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Hacia una lectura contemporánea de

Saussure: ironías y vislumbres en la


fundación de la lingüística moderna

Raymundo Mier Garza

Ironías del archivo: las vicisitudes en las “fuentes manuscritas”


del texto de Saussure

L a obra de Saussure asume una condición limítrofe desde múltiples


puntos de vista, no sólo en la propuesta de un acercamiento
riguroso a una “ciencia del lenguaje”; señala un momento cardinal en
la historia de las teorías del lenguaje, un vuelco respecto de la tradición
filológica decimonónica que abre la vía a la fundación de la lingüística
propiamente dicha, también a una nueva reflexión sobre la naturaleza
del sentido que trastoca los marcos de la reflexión sobre lo social,
sobre el pensamiento, sobre los vínculos y sobre la subjetividad.
Engendra nuevas alternativas para visiones filosóficas, políticas,
psicoanalíticas, estética y otras más dirigidas sobre el lenguaje. Así,
la condición limítrofe de la obra de Saussure se hace patente tanto
por la relevancia histórica de su reflexión en el espectro disciplinario
de las ciencias del lenguaje, como por la suerte al mismo tiempo
determinante, fértil y equívoca de sus repercusiones y sus derivacio-
nes. Por una parte, cristaliza un conjunto disperso de contribuciones
que exploraban ya, a fines del siglo xix, visiones del lenguaje orien-
tadas al carácter sistemático de la lengua, a la integración autónoma
y arbitraria de las entidades significativas; apunta también al escla-

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recimiento de su naturaleza institucional, a su calidad de “hecho social”, al régimen


histórico de sus transformaciones o bien al fundamento “psicológico” de la signi-
ficación; se apelaba ya a metáforas insistentes como la visión del lenguaje como
organismo o como régimen monetario, o se insistía sobre el fundamento conven-
cional del lenguaje.
La obra de Saussure emerge, así, en un contexto ya poblado de propuestas y
de contribuciones significativas: no sólo de linaje filológico, como el neogramatis-
mo o el comparativismo, sino también de raíces psicológicas que encararon la
conformación de la significación a partir de las exigencias empíricas de las propues-
tas de Wundt o Sechehaye. Pero la obra de Saussure no exhibe únicamente estas
vertientes filológicas o psicológicas, recobra para la reflexión sobre la significación
perspectivas sociales de la lengua como las bosquejadas en la obra de Whitney,
Meillet o Vendryes, o, más radicalmente aún, en la órbita de las contribuciones
fundadoras de la sociología contemporánea, como Durkheim o Tarde. La visión
de Saussure sintetiza las tensiones epistemológicas que marcan las tentativas de
esclarecimiento de las ciencias sociales en el momento de una profunda conmoción
filosófica, lógica, que involucra todo el espectro disciplinario orientado a lo
humano; abre una perspectiva al pensamiento que toma rumbos definitivos en el
siglo xx, pero asume, de manera rigurosa, la exigencia de aprehender el lenguaje y
ofrecer una visión propia, articulada, integradora, a partir de una síntesis proble-
mática de múltiples puntos de vista.
Pero la obra de Saussure es limítrofe además por rasgos que definen su propia
singularidad. Su propia génesis es equívoca; las condiciones de su aparición y su
incidencia en la reflexión sobre el lenguaje están marcadas por la extrañeza. Su
enorme impacto, en principio, deriva de un texto cardinal, el Cours de Linguistique
Générale (clg), cuya autoría se le atribuye no obstante haber surgido de las trazas
residuales, de la composición de fragmentos de escritura, como decantaciones de
la comunicación oral en el contexto de cursos dictados en la Universidad de Ginebra
en años sucesivos, desde 1907 hasta 1911 [Saussure 1979: 353]. No obstante, la
persistencia en su obra de temas, bosquejos conceptuales, variantes analíticas y
teórica, versiones alternativas de desarrollos conceptuales exhibe patrones insisten-
tes, reiteraciones, también rupturas, extravíos, búsquedas, tentativas erráticas; marca
una tentativa perseverante por replantear radicalmente temas irresueltos enmarca-
dos en la lingüística histórica y los análisis filológicos del siglo xix. Subraya dife-
rencias notables con los planteamientos vigentes para la comprensión del lenguaje

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y señala rumbos inéditos y el replanteamiento general de la concepción del estudio


de la lengua. El resto de su obra, breve, dispersa, fragmentaria, constituida por
textos, artículos, conferencias, apuntes y anotaciones episódicas sobre tópicos
diversos en torno al lenguaje permaneció en la sombra y prácticamente excluida de
toda referencia.
Otra colección de textos dispersos, inconclusos, compuesto de notas y esbozos,
escrito con anterioridad a los clg, rescatado y publicado póstumamente como Les
Anagrammes de Ferdinand de Saussure, encontró una resonancia imprevisible:
señalaba ya un rumbo inédito a la reflexión sobre el lenguaje. Roman Jakobson lo
formula brevemente: consiste en “la teoría y el análisis de las figuras sonoras [juegos
fonéticos], particularmente anagramas, y su papel en las diversas tradiciones
poéticas” [Jakobson 1976: 197]. Su reflexión marcaba un punto de inflexión en
intuiciones no sólo sobre la escritura y el trabajo poético, sino sobre la lógica ex-
presiva exorbitante a la lengua, una capacidad de significación marginal, suplemen-
taria, derivada de la resonancia simbólica de la disposición fragmentaria de las
figuras disgregadas en el texto poético. Un halo paradójico enmarca así la obra de
Saussure que apuntala sobre un retorno a la oralidad, a la “lengua viva”, su acerca-
miento teórico, contrastando con visiones del lenguaje erigidas sobre los patrones
lingüísticos consagrados por la escritura. En el caso de la obra de Saussure, el
tránsito de la exposición oral, en permanente transformación, a la fijeza del texto
a partir de distintas fuentes, registros de años diversos y apreciaciones disyuntivas,
conllevó una esquematización de los conceptos, distorsión de los trayectos exposi-
tivos, supresión de matices, reducción de tratamientos alternativos y controversias
teóricas y eliminación de formulaciones contradictorias, pero redujo también a un
planteamiento único, la transformación cambiante de sus concepciones entre los
años 1907 y 1911, que involucró mutación de sus criterios, incluso invención de
términos y adopción de distintas nomenclaturas.
El texto saussureano cobró matices y orientaciones equívocas, puestas a la luz
en la materia y en la forma de la escritura. Pero estas variaciones no son indiferen-
tes. Señalan ya un rumbo a la reflexión lingüística que cobró un peso determinan-
te en la concepción contemporánea del lenguaje, a pesar del aparente eclipse de su
lectura contemporánea. Como señaló ya Louis-Jean Calvet:

El Cours será entonces, desde la muerte de Saussure hasta una época reciente,
la piedra de toque a partir de la cual se determinará el curso de la lingüís-

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tica moderna, el texto que planteará las bases de la cientificidad de esta


disciplina, pero también la que señalará el rumbo de reflexiones filosóficas
cardinales respecto del lenguaje y la expresión. Es esa la razón por la cual
las cuestiones de escritura que propone son fundamentales [Calvet 1975: 17].

