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Desembolsos.

Los gastos en las guerras y en su preparación durante la primera


mitad del siglo XX, desde 1900 hasta 1953, alcanzaron una cifra verdaderamente
astronómica: más de cuatro trillones de dólares. Según datos recopilados por el
pacifista americano Davies, los recursos dilapidados durante la segunda guerra
mundial hubieran bastado para que todas las familias del globo terrestre se
construyeran una casa de cinco habitaciones y para edificar en cada ciudad de
más de 5,000 habitantes una clica, asegurando su entretenimiento en el
transcurso de diez años.

El capitalismo, generador de guerras, provoca el aniquilamiento masivo de la


principal fuerza productiva de la sociedad: el propio hombre. En la primera
conflagración mundial fueron muertos diez millones y heridos más de veinte
millones de hombres. La segunda guerra mundial, a la que fueron arrastrados 56
países, se llevó casi 50 millones de vidas humanas, no contando las decenas de
millones de heridos e inválidos.

Las guerras imperialistas y la militarización constituyen un factor que frena el


avance de las fuerzas productivas y que incluso las destruye. Al reconocer que no
hay otro camino para desarrollar su economía que la carrera armamentista, el
imperialismo certifica la total bancarrota de su sistema social. Sin embargo, cuanto
más dinero se destina a la producción de guerra, tanto menos consistente es la
economía del capitalismo y tanto más agudas sus contradicciones. La principal
contradicción del capitalismo contemporáneo se manifiesta en el hecho de que el
trabajo del hombre es utilizado más y más para crear medios de destrucción. Un
régimen social que engendra tales contradicciones se desacredita y se mata a si
mismo. La conversión del militarismo en un elemento orgánico de la economía y
de la política es una prueba patente de que la existencia del capitalismo ha
entrado en conflicto insoluble con los intereses vitales y con la seguridad de todo
el género humano.

No solo en la esfera económica se da a conocer la putrefacción del capitalismo


monopolistas; manifestase también en el terreno de la supraestructura ideológica y
política.
En un análisis de las tendencias fundamentales dentro del movimiento obrero,
Lenin dedico especial atención a aquella forma de corrupción y parasitismo que se
expresa en el soborno por la burguesía de una capa privilegiada de la clase
obrera. Tal soborno es posible económicamente gracias a las altas ganancias de
los monopolistas. La burguesía destina una parte ínfima de sus colosales ingresos
a comprar a los obreros más calificados, aislándoles de los sufrimientos y del
ambiente revolucionario de la masa proletaria y creando en el seno de los
trabajadores la denominado “aristocracia obrera”.

Con la ayuda activa de la burguesía, la aristocracia obrera se apodera de los


puestos dirigentes en una serie de sindicatos y constituye la elite traidora de los
partidos socialdemócratas. En connivencia conciertos sectores de la pequeña
burguesía y de la intelectualidad pequeñoburguesa, la aristocracia obrera
representa la base social del oportunismo, o conformismo, dentro del movimiento
obrero. Estos trabajadores aburguesados son, como dijo Lenin, auténticos agentes
de la burguesía en el movimiento obrero, lacayos obreros de la clase capitalista.

Aunque la aristocracia obrera, la burocracia sindical y política, sobornada por la


burguesía. Representa solamente una minoría insignificante de la población,
disfruta, no obstante de cierta influencia entre las masas, y por ello constituye un
serio peligro para el movimiento obrero. Los oportunistas, al escindir las filas de
los trabajadores, frenan el desarrollo de la lucha de clases, impiden que los
obreros unifiquen sus esfuerzos y, con ello, debilitan el empuje de los trabajadores
que tienden a derrocar el capitalismo. Precisamente a la actividad escisionista de
los sindicatos reaccionarios y de los socialdemócratas de derecha se debe que en
numerosos países la burguesía siga manteniéndose en el poder.

Lenin puso en claro que el oportunismo dentro del movimiento obrero no es un


fenómeno fortuito y que su nacimiento guarda estrecha relación con la propia
esencia del imperialismo, con la dominación de los monopolios. Sin embargo,
reconocer a lógica objetiva de la existencia del oportunismo no implica la
necesidad de renunciar a combatirlo. Liberar a los trabajadores de la influencia de
los oportunistas y establecer la unidad del movimiento obrero y sindical fue
siempre una tarea del proletariado revolucionario, y sigue siéndolo.

