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sin fundamentos
P R E M IO S
N A C IO N A L E S
DE CULTURA
Filosofia
Raúl Meléndez Acuña
Ministerio de Cultura
R e p ú b l ic a d e C o l o m b ia
Presidente de la República
Ernesto Samper Pizano
M in ist e r io d e C u l t u r a
Ministro de Cultura
Ramiro Osorio Fonseca
Viceministro de Cultura
Miguel Durán Guzmán
©
Raúl Melendez Acuña
Ministerio de Cultura
Primera edición: abril de 1998
ISBN ,9 5 8 -8 0 5 2 - 1 1 - 4
Magdalena Holguín
Agradecimientos
tbTagebücher 1 9 1 4 - 1 9 1 6
tlp Tractatus Logico-Philosophien
pb Philosophische Bemerkungen
CAM Cuadernos azul y marrón
if Investigaciones filosóficas
o f m Observaciones sobre los fundamentos de la matemática
gf Gramática filosófica
z Zettel
se Sobre la certeza
bpp Bemerkungen über die Philosophie der Psychologie
vB Vermischte Bemerkungen
Introducción general
El trabajo enjilosojta es - como lo es también
en gran parte el trabajo en la arquitectura-
en gran medida el trabajo en uno mismo. En
la propia comprensión. En la manera de ver
las cosas. (Y en lo que uno exige de ellas).
Wittgenstein
Observaciones (1931)
Introducción
11 TLP, p. 55.
li A este problem a Russell le da una solución con su Teoría de
las D escripciones, la cual llegó a ser un ejem plo, más aún un p a
radigm a, en el que se m ostraba el papel que podía jugar el análisis
lógico en la aclaración de problem as filosóficos.
le, en 2.0211. Pero para que la otra proposición sea verdadera
debe tener también un sentido, lo cual dependería, otra vez,
de que una nueva proposición sea verdadera, y así indefinida
mente.
La exigencia de que las proposiciones, con las que nos
formamos imágenes de los hechos que conforman el mundo,
tengan un sentido determinado está estrechamente vinculada
con la exigencia de que este sentido no dependa de nada que
no esté completamente contenido en ellas mismas (así sea de
una manera oculta que sólo se devele luego de un análisis
lógico completo que termine cuando se descomponga la pro
posición en sus partes últimas, simples, que ya no requieran
de ulteriores análisis). En particular, el sentido de una propo
sición no debe depender de la verdad de otras proposiciones
no contenidas en su análisis, ya que esto conduciría a un regre-
ssus ad infinitum en la determinación de tal sentido. Además,
la exigencia de que el sentido esté completamente determina
do está también vinculada con la exigencia de que en la de
terminación del mismo no intervengan cuestiones fácticas,
contingentes. De no cumplirse esto último se tendría que estar
a la espera de lo que acaezca en el mundo para poder estable
cer si una proposición tiene o no sentido. Dada una proposi
ción se debería poder determinar su sentido sin recurrir a los
hechos; éste tendría que poder determinarse independiente
mente de cualquier indagación empírica y, por ello, no debe
ría depender de la verdad de ninguna proposición, la cual se
fundaría en su concordancia con los hechos. La inexistencia
de objetos simples implicaría, pues, consecuencias inacepta
bles: el sentido de una proposición dependería de la contingen
te existencia de objetos complejos. Para salvar esta dificultad se
requiere que haya objetos simples cuya existencia, como ex
pilcaremos más adelante, no sea contingente, ni expresable
en proposiciones fácticas. Sin tales objetos simples las pro
posiciones sobre complejos carecerían de un sentido deter
minado, el cual pueda explicitarse mediante un análisis lógico
completo, y con ellas no nos podríamos formar una imagen
de la realidad, como de hecho lo hacemos. La no existencia de
los simples se reduciría a lo absurdo, ya que contradiría nues
tro uso efectivo y cotidiano del lenguaje para representar lo
real.
