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BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
SAYÉS, J. A., Antropología del hombre caído. El pecado original. Edicep.
Valencia2010; SCHÖNBORN, CH (ED)., Sobre el pecado original. Edicep. Valencia 2001.
Tabla de contenido
1.La sagrada Escritura2
1.1.El relato de la caída (Gén 3)2
1.2.Sinópticos y Juan5
1.3.La teología paulina6
1.4.A modo de conclusión7
2.Principales hitos de la doctrina del pecado original8
2.1.Santos Padres anteriores a san Agustín8
2.2.San Agustín y la crisis pelagiana8
2.3.La Reforma y el Concilio de Trento10
a)Teología de los reformadores10
b)El decreto tridentino sobre el pecado original11
3.Reflexión teológica12
3.1.Lugar de la doctrina del pecado original en la fe cristiana.12
3.2.¿En qué consiste ese pecado con el que venimos a este mundo (pecado original originado)?14
3.3.La necesidad del bautismo.15

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1. La sagrada Escritura
La expresión pecado original no aparece en la Escritura, pero la idea está contenida, principalmente
en dos textos: Gén 3 y Rom 5, 12-211.
1. El relato de la caída (Gén 3)
3 1 La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había
hecho. 2 Y dijo a la mujer: «¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del
jardín?». 3 La mujer contestó a la serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín;
pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: “No comáis de él ni lo
toquéis, de lo contrario moriréis”». 4 La serpiente replicó a la mujer: «No, no moriréis; 5 es que
Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el
conocimiento del bien y el mal».
6
Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos
y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su
marido, que también comió. 7 Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban
desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. 8 Cuando oyeron la voz del Señor
Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista
del Señor Dios entre los árboles del jardín.
9
El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: «¿Dónde estás?». 10 Él contestó: «Oí tu ruido en
el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». 11 El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí
comer?». 12 Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y
comí». 13 El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?». La mujer respondió: «La serpiente
me sedujo y comí».
14
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te
arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; 15 pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el
talón».
16
A la mujer le dijo:
«Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y
él te dominará».
17
A Adán le dijo:
«Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí, maldito el
suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; 18 brotará para ti cardos y espinas, y
comerás hierba del campo.
19
Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella
fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás».
20
Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven. 21 El Señor Dios
hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió. 22 Y el Señor Dios dijo: «He aquí que el
hombre se ha hecho como uno de nosotros en el conocimiento del bien y el mal; no vaya ahora a
alargar su mano y tome también del árbol de la vida, coma de él y viva para siempre».
23
El Señor Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había
sido tomado. 24 Echó al hombre, y a oriente del jardín de Edén colocó a los querubines y una
espada llameante que brillaba, para cerrar el camino del árbol de la vida.
Otro texto es Rom 7,15-24, que nos habla de la inhabitación del pecado en mí = experiencia de
división interna.
En efecto, no entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo
que aborrezco; 16 y si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la ley es
buena. 17 Ahora bien, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. 18 Pues sé que lo
bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance, pero hacer lo
bueno, no. 19 Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. 20 Y si lo
que no deseo es precisamente lo que hago, no soy yo el que lo realiza, sino el pecado que habita
en mí. 21 Así, pues, descubro la siguiente ley: yo quiero hacer lo bueno, pero lo que está a mi
alcance es hacer el mal. 22 En efecto, según el hombre interior, me complazco en la ley de
Dios; 23 pero percibo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón, y me hace
prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor!
San Pablo nos habla de la función cristológica de la afirmación del pecado: necesidad salvífica de
Cristo (cf. Rom 5,15-17):
15
Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo
murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre,
Jesucristo, se han desbordado sobre todos. 16 Y tampoco hay proporción entre la gracia y el
pecado de uno: pues el juicio, a partir de uno, acabó en condena, mientras que la gracia, a partir
de muchos pecados, acabó en justicia. 17 Si por el delito de uno solo la muerte inauguró su
reinado a través de uno solo, con cuánta más razón los que reciben a raudales el don gratuito de
la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo.
4. A modo de conclusión
En el mundo opera una fuerza de pecado que se manifiesta en las decisiones
personales inclinándonos al pecado, y que hace de todos los hombres miembros de una humanidad
pecadora (el mundo).
Esta fuerza de pecado, que influye negativamente en nuestra relación con Dios, no proviene de
nosotros sino del pecado de quienes nos han precedido (los padres en sinópticos, Adán en Pablo).
Pero esta fuerza de pecado sólo domina en la existencia de quienes no se han incorporado a
Cristo (cf. Rom 6, 5-7)8, de quienes no han nacido de nuevo (Juan). De ahí que el tema del pecado sirve
para afirmar la necesidad universal de Cristo para la salvación.
Hasta que la salvación se consume en la escatología, estamos sometidos a la lucha entre la esclavitud
al pecado y Dios (cf. Rom 6, 15-23). El pecado será sometido al final, cuando Cristo reine definitivamente
sobre la creación (cf. 1 Cor 15, 26). Hasta ese momento, el cristiano ha de vigilar y luchar en espera
del triunfo definitivo (cf. Ef 6, 10. 20).
Pecado original originado (situación de privación de la gracia) y pecado original originante (culpa
de Adán).
