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RESUMEN

CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DE LA APOCALÍPTICA JUDÍA

DEFINICIÓN DE «APOCALÍPTICA»

Desde Klaus Koch (autor que ha desempeñado un papel clave en el «redescubrimiento»


de la importancia de la apocalíptica para la reflexión teológica) ha sido común distinguir
la dimensión literaria (la apocalíptica como «género literario»). Paul Hanson sugiere
una clarificación terminológica del concepto de «apocalíptica» para fines diferenciar los
siguientes niveles:

a) Apocalíptica como género literario;

b) Apocalíptica como escatología;

c) Apocalíptica como universo simbólico.

A estos tres puntos es preciso añadir la consideración de la apocalíptica como fenómeno


sociológico, político e histórico. John Collins, una de las grandes autoridades en el
estudio del judaísmo del período del Segundo Templo, dice que el apocalipsis es un
género de literatura revelatoria con un marco narrativo, en el que la revelación viene
mediada por un ser fuera de este mundo hacia un receptor humano. Paolo Sacchi,
identifica en el problema del mal uno de los ejes vertebradores de la apocalíptica, el mal
no es visto como trasgresión y consecuencia, sino como realidad preexistente al hombre
singular. Sin embargo, Sacchi reconoce que «una interpretación global de la
apocalíptica se presenta difícil.

Collins ha señalado el apocalipsis como una revelación que corresponde al mundo


celestial y al juicio escatológico, mientras que la escatología agrupa las temáticas
referidas al final de la historia y a la vida futura del individuo. De este modo, la
apocalíptica puede o no incluir una escatología, pero no toda escatología tiene por qué
ser de naturaleza apocalíptica

Friedrich Lücke reconoció la centralidad de 1 Henoc para un entendimiento cabal de la


naturaleza de los escritos apocalípticos, y publicó, en 1832, «la primera representación
comprehensiva de la literatura apocalíptica». Según Collins, existen dos tipos de
literatura apocalíptica: la primera muestra como inquietud fundamental el
desvelamiento del sentido del curso de los tiempos, la segunda alberga el anhelo de
exponer los misterios del mundo celeste. La característica común a ambas clases de
literatura apocalíptica reside en su voluntad explícita de presentarse como revelaciones
sobrenaturales mediadas por un ser celeste, y cuyo contenido versa sobre el final de la
vida.

El estudioso alemán del Antiguo Testamento Gerhard von Rad postuló que la
apocalíptica se hallaba vinculada a la literatura sapiencial, cuyas muestras más
importantes en la Biblia hebrea resplandecen en libros como Proverbios y Eclesiastés14.
Así, y frente a la tendencia a ligarla estrechamente con el profetismo de Israel, Von Rad
estimaba que el espíritu de los principales textos apocalípticos remite a la literatura
sapiencial judía. Como afirma Collins, la hipótesis de Von Rad no suscita gran
aceptación, pero resulta innegable que la apocalíptica contiene aspectos estructurales y
funcionales de la literatura sapiencial.

CA R ACT E R ÍSTICAS F UNDAM E NTAL E S D E LA APOCALÍPTICA


JUDÍA LA APOCALÍPTICA Y EL PROFETISMO

La literatura profética y la apocalíptica comparten las siguientes características:

En ambas se transmite un mensaje divino a los hombres; a las dos les interesa
interpretar la situación presente; en ambas lo invisible, mítico y celeste influye sobre lo
terrestre, las dos profesan una firme esperanza en la transformación radical del mundo,
que devolverá la creación a una situación primigenia, en ambas existe una importante
cantidad de material parenético y exhortativo; en las dos el autor de los textos, el
«hagiógrafo», es o un individuo o la comunidad; finalmente, en ambas desempeña un
papel central la pseudoepigrafía.

