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Vocación y profesión

¿Las profesiones no son una vocación?

Por: Juan GAITÁN | Fuente: El observador en línea

He planteado ya en varios de mis artículos que en la Iglesia existen tres


«vocaciones específicas»: Sacerdocio, vida consagrada y laicado. Pero
entonces, ¿las profesiones no son una vocación? ¿Qué pasa con eso que
decimos de la vocación de ser maestro o enfermero?

Formas de vida

Para responder esto vayamos por pasos. Primero, hay que decir que
cada una de las tres «vocaciones específicas» cuenta con formas o
estados de vida: A los religiosos y religiosas les corresponde el celibato,
a los sacerdotes el celibato (en la Iglesia católica) o también el
Matrimonio (en la Iglesia oriental); y para la vida laical están la soltería,
el Matrimonio e incluso la viudez.

Los laicos

Así pues, los laicos, además de encontrarnos en una forma de vida


(soltero, casado, viudo), nos desempeñamos en algún oficio, profesión u
ocupación. Nos dice la Iglesia:

«[Los laicos] están llamados por Dios, para que, desempeñando su


propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la
santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así
hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el
testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la
caridad.» (Lumen gentium n. 31)
Podemos resumir de este párrafo que los laicos, desde su profesión,
están llamados a 1) santificar el mundo [construir el Reino de Dios en la
tierra] a modo de fermento y 2) hacer manifiesto a Cristo mediante el
testimonio de vida.

Dicho esto, cabe resaltar que los laicos difícilmente asumimos nuestro
papel en el mundo como un «llamado» que Dios nos hace (los
sacerdotes, en cambio, son bien conscientes del suyo), pero esto debe
cambiar. Las dos tareas mencionadas no se refieren a lo que los laicos
debemos «intentar», sino a la misión que nos corresponde, la cual
deberíamos asumir como el objetivo principal de nuestra vida.

La profesión

El oficio, la profesión o la ocupación que desempeña cada laico,


entonces, forma parte de su vocación, pero su vida «laical» no se
reduce a «lo que hace» (más bien debe considerarse el «cómo lo
hace»).

Una consecuencia grave que se ha desprendido de esta visión errada (el


hombre es lo que hace) es el descarte de los ancianos por parte de la
sociedad. Su vocación sigue estando tan viva como siempre, aunque ya
no sean «productivos».

Por tanto, las profesiones (especialmente las de servicio: maestros,


enfermeros, doctores, etc.) se pueden llamar «vocaciones» en un
sentido amplio, en cuanto responden al llamado de construir el Reino de
Dios aquí en la tierra. Esto no implica de ningún modo minimizar su
importancia, sino reconocer que quien da la vida por sus alumnos, sus
pacientes y las personas con las que trata día con día (directa o
indirectamente, como en el caso de los periodistas), es un testimonio
vivo del amor de Jesucristo.

En conclusión, se haga lo que se haga, el cristiano está llamado por Dios


a llevar un tipo de vida tan entregado y amoroso como para que las
personas que lo conocen puedan decir: «¡se me antoja vivir así!»
Vocación y profesión: ¿para qué y
cómo educamos?
Enrique Gervilla es Catedrático de Filosofía de la Educación en la Universidad de Granada.

SÍSTESIS DEL ARTÍCULO


La actual agonía de la “palabra vocación” –aplicando el dato de un hecho concreto- está
estrechamente relacionada con un nuevo modo de entender la educación, ahora más vinculada a
la “palabra profesión”. Resulta evidente que no hay educación sin un “saber hacer” específico;
sin embargo, queda por resolver una cuestión primera y fundamental: ¿Para qué educarnos?
Dicho interrogante sigue invocando un “hacer-vocacional”.

1. El hecho
El vocablo «vocación» ha pasado, entre nosotros, de gozar de una vida fuerte y vigorosa a una
muerte rápida, prácticamente sin agonía. Hasta la década de los setenta la literatura, y sobre
todo los manuales de pedagogía, hacían frecuente uso, y hasta quizás abuso, del término
vocación. Hoy, por el contrario, apenas se alude a él, salvo en círculos religiosos. Su lugar lo ha
venido a ocupar el vocablo «profesión». Esta rápida desaparición no es sólo la muerte de una
palabra sin más, sino un nuevo modo de entender la educación. La nueva nomenclatura supone
todo un cambio, además de terminológico, conceptual y valorativo que afecta a la naturaleza
misma de la formación humana, no exenta de razones ideológicas, políticas y sociales.

