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Jafet

y la Esfera Misteriosa

Por Elizabeth Pineda


El Desacuerdo
Jafet corría de un lado a otro sobre la cancha, de vez en cuando gritaba: “¡Por
aquí pásala! ¡Ahí va! ¡Síguelo!” Entre otras cosas; le emocionaba mucho jugar
al *tlachtli, y era muy bueno además, casi todos lo querían en su equipo. Para
Jafet, el dedicar el día entero en jugar con sus amigos, o el ir a explorar el rio,
o el trepar árboles altísimos, no eran para nada una pérdida de tiempo; pues
eran de hecho sus momentos preferidos del día, cuando podía sentirse libre y
actuar como un niño normal de su tribu. Sin embargo, su madre, y en especial
su padre, opinaban que era necesario que Jafet aprendiera un poco más sobre
las responsabilidades de un jefe, pues tarde o temprano, su padre dejaría ese
puesto vacante y sería Jafet el siguiente en ocuparlo.
Cualquier niño como Jafet, estaría emocionado por saber que algún día, sería
el jefe de una tribu; pues generalmente eran hombres sabios y valientes,
considerados unos héroes, todo el mundo los admiraba y cada vez que pasaban
por algún lugar, las personas los miraban boquiabiertas y pensando: “como
quisiera ser él”. Pero Jafet no era un niño cualquiera, no, él amaba su libertad
y jugar cuanto quisiera; no quería saber nada de responsabilidades ni mucho
menos reglas. Es por eso que detestaba la idea de suceder a su padre algún día.
Afortunadamente, existían momentos como este, en el que podía fingir ser
normal mientras jugaba.
Faltaba ya muy poco para que la línea del sol alcanzara su límite en la cancha,
el equipo de Jafet necesitaba un punto más para deshacerse del empate y
conseguir la victoria. Era el momento más emocionante del juego, de pronto,
uno de los niños asestó tremendo golpe con sus caderas a la pelota y la lanzó
hacia Jafet, él corrió para alcanzarla, la victoria estaba cerca, cuando de
repente…
— ¡Jafet! Ven acá, el juego se acabó para ti.
La madre de Jafet, Abida, lo llamó desde fuera de la cancha. Se escuchó un
prolongado “aaaa” de decepción cuando Abida entró en la cancha para sacar a
su hijo de las orejas.
—Pero… pero… Mamá, por favor. Solo un momento más — suplicó Jafet.
—Nada de eso, tenías muchas cosas por hacer y ninguna hiciste.
—Pero solo un momento más por favor.
Abida hizo caso omiso de las súplicas de su hijo y lo siguió arrastrando del
brazo hacia su espléndido palacio que llamaban hogar.
Que bochornoso fue para Jafet el haber sido sacado de esa manera del juego,
pero su madre estaba haciendo lo mejor para él. Cuando llegaron al salón
principal, lo tomó por los hombros y lo miró a los ojos.
—Jafet, hijo, si ya sabes cómo se pone tu padre cuando no haces tus deberes
¿Por qué sigues desobedeciendo?
Jafet sorbió los mocos y siguió llorando bajito.
—Dime — continuó Abida — ¿Qué crees que pasaría si se entera de lo que
pasó hoy?
— ¿Y qué pasó hoy?
El padre de Jafet, Quenaztli, entraba en ese momento por la puerta y escuchó
toda la conversación.
Abida no sabía que su esposo estaba en casa ese día y se sorprendió al verlo
entrar en el gran salón.
—Quenaz, no lo regañes — suplicó mientras escondía a su hijo detrás de ella.
Quenaztli levantó una mano para hacer callar a su esposa y le dirigió una
mirada severa a Jafet.
—Ven acá Jafet.
Jafet miró a su madre como buscando su aprobación para acercarse o no, pero
finalmente con la cabeza agachada se puso frente a su padre.
—Muéstrame tus deberes terminados — le pidió.
Pero Jafet solo seguía llorando bajito y con la cabeza agachada.
—Y bien — volvió a pedir.
—No los hice— respondió.
— ¿Cómo dices?
—Yo… yo no los hice… señor.
Quenaztli caminó con paso lento y majestuoso hacia su imponente trono, con
su capa ondeando a sus espaldas. Se sentó y tamborileó sus dedos en el
reposabrazos. Su penacho lo hacía verse aún más alto de lo que ya era y Jafet
no pudo evitar sentirse intimidado hacia él.
—Tu abuelo—comenzó—, y el abuelo de tu abuelo, fueron grandes y
valerosos guerreros, nuestro legado siempre ha sido la responsabilidad de
cuidar y proteger a nuestro pueblo, y tú, no honras su memoria jugando con
tus estúpidos juegos.
“Estúpidos juegos” eso le dolió a Jafet más de lo que puedas imaginar.
—No son estúpidos—dijo armándose de valor—, tú también los juegas.
Quenaztli se levantó de su trono como impulsado por un resorte.
— ¡Niño insolente! — Dijo con voz grave— El tlachtli es uno de nuestros más
antiguos rituales, y no tienen nada que ver con diversión.
—Quenaz — dijo Abida intentando calmarlo, pero él no la escuchó.
— ¡Eso dices tú! —Gritó Jafet —A ti lo único que te importa es lo que todos
digan de ti y ser un buen jefe. Pero yo no quiero ser un jefe ¡Detesto aprender
a ser un jefe…!
Quenaztli hizo callar a su hijo de una bofetada que lo dejó tirado en el suelo.
—Eres una vergüenza para esta familia—dijo Quenaztli.
Jafet comenzó a sollozar más de rabia por lo que su padre le había dicho, que
por el dolor de la bofetada. Se levantó y echó a correr sin rumbo.
— ¡No, Jafet!—gritó su madre, pero él siguió corriendo.

