Sei sulla pagina 1di 25

DESDE 1989: ¿ANTE UN NUEVO ORDEN

INTERNACIONAL?
Muchos historiadores. Politólogos y otros especialistas consideran que la caída del
muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) es la fecha simbólica que marca el
hundimiento del marxismo en Europa. Fue el inicio de la modificación del mapa
político que surgió en Yalta al finalizar la II Guerra Mundial.

Pero este acontecimiento que provocó cambios políticos. económicos y sociales


radicales no surgió de la nada. Hubo situaciones en la década de los 80 que poco
a poco fueron carcomiendo por dentro y debilitando los sistemas sociales de los
países de la órbita comunista. De estos fenómenos da cuenta luan Pablo II en la
encíclica Sollicitudo rei sociales, justo dos años antes de la caída del muro de
Berlín.

1. Parece ser que después de la Guerra del Golfo (1990.1991), en donde no se


enfrentaron las dos superpotencias mundiales, se habla de un nuevo orden
internacional. Este es el escenario en que luan Pablo II publica su tercera encíclica
social: la Centesimus annus. El Papa se adelantó a la conmemoración de los 100
años de la Rerum novarum y la publicó el 1° de mayo, fiesta del Trabajo.

2. El año 1991 fue declarado por la Iglesia el "año de la Doctrina Social de la


Iglesia". En el marco de esta conmemoración el pontificio consejo “justicia y paz” y
el consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) organizaron, del la al 18 de
octubre, el "Primer Congreso Latinoamericano de la Doctrina Social de la Iglesia",
en Santiago de Chile. Presentamos la Declaración final del Congreso.

3. Con fecha II de octubre de 1992 el Papa publicó oficialmente "El Catecismo de


la Iglesia Católica", fruto de una solicitud de los Padres sinodales que se reunieron
en 1985 para reflexionar sobre los frutos del concilio Vaticano II, veinte años
después de su clausura. Haremos una breve alusión al capítulo pertinente.

4. El "Documento de Santo Domingo" es el resultado de la reflexión de los obispos


latinoamericanos reunidos en la IV Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, en la ciudad de Santo Domingo (República Dominicana), del 12
al 28 de octubre de 1992. Del rico documento conclusivo sólo veremos algunos
aspectos que se relacionan directamente con la Doctrina Social de la Iglesia.

1. La encíclica
"Centesimus annus"
La tercera encíclica social de Juan Pablo II fue publicada el 1*de mayo de 1991.
Ese año había sido declarado por el Papa como el Año de la Doctrina Social de la
Iglesia, con motivo de la celebración de los 100 años de la encíclica Rerum
novarum de León XIII.

Con esta encíclica el Papa se asocia a las celebraciones del centenario y satisface
«la deuda de gratitud que la Iglesia entera ha contraído con el pm Papa (León XIII)
y con su 'inmortal documento»'; el documento “había de dar tantos beneficios a lo
Iglesia y al mundo y difundir tanta luz".

Juan Pablo II se propone hacer una "relectura" de la encíclica leoniana la ofrece


con una triple invitación. Primero a echar “una mirada retrospectiva” para
redescubrir la riqueza doctrinal; luego “mirar alrededor” para estudiar las "cosas
nuevas" del momento actual; por último, “mirar al futuro”, a ese tercer milenio que
ya se vislumbra y que está cargado de incógnitas y promesas.

Pero el Papa no se queda ahí; quiere "proponer el análisis de algunos


acontecimientos de la historia reciente", pero advierte sabiamente que no pretende
dar juicios definitivos. Naturalmente que la encíclica le da más importancia a este
segundo objetivo que al primero.

1.1 Rasgos característicos de la "Rerum novarum"

El Papa inicia su relectura diciendo que a finales del siglo XIX se dieron una serie
de cambios radicales tanto en el campo político como económico. En este último
apareció "una nueva forma de propiedad, el capital, y una nueva forma de trabajo,
el trabajo asalariado":

«El Papa, y con él la Iglesia, lo mismo que la sociedad civil, se encontraba


ante una sociedad dividida por un conflicto, tanto más duro e inhumano
cuanto que no conocía reglas ni normas. Se trataba del conflicto entre el
capital y el trabajo o —como lo llamaba la encíclica— la cuestión obrera».

El sabio León XIII, para esclarecer el conflicto creado, proclamó los derechos
fundamentales de los trabajadores: la dignidad del trabajador; la dignidad del
trabajo, ideas que Juan Pablo II analizó ya en la Laborem exercens.

Igualmente defendió el derecho a la propiedad privada y al principio que lo


complementa: el destino universal de los bienes de la tierra. Principios que Juan
Pablo II dice que hay que seguir sosteniéndolos hoy día.

También León XIII defiende el derecho natural del hombre para formar
asociaciones privadas: "Ésta es la razón, afirma Juan Pablo II, por la cual la Iglesia
defiende y aprueba la formación de los llamados sindicatos"
Otro derecho que León XIII defiende es el del "salario justo", suficiente para el
sustento del obrero y de su familia. La historia nos informa de las grandes
injusticias que se han cometido cuando el contrato de trabajo se ha inspirado
solamente en un riguroso individualismo por parte de los patronos. Mirando la
realidad actual en este aspecto Juan Pablo II afirma: «Por desgracia, hoy todavía
se dan casos de contratos entre patronos y obreros, en los que se ignora la más
elemental justicia en materia de trabajo de los menores o de las mujeres, de
horarios de trabajo, estado higiénico de los locales y legítima retribución».

León XIII reclama también el derecho del trabajador al descanso festivo. Aquí ve
Juan Pablo II "el germen del principio del derecho a la libertad religiosa", y se
pregunta si las legislaciones vigentes y la práctica de las sociedades
industrializadas aseguran hoy el cumplimiento de este derecho al descanso
festivo.

De los aspectos socio-económicos Juan Pablo II pasa a analizar las relaciones


entre el Estado y los ciudadanos que fueron señaladas por León XIII. Destaca el
deber del Estado para con los ciudadanos débiles y pobres, ya que la clase rica
tiene menos necesidad de protección por parte de los poderes públicos: “Es a los
obreros, en su mayoría débiles y necesitados, a quienes el Estado debe dirigir sus
preferencias y sus cuidados”.

Estos planteamientos de León XIII conservan hoy su validez, sobre todo teniendo
en cuenta las nuevas formas de pobreza que se han manifestado en el mundo
actual. Juan Pablo II conceptúa que León XIII insistió “sobre un principio elemental
de sana organización política, a saber: que los individuos, cuanto más indefensos
estén en una sociedad tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los danés, en
particular la intervención de la autoridad pública”, y esto porque el Estado tiene la
obligación de velar por el bien común y cuidar que todas las esferas sociales lo
promuevan.