Hoy, para muchos, la educación, al igual que la medicina o la ingeniería, es una profesión. Y,
en consecuencia, el profesor/educador es el profesional de la enseñanza/educación. Expresiones
tales como: «profesionales de la enseñanza», «centros de enseñanza», «tarea docente»…, de
uso frecuente en ámbitos sindicales y laborales, pretenden, junto al interés manifiesto de la
profesionalidad, ocultar cuanto la vocación y la misma educación supuso en tiempos pasados,
aunque aún cercanos.
Razones del hecho
Las razones de este cambio son múltiples. A nuestro entender son de especial importancia las
siguientes.

– La creciente tendencia de todos los sectores de la sociedad hacia la profesionalización,


como preparación específica para «saber hacer», frente a la vocación como altruismo, ideal o
afición.

– Las connotaciones religiosas de la vocación son hoy infravaloradas, cuando no rechazadas,


en nuestra sociedad secularizada y pragmatista.

– Catolicismo, hoy considerados arcaicos en una sociedad cambiante y tecnológicamente


avanzada. En nuestra historia inmediata, la asociación educador-vocación fue un hecho
repetido, tanto en los manuales de pedagogía como en la legislación educativa. La Ley de
Educación Primaria de 17 de julio de 1945, en su artículo 56, afirmaba que el maestro «ha de
ser hombre de vocación clara y de ejemplar conducta moral y social estimando su vocación co-
mo un servicio debido a Dios y a la Patria».

– La fuerte valoración del sustento o base económica de la profesión, frente al altruismo,


entrega y desinterés de la vocación.

– La defensa de unos intereses laborales ante la Administración demandando justos dere-


chos, mediante manifestaciones, huelgas, medidas de presión, etc., propios de cualquier
profesión, entran en oposición con el sentido vocacional frecuentemente asociado a la idea de
heroísmo, desinterés económico y servicio incondicional.

En consecuencia, pues, parece lógico y hasta justificado, la sustitución del término vocación
por el de profesión. Lo que nos preguntamos es si tal cambio contribuye a una mejor hu-
manización y, en consecuencia, es un acierto beneficioso para la educación; o por el contrario,
el poder de las circunstancias sociopolíticas se ha impuesto al margen de todo criterio
educativo, pues los hechos, como bien sabemos, son constataciones sin más, por lo que de ellos
no surge el deber-ser (lo bueno, lo mejor), o al menos, no necesariamente. De aquí que la
respuesta a esta cuestión, necesariamente, ha de ir precedida de la clarificación conceptual que
encierran los vocablos vocación y profesión, así como la relación de los mismos con los dos
grandes ámbitos de la educación: fines y medios

La educación: fines y medios


La respuesta a la pregunta para qué educar es él núcleo esencial de toda educación, por lo que
no es posible realizar actividad educadora alguna sin la clarificación previa de tal interrogante.
Llegar a un lugar o alcanzar una meta exige su previo conocimiento. ¿Hacia dónde camino?
¿Qué quiero alcanzar tras mis esfuerzos? Son preguntas que todo ser racional se formula ante
cualquier quehacer o tarea. Posteriormente buscaremos los medios más adecuados y eficaces
para llegar a la meta o alcanzar lo que deseamos. Así, para qué y cómo dan respuesta a las
finalidades y a los medios de todo proceso educativo: teleología y mesología, meta y camino,
fines y medios. Unos y otros imprescindible y estrechamente vinculados en aras a la eficacia:
medios en función de los fines, pues todo divorcio entre el fin y los medios disminuye la
significación de la actividad[1].

La educación es, así, un quehacer predominantemente teleológico, es decir, orientado hacia una
meta, en una u otra dirección, con orden y con sentido. Ello hace que la finalidad sea algo
esencialmente constitutivo de toda educación. Sin finalidad la educación estaría sometida al
azar, a la ceguera, o bien sería un caos de contradicciones, impropias del ser humano ca-
racterizado justamente por su racionalidad. Como ya afirmó Dewey, “actuar con fin equivale a
actuar inteligentemente”[2] pues sólo actúa sin finalidad el hombre estúpido, el ciego, el falto
de espíritu, o el falto de inteligencia. El fin es necesario para orientar, ordenar y dar sentido. «El
ser racional actúa siempre mirando un para qué, que constituye el límite»[3]. Así pues, al hablar
de educación, aludimos a la orientación intencionada del hombre, a la acción destinada al
conseguir algo bueno. Por lo que la finalidad educativa es inseparable del valor: la teleología se
toma aquí axiología.
A la decisión de les fines sigue, de acuerdo con los mismos, la elección de los medios, pues la
teleología sería imposible sin el conocimiento de los medios. Éstos, como su misma etimología
expresa (del latín médium: lo que está en el centro) es aquello que se encuentra entre dos
puntos, o también, aquello que posibilita el paso de un lugar o estado a otro. En una
carrera (curriculum) el espacio a recorrer entre la salida y la meta; en la educación lo
que [4]separa el inicio del proceso (el deseo o la intención) de su consecución, lo que facilita el
paso hacia la finalidad.