El juego de silencios, elipsis, contradicciones e integraciones disyuntivas de


los conceptos se multiplica en la génesis misma del texto saussureano: se ahondan
las interrogantes sobre el lugar central que tiene el habla en la transformación in-
cesante de la lengua, sobre la dinámica de las relaciones entre entidades lingüísticas
inherentes al intercambio verbal cotidiano, oral. Los matices que adquiere en la
mirada de Saussure el carácter institucional de la lengua ahonda la relevancia de la
condición de autonomía respecto de las determinaciones tanto subjetivas como
sociohistóricas, que inciden en el acto de lenguaje; el carácter arbitrario de la
relación constitutiva del signo aparece como el eje cardinal de la relación intrínse-
ca —asociativa— de valor que define a las entidades lingüísticas.
La posición del planteamiento de Saussure ante las disyuntivas sobre el carácter
específico de la “ciencia del lenguaje” se torna indeterminado: su orientación his-
tórica parece ceder lugar a una comprensión del lenguaje “vivo”, en acto, capaz de
revelar en el instante la trama de determinaciones de la lengua; comprender las
condiciones de inteligibilidad del lenguaje en el momento mismo del diálogo, en
el proceso que se despliega en la mera enunciación. Este “punto de vista” señala un
papel cardinal en la comprensión de la transformación dinámica de las lenguas al
acontecer lingüístico, pero al mismo tiempo asume el carácter sistemático de la
trama de valores lingüísticos. Así, para Saussure, el papel del acto de lenguaje y su
relación con los otros regímenes de la acción social lo colocan en una relación
compleja con la perspectiva sociológica; la afirmación del carácter institucional y,
por consiguiente, determinantemente social del lenguaje se traslapa, incluso se
interfiere con el carácter autónomo del lenguaje, su conformación y su dinámica
al margen de las determinaciones sociales. Más aún, la calidad propiamente psico-
lógica de la significación —Saussure inscribirá a la “semiología”, la “ciencia general
de la significación”, en el dominio de la psicología social— lo conduce a una ten-
tativa de comprensión universalista, más afín al proyecto fenomenológico y distante
de las consideraciones empíricas de la psicología decimonónica. Estas tensiones
conceptuales, al mismo tiempo, acotan y confieren una fuerza de creación propia
a su acercamiento universal a los hechos de significación, como un campo

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autónomo, centra su elaboración conceptual sobre los elementos de la lengua y lo


conduce a inscribir bajo el dominio de la semiología las construcciones conceptua-
les de la lingüística. El proyecto de semiología en Saussure aparece así, al mismo
tiempo como un fundamento y un horizonte, un presupuesto ineludible de su
comprensión de la lengua y un proyecto en construcción.
No obstante, una transfiguración radical en la comprensión de la propuesta
de Saussure emerge de la intervención del azar: el descubrimiento en 1996, en una
bodega del hotel en Ginebra propiedad de la familia de Saussure, posteriormente
depositados en la Biblioteca Pública de la Universidad de Ginebra, de materiales
manuscritos, fragmentos, bosquejos, material preparatorio de conferencias y expo-
siciones, esbozos dispersos de un texto jamás concluido sobre lingüística general;
material en apariencia perdido pero que pone a la luz acentos, matices o desarrollos
que inducen lecturas radicalmente divergentes o incluso contradictorias respecto
de las sugeridas por el corpus conocido de los textos atribuidos a Saussure.

Para una lectura contemporánea del canon saussureano

Los rasgos desconcertantes del Cours dieron cabida a una doble exigencia: por una
parte, acotar y precisar construcciones conceptuales interferidas por incesantes
vacíos, silencios, formulaciones elípticas, inconsistencias en el desarrollo de la ex-
posición, señalamientos fragmentarios, imágenes y metáforas desprendidos de la
vocación pedagógica del texto. La reflexión de Saussure, como cualquier trayecto
del pensar sometido a la exigencia de incesante renovación, está poblada por seña-
lamientos vacilantes o provisionales, propios de la escritura derivada de una explo-
ración incierta, en movimiento, patente en la conformación del texto.
Reclama la reconstrucción de las formulaciones fragmentarias, de los plantea-
mientos teóricos apenas bosquejados que surgieron como una arquitectura
conceptual en respuesta a las exigencias epistemológicas entonces vigentes: teorías
de sistemas, formalismos de raíz economicista —la noción de valor—, sociologis-
mos de diversa índole —cristalizados en torno al debate sobre la institucionalidad
de la lengua—, acercamientos psicológicos de corte empírico, incluso fisiológico
—las formas variadas del asociacionismo—, las vertientes del evolucionismo en
boga, las resonancias del historicismo y las construcciones conceptuales consisten-
tes o reflexiones filosóficas afines o contrastantes. Así, las reflexiones del texto
saussureano, surgidas de la lingüística histórica pero orientadas a la necesidad de

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una lingüística general, surgen de una doble inflexión teórica: por una parte, del
impulso hacia un vago formalismo emanado de la noción de sistema, patente en
el marco conceptual del clg; por la otra, del diálogo con múltiples disciplinas que
dan lugar una reflexión más abierta poblada de metáforas y apuntalada sobre la
necesidad de distinguir el fenómeno del lenguaje como tal y las condiciones sobre
las condiciones de inteligibilidad del acto de lenguaje. Estas condiciones no podían
sino conducir a un marco colectivo de soporte de esa inteligibilidad, una instancia
al mismo tiempo intangible y, sin embargo, existente como una fuerza ordenadora
eficaz, generalizada, la lengua como una forma integral pero en permanente trans-
formación, como condición universal de la significación. Por otra parte, una com-
prensión del lenguaje no podía sino asumir la relevancia en la dinámica del lenguaje
de los desempeños del habla, de la incesante recreación del sentido y de las formas
patentes en el acto de lenguaje y formuladas según los regímenes discursivos
vigentes, pero bajo la condición relacional constitutiva de los elementos de la
lengua. El acto de lenguaje aparece así como el fenómeno específico que emerge
de esta composición intrincada, dinámica entre esas dos instancias, irreductibles
entre sí, pero fundidas una con otra de manera inextricable para dar lugar a ese
acto relevante, determinante en la vida social, el acto del lenguaje.
La reflexión de Saussure emerge de las tentativas irresueltas de las concepcio-
nes de la lingüística histórica y de la filología postromántica por aprehender la
tensión entre cambio e identidad en las reglas que, se asumía, regían la dinámica
propia de las lenguas. Responde a una exigencia de deslinde y síntesis respecto de
las contribuciones de sus antecesores, en particular, de la tradición de los neogra-
máticos y la incidencia de otras tentativas de explicación formuladas desde otras
disciplinas: desde la psicología empírica enmarcada en las contribuciones de Wundt,
hasta las aproximaciones sistémicas o incluso evolucionistas integradas en la visión
de la transformación histórica de las lenguas. Pero este movimiento de deslinde y
síntesis confiere a la obra saussureana una dinámica de incesante transformación.
Entre sus primeras obras, notoriamente la Mémoire sur le système primitif des voyelles
dans les langues indo-européennes, centrada en una perspectiva de lingüística histó-
rica y orientadas de manera casi excluyente a la polémica en torno a las “leyes fo-
néticas”, dominante en la reflexión lingüística a fines del siglo xix.
Es posible reconocer en la reflexión de Saussure la propuesta de una trama
conceptual cuyos focos revelan un principio constructivo apuntalado sobre un

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espectro de conceptos cardinales que dan sustento y señalan el carácter meramen-


te indicativo de las articulaciones dualistas.
Entre los conceptos cardinales, algunos introducen facetas históricas, episte-
mológicas o conceptuales surgidas, tanto de la propia genealogía del pensamiento
lingüístico, como del diálogo entre la lingüística y los diversos horizontes discipli-
narios de su tiempo. Así, Saussure acude al concepto de forma que cobra una fuerza
particular en el linaje de Humboldt, o bien, al concepto de arbitrariedad, cuyas
resonancias se conjugan con las implicaciones del concepto de institución en
Durkheim o el concepto de valor, concepto crucial en la integración conceptual de
la visión saussuriana que emana de las contribuciones periféricas de las disciplinas
económicas. Esas apropiaciones conceptuales, que acarrean una significativa recrea-
ción, han sido incesantemente, incluso exorbitantemente subrayadas. Se trata de
elementos conceptuales que inscritos en la reflexión de Saussure se articulan a partir
de una tesis sustantiva sobre la naturaleza del fenómeno del lenguaje: la “condición”
esencialmente comunicativa del acto lingüístico. Esta condición hace patente la
naturaleza relacional, diferencial del lenguaje y la relevancia sintética y procesual
del desempeño lingüístico que desborda las categorías dualistas que reducen y es-
quematizan su dinámica propia. Esta dinámica relacional, puramente diferencial,
define todos y cada uno de sus elementos y de las fases de su proceso. Pero esta
calidad diferencial, en el lenguaje, se expresa en la conjugación conceptual de las
nociones de forma y de valor, relacionadas “necesariamente”, con un proceso mental
cuya forma, a su vez, toma su sentido y su dinámica de la potencia asociativa in-
herente a la materia significante y a las “representaciones mentales” incorporada en
el acto del lenguaje.1
Los elementos en juego en el lenguaje suponen una relación diferencial cons-
titutiva: una operación incesante de síntesis que se establece entre los elementos en
juego en el acto de lenguaje —las palabras pronunciadas, las frases enunciadas— y
la trama integral de las formas del lenguaje potencialmente admisibles en la reali-
zación del hecho lingüístico —aquellos elementos de lenguaje que, pudiendo haber
intervenido, permanecieron como entidades virtuales—; así, cada acto de lenguaje

1
El carácter específico de la “diferencia” y su implicación en las determinaciones entre las dimensiones forma-
les del lenguaje en Saussure ha dado lugar no sólo a reflexiones posteriores de naturaleza lingüística, como en el caso
de Hjelmslev, sino a las reflexiones postfenomenológicas que desarrolló Jacques Derrida, de manera explícita y amplia
en De la grammatologic, entre otras.

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alude a todos los elementos formales y materiales del lenguaje potencialmente


activos e incorpora en su significación el sentido relacional de esa potencia.

Los objetos que la ciencia del lenguaje tiene, ante ella no tienen jamás una
realidad en sí mismos, o aparte de los otros objetos a considerar; no tienen
ningún sustrato para su existencia más allá de su diferencia o de las diferen-
cias de toda especie para las que el espíritu encuentra una manera de vincular
a la diferencia fundamental [al carácter esencialmente negativo de la dife-
rencia ajena a cualquier propiedad positiva], [Saussure 2002: 65].

Más claramente aún, en el momento de la impartición de los cursos de


Ginebra, Saussure subrayará que el valor de un elemento en el acto de lenguaje
conjuga así por lo menos dos órdenes de calidades diferenciadas: el valor surgido
de la relación diferencial entre los elementos efectivamente en juego en el acto de
lenguaje y el valor de cada uno de estos elementos con el resto de las relaciones
potenciales relevantes en juego. El valor surgido de la trama de lo existente no
excluye a los inabarcables y cambiantes espectros de valor de lo potencial; por el
contrario, lo existente toma su valor de mantener un vínculo constitutivo con
aquellas entidades que participan potencialmente de lo hablado. Es la síntesis que
cada palabra hace patente entre lo que existe y lo potencial, lo que constituye la
fuerza expresiva del acto lingüístico. Esto confiere al concepto de valor un alcance
que desborda los límites de un acto aislado del lenguaje: cada acto toma una sig-
nificación específica de la relación de valor que surge al confrontarlo con otros
actos:

[…] negamos que algún hecho de lengua pueda existir por sí mismo al
margen de su oposición con los otros, y negamos también que sea otra cosa
que una manera más o menos afortunada de resumir un conjunto de dife-
rencias en juego: de tal manera que sólo esas diferencias existen, y, por eso
mismo todo objeto al que se refiere la ciencia del lenguaje se precipita en
una esfera de relatividad [Saussure 2002: 66].

El incesante “movimiento” conceptual que se aprecia entre las distintas fases


del pensamiento de Saussure no es en absoluto accidental, no es una contingencia
en la conformación de una teoría del lenguaje. Se muestra, por el contrario, inhe-

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rente a él. Saussure escribe, en el borrador de una carta encontrada entre sus ma-
nuscritos, refiriéndose al “horror” experimentado en el momento de escribir:

[cuando se trata de lingüística] asumo como un hecho que no existe un solo


término, sea cual fuere, en esta ciencia, que haya reposado sobre una idea
clara, y así, entre el principio y el fin de una frase, uno está tentado a rees-
cribirla cinco o seis veces [Starobinski 1971: 13].

Esta convicción se expresa claramente en otro fragmento, éste referido a las


dificultades sobre la terminología en lingüística:

No hay en absoluto una expresión simple para las cosas que es preciso
distinguir primariamente en lingüística. Ni la puede haber. La expresión
simple será algebraica o no será [Saussure 2002: 236].

Esta vocación al mismo tiempo por una conceptualización rigurosa, perma-


nentemente desalentada, y una búsqueda de un formalismo nítido se expresa en
ocasiones en propuestas que, bajo una expresión esquemática, suponen giros a veces
sutiles. En el clg, como ha señalado en su lectura rigurosa del texto saussureano,
Tulio De Mauro, estos giros atañen a permanentes deslizamientos en los usos
conceptuales de los términos. Muchos de estos deslizamientos y transfiguraciones
ocurren durante los sucesivos cursos, que se suceden desde 1907 hasta 1911, pero
que recogen inquietudes teóricas tempranas.
La reflexión de Saussure se despliega así en esta tensión entre la convicción de
lo elusivo y acaso inaccesible de una conceptualización integral, comprehensiva
sobre el lenguaje y un empeño por construir un acercamiento formalmente riguroso,
preciso, explicativo. Procede así desde un punto de partida inequívoco para derivar
de ahí la secuela conceptual relevante. Este punto de partida es un dualismo irre-
ductible del fenómeno del lenguaje, patente en su expresión verbal durante el in-
tercambio comunicativo —que para Saussure asume las calidades esenciales del
hecho lingüístico: su faceta sonora, su expresión material en segmentos audibles y
reconocibles, y su correspondencia con procesos mentales, relaciones que dan lugar
a la significación. Más aún, el vínculo indisoluble y necesario entre estas dos facetas
de la significación es el punto de partida inequívoco de toda reflexión sobre la forma
y la dinámica de los procesos de significación. No obstante, este dualismo aparen-

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temente nítido no se reduce a esta mera oposición entre un modo de darse extrín-
seco del lenguaje, objetivo, tangible y algunos procesos interiores, mentales, reco-
nocibles a partir de entidades conceptuales.
Las condiciones morfológicas del lenguaje y su relación con el acto de habla
suponen también experiencias contrastantes del tiempo, inducidas por la diferen-
cia ontológica de los modos de darse del orden del lenguaje. El acto del lenguaje
involucra una tensión suplementaria en el vínculo diferencial que surge de la con-
catenación temporal de las entidades efectivamente presentes en el acto del lenguaje.
Saussure utiliza las “relaciones sintagmáticas”. Si las relaciones potenciales de la
lengua, que se configuran como una morfología de entidades inmateriales están
libradas a juegos abiertos de asociación —analógicas, clasificatorias, categoriales,
lógicas, genéticas, derivacionales—, las relaciones involucradas en el proceso de
concatenación serial propio del lenguaje comprometen otras dimensiones lógicas:
conjugan las convenciones de las “formas regulares” fijadas por la convención de
la lengua —sintaxis— con un proceso múltiple de síntesis heterogéneas que surge
en el acto de lenguaje: en la selección de cada una de las entidades que dará lugar
a la frase o, más ampliamente, al discurso; deriva de la propia condición serial de
la expresión lingüística. Construcción sintáctica y creación serial se conjugan, se
funden, concurren en la realización del acto de discurso.
Sin embargo, la construcción sintáctica es en sí misma un proceso de síntesis
abierto, de naturaleza equiparable, aunque radicalmente distinta de la síntesis
abierta que acontece en la creación discursiva. La sintaxis confiere un valor al signo
por la forma misma —forma compleja constituida por la composición de otras
formas— de su concatenación. Pero el signo asume otro valor suplementario,
distinto, por su concatenación discursiva —a partir de la composición de signifi-
cados y por el valor comunicativo del acto mismo— con otros signos.
Los signos comprometidos en el acto comunicativo “incorporan” en su valor
significativo, en una síntesis incesante, todos los elementos relacionados potencial-
mente con los expresados, pero que intervienen sólo en su calidad de dependencias
potenciales en la forma y las relaciones asociativas de la lengua. La creación discur-
siva aparece así como una síntesis diferencial de otras síntesis también surgidas de
otras concurrencias heterogéneas, de valores (diferenciales) múltiples. Se hace
patente la calidad vertiginosa de esa “esfera de relatividad” constituida a partir de
esa turbulencia de composiciones diferenciales en el habla.

