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Unos meses después de los hechos descritos en el caso anterior (A), la demanda de prendas de
vestir de la empresa había crecido considerablemente, de modo que en cualquier momento se
podía llegar al límite de la capacidad de producción.
Sobre la base de los conocimientos del director de producción se determinó que la capacidad
total de la empresa venía limitada por la mano de obra que era posible utilizar para la
fabricación de los productos. El director pensaba que si bien sobre el papel era posible
superarla, en la práctica únicamente se llegaría a 30.000€ de mano de obra, es decir, 1.000
horas.
Al aumentar las ventas se daba la paradoja de que cada mes los productos resultaban por un
coste unitario total (es decir, incluidos los costes fijos imputados ó repartidos) que era cada vez
menor. El director de producción argumentaba que esto no tenía ningún sentido, ya que las
condiciones de producción y la eficiencia del proceso productivo eran prácticamente iguales
todos los meses. En cambio, las unidades de productos terminados en existencias tenían unos
costes cambiantes que hacían que cada venta que se iba produciendo tuviera un margen
distinto al anterior.
Por ello, proponía que repartieran los costes fijos sobre la base de la capacidad práctica, en
lugar de hacerlo sobre la producción real. Es decir, estableciendo un coeficiente entre los
gastos fijos, 25.000€ y la mano de obra directa total ( 30.000€), que, aplicado a la mano de
obra de cada producto, proporcionara la cantidad a cada producto.
El contable de la empresa argumentaba que así no se llegaría nunca a atribuir a los productos
la totalidad de los costes fijos, y que este procedimiento, por tanto, no reflejaba el hecho de
que, efectivamente, cuanto más se produce y se vende, más barato cuesta fabricar cada
unidad, por la menor repercusión de los costes fijos en cada una de ellas.