La eficacia de la educación se encuentra, así, entre dos graves problemas a resolver o dos
grandes ignorancias a superar: los valores como meta (respuesta a la pregunta “para qué
educar”) y la técnica como medio (respuesta a la pregunta “cómo educar”. Los dos momentos
de los que ya Herbart dejó constancia en su Pedagogía general derivada del fin de la educa-
ción: ética o fin («entusiasmo por el bien», proyectos de acción valiosos) y psicología (conoci-
miento de la realidad, desarrollo psicológico y sus leyes).

4. La educación ¿vocación o profesión?


Desde tales presupuestos adquiere pleno sentido responder a las siguientes preguntas:4 ¿Para
qué educar, para la profesión o para la vocación? ¿La educación es una vocación o es una
profesión? ¿Los profesores desempeñan una función vocacional o profesional? Quienes se
preparan para ser educadores, ¿han de ser vocacionales o profesionales? Entre las múltiples
metáforas5, que la historia de la educación nos ofrece sobre el educador, encontramos dos
imágenes especialmente ilustrativas al respecto, como respuesta a tales interrogantes: el
misionero y el profesional.

El misionero es el educador cuya vida, de modo altruista y desinteresado, dedica al servicio de


la educación. La vocación se convierte en un apostolado, cuya principal recompensa reside en
el ejercicio mismo de su actividad. El magisterio se ejerce a modo de ministerio que hace del
educador un menesteroso, «un santo laico, abnegado, desinteresado y tan identificado con su
tarea que llega a olvidarse de sí mismo»6.
El profesional, por el contrario, de modo muy distinto, entiende la educación como preparación
para saber hacer. Más que oficio es profesión7 cuya profesionalidad exige una preparación
científico-técnica, así como la pertenencia a un status profesional (económico, social y cul-
tural). La metáfora del profesor como técnico se vincula a la concepción tecnológica de la
actividad profesional práctica que pretende ser eficaz y rigurosa: es la denominada
«racionalidad técnica». Se trata de solucionar problemas mediante la aplicación de teorías y
técnicas científicas. Con palabras de Nassif es un «proceso pedagógico organizado de
habilitación cultural, científica, técnica y práctica de las personas destinado a encauzar el
proceso educativo en sus diversos niveles, sectores y formas»8.

Una y otra metáfora describen, concepciones educativas diversas y, por lo mismo, fines y
medios distintos. La opción por una u otra supone la clarificación previa de los concep-
tos vocación y profesión, así como su vinculación con la naturaleza de la educación.

4.1. La vocación
La vocación, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (1992), es una
«inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión». Este sentido
religioso, que la Real Academia de la Lengua otorga a la vocación, tiene su origen en la
etimología latina del término y en su sentido bíblico. La vocación hunde, así, sus raíces en el
vocablo vocatio cuya traducción equivale a la expresión «acción de llamar», esto es, el
resultado de una vox (la acción y efecto de un vocare o llamar). Una llamada a alguien para que
desempeñe una misión. Éste fue el sentido originario que le otorgó el cristianismo. De aquí su
connotación religiosa, que, si bien entre nosotros, no es exclusiva, sí es predominante. Alguien
(Dios) llama a alguien (ser humano) para algo (tarea a desempeñar) mediante algún pro-
cedimiento o medio de comunicación: oral, escrito, directo o a través de mensajeros. Así, Dios
llama a Abraham para que salga de su tierra (Gen 12), a Moisés, en la zarza ardiente, para que
libere a su pueblo de la esclavitud (Ex 3), a Isaías, a Jeremías, a Samuel o a San Mateo…
Vocación y religión
La vocación es, de este modo, una elección divina, una llamada dirigida a la conciencia, que
modifica radicalmente la existencia del ser humano, haciendo de éste un hombre nuevo. No se
trata de un mandato o imposición, sino más bien de una invitación, pero de una fuerza tal, que
en su cumplimiento radica la felicidad del ser humano, pues la llamada de Dios incluye siempre
el bien personal. Ello, en modo alguno, significa la carencia de problemas o dificultades, pues,
a veces, el seguimiento de la vocación entra de lleno en el ámbito de la heroicidad, cual es el
caso de los profetas bíblicos.

