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PRIMER PARCIAL PSICOLOGÍA SOCIAL 2019

Unidad I

De Brasi, J. (1990). A modo de Introducción. Crítica del Dualismo. En:Subjetividad,

Grupalidad, Identificaciones. Apuntes meta grupales. (pp. 9- 24). Buenos Aires;

Búsqueda Grupo Cero.

La sociedad occidental está construida en base a dualismos (adentro-afuera;


subjetivo-objetivo; individuo-sociedad). Esta tensión ha estado siempre presenta, la
Psicología Social la toma como objeto, la problematiza, la deconstruye.
La crítica del binarismo requiere tomarlo en las matrices donde sus elementos son
ordenados cuidadosamente, donde sus ilusiones generan divisiones principales,
subordinadas y dependientes de un régimen arborescente que puede llegar hasta el infinito,
siempre y cuando respetemos el “axioma” de no tomarlo como punto de partida, o mejor dicho,
como punto “en sí” partido, diseminado desde el comienzo mismo, sin unidad de remisión ni
de especulación.
Las divisiones-descripciones de las nociones y conceptos vienen acompañadas de su
posterior “naturalización”; se consideran como si siempre hubiesen existido. La
“naturalización” tiene la misma forma del milagro. Ninguno de ambos es ahistórico o están
caídos de alguna historia posible. Por el contrario, se constituyen como acontecimientos sin
historia en la historia misma.
De Brasi define al dualismo como “cortes que se han dado en la historia de las ideas”,
punto común de las estructuras del pensamiento occidental. Ninguna disciplina escapa de
ello. No se los concibe como el obstáculo a superar, sino como “tesoro a preservar”.
Por otro lado, es necesario comprender que lo grupal habla de las diversas formas en
que las subjetividades son conformadas, de los grupos donde circulan y se vehiculizan, sin
quedar apresadas ni reducidas a tales formaciones grupales. Y por ello participan de lo que
podríamos llamar una ambigüedad clave: requieren ser explicados tanto desde sí mismos,
como desde sus bordes.
La cesura básica que inunda nuestras reflexiones es la que pasa por separar lo
subjetivo de lo objetivo, estableciendo además entre ambas relaciones de dependencia,
causalidad y hegemonía. Así se asumen y se transmiten.
La división entre el a-dentro y el a-fuera es una división autonegada. Los mismos
términos indican que la separación es arbitraria, y que la misma entraña cortes en las
continuidades espacio-temporales. Discontinuidades que permiten analizar, estimar y captar
los fenómenos, ordenarlos, construir los objetos que diseñarán territorios científicos acotados,
métodos, instrumentos, procedimientos, formas de intervención, etc. En síntesis, lo que
llamaríamos actualmente “modos de semiotización” particulares, regionales. Pero fuera de
ellos queda un horizonte, cuyo alcance no sobrepasa la línea imaginaria que se ofrece ante
nuestra vista.
De Brasi plantea que los horizontes del sujeto humano son objeto de figuración,
imaginarización, modelización, etc., pero básicamente son producidos en una formación
social-histórica particular donde el sujeto singular está implicado de miles de formas
conocidas y desconocidas.
La dupla a-dentro/a-fuera (interior/exterior será una derivación tardía que agrega un
matiz intimista a la demarcación original) navega por un canal con dos brazos suplementarios:
la existencia imaginaria de un límite y un límite imaginario de la existencia.
“La barrera adentro/afuera, interior/exterior ha quedado definitiva y artificialmente
instalada. Por eso puedo creerme in-dividuo, indiviso y paralelamente, considerar la división
como el principio universal por excelencia.”
Adentro/afuera, arriba/abajo aparecen, de esta manera, como limitaciones de las
formas de representación que nos hacemos de nosotros y de las cosas mundanas, más que
de nos-otros y de las cosas como realmente son y se van transformando.
De modo coextensivo a la existencia imaginaria de un límite se da un límite imaginario
de la existencia. Y no es otro que la aceptación, por parte del hombre, de su finitud.
Lo social-histórico no es un afuera ni una extensión o posterioridad temporal de una
sustancia subjetiva, sino aquello con que está tramado el mismo inconsciente.
Fernández, A. (1999). Notas para la constitución de un campo de problemas de la

subjetividad, En: A. Fernández (Ed.). Instituciones Estalladas. Buenos Aires:

EUDEBA

I. INTRODUCCION.

El "individuo" no sólo ha sido uno de los modos de subjetivación de la Modernidad (el


