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TEMA 4

EL HOMBRE, BAJO EL SIGNO DE ADÁN:


EL PECADO ORIGINAL

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
SAYÉS, J. A., Antropología del hombre caído. El pecado original. Edicep.
Valencia2010; SCHÖNBORN, CH (ED)., Sobre el pecado original. Edicep. Valencia 2001.

Tabla de contenido
1.La sagrada Escritura2
1.1.El relato de la caída (Gén 3)2
1.2.Sinópticos y Juan5
1.3.La teología paulina6
1.4.A modo de conclusión7
2.Principales hitos de la doctrina del pecado original8
2.1.Santos Padres anteriores a san Agustín8
2.2.San Agustín y la crisis pelagiana8
2.3.La Reforma y el Concilio de Trento10
a)Teología de los reformadores10
b)El decreto tridentino sobre el pecado original11
3.Reflexión teológica12
3.1.Lugar de la doctrina del pecado original en la fe cristiana.12
3.2.¿En qué consiste ese pecado con el que venimos a este mundo (pecado original originado)?14
3.3.La necesidad del bautismo.15

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1. La sagrada Escritura
La expresión pecado original no aparece en la Escritura, pero la idea está contenida, principalmente
en dos textos: Gén 3 y Rom 5, 12-211.
1. El relato de la caída (Gén 3)
3 1 La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había
hecho. 2 Y dijo a la mujer: «¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del
jardín?». 3 La mujer contestó a la serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín;
pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: “No comáis de él ni lo
toquéis, de lo contrario moriréis”». 4 La serpiente replicó a la mujer: «No, no moriréis; 5 es que
Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el
conocimiento del bien y el mal».
6
 Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos
y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su
marido, que también comió. 7 Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban
desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. 8 Cuando oyeron la voz del Señor
Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista
del Señor Dios entre los árboles del jardín.
9
 El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: «¿Dónde estás?». 10 Él contestó: «Oí tu ruido en
el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». 11 El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí
comer?». 12 Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y
comí». 13 El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?». La mujer respondió: «La serpiente
me sedujo y comí».
14
 El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te
arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; 15 pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el
talón».
16
 A la mujer le dijo:
«Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y
él te dominará».
17
 A Adán le dijo:
«Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí, maldito el
suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; 18 brotará para ti cardos y espinas, y
comerás hierba del campo.
19
 Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella
fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás».
20
 Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven. 21 El Señor Dios
hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió. 22 Y el Señor Dios dijo: «He aquí que el
hombre se ha hecho como uno de nosotros en el conocimiento del bien y el mal; no vaya ahora a
alargar su mano y tome también del árbol de la vida, coma de él y viva para siempre».
23
 El Señor Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había
sido tomado. 24 Echó al hombre, y a oriente del jardín de Edén colocó a los querubines y una
espada llameante que brillaba, para cerrar el camino del árbol de la vida.

El relato de la caída supone la historia del paraíso narrada en Gn 2,8-17, especialmente el


