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invita a la propia Turquía, así como al resto del mundo, a pensar qué rol
otros Estados.
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La Política Exterior de Turquía
en la Primavera Árabe
Micaela Finkielsztoyn 1
Las bases de la política exterior de Turquía como Estado moderno pueden rastrearse
hasta Kemal Atatürk, fundador de la República, quien –abogando por la construcción de un
Estado a partir de las ruinas del Imperio Otomano- sostenía el ideal de “paz en el interior y en
el exterior”, que se materializaba a través de dos grandes políticas: la primera, el aislacionismo
y el no alineamiento; y la segunda, la construcción de una Turquía fuerte, soberana, capaz de
insertarse plenamente en la comunidad occidental de naciones, hecho que implicaba echar
por tierra siglos de herencia otomana e inclinarse hacia la consecución de un Estado laico y
secular, siendo la clase militar garante de estas últimas cualidades.
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La autora es Licenciada en Letras de la Universidad de Buenos Aires y Maestranda en Estudios Internacionales de
la Universidad Torcuato Di Tella.
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Estados Unidos, quien invocando la Doctrina Truman, procuró mantenerla de su lado del
mundo por todos los medios, proveyendo asistencia económica, como parte del Plan Marshall,
y militar. Turquía respondió interviniendo en la Guerra de Corea a favor de los Estados Unidos
y sumándose a la OTAN en 1952. A lo largo de la Guerra Fría, Turquía se mostró como un
aliado crucial para el mundo occidental, con quien profundizó lazos de cooperación
sumándose al Consejo de Europa y a la OCDE, entre otros, permitiendo incluso el
emplazamiento de misiles estadounidenses en su suelo, que fueron aquellos que desataron la
discordia durante la Crisis de los Misiles.
Con la disolución de la Unión Soviética, Turquía se encontró una vez más –y como a
fines de la Primera Guerra- en un entorno inestable, en el que el aislacionismo y la neutralidad
kemalista ya no eran admisibles, puesto que ya no existía un garante exterior de la seguridad
turca, como sí lo había habido a lo largo de la Guerra Fría. En consecuencia, el presidente Özal
decidió abandonar esta postura, elaborando una política exterior con dos objetivos principales:
consolidar a Turquía como un líder regional, para lo cual diseñó estrategias para Medio
Oriente, Asia Central, el Cáucaso, los Balcanes y el Mar Negro; y actuar como puente entre
Oriente y Occidente, promoviendo los valores occidentales en Oriente. En este ultimo sentido,
adquiere relevancia la participación activa de Turquía en la Guerra del Golfo, en la que no sólo
proveyó milicias, sino que permitió la utilización de sus bases y espacio aéreo a la Coalición –
hecho que no sucedería en la segunda Guerra del Golfo en 2003- y cortó sus relaciones
comerciales con Irak.
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La política exterior del AKP
El paradigma exterior del AKP retoma y profundiza la acción de Özal respecto del
abandono del aislacionismo kemalista. La principal doctrina sobre la que se sostiene esta
nueva política es la de “profundidad estratégica”, concepto desarrollado por Davutoglu en uno
de sus libros programáticos. Esta idea está basada en dos componentes: la profundidad
histórica y la profundidad geográfica que hacen al legado turco y moldean la posición que
debiera ocupar Turquía en el sistema internacional. Turquía tiene el deber de ser un actor
estratégico de las relaciones internacionales, debido a las múltiples afinidades históricas,
civilizacionales y a su posición de epicentro de varias áreas geográficas. Estas condiciones
privilegiadas, estilizadas y resaltadas a través de las estrategias retóricas de Davutoglu, llaman
a terminar con el aislacionismo y diseñar una política exterior activa y comprometida en todas
las zonas de influencia turca y, por lo tanto, ascender como un referente regional, en necesario
distanciamiento de las potencias occidentales, a través de la concertación de alianzas
múltiples. Esto de ningún modo implica enfrentarse con Europa o los Estados Unidos, sino que,
como dicta la lógica realista, una potencia en ascenso necesita balancear el poder de los otros
hegemones, construyendo su propia área de influencia.
Como puede leerse, la apertura del sistema democrático turco permitió la llegada de
nuevos actores al poder, como el AKP, y por ende, la reformulación de nuevas visiones de la
política exterior, que no necesariamente coinciden con el ideal kemalista sostenido por las
cúpulas militares, a quienes incluso se las ha apartado de la discusión política doméstica e
internacional. El AKP, un partido civil de extracto islamista y bases populares, pero
institucionalmente laico, trajo a la arena una nueva concepción de la política exterior: una
suerte de “nuevo otomanismo”, si bien sus artífices se niegan a llamarlo de tal manera, que
hace foco no sólo en la componente islámica heredada del antiguo imperio, sino en su
capacidad de aglutinar diferentes identidades en una basta área de territorio. Esta cosmovisión
devuelve a Turquía a sus zonas tradicionales de influencia, es decir a aquellas cubiertas por el
Imperio Otomano: el Medio Oriente, el Cáucaso, los Balcanes y el Mar Negro, regiones que
tradicionalmente la política exterior turca había relegado, privilegiando el deseo
integracionista con Europa. Se trata de una expansión y ablandamiento de la política exterior
como había sido concebida por los militares turcos.
