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§ 1. VISIÓN DE CONJUNTO
1. PRECEDENTES HISTÓRICOS
B. La II República
C. El régimen de Franco
5
doctrina jurídica y política. Pero, sobre todo a finales de la década de los
sesenta, entró en crisis, haciéndose necesaria, a juicio de unos y otros, su
revisión7. Las dos razones más frecuentemente invocadas en el período en que
se desenvolvió la crisis del Concordato fueron su falta de sintonía con la
doctrina del Concilio Vaticano II y la ausencia de adaptación a las nuevas
circunstancias de la sociedad española. Lo cierto es que, tras laboriosas
negociaciones para su revisión8, el Concordato de 1953 quedó derogado, al ser
sustituido íntegramente por los vigentes Acuerdos entre la Santa Sede y el
Estado español de 1976 y 1979, a los que nos referiremos en su momento.
En cuanto a las confesiones no católicas, hasta 1967 sólo se les concedió
un régimen de tolerancia del culto privado 9 que, según se deduce del estudio de
la jurisprudencia del momento, fue aplicado con criterios muy restrictivos 10.
A partir de entonces, con la promulgación de la Ley sobre libertad
religiosa11 quedó establecida una dualidad de regímenes cultuales en España:
«El régimen concordatario y de reconocimiento especial para la Religión
católica y el régimen legal, que regula la actividad y constitución de las demás
confesiones»12. Las confesiones no eran reconocidas como tales, sino que
debían acogerse a la figura de asociaciones inscritas en el Registro del
Ministerio de Justicia, a las que se aplicaba un régimen especial, distinto del
común de la ley de asociaciones. Reconocía a las minorías no católicas un
régimen de libertad religiosa, ciertamente no muy amplio, pero con plenas
garantías jurídicas y menos restringido que el tratamiento que el Derecho
español de la época daba a los demás derechos civiles.
15. Vid. la sección Legislación de las Comunidades Autónomas del Estado Español que,
desde su primer volumen aparecido en 1985, ha venido publicando el «Anuario de Derecho
Eclesiástico del Estado». En cuanto a la elaboración doctrinal sobre la materia, vid. los
estudios enumerados en AA.VV., Tratado de Derecho eclesiástico, Pamplona 1994, p. 336.
16. Cfr. en este sentido E. GARCÍA DE ENTERRÍA–T. R. FERNÁNDEZ, Curso de Derecho
administrativo, I, Madrid 1989, p. 300. Vid. también L. LÓPEZ GUERRA, Prólogo a la 3.ª ed.
de Constitución española, Tecnos, Madrid 1985, pp. 22 s.
17. En relación con este punto, parece claramente acertado lo que advierte González del
Valle: «Conviene no confundir la jerarquía de normas —la Constitución es la norma
suprema— con la jerarquía de fuentes. El máximo rango en la jerarquía de fuentes lo ocupan
los principios generales del Derecho. Como dice el artículo 1 del Código civil, los principios
generales del Derecho se aplicarán en defecto de ley e informan el ordenamiento jurídico» (J.
M.ª GONZÁLEZ DEL VALLE, Derecho eclesiástico español, 5.ª ed. actualizada por M.
Rodríguez Blanco, Madrid 2002, p. 64).
8
CE)18 y de las leyes orgánicas (art. 81 CE)19 en el conjunto de las leyes
españolas. E igualmente hay que tener presentes los principios de legalidad y
jerarquía normativa, a efectos de enjuiciar la eficacia de las normas dictadas por
la Administración (art. 103.1 CE)20.
§ 2. FUENTES PACTICIAS
DEL DERECHO ECLESIÁSTICO
18. Sobre los tratados internacionales, su valor en Derecho interno y su rango normativo
vid., entre otros, E. GARCÍA DE ENTERRÍA–T. R. FERNÁNDEZ, Curso de Derecho
administrativo, cit., pp. 170-172.
19. Sobre las leyes orgánicas y su rango normativo, Ibidem, pp. 149-161.
20. Sobre las competencias de la Administración en materia religiosa vid., por ejemplo,
M.ª BLANCO, La administración civil competente en materia religiosa, en «Anuario de
Derecho Eclesiástico del Estado», 1990, pp. 13 ss.
21. Cfr. J. MARTÍNEZ-TORRÓN, La protección internacional de la libertad religiosa, en
AA.VV., Tratado de Derecho eclesiástico, cit., pp. 141-239, con las oportunas referencias
bibliográficas.
22. Cfr. P. A. D’AVACK, Trattato di diritto ecclesiastico italiano, Parte generale, 2.ª ed.,
Milano 1978, pp. 30 s.
