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Leer, escribir, pensar…

Publicado el enero 29, 2020 por Rodolfo Alberto López Díaz

Ernest Hemingway escribiendo.

Cerca de 30 años de experiencia docente, múltiples cuartillas tachonadas, algunos libros publicados,
investigaciones referidas al pensamiento crítico, ser testigo de las dificultades en la comprensión y la
producción de textos o de los aprietos en la argumentación en estudiantes de pregrado y posgrado y
los muchos libros leídos, pueden ser (creo) motivos para aseverar que definitivamente en la educación
académica de lo que se trata es de LEER, ESCRIBIR Y PENSAR. En esta tríada está la esencia.
Leer, escribir y pensar y enseñar (en lo posible) a leer, escribir y pensar es lo que en esencia contribuye
a una buena educación académica.

Edmundo Husserl en Lógica formal y lógica trascendental afirmó que el pensamiento siempre se hace
en el lenguaje, ligado a la palabra. Pensar, decía, es siempre un acto lingüístico, un uso del lenguaje.
Dicho de otra manera, no se puede pensar sin lenguaje y el lenguaje expresa el pensamiento. Vygostki
compartirá este axioma y con ello le dará todo un vuelto al desarrollo de la escolaridad moderna. Por
su parte, Walter Ong, en Oralidad y escritura, defiende la tesis según la cual la escritura es una
tecnología que forma y reestructura el pensamiento; escribir da consistencia al pensar. En similar
condición, Etienne de Condillac expresaba que el arte de razonar se reducía a un lenguaje bien hecho.
Como quien dice, pensar es un bien decir y para dominarlo las dos herramientas sustantivas son la
lectura y la escritura. De hecho, se piensa no solo sobre lo que se experimenta sino sobre lo que los
otros experimentan; los libros son la resonancia de la humanidad, leer es acoger esas resonancias y
comprenderlas; escribir viene a ser, en esta sucesión cognitiva, interpretar y valorar lo comprendido.
Pensar, pues, es el dominio lingüístico de sí y de la cultura obtenido por procesos rigurosos y regulares
de comprensión, interpretación y valoración.

Si lo hasta aquí dicho es aceptado, entonces aceptado será que pensar, leer y escribir precisan de
hábitos, esto es, de procedimientos frecuentes llevados a nivel de conciencia y ejercitados según
algunas estrategias para su mejor resultado. De esta manera significado, el hábito ya no será una mera
rutina sino una pericia, producto de la experiencia. Por lo tanto, quien piensa con rigor y claridad, hace
suyas ciertas habilidades de lectura y de escritura, las que le llevan, efectivamente, a la solidez del
intelecto.

Y aunque pueda sonar a perogrullada, algunas habilidades de lectura y escritura sobre las que vale la
pena recabar y enseñar con insistencia, para darle vigor al pensamiento, pueden ser:

· Leer. Sí: leer. Dedicar un tiempo (palabra clave) a sentarse, recorrer en detalle y con paciencia
(otra palabra clave) un texto. A detenerse en las palabras, oraciones, frases, títulos, subtítulos, pies de
página, índices temáticos y bibliografía que ese texto proporciona. Imposible mejorar la capacidad de
lectura si no se lee así. En esto está la llave de bóveda del pensamiento. De hecho se piensa sobre lo
que otros han pensado. Nadie piensa sin conocimiento ni tradición; pensar es conocer la herencia. Para
efectos de la didáctica, menester será leerle a otros y que ellos lean en el aula. Dar el tiempo y el
recogimiento para que la lectura fluya.

· Subrayados y anotaciones de lo leído. Desde las viejas tradiciones de las abadías, la lectura de la
palabra escrita está atada a la escritura. Leer no es solo detenerse en la palabra allí puesta, fonetizarla y
rememorarla; también es volver sobre lo leído para amasar un sentido (significado, dirección, en su
etimología) con subrayados y comentarios o glosas. Se subrayan ideas y se comentan párrafos; los
esquemas serán del texto en su conjunto. Así, cuando se subraya o se escribe algo a propósito de lo
leído se piensa con distancia y parsimonia. Pensar es una suerte de observación atenta desde la
distancia. Qué mejor, desde esta propuesta, que un docente enseñe a subrayar, glosar y hacer esquemas
desde su propia experiencia, contando los secretos de su hacer, los errores de su práctica lectora o, si se
quiere, mostrando cómo escritores de oficio lo han hecho. Por ejemplo las correcciones que hacen los
novelistas a sus propias obras, leyendo no para complacerse en su creación sino buscando el desliz, el
vacío, la incoherencia, la repetición. Incluso, tener a mano y mostrar (esto es clave en la didáctica de la
lectura, la escritura y el pensamiento) cómo corrige un editor un documento.