mandamiento divino del v. 16s2. La prohibición de Dios supone en el fondo una promesa de vida, que
va unida a la observancia de la voluntad divina. En este sentido, bien podría decirse que esta situación
inicial aparece como una evocación de la alianza (cf. Dt 30,15-20)3. Esto ya es indicativo de la intención
del yahvista con este relato: no hacer un reportaje de los orígenes, sino explicar el por qué de una
conducta (en este caso, la infidelidad de Israel) = etiología histórica (Rahner), explicando las causas de la
situación actual de pecado. Es un relato sapiencial: la narración se realiza con un lenguaje simbólico.
Así parece claro que la responsabilidad de la actual situación de pecado no se debe a una especie
de destino fatal (dualismos), sino a una decisión humana, a una toma de postura personal ante Dios: la
desobediencia. Pero esta toma de postura ante Dios no es sólo individual, sino comunitaria, porque
Adán y Eva se unen en la desobediencia a Dios (vv. 12-13), de modo que, desde el principio, se da una
solidaridad en el pecado; solidaridad que además arrastrará en sus consecuencias a la humanidad posterior,
como se puede apreciar en la secuencia de los capítulos 4-11. Así pues la caída pone en marcha una
historia de pecado, que desemboca en el cap. 12 en la vocación de Abrahán.
Con todo, la libertad humana aparece en el relato condicionada por la intervención de un personaje
misterioso que es la serpiente (vv. 4-5). Ratzinger = personificaría a las divinidades de la fertilidad, con las
que Israel siempre se vio tentado en su fidelidad a Yahvé. Sapienciales y Apocalipsis = el diablo,
adversario. En cualquier caso, representa un influjo «pre-personal» (Ladaria) que condiciona la decisión del
hombre, orientándola hacia el mal (en el Sal 51,7).
Finalmente, no podemos obviar en este relato, las consecuencias de la caída. Más que los castigos
concretos (fatiga en el trabajo, distorsión de las relaciones humanas, etc.), lo que destaca es la nueva
situación objetiva surgida a partir de la desobediencia del hombre. Al no encontrarse ya en un estado de
amistad con Dios, deja de gozar de las prerrogativas de ese estado. Pierde el estado de justicia
original. Luego a partir de ese momento se encuentra en una situación objetiva de alejamiento de Dios y
privación de su gracia, que él, por sus propias fuerzas, es incapaz de remediar. Sólo Dios puede hacerlo y
de ahí la promesa de salvación que, ya desde este primer instante, aparece ligada a un futuro descendiente
de la mujer (v. 15).
Después de Gn 3, el tema de Adán y de la primera caída, reaparece sólo muy esporádicamente en el
4
AT . Parece que la atención se centra más en los pecados «históricos» como explicación de los males de
Israel (Éx 32; Dt 9,7-85). Sin embargo, permanece la idea de la condición pecadora universal de todos
los hombres (por ejemplo Prov 20,96 ó Ecl 7,207).
2. Sinópticos y Juan
En los Sinópticos hay escasas alusiones a los inicios (cf. Mc 10,6). Mejor, el tema del «pecado de
los padres» como explicación del rechazo de Jesús (cf. Mc 12,1-12).
En Juan:
a. Alusiones al relato de la caída = el diablo, homicida desde el principio y padre de la mentira
(Jn 8,44);
b. Descripción de una situación universal del pecado = el concepto de «mundo» como ámbito
del pecado: el «pecado del mundo» (Jn 1,29), el «príncipe de este mundo» (12,21). Esclavitud del
pecado (cf. 8,34). De ahí, la necesidad de un nuevo nacimiento (3,3.5s.8).
3. La teología paulina
Un texto fundamentales Rom 5,12-21. El objetivo es explicar cómo la acción personal de uno puede
tener repercusiones sobre la totalidad. Entonces Adán se convierte en antitipo de Cristo (vv. 18-19). La
importancia de la afirmación del v. 12 en el desarrollo de la doctrina: transmisión del pecado (muerte).
Presencia en el mundo de una fuerza de pecado (hamartía), la muerte consecuencia del pecado, necesidad
de una ratificación personal.
12
 Por tanto, lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la
muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron… 13 Pues, hasta
que llegó la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputaba porque no había
ley. 14 Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían
pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que tenía que
venir. 15 Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo
murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre,
Jesucristo, se han desbordado sobre todos. 16 Y tampoco hay proporción entre la gracia y el
pecado de uno: pues el juicio, a partir de uno, acabó en condena, mientras que la gracia, a partir
de muchos pecados, acabó en justicia. 17 Si por el delito de uno solo la muerte inauguró su
reinado a través de uno solo, con cuánta más razón los que reciben a raudales el don gratuito de
la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo. 18 En resumen, lo mismo que
por un solo delito resultó condena para todos, así también por un acto de justicia resultó
justificación y vida para todos. 19 Pues, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos
fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán
constituidos justos. 20 Ahora bien, la ley ha intervenido para que abundara el delito; pero, donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia, 21 para que, lo mismo que reinó el pecado a través de la
muerte, así también reinara la gracia por la justicia para la vida eterna, por Jesucristo, nuestro
Señor.

Otro texto es Rom 7,15-24, que nos habla de la inhabitación del pecado en mí = experiencia de
división interna.
En efecto, no entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo
que aborrezco; 16 y si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la ley es
buena. 17 Ahora bien, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. 18 Pues sé que lo
bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance, pero hacer lo
bueno, no. 19 Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. 20 Y si lo
que no deseo es precisamente lo que hago, no soy yo el que lo realiza, sino el pecado que habita
en mí. 21 Así, pues, descubro la siguiente ley: yo quiero hacer lo bueno, pero lo que está a mi
alcance es hacer el mal. 22 En efecto, según el hombre interior, me complazco en la ley de
Dios; 23 pero percibo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón, y me hace
prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor!
San Pablo nos habla de la función cristológica de la afirmación del pecado: necesidad salvífica de
Cristo (cf. Rom 5,15-17):
15
 Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo
murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre,
Jesucristo, se han desbordado sobre todos. 16 Y tampoco hay proporción entre la gracia y el
pecado de uno: pues el juicio, a partir de uno, acabó en condena, mientras que la gracia, a partir
de muchos pecados, acabó en justicia. 17 Si por el delito de uno solo la muerte inauguró su
reinado a través de uno solo, con cuánta más razón los que reciben a raudales el don gratuito de
la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo.
4. A modo de conclusión
 En el mundo opera una fuerza de pecado que se manifiesta en las decisiones
personales inclinándonos al pecado, y que hace de todos los hombres miembros de una humanidad
pecadora (el mundo).
 Esta fuerza de pecado, que influye negativamente en nuestra relación con Dios, no proviene de
nosotros sino del pecado de quienes nos han precedido (los padres en sinópticos, Adán en Pablo).
 Pero esta fuerza de pecado sólo domina en la existencia de quienes no se han incorporado a
Cristo (cf. Rom 6, 5-7)8, de quienes no han nacido de nuevo (Juan). De ahí que el tema del pecado sirve
para afirmar la necesidad universal de Cristo para la salvación.
 Hasta que la salvación se consume en la escatología, estamos sometidos a la lucha entre la esclavitud
al pecado y Dios (cf. Rom 6, 15-23). El pecado será sometido al final, cuando Cristo reine definitivamente
sobre la creación (cf. 1 Cor 15, 26). Hasta ese momento, el cristiano ha de vigilar y luchar en espera
del triunfo definitivo (cf. Ef 6, 10. 20).
 Pecado original originado (situación de privación de la gracia) y pecado original originante (culpa
de Adán).
2. Principales hitos de la doctrina del pecado original
1. Santos Padres anteriores a san Agustín
En continuidad con la enseñanza bíblica, especialmente de Rom 5, 12-21, recogen las líneas
fundamentales de la doctrina del pecado original:
 La unión de todos los hombres en Cristo y en Adán.
 La muerte como consecuencia del primer pecado.
 La transmisión del pecado original de generación a generación.
 La necesidad del bautismo de los niños para recibir la salvación de Jesucristo.

2. San Agustín y la crisis pelagiana


 La doctrina de Pelagio (354-420). Para Pelagio9:
c. No existe el pecado original como algo que se transmite y merma la libertad del hombre.
d. El pecado de Adán es un mal ejemplo, pero no afecta a la humanidad.
e. Cristo es el buen ejemplo, el modelo ético que facilita poder hacer el bien, pero no es
redentor, puesto que no tiene que liberarnos de nada, al no haber pecado original.
f. Exalta la libertad humana frente al maniqueísmo, afirmando que el hombre puede con sus solas
fuerzas hacer el bien y evitar el pecado. Propone un ascetismo riguroso y un voluntarismo ético, ya que
el hombre puede decidir libremente, y por sí mismo, seguir a Adán o a Cristo.
g. El bautismo no es necesario para la salvación, pues no hay pecado original, queda como mera
consagración a Dios y rito para entrar en la Iglesia.
 Evolución del pensamiento agustiniano.
h. Antes de la controversia pelagiana, San Agustín parece tener clara ya la repercusión del pecado
de Adán (llamado por él «pecado original») sobre la humanidad entera, haciendo de ella
una massa peccati. Si bien todavía no se precisa en qué sentido el pecado de Adán nos hace a todos
pecadores.
i. A partir del año 412, en plena controversia, el obispo de Hipona va precisando más su
pensamiento.
1. El pecado original es una realidad universal. Como Cristo ha muerto por todos, todos hemos
pecado en Adán.
2. El pecado de Adán se transmite por generación y no por imitación.
3. Cristo es el redentor universal que nos libera a todos por su gracia y no meramente por
imitarlo.
4. La libertad no se pierde con el pecado. Pero ha quedado dañada, herida. El pecado original
ha dejado como consecuencia la concupiscencia, que inclina la voluntad al mal.
5. El bautismo es necesario para eliminar el pecado original, también para los niños, pues si
no lo reciben no pueden salvarse.
j. En el fondo, san Agustín ha llegado a esta formulación de la doctrina del pecado, no para afirmar
sin más la universalidad del pecado, sino más bien, para defender la universalidad de la redención
de Cristo. Así se explica su rigorismo respecto a los niños: Si los niños no tienen pecado, no
necesitan de Cristo y esto no puede admitirse (era una de las tesis pelagianas). El sacramento del
bautismo es necesario para todos y también en el caso de los párvulos es verdaderamente para la
remisión de los pecados. La salvación de Cristo es para todos y, por tanto, todos necesitan de ella;
por esta razón se afirma la existencia de ese pecado universal en el que todos han sido hechos
pecadores.
 Las primeras intervenciones del Magisterio:
k. Sínodo de Cartago (418): en el canon 2 (DH 223) se condena a quienes niegan que los niños han
de ser bautizados y a quienes afirman que son bautizados para la remisión de los pecados, pero
que no han contraído nada del «pecado original», de modo que en el fondo la fórmula del bautismo
para el perdón de los pecados resulta falsa;
l. II Concilio provincial de Orange (529) se ocupa del pecado original en sus dos primeros cánones
(DH 371ss). El primero afirma que el hombre entero ha cambiado «a peor» como consecuencia del
pecado original (formulación bastante genérica, afectación de la libertad). El segundo señala que el
pecado de Adán no sólo le ha perjudicado a él sino también a su descendencia, ya que le ha
transmitido no sólo la muerte corporal, sino también el pecado, que es la muerte del alma.

3. La Reforma y el Concilio de Trento


a. Teología de los reformadores
La reflexión de Lutero sobre el pecado original está muy condicionada por la situación de la
teología en su tiempo. En efecto, la escolástica tardía se había enredado en interminables discusiones
acerca de la naturaleza del primer pecado, el de Adán. Pero para Lutero estas discusiones son inútiles,
porque lo importante no es saber en qué consistió el pecado del primer hombre sino tomar conciencia
de cómo me afecta a mí. Por tanto, va a dar un giro existencial a la reflexión sobre el pecado
original, desplazando el centro de interés del pecado original originante al pecado original originado.
¿Cómo experimentamos nosotros esa situación de pecado en la que venimos al mundo? Como
inclinación permanente al mal e imposibilidad radical de hacer el bien, consecuencia de la completa
corrupción de nuestra naturaleza provocada por el pecado de Adán. De este modo, Lutero acaba
identificando el pecado original originado con la concupiscencia, llegando a caracterizar a ésta como un
«pecado permanente», imposible de erradicar de lo más profundo del ser del hombre, ni siquiera con el
bautismo.
Y así, para Lutero, el hombre justificado no deja de ser radicalmente pecador, aunque haya sido
verdaderamente perdonado por Dios, porque la justificación se comprende como una no imputación del
pecado, de modo que el justificado será simul iustus et peccator.
Estamos en las antípodas del optimismo pelagiano. De la negación del pecado original como
pecado propio de cada ser humano (sólo de Adán), a la afirmación de que es tan propio de la condición
humana que es imposible de erradicar por completo de ella.
a. El decreto tridentino sobre el pecado original
Uno de los documentos más importantes del concilio, junto con el decreto sobre la justificación. Se
estructura en seis cánones, precedidos por un proemio en el que se explica la finalidad del decreto: no
denunciar los errores, sino también realizar una exposición global de la doctrina. Por eso va a retomar,
sistematizándola, la doctrina de concilios anteriores, especialmente el de Orange, citado en los cánones 1 y
2.
En el decreto tiene una importancia especial el canon 3, donde se afirma la absoluta necesidad de
Cristo para la remisión de este pecado, con lo cual se retoma la visión cristocéntrica de Pablo y de los
Padres (Agustín). En este canon se hace un inciso importante con tres afirmaciones relativas al pecado
original:
1. que es uno en su origen. Supone que la condición pecadora del ser humano no se debe a una
pluralidad de pecados originantes.
2. que se transmite por propagación (generación) y no por
imitación. Claramente antipelagiana, quiere afirmar que no somos pecadores sólo por comisión de
un acto pecaminoso, sino desde nuestro mismo origen; es decir, que allí donde surge una
existencia humana (generación), surge un ser necesitado de la salvación de Cristo.
3. que está (mora) en cada uno como propio. Rechaza la teoría de que el verdadero pecado
original era propio de Adán solo, mientras que a nosotros se nos imputaba extrínsecamente sin
afectarnos en lo profundo de nuestro ser. Frente a esto, dos términos muy significativos: in-
est (está dentro) y proprium (no ajeno)10.
 El canon 5 es también original de Trento y el más directamente antiprotestante. En él se afirman
dos cosas:
m. la eliminación radical del pecado original por medio del bautismo, con lo cual desaparece
la condición pecadora del hombre (DH 1515a);
n. la distinción entre concupiscencia y pecado (DH 1515b): aquella permanece tras el
bautismo ad agonem, pero «numquam intellexisse [...] quod vere et proprie in renatis peccatum sit».
Por tanto, concupiscencia = debilidad moral inherente a la condición humana.