Vocación y profesión
Fuera del ámbito religioso, aunque estrechamente vinculado a éste, la vocación, como también
expresa la Real Academia de la Lengua, puede significar también «advocación, convocación,
llamamiento, inclinación a cualquier estado, profesión o carrera». Por lo que «errar la
vocación» es dedicarse a cosa para la cual no se tiene disposición, o bien mostrar tenerla para
otra que no se ejercita. De este modo, la vocación pierde su sentido teológico, pasando a ser un
vocablo de uso frecuente en el lenguaje popular y en las diversas ciencias humanas: filosofía,
psicología, pedagogía, sociología…, si bien con distinto significado, según tiempos y autores,
pero siempre en un sentido positivo de agrado, deseo vehemente, ilusión, desarrollo o
satisfacción personal por la tarea que se realiza.
La vocación no es, pues, un asunto de estómago, ni de riquezas, ni siquiera de pan, sino de
corazón, de ilusión, de ideales. No se trata del cumplimiento estricto de la obligación, sino del
entusiasmo que trasciende la reglamentación del deber. Quien siente la vocación por la música,
tendrá, para comer, que enseñar historia, hacer zapatos o barrer las calles, pero nada de ello le
ocasiona el gozo que le proporciona la música. Una cosa es el estómago y la tranquilidad, y otra
la cabeza y el corazón. La profesión de educador si no da mucha riqueza, sí asegura el pan sin
muchos quebraderos de cabeza. Asegurar el pan es el primer problema y el más necesario, pero
no es el principal, ni el de mayor dignidad.
Vocación y educación
La educación ha sido entre nosotros, durante muchos años, considerada como vocación. Los
textos de pedagogía, hasta tiempos muy cercanos, insistían en ello como cualidad fundamental
de todo educador. “Por vocación -escribió L. A. Lemus- entendemos esa llamada interior que
condiciona a un individuo hacia el ejercicio de una determinada actividad de trabajo en donde
encuentra alto grado de satisfacción personal. La vocación no tiene en cuenta otros factores
como la dificultad del trabajo, la mayor o menor remuneración económica, o los riesgos,
sinsabores o vicisitudes a que puede conducir la actividad elegida; el espíritu de servicio social
y la complacencia personal del que ejerce la profesión o trabajo es la principal característica de
la vocación. Es indudable que sin vocación no se puede ser maestro […]. Todas las profesiones
requieren un cierto grado de vocación y cuanto más se tiene mayor será el rendimiento
profesional, mejor la calidad del trabajo realizado y más grande la satisfacción personal”9.

La vocación es así, en su sentido etimológico y teológico originario, una tarea primordialmente


misionera o sacerdotal. El error, a nuestro entender, radica en que el predominio vocacional
minusvalore o anule lo profesional: la preparación científica y técnica. La educación, además
de ilusión, es saber realizar dicha ilusión; junto al placer del hacer es necesaria la eficacia del
saber-hacer.

La sola vocación, personalmente entendida, puede que proporcione satisfacción y gozo a quien
la practica, pero la ignorancia del no saber-hacer repercute negativamente en quienes la sufren.
Las implicaciones sociales, que generalmente la vocación conlleva, han de ser punto de
referencia esencial para quien la ejerce. No basta al médico tener mucha vocación, si ignora
cómo sanar al enfermo. Es preferible saber alcanzar la salud sin ilusión, a poseer gran ilusión
revestida de ignorancia. Los males, que la sola vocación ocasiona, son padecidos por los
destinatarios. Si pudiésemos detectar los «daños vocacionales» de quienes con muy buena
voluntad, y casi sólo con ésta, se dedican a la educación, posiblemente, los datos nos
asombrarían. Saber-hacer no es cuestión de bondad, sino de ciencia, aunque mejor si ésta va
acompañada de bondad.
La educación, como ya indicamos, posee una finalidad valiosa, ilusionante, que deja insaciable
al ser humano. Pero para llegar, o acercarse, a la meta es necesario conocer el camino.
Saber para qué sin saber cómo hace ineficaz el proceso educativo. De aquí que la verdadera
vocación no esté desligada de la profesión, o lo que es lo mismo, toda vocación conlleva una
dimensión profesional. Sin embargo, vocación y actitud no siempre se identifican, por lo que es
posible sentir una fuerte atracción hacia una actividad y carecer de actitudes para su ejercicio.
Cuando tal correspondencia no existe, puede encontrarse la persona en un callejón sin salida.
La expresión “errar uno la vocación”, como ya indicamos, expresa justamente esta situación:
dedicarse a algo para lo cual no se tiene disposición o preparación, o bien mostrar tenerla para
otra que no se ejercita.

4.2. La profesión
Los diccionarios son coincidentes en sostener que la profesión es un empleo, facultad u oficio,
que se ejerce públicamente como ocupación habitual y continuada en el ámbito laboral. Tal
ocupación puede realizarse enseñando o haciendo algo. En cualquier caso, la actividad a
realizar queda definida como: formación específica, seguimiento de determinadas reglas,
aceptación de un determinado código deontológico y objetivo beneficioso (sustento
económico).