*Tlachtli: Típico juego maya que consistía en introducir una pelota de cuero
dura en un aro vertical, usando codos, caderas y rodillas. Se podía jugar por
mera diversión o para la resolución de conflictos mayores.

El Anciano de Blanco
Corría creyendo que iba por el camino que lo llevaba al rio, pero de haber
abierto los ojos se habría dado cuenta que transitaba por un sendero
completamente desconocido y oscuro. Levantó sus manos para limpiarse las
lágrimas cuando de pronto ¡PUM! Chocó contra un anciano.
Jafet cayó de nalgas sobre el pasto, pero el anciano que anteriormente había
estado moviendo un potaje sobre el fuego, tenía la cabeza metida en la olla de
barro.
— ¡OFGDF! ¡Auxilio! —Gritaba — ¡Sáquenme de aquí!
Jafet se sintió apenado por lo que le había causado y se apresuró a ayudarlo.
Tomó la olla por las asas y haló con todas sus fuerzas. Estuvo buen rato
forcejeando con ella pero nada que salía, el anciano gritaba cientos de cosas
que no entendía (la olla le impedía escuchar con claridad).
Al final, Jafet puso un pie en el hombro del anciano y volvió a tirar con todas
sus fuerzas.
—Ya casi—gimió Jafet.
De pronto la olla salió con un “BLUP” y cayó al suelo haciéndose pedazos.
— ¡Oh vaya!—dijo el anciano que había caído de nalgas otra vez.
Miró su ropa que estaba hecha todo un desastre, lo que daba pena, pues la
túnica con la que vestía era de un blanco impecable; tenía además un paño
carmesí alrededor del cuello, muy hermoso por cierto.
Jafet pensó que su vestimenta era muy extraña. En su tribu, los hombres
acostumbraban ir vestidos con una falda guerrera y el torso descubierto; sólo
las mujeres usaban túnicas largas, aunque normalmente eran floreadas y
coloridas, no blancas y lisas como la del anciano.
El anciano sacudió su cabeza como un cachorro para librarse de la plasta de
comida que tenía, y luego con un movimiento de su mano hizo desaparecer las
horribles manchas de su ropa.
—Magia— susurró Jafet.
Él había escuchado muchas veces acerca de los grandes magos que hacían
cosas maravillosas como ésta. En su tribu había uno de hecho, el gran mago
Chilsúa; pero él más bien pensaba que era un gran charlatán, nunca lo había
visto hacer nada sobresaliente, y tenía cara de bobo además.
—Vaya, vaya— volvió a decir el anciano.
De pronto notó la presencia de Jafet, que también estaba tirado en el suelo y
mirándole con extrañeza.
— ¡Oh! Pero ¿Qué tenemos aquí? —Preguntó invadiendo el espacio personal
de Jafet — ¡Válgame! Pero si es un chamaco. No, no, no es cualquier
chamaco.
El mago había notado el hermoso collar que portaba Jafet y que sólo los hijos
de los jefes podían tener.
— ¡Es Jafet! —Continuó el anciano— ¡El hijo del legendario Quenaztli!
El anciano hizo una reverencia mientras decía: “Bienvenido a mi humilde
hogar, futuro gran jefe”. Aquello molestó a Jafet, considerando lo que acababa
de ocurrir, era lógico.
— ¡Yo nunca seré un jefe! —refunfuñó.
—Hum—exclamó el mago confundido y sorprendido a la vez—, esto sí que es
extraño, nunca había conocido a un niño que no quisiera ser un jefe. Bueno,
bueno, no importa ya. Pasa por aquí futuro no gran jefe.
El anciano hizo pasar a Jafet a su “casa” y lo sentó en un tronco. No se podía
decir que el anciano vivía ahí, pues tan solo era un pedazo de tierra cercado
con troncos y un pequeño fuego en el centro.
Le ofreció una taza de un sabroso líquido que no supo que era, pero lo relajó
un poquito.
—Y dime futuro no gran jefe ¿Qué haces en estos lugares y a estas horas? ¿Y
qué significan esas lagrimotas de cocodrilo que tienes ahí?
Jafet le contó al mago lo que acababa de ocurrir en su casa, siempre
recalcando que nunca quiso ser un jefe.
—Pues es una historia triste, triste en verdad—dijo el anciano—, pero tienes
suerte pequeño Jafet, hoy me siento generoso. Te daré la oportunidad de crear
tu propio mundo para que seas feliz.
Jafet se le quedó mirando al anciano para ver si estaba bromeando, pero él
sólo lo miraba con una inmensa sonrisa pícara en su cara.
— ¿Y por qué debería recibir algo de usted?—dijo con desconfianza—ni
siquiera sé cómo se llama.
El mago rio a carcajadas cuando Jafet dijo eso.
— ¿Y por qué quieres saber mi nombre?— dijo el anciano—es un gran
misterio. Yo soy el que soy.
Jafet frunció el ceño.
—Ése no es un nombre y tampoco tiene sentido.
—Lo sé.
—Usted está loco.
—Eso también lo sé— contestó el anciano riendo bajito.
—Está bien—dijo Jafet suspirando, la idea sonaba bien de todos modos—, sí
me gustaría tener mi propio mundo ¿Qué tengo que hacer?
—Oh es muy simple en realidad. Tan sólo tienes que cuidar esto por mí.
El anciano le extendió un extraño paquete negro y Jafet lo tomó dudoso.
— ¿Eso es todo?—preguntó— no hay algún truco de mago o algo así.
—No, no, sólo eso. Pero recuerda; debes cuidarlo muy bien.
Jafet miró por un rato el extraño y misterioso paquete, no parecía peligroso,
pero viniendo de un mago había que tomar precauciones.
— ¿Y qué pasa si…?
Cuando Jafet levantó la vista se dio cuenta de que el anciano ya había
desaparecido y toda su “casa” también.

