciones futuras.
En la parte alta del valle del Magdalena habitaban poblaciones que recibieron
bastante atención de los primeros cronistas, pero éstos, más que descripciones de
sus usos y costumbres, nos han dejado un vivo recuento de la dura oposición a los
españoles, bastante novelado y lleno de intrigas y leyendas, entre las que se
destacan las historias de la Gaitana y Pigoanza. Los grupos principales
mencionados por conquistadores y documentos son los Yalcones, en la ribera del
río La Plata, los Timaná entre el Magdalena y el río Suaza, y los Páez, en la ribera
del río de su nombre (actuales municipios de Inzá, Páez y Toribío). Las
descripciones de los cronistas no se cansan de insistir en su canibalismo; llevaban
incluso vasijas a las batallas para cocer a los prisioneros. Practicaban la
deformación craneana y según algunas crónicas eran sodomitas; usaban las
cabezas de los vencidos como trofeos. Cultivaban maíz y papa, como bases de
alimentación. Parece que tenían caciques hereditarios, lo que coincide con el
tamaño de sus agrupaciones, mucho más amplio que los grupos tribales: para los
Yalcones, por ejemplo, ha calculado Friede una población de unos 25.000
habitantes en el momento de la conquista13.
Por algunos de los rasgos anteriores han sido clasificados como caribes por la
mayoría de los investigadores, pero hay al menos dos argumentos para mantener
esta afiliación como dudosa: la carencia de arcos y flechas y el caso de los Páez.
Estos son descritos por los cronistas con términos similares a los Yalcones y
Timanás, y las alianzas entre los tres grupos contra los españoles son lo
suficientemente frecuentes como para suponer algún parentesco étnico o cultural.
Ahora bien, la lengua páez ha sido clasificada como chibcha, y se ha sugerido
incluso que los grupos páez representan una modificación de la cultura conocida
como de Tierradentro (desaparecida ya cuando llegaron los españoles y
caracterizada por amplias cámaras funerarias subterráneas) o hasta como
descendientes del antiguo grupo de San Agustín. Esto lleva a pensar en la
El grupo sacerdotal recibía una preparación especial y practicaba los rituales a las
divinidades del grupo, entre los que se deben mencionar los sacrificios humanos al
Sol, de los que eran víctimas principalmente niños y prisioneros de guerra. Las
tradiciones chibchas daban especial importancia a un educador y legislador,
Bochica, quien habría enseñado, entre otras cosas, la técnica del tejido. La religión
parece haber girado alrededor de deidades creadoras y de diosas femeninas
maternas, protectoras de la agricultura. Sobre todas estas tradiciones y leyendas
dejaron los cronistas un extenso y confuso relato, muy importante pero que cae
por fuera del tema de este trabajo.
agrícolas, mientras dejaban la otra para fiestas y consumo de hayo -y eran "gente
muy perdida para cantar y bailar a su modo"- y la última para el goce con sus
esposas19. En sentido contrario, toda innovación que llevara a una utilización de
la tierra que disminuyera la intensidad del uso de la mano de obra y la capacidad
de alimentación de la población -como por ejemplo la eventual introducción de
ganado- iba por fuerza a producir una drástica disminución de la población
indígena.
Los habitantes del norte del Chicamocha, en la región de Pamplona y los valles
del Zulia y el Táchira recibieron de los españoles el nombre colectivo de
Chitareros, y aunque poco se sabe sobre su forma de vida y sus costumbres, la
escasa evidencia indica que se trataba de comunidades indígenas con cierta
afinidad y con lenguas y dialectos más o menos similares. Las características
señaladas por los cronistas no permiten su clasificación dentro de ninguno de los
grandes grupos en los que se ha intentado dividir la población indígena del país.
Según Aguado no tenían cacique permanente, sino que escogían para cada
guerra "al más rico y valiente" de cada pueblo. Pero estos datos son inseguros,
pues la conquista de los chitareros fue muy lenta y es probable que representen
una generalización arbitraria de rasgos encontrados en algunas comunidades 22.
Documentos algo tardíos -de finales de siglo- indican, contra lo afirmado por
Aguado, que por lo menos en algunos pueblos tenían caciques permanentes y
hereditarios (por vía paterna en la mayoría de los casos, pero se encuentran
menciones de herencia matrilineal), e incluso que pagaban a éstos tributos en
trabajo (labranzas) y, en menos ocasiones, en mantas23.
Desde los primeros encuentros con los habitantes del actual territorio colombiano
los europeos manifestaron una gran sorpresa por el elevado número de los
indígenas con los que entraban en contacto. En varias regiones del país, como el
Darién, el litoral Atlántico entre Cartagena y Santa Marta, los valles del Cesar y del
Cauca, la altiplanicie cundiboyacense, etc., los españoles tropezaron con densas
poblaciones, a las que se refirieron con los más exaltados adjetivos.