Al cumplimiento de esta misión contribuye una serie de circunstancias


determinadas por las leyes del desarrollo del imperialismo. Actualmente, bajo la
influencia del progreso técnico, la composición del proletariado industrial se ha
modificado un tanto. La aplicación del sistema de cadena, de operaciones
consecutivas y de máquinas semiautomáticas ha hecho que el proletariado fabril
sea más homogéneo en lo tocante a calificación. En buena parte se compone
ahora de obreros instituido en una sola operación sencilla, bien en la cadena, bien
en la línea de producción escalonada. Ha disminuido con ello el número de
obreros calificados y el de peones. El lugar que antes ocupara un sector nuevo,
relativamente poco numeroso, de mecánicos y reparadores y también por obreros
técnicos altamente calificados que dirigen las líneas de producción escalonadas o
las grandes maquinas complejas.

Junto con el descenso del pesa de la mano de obra calificada de las diversas
categorías de operarios. La situación del grueso de los llamados “obreros
instruidos” –integrantes del sistema de cadena u operadores de máquinas
automáticas- va aproximadamente más y más al nivel de vida de los obreros no
calificados. La desaparición de las diferencias en lo tocante a especialidad,
retribución del trabajo y grado de ocupación ha ocasionado una tendencia a la
restricción de la base social del oportunismo entre el proletario industrial.

La caída del sistema colonial del imperialismo tiene crecientes repercusiones en el


movimiento obrero. Las posibilidades de obtener superganancias coloniales en los
jóvenes países soberanos irán reduciéndose a medida que crezca la industria
nacional y se acentué la competencia del capital indígena, así como también en
virtud de las limitaciones impuestas en aquellos países a las propiedades
extranjeras, de la nacionalización de las mismas, de la eliminación del carácter
monocultor de la economía y del aumento de las relaciones de todo género con
todos los países. Por consiguiente, también ira reduciéndose más y más una de
las principales fuentes de soborno de la aristocracia obrera en los países
imperialistas.

Por último, otro de los factores que tienden a reducir el sector de la aristocracia
obrera es la insistente lucha económica del proletariado. El hecho de que ciertas
categorías de obreros disfruten altos salarios no constituye hoy día una prueba
indiscutible de que hayan sido sobornados por la burguesía. Muy a menudo, los
que perciben mejores salarios son los obreros más firmes, más organizados y más
revolucionarios, que arrancan concesiones a la burguesía a través de tenaces
combates de clase. Es evidente que estos grupos de trabajadores no pueden ser
catalogados entre la aristocracia obrera.

La reducción de la base social del oportunismo en el seno del proletariado


industrial incita a la burguesía imperialista a acudir en demanda de ayuda a la
burocracia obrera, bastante numerosa en los sindicatos, las cooperativas, en los
ayuntamientos, etc., y también a cierto sector de proletarios “de cuello duro”, es
decir, a los empleados, cuyo número va acrecentándose en la sociedad capitalista.
La burocracia obrera y la parte privilegiada de los empleados van reemplazando a
la aristocracia obrera en su cometido de soporte social de la burguesía
monopolista.

Pese a los reiterados esfuerzos de los imperialistas por ahondar la división en las
filas de clase obrera, los efectos de la ideología oportunista sobre la conciencia de
las masas trabajadoras disminuyen constantemente, tanto a causa de las leyes
objetivas del desarrollo de la historia como de la actividad de los partidos
comunistas, encaminada a lograr la unidad de los movimientos obrero y sindical.

El triunfo de las ideas del marxismo revolucionario sobre el oportunismo de


nuestra época se debe, en gran parte, al curso y a los resultados de la
competición de los dos sistemas sociales opuestos: el socialismo y el capitalismo.
Los grandiosos éxitos de la Unión Soviética en el terreno económico, científico y
técnico y en el incremento del bienestar del pueblo, así como los excelentes
resultados obtenidos por otros países socialistas, demuestran de manera
convincente la enorme fuerza vital de la doctrina marxista-leninista.