Un Mundo Sin Reglas


Jafet se levantó de su asiento buscando al mago, aunque muy dentro de sí
sabía que ya no lo encontraría. Se encogió de hombros y miró el extraño
paquete que seguía en sus manos. Era pequeño y cuadrado, estaba envuelto en
una especie de franela negra. Lo desenvolvió con cuidado y descubrió una
cajita de madera hermosamente tallada, levantó con cuidado el broche que la
mantenía cerrada. De haber sido un poco más cuidadoso, habría pensado dos
veces antes de abrirla; pero el mago nunca había dicho nada sobre no hacerlo,
así que lo hizo. De ella salió flotando una esfera de cristal y se quedó frente a
sus ojos.
— ¡Wow!—exclamó Jafet.
Lamentablemente Jafet no tenía ni idea de qué hacer con ella, el mago no se lo
había dicho y tampoco regresaría a hacerlo; así que le preguntó:
— ¿Tú me vas a ayudar a hacer mi mundo?
(Silencio)
—Supongo que sí, bueno, quiero un mundo grandísimo, el más grande de
todos.
¡BUM! De la esfera surgió una explosión inmensa que generó una gran
extensión de tierra vacía.
Jafet cayó de espaldas y desde el suelo miró asombrado lo que la esfera había
hecho.
— ¡Chispas!— susurró— ¡esto es genial!
Se levantó feliz de saber cómo hacer funcionar la esfera.
—Quiero muchos árboles.
¡BUM!
—Quiero monos en cada árbol.
¡BUM!
—Oh si, y quiero un campo de tachtli profesional.
Con cada petición de Jafet la esfera hacía bum, y creaba lo que él le pedía.
Muy pronto el mundo de Jafet se llenó con todo lo que su corazón anhelaba,
pero todavía sentía que le faltaba algo. Se quedó pensativo un momento hasta
que una bombilla se encendió en su cabeza.
— ¡Ya sé! Quiero que en mi mundo no haya reglas, ni responsabilidades para
nadie. Lo único que debe hacer cada quién es divertirse y hacer lo que quieran.
¡BUM!
Después de eso, la esfera entendió que el mundo de Jafet estaba completo y se
fue flotando hasta su cajita y se encerró.
—Perfecto—dijo Jafet—. Ahora sí ¡A jugar!
Reunió a un equipo de hábiles monos (Les había dado la capacidad de hablar y
entender) y les explicó las reglas del tlachtli.
— ¿Todos entendieron?—preguntó Jafet.
Los monos gimieron a una y saltaron de aquí para allá para hacerle saber que
estaban emocionados por comenzar.
—Excelente, vamos entonces.
El juego comenzó con un armadillo como pelota, Jafet había olvidado pedirle
a la esfera una pelota de verdad, pero el armadillo hacía bien su trabajo. Sin
embargo, al poco rato de empezar, los monos cambiaron las reglas del juego;
cada cual hacía lo que bien le parecía, algunos tomaban la pelota con sus
manos y trepaban por todos lados intentando llegar al aro, mientras, los
contrarios les lanzaban papayas para detenerlos.
—Oigan no, esperen—les pedía Jafet —, así no es el juego, calma ¡oye, suelta
su cola!
Pero Jafet gritaba en vano, los monos no le hacían caso y pronto estuvieron
discutiendo entre ellos. Jafet salió molesto del campo de tlachtli y se fue al rio