La diferencia principal entre la apocalíptica y la profecía reside, a juicio de Collins, en


la acentuación, por parte de la primera, del elemento sobrenatural y misterioso de la
revelación. A juicio de Collins, «la creencia en la resurrección y en el juicio después de
la muerte, tal y como está expresada en los apocalipsis judíos tempranos, conllevó un
cambio fundamental en los valores», porque lo cierto es que «la resurrección no es un
motivo accidental entre los muchos que podrían encontrarse en un apocalipsis. Es una
clave para la función y el propósito de la obra»

Tanto la profecía como la apocalíptica coinciden en la creencia en una venida de Dios,


quien intervendrá gloriosamente durante lo que el profeta Amós denomina el «día de
Yahvé» (Am 5, 18). Sin embargo, en los profetas, esta «fecha» se relaciona con
episodios particulares, con momentos críticos para el futuro del pueblo de Israel,
mientras que, en la apocalíptica, el dinamismo histórico abarca también las demás
naciones, aunque Israel disfrute de una posición preeminente. Por otra parte, la literatura
apocalíptica exhibe un extraordinario interés por los cálculos cronológicos y por la
periodización del tiempo. Así, emplea procedimientos matemáticos y simbólicos cuyo
objetivo no es otro que predecir cuándo acaecerá el final de los tiempos.

Como señala David Russell, la característica más notable del movimiento apocalíptico
sería la progresiva «trascendentalización» de los contenidos propios de la profecía.

R. H. Charles dijo: «el profeta del Antiguo Testamento trataba con los destinos de esta
o de aquella nación, pero no adquirió ninguna visión comprehensiva de la historia del
mundo como un todo». Por tanto, Daniel fue el primero en enseñar la unidad de toda la
historia humana, y que cada fase de esta historia constituía un estadio ulterior en el
desarrollo de los planes de Dios. La diferencia entre la escatología profética tradicional
(expuesta en pasajes como Is 11 o Zac 1-8) y la que vibra en textos apocalípticos como
Is 24-27 (el denominado «Apocalipsis de Isaías») estriba en la asunción, por parte de la
última, de un enfoque de cariz transmundano y universalista. Collins reconoce que la
distinción entre la escatología profética y la apocalíptica no puede expresarse como un
mero contraste entre una escatología terrena y otra cósmica.

El anhelo salvífico de Dios no se limita al pueblo de Israel, sino que su luz redentora se
difunde a todas las naciones de la Tierra, aun si a Israel se le ha reservado un lugar de
honor en ese nuevo amanecer escatológico. El monoteísmo de los grandes profetas,
reflejado en sus enconadas denuncias de la idolatría y de la flaqueza de sus
compatriotas, que con suma facilidad sucumbían a la tentación de entregarse al culto,
sensual y fastuoso, de las deidades cananeas.

Como escribe Mircea Eliade: Para los hebreos, toda calamidad histórica era considerada
como un castigo infligido por Yahvé, encolerizado por el exceso de pecados a los que se
enfrentaba el pueblo elegido. Ningún desastre militar parecía absurdo, ningún
sufrimiento era vano, pues más allá del «acontecimiento» siempre podía entreverse la
voluntad de Yahvé

La voluntad inquebrantable de los profetas mesiánicos de mirar la historia de frente y de


aceptarla como un aterrador diálogo con Yahvé; su voluntad de hacer fructificar moral y
religiosamente las derrotas militares y de soportarlas porque eran consideradas como
necesarias para la reconciliación de Yahvé con el pueblo de Israel y para la salvación
final —esta voluntad de considerar cualquier momento como un momento decisivo y,
por consiguiente, de valorarla religiosamente— exigía una tensión espiritual demasiado
fuerte, y la mayoría de la población israelita rehusaba someterse a ella, del mismo modo
que la mayor parte de los cristianos —especialmente de los elementos populares— se
rehúsan a vivir la vida auténtica del cristianismo. Como sostienen Joel Kaminsky y
Anne Stewart, la idea de una soberanía universal de Dios se sedimentó en la mente
israelita de forma gradual.

El incipiente universalismo del profetismo tardío y de la apocalíptica discurrió también


por una vertiente soteriológica: el juicio divino afectará todas las naciones de la Tierra,
y la categoría que primará a la hora de dirimir quién goza de la salvación y quién padece
la condena eterna no es de naturaleza étnica, sino ética. La división fundamental en el
seno de la humanidad no se produce ya entre judíos y gentiles, sino entre justos e
impíos.