9
expresamente citada en la Constitución, entre los numerosos convenios
internacionales para la salvaguarda de los derechos humanos ratificados por
España, tienen particular importancia en relación con la materia religiosa: la
Convención para la protección de los derechos del hombre y de las libertades
fundamentales (elaborada en el Consejo de Europa; Roma, 4.XI.1950; ratificada
por España el 4.X.1979); la Convención sobre la lucha contra la discriminación
en el campo de la enseñanza (elaborada en la UNESCO; París, 14.XII.1960;
entró en vigor en España el 20.XI.1969); el Pacto internacional de derechos
civiles y políticos (elaborado en las Naciones Unidas; Nueva York,
16.XII.1966; entró en vigor en España el 27.VII.1977) 23. Por lo demás, en esta
materia debe tenerse presente cuanto dijimos al tratar de la libertad religiosa
como derecho humano en el capítulo I. En cambio, ahora fijaremos nuestra
atención en la Unión Europea.
23. Para el texto de estos convenios vid., por ejemplo, J. HERVADA–J. M. ZUMAQUERO,
Textos internacionales de derechos humanos, I, 2.ª ed., Pamplona 1992, pp. 182-221, 356-
365, 559-581. Para la materia que aquí interesa, vid. también J. FORNÉS–M.ª BLANCO–B.
CASTILLO–F. PÉREZ-MADRID, Legislación eclesiástica, 5.ª ed., Pamplona 2003, pp. 35 ss.
24. F. GONZÁLEZ NAVARRO, Derecho administrativo español, 1, Pamplona 1987, p. 353.
Cfr. también Ibidem, p. 354. Vid., en relación con la materia, E. GARCÍA DE ENTERRÍA–T. R.
FERNÁNDEZ, Curso de Derecho administrativo, cit., pp. 173-183.
25. Cfr., entre otros, G. ROBBERS, Estado e Iglesia en la Unión Europea, en AA.VV.,
Estado e Iglesia en la Unión Europea, Baden-Baden 1996; A. CASTRO JOVER (ed.), Iglesias,
confesiones y comunidades religiosas en la Unión Europea, San Sebastián 1999; A.
FERNÁNDEZ-CORONADO, Posibilidades de un sistema supranacional de Derecho
eclesiástico en el marco de la Unión Europea, en AA.VV., La armonización legislativa de la
Unión Europea, II, Madrid 2000, pp. 79 ss.; S. BERLINGÒ (dir.), Code Européen. Droit et
religions, Milano 2001; J. FORNÉS, La libertad religiosa en Europa, en «Anuario de Derecho
Eclesiástico del Estado», 2005, pp. 17-38.
10
por los Tratados y acuerdos negociados directamente entre los gobiernos de los
Estados miembros; y en segundo lugar, al Derecho derivado.
El Tratado de la Unión aprobado en Maastricht en 1992, y modificado en
la reunión de Amsterdam de 1997, establece en su art. 6 que la Unión se basa en
los principios de libertad, democracia, respeto de los derechos humanos y de las
libertades fundamentales y el Estado de Derecho. Por otra parte, la Unión se
compromete a respetar los derechos fundamentales tal y como se garantizan en
el Convenio de Roma de 1950 y tal y como resultan de las tradiciones
constitucionales comunes a los Estados miembros, como principios generales
del Derecho comunitario26. En fin, la Declaración 11 del Tratado de Ámsterdam
de 1997 señala que «la Unión Europea respeta y no prejuzga el estatuto
reconocido, en virtud del derecho nacional, a las iglesias y a las asociaciones o
comunidades religiosas en los Estados miembros»27.
Es preciso destacar también la Carta europea de derechos fundamentales
aprobada en Niza en el año 200028, que recoge en un único texto, por primera
vez en la historia de la Unión Europea, el conjunto de los derechos civiles,
políticos, económicos y sociales de los ciudadanos europeos y de todas las
personas que viven en el territorio de la Unión. En su art. 10 reconoce la
libertad de pensamiento, conciencia y religión y el derecho a la objeción de
conciencia de acuerdo con las leyes nacionales que regulen su ejercicio 29.
Aunque carece de valor vinculante, está prevista su inclusión en la Constitución
europea, en cuyo texto, por otra parte, se hace referencia al estatuto de las
iglesias y comunidades religiosas en el art. 52.
Respecto al Derecho derivado —reglamentos, directivas, decisiones,
recomendaciones y dictámenes—, tampoco hay disposiciones específicas sobre
el hecho religioso pero sí —no podía ser de otro modo—, menciones concretas
en diversas reglamentaciones30.
26. Por otra parte, el Tratado de Amsterdam de 2.X.1997 (cfr. art. 2.7) inserta el artículo
según el cual «el Consejo, por unanimidad, a propuesta de la Comisión y previa consulta al
Parlamento Europeo, podrá adoptar medidas adecuadas para luchar contra la discriminación
por motivos de sexo, de origen racial o étnico, religión o convicciones…». Vid. en J. FORNÉS–
M.ª BLANCO–B. CASTILLO–F. PÉREZ-MADRID, Legislación eclesiástica, cit., p. 53.