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Arbitrariedad, institucionalidad: dinámicas de la lengua

La frase aparentemente simple que se lee en el clg: “la lengua no es una institución
social semejante en todos sus elementos a las otras” [Saussure 1916: 26], constitu-
ye un punto de partida que encierra una complejidad desafiante. No solamente
subraya la “convencionalidad” en los patrones de organización de la lengua y su
vigencia en los usos, los actos y los vínculos de una comunidad, sino también la
singularidad de esa institución y la particular relación que guarda con las demás
instituciones. Esa singularidad, objeto de la reflexión lingüística, reclama una ca-
racterización rigurosa, no sólo en sí misma, sino en cuanto a su autonomía y a la
dinámica que ésta despliega en su inscripción en la trama social de las instituciones.
La frase, surgida quizá de una referencia polémica a la afirmación de Whitney sobre
la condición institucional del lenguaje, pone en relieve una condición disyuntiva:
el lenguaje revela un funcionamiento regular, colectivo, constituye una institución
cuyo objeto es peculiar, mecanismos de significación, elementos constituyentes de
la comunicación que, a su vez, constituye al mismo tiempo a los sujetos y a la forma
misma de lo social. Es una institución cuya naturaleza excede los rasgos y las ca-
racterísticas de las demás instituciones sociales. Esta calidad “excedente” de la ins-
titución de la lengua deriva, en principio, de su “radical” arbitrariedad: “El carácter
arbitrario de la lengua la separa radicalmente de todas las otras instituciones”
[Saussure 1979: 110]. Esa radical arbitrariedad alude a que la lengua no exhibe en
su regulación ningún horizonte teleológico o pragmático ajeno a su naturaleza. No
obstante, el sentido de la arbitrariedad de la lengua no es discernible inmediata-
mente. Revela una dinámica particular no exenta de rasgos en apariencia paradójicos.
La arbitrariedad de la lengua, derivada de su “convencionalidad pura” —no
hay razón alguna para que los elementos de la lengua signifiquen lo que significan,
no hay razón alguna para que se ordenen como se ordenan, no hay razón alguna
para que se usen como se usan— supone, sin embargo, un conjunto de modos de
inteligibilidad concertados en la comunidad. Se trata de una inteligibilidad
“extensa” que confiere a la institucionalidad específica del lenguaje una calidad
singular, inconmensurable con cualquier otra en la medida en que la finalidad del
vínculo constitutivo del lenguaje no obedece a ninguna necesidad biológica o co-
lectiva ajena al reclamo de inteligibilidad recíproca: “El lenguaje es una institución
pura, sin análogas”, escribe Saussure [Saussure 2002: 211]. Esos modos de inteli-

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gibilidad compartidos por una comunidad aparecen como una condición de la


lengua. En el clg aparece este señalamiento sucinto:

Entre todos los individuos vinculados por el lenguaje, se establece una


especie de media: todos reproducirán —sin duda, no exactamente, pero de
manera aproximada— los mismo signos unidos a los mismos conceptos
[Saussure 1979: 29].

Esta condición se “cristaliza” en una integración sistémica de relaciones edi-


ficada sobre un dualismo constitutivo, la forma sonora que remite a entidades
mentales sometidas a una condición de significación: esta significación deriva su
identidad de su inscripción en una trama diferencial de otras unidades de la misma
naturaleza. Esta cristalización señala al mismo tiempo su participación esencial en
los hechos de lenguaje, pero al mismo tiempo, define una instancia cuyo modo de
darse es específico: está constituida por una trama de relaciones, de vínculos dife-
renciales entre sus entidades. Esa trama de diferencias da lugar a formas específicas
que señalan las identidades propias a cada elemento de lengua, sea cual fuere su
naturaleza. Ese “sistema” de diferencias no es otro que la lengua. Así, lenguaje y
lengua se distinguen nítidamente. No obstante, el fenómeno del lenguaje requiere
que esa trama de diferencias, de juego de “negatividades”, se objetive en una
dinámica de inscripción en el espacio social. Esto sólo puede darse en un acto
singular, inscrito en el campo de interacción con otros actos sociales, con una
dinámica propia: un acontecimiento capaz de hacer tangible la significación.
Saussure lo denominó “habla”. El habla y la lengua se revelan así como modos
diferenciados de existir del lenguaje, irreductibles uno al otro, pero vinculados de
manera tal que su relación necesaria, mutuamente condicionada, diferencial,
negativa también, dé lugar a una tercera modalidad ontológica de la significación:
el lenguaje, irreductible a las otras dos, pero constituida por su vínculo.
Así, uno de los núcleos conceptuales más relevantes teóricamente, pero
asimismo más delicados y más complejos no sólo por su alcance epistemológico,
sino por sus implicaciones analíticas y metodológicas es el que distingue y articula,
simultáneamente, lenguaje, lengua y habla. En principio, esta constelación triádica
de conceptos desconcierta por la conformación heterogénea, radicalmente asimé-
trica e inconmensurable de sus significaciones. Pero quizá, la dimensión al mismo
tiempo inasible y esclarecedora de esta integración conceptual radica en la compleja

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interrelación con cada una de ellas; en su concurrencia para dar su fisonomía espe-
cífica a los fenómenos del lenguaje. El dualismo lengua/habla, como ocurrirá con
todas las otras “dicotomías” saussureanas, se revela no como una polaridad, un
dualismo estricto, sino como modalidades diferenciales de ser del lenguaje, vincu-
ladas asimismo por una relación diferencial que se realiza en el fenómeno del
lenguaje; se trata de una composición de esferas de desempeño dinámico diferen-
ciado: sonoras y mentales que en su juego diferencial fincan la significación del
lenguaje.
Ésta es quizá una de las formulaciones definitivas en la empresa saussureana
porque admite una dimensión formal, estructural, una “realidad virtual ontológica”
—la lengua asumida como un “sistema”, trama abierta de negatividades, de enti-
dades puramente diferenciales, cuyo modo de existencia aparece como una deter-
minación virtual de la significación transmisible mediante el acto comunicativo—
inscrita en lo social y manifiesta como una institución, distinta analíticamente de
la dimensión objetivada de la significación, plasmada en modos de acción lingüís-
tica propia de situaciones de diálogo, el hecho de lenguaje.
La lengua se inscribe en la trama institucional como condición de posibilidad
de cualquier otro régimen institucional; no hay institución que no encuentre en la
lengua su fundamento. La lengua realiza la fuerza normativa de las prescripciones
y prohibiciones que expresan el sentido de las instituciones. Así, el lenguaje no sólo
hace posible las otras instituciones, las excede, constituye su “interioridad” y aquello
que está más allá de ellas. Pero no es ajena a sus desempeños: los actos surgidos de
esos regímenes instituidos inciden a su vez, de manera “compleja” (Saussure), en
la propia conformación y composición de la lengua, pero de manera abierta y
patente en los hechos de lenguaje. La lengua es imposible de acotar rigurosamente.
Sus elementos (los signos) no son nítidamente ennumerables, el sistema rechaza
todo límite reconocible: la significación es capaz de desbordar cualquier lindero.
Incide en todos los dominios de la experiencia y la vida colectiva, pero,
asimismo, se torna lugar de incidencia e intervención de todos los actos surgidos en
todas las condiciones de la vida social. Esta complejidad que hace posible la ubicui-
dad y omnipresencia de la lengua la torna inasible; escapa a la experiencia colectiva:

Las prescripciones de un código, los ritos de una religión, las señales marí-
timas, etc., no ocupan nunca más que un número restringido de individuos
a la vez y durante un tiempo limitado; la lengua, por el contrario, admite

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la participación de todos y cada uno en cada instante, y esa es la razón por


la cual recibe la influencia de todos [Saussure 1979: 107].