visible), ha sido también un dominio de objeto alrededor del cual se han constituido, en
complemento/suplemento con su par antinómico "la sociedad" el conjunto de las disciplinas
que constituyeron las llamadas ciencias humanas y/o sociales. Una vez separados como
territorios disciplinarios se ha intentado hasta el infinito establecer puentes, relaciones,
articulaciones. Las diferentes corrientes de la Psicología Social dan cuenta de los límites de
articular aquello que previamente se ha imaginado como perteneciente a áreas diferentes.
En el campo de "las psicologías" puede verse que una vez que se ha imaginado que
lo psíquico es interior y lo social es exterior los obstáculos conceptuales suelen llevar a
impasses teóricos de difícil resolución.
En el campo de "los psicoanálisis" varios de sus autores principales -particularmente
Freud y Lacan- han aportado importantes herramientas para pensar esta cuestión por fuera
de la antinomia individuo-sociedad. Sin embargo, las aperturas conceptuales inauguradas por
estos pensadores suelen cerrarse frecuentemente a través de diversos modos de
sustancializar lo inconsciente.
Al mismo tiempo, en los procesos de institucionalización de estos saberes las
territorializaciones disciplinarias han sido acompañadas de fuertes "certezas" en relación a
cuestiones que siempre deberían quedar abiertas a la interrogación.
El trabajo con llamados "sectores marginales", con mujeres, con homosexuales, con
jóvenes de los '90, con etnias diversas, hablan de los límites de pensar un modo universal de
subjetivación. Las nuevas formas de violencia, la caída del deber, la desustancialización de
los valores, la crisis de los contratos conyugales, estarían dando cuenta de significativas
transformaciones del lazo social en función de una mutación, aún en curso, de las
significaciones imaginarias sociales fundantes de la Modernidad. Tal vez hayamos tenido el
espejismo de universalizar aquello que puede conservar un enorme valor si puede resituarse
en su localidad.
Para que aquello que se universalizó pueda particularizarse es necesario realizar, a
mi criterio, por lo menos dos operaciones en estrecha interrelación:
a) una elucidación crítica de las nociones universalizadas, es decir des-esencializar.
b) trabajar una dimensión socio-histórica en la noción de subjetividad.
Para el trabajo de des-esencialización han sido y son importantes instrumentos
conceptuales las nociones de elucidación crítica (Castoriadis), deconstrucción (Derrida) y
análisis genealógico (Foucault).
Esto no significa una posición ecléctica, sino un modo de trabajo de los conceptos
donde se operacionalizan nociones en el sentido dado por Foucault a la "caja de
herramientas".
La importancia de abrir visibilidad y por ende crear condiciones de enunciabilidad de
las dimensiones sociohistóricas de la subjetividad y sus nociones derivadas es al menos
doble:
a) Permite ejemplificar sobre el abordaje de criterios multirreferenciales. Pero al
comenzar a pensar operadores multirreferenciales, no sólo se hacen necesarios
nuevos requisitos metodológicos, sino que muchas certezas constituidas al interior
de un campo unidisciplinario entran en interrogación.
b) Por otro lado, permitiría pensar de otro modo la relación entre lo "individual" y lo
"social", de tal forma que no queden de entrada en territorios separados que luego
se vuelven tan difíciles de articular.
II. CAJA DE HERRAMIENTAS.
1. Deconstrucciones, genealogías y relatos únicos.
J. Derrida, con su noción de de-construcción, Castoriadis con su criterio de elucidación
crítica en relación a lo que él llama el pensamiento heredado (platónico-aristotélico) y Foucault
con su noción de genealogía, pueden ser de utilidad en la construcción teórica y metodológica
de un campo de problemas de la subjetividad.
Derrida tiene como antecedente la Destruktion de Heidegger. Derrida debe afirmar
que la de-construcción no es una crítica destructiva de la tradición filosófica, cuanto una
especie de intervención activa (teórica y práctica) de su ámbito problemático. Supone una
rigurosa problematización de los supuestos hegemónicos que legitiman la búsqueda y
garantía del origen como fundamento último de la razón patriarcal.
El modo de-constructivo provisto por Derrida articula la inversión y el desplazamiento
de las oposiciones binarias, de manera tal de hacer visible la interdependencia de términos
aparentemente dicotómicos y cómo su significado se relaciona con una historia genealógica
y particular y construidos para "propósitos particulares en contextos particulares". Hace visible
que las oposiciones no son naturales sino construidas.
Tal vez, en este aspecto sea una de las cuestiones más importantes que la de-
construcción posibilita en tanto desnaturaliza patrones de significado que son utilizados
diariamente y que los cuerpos teóricos incorporan sin advertir sus implicancias epistémicas y
políticas.
En tal sentido, la de-construcción puede considerarse una herramienta fructífera para
quebrar el hábito de pensar las categorías conceptuales como a-históricas y universales
(esencias, origen).
Otra herramienta es el análisis genealógico que permite encontrar los puentes entre
las narrativas teóricas y los dispositivos histórico-sociales-políticos-subjetivos que sostienen.
Es importante aclarar rápidamente que a estos tres autores los animan intereses
teóricos y referentes filosóficos diferentes.
Con las tres herramientas se puede operar críticamente respecto de
- la institución de regímenes de verdad en las teorías
- permiten desmontar las teorías que se han cristalizado en cuerpos de doctrina
- abren visibilidad y consiguiente enunciabilidad, permitiendo nuevas teorizaciones.
- permiten pensar problemas y no dejan instituir sistemas.
- permiten pensar con criterios multireferenciales y no unidisciplinarios.
- no anulan los campos unidisciplinarios, sino que relativizan los efectos de verdad
que estos instituyen.
El mencionar estas tres herramientas teóricas, no excluye otras; hasta el momento
parecieran de las más fructíferas para la recuperación de los aportes del psicoanálisis,
particularmente en aquellos territorios donde se han deslizado sustancializaciones,
esencialismos, binarismos, etc.
Al mismo tiempo se ha vuelto necesario repensar la noción de subjetividad de modo
tal de superar su inscripción en las oposiciones clásicas binarias de:
- sujeto-objeto
- individuo-sociedad
- interioridad-exterioridad
- inconsciente-consciente
La subjetividad de hecho es plural, polifónica, como decía Bajtin; en tal sentido el
pensar desde la diversidad de distintos modos de producción subjetiva, sitúa en una reflexión
crítica los efectos de sustancialización de los relatos de la interioridad psíquica estructurada
básicamente en la infancia, el inconsciente, el deseo.
2. Un modo de crítica: la elucidación.
Este modo de estrategia en la producción de pensamiento evitará la adhesión u
oposición a los autores/as con los/las que trabaje, sino que intentará interrogar los problemas
que tales teorizaciones han hecho posibles.
Problematizar es decir abrir a la crítica: desde sus respuestas reconstruir sus
preguntas, para poder así indagar sus impensables.
Elucidar es una: labor propositiva, una exploración acerca de... inacabada, sujeta a
revisiones y ajustes provisorios, aunque no por eso menos rigurosos; se tratará de pensar
sobre lo hecho mientras se buscará conocer con mayor precisión eso que como hecho deberá
ser deshecho, para entender su irradiada composición, otorgando a la actividad de-
constructiva un lugar central en la tarea de elucidación".
En tal sentido, una indagación que se propone crítica lejos estará de buscar acuerdos
o desacuerdos con los autores abordados.
Lo invisible dentro de una teoría, es el resultado necesario y no contingente de la
forma en que se ha estructurado dentro de ella el campo de lo visible. Por lo tanto "crítica"
aquí no significa, como se señala líneas arriba, evidenciar los errores, mostrar desacuerdos
o adhesiones, sino más bien presuponer que aquello que una teoría "no vé" es interior al ver;
en tal sentido sus invisibles son sus objetos prohibidos o denegados; puede pensarse
entonces que el nivel de lo enunciable que una teoría despliega será la transacción, el
compromiso discursivo, pero también institucional-histórico de sus visibilidades y sus
invisibilidades, de aquello que le es posible pensar y de sus impensables, de sus objetos
afirmados y sus objetos denegados.
En síntesis, el criterio propuesto no se sostiene en la premura de legitimar lo que ya
se sabe, sino en abrir interrogaciones sobre lo enunciados y sus prácticas que permita, a su
vez, pensar los problemas de otro modo. En tal sentido se propone un doble camino de
deconstrucción y re-construcción de teorías y prácticas. Esto tiene varias implicancias,
fundamentalmente la intención de de-sustancializar los conceptos y desmarcar la lectura, el
texto, el autor de un efecto de verdad.
Por eso elucidación que se propone crítica y en tanto crítica, ética.
Una manera de leer que una actitud de elucidación crítica implica se aleja
cuidadosamente de un tipo de abordaje a los textos y autores muy difundido en el medio "psi".
Necesariamente debe buscar criterios de lectura que se aparten del texto-verdad, es decir se
distancien del supuesto por el cual la práctica de lectura es un acto de revelación.
Varias son las consecuencias de esta manera de leer, una de las más relevantes es
la dogmatización del cuerpo teórico; este proceso posibilita en el plano teórico mismo la
gestión de una ilusión: la teoría completa; a partir de esta ficción ninguna invisibilidad será
posible de ser pensada, la actitud de interrogación caerá bajo sospecha, las falacias de
autoridad serán una práctica cotidiana de legitimación.
Estos procesos teórico-institucionales van produciendo una transformación en la
posición del discurso en cuestión: de constituir un discurso autorizado -legítimamente
autorizado por su sistematización teórica, su rigor metodológico, etc.- pasa a instituirse como
el discurso de la autoridad.
La tradición de la teoría crítica ha evitado la producción de sistemas teóricos cerrados,
prefiriendo el contrapunto y la interrogación con los diversos sistemas de pensamiento. En
ese sentido es que en esta propuesta se ha elegido un criterio de lectura de-
construcción/reconstrucción donde los enlaces teóricos puedan realizarse a través de
confrontaciones locales y no globales; donde las teorías puedan pensarse desde lo múltiple
y no desde lo uno.
Cuando un sistema teórico se totaliza o bien sufre un proceso de banalización al ser
"aplicado" a otros campos disciplinarios o bien opera reduccionismos insalvables sobre el
campo en cuestión. Por el contrario, si se crean condiciones para su des-totalización, al
trabajarse sus conceptos local y no globalmente, éstos vuelven a adquirir la polivalencia
teórica imprescindible para producir nuevas nociones, para pensar articulaciones hasta ahora
invisibles, cuestionar sus certezas, pensar aquello que había quedado como impensable.
Al mismo tiempo, y desde esta perspectiva, la legitimación de un campo no pasaría
por constituir una Teoría, un sistema, sino por plantearse tal espacio como un campo de
problemáticas en el seno del cual habría que discutir sus criterios de demarcación, los rigores
epistémicos y metodológicos para que sus contrapuntos locales y no globales puedan operar
como "caja de herramientas" y no como patchwork teóricos.
3. Los criterios transdisciplinarios.
El análisis crítico de tales narrativas, de sus evidencias implica un cambio de
paradigmas teóricos y una profunda revisión de sus prácticas instituidas. Para tal propósito
se enfatiza la necesidad de evitar soluciones reductivas y mantener la posibilidad de sostener
algunas tensiones operando en su productividad problemática.
Para ello un par antinómico: Individuo vs. Sociedad exige su elucidación crítica. La de-
construcción de este a priori conceptual abre la posibilidad de realizar un pasaje de un criterio
antinómico de individuos vs. sociedades, hacia una operación conceptual que pueda evitar
una "resolución" reduccionista y se permita sostener la tensión singular-colectivo.
Singularidad descarnada de soportes corporales indivisos; colectividad que en las
resonancias singulares produce anudamientos-desanudamientos propios. Singularidad y
colectividad que sólo sosteniendo su tensión hacen posible pensar la dimensión subjetiva en
el atravesamiento del deseo y la historia.
Es necesario interrogar críticamente la epistemología de las ciencias positivas que
fundamentaban muchos tramos de las ciencias humanas - el psicoanálisis inclusive. Tal
epistemología supone un objeto discreto autónomo, reproducible, no contradictorio y unívoco.
Implica una Lógica de Lo Uno donde la singularidad del objeto no se vea afectada por
eventuales aproximaciones disciplinarias.
Estas lógicas de objeto discreto, suelen ocasionar sus propias dificultades para
comprender situaciones de transferencias múltiples en diferentes territorialidades.
La aparición de propuestas transdisciplinarias da cuenta del surgimiento -aunque
incipiente- de otras formas de abordaje de la cuestión, así como de la necesidad de utilizar
criterios epistemológicos pluralistas.
Con su propuesta de atravesamientos disciplinarios, esta tendencia se inscribe en un
nuevo intento de superación de los reduccionismos psicologistas o sociologistas. Sin
embargo, pareciera abarcar un espectro más amplio de cuestiones; por un lado pone en jaque
las configuraciones hegemónicas de ciertas disciplinas "reinas", o saberes arquetípicos a los
cuales se han subordinado otras territorialidades disciplinarias; tiene como una de sus
premisas más fuertes la implementación de contactos locales y no globales entre los saberes;
de tal manera que los saberes que las disciplinas "reinas" habían satelizado recobren su
libertad de diálogos multivalentes con otros saberes afines.
De esta forma los cuerpos teóricos funcionan como "cajas de herramientas" es decir,
aportan instrumentos y no sistemas conceptuales; instrumentos teóricos que incluyen en su
reflexión una dimensión histórica de las situaciones que analizan; herramienta que junto a
otras herramientas se produce para ser probada en el criterio de su universo, en conexiones
múltiples, locales y plurales con otros quehaceres teóricos. Se hace clara entonces la
diferencia con producciones teóricas que se transforman en concepciones del mundo que se
autolegitiman en el interior de su universo teórico-institucional y que por lo mismo exigen que
toda conexión con ellas implique instancias de subordinación a la globalidad de su cuerpo
teórico.
Por lo antedicho, junto a esta forma de utilización de las producciones teóricas como
cajas de herramientas, un enfoque transdisciplinario presupone un desdisciplinar disciplinas
de objeto discreto y seguramente en el plano del actuar, cierto desdibujamiento de los perfiles
de profesionalización.
Los criterios transdisciplinarios se sustentan, justamente, a partir de una elucidación
crítica de este tipo de totalizaciones, buscando nuevas formas de articular lo uno y lo múltiple.
En su propuesta de contactos locales y no globales focalizan un "thema" en su singularidad
problemática y éste es atravesado por diferentes saberes disciplinarios; sin embargo no
pretenden unificarlos en una unidad globalizante.
En primer lugar, cuando cierta región de una disciplina se transversaliza con otros
saberes, pone en crisis muchas de sus zonas de máxima evidencia. En segundo lugar, exige
la constitución de redes de epistemología crítica abocadas a la elaboración de aquellos
criterios epistémicos que en su rigurosidad hagan posible evitar cualquier tipo de patch-works
teóricos. En tercer lugar, y ya en el plano de las prácticas, vuelve necesaria otra forma de
constitución de los equipos de trabajo; si no hay disciplinas "reinas" tampoco habrá
profesiones hegemónicas.
III. PSICOANALISIS Y SUBJETIVIDAD.
Manoni abre dos reflexiones que sostiene una desde Freud y la otra desde Lacan.
Desde el primero: no hay creencia inconsciente. Desde el segundo: la creencia supone el
soporte del otro. En función de esto, para Manoni con los aportes de ambos pensadores se
puede dar cuenta tanto de un fetiche privado como de una creencia colectiva.
Hasta aquí puede acordarse, el problema se presenta cuando enuncia "la renegación
del falo materno trazaría el primer modelo de todos los repudios de la realidad y constituyen
el origen de todas las creencias que sobreviven al desmentido de la experiencia. "La creencia
de la existencia del falo materno, es el modelo de todas las transformaciones sucesivas de
las creencias".
Se presentan, a partir de estas afirmaciones, dos problemas:
a) "Descubrir" que la diferencia de los sexos sea insoportable es ya imaginario. Que
la diferencia -sexo femenino- tenga que ser pensada como igualdad deficitaria -pene
amputado- es una significación colectiva, algo producido socialmente y no algo dado.
Porque la diferencia es significada colectivamente como insoportable es que se hace
necesario desmentirla, y construir un repudio e inventar un fetiche.
Al tomar como un ya dado, algo construido por la imaginación colectiva pierde -por
invisibilización- de indagar la dimensión política de la sexuación.
b) ¿Por qué pensar que esta producción del niño, o del fetichista está "en el origen"
de la producción de creencias? ¿Por qué pensar que la creencia de la existencia del falo
materno es el modelo de todas las transformaciones sucesivas de las creencias?
Pensar una cuestión -cualquiera sea- desde una referencia a su origen -cualquiera
sea- posiciona a quien enuncia tal cuestión en un particular modo de pensamiento, que hoy
es necesario -por lo menos- interrogar.
Nietzsche ha sido tal vez uno de los pensadores que con más lucidez ha desmontado
algunas de las implicancias que se sostienen en esta noción. Ella supone que en el origen se
encuentra la esencia exacta de la cosa, su mas pura identidad cuidadosamente replegada
sobre sí misma y preservada de todo aquello externo, accidental y sucesivo. Buscar el origen
es levantar las máscaras de la apariencia para develar lo esencial.
Al mismo tiempo el origen esencial supone que en sus comienzos las cosas estaban
en su perfección. Coloca al origen en un lugar de verdad.
Transforma en esencial aquello que no es otra cosa que producción histórica de las
significaciones imaginarias que instituyen lo propio de hombres y mujeres.
Por otra parte, cuando se afirma que es el origen de la producción de creencias,
psicologiza; es decir ofrece una narrativa psicológica para explicar complejos procesos
religiosos, culturales, políticos.
Sería más pertinente afirmar que el Psicoanálisis permite entender las condiciones por
las cuales el sujeto de deseo -término teórico, no las personas- puede construir creencias que
desmientan la realidad. Es decir, hace inteligibles las condiciones de la subjetividad por las
cuales el sujeto de deseo -en tanto tal- puede construir creencias que desmientan una
realidad insoportable.
Esto es diferente de aplicar una narrativa "psicológica" sobre el origen, que
a) aplica el modelo del trauma del descubrimiento de los sexos a los acontecimientos
colectivos.
b) naturaliza que el "descubrimiento" sea un trauma.
c) identifica un tipo particular de trauma, en función del a priori de Lo Mismo.
Los dos problemas que el texto de Manoni plantea:
- naturalizar la diferencia sexual como insoportable.
- pensar la verdad por el origen,
Son tributarios de un modo binarista de pensar las diferencias de antigua tradición en
la cultura occidental, por la cual "se esencializa la diferencia y se naturaliza la desigualdad
social”.
Este no es un "error" de Manoni, o del psicoanálisis, se inscribe en un modo de
construir el mundo en términos binarios. De allí la importancia de los trabajos de-constructivos.
Otro ejemplo donde puede problematizarse la noción de origen en los textos
freudianos, es "Totem y Tabú". En este texto lleva la cuestión de los orígenes de la sociedad
a dos cuestiones: el asesinato intratribal y la prohibición del incesto. Busca el origen en un
hecho: algo paso una vez que explica estas prohibiciones fundantes.
Intenta explicar el origen de las prohibiciones fundantes, pero le queda en invisibilidad
la inmensa y extraordinaria componente positiva de todo el conjunto de instituciones y las
significaciones que instituyen dichas instituciones.
Al tener en cuenta sólo su función de prohibición queda en invisibilidad la inmensa
variedad y la complejidad de los edificios sociales, aún los más primitivos. Desde una
particular ecolalia familiarista para pensar lo social, se va construyendo una particular lógica
de razonamiento por la cual se naturaliza:
a) la familia como origen de la sociedad: una institución. (Lógica de lo Uno).
b) un modo histórico de familia padre-madre-hijo (la familia de la modernidad
occidental) como origen del psiquismo. A su vez éste es pensado en el juego de las
identificaciones en la dimensión edípica; nuevamente la lógica de lo Uno: un organizador
central, matriz de posteriores modalidades transferenciales, etc.: un inconsciente.
Hay que evitar el psicoanalismo, es decir hay que diferenciar los aportes de un recorte
disciplinario a una teoría de la subjetividad -necesariamente transdisciplinaria- de una
psicologización o psicoanalización de los hechos de masas.
Es importante puntuar estrictas delimitaciones, tanto epistemológicas como
metodológicas ya que de lo contrario se corre el riesgo de incurrir en cierta forma de
psicoanalismo.
Cuando se aplican narrativas "psi" a los procesos colectivos se traspola desde el punto
de vista epistemológico, pero también se genera un hecho político: aquel que captura la
producción de sentidos despolitizando la lectura de acontecimientos colectivos. Ofrecer una
narrativa "psi" implica varias naturalizaciones, con sus correspondientes invisibilizaciones.
Supone pensar que la sociedad reproduce fantasmas inconscientes, que los
fantasmas inconscientes tienen una estructura familiarista (Edipo como principal organizador
inconsciente) y que la subjetividad es interioridad.
Esta brevísima puntuación crítica en relación a la producción de creencias, la noción
de origen y en relación a la base libidinal del lazo colectivo intenta ejemplificar el dislocamiento
necesario de un cuerpo doctrinal, en este caso el psicoanálisis, para poder utilizar dicha
disciplina en el abordaje de cuestiones que en el enlace con otras nociones de otros campos
de saberes, permitan la reflexión de regiones que por su complejidad no pueden ser
abordadas unidisciplinariamente.
En un sentido más general, puede decirse que encontrar la articulación de estas
cuestiones, hallar una forma de indagación inclusiva y no excluyente de los aportes de
diversos territorios disciplinarios significará avanzar en uno de los impasses más persistentes
de las ciencias humanas, cual es la articulación de aquello que ellas previamente han
separado: "lo social" y "lo mental".
Hay que reconocer, en primer lugar, una dificultad: la falta de tradición en la cultura
psicoanalítica de trabajar nociones de dicho campo como parte integrante de una caja de
herramientas de pensamiento.
Es posible que dicha dificultad estribe en el modo de producción de un régimen de
verdad, que establece un tipo particular de narrativa válida en el campo disciplinario. Esta
creencia realista opera como fuerte resistencia a la hora de intentar pensar de otro modo.
Los aportes psicoanalíticos son de suma importancia en una caja de herramientas del
campo de problemas de la subjetividad. Pero para ello es necesario:
- Problematizar los efectos de verdad del dispositivo psicoanalítico.
- Genealogizar sus condiciones históricas de producción de sus conceptos.
- Elucidar sus efectos en el disciplinamiento social.
- Desconstruir los binarismos donde ha quedado atrapado su tratamiento de la
diferencia.
Sin embargo, los psicoanálisis suelen ofrecer resistencia a trabajos deconstructivos;
se instituyen como gran relato, es decir transforman en verdad sus narrativas y se ofrecen en
la ilusión de una teoría completa.
IV. PENSAR DE OTRO MODO.
Como puede observarse para pensar una noción de subjetividad más allá de los
dominios de objeto, se hace necesario no sólo el aporte de diversas disciplinas, sino demarcar
las cuestiones de otro modo.
¿Es posible pensar una subjetividad que no se circunscriba al sujeto psicológico?
Un "campo" de problemas supone una resistencia activa a reducirse a alguno de los
elementos heterogéneos que lo componen. Su producción de conocimientos se inscribe no
sólo en sus historicidades de hecho, sino en la indagación crítica de las mismas. Se compone
de estrategias discursivas y extadiscursivas en un campo o constelación de sentido
determinada.
Campo y no objeto. Multiplicidad de miradas, en los saberes y prácticas.
Entrecruzamiento en actos y discursos. Campo que rescata lo diverso como aquello que
agrupa lo discontinuo.
Para poner en juego este pensar de otro modo se vuelve necesario que concurran a
este campo problemático:
- La circulación de lo excluido de la visibilidad de las formas instituidas de los saberes,
desplegando sus impensados.
- Desde contactos locales y no globales, es decir, desde criterios transdisciplinarios,
puntuales y no desde la molaridad de sus cuerpos doctrinales. Aquí en toda su
pertinencia la noción de Foucault de caja de herramientas.
- Desde la re-significación de las antinomias clásicas de las Ciencias Humanas:
individuo-sociedad, naturaleza-cultura, idéntico-diferente, estructura-
acontecimiento, razón-pasión, público-privado, etc.
Si bien los lugares institucionales donde se intenta realizar este tipo de articulaciones
son generalmente académicos, la voluntad de realizarlas es política.
Es política porque:
- se inscribe en las luchas simbólicas por la apropiación de sentido.
- no se reduce a un análisis crítico de los discursos en cuestión, sino que indaga en
las estrategias de poder que tales discursos legitiman.
- si bien el anhelo de pensar de otro modo pareciera inscribirse en el mundo de las
ideas, sus acciones se motorizan en profundos malestares colectivos.
Guattari, F. y Rolnik, S. (2006). Subjetividad e historia (Apartados 1, 2 y 3).

En: Micropolítica. Cartografías del deseo. (pp. 37- 52). Madrid: Traficantes de

sueños.

1. Subjetividad: superestructura —ideología— representación versus


producción
En lugar de ideología prefiero hablar siempre de subjetivación, de producción de
subjetividad. El sujeto, según toda una tradición de la filosofía y de las ciencias humanas, es
algo que encontramos como un être-là, algo del dominio de una supuesta naturaleza humana.
Propongo, por el contrario, la idea de una subjetividad de naturaleza industrial, maquínica.
Las máquinas de producción de subjetividad varían. En el sistema capitalista, la
producción es industrial y se da a escala internacional.
Así como se fabrica leche en forma de leche condensada con todas las moléculas que
le son propias, se inyectan representaciones en las madres, en los niños, como parte del
proceso de producción subjetiva. Muchos padres, madres, Edipos y triangulaciones son
requeridos para recomponer una estructura restringida de familia.
Todas estas cuestiones de la economía colectiva del deseo dejan de parecer utópicas
a partir del momento en el que dejamos de considerar la producción de subjetividad como un
caso particular de superestructura, dependiente de las pesadas estructuras de producción de
las relaciones sociales; a partir del momento en el que consideramos la producción de
subjetividad como materia prima de la evolución de las fuerzas productivas en sus formas
más «desarrolladas».
Si los marxistas y progresistas de todo tipo no comprendieron la cuestión de la
subjetividad porque se encerraron en un dogmatismo teórico, esto no es lo que ha sucedido
con las fuerzas sociales que hoy administran el capitalismo. Estas fuerzas han entendido que
la producción de subjetividad tal vez sea más importante que cualquier otro tipo de producción.
Tales mutaciones de la subjetividad no funcionan sólo en el registro de las ideologías,
sino en el propio corazón de los individuos, en su manera de percibir el mundo, de articularse
con el tejido urbano, con los procesos maquínicos del trabajo y con el orden social que soporta
esas fuerzas productivas. Si eso es verdad, no es utópico considerar que una revolución, una
transformación a nivel macropolítico y macrosocial, concierne también a la producción de
subjetividad.
Todo lo que es producido por la subjetivación capitalística —todo lo que nos llega por
el lenguaje, por la familia y por los equipamientos que nos rodean— no es sólo una cuestión
de ideas o de significaciones por medio de enunciados significantes. Tampoco se reduce a
modelos de identidad. Se trata de sistemas de conexión directa entre las grandes máquinas
productivas, las grandes máquinas de control social y las instancias psíquicas que definen la
manera de percibir el mundo. Las sociedades «arcaicas» que aún no se han incorporado al
proceso capitalístico, los niños aún no integrados en el sistema o las personas que están en
los hospitales psiquiátricos y que no consiguen (o no quieren) entrar en el sistema de
significación dominante, tienen una percepción del mundo completamente diferente de la que
se acostumbra a tener desde la perspectiva de los esquemas dominantes. Eso no quiere decir
que la naturaleza de su percepción de los valores y de las relaciones sociales sea caótica.
Corresponden con otros modos de representación del mundo.
No contrapongo las relaciones de producción económica a las relaciones de
producción subjetiva. Me parece que, al menos en las ramas más modernas, más avanzadas
de la industria, se desarrolla un tipo de trabajo al mismo tiempo material y semiótico. Pero
esa producción de competencia en el dominio semiótico depende de su confección por el
campo social como un todo.
Aquello que llamé producción de subjetividad del CMI1 no consiste únicamente en una
producción de poder para controlar las relaciones sociales y las relaciones de producción. La
producción de subjetividad constituye la materia prima de toda y cualquier producción.
La noción de ideología no nos permite comprender esta función, literalmente
productiva, de la subjetividad. La ideología permanece en la esfera de la representación,
cuando la producción esencial del CMI no es sólo la de la representación, sino la de una
modelización de los comportamientos, la sensibilidad, la percepción, la memoria, las
relaciones sociales, las relaciones sexuales, los fantasmas imaginarios, etc.
La producción de subjetividad se encuentra, y con un peso cada vez mayor, en el seno
de aquello que Marx llama infraestructura productiva.
La problemática micropolítica no se sitúa en el nivel de la representación, sino en el
nivel de la producción de subjetividad. Se refiere a los modos de expresión que pasan no sólo

1
Capitalismo Mundial Integrado
por el lenguaje, sino también por niveles semióticos heterogéneos. Por lo tanto, no se trata
de elaborar una especie de referente general interestructural, una estructura general de
significantes del inconsciente al cual se reducirían todos los niveles estructurales específicos.
Se trata de hacer exactamente la operación inversa, que a pesar de los sistemas de
equivalencia y de traducibilidad estructurales va a incidir en los puntos de singularidad, en los
procesos de singularización que son las raíces productoras de la subjetividad en su pluralidad.
Todos los fenómenos importantes de la actualidad implican alguna dimensión del
deseo y de subjetividad. Las referencias universitarias y políticas tradicionales, el marxismo
clásico o un remiendo freudiano-marxista no dan cuenta de esos problemas del deseo a
escala colectiva.
Algunos de los fenómenos religiosos que se están dando actualmente no pueden ser
explicados únicamente en términos de ideología. En mi opinión, se trata de procesos de
constitución de la subjetividad colectiva que no son el resultado de la sumatoria de las
subjetividades individuales, sino de la confrontación con las maneras con las que hoy se
fabrica la subjetividad a escala planetaria.
Debemos interpelar a todos aquellos que ocupan una posición docente en las ciencias
sociales y psicológicas, o en el campo del trabajo social, todos aquellos cuya profesión
consiste en interesarse por el discurso del otro.
Las personas que, en los sistemas terapéuticos o en la universidad, se consideran
simples depositarias de un saber científico o simples canales de transmisión del mismo, sólo
por eso, ya hicieron una opción reaccionaria. Sea cual sea su inocencia o su buena voluntad,
ocupan efectivamente una posición de refuerzo de los sistemas de producción de la
subjetividad dominante. Y no se trata del destino de su profesión.
Cualquier revolución a nivel macropolítico concierne también a la producción de
subjetividad.
2. Subjetividad: sujeto (individual o social) versus agenciamientos colectivos de
enunciación
En lugar de sujeto, de sujeto de enunciación o de las instancias psíquicas en Freud,
prefiero hablar de «agenciamiento colectivo de enunciación». El agenciamiento colectivo no
corresponde ni a una entidad individuada, ni a una entidad social predeterminada.
La subjetividad es producida por agenciamientos de enunciación. Los procesos de
subjetivación o de semiotización no están centrados en agentes individuales (en el
funcionamiento de instancias intrapsíquicas, egoicas, microsociales), ni en agentes grupales.
Esos procesos son doblemente descentrados. Implican el funcionamiento de máquinas de
expresión que pueden ser tanto de naturaleza extrapersonal, extra-individual (sistemas
maquínicos, económicos, sociales, tecnológicos, icónicos, ecológicos, etológicos, de medios
de comunicación de masas, esto es sistemas que ya no son inmediatamente antropológicos),
como de naturaleza infrahumana, infrapsíquica, infrapersonal (sistemas de percepción, de
sensibilidad, de afecto, de deseo, de representación, de imagen y de valor, modos de
memorización y de producción de ideas, sistemas de inhibición y de automatismos, sistemas
corporales, orgánicos, biológicos, fisiológicos, etc.).
3. Producción de subjetividad e individualidad
Sería conveniente disociar radicalmente los conceptos de individuo y de subjetividad.
Para mí, los individuos son el resultado de una producción en masa. El individuo es
serializado, registrado, modelado. La subjetividad no es susceptible de totalización o de
centralización en el individuo. Una cosa es la individuación del cuerpo. Otra la multiplicidad
de los agenciamientos de subjetivación: la subjetividad está esencialmente fabricada y
modelada en el registro de lo social.
El lucro capitalista es, fundamentalmente, producción de poder subjetivo. Eso no
implica una visión idealista de la realidad social: la subjetividad no se sitúa en el campo
individual, su campo es el de todos los procesos de producción social y material. Lo que se
podría decir, usando el lenguaje de la informática, es que, evidentemente, un individuo
siempre existe, pero sólo en tanto terminal; esa terminal individual se encuentra en la posición
de consumidor de subjetividad. Consume sistemas de representación, de sensibilidad, etc.,
que no tienen nada que ver con categorías naturales universales.
La subjetividad está en circulación en grupos sociales de diferentes tamaños: es
esencialmente social, asumida y vivida por individuos en sus existencias particulares. El modo
por el cual los individuos viven esa subjetividad oscila entre dos extremos: una relación de
alienación y opresión, en la cual el individuo se somete a la subjetividad tal como la recibe, o
una relación de expresión y de creación, en la cual el individuo se reapropia de los
componentes de la subjetividad, produciendo un proceso que yo llamaría de singularización.
No es verdad lo que dicen los estructuralistas: no son los hechos de lenguaje ni los de
comunicación los que producen subjetividad. La subjetividad es manufacturada como lo son
la energía, la electricidad o el aluminio.
El individuo, a mi modo de ver, está en la encrucijada de múltiples componentes de
subjetividad. Entre esos componentes algunos son inconscientes. Otros son más del dominio
del cuerpo, territorio en el cual nos sentimos bien. Otros son más del dominio de aquello que
los sociólogos americanos llaman «grupos primarios» (el clan, el grupo, la banda). Otros,
incluso, son del dominio de la producción de poder: se sitúan en relación con la ley, la policía
e instancias de género. Mi hipótesis es que existe también una subjetividad aun más amplia:
es lo que llamo subjetividad capitalística.
Sería conveniente definir de otro modo la noción de subjetividad, renunciando
totalmente a la idea de que la sociedad, los fenómenos de expresión social son la resultante
de un simple aglomerado, de una simple sumatoria de subjetividades individuales. Pienso,
por el contrario, que es la subjetividad individual la que resulta de un entrecruzamiento de
determinaciones colectivas de varias especies, no sólo sociales, sino económicas,
tecnológicas, de medios de comunicación de masas, entre otras.
Ibáñez, T. (2004). El cómo y el porqué de la psicología social. En: T. Ibáñez

(comp.) Introducción a la psicología social. (pp. 53-91). Barcelona: UOC.

