Sei sulla pagina 1di 31

CAPÍTULO XI

EL MATRIMONIO RELIGIOSO
Prof. Rafael Navarro-Valls

§ 1. INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
El sistema matrimonial español ha sido una de las cuestiones más
ampliamente estudiadas por la literatura jurídica española. Desde su calificación
global hasta el sentido histórico de las modalidades matrimoniales que en él se
incluyen, pasando por los avatares históricos del sistema, cientos de trabajos han
analizado, pieza a pieza, el complejo mecanismo que se ha articulado en España
en torno a la institución matrimonial.
La razón de esta atención no es otra que el complicado juego que, en casi
toda la historia del Derecho de familia español, ha supuesto la coexistencia del
matrimonio religioso junto con el matrimonio civil. De modo que puede decirse
que el estudio de la eficacia civil del matrimonio religioso en España, en
realidad implica el análisis de las complicadas relaciones Estado-confesiones
religiosas. Es decir, que la política del Estado español ante el hecho religioso es
posible reconstruirla al hilo de las actitudes históricas que el propio Estado ha
adoptado ante el matrimonio de las distintas confesiones religiosas.
Ante todo, no conviene olvidar que España se constituye en una unidad
política asimilable a la figura del Estado-Nación a finales del siglo XV. Y
precisamente el dato básico que configura la unidad política es la unidad
religiosa. Efectivamente, hasta entonces coexisten en España tres religiones: la
católica, la islámica y la judía. De ahí que, junto al pluralismo religioso, haya
también un pluralismo matrimonial. Por eso la historia de estos siglos,
fuertemente marcada por las guerras de Reconquista, supondrá que el
matrimonio confesional de los miembros de cada una de esas comunidades
religiosas sea admitido, conforme a sus normas propias, por los diferentes
Reinos peninsulares en que viven. Así, los árabes admitirán la validez de los
matrimonios entre aquellos cristianos (mozárabes) que conviven con la mayoría
islámica en los territorios bajo su dominio. A su vez, los cristianos otorgarán
igualmente validez jurídica a los matrimonios entre judíos asentados en sus
1
territorios o entre musulmanes en la misma situación (mudéjares). El principio
ideológico que caracterizará este pluralismo matrimonial será hacer posible la
convivencia de comunidades distintas en un mismo territorio y bajo un único
poder. Es, pues, un principio práctico, no el teórico de las exigencias de una
libertad religiosa ideológicamente asimilada.
Por eso, operada la unificación religiosa en torno al cristianismo a finales
del siglo XV (con la expulsión de musulmanes y judíos) tal pluralismo
matrimonial desaparece, convirtiéndose en un monismo centrado en el
matrimonio canónico. Este monismo es confirmado vigorosamente en 1564,
cuando Felipe II acepta —como Ley del Reino español— los Decretos del
Concilio de Trento. Muy especialmente el Decreto Tametsi, que confiere
carácter formal al matrimonio canónico.
A partir de ese momento, y hasta la Ley de 1870, el ordenamiento español
solamente conoce una forma y clase de matrimonio, el canónico. La razón —
aparte de la unificación religiosa antes aludida— es que España sólo tardíamente
es afectada por la secularización del matrimonio operada en Europa: primero por
la Reforma protestante y, luego, por los postulados ideológicos y jurídicos de la
Revolución francesa.
La Constitución española de 1869 quebró por primera vez la tradicional
confesionalidad católica del Estado español, produciendo como consecuencia en
el orden matrimonial no solamente la aparición del matrimonio civil sino
también su imposición como única forma y clase de matrimonio con eficacia
jurídica. Así, la Ley de 18 de junio de 1870 dispuso que el matrimonio que no se
celebrara con arreglo a las disposiciones de dicha ley (es decir, en forma civil)
no produciría efectos civiles. Estableciendo otra disposición complementaria (la
Real Orden de 11.I.1872) que los hijos nacidos de matrimonio celebrado
exclusivamente en forma canónica se inscribirían en el Registro civil como hijos
ilegítimos.
Este brusco cambio duró pocos años. En un contexto histórico habituado
por siglos a una vigorosa presencia del matrimonio canónico, la Ley de 1870
aparece como un producto político, hecho a espaldas de la realidad social
española, lo que explica tanto su constante y general incumplimiento como su
corta vigencia. Por lo demás, el modelo matrimonial civil diseñado en la ley era
prácticamente una copia del matrimonio canónico. El régimen de impedimentos,
causas de nulidad y de separación, prueba del matrimonio, etc., eran una
transposición al matrimonio civil de las líneas maestras del matrimonio
canónico. De ahí lo acertado de la afirmación de que la Ley de 1870 vino tan
sólo «a sustituir el sacerdote por el juez, a la Iglesia por el Juzgado, a la Biblia
por los artículos de la Ley y a los Tribunales eclesiásticos por los civiles»1.
Estas razones llevaron a la derogación de la Ley de 1870 por Decreto de
9.II.1875, que vino a instaurar un sistema matrimonial cuyas líneas generales
fueron las siguientes: 1.º) atribuir plenos efectos retroactivos a los matrimonios

1. Cfr. F. PUIG PEÑA, Tratado de Derecho civil español, 2, Derecho de Familia, I,


Madrid 1947, p. 61.
2
canónicos celebrados desde que empezó a regir la Ley de 1870; 2.º) restablecer
la legislación canónica como el vehículo normal de eficacia civil del
matrimonio; 3.º) considerar la forma civil del matrimonio como supletoria de la
canónica, para aquellos ciudadanos que solicitaran la celebración del
matrimonio civil, siempre que comparecieran previamente ante el juez
municipal y declararan no profesar la religión católica. Esta última fórmula será
el eje en torno al cual girará en lo sucesivo el sistema matrimonial acogido por
el Código civil de 1889, que establecerá en su art. 42: «La ley reconoce dos
formas de matrimonio: el canónico, que deben contraer todos los que profesan la
religión católica, y el civil, que se celebrará del modo que determina este
Código». Otros preceptos del mismo Código (arts. 75, 76 y 80) reconocerán al
matrimonio canónico todos los efectos civiles respecto a la persona y bienes de
los cónyuges y descendientes, a la jurisdicción canónica competencia exclusiva
sobre el conocimiento de los litigios sobre nulidad y separación de los
matrimonios canónicos, y a las sentencias emitidas por esta última jurisdicción
plenos efectos civiles.
Las sucesivas modificaciones del Código civil (en especial la operada por
Ley de 24 de abril de 1958, que fue dictada para acomodar el ordenamiento
español al Concordato de 1953, y con excepción de la Ley republicana de 1932,
a la que enseguida nos referiremos) vendrán a confirmar este sistema dualista.
Sistema cuyas líneas generales serán: 1.º) reconocer eficacia al matrimonio
canónico y al matrimonio civil, no así a otros matrimonios confesionales; 2.º)
inicialmente reguló con carácter restrictivo la capacidad de los españoles para
contraer matrimonio civil, al autorizar tal matrimonio solamente a los que
probaran no profesar la religión católica. No obstante, esta característica entró
en crisis por sucesivas disposiciones reglamentarias que dulcificaron la inicial
exigencia hasta derogarla cuando se promulgó la Constitución de 1978; 3.º) el
sistema así configurado se caracterizó por encuadrarse dentro del llamado
sistema latino o institucional2, pues el matrimonio canónico, en su constitución
y en su patología, era exclusivamente regulado por la ley y jurisdicción
canónicas, con el único condicionamiento de su previa inscripción en el Registro
civil; 4.º) por lo demás, tanto el matrimonio civil como el canónico —salvo el
breve paréntesis de la Ley republicana— se configuraron como indisolubles por
el Código civil (art. 52), sin perjuicio de la eficacia civil de ciertas formas de

2. La expresión la acuñó la doctrina para distinguir estos sistemas matrimoniales de los


denominados anglosajones. En los primeros (latinos) el matrimonio religioso tiene
sustantividad propia ante el ordenamiento civil de que se trate, es decir, que el matrimonio
confesional se acoge —con mayores o menores restricciones— como un totum, como una
institución cuya regulación corresponde (en su fondo y en su forma) al ordenamiento
confesional al que reenvía el Derecho civil. En los segundos (anglosajones) el ordenamiento
civil sólo acoge las formas o ritos de los matrimonios confesionales, regulando los requisitos
de fondo (capacidad, impedimentos, fase crítica, etc.) la ley civil. Sobre la noción y clases de
sistemas matrimoniales, vid., M. LÓPEZ ALARCÓN–R. NAVARRO-VALLS, Curso de Derecho
matrimonial canónico y concordado, Madrid 2001, 6.ª ed., pp. 31 ss.
3
disolución del vínculo reconocidas por el Derecho canónico (dispensa de
matrimonio rato y no consumado y privilegio paulino: arts. 80 y 82 C.c.).
Antes nos hemos referido a la peculiaridad que supuso la Ley republicana
de 1932. Conviene hacer una breve referencia a ella, pues junto con la ya
aludida Ley de 1870 será otra excepción en este prolongado sistema dualista.
Proclamada la II República en 1931, la secularización del matrimonio se operó
por dos Leyes sucesivas, 2 de marzo y 28 de junio de 1932, dictadas como
consecuencia de la Constitución de la República española de 9 diciembre de
1931. La primera introdujo el divorcio en el Derecho español; la segunda
implantó como obligatorio el matrimonio civil, de modo que los matrimonios
canónicos cesaron de tener eficacia civil, pasando el conocimiento de los litigios
matrimoniales a la jurisdicción civil. Estas leyes fueron derogadas por Ley de 28
marzo l938, que volvió a declarar vigentes los preceptos del Código civil
suspendidos en su eficacia por las Leyes de 1932.

§ 2. El SISTEMA MATRIMONIAL
El vigente sistema matrimonial español nace de la confluencia de distintas
normas jurídicas de significación y alcance muy diversos. Es decir, su
configuración general vendrá bosquejada —aunque no precisada— por la
Constitución promulgada en 1978. Un mayor grado de especificación suponen
los Acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede, firmados el 3 de enero de
1979, referidos solamente al matrimonio canónico3. A su vez, la Ley orgánica
7/1980, de 5 de julio, de libertad religiosa apunta a una posible eficacia civil de
los matrimonios confesionales de las minorías religiosas. La Ley 30/1981, de 7
julio, intentará coordinar las citadas normas en un sistema complejo, en el que
junto al matrimonio civil se confiere definitiva eficacia civil al matrimonio
canónico y se sientan las bases de la futura eficacia de los matrimonios
confesionales no católicos. Matrimonios —estos últimos— que alcanzarán
definitiva eficacia civil por la vía de Acuerdos bilaterales, aprobados por las
Cortes españolas en noviembre de 1992 y previamente firmados por el
Gobierno, respectivamente, con la FEREDE, la FCJ y la CIE.
Para entender el sistema matrimonial configurado por este conjunto de
normas, es necesario tener presentes algunas ideas básicas.
Si se recuerda, antes se dijo que el sistema matrimonial histórico tuvo una
constante desde 1875: ser un sistema de matrimonio civil subsidiario. Es decir,
que el matrimonio civil (salvo el paréntesis de 1932-1938) sólo será accesible a
los españoles que demostraran o al menos afirmaran no profesar la religión
católica. La Constitución de 1978, al establecer en su art. 16.2 que «nadie podrá
ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias», claramente