2. Principales hitos de la doctrina del pecado original
1. Santos Padres anteriores a san Agustín
En continuidad con la enseñanza bíblica, especialmente de Rom 5, 12-21, recogen las líneas
fundamentales de la doctrina del pecado original:
La unión de todos los hombres en Cristo y en Adán.
La muerte como consecuencia del primer pecado.
La transmisión del pecado original de generación a generación.
La necesidad del bautismo de los niños para recibir la salvación de Jesucristo.
3. Reflexión teológica
1. Lugar de la doctrina del pecado original en la fe cristiana.
A veces se nos acusa de pesimismo antropológico, de obsesión con el tema del pecado. ¿Es así?
Podríamos formularlo de otra forma: ¿la doctrina sobre el pecado original es anterior (prioritaria) a la
doctrina sobre Cristo? Podría parecer que sí, porque primero se habría dado el pecado del ser humano y
sólo después habría venido Cristo para redimirlo. Sin embargo, esto, que puede ser verdad desde un punto
de vista cronológico, no lo es desde una perspectiva ontológica. Lo primero no es el pecado, sino la
creación en Cristo (Col 1,1611 y Ef 1,512). Hay, por tanto, una solidaridad de todos los hombres en
Cristo que es previa a la ruptura del pecado. De hecho, lo que el pecado de Adán ha producido no ha
sido más que la ruptura de esa comunión en Cristo que une a todos los hombres, de modo que, en lugar de
una solidaridad en el bien y en la gracia, se ha producido lo contrario.
388 Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del
pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la
condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía alcanzar
el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la muerte y de la
resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer a Cristo como fuente de
la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado
por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo en lo referente al pecado"
(Jn 16,8) revelando al que es su Redentor.
389 La doctrina del pecado original es, por así decirlo, "el reverso" de la Buena
Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación
y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de
Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original
sin atentar contra el Misterio de Cristo.
2. ¿En qué consiste ese pecado con el que venimos a este mundo (pecado original
originado)?
En realidad no es una mancha o una culpa heredada, sino una privación, un vacío o una ausencia.
Ese pecado no es más que una privación en la mediación de la gracia (Ladaria) que, según el plan de
Dios, debía acontecer por el simple hecho de venir a este mundo. Y esta privación nos afecta no sólo
exteriormente, sino en lo más profundo de nuestro ser (eso significa
el propagatione non imitatione), como nos afecta y nos condiciona todo lo que tiene que ver con el acto de
la generación, que no es sólo la transmisión de un código genético, sino una cosmovisión, una cultura, unos
valores y, en consecuencia, un modo de situarnos en la realidad y de ejercer nuestra propia libertad.
Así podemos entender hasta qué punto nos condiciona negativamente el vernos privados de la
mediación de la gracia, porque —no lo olvidemos— hemos sido creados para recibir el don de la
amistad y la comunión divina y carecer de esto es vernos privados de un rasgo inherente de nuestra
humanidad. Por eso la afirmación de que el pecado está en cada uno como propio. Ciertamente es en un
sentido análogo (no como son propios nuestros pecados personales, pero sí en la medida en que dificultan
la plena realización de lo que estamos llamados a ser).
403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que
oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su
conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con
que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Cc. de Trento: DS 1512). Por esta
certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los
niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514).
404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo
el género humano es en Adán "sicut unum corpus unius hominis" ("Como el cuerpo único
de un único hombre") (S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta "unidad del género humano",
todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en
la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que
no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había
recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza
humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado
afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído (cf. Cc. de Trento: DS
1511-12). Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es
decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la
justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga:
es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
3. La necesidad del bautismo.
Dos cuestiones:
o. los niños que mueren sin bautizar13. Imposibilidad del limbo como lugar intermedio de
felicidad puramente natural (GS 22). Salvación por la misericordia de Dios (valor universal de la
redención de Cristo en la que el Espíritu Santo hace participar a todos los hombres: GS 22)14;
1261. En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la
misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran
misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura
de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo
impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los
niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a
no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo».
p. ¿Por qué seguimos experimentando la fuerza del pecado en nosotros una vez
redimidos? La eficacia de la justificación depende también del grado de nuestra adhesión al
don de Dios (DH 1528): en la medida en que nuestra acogida de la gracia sea total y perfecta,
también lo será la eliminación del poder del pecado en nosotros. Pero si no lo es, y difícilmente lo
será en este mundo, entonces siempre permaneceremos de algún modo ligados a este mundo de
pecado. Dimensión escatológica de la justificación:
¡Mirad cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y
nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo
ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que
seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste,
seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es (1 Jn 3,1-2).
405 Aunque propio de cada uno (cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no
tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación
de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está
totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a
la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta
inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la
gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las
consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el
hombre y lo llaman al combate espiritual.
1263 Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los
pecados personales así como todas las penas del pecado (cf DS 1316). En efecto, en los
que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de
Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la
más grave de las cuales es la separación de Dios.
1264 No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del
pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes
a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que
la Tradición llama concupiscencia, o metafóricamente fomes peccati: «La
concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la
resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien "el que legítimamente
luchare, será coronado" (2 Tm 2,5)» (Concilio de Trento: DS 1515).