Introducción
La psicología social es una disciplina que estudia cómo los fenómenos psicológicos
están determinados y conformados por procesos sociales y culturales. Encontramos en la
disciplina una permanente reflexión sobre su aplicabilidad y la posibilidad de intervenir en los
problemas sociales.
Tres temáticas determinan en buena medida la historia de la disciplina: en primer lugar,
la definición que se hace tanto de lo social como de lo psicológico. En el segundo, la
conceptualización que se proporciona de su relación. Y en tercer lugar, la propuesta
metodológica que se realiza para el estudio de esta relación. De manera bastante
consensuada se admite que desde el nacimiento de la psicología social se perfilan dos
grandes perspectivas: la psicología social psicológica (PSP) y la psicología social sociológica
(PSS). La primera admite que es posible proporcionar definiciones diferenciadas tanto de los
fenómenos psicológicos como de los sociales, admite que entre estos fenómenos hay relación,
pero que es de mera exterioridad y, finalmente, mantiene que es posible utilizar los métodos
de las ciencias positivas para analizar esta relación y encontrar leyes generales que la regulen.
En oposición a este posicionamiento, la segunda sostiene que lo psicológico y lo social son
una suerte de tejido sin costuras, por lo que resulta difícil poner un límite que marque dónde
empieza un fenómeno y dónde el otro. En consecuencia, la relación que se postula entre
procesos psicológicos y sociales es de mera interioridad y se apuesta por el uso de métodos
interpretativos para entenderla. Para esta perspectiva, la dimensión simbólica de la realidad
es crucial a la hora de comprender cómo lo psicológico se constituye a partir de lo social.
En tanto que disciplina científica y campo de estudio con identidad propia, su origen
se localizaría en la segunda mitad del siglo XIX en un amplio conjunto de estudios realizados
en diferentes países de Europa. Así, "la psicología social tendría un largo pasado pero
solamente una breve historia".
Lo que encontramos en etapas previas son reflexiones pertenecientes al ámbito del
pensamiento o filosofía social. Algunas cuestiones centrales que hay que considerar en tales
reflexiones son:
1) Si la persona, en tanto que individuo, es única o idéntica a los otros.
2) Si la persona es producto de la sociedad o, a la inversa, la sociedad es una función
de los individuos que la componen.
3) Si la relación entre individuo y sociedad es un problema con sentido o la expresión
de una ideología latente.
4) Si la naturaleza de los seres humanos es egoísta y necesita de procesos de
socialización o si los seres humanos son sociales por naturaleza.
5) Si las personas son agentes libres o están determinadas por fuerzas sociales y
culturales.
Otro problema muy importante reside en cómo se presenta la disciplina, cuya
presentación siempre está ligada a posicionamientos teóricos, metodológicos,
epistemológicos e ideológicos previos.
No obstante, el problema todavía se complica más si pensamos que incluso las
presentaciones que se pueden hacer de la psicología social dentro de una misma perspectiva
varían ostensiblemente.
1. La dimensión social
"Yo soy yo y mis circunstancias". Ante la idea según la cual las personas nacen con
una serie de características que las definen para el resto de la existencia, Ortega y Gasset
tuvo el indiscutible talento de resumir en una sencilla frase una cosa que hoy nos parece
obvia, pero que tardó mucho tiempo en constituirse como evidencia y que tuvo que dar
muchos pasos antes de instalarse en los saberes del sentido común.
Así, la progresiva concienciación de la diferenciación social en el seno de una misma
sociedad y de la variabilidad de las culturas entre las diversas sociedades fue dejando
constancia de la inseparabilidad que hay, de hecho, entre la persona y sus circunstancias o,
cosa equivalente, entre lo psicológico y lo social.
Tanto los fenómenos psicosociales como el conocimiento que tenemos son
provisionales y cambiantes. Se forman mediante prácticas determinadas y se modifican con
la evolución de estas prácticas.
Del mismo modo que sucede con las evidencias, que hoy damos como buenas, las
respuestas aportadas por la ciencia psicosocial resultan de una actividad investigadora que
se encuentra enmarcada en un contexto social y cultural particular y situada históricamente.
Estas respuestas están marcadas por esta actividad y por este contexto particular. No
podemos decir, por lo tanto, que son literalmente objetivas y definitivas.
"Yo soy mis circunstancias". Esta formulación enfatiza todavía más la naturaleza
plenamente social de la persona, pero quizás tiene implicaciones difíciles de aceptar.
1.1. La separación entre lo social y lo psicológico
Sin embargo, aunque nadie pone en duda la importancia y la influencia que tienen los
factores sociales en la configuración psicológica de los seres humanos, no existe, en cambio,
ningún consenso en el grado en el que la dimensión social incide sobre los procesos
psicológicos y todavía menos en la manera en que esta incidencia se produce.
Aun así, hay muchos que consideran que, a pesar de las dificultades que comporta el
intento de separarlas, existen, sin embargo, dos realidades bien diferentes: la realidad
psicológica, por un lado, y la realidad social, por el otro. Se trata de la idea de que la parte
psicológica es primera y constituye la materia básica, mientras que la social viene después y
alimenta la psicológica con contenidos concretos y dándole formas particulares.
Una de las metáforas subyacentes en esta concepción es la metáfora de la plastilina:
la parte psicológica sería la plastilina, es decir, la materia básica, mientras que la social
modelaría esta plastilina para dar formas diferentes según los diferentes entornas
socioculturales.
1.2. El impacto de los estímulos sociales sobre los procesos psicológicos
Es precisamente en este sentido en el que se habla del impacto de los factores
sociales en los procesos psicológicos.
La idea según la cual los factores sociales impactan en los procesos psicológicos está
en la base de una concepción de la psicología social que la sitúa como disciplina
complementaria de la propia psicología. Según esta concepción, la psicología estudia los
procesos psicológicos básicos que se dan en el individuo, mientras que la psicología social
estudia la manera como estos procesos psicológicos se ven afectados por los fenómenos
sociales.
1.3. La intersección entre sociología y psicología
Hay otra disciplina, la sociología, que tiene por objeto estudiar los fenómenos sociales.
La psicología social se situaría, por lo tanto, en la frontera que separa la psicología y la
sociología. Más concretamente, se ha considerado que la psicología social se sitúa en la
intersección entre estas dos disciplinas.
En el espacio delimitado por la intersección se encuentran los fenómenos psicológicos
demasiado cargados de determinaciones sociales para que la psicología los pueda analizar
debidamente, y los fenómenos sociales demasiado cargados de determinaciones
psicológicas para que la sociología los pueda analizar debidamente; es decir, los fenómenos
cuyo estudio es competencia de la psicología social.
1.4. La fusión entre lo social y lo psicológico
Hay que preguntamos, aun así, si es correcto ver la dimensión social como una
dimensión sobreañadida a la dimensión psicológica y que se limita simplemente a impactar
en ella. Cada día hay más psicólogos que se alejan de esta concepción y que cuestionan la
supuesta separabilidad de lo social y de lo psicológico. Por otro lado, la importancia creciente
que se ha concedido al lenguaje en el desarrollo de la persona ha contribuido decisivamente
a difuminar la separación entre lo psicológico y lo social.
El lenguaje es un objeto eminentemente social, que se presenta al mismo tiempo como
un producto y como un elemento constitutivo de la cultura en la cual se desarrolla la persona.
1.5. La construcción social de lo psicológico
Así pues, podemos afirmar que con el lenguaje lo social está directamente presente
en el desarrollo mismo de los procesos psicológicos y, más generalmente, podemos
considerar que es por medio de la propia relación con los otros como lo social interviene
desde el primer momento en la construcción de los procesos psicológicos. Psique y sociedad
no son dos realidades independientes vinculadas entre sí por meras relaciones de influencia
recíproca, sino que constituyen un todo inextricablemente entrelazado. La dimensión social
no corre paralelamente a la dimensión psicológica, sino que es constitutiva de ésta.
Esta idea no es fácil de asimilar, porque, cuando pensamos en la sociedad, pensamos
habitualmente en una cosa que es exterior al individuo, una cosa que le rodea, una cosa en
cuyo seno se encuentra el individuo y que, por lo tanto, le influye.
Para vencer la dificultad que nos impide entender plenamente que lo social es
constitutivo de lo psicológico, tenemos que abandonar esta separación entre individuo y
sociedad, y quizás la referencia al lenguaje nos puede ayudar a conseguido. La comunicación
es posible porque el lenguaje está fuera, lo que permite que los otros accedan a él, igual que
nosotros. Pero si no estuviera dentro, ni siquiera podríamos saber que existe y, sin duda,
tampoco podríamos comunicamos plenamente con los demás. Pasa lo mismo con lo social:
está dentro y fuera de nosotros al mismo tiempo. No podría estar fuera si no está dentro, y al
revés. Desde esta perspectiva, el objeto que define la psicología social como disciplina deja
de ser el estudio del impacto que tienen los factores sociales en los procesos psicológicos y
pasa a definirse como el estudio de la construcción social de los procesos psicológicos.
2. La genealogía de la psicología social
2.1. Los antecedentes: Vico y los significados compartidos
Muchos psicólogos sociales coinciden en situar el inicio de la psicología social hacia
mediados de siglo XIX y algunos ven en la obra del filósofo francés Auguste Comte, padre
del positivismo, las primeras definiciones de la disciplina. Pero también se pueden tomar otros
puntos de referencia y, por nuestra parte, nos parece que la obra del filósofo italiano del siglo
XVIII Vico constituye un punto de partida mucho más interesante para ubicar los primeros
pasos de la disciplina.
En efecto, Vico desarrolló una serie de conceptos que serán clave para la psicología
social. En primer lugar, desarrolló la idea según la cual las sociedades presentan una
dimensión histórica ineludible: se constituyen, evolucionan y cambian en el transcurso de la
historia.
Vico insistió, también, en el carácter construido de la sociedad. Para él, la sociedad
es un producto puramente humano que resulta de la actividad desarrollada por los individuos.
Pero Vico investigó sobre todo la manera en que se iban constituyendo las
significaciones compartidas que constituyen el fundamento de una sociedad y sin las cuales
no sería posible la interacción entre los que la integran. Vico nos explica, de una manera que
hoy podemos considerar simplista, pero que revela una profunda sensibilidad psicosocial,
cómo se constituyeron los primeros significados compartidos a partir de las reacciones
comunes que tenían los seres humanos ante los acontecimientos naturales.
2.2. La formación de la psicología social en la Europa del siglo XIX
Todavía tendremos que esperar más de un siglo desde la publicación de la obra
pionera de Vico para que la psicología social empiece a construirse como un campo de
estudio claramente diferenciado. En realidad, esto no pasará hasta la segunda mitad del siglo
XIX con una serie de estudios realizados en diferentes países europeos. Desde el primer
momento se entrevén dos grandes orientaciones: la una centrada en el individuo y en los
determinantes innatos de las conductas sociales y la otra centrada en las grandes
colectividades humanas y en los determinantes culturales de las mencionadas conductas.
En el marco de la primera de estas orientaciones se enfatizan los instintos sociales
que empujan al individuo a desarrollarse como ser social, buscando el contacto con sus
congéneres (instinto gregario) y aprendiendo las pautas del comportamiento social (instinto
de imitación). La otra orientación pone el acento en los factores culturales que regulan la
socialización de las personas y que marcan la vida social, prestando una atención muy
particular a la sedimentación de la historia de los pueblos en sus lenguas, en sus creencias y
en sus tradiciones culturales.
2.3. El desarrollo de la psicología social en los Estados Unidos
Aunque se irá perdiendo poco a poco el interés por unos supuestos instintos sociales,
gran parte de la psicología social mantendrá la preocupación por los fenómenos individuales,
hecho que dará lugar la psicología social psicológica (PSP), que conocerá un importante
desarrollo en Estados Unidos durante el siglo XX y que influirá a partir de este momento sobre
la psicología social desarrollada en otros lugares del mundo.
Paralelamente a la PSP, se desarrollará, también en Estados Unidos, una psicología
social sociológica (PSS) más próxima a los planteamientos de Wundt, pero que no alcanzará
un grado de difusión parecido a los de la PSP y quedará circunscrita básicamente al ámbito
de la sociología.
La diferencia entre estas dos psicologías sociales, en cuanto a enfoques teóricos, es
clara. Mientras que en la primera de estas dos orientaciones se toman los fenómenos sociales
y los individuos como unidad de análisis y se estudian sobre todo la conducta social y el
impacto de los estímulos sociales en los procesos psicológicos, en la otra orientación se
toman la interacción social y la dimensión social como unidad de análisis y se estudian sobre
todo las características de la vida colectiva y su repercusión en la configuración social de las
personas.