3. El matrimonio canónico aparece regulado en el art. 6 AJ y en el Protocolo final en


relación con ese artículo.
4
estaba declarando inconstitucional tal sistema. De ahí que, inmediatamente
después de su promulgación, la Instrucción de la DGRN de 26 diciembre de
1978 indicara que, al tener las normas constitucionales vigencia inmediata, «los
jueces y cónsules encargados de los Registros civiles deben autorizar los
matrimonios civiles de las personas que lo deseen sin indagación ni declaración
alguna sobre las ideas religiosas de los contrayentes».
Por su parte, el art. 16.3 CE, al afirmar que «los poderes públicos tendrán
en cuenta las creencias religiosas de los ciudadanos y mantendrán las
consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás
confesiones», implícitamente insinuaba la posible eficacia civil de una
pluralidad de modalidades matrimoniales, en la medida en que tales formas
matrimoniales vinieran a dar satisfacción a las legítimas aspiraciones de las
distintas confesiones religiosas, entre ellas la Iglesia católica, de la que se hace
una especial mención.
Sin embargo, esta última afirmación —adelantada con mayor o menor
contundencia por la doctrina— no estaba explícitamente confirmada, pero
tampoco excluida, por el art. 32 CE, única disposición constitucional sobre el
matrimonio. En su n. 2, simplemente establecía que «la ley regulará las formas
de matrimonio, la edad y la capacidad para contraerlo, los derechos y deberes de
los cónyuges, las causas de separación y disolución y sus efectos».
La ambigüedad de esta norma y la pluralidad de interpretaciones a que
podía dar lugar (y que de hecho produjo), hacía necesaria otra norma concreta
que aclarara el contenido del futuro sistema matrimonial español. Tal
disposición no fue simplemente una ley ordinaria, sino una norma concordada y
de rango internacional. Nos referimos al Acuerdo sobre asuntos jurídicos,
firmado el 3 de enero de 1979, entre la Santa Sede y el Estado español (AJ). En
su art. 64 claramente se establecía el reconocimiento civil del matrimonio
celebrado según las normas del Derecho canónico; su producción de efectos
desde la celebración del mismo matrimonio, aunque la plenitud de efectos
viniera supeditada a la inscripción; y el reconocimiento civil tanto de las
sentencias de nulidad dictadas por los tribunales eclesiásticos como de las
decisiones pontificias sobre matrimonio rato y no consumado, si se declaran

4. «1. El Estado reconoce los efectos civiles del matrimonio celebrado según las normas
del Derecho Canónico. Los efectos civiles del matrimonio canónico se producen desde su
celebración. Para el pleno reconocimiento de los mismos será necesaria la inscripción en el
Registro civil, que se practicará con la simple presentación de certificación eclesiástica de la
existencia del matrimonio.
»2. Los contrayentes, a tenor de las disposiciones del Derecho Canónico, podrán acudir a
los Tribunales eclesiásticos solicitando declaración de nulidad o pedir decisión pontificia
sobre matrimonio rato y no consumado. A solicitud de cualquiera de las partes, dichas
resoluciones eclesiásticas tendrán eficacia en el orden civil si se declaran ajustadas al Derecho
del Estado en resolución dictada por el Tribunal civil competente.
»3. La Santa Sede reafirma el valor permanente de su doctrina sobre el matrimonio y
recuerda a quienes celebren matrimonio canónico la obligación grave que asumen de atenerse
a las normas canónicas que lo regulan y, en especial, a respetar sus propiedades esenciales».
5
ajustadas al Derecho del Estado en resolución dictada por el tribunal civil
competente.
La posterior configuración del sistema matrimonial español se produjo por
las modificaciones que introdujo la mencionada Ley de 7 julio de 1981, en los
arts. 42-107 C.c. Esta ley —«por la que se modifica la regulación del
matrimonio y se determina el procedimiento a seguir en las causas de nulidad,
separación y divorcio»— tiene una doble característica. Por un lado, es la norma
que desarrolla los preceptos de la Constitución que, directa o indirectamente, se
refieren al matrimonio. Por otro, es la ley de aplicación, a nivel interno, de las
cláusulas concordatarias sobre el matrimonio canónico insertadas en el art. 6 AJ.
Por lo demás, dada la ambigüedad en materia matrimonial tanto de la
Constitución como del Acuerdo con la Santa Sede no es de extrañar que también
la legislación ordinaria participe de esa característica. Baste apuntar aquí que
sobre la Ley de 1981 se ha dicho que ha convertido los arts. 42-107 C.c. «en un
barroco cuadro de oscuridades, insuficiencias y equívocos»5. Por esto mismo se
entiende enseguida que, muchos puntos de esa ley, sean interpretados
contradictoriamente por la doctrina jurídica. Falta de unanimidad que supera las
naturales discrepancias que toda norma legal encuentra en su aplicación
jurisprudencial o doctrinal. Aquí se trata de algo más: es la inevitable
consecuencia de unas disposiciones con fuerte carga política en su elaboración,
que ha permitido interpretaciones jurídicas desusadamente enfrentadas.
A su vez, los Acuerdos de 1992 con las minorías religiosas vendrían a
completar este sistema dual facultativo convirtiéndolo en plural. De modo que el
sistema matrimonial español delinea tres modalidades matrimoniales de desigual
contenido y susceptibles de análisis autónomo: el matrimonio civil, el
matrimonio canónico con efectos civiles y el matrimonio celebrado en la forma
propia de algunas minorías religiosas (protestante, judía e islámica). El sistema
vigente, pues, se caracteriza «por la traslación de su eje al binomio matrimonio
civil-matrimonio religioso, que lo convierte en un sistema plural —con diversos
matrimonios: civil, canónico, evangélico, judío e islámico— y de formación
progresiva, es decir, abierto al reconocimiento de otros matrimonios
religiosos»6.
Esta calificación necesariamente ha de detenerse aquí, pues sólo un análisis
minucioso del resto de la normativa vigente puede aclarar los perfiles definitivos
de un sistema matrimonial en el que, ya de antemano, ha de insistirse en su
ambigüedad y confusión7. En la líneas que siguen, precisamente para hacer más

5. E. LALAGUNA, La reforma del sistema matrimonial español, Madrid 1983, p. 28.


6. J. FERRER ORTIZ, El sistema matrimonial, en AA.VV., Tratado de Derecho
eclesiástico, Pamplona 1994, p. 906.
7. «Lo cierto es que el legislador ha incurrido en tales contradicciones y ambigüedades
que, aunque se explican desde la diversa naturaleza y temporalidad de las normas que integran
nuestro sistema matrimonial, mantiene dividida a la doctrina tanto civilista, eclesiasticista
como canonista, sin que se haya llegado a un punto de encuentro» (A. GARCÍA GÁRATE, El
matrimonio religioso en el Derecho civil, Burgos 1995, p. 149). Un análisis de las distintas
6
fácil la exacta comprensión del sistema matrimonial vigente en España,
expondremos nuestros puntos de vista prescindiendo de polémicas doctrinales
que harían interminable y farragosa la exposición. No sin advertir antes, que
algunas afirmaciones que haremos no son compartidas unánimemente por la
doctrina española8.

posiciones puede verse en D. LLAMAZARES, El sistema matrimonial español, Madrid 1995,


pp. 16-22; J. A. SOUTO, Derecho eclesiástico del Estado, Madrid 1995, pp. 398 ss.
8. Entre la abundantísima bibliografía pueden consultarse los siguientes trabajos: R.
NAVARRO-VALLS, El matrimonio religioso ante el Derecho español, Madrid 1984; IDEM, El
matrimonio concordatario ante el Derecho español y el Derecho italiano: problemas
comunes, en «Anuario de Derecho Eclesiástico del Estado», 1988, pp. 241-265; M. LÓPEZ
ALARCÓN–R. NAVARRO-VALLS, Curso de Derecho matrimonial..., cit.; S. CAÑAMARES
ARRIBAS, El matrimonio canónico en la jurisprudencia civil, Pamplona 2003; J. L. DE LOS
MOZOS, La reforma del derecho de familia en España hoy, I, Valladolid 1981; P. DE PABLO
CONTRERAS, Constitución, democracia y pluralismo matrimonial, Pamplona 1985; L. M.
CUBILLAS, El sistema matrimonial español y la cláusula de ajuste al Derecho del Estado,
Valladoilid 1985; J. M.ª DÍAZ MORENO, La regulación del matrimonio canónico, en AA.VV.,
Iglesia y Estado en España. Régimen jurídico de sus relaciones, Madrid 1980, pp. 127-164;
L. DÍEZ-PICAZO, El sistema matrimonial y los Acuerdos entre la Santa Sede y el Estado
español, en AA.VV., Curso de Derecho Matrimonial y Procesal Canónico para profesionales
del Foro, IV, Salamanca 1980, pp. 9-28; R. DURÁN RIVACOBA, «Formas de matrimonio» y
«matrimonio celebrado según las normas del Derecho canónico», en «Revista General
Legislación y Jurisprudencia», 1987, pp. 147-304; J. FERRER ORTIZ, El matrimonio canónico
en el ordenamiento español, Pamplona 1986; A. DE FUENMAYOR El marco del nuevo sistema
matrimonial español, en «Revista General de Legislación y Jurisprudencia», 1979, pp. 261-
303; G. GARCÍA CANTERO, Comentarios al Código Civil y Compilaciones forales, II, Madrid
1982; G. SUÁREZ PERTIERRA, Matrimonio religioso y divorcio en el Derecho español, en
«Revista de Derecho Privado», 1981, pp. 987-1011; J. M.ª GONZÁLEZ DEL VALLE, El sistema
matrimonial español. Situación actual y perspectivas de reforma, en «Anuario de Derecho
Civil», 1978, pp. 71-110; I. C. IBÁN, El matrimonio en la Constitución, en «Revista de
Derecho Privado», 1980, pp. 137-145; J. B. JORDANO BAREA, El nuevo sistema matrimonial
español, en «Anuario de Derecho Civil», 1981, pp. 903-926; J. L. LACRUZ-F. A. SANCHO,
Elementos de Derecho Civil, IV, Derecho de Familia, 1, Barcelona 1982; C. LARRAINZAR,
Libertad religiosa y reconocimiento civil del matrimonio religioso, en «Ius Canonicum»,
1987, pp. 293-322; M. LÓPEZ ALARCÓN, El nuevo sistema matrimonial español, Madrid
1983; J. T. MARTÍN DE AGAR, El matrimonio canónico en el Derecho civil español, Pamplona
1985, M.ª E. OLMOS, El matrimonio canónico en el sistema matrimonial español, en AA.VV.,
Curso de Derecho Matrimonial y Procesal Canónico para profesionales del Foro, VI,
Salamanca 1984, pp. 301-318; M. PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, El sistema matrimonial según
la Constitución y los Acuerdos con la Santa Sede, en «Anuario de Derecho Civil», 1980, pp.
571-583; M. ALBALADEJO, Curso de Derecho Civil, IV, Derecho de Familia, Barcelona 1982;
V. REINA, El sistema matrimonial español, en AA.VV., Los acuerdos concordatarios
españoles y la revisión del concordato italiano, Barcelona 1980, pp. 295-386; L. BABÉ, La
posición de la jurisdicción canónica matrimonial en el Derecho español, en «Anales de
Derecho. Universidad de Murcia», 1987-1990, pp. 129 ss; G. DELGADO, El matrimonio en
forma religiosa, Palma de Mallorca 1988; D. LLAMAZARES, El sistema matrimonial..., cit., pp.
7-16 ; J. A. SOUTO, Derecho eclesiástico..., cit., pp. 353 ss; A. GARCÍA GÁRATE, El
matrimonio religioso..., cit., pp. 49-69; V. REINA–J. M.ª MARTINELL, Curso de Derecho
matrimonial, Madrid 1995, pp. 135 ss.
7
§ 3. LA EFICACIA CIVIL DEL MATRIMONIO
CELEBRADO SEGÚN LAS NORMAS DEL
DERECHO CANÓNICO
Una visión completa del matrimonio canónico operando en el Derecho
español exige, por un lado, el análisis de las normas que regulan la fase de su
celebración; por otro, idéntico objetivo referido a la normativa legal que
contempla su fase crítica. Además, la importancia de la función de control que la
inscripción registral reviste en todo sistema concordatario exige analizar
también la fase de inscripción del matrimonio canónico en los Registros civiles.
A continuación nos referimos a esas tres fases, denominándolas
convencionalmente momentos constitutivo, registral y crítico.