El Diccionario de la Real Academia, bajo el vocablo profesión, nos ofrece un triple signifi-
cado. Un primer sentido etimológico: Professio/nis = Acción y efecto de profesar. Y profesar
(de profeso) se dice que es enseñar o ejercer una doctrina, ciencia, arte u oficio con inclinación
voluntaria y continuada. O bien, sentir algún afecto, inclinación o interés y perseverar
voluntariamente en ellos: profesar cariño, odio…

Una segunda acepción religiosa. Ceremonia eclesiástica en que alguien profesa en una orden
religiosa. Profeso (del lat. Professus, part. de profiteri:declarar) se dice del religioso que ha
profesado, esto es, el acto por el cual un religioso o religiosa emite sus votos de pobreza,
castidad y obediencia, pasado el tiempo de su noviciado. Es, a la vez, un contrato temporal en-
tre el novicio y la comunidad y un ofrecimiento que el novicio hace de sí mismo a Dios.
Y un tercer sentido sociológico. Empleo, facultad u oficio que una persona tiene y ejerce con
derecho a retribución. Ello crea un status diferencial entre las diversas profesiones. La
profesión, si bien no debe identificarse con el status, sí es un índice social del mismo, muy útil
para determinar la escala de estratificación. De aquí que el adjetivo, profesional, se aplique a
quien pertenece a una profesión; a quien practica habitualmente una actividad, incluso
delictiva, de la cual vive; o también a lo hecho por profesionales y no por aficionados. Así, en
el ámbito laboral, la categoría profesional es el conjunto de actividades que constituyen la es-
pecialización del trabajador, ocupando una posición o categoría dentro de la clasificación
profesional.

Hoy la profesión, en el lenguaje educativo, ha perdido su significado religioso, conservando


parte de su sentido etimológico y encontrándose en todo su vigor su acepción sociológica.
Baste recordar, al respecto, los criterios internos que, recogiendo otros estudios sobre la
profesión, enumera J. M. Touriñán10:

 Formación técnica reglada, mediante conocimiento institucionalizado, que capacita al


profesional para explicar y decidir la intervención propia de la función.
 Reconocimiento social de la actividad a desarrollar, status social.
 Orientación de la prestación como servicio público, es decir, a la satisfacción de una ne-
cesidad social.
 Conocimiento especializado, esto es, un nivel de competencia en una determinada ac-
tividad y al mismo tiempo específico, es decir, un campo de acción en el que el profe-
sional resuelve problemas que otros conocimientos especializados no solucionan.

En síntesis, pues, la profesión es un saber-hacer socialmente reconocido, un cuerpo específico


de conocimientos técnicos destinados a alcanzar unos fines. Al profesional, pues, se le pide
responsabilidad y eficacia: solución de problemas. En ello reside su prestigio, su status y hasta
su posición económica. Ello puede generar diversas organizaciones profesionales con la
pretensión de ayuda mutua y defensa de intereses comunes.
La educación es, sin duda alguna, un saber-hacer o no es educación, al menos educación real,
por cuanto la acción educativa es para alguien o no es para nadie. Con ello en modo alguno
pretendemos desestimar los conocimientos especulativos, imprescindibles en cuanto saberes
científicos, sino destacar su destino y vinculación con la práxis. Lo propio del profesional de la
educación es la intervención pedagógica destinada al perfeccionamiento del ser humano y, por
lo mismo, a la solución de problemas educativos. Aquí, en la competencia, reside su
credibilidad, prestigio, reconocimiento social y hasta su posición económica. Si a ello va unida
la vocación, o gusto por la tarea, el educador habrá encontrado simultáneamente su vocación y
su profesión, la autorrealización personal y el servicio eficaz a los demás.

El error actual -razonable, dados los precedentes históricos inmediatos ya aludidos- consiste en
considerar la educación sólo como profesión, desestimando, cuando no rechazando, su
dimensión vocacional. Se olvida, con cierta frecuencia, que educar es tarea de naturaleza
distinta a la de poner ladrillos o hacer muebles. Construir seres humanos es tarea distinta a la de
construir pintes o casas. El albañil o el arquitecto, por trabajar directamente sobre materia, se
diferencian esencialmente del médico y del educador, cuya acción directa son las personas. La
ilusión, el altruismo y el gusto por lo que se hace, propio de la vocación, es algo que también,
consciente o inconscientemente, se enseña y se aprende. Un aprendizaje imperceptible para los
puentes o los edificios, pero de gran incidencia y eficacia en formación de las personas. No es
del todo excepcional que algunos alumnos se hayan decidido por una u otra carrera gracias al
entusiasmo e ilusión con que sus profesores les transmitieron unos conocimientos
determinados.

