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La educación de la solidaridad.
1. Introducción.
En el último tercio del siglo XX, se han adelantado estudios sobre la situación
del hombre y la educación en el mundo, en los que filósofos, científicos,
pedagogos, humanistas, eran coincidentes. En “Aprender, horizonte sin límite”
se recopilan algunos de ellos. Allí podemos leer que “aunque muy avanzados
en otras dimensiones, los hombres y mujeres modernos son, hoy por hoy,
incapaces de entender plenamente el significado y consecuencias de lo que
hacen” (ii).
el bien común,
la justicia, frente a toda forma de corrupción,
el conocimiento de la verdad y las actuaciones consecuentes con ella y
la debida formación de la propia conciencia,
a veracidad para informar de acuerdo con la verdad y no según criterios
políticos o comerciales, y el respeto al buen nombre de los demás,
el respeto a la vida,
la familia, comenzando por el deber de los padres de cuidar de sus hijos
desde el momento de la concepción (iii).
Solidaridad es, por tanto, el sentimiento que nos lleva a “sentirnos uno” con los
demás. Especialmente, conlleva sumarse a las causas de los demás cuando
éstas se consideran justas. La educación personalizada -que es el sistema
pedagógico centrado en la persona- hace de la solidaridad un fin educativo,
para que los alumnos puedan trabajar por superar los sentimientos
individualistas y egoístas.
Mark Malloch, administrador del PNUD (vii), afirma que cinco años después de
la Cumbre del Desarrollo Social de Copenhague, “los resultados han sido
decepcionantes”.
En el Informe del 2000 sobre los derechos humanos y el desarrollo humano del
PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), se puede leer que -
actualmente- hay casi 1.500 millones de personas que tratan de sobrevivir con
menos de un dólar al día, y no sólo en los países más pobres sino también en
los llamados industrializados. El número de niños obligados a trabajar asciende
a 250 millones.
“La lucha contra la pobreza es uno de los desafíos que se presenta ante la
humanidad del nuevo milenio. La comida, la asistencia sanitaria, la educación,
el trabajo, no representan sólo objetivos de desarrollo: son derechos
fundamentales, que todavía son negados, por desgracia, a millones de seres
humanos” (viii), afirma Juan Pablo II .
“Sin generosidad, uno se condena a una soledad terrible. Uno puede tener
mucho dinero, pero, si no se tiene en cuenta a los demás, debe pagar el alto
precio del abandono y de la muerte del deseo”. Así se expresa Walter Salles, el
director de la película Estación Central de Brasil, en la cuenta la evolución de
un país de la indiferencia y de la impunidad hasta un país de la solidaridad, del
descubrimiento del afecto, del encuentro con los demás.
Hace unos años, escribía Edgar Morin en Le Monde: “el sistema asistencial no
se ocupa de la soledad y de las miserias morales, salvo cuando adoptan la
forma de dolencias psiquiatricas o psicosomáticas y son tratadas como
enfermedades (ix)”
• 4.1.
• En el estilo familiar:
En este ambiente, han de estar presentes -en primer lugar- las manifestaciones
de la solidaridad ya enumeradas:
• 4.2. En el colegio:
Claro que para que esto deje de ser una declaración de intenciones los
profesionales de la educación tendremos que cambiar algunas cosas. En
primer lugar y como punto de partida, el autoconcepto de la dignidad
profesional de nuestro trabajo. Sólo así podremos transmitirlo a los demás.
Todo el mundo opina de educación, unos por derecho, otros por opinadores;
pero los que más sabemos, aunque sea poco, somos los que nos dedicamos a
educar.
“En la escuela del futuro, el maestro será demasiado importante como para
limitarse a estar presente y ‘enseñar’ “, dice Louis Gerstner, en la obra que
recopila las experiencias educativas más innovadoras para preparar a los
alumnos del siglo XXI en EEUU, y añade: “si queremos éxito en el siglo XXI
debemos cambiar lo que enseñamos, el modo de enseñar y lo que esperamos
de los alumnos (xi)”.
Todos los profesores sabemos esto desde hace tiempo, pero los padres nos
exigen que sus hijos superen la selectividad y con nota suficiente para poder
elegir la carrera universitaria; la administración pretende que todos se gradúen
con éxito, sin tener en cuenta si los alumnos también lo quieren; la legislación
impone un curriculum que no se puede explicar en el tiempo disponible; y
algunos alumnos están en clase porque no hay nadie en los demás sitios a
esas horas.
Esta descripción es tan real como necesaria la educación que venimos
describiendo. Parece que no hay salida; que hemos de esperar a que suceda
algo, no se sabe bien qué, que permita el cambio necesario para esta
reorientación del trabajo educativo.
Así que cada uno debe ver qué debe modificar en su clase, en su entrevista
con los alumnos y las familias, en su vida personal y profesional, para iniciar
una educación diferente haciendo cosas diferentes, porque si seguimos
haciendo lo mismo, será difícil que algo cambie.
Claro que estaría muy bien que la administración facilitara medios y flexibilidad
legislativa para poder realizar innovaciones más atrevidas, con participación de
padres y alumnos y con un equipo de profesores que compartiera estos
principios e inquietudes, pero a todo se llegará si somos constantes y
aprovechamos lo que tenemos a nuestro alcance, que es mucho:
En fin, hay mucho que hacer si nos ponemos a ello, pero no estamos solos.
Pero también eran jóvenes los dos millones que participaron en la Jornada
Mundial de la Juventud, el pasado agosto, en Roma, acudiendo a una llamada
de Juan Pablo II, de quien pudieron oir “hoy estáis reunidos aquí para afirmar
que en el nuevo siglo no os prestaréis a ser instrumentos de violencia y
destrucción; defenderéis la paz, incluso a costa de vuestra vida si fuera
necesario. No os conformaréis con un mundo en el que otros seres humanos
mueren de hambre, son analfabetos, están sin trabajo. Defenderéis la vida en
cada momento de su desarrollo terreno; os esforzaréis con todas vuestras
energías en hacer que esta tierra sea cada vez más habitable para todos (xii)”.
Sí. Los jóvenes son el futuro, y pueden ser mejores si les ayudamos a
conocerse, a limar las aristas del carácter para ponerlo al servicio de las
decisiones, a cultivar la inteligencia con seriedad y rigor, relegando el lenguaje
de la imagen a un segundo plano, para que no sustituya el lenguaje perceptivo
(concreto) al lenguaje conceptual (abstracto) (xiii), como alerta Giovanni Sartori,
si nos atrevemos a educar personalmente a cada uno.
En el Manifiesto 2000 para una cultura de paz y no violencia, que el marco del
Año Internacional de la Paz que la ONU ha propuesto para este año, toda
persona se puede adherir con su firma, desde Internet, se recogen seis puntos:
https://educrea.cl/la-educacion-de-la-solidaridad/