para buscar alguien más con quién jugar.
—Tontos monos —decía—, debí darles un poco más de inteligencia.
Tomó una rama de un árbol y caminó pintando rayas por el suelo.
No había avanzado mucho cuando se encontró con una manada de jaguares
que se ufanaban de su increíble velocidad.
— ¿Puedo jugar? —les preguntó Jafet.
Los jaguares dejaron de codearse entre ellos para prestarle atención a Jafet.
—Oh, pero si es nuestro benefactor, el gran Jafet. Por supuesto que puede
jugar señor, pero le advierto, somos muy buenos corredores.
Jafet se sintió extraño que le llamaran “señor” pero no le puso mucha atención
y se colocó en la línea de salida. Los jaguares animaban a su compañero y
hacían gran escándalo por la carrera.
Uno de ellos dio la señal de salida y ambos salieron disparados hacia la meta.
En el mundo de Jafet, él era tanto o más rápido que un jaguar y por eso iban
casi a la par. El jaguar miraba de reojo a Jafet y sentía más cerca su derrota, y
eso era algo que no debía pasar, así que enterró una de sus garras en el suelo y
lanzó un puñado de tierra a los ojos de Jafet.
— ¡Ah!— se quejó— ¡eso es trampa!
El jaguar no hizo caso y siguió corriendo hasta que llegó a la meta en primer
lugar. El resto de sus compañeros lo vitoreaban por haber ganado.
Jafet se fue enfadado por la actitud de los jaguares, jamás hubiera pensado que
fueran así de tramposos.
Prefirió ir a visitar a las águilas. En su tribu eran muy veneradas, seguramente
serían más morales que todos los animales.
—Hola—saludó— ¿Qué hacen?
Las águilas casi no notaron su presencia, continuaron hablado entre ellas de
cosas incomprensibles.
—La respuesta apacible —dijo una de ellas— desvía el enojo, pero las
palabras ásperas encienden los ánimos.
Todas las águilas exclamaron de admiración ante su sabiduría, y se quedaron
calladas esperando por más.
—Sólo los simplones creen todo lo que se les dice —intervino Jafet—, los
prudentes examinan cuidadosamente sus pasos.
Como hijo del jefe Quenaztli, Jafet había sido instruido con los más grandes
sabios de todo el pueblo, y por eso se sentía seguro de entrar en un debate
filosófico con una sabia y experimentada águila.
Todos los presentes se quedaron en el más grande silencio, esperando por la
reacción del águila.
—Los burlones odian ser corregidos —respondió—, por eso se alejan de los
sabios.
—Si escuchas la crítica constructiva, te sentirás en casa entre los sabios.
El águila tenía problemas para responderle a Jafet y él lo notó, estaba
rebosante de felicidad por pensar que podría ganar.
—Este no es el lugar para ti humano, mejor ya vete.
— ¿Qué me vaya? Eso quiere decir que he ganado.
—Nunca acordamos una competencia.
—Esto es injusto, admite que he ganado.
El águila miró con superioridad a Jafet y luego dirigiéndose a sus compañeras
les dijo:
—Es hora de buscar sabiduría en otro lado, vámonos.
Y con eso todas alzaron el vuelo y dejaron sólo a Jafet.

De Regreso a Casa

Jafet comenzó a llorar, el mundo que él había creado no era para nada como lo
había imaginado, nadie le hacía caso ni le agradecía por haberlos creado.
—Ya no quiero esto, es horrible— decía gimiendo.
Continuó llorando por largo rato cuando de pronto ¡BUM! Apareció el
anciano.
— ¡Pero que hermoso mundo has creado Jafet!—dijo mirando a su alrededor e
ignorando sus lágrimas—oh vaya, mira eso, incluso tienes tu propio campo de
tlachtli.
El anciano continuó apreciando el nuevo mundo hasta que notó la tristeza del
niño.
— ¿Eh? Pero ¿Qué sucede? Creí que te gustaba tu mundo.
—No, no me gusta—contestó sollozando—. Nadie me hace caso, ni me
respeta. Todos hacen lo que quieren.
—Bueno, bueno, pero no podías esperar otra cosa. Eliminaste las reglas en tu
mundo, sin reglas no hay orden y cada quién hace lo que quiere. Dime ¿crees
que el tlachtli sería lo mismo sin reglas?
—No, claro que no.
—Bueno pues es lo mismo con las personas. Necesitamos reglas en todo
momento. Que cada cosa siga con su orden natural, sino, viviríamos en un
caos continuo.
— ¿Por eso me diste esta tonta esfera? ¿No era mejor simplemente habérmelo
dicho en lugar de hacerme pasar por esto?
El anciano se carcajeó con las palabras de Jafet.
—Habértelo dicho hubiera sido un muy aburrido. Ahora, debes volver a tu
casa querido Jafet; tus padres están muy preocupados por ti.
—No lo creo. Mi padre piensa que soy una vergüenza para la familia.
—Tu padre te ama Jafet.
— ¿Y cómo lo sabes?
El mago hizo flotar hacia su mano el paquete negro que le había entregado a
Jafet y sacó la esfera de cristal. Dijo unas palabras en un extraño idioma y la
esfera proyectó unas imágenes. Eran los padres de Jafet, Quenaztli gritaba
órdenes a un grupo de guerreros; a Jafet no le extrañó, su padre era así todo el
tiempo; pero lo que vio a continuación lo llenó de culpabilidad, Quenaztli
estaba consolando a su madre, ella lloraba por la desaparición de su amado
hijo, su padre le decía que no se preocupara, que acababa de enviar al mejor
equipo de guerreros a buscarlo y que aparecería pronto.
— ¡No puede ser mago!
—No soy mago niño, ya te lo dije, yo soy el que soy.
—Yo Soy, no puede ser. Debo volver inmediatamente.
—Lo sé.
Yo Soy no esperó más y con un chasquido de sus dedos envió a Jafet a la
puerta de su palacio.
Jafet estaba sentado en el suelo y cuando vio la puerta de su palacio en sus
narices, se levantó de un salto y entró a trompicones. Su padre y su madre se
sobresaltaron por el ruido que hizo, pero cuando vieron que se trataba de su
hijo corrieron a abrazarlo.
— ¡Jafet!—exclamaron al unísono—nos tenías preocupados.
— ¡Mamá! ¡papá! Lo siento tanto, no volveré a hacerlo.
—Tranquilo Jafet, todo está bien ahora.
—Sí, sí porque entiendo lo que me decías padre. Quiero ser un jefe, es
importante ser un jefe, ahora lo sé.
— ¿Lo dices en serio?
—Sí, un jefe es el guardián de las reglas, es importante respetar las reglas. No
importa que deba dejar de jugar.
—Bueno, te diré un pequeño secreto Jafet; la diversión no está peleada con las
responsabilidades de un jefe ¿te gustaría jugar un emocionante partido de
tlachtli con tu viejo?
A Jafet se le abrieron los ojos de par en par cuando escuchó a su padre decir
eso, y por supuesto que no le dijo que no a un partido de tlachtli.

Se preguntarán que fue de Jafet años después ¿verdad? Pues en realidad Jafet
se convirtió en un gran jefe, el mejor de todos de hecho. Cuidó de las reglas en
todo momento y nunca olvidó la lección que Yo Soy le había enseñado; la
llevó en su corazón en todo momento y siempre ansió encontrarse con él otra
vez, pero desafortunadamente eso nunca pasó; pero quien sabe, quizá los
siguientes en tener un encuentro con Yo Soy seamos tu o yo. ¿Estarías listo
para eso?
FIN

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