Considerar la educación sólo como profesión es empobrecer la praxis educativa, en cuyo


proceso el mundo de los valores no sólo se encuentra en la finalidad, sino en todas y cada una
de las acciones del proceso, pues es imposible llevar a cabo el más mínimo acto educativo sin
una referencia expresa o implícita a los valores. El acierto de todo educador se encuentra entre
dos saberes: el saber de la axiología y el saber-hacer de la tecnología. La axiología sin
tecnología nos introduce en la pura especulación; la tecnología sin valores nos conduce a una
educación deshumanizada y desilusionada, toda una contradicción con el quehacer educativo
cuya esencia es humanizar.
De hecho, una separación estricta entre vocación y profesión es de hecho difícil, cuando no
imposible, máxime en la educación. En ambos casos sería más correcto hablar de predominio
que de exclusión. Las definiciones de la Real Academia de la Lengua, a las que anteriormente
hemos aludido, así lo manifiestan. En el vocablo vocación existen referencias a la profesión y
éste remite también a aquél. Se da, pues, una implicación profesional en la vocación y una im-
plicación vocacional en la profesión.

5. Interrogantes al futuro vocacional/profesional de los educadores

E1 futuro es siempre pregunta y problema, de repuesta insegura y de solución incierta. No


obstante, el deseo de conocer más allá del presente y el ansia de prevenir impulsa al ser humano
a reflexionar sobre el destino desde el presente. De este modo, adelantamos el futuro a tenor de
los hechos y datos, positivos o negativos, que nos ofrece el presente. Desde estos presupuestos,
enumeramos algunos hechos actuales que constituyen un cierto motivo de preocupación para el
futuro de la educación y, en consecuencia, para los educadores.

Uno de ellos es la existencia de «numerus clausus» en casi todas las universidades y carreras.
Este hecho, altamente positivo en algunos aspectos, tales como generador de orden, ra-
cionalización espacio-profesores-alumnos, mayor calidad de la enseñanza, mejor selección de
los profesionales que necesita la sociedad, etc., se toma negativo en cuanto al tema que nos
ocupa. Muchos alumnos no estudian lo que quieren (aquello acorde con sus intereses e
inclinación), sino lo que pueden, lo que la nota de la selectividad les permite hacer. En tales
casos, la vocación queda frustrada, viéndose obligado el alumno a cursar lo que no desea y, lo
que es peor aún, a desempeñar en el futuro una profesión no-vocacional, un quehacer
desilusionante. Las insatisfacciones personales y las consecuencias sociales parecen evidentes.
¿Será la sociedad del futuro una sociedad desilusionada?
Peor situación aún tienen quienes, por encontrarse en peores condiciones, se les niega la
entrada misma en el sistema. Para estos el período de formación ha concluido, a pesar su yo. Ni
vocación, ni profesión. La salida laboral, en el mejor de los casos, o bien el paro, son las
soluciones del sistema a los menos formados. Las estructuras, siempre más poderosas que las
personas, son, a veces, vehículo de deshumanización para algunos. Un sistema selectivo y
competitivo, ¿será también educativo?

Otro problema de preocupación es el actual Plan de Estudios, destinado a formar futuros


educadores: Pedagogía y Magisterio. El predominio de materias instrumentales es, al menos
teóricamente, una cierta garantía y acierto en el buen saber-hacer. El aspecto negativo viene
dado desde la escasa presencia de materias más humanísticas, cuando precisamente la
educación consiste en humanizar. El énfasis entre lo humanístico y lo técnico es siempre una
opción, máxime cuando el espacio y el tiempo son limitados. Optar es valorar, y oficialmente la
opción se ha inclinado a favor de lo técnico o instrumental.

Y finalmente el desempleo. El horizonte del paro amenaza por igual a la profesión y a la


vocación. La persona forzosamente desempleada siente el absurdo de haberse preparado
«para»…, sin la existencia real de ese «para», sin la meta o lugar que le permita la llegada que
académicamente ha conseguido. Ni vocación, ni profesión, sino contradicción de una sociedad
que, por una parte, prepara personas para desempeñar una vocación/profesión y, por otra, les
niega el ejercicio de la ilusión que en ellas ha generado.

El conflicto persona-sociedad es hoy, en este tema como en tantos otros, un dilema de difícil
solución: el ideal de la conjunción formación y ocupación frecuente y desgraciadamente se
toma disyunción: formación o empleo. Personalmente, y dado que una sola de las opciones sin
la otra siempre es negativa11, me inclino por la formación, pues prefiero una sociedad mayo-
ritariamente formada, y en parte desempleada, a una sociedad minoritariamente formada y em-
pleada. Construir personas (la formación), también a nivel superior, ya es un valor en sí mismo,
prescindiendo de otras consecuencias.
6. Conclusiones
– La sustitución del vocablo vocación por el de profesión, en el lenguaje educativo actual, tiene
su fundamento en circunstancias socio-políticas y no en la naturaleza de la educación.