Intangible, la lengua no puede ser sino virtual y su forma diferencial pura,


aprehendida como síntesis permanente de una totalidad al mismo tiempo deter-
minada y abierta (la lengua), y efectiva (realizada como hecho de transmisión de
la significación en cada instante de manera diferenciada, mediante el acto de
lenguaje en permanente transformación). La noción de arbitrariedad se finca en la
condición de la indeterminación entre forma sonora y un sentido derivado de un
espectro potencial indeterminado y virtualmente cambiante, múltiple de formas
de sentido. La lengua tiene la fijeza de aquello que ha sido heredado y asumido con
toda su fuerza imperativa. Pero, por otro lado, su forma aparece como resultado de
la concurrencia de los factores sociales sobre el conjunto colectivo de las acciones
del lenguaje. Esta condición arroja una luz inquietante sobre el concepto de auto-
nomía de la lengua. Sometida al mismo tiempo a la acción múltiple, ubicua, per-
sistente de las acciones colectivas, toma de ese sometimiento una fijeza caracterís-
tica, su forma, la conjugación de los valores que involucra, circunscrita y
restringida por el peso de su raíz hereditaria. La lengua es al mismo tiempo mutación
e inmutabilidad, maleabilidad incesante y espectro de relaciones perseverante. La
fijeza de la lengua hace posible la inteligibilidad recíproca reclamadas por la comu-
nicación colectiva, pero esta misma inteligibilidad es mutable, cambiante, inestable,
incierta; el peso de las convenciones recibidas como un régimen institucional
previo, inalterable, fincado en la memoria y asumido como condición de identidad,
se somete a la apertura incesante del acontecimiento del hablar.

Hay, en el fenómeno total [del hecho de lenguaje] un lazo entre dos factores
antinómicos: la convención arbitraria en virtud de la cual la elección es
libre, y el tiempo, gracias al cual la elección se encuentra fija. Porque el signo
es arbitrario no conoce otra ley que la tradición, y porque se funda en la
tradición puede ser arbitrario [Saussure 1979: 108].

Françoise Gadet lo expresa sintéticamente: “el funcionamiento semiológico


de la lengua manifiesta dos aspectos aparentemente irreductibles: el sistema como
funcionamiento creativo o como producto de la memoria” [Gadet 1996: 80].
Saussure asume esta tensión entre creación y reminiscencia, entre invención

44
El efecto Saussure
Hacia una lectura contemporánea de Saussure

y decantación: admite la calidad transformadora de la lengua, que induce una


mutación incesante en los valores y las determinaciones de la lengua y del acto de
lenguaje, y el carácter persistente de la estabilidad del sistema de la lengua, la exi-
gencia de la permanencia de sus valores además del espectro inamovible de sus
relaciones como sustento de la significación. “Se puede hablar a la vez de la inmu-
tabilidad y de la mutabilidad del signo” [Saussure 1979: 108].
La institucionalidad de la lengua se comprende entonces, en su modalidad
específica, a partir de una condición suplementaria subrayada insistentemente por
Saussure: la transformación del lenguaje no cesa jamás; cada acto del lenguaje
supone un desplazamiento, una mutación potencial continua, sin hiatos, un acon-
tecer incesante, sin lapsos de reposo, sin momentos de “estabilidad” general. Es una
trama diferencial de potencias de significación en devenir, sin término, impulsada
incesantemente por la incidencia del acto del lenguaje en todas las facetas de la vida
social y, a la vez, trastocada por éstas. La reflexión sobre la temporalidad —la fijeza,
el cambio, la continuidad de la lengua, la potencia y el acto, el valor y sus muta-
ciones y la concatenación— conlleva también la tensión entre la invariancia de las
condiciones de valor (no de los valores en sí) y el acontecer del acto de discurso,
abierto a la permanente incidencia sobre los hechos sociales y, al mismo tiempo,
surgido de la intervención de éstos en las condiciones de su propia realización.
Esta composición de los factores que definen la inmutabilidad y aquellos que
impulsan la mutabilidad del signo revelan la complejidad dinámica de la lengua:

Situada a la vez en la masa social y en el tiempo, nadie puede cambiar nada


en ella y, por otra parte, lo arbitrario de sus signos conlleva teóricamente la
libertad de establecer cualquier relación entre la materia fónica y las ideas
[Saussure 1979: 110].

Este juego antinómico de procesos y de fuerzas que se conjugan y se confron-


tan, esta concurrencia de determinaciones entre la acción colectiva y las exigencias
de la significación y el peso de la historicidad de la lengua es lo que acentúa la
polaridad y las tensiones en la dinámica de persistencia y transformación de la
lengua. La lengua es en sí una de las facetas constitutivas de la “tradición”, tiene su
fuerza de engendramiento, pero también su persistencia indefinida; su peso
absoluto, pero irreconocible; una condición de invariancia sin identidad, una fuerza
de gravitación y de arraigo que se expresa como fuerza, el imperativo de la tradición:

45
Raymundo Mier Garza

La lengua constituye una tradición que se modifica continuamente pero


que el tiempo y los sujetos hablantes son incapaces de quebrantar. Sólo
puede extinguirse por una causa u otra extraña a la propia lengua [Saussure
2002: 179].

Así, la temporalidad institucional y la temporalidad lingüística se constituyen


en un juego cambiante de facetas de la transformación, pero a su vez sometidas a
la exigencia de inteligibilidad recíproca. La diferencia de temporalidad define la
composición disyuntiva de estos conceptos: supone también, de manera ineludible,
calidades ontológicas diferenciadas, modos de ser, modos de realización y modos
de evidencia e incidencia social diferenciados. Saussure pone el acento en la natu-
raleza fenoménica del lenguaje. El lenguaje es lo que ocurre. Supone el fulgor del
instante y un modo de darse efectivo de la fuerza ordenadora del lenguaje en ese
instante:

[en la lengua, y específicamente, en un “estado de lengua”] es un hecho que


no hay nada de instantáneo que no sea morfológico (o significativo) y
tampoco hay nada morfológico que no sea instantáneo [Saussure 2002: 41].

Así, la lengua supone un “modo de darse” de la forma y un modo de darse de


la significación que obedecen a una conformación diferencial surgida en el instante.
La lengua, conformada en el instante, no tiene “regularidades” inapelables porque
la existencia de reglas supone la repetición, la identidad de las relaciones, la fijeza
absoluta de las diferencias. La noción de regularidad, sugiere Saussure, exhibe así
una condición paradójica: induce incesantemente variaciones, modos de aplicación
inadvertidos, sentidos y ámbitos de aplicación a su vez diferenciados que desplazan
sus dominios de validez. Tratando de caracterizar esta calidad instantánea de la
lengua, Saussure entonces introduce una observación insólita, en la turbulencia del
lenguaje, la condición “caótica” que surge de la necesidad del vínculo entre la forma
y el valor de las entidades lingüísticas engendra un orden:

Lo dado no es sino la diversidad de los signos combinados indisolublemen-


te y de una manera infinitamente compleja con la diversidad de las ideas.
Los dos caos, al unirse, dan lugar a un orden [Saussure 2002: 51].