27. Vid. Ibidem, p. 54.
28. Vid. Ibidem, pp. 55 ss.
29. Además, en el art. 14.3 reconoce el derecho de los padres a garantizar la educación y
la enseñanza de sus hijos conforme a sus convicciones religiosas, filosóficas y pedagógicas;
en el art. 21 prohíbe la discriminación por razón de religión; y en el art. 22 la Unión declara
que respeta la diversidad religiosa. Del carácter jurídico y ámbito de aplicación de la Carta se
ocupa el art. 51. Vid. en la compilación citada en la nota anterior. Sobre esta materia, cfr. M.ª
BLANCO, El derecho de libertad religiosa. Reflexiones en torno a la Carta Europea de
derechos fundamentales, en AA.VV., Territorialità e personalità nel Diritto canonico ed
ecclesiastico, Budapest 2002, pp. 839 ss.
30. Es el caso del Reglamento (CE) n.º 2201/2003 del Consejo de 27 de noviembre de
2003 relativo a la competencia, el reconocimiento y la ejecución de resoluciones judiciales en
materia matrimonial y de responsabilidad parental (DOCE de 23 de diciembre de 2003). Vid.
también J. FORNÉS, La libertad religiosa en Europa…cit., pp. 17-38.
11
En cuanto a la jurisprudencia, el Tribunal de Justicia de las Comunidades
Europeas se ha pronunciado en materia de derechos humanos y, en concreto, en
algunos supuestos relacionados con la libertad religiosa, si bien lo ha hecho, en
general, de modo indirecto31. En cambio, conviene recordar aquí que el
Tribunal Europeo de derechos humanos, con sede en Estrasburgo y competencia
para el cumplimiento del Convenio para la protección de los derechos humanos
y libertades fundamentales, se ha pronunciado en distintas ocasiones en
materias relativas a la tutela del derecho de libertad religiosa 32.
31. Cfr. J. M.ª GONZÁLEZ DEL VALLE, Derecho eclesiástico español, cit., pp. 62 s. Da
noticia de los casos Ivonne van Duyn v. Home Office (4.XII.1974), Vivien Prais v. Consejo de
las Comunidades Europeas (27.X.1976), Baghwan (196/87), Rosmaalen v. Bestuir (300/84) y
Association Église de scientologie de Paris (14.III.2000).
32. Vid. J. MARTÍNEZ-TORRÓN, El derecho de libertad religiosa en la jurisprudencia en
torno al Convenio europeo de derechos humanos, en «Anuario de Derecho Eclesiástico del
Estado», 1986, pp. 403-496; IDEM, La protección internacional de la libertad religiosa, en
AA.VV., Tratado de Derecho eclesiástico, cit., pp. 141-239; IDEM, La libertad religiosa en
los últimos años de la jurisprudencia europea, en «Anuario de Derecho Eclesiástico del
Estado», 1993, pp. 53 ss.; IDEM, The European Court of Human Rights and Religion, en «Law
and Religion», Oxford 2001, pp. 185 ss. Como un ejemplo gráfico quizá resulte útil recordar
aquí el conocido caso Kokkinakis, de 25.V.1993. Vid., en efecto, Cour Européenne des Droits
de l’Homme, Affaire Kokkinakis c. Grèce (3/1992/348/421), en «Anuario de Derecho
Eclesiástico del Estado», 1993, pp. 625-651. En relación con la materia, vid. J. MARTÍNEZ-
TORRÓN, La libertad de proselitismo en Europa, en «Quaderni di diritto e politica
ecclesiastica», 1994/1, p. 69; F. PÉREZ-MADRID, La tutela penal del factor religioso en el
Derecho español, Pamplona 1995, pp. 200-202; M.ª J. CIÁURRIZ, El derecho de proselitismo
en el marco de la libertad religiosa, Madrid 2001. Otros casos han sido: Hoffmann c. Austria
(23.VI.1993), Otto Preminger-Institut c. Austria (13.VII.1995), Manoussakis y otros c. Grecia
(26.IX.1996), Wingrove c. Reino Unido (25.XI.1996), Pentidis y otros c. Grecia (9.VI.1997),
Larissis y otros c. Grecia (24.II.1998), Tsavachidis c. Grecia (21.I.1999), Riera Blume y otros
c. España (14.X.1999), Serif c. Grecia (14.XII.1999), Thilmmenos c. Grecia (6.IV.2000),
Asociación litúrgica judía Cha’are Shalom Ve Tsedek c. Francia (27.VI.2000), Hasan y
Chaush c. Bulgaria (26.X.2000), etc. Vid. J. MARTÍNEZ-TORRÓN, La protección de la
libertad religiosa en el sistema del Consejo de Europa, en AA.VV., Proyección nacional e
internacional de la libertad religiosa, Madrid 2001, pp. 89-131.
12
Teniendo en cuenta la personalidad en el orden internacional de la Santa
Sede, como cabeza de la Iglesia católica, al estipular los acuerdos
concordatarios, éstos adoptan una interesantísima posición en relación con el
ordenamiento jurídico estatal. En razón de la materia, los concordatos se ocupan
de problemas que afectan al estatuto jurídico de la Iglesia católica en el
ordenamiento interno del Estado y a derechos y deberes de los súbditos
católicos, relacionados con el ejercicio de los derechos civiles en materia
religiosa. En razón de la forma de su gestación y de la naturaleza del sujeto con
el que el Estado concuerda, los acuerdos concordatarios son negocios jurídicos
de Derecho público externo, celebrados por vía diplomática.