De esta forma el principio de solidaridad ampliamente tratado por Juan Pablo II en


la encíclica Sollicitudo rei socialis "se demuestra como uno de los principios
básicos de la concepción cristiana de la organización social y política".

Sin embargo, antes del anterior principio, el Papa resalta el fundamento básico de
la doctrina social de León XIII, cuando dice:

«Pero hay que tener presente desde ahora que lo que constituye la trama y
en cierto modo la guía de la encíclica y, en verdad, de toda la doctrina social
de la Iglesia, es la correcta concepción de la persona humana y de su valor
único, porque "el hombre (...) en la tierra es la sola criatura que Dios ha
querido por sí misma' (GS 24). En él ha impreso su imagen y semejanza (cf
Gn 1, 26), confiriéndole una dignidad incomparable».

1.2 Hacia las "cosas nuevas" de hoy


El Papa quiere referirse ahora y "echar una mirada" a la situación actual del
mundo. Ante todo Juan Pablo II elogia la visión profética de León XIII cuando éste
critica las soluciones propuestas por el socialismo de ese entonces a la cuestión
obrera. Socialismo que aún no se presentaba en forma de Estado fuerte y
poderoso.

Siguiendo el hilo de la reflexión de León XIII, Juan Pablo II quiere añadir una
consideración teniendo en cuenta los acontecimientos de fines de 1989 y
comienzos de 1990: «El error fundamental del socialismo es de carácter
antropológico. Efectivamente, considero a todo hombre como un simple elemento
y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se
subordino al funcionamiento del mecanismo económico-social... El hombre queda
reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de
persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden
social, mediante tal decisión».

Tratando de buscar de dónde viene esa errónea concepción de la naturaleza de la


persona humana, el Papa responde: su causa principal es el ateísmo. En efecto,
«la negación de Dios prisa de su fundamento a la persona y, consiguientemente,
la induce a organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y
responsabilidad de la persona)».

Otro aspecto que se condena en la Rerum novarum es la "lucha de clases". Y lo


que se condena en ella es la idea de un conflicto que no esté limitado por
consideraciones de carácter ético, que no respete la dignidad humana y que no
persiga el bien general de la sociedad: «La lucha de clases en sentido marxista y
el militarismo tienen, pues, las mismas raíces: el ateísmo y el desprecio de la
persona humana, que hacen prevalecer el principio de la fuerza sobre el de la
razón y del derecho».

Juan pablo II resalta el papel del Estado y su obligación de defender al trabajador


de las trampas que le pueden tender una economía con autonomía absoluta de
acción. El Papa analiza las consecuencias de un error que ha tenido un alcance
enorme en el campo económico-social: es el error de "una concepción de la
libertad humana que la aparta de la obediencia a la verdad, y por tanto, también
del deber de respetar los derechos de los darás hombres". Recuerda que este
error llegó a sus consecuencias extremas en las dos guerras mundiales, entre
1914 y 1945. Guerras llenas de crueldad «en las que se invirtieron las energías de
grandes naciones; en las que no se dudó ante la violación de los derechos
humanos más sagrados; m las que fue planificado y llevado a cabo el exterminio
de pueblos y grupos sociales enteros».

Después de esta época sangrienta las armas están calladas en Europa. Es una
situación de no guerra más que de paz auténtica. El análisis que hace el Papa de
la situación que va de 1945 a nuestros días es más bien sombría. Se asiste al
predominio del marxismo en un bloque importante de países, mientras que en el
resto se organiza una sociedad de bienestar o sociedad de consumo: «Ésta tiende
a derrotar al marxismo en el terreno de puro materialismo, mostrando cómo una
sociedad de libre macado es capaz de satisfacer las necesidades materiales
humanas más plenamente de lo que aseguraba el comunismo y excluyendo
también los valores espirituales».

Pero el Papa advierte, acto seguido, que si es verdad que este modelo social
muestra el fracaso del marxismo, por otro lado al negar la existencia autónoma y
su valor a la moral, al derecho, a la cultura y a la religión, «coincide con el
marxismo en reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a la
satisfacción de las necesidades materiales».

Los problemas sociales surgidos al interior de cada uno de los dos bloques
hegemónicos coinciden con un proceso de "descolonización" de muchos países.
Este proceso presenta, también, variados problemas al ser estos países débiles
en su economía o dependientes de grandes empresas extranjeras; añadiéndose a
esto las luchas tribales o étnicas internas que los desestabilizan políticamente.

Se da también, según el Papa, el nacimiento de "diversas variantes del socialismo


con carácter nacional específico" con la pretensión de edificar la nación y el
Estado de acuerdo a legítimas exigencias de liberación nacional.

Para finalizar estos análisis, el Papa destaca una nueva sensibilidad que aparece:
tal vez como reacción a los horrores de la guerra. Se trata de «un sentimiento más
vivo de los derechos humanos que ha sido reconocido en diversos Documentos
internacionales", y en la elaboración, podría decirse, de un nuevo “derecho de
gente”.

1.3 El año 1989

Cuando el Papa se refiere a los acontecimientos de 1989 habla de la


"culminación" de un proceso en los países de Europa central y oriental, y afirma
que en realidad este proceso abarca un "arco de tiempo y un horizonte geográfico
más amplios". En efecto, "a lo largo de los 80 van cayendo poco a poco, en
algunos países de América Latina e incluso de África y de Asia, ciertos regímenes
dictatoriales y opresores... Una ayuda importante e incluso decisiva la ha dado la
Iglesia católica con su compromiso a favor de la defensa y promoción de los
derechos del hombre".

Juan Pablo II, atribuye la caída de los regímenes opresores, a un factor decisivo:
la violación de los derechos del trabajador: «Son las muchedumbres de los
trabajadores las que desautorizan la ideología, que pretende ser su voz; son ellas
las que se encuentran y como si descubrieran de nuevo expresiones y principios
de la Doctrina Social de la Iglesia, partiendo de la experiencia, vivida y difícil, del
trabajo y de la opresión»".

Lo interesante de la caída de este "bloque ideológico" en 1989 es que se hizo a


través de una lucha pacífica, intentando todas las vías de negociación, de diálogo,
etc., en franco contraste con las estrategias marxistas de dar solución mediante el
choque violento y sangriento de fuerzas.

El segundo factor de crisis es la ineficiencia del sistema económico. Este no es un


asunto meramente técnico, sino una "consecuencia de la violación de los derechos
humanos a la iniciativa, a la propiedad y a la libertad en el sector de la economía".

