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El Cours será entonces, desde la muerte de Saussure hasta una época reciente,
la piedra de toque a partir de la cual se determinará el curso de la lingüís-
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Los rasgos desconcertantes del Cours dieron cabida a una doble exigencia: por una
parte, acotar y precisar construcciones conceptuales interferidas por incesantes
vacíos, silencios, formulaciones elípticas, inconsistencias en el desarrollo de la ex-
posición, señalamientos fragmentarios, imágenes y metáforas desprendidos de la
vocación pedagógica del texto. La reflexión de Saussure, como cualquier trayecto
del pensar sometido a la exigencia de incesante renovación, está poblada por seña-
lamientos vacilantes o provisionales, propios de la escritura derivada de una explo-
ración incierta, en movimiento, patente en la conformación del texto.
Reclama la reconstrucción de las formulaciones fragmentarias, de los plantea-
mientos teóricos apenas bosquejados que surgieron como una arquitectura
conceptual en respuesta a las exigencias epistemológicas entonces vigentes: teorías
de sistemas, formalismos de raíz economicista —la noción de valor—, sociologis-
mos de diversa índole —cristalizados en torno al debate sobre la institucionalidad
de la lengua—, acercamientos psicológicos de corte empírico, incluso fisiológico
—las formas variadas del asociacionismo—, las vertientes del evolucionismo en
boga, las resonancias del historicismo y las construcciones conceptuales consisten-
tes o reflexiones filosóficas afines o contrastantes. Así, las reflexiones del texto
saussureano, surgidas de la lingüística histórica pero orientadas a la necesidad de
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una lingüística general, surgen de una doble inflexión teórica: por una parte, del
impulso hacia un vago formalismo emanado de la noción de sistema, patente en
el marco conceptual del clg; por la otra, del diálogo con múltiples disciplinas que
dan lugar una reflexión más abierta poblada de metáforas y apuntalada sobre la
necesidad de distinguir el fenómeno del lenguaje como tal y las condiciones sobre
las condiciones de inteligibilidad del acto de lenguaje. Estas condiciones no podían
sino conducir a un marco colectivo de soporte de esa inteligibilidad, una instancia
al mismo tiempo intangible y, sin embargo, existente como una fuerza ordenadora
eficaz, generalizada, la lengua como una forma integral pero en permanente trans-
formación, como condición universal de la significación. Por otra parte, una com-
prensión del lenguaje no podía sino asumir la relevancia en la dinámica del lenguaje
de los desempeños del habla, de la incesante recreación del sentido y de las formas
patentes en el acto de lenguaje y formuladas según los regímenes discursivos
vigentes, pero bajo la condición relacional constitutiva de los elementos de la
lengua. El acto de lenguaje aparece así como el fenómeno específico que emerge
de esta composición intrincada, dinámica entre esas dos instancias, irreductibles
entre sí, pero fundidas una con otra de manera inextricable para dar lugar a ese
acto relevante, determinante en la vida social, el acto del lenguaje.
La reflexión de Saussure emerge de las tentativas irresueltas de las concepcio-
nes de la lingüística histórica y de la filología postromántica por aprehender la
tensión entre cambio e identidad en las reglas que, se asumía, regían la dinámica
propia de las lenguas. Responde a una exigencia de deslinde y síntesis respecto de
las contribuciones de sus antecesores, en particular, de la tradición de los neogra-
máticos y la incidencia de otras tentativas de explicación formuladas desde otras
disciplinas: desde la psicología empírica enmarcada en las contribuciones de Wundt,
hasta las aproximaciones sistémicas o incluso evolucionistas integradas en la visión
de la transformación histórica de las lenguas. Pero este movimiento de deslinde y
síntesis confiere a la obra saussureana una dinámica de incesante transformación.
Entre sus primeras obras, notoriamente la Mémoire sur le système primitif des voyelles
dans les langues indo-européennes, centrada en una perspectiva de lingüística histó-
rica y orientadas de manera casi excluyente a la polémica en torno a las “leyes fo-
néticas”, dominante en la reflexión lingüística a fines del siglo xix.