Aunque no han faltado tesis en contrario 33, hoy se admite unánimemente
en la doctrina que son acuerdos con naturaleza jurídica de tratado internacional.
Ambas partes contratantes quedan ligadas a lo concordado en virtud del
principio pacta sunt servanda. Esta obligación las vincula en un ámbito jurídico
superior al de sus respectivos ordenamientos.
Hay que advertir, sin embargo, que la consideración pacticia o contractual
no agota la naturaleza jurídica del concordato. Es cierto que a veces contienen
cláusulas, destinadas a resolver problemas concretos, que engendran entre las
partes obligaciones determinadas, no susceptibles de aplicación indefinida, y
que pueden considerarse cumplidas una vez hechas las consiguientes
prestaciones. Sin embargo, en lo fundamental, los concordatos establecen reglas
de Derecho objetivo, que «disciplinan con carácter genérico e indefinido, un
núcleo de relaciones específicas siempre que se produzcan en el futuro» 34. De
aquí la afirmación del carácter normativo del concordato, construcción
elaborada al filo de la doctrina de los tratados-leyes, surgida en el campo del
Derecho internacional35. El efecto primordial del concordato-pacto serían las
obligaciones que las partes contraen para que existan normas con un
determinado contenido en el ámbito de sus respectivos ordenamientos internos.
33. Las tesis contrarias a la calificación de los concordatos como convenios bilaterales de
Derecho público externo no encuentran hoy partidarios y pueden considerarse por completo
superadas. Suelen, sin embargo, reseñarse en la manualística, más con una preocupación de
erudición, que como opiniones presentes en la doctrina actual. Cfr. el resumen que ofrece, por
ejemplo, J. GIMÉNEZ Y MARTÍNEZ DE CARVAJAL, Los concordatos en la actualidad, en
AA.VV., Derecho canónico, vol. 2, Pamplona 1974, pp. 354-355. Vid. también A. MOTILLA,
Los acuerdos entre el Estado y las confesiones religiosas en el Derecho español, Barcelona
1985; F. PÉREZ-MADRID, Los principios concordatarios en los comienzos del siglo XXI, en J.
M.ª VÁZQUEZ GARCÍA-PEÑUELA (ed.), Los Concordatos: pasado y futuro, Granada 2004, pp.
503-518.
34. A. BERNÁRDEZ, Reflexiones sobre la inserción de los concordatos en el Derecho
internacional, en AA.VV., Homenaje al profesor Giménez Fernández, vol. I, Sevilla 1967, p.
4.
35. R. NAVARRO-VALLS, Convergencia concordataria e internacionalista en el «accord-
normatif», en «Ius Canonicum», 1965, pp. 141-152; IDEM, Los Estados frente a la Iglesia, en
«Anuario de Derecho Eclesiástico del Estado», 1993, pp. 17 ss.; A. MOTILLA, Los
acuerdos…, cit., pp. 117 ss.
13
De aquí que cumpla la función de fuente del Derecho eclesiástico del Estado
signatario.
El problema fundamental que, en su momento, preocupó a la doctrina es
determinar si el acuerdo normativo tiene eficacia en los ordenamientos internos
desde el momento de su conclusión o si es necesario un nuevo acto, de índole
legislativa, para que la obligación que liga a las partes desde la perfección del
negocio de Derecho público externo, obligue también a los respectivos subditi
legum en el ordenamiento jurídico interno. Por lo que se refiere a la Iglesia el
problema es más aparente que real, dado que los concordatos son estipulados
por los plenipotenciarios del Romano Pontífice, el cual goza en la Iglesia de
plena potestad legislativa; en el ordenamiento canónico no cabe duda de que el
concordato, una vez promulgado tiene plena eficacia interna. En cambio, en el
ámbito estatal el problema afecta a delicadas cuestiones constitucionales
relativas a la división de poderes. En efecto, los concordatos son negociados por
el Gobierno, aunque se firmen por plenipotenciarios del Jefe del Estado; en
cambio, la función legislativa, en los Estados democráticos, corresponde a las
Cámaras.
El problema se supera en la práctica mediante la figura de la autorización
para la ratificación por las Cámaras legislativas. El acuerdo, una vez estipulado,
se somete a la consideración de las Cámaras, para obtener su autorización. Si
ésta es denegada, el acuerdo queda sin efecto; en cambio, si las Cámaras
conceden su autorización, se procede a la ratificación del acuerdo por vía
diplomática. A este respecto ha de tenerse en cuenta lo establecido en el art. 94
CE. Como puede observarse, difícilmente sería posible un acuerdo
concordatario en España, sin autorización de las Cortes Generales. Esta
exigencia es mayor aún si se trata «de tratados por los que se atribuya a una
organización o institución internacional el ejercicio de competencias derivadas
de la Constitución». En el primer caso, el art. 93 exige que la autorización se
haga mediante ley orgánica; en el segundo, obviamente, se exige «la previa
revisión constitucional» (art. 95).