Lenin hacia notar que la supraestructura política del capitalismo monopolista era el
viraje de la democracia hacia la reacción política: “A la libre competencia le
corresponde la democracia. Al monopolio le corresponde la reacción política”20

El principal elemento de la superestructura política del imperialismo lo constituye el


estado burgués contemporáneo. Los representantes de la oligarquía financiera se
valen de todo su poderío para conquistar los órganos legislativos y ejecutivos del
Estado, por cuanto el sometimiento y la utilización del poder público por los
monopolios garantizan la suerte del capitalismo. L os monopolios, en su afán de
conservar artificialmente el caduco sistema de producción capitalista, acentúan de
modo extraordinario las funciones punitivas del Estado: ponen en juego todo el
aparato de violencia contra el movimiento obrero, para sofocar el movimiento
nacional de liberación y llevar a cabo su política de expansión en el exterior.

La tendencia de los monopolios a un despotismo ilimitado, a la más tenebrosa


reacción en todos los sectores de la vida económica, política e ideológica. Halla su
expresión más plena en el fascismo. “El fascismo en el poder es la dictadura
terrorista abierta de los elementos más reaccionarios más chovinistas y más
imperialistas del capital financiero”.21

En la segunda guerra mundial, los principales focos del fascismo y de la agresión,


situados en Alemania, en Italia y en el Japón, fueron destruidos. Pero actualmente
se observa en el mundo capitalista una resurrección de las fuerzas y de las
tendencias fascistas.

Resulta evidente que, en las circunstancias actuales, la aspiración de la burguesía


monopolista a implantar regímenes reaccionarios no puede encarnar en la
descarada restauración del fascismo, ya que el nacional-socialismo alemán, el
fascismo italiano y otros regímenes análogos se desacreditaron toralmente y su
recuerdo está muy reciente en la memoria de los pueblos. Por esta razón, el
capital financiero pretende encuadrar la dictadura reaccionaria dentro de un marco
“legal”, manteniendo las apariencias de un régimen democrático y parlamentario,
aunque destruyendo su esencia.

En primer término, la oligarquía financiera dirige sus tiros contra las instituciones
representativas electivas, y trata de privar al parlamento de su principal derecho
que es el de legislar.

Simultáneamente, los partidos gobernantes despliegan una ofensiva en toda regla


contra el sufragio universal, procurando establecer sistemas antipopulares a fin de
impedir la representación proporcional, que permite a los trabajadores tener en el
parlamento una representación adecuada, Valiéndose de sistemas electorales
“corregidos” y de reformas constitucionales artificiosas, la reacción desplaza a los
elementos izquierdistas de los parlamentos y de otros órganos electivos.

Aunque conservando las apariencias de democracia y parlamentarismo, la


burguesía monopolista hace cada vez más difícil que la clase obrera y las masas
populares utilicen la democracia para garantizar la lucha activa por sus intereses.
Este menguado parlamentarismo se nos muestra en toda su desnudez en la
República Federal Alemana, donde, desde finales de la década de los años
cincuenta del siglo XX, se recrudeció la ola de terror policiaco y de persecuciones
judiciales de los ciudadanos y organizaciones progresistas.

Terminada la segunda guerra mundial, la ofensiva reaccionaria alcanzo


proporciones insólitas en los Estados Unidos de América. Esto hallo su expresión
en una serie de leyes antiobreras aprobadas por el congreso norteamericano, en
la política de agresión y de ataques contra los obreros e intelectuales de tendencia
progresiva, en la prepotencia de los militaristas y delos consorcios de la industrias
bélicas, en la prolongada usurpación el poder político directamente por los
propietario más acaudalados, en el desenfreno del oscurantismo racista y en la
proliferación de las organizaciones ultrarreacccionarias, fascistas y semifascistas.