1. LA FASE DE CELEBRACIÓN: EL MOMENTO CONSTITUTIVO

La norma marco que delimita la cuestión es el art. 59 C.c.: «El


consentimiento matrimonial podrá prestarse en la forma prevista por una
confesión religiosa inscrita, en los términos acordados con el Estado o, en su
defecto, autorizados por la legislación de éste». Prescindiendo de la última parte
de la disposición (el Estado, por ahora, no ha autorizado unilateralmente, es
decir, sin convenio previo la eficacia de matrimonios religiosos), hay que
recordar que, al dictarse la Ley de 1981, ya el Estado español había acordado
con la Iglesia católica la eficacia civil del matrimonio canónico. De ahí que el
art. 60 inmediatamente disponga: «El matrimonio celebrado según las normas
del Derecho canónico (...) produce efectos civiles», añadiendo que «para el
pleno reconocimiento de los mismos, será necesaria la inscripción en el Registro
civil».
Esta disposición (el art. 60) es la norma básica y constituye una repetición
de lo dispuesto en el AJ. Desde nuestro punto de vista, la redacción del precepto
significa que el reconocimiento de efectos civiles al matrimonio celebrado según
las normas del Derecho canónico no se limita a permitir la intervención del
ministro de culto católico en el momento de la celebración del matrimonio.
Supone, además, que las normas canónicas que lo regulan en el momento de su
nacimiento (capacidad, consentimiento y forma) actúan como condición sine
qua non de la producción de efectos civiles. Es decir, el art. 60 C.c. contiene un
reenvío a las normas canónicas, no sólo a las rituales sino también a las de
fondo. Por ello, y en principio, si esas normas no se respetan, el matrimonio
canónico puede ser declarado nulo en sede canónica, declaración que, con los
matices que luego se verán, producirá también la nulidad en sede civil.
Sin embargo, este reenvío es solamente mediato a la norma canónica e
inmediato a la persona. Ésta, al ejercer un derecho en el plano de la libertad
religiosa, derecho reconocido en un tratado internacional entre el Estado y la
8
Iglesia católica de la que el ciudadano forma parte, se somete voluntariamente
en el momento constitutivo del matrimonio a un conjunto de normas
confesionales que alcanza eficacia civil9. Aunque, como veremos, no solamente
ellas basten para producir la inscripción en el Registro civil.
Por lo demás, esta postura, como recientemente se ha puesto de manifiesto,
ha sido refrendada por alguna jurisprudencia del TS. Efectivamente, en los
supuestos de doble celebración de matrimonio –civil y canónico— en que se
pretendía que los efectos de una sentencia de divorcio dictada por una
jurisdicción extranjera sobre un matrimonio civil se proyectaran también sobre
el matrimonio canónico inscrito en España, se ha entendido –cuando entre
ambas celebraciones medió un lapso de tiempo de entidad- que nos encontramos
ante dos negocios jurídicos distintos, por lo que la segunda unión canónica no
debe verse afectada por la sentencia de divorcio pronunciada sobre el
matrimonio civil. Naturalmente esta distinción es todavía más clara en los
supuestos de nulidad de matrimonio10.
Aclarado este extremo, hay que añadir que el Derecho español no exige
para la producción de efectos civiles del matrimonio canónico otras
formalidades diversas de las exigidas por las normas de forma del Derecho
canónico. Es decir, no exige (como en alguna etapa histórica) la presencia de
funcionario civil alguno en el momento de la celebración, ni formalidades
civiles previas: licencia matrimonial, publicación civil del matrimonio canónico
antes de contraerlo, lectura de los artículos del Código civil relativos a los
derechos y deberes de los esposos, etc. Formalidades civiles previas exigidas en
otros ordenamientos, incluso en sistemas concordados como el italiano.
Para evitar toda duda sobre estos extremos, la Circular de la DGRN de
16.VII.1984, ha hecho notar que «el juez o funcionario que haya de autorizar el
matrimonio conforme al Código civil deberá abstenerse de proceder a tal
autorización en cuanto conozca que los pretendidos contrayentes están ya
ligados entre sí civilmente por matrimonio celebrado según las normas del
Derecho canónico». Añadiendo que, esta duplicidad de ceremonias (primero
canónica y luego civil), «no tiene sentido en nuestro Derecho, puesto que está
establecido que todo matrimonio, civil o canónico, produce efectos civiles desde
su celebración».

9. La expresión reenvío mediato fue acuñada en Italia por L. GRASSI, Lineamenti di una
tesi di reenvio mediato tra ordinamento statuale e quello canonico in materia matrimoniale,
en «Rivista di diritto matrimoniale e dello stato delle persone», 1960, pp. 24 ss. Este reenvío
sería una modalidad específica y diversa a las dos formas de reenvío que se aludieron en el
capítulo II. Sería una forma de reenvío muy cercana al presupuesto en el que el Estado, como
vimos, se limita a presuponer la disciplina jurídico-canónica del matrimonio, como complejo
de normas que operan fueran de su esfera jurídica, recibiendo solamente los aislados actos
jurídico-canónicos, mediante un formal acto de reconocimiento, concedido caso por caso.
10. Cfr. S. CAÑAMARES ARRIBAS, El matrimonio canónico en la jurisprudencia civil, cit.,
pp. 41-49. Entre las decisiones más recientes del TS siguiendo esta postura vid. los Autos de
10 de junio de 2003 y de 9 de julio de 2002. Sobre la nulidad civil en los supuestos de doble
celebración del matrimonio puede verse el Auto del Supremo de 17 de febrero de 1998.
9
2. LA FASE DE INSCRIPCIÓN: EL MOMENTO REGISTRAL

A. Significado de la inscripción

Al explicar el tipo de reenvío que el art. 60 C.c. hace a las normas


canónicas, dijimos que era un reenvío personal o mediato. Y añadimos que esto
explica que no baste tan sólo su observancia para producir la inscripción en el
Registro civil. Aclaremos ahora algo más esa incidental observación.
El punto de partida ha de ser el párrafo 2.º del art. 6.1 AJ, que dice: «Los
efectos civiles del matrimonio canónico se producen desde su celebración. Para
el pleno reconocimiento de los mismos será necesaria la inscripción en el
Registro civil, que se practicará con la simple presentación de certificación
eclesiástica de la existencia del matrimonio». De este texto concordado se
deduce que, una vez celebrado el matrimonio de acuerdo con las normas
confesionales, podría ser inscrito sin mayores controles en el Registro civil.
Sin embargo, la Ley de 7 julio de 1981, infringiendo lo convenido, incluyó
en el Código civil una norma (el art. 63) que exige algo más que la simple
observancia de las normas canónicas. Efectivamente, su párrafo 1.º dispone: «La
inscripción del matrimonio celebrado en España en forma religiosa se practicará
con la simple presentación de la certificación de la Iglesia o confesión
respectiva, que habrá de expresar las circunstancias exigidas por la legislación
del Registro civil». Hasta aquí, el texto del art. 63 es muy similar al del AJ. Sin
embargo, el problema surge con el párrafo 2.º del mismo artículo: «Se denegará
la práctica del asiento cuando de los documentos presentados o de los asientos
del Registro conste que el matrimonio no reúne los requisitos que para su
validez se exigen en este título». Este último párrafo altera sustancialmente lo
pactado, pues en el AJ se partía de la idea de que la certificación eclesiástica es
siempre inscribible, bastando su presentación al encargado del Registro civil.
Ahora la inscripción del matrimonio canónico viene condicionada a que, en
dicho matrimonio, se observen también y además ciertos requisitos civiles. El
problema será determinar cuáles.
En el Concordato de 1984 entre la Santa Sede y el Estado italiano se tuvo la
precaución de enumerar las concretas modalidades de matrimonios canónicos no
inscribibles: el del menor de edad civil, el del interdicto por enfermedad mental,
el de quien ya estuviera unido por otro matrimonio válido con efectos civiles y
el celebrado con impedimento civil de delito o de afinidad en línea recta. Sin
embargo, ni el AJ ni el art. 63 C.c. aclaran el problema. De ahí que la doctrina
española no sea unánime al enumerar los matrimonios celebrados según las
normas del Derecho canónico que no son inmediatamente inscribibles
civilmente.
Nuestro punto de vista es que los debates parlamentarios que justificaron la
transcrita redacción del art. 63, párrafo 2.º, aclaran las dudas. En tales debates, el

10
partido político en el poder, a través de su portavoz parlamentario11, hizo notar
que en sólo tres supuestos el matrimonio canónico no tendría acceso al Registro
civil: 1.º) cuando se celebrara por un menor de edad civil (18 años); 2.º) cuando
uno de los contrayentes estuviera ya unido por matrimonio civil no disuelto; y
3.º) cuando existiendo un impedimento civil para el matrimonio, éste no fuera
previamente dispensado. Hay que observar que estos supuestos raramente se
darán, porque el c. 1071 CIC establece prohibiciones matrimoniales que exigen,
en síntesis, la previa licencia del Ordinario cuando se intenta celebrar un
matrimonio canónico que, según las normas civiles, no pueda ser reconocido.
Por lo demás, la Conferencia Episcopal española en su Decreto de 7.VII.1984,
ha impuesto para la licitud del matrimonio canónico entre españoles, la edad de
18 años, elevando así los mínimos exigidos con carácter general por el c. 1083
CIC.

B. El procedimiento de inscripción

Respecto al procedimiento de inscripción, se simplifica sobre el previsto en


el antiguo Concordato de 1953 y en su Ley de desarrollo de 1958. En el sistema
anterior se preveía —antes de la celebración del matrimonio canónico— una
comunicación por parte de los contrayentes al juez encargado del Registro civil
para que asistiera, por sí o por delegado, a la ceremonia canónica y procediera
así a la inmediata inscripción civil del matrimonio canónicamente celebrado. Sin
embargo, actualmente se establece un mecanismo más sencillo. Ya no es
necesaria la asistencia del juez civil o su delegado, pues la inscripción se
practicará con la simple presentación de certificación eclesiástica de existencia
del matrimonio. Para lo cual «inmediatamente de celebrado el matrimonio
canónico, el sacerdote ante el cual se celebró entregará a los esposos la
certificación eclesiástica con los datos exigidos para su inscripción en el
Registro civil. Y, en todo caso, el párroco en cuyo territorio parroquial se
celebró el matrimonio, en el plazo de cinco días, transmitirá al encargado del
Registro civil que corresponda el acta del matrimonio canónico para su oportuna
inscripción, en el supuesto de que ésta no se haya efectuado ya a instancias de
las partes interesadas»12.
Como se observa, atribuyendo el texto concordado a una pluralidad de
sujetos la legitimación para solicitar la inscripción, prevé dos títulos útiles a tal
fin: 1.º) la certificación eclesiástica entregada a los esposos una vez celebrado el
matrimonio y por ellos (o por terceras personas) presentada al encargado del
Registro para que proceda a la inscripción; y 2.º) el acta auténtica del
matrimonio que el párroco transmite, dentro de los cinco días de la celebración
del matrimonio, al mismo encargado. El problema interpretativo surge del dato
que supone que el art. 63 C.c. y el art. 256 del Reglamento del Registro civil

11.Intervención del Sr. Escartín, en «Diario de Sesiones del Congreso de los


Diputados», n. 53, 18.III.1981, p. 549.
12. Protocolo final del AJ, en relación con el art. 6.
11
(aprobado el 28.VIII.1986), parecen establecer como único título hábil la
certificación eclesiástica presentada por los esposos13. Sin embargo, la
contestación de la DGRN al Arzobispado de Madrid, de fecha 12.IX.1984,
claramente establece que «puesto que los Acuerdos con la Santa Sede (artículo 6
y Protocolo final) no establecen salvedad alguna (...), ha de entenderse
subsistente la obligación del Párroco de remitir al Encargado del Registro civil
correspondiente el acta canónica oportuna». De ahí que, por la categoría
jerárquica superior del acuerdo sobre la legislación ordinaria, deban entenderse
vigentes ambos modos de inscripción: el realizado por los contrayentes y el
operado de oficio por el párroco.

C. La autonomía de la voluntad en la inscripción

Antes de abordar los otros dos puntos a que antes se hizo referencia,
conviene hacer una breve alusión a un problema que plantea el procedimiento de
inscripción descrito. Nos referimos a si, en el sistema español, es posible una
cierta autonomía de la voluntad por parte de los contrayentes para omitir la
inscripción del matrimonio canónico en el Registro civil. Ésta era una cuestión
debatida en Italia antes del Concordato de 1984. Actualmente parece que éste
sólo concede inequívocamente a los contrayentes la facultad de evitar la
inscripción y, por tanto, los efectos civiles del matrimonio canónico en el caso
de inscripción tardía, sin aclarar nada respecto a la transcripción ordinaria.
En el Derecho español vigente sólo hay, de lege data, un supuesto en que la
voluntad conjunta de los esposos puede impedir la inscripción de un matrimonio
canónico: el caso del matrimonio celebrado en secreto. Efectivamente, la Ley
del Registro civil establece que el matrimonio secreto canónico puede ser
inscrito en el libro especial del Registro Central, pero siempre que ambos
cónyuges lo soliciten (art. 78)14.