EL LENGUAJE APOCALÍPTICO Y SU DIMENSIÓN SOCIOPOLÍTICA

Definir la naturaleza del lenguaje apocalíptico exige prestar atención a las diversas
funciones que adopta en los diferentes escritos. Una de las principales no es otra que su
dimensión subversiva. En el contexto histórico en que se fraguó este movimiento judío,
dominado por el helenismo, desarrollar un determinado tipo de lenguaje equivalía a
disputar la hegemonía griega. El lenguaje se convertía, así, en un instrumento de
afirmación de la identidad judía, con el propósito de responder al reto concitado por tan
álgido momento histórico. Tres vertientes esenciales del lenguaje apocalíptico son:
La simbólico-mitológica (en especial, la concerniente a los sueños, como
desvelamientos del destino del mundo y de la historia, que se someten,
inderogablemente, al poder divino),

La sociológica (el lenguaje como vehículo de resistencia frente a la opresión) y

La estrictamente teológica.

Los vínculos entre el lenguaje apocalíptico y lo simbólico-mitológico han sido puestos


de relieve por autores como Stephen Cook, para quien «apocalíptica y mitología están
interconectadas de manera inextricable». La carga simbólica de los sueños en la
literatura apocalíptica se orienta, fundamentalmente, hacia el futuro, aunque se refiera a
eventos que, en el orden cronológico, hayan acaecido con anterioridad a la redacción del
libro en cuestión. El lenguaje apocalíptico, gracias a su comunicación de sueños y de
visiones que pretenden revelar lo arcano, fantástico y recóndito del mundo celestial, así
como el inexorable destino de la historia, tiene como objetivo transmitir esperanza en
situaciones de extrema dificultad. El lenguaje de los grandes textos apocalípticos,
exhorta, a actuar, por lo general a través de la asunción de un compromiso, de una
praxis de resistencia frente a una serie de elementos alienantes (políticos, sociales,
religiosos...)

Esta orientación performativa se visualiza también en la doctrina de la resurrección de


los muertos en el Libro de Daniel39, la cual tematiza una convicción de fondo: el
mundo y la historia pertenecen enteramente a Dios, y ni siquiera la muerte derrota la
voluntad de vida que alberga el Señor del universo. La victoria divina acontecerá, eso sí,
en el futuro, en un porvenir que obliterará las aflicciones presentes y brindará la justicia
definitiva.

El carácter «constructivo» del lenguaje apocalíptico conlleva una revisión de la historia.


La apocalíptica revisa una historia de sufrimiento, un lóbrego escenario donde los fieles
a la Ley divina son abatidos aciagamente. El lenguaje apocalíptico contribuye a
relativizar el mal presente, ya que lo inserta en una dinámica global: la de la orientación
de la historia hacia una resolución escatológica, en la que las contradicciones actuales
cederán el testigo a un reino de justicia y plenitud. Tal y como lo enuncia Collins,
«existe una cierta analogía entre la explicación de Aristóteles de la función de la
tragedia griega y la función del Apocalipsis. En ambos se despiertan determinadas
emociones, para después lograr la catarsis de esas emociones.

La apocalíptica capitaliza las funciones constructiva y performativa inherentes a todo


lenguaje, las cuales le sirven como instrumento de deconstrucción de la primacía del
helenismo, que combate denodadamente. Esta pugna contra la supremacía siria se
canaliza, en el plano literario, mediante la gestación de un universo simbólico,
hondamente ideológico, que se erige en alternativa frente al helenismo.: «Dn 4 se
asemeja a los apocalipsis posteriores en su uso de la predicción política, pero carece de
su característica escatología trascendente», por lo que tampoco es susceptible de
insertarse de pleno dentro de los escritos apocalípticos más relevantes. En Dn 4 late
como trasfondo el deseo de establecer un gobierno celeste en la tierra. Agus Santoso
propone, como categorías fundamentales en torno a las que gravita la comprensión de
Dios y de su trascendencia en el Libro de Daniel, las siguientes:

Dios como Señor de la eternidad, enfoque que asume una determinada perspectiva sobre
el alcance de la historia, en virtud de la cual «el tiempo del mundo presente se
encaminará hacia un fin, y pronto llegará el nuevo eón». La majestad del Dios que rige
la eternidad contrasta, así, con el carácter caduco del reinado de Antíoco IV, epítome
del gobernante mundano. Para Daniel, la soberanía de Dios es ilimitada, a diferencia de
la que detenta Antíoco.