La causa de fondo de toda esta problemática es el vacío espiritual provocado por


el ateísmo: «El marxismo había prometido desenraizar del corazón humano la
necesidad de Dios; pero los resultados han demostrado que no es posible lograrlo
sin trastocar ese mismo corazón».

Paralelo con lo anterior está el hecho que el hombre ha sido crea-do para la
libertad: «Donde la sociedad se organiza reduciendo de manera arbitraria o
incluso eliminando el ámbito en que se ejercita legítimamente la libertad, d
resultado es la desorganización y la decadencia progresiva de la vida social».

Como se dijo antes, los acontecimientos de 1989 no sólo afectaron a los países de
Europa central y oriental sino que tuvieron repercusión universal. Consecuencia de
ello son:

1. En algunos países el encuentro entre la Iglesia y el movimiento obrero, nacido


como una reacción de orden ético y concretamente cristiano contra una vasta
situación de injusticia.

2. La segunda afecta a los pueblos de Europa. Antes del dominio del comunismo
se cometieron muchas injusticias, se acumularon odios y rencores. El peligro de
que revivan y estallen conflictos después de la caída del comunismo es real. Ante
esta grave posibilidad el Papa desea que “el odio y la violencia no triunfen en los
corazones, sobre todo de quienes luchan a favor de la justicia, sino que crezca en
todos el espíritu de paz y de perdón”.

Algunos países de Europa se encuentran como en una situación de posguerra,


tratando de reestructurar sus economías hasta hace poco colectivizadas. Esto sólo
se logrará con grandes sacrificios de estos pueblos y con la ayuda solidaria de
otros países, sobre todo europeos: «Esta exigencia, sin embargo, no debe inducir
a frenar los esfuerzos para prestar apoyo y ayuda a los países del Tercer Mundo,
que sufren a veces condiciones de insuficiencia y de pobreza bastante más
graves».

Finaliza el Papa estas ideas recalcando, una vez más, algo que para la Iglesia es
sustancial: cuando se habla de desarrollo no debe entenderse de manera
exclusivamente económica, sino que se trata del desarrollo humano integral. Se
trata de «fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer
efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de
responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios».

1.4 La propiedad privada y el destino universal de los bienes

Es el capítulo más extenso de la encíclica y el más importante. Comienza el Papa


recordando que desde los tiempos de León XIII, y pasando por las enseñanzas de
Papas posteriores, las del concilio Vaticano II y las suyas propias en Laborem
exercens y Sollicitudo rei socialis, la Iglesia ha enseñado siempre la licitud de la
propiedad privada y los límites que pesan sobre ella".

Basado en esta enseñanza Juan Pablo II se plantea la cuestión "acerca del origen
de los bienes que sustentan la vida del hombre, que satisfacen sus necesidades y
son objeto de sus derechos". Ahí mismo él responde: "Dios ha dado la tier-ra a
todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a
nadie ni privilegiar a ninguno". Aquí está, pues. el origen del destino universal de
los bienes de la tierra.

Ahora bien, la tierra no da sus frutos sin la intervención del trabajo humano.
Mediante él, con su inteligencia y libertad, el hombre domina la tierra para su
servido y beneficio. Así se apropia de una parte de ella. Este es el origen de la
propiedad privada individual. Pero al hombre "le incumbe también la
responsabilidad de no impedir que otros hombres obtengan su parte del don de
Dios; es más, debe cooperar con ellos para dominar juntos toda la tierra".

En este planteamiento el Papa vuelve a valorar el papel del trabajo humano como
lo hizo ampliamente en la encíclica Laboran exercens. Inmediatamente hace
alusión a otra forma de propiedad que adquiere suma importancia en la actualidad.
Se trata de la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber.

En este complejo proceso del trabajo humano se observa que una sola persona no
puede producir bienes de forma adecuada, sino que se exige la colaboración de
muchas personas. Organizar este proceso es una fuente de riqueza de la
sociedad actual, lo mismo que conocer oportunamente las necesidades de los
demás hombres y el conjunto de los factores productivos para satisfacerlas. “Así
se hace cada va más evidente y determinante el papel del trabajo humano,
disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativo y de espíritu
emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo”.

El Papa recuerda que en otros tiempos el factor decisivo de la producción fue la


tierra; luego ocupó su lugar el capital. Hoy en día el factor decisivo es "el hombre
mismo, es decir, su capacidad de conocimiento, que se pone de manifiesto
mediante el saber científico, y su capacidad de organización solidaria, así como la
de intuir y satisfacer las necesidades de los demás".

Por otro lado, el Papa es consciente que este planteamiento presenta riesgos y
problemas porque quizás la mayoría de los hombres «no disponen de medios que
les permitan entrar de manera efectiva y humanamente digna en un sistema de
empresa, donde el trabajador ocupa una posición realmente central…. Ellos,
aunque no explotados propiamente, son marginados ampliamente y el desarrollo
económico se realiza, por así decirlo, por encima de su alcance… esos hombres
forman verdaderas aglomeraciones en las ciudades del Tercer Mundo, donde a
menudo se ven desarraigados culturalmente, en medio de situaciones de violencia
y sin posibilidad de integración».

Existen otros grupos humanos en donde las condiciones de supervivencia son


todavía más graves, sea en la ciudad, sea en el campo. Se podría hablar —dice el
Papa— de "explotación inhumana", ya que las carencias humanas del capitalismo
están lejos de haber desaparecido. El mayor problema de estos hombres y
pueblos marginados está en que, de forma equitativa, puedan tener acceso al
mercado internacional donde realmente se valore el recurso humano por encima
de la explotación de los recursos naturales.

Pero incluso en los países desarrollados se presenta el fenómeno de muchos


trabajadores que no consiguen entrar al ritmo de los cambios tecnológicos y de
conocimiento y quedan fácilmente marginados.

El panorama económico pudiera hacer creer que el "libre mercado" sea el


instrumento eficaz para responder a las necesidades. Esto es cierto parcialmente
respecto a las necesidades que según el Papa, son "solventes" y para aquellos
recursos que son "vendibles". La realidad es que "existen numerosas necesidades
humanas que no tiene salida en el mercado" y por tanto quedan sin ser
satisfechas. Es deber de justicia ayudar a estos hombres de modo que se puedan
valorar mejor sus capacidades y recursos:

«Existe algo que es debido al hombre, porque es hombre en virtud de su


eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad
de sobrevivir y de participar activamente en el bien común de la humanidad»

Ante esta situación y en nombre de la justicia se presenta "un vasto y fecundo


campo de acción y de lucha" para los sindicatos y otras organizaciones que
defienden los derechos de los trabajadores. El Papa señala que esta lucha es
contra un sistema económico que él mismo señala como:

• «Un método que asegura el predominio absoluto del capital,

• la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre


subjetividad del trabajo del hombro».