13. Conviene advertir que la propia DGRN dispuso en su Resolución de 15.II.1980 que a
pesar de la doble referencia al título de la inscripción que se contiene en el Acuerdo, debe
considerarse como un mismo y único título que puede presentarse tanto por los contrayentes
como por el párroco.
14. Bien es verdad que, esta posibilidad, parece haber sido eliminada por el RRC en su
reforma de 1986, pues en su art. 267.1 imperativamente se dice que «el matrimonio secreto,
cualquiera que sea la forma legal en que se celebre, se inscribirá en el Libro Especial». No
obstante, es dudoso que un simple reglamento pueda primar sobre la ley de la que es
desarrollo. Sobre este punto, R. DURÁN RIVACOBA, La inscripción en el Registro civil del
matrimonio canónico, Madrid 1988; y J. FERRER ORTIZ, Celebración del matrimonio en
secreto e inscripción en el Registro civil, en «Ius Canonicum», 1997, pp. 177 ss.
Sin embargo, el art. 270 del Reglamento del Registro civil más que aclarar la situación la
complica, pues de su tenor parece deducirse que el matrimonio secreto puede inscribirse
directamente en el Libro ordinario del Registro civil, a petición de quienes puedan solicitar su
publicación. Esta es también la postura acogida por la DGRN en su Resolución de 5.XII.1995.
Para un examen más pormenorizado de estas cuestiones vid. S. CAÑAMARES ARRIBAS, El
matrimonio canónico en la jurisprudencia civil, cit., pp. 94-98.
12
Prescindiendo de esta excepción, no parece que los cónyuges puedan eludir
la inscripción del matrimonio canónico inscribible, para evitar sus efectos
civiles. En el debate parlamentario de la reforma de 1981 claramente se hizo
notar «que los efectos civiles del matrimonio religioso no pueden depender de la
voluntad de los contrayentes»15. A su vez, la DGRN ha hecho notar que «la
publicidad del estado civil se organiza no sólo para la utilidad de los particulares
más afectados; la competencia del Registro es fijada por la ley atendiendo a
diversos intereses, y, por tanto, en principio, con independencia de la voluntad
de aquellas personas»16. Cosa distinta es la de que el ejercicio contra legem de
esta autonomía de la voluntad no implique ninguna sanción, civil o penal, contra
los contrayentes o los párrocos incumplidores de la obligación de hacer llegar al
Registro civil los títulos hábiles para que el matrimonio canónico se inscriba17.

D. El matrimonio canónico no inscrito

Naturalmente, es posible que un matrimonio celebrado según las normas


del Derecho canónico no llegue a ser inscrito, por las razones que fueran. Este
hecho plantea el problema de determinar qué efectos civiles produce el
momento constitutivo del matrimonio canónico cuando no ha sido completado
con su inscripción en el Registro civil18.
Aquí es necesario distinguir dos clases de matrimonios canónicos no
inscritos: 1.º) el aún no inscrito, pero inscribible civilmente; y 2.º) el de

15. Informe de la Ponencia, en «Boletín Oficial de las Cortes Españolas», Senado, I


Legislatura, Serie II, n. 161, 8.VI.81, p. 105.
16. Resoluciones de 16.VII.1965 y 11.IV.1985, citadas por R. DURÁN RIVACOBA, La
inscripción en el Registro civil..., cit., p. 42.
17. De hecho, a mayor abundamiento, la DGRN ha subrayado en diversas ocasiones –
entre ellas en su Resolución de 11 de abril de 1985- que los cónyuges, en el caso de no
inscribir su matrimonio, incurrirán en especial responsabilidad, sin precisar más sus
consecuencias. Sobre este punto vid. R. NAVARRO-VALLS, La inscripción del matrimonio
canónico en el Registro civil, en «Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad
Complutense», 1989/90, pp. 645 y 668. Participan de esta opinión V. REINA–J. M.ª
MARTINELL, Curso de Derecho matrimonial, cit., p. 190. Z. COMBALÍA, La autonomía
privada en la inscripción del matrimonio canónico en el Registro civil, Barcelona 1992, con
sólidos argumentos jurídicos, postula la posibilidad en nuestro sistema de la elección de un
matrimonio religioso sin eficacia civil cuando así lo exija la autonomía privada de la persona.
Vid. también S. CAÑAMARES ARRIBAS, El matrimonio canónico en la jurisprudencia civil,
cit., pp. 87 y ss.
18. Siguiendo a G. LO CASTRO (Rilevanza giuridica del matrimonio canonico non
trascritto nell´ordinamento dello Stato, en AA.VV., Studi in onore di P. A. D´Avack, II,
Milano 1976, pp. 917 ss.), en otro lugar (El matrimonio religioso..., cit., pp. 85 ss.) hemos
hablado también de unos efectos preliminares que produce el matrimonio canónico desde el
momento de su celebración y hasta su inscripción. En ellos se incluiría el derecho de las
partes a que se realicen todas las actuaciones necesarias, por parte de los órganos competentes
canónicos y civiles, para que el matrimonio alcance la plenitud de sus efectos civiles: entrega
a los contrayentes del certificado matrimonial, transmisión por parte del párroco al encargado
del Registro civil del acta del matrimonio, efectiva transcripción en el Registro civil, etc.
13
imposible inscripción por no haberse respetado las prohibiciones civiles que ya
vimos (matrimonio del menor, el del cónyuge unido civilmente en matrimonio
no disuelto y el celebrado sin dispensa de algún otro impedimento civil
concurrente).
La primera clase de matrimonios producirá la mayor parte de efectos
civiles, pues no hay que olvidar que el art. 61 C.c. y el art. 6.1 AJ, establecen
que los efectos civiles del matrimonio celebrado según las normas del Derecho
canónico «se producen desde su celebración». Es decir, el matrimonio canónico
no inscrito, pero inscribible, crea, por ejemplo, el parentesco, así como los
impedimentos para celebrar posteriores nupcias, impidiendo al casado
canónicamente celebrar nuevo matrimonio antes de que se disuelva legalmente
el matrimonio no inscrito; hace nacer el vínculo de filiación matrimonial;
fundamenta el delito de bigamia; surten efecto las posible capitulaciones
matrimoniales, etc. Es decir, produce todos los efectos inter-partes y respecto a
los hijos. Sin embargo, tratándose de efectos simplemente económicos no sería
justo que perjudicaran a terceros de buena fe, haciéndoles soportar efectos
desfavorables de situaciones para ellos desconocidas. De modo que estos efectos
económicos no perjudican, por ejemplo, al que negoció con el casado —cuyo
matrimonio no se inscribió— en la buena fe de creerlo soltero.
Por ello, el Protocolo final al art. 6.1 AJ establece que «corresponde al
Estado regular la protección de los derechos que, en tanto el matrimonio no sea
inscrito, se adquieren de buena fe por terceras personas». Y el art. 61 C.c. —en
ejecución de esa cláusula concordataria— dispone: «El matrimonio no inscrito
no perjudicará los derechos adquiridos de buena fe por terceras personas».
Debiéndose interpretar esta disposición en el sentido de que, tratándose de
matrimonio canónico inscribible, no producirá efectos económicos respecto a los
terceros de buena fe.
A diversa conclusión hay que llegar cuando se trata de matrimonio
canónico no inscrito ni tampoco inscribible por existir algún obstáculo civil. En
este supuesto no parece que pueda hablarse de producción de efectos civiles, no
obstante lo establecido en el Acuerdo sobre asuntos jurídicos. En este caso, el
matrimonio canónico producirá tan sólo los propios de un matrimonio putativo,
en los términos del art. 79 C.c.19. Aunque hay que añadir que esta ineficacia
puede ser solamente relativa, porque resulta justificada temporal y
limitadamente, hasta que se cumplan en el orden civil los requisitos igualmente
civiles que detienen la plena eficacia del vínculo válidamente concluido en el
orden canónico, y generador solamente de expectativas en la órbita civil. Este
supuesto se daría, por ejemplo, en matrimonio canónico no inscribible, pero
posteriormente convalidado civilmente, cuyos efectos jurídicos operarían
retroactivamente, salvo los derechos adquiridos de buena fe por terceros.

E. La inscripción de algunos matrimonios canónicos especiales

19. «La declaración de nulidad del matrimonio no invalidará los efectos ya producidos
respecto de los hijos y del contrayente o contrayentes de buena fe. La buena fe se presume».
14
Tres tipos de matrimonios canónicos crean, en cuanto a su inscripción civil,
algunos problemas en el Derecho español: el matrimonio canónico celebrado en
el extranjero, el celebrado en la forma extraordinaria prevista en el c. 1116 CIC
y el matrimonio secreto, al que ya se ha hecho alguna alusión.
Respecto al primer supuesto, el AJ –al no exigir formalidades civiles de
ningún tipo al matrimonio canónico– es claro que no distinguía, como sí lo hace
el Derecho italiano, el matrimonio celebrado en el extranjero o en España. Sin
embargo, la Ley de 1981 parece distinguirlos, pues el art. 63 C.c. preveía que
«el matrimonio celebrado en España en forma religiosa se inscribirá con la
simple presentación de la certificación de la Iglesia o confesión respectiva», es
decir, sin expediente previo civil, mientras que el art. 65 exigía –a los restantes
matrimonios, incluidos los canónicos celebrados en el extranjero– o bien un
expediente previo civil antes de celebrarlo o un expediente civil antes de
inscribirlo20.
Ante esa contradicción, la DGRN estableció en Resolución de 2.XI.1981 el
siguiente criterio: «Siempre ha de ser preferible en la labor interpretativa de unas
normas que se refieren a un compromiso internacional suscrito por España la
solución que no vulnere este compromiso (…). Debe tenerse presente que no
hay motivos claros para establecer, a efectos de su inscripción en el Registro,
una diferencia tajante entre los matrimonios en forma canónica celebrados
dentro y fuera del territorio español». De modo que «los matrimonios celebrados
por cualquier español en forma canónica se inscribirán en el Registro Civil con
la simple presentación de la oportuna certificación eclesiástica, sin perjuicio de
la denegación del asiento en aplicación del segundo párrafo del artículo 63 del
Código civil».
En lo que concierne al matrimonio celebrado en forma extraordinaria tanto
el AJ como la Ley de 1981 le confieren eficacia civil, al ser uno de los
matrimonios celebrados «según las normas del Derecho canónico» e incluidos,
por tanto, en el radio de acción del art. 60 C.c. La inscripción deberá realizarse
mediante los oportunos títulos a que dan lugar las comprobaciones realizadas en
expediente abierto por las autoridades eclesiásticas, y será precedida del control
establecido en el Derecho para cualquier tipo de matrimonio canónico.
En fin, el matrimonio celebrado en secreto según los cc 1130-1133 CIC, la
doctrina española entiende notorio su reconocimiento en el Derecho español,
tanto porque el AJ no lo excluye de la inscripción como por la interpretación
parlamentaria que de él se hizo al discutirse la Ley de 198121.

20. Sobre este punto vid. R. DURÁN RIVACOBA, La inscripción…, cit., 99-102.
21. El portavoz del Grupo parlamentario de Unión de Centro Democrático en el Senado
se inclinó por la eficacia civil del matrimonio secreto en estos términos: «Desde el punto de
vista de respeto a los tratados con la Santa Sede, hay una razón (…) importante, y es que una
de las formas de matrimonio es la del matrimonio secreto, y nosotros tenemos firmado un
tratado con la Santa Sede que hay que respetar» (en «Diario de Sesiones del Senado», n. 110,
15.VI.1981, p. 5599).
15
3. LA FASE CRÍTICA: EL MOMENTO EXTINTIVO

Analizaremos ahora la cuestión de la eficacia civil de las sentencias y


resoluciones dictadas por la jurisdicción canónica en materia matrimonial.
Deberemos tratar, pues, los tres tipos de pronunciamientos conexos con los
litigios canónicos de separación, nulidad y disolución del vínculo.