46
El efecto Saussure
Hacia una lectura contemporánea de Saussure

El orden sólo puede surgir de la articulación “necesaria” entre el caos de la


forma y el del valor, entre la materia sonora “formada” y los valores que dan lugar
a la significación. Saussure pone el acento sobre el papel morfogenético de esta
articulación necesaria que cobra su plena fuerza ordenadora —semiológica, escribe
Saussure— en el instante. Quebrantar esa relación o ignorarla, es decir, considerar
la dimensión de la forma de la materia sonora separada de la dimensión del valor
significativo es perder toda posibilidad de comprender el orden al mismo tiempo
súbito, intempestivo y permanente que sostiene el lenguaje. El rechazo de Saussure
a la fonética y a la sintaxis como disciplinas autónomas surge de esta posición
sustentada sobre la fuerza morfogenética del vínculo necesario entre forma y valor,
entre la dimensión material y la significación.2 El único orden discernible, la con-
figuración misma de la lengua deriva de este vínculo, de esta composición entre las
dos dimensiones constitutivas del lenguaje.
Cada momento del acto del lenguaje supone así la instauración de un “punto
de vista” singular, propio, conformado y surgido en ese instante: es el que reconoce
el “orden singular” de la lengua. Lo que Saussure llamó un estado de lengua. Una
constelación de diferencias potenciales que “cristaliza” en el instante mismo en el
que se aprehende el fenómeno del lenguaje. Se realiza a partir del acto de habla en
una expresión concreta del hecho de lenguaje. Cada instante en el que se enuncia
una palabra, que se articula un signo específico, inscrito en una trama de diferencias,
este signo realiza una síntesis de toda una esfera de relaciones diferenciales relevan-
tes —de muy diversa índole: asociaciones sonoras, gramaticales, morfológicas,
semánticas que se conjugan en cada momento—; esta síntesis conjuga así la inci-
dencia de todas las diferencias potencialmente en juego que definen, en un
momento dado a partir de “asociaciones realizadas por el espíritu”, un ámbito
virtual y potencial, relevante, de significación —a lo que Saussure alude con el
término de “habla paralela” o “habla potencial”, relaciones “verticales”—, con la
incidencia de las otras entidades lingüísticas que han sido incorporadas material-
mente en una secuencia que da forma al acto en su realización discursiva —que en
términos saussureanos corresponde al “habla efectiva”, palabra “real” (Saussure)—
fundada de relaciones “horizontales” o sintagma [Saussure 2002: 61].
El acto de lenguaje, visto “desde el punto de vista” de las condiciones de forma

2
La relevancia de este vínculo necesario y de su carácter constitutivo en la definición de lo semiológico se hace
de manera inequívoca en el concepto que Hjelmslev, más tarde, acuñará como la “función semiótica” [Hjelmslev
1971a].

47
Raymundo Mier Garza

que hace posible su inteligibilidad, “revela en el instante mismo de su realización


la totalidad de las relaciones que conlleva su articulación morfológica”, pero pone
en relieve la multiplicidad de dimensiones contingentes, inherentes al acto de
lenguaje, que confieren su singularidad a cada realización del diálogo lingüístico.
Ese instante permite reconocer la concurrencia integral de la permanencia de las
determinaciones morfológicas de la lengua como una condición intrínseca, inhe-
rente a la lengua, a su inteligibilidad por una comunidad determinada.
El lenguaje involucra, por consiguiente, no sólo la dimensión sonora y la
mente, una serie de facultades y capacidades propias del sujeto —Saussure no es
indiferente a las “capacidades” psíquicas y biológicas imprescindibles para que
ocurra el “fenómeno del lenguaje—, también las condiciones sociales —la trans-
misibilidad del sentido inherente al vínculo humano— propias de un acto comu-
nicativo que son una dimensión constitutiva del lenguaje. La realización sonora del
lenguaje exhibe una “forma” específica y relevante. Esta relevancia deriva estricta-
mente de su relación constitutiva con la forma de los conceptos; forma que a su
vez surge de la posición específica de cada uno de ellos en la trama de relaciones
con los otros. La significación deriva constitutivamente de esa “posición” contin-
gente y al mismo tiempo “determinada en su posibilidad” de cada entidad en el
espectro de las relaciones integrales entre las representaciones conceptuales.

No existe la forma y una idea que le corresponde; más aún no hay la signi-
ficación y un signo correspondiente. Hay unas formas y unas significaciones
posibles (en absoluto correspondientes); incluso hay únicamente en realidad
diferencias de formas y diferencias de significaciones; por otra parte, cada
uno de estos órdenes de diferencias (por consecuencia de cosas ya negativas
en sí mismas) no existe como diferencias sino a partir del vínculo de unas
con otras [Saussure 2002: 42-43].

La exigencia de pensar la significación como surgida de una relación potencial


pero necesaria, esencial al lenguaje, junto con la condición de pensar forma y valor,
definidos como un régimen puramente diferencial, sin identidad positiva duradera,
confiere a la visión saussureana un alcance propio, inédito. Permite comprender la
conjugación de las determinaciones esenciales del fenómeno del lenguaje: por una
parte, la articulación dualista materia/mente como fundamento necesario del hecho
lingüístico; pero por la otra, las temporalidades y el régimen de contingencia del

48
El efecto Saussure
Hacia una lectura contemporánea de Saussure

acto comunicativo, cuya única condición es el marco invariable instaurado por la


exigencia de inteligibilidad recíproca, no sólo respecto de otro, sino de una comu-
nidad particular. Esta inteligibilidad recíproca, sometida a condiciones incesante-
mente cambiantes, revela una calidad fundamental del habla: la transmisibilidad
de la significación. Transmisibilidad y transformación en cada instante que, sin
embargo, suponen la persistencia de las formas de la lengua y la preservación de su
integridad. Nunca un acto de habla transformará un enunciado del español en una
variante del servocroata.
No obstante, si el “punto de vista” es algo que se transforma en cada instante,
al mismo tiempo que se preserva de manera invariante, supone entonces una
“síntesis” de todas esas calidades y modalidades heterogéneas, incesantemente
renovada. Cada instante la identidad del lenguaje se reconstituye y se confirma, se
preserva y se transfigura. Esa síntesis surgida del punto de vista con que se captura
el acontecer del lenguaje revela un juego de temporalidades que se expresa como
invariante, una temporalidad suspendida, un momento de resplandor que es
también el del atisbo de una identidad, el espejismo de una esencia: la esencia de
una lengua, su identidad, una figura al mismo tiempo patente y ficticia. Saussure
la denominó sincronía, el nombre de una identidad intemporal, intempestiva, sin
embargo, vigente durante un solo instante. Una visión de lo invariante en sí misma
capaz de contener tensiones en movimiento y en transformación potencial, sin
reposo, en una densidad inagotable de cambio. Al despliegue de estas potencias
incesantes de transformación las llamó diacronía. Estas calidades de la temporali-
dad, evidentemente, se presuponen recíprocamente. La sincronía es un momento
de la diacronía, surgido del punto de vista del observador; participa plenamente de
la diacronía que no es sino el despliegue del trayecto incesante de las tensiones
inherentes a la integridad morfológica del lenguaje. Esta composición de tiempos
dinámica, propia de la sincronía y la diacronía, se ofrecen en el clg como catego-
rías disyuntivas, en oposición, según una fórmula que violenta radicalmente el
pensamiento saussureano. Leemos en el clg:

Es sincrónico todo lo que se relaciona con el aspecto estático de nuestra


ciencia, diacrónico todo aquello que hace referencia a sus evoluciones
[Saussure 1979: 117].