Ahora bien, a este sistema no se le opone como método alternativo el sistema


socialista. La acción y la lucha que el Papa sugiere es para que se organice "una
sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación''. Este tipo
de sociedad no se opone al mercado. Al contrario, lo acepta siempre y cuando
éste sea controlado por las fuerzas sociales y por el Estado.

En un sistema de libre empresa se dan los beneficios como índice de la buena


marcha de la empresa. Pero hay que advertir que dichos beneficios no son el
único índice de las condiciones de la empresa. Es posible que teniendo beneficios
"los hombres que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean
humillados y ofendidos en su dignidad. Además de ser moralmente inadmisible,
esto no puede menos de tener reflejos negativos para á futuro". La empresa debe
ser "comunidad de hombres" que buscan la satisfacción de sus necesidades
fundamentales y se ponen al ser-vicio de la sociedad.

De todo lo anterior se concluye que se deben seguir haciendo esfuerzos, sobre


todo por parte de los países ricos, para seguir ofreciendo a los débiles
oportunidades de inserción en la vida internacional. Pero sobre estas iniciativas
pesa la grave situación, todavía no resuelta, de la deuda externa de los países
pobres. Es cierto que las deudas deben ser pagadas, pero «no es lícito, en
cambio, exigir o pretender su pago, cuando éste valdría a imponer de hecho
opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones
enteras. No se puede pretender que las deudas convidas sean pagadas con
sacrificios insoportables».
A partir de este momento de la encíclica, Juan Pablo II dirige su atención a “los
problemas específicos y a las amenazas que surgen dentro de las economías más
avanzadas”. El primer asunto que aborda es el de la demanda de calidad. Tanto la
calidad de la mercancía que se produce y consume como la de los servicios que
se disfrutan, la del ambiente y la de la vida en general.

El aspirar a una vida cualitativamente más satisfactoria y más rica es en sí


legítimo. Sin embargo, de acuerdo con el tipo de necesidades que van
apareciendo se manifiesta una determinada cultura que se presenta como
concepción global del mundo y de la vida. Así nace el fenómeno del consumismo:
«Al descubrir nuevas necesidades y nuevas modalidades para su satisfacción, es
necesario dejarse guiar por una imagen integral del hombre, que respete todas las
dimensiones de su ser y que subordine las materiales e instintivas a las interiores
y espirituales».

Ante esta situación se impone una "gran obra educativa y cultural" para que
desarrollen la capacidad de elección responsable, así como la formación de un
alto sentido de responsabilidad en los productores y en los profesionales de los
medios de comunicación social.

Problema serio, dentro de esta temática, es el de la droga: «Su difusión es índice


de una grave disfunción del sistema social, que supone una visión materialista y,
en cierto sentido, destructiva de las necesidades humanas... No es malo el deseo
de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor,
cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más,
sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí
mismo»".

Paralelo al problema del consumismo y vinculado con él está la cuestión


ecológica. Existe un consumo desordenado y excesivo de los recursos de la tierra:
"El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de
«crean» el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre
sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios".
El hombre actual, ante la destrucción de muchos recursos naturales debe ser
consciente de su responsabilidad para con las generaciones futuras.

Pero mientras la humanidad se interesa ante la alarma de la polución ambiental y


del efecto invernadero, no se le pone, al menos igual atención al ambiente
humano. En otras palabras, «nos esforzamos muy poco por salvaguardar las
condiciones morales de una auténtica "ecología humana"... El hombre es para sí
mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de
la que ha sido dotado... Sin embargo, está condicionado por la estructura social en
que vive, por la educación recibida y por el ambiente».

«La primera estructura fundamental a favor de la «ecología humana» es la familia,


en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y d bien;
aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir
en concreto ser una persona»". En el pensamiento y en la preocupación pastoral
de Juan Pablo II ocupa un lugar de privilegio todo lo relacionado con la familia.
Uno de sus documentos mayores sobre el tema es la Exhortación Apostólica
"Familiaris consortio" de 1981. En Centesimus annus enfatiza en "volver a
considerar la familia como el santuario de la vida... Contra lo llamada cultura de la
muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida".

Toda la dramática situación desencadenada por esta cultura de la muerte se debe,


en el fondo, no tanto al sistema económico vigente, sino al "sistema ético-cultural".
En efecto, "todo el sistema socio-cultural, al ignorar la dimensión ético y religiosa,
se ha debilitado, limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios".

Tanto el ambiente natural como el ambiente humano deben ser objeto de atención
y defensa por parte del Estado: «El Estado y la sociedad timen el deber de
defender los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el único marco
dentro del cual a posible para cada uno conseguir legítimamente sus fina
individuales».

Esto pone, evidentemente, límites al mercado, que aunque tiene ventajas, que el
Papa enumera", conlleva el riesgo de la "idolatría del mercado"; idolatría que
ignora que se puedan dar bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser
simples mercancías".

Ha sido tradición dentro del marxismo el acusar a la sociedad burguesa y


capitalista de alienadora de la existencia humana. Pero la visión marxista es
reductiva porque hace consistir la alienación dependiendo de las relaciones de
producción y de la propiedad. Históricamente nunca quisieron darse cuenta que "el
colectivismo no acaba con la alienación, sino que más bien la incrementa, al
añadirle la penuria de las cosas necesarias y la eficacia económica".

Pero también en las sociedades de Occidente se da otro tipo de alienación en el


consumo. En efecto, el hombre se ve atrapado en una "red de satisfacciones
falsas y superficiales, en vez de ser ayudado a experimentar su personalidad
auténtica y concreta...; se verifica también en el trabajo cuando se organiza de
manera tal que 'maximaliza' solamente sus frutos y ganancias y no se preocupa
que el trabajador, mediante el propio trabajo, se redice como hombre".

Para el cristianismo el hombre se aliena cuando rechaza "trascender-se a sí


mismo y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una autentica
comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios".

Desafortunadamente en Occidente los hombres siguen instrumentalizándose


mutuamente, en una forma moderna de explotación, tratando de satisfacer sus
necesidades particulares y secundarias, teniendo como horizonte de su quehacer
el tener y gozar y evitando subordinar sus instintos a la verdad.

«La obediencia a la verdad sobre Dios y sobre el hombre es la primera


condición de libertad, que le permite ordenar las propias necesidades, los
propios deseos y el modo de satisfacerlos según una justa jerarquía de
valores, de manera que la posesión de las cosas sea para él un medio de
crecimiento».

