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MEDITACIÓN PARA LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

La Eucaristía: sacramento de vida, por San Pedro Julián Eymard


La Eucaristía es la vida de todos los pueblos. La Eucaristía les proporciona un principio de vida. Todos pueden
reunirse sin ninguna barrera de raza o de lengua para celebrar las sagradas fiestas de la Iglesia. La Eucaristía les da la
ley de la vida, en la que prevalece la caridad, de la cual este sacramento es la fuente; por esta razón forma entre ellos
un lazo común, una especie de parentesco cristiano. Todos comen del mismo pan, todos son convidados de Jesucristo,
que crea entre ellos sobrenaturalmente una simpatía de costumbres fraternales. Leed los Hechos de los Apóstoles, que
afirman que la muchedumbre de los primeros cristianos, judíos conversos y paganos bautizados, originarios de
diversas regiones, tenían un sólo corazón y una sola alma (Hech 4,32). ¿Por qué? Porque eran constantes en escuchar
la enseñanza de los Apóstoles y perseveraban en la fracción del pan. Sí, la Eucaristía es la vida de las almas y de las
sociedades humanas. Como el sol es la vida de los cuerpos y de la tierra. Sin el sol la tierra sería estéril, es él quien la
fecunda, la embellece y hace rica; es él quien da a los cuerpos la agilidad, la fuerza y la belleza. Ante tales efectos
prodigiosos, no es extraño que los paganos le hayan adorado como el dios del mundo. En efecto, el astro del día
obedece a un Sol supremo, al Verbo divino, a Jesucristo, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y que,
por la Eucaristía, Sacramento de vida, actúa personalmente, en lo más íntimo de las almas, para formar así familias y
pueblos cristianos. ¡Oh dichosa y mil veces dichosa, el alma que ha encontrado este tesoro escondido, que va a beber a
esta fuente de agua viva, que come a menudo este Pan de vida eterna! La comunidad cristiana es, sobre todo, una
familia. El vínculo entre sus miembros es Jesús-Eucaristía. Él es el padre que ha preparado la mesa familiar. La
fraternidad cristiana ha sido promulgada en la Cena por la paternidad de Jesucristo. Él llama a sus Apóstoles "hijitos
míos" es decir, mis niños, y les manda que se amen los unos a los otros como Él los amó. En la mesa santa todos son
hijos, que reciben el mismo alimento y san Pablo saca la consecuencia de que forman una sola familia, un mismo
cuerpo, pues todos participan de un mismo pan, que es Jesucristo. Finalmente, la Eucaristía da a la comunidad
cristiana la fuerza para practicar la ley de honrar y amar al prójimo. Jesucristo quiere que se honre y ame a los
hermanos. Por esto se personifica en ellos: "cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos,
conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40); y se da a cada uno en Comunión.

Testimonio vivo de la fuerza de la Presencia eucarística


El Sínodo de los obispos ha sido testigo de un testimonio en el que se muestra cómo la Eucaristía es capaz de arrebatar
las vidas de las tenazas de la droga.
La última serie de intervenciones generales ante la congregación general del Sínodo dio la palabra el miércoles 12 de
octubre de 2005, hombres y mujeres que testimoniaron la manera en que la Eucaristía puede cambiar vidas y la misma
sociedad.
Ante algo menos de 250 padres sinodales, la hermana Elvira Petrozzi, fundadora de la Comunidad Cenáculo,
testimonió cómo el sacramento de la presencia real de Jesús puede convertirse en la ayuda decisiva para personas, en
particular jóvenes, que caen bajo la esclavitud de la droga.
Dice la misma: Soy una pobre y simple religiosa, pero soy testigo de lo que Dios obra por medio de la Eucaristía hoy
en día.
Ante la Eucaristía, he empezado a percibir el dolor profundo de tantos jóvenes por las calles, a escuchar el grito de su
soledad. Jesús me ha enviado a estos jóvenes con la tristeza de la droga en el corazón, con el hambre y la sed del
sentido de la vida que todavía no encontraron.
«¿Qué método terapéutico o medicina podía proponerles?», preguntó al referirse a los drogadictos. «¡No hay pastilla
que dé la alegría de vivir y la paz del corazón!».

«Les he propuesto --respondió-- lo que me ha aliviado y vuelto a dar confianza y esperanza tantas veces: la
Misericordia de Dios y la oración Eucarística».

«La Eucaristía no se entiende con la cabeza, sino que se experimenta con el corazón. Si con confianza te arrodillas
ante Él, sientes que su humanidad presente en la hostia consagrada despierta la imagen de Dios en ti que ¡vuelve a
resplandecer!», exclamó en el Aula Nueva del Sínodo del Vaticano.
La religiosa explicó que algunos jóvenes de las comunidades terapéuticas que fundó «empezaron a levantarse por las
noches para realizar la adoración personal, luego, cada sábado por la noche, para ellos noche de la desbandada,
decidieron arrodillarse entre las dos y las tres en cada una de las cincuenta comunidades para orar por los jóvenes
extraviados en medio de las propuestas falsas del mundo».
«Después comenzaron a realizar la adoración Eucarística continua --siguió relatando--. Se produjo un cambio
sustancial en la historia de la Comunidad: llegaron jóvenes de todas partes, las comunidades se multiplicaron y
nacieron las misiones en América Latina, así como las vocaciones de familias y de consagrados a Dios en esta obra
suya».
«Y así hizo explosión lo que el Santo Padre en Colonia llamó la revolución del Amor», constató la religiosa italiana.
Sor Elvira reconoció que «he querido relatarles una parte de nuestra historia para agradecer a Jesús que en la Eucaristía
nos ha dejado entre las manos el tesoro, la medicina y la luz más extraordinaria para salir de las tinieblas del mal».
«Los jóvenes con los cuales vivo desde hace veintidós años han sido para mí, como religiosa, el testimonio vivo de
que la Eucaristía es verdaderamente la presencia viva del Resucitado y que, también nuestra vida muerta, entrando en
la suya, renazca», concluyó.

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