También se manifiestan diferencias metodológicas: mientras que la PSP recurre con
frecuencia a la experimentación en laboratorio o a diseños experimentales en situaciones
naturales, la PSS se inclina por los estudios de campo, la observación sistematizada y la
recogida de datos en situaciones de la vida cotidiana.
La separación y a veces el enfrentamiento entre estas dos perspectivas se ha
atenuado después de la importante crisis por la que pasó la PSP a finales de los años sesenta.
Como consecuencia de esta crisis, parte de la PSP se ha acercado a los planteamientos de
la PSS y ha desarrollado una tercera vía que intenta superar la división disciplinar entre
psicología y sociología restituyendo a la dimensión social toda la importancia que tiene en el
análisis psicosocial y rescatando el papel fundamental del lenguaje en la construcción de los
fenómenos psicológicos. Esta tercera vía ha recibido el nombre de psicología social
construccionista(PSC).
2.4. Los temas fundacionales: instintos sociales, imitación, sugestión y fenómenos
colectivos
1) Los instintos
En la segunda mitad del siglo XIX, época en la que la psicología social fue tomando
forma, la influencia de los escritos de Darwin era muy importante. la psicología social prestara
una gran atención, igual que toda la psicología, a la cuestión de los instintos e intentara
explicar la conducta de los seres humanos en términos de diferentes instintos sociales que
mueven a las personas.
De aquí viene que se hable del instinto gregario para explicar que las personas tienden
a buscar la compañía de sus semejantes, del instinto agresivo para dar cuenta de la hostilidad
interpersonal o intergrupal, y del instinto altruista para explicar la solidaridad entre las
personas, etc. La tendencia a buscar la explicación de los fenómenos sociales en las
características innatas de las personas se encuentra, pues, muy presente en los primeros
momentos de la psicología social.
No obstante, la moda intelectual favorecida por los trabajos de Darwin fue perdiendo
fuerza poco a poco y la referencia a los instintos desapareció progresivamente de los
planteamientos psicosociológicos, y también de los planteamientos psicológicos en general.
2) La imitación
La observación de la conducta de los niños conduce a los primeros psicólogos sociales,
entre los que conviene destacar muy especialmente a Gabriel Tarde, a ver en el fenómeno
de la imitación la explicación de la manera en que los seres humanos aprenden a desarrollar
las conductas consideradas como "normales" y deseables en su sociedad. Se trata, en
realidad, de un primer intento de explicar el fenómeno de la socialización, es decir, el
mecanismo mediante el cual los individuos que nacen en una sociedad interiorizan los valores,
las creencias, los esquemas relacionales y las pautas de comportamiento propios de esta
sociedad, de manera que se permite que, generación tras generación, se mantengan y se
reproduzcan las características básicas de la sociedad.
El interés por la imitación permaneció durante muchos años en la psicología social,
pero fue dejando paso, poco a poco, a planteamientos más sofisticados en términos de
aprendizaje social.
3) La sugestión
La preocupación por el fenómeno de la socialización orientó los primeros pasos de la
psicología social hacia el estudio de otro fenómeno tan importante como la imitación: el
fenómeno de la sugestión.
En los primeros estudios sobre la imitación, el papel desarrollado por el adulto es
esencialmente pasivo. Tomar en consideración la sugestión invierte los papeles, ya que es el
adulto quien pasa a tener el rol activo mientras que el niño se convierte en un receptor pasivo
de las influencias ejercidas por los que lo rodean. Pero el resultado es el mismo.
La proximidad entre los conceptos de sugestión y de hipnosis indica que el proceso
que está en juego no es un proceso de obligación y de obediencia, sino que es un proceso
de inducción en el que el sujeto no percibe que se le ha impuesto una conducta y mantiene
el sentimiento que es amo de sus propias actuaciones aunque le hayan sido dictadas por los
otros. Con el fenómeno de la sugestión, lo que se estudiaba, sin que quedara explícitamente
formulado, era la manera como la sociedad consigue imponer las pautas de actuación
socialmente establecidas sin que las personas sean realmente conscientes de esta
imposición y así puedan conservar, por lo tanto, el sentimiento que las asumen para ellas
mismas.
En la línea de los trabajos desarrollados por el psicólogo Binet, que darían lugar al
influyente libro titulado La Sugestión, la psicología social fue profundizando en este fenómeno
aunque abandonó poco a poco el término sugestión y lo sustituyó por el concepto más amplio
de influencia social. De esta manera se abrió una de las líneas de investigación más
importantes de la disciplina.
4) Los fenómenos colectivos
Junto con el interés por la imitación y por la sugestión como mecanismos de la
socialización, también se manifestó en la naciente psicología social un gran interés por los
fenómenos colectivos y por las conductas de las masas. El estudio de los fenómenos
colectivos dio lugar a la preocupación por conocer las producciones colectivas de los pueblos,
como las tradiciones culturales, las peculiaridades lingüísticas, los mitos y las creencias
colectivas, los hábitos de todo tipo. Es esta línea de investigación la que quedará
ejemplificada en la obra de Wundt sobre la psicología de los pueblos y, un poco más tarde,
en las obras de los primeros interaccionistas simbólicos.
Como parte del interés por los fenómenos colectivos, también se manifestó una
notable preocupación por estudiar las conductas de las masas. La fuerte irrupción de las
masas en la escena social llamó la atención de muchos pensadores. Gustave Le Bon,
desarrolló un influyente tratado sobre la psicología de las masas en el que intentaba dilucidar
los mecanismos psicológicos que intervenían en las actuaciones colectivas. En este tratado,
Le Bon atribuía a las masas un efecto de despersonalización de los individuos que los impulsa
a liberar los instintos más primarios. Convertido en un ser anónimo, el individuo se deja influir
con mucha facilidad por los estados anímico s y las conductas de las otras personas
presentes en la masa, y también por las consignas y las actuaciones de los líderes que
emergen en la confusión de las congregaciones masivas.
En el desarrollo posterior, la psicología social se alejaría progresivamente del interés
por las masas, no sólo porque quedó patente que los estudios realizados por Le Bon y sus
contemporáneos contenían muchos prejuicios y reflejaban todos los estereotipos que tenía la
burguesía con relación a las manifestaciones populares, sino también porque la psicología
social se fue centrando cada vez más en unidades de análisis más reducidas. De esta manera,
bajó del ámbito de los fenómenos colectivos al de los pequeños grupos y de las relaciones
interpersonales hasta situarse, finalmente, en el campo de los fenómenos individuales.
En las primeras etapas la psicología social estaba más preocupada por los
mecanismos de reproducción y conservación de la realidad social establecida que por los
mecanismos del cambio social y que reflejaba un determinado temor ante las manifestaciones
populares susceptibles de trastocar el orden social reinante. Quizás es útil contraponer esta
primera época de la psicología social a las orientaciones actuales de la psicología social,
sobre todo en la vertiente socioconstruccionista, que ponen el énfasis en la transformación
social e individual y que abogan por construir nuevas relaciones sociales y nuevas maneras
de ser.
3. Las grandes orientaciones teóricas de la psicología social
3.1. El interaccionismo simbólico
El interaccionismo simbólico (lS) es, sin duda, la corriente dominante en la PSS. El IS
nació de los trabajos de George Herbert Mead a comienzos del siglo XX y se asienta sobre
tres premisas básicas:
1) La importancia de los significados: el ser humano no actúa tanto con relación a las
supuestas características objetivas de los objetos con los que se relaciona, como
sobre la base del significado que atribuye a los mencionados objetos. Es
fundamental, por lo tanto, conocer cuál es la interpretación subjetiva que una
persona hace de una situación si queremos entender su conducta en esta situación.
2) La importancia de la interacción social: los significados no los traen los objetos en
sí mismos, sino que emergen a partir del intercambio y de las relaciones con las
otras personas. Es en la interacción con los otros donde se forja nuestra forma de
interpretar la realidad.
3) La importancia del carácter activo de la persona: En efecto, la persona ejerce un
papel activo, seleccionando, transformando, negociando los significados
adecuados en función de las acciones que pretende desarrollar en las diferentes
situaciones.
En el marco de la PSP reseñaremos ahora tres orientaciones cuya influencia ha
variado según las épocas: la orientación conductista, la orientación psicoanalítica, la
orientación cognitiva.
3.2. El socioconductismo
La definición de la psicología que proporcionó Watson, el padre del conductismo, fue
adoptada por algunos investigadores en el estudio del comportamiento social.
La orientación conductista recoge, de hecho, un conjunto muy diversificado de teorías,
a veces bastante contrapuestas, pero que tienen en común una misma insistencia sobre la
necesidad de estudiar los comportamientos observables de las personas y de explicarlos en
función de unos fenómenos que sean también observables.
3.2. La orientación psicoanalítica
El propio Freud desarrolló importantes análisis psicosociales sobre la constitución de
los grupos sociales, las relaciones interpersonales y los fenómenos de liderazgo. La principal
aportación del psicoanálisis a la psicología social no proviene tanto de las investigaciones
realizadas por los seguidores de esta corriente teórica como de las huellas que las
formulaciones de Freud han dejado en los conocimientos de todos los psicólogos sociales y
en el conocimiento culto en general.
3.4. La teoría de la Gestalt y el sociocognitivismo
Mucho antes de que se produjera la revolución cognitiva en psicología, la psicología
social prestaba ya una atención particular a los procesos cognitivos y participaba de unas
formulaciones de indudable carácter cognitivista. Esto se debe, posiblemente, al impacto que
tuvo la teoría de la Gestalt.
La orientación cognitiva se centra en el estudio de los procesos inferenciales que
caracterizan el pensamiento humano y, en el campo de la psicología social, analiza el impacto
que tienen los factores sociales en los mecanismos y en los resultados de la actividad
intelectiva. A partir de los años sesenta esta orientación teórica ha ido suplantando poco a
poco la influencia que tenían las orientaciones conductistas, y se ha convertido en la principal
orientación de la psicología social convencional.
3.5. El socioconstruccionismo
Al final de los años sesenta se empezaron a desarrollar una serie de enfoques
alternativos que pretendían situarse en una postura crítica con respecto a la psicología social
en uso y que pretendían configurar una nueva forma de entender la disciplina. Gran parte de
estos enfoques alternativos se pueden reagrupar bajo la denominación de PSC.
La PSC retoma, en buena medida, las premisas del interaccionismo simbólico,
concede gran importancia a la dimensión subjetiva de la realidad social, a los significados y
a la consideración de la actividad del individuo. Pero esta orientación acentúa todavía más el
papel que ejerce el lenguaje en la formulación de la realidad psicológica, a la vez que extiende
la consideración del papel del lenguaje a las teorías elaboradas por los psicólogos y muestra
cómo inciden las convenciones puramente lingüísticas en los conocimientos que elaboran las
ciencias humanas y sociales.
El construccionismo social pone atención en el hecho de que la realidad social y todo
aquello que la compone se construye literalmente mediante las prácticas sociales concretas
que desarrollan las personas y los colectivos en la vida cotidiana. La insistencia en el papel
constructivo de las prácticas sociales desemboca inmediatamente en el reconocimiento de la
historicidad de lo social, ya que éste emerge de unas prácticas que se modifican
necesariamente en el transcurso de los acontecimientos sociales.
Desde esta perspectiva que va adquiriendo una influencia creciente en la psicología
social, queda claro que, cambiando las costumbres, los seres humanos tienen la posibilidad
de cambiar a la sociedad que resulta y cambiarse ellos mismos.
4. ¿Para qué sirve la psicología social?
Cuando se hace la pregunta sobre la utilidad práctica que pueden tener determinados
conocimientos científicos, aparece, inmediatamente, la gran dicotomía entre investigación
básica e investigación aplicada.
Sin embargo, no siempre es fácil de mantener esta diferenciación en el campo de las
ciencias sociales y humanas. El influyente psicólogo social Kurt Lewin aseveró una vez, con
gran acierto, que "nada es más práctico que una buena teoría". Si esto es efectivamente así,
y nos inclinamos a pensar que lo es efectivamente, se difumina la frontera entre las
actividades que conducen a elaborar conocimientos y las actividades enfocadas a resolver
problemas prácticos de la vida cotidiana. Esta difuminación se hace todavía más patente si
consideramos, junto con Lewin, que es por medio de la intervención activa en la resolución
de problemas prácticos como se pueden constituir determinados conocimientos teóricos
4.1. La intervención en los problemas sociales
No hay duda de que la psicología social se preocupó desde los primeros momentos
no sólo de producir conocimientos sobre los fenómenos psicosociales, sino también de
diseñar los instrumentos para poder intervenir en la realidad social y contribuir a resolver
algunos de sus problemas.
Unidad II