Hay, sin embargo, un punto problemático en la interpre
tación que estamos proponiendo. La plausibilidad de lo afir
mado en 2.0211 parecería descansar sobre el supuesto de que
una proposición carece de sentido si contiene expresiones
denotativas vacuas, esto es, si no existen los objetos sobre los
cuales versa. Sin embargo, Wittgenstein rechaza explícita
mente este supuesto (apoyándose en razones parecidas a las
que sirven de apoyo a Russell para defender su teoría de las
descripciones definidas). El análisis de una proposición acer
ca de un complejo en proposiciones sobre sus partes muestra
que lo que depende de la existencia del complejo es la ver
dad de la proposición y no su sentido:
17 TLP, p. 55.
Aunque en lugar de decir que los simples existen necesaria
m ente, tal vez sea más adecuado decir que están más allá de la exis
lencia y la inexistencia. Esto está muy en consonancia con el carácter
Iroseen dental que ya les hem os atribuido antes.
hasta llegar al nivel de los nombres o signos simples, puede
mostrarse cómo ella adquiere su contacto con la realidad v
cómo su sentido puede ser finalmente determinado:
pleto que perm ita exp resar todas la funciones veritativas. Este recu r
so técn ico tiene cierta im portancia, no sólo por lo que podríam os
llam ar su “econom ía lógica”, sino tam bién porque ayuda a m ostrar
una idea fundamental que se defiende en el Tractatus, a saber, la idea
de que los conectivos o constantes lógicos no representan nada real.
los hechos. Tal es el caso de las tautologías y las contradiccio
nes y de ahí su carácter a priori. Si la verdad de toda proposi
ción consistiera en su concordancia con los hechos, no habría
verdades necesarias, analíticas, a priori. Hay, proposiciones,
sin embargo, cuya verdad no depende sólo de su concor
dancia con lo fáctico, sino que depende, al menos parcial
mente, de su estructura lógica, es decir, de cómo se combinan
lógicamente en ellas las proposiciones elementales constitu
yentes. Y hay casos límite en los que la particular manera en
que están combinadas las proposiciones elementales tiene el
efecto de anular su influencia en el valor de verdad de la “pro
posición” compleja y, consiguientemente, se anula la influen
cia de lo fáctico. Estas “proposiciones” pierden pues su co
nexión con los hechos (de ahí las comillas) y su “verdad” o
“falsedad” ya no debe entenderse en el sentido de correspon
dencia, pues no está condicionada por lo fáctico. Si uno se
atiene estrictamente a considerar como proposiciones sólo
las proposiciones elementales o las combinaciones veritativo-
funcionales de éstas que conserven un contenido fáctico, las
tautologías y las contradicciones no serían, en todo rigor,
proposiciones, pues no se puede decir de ellas que sean ver
daderas o falsas, en el sentido de correspondencia con los
hechos.
Cuando se afirma, entonces, que las tautologías son ver
dades necesarias y que toda verdad necesaria es lógica, más
aún tautológica, se está empleando una noción lógica de ver
dad, cuyo sentido depende del uso de reglas lógicas de cálen
lo con valores de verdad y que difiere del sentido de verdad
como correspondencia.
La diferencia entre las proposiciones con sentido fácli» o v
las tautologías y contradicciones la expresa Witt^rnslciii ,im
4.461 L a proposición m u estra aquello que d ice; la tau
tología y la con trad icción m uestran que no dicen nada.
L a tautología no tiene condiciones de v erd ad , pues es
incondicional m ente verd ad era; y la contradicción, bajo nin
guna con dición es v erd ad era. L a tautología y la co n trad ic
ción carecen de sentido31.
al TLP, p .109.
32 TLP, p. 171.
6.13 L a lógica n o es una doctrina, sino un reflejo del
mundo33.
■
u TB, Anhang II (Aufzeichnungen, die G. E. M oore in Norwegen
nach Diktat niedergeschrieben hat, April 1914), p. 209.
que todo lenguaje tenga sentido, represente la realidad, sea
comparable con ella y pueda albergar lo verdadero. El “pri
vilegio” al que aspira ese presunto meta-lenguaje de no pre
suponer y depender de tales condiciones lógicas lo privaría
de la capacidad de expresar algo con sentido. Si pretendiéra
mos salimos de las condiciones lógicas de sentido y verdad
del lenguaje, para explicarlas y fundamentarlas sin tener que
emplearlas, nos incapacitaríamos totalmente para decir algo,
nos condenaríamos al silencio o a un balbuceo totalmente
ininteligible, carente de sentido. La explicación de cómo es
posible el sentido y la verdad en el lenguaje parece chocar,
entonces, contra límites que no se pueden rebasar, so pena
de caer en lo inefable e impensable. Las condiciones lógicas
de posibilidad del lenguaje son, o bien injustificables e inex
presables, o bien tendrían que auto-justificarse y ser evidentes
sin necesidad de ser expresadas en el lenguaje (esto trae a la
memoria la primera frase de los Tagebücher 1914-1916: “La lógi
ca debe bastarse a sí misma”, TB, p. 89). Para resolver, por lo
menos parcialmente, esta dificultad Wittgenstein apela a su fun
damental distinción entre decir y mostrar.
Pero antes de aclarar el papel que juega tal distinción en
el tratamiento de esta dificultad, tratemos de ahondar un po
co más en la dificultad misma. ¿En qué consiste propiamente
la imposibilidad o problematicidad de un lenguaje en el que
se pretendan dar explicaciones y justificaciones últimas de
las condiciones lógicas para que él mismo pueda tener senti
do? Intentemos ilustrar la dificultad a través de un ejemplo
un tanto extremo. Supongamos que preguntamos a alguien
acerca de la verdad o falsedad de cierta proposición p (por
ejemplo: “mi ejemplar del Tractatus está sobre mi escritorio").
La persona interrogada reacciona de manera muy excéntrica
e inesperada a nuestra pregunta, mostrando claramente que
no logra comprender en absoluto el sentido de la proposición
p. Pero no sólo no logra reconocer cuál es el estado de cosas o
la situación representada por p, sino que, a juzgar por sus re
acciones, ni siquiera parece entender que la proposición se
emplea para representar cierta situación. Podríamos inten
tar explicarle el sentido de p apelando a otras proposiciones
que expresen lo mismo. Supongamos, empero, que tras estas
explicaciones nuestro desconcertado personaje todavía sigue
sin entender, ni las explicaciones, ni el sentido de p.
Podríamos intentar ahora, ya algo desesperados, la enor
me empresa de llevar a cabo un análisis lógico de la proposi
ción hasta llegar a sus componentes elementales últimas, que
figuran estados de cosas atómicos y que se conectan de mane
ra inmediata con la realidad. Luego de los esfuerzos extremos
que hay que empeñar para lograr esto (se trata, sin duda, de
un ejemplo muy idealizado), la persona no comprende aún la
proposición, ni su exhaustivo análisis, ni su relación con la rea
lidad. Comenzamos ya a sospechar que estamos ante un caso
absolutamente irremediable y hasta ahora no visto de incom
petencia lingüística. Tal vez esta persona es totalmente incapaz
de entender hasta lo más obvio, lo que para cualquier otra
persona en uso del habla es absolutamente claro".
Introducción
Veamos ahora cómo sobre la base libre que queda tras el aban
dono de la perspectiva idealizante del Tractatus surge otro pun
to de vista, es decir, veamos cómo Wittgenstein vuelve sobre
el “terreno áspero” o “baja al viejo caos”. No se trata de cons
truir nuevos castillos de viento, nuevas teorías a priori, tras
cendentales sobre el significado, el lenguaje y su relación con
lo real; más bien se busca verlos de una manera distinta y dar
una descripción, en lo posible libre de prejuicios y aspiracio
nes desmesuradas, de lo que nos muestra esta nueva mirada.