Así, el clg no sólo esquematiza, formula de manera abiertamente contradic-

49
Raymundo Mier Garza

toria el acercamiento de Saussure a la temporalidad de las relaciones entre lenguaje,


lengua y habla que hacen posible un acercamiento dinámico a la interrogación
sobre la continuidad, fijeza y transformación, permanencia, institucionalidad,
estado de lengua y evento lingüísticos, virtualidad y acto, y revelan las complejida-
des históricas de los procesos de significación. El rechazo de Saussure a toda visión
estática de la lengua queda obturado. Saussure había escrito:

No hay jamás un equilibrio, un punto permanente, estable en ningún


lenguaje. Planteamos entonces el principio de la transformación incesante
de la lengua, como un absoluto [Saussure 2002: 158], (las cursivas son mías,
R. M.).

Estas transformaciones no involucran solamente modos de organización, in-


tegración de las formas de la lengua y de los valores, las significaciones, sino también
los desempeños dinámicos y regímenes del habla en la conformación de los hechos
de lenguaje; aluden a los diferentes regímenes de conformación y transformación
de los modos de existencia de la expresión lingüística.

El resplandor equívoco de la Semiología

En una presentación sintética del curso del pensamiento francés contemporáneo,


es preciso evocar momentos y vuelcos cardinales en el pensamiento que confieren
retrospectivamente a la obra de Saussure, en particular a su propuesta de funda-
mentos para una teoría general de los signos —una semiología—, una posición
fundamental en el desarrollo, no sólo del pensamiento contemporáneo sobre el
lenguaje, sino de la reformulación de las ciencias sociales, la filosofía, la literatura,
la historia. La lingüística misma habría de experimentar una transformación radical
a la luz del lugar emergente de la semiología. Como señala Depecker a partir de
una relectura contemporánea de la obra de Saussure:

[…] una vez corroborado el hecho de que el lenguaje es una “semiología


particular”, es preciso intentar de derivar de ella “el género de semiología
especial que es la semiología lingüística”. Es bajo este horizonte que se debe
aprehender la lingüística [Depecker 2009: 142].

50
El efecto Saussure
Hacia una lectura contemporánea de Saussure

En la estela del pensamiento de Saussure surge así un incesante trabajo de


reapropiación y de recreación de los conceptos lingüísticos, ya marcados por este
espectro de consideraciones semiológicas: aparecen otras vertientes de la reflexión
que buscan explorar y desarrollar las implicaciones teóricas y conceptuales deriva-
das de los breves apuntes sobre el proyecto de semiología bosquejado por Saussure.
Una noción general de signo no podía quedar atada al carácter material de la
sonoridad. El signo debía ser, en su totalidad, una entidad mental. El dualismo
constitutivo de la significación tomaba así una vía más cercana a la psicología
trascendental. Saussure llegó al punto de considerar a la semiología como una
parcela de la psicología. La formulación lacónica del programa semiológico, que
fue desde entonces retomada incesantemente como fundamento de la disciplina,
señala ya este movimiento decisivo:

Es posible entonces concebir una ciencia que estudie la vida de los signos
en el seno de la vida social; formaría una parte de la psicología social y, por
consecuencia de la psicología general; la llamaremos semiología. Ella nos
enseñaría en qué consisten los signos y qué leyes los regirían. Puesto que
aún no existe, es posible decir sólo lo que será; pero tiene derecho a la
existencia y su lugar está determinado de antemano [Saussure 1979: 33].

Más que a una psicología empírica o experimental, Saussure apelaba a una


psicología capaz de desprender del concepto, de lo mental, el fundamento de una
noción de signo para revelar las condiciones y las determinaciones de los signos y
de su trama sistémica. La Semiología bosquejada por Saussure. El nuevo concepto
general del signo reclamaba así una doble autonomía: respecto de los objetos y la
multiplicidad cambiante de las acciones sociales y respecto de la materia sonora,
así como de toda materia tangible, como soporte de la significación. Las nociones
de forma y de valor adquieren un nuevo perfil, una hondura específica. Saussure
transita así a la exigencia de una nomenclatura capaz de exhibir esta autonomía
radical de los signos, su condición puramente mental. Se hizo preciso liberar al
signo de su determinación exclusivamente sonora. El signo surgía así no de la so-
noridad sino de la imagen mental de la sonoridad y, en el marco del proyecto se-
miológico, el signo reclamaba de esta manera la relación constitutiva entre el
régimen de las ideas y el régimen la imagen mental de su soporte material, su
materia significante cualquiera que éste fuera. Saussure había hablado tangencial-

51
Raymundo Mier Garza

mente del carácter significante de la materia sonora. Progresivamente, esta calidad


se convirtió en la condición decisiva en la conformación del signo.
El signo como entidad, al mismo tiempo puramente mental, pero dotado de
una identidad positiva apareció como un reclamo en la formulación del acerca-
miento psicológico. Esta transformación llevó aparejada la exigencia de una nueva
fisonomía para los conceptos fundamentales, forma y valor, desarrollados por
Saussure en su comprensión de la lengua, pero suponía asimismo una relación
acorde con la temporalidad, la arbitrariedad, la trama de relaciones asociativas entre
las entidades y la caracterización del régimen sintagmático y el acto de lenguaje,
acto de significación. La definición del signo, como una entidad constituida por
dos entidades —el significante como imagen mental de la materia soporte de la
significación, y el significado como entidad mental, concepto formado y determi-
nado por su valor en la trama sistémica de los sistemas de significación— pareció
articulada sobre estas mutaciones conceptuales, aparentemente sólo recomposicio-
nes sutiles pero que implicaban una transformación radical de la perspectiva sobre
el hecho, el acto y las condiciones sistémicas de la significación. Signo, significan-
te, significado, valor, forma, sustancia, edificados sobre un nuevo concepto de ar-
bitrariedad no correspondían solamente a una integración de ejes conceptuales
binarios. Revelaban una trama compleja de entidades conceptuales dispuestas en
una trama de correspondencias íntimas. No obstante, las consecuencias de esta
radical transfiguración de la teoría quedaron apenas bosquejadas.
Así, apuntaladas en la reflexión saussureana surgieron las propuestas de
Jakobson, de Benveniste, de Hjelmslev, entre muchas otras, dispuestas a explorar,
en ocasiones desde posiciones marcadamente polémicas, diversas alternativas con
alcances diferenciados en el dominio de la comprensión del lenguaje. No obstante,
el papel de la semiología como detonador de una reflexión sin precedentes sobre el
papel de la significación entre la década de los años cincuenta hasta los noventa,
transformó el panorama de la reflexión contemporánea. La referencia a la semiología
cobró el papel de una referencia fundamental para la comprensión de expresiones
sociales, políticas, psíquicas, estéticas; apareció asimismo como capaz de revelar
rasgos hasta entonces inadvertidos de procesos rituales, patrones de interacción
social o relatos de la más diversa índole —míticos, literarios, cinematográficos,
dramáticos, pictóricos, incluso musicales. Esta posibilidad de ampliación de su
ámbito comprehensivo se apuntalaba primordialmente, de manera cardinal, en la
reflexión sobre la arbitrariedad del signo. Subrayar en el carácter particular de lo