Termina el Papa el cuarto capítulo de su encíclica volviendo a hacer la pregunta


fundamental: ¿se puede decir que después del fracaso del comunismo, el sistema
vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los
países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad?

Una respuesta tajante no es fácil por lo complejo del asunto. En realidad el Papa
distingue dos tipos de capitalismo. Al primero, al que prefiere llamar "economía de
empresa", "economía de mercado", o "economía libre", le da su visto bueno. Lo
describe con las siguientes características:

• «Un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la


empresa,

• del mercado,

• de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios


de producción,

• de la libre creatividad humana m el sector de la economía».

Si por capitalismo se entiende: «un sistema en el cual la libertad, en el ámbito


económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al
servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular
dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso», entonces la respuesta es
absolutamente negativa.
Finaliza diciendo algo que los Papas han afirmado siempre: La Iglesia no tiene
modelos específicos que proponer para la solución de los problemas sociales.
Tiene, sí, derecho a intervenir, pero lo hace con su Doctrina Social que ofrece
“como orientación ideal e indispensable”.

1.5 Estado y cultura

El marxismo-leninista, y en general los totalitarismos, han rechazado la


organización democrática de la sociedad estructurada en los clásicos tres
poderes: legislativo, ejecutivo, judicial. También los totalitarismos han negado a la
Iglesia: no pueden tolerar que se sostenga un criterio objetivo del bien y del mal,
por encima de la voluntad de los gobernantes. Además, el Estado totalitario tiende
“a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comunidades
religiosas y las mismas personas”.

En contraposición, la Iglesia aprecia el sistema de la democracia en el cual se


asegura la participación de los ciudadanos en los asuntos relacionados con las
diferentes opciones políticas, e incluso la posibilidad de controlar a sus
gobernantes: «Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de
derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana».

Otro fenómeno que el Papa considera es el del fanatismo o funda-mentalismo. Los


grupos fundamentalistas son aquellos que «en nombre de una ideología con
pretensiones científicas o religiosas, creen que pueden imponer a los demás
hombres su concepción de la verdad y del bien».

La verdad cristiana no es ideológica porque la aceptación de la fe cristiana se


basa en el respeto de la libertad de cada persona: «El cristiano vive la libertad y la
sine (cf In 8, 31-32), proponiendo continuamente, en conformidad con la
naturaleza misionera de su vocación, la verdad que ha conocido».

En los últimos años, sobre todo después de la caída del totalitarismo comunista,
los hombres se han sensibilizado aún más y le prestan mucha atención a los
derechos humanos. Es de desear que en todas las naciones democráticas se
haga un reconocimiento explícito de estos derechos. El Papa enumera unos
cuantos, siguiendo la tradición de otros pontífices —Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI—
: • El derecho a la vida.

• El derecho a vivir en una familia y en un ambiente moral.

• El derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad.

• El derecho a participar en el trabajo.


• El derecho a fundar libremente una familia.

• El derecho a acoger y educar a los hijos.

• El derecho a la libertad religiosa.

Lamentablemente en naciones democráticas estos derechos no siempre son


respetados en su integridad.

El Estado, además, tiene obligaciones en el sector de la economía, en particular


en el de la economía de mercado. Ésta debe funcionar dentro de un marco
institucional, jurídico y político que garantice la libertad a los ciudadanos: «La falta
de seguridad, junto con la corrupción de los poderes públicos y la proliferación de
fuentes impropias de enriquecimiento y de beneficios fáciles, basados at
actividades ilegales o puramente especulativas, es uno de los obstáculos
principales para d desarrollo y para el orden económico".

Otra faceta de la intervención del Estado se presenta cuando los monopolios


ponen obstáculos al desarrollo. En este sentido el Estado ejerce, también,
funciones de suplencia, que deben ser temporales para no privar de sus
competencias a los respectivos sectores sociales y sistemas de empresas.

Pero las intervenciones del Estado se han multiplicado en los últimos tiempos, lo
que ha constituido un Estado de nuevo cuño: el "Estado de bienestar", que ha
tratado de remediar muchas carencias y situaciones de pobreza de los
ciudadanos: «No obstante, no han faltado excesos y abusos que, especialmente
en los años recientes, han provocado duras críticas a ese Estado del bienestar,
calificado como "Estado asistencial"». Estado que no ha sabido respetar el
principio de subsidiariedad.

Por su lado la Iglesia, desde su fundación, ha estado atenta a las necesidades


materiales de los hombres, tratando no de brindar asistencia paternalista, sino
ayudando a las personas a salir de su precaria situación. Es digno de especial
mención el fenómeno del voluntariado que en los últimos tiempos se ha
multiplicado y especializado cumpliendo una tarea importante de refuerzo del
tejido social para fomentar el sentido de la convivencia en la familia humana.

Al finalizar este capítulo el Papa hace unas reflexiones alrededor de la cultura,


afirmando que "toda la actividad humana tiene lugar dentro de una culturas". La
cultura se forma mediante la participación directa de todo el hombre, aportando
todo lo que es y tiene para promover el bien común: «Por esto, la primera y más
importante labor se realiza en el corazón del hombre, y en el modo como éste se
compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí
mismo y de su destino. Es a este nivel donde tiene lugar la contribución específica
y decisiva de lo Iglesia a favor de lo verdadera cultura».

En efecto, la Iglesia lleva a cabo este servicio predicando la verdad sobre la


creación del mundo: Dios lo ha puesto en sus manos para perfeccionarlo por el
trabajo; y predicando la verdad sobre la Redención: Dios ha salvado a todos los
hombres y los ha reunido en fraternidad. Esta preocupación por los otros seres
humanos se con-vierte en antídoto contra los conflictos internacionales que
desembocan en guerras. Sin embargo, no hay que olvidar que en la raíz de las
guerras se ocultan injusticias sufridas, frustraciones ante legítimas aspiraciones y
explotación de masas humanas: «Por eso, el otro nombre de la paz es el
desarrolla Igual que existe la responsabilidad colectivo de evitar la guerra, existe
también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo».

1.6 El hombre: es el camino de la Iglesia

En este capítulo Juan Pablo II hace algunas reflexiones finales. Comienza tratando
su tema favorito: la defensa del hombre y de su eminente dignidad. La Iglesia,
siempre atenta a la evolución de la cuestión social, ha desarrollado su Doctrina
Social cuya finalidad ha sido «la atención y la responsabilidad hacia el hombre,
confiado a ella por Cristo mismo, hacia este hombre que, como el concilio
Vaticano II recuerda, es la única criatura que Dios a querido por si misma y sobre
la cual tiene su proyecto, es decir, la participación en la salvación eterna. No se
trata del hombre abstracto, si no el hombre real, concreto e histórico: se trata de
cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno
se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio ( cf. Encíclica Redemptor
hominis, 13).