El reforzamiento de las tendencias fascistas dentro de los Estados Unidos de


América esta orgánicamente vinculado a su política exterior agresiva. El curso de
los acontecimientos internacionales en los últimos años ha aportado multitud de
pruebas de que “el imperialismo americano es el principal baluarte de la reacción
mundial y el gendarme internacional, enemigo de los pueblos del mundo entero”. 22

Si la burguesía gobernante de cualquier país se siente incapaz de hacer frente a


las fuerzas de la democracia y del progreso, cada vez más vigorosas, busca y
encuentra apoyo en los imperialistas de los Estados Unidos de América.
Precisamente ellos constituyen la principal fuerza de choque del neocolonialismo
contemporáneo, son los organizadores de los levantamientos reaccionarios y de
las accione colectivas de las potencias imperialistas en los países poco
desarrollados. Los más notables acontecimiento políticos de 1961 – la intervención
armada contra cuba, la tentativa de sublevación fascista en Argelia, el movimiento
de la fueras reaccionarias en laos, etc.- guardan relación directa con las
actividades subversivas de la dirección central de Espionaje de los Estados
Unidos de América, tras la cual se mueven los grandes monopolios
estadounidenses.

El afán que muestran los círculos monopolistas por suprimir las libertades
democrático-burguesas en los países imperialistas y por implantar dictaduras
militares en las naciones que acaban de obtener su independencia, representa
una prueba irrefutable de que la burguesía no está ya en condiciones de seguir
detentando el poder con los antiguos métodos “democráticos” parlamentarios ni de
enfrentarse con el creciente movimiento nacional de liberación. Ello pone al
desnudo la profundidad de la crisis en que se debate la actual sociedad capitalista.

Sin embargo, la negación de la democracia por el imperialismo choca con la


resistencia, cada día mas tenaz de los trabajadores y de los mas amplios sectores
sociales. La dialéctica del desarrollo de la sociedad es tal, que el imperialismo,
provocando, de una parte, un viraje hacia la reacción política en toda la línea,
fortalece, de otra parte, las ansias democráticas de las masas populares. “El
imperialismo –escribía Lenin- no detiene el desarrollo del capitalismo ni el
incremento de las tendencias democráticas en la masa de la población, sino que
agudiza el antagonismo entre estos afanes democráticos y las tendencias
antidemocráticas de los trusts.”23
Por tal razón, el establecimiento de la dictadura fascista no es algo fatalmente
inevitable. La unión de las fuerzas democráticas, y en primer término la unidad de
acción de los trabajadores, son el instrumento mas seguro de la lucha contra el
fascismo. La acción decidida, organizada y masiva de las fuerzas progresistas
mancomunadas puede atajar el camino a la amenaza fascista. Cuando, siguiendo
el camino de Alemania, los fascistas franceses realizaron, en 1934, una tentativa
desesperada de tomar el poder, recibieron una respuesta contundente de las
fuerzas unificadas de sindicatos obreros y otras organizaciones progresistas,
viéndose obligados a retroceder. En los últimos años, gracias a la unidad de
acción de las masas laboriosas y de todos los sectores democráticos, fue
aplastado un conato de levantamiento reaccionario en indonesia y los trabajadores
de Francia, aglutinados, dieron al traste con el intento de imponer al país un
régimen fascista, emprendido por los militaristas y ultrareaccionarios.

II. EL IMPERIALISMO, CAPITALISMO MORIBUNDO

La anterior característica del imperialismo como capitalismo monopolista,


parasitario o en putrefacción, y el análisis de su esencia económica y política nos
llevan a la conclusión de que el imperialismo es el capitalismo moribundo. Peri
esto no significa que el capitalismo, por mucho que haya madurado para ello,
puede morir automáticamente, sin una intervención de las masas humanas, que
puede “transformarse”, en una sociedad justa por vía evolutiva. La burguesía
nunca renunciara voluntariamente a su dominación. De ahí que, al definir al
imperialismo como capitalismo agonizante, Lenin lo caracterizase también como
umbral o vísperas de la revolución social. Quiere decirse que el capitalismo
monopolista representa una época en que se han formado todas las premisas
objetivas y subjetivas para la revolución proletaria, y el derrocamiento de la
burguesía ha pasado a ser un problema practico inmediato.

El extraordinario grado de desarrollo del capitalismo mundial en general; la


sustitución de la competencia libre por el capitalismo monopolista de estado; la
preparación, por los bancos y por las alianzas capitalistas, del aparato de
regulación social del proceso de producción y de la distribución de los productos;
la mayor carestía de la vida derivada del incremento de los monopolios
capitalistas, el yugo de los sindicatos monopolistas sobre la clase obrera, la
esclavización de la misma por el estado imperialista, la gigantesca dificultad de la
lucha económica y política del proletariado y los horrores, las calamidades y la
ruina que engendra la guerra imperialista, todo ello ha hecho inevitable la
bancarrota del capitalismo y el paso a un tipo superior de economía social.