Es posible reconocer en la reflexión de Saussure la propuesta de una trama
conceptual cuyos focos revelan un principio constructivo apuntalado sobre un
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El carácter específico de la “diferencia” y su implicación en las determinaciones entre las dimensiones forma-
les del lenguaje en Saussure ha dado lugar no sólo a reflexiones posteriores de naturaleza lingüística, como en el caso
de Hjelmslev, sino a las reflexiones postfenomenológicas que desarrolló Jacques Derrida, de manera explícita y amplia
en De la grammatologic, entre otras.
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Los objetos que la ciencia del lenguaje tiene, ante ella no tienen jamás una
realidad en sí mismos, o aparte de los otros objetos a considerar; no tienen
ningún sustrato para su existencia más allá de su diferencia o de las diferen-
cias de toda especie para las que el espíritu encuentra una manera de vincular
a la diferencia fundamental [al carácter esencialmente negativo de la dife-
rencia ajena a cualquier propiedad positiva], [Saussure 2002: 65].
[…] negamos que algún hecho de lengua pueda existir por sí mismo al
margen de su oposición con los otros, y negamos también que sea otra cosa
que una manera más o menos afortunada de resumir un conjunto de dife-
rencias en juego: de tal manera que sólo esas diferencias existen, y, por eso
mismo todo objeto al que se refiere la ciencia del lenguaje se precipita en
una esfera de relatividad [Saussure 2002: 66].
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rente a él. Saussure escribe, en el borrador de una carta encontrada entre sus ma-
nuscritos, refiriéndose al “horror” experimentado en el momento de escribir:
No hay en absoluto una expresión simple para las cosas que es preciso
distinguir primariamente en lingüística. Ni la puede haber. La expresión
simple será algebraica o no será [Saussure 2002: 236].
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temente nítido no se reduce a esta mera oposición entre un modo de darse extrín-
seco del lenguaje, objetivo, tangible y algunos procesos interiores, mentales, reco-
nocibles a partir de entidades conceptuales.
Las condiciones morfológicas del lenguaje y su relación con el acto de habla
suponen también experiencias contrastantes del tiempo, inducidas por la diferen-
cia ontológica de los modos de darse del orden del lenguaje. El acto del lenguaje
involucra una tensión suplementaria en el vínculo diferencial que surge de la con-
catenación temporal de las entidades efectivamente presentes en el acto del lenguaje.
Saussure utiliza las “relaciones sintagmáticas”. Si las relaciones potenciales de la
lengua, que se configuran como una morfología de entidades inmateriales están
libradas a juegos abiertos de asociación —analógicas, clasificatorias, categoriales,
lógicas, genéticas, derivacionales—, las relaciones involucradas en el proceso de
concatenación serial propio del lenguaje comprometen otras dimensiones lógicas:
conjugan las convenciones de las “formas regulares” fijadas por la convención de
la lengua —sintaxis— con un proceso múltiple de síntesis heterogéneas que surge
en el acto de lenguaje: en la selección de cada una de las entidades que dará lugar
a la frase o, más ampliamente, al discurso; deriva de la propia condición serial de
la expresión lingüística. Construcción sintáctica y creación serial se conjugan, se
funden, concurren en la realización del acto de discurso.
Sin embargo, la construcción sintáctica es en sí misma un proceso de síntesis
abierto, de naturaleza equiparable, aunque radicalmente distinta de la síntesis
abierta que acontece en la creación discursiva. La sintaxis confiere un valor al signo
por la forma misma —forma compleja constituida por la composición de otras
formas— de su concatenación. Pero el signo asume otro valor suplementario,
distinto, por su concatenación discursiva —a partir de la composición de signifi-
cados y por el valor comunicativo del acto mismo— con otros signos.
Los signos comprometidos en el acto comunicativo “incorporan” en su valor
significativo, en una síntesis incesante, todos los elementos relacionados potencial-
mente con los expresados, pero que intervienen sólo en su calidad de dependencias
potenciales en la forma y las relaciones asociativas de la lengua. La creación discur-
siva aparece así como una síntesis diferencial de otras síntesis también surgidas de
otras concurrencias heterogéneas, de valores (diferenciales) múltiples. Se hace
patente la calidad vertiginosa de esa “esfera de relatividad” constituida a partir de
esa turbulencia de composiciones diferenciales en el habla.