La narración apocalíptica sobre el cosmos celestial presupone la posibilidad de


comunicarse con esas arcanas esferas. Acepta, por tanto, la plausibilidad de una
interacción entre el mundo terreno y el orbe de lo divino, cuya viabilidad había sido
rechazada por la teología sadoquita, según la cual la relación entre Dios y su pueblo la
mediaban el culto en el templo de Jerusalén y el estricto cumplimiento de la Ley,
dictada a sus ancestros en la teofanía del Sinaí. Ningún individuo, a título particular,
podía atribuirse la capacidad de gozar de visiones que lo «transportaran» a las entrañas
del mundo celestial, y lo capacitaran para desvelar a sus congéneres secretos
primorosos, como, por ejemplo, el beatífico destino de los justos y el amargo horizonte
que aguarda a los impíos. Para la teología tradicional, sólo Moisés había observado el
sagrado rostro de Dios (cf. Nm 12, 6-8), pero era la propia divinidad quien había
condescendido a la realidad mundana para manifestar su verdadero ser. Moisés no se
había elevado hasta la morada celestial, sino que era el Señor del universo quien,
rebosante de amor y de providencia hacia su pueblo, había decidido establecer una
alianza inquebrantable con Israel.

LA APOCALÍPTICA Y SU ENTORNO CULTURAL

La discusión sobre el origen de las concepciones apocalípticas constituye una temática


clásica en los estudios sobre el Segundo Templo. La estrecha similitud existente entre
numerosos elementos teológicos de la apocalíptica y ciertas creencias y simbologías de
las culturas circundantes a Israel ha despertado, con frecuencia, la sospecha de que se
produjo un influjo directo de categorías de matriz exógena sobre este movimiento
religioso judío. A juicio de E. Schüssler-Fiorenza, «tanto la literatura sapiencial como la
apocalíptica desarrollaron también un concepto negativo de las mujeres. Fueron la
ocasión de pecado de los ángeles y de los varones, y especialmente de los sabios. Los
varones intelectuales de clase media fueron, por tanto, invitados a ser precavidos y
sospechosos con las mujeres. Sin embargo, el análisis feminista ha mostrado que
semejante actitud de varones de clase media no es típicamente ‘judía’, sino que puede
encontrarse en distintas épocas y en distintas sociedades. Las afirmaciones negativas de
Filón y de Josefo podrían tener las mismas raíces sociológicas. Aunque desconocemos
la actitud que los diferentes grupos de ‘revolucionarios’ mostraban hacia las mujeres,
según Josefo, las mujeres de Jerusalén defendieron la ciudad contra el ejército romano,
y los romanos consideraban que Damasco era insegura porque muchas mujeres de la
ciudad se habían convertido al judaísmo. Puesto que estos grupos se ganaron el apoyo
de las gentes corrientes y de los empobrecidos de las áreas rurales, su actitud hacia las
mujeres podría no haber sido tan estricta como la de otros grupos» (E. Schüssler-
Fiorenza, In Memory of Her, pp. 114-115). Con todo, la escasez de datos disponibles no
permite albergar una idea demasiado optimista sobre la percepción de las mujeres por
parte de los autores de los grandes textos apocalípticos. Autores como Robin
Collingwood y Rudolf Bultmann asumen esta suspicacia, y defienden que la
apocalíptica tomó prestada su concepción de la historia de civilizaciones del entorno.

CONCLUSIÓN:

El capítulo dedicado a las características fundamentales de la apocalíptica judía me ha


parecido muy interesante y procura con acierto definir el término. Se inclina el autor por
la definición de J.J. Collins, con las precisiones de Sacchi y otros autores: “La
apocalíptica es un género de literatura revelatoria, con un marco narrativo, en el que la
revelación viene mediada por un ser ultramundano hacia un receptor humano, que
desvela una realidad trascendente que es a la vez temporal, en tanto que vislumbra la
salvación escatológica, y espacial en cuanto vislumbra un mundo sobrenatural”.

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