A. Los procesos de separación

El art. 24 del Concordato de 1953 expresamente reconocía «la competencia


exclusiva de los Tribunales eclesiásticos en los procesos referentes a la
separación de los cónyuges», en el supuesto de que tales litigios se refirieran al
matrimonio canónico. A su vez, tanto el Concordato como el Código civil antes
de la modificación de 1981, conferían eficacia automática a las sentencias de
separación dictadas por la jurisdicción eclesiástica.
Esta situación era excepcional en el marco del Derecho concordatario,
sobre todo desde que el Concordato italiano de 1929 transfirió el conocimiento
de estas causas matrimoniales a la jurisdicción civil. Esto llevó a que en 1979, al
firmar el AJ, su art. 6 guardara silencio sobre ellas. De modo que, primero la
Ley de 26 de diciembre de 1980 y luego el art. 81 C.c., según la redacción dada
por la Ley de 1981, establecieran que los procesos de separación conyugal,
cualquiera que fuera la forma de celebración del matrimonio, se decidirían por
los jueces civiles. Así, las sentencias eclesiásticas de separación no tienen ya
eficacia civil en España, salvo los efectos que produce una simple separación de
hecho.

B. Los procesos de nulidad sobre matrimonios canónicos

Las peculiaridades del sistema matrimonial español vigente plantea,


respecto a la nulidad del matrimonio canónico y la eficacia de las sentencias de
la jurisdicción canónica en esta materia, dos problemas de obligada atención. El
primero, la intensidad de los controles que el juez civil ejerce sobre las
sentencias canónicas de nulidad para ejecutarlas civilmente. Sentencias de
nulidad que, en principio y como veremos más detenidamente, tienen eficacia
civil en el Derecho español. El segundo, si la nulidad de un matrimonio
celebrado según las normas del Derecho canónico puede conocerse por la
jurisdicción civil, es el problema de la llamada concurrencia de jurisdicciones
en el matrimonio canónico.

1) La eficacia civil de las sentencias canónicas de nulidad

16
El AJ estableció, en su art. 6.2, la facultad concedida a los que celebraran
matrimonio canónico de acudir a los tribunales eclesiásticos solicitando, «a
tenor de las disposiciones del Derecho canónico», declaración de nulidad de su
matrimonio. Según el propio Acuerdo: «A solicitud de cualquiera de las partes,
dichas sentencias tendrán eficacia en el orden civil si se declaran ajustadas al
Derecho del Estado en resolución dictada por el Tribunal civil competente». Por
su parte, el art. 80 C.c., reiteró dicho texto, aunque aclarando que la ejecución se
llevaría a efecto conforme a las condiciones a las que se refiere el art. 954 de la
Ley de enjuiciamiento civil22. Es decir, aplicando el precepto de la Ley procesal
española que se refiere a la ejecución en España de las sentencias dictadas en
país extranjero, cuando entre España y el país de que se trate no hay régimen de
reciprocidad o convencional23. En fin, el art. 769 de la nueva LEC, donde se
contienen las normas de atribución de competencia aplicables a los
procedimientos de ejecución civil de las sentencias de nulidad canónica,
atribuye dicha competencia a los juzgados de primera instancia, como ya lo
hiciera antes la disposición adicional segunda (ahora derogada) de la Ley
30/1981.
Del juego conjunto de estas normas —que han sido interpretadas con
fuertes polémicas doctrinales24— pueden deducirse las siguientes conclusiones:

22. «Las resoluciones dictadas por los Tribunales eclesiásticos sobre nulidad de
matrimonio canónico o las decisiones pontificias sobre matrimonio rato y no consumado
tendrán eficacia en el orden civil, a solicitud de cualquiera de las partes, si se declaran
ajustadas al Derechos del Estado en resolución dictada por el Juez civil competente conforme
a las condiciones a las que se refiere el artículo 954 de la Ley de Enjuiciamiento Civil».
23. Los preceptos contenidos en la derogada Ley procesal de 1881, siguen en vigor en la
actualidad en virtud de la excepción contenida en la disposición derogatoria única de la Ley
1/2000, de 7 de enero, de enjuiciamiento civil: «Los artículos 951 a 958, sobre eficacia en
España de sentencias dictadas por tribunales extranjeros (…) estarán en vigor hasta la
vigencia de la Ley sobre cooperación jurídica internacional en materia civil» (n. 1, 3ª).
Por lo demás, el art. 954 LEC establece como condiciones para la ejecución: «1.ª Que la
sentencia ejecutiva haya sido dictada a consecuencia del ejercicio de una acción personal. 2.ª
Que no haya sido dictada en rebeldía. 3.ª Que la obligación para cuyo cumplimiento se haya
procedido sea lícita en España. 4.ª Que la carta ejecutoria reúna los requisitos necesarios en la
nación en que se haya dictado para ser considerada como auténtica, y los que las leyes
españolas requieren para que haga fe en España».
24. Cfr., entre otros, los trabajos de R. RODRÍGUEZ CHACÓN, Ejecución de sentencias
matrimoniales canónicas en España, Madrid 1988; A. PANIZO ROMO DE ARCE,
Reconocimiento civil de resoluciones canónicas de nulidad y dispensa super rato en el nuevo
sistema matrimonial español, en «Anuario Derecho Civil», 1984, pp. 1007-1031; J. M.ª
MARTINELL, Eficacia civil de las resoluciones canónicas sobre nulidad o disolución del
matrimonio en el ordenamiento español, en «Anuario Derecho Eclesiástico del Estado»,
1985, pp. 235-274; L. M. CUBILLAS, El sistema matrimonial español y la cláusula de ajuste al
Derecho del Estado, Valladolid 1985; A. BERNÁRDEZ, La 'declaración de ajuste' en el
contexto del sistema matrimonial español, en AA.VV., Estudios de Derecho Canónico y
Derecho Eclesiástico en homenaje al profesor Maldonado, Madrid 1983, pp. 23-56; C. DE
DIEGO-LORA La eficacia en el orden civil de las resoluciones eclesiásticas en materia
matrimonial, en «Ius Canonicum», 1979, pp. 155-228; IDEM, Nuevas consideraciones sobre
17
En primer lugar, no cabe duda de que se ha producido un cambio en la
calificación jurídica de la jurisdicción eclesiástica en su posición ante el
Derecho español. En el sistema anterior al Acuerdo de 1979, es decir, en el del
Concordato de 1953 y la Ley de 1958, la jurisdicción canónica prácticamente se
insertaba en el sistema judicial español, constituyendo una jurisdicción especial.
De ahí que, las sentencias de nulidad dictadas por los tribunales eclesiásticos,
eran ejecutadas civilmente sin control por parte de la jurisdicción civil. Bastaba
la presentación de la sentencia canónica ejecutiva para que se le concediera
eficacia civil, inscribiéndose automáticamente en el Registro y produciendo
todos sus efectos típicos. Sin embargo, en el sistema vigente, se establece un
control por parte del juez civil, que puede concluir en la denegación de eficacia
civil de la sentencia eclesiástica, si ésta no se declara ajustada al Derecho del
Estado.
La exacta comprensión de esta última expresión requiere un breve análisis.
Si se recuerda, el art. 80 C.c. remitía al art. 954 LEC para entenderla. Esto
significa que una sentencia de nulidad dictada por la jurisdicción canónica será
ejecutada civilmente si reúne las condiciones de ese precepto.
La naturaleza personal de la acción (art. 954.1.ª LEC) no plantea problema
alguno, pues es circunstancia que concurre en toda acción de nulidad de
matrimonio. Tampoco debe crearlos la última condición del mismo artículo, que
en realidad engloba tres circunstancias: la firmeza de la sentencia, su constancia
en documento público y su autenticidad (art. 954.4.ª LEC). Bastará comprobar,
junto a los requisitos que exige el Derecho canónico para que la sentencia pueda
ser considerada auténtica, su condición de ejecutiva, lo que significa que se trate
o bien de doble sentencia de nulidad conforme dictada en proceso ordinario por
tribunal eclesiástico competente o bien de una sola sentencia de nulidad recaída
en proceso documental, sin olvidar el carácter de ejecutivas de aquellas
sentencias de nulidad canónicas confirmadas por decreto.
Respecto a que la sentencia eclesiástica no haya sido dictada en rebeldía
(art. 954.2.ª LEC), debe entenderse en su sentido formal, no material. Es decir,
que no hay rebeldía, a estos efectos, si se ha observado el principio procesal de
que nadie puede ser condenado en juicio sin previa oportunidad de audiencia.
De modo que siempre que tal oportunidad haya sido ofrecida a la parte ausente,
aunque de hecho no concurra en el proceso, la rebeldía no debe repercutir en la
homologación civil25.

la ejecución civil de la nulidad del matrimonio canónico y de la dispensa pontificia del


matrimonio rato y no consumado, en «Ius Canonicum», 1991, pp. 533 ss.
25. De las tres categorías de rebeldía elaboradas por la jurisprudencia —a la fuerza, por
convicción y por conveniencia— el TS y el TC han entendido que la que indudablemente
encuentra acomodo en el art. 954.2 es la rebeldía a la fuerza, esto es, la propia de quien no ha
podido alegar en el proceso de origen lo que a su derecho convenga por no haber sido
emplazado en tiempo y forma. Sin embargo en STS de 27 de junio de 2002, se ha defendido,
por primera vez, no sólo la eficacia obstativa de la rebeldía por convicción sino también la de
la rebeldía por conveniencia en el marco de la homologación de las sentencias canónicas.
18
En lo que concierne a que la obligación para cuyo cumplimiento se haya
procedido sea lícita en España (art. 954.3.ª LEC), significa que no contradiga el
orden público. A la hora de concretar el sentido preciso de esta expresión la
doctrina española no es concorde. Desde nuestro punto de vista, el único efecto
que obtendría aquí la reserva de orden público sería la de evitar que la sentencia
de nulidad canónica contradijera situaciones ya consolidadas en el ámbito
civil26. Circunstancia que se produciría, por ejemplo, en la sentencia de nulidad
canónica dictada por existencia de impedimento canónico no dispensado
canónicamente, pero sí civilmente; o en aquella otra que decidiera la nulidad de
un matrimonio canónico ya declarado nulo o disuelto civilmente; o bien que
declarara válido por la vía del recurso de revisión canónica un matrimonio
canónico cuya nulidad ya se ejecutó anteriormente. En todo caso, el TS ha
rechazado la tesis de que el orden público implique forzosa identidad de causas
entre las que operan para la nulidad canónica y las que exige el Código civil
para la nulidad en su art. 7327. Al tiempo, ha adoptado una posición
ampliamente favorable a la eficacia civil de las resoluciones canónicas, al
entender que el orden público «ha de estar no sólo al servicio del Estado sino
preferentemente al de los ciudadanos y sus derechos inviolables, uno de los
cuales es el matrimonio canónico»28.