El Papa destaca que la Doctrina Social de la Iglesia tiene como horizonte al


hombre en su realidad concreta de pecador y de justo. Por eso esta doctrina tiene
de por sí el valor de un instrumento de evangelización: «En cuanto tol, anuncia a
Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre, y por esta misma razón
revela al hombre a sí mismo».

Por otro lado, el Papa afirma que la antropología cristiana es un capítulo de la


teología: «Por esta misma razón la Doctrina Social de la Iglesia, preocupándose
del hombre, interesándose por él y por su modo de comportarse en el mundo
«pertenece al campo de la teología y especialmente de la teología moral» (cf.
Sollicitudo rei socialis, 41)».

El Papa agradece a todos aquellos que se dedican a estudiar, profundizar y


divulgar la doctrina social cristiana y desea, como ya lo había dicho en Sollicitud
rei socialis (n 41), que el centenario que está conmemorando "sea ocasión de un
renovado impulso para su estudio, difusión y aplicación en todos los ámbitos".

Esta doctrina no debe considerarse solamente como una teoría sino que es
"fundamento y estímulo para la acción". Este mensaje social "se hará creíble por el
testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna".

Por otra parte, la Doctrina Social de la Iglesia tiene, además, dos importantes
dimensiones: la interdisciplinar, por la cual “entra en diálogo con las diversas
disciplinas que se ocupan del hombre, incorporo sus aportaciones y les ayuda o
abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada persona"; la otra es la
práctica, ya que ella "se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con
las situaciones del mundo" para manifestarse en los esfuerzos que hacen
individuos y grupos sociales para darles forma y aplicación en la historia.

"El amor por el hombre, y en primer lugar por el pobre, en el que la Iglesia ve a
Cristo, se concreta en la promoción de la justicia". Para ello hay que emplear todas
las energías y recursos disponibles: "No se trata solamente de dar de lo superfluo,
sino de ayudar a pueblos enteros —que están excluidos y marginados— a que
entre en el círculo del desarrollo económico y humano". Esto exige, además, el
cambio profundo de "los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo,
las estructuras de poder que rigen hoy la sociedad".

Esto se logrará con el concurso de todos los hombres. Por eso, el Papa hace un
llamado a las Iglesias cristianas y a todas las grandes religiones del mundo y las
invita "a ofrecer el testimonio unánime de las comunes convicciones acerco de la
dignidad del hombre, creado por Dios". Así mismo el Papa está persuadido que
"las religiones tendrán hoy y mañana una función eminente para la conservación
de la paz y la construcción de una sociedad digna del hombres".

2. Primer Congreso Latinoamericano


de Doctrina Social de la Iglesia
Fue celebrado en Santiago de Chile del 14 al 19 de octubre de 1991, por iniciativa
del Pontificio Consejo "Justicia y Paz" y el Consejo Episcopal Latinoamericano
(CELAM).

Participaron unos 400 delegados entre obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de


todos los países de América Latina y el Caribe.

El trabajo del Congreso giró alrededor de dos ponencias principales:

1. "Visión global de la realidad mundial y su influencia m América Latina. Aportes


de la Doctrina Social de la Iglesia", por el Dr. José Carlos Brandi Aleixo (brasileño).
2. "Doctrina Social de la Iglesia y Nueva Evangelización en América Latina", por
Mons. Darío Castrillón Hoyos (colombiano).

Y seis comisiones de trabajo que analizaron los siguientes temas:

1. El trabajo, clave del desarrollo humano en América Latina.

2. Política, bien común y derechos humanos.

3. Desarrollo, justicia y paz internacional.

4. Participación social, justicia y solidaridad.

5. Tierra, ecología y medio ambiente.

6. Doctrina Social de la Iglesia. Identidad teológica y social.

Cada una de las comisiones de trabajo analizó el tema de su competencia y


presentó un Informe final a manera de conclusión y resumen de sus respectivos
trabajos. Al finalizar el Congreso se aprobó una “Declaración final” que por su
importancia se reproduce a continuación para que sea objeto de estudio y análisis:

Declaración final del Congreso

«Los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, reunidos en el Primer


Congreso Latinoamericano de Doctrina Social de la Iglesia, convocado por el
Consejo Pontificio Justicia y Paz y por el Consejo Episcopal Latinoamericano
(Celam), para celebrar el centenario de la Rerum novarum:

Conscientes de la gravedad de la situación de inhumana y creciente pobreza


y de la desgarradora violencia que continúan aquejando a la gran mayoría de
los pueblos latinoamericanos.

Unidos a la preocupación del Santo Padre, expresada en la Centesimus


annus, en el sentido de que es inaceptable "la afirmación de que la derrota
del socialismo deje al capitalismo como único modelo de la organización
económica".
Y estimulados por los horizontes que nos abre la Doctrina Social de la Iglesia
en la noble lucha por la justicia:

Primero

Confesamos, con renovado ardor, nuestra fe en el Evangelio de Jesús con


sus consecuencias éticas en el orden social y creemos que la Doctrina Social
de la Iglesia forma parte esencial del mensaje cristiano y que su enseñanza,
difusión, profundización y aplicación, son exigencias imprescindibles de la
nueva evangelización de nuestros pueblos.

Segundo

Reiteramos la opción preferencial de la Iglesia por los pobres, principalmente


por los desempleados, por los indígenas y campesinos sin tierra, por las
poblaciones afroamericanas y otras minorías étnicas, por el cada vez más
creciente número niños que son lanzados prematuramente al trabajo
productivo, por las mujeres y ancianos, frecuentemente marginados de la
participación social.

Tercero

Denunciarnos la situación de pobreza de nuestros países, agravada por el


problema de la deuda externa, que no dudamos en calificar de inmoral,
porque está llevando a nuestros pueblos al hambre y a la desesperación.
Exhortamos a los gobiernos a "encontrar modalidades de reducción, dilación
o extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los
pueblos a la subsistencia y al progreso".