Por otro lado, los mismos conquistadores, con ocasión de sus enfrentamientos
armadas con los indígenas, dieron frecuente testimonio del volumen de los
ejércitos con los que tenían que luchar, y son habituales las menciones de 10, 15
o 20.000 combatientes, que indican pueblos muy numerosos, si se tiene en cuenta
que raras veces los indios de grupos diferentes se unieron para luchar con los
invasores. Con base en estas informaciones, los cronistas y algunos historiadores
posteriores calcularon en forma aproximada la población de grandes regiones del
territorio ocupado por los indios, señalando cifras cercanas a un millón de
habitantes, por ejemplo, para los pueblos chibchas y para los habitantes del actual
territorio antioqueño, o de 1.500.000 indios para el valle del río Magdalena.
Estas afirmaciones han sido discutidas con mucha frecuencia, y en los últimos
años han sido consideradas tales cifras excesivas por estudiosos como Angel
Rosenblat, R. Kroeber y en especial Jaime Jaramillo Uribe27. Para ellos, estas
cifras representan cálculos imprecisos y exagerados, que reflejan el deseo de los
españoles de exaltar su valor al someter con pocos efectivos numerosas
poblaciones. Además, se han señalado que las investigaciones arqueológicas no
han demostrado la presencia de restos y ruinas de tal magnitud que permitan
suponer la existencia de poblaciones tan altas. Por otra parte, estos autores
consideran que ni el grado de desarrollo social, ni la tecnología disponible para la
producción de alimentos permitían un crecimiento demográfico muy grande.
Entre 1501 y 1535 prácticamente todos los contactos entre españoles se dieron en
la costa Atlántica y las sabanas adyacentes. En algunas regiones la población
indígena fue víctima de continuas expediciones esclavistas; la resistencia de los
nativos fue muy violenta y los españoles usaron una y otra vez medidas bastante
destructivas contra los rebeldes: incendio y destrucción de pueblos, eliminación
física de la población, quema y arrasamiento de cultivos, etc. Ejemplos de esto se
dieron en la gobernación de Pedrarias Dávila, en los encuentros iniciales con los
indios de Calamar y de Santa Marta y en la expedición de Alfinger por el valle del
Cesar. La crueldad de las formas de lucha contra los indios resulta en estos casos
imposible de exagerar. Fuera de esto, se presentaron los usuales efectos del
contacto, entre españoles e indígenas: epidemias, enfermedades, muerte de
indios sometidos a trabajos desacostumbrados, desorganización de la vida social
y familiar de los indios.
En todo caso, las cifras del cuadro adjunto logran dar una idea, así sea vaga, de la
magnitud del indiscutible proceso de destrucción de las poblaciones originarias del
territorio actual del país. Esta destrucción obedeció a causas múltiples y muy
variadas, entre las que vale la pena destacar el comercio de esclavización, la
muerte violenta en enfrentamientos militares, enfermedades, disminución de las
tasas de natalidad de los indígenas a causa de cambios en la estructura de la
población y del alejamiento de varones, la expansión de prácticas anticonceptivas,
abortivas o infanticidas, los efectos del trabajo servil (muertes por castigos,
maltratos, trabajos muy pesados; debilitamiento, etc.); destrucción de la economía
indígena por el saqueo, el arrastramiento de las sementeras, la negativa a
sembrar por parte de los mismos nativos y, por último, los suicidios individuales o
colectivos de los indios. Al lado de estos factores de disminución real de la
población indígena, hay que considerar, aunque durante este periodo su efecto
1. Datos de Fray Jerónimo de Escobar, Codoin; Vol. 41, 438-92.Las cifras sobre
Riohacha y santa marta son de castellanos, II, 293 y 351; y las de Santa Fe y
Tunja, de Oviedo, III, 125.
2. Cifras de López de Velasco, provenientes en general de visitas efectuadas
entre1558 y 1562.
3. Cálculo de Fray Francisco de Santa Marta en 1544 (DIHC, VII, 37)
4. Varones adultos; se trata de una cifra menos confiable que las demás de López
de Velasco.
5. Cifras dadas por Pedro Simón, III, 58-63; IV, 39-57. El dato para Vélez y Guane
parece muy alto, pero otros testimonios del siglo XVI concuerdan con él
(Castellanos, IV, 332)
6. Simón, III, 293 y ss. Seorigina probablemente en un testimonio enviado a
Armendáriz al poco tiempo de la conquista.
Estas causas operaron en grados muy diversos según el carácter de cada grupo
indígena y las condiciones de su conquista. Donde la población activa resistió con
vigor a los españoles, la disminución estuvo más ligada a la guerra misma; donde
el dominio español se implantó rápidamente fueron más importantes los efectos
del trabajo servil y de la desintegración de las comunidades y familias indígenas.
El relato de la conquista de las principales comunidades del país permitirá señalar
en forma concreta algunos aspectos de este proceso de despoblación.
Por lo que sabemos, todos los pueblos conocidos del territorio colombiano habían
descubierto ya la agricultura, y casi todos los grupos la practicaban en forma
continuada, habiendo establecido para tal efecto hábitos de ocupación sedentaria
del suelo. Sólo algunos pueblos de los Llanos (fuera de la región amazónica,
desconocida en el siglo XVI) realizaban su agricultura en forma que podemos
considerar itinerante. El desarrollo de la tecnología agrícola describía una serie
continua, desde los agricultores de playones que no ejercían ninguna preparación