Cfr. el comentario de S. CAÑAMARES ARRIBAS, (La rebeldía en el proceso canónico y su


proyección sobre el reconocimiento de efectos civiles a las sentencias eclesiásticas.
Consideraciones acerca de la sentencia 644/2002, del Tribunal Supremo de 27 de junio, en
«Aranzadi Civil», 16 [2002], pp. 13-36), y, en términos más generales, IDEM, El matrimonio
canónico en la jurisprudencia civil, cit., pp. 144-152.
26. Puede verse más extensamente justificada nuestra opinión, frente a posiciones
contrarias a ella, en R. NAVARRO-VALLS, El matrimonio religioso..., cit., pp. 165-169.
27. Cfr. STS (Sala 1.ª), de 23 de noviembre de 1995 (RAJ 8433). En ella se lee que: «La
necesaria identidad total de causas —coincidencias en concreto— ha de ser rechazada (...); lo
que no cabe es imponer, conforme a los Tratados vigentes, que la Iglesia Católica haya de
acomodar su normativa y actos jurídicos a la nuestra positiva» (FJ 1). Vid. el comentario a
esta sentencia de J. FERRER ORTIZ, La eficacia civil de las resoluciones matrimoniales
canónicas, en «Revista de Derecho Privado», 1996, pp. 480 ss.
28. Ibidem. Añade la sentencia: «La nulidad matrimonial decretada eclesiásticamente.(...)
exige determinar si viola o no el orden público interno para denegar la homologación. Para
ello ha de tenerse en cuenta la libertad religiosa y de cultos que consagra el artículo 16 de la
Constitución, coincidente con el 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la
ONU (...). Al resultar acomodado al orden público interno la celebración de matrimonio
canónico, que el Código Civil prevé en sus artículos 49 y 60 con reconocimiento de efectos
civiles —y consiguiente reenvío a las normas canónicas—, los particulares que en uso de su
libertad de conciencia acceden libre y conjuntamente a dicha forma de unión sacramental, lo
hacen con la plenitud de sus efectos y consecuencias, lo que se traduce en que la voluntad
respetada de los cónyuges para optar por la forma religiosa se proyecte también al momento
de extinción del matrimonio, cuando es decretado con las debidas garantías y formalidades
por la autoridad religiosa competente para ello, sin que la voluntad del legislador deba ser
obstativa y tenga que imponerse necesariamente para anular la de los contrayentes, cuando no
resulta incidencia constatada en el orden público interno, ni choca frontalmente contra los
principios generales de nuestro Ordenamiento Jurídico. Entenderlo de otro modo llevaría a
19
Sin embargo, en la práctica de los tribunales inferiores —bajo los procesos
de homologación delineados en la derogada disposición adicional segunda de la
Ley 30/1981—, la oposición por una de las partes cuando la otra solicitaba la
ejecución civil de la sentencia canónica fue la principal circunstancia en la que
se fijaba la jurisprudencia. Hasta entonces, el criterio general fue que si había
oposición de parte en el procedimiento de ejecución civil, ésta se denegaba,
pudiendo entonces la parte que pidió la ejecución acudir a otro proceso (el
ordinario de menor cuantía) sosteniendo su pretensión29. Y, al contrario, si no se
planteaba oposición, la sentencia canónica normalmente se ejecutaba civilmente,
sin entrarse, salvo excepciones, en mayores consideraciones de fondo, a
excepción de los puramente formales de examinar la autenticidad de la sentencia
canónica, que no se hubiera dictado en rebeldía y que efectivamente fuera
ejecutiva30.
En la actualidad, los procesos matrimoniales han quedado integrados en el
articulado de la Ley 1/2000, de enjuiciamiento civil. Más en concreto, en su art.
778, que contempla un doble procedimiento para la homologación de
resoluciones canónicas, en función de si al mismo tiempo se solicita o no la
adopción o modificación de medidas31. Si no se hace, la pretensión
homologatoria se canaliza a través de un breve proceso autónomo, donde tanto
el Ministerio Fiscal como el demandado pueden oponerse a la homologación.
Sin embargo, del tenor de la norma podría sostenerse que ni siquiera una
oposición razonada obligaría al Juez a pronunciarse en contra del

tener que remontarse a situaciones de mala fe o de fraude a cargo del Estado al hacer
inoperante el Acuerdo con la Santa Sede (...)» (FJ 1).
29. Sobre este punto R. RODRIGUEZ CHACÓN, Eficacia civil de las sentencias canónicas
y proceso alternativo, en AA.VV., Cuestiones básicas de Derecho procesal canónico,
Salamanca 1993, pp. 213 ss.
30. Algunos juzgados adoptaron una posición más rigurosa, exigiendo que, aparte de la
no oposición, la causa concreta de nulidad canónica acogida en la jurisdicción eclesiástica
coincidiera con alguna de las causas civiles de nulidad previstas en el Código civil para el
matrimonio civil. Sin embargo, esta posición fue minoritaria. Una relación de resoluciones y
de criterios seguidos por los jueces españoles puede verse en R. NAVARRO-VALLS, El
matrimonio concordatario..., cit., pp. 255-258.
31. «1. En las demandas en solicitud de la eficacia civil de las resoluciones dictadas por
los tribunales eclesiásticos sobre nulidad del matrimonio canónico o las decisiones pontificias
sobre matrimonio rato y no consumado, si no se pidiera la adopción o modificación de
medidas, el tribunal dará audiencia por plazo de diez días al otro cónyuge y al Ministerio
Fiscal y resolverá por medio de auto lo que resulte procedente sobre la eficacia en el orden
civil de la resolución o decisión eclesiástica.
»2. Cuando en la demanda se hubiere solicitado la adopción o modificación de medidas, se
sustanciará la petición de eficacia civil de la resolución o decisión canónica conjuntamente
con la relativa a las medidas, siguiendo el procedimiento que corresponda con arreglo a lo
dispuesto en el artículo 770».
20
reconocimiento, por más que pudiera preconizarse la denegación del ajuste en
tales circunstancias32.

2) La concurrencia de jurisdicciones en el matrimonio canónico

Una de las peculiaridades más sorprendentes del sistema matrimonial


español, es la posibilidad de que la nulidad del matrimonio celebrado bajo las
normas del Derecho canónico —y dotado de eficacia jurídica civil— pueda ser
sometido a una revisión de su validez también ante la jurisdicción civil.
Repárese que no nos referimos a la posibilidad de su disolución civil —a la que
luego aludiremos—, sino a la posibilidad de que un matrimonio nacido al
amparo de unas normas (las canónicas), sea puesto en cuestión aplicando otras
(las civiles)33.
Esta posibilidad aparece reconocida en el art. 73 C.c., al declarar nulo
cualquier matrimonio (sea cual sea la forma de su celebración) que contradiga
las normas de fondo que regulan la nulidad del matrimonio civil. No
exceptuando el art. 769.1 LEC a los matrimonios celebrados según las normas
del Derecho canónico de la competencia de la jurisdicción civil34. De modo que,
en el Derecho español, tanto puede pedirse la nulidad de un matrimonio
canónico ante la jurisdicción eclesiástica como ante la jurisdicción civil. Esta
última, naturalmente, aplicará las normas propias, es decir, las civiles35.
La única excepción sería cuando se dictara la nulidad civil de un
matrimonio canónico inscrito, habiendo antes obtenido eficacia civil a través del
proceso de ejecución una sentencia canónica de nulidad sobre el mismo
matrimonio. En este caso, la sentencia ya firme y ejecutada no haría posible la
eficacia de otra sentencia sobre el mismo objeto.

C. La disolución del matrimonio canónico

32. Un estudio global y en profundidad sobre los nuevos procesos homologatorios puede
verse en, S. CAÑAMARES ARRIBAS, El matrimonio canónico en la jurisprudencia civil, cit., pp.
178 y ss.
33. Esto no quiere decir que la nulidad de un matrimonio canónico obtenida en el marco
civil despliegue sus efectos en el ámbito canónico. En éste sigue subsistiendo con
independencia de que el Estado judicialmente le retire el reconocimiento civil.
34. «Salvo que expresamente se disponga otra cosa, será tribunal competente para
conocer de los procedimientos a que se refiere este capítulo [De los procesos matrimoniales y
de menores] el Juzgado de Primera Instancia...».
35. Contrasta este sistema con la reserva jurisdiccional conferida a los tribunales
eclesiásticos italianos para conocer con exclusividad las causas de nulidad sobre los
matrimonios canónicos. La sentencia de la Corte Constitucional italiana, de 1 de diciembre de
1993, entiende coherente dicha reserva con la laicidad del Estado, ya que éste manifiesta su
jurisdicción sobre la eficacia civil de las sentencias eclesiásticas de nulidad a través del
procedimiento de exequatur, pero no a través del conocimiento por los tribunales civiles de la
sustancia de un matrimonio religioso. Sobre este punto, D. GARCÍA-HERVÁS, Jurisdicción
canónica sobre el matrimonio concordatario en Italia, en «Anuario de Derecho Eclesiástico
del Estado», 1994, pp. 535-551.
21
Un punto discutido al promulgarse la Constitución de 1978 y el Acuerdo
sobre asuntos jurídicos de 1979 con la Santa Sede fue la posibilidad de aplicar
el divorcio civil a los matrimonios celebrados según las normas del Derecho
canónico. Sin embargo, el art. 85 C.c. expresamente dispuso que el matrimonio,
«sea cual fuere la forma y el tiempo de su celebración», se disuelve por la
muerte, o la declaración de fallecimiento de uno de los cónyuges y por el
divorcio. A su vez, el TC, por Auto de 31 de octubre de 1984, declaró
constitucional la solución adoptada por la Ley de 1981. De modo que,
concurriendo alguna de las causas de divorcio reguladas en los arts. 85-89 C.c.,
los cónyuges unidos por matrimonio canónico pueden solicitar el divorcio ante
la jurisdicción civil. Naturalmente, esta disolución no tendrá eficacia ante el
Derecho canónico, como tampoco la tendrá la nulidad de un matrimonio
canónico obtenida solamente ante la jurisdicción civil.
Pero el momento extintivo del matrimonio canónico en su vertiente civil,
plantea todavía otro problema: el de la eficacia en el Derecho español de la
decisión pontificia sobre matrimonio rato y no consumado, prevista en el art. 6.3
AJ y en el art. 80 C.c. A diferencia del Concordato italiano de 1984, el sistema
español vigente admite la homologación civil de esta excepcional forma de
disolución del vínculo regulada por el Derecho canónico36. Y le aplica el mismo
procedimiento y requisitos previstos para la ejecución de las sentencias
canónicas de nulidad. De este modo, el juez civil competente para conocer del
procedimiento de homologación, deberá comprobar que la decisión pontificia es
auténtica y dictada conforme a las disposiciones canónicas que la regulan, así
como que se hayan respetado las condiciones del art. 954 LEC, en los términos
ya vistos para la nulidad.

D. El reconocimiento de las resoluciones canónicas en


el Derecho comunitario

El Reglamento 2201/2003, de 23 de noviembre, relativo a la competencia,


el reconocimiento y la ejecución de decisiones judiciales en materia

36. Esta eficacia la ha confirmado la citada STS de 23 de noviembre de 1995. En ella se


lee: «El tema del ajuste no impone una revisión del fondo y contenido sustantivo de la
decisión pontificia (...), pues ninguna autoridad del Estado está investida de tal potestad» (FJ
1). El rechazo de la eficacia civil de la dispensa super rato dejaría «en el vacío y en parte
ineficaz el artículo 80 del Código Civil, así como inviable el Acuerdo de 1979, que de esta
manera no sería debidamente cumplido ni respetado y supondría siempre llevar a cabo juicio
de revisión de fondo de la resolución pontificia a cargo de la Jurisdicción civil, lo que no
procede» (FJ 1). En el sistema anterior a los Acuerdos de 1979, es decir, bajo el Concordato
de 1953, el Derecho español admitía también la eficacia civil de las restantes formas de
disolución del vínculo canónico: los llamados privilegios paulino y petrino. Cfr. F. LÓPEZ
ZARZUELO, El proceso canónico de matrimonio rato y no consumado, Valladolid, 1991.
22
matrimonial y de responsabilidad parental37, ha proporcionado una nueva
proyección a las resoluciones matrimoniales canónicas en el ámbito de la Unión
Europea. Presidido por el respeto a los compromisos internacionales que los
Estados miembros hubieran adquirido en la materia, e incluyéndose entre ellos
los concordatos firmados por distintos Estados europeos con la Santa Sede, el
Reglamento posibilita que las decisiones pronunciadas por la jurisdicción
eclesiástica puedan adquirir eficacia civil más allá de los Estados
concordatarios38.
En concreto, dispone que cualquier resolución relativa a la nulidad de un
matrimonio regulado por el Tratado internacional (Concordato de 1940,
celebrado entre la Santa Sede y Portugal) se reconocerá en los Estados
miembros, siempre que hayan sido homologadas por la jurisdicción civil
portuguesa (art. 63.1 y 2)39. Lo mismo sucederá con las resoluciones canónicas
dictadas en Italia y España, en los términos establecidos en sus respectivos
Tratados (Concordatos) con la Santa Sede, de 1984 y 1979 (art. 60. 3 y 4).
De esta manera, las resoluciones dictadas por la jurisdicción eclesiástica
podrán gozar de reconocimiento en todos los Estados de la Unión —a excepción