La necesidad de la transición del capitalismo a una nueva forma de sociedad


superior tiene su origen, por consiguiente, en la creación de las premisas
materiales, encarnadas en la socialización de la producción y del aparato
regulador de la misma y de la distribución. También está vinculada a la extrema
agudización de todas las contradicciones sociales suscitadas por el predominio
omnímodo de los monopolios.

La inevitabilidad de la caída del capitalismo monopolista constituye una ley


histórica objetiva. Las causas económicas que la determinan residen en la abierta
discordancia de las relaciones de producción con el carácter de las fuerzas
productivas, el violento conflicto entre ellas.

Son expresión concreta de este conflicto todas las formas de putrefacción del
capitalismo contemporáneo, las cuales demuestran que el capitalismo, en su fase
imperialista ha caducado económicamente, que su supresión ha pasado a ser una
necesidad viral no solo para el ulterior avance de las fuerzas productivas de la
sociedad, sino incluso para salvar las fuerzas productivas ya creadas. Pese a esta
necesidad económica, el capitalismo continúa existiendo en numerosos países, y
la exigencia de la ley de la concordancia entre las relaciones de producción y el
carácter de las fuerzas productivas sigue sin cumplirse en dichos países por la
resistencia que oponen las fuerzas reaccionarias de la sociedad capitalista.

El conflicto entre las fuerzas productivas y la estrechez de las relaciones de


producción capitalistas se revela en las contradicciones fundamentales del
imperialismo: las contradicciones entre el trabajo y el capital, entre un puñado de
naciones “civilizadas” dominantes y cientos de millones de trabajadores de las
colonias y de los países dependientes, y entre las propias potencias imperialistas,
que pugnan por una redistribución del mundo.

La dominación del capital financiero y el acentuado entrelazamiento de los


monopolios con el poder público agravan hasta el extremo el antagonismo entre
las clases fundamentales de la sociedad capitalista: el proletariado y la burguesía.
Los monopolios, provocando un extraordinario aumento de la carestía de la vida,
de los impuestos y del paro, y elevado la explotación de la clase obrera mediante
la “racionalización” capitalista del trabajo y la colosal intensificación del mismo,
plantean prácticamente ante los obreros la tarea de emancipares, de una vez y
para siempre, de todas las formas de sojuzgamiento y de explotación del hombre
por el hombre.

En las circunstancias de hoy día, la lucha de clases es cada vez más activa y
tenaz. Esta lucha, con sus múltiples y variadas formas, representa la esencia, la
base del desarrollo social del mundo capitalista. Los economistas burgueses y los
líderes reformistas que la socio democracia pretenden refutar, declarar anticuado
el materialismo histórico cuando afirma la inevitable agudización de las
contradicciones y de la lucha de clases a medida que el capitalismo progresa.
Afirman, sin base alguna, que la sociedad capitalista se ha modificado
radicalmente y que la lucha de clases ha sido reemplazada por “la paz y la
armonía de clases”, por “la colaboración entre las clases”.

Pero como la práctica es el criterio de verdad, de rebatir estos infundios de los


defensores de la burguesía se ha encargado la propia realidad. La forma suprema
de la lucha de clases en escala internacional tiene lugar tanto en la esfera de la
economía, de la ciencia y de la técnica como en la de la política y la ideología. Lo
peculiar de esta lucha es que se lleva a cabo por medios pacíficos, sin empleo de
las armas. Otra expresión del crecimiento de la lucha de clases en la palestra
internacional es el movimiento nacional de liberación, enorme por sus
proporciones, ya que, bajo el dominio de los monopolios, cualquier movimiento
emancipador de los pueblos oprimidos esta objetivamente dirigido contra el
imperialismo.
Los oportunistas de nuestros días aseguran, por otra parte, que, si bien en los
países atrasados se observan todavía brotes de la lucha de clases, hace tiempo
que dejo de existir en los países capitalistas adelantados; traen a colación el
ejemplo de los Estados Unidos de América, donde según ellos, los obreros no
intervienen en la “guerra de clases”.