· Contextualización de lo leído. Se lee desde un tiempo y sobre un tiempo. Las condiciones


políticas, económicas, religiosas o morales impregnan a los textos y lectores. Cuando se leen palabras
se leen creencias, intereses y sesgos; vidas privadas y plazas públicas. Podría atreverme a decir que
pensar es hacer visibles los matices, los claros oscuros, aquello que está entre líneas y detrás de las
líneas (al decir de Cassany). Pensar es mirar con lupa. Para la esfera educativa, consultar líneas de
tiempo, paradigmas de una cultura, asociaciones a las que pertenecía el autor, otros autores y obras
opuestas al texto leído, entre otros, permiten desarrollar la lectura de contextos. De hecho cuando se
lee en conciencia de los tiempos (el mío y el del texto) la comprensión se torna en horizonte.

· Algunas ideas a partir de lo leído. Este puede ser el momento para “levantar la nariz”. Ahora sí.
En las etapas anteriores dominó el texto: la intento operis que tanto expone Eco cede su trono,
ahora, a la intentio lectoris. Es la etapa en la que Perseo toma la cabeza de Medusa: ya el lector ha
dominado al texto. Si en un inicio con paciencia de buey se recorrió el texto, se transitó por sus celdas
y pasillos, sucede a continuación otra situación: se proponen ideas sobre lo leído; se escriben aquellas
palabras, conceptos, hipótesis que el moviento de la mente viene procesando. Pensar entonces es la
esquematización de las pulsiones interiores que se venían gestando. Pensar es sacar, afuera y con
orden, la simultaneidad de imágenes, percepciones, ideas, frases que estaba allá recogidas, agazapadas
en una especie de gramática interior. Pensar, parafraseando el mito platónico, es sacar a la luz y en
secuencia una interioridad convulsionada. Esta estrategia puede fortalecerla el docente con diálogos
abiertos, “lluvias de ideas” y mapas mentales. Así se irá aprendiendo desde el aula que la concepción
de ideas, frases, pensamientos, categorías y juicios es una pausada masticación que exige ante todo
enfocar la mente en aquello que se lee; que el pensamiento, como la creatividad, es más resultado de
una parsimoniosa deglusión que una combustión espontánea. Pensar, leer, escribir, se parecen más a
labrar un terreno que a prender una hoguera.

· Plan de escritura. Posiblemente inicie acá, de manera más formal, el advenimiento de la escritura.
Cuando se ha leído como arriba he acotado, la escritura tendrá mejor consistencia, iniciando con un
plan que a mi juicio es la estrategia más necesaria, útil y eficiente para escribir en cuanto que se
escribe con ideas y en un cierto orden. Eso es un esquema: la representación depurada, ordenada
y secuencial de las ideas y momentos ejes de un escrito. Cuando se llega al esquema -después de
tanteos, borradores, tachones- se tiene el nervio de lo que a continuación serán palabras en párrafos.
Los esquemas precisan el pensamiento; el pensamieto se precisa en esquemas; un esquema de ideas es
algo así como la fotografía del razonamiento. Tal esquema, considero, sí es necesario verbalizarlo,
presentarlo en el aula, exponerlo para que sea retroalimentado y fortalecido.

· Borradores. Creo que la mejor definición de escritura es borradores sucesivos. No es nada nuevo
aunque en la educación no se cumple: escribir es un continuo, un proceso infatigable de pensar, leer,
tachonar, pensar, reescribir, reescribir… Una labor solitaria y tenaz en la que se enfrenta a un monstruo
de mil cabezas con el torso desnudo. Por lo mismo, quien escribe piensa con severidad. Pensar connota
someter las ideas a la tensión de la hoja en blanco. Labor del docente será leer con ojo de editor y
proveer espacios para que cada dia o semana algo se escriba y reescriba; no se tratará, en absoluto, de
escribir mucho sino una o algunas páginas que resistan el juicio de un lector ajeno.

· Edición. Finalmente habrá que sitiar, ponerle término al continuo. Se “culminará” el proceso del
pensamiento con el texto publicado. La escritura en “limpio” saldrá a la luz y ya será de otros. Pensar
puede concebirse, en esta perspectiva, como una maduración de ideas y juicios bien dispuestos en un
texto claro, coherente y sugestivo. De alguna manera, una institución educativa viene a ser la memoria
de muchas publicaciones.


Las anteriores son apenas algunas propuestas fruto del quehacer de años. El hecho es que la educación
académica y en ella la didáctica de la lengua escrita, retomando a Dewey, consiste en la formación de
hábitos de pensamiento vigilantes, cuidadosos y rigurosos y que desde la lectura y la escritura el
pensamiento piensa mejor

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