Cuarto

Invitamos a todos los pueblos latinoamericanos, especialmente a los


constructores de nueva sociedad, a la familia, al sector educa-tivo, a la
sociedad y al Estado, a multiplicar las experiencias de so-lidaridad con las
víctimas de las estructuras de pecado y a buscar caminos para construir una
sociedad más justa y fraterna. Quinto Solicitamos a los delegados a la IV
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se reunirá el
próximo año en Santo Domingo, que asumiendo explícitamente los principios
de la Doctrina Social de la Iglesia en su Documento Final, señalen cauces
concretos y audaces para una eficaz aplicación.
Sexto

Finalmente, como miembros de Iglesias y pueblos que comparten una misma


historia, que poseen una vocación de entendimiento y profundos anhelos de
avanzar en la construcción de una convivencia libre, solidaria, justa y en paz,
nos adherimos al «Compromiso con los principios de la Doctrina Social de la
Iglesia», que a continuación proclamamos, con el cual el pueblo chileno, en
el marco de nuestro Congreso, manifestó su fe en las exigencias sociales del
Evangelio de Jesús.

Por lo mismo, nos comprometemos a:

1. Respetar y hacer respetar la dignidad de la persona —imagen de Dios—


siempre, en toda circunstancia y cualquiera sea su condición.

2. Respetar y hacer respetar los derechos humanos derivados de la dignidad de la


persona, como el derecho a la vida desde su gestación, a la integridad física y
psíquica, a la libertad personal y religiosa, a la igualdad ante la ley, a la educación,
al trabajo, a la salud, a la seguridad social, a la vivienda y a los medios necesarios
para vivir dignamente.

3. Promover el derecho de las personas a fundar una familia, así como las
condiciones que favorezcan la reciprocidad del amor de los esposos, la paternidad
responsable y la educación de los hijos.

4. Difundir y promover los derechos del niño, y ser responsables y solidarios con
las jóvenes generaciones de hoy y de mañana, trabajando con ellas por construir
un mundo con estructuras más justas y humanas.

5. Trabajar por una cultura que promueva la relación con Dios y las relaciones
sociales libres y creadoras entre los hombres, que genere modelos de desarrollo,
hábitos de consumo y modos de vida que permitan una actitud solidaria entre los
grupos sociales y una convivencia en armonía y respeto con el medio ambiente.

6. Promover el respeto a la dignidad del trabajo y su primacía sobre el capital, de


modo que trabajo y capital estén al servido del desarrollo integral de la persona.

7. Promover un ingreso y remuneración justos para el trabajo humano y que toda


persona pueda ejercer su derecho al trabajo.

8. Contribuir activamente a desarrollar una economía solidaria, que garantice la


justa participación en la producción, distribución y consumo de bienes.

9. Respetar y hacer respetarla función social de la propiedad privada, la iniciativa


económica y la creatividad de la personas.
I0. Realizar esfuerzos para superar las injustas situaciones de pobreza que
afectan a tantos latinoamericanos haciendo efectiva la preocupación de la
sociedad civil y de los Estados, en cumplimiento de su rol solidario y subsidiario,
por atender preferentemente las necesidades de los sectores más pobres y
marginados, generando condiciones para su desarrollo.

11. Trabajar por el desarrollo de un sistema democrático, que asegure la


participación y corresponsabilidad de todos los ciudadanos en la conducción de la
vida social y política, en el marco del Estado de Derecho, la búsqueda del bien
común y el respeto a la dignidad del ser humana

12. Contribuir a la paz entre los pueblos, promoviendo actitudes de conocimiento,


colaboración, integración y fraternidad entre los países latinoamericanos y otros.

13. Colaborar en la construcción de la convivencia pacífica de nuestros países,


rechazando la violencia y trabajando para suprimir las causas que la generan.

14. Propiciar relaciones internacionales basadas en la justicia social, el derecho de


los pueblos y la solución pacífica de los conflictos, y afirmar la integración
latinoamericana, no sólo en el campo económico sino también cultural, como
condición indispensable para la superación de la situación de pobreza y
marginación de nuestros países.

15. Trabajar para que se lleve a la práctica de modo eficiente los deberes
correspondientes a los derechos aquí señalados.

Al concluir nuestro Congreso, elevamos al Señor nuestra plegaria de acción de


gracias y de súplica ferviente para que nos ayude a llevar a la práctica los
compromisos adquiridos. Y que nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de
América, siga siendo, con el testimonio de su vida de fe, el apoyo a nuestra
esperanza»

3. El Catecismo de la Iglesia Católica


Mediante la Constitución Apostólica "Fidei depositum", Juan Pablo II autorizó la
publicación del "Catecismo de la Iglesia Católica", el 11 de octubre de 1992.

Como fruto del Sínodo de los Obispos de 1985, los participantes expresaron el
deseo de "que fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina
católica tanto sobre la fe como sobre la moral, que sería como un texto de
referencia para los catecismos o compendios que se redactan en los diversos
países".
El Catecismo es fruto de 6 años de trabajo intenso y participativo de los distintos
sectores de la Iglesia. El tema que nos interesa, o sea el de la Doctrina Social de
la Iglesia, el Catecismo lo aborda en varios lugares del texto, así:

1. Lo dignidad de la persona humana: Tercera Parte, Primera Sección, capí-tulo 1,


números 1700 a 1748.

2. La comunidad humana: Tercera Parte, Primera Sección, capítulo 2, números


1878 a 1948.

3. El 7° mandamiento: Tercera Parte, Segunda Sección, capítulo 2, artículo 7,


números 2401 a 2463.

Los textos y números antes señalados son una apretada, pero muy buena,
síntesis de lo que la Iglesia enseña en su Doctrina Social. El lector podrá
beneficiarse de la consulta y lectura de estos textos para tener una visión integral
sobre el tema.

Sólo resaltamos el principio fundamental del cual se origina la DSI:

«La Iglesia recibe del Evangelio la plena revelación de la verdad del hombre.
Cuando cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en
nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las
personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conforme a
la sabiduría divina».

4. El Documento de Santo Domingo


La IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano fue convocada por el
papa Juan Pablo II del 12 al 28 de octubre de 1992 con el fin de estudiar los
grandes temas de la Nueva evangelización, la Promoción humana y la Cultura
cristiana.

El "Documento de Santo Domingo", fruto de las conclusiones de la Asamblea, está


estructurado en tres partes, así:

Primera Parte: Jesucristo, evangelio del Padre.


Segunda Parte: Jesucristo, evangelizador viviente en su Iglesia:

Capítulo 1°- La Nueva Evangelización.

Capítulo 2° - La Promoción Humana.

Capítulo 3° - La Cultura Cristiana.

Tercera Parte: Jesucristo, vida y esperanza de América Latina y el Caribe.

Líneas pastorales prioritarias.