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La frase aparentemente simple que se lee en el clg: “la lengua no es una institución
social semejante en todos sus elementos a las otras” [Saussure 1916: 26], constitu-
ye un punto de partida que encierra una complejidad desafiante. No solamente
subraya la “convencionalidad” en los patrones de organización de la lengua y su
vigencia en los usos, los actos y los vínculos de una comunidad, sino también la
singularidad de esa institución y la particular relación que guarda con las demás
instituciones. Esa singularidad, objeto de la reflexión lingüística, reclama una ca-
racterización rigurosa, no sólo en sí misma, sino en cuanto a su autonomía y a la
dinámica que ésta despliega en su inscripción en la trama social de las instituciones.
La frase, surgida quizá de una referencia polémica a la afirmación de Whitney sobre
la condición institucional del lenguaje, pone en relieve una condición disyuntiva:
el lenguaje revela un funcionamiento regular, colectivo, constituye una institución
cuyo objeto es peculiar, mecanismos de significación, elementos constituyentes de
la comunicación que, a su vez, constituye al mismo tiempo a los sujetos y a la forma
misma de lo social. Es una institución cuya naturaleza excede los rasgos y las ca-
racterísticas de las demás instituciones sociales. Esta calidad “excedente” de la ins-
titución de la lengua deriva, en principio, de su “radical” arbitrariedad: “El carácter
arbitrario de la lengua la separa radicalmente de todas las otras instituciones”
[Saussure 1979: 110]. Esa radical arbitrariedad alude a que la lengua no exhibe en
su regulación ningún horizonte teleológico o pragmático ajeno a su naturaleza. No
obstante, el sentido de la arbitrariedad de la lengua no es discernible inmediata-
mente. Revela una dinámica particular no exenta de rasgos en apariencia paradójicos.
La arbitrariedad de la lengua, derivada de su “convencionalidad pura” —no
hay razón alguna para que los elementos de la lengua signifiquen lo que significan,
no hay razón alguna para que se ordenen como se ordenan, no hay razón alguna
para que se usen como se usan— supone, sin embargo, un conjunto de modos de
inteligibilidad concertados en la comunidad. Se trata de una inteligibilidad
“extensa” que confiere a la institucionalidad específica del lenguaje una calidad
singular, inconmensurable con cualquier otra en la medida en que la finalidad del
vínculo constitutivo del lenguaje no obedece a ninguna necesidad biológica o co-
lectiva ajena al reclamo de inteligibilidad recíproca: “El lenguaje es una institución
pura, sin análogas”, escribe Saussure [Saussure 2002: 211]. Esos modos de inteli-
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interrelación con cada una de ellas; en su concurrencia para dar su fisonomía espe-
cífica a los fenómenos del lenguaje. El dualismo lengua/habla, como ocurrirá con
todas las otras “dicotomías” saussureanas, se revela no como una polaridad, un
dualismo estricto, sino como modalidades diferenciales de ser del lenguaje, vincu-
ladas asimismo por una relación diferencial que se realiza en el fenómeno del
lenguaje; se trata de una composición de esferas de desempeño dinámico diferen-
ciado: sonoras y mentales que en su juego diferencial fincan la significación del
lenguaje.
Ésta es quizá una de las formulaciones definitivas en la empresa saussureana
porque admite una dimensión formal, estructural, una “realidad virtual ontológica”
—la lengua asumida como un “sistema”, trama abierta de negatividades, de enti-
dades puramente diferenciales, cuyo modo de existencia aparece como una deter-
minación virtual de la significación transmisible mediante el acto comunicativo—
inscrita en lo social y manifiesta como una institución, distinta analíticamente de
la dimensión objetivada de la significación, plasmada en modos de acción lingüís-
tica propia de situaciones de diálogo, el hecho de lenguaje.
La lengua se inscribe en la trama institucional como condición de posibilidad
de cualquier otro régimen institucional; no hay institución que no encuentre en la
lengua su fundamento. La lengua realiza la fuerza normativa de las prescripciones
y prohibiciones que expresan el sentido de las instituciones. Así, el lenguaje no sólo
hace posible las otras instituciones, las excede, constituye su “interioridad” y aquello
que está más allá de ellas. Pero no es ajena a sus desempeños: los actos surgidos de
esos regímenes instituidos inciden a su vez, de manera “compleja” (Saussure), en
la propia conformación y composición de la lengua, pero de manera abierta y
patente en los hechos de lenguaje. La lengua es imposible de acotar rigurosamente.
