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DEFINICIÓN DE «APOCALÍPTICA»
El estudioso alemán del Antiguo Testamento Gerhard von Rad postuló que la
apocalíptica se hallaba vinculada a la literatura sapiencial, cuyas muestras más
importantes en la Biblia hebrea resplandecen en libros como Proverbios y Eclesiastés14.
Así, y frente a la tendencia a ligarla estrechamente con el profetismo de Israel, Von Rad
estimaba que el espíritu de los principales textos apocalípticos remite a la literatura
sapiencial judía. Como afirma Collins, la hipótesis de Von Rad no suscita gran
aceptación, pero resulta innegable que la apocalíptica contiene aspectos estructurales y
funcionales de la literatura sapiencial.
En ambas se transmite un mensaje divino a los hombres; a las dos les interesa
interpretar la situación presente; en ambas lo invisible, mítico y celeste influye sobre lo
terrestre, las dos profesan una firme esperanza en la transformación radical del mundo,
que devolverá la creación a una situación primigenia, en ambas existe una importante
cantidad de material parenético y exhortativo; en las dos el autor de los textos, el
«hagiógrafo», es o un individuo o la comunidad; finalmente, en ambas desempeña un
papel central la pseudoepigrafía.
Como señala David Russell, la característica más notable del movimiento apocalíptico
sería la progresiva «trascendentalización» de los contenidos propios de la profecía.
R. H. Charles dijo: «el profeta del Antiguo Testamento trataba con los destinos de esta
o de aquella nación, pero no adquirió ninguna visión comprehensiva de la historia del
mundo como un todo». Por tanto, Daniel fue el primero en enseñar la unidad de toda la
historia humana, y que cada fase de esta historia constituía un estadio ulterior en el
desarrollo de los planes de Dios. La diferencia entre la escatología profética tradicional
(expuesta en pasajes como Is 11 o Zac 1-8) y la que vibra en textos apocalípticos como
Is 24-27 (el denominado «Apocalipsis de Isaías») estriba en la asunción, por parte de la
última, de un enfoque de cariz transmundano y universalista. Collins reconoce que la
distinción entre la escatología profética y la apocalíptica no puede expresarse como un
mero contraste entre una escatología terrena y otra cósmica.
El anhelo salvífico de Dios no se limita al pueblo de Israel, sino que su luz redentora se
difunde a todas las naciones de la Tierra, aun si a Israel se le ha reservado un lugar de
honor en ese nuevo amanecer escatológico. El monoteísmo de los grandes profetas,
reflejado en sus enconadas denuncias de la idolatría y de la flaqueza de sus
compatriotas, que con suma facilidad sucumbían a la tentación de entregarse al culto,
sensual y fastuoso, de las deidades cananeas.
Como escribe Mircea Eliade: Para los hebreos, toda calamidad histórica era considerada
como un castigo infligido por Yahvé, encolerizado por el exceso de pecados a los que se
enfrentaba el pueblo elegido. Ningún desastre militar parecía absurdo, ningún
sufrimiento era vano, pues más allá del «acontecimiento» siempre podía entreverse la
voluntad de Yahvé
Definir la naturaleza del lenguaje apocalíptico exige prestar atención a las diversas
funciones que adopta en los diferentes escritos. Una de las principales no es otra que su
dimensión subversiva. En el contexto histórico en que se fraguó este movimiento judío,
dominado por el helenismo, desarrollar un determinado tipo de lenguaje equivalía a
disputar la hegemonía griega. El lenguaje se convertía, así, en un instrumento de
afirmación de la identidad judía, con el propósito de responder al reto concitado por tan
álgido momento histórico. Tres vertientes esenciales del lenguaje apocalíptico son:
La simbólico-mitológica (en especial, la concerniente a los sueños, como
desvelamientos del destino del mundo y de la historia, que se someten,
inderogablemente, al poder divino),
La estrictamente teológica.
Dios como Señor de la eternidad, enfoque que asume una determinada perspectiva sobre
el alcance de la historia, en virtud de la cual «el tiempo del mundo presente se
encaminará hacia un fin, y pronto llegará el nuevo eón». La majestad del Dios que rige
la eternidad contrasta, así, con el carácter caduco del reinado de Antíoco IV, epítome
del gobernante mundano. Para Daniel, la soberanía de Dios es ilimitada, a diferencia de
la que detenta Antíoco.
CONCLUSIÓN: