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EL MATRIMONIO RELIGIOSO
Prof. Rafael Navarro-Valls
§ 1. INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
El sistema matrimonial español ha sido una de las cuestiones más
ampliamente estudiadas por la literatura jurídica española. Desde su calificación
global hasta el sentido histórico de las modalidades matrimoniales que en él se
incluyen, pasando por los avatares históricos del sistema, cientos de trabajos han
analizado, pieza a pieza, el complejo mecanismo que se ha articulado en España
en torno a la institución matrimonial.
La razón de esta atención no es otra que el complicado juego que, en casi
toda la historia del Derecho de familia español, ha supuesto la coexistencia del
matrimonio religioso junto con el matrimonio civil. De modo que puede decirse
que el estudio de la eficacia civil del matrimonio religioso en España, en
realidad implica el análisis de las complicadas relaciones Estado-confesiones
religiosas. Es decir, que la política del Estado español ante el hecho religioso es
posible reconstruirla al hilo de las actitudes históricas que el propio Estado ha
adoptado ante el matrimonio de las distintas confesiones religiosas.
Ante todo, no conviene olvidar que España se constituye en una unidad
política asimilable a la figura del Estado-Nación a finales del siglo XV. Y
precisamente el dato básico que configura la unidad política es la unidad
religiosa. Efectivamente, hasta entonces coexisten en España tres religiones: la
católica, la islámica y la judía. De ahí que, junto al pluralismo religioso, haya
también un pluralismo matrimonial. Por eso la historia de estos siglos,
fuertemente marcada por las guerras de Reconquista, supondrá que el
matrimonio confesional de los miembros de cada una de esas comunidades
religiosas sea admitido, conforme a sus normas propias, por los diferentes
Reinos peninsulares en que viven. Así, los árabes admitirán la validez de los
matrimonios entre aquellos cristianos (mozárabes) que conviven con la mayoría
islámica en los territorios bajo su dominio. A su vez, los cristianos otorgarán
igualmente validez jurídica a los matrimonios entre judíos asentados en sus
1
territorios o entre musulmanes en la misma situación (mudéjares). El principio
ideológico que caracterizará este pluralismo matrimonial será hacer posible la
convivencia de comunidades distintas en un mismo territorio y bajo un único
poder. Es, pues, un principio práctico, no el teórico de las exigencias de una
libertad religiosa ideológicamente asimilada.
Por eso, operada la unificación religiosa en torno al cristianismo a finales
del siglo XV (con la expulsión de musulmanes y judíos) tal pluralismo
matrimonial desaparece, convirtiéndose en un monismo centrado en el
matrimonio canónico. Este monismo es confirmado vigorosamente en 1564,
cuando Felipe II acepta —como Ley del Reino español— los Decretos del
Concilio de Trento. Muy especialmente el Decreto Tametsi, que confiere
carácter formal al matrimonio canónico.
A partir de ese momento, y hasta la Ley de 1870, el ordenamiento español
solamente conoce una forma y clase de matrimonio, el canónico. La razón —
aparte de la unificación religiosa antes aludida— es que España sólo tardíamente
es afectada por la secularización del matrimonio operada en Europa: primero por
la Reforma protestante y, luego, por los postulados ideológicos y jurídicos de la
Revolución francesa.
La Constitución española de 1869 quebró por primera vez la tradicional
confesionalidad católica del Estado español, produciendo como consecuencia en
el orden matrimonial no solamente la aparición del matrimonio civil sino
también su imposición como única forma y clase de matrimonio con eficacia
jurídica. Así, la Ley de 18 de junio de 1870 dispuso que el matrimonio que no se
celebrara con arreglo a las disposiciones de dicha ley (es decir, en forma civil)
no produciría efectos civiles. Estableciendo otra disposición complementaria (la
Real Orden de 11.I.1872) que los hijos nacidos de matrimonio celebrado
exclusivamente en forma canónica se inscribirían en el Registro civil como hijos
ilegítimos.
Este brusco cambio duró pocos años. En un contexto histórico habituado
por siglos a una vigorosa presencia del matrimonio canónico, la Ley de 1870
aparece como un producto político, hecho a espaldas de la realidad social
española, lo que explica tanto su constante y general incumplimiento como su
corta vigencia. Por lo demás, el modelo matrimonial civil diseñado en la ley era
prácticamente una copia del matrimonio canónico. El régimen de impedimentos,
causas de nulidad y de separación, prueba del matrimonio, etc., eran una
transposición al matrimonio civil de las líneas maestras del matrimonio
canónico. De ahí lo acertado de la afirmación de que la Ley de 1870 vino tan
sólo «a sustituir el sacerdote por el juez, a la Iglesia por el Juzgado, a la Biblia
por los artículos de la Ley y a los Tribunales eclesiásticos por los civiles»1.
Estas razones llevaron a la derogación de la Ley de 1870 por Decreto de
9.II.1875, que vino a instaurar un sistema matrimonial cuyas líneas generales
fueron las siguientes: 1.º) atribuir plenos efectos retroactivos a los matrimonios
§ 2. El SISTEMA MATRIMONIAL
El vigente sistema matrimonial español nace de la confluencia de distintas
normas jurídicas de significación y alcance muy diversos. Es decir, su
configuración general vendrá bosquejada —aunque no precisada— por la
Constitución promulgada en 1978. Un mayor grado de especificación suponen
los Acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede, firmados el 3 de enero de
1979, referidos solamente al matrimonio canónico3. A su vez, la Ley orgánica
7/1980, de 5 de julio, de libertad religiosa apunta a una posible eficacia civil de
los matrimonios confesionales de las minorías religiosas. La Ley 30/1981, de 7
julio, intentará coordinar las citadas normas en un sistema complejo, en el que
junto al matrimonio civil se confiere definitiva eficacia civil al matrimonio
canónico y se sientan las bases de la futura eficacia de los matrimonios
confesionales no católicos. Matrimonios —estos últimos— que alcanzarán
definitiva eficacia civil por la vía de Acuerdos bilaterales, aprobados por las
Cortes españolas en noviembre de 1992 y previamente firmados por el
Gobierno, respectivamente, con la FEREDE, la FCJ y la CIE.
Para entender el sistema matrimonial configurado por este conjunto de
normas, es necesario tener presentes algunas ideas básicas.
Si se recuerda, antes se dijo que el sistema matrimonial histórico tuvo una
constante desde 1875: ser un sistema de matrimonio civil subsidiario. Es decir,
que el matrimonio civil (salvo el paréntesis de 1932-1938) sólo será accesible a
los españoles que demostraran o al menos afirmaran no profesar la religión
católica. La Constitución de 1978, al establecer en su art. 16.2 que «nadie podrá
ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias», claramente
4. «1. El Estado reconoce los efectos civiles del matrimonio celebrado según las normas
del Derecho Canónico. Los efectos civiles del matrimonio canónico se producen desde su
celebración. Para el pleno reconocimiento de los mismos será necesaria la inscripción en el
Registro civil, que se practicará con la simple presentación de certificación eclesiástica de la
existencia del matrimonio.
»2. Los contrayentes, a tenor de las disposiciones del Derecho Canónico, podrán acudir a
los Tribunales eclesiásticos solicitando declaración de nulidad o pedir decisión pontificia
sobre matrimonio rato y no consumado. A solicitud de cualquiera de las partes, dichas
resoluciones eclesiásticas tendrán eficacia en el orden civil si se declaran ajustadas al Derecho
del Estado en resolución dictada por el Tribunal civil competente.
»3. La Santa Sede reafirma el valor permanente de su doctrina sobre el matrimonio y
recuerda a quienes celebren matrimonio canónico la obligación grave que asumen de atenerse
a las normas canónicas que lo regulan y, en especial, a respetar sus propiedades esenciales».
5
ajustadas al Derecho del Estado en resolución dictada por el tribunal civil
competente.
La posterior configuración del sistema matrimonial español se produjo por
las modificaciones que introdujo la mencionada Ley de 7 julio de 1981, en los
arts. 42-107 C.c. Esta ley —«por la que se modifica la regulación del
matrimonio y se determina el procedimiento a seguir en las causas de nulidad,
separación y divorcio»— tiene una doble característica. Por un lado, es la norma
que desarrolla los preceptos de la Constitución que, directa o indirectamente, se
refieren al matrimonio. Por otro, es la ley de aplicación, a nivel interno, de las
cláusulas concordatarias sobre el matrimonio canónico insertadas en el art. 6 AJ.
Por lo demás, dada la ambigüedad en materia matrimonial tanto de la
Constitución como del Acuerdo con la Santa Sede no es de extrañar que también
la legislación ordinaria participe de esa característica. Baste apuntar aquí que
sobre la Ley de 1981 se ha dicho que ha convertido los arts. 42-107 C.c. «en un
barroco cuadro de oscuridades, insuficiencias y equívocos»5. Por esto mismo se
entiende enseguida que, muchos puntos de esa ley, sean interpretados
contradictoriamente por la doctrina jurídica. Falta de unanimidad que supera las
naturales discrepancias que toda norma legal encuentra en su aplicación
jurisprudencial o doctrinal. Aquí se trata de algo más: es la inevitable
consecuencia de unas disposiciones con fuerte carga política en su elaboración,
que ha permitido interpretaciones jurídicas desusadamente enfrentadas.
A su vez, los Acuerdos de 1992 con las minorías religiosas vendrían a
completar este sistema dual facultativo convirtiéndolo en plural. De modo que el
sistema matrimonial español delinea tres modalidades matrimoniales de desigual
contenido y susceptibles de análisis autónomo: el matrimonio civil, el
matrimonio canónico con efectos civiles y el matrimonio celebrado en la forma
propia de algunas minorías religiosas (protestante, judía e islámica). El sistema
vigente, pues, se caracteriza «por la traslación de su eje al binomio matrimonio
civil-matrimonio religioso, que lo convierte en un sistema plural —con diversos
matrimonios: civil, canónico, evangélico, judío e islámico— y de formación
progresiva, es decir, abierto al reconocimiento de otros matrimonios
religiosos»6.
Esta calificación necesariamente ha de detenerse aquí, pues sólo un análisis
minucioso del resto de la normativa vigente puede aclarar los perfiles definitivos
de un sistema matrimonial en el que, ya de antemano, ha de insistirse en su
ambigüedad y confusión7. En la líneas que siguen, precisamente para hacer más
9. La expresión reenvío mediato fue acuñada en Italia por L. GRASSI, Lineamenti di una
tesi di reenvio mediato tra ordinamento statuale e quello canonico in materia matrimoniale,
en «Rivista di diritto matrimoniale e dello stato delle persone», 1960, pp. 24 ss. Este reenvío
sería una modalidad específica y diversa a las dos formas de reenvío que se aludieron en el
capítulo II. Sería una forma de reenvío muy cercana al presupuesto en el que el Estado, como
vimos, se limita a presuponer la disciplina jurídico-canónica del matrimonio, como complejo
de normas que operan fueran de su esfera jurídica, recibiendo solamente los aislados actos
jurídico-canónicos, mediante un formal acto de reconocimiento, concedido caso por caso.
10. Cfr. S. CAÑAMARES ARRIBAS, El matrimonio canónico en la jurisprudencia civil, cit.,
pp. 41-49. Entre las decisiones más recientes del TS siguiendo esta postura vid. los Autos de
10 de junio de 2003 y de 9 de julio de 2002. Sobre la nulidad civil en los supuestos de doble
celebración del matrimonio puede verse el Auto del Supremo de 17 de febrero de 1998.
9
2. LA FASE DE INSCRIPCIÓN: EL MOMENTO REGISTRAL
A. Significado de la inscripción
10
partido político en el poder, a través de su portavoz parlamentario11, hizo notar
que en sólo tres supuestos el matrimonio canónico no tendría acceso al Registro
civil: 1.º) cuando se celebrara por un menor de edad civil (18 años); 2.º) cuando
uno de los contrayentes estuviera ya unido por matrimonio civil no disuelto; y
3.º) cuando existiendo un impedimento civil para el matrimonio, éste no fuera
previamente dispensado. Hay que observar que estos supuestos raramente se
darán, porque el c. 1071 CIC establece prohibiciones matrimoniales que exigen,
en síntesis, la previa licencia del Ordinario cuando se intenta celebrar un
matrimonio canónico que, según las normas civiles, no pueda ser reconocido.
Por lo demás, la Conferencia Episcopal española en su Decreto de 7.VII.1984,
ha impuesto para la licitud del matrimonio canónico entre españoles, la edad de
18 años, elevando así los mínimos exigidos con carácter general por el c. 1083
CIC.
B. El procedimiento de inscripción
Antes de abordar los otros dos puntos a que antes se hizo referencia,
conviene hacer una breve alusión a un problema que plantea el procedimiento de
inscripción descrito. Nos referimos a si, en el sistema español, es posible una
cierta autonomía de la voluntad por parte de los contrayentes para omitir la
inscripción del matrimonio canónico en el Registro civil. Ésta era una cuestión
debatida en Italia antes del Concordato de 1984. Actualmente parece que éste
sólo concede inequívocamente a los contrayentes la facultad de evitar la
inscripción y, por tanto, los efectos civiles del matrimonio canónico en el caso
de inscripción tardía, sin aclarar nada respecto a la transcripción ordinaria.
En el Derecho español vigente sólo hay, de lege data, un supuesto en que la
voluntad conjunta de los esposos puede impedir la inscripción de un matrimonio
canónico: el caso del matrimonio celebrado en secreto. Efectivamente, la Ley
del Registro civil establece que el matrimonio secreto canónico puede ser
inscrito en el libro especial del Registro Central, pero siempre que ambos
cónyuges lo soliciten (art. 78)14.
13. Conviene advertir que la propia DGRN dispuso en su Resolución de 15.II.1980 que a
pesar de la doble referencia al título de la inscripción que se contiene en el Acuerdo, debe
considerarse como un mismo y único título que puede presentarse tanto por los contrayentes
como por el párroco.
14. Bien es verdad que, esta posibilidad, parece haber sido eliminada por el RRC en su
reforma de 1986, pues en su art. 267.1 imperativamente se dice que «el matrimonio secreto,
cualquiera que sea la forma legal en que se celebre, se inscribirá en el Libro Especial». No
obstante, es dudoso que un simple reglamento pueda primar sobre la ley de la que es
desarrollo. Sobre este punto, R. DURÁN RIVACOBA, La inscripción en el Registro civil del
matrimonio canónico, Madrid 1988; y J. FERRER ORTIZ, Celebración del matrimonio en
secreto e inscripción en el Registro civil, en «Ius Canonicum», 1997, pp. 177 ss.
Sin embargo, el art. 270 del Reglamento del Registro civil más que aclarar la situación la
complica, pues de su tenor parece deducirse que el matrimonio secreto puede inscribirse
directamente en el Libro ordinario del Registro civil, a petición de quienes puedan solicitar su
publicación. Esta es también la postura acogida por la DGRN en su Resolución de 5.XII.1995.
Para un examen más pormenorizado de estas cuestiones vid. S. CAÑAMARES ARRIBAS, El
matrimonio canónico en la jurisprudencia civil, cit., pp. 94-98.
12
Prescindiendo de esta excepción, no parece que los cónyuges puedan eludir
la inscripción del matrimonio canónico inscribible, para evitar sus efectos
civiles. En el debate parlamentario de la reforma de 1981 claramente se hizo
notar «que los efectos civiles del matrimonio religioso no pueden depender de la
voluntad de los contrayentes»15. A su vez, la DGRN ha hecho notar que «la
publicidad del estado civil se organiza no sólo para la utilidad de los particulares
más afectados; la competencia del Registro es fijada por la ley atendiendo a
diversos intereses, y, por tanto, en principio, con independencia de la voluntad
de aquellas personas»16. Cosa distinta es la de que el ejercicio contra legem de
esta autonomía de la voluntad no implique ninguna sanción, civil o penal, contra
los contrayentes o los párrocos incumplidores de la obligación de hacer llegar al
Registro civil los títulos hábiles para que el matrimonio canónico se inscriba17.
19. «La declaración de nulidad del matrimonio no invalidará los efectos ya producidos
respecto de los hijos y del contrayente o contrayentes de buena fe. La buena fe se presume».
14
Tres tipos de matrimonios canónicos crean, en cuanto a su inscripción civil,
algunos problemas en el Derecho español: el matrimonio canónico celebrado en
el extranjero, el celebrado en la forma extraordinaria prevista en el c. 1116 CIC
y el matrimonio secreto, al que ya se ha hecho alguna alusión.
Respecto al primer supuesto, el AJ –al no exigir formalidades civiles de
ningún tipo al matrimonio canónico– es claro que no distinguía, como sí lo hace
el Derecho italiano, el matrimonio celebrado en el extranjero o en España. Sin
embargo, la Ley de 1981 parece distinguirlos, pues el art. 63 C.c. preveía que
«el matrimonio celebrado en España en forma religiosa se inscribirá con la
simple presentación de la certificación de la Iglesia o confesión respectiva», es
decir, sin expediente previo civil, mientras que el art. 65 exigía –a los restantes
matrimonios, incluidos los canónicos celebrados en el extranjero– o bien un
expediente previo civil antes de celebrarlo o un expediente civil antes de
inscribirlo20.
Ante esa contradicción, la DGRN estableció en Resolución de 2.XI.1981 el
siguiente criterio: «Siempre ha de ser preferible en la labor interpretativa de unas
normas que se refieren a un compromiso internacional suscrito por España la
solución que no vulnere este compromiso (…). Debe tenerse presente que no
hay motivos claros para establecer, a efectos de su inscripción en el Registro,
una diferencia tajante entre los matrimonios en forma canónica celebrados
dentro y fuera del territorio español». De modo que «los matrimonios celebrados
por cualquier español en forma canónica se inscribirán en el Registro Civil con
la simple presentación de la oportuna certificación eclesiástica, sin perjuicio de
la denegación del asiento en aplicación del segundo párrafo del artículo 63 del
Código civil».
En lo que concierne al matrimonio celebrado en forma extraordinaria tanto
el AJ como la Ley de 1981 le confieren eficacia civil, al ser uno de los
matrimonios celebrados «según las normas del Derecho canónico» e incluidos,
por tanto, en el radio de acción del art. 60 C.c. La inscripción deberá realizarse
mediante los oportunos títulos a que dan lugar las comprobaciones realizadas en
expediente abierto por las autoridades eclesiásticas, y será precedida del control
establecido en el Derecho para cualquier tipo de matrimonio canónico.
En fin, el matrimonio celebrado en secreto según los cc 1130-1133 CIC, la
doctrina española entiende notorio su reconocimiento en el Derecho español,
tanto porque el AJ no lo excluye de la inscripción como por la interpretación
parlamentaria que de él se hizo al discutirse la Ley de 198121.
20. Sobre este punto vid. R. DURÁN RIVACOBA, La inscripción…, cit., 99-102.
21. El portavoz del Grupo parlamentario de Unión de Centro Democrático en el Senado
se inclinó por la eficacia civil del matrimonio secreto en estos términos: «Desde el punto de
vista de respeto a los tratados con la Santa Sede, hay una razón (…) importante, y es que una
de las formas de matrimonio es la del matrimonio secreto, y nosotros tenemos firmado un
tratado con la Santa Sede que hay que respetar» (en «Diario de Sesiones del Senado», n. 110,
15.VI.1981, p. 5599).
15
3. LA FASE CRÍTICA: EL MOMENTO EXTINTIVO
16
El AJ estableció, en su art. 6.2, la facultad concedida a los que celebraran
matrimonio canónico de acudir a los tribunales eclesiásticos solicitando, «a
tenor de las disposiciones del Derecho canónico», declaración de nulidad de su
matrimonio. Según el propio Acuerdo: «A solicitud de cualquiera de las partes,
dichas sentencias tendrán eficacia en el orden civil si se declaran ajustadas al
Derecho del Estado en resolución dictada por el Tribunal civil competente». Por
su parte, el art. 80 C.c., reiteró dicho texto, aunque aclarando que la ejecución se
llevaría a efecto conforme a las condiciones a las que se refiere el art. 954 de la
Ley de enjuiciamiento civil22. Es decir, aplicando el precepto de la Ley procesal
española que se refiere a la ejecución en España de las sentencias dictadas en
país extranjero, cuando entre España y el país de que se trate no hay régimen de
reciprocidad o convencional23. En fin, el art. 769 de la nueva LEC, donde se
contienen las normas de atribución de competencia aplicables a los
procedimientos de ejecución civil de las sentencias de nulidad canónica,
atribuye dicha competencia a los juzgados de primera instancia, como ya lo
hiciera antes la disposición adicional segunda (ahora derogada) de la Ley
30/1981.
Del juego conjunto de estas normas —que han sido interpretadas con
fuertes polémicas doctrinales24— pueden deducirse las siguientes conclusiones:
22. «Las resoluciones dictadas por los Tribunales eclesiásticos sobre nulidad de
matrimonio canónico o las decisiones pontificias sobre matrimonio rato y no consumado
tendrán eficacia en el orden civil, a solicitud de cualquiera de las partes, si se declaran
ajustadas al Derechos del Estado en resolución dictada por el Juez civil competente conforme
a las condiciones a las que se refiere el artículo 954 de la Ley de Enjuiciamiento Civil».
23. Los preceptos contenidos en la derogada Ley procesal de 1881, siguen en vigor en la
actualidad en virtud de la excepción contenida en la disposición derogatoria única de la Ley
1/2000, de 7 de enero, de enjuiciamiento civil: «Los artículos 951 a 958, sobre eficacia en
España de sentencias dictadas por tribunales extranjeros (…) estarán en vigor hasta la
vigencia de la Ley sobre cooperación jurídica internacional en materia civil» (n. 1, 3ª).
Por lo demás, el art. 954 LEC establece como condiciones para la ejecución: «1.ª Que la
sentencia ejecutiva haya sido dictada a consecuencia del ejercicio de una acción personal. 2.ª
Que no haya sido dictada en rebeldía. 3.ª Que la obligación para cuyo cumplimiento se haya
procedido sea lícita en España. 4.ª Que la carta ejecutoria reúna los requisitos necesarios en la
nación en que se haya dictado para ser considerada como auténtica, y los que las leyes
españolas requieren para que haga fe en España».
24. Cfr., entre otros, los trabajos de R. RODRÍGUEZ CHACÓN, Ejecución de sentencias
matrimoniales canónicas en España, Madrid 1988; A. PANIZO ROMO DE ARCE,
Reconocimiento civil de resoluciones canónicas de nulidad y dispensa super rato en el nuevo
sistema matrimonial español, en «Anuario Derecho Civil», 1984, pp. 1007-1031; J. M.ª
MARTINELL, Eficacia civil de las resoluciones canónicas sobre nulidad o disolución del
matrimonio en el ordenamiento español, en «Anuario Derecho Eclesiástico del Estado»,
1985, pp. 235-274; L. M. CUBILLAS, El sistema matrimonial español y la cláusula de ajuste al
Derecho del Estado, Valladolid 1985; A. BERNÁRDEZ, La 'declaración de ajuste' en el
contexto del sistema matrimonial español, en AA.VV., Estudios de Derecho Canónico y
Derecho Eclesiástico en homenaje al profesor Maldonado, Madrid 1983, pp. 23-56; C. DE
DIEGO-LORA La eficacia en el orden civil de las resoluciones eclesiásticas en materia
matrimonial, en «Ius Canonicum», 1979, pp. 155-228; IDEM, Nuevas consideraciones sobre
17
En primer lugar, no cabe duda de que se ha producido un cambio en la
calificación jurídica de la jurisdicción eclesiástica en su posición ante el
Derecho español. En el sistema anterior al Acuerdo de 1979, es decir, en el del
Concordato de 1953 y la Ley de 1958, la jurisdicción canónica prácticamente se
insertaba en el sistema judicial español, constituyendo una jurisdicción especial.
De ahí que, las sentencias de nulidad dictadas por los tribunales eclesiásticos,
eran ejecutadas civilmente sin control por parte de la jurisdicción civil. Bastaba
la presentación de la sentencia canónica ejecutiva para que se le concediera
eficacia civil, inscribiéndose automáticamente en el Registro y produciendo
todos sus efectos típicos. Sin embargo, en el sistema vigente, se establece un
control por parte del juez civil, que puede concluir en la denegación de eficacia
civil de la sentencia eclesiástica, si ésta no se declara ajustada al Derecho del
Estado.
La exacta comprensión de esta última expresión requiere un breve análisis.
Si se recuerda, el art. 80 C.c. remitía al art. 954 LEC para entenderla. Esto
significa que una sentencia de nulidad dictada por la jurisdicción canónica será
ejecutada civilmente si reúne las condiciones de ese precepto.
La naturaleza personal de la acción (art. 954.1.ª LEC) no plantea problema
alguno, pues es circunstancia que concurre en toda acción de nulidad de
matrimonio. Tampoco debe crearlos la última condición del mismo artículo, que
en realidad engloba tres circunstancias: la firmeza de la sentencia, su constancia
en documento público y su autenticidad (art. 954.4.ª LEC). Bastará comprobar,
junto a los requisitos que exige el Derecho canónico para que la sentencia pueda
ser considerada auténtica, su condición de ejecutiva, lo que significa que se trate
o bien de doble sentencia de nulidad conforme dictada en proceso ordinario por
tribunal eclesiástico competente o bien de una sola sentencia de nulidad recaída
en proceso documental, sin olvidar el carácter de ejecutivas de aquellas
sentencias de nulidad canónicas confirmadas por decreto.
Respecto a que la sentencia eclesiástica no haya sido dictada en rebeldía
(art. 954.2.ª LEC), debe entenderse en su sentido formal, no material. Es decir,
que no hay rebeldía, a estos efectos, si se ha observado el principio procesal de
que nadie puede ser condenado en juicio sin previa oportunidad de audiencia.
De modo que siempre que tal oportunidad haya sido ofrecida a la parte ausente,
aunque de hecho no concurra en el proceso, la rebeldía no debe repercutir en la
homologación civil25.
tener que remontarse a situaciones de mala fe o de fraude a cargo del Estado al hacer
inoperante el Acuerdo con la Santa Sede (...)» (FJ 1).
29. Sobre este punto R. RODRIGUEZ CHACÓN, Eficacia civil de las sentencias canónicas
y proceso alternativo, en AA.VV., Cuestiones básicas de Derecho procesal canónico,
Salamanca 1993, pp. 213 ss.
30. Algunos juzgados adoptaron una posición más rigurosa, exigiendo que, aparte de la
no oposición, la causa concreta de nulidad canónica acogida en la jurisdicción eclesiástica
coincidiera con alguna de las causas civiles de nulidad previstas en el Código civil para el
matrimonio civil. Sin embargo, esta posición fue minoritaria. Una relación de resoluciones y
de criterios seguidos por los jueces españoles puede verse en R. NAVARRO-VALLS, El
matrimonio concordatario..., cit., pp. 255-258.
31. «1. En las demandas en solicitud de la eficacia civil de las resoluciones dictadas por
los tribunales eclesiásticos sobre nulidad del matrimonio canónico o las decisiones pontificias
sobre matrimonio rato y no consumado, si no se pidiera la adopción o modificación de
medidas, el tribunal dará audiencia por plazo de diez días al otro cónyuge y al Ministerio
Fiscal y resolverá por medio de auto lo que resulte procedente sobre la eficacia en el orden
civil de la resolución o decisión eclesiástica.
»2. Cuando en la demanda se hubiere solicitado la adopción o modificación de medidas, se
sustanciará la petición de eficacia civil de la resolución o decisión canónica conjuntamente
con la relativa a las medidas, siguiendo el procedimiento que corresponda con arreglo a lo
dispuesto en el artículo 770».
20
reconocimiento, por más que pudiera preconizarse la denegación del ajuste en
tales circunstancias32.
32. Un estudio global y en profundidad sobre los nuevos procesos homologatorios puede
verse en, S. CAÑAMARES ARRIBAS, El matrimonio canónico en la jurisprudencia civil, cit., pp.
178 y ss.
33. Esto no quiere decir que la nulidad de un matrimonio canónico obtenida en el marco
civil despliegue sus efectos en el ámbito canónico. En éste sigue subsistiendo con
independencia de que el Estado judicialmente le retire el reconocimiento civil.
34. «Salvo que expresamente se disponga otra cosa, será tribunal competente para
conocer de los procedimientos a que se refiere este capítulo [De los procesos matrimoniales y
de menores] el Juzgado de Primera Instancia...».
35. Contrasta este sistema con la reserva jurisdiccional conferida a los tribunales
eclesiásticos italianos para conocer con exclusividad las causas de nulidad sobre los
matrimonios canónicos. La sentencia de la Corte Constitucional italiana, de 1 de diciembre de
1993, entiende coherente dicha reserva con la laicidad del Estado, ya que éste manifiesta su
jurisdicción sobre la eficacia civil de las sentencias eclesiásticas de nulidad a través del
procedimiento de exequatur, pero no a través del conocimiento por los tribunales civiles de la
sustancia de un matrimonio religioso. Sobre este punto, D. GARCÍA-HERVÁS, Jurisdicción
canónica sobre el matrimonio concordatario en Italia, en «Anuario de Derecho Eclesiástico
del Estado», 1994, pp. 535-551.
21
Un punto discutido al promulgarse la Constitución de 1978 y el Acuerdo
sobre asuntos jurídicos de 1979 con la Santa Sede fue la posibilidad de aplicar
el divorcio civil a los matrimonios celebrados según las normas del Derecho
canónico. Sin embargo, el art. 85 C.c. expresamente dispuso que el matrimonio,
«sea cual fuere la forma y el tiempo de su celebración», se disuelve por la
muerte, o la declaración de fallecimiento de uno de los cónyuges y por el
divorcio. A su vez, el TC, por Auto de 31 de octubre de 1984, declaró
constitucional la solución adoptada por la Ley de 1981. De modo que,
concurriendo alguna de las causas de divorcio reguladas en los arts. 85-89 C.c.,
los cónyuges unidos por matrimonio canónico pueden solicitar el divorcio ante
la jurisdicción civil. Naturalmente, esta disolución no tendrá eficacia ante el
Derecho canónico, como tampoco la tendrá la nulidad de un matrimonio
canónico obtenida solamente ante la jurisdicción civil.
Pero el momento extintivo del matrimonio canónico en su vertiente civil,
plantea todavía otro problema: el de la eficacia en el Derecho español de la
decisión pontificia sobre matrimonio rato y no consumado, prevista en el art. 6.3
AJ y en el art. 80 C.c. A diferencia del Concordato italiano de 1984, el sistema
español vigente admite la homologación civil de esta excepcional forma de
disolución del vínculo regulada por el Derecho canónico36. Y le aplica el mismo
procedimiento y requisitos previstos para la ejecución de las sentencias
canónicas de nulidad. De este modo, el juez civil competente para conocer del
procedimiento de homologación, deberá comprobar que la decisión pontificia es
auténtica y dictada conforme a las disposiciones canónicas que la regulan, así
como que se hayan respetado las condiciones del art. 954 LEC, en los términos
ya vistos para la nulidad.
1. INTRODUCCIÓN
40. De conformidad con los arts. 1 y 2 del Protocolo relativo a la posición de Dinamarca,
anejo al Tratado de la Unión Europea y al Tratado constitutivo de la Comunidad Europea, no
participa en la adopción del Reglamento, que por tanto ni le vincula ni le es aplicable
(considerando 31).
41. Conviene advertir que Italia y España introdujeron en el Reglamento una cláusula de
salvaguarda frente al sistema automático de reconocimiento de sentencias canónicas
establecido en el art. 25 del Concordato portugués de 1940, disponiendo que sólo se
reconocerán en sus respectivos territorios aquellas sentencias canónicas homologadas por la
jurisdicción portuguesa que cumplan, a su vez, los requisitos de homologación establecidos en
sus respectivas legislaciones acordadas (art. 63.4). En la medida que el nuevo Concordato
portugués de 2004 ha suprimido el sistema automático, la cláusula deja de tener sentido.
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minorías religiosas no ha tenido eficacia civil42. Esta afirmación puede ahora
matizarse algo más.
Por un lado, el Derecho colonial español aceptó, en territorios españoles
africanos, una cierta eficacia al matrimonio islámico celebrado entre indígenas.
Así, en la época colonizadora, se dictaron para la provincia del Sahara español
un conjunto de disposiciones que establecían un peculiar estatuto jurídico para
los españoles indígenas. Entre ellas, destaca la Orden de 6.I.1956 que establecía
que los matrimonios entre indígenas que voluntariamente se inscriban en el
Registro civil, seguirían sometidos al régimen de las normas islámicas que rigen
el matrimonio conforme a su estatuto personal. De este modo, y en ese territorio
hasta su descolonización, fueron reconocidos tanto el matrimonio celebrado con
arreglo al Derecho islámico como la propia jurisdicción de los tribunales
religiosos cheránicos en los conflictos derivados de tales matrimonios.
Por otro lado, y dentro del Derecho común metropolitano, existían algunos
supuestos excepcionales en los que la forma religiosa no católica producía
algunos efectos jurídicos en el ámbito civil. Así, del Código civil anterior a la
Ley de 1981, se deducía que era válido y productor de efectos civiles en España
el matrimonio de súbditos españoles celebrado en el extranjero en la forma
religiosa no católica, si esa forma de celebración era suficiente en el país de
celebración del matrimonio. Por su parte, también era productor de efectos
civiles el matrimonio de extranjeros celebrado en España en forma confesional
distinta de la católica, si tal forma de celebración era admitida por su país de
origen.
No obstante estos supuestos excepcionales, la realidad era que el único
matrimonio confesional con eficacia civil celebrado entre españoles en España
era el canónico. Esto produjo que un sector de la doctrina española43, viniera
postulando una mayor eficacia de tales matrimonios en el Derecho español. Esta
corriente doctrinal encontró evidente impulso en la Constitución de 1978, en la
Ley de libertad religiosa de 1980, en la Ley de 1981 y en los Acuerdos con
varias confesiones religiosas minoritarias, en vigor desde noviembre de 1992.
42. Sobre este extremo, vid. J. A. DE JORGE, El matrimonio de las minorías religiosas en
el Derecho español, Madrid 1986.
43. Cfr. R. NAVARRO-VALLS, El matrimonio religioso..., cit., pp. 185-217; J. A. DE
JORGE, El matrimonio de las minorías religiosas..., cit.
44. En realidad, el art. 32 CE de algún modo facilitó la posterior normativa, pues al decir
que la ley regularía «las formas de matrimonio» estaba indirectamente haciendo posible un
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fundamental a la libertad religiosa y de culto. En su art. 2.1.b) estableció: «La
libertad religiosa y de culto garantizada por la Constitución comprende, con la
consiguiente inmunidad de coacción, el derecho de toda persona a (...) celebrar
sus ritos matrimoniales». Esta primera referencia al matrimonio confesional se
completó con el art. 7 de la misma ley. En éste, el Estado se obliga a desarrollar
los derechos individuales —entre ellos, el derecho a celebrar los ritos
matrimoniales— y también los comunitarios en el marco de «Acuerdos o
Convenios de cooperación con las Iglesias, Confesiones y Comunidades
religiosas inscritas en el Registro [de entidades religiosas], que por su ámbito y
número de creyentes hayan alcanzado notorio arraigo en España».
Así pues, la Ley de 1980 establecía una norma marco que los acuerdos con
las confesiones religiosas posteriormente desarrollarían. En materia de
matrimonio hacía una simple declaración de principios, aunque sin rellenarlo de
contenido. La situación continuaba indefinida en su concreto alcance.
Para entender la indefinición en que también se mueve la modificación del
Código civil operada por la Ley 30/1981, de 7 de julio, en la materia que ahora
se expone, no hay que olvidar que, cuando se dictó, solamente se había firmado
un acuerdo con una confesión religiosa: la Iglesia católica. Todavía no se había
desarrollado el art. 7 LOLR con los previstos acuerdos con otras confesiones
religiosas. Eso llevó a que la Ley de 1981 sólo desarrollara —en materia de
matrimonio religioso— las disposiciones del Acuerdo con la Santa Sede. Es
decir, sólo reguló adecuadamente el matrimonio canónico. Para el matrimonio
de las restantes confesiones, simplemente emitió una especie de normas en
blanco sin definidas consecuencias.
La norma básica fue el art. 59 C.c. En él, la eficacia del matrimonio
confesional en el Derecho español se supeditaba a estas dos condiciones: 1.º)
que la confesión religiosa a la que pertenece el contrayente, y cuyos ritos
matrimoniales desea utilizar civilmente como forma de prestación del
consentimiento, esté inscrita en el Registro de entidades religiosas; 2.º) que,
además, esa facultad haya sido concedida a la confesión de que se trate, bien por
acuerdo previo pactado con el Estado, o bien por éste unilateralmente, sin previo
acuerdo.
Respecto a la condición de la inscripción, baste decir que la normativa que
la regula45 la configura como un derecho, ya que sólo puede denegarse cuando
no se acrediten, junto a los fines religiosos de la entidad, algunos otros requisitos
primordialmente formales. La segunda condición (ley aprobatoria de acuerdo o
ley unilateral) se actualizó en 1992, aunque solamente en la modalidad de
acuerdos no en la de ley unilateral. De modo que, hasta hace muy poco, el
criterio seguido por el Derecho español era el contenido en la Resolución de la
DGRN de 6.V.1982 por la que, si un matrimonio religioso celebrado en forma
distinta de la canónica, «afecta a un contrayente español, el enlace no puede
sistema plural. Sin embargo, ya se vio que el único matrimonio confesional que enseguida se
reguló fue el canónico, en el Acuerdo sobre asuntos jurídicos de 1979 con la Santa Sede.
45. Contenida en el Real Decreto 142/1981, de 9 de enero.
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estimarse hoy válido en España, ya que no existe todavía ningún acuerdo ni
autorización por ley estatal respecto de tales matrimonios».
Por lo demás, digamos que así como la celebración del matrimonio civil
debe ir precedida de un expediente previo tramitado conforme a la legislación
del Registro civil, de modo que se acredite previamente que los contrayentes
reúnen los requisitos de capacidad establecidos en el Código civil, los
matrimonios religiosos admitidos por esa norma en blanco que es el art. 59 C.c.
vienen, en principio, exentos de ese expediente previo. Por ello, siempre en
hipótesis, el único control para comprobar si no se han celebrado contraviniendo
las normas civiles de fondo sería el control post factum que realiza el juez
encargado de la inscripción civil, en los términos previstos por el art. 63 C.c., ya
analizados al estudiar el matrimonio canónico. Sin embargo, a diferencia de éste
último precepto —en el que admite la eficacia de las sentencias canónica, en los
términos ya vistos—, el Código civil nada dice sobre la posible eficacia civil de
las sentencias dictadas por aquellas jurisdicciones confesionales no católicas
radicadas en España. Todo el momento extintivo del matrimonio de estas
confesiones, viene, por tanto, exclusivamente regulado por el Derecho civil.
Esta regulación ha sido modificada en algunos extremos por los
Acuerdos aprobados por Leyes 24, 25 y 26/1992, de 10 de noviembre, de las
Cortes españolas, y previamente firmados por el Gobierno con la FEREDE, la
FCJ y la CIE, respectivamente.
exigidos (cfr. art. 65 CC), por medio de alguno de los procedimientos que señalan los
artículos 256 y 257 del Reglamento del Registro civil».
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certificación expedida por el Registro civil antes de la inscripción del
matrimonio (art. 7.2)48. Para este supuesto la Instrucción de 1993 especifica que,
la calificación que se haga antes de la inscripción del matrimonio en el Registro,
«habrá de abarcar no sólo los requisitos formales de la certificación matrimonial,
sino también la concurrencia de todos los requisitos de fondo exigidos para la
validez civil del matrimonio». Sin embargo, la Instrucción observa que quienes
quieran contraer matrimonio islámico pueden acudir también al expediente
previo más certificación acreditativa de capacidad matrimonial, lo que es
aconsejable para facilitar la posterior inscripción.
Después de esa fase preparatoria, el matrimonio —que queda sujeto a todos
los efectos a las normas de fondo civiles49— se celebrará «ante los ministros de
culto de las Iglesias pertenecientes a la FEREDE» [para los musulmanes, los
ministros de culto pertenecientes a la CIE] o «según la propia normativa formal
israelita ante los ministros de culto de las Comunidades pertenecientes a la
FCJ». De la redacción de esos textos se deduce que lo único que el Estado
asume en el plano civil son las normas rituales o de forma de ambas
confesiones. La referencia a la propia normativa formal israelita, es un simple
reconocimiento de que las normas confesionales que regulan el matrimonio
judío tienen, en el marco del Derecho israelita, un fuerte componente jurídico.
Cosa que no ocurre con las normas rituales evangélicas50. Además, los textos de
los tres Acuerdos exigen la presencia, al menos, de dos testigos mayores de
edad.
Obsérvese que tiene singular importancia la condición de ministro
oficiante. Se requiere, por un lado, que sea ministro de culto perteneciente a la
FEREDE, la FCJ o la CIE en cada caso. No se exige la nacionalidad española de
los ministros; pero sí que pertenezcan a la FEREDE, a la FCJ o a la CIE. Por lo
demás, no se exige —como en las intese italianas— que, al oficiar el
matrimonio, los ministros de culto de ninguna de las tres confesiones realicen
ceremonias civiles de ningún tipo.
C. La inscripción en el Registro
D. El momento extintivo
53. Cfr. R. BOTTA, L'intesa con gli israeliti, en «Quaderni di diritto e politica
ecclesiastica», 1987, pp. 95 ss.; R. BERTOLINO, Ebraismo italiano e l´intesa con lo Stato, en
«Il diritto ecclesiastico», 1984, pp. 321 ss.
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