– Desligado de tales hechos circunstanciales, el educador, para llevar a cabo eficazmente su


tarea (la educación: fines y medios), ha de ser vocacional y profesional, pues en la

educación, no es posible, ni conveniente, una separación radical entre una y otra.

– La vocación sin profesión hace frecuentemente inútil la acción educativa, al encontrarse el


educador entre el deseo de hacer y la ignorancia de no saber-hacer. La profesión sin vocación
conduce al. educador al extremo opuesto: un saber-hacer carente de ilusión, cuando no de
deshumanización.

– Propugnamos para el futuro, en aras de la autorrealización personal de los educadores y del


bienestar de la sociedad, una formación de vocaciones, es decir, una estrecha vinculación ideal-
técnica en la que la vocación se haga profesión y la profesión se realice con la ilusión de la
vocación.

Enrique Gervilla

“Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto derecho a verlo todo del color
característico de la mayor parte de las hormigas y de gran número de teléfonos antiguos, es
decir, muy negro. Pero en cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas,
¡ay! Y es que la enseñanza presupone el optimismo tal como la natación exige un medio líquido
para ejercitarse. Quien no quiera mojarse, debe abandonar la natación; quien sienta repugnancia
ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la
educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de
aprender y en el deseo de saber que la anima, en que hay cosas (símbolos, técnicas, valores,
memorias, hechos…) que pueden ser sabidos y que merecen serlo, en que los hombres
podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento”.
SAVATER,El valor de educar, Ariel, Barcelona 1997,18.

[1] J. DEWEY, Democracia y Educación, Losada, Buenos Aires 1978, p. 188.


[2] Ibíd., p. 115.
[3] ARISTÓTELES, Metafísica, 994 a,b.
[4] No pretendemos decir que los fines de la educación queden reducidos a estos interrogantes.
La pluralidad teleológica es tal que nos conduciría a la problemática antropológica: tantos fines
de la educación como modelos de hombre que la educación trata de realizar.
5 La acción del educador se ha expresado históricamente a través de múltiples imágenes,
suficientemente ilustrativas, de su función educadora, tales como: el esclavo, el soberano, el
misionero, el olvidado, el culpable, el profesional o el científico (R. NASSIF, Teoría de
la educación, Cincel, Madrid, 1985, pp. 155-171).
6 Ibíd., p. 158.

7 Oficio y profesión se distinguen según el tipo de formación requerida en extensión del


aprendizaje y en el nivel de calificación. Cuanto mayor es el tiempo y más amplios los
conocimientos y las técnicas, más se acerca a la profesión.

8 R. NASSIF, o. c., p. 168.


9 A.L. LEMUS, Pedagogía. Temas fundamentales, Kapelusz, Buenos Aires 1969, p. 133.

10 J. M. TOURIÑÁN, Las exigencias de la profesionalización como principio del sistema


educativo, en «Revista de Ciencias de la Educación», n° 164, p. 417.
11 Selección laboral al principio del proceso formativo, o selección laboral al final del proceso
de formación.
PONTIFICIUM OPUS A SANCTA INFANTIA

LA MISION DE LA IGLESIA
Y NUESTRA MISION
FUNDAMENTO ECLESIOLOGICO DE LA MISION

Buscamos comprender mejor cuál es la misión de la Iglesia y cuál nuestra propia


misión en la Iglesia. Comprender cómo realizarla en y desde la Iglesia. Como referencias,
tomaremos lo que Jesús mismo nos ha dicho sobre la Iglesia y sobre nuestra misión; lo que
la Iglesia misma ha dicho sobre su misión en el mundo; y lo que nosotros mismos sentimos
respecto de nuestra propia misión ( cf. misión y respuesta del apóstol: Mt 28, 19).

1. LA IGLESIA DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO (RM 31)

 La comunión trinitaria es la fuente, el motor, el fin de la vida y de la misión de la


Iglesia. ·
 Ella vive y obra en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nos conduce
al Padre por el Hijo en el Espíritu; da gloria al Padre por Cristo en el Espíritu. ·
 Todo su ser y misión depende del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

2. LA IGLESIA DE JESUCRISTO

 Jesucristo es: enviado - mediador; revelador - guía; Dios hecho hombre - salvador ·
 El vive en la Iglesia, es su esposo, la hace crecer por el Espíritu Santo y a través de
ella cumple su misión. ·
 La Iglesia responde a la misión de Jesucristo mediante la "comunión y
participación" en su plan de salvación. (RM 9b, 5c, 6a) ·
 La Iglesia ha sido convocada y congregada por Jesucristo, en el Espíritu, para el
Padre (LG. 1- 3; RM 46c; 47b y d)

La Iglesia es:

 Cuerpo de Cristo ·
 pueblo de Dios ·
 familia de Dios ·
 templo de Dios ·
 sacramento universal de salvación · Iglesia (RM 9a, 9b y 11c)

La misión de la Iglesia: comunión y participación


Comunión:

 llevar hacia el Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo; ·


 unir a los hombres con Dios, para vivir su vida, su amor y su verdad; ·
 transformarse y transformar en El (ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí...)