Como hemos señalado, este cambio de perspectiva puede en
tenderse, a muy grandes rasgos, como una renuncia a la bús
queda de esencias ocultas y explicaciones generales, un volver
la vista de las profundidades en las que se había extraviado
hacia lo que está ahí delante ante nuestros ojos. Lo que tene
mos ante nuestros ojos es el uso efectivo y habitual del lenguaje
en diferentes contextos o situaciones. La mirada profunda y con
centrada que trataba de penetrar hasta lo oculto, se dirige
ahora hacia la superficie y allí se dispersa para tratar de lo
grar lo que Wittgenstein llama una visión sinóptica o pano
rámica (Übersicht) del funcionamiento del lenguaje, de los
diversos usos que hacemos de él:
El que aquí suija otra vez la objeción de que decir que se
guir una regla es una costumbre que aprendemos a practicar,
en algunos casos mediante adiestramientos, no explica “en qué
consiste esencialmente” el seguirla, muestra sólo lo cautivado
ra y pertinaz que puede llegar a ser la actitud intelectualista y
esencialista que se desea superar. Insistamos, pues, en enfren
tarla una vez más, hasta el cansancio. El adiestramiento no
consta esencialmente de explicaciones. Si lo concibiéramos
así, nos saltaría encima nuevamente el escéptico, objetando
que el adiestramiento tendría que poder interpretarse y que no
hay nada que asegure que se no se lo interprete mal o de forma
inusual. Pero a través del adiestramiento se trataría de moldear
nuestro modo de actuar, nuestro comportamiento, nuestras
reacciones a las reglas y a las palabras y no nuestro entendi
miento o nuestra comprensión racional de las mismas. Y este
adiestramiento no se apoya finalmente en explicaciones, ni in
terpretaciones. Wittgenstein, subrayando este punto, llega a
compararlo con el adiestramiento con el que se doma a un
animal, digamos, a un león de circo.
Ahora bien, la efectividad de nuestra aplicación de reglas
y de los adiestramientos en los que se moldean nuestras reac
ciones a ellas presupone no un fundamento racional, sino una
concordancia en ciertas maneras naturales, podría decirse también
instintivas, de reaccionar. Si a un niño, como parte de lo que po
dríamos considerar un adiestramiento lingüístico, se le dice
‘perro’ y simultáneamente se señala con el brazo a la mascota
de la casa, el niño inmediatamente y sin detenerse a interpretar
el significado del movimiento del brazo, miraría en la dirección
hacia la que apunta el dedo y no en la contraria, o en otra. Si no
lo hace de manera natural y si no comparte con nosotros
oirás reacciones tan básicas como esta, todo adiestramiento
sería vano. El adiestramiento y el seguimiento de regla* pi r
suponen, pues, una concordancia en ciertas reacciones nulo
rales básicas, las cuales se toman como algo primitivo, dado,
que no requiere ni de explicaciones, ni de a d ie s tr a m ie n to s
previos (antes bien, toda explicación o adiestramiento se apo
yan en ellas, las presuponen). Quien no comparte con noso
tros ciertas reacciones naturales básicas y, a causa de ello, a
pesar de ser bien entrenado o instruido no logra aprender a
seguir bien las reglas, a actuar de la manera esperada y acos
tumbrada, corre el riesgo de verse marginado de muchas acti
vidades de nuestra vida en comunidad. Por ello resulta muy
difícil creer que tenderos como los que hemos imaginado en
nuestro ejemplo puedan atender una tienda o seguir mucho
tiempo en ello. Si persisten en sus maneras anómalas de ac
tuar, terminarían probablemente, y si tienen suerte, reclui
dos en algún centro de rehabilitación. Y si estas anomalías
llegaran a generalizarse y el mundo se poblara súbitamente
de personas como ellos, ya no podríamos entendemos unos
a otros, a menos que lográsemos desarrollar nuevas reglas y
formas de lenguaje y comunicación insospechadas, incluso
inimaginables desde nuestra forma de vida.
