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Título: Tesoro oculto

Autora: Miranda Wess


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Ella apartó la rama de un manotazo y su bota pisó firme. El calor era asfixiante, hacía que
se adherieran las prendas a su delicada figura. No era su intencion estar allí, ni lo que
pretendía al enlistarse en semejante proyecto. Pero debía hacer de tripas corazones dada la
situación. Le miró la espalda. Era fuerte y atlético. Maldijo, seguía resultandole atractivo.
Hacía siete meses que no le veía, y cinco más desde que se había divorciado de Ethan
Black. Un año para ser exactos. Un matrimonio plagado de pasión y demasiada
desconfianza que duró menos que un suspiro.

—La entrada es por aquella roca—dijo Ethan sin apartar la mirada de su brújula.

Llevaban tres horas adentrándose en lo profundo de la selva amazónica. Un grupo de


turistas había encontrado fortuitamente una cueva donde, aparentemente, hallaron
vestigios de tribus prehistóricas. Jasmina se entusiasmó nada mas saberlo, un mes atrás. Y
le pidió a Dietrich, su novio y cabecilla del proyecto arqueológico, que la incluyera en el
grupo de investigación. Generalmente era una ratón de laboratorio, no de campo, pero la
emoción de ver el descubrimiento de primera mano le pudo, incluso saber que su exmarido
iría, no la frenaría. Podía contar con Dietrich como muralla. Solo que Dietrich había
enfermado, presa de fuertes calambres abdominales acompañados de vómitos y diarrea
que le impidieron salir del campamento base.

Ethan, como segundo al mando, tomaría la batuta y encabezaría la excursión hasta la


cueva.

Era un grupo de cuatro. Dos oriundos de la zona que conocían mejor que nadie la fauna y
flora y los antídotos a todo tipo de mordedura; estos, acompañados de sendos machetes
también eran capaces de hablar portugués y las lenguas indígenas de la zona; de toparse
con algún indígena, sabrían como comunicarse. Jasmina era una especialista en lenguas
muertas, Ethan un reputado antropólogo de campo, con complejo de Indiana Jones.

Llegaron la cueva y armaron un campamento cerca de esta. Tan pronto lo hicieron se


dispusieron a trabajar durante horas. Se hizo la noche y los hombres que les acompañaron
se echaron a dormir bajo el cielo estrellado y árboles milenarios.

—¿No estás cansada?—le preguntó mientras retiraba con un cepillo el polvo de un grupo de
piedras apiladas denominadas: cairne—Tal vez deberíamos descansar y seguir luego.

Era de madrugada.

—¡Ni loca! ¿Et, viste? Es del período paleoindio—exclamó entusiasmada como una niña.
—Sí, lo vi—susurró, magnetizado hacia su rostro.

Y sin querer evitarlo se acercó hasta casi tocar sus labios. Jasmina retrocedió apoyándose
en una rama que cedió de pronto. Lo último que supo era que rodaba por un túnel
polvoriento.

Ethan no lo pensó, saltó dentro del mismo, rodando hasta acabar sobre ella. Tosieron con
fuerza en la oscuridad, retumbando la cueva. Ambos movieron sus manos para tomar sus
linternas y enfocaron los alrededores.

Muros sólidos con pocas salientes.

—Estamos como a tres metros—dedujo Ethan por la altura del orificio donde fueron
expulsados—¿Estás bien? —posó la luz sobre el cuerpo de su compañera, cegándola.

—Estoy bien.

Estaba dolorida, los golpes palpitaban en su piel pero la preocupación por salir de ese
atolladero era mayor.

—Quizá es mejor que esperemos a que despierten los otros—murmuró Ethan revisando el
lugar, el haz de luz descubría maravillas arqueológicas—Mira esto, Jas.

El grito de emoción llenó el espacio seguido por la carcajada de Ethan. Se enfrascaron en


descubrir los tesoros ocultos de la cueva.

Puntas de lanzas talladas en piedra, restos de carbón...

—Tendremos que traer una escalera e instalación eléctrica para poder organizarlo todo.
Nos llevará más tiempo de lo pautado si conseguimos más pasadizos y quizá debamos
contratar asistentes.

—Ojalá nos lleve la vida, Jas. Sería lo más bonito permanecer a tu lado.

—Et... estamos trabajando. Y mi novio está a solo unos kilometros de distancia.

—En tu afán por olvidarme te has enredado con ese maldito alemán—rugió—. Lo que te
gusta es que sea predecible y no te pone a hervir la sangre como yo.

Cuando la vio dispuesta a replicar se acercó desafiante.

—Niégamelo.

La tomó de la cintura y se aferró a su cuerpo. Ella cerró los ojos, mientras su aliento le
acariciaba la mejilla. El deseo era tan intenso como una avalancha a punto de arrollarla.

—Te fuiste a Egipto sin mí y eso no te lo puedo perdonar—contestó Jasmina—. Tus


proyectos siempre han sido más importantes que yo. Lo único que te importa es encontrar
tesoros.
—Los viajes son parte de mi trabajo, te supliqué que fueras conmigo.

—No tiene caso, descubrí que no soy importante para ti.

Ethan la besó con furia, llevaba meses sumergido en la oscuridad de su ausencia,


extrañándola hasta lo indecible. Inevitablemente su cuerpo la traicionó, se plegó
amoldándose a él. Dentro de cinco minutos acabaría con los pantalones abajo con Ethan
dandole duro contra el muro. Se alocó dispuesta a todo. Sin embargo, fue él quien bajó la
intensidad del beso hasta convertirlo en la caricia de un pétalo. La respiración acelerada, se
redujo, transformándose poco a poco en un intercambio de suspiros.

—El matrimonio de mis padres fue una constante lucha y solo les acarreó sufrimiento—
confesó afligido—. Cuando me pusiste en entre la espada y la pared por el proyecto de
Egipto, me asusté. Temí perderme y terminar como mi padre. Y luego me enviaste los
papeles del divorcio, quedé trastocado. Jas, lo eres todo para mí. Solo quiero la
oportunidad de demostrártelo.

Estaba entre la espada y la pared de los sentimientos, no había logrado olvidarlo. Iba a
contestarle cuando Ethan la tomó inesperadamente y la lanzó lejos. Una reacción
inexplicable... hasta que vio a Ethan caer de rodillas.

Lo había mordido una serpiente venenosa.

Corrió hasta él he hizo lo que se hace en esos casos para evitar que se propagara el veneno.
Pero los espasmos de Ethan le decían que necesitaría el antídoto pronto. Le dejó recostado
en una roca.

—Subiré—decidió.

Luchó con la pared resbaladiza, encontró salientes punzantes que le hicieron sangrar sus
dedos y rodillas a medida que ascendía, pero no se rendiría. En la cueva había hallado un
tesoro preciado. El amor. Y no estaba dispuesta a renunciar a él.

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