37. Este texto fue, a su vez, modificado por el Reglamento 2116/2004, de 2 de


diciembre, para recoger la posición de Malta en relación con el reconocimiento de sentencias
matrimoniales canónicas, que queda equiparada a la de España, Italia y Portugal.
En todo caso, y respecto a la situación de los nuevos países concordatarios incorporados a
la Unión Europea en el marco del artículo 63 de este Reglamento, puede verse el trabajo de R.
RODRÍGUEZ CHACÓN, Sentencias matrimoniales canónicas y Unión Europea, en «Revista
General de Derecho Canónico y Eclesiástico del Estado», 7 (2005), en http://www.iustel.com.
38. Un amplio estudio sobre el contenido de este Reglamento vid. R. RODRÍGUEZ
CHACÓN, Efectos civiles en la Unión Europea de las decisiones canónicas de nulidad
matrimonial, en «Revista de Derecho de Familia», 7 (2000), pp. 245-303. Vid. también M.ª J.
GUTIÉRREZ DEL MORAL, El matrimonio en los estados de la Unión Europea y la eficacia civil
del matrimonio religioso, Barcelona 2003, pp. 197-241; y S. CAÑAMARES ARRIBAS, El
matrimonio canónico en la jurisprudencia civil, cit., pp.209-250.
39. En el caso de Portugal, el art. 63.1 del Reglamento contempla además —por remisión
al Concordato de 1940— que no se reconozcan las sentencias civiles de nulidad pronunciadas
sobre matrimonios canónicos, por considerar que la jurisdicción en materia de nulidad de
matrimonio canónico corresponde en exclusiva a los tribunales de la Iglesia.
Con fecha de 18.V.2004 se ha estipulado un nuevo Concordato entre la Santa Sede y
Portugal. En lo que se refiere al momento extintivo del matrimonio canónico queda superado
el sistema de reconocimiento automático de resoluciones eclesiásticas, supeditándose la
homologación al resultado de un proceso ante el tribunal civil competente en que se analizan
la autenticidad de la sentencia canónica, la competencia del tribunal, el respeto de los
principios de contradicción e igualdad procesal y la conformidad del contenido de la sentencia
al orden público internacional del Estado portugués (art. 16). Por lo demás, el nuevo
Concordato no contiene ninguna disposición en que se reserve en exclusiva el conocimiento
de las causas de nulidad de matrimonio canónico a los tribunales eclesiásticos, por lo que la
vigencia de la cláusula del art. 63.1 del Reglamento europeo podría quedar en entredicho.
23
de Dinamarca40— incluso en los Estados no concordatarios, una vez que hayan
sido homologadas a efectos civiles en Portugal, Italia y España41.
Además conviene señalar que el art. 21 del Reglamento establece una triple
vía para el reconocimiento de decisiones matrimoniales: 1.ª) el reconocimiento
automático: según el cual para la modificación de los asientos del Registro
bastará con la presentación de la correspondiente sentencia canónica
homologada, procediendo el encargado a comprobar si concurren los requisitos
que para el reconocimiento de decisiones se contienen en el art. 22; 2.ª) el
reconocimiento incidental: cuando en el marco de un proceso como requisito
previo para la resolución de la causa principal resulte necesario el
reconocimiento de una sentencia matrimonial, que deberá reunir los requisitos
establecidos en el art. 22); y 3.ª) el reconocimiento a título principal: es el que
más se asemeja al exequatur, ya que destaca por su carácter general y definitivo,
y porque se tramitará según el procedimiento previsto por el propio Reglamento
para la ejecución de sentencias (art. 31).
Finalmente, debemos señalar que entre los motivos de denegación del
reconocimiento de las resoluciones, el Reglamento menciona la contradicción
manifiesta de la sentencia con el orden público del Estado miembro requerido,
que la decisión haya sido dictada en rebeldía a la fuerza del demandado, y que la
resolución sea inconciliable con otra dictada o bien en el Estado requerido o
bien en un tercer Estado (art. 22).

§ 5. LA EFICACIA CIVIL DE LOS MATRIMONIOS DE


LAS MINORÍAS RELIGIOSAS

1. INTRODUCCIÓN

Como ya dijimos al ocuparnos de la evolución histórica del sistema


matrimonial, en España —salvo la etapa anterior a 1564— el matrimonio de las

40. De conformidad con los arts. 1 y 2 del Protocolo relativo a la posición de Dinamarca,
anejo al Tratado de la Unión Europea y al Tratado constitutivo de la Comunidad Europea, no
participa en la adopción del Reglamento, que por tanto ni le vincula ni le es aplicable
(considerando 31).
41. Conviene advertir que Italia y España introdujeron en el Reglamento una cláusula de
salvaguarda frente al sistema automático de reconocimiento de sentencias canónicas
establecido en el art. 25 del Concordato portugués de 1940, disponiendo que sólo se
reconocerán en sus respectivos territorios aquellas sentencias canónicas homologadas por la
jurisdicción portuguesa que cumplan, a su vez, los requisitos de homologación establecidos en
sus respectivas legislaciones acordadas (art. 63.4). En la medida que el nuevo Concordato
portugués de 2004 ha suprimido el sistema automático, la cláusula deja de tener sentido.
24
minorías religiosas no ha tenido eficacia civil42. Esta afirmación puede ahora
matizarse algo más.
Por un lado, el Derecho colonial español aceptó, en territorios españoles
africanos, una cierta eficacia al matrimonio islámico celebrado entre indígenas.
Así, en la época colonizadora, se dictaron para la provincia del Sahara español
un conjunto de disposiciones que establecían un peculiar estatuto jurídico para
los españoles indígenas. Entre ellas, destaca la Orden de 6.I.1956 que establecía
que los matrimonios entre indígenas que voluntariamente se inscriban en el
Registro civil, seguirían sometidos al régimen de las normas islámicas que rigen
el matrimonio conforme a su estatuto personal. De este modo, y en ese territorio
hasta su descolonización, fueron reconocidos tanto el matrimonio celebrado con
arreglo al Derecho islámico como la propia jurisdicción de los tribunales
religiosos cheránicos en los conflictos derivados de tales matrimonios.
Por otro lado, y dentro del Derecho común metropolitano, existían algunos
supuestos excepcionales en los que la forma religiosa no católica producía
algunos efectos jurídicos en el ámbito civil. Así, del Código civil anterior a la
Ley de 1981, se deducía que era válido y productor de efectos civiles en España
el matrimonio de súbditos españoles celebrado en el extranjero en la forma
religiosa no católica, si esa forma de celebración era suficiente en el país de
celebración del matrimonio. Por su parte, también era productor de efectos
civiles el matrimonio de extranjeros celebrado en España en forma confesional
distinta de la católica, si tal forma de celebración era admitida por su país de
origen.
No obstante estos supuestos excepcionales, la realidad era que el único
matrimonio confesional con eficacia civil celebrado entre españoles en España
era el canónico. Esto produjo que un sector de la doctrina española43, viniera
postulando una mayor eficacia de tales matrimonios en el Derecho español. Esta
corriente doctrinal encontró evidente impulso en la Constitución de 1978, en la
Ley de libertad religiosa de 1980, en la Ley de 1981 y en los Acuerdos con
varias confesiones religiosas minoritarias, en vigor desde noviembre de 1992.

2. EL MATRIMONIO DE LAS MINORÍAS RELIGIOSAS EN EL


CÓDIGO CIVIL

El antecedente inmediato de esta normativa, es la Ley orgánica 7/1980, 5


de julio, de libertad religiosa44. Esta disposición desarrolló el derecho

42. Sobre este extremo, vid. J. A. DE JORGE, El matrimonio de las minorías religiosas en
el Derecho español, Madrid 1986.
43. Cfr. R. NAVARRO-VALLS, El matrimonio religioso..., cit., pp. 185-217; J. A. DE
JORGE, El matrimonio de las minorías religiosas..., cit.
44. En realidad, el art. 32 CE de algún modo facilitó la posterior normativa, pues al decir
que la ley regularía «las formas de matrimonio» estaba indirectamente haciendo posible un
25
fundamental a la libertad religiosa y de culto. En su art. 2.1.b) estableció: «La
libertad religiosa y de culto garantizada por la Constitución comprende, con la
consiguiente inmunidad de coacción, el derecho de toda persona a (...) celebrar
sus ritos matrimoniales». Esta primera referencia al matrimonio confesional se
completó con el art. 7 de la misma ley. En éste, el Estado se obliga a desarrollar
los derechos individuales —entre ellos, el derecho a celebrar los ritos
matrimoniales— y también los comunitarios en el marco de «Acuerdos o
Convenios de cooperación con las Iglesias, Confesiones y Comunidades
religiosas inscritas en el Registro [de entidades religiosas], que por su ámbito y
número de creyentes hayan alcanzado notorio arraigo en España».
Así pues, la Ley de 1980 establecía una norma marco que los acuerdos con
las confesiones religiosas posteriormente desarrollarían. En materia de
matrimonio hacía una simple declaración de principios, aunque sin rellenarlo de
contenido. La situación continuaba indefinida en su concreto alcance.
Para entender la indefinición en que también se mueve la modificación del
Código civil operada por la Ley 30/1981, de 7 de julio, en la materia que ahora
se expone, no hay que olvidar que, cuando se dictó, solamente se había firmado
un acuerdo con una confesión religiosa: la Iglesia católica. Todavía no se había
desarrollado el art. 7 LOLR con los previstos acuerdos con otras confesiones
religiosas. Eso llevó a que la Ley de 1981 sólo desarrollara —en materia de
matrimonio religioso— las disposiciones del Acuerdo con la Santa Sede. Es
decir, sólo reguló adecuadamente el matrimonio canónico. Para el matrimonio
de las restantes confesiones, simplemente emitió una especie de normas en
blanco sin definidas consecuencias.
La norma básica fue el art. 59 C.c. En él, la eficacia del matrimonio
confesional en el Derecho español se supeditaba a estas dos condiciones: 1.º)
que la confesión religiosa a la que pertenece el contrayente, y cuyos ritos
matrimoniales desea utilizar civilmente como forma de prestación del
consentimiento, esté inscrita en el Registro de entidades religiosas; 2.º) que,
además, esa facultad haya sido concedida a la confesión de que se trate, bien por
acuerdo previo pactado con el Estado, o bien por éste unilateralmente, sin previo
acuerdo.
Respecto a la condición de la inscripción, baste decir que la normativa que
la regula45 la configura como un derecho, ya que sólo puede denegarse cuando
no se acrediten, junto a los fines religiosos de la entidad, algunos otros requisitos
primordialmente formales. La segunda condición (ley aprobatoria de acuerdo o
ley unilateral) se actualizó en 1992, aunque solamente en la modalidad de
acuerdos no en la de ley unilateral. De modo que, hasta hace muy poco, el
criterio seguido por el Derecho español era el contenido en la Resolución de la
DGRN de 6.V.1982 por la que, si un matrimonio religioso celebrado en forma
distinta de la canónica, «afecta a un contrayente español, el enlace no puede

sistema plural. Sin embargo, ya se vio que el único matrimonio confesional que enseguida se
reguló fue el canónico, en el Acuerdo sobre asuntos jurídicos de 1979 con la Santa Sede.
45. Contenida en el Real Decreto 142/1981, de 9 de enero.
26
estimarse hoy válido en España, ya que no existe todavía ningún acuerdo ni
autorización por ley estatal respecto de tales matrimonios».
Por lo demás, digamos que así como la celebración del matrimonio civil
debe ir precedida de un expediente previo tramitado conforme a la legislación
del Registro civil, de modo que se acredite previamente que los contrayentes
reúnen los requisitos de capacidad establecidos en el Código civil, los
matrimonios religiosos admitidos por esa norma en blanco que es el art. 59 C.c.
vienen, en principio, exentos de ese expediente previo. Por ello, siempre en
hipótesis, el único control para comprobar si no se han celebrado contraviniendo
las normas civiles de fondo sería el control post factum que realiza el juez
encargado de la inscripción civil, en los términos previstos por el art. 63 C.c., ya
analizados al estudiar el matrimonio canónico. Sin embargo, a diferencia de éste
último precepto —en el que admite la eficacia de las sentencias canónica, en los
términos ya vistos—, el Código civil nada dice sobre la posible eficacia civil de
las sentencias dictadas por aquellas jurisdicciones confesionales no católicas
radicadas en España. Todo el momento extintivo del matrimonio de estas
confesiones, viene, por tanto, exclusivamente regulado por el Derecho civil.
Esta regulación ha sido modificada en algunos extremos por los
Acuerdos aprobados por Leyes 24, 25 y 26/1992, de 10 de noviembre, de las
Cortes españolas, y previamente firmados por el Gobierno con la FEREDE, la
FCJ y la CIE, respectivamente.