Miranda, M. (2003) La versión sociológica del Pragmatismo: la Escuela de Chicago. En:

Pragmatismo, Interaccionismo simbólico y Trabajo Social. De cómo la caridad y

la filantropía se hicieron científicas.(pp. 279- 330).

5. La faceta sociológica del Pragmatismo. La Escuela de Chicago.

Hans Joas se refiere a una versión sociológica del Pragmatismo del que serían
representantes una serie de autores bien conocidos por su pertenencia a la llamada Escuela
de Chicago: Thomas, Park, Blumer y Hughes. El Pragmatismo es la principal fuente filosófica
de la Escuela de Chicago y del Interaccionismo simbólico, y es fundamentalmente una
“filosofía de la acción”. La escuela de Chicago se propuso desarrollar una teoría comprensiva
de lo social. Se trataba de hacer una ciencia social empírica, pero no estadística.
Con la denominación "Escuela de Chicago" nos estamos refiriendo a una serie de
autores relacionados con el Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago
fundado por Albion Small en 1892, y a su producción intelectual. Es frecuentemente vista
como la primera gran "escuela" de Sociología en los Estados Unidos. Allí tuvo su origen una
rica y diversa tradición de investigación empírica en su mayor parte relacionada con la nueva
y rápida expansión urbana del centro de Chicago y los problemas sociales que dicha
expansión trajo consigo. Estas circunstancias favorecieron el desarrollo de una teoría social
pragmatista, unida a las filosofías de James, Dewey, Peirce y Mead y a la Sociología de
Simmel. Esto provocó debates sobre las metodologías sociológicas más apropiadas,
especialmente entre aquellos que tenían predilección por el método "estudio de caso" y
aquellos otros que apoyaban el refinamiento del método estadístico.
Chicago fue el primer centro de formación para estudiantes graduados en Sociología,
generando además una gran producción fruto de sus actividades en el terreno de la
investigación.
5.1. La ciudad como contexto
La industrialización se producía en plena vigencia del capitalismo puro y duro. No es
extraño por tanto que la nueva clase trabajadora empezara a organizarse para defender sus
intereses y mejorar sus condiciones de trabajo: surgieron los primeros sindicatos y grupos
políticos que trataban de representar los intereses de los recién llegados. Chicago se había
convertido en el centro del movimiento sindical estadounidense.
Es cierto que había mucha explotación, crímenes, violencia (algunos, dice Hannerz,
intentaban triunfar por el camino más corto), corrupción, pobreza y miseria, impersonalidad,
soledad... todo lo que traía el capitalismo y la vida urbana. Pero Chicago además era un
símbolo de la "modern city", la ciudad moderna, un modelo de lo que estaba por venir. Una
ciudad con una gran energía, una gran vitalidad, y altas dosis de creatividad en el mundo de
los negocios buscando soluciones para los nuevos problemas del urbanismo, de las
comunicaciones, del transporte y con una gran vida intelectual y en el terreno de la literatura,
el arte, la música... (Plummer, 1997. Vol. I:6).
Como Park, los demás profesores del Departamento tenían ante sí un auténtico
laboratorio social: una ciudad industrial en progresivo crecimiento acelerado en donde sin
buscar mucho se podían encontrar todos los problemas sociales: la miseria, el desempleo, la
prostitución, el crimen organizado, las casas de juego, las chicas que se alquilaban en las
salas de baile, el contrabando de licores, las apuestas trucadas en las carreras de galgos, la
corrupción política y policial... y por otro lado los Centros de Trabajo Social, las asociaciones
filantrópicas, las ligas contra la depravación y el vicio... En definitiva los investigadores no
tenían que ir muy lejos para encontrarse con su objeto de estudio y recoger materiales
empíricos.
5.2. Influencias recibidas.
Respecto a las influencias recibidas, distintos autores (Ritzer, 1995:61), subrayan que
una de las características distintivas del Departamento fue su estrecha relación con la religión.
Small, sin ir más lejos era un pastor baptista que creía que la meta última de la Sociología
debía ser esencialmente cristiana a la vez que insistía en que tenía que tener un carácter
científico.
Otros sociólogos sugieren otras hipótesis para explicar el especial interés por los
problemas sociales y la reforma social. Tendría que ver con el proceso de especialización
que habría llevado los estudios clásicos y humanísticos a cierta decadencia mientras que
fuera de la Universidad ejercían reformadores y trabajadores sociales presionando para la
intrusión de la Sociología en las universidades americanas.
Wirth plantea lo que él llama el complejo de Cenicienta de la Sociología respecto a
otras disciplinas de mayor tradición y hegemónicas en la estructura universitaria. Según este
autor los sentimientos de los primeros sociólogos de Chicago oscilaban entre los delirios de
grandeza y el complejo de inferioridad. Al ser los últimos en llegar al campus universitario no
tuvieron otra alternativa que ocupar los espacios libres que otras disciplinas más establecidas
despreciaban u olvidaban. Esto explicaría que las líneas de trabajo con los chicaguenses
tuvieran que ver desde el principio con el estudio de la pobreza, la delincuencia, el crimen, la
enfermedad, el desempleo, la prostitución y otras patologías sociales.
Por otro lado, no es menos cierto que Small estuvo en Alemania entre 1879 y 1881
estudiando en Leipzig y Berlín, con Gustav Schmoller, Adolf Wagner y Albert Schäffle, por
ello sus planteamientos estarían más próximos a la defensa del Estado Social elaborada por
los socialistas de cátedra que de las teorías revolucionarias de los movimientos sociales
radicales. Pero sin duda el contexto social, económico y político en el que el Departamento
nace influye también en la orientación que ha de tomar. Chicago estaba acusando los efectos
de una rápida industrialización y un proceso acelerado de crecimiento demográfico y
urbanístico, para bien y para mal y, para los profesores, nuevos científicos sociales, constituía
un auténtico laboratorio de observación y de investigación.
Más recientemente, otros (Chapoulie, 2001), han relacionado el desarrollo de la
Sociología en Chicago con la Economía.
La Economía jugó también otro papel en el proceso de institucionalización de la
Sociología en Chicago, precisamente durante los años más brillantes de la Escuela: la década
de los veinte. En realidad el mismo nacimiento de la Universidad fue posible gracias al apoyo
y al mecenazgo de financieros, empresas y hombres de negocios pertenecientes a la
comunidad baptista. Rockefeller, un multimillonario propietario de la Standard Oil Company
donó millones de dólares para la creación de la Universidad. Fue también la Fundación
Rockefeller la que financió muchas de las investigaciones empíricas que se realizaron en el
Departamento de Sociología. Los Rockefeller trataban de contribuir a resolver problemas
sociales por una vía que dejase al margen la controversia sobre su apellido y además,
ahorrase al país cambios más radicales. Para todos estos objetivos el emergente lenguaje
científico de las ciencias sociales resultaba atractivo al prometer a la vez distancia de la
controversia política y un tipo de conocimiento que podría facilitar el control real del cambio
social.
Lo realmente importante es que en ese contexto aparece una fuerte y pujante
Sociología crítica con raíces democráticas, justo cuando en la vieja Europa, en expresión de
Álvarez-Uría, los neomaquiavélicos preparaban el camino a la irresistible ascensión del
fascismo, cuando el racismo de Estado hacía estragos, cuando se imponían las políticas
eugenésicas, cuando la biologización de las ciencias sociales parecía imparable, cuando
éstas estaban dominadas por el darwinismo social de inspiración malthusiana que servía de
soporte al elitismo y al desprecio por las masas. Pues bien, en Chicago no triunfó el
darwinismo social.
Stocking plantea que lo que se impuso fue una especie de neolamarckismo, es decir,
la idea de que la conducta de los seres humanos no hunde principalmente sus raíces en la
herencia, y por tanto estaría predeterminada por factores biológicos, sino por el contrario está
más relacionada con el medio social, de manera que las conductas individuales son
inseparables de las condiciones de vida en las que los individuos se desenvuelven. La
conducta pasó así, subraya Alvárez-Uría, a adquirir una posición central en íntima relación
con la influencia de las instituciones sociales sobre los sujetos.
Más allá de la influencia de las posiciones de Lamarck, creemos que fueron los
pragmatistas, Peirce, James, Dewey y Mead, los que influenciaron fundamentalmente las
posiciones adoptadas por los profesores de Chicago. El rechazo del evolucionismo, aunque
adoptaran algunos conceptos en el análisis de lo que llamaron la "ecología urbana", la
creencia en que la sociedad puede cambiar y debe cambiar mediante las aportaciones de la
ciencia elaborando diagnósticos acertados de los problemas sociales y el diseño de
intervenciones "al por menor y al por mayor" adecuadas, el convencimiento en que los
hombres por tanto, pueden cambiar la sociedad y la historia, su optimismo histórico y una
cierta fe en el progreso, la fe en la democracia como fin y como medio (una fe radical y
absoluta, aunque los pragmatistas rechazaran cualquier idea absoluta), la crítica al laissez-
faire, el compromiso social y político en la perspectiva de un horizonte utópico: la hermandad
universal... son temas centrales del Pragmatismo.
5.3. Las figuras del Departamento y su relación con el Trabajo Social.
Small, ya lo dijimos, fue el fundador del Departamento. Se le reconoce el papel que
jugó en el proceso de institucionalización de la Sociología en los Estados Unidos. De sus
estudios en Europa se llevó consigo las ideas de Simmel, ideas que se constituyeron en otra
de las influencias importantes en la configuración de las líneas de pensamiento y de
investigación del Departamento.
Simmel fue un teórico de la Sociología un tanto atípico por su elección de un nivel de
análisis diferente a Weber o Marx. Simmel adquirió fama por su análisis, derivado de la
filosofía kantiana, de las formas de interacción (por ejemplo, el conflicto) y de los tipos de
interactores (por ejemplo el extraño). Para Simmel una de las grandes tareas de la Sociología
era la comprensión de la interacción entre la gente. Sin embargo, era imposible estudiar el
cuantioso número de interacciones de la vida social sin disponer de algunas herramientas
conceptuales. Fue así como nacieron las formas de interacción y los tipos de interactores.
Estas aportaciones serían fundamentales para el desarrollo del interaccionismo simbólico.
Coherentemente pues, centró su atención en el estudio de las interacciones entre los
individuos. Ante el fenómeno de la nueva urbe estudió las mutaciones en la conciencia de las
personas en las ciudades y bajo el impulso de la modernidad.
Estaba más interesado en los fenómenos "micro" o de pequeña escala, además de su
interés por los fenómenos que se producen en el escenario urbano y ésta es la razón de su
influencia en la Escuela de Chicago y por extensión en cualquier enfoque microsociológico.
Todas estas influencias están presentes en los comienzos del Departamento a través
de Small. En los tiempos de Small, escribe Louis Wirth (1938:274), la pasión por resolver
problemas prácticos de la sociedad reposaba y se apoyaba en poco más que en la fe de que
la Sociología podría encontrar un fundamento científico de la ética y de las políticas sociales.
Esta pasión por la Sociología estaba entonces sobre todo guiada en sus investigaciones por
amplias nociones filosóficas, nociones algo desarrolladas pero tan sólo intuitivamente
plausibles, relativas a la naturaleza humana, el orden social y la dinámica social.
Monferrer, J., González, Mª J. y Díaz, D. (2009). La influencia de George Herbert Mead

en las bases teóricas del paradigma constructivista. Revista de historia de la

psicología. 30 (2-3, junio-septiembre) (pp. 241-248). Valencia, España.