52
El efecto Saussure
Hacia una lectura contemporánea de Saussure

sistémico de las formas y los valores significativos fundados en la relación entre las
entidades materiales —sonoras, de escritura, visuales— y la trama de los valores
diferenciales inherente a toda significación. No obstante, el bosquejo de la
semiología aguardaba aún un desarrollo ampliado.
Acaso, uno de los momentos decisivos de este despliegue de la semiología
ocurre temprano hacia dos dominios diferentes y, sin embargo, vinculados a través
de reflexiones comunes e interrogantes compartidas: la antropología —en particu-
lar, la reflexión sobre el mito— y la reflexión sobre la escritura. El encuentro entre
la antropología y los desarrollos incipientes de la semiótica ocurrió apenas termi-
nada la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un vuelco en la dirección de la mirada
antropológica francesa, determinante para su fisonomía contemporánea. Ocurre
en el encuentro de la perspectiva estructural de Roman Jakobson y el proyecto
antropológico de Lévi-Strauss, en la estela abierta no sólo por Saussure sino por
otras visiones estructurales —particularmente, el Círculo de Praga y el formalismo
ruso: este encuentro, ocurrido en el marco de las “Seis conferencias sobre sonido y
sentido” realizadas por Jakobson en el Nueva York de la posguerra, llevaron a una
“refundación” de la antropología a partir de las contribuciones de la revolución
teórica sobre el lenguaje.
Evocando ese momento en que escuchaba a Jakobson, Lévi-Strauss describe
su descubrimiento:

Las dos disciplinas [la antropología y la lingüística] se veían confrontadas a


“una multitud aplastante de variaciones”, mientras que la explicación debe
asumir como finalidad “mostrar los invariantes a través de la variedad”.
Mutatis mutandis lo que Jakobson decía de la fonología se aplicaba también
a la etnología [Lévi-Strauss 1976: 8-9].

Lévi-Strauss habría de acercarse a la comprensión del parentesco privilegian-


do, no los términos considerados en su individualidad, sino la trama de relaciones
de oposición entre ellos y su articulación en sistemas invariantes generalizados.
La aparición de Anthropologie structurale (1957) es uno de los momentos
definitivos que señala la irrupción de una pasión de amplia resonancia en la esfera
académica e intelectual francesa de un punto de vista cuya referencia fundadora
era el clg, dominada por la incorporación de un punto de vista a un tiempo pro-

53
Raymundo Mier Garza

metedor y abierto, cuya fertilidad aparecía en correspondencia con su densidad


conceptual y su elocuencia teórica.
Un doble proceso histórico se advierte en la diseminación de la tesis
fundamental de Saussure: la posibilidad de una semiología como ciencia general
de la significación capaz de incorporar como uno de sus dominios el de la lingüística,
pero capaz asimismo de ofrecer una comprensión de las demás formas de signifi-
cación expresadas por medios materiales extraños al lenguaje —cuerpos en acto,
sonoridades musicales y naturales, espacios, objetos (entendidos como materia
significante y no como foco referencial del lenguaje), figuras, imágenes—. Uno de
los derroteros del proyecto semiológico condujo a una voluntad de emprender una
tarea “reconstructiva” o, más aún, una recreación de las propuestas conceptuales
saussurianas, sobre bases formales, lógicas o esquemas de conceptualización estrictas
según cánones epistemológicos consagrados por las ciencias instituidas: así,
Hjelmslev buscó una reformulación de algunas de las propuestas saussureanas a
partir de una tentativa de axiomatización y conformación lógico-deductiva de las
tesis de la ciencia del lenguaje. Aparecieron asimismo tentativas de formalización
estricta sobre modelos matemáticos y lógicos, o sobre modelos de simulación. Se
abrió paso una perspectiva específica que, tomando la distinción hjelmsleviana
entre semiótica (dimensión científica del conocimiento de la lengua) y semiología
(dimensión interpretativa del conocimiento de la lengua), buscó edificar sobre
esquemas de inspiración lógico-formal las bases de una semiótica. Surgen así, en
este momento, en el entrecruzamiento de las diversas contribuciones acerca del
proceso narrativo inducido por el esquema formalizado de la lengua, desarrollos
rigurosos, como el representado por la obra de J. A. Greimas, acaso una de las más
amplias y rigurosas perspectivas para la construcción de una semiótica. Por otra
parte, ante la diversificación de las perspectivas filosóficas relativas al lenguaje —
positivismo lógico, filosofía analítica, fenomenología, filosofía del lenguaje
ordinario, pragmatismo norteamericano, entre otras— se buscó configurar una
aproximación “integral” a las diversas facetas —cognitiva, argumentativa, ética,
normativa, deóntica, narrativa— realizadas en el acto de lenguaje o en acciones
destinadas a la creación de significación. Ocurre ese “giro semiótico”, como lo
denominara Paolo Fabbri, tomando acaso como referencia ese momento de trans-
formación radical de la filosofía continental a mediados del siglo xix, designado
por Richard Rorty como “el giro lingüístico”.

54
El efecto Saussure
Hacia una lectura contemporánea de Saussure

El proyecto semiótico desbordó claramente los confines de la reflexión sobre


el lenguaje en su autonomía para explorar la incidencia del acto de lenguaje en otras
facetas de los hechos sociales y subjetivos. La perspectiva semiótica de raíz saussu-
reana incide de manera relevante en la comprensión de la subjetividad —notoria-
mente en una re-visión y re-creación de la tentativa freudiana de comprensión de
lo inconsciente, ampliada, transformada y reformulada radicalmente por Jacques
Lacan—. La dimensión polémica de la obra saussureana se extendió a los más
diversos ámbitos de la reflexión: desde la filosofía —la lectura fenomenológica de
Merleau-Ponty dialogó tempranamente con el texto saussureano— su acercamien-
to al habla y al discurso permitió una ampliación y consolidación conceptual de
los acercamiento a la significación narrativa que involucra dimensiones tan amplias
como el relato literario; la aproximación semiológica a la literatura —que cobró
un auge inusitado al amparo de las reflexiones de Roland Barthes—; la semiología
del cine —que introdujo, a partir de la obra de Metz, de Pasolini— de tópicos
fundamentales en la comprensión de las imágenes, la conformación de los encua-
dres, los planos visuales en movimiento, la relevancia del montaje, la articulación
narrativa de las secuencias, las lógicas del relato y los diálogos complejos con la
retórica,3 la práctica pictórica, la composición musical o las formas narrativas y
argumentativas del discurso político, de la comunicación pedagógica, de la práctica
periodística; se replantearon los acercamientos a los medios de comunicación y a
las “industrias culturales”, se reconsideran las vías analíticas para la comprensión
de la “sociedad del espectáculo” o las formas del consumo contemporáneo. Se abrían
así perspectivas inéditas de comprensión de las expresiones estéticas. No obstante,
estos desarrollos en su novedad, revelaron la fertilidad de los planteamientos saus-
sureanos que amparaban esa ampliación de perspectivas y dominios, y suscitaban
incesantes desplazamientos conceptuales al inscribirse en otras perspectivas disci-
plinarias. El abanico, las derivaciones y las resonancias del proyecto semiólógico de
Saussure se despliegan sin un límite específico, las tentativas se multiplican.
No han terminado.

3
Christian Metz, al discutir en relación con las contribuciones de la semiología al análisis cinematográfico
afirmaba: “la manipulación fílmica transforma en un discurso lo que no habría podido ser sino el registro visual de
la realidad. Partiendo de una significación puramente analógica y continua —la fotografía animada, el cinematógra-
fo—, el cine ha delineado poco a poco, en el curso de su maduración diacrónica, algunos elementos de una semiótica
propia, que permanecen escasos y fragmentarios en medio de capas amorfas de la simple duplicación visual” [Metz
2003: 108].

55
Raymundo Mier Garza

Bibliografía

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1978 Avant Saussure. Éditions Complexe. París.
Starobinski, Jean
1971 Les mots sous les mots. Les anagrammes de Ferdinand de Saussure. Gallimard.
París.

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