Lo anterior muestra cómo nuestro uso efectivo del len
guaje y de reglas está en cierta medida garantizado de modo
seguro y confiable no por fundamentos racionales, sino por
hechos naturales muy básicos (y que son tan sobreentendidos
que normalmente no se nos ocurre ni mencionarlos}: por cier
ta regularidad y concordancia en nuestras reacciones instinti
vas y también por cierta uniformidad en lo que podríamos
llamar la manera como se comportan las cosas (por ejemplo,
el ya citado hecho de que los objetos no desaparecen y ir
apa recen súbitamente). También se desprende de lo uiilci mi
que nuestro lenguaje, nuestros conceptos y nuestras reglas
no poseen el carácter necesario que a menudo sentimos la
inclinación de otorgarles:
Introducción
2 CAM, p . 4 6 .
bozar una teoría de la verdad que ofrezca una definición uni
versal, una explicación última y general de esta noción o una
reducción de la misma a otros conceptos supuestamente más
básicos. Por el contrario, habría que criticar las posibles in
terpretaciones que quieran desprender de los puntos de vista
tardíos de Wittgenstein, o incluso atribuirle, una teoría o una
explicación general de la verdad.
Sin embargo, antes de retomar el tema de la verdad em
prendiendo esta tarea crítica y con el fin de comprender me
jor esta noción a la luz de la filosofía posterior de Wittgenstein,
intentaremos, en la primera parte de este capítulo, aclarar
cómo se ve bajo esta nueva luz la relación entre lenguaje y
realidad. Estas aclaraciones nos darán argumentos para criti
car, en la segunda parte, la pretensión de tomar como punto
de partida algunas ideas del Wittgenstein tardío para defender
una teoría general de la verdad, ya sea en términos de corres
pondencia, de consideraciones pragmáticas, de convenciones
o de coherencia. En la tercera parte, habiendo despejado el
camino de malentendidos y de posibles interpretaciones equi
vocadas, intentaremos, complementando la crítica de la par
te anterior, mostrar cómo la verdad es una noción relativa al
contexto en el que se la use y describir cómo en diferentes
contextos y para distintos tipos de proposiciones suelen usar
se diferentes criterios o maneras de distinguir lo verdadero de
lo falso. Haremos énfasis en que, aunque la noción de verdad
no requiera de una fundamentación última, la carencia y la
prescindibilidad de tal fundamentación no debe conducir, sin
embargo, a una postura escéptica o irracionalista. Los puntos
de vista que expondremos no se sitúan en ninguno de los dos
cuernos del falso y viejo dilema entre fundamentalismo epis
temológico y escepticismo.
I. Regreso a la cuestión de la armonía entre lenguaje y realidad
u
' GF, X, S 137, p. 190.
,J3 E n la paradigm ática concepción pragm atista de la verdad de
William Jam es puede reconocerse cierta cercanía con un tipo de darwi
nismo, en el que la noción de ‘adaptabilidad’ juega un papel clave: «To
copy a reality is, indeed, one very important way of agreeing with it, but
it is far from being essential. T he essential thing is the process of being
guided. Any idea that helps us to deal, whether practically or intellec
tually, with either the reality or its belongings, that doesn’t entangle our
progress in frustrations, that fils, in fact, and adapts our life to the reali
ty’s whole setting, will agree sufficiently to meet the requirement. It will
hold true of that reality» (William Jam es, Pragmatism and The Meaning o f
Truth, H arvard University Press, Cam bridge, Mass., 1978, p. 102); «If
the other m an’s idea leads him, not only to believe that reality is there,
but to use it as the reality’s temporary substitute, by letting it evoke adap
tive thoughts and acts similarly to those which the reality itself woud
provoke, then it is true in the only intelligible sense, true through its par
ticular consequences, and true for me as well as for the man» (William
Jam es, op. cit., p. |133] 299). C on la última frase, y habiendo ya dcjudn
claro el valor adaptativo que debe tener lo que tomamos por vcrdadrm .