El capítulo que más interesa a nuestro propósito de estudio es el 2° de la Segunda


Parte, o sea el que trata de la "Promoción Humana". El capítulo comienza citando
un importante texto de Pablo VI en la Evangelii nuntiandi que tiene una gran
riqueza y que nos abre de par en par las puertas para incursionar en el tema. Vale
la pena citarlo en su integridad:

«Entre evangelización y promoción humana —desarrollo, liberación— existen


efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el
hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a
los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no
se puede disociar el plan de la creación del plan de la Redención que llega
hasta situaciones muy concretas de injusticia, a las que hay que combatir, y
de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente
evangélico, como es el de la caridad; en efecto, ¿cómo proclamar el
mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero,
el auténtico crecimiento del hombre? (Evangelii nuntiandi)».

Esto quiere decir que la Promoción humana es una dimensión privilegiada de la


nueva evangelización, es decir, del anuncio explícito de Jesús como Salvador del
hombre. Al establecer esta conexión entre evangelización y atención al
crecimiento integral del hombre, se está dando un paso fundamental para
entender la coherencia que debe existir entre fe y vida. Justamente el documento
afirma que «la falta de coherencia entre la fe que se profesa y la vida cotidiana es
una de las varias causas que generan pobreza en nuestros países, porque los
cristianos no han sabido encontrar en la fe la fuerzo necesaria para penetrar los
criterios y las decisiones de los sectores responsables del liderazgo ideológico y
de la organización de la convivencia social, económica y política de nuestros
pueblos».

El capítulo que entramos a estudiar tiene dos grandes secciones en donde los
obispos de la IV Conferencia analizan unos problemas puntuales de América
Latina. En cada problema analizado hacen una descripción de tipo doctrinal, luego
presentan los desafíos pastorales y por último trazan unas líneas pastorales. Para
efectos de nuestro estudio señalamos cada uno de los problemas y seleccionamos
una cita ya sea de la exposición doctrinal, ya de los desafíos pastorales. Las dos
grandes Secciones son:

1. Los nuevos signos de los tiempos en el campo de la Promoción Humana: Allí


los obispos analizan los siguientes signos:

1.1 Los derechos humanos: «Los derechos humanos se violan no sólo por el
terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de
condiciones de extrema pobreza y de estructuras económicas injustas que
originan grandes desigualdades. La intolerancia política y el indiferentismo frente a
la situación del empobrecimiento generalizado muestran un desprecio a la vida
humana concreta que no podemos callar».

1.2 Ecología: «Las propuestas de desarrollo tienen que estar subordinadas a


criterios éticos. Una ética ecológica implica el abandono de una moral utilitarista e
individualista. Postula la aceptación del principio del destino universal de los
bienes de la creación y promoción de la justicia y solidaridad como valores
indispensables.

1.3 La tierra: don de Dios: «Nos desafía la situación problemática de la tierra en


América Latina y el Caribe, ya que "cinco siglos de presencia del Evangelio... no
han logrado aún una equitativa distribución de los bienes de la tierra", que "está
todavía, por desgracia, en manos de unas minoría? (Juan Pablo II, Mensaje de
cuaresma de 1992)».

1.4 Empobrecimiento y solidaridad: «El creciente empobrecimiento en el que están


sumidos millones de hermanos nuestros hasta llegar a intolerables extremos de
miseria es el más devastador y humillante flagelo que vive América Latina y el
Caribe»".

1.5 El trabajo: «La Iglesia, como depositaria y servidora del mensaje de Jesús, ha
visto siempre al hombre como sujeto que dignifica el trabajo, realizándose a sí
mismo y perfeccionando la obra de Dios, para hacer de ella una alabanza al
Creador y un servicio a sus hermanos».

1.6 La movilidad humana: «En los países con especiales problemas de migración
por causas socio-económicas existe por lo general ausencia de medidas sociales
para detenerla; y en los países receptores, una tendencia a impedir su ingreso.
Esto trae graves consecuencias de desintegración familiar y desangre de fuerzas
productivas en nuestros pueblos».
1.7 El orden democrático: «La convivencia democrática, que se afianzó después
de Puebla, en algunos países se ha venido deteriorando, entre otros factores por
los siguientes: corrupción administrativa; distanciamiento de los liderazgos
partidistas con relación a los intereses de las bases y las reales necesidades de la
comunidad».

1.8 Nuevo orden económico: «El problema de la deuda externa no es sólo, ni


principalmente, económico, sino humano, porque lleva a un empobrecimiento cada
vez mayor e impide el desarrollo y retardo la promoción de los más pobres».

1.9 Integración latinoamericana: «Es grave responsabilidad de los gobernantes el


favorecer el ya iniciado proceso de integración de unos pueblos a quienes la
misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en
el camino de la historia (Juan Pablo II, Discurso inaugural. 15)».

2. La Familia y la vida: desafíos de especial urgencia en la Promoción Humana:


Así se titula la Segunda Sección. Los obispos de la IV Conferencia enfocan el
problema clave de la humanidad actual, la protección y defensa de la familia como
núcleo donde se fragua el futuro de la humanidad y como servidora de la vida.

También denuncian "con tristeza" las campañas anti-vida que se difunden en


América latina y en el Caribe «perturbando la mentalidad de nuestro pueblo con
una cultura de muerte... Nuestro continente sufre a causa del "imperialismo
anticonceptivo" que consiste m imponer a pueblos y culturas toda forma de
contracepción, esterilización y aborto, que se considera efectiva sin respeto a las
tradiciones religiosas, étnicas y familiares de un pueblo o cultura».

Toda la problemática socio-política, económica, cultural y religiosa analizada en


intensas y polémicas sesiones de trabajo y condensada en el capítulo sobre
Promoción Humana, al que nos hemos referido, desembocó en el segundo de los
compromisos que la Asamblea aprobó. Dice así:

"Una Promoción Humana integral de los pueblos latinoamericanos y caribeños:

«1. Hacemos nuestro el clamor de los pobres. Asumimos con renovado ardor
la opción evangélica preferencial por los pobres, en continuidad con Medellín
y Puebla. Esta opción, no exclusiva ni excluyente, iluminará, a imitación de
Jesucristo, toda nuestro acción evangelizadora.

Con tal luz invitamos a promover un nuevo orden económico, social y


político, conforme a la dignidad de todas y cada una de las personas,
impulsando la justicia y la solidaridad y abriendo para todas ellas horizontes
de santidad.

2. Decimos si a la vida y a la familia. Ante las graves agresiones a la vida y a


la familia, agudizadas en los últimos años, proponemos una decidida acción
para defender y promover la vida y la familia, iglesia doméstica y santuario de
la vida, desde su concepción hasta el final natural de su etapa temporal.
Toda vida humana es sagrada».

Potrebbero piacerti anche