3. EL MATRIMONIO RELIGIOSO EN LOS


ACUERDOS DE COOPERACIÓN DE 1992

A. Ámbito territorial y personal

Teniendo en cuenta el carácter territorial de las entidades firmantes de los


Acuerdos, es evidente —como ha hecho notar la Instrucción de la DGRN de
10.II.199346— que las disposiciones que regulan el matrimonio de las minorías
religiosas afectadas tienen limitado su campo de aplicación a los matrimonios en
forma religiosa que se celebren en España a partir de su entrada en vigor. Lo
que implica tanto el carácter irretroactivo de los tres Acuerdos, como su
exclusiva aplicación a los matrimonios en forma religiosa de esas tres
confesiones religiosas que se celebren en España. Queda, pues, fuera de las
previsiones legales «la inscripción de los matrimonios según los ritos
evángélicos, israelitas e islámicos que se celebren fuera del territorio español» 47.

46.Instrucción de la DGRN, de 10.II.1993, sobre la inscripción en el Registro civil de


determinados matrimonios celebrados en forma religiosa (BOE de 24 de febrero).
47. La misma Instrucción precisa, sin embargo, «que esos matrimonios (los celebrados
fuera de España), si afectasen a algún ciudadano español (cfr. arts. 15 LRC y 66 RRC),
podrán inscribirse en el Registro competente si (...) esas formas religiosas están admitidas por
la ley del lugar de celebración y se comprueba que han concurrido los requisitos legales
27
Igualmente, siguen regulados por el Código civil —y, por tanto, sin eficacia
civil directa— el matrimonio religioso de confesiones no integradas en la
FEREDE, la FCJ o la CIE.
A su vez, en una primera aproximación, parecería que la regulación
matrimonial contenida en los Acuerdos de 1992 solamente sería aplicable a los
matrimonios celebrados en España cuando uno o ambos contrayentes tengan la
nacionalidad española. Sin embargo, la propia Instrucción de 1993 dispone «que
los contrayentes extranjeros pueden, como hasta ahora, celebrar su matrimonio
en España en la forma religiosa admitida por la ley personal de alguno de ellos,
o bien, aunque esa forma religiosa no esté permitida por la ley personal de
ninguno de los contrayentes, podrán acogerse al sistema permitido para los
españoles» en los Acuerdos de 1992.

B. La celebración del matrimonio

Los Acuerdos establecen, respecto a la regulación que en el Código civil se


hace del matrimonio de las minorías religiosas, dos novedades de entidad. Antes
de la celebración del matrimonio se introduce un expediente civil previo y el
certificado acreditativo de la capacidad matrimonial de los contrayentes. En el
Código civil, como se vio, no se aludía para nada a la fase preparatoria del
matrimonio ni a la calificación previa de la capacidad. Es más, el art. 65 C.c.
expresamente excluía a los matrimonios religiosos del expediente civil previo.
Ahora, sin embargo, este tipo de matrimonios —a diferencia del canónico—
queda sujeto, al igual que el matrimonio civil, a un expediente que habrá de
tramitar el juez civil, en los términos previstos en los arts. 238-248 del
Reglamento del Registro civil. De ahí que la Instrucción de 1993 establezca que
«como regla general, la inscripción en el Registro competente de los
matrimonios previstos en los Acuerdos requerirá, previa instrucción del
oportuno expediente, la expedición de un certificado de capacidad matrimonial,
para cuya expedición habrá de comprobarse por el encargado que los futuros
contrayentes reúnen los requisitos exigidos por el Código civil, entre los que
están comprendidos, en su caso, los que deban ser apreciados por aplicación de
las normas españolas de Derecho internacional privado».
La excepción a este sistema es el Acuerdo con la CIE. En él no se establece
imperativamente la necesidad de expediente previo y consiguiente certificación
acreditativa de la capacidad matrimonial, ya que el art. 7.1 de dicho Acuerdo
sólo establece que «se atribuye efectos civiles al matrimonio celebrado según la
forma religiosa establecida en la Ley Islámica, desde el momento de su
celebración, si los contrayentes reúnen los requisitos de capacidad exigidos por
el Código civil». La acreditación de esta capacidad —a diferencia de los
Acuerdos con judíos y evangélicos— no se exige que se haga a través de
expediente previo a la celebración del matrimonio, sino a través de simple

exigidos (cfr. art. 65 CC), por medio de alguno de los procedimientos que señalan los
artículos 256 y 257 del Reglamento del Registro civil».
28
certificación expedida por el Registro civil antes de la inscripción del
matrimonio (art. 7.2)48. Para este supuesto la Instrucción de 1993 especifica que,
la calificación que se haga antes de la inscripción del matrimonio en el Registro,
«habrá de abarcar no sólo los requisitos formales de la certificación matrimonial,
sino también la concurrencia de todos los requisitos de fondo exigidos para la
validez civil del matrimonio». Sin embargo, la Instrucción observa que quienes
quieran contraer matrimonio islámico pueden acudir también al expediente
previo más certificación acreditativa de capacidad matrimonial, lo que es
aconsejable para facilitar la posterior inscripción.
Después de esa fase preparatoria, el matrimonio —que queda sujeto a todos
los efectos a las normas de fondo civiles49— se celebrará «ante los ministros de
culto de las Iglesias pertenecientes a la FEREDE» [para los musulmanes, los
ministros de culto pertenecientes a la CIE] o «según la propia normativa formal
israelita ante los ministros de culto de las Comunidades pertenecientes a la
FCJ». De la redacción de esos textos se deduce que lo único que el Estado
asume en el plano civil son las normas rituales o de forma de ambas
confesiones. La referencia a la propia normativa formal israelita, es un simple
reconocimiento de que las normas confesionales que regulan el matrimonio
judío tienen, en el marco del Derecho israelita, un fuerte componente jurídico.
Cosa que no ocurre con las normas rituales evangélicas50. Además, los textos de
los tres Acuerdos exigen la presencia, al menos, de dos testigos mayores de
edad.
Obsérvese que tiene singular importancia la condición de ministro
oficiante. Se requiere, por un lado, que sea ministro de culto perteneciente a la
FEREDE, la FCJ o la CIE en cada caso. No se exige la nacionalidad española de
los ministros; pero sí que pertenezcan a la FEREDE, a la FCJ o a la CIE. Por lo
demás, no se exige —como en las intese italianas— que, al oficiar el
matrimonio, los ministros de culto de ninguna de las tres confesiones realicen
ceremonias civiles de ningún tipo.

C. La inscripción en el Registro

48. Una exposición sobre diversos aspectos de la inscripción de los matrimonios


musulmanes puede verse en S. ACUÑA Y R. BARTOLOMÉ, El matrimonio islámico en el
Acuerdo con el Estado español de 1992, en A. MOTILLA (coord.), El matrimonio islámico y su
eficacia en el Derecho español, Córdoba 2003, pp. 138-141.
49. En las primeras redacciones se hablaba de reconocimiento de efectos civiles «del
matrimonio religioso judío» o «del celebrado según las normas de los respectivos
ordenamientos religiosos». Al eliminarse estas expresiones, se eliminaron también las
posibles dudas acerca de un reenvío a las normas de fondo de los ordenamientos
confesionales que las tengan.
50. Sobre el Derecho protestante, judío e islámico en materia de matrimonio, vid. M.
LÓPEZ ALARCÓN–R. NAVARRO-VALLS, Curso de Derecho matrimonial..., cit., pp. 463-472 y
bibliografía allí citada. Vid. también M. PERALES AGUSTÍ, El derecho matrimonial de las
confesiones religiosas minoritarias, en M. A. JUSDADO RUIZ-CAPILLAS (dir.), Derecho
matrimonial canónico y eclesiástico del Estado, Madrid 2006, pp. 311-332.
29
Así como la fase de celebración del matrimonio celebrado según las
normas del Derecho canónico reviste caracteres particulares respecto al
matrimonio religioso que ahora venimos estudiando, pues en el primero, además
de las normas jurídicas confesionales que regulan la forma de celebración,
operan también las relativas a capacidad y consentimiento, mientras que en el
segundo solamente se aceptan civilmente las relativas a las formas o ritos
matrimoniales, la inscripción en el Registro de estos matrimonios plantea —con
alguna variante— parecidos problemas51.
También para el matrimonio religioso no canónico se establecen dos
procedimientos de inscripción: la efectuada por los mismos contrayentes y la
operada por el ministro de culto. La primera vía no se establece como principal.
Solamente se hace una indirecta referencia a ella en los Acuerdos: «La
inscripción podrá ser promovida en cualquier tiempo, mediante presentación de
la certificación diligenciada a que se refiere el número anterior» (arts. 7.6
FEREDE y FCJ, y art. 7.4 CIE). Con lo que la inscripción efectuada por los
contrayentes, se prevé como subsidiaria, siendo la vía ordinaria la efectuada por
el ministro oficiante.
A diferencia del Acuerdo con la Santa Sede, en el que se establece un plazo
de cinco días para el envío por el párroco del título apto para la inscripción, en
los acuerdos con evangélicos, judíos y musulmanes se establece que se remitirá,
«acto seguido, al encargado del Registro civil competente para su inscripción».
Esta expresión es ambigua y puede generar incertidumbre o una innecesaria
inquietud, teniendo en cuenta que, en defecto de inscripción acto seguido (en el
Acuerdo con la CIE se omite esta expresión) por el ministro de culto, podrá ser
promovida en cualquier tiempo, también por los propios contrayentes52.
Por lo demás, al igual que el matrimonio canónico, los Acuerdos prevén un
control post factum, a cargo del juez encargado del Registro civil, es decir, un
control que actuará cuando se solicite la inscripción del matrimonio. Plantean
similares problemas respecto al matrimonio no inscrito, y la protección de los
terceros es idéntica a la prevista para el matrimonio canónico.

D. El momento extintivo

Los tres Acuerdos guardan silencio sobre la posible eficacia de las


sentencias de nulidad o divorcio que pudieran dictar los tribunales confesionales
evangélicos, judíos o islámicos. El silencio en el acuerdo con la FEREDE es

51. Vid. un amplio estudio en D. GARCÍA-HERVÁS, Contribución al estudio del


matrimonio religioso en España, según los Acuerdos con la Federación de Iglesias
Evangélicas y con la Federación de Comunidades Israelitas, en «Anuario de Derecho
Eclesiástico del Estado», 1991, pp. 589-607.
52. Esta dilación en el tiempo, ha llevado a la doctrina a hablar de una autonomía de la
voluntad por parte de los contrayentes para no inscribir su matrimonio. Cfr. Z. COMBALÍA, La
autonomía privada en la inscripción del matrimonio..., cit.
30
razonable, pues las confesiones protestantes —salvo la anglicana— carecen de
tribunales con jurisdicción propia. No ocurre así con los Derechos islámico y
judío, que tienen una jurisdicción confesional propia, al igual que el Derecho
canónico. De ahí que en la intesa italiana con los israelitas de aquel país —
aunque, ciertamente, por puro obsequio formal— al tiempo que se establece la
facultad de contraer matrimonio según el rito hebreo, se añade la facultad de
disolver matrimonios religiosos (sin efecto o relevancia civil), según la Ley de
la tradición hebrea53.
En el texto del Acuerdo español incluso esta referencia se ha omitido. No
cabe duda, así, que tanto la nulidad como la separación y el divorcio de los
matrimonios de evangélicos, judíos y musulmanes viene exclusivamente
regulada, a efectos civiles, por las normas civiles españolas. Tampoco tendrán
efecto civil alguno —salvo por el juego del Derecho internacional privado— las
sentencias dictadas por los tribunales rabínicos o islámicos. Al contrario de lo
que ocurre, como ya vimos, con pronunciamientos de nulidad o disolución de
matrimonio no consumado dictados por la jurisdicción canónica.

53. Cfr. R. BOTTA, L'intesa con gli israeliti, en «Quaderni di diritto e politica
ecclesiastica», 1987, pp. 95 ss.; R. BERTOLINO, Ebraismo italiano e l´intesa con lo Stato, en
«Il diritto ecclesiastico», 1984, pp. 321 ss.
31

Potrebbero piacerti anche