Sus elementos (los signos) no son nítidamente ennumerables, el sistema rechaza
todo límite reconocible: la significación es capaz de desbordar cualquier lindero.
Incide en todos los dominios de la experiencia y la vida colectiva, pero,
asimismo, se torna lugar de incidencia e intervención de todos los actos surgidos en
todas las condiciones de la vida social. Esta complejidad que hace posible la ubicui-
dad y omnipresencia de la lengua la torna inasible; escapa a la experiencia colectiva:
Las prescripciones de un código, los ritos de una religión, las señales marí-
timas, etc., no ocupan nunca más que un número restringido de individuos
a la vez y durante un tiempo limitado; la lengua, por el contrario, admite
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Hay, en el fenómeno total [del hecho de lenguaje] un lazo entre dos factores
antinómicos: la convención arbitraria en virtud de la cual la elección es
libre, y el tiempo, gracias al cual la elección se encuentra fija. Porque el signo
es arbitrario no conoce otra ley que la tradición, y porque se funda en la
tradición puede ser arbitrario [Saussure 1979: 108].
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La relevancia de este vínculo necesario y de su carácter constitutivo en la definición de lo semiológico se hace
de manera inequívoca en el concepto que Hjelmslev, más tarde, acuñará como la “función semiótica” [Hjelmslev
1971a].
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No existe la forma y una idea que le corresponde; más aún no hay la signi-
ficación y un signo correspondiente. Hay unas formas y unas significaciones
posibles (en absoluto correspondientes); incluso hay únicamente en realidad
diferencias de formas y diferencias de significaciones; por otra parte, cada
uno de estos órdenes de diferencias (por consecuencia de cosas ya negativas
en sí mismas) no existe como diferencias sino a partir del vínculo de unas
con otras [Saussure 2002: 42-43].
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Es posible entonces concebir una ciencia que estudie la vida de los signos
en el seno de la vida social; formaría una parte de la psicología social y, por
consecuencia de la psicología general; la llamaremos semiología. Ella nos
enseñaría en qué consisten los signos y qué leyes los regirían. Puesto que
aún no existe, es posible decir sólo lo que será; pero tiene derecho a la
existencia y su lugar está determinado de antemano [Saussure 1979: 33].
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sistémico de las formas y los valores significativos fundados en la relación entre las
entidades materiales —sonoras, de escritura, visuales— y la trama de los valores
diferenciales inherente a toda significación. No obstante, el bosquejo de la
semiología aguardaba aún un desarrollo ampliado.
Acaso, uno de los momentos decisivos de este despliegue de la semiología
ocurre temprano hacia dos dominios diferentes y, sin embargo, vinculados a través
de reflexiones comunes e interrogantes compartidas: la antropología —en particu-
lar, la reflexión sobre el mito— y la reflexión sobre la escritura. El encuentro entre
la antropología y los desarrollos incipientes de la semiótica ocurrió apenas termi-
nada la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un vuelco en la dirección de la mirada
antropológica francesa, determinante para su fisonomía contemporánea. Ocurre
en el encuentro de la perspectiva estructural de Roman Jakobson y el proyecto
antropológico de Lévi-Strauss, en la estela abierta no sólo por Saussure sino por
otras visiones estructurales —particularmente, el Círculo de Praga y el formalismo
ruso: este encuentro, ocurrido en el marco de las “Seis conferencias sobre sonido y
sentido” realizadas por Jakobson en el Nueva York de la posguerra, llevaron a una
“refundación” de la antropología a partir de las contribuciones de la revolución
teórica sobre el lenguaje.
Evocando ese momento en que escuchaba a Jakobson, Lévi-Strauss describe
su descubrimiento:
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Christian Metz, al discutir en relación con las contribuciones de la semiología al análisis cinematográfico
afirmaba: “la manipulación fílmica transforma en un discurso lo que no habría podido ser sino el registro visual de
la realidad. Partiendo de una significación puramente analógica y continua —la fotografía animada, el cinematógra-
fo—, el cine ha delineado poco a poco, en el curso de su maduración diacrónica, algunos elementos de una semiótica
propia, que permanecen escasos y fragmentarios en medio de capas amorfas de la simple duplicación visual” [Metz
2003: 108].
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