Resumen
La aportación de la obra de Mead –filósofo pragmático, psicólogo social y sociólogo
estadounidense–, es básica para entender el desarrollo de aquellas perspectivas teóricas,
cuyo hilo argumental discurre del pragmatismo filosófico al constructivismo, pasando por la
sociología fenomenológica de Schütz, el interaccionismo simbólico de Blumer, y la sociología
del conocimiento de Berger y Luckmann. Estas orientaciones han actuado como
catalizadores, sistematizando y delineando aspectos ontológicos, epistemológicos, teóricos y
metodológicos de la orientación constructivista en las ciencias sociales y, por ende, en la
psicología social. Tras evidenciar su olvido o cita marginal en la mayor parte de manuales
sobre historia de la psicología y de la psicología social, apuntamos algunas claves para
comprender por qué el pensamiento de Mead no ha sido reconocido por la historia «oficial»,
en la misma medida que otros representantes de la psicología.
La proyección teórica de la obra meadiana
La decisión de centrar esta comunicación en George H. Mead (1863-1931) obedece
a la constatación de que, si bien su obra es de obligada referencia para entender desarrollos
teóricos multidisciplinares, su impacto ha quedado relegado en psicología a fundador de la
escuela del interaccionismo simbólico.
Lo que Mead dejará planteado con su obra es una teoría de las relaciones entre
individuo y sociedad, fuertemente enlazada en la tradición filosófica pragmatista, que parte
de considerar la existencia de una «realidad simbólica» distinta de una probable «realidad
natural» y susceptible de creación y transformación. En Mead, además, la naturaleza social
del lenguaje y la naturaleza simbólica de la sociedad, dejan de ser objetos de especulación
filosófica, volviéndose accesibles al análisis empírico.
Si entramos a valorar sus contribuciones particulares, Mead aporta en sus trabajos
una de las más acabadas propuestas del pragmatismo norteamericano, con su señera
comprensión del carácter intersubjetivo y creador de la acción humana. Mead se constituye
en autor clave para el interaccionismo simbólico, caracterizada por su profundo interés en la
comprensión de la acción social desde el punto de vista del actor, y la naturaleza simbólica
de la vida social.
Tras la muerte de Mead el interaccionismo simbólico se expande por las universidades
norteamericanas donde ejercen su magisterio sus seguidores directos. Un papel destacado
en esta difusión será protagonizado por Herbert Blumer. Su punto de partida se sostiene en
tres sencillas premisas: el ser humano orienta sus actos hacia las cosas en función de lo que
estas significan para él; el significado de estas cosas surge como consecuencia de la
interacción social; y los significados se manipulan y modifican mediante un proceso
interpretativo desarrollado por la persona al enfrentarse con las cosas que va hallando a su
paso. El enfoque metodológico que se deriva de estos planteamientos para la psicología
consiste en la aplicación de un paradigma interpretativo, según el cual «el investigador
debería enfocar el mundo a través de los ojos del actor», y no suponer que aquello que él
observa «es idéntico a lo que el actor observa en la misma situación» (Blumer, 1982).
El objetivo básico de esta disciplina ha sido estudiar la conducta o comportamiento de
un conjunto de individuos, en los que la acción de cada uno está condicionada por la acción
de los otros. De ahí que la influencia interaccionista se haya concretado en que dentro de su
espacio conceptual, lo «social» se refiere directamente a la interacción –ya sea entre sujetos
y entorno, ya sea entre sujetos–, en tanto que el comportamiento humano siempre implica a
otros.
En su versión meadiana, el interaccionismo simbólico ha tenido también la relevancia
de haber sido considerada la primera teoría comunicativa de la sociedad. Su gran aportación,
en este sentido, es haber puesto de manifiesto la importancia del lenguaje y la comunicación
como factores antropogenéticos esenciales, tanto para la especie como para el individuo, así
como haber mostrado los mecanismos para tal socialización.
Si nos centramos ahora en los enfoques que destacan cómo la realidad es construida
por el sujeto, podemos diferenciar dos corrientes teóricas, constructivismo y construccionismo,
epistemológicamente compatibles y cuya denominación tiende a utilizarse indistintamente, si
bien difieren en su foco de atención. El constructivismo parte del marco teórico de la Gestalt
y del sociocognitivismo, y se centra en los procesos de construcción individual de la realidad
a partir de las estructuras perceptivas o cognitivas, mientras que el construccionismo se
sustenta en la teorización ligada directamente al interaccionismo simbólico, la
etnometodología y la teoría del acto social y del otro generalizado de Mead. El centro de
atención son aquí los procesos de interacción y elaboración social de significados que
permiten la construcción social de la realidad. El hecho más significativo para nuestro análisis
radica en que los autores que investigan bajo este paradigma comparten fuertes vínculos con
las bases de los postulados meadianos: parten de la convicción de que los seres humanos
son producto de su capacidad para adquirir conocimientos y para reflexionar sobre sí mismos,
lo que les ha permitido anticipar, explicar y controlar propositivamente la naturaleza y construir
la cultura.
La omisión de mead en la historia de la psicología. Algunas hipótesis
explicativas
Tras ocho décadas del fallecimiento de Mead, seguimos sin disponer de demasiadas
traducciones en castellano de sus escritos y contamos con escasos estudios que rescaten el
potencial de su obra.
Si atendemos a su recepción en el ámbito de la psicología el panorama no mejora.
Aunque la psicología social goza de buena salud, quienes reconocen la pertinencia del
paradigma constructivista para abordar sus investigaciones refieren y dialogan con autores
como Piaget y Vygotski, especialmente. Si bien se llega a citar a Mead como representante
destacado del interaccionismo simbólico, su figura adopta consideración marginal. ¿Por qué
la obra y el pensamiento de Mead no ha venido siendo reconocida en igual medida que la de
otros insignes representantes de la psicología? Podemos diferenciar dos tipos de
explicaciones aducidas: las que resaltan las dificultades para el acceso a su obra, y las que
remiten a las particularidades de las ciencias sociales en relación a la delimitación de sus
objetos de estudio y debates teóricos internos, y al peculiar estatus de la psicología social
dentro del entorno de la disciplina.
Las dificultades para acceder a la obra original meadiana se relacionan con que nunca
llegó a publicar ningún libro en vida. Los originales que salieron a la luz tras su muerte fueron
corregidos por estudiantes que habían asistido a sus cursos, y existen dudas fundadas sobre
el rigor de su contenido. En nuestro ámbito, además, no ha habido demasiadas traducciones
de sus textos, y son desafortunadas algunas versiones disponibles. Si nos centramos en el
ámbito de la psicología, un dato que explicaría la escasez de trabajos interpretativos sería el
carácter parcial en que fueron recogidos sus desarrollos dentro del interaccionismo simbólico
de la Escuela de Chicago. Atrapada por el peso de los lugares comunes, su obra habría
quedado reducida al corsé de esta corriente, tal y como fue formulada por Blumer.
Pero también las propias bases teóricas de la psicología social ayudan a entender el
olvido de Mead. La psicología social se ha venido interesando por un amplio abanico de
fenómenos abordados también por otras disciplinas, y su espacio conceptual integra una
amplia variedad de teorías. Su particular clasificación habría dado lugar a que, mientras la
mayor parte de ellas pueden ser asimiladas al marco general de una psicología social
«experimental», el interaccionismo simbólico hunde sus raíces en los orígenes de una
psicología social «cualitativista», próxima al área sociológica y fenomenológica. Mead habría
sido incluido –con mayor o menor fortuna– dentro del grupo de autores clasificados bajo esta
última rúbrica, lo cual habría oscurecido su impacto en nuestra disciplina.
Farr considera que el legado de Mead habría ido declinando en la psicología al ser
percibido como conductista, aún cuando sus ideas como conductista «social» son más
propias de un cognitivista. Su crítica inicial al conductismo positivista de Watson en Espíritu,
persona y sociedad: desde el punto de vista del conductivismo social, habría motivado su
incorrecto etiquetamiento como anticonductista y, en el contexto de la sociología, como
antipositivista. Mead habría sido observado como un conductista tibio entre watsonianos,
mientras desde el cognitivismo era contemplado como un conductista más (Farr, 1984).
Otro dato histórico relevante alude al rechazo radical que el pragmatismo –en todas
sus formas– encontró en Europa (con excepción del Reino Unido) en donde se detectan dos
componentes ideológicos: por un lado, un antiamericanismo furibundo que se proyecta sobre
sus filósofos y, por otro, un fuerte chauvinismo nacionalista y elitista. La acusación al
pragmatismo como «negación total del racionalismo» habría afectado y retrasado la difusión
de la obra de Mead en Europa, a pesar de ser la más claramente racionalista dentro de esta
corriente filosófica. Se puede sostener, por lo tanto, que el reciente interés por Mead por parte
de la psicología parece derivarse más del progresivo desarrollo del constructivismo en la
disciplina, y del redescubrimiento de Mead en sus bases teóricas, que en su aportación
original en el surgimiento de la psicología social.
Mora, M. (2002). La teoría de las representaciones sociales de Serge Moscovici. En
Athenea Digital. Revista de pensamiento e investigación social, nov. 2002. ISSN
1578-8946.
I. Antecedentes teóricos
1. Wilhelm Wundt y la Psicología como ciencia experimental y como ciencia social
Siempre que se hace referencia a la Psicología, se consideran sus inicios a partir de
la instauración de esta disciplina como ciencia experimental. El dato más conocido habla que
fue en 1879 con la fundación del Instituto de Psicología en Leipzig, cuando inicia la psicología
como ciencia experimental de laboratorio, de la mano de W. Wundt.
Wundt era un pensador alemán que dictaba cátedra de filosofía, enfatizando en
problemas psicológicos que hasta entonces eran resueltos mediante la especulación.
Motivado por ese problema, se dio a la tarea de instalar un laboratorio de psicología
experimental en el que, utilizando métodos derivados de la fisiología, trataba de abordar
problemas psicológicos. De esa manera, la psicología dejaba de ser materia de especulación
dentro de la filosofía para iniciar su historia como ciencia experimental.
Atraídos por la nueva ciencia, por sus métodos y por las cátedras dictadas por Wundt,
un considerable número de estudiantes del extranjero –especialmente norteamericanos–
estuvo en Leipzig aprendiendo todo lo posible con el propósito de fundar laboratorios en sus
respectivos países.
Las preocupaciones de Wundt no estaban totalmente ubicadas en su proyecto de
Psicología experimental, sino que a la par iba construyendo modelos de explicación de otros
fenómenos a los que no se respondía en su laboratorio. Señala Farr (1983) que Wundt, desde
principios de 1862, en el prefacio de una de sus obras, se propone llevar a cabo tres tareas:
la creación de una psicología experimental, de una metafísica científica y de una psicología
social.
Wundt establecía una distinción entre psicología experimental y psicología social. Al
asignarle un lugar a cada una de ellas, siguiendo la distinción básica alemana entre ciencias
naturales y ciencias sociales, diferencia por un lado a la Psicología fisiológica y experimental
y por el otro, a la social o etnopsicología: la volkerpsychologie.
La ciencia de laboratorio de Wundt tenía como idea metodológica central la
experiencia de las personas que brindaban el reporte introspectivo, siendo necesario acudir
a otras formas que dieran cuenta de fenómenos más complejos en donde el individuo no
podía ser fiel testigo por su implicación en el proceso. Desprende, por tanto, una metodología
apropiada para los procesos cognoscitivos superiores del hombre: la interpretación de los
productos de la experiencia colectiva.
Buscó trazar la evolución de la mente en el hombre, consciente de la importancia del
lenguaje en este proceso y en su relación con el pensamiento y sus producciones. Wundt
siguió a Darwin en su análisis de la evolución del gesto animal para desembocar en la
dirección del habla y del lenguaje humano.
Wundt parte del análisis de la acción humana. Debajo de ese nivel de acción
deliberada y voluntaria existe un primitivo movimiento de impulso que implica expresiones
afectivas espontáneas y que generan respuestas de otros individuos. Según Wundt, este
mecanismo de “comunicación de gestos” proveía las bases indispensables de la vida social,
sin la cual, los individuos humanos nunca podrían empezar a entenderse.
Esta comunicación de los gestos origina productos culturales con existencia concreta:
el lenguaje, proporciona un medio para la operación de la actividad cognoscitiva superior, los
mitos, surgidos de esa base dan forma a la capacidad humana para imaginar; y las
costumbres, enmarcan la referencia dentro de la cual operan las opciones individuales y la
voluntad.
Dentro de la psicología, las aportaciones de Wundt alientan a dos vertientes
fundamentales dentro de la psicología: 1) la tradición de Mead con el interaccionismo
simbólico en la sociología estadounidense; y 2) a través de Durkheim, la investigación sobre
representaciones sociales por parte de Moscovici.
Es posible decir que, junto con Le Bon y Tarde, Wundt construye con su psicología de
los pueblos el basamento de la Psicología Social en este siglo y particularmente de la
psicología colectiva.
2. George Herbert Mead y el interaccionismo simbólico
Siguiendo con la incipiente teorización acerca del espacio disciplinar de la Psicología
social que Wundt inaugurara, surge un movimiento filosófico en Norteamérica, con fuertes
implicaciones en la pedagogía, la comunicación y la propia psicología: el pragmatismo. Con
W. James pero más concretamente con Dewey y Mead, el pragmatismo se define como una
filosofía de la acción.
John Dewey propone que es la acción del propio individuo lo que determina la
relevancia de los estímulos dentro del contexto delimitado de la misma acción. No es una
reacción organísmica refleja sino una decisión activa la que proyecta los actos de los
individuos.
Este pragmatismo intenta una superación del dualismo cartesiano. Al desarrollar el
concepto de acción, queda transformada toda la relación entre conocimiento y realidad.
Esta influencia del pragmatismo en la sociología se hace más decisiva al establecerse
la Escuela de Chicago, como una vía de realización de esta filosofía social, encabezada por
Dewey y Mead.
Mead basa su psicología social en una esmerada lectura de Darwin y de la
etnopsicología de Wundt, escudriñando desde el gesto animal el proceso evolutivo de la
comunicación humana. Si Wundt realza el papel del lenguaje como catalizador de la relación
del hombre con su colectividad y con la cultura como su producto, Mead aborda a la
comunicación en esta forma de interacción.
Inicialmente, rechaza analizar el espacio interior de los individuos planteando la
pertinencia de un espacio de realidad en las mediaciones, un espacio interactivo no biológico
sino social que es percibido en término de significaciones, puesto que su materia es el
símbolo. Mead toma como unidad de análisis lo que denomina el acto social. Aquí, el símbolo
y su significado son propiedad de la situación interactiva, no están fuera.
El argumento básico de Mead es que en este espacio interactivo radican los símbolos
y sus significados, por lo que solo ahí puede formarse el espíritu (mind), conformado en el
proceso de la comunicación. Los individuos no existen como tales sino como la persona (self),
cuyo tamaño abarca su espacio social teniendo a la sociedad (Society) como fondo. Mead
enfatiza dos características de esta interacción: a) quien se comunica puede comunicarse
consigo mismo, y b) esta comunicación crea la realidad.
En consecuencia, Mead coloca a la intersubjetividad dentro de lo que llama
conversación interior, el pensamiento, constituido por tres interlocutores: el Yo, el Mí y el Otro:
El yo que actúa, que emerge de repente; el Mí que constituye el percatamiento de lo
que hizo el yo; y el Otro, que es el bagaje de criterios con que cuenta el mí para evaluar los
actos espontáneos de ese yo.
En síntesis, el mí supone asumir el punto de vista colectivo con respecto a uno mismo,
y el otro generalizado es la gran colectividad con la que uno se relaciona y que tiende a ser
interiorizada: la sociedad crea a los individuos.
Todas esas reflexiones hechas por Mead y manejadas en sus cátedras, serían
publicadas de manera póstuma (en 1934) en un libro titulado Mind; Self and Society, editado
por la prensa de la Universidad de Chicago y bautizadas por H. Blummer como