Participación:

 recibir la vida nueva y los demás dones de Dios;


 unirse a su acción salvadora: dar lo recibido y ser signo e instrumento suyo.

3. SACRAMENTO UNIVERSAL DE SALVACIÓN

3.1. Iglesia - misterio: Signo e instrumento de Jesucristo. Signo de su presencia y de su


acción salvadora:

 El vive en ella, ella es la primera que ha participado en la salvación y la que muestra


la presencia y la obra del Salvador; ·
 Instrumento de Jesucristo mediante el cual El sigue realizando su misión salvadora;
 Jesucristo realiza la voluntad del Padre, por el Espíritu Santo, mediante la Iglesia
para el mundo entero.

3.2. Iglesia - comunión:

 ella vive la comunión con su Salvador y congrega a la humanidad para que entre en
comunión con el Dios Salvador; ·
 ante todo con la vida y el testimonio, anuncia la vida nueva que se recibe en la
comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; ·
 ella congrega en torno a Jesucristo para que se viva en "comunidades", con un solo
corazón y una sola alma; ·
 La Iglesia da impulso a la evangelización se da a través de la vivencia concreta de
"comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras" (RM 26; Santo Domingo
54).

3.3. Iglesia - misión: Iglesia "misionera":

 ella ha recibido la misión de ir a evangelizar y, así, está puesta para colaborar a


Jesucristo en este servicio salvador al mundo entero; ·
 en el envío a los Apóstoles, fuimos enviados todos a evangelizar; ·
 la misión de la Iglesia es universal: hacia todas las gentes, en todos los tiempos,
hasta las raíces, para todos y con todo el poder de Dios.

4. LAS TAREAS QUE COMPRENDE ESTA MISION SON (RM 18c):


1. el anuncio de Jesucristo y su Evangelio (RM 12a y 20a);
2. la formación y maduración de comunidades eclesiales (RM 26b y 20c).
3. la promoción humana y la encarnación de los valores evangélicos (RM 43 b y 20d

5. NUESTRA MISION EN LA IGLESIA


5.1. Para la Iglesia y para cada uno es un derecho-deber de la Iglesia evangelizar (RM 86)

5.2. Todos y cada uno estamos enviados a evangelizar, a todas las gentes y siempre.
Estamos llamados a vivir la comunión y participación en diversos niveles eclesiales (RM
48 y ss):

 la Iglesia Particular ·
 la parroquia ·
 las comunidades eclesiales locales: la familia, la comunidad eclesial de base, otras
comunidades eclesiales.

5.3. Dentro de la misión única y universal de la Iglesia (RM 39a), todos y cada uno tenemos
nuestra propia misión:

 Dentro del cuerpo somos partes; dentro del pueblo de Dios somos miembros; dentro
del Templo de Dios somos piedras vivas; dentro de la Familia Eclesial somos hijos;
dentro de la Iglesia tenemos el derecho-deber de evangelizar a todas las gentes.
 Somos signo de la presencia y de la acción del Salvador.
 Vivimos en comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras.
 Somos instrumentos, misioneros, de Jesucristo para comunicar su verdad, amor y
vida nueva.
 Dentro de los diversos ministerios y servicios eclesiales, somos evangelizadores y
animadores misioneros.
 Estamos llamados a dar un especial impulso a la misión Ad gentes y a la nueva
evangelización
 Hemos de vivir y promover intensamente la comunión y participación en
comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras. Nos comprometernos en la
evangelización universal dando prioridad a la evangelización de los no cristianos,
tanto de nuestro ambiente como del mundo entero.

6. MARÍA

 Madre de Dios
 nuestra madre en la Iglesia
 nuestra modelo, pedagoga y compañera en nuestra misión.

CONCLUSION

 La misión de la Iglesia y nuestra propia misión se fundamentan en la comunión y


participación de la Verdad, el Amor y la Vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
·
 Recibimos nuestra misión en la Iglesia, la cumplimos en comunión y participación
de Iglesia y desde ella vamos como enviados a evangelizar a todas las gentes en el
mundo entero. ·
 La misión es la que renueva nuestra identidad cristiana, nos devuelve nuestro
entusiasmo, nos ayuda a superar las dificultades en nuestra comunidad y nos hace
participar en la salvación de Jesucristo (RM 2).

Nuestra principal perspectiva de vida y servicio es realizar la propia misión en y


desde comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras.

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