De todos modos, sí hay algo que esta política retoma del kemalismo –aunque lo
reformula-, y esto es el lema de paz exterior como condición de posibilidad de la paz interior.
Pero a diferencia de lo sucedido tras la Primera Guerra, en un entorno tan inestable y
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tumultuoso como el escenario euro-asiático de post-guerra fría, se necesitan respuestas
pragmáticas asertivas del lado turco para construir dicha estabilidad regional, construyendo
una arquitectura de relaciones concéntricas que vayan generando la paz y la prosperidad con
cada uno de los vecinos y principales actores. La liberalización de las relaciones comerciales es
una de las principales herramientas empleadas por Turquía para llevar a cabo tal propósito, así
como también el ofrecimiento de intermediación y negociación entre vecinos, como la acción
turca de mediación entre Siria e Israel, Afghanistán y Pakistán, entre otros. En una palabra, a
pesar de su poderío militar –es la segunda fuerza más importante de la OTAN, luego de
Estados Unidos- Turquía se está valiendo de su soft power para construir su liderazgo
multiregional, entrando en abierta competencia con las potencias occidentales.
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la escala de prioridades de Estados Unidos con el advenimiento de la era unipolar
(Krauthamer, 1991) y pretendía seguir teniendo el mismo valor para Washington que antes de
la caída de la Unión Soviética. En consecuencia, consideró al 11-S como una buena
oportunidad para fortalecer lazos de cooperación mutua con los Estados Unidos en materia de
lucha global contra el terrorismo, mientras que Washington sólo esperaba la aquiescencia de
su compañero menor. En este sentido, la invasión a Irak es un punto de inflexión en las
relaciones turco-americanas, en las que Estados Unidos deja de ser sólo un compañero, sino
que a la vez puede volverse una amenaza a la seguridad turca.
Asimismo, y alegando que esta vez se trataba de una amenaza para la seguridad de
Irak, los Estados Unidos se opusieron a las intervenciones militares turcas en el norte de Irak
(el Kurdistán autónomo) y apoyaron la iniciativa kurda de que el status de la ciudad de Kirkuk –
de mayoría kurda, si bien no en su totalidad, y emplazada sobre importantes yacimientos
petrolíferos- fuera decidido por referéndum, de modo tal de evitar una guerra de secesión en
el norte de Irak. Sin embargo, esta iniciativa kurda sin duda repercutiría negativamente en
Turquía, incitando a su propia población kurda a la secesión, poniendo al Estado turco a un
paso de la fragmentación, y avivando la llama del nacionalismo kurdo, que efectivamente en
2004 retomó las armas. La guerra de Irak generó fuertes sentimientos de antiamericanismo en
la sociedad turca, abriendo una brecha muy difícil de salvar.
Pero estos no fueron los únicos inconvenientes. Los Estados Unidos también se
opusieron a las políticas de acercamiento de Turquía hacia Siria e Irán, a quienes el gobierno
de Bush había rotulado como integrantes del “Eje del Mal”, excluyéndolos de toda negociación
de un proceso de paz en Medio Oriente. Por el contrario, Turquía sostiene la necesidad de
incluirlos en diálogos democráticos, que insten al cambio de régimen por presiones
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domésticas. De todos modos, y como se analizará más adelante, la política de Turquía hacia
estos países, si bien ha sido tradicionalmente de acercamiento, ha cambiado durante la
Primavera Árabe, debido al rediseño de los balances de poder.
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Actuando como un país europeo en Medio Oriente
En esta misma materia, Erdogan visitó la capital iraní para firmar un acuerdo de
cooperación en materia de seguridad que tipificara al PKK y al AKK (su correlato iraní) como
agrupaciones terroristas. Este fue el detonante de una serie de acciones de cooperación con
Irán, con quien Turquía comenzó a normalizar e incrementar exponencialmente sus relaciones,
sobre todo en materia comercial, en donde el comerció escaló hacia 8 billones de dólares en
2007, transformándose Irán en el segundo proveedor de gas de Turquía, después de Rusia.