También estas argucias han sido desmentidas por la realidad. Pese a la rígida
legislación antiobrera en vigor, el gobierno americano no consigue evitar la
propagación del movimiento huelguístico y de otras formas de lucha de clases. Por
el contrario, la fuerza y las proporciones de la lucha huelguística del proletariado
son ahora mucho más imponentes que antes de la segunda guerra mundial. En el
primer decenio de posguerra, desde 1946 hasta 1955, el número de huelgas en
Norteamérica casi duplico el de decenio de preguerra -de 1931 a 1940-, y el
número de huelguistas fue superior en 2,8 veces, llegando casi a triplicarse la
perdida de días-hombre a causa de las huelgas.

Durante el quinquenio siguiente, de 1956 a 1960, un poderoso auge de la lucha


huelguística recorrió todo el mundo capitalista, abarcando, además de los Estados
Unidos, a Inglaterra, Francia, el Japón, la República Federal Alemana, los países
de América Latina, etc. El número total de huelguistas en el mundo capitalista
durante 1956 se elevó a 13, 900,000; en 1958 ascendió ya a 22, 400,000; en
1959, a 40, 700,000, y en 1960, a 53, 600,00.Por consiguiente, en el año
últimamente citado tomaron parte en las huelgas casi cuatro veces más
trabajadores que en 1956.

Las huelgas de la posguerra se distinguen por su amplitud, su organización, su


firmeza y su tesón. Muchos países capitalistas jamás conocieron paros tan
importantes como los que tuvieron lugar en los últimos años. Y lo importante no es
solo el aumento cuantitativo de las huelgas, sino el cambio del propio carácter de
las reivindicaciones presentadas por los trabajadores. En la actual etapa del
movimiento de los obreros, estos ligan cada vez más estrechamente la lucha por
sus intereses inmediatos –aumento de sueldo, disminución de la jornada, etc.- con
la lucha por el cese de la carrera de armamentos, por el desarme general, por la
intensificación del comercio, por la consolidación de la democracia y contra el
creciente peligro del fascismo, por la paz y la amistad entre los pueblos. Quiere
decirse que la lucha económica de los trabajadores va ahora más estrechamente
vinculada a la lucha política. Si en 1958, en las huelgas políticas que tuvieron lugar
en el mundo capitalista, participo aproximadamente el 43% de todos los
huelguistas de dicho año, en 1959 la proporción había subido ya el 56% y en 1960
al 77 por 100.

Es un rasgo característico de las luchas de clases de los últimos años la creciente


participación de las masas populares y la vigorosa unidad de la clase obrera con
los restantes destacamentos de trabajadores, El ansia de unidad de acción que se
observa, entre diversos grupos sociales no es casual, ya que, junto con la clase
obrera, sufren el pesado yugo de los monopolios millones de campesinos, de
artesanos, de empleados y de intelectuales. Como resultado de todo ello, además
de la contradicción fundamental de la sociedad burguesa -entre el trabajo y el
capital- se agrava más y más el antagonismo entre un puñado de monopolios y
todos los sectores del pueblo.

El segundo grupo importantísimo de contradicciones del periodo de la dominación


del capital financiero lo componen los antagonismos entre las potencias
imperialistas y los pueblos de las colonias y países dependientes.

La inclusión de los países económicamente atrasados en el sistema capitalista


mundial a causa del reparto económico y territorial del mundo entre las “grandes”
potencias ha convertido a aquellos países en objeto de una explotación
implacable.

La política rapaz de las alianzas monopolistas y el entrelazamiento del yugo


imperialista con los vestigios feudales frenan el desarrollo de las fuerzas
productivas en las colonias y en los países dependientes, condenándolos a un
prolongado estancamiento.

Por otra parte, el dominio del imperialismo en las colonias genera la tendencia
opuesta: la de liberar las fuerzas productivas de la explotación colonial que las
retrotrae. También da vida a nuevas fuerzas sociales como el proletariado y la
burguesía nacional, llamados a realizar esta tendencia progresiva. La exportación
de capitales, base económica de la expansión colonial, acelera el desarrollo del
sistema de producción capitalista en los países económicamente atrasados.
Constituyese en las colonias el proletariado y la burguesía nacionales; crece la
conciencia nacional y de clase; se agita la ola del movimiento revolucionario. La
lucha de liberación de los pueblos oprimidos debilita las posiciones del capitalismo
mundial, convirtiendo los países coloniales de reserva del imperialismo en aliados
de la revolución social.