interaccionismo simbólico.
Pueden acotarse las aportaciones más significativas de Mead a las ciencias sociales,
incluyendo la psicología:
a) Enfatiza la noción de una realidad simbólica distinta de una probable realidad natural;
susceptible de creación, de transformación y de destrucción.
b) Anticipa la visión epistemológica que cuestiona lo que es o no científico por medio del
consenso significativo y el criterio de objetividad científica como una construcción simbólica.
c) Su análisis de la sociedad contempla la posibilidad de la incorporación total del
individuo a un universo de razón, actividad consciente y voluntaria, hacia una esfera pública
no restrictiva.
d) La naturaleza social del lenguaje y la naturaleza simbólica de la sociedad, dejan de
ser objeto de especulación filosófica haciéndose accesibles al análisis empírico.
Eslabonar esta sociología del conocimiento sugiere la posibilidad de la existencia de
una Psicología sociológica, es decir, una psicología social con perspectiva sociológica y una
notoria preocupación por lo simbólico, por su papel en lo colectivo y por la construcción social
de la realidad.
3. É. Durkheim y el concepto de representación colectiva
Durkheim fue uno de los fundadores de la sociología científica. Entre 1885 y 1886
visitó varias universidades alemanas, entre las que se encontraba la de Leipzig. El rigor con
que Wundt realizaba sus experimentos, así como el hecho de que contara con una
publicación oficial de su propio laboratorio, fueron motivos para que Durkheim se mostrara
interesado en esas propuestas tanto de la Psicología experimental como de la etnopsicología.
Durkheim estableció diferencias entre las representaciones individuales y las
representaciones colectivas, explicando que lo colectivo no podía ser reducido a lo individual.
Es decir, que la conciencia colectiva transciende a los individuos como una fuerza coactiva y
que puede ser visualizada en los mitos, la religión, las creencias y demás productos culturales
colectivos.
Fundamentado en su visión teórica, Durkheim se atreve a hacer la diferencia entre
sociología y Psicología: a la primera le correspondía analizar todo acerca de las
representaciones colectivas y a la segunda lo propio de las representaciones individuales. En
consecuencia, la psicología social debería estudiar como las representaciones sociales se
llaman y se excluyen, fusionan o se hacen distintas unas de otras. A su vez estrecha el ámbito
de estudio de la Psicología poniendo en la mira de la sociología una buena cantidad de
fenómenos que atañían más a una especie de psicología social o colectiva.
Tuvieron que pasar varias décadas para que Serge Moscovici retomara estos
planteamientos y desarrollara una teoría en psicología social con marcada tendencia
sociológica cuando el común denominador de las investigaciones en psicología era lo
individual, por la influencia norteamericana. Con su teoría de las representaciones sociales,
Moscovici integra en una psicología social las aportaciones de diversas disciplinas, dentro de
un contexto europeo de rápida expansión.
1. El modelo de Serge Moscovici
La representación social es una modalidad particular del conocimiento, cuya función
es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos. La
representación es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas
gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un
grupo o en una relación cotidiana de intercambios, liberan los poderes de su imaginación
(Moscovici, 1979).
Es el conocimiento de sentido común que tiene como objetivos comunicar, estar al día
y sentirse dentro del ambiente social, y que se origina en el intercambio de comunicaciones
del grupo social. Es una forma de conocimiento a través de la cual quien conoce se coloca
dentro de lo que conoce. Al tener la representación social dos caras –la figurativa y la
simbólica- es posible atribuir a toda figura un sentido y a todo sentido una figura.
Denise Jodelet ha dicho que el campo de representación designa al saber de sentido
común cuyos contenidos hacen manifiesta la operación de ciertos procesos generativos y
funcionales con carácter social. Por lo tanto, se hace alusión a una forma de pensamiento
social.
Robert Farr agrega que las representaciones sociales tienen una doble función: “hacer
que lo extraño resulte familiar y lo invisible perceptible”, ya que lo insólito o lo desconocido
son amenazantes cuando no se tiene una categoría para clasificarlos. Parafraseando a
Moscovici, Farr escribe una definición sumaria de las representaciones sociales:
Sistemas cognoscitivos con una lógica y un lenguaje propios. No representan
simplemente opiniones acerca de, “imágenes de”, o “actitudes hacia” sino “teorás o ramas del
conocimiento” con derechos propios para el descubrimiento y la organización de la realidad.
Sistemas de valores, ideas y prácticas con una función doble: primero, establecer un orden
que permita a los individuos orientarse en su mundo material y social y dominarlo; segundo,
posibilitar la comunicación entre los miembros de una comunidad proporcionándoles un
código para el intercambio social y un código para nombrar y clasificar sin ambigüedades los
diversos aspectos de su mundo y de su historia individual y grupal. (Farr, 1983 p. 655)
2. Condiciones de emergencia de una representación social
Según Moscovici, las representaciones sociales emergen determinadas por las
condiciones en que son pensadas y constituidas, teniendo como denominador el hecho de
surgir en momentos de crisis y conflictos. Tajfel propone que las representaciones sociales
requieren responder a tres necesidades: a) clasificar y comprender acontecimientos
complejos y dolorosos; b) justificar acciones planeadas o cometidas contra otros grupos; y c)
para diferenciar un grupo respecto de los demás existentes, en momentos en que pareciera
desvanecerse esa distinción.
Moscovici infiere tres condiciones de emergencia: la dispersión de la información, la
focalización del sujeto individual y colectivo y la presión a la inferencia del objeto socialmente
definido.
a) Dispersión de la información. Según Moscovici, la información que se tiene
nunca es suficiente y por lo regular está desorganizada:
Los datos de que disponen la mayor parte de las personas para responder a una
pregunta, para formar una idea a propósito de un objeto preciso, son generalmente, a la vez,
insuficientes y superabundantes.
La mayoría de los autores que han trabajado esta teoría considera que hay desniveles
en cantidad y calidad de la información al interior de un grupo, y parcialidad y desfase en
relación con lo requerido para constituir el fundamento sólido del conocimiento.
b) Focalización. Una persona o una colectividad se focalizan porque están
implicadas en la interacción social como hechos que conmueven los juicios o las opiniones.
Aparecen omo fenómenos a los que se debe
En palabras de Banchs y Herzlich la focalizaión es señalada en términos de
implicación o atractivo social de acuerdo a los intereses particulares que se mueven dentro
del individuo inscrito en los grupos de pertenencia.
c) Presión a la inferencia. Socialmente se da una presión que reclama opiniones,
posturas y acciones acerca de los hechos que están focalizados por el interés público:
En la vida corriente, las circunstancias y las relaciones sociales exigen del individuo o
del grupo social que sean capaces, en todo momento, de estar en situación de responder.
Según Banchs, la presión a la inferencia quiere describir un hecho significativo en la
dinámica colectiva que alude al hecho de que frecuentemente existe la obligación de emitir
opiniones, sacar conclusiones o fijar posiciones respecto a temas controversiales.
Estas tres condiciones de emergencia constituyen el pivote que permite la aparición
del proceso de formación de una representación social, en mayor o menor grado, al
conjuntarse hacen posible la génesis del esquema de la representación.
3. Dimensiones de la representación social
Las representaciones sociales pueden ser analizadas con fines didácticos y empíricos
en tres dimensiones: la información, el campo de representación y la actitud.
a) La información. Es la organización o suma de conocimientos con que cuenta
un grupo acerca de un acontecimiento, hecho o fenómeno de naturaleza social.
Conocimientos que muestran particularidades en cuanto a cantidad y a calidad de los mismos;
carácter estereotipado o difundido sin soporte explícito.
Dimensión o concepto, se relaciona con la organización de los conocimientos que
posee un grupo respecto a un objeto social. (Moscovici, 1979).
Por lo tanto, esta dimensión conduce necesariamente a la riqueza de datos o
explicaciones que sobre la realidad se forman los individuos en sus relaciones cotidianas.
b) El campo de representación. Expresa la organización del contenido de la
representación en forma jerarquizada, variando de grupo a grupo e inclusive al interior del
mismo grupo. Permite visualizar el carácter del contenido, las propiedades cualitativas o
imaginativas, en un campo que integra informaciones en un nuevo nivel de organización en
relación a sus fuentes inmediatas.
Nos remite a la idea de imagen, de modelo social, al contenido concreto y limitado de
las preposiciones que se refieren a un aspecto preciso del objeto de representación.
c) La actitud. Es la dimensión que significa la orientación favorable o desfavorable
en relación con el objeto de la representación social. Se puede considerar como el
componente más aparente, fáctico y conductual de la representación, y como la dimensión
que suele resultar más generosamente estudiada por su implicación comportamental y de
motivación.
Se deduce que la actitud es la más frecuente de las tres dimensiones y, quizá, primera
desde el punto de vista genético. En consecuencia, es razonable concluir que nos informamos
y nos representamos una cosa únicamente después de haber tomado posición y en función
de la posición tomada. (Moscovici, 1979).
4. Dinámica de una representación social
La investigación de Moscovici buscaba estudiar el proceso de penetración de una
ciencia (psicoanálisis) en la sociedad francesa de los años cincuenta. Pudo distinguir dos
procesos básicos que explican cómo lo social transforma un conocimiento en representación
colectiva y cómo ésta misma modifica lo social: la objetivación y el anclaje.
Estos conceptos se refieren a la elaboración y al funcionamiento de una
representación social mostrando la interdependencia entre lo psicológico y los condicionantes
sociales, así como su difícil esclarecimiento en términos exhaustivos.
a) Objetivación: selección y descontextualización de los elementos, formación del
núcleo figurativo y naturalización. El proceso de objetivación va desde la selección y
descontextualización de los elementos hasta formar un núcleo figurativo que se naturaliza
enseguida.
La objetivación lleva a hacer real un esquema conceptual, a duplicar una imagen con
una contrapartida material. El resultado, en primer lugar, tiene una instancia cognoscitiva: la
provisión de índices y de significantes que una persona recibe, emite y toma en el ciclo de las
infracomunicaciones, puede ser superabundante. Para reducir la separación entre la masa
de las palabras que circulan y los objetos que las acompañan (...) los `signos lingüísticos' se
enganchan a `estructuras materiales' (se trata de acoplar la palabra a la cosa). (Moscovici,
1979 p. 75)
Como puede apreciarse, Moscovici (1979) presenta un análisis complejo y sistemático
del proceso de objetivación que, en muchos casos, parece denso pero que se explica por esa
preocupación constante para no desarticular inapropiadamente un fenómeno global que no
sigue una secuencia rígida ni causal. De igual manera, tanto Jodelet (1984), como Herzlich
(1979) y Banchs (1984), señalan que la importancia de un proceso como el de la objetivación
reside en que pone a disposición del público una imagen o esquema concreto, a partir de un
ente abstracto o poco tangible como lo es una teoría o concepción científica.
b) Anclaje. Con el anclaje la representación social se liga con el marco de
referencia de la colectividad y es un instrumento útil para interpretar la realidad y actuar sobre
ella.
En otros términos, a través del proceso de anclaje, la sociedad cambia el objeto social
por un instrumento del cual puede disponer, y este objeto se coloca en una escala de
preferencia en las relaciones sociales existentes. (Moscovici, 1979 p. 121).
De manera sintética, Moscovici (1979) aclara ambos procesos argumentando que la
objetivación traslada la ciencia al dominio del ser y que el anclaje la delimita en el de el hacer
(p. 121); así como la objetivación presenta cómo los elementos de la ciencia se articulan en
una realidad social, el anclaje hace visible la manera en que contribuyen a modelar las
relaciones sociales y también cómo se expresan.
5. Determinación de una representación social
Además de las dimensiones, de la dinámica y de las condiciones de emergencia de
una representación social, existen formas de determinación social: la central y la lateral.
En el caso de Herzlich, encontramos diferenciadas dichas determinaciones que
buscan responder a la pregunta que se hace respecto a la forma en que la estructura social
determina los aspectos de una representación. Comenta Herzlich (1979) que también
Moscovici propone distinguir a la determinación social central que regularía el surgimiento de
la representación y su contenido, de la determinación social lateral, menos directa y dirigida
hacia aspectos propiamente cognoscitivos y expresivos.
Banchs (1984) conceptualiza a sendas determinaciones puntualizando que la
influencia de las condiciones socioeconómicas e históricas de una sociedad aluden a la
determinación social central; mientras que la huella del individuo, su aporte como sujeto de
una colectividad se traduce en la determinación social lateral. La importancia de la distinción
estriba en que permite clarificar los papeles que tanto la sociedad como el individuo juegan
en la construcción de las representaciones sociales.
III. Orientaciones metodológicas para el estudio de las representaciones
sociales
En su investigación sobre la penetración del psicoanálisis en la sociedad francesa,
Serge Moscovici utilizó algunos procedimientos metodológicos que consideraba convenientes
para su objeto de estudio. Empleó cuestionarios estructurados y semiestructurados aplicados
en distintas muestras de la población, así como un minucioso análisis de contenido de todos
los artículos relacionados con el psicoanálisis aparecidos en periódicos, revistas y diarios.
Cabe aclarar que Moscovici no recomendó ningún método en particular, sino que
sugirió la utilización de las técnicas que abarcaran las dimensiones que constituyen una
representación social.
Los sondeos no son un medio adecuado para evaluar el impacto de la ciencia en la
opinión pública (...) Para comprender el impacto de la difusión de los conocimientos científicos
y tecnológicos, y los trastornos que esto produce a niveles lingüísticos, intelectuales,
culturales, simbólicos, se requieren otros métodos que los empleados normalmente y otros
enfoques teóricos. (Moscovici, 1963, citado en Farr, 1986 p. 505).
Usar entrevistas abiertas o en profundidad, la observación participante de tendencias
etnológicas o el análisis minucioso del lenguaje de los individuos, son algunas de las técnicas
para la recolección y el análisis de la información que permiten develar las contradicciones
que ocultan a la ideología. De igual manera, las preguntas proyectivas de frases incompletas
le han permitido a Banchs el estudio de las contradicciones internas en los entrevistados.
IV. Elaboraciones alrededor del modelo de Serge Moscovici
1. La hipótesis de la polifasia cognitiva
Moscovici encuentra en la base de la forma de pensamiento que estudia en su
investigación, dos principios que correlaciona con aspectos de la representación social: la
analogía y la compensación.
a) la analogía, corresponde a la agrupación de nociones en una misma categoría, a la
génesis de un nuevo contenido; b) la compensación, se refiere a la organización de las
relaciones entre los juicios.
La analogía contribuye a fundar las características representadas del objeto, es decir,
se centra en el objeto; y la compensación edifica las significaciones y enlaces que le
corresponden, esto es, con el marco de referencia que controla y guía el razonamiento.
2. La representación social y otros conceptos cognitivos.
Uno de los temas en que coincide la mayoría de los estudiosos de las
representaciones sociales es el de la necesidad de clarificarlas y distinguirlas de otros
conceptos cognitivos que suelen ser confundidos o utilizados como sinónimos en forma
inexacta. En primer lugar, conviene enfatizar el aspecto social en la representación puesto
que muestra, de entrada, una diferencia clave en relación con otros conceptos. Según Jodelet
(1984), en las representaciones sociales interviene lo social de diversas maneras: por el
contexto en el cual se sitúan personas y grupos; por la comunicación que establecen entre
ellas; por las formas de aprehensión que les brinda su