Jam es se opone a los que objetan su concepción por ser subjclivisia, |mi
y dar una explicación general de la noción de verdad es que
en la concepción y formulación misma de ellos se usan ya
un lenguaje, unos conceptos y imas reglas gramaticales que no
pueden recibir, a su vez, una justificación última en términos
pragmáticos. La formulación de tales propósitos y de la par
ticular noción de conveniencia o valor práctico en la que se
fundaría una teoría pragmatista de la verdad depende, tanto
de las reglas gramaticales como de las creencias que com
partamos acerca de lo que nos es útil, lo que nos es provecho
so, creencias que hacen parte del sistema total de creencias
que se pretende justificar como verdadero. Por ejemplo, si
consideramos como útil lo que favorece nuestra adaptabili
dad al medio natural en que vivimos, nos estaríamos apo
yando ya en cierta imagen que, en últimas, está determinada,
al menos parcialmente, por una herencia científica en la que
juegan un papel central ciertas creencias sobre la naturaleza,
la evolución de las especies, la selección natural, etc. Estas
creencias ya no podrían justificarse en términos pragmáticos,
en cuanto ellas mismas contribuyen a determinar las nocio
nes de utilidad y valor práctico a partir de las cuales las justi
ficaciones pragmatistas adquirirían su sentido y su validez.
Para decirlo brevemente, una justificación pragmatista de las
creencias que tomamos por verdaderas terminaría apoyán
dose en algunas de esas creencias que se quieren justificar. No
hay, análogamente a lo dicho en el caso de la noción de corres
pondencia, una noción privilegiada, absoluta de utilidad prác
tica que sirva como juez último, imparcial e independiente,
para determinar cuáles de nuestras creencias son verdaderas o
Para concluir aclaremos que con los ejemplos que se han da
do en esta última parte no se pretende haber demostrado
concluyentemente la imposibilidad de desarrollar una teoría
general de la verdad. Lo que se ha buscado es examinar esta
noción desde una perspectiva en la que no hay lugar para
teorías o definiciones generales, en la que desarrollarlas no
es lo importante. Desde la perspectiva que nos ofrece Witt-
genstein en su obra tardía la claridad acerca de un concepto,
en nuestro caso el de verdad, no se logra teorizando ni apro
ximándose a él con métodos tomados en préstamo de las
ciencias, sino, como lo hemos intentado en este último capí
tulo, superando prejuicios universalizantes que lo oscurecen
y tratando de obtener una visión sinóptica de sus diversos
usos. Esta perspectiva no ha de tomarse, desde luego, como
la correcta en un sentido absoluto o como totalmente inmune
a cualquier objeción, pero es la que se ha adoptado en este
trabajo para tomar una posición crítica frente a una perspec
tiva teórica y fundamentalista que ha ejercido una influencia
determinante en maneras más tradicionales de aproximarse
desde la filosofía al concepto de verdad.
Epilogo
Introducción general 19
Capítulo 1 :
Verdad como correspondencia
en el Tractatus 27
Introducción 29
I. La ontología del Tractatus.
Cómo es la realidad que reflejamos
en el espejo del lenguaje 33
Introducción 91
I. Mirada retrospectiva al ideal de pureza cristalina 92
II. Regreso al terreno áspen 102
III. Seguir una regla 125
Capítulo 3:
Verdad sin fundamentos 157
Introducción 159
I. Regreso a la cuestión de la armonía
entre lenguaje y realidad 163
II. Verdad sin teorías o definiciones generales 182
A. ¿Verdad como correspondencia en un nuevo sentido? 183
B. ¿Verdad como utilidad práctica? 193
C. ¿ Verdad y necesidad por convención ? 2 03
D. ¿Verdad como coherencia? 213
III. Verdad y relatividad 220
Epílogo:
Una conversación sin testigos 249
Bibliografía 270
Este libro, compuesto en caracteres
Baskerviüe de 11 sobre 1 5 puntos,
acabó de imprimir en Bogotá, Colombia,
en el mes de abril de igg8,
con un tiro de 2.000 ejemplares.