En las circunstancias de hoy día, las contradicciones entre las metrópolis y las
colonias han asumido un carácter cualitativamente nuevo, que se expresa en el
hundimiento del sistema colonial del imperialismo, cuya caída es tan rápida que,
virtualmente, el sistema político del colonialismo casi ha dejado de existir. En
dieciséis años después de culminada la segunda guerra mundial, sobre la ruinas
de los imperios coloniales surgieron más de 40 nuevos Estados soberanos. Los
años sesenta de nuestro siglo pasaran a la historia como los años del
derrumbamiento total del sistema colonial del imperialismo.

La aparición en la palestra de un nutrido grupo de países que han conseguido su


libertad nacional ha suscitado nuevas contradicciones: las contradicciones entre
dichos países y las potencias imperialistas. La política exterior de neutralidad y de
no participación de los nuevos países independientes en bloques militares, su afán
de conseguir cuanto antes la independencia económica –mediante la
nacionalización de las propiedades extranjeras, la adopción de diversas medidas
restrictivas respecto de las inversiones de capital extranjero, la reforma agraria, la
industrialización, el incremento del sector publico dentro de la economía y la
ampliación de los vínculos económicos, políticos y culturales con países anti-
imperialistas- todo ello va objetivamente dirigido contra el capitalismo en su fase
superior y mina el poderío de este.

Las potencias imperialistas, en sus intentos de resolver estas contradicciones e


imponer a los países recién liberados el viejo orden colonial, apelan a todos los
medios, incluso a las armas. Pero, sin embargo, los colonizadores son incapaces
de volver atrás la rueda de la historia; todas sus tentativas de perpetuar la
dependencia colonial dentro de la nueva correlación de fuerzas del mundo, en una
época en que la liberación de los pueblos se está convirtiendo en la fuerza
predominante del progreso social y actúa como garantía de la independencia de
los países y pueblos económicamente débiles, están condenadas al fracaso.

Finalmente, el tercer grupo de contradicciones de convierten el imperialismo en


capitalismo moribundo es el de las contradicciones entre diversos grupos
financieros y las potencias imperialistas que actúan a sus espaldas.

Decía Lenin que en las relaciones entre los capitales monopolista de diversos
países “existen dos tendencias: una que hace inevitable la unión de todos los
imperialistas; otra que enfrenta a los imperialistas entre sí...”24

La comunidad de intereses de los países imperialistas tiene su origen en el afán


del capital monopolista por conservar y fortalecer el sistema capitalista mundial en
su conjunto. Peri los intereses de la burguesía monopolista de los diversos países
chocan y divergen cuando están en disputa las ventajas de explotar a los pueblos
del mundo capitalista, el dominio del mercado capitalista mundial.

La colisión de los intereses de las potencias imperialistas en la etapa actual es


muy variada y aguda. Jamás en la historia del imperialismo necesitaron las
alianzas monopolistas el mercado exterior y las esferas de influencia de capital tan
imperiosamente como en la actualidad. Esto se explica porque, en primer lugar, se
ha reducido bastante la esfera de la explotación capitalista al constituirse el
sistema mundial del socialismo y acrecentarse su poderío; en segundo lugar,
porque el derrumbamiento del sistema colonial y la destrucción –que comienza- de
la estructura colonial de la economía de los países liberados limitan la posibilidad
para la Explotación por los monopolios de los antiguos mercados coloniales, las
fuentes de materias primas y las esferas de inversiones; y en tercer lugar, porque
el progreso técnico y la carrera de armamentos han provocado en los países
capitalistas una agravación de las contradicciones entre la capacidad de
producción y el poder adquisitivo de los trabajadores, planteando ante los
monopolios la necesidad de resolver las dificultades a costa de sus rivales. El
encono del antagonismo entre las potencias imperialistas ha crecido también a
causa de la mayor desigualdad que se observa en el desarrollo del capitalismo
después de la segunda guerra mundial.