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Erdogan el apoyo y la credibilidad en el mundo árabe, en donde algunos lo han llegado a
llamar el “nuevo Nasser” y la mirada cautelosa de Occidente, quien aún no termina de
comprender si es que Turquía ha dado un vuelco definitivo hacia Oriente, o si se trata de una
manera de incrementar su poderío local para volver hacia Occidente con capacidades
renovadas. Al parecer, la política de “cero problemas con el vecindario” y construcción de lazos
pacíficos con sus vecinos de Davutoglu –en la que aquí no hemos llegado a cubrir el
restablecimiento de relaciones con Siria y el paso de un vínculo de rivalidad a uno de
cooperación con Rusia- está dando sus frutos, cimentando las condiciones ideales para que
Turquía pudiera recoger los beneficios de la Primavera Árabe, posicionándose como un líder y
un ejemplo regional de nación exitosa. Se verá, de todos modos, que este fenómeno árabe,
lejos de capitalizar los triunfos en materia exterior de Turquía, sólo contribuyó a profundizar
las contradicciones internas al modelo, inevitables en un proyecto tan complejo y abarcador
como el propuesto por el AKP.
Como señala el artículo de Nathalie Tocci escrito para Carnegie Endowment for
International Peace (2011), la Primavera Árabe ha puesto en evidencia las diferencias entre la
dimensión normativa de la política exterior turca y la realpolitik que la subyace, al generar
divergencias y tensiones entre la orientación que normativamente esta debiera tomar y la
orientación que, debido a los intereses turcos en la región, esta termina adoptando.
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dejando a Erdogan sin apoyo frente a sus declaraciones por un Estado palestino ante la
Asamblea General de 2011 y desmejorando la relación una vez más, producto también de la
escalada de tensión entre Israel y Turquía.
Aún así, Egipto no se trata de una victoria completa para Erdogan. La cúpula militar
egipcia, que sigue siendo una estructura dominante a pesar de la salida de su cabeza visible, es
consciente de las intenciones estratégicas de Turquía de aprovechar su momento de debilidad
y han emprendido acciones para fortalecer su poderío regional. La primera de ellas fue
celebrar la firma del acuerdo de unidad nacional palestino entre Fatah y Hamas en el Cairo, a
pesar de que quien hubiera iniciado las gestiones para llevarlo a cabo fuera Davutoglu. Al
parecer, Egipto se adelantó a Turquía, quien apenas pudo asistir a la ceremonia como
observador. La otra señal importante fue la fría bienvenida que los oficiales de la Hermandad
Musulmana dieron a Erdogan cuando llegó, en contraposición con la bienvenida popular. La
nueva dirigencia dejó en claro la motivación endógena de las revueltas populares árabes,
descartando todo tipo de asistencia o conducción exterior (turca, en este caso).
Los casos de Siria y Libia, por el contrario, son situaciones ambivalentes, en las que
Turquía ha tenido dificultades para mostrar una línea de política exterior clara y coherente. En
el caso de Libia la situación se le ha complicado a Turquía, dado que se trata del principal
inversor. Los llamados tigres de Anatolia –principal base empresarial de apoyo al AKP- han
invertido varios billones de dólares en empresas estatales libias y más de 25.000 ciudadanos
turcos residen en Libia. En este sentido, los intereses turcos son mucho más altos en este país
que en Egipto y la vinculación con Gadafi –quien además le entregó el premio “Muhamar
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Gadafi a los Derechos Humanos” a Erdogan el pasado diciembre- son mucho más cercanos y
estrechos que con Mubarak. Esto ha llevado a Turquía a comportarse como un Estado pro
statu quo a pesar de su prédica democratizadora, evidenciando la contradicción entre
prescripción y acción cuando inicialmente Turquía se opuso a la intervención occidental en
Libia.
La situación en Siria es aún más complicada, no sólo debido a las relaciones bilaterales
entre Turquía y Siria, sino a causa del apoyo iraní a al-Asad desde las sombras, que podría
debilitar las relaciones turco-iraníes que tanto han costado construir. Las relaciones entre Siria
y Turquía se habían normalizado y restablecido una vez que Siria expulsó al líder del PKK -
Öcalan- en respuesta al ultimátum de ataque turco. Luego de ese incidente, las relaciones
comerciales se dispararon y Turquía y Siria comenzaron a cooperar en varias esferas, aún a
pesar de las importantes violaciones a los derechos humanos cometidas por el régimen de al-
Asad. Turquía incluso intervino entre Siria y Estados Unidos e Israel para prevenir el
aislamiento del país en diferentes ocasiones (el asesinato de Hariri, el conflicto con Israel en
2008). Se había construido un vínculo sólido, en parte como estrategia dentro del plan de
“cero conflictos”, en parte como una movida de seguridad turca, ya que asegurar la estabilidad
en Siria implica evitar un conflicto con la minoría kurda que vive en Siria y la huida en masa de
población hacia Turquía a través de los 700kms que comparten de frontera y con quien han
liberalizado el régimen de visas. Por ese motivo, cuando las revueltas en contra del gobierno
de al-Asad estallaron en Damasco, Turquía lo instó a que introdujera reformas. No obstante,
este pedido se hizo siempre en privado, y sin que Turquía dijera nada respecto de la violenta
represión de al-Asad a sus ciudadanos hasta que la situación se hizo mediáticamente
insostenible y Turquía fue obligada a tomar una posición: condenar abiertamente al régimen
de al-Asad, hecho que incluso reforzó reuniéndose con miembros de la oposición.