3. Reflexión teológica
1. Lugar de la doctrina del pecado original en la fe cristiana.
A veces se nos acusa de pesimismo antropológico, de obsesión con el tema del pecado. ¿Es así?
Podríamos formularlo de otra forma: ¿la doctrina sobre el pecado original es anterior (prioritaria) a la
doctrina sobre Cristo? Podría parecer que sí, porque primero se habría dado el pecado del ser humano y
sólo después habría venido Cristo para redimirlo. Sin embargo, esto, que puede ser verdad desde un punto
de vista cronológico, no lo es desde una perspectiva ontológica. Lo primero no es el pecado, sino la
creación en Cristo (Col 1,1611 y Ef 1,512). Hay, por tanto, una solidaridad de todos los hombres en
Cristo que es previa a la ruptura del pecado. De hecho, lo que el pecado de Adán ha producido no ha
sido más que la ruptura de esa comunión en Cristo que une a todos los hombres, de modo que, en lugar de
una solidaridad en el bien y en la gracia, se ha producido lo contrario.
388 Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del
pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la
condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía alcanzar
el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la muerte y de la
resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer a Cristo como fuente de
la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado
por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo en lo referente al pecado"
(Jn 16,8) revelando al que es su Redentor.
389 La doctrina del pecado original es, por así decirlo, "el reverso" de la Buena
Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación
y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de
Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original
sin atentar contra el Misterio de Cristo.
2. ¿En qué consiste ese pecado con el que venimos a este mundo (pecado original
originado)?
En realidad no es una mancha o una culpa heredada, sino una privación, un vacío o una ausencia.
Ese pecado no es más que una privación en la mediación de la gracia (Ladaria) que, según el plan de
Dios, debía acontecer por el simple hecho de venir a este mundo. Y esta privación nos afecta no sólo
exteriormente, sino en lo más profundo de nuestro ser (eso significa
el propagatione non imitatione), como nos afecta y nos condiciona todo lo que tiene que ver con el acto de
la generación, que no es sólo la transmisión de un código genético, sino una cosmovisión, una cultura, unos
valores y, en consecuencia, un modo de situarnos en la realidad y de ejercer nuestra propia libertad.
Así podemos entender hasta qué punto nos condiciona negativamente el vernos privados de la
mediación de la gracia, porque —no lo olvidemos— hemos sido creados para recibir el don de la
amistad y la comunión divina y carecer de esto es vernos privados de un rasgo inherente de nuestra
humanidad. Por eso la afirmación de que el pecado está en cada uno como propio. Ciertamente es en un
sentido análogo (no como son propios nuestros pecados personales, pero sí en la medida en que dificultan
la plena realización de lo que estamos llamados a ser).
403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que
oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su
conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con
que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Cc. de Trento: DS 1512). Por esta
certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los
niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514).
404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo
el género humano es en Adán "sicut unum corpus unius hominis" ("Como el cuerpo único
de un único hombre") (S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta "unidad del género humano",
todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en
la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que
no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había
recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza
humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado
afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído (cf. Cc. de Trento: DS
1511-12). Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es
decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la
justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga:
es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
3. La necesidad del bautismo.
 Dos cuestiones:
o. los niños que mueren sin bautizar13. Imposibilidad del limbo como lugar intermedio de
felicidad puramente natural (GS 22). Salvación por la misericordia de Dios (valor universal de la
redención de Cristo en la que el Espíritu Santo hace participar a todos los hombres: GS 22)14;
1261. En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la
misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran
misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura
de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo
impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los
niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a
no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo».
p. ¿Por qué seguimos experimentando la fuerza del pecado en nosotros una vez
redimidos? La eficacia de la justificación depende también del grado de nuestra adhesión al
don de Dios (DH 1528): en la medida en que nuestra acogida de la gracia sea total y perfecta,
también lo será la eliminación del poder del pecado en nosotros. Pero si no lo es, y difícilmente lo
será en este mundo, entonces siempre permaneceremos de algún modo ligados a este mundo de
pecado. Dimensión escatológica de la justificación:
¡Mirad cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y
nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo
ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que
seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste,
seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es (1 Jn 3,1-2).
405 Aunque propio de cada uno (cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no
tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación
de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está
totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a
la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta
inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la
gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las
consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el
hombre y lo llaman al combate espiritual.
1263 Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los
pecados personales así como todas las penas del pecado (cf DS 1316). En efecto, en los
que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de
Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la
más grave de las cuales es la separación de Dios.
1264 No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del
pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes
a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que
la Tradición llama concupiscencia, o metafóricamente fomes peccati: «La
concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la
resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien "el que legítimamente
luchare, será coronado" (2 Tm 2,5)» (Concilio de Trento: DS 1515).

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