En la actualidad, las principales contradicciones interimperialistas siguen siendo


los numerosos conflictos económicos y políticos existentes entre los
Estados Unidos de América e Inglaterra. Los monopolios americanos mantienen
una ofensiva cerrada contra las posiciones económicas y estratégicas
fundamentales de la Gran Bretaña, tratando de situarse en las vías de
comunicación del imperio, de suprimir el sistema de preferencias aduaneras y de
asolar la zona de la libra esterlina. El capital estadounidense ha desplazado
considerablemente a los monopolios británicos en el cercano y Medio Oriente, en
África, en varios países del imperio británico e incuso en el propio mercado interior
de Inglaterra. El imperialismo ingles ofrece obstinada resistencia a la expansión
norteamericana y pone en práctica múltiples medios para consolidar sus
posiciones en los viejos mercados y arrebatar a los Estados Unidos las nuevas
fuentes de materias primas.

Existen, asimismo, profundas contradicciones entre Francia y los Estados Unidos


de América. Aprovechándose de la denominada “ayuda” y de los créditos, los
monopolios americanos atacan las posiciones del imperialismo francés en
numerosos puntos. Expresiones concretas de esta ofensiva son la casi total
eliminación de la influencia francesa en el Vietnam del Sur, la acentuada
penetración americana en Tunez , Angelia y Marruecos, el desdén por los
intereses de Francia en el cercano, Medio y Extremo Oriente, etc. A su vez, los
monopolistas franceses están forzando en los últimos años su penetración en
“esferas de influencia” norteamericana como son los países de Iberoamérica, y
pretenden resucitar la antigua grandeza de Francia para oponerla a las potencias
anglosajonas.
El rápido restablecimiento de los rivales alemán y japonés constituye también un
factor que agrava las contradicciones imperialistas. El alto ritmo de producción
industrial logrado durante los años sesenta del siglo XX en estos países ha dado
pie a un incremento de la exportación de mercancías y de capitales germano-
occidentales y japoneses a mercados tradicionalmente norteamericanos o
británico. La República Federal Alemana ha desplazado ya a Inglaterra, en
muchos capítulos importantísimos del segundo al tercer lugar en el mundo
capitalista. Las múltiples contradicciones entre los imperialismos alemán e inglés
forman el nudo principal de antagonismos interimperialistas en Europa occidental.

Han alcanzado gran profundidad las contradicciones entre los países integrantes
de diversos bloques y agrupaciones político-militares. En el seno de la OTAN,
instrumento principal de la política agresiva norteamericana, no cesan las
discordias y los conflictos entre sus miembros.

Contradicciones no menos profundas encierran en su seno las agrupaciones


económicas internacionales de los países de Europa occidental: el Mercado
Común, constituido por seis países bajo la egida de la República Federal
Alemana, y la Asociación Europea de Libre Comercio, fundada por Inglaterra para
contrarrestar el Mercado Común. La índole imperialista de las tales agrupaciones
–verdaderos monopolios internacionales- hace inevitable tanto la lucha
encarnizada en el seno de las mismas como la discriminación contra los restantes
países capitalistas que no forman parte de ellas. Por eso, las organizaciones
internacionales estatal-monopolistas, fundadas con vistas a la <<unificación>> o el
alivio del problema del mercado, representan en la práctica, nuevas formas de
redistribución del mercado capitalista mundial y se convierten en focos de agudas
fricciones y de conflictos.

Por tanto, la agravación de las contradicciones fundamentales del capitalismo


monopolista convierte al imperialismo en capitalismo moribundo. La política de los
círculos gobernantes de las potencias imperialistas, orientadas por los intereses
egoístas de la oligarquía financiera, choca cada vez mas con los intereses vitales
de las amplias masas populares en los propios países imperialistas, encona el
conflicto entre las colonias y las metrópolis, entre los jóvenes Estados nacionales y
las viejas potencias colonialistas y contribuye al aumento de los antagonismos
dentro del campo imperialista: Con ello, la burguesía monopolista crea condiciones
que la debilitan y la aíslan, es decir, contribuye a formar una amplia base social
para incrementar el movimiento antiimperialista y para consolidar aquellas fuerzas
que socavan los cimientos del imperialismo hasta provocar su caída.

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