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Conforme la crisis en Siria fue escalando, Turquía se encontró en encrucijadas cada vez
peores: en principio defender el statu quo para evitar un desequilibrio en la seguridad regional
(puesto que Siria es una pieza fundamental en el balance de poder de Medio Oriente) y una
crisis doméstica; o alentar a las revueltas y bregar porque se llegue a una solución pacífica del
conflicto, que implique la salida de al-Asad del gobierno. Optó por la segunda. Pero a este
pronunciamiento se le suman dos dificultades: por un lado, el apoyo incondicional de Irán a
Siria, hecho que necesariamente supone el enfrentamiento entre Turquía e Irán –en el
contexto de una relación ambivalente y compleja desde un principio- y por el otro, el alegado
doble-estándar de Turquía. La comunidad internacional está comenzando a denunciar que
Turquía condena la represión a los ciudadanos sirios (y antes en Gaza), pero que fronteras
adentro replica el mismo modus operandi, negándole derechos fundamentales y reprimiendo a
la población kurda en su territorio, sobre todo desde los ataques turcos del pasado agosto.
Paradójicamente, el accionar de Turquía como paladín de la democracia y los derechos
humanos en la Primavera Árabe puede terminar generando un efecto rebote y que se desate
una primavera kurda al interior del propio territorio turco. Como puede verse, Turquía no
tiene maneras de salir beneficiada de la situación en Siria.
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manufacturera ni exportadora de Turquía; otras con la particular relación entre los civiles y los
militares, el Estado y la religión en Turquía, que dada la distribución de poder en las clases
gobernantes de Medio Oriente, no va a poder ser fácilmente reproducible, sobre todo
teniendo en cuenta el peso que ha tenido la secularización de Turquía en su democratización.
Por último, la excepcional relación de Turquía con Occidente, que le permite contar con su
apoyo y a la vez oponerse en las situaciones que lo crea necesario (Irán, Israel, etc), puede
llegar a abrir importantes brechas entre la clase gobernante y la sociedad civil de los países de
la Primavera Árabe, si los primeros no logran comunicar las ventajas de mantener vínculos con
Occidente.
Conclusiones
Las revueltas en los países árabes suponen el período de cierre del idilio entre Turquía
y Medio Oriente, en el que pudo construir sus relaciones con Irán, con Siria, con Irak y con el
resto de los países sin preguntarse a quién ofendía con su accionar. Al mismo tiempo, estas
revueltas son un necesario llamado de atención respecto de sus propios conflictos internos, el
resurgimiento del nacionalismo kurdo, que –de no manejarse de manera exitosa, en un marco
de diálogo político- pueden llegar a lacerar fuertemente el tejido de unidad nacional turca.
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Al mismo tiempo, este intento de orientalización occidentalizada ha implicado un
distanciamiento con quien fue la fuente de inspiración de este nuevo modelo turco: Occidente.
Si bien gran parte de la responsabilidad del cambio de tónica de la política exterior turca la
tienen los Estados Unidos y la Unión Europea, al evidenciar la imposibilidad de acceso de
Turquía a la comunidad de naciones cuando este era uno de los principales anhelos turcos y,
por ende, foco de cohesión política, Turquía no puede prescindir de ellos. No puede prescindir
de la OTAN ni de la Unión aduanera con la UE, como tampoco puede prescindir de los Estados
Unidos, frente a las desconocidas intenciones de Irán, de quien todavía Turquía no puede decir
si se trata de un estado revisionista o no. En este sentido, es importante destacar la firma de
un acuerdo entre Estados Unidos y Turquía para el emplazamiento en su territorio de un radar
para que la OTAN pueda detectar misiles iraníes. Esta medida está en clara contraposición a la
condena de Erdogan a las sanciones occidentales al plan nuclear iraní, mostrando que la
Primavera Árabe ha resentido las relaciones entre Irán y Turquía, al punto de que cada uno de
ellos tendrá que recurrir a otros aliados, si bien las relaciones comerciales se mantienen y
siguen siendo muy importantes.
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Bibliografía
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