En el Derecho español, aun cuando en el plano doctrinal ha existido
diversidad de opiniones en cuanto al fundamento de la eficacia interna de los
tratados normativos (y de los concordatos, plenamente equiparados a ellos en
este punto), se venía entendiendo que los tratados debidamente concluidos sólo
necesitaban para tener plena eficacia en el ordenamiento español el requisito de
la publicación en el BOE. Así lo entendió el Consejo de Estado en el dictamen
n. 38.990, de 4 de abril de 1974 36. Este mismo criterio está presente en el art.
1.5 del C.c. y en el art. 96 CE. Por tanto, en Derecho español, un acuerdo
concordatario, una vez publicado en el BOE, constituye una ley con eficacia
innovadora en el ordenamiento interno37.
36. Cfr. la reseña doctrinal que ofrece M. GITRAMA GONZÁLEZ, El concordato como
fuente en el Derecho Civil, en «Revista General de Derecho», 1978, pp. 7-12; A. MOTILLA,
Los acuerdos…, cit., pp. 173 ss.
37. En esta línea, la STC 66/1982, de 12 de noviembre, con referencia al Acuerdo sobre
asuntos jurídicos, subraya este carácter internacional. Y es evidente que esta afirmación es
14
2) Concordato y normas para su aplicación
aplicable al resto de los Acuerdos vigentes. «No podemos menos de constatar —dice, en
efecto, la aludida sentencia— que este Acuerdo del Estado Español y la Santa Sede tiene
rango de tratado internacional y, por tanto, como aprecia el Fiscal, se inserta en la
clasificación del artículo 94 de la Constitución española (…) y una vez publicado oficialmente
el tratado, forma parte del ordenamiento interno» (FJ 5).
38. Art. 7 del Acuerdo sobre asuntos jurídicos, art. 16 del Acuerdo sobre enseñanza y
asuntos culturales, art. 7 del Acuerdo sobre la asistencia religiosa a las fuerzas armadas y
servicio militar de clérigos y religiosos, y art. 6 del Acuerdo sobre asuntos económicos.
39. Cfr. J. MALDONADO, Curso de Derecho Canónico para juristas civiles. Parte
general, Madrid 1967, pp. 83-84. Vid. también L. PÉREZ MIER, Concordato y ley concordada,
en «Revista Española de Derecho Canónico», 1946, pp. 319-355.
15
instrumento bilateral; 3.ª) la denuncia formal en caso de violación de lo
convenido por una de las partes, de modo que la otra dejaría de estar obligada a
guardar el acuerdo, en aplicación del principio frangenti fidem, fides non est
servanda40; 4.ª) la aplicación de la cláusula rebus sic stantibus, ya que un
acuerdo se estipula en el contexto de unas concretas circunstancias y un cambio
profundo de éstas puede convertir al tratado en injusto o perjudicial para una de
las partes; 5.ª) finalmente, el cambio en las partes contratantes, hipótesis
difícilmente concebible con respecto a la Iglesia, pero no en lo que atañe al
Estado, en el que puede darse, por ejemplo, una radical transformación que
afecte a la misma identidad o independencia del Estado; en todo caso, en este
último supuesto, la praxis concordataria ha demostrado una gran capacidad de
adaptación a todo tipo de cambios, no sólo constitucionales, sino también
territoriales, dada la flexibilidad demostrada en éste, como en otros campos, por
la diplomacia pontificia41.
En cambio, de lo expuesto se deduce claramente que se considera ilegítima
la extinción basada en la sola voluntad de una de las partes: es decir, por
denuncia unilateral. A este respecto debe tenerse en cuenta el art. 96 CE.
La extinción de los acuerdos concordatarios implica la automática pérdida
de la vigencia en el ordenamiento español de las normas de Derecho objetivo en
ellos incluidas. No implica, en cambio, la derogación de las normas dictadas por
el Estado para su ejecución. Estas normas pierden, sin embargo, su vinculación
con obligaciones de Derecho público externo, quedando desde ese momento
supeditada su vigencia a la sola voluntad de los órganos legislativos estatales.
40. Parece de interés subrayar que la Santa Sede «no suele, a pesar de las violaciones que
haya cometido la otra parte, denunciar definitivamente un concordato. Se limita a elevar su
protesta, pero sigue considerando válido el acuerdo. Así, por ejemplo, ante las reiteradas
violaciones del Concordato español de 1851 o del alemán de 1933, la Santa Sede protestó
solemnemente, pero no llegó a una denuncia formal» (J. GIMÉNEZ Y MARTÍNEZ DE
CARVAJAL, Los concordatos en la actualidad, cit., p. 371).
41. Cfr. Ibidem, pp. 368-376.
42. Cfr. J. FORNÉS, El nuevo sistema concordatario español..., cit., p. 17.
16
ellos y, en concreto, remisiones o referencias expresas al Acuerdo de 1976; y,
en fin, el importante preámbulo de este último sirve para introducir no sólo su
articulado, sino también los demás Acuerdos.
En cuanto al efecto de derogar el Concordato de 1953 y sus convenios
complementarios, hay simplemente que observar que el único texto no recogido
en las disposiciones derogatorias de ninguno de ellos es el Convenio de 5 de
abril de 1962 sobre el reconocimiento, a efectos civiles, de estudios de ciencias
no eclesiásticas realizados en Universidades de la Iglesia. El sentido de tal
omisión, y de su continuidad en la vigencia, ha de entenderse sobre la base de
algunas de las normas contenidas en el Acuerdo sobre enseñanza y asuntos
culturales.
A estos Acuerdos hay que añadir el firmado el 21.XII.1994 (en vigor, el
4.VII.1995 por canje de notas) sobre asuntos de interés común en Tierra
Santa43.
45. Vid., con todo, las observaciones de D. GARCÍA-HERVÁS, Contribución al estudio del
matrimonio religioso en España, según los Acuerdos con la Federación de iglesias
evangélicas y con la Federación de comunidades israelitas, en «Anuario de Derecho
Eclesiástico del Estado», 1991, p. 593.
46. En efecto, los Acuerdos vigentes fueron aprobados por el Consejo de Ministros el
10.IV.1992. El 28.IV.1992 se firmaron por el Ministro de Justicia, habilitado al efecto por el
Consejo de Ministros, y los representantes de las respectivas Federaciones y Comisión. Las
leyes de aprobación fueron promulgadas con fecha de 10.XI.1992 y publicadas en el BOE el
12.XI.1992.
47. Cfr. M.ª J. VILLA, Reflexiones en torno al concepto de «notorio arraigo» en el art. 7
de la Ley Orgánica de Libertad religiosa, en «Anuario de Derecho Eclesiástico del Estado»,
1985, pp. 143-183. Vid. también el dictamen del Consejo de Estado, de 31.I.1991 y J.
MANTECÓN (coord.), Los Acuerdos con las confesiones minoritarias…, cit.
18
2) Naturaleza jurídica y contenido
§ 3. FUENTES UNILATERALES
DEL DERECHO ECLESIÁSTICO
Son fuentes unilaterales del Derecho eclesiástico español todas las
disposiciones aplicables a la regulación de la dimensión social del factor
religioso cuya vigencia depende exclusivamente de la dinámica interna del
Estado. Pero tienen especial relieve para el Derecho eclesiástico las
disposiciones que contemplan, de manera directa y específica, materias de
índole religiosa. Entre éstas, hay que destacar, algunas normas constitucionales
y la LOLR.
50. Cfr. las disposiciones adicionales primera y segunda de los tres Acuerdos. En esta
línea, también es de interés la disposición adicional tercera. Vid. J. FORNÉS, El refuerzo de la
autonomía de las confesiones en los Acuerdos españoles con confesiones religiosas
minoritarias, en AA.VV., Acuerdos del Estado con confesiones religiosas minoritarias,
Madrid 1996, pp. 283-305; J. MANTECÓN (coord.), Los Acuerdos con las confesiones
minoritarias..., cit.
51. Vid., entre otros, J. J. AMORÓS AZPILICUETA, La libertad religiosa en la
Constitución..., cit.; D. TIRAPU, Interpretaciones de la Constitución y libertad religiosa, en
«Anuario de Derecho Eclesiástico del Estado», 1989, pp. 109 ss.; E. MOLANO, El Derecho
20
este sentido, el art. 14 —en el que se proclama la igualdad de los españoles, sin
que pueda prevalecer discriminación alguna, entre otras circunstancias o
condiciones personales, por razón de religión— y el art. 16 —en el que se
regula la libertad religiosa de los individuos y las comunidades; la no
confesionalidad o laicidad del Estado, pero no de desconocimiento del
fenómeno religioso, sino de valoración positiva de esa dimensión trascendente,
individual y colectiva, de la persona; la cooperación de los poderes públicos con
la Iglesia católica y las demás confesiones—. Pero son importantes también
otros preceptos como, por ejemplo, el art. 1.1 52; el 9.253; el 27.3; etc.; y, en
especial, el art. 10.1 que —al reconocer que «la dignidad de la persona» y «los
derechos inviolables que le son inherentes» son, entre otros aspectos, el
«fundamento del orden político y de la paz social»— se constituye en el eje no
sólo del Derecho eclesiástico, sino de todo nuestro ordenamiento jurídico que
no puede prescindir de ese radical fundamento.
Por esto, es importante interpretar adecuadamente al art. 1.1 CE, ya que el
valor superior de que ahí se habla, junto con la libertad, la justicia y la igualdad,
es el pluralismo «político». No se trata de un pluralismo absoluto, total, sino un
pluralismo con un calificativo preciso: «político». Lo cual viene a indicar que
nuestro ordenamiento jurídico ha de tutelar unas realidades que son únicas, no
sustancialmente variables (no son flatus vocis, que pueden significar cualquier
cosa), con distintos medios —pluralismo político—, pero siempre sobre la base
de una única realidad; es decir, tal como las cosas son ontológica y
objetivamente —por ejemplo, la dignidad de la persona, del art. 10,1; la libertad
65. Cfr. J. M.ª GONZÁLEZ DEL VALLE, La regulación legal..., cit., pp. 271-273.
66. J. CALVO-ÁLVAREZ, Orden público y factor religioso en la Constitución española,
Pamplona 1983, pp. 279 s. Vid. también el estudio de Z. COMBALÍA, Los límites del derecho
de libertad religiosa, en AA.VV., Tratado de Derecho eclesiástico, cit., pp. 469-510 y la
monografía de F. PÉREZ-MADRID, Inmigración y libertad religiosa, Madrid 2004, pp. 68-71 y
96-100.
67. «La libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más
restricciones que las que, previstas por la Ley, constituyan medidas necesarias, en una
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Y, en fin, resulta de interés recordar la doctrina del TC sobre la materia,
como, por ejemplo, la Sentencia 46/2001, de 15 de febrero, en la que se señala
que «el orden público no puede ser interpretado en el sentido de una cláusula
preventiva frente a eventuales riesgos, porque en tal caso ella misma se
convierte en el mayor peligro cierto para el ejercicio de ese derecho de
libertad. Un entendimiento de la cláusula de orden público coherente con el
principio general de libertad que informa el reconocimiento constitucional de
los derechos fundamentales obliga a considerar que, como regla general, sólo
cuando se ha acreditado en sede judicial la existencia de un peligro cierto para
“la seguridad, la salud y la moralidad pública”, tal como han de ser entendidas
en una sociedad democrática, es pertinente invocar el orden público como límite
al ejercicio del derecho de libertad religiosa y de culto». O la STC 159/86, de 12
de diciembre, en la que se subraya que «la fuerza expansiva de todo derecho
fundamental restringe el alcance de las normas limitadoras del mismo. De ahí la
exigencia de que los límites de los derechos fundamentales hayan de ser
interpretados con criterios restrictivos y en el sentido más favorable a la eficacia
y a la esencia de tales derechos»69.
71. El art. 7 del anteproyecto constitucional era del siguiente tenor: «1. Las normas
generales del Derecho internacional tienen fuerza de ley en el ordenamiento jurídico interno.
2. Los tratados válidamente celebrados tendrán, una vez publicados, jerarquía superior a la de
las leyes. (...)» (en «Boletín Oficial de las Cortes», de 17.IV.1978).
72. Cfr., entre otros, J. M. SERRANO ALBERCA, Comentario al artículo 96 de la
Constitución, en AA.VV., Comentarios a la Constitución, Madrid 1980, p. 971; L. SÁNCHEZ
AGESTA, La jerarquía normativa en la Constitución de 1978, en AA.VV., La Constitución
española y las fuentes del Derecho, vol. 3, Madrid 1979, pp. 1900 ss.; IDEM, Sistema político
de la Constitución española de 1978, Madrid 1980, p. 298; F. SANTAOLALLA LÓPEZ, Los
tratados como fuente del Derecho en la Constitución, en «Revista de Administración
Pública», 1979, pp. 7-32.
73. Cfr. E. GARCÍA DE ENTERRÍA–T. R. FERNÁNDEZ, Curso de Derecho administrativo,
cit., p. 300. Vid. también L. LÓPEZ GUERRA, Prólogo, cit.,, pp. 22 s.
74. En este sentido, García de Enterría —remitiéndose a Rodríguez Zapata (Derecho
internacional y sistema de fuentes del Derecho: la Constitución española, en AA.VV., La
Constitución española de 1978. Estudio sistemático, Madrid 1981, p. 606)— subraya
claramente que la respuesta al aparente problema de la prelación o contradicción entre el
tratado y la ley —sea orgánica o no— «hay que buscarla no en el principio de jerarquía, sino
en el principio de competencia, que coprotagoniza con él, en el vigente marco constitucional,
la explicación de la vertebración y estructuración de nuestro ordenamiento jurídico. La
materia cubierta por los Tratados y convenios internacionales suscritos por España queda
acotada como una esfera autónoma más dentro de nuestro concreto sistema de fuentes y
sometida a un tratamiento procesal específico, el propio del Derecho internacional (...),
tratamiento que la defiende frente a eventuales invasiones por cualesquiera tipos de normas
legales cuyo ámbito operativo se circunscribe a bloques de materias diferentes y separados»
(E. GARCÍA DE ENTERRÍA–T. R. FERNÁNDEZ, Curso de Derecho administrativo, cit., p. 172).
En relación con el problema del rango normativo de las leyes orgánicas, vid. Ibidem, pp. 151-
152; también M. LÓPEZ ALARCÓN, Las entidades religiosas, en la 2.ª edición de esta obra,
Pamplona 1983, p. 345, con las referencias bibliográficas oportunas.
75. Vid. lo dicho sobre esta cuestión por J. MARTÍNEZ-TORRÓN, Jerarquía y
antinomias..., cit., pp. 141 s.
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En la Exposición de motivos del proyecto de LOLR, ésta era calificada
como una norma-marco: «La Ley —se decía— ha pretendido, en suma, ser una
norma de marco, caracterizada por su flexibilidad, con el objeto de que puedan
tener cabida en ella las múltiples formas de manifestación del fenómeno
religioso...»76. Por consiguiente, la LOLR tiene como ámbito de aplicación —y
en este sentido, resulta también ilustrativo lo subrayado en la Exposición de
motivos del proyecto— aquellas materias que no estén reguladas en los
específicos tratados internacionales —acuerdos con la Iglesia católica— y, en
su caso, en las leyes especiales que suponen los acuerdos o convenios de
cooperación con las iglesias, confesiones y comunidades religiosas, previstos en
el art. 7 de la propia Ley. Estos últimos aparecen indudablemente incluidos en
el radio de acción de la LOLR y son una consecuencia de lo en ella regulado, al
contemplar la posibilidad de que la cooperación del Estado con las confesiones
se articule a través de ellos. Y en este sentido, se nos muestran como el medio
adecuado para reconocer a cada confesión religiosa el estatuto específico que
según su peculiar fisonomía le corresponde, sin merma alguna del principio de
igualdad.
77. Cfr. F. FINOCCHIARO, Diritto ecclesiastico, 8.ª ed., Bologna 2000, p. 85.
78. En cuanto a las confesiones minoritarias, vid., por ejemplo, J. FORNÉS, El refuerzo de
la autonomía..., cit., con las oportunas referencias bibliográficas.
79. A. BERNÁRDEZ, Problemas generales del Derecho eclesiástico del Estado, en
AA.VV., El fenómeno religioso en España. Aspectos jurídico-políticos, Madrid 1972, p. 46.
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Así, por ejemplo, en el AJ, el Estado reconoce la personalidad jurídica civil
de las diócesis, parroquias y otras circunscripciones territoriales, en cuanto la
tengan canónica y sea notificada a los órganos competentes del Estado (art.
1.2); reconoce la personalidad jurídica de la Conferencia Episcopal española
«de conformidad con los Estatutos aprobados por la Santa Sede» (art. 1.3);
reconoce también «los efectos civiles al matrimonio celebrado según las normas
del Derecho canónico» (art. 6.1); etc.
La figura del presupuesto consiste en la consideración de la norma
canónica como supuesto previo o supuesto de hecho de la norma estatal. El
Derecho del Estado no recibe la regulación canónica, sino que, simplemente,
parte de ella para regular con sus propias normas una relación jurídica
determinada. En otras palabras, si el ordenamiento estatal habla de institutos de
vida consagrada, diócesis o parroquias, por ejemplo, obviamente está
considerando tales aquellas entidades que el Derecho canónico regula en su
propia esfera.
De todos modos, esta concepción de la figura del presupuesto como pura
realidad fáctica o supuesto de hecho —elaborada en esta línea
fundamentalmente por la doctrina italiana— ha encontrado, entre nosotros, unas
matizaciones críticas de Bernárdez de gran interés: No es exacto —dice—
calificar a estas relaciones o institutos canónicos «como presupuestos
puramente de hecho, a la manera que el Derecho toma en consideración
situaciones reales, sustancialmente extrajurídicas, para dotarlas de eficacia
jurídica. (...) Tratándose de conceptos y categorías nacidos en el seno de un
ordenamiento distinto, la aceptación que hace el legislador civil, siquiera sea
como punto de partida para su propia regulación a efectos civiles, implica el
reconocimiento de una competencia distinta para disciplinar aquellos institutos,
o lo que es equivalente, que aquellas figuras tienen naturaleza jurídica, aunque
de suyo y en principio, no tengan relevancia jurídica con carácter previo al
reconocimiento estatal»80.
Estas certeras observaciones críticas a la construcción de la teoría del
presupuesto pueden explicar con más coherencia y precisión consecuencias
tales como el valor de la norma canónica para la interpretación de la norma
estatal sobre figuras propias del ordenamiento canónico (qué ha de entenderse
por obispo, por conferencia episcopal, por instituto de vida consagrada, por
ejemplo); la relevancia estatal de la nulidad o validez de actos jurídico-
canónicos a los que se atribuyen efectos en el orden estatal; y otras cuestiones
similares, que serán tratadas más adelante, en el lugar sistemático adecuado.
Vid. también J. M.ª GONZÁLEZ DEL VALLE, Derecho eclesiástico español, cit., pp. 71-73; F.
FINOCCHIARO, Diritto ecclesiastico, cit., p. 86.
80. A. BERNÁRDEZ, Problemas generales…, cit., pp. 49 y 50. Vid. también sus estudios
La mención de la Iglesia Católica en la Constitución española, en AA.VV., Las relaciones
entre la Iglesia y el Estado, cit., pp. 403 ss., especialmente pp. 412-414 y La cuestión
religiosa en la Constitución española, Sevilla 2000. Vid., en fin, J. FORNÉS, El refuerzo de la
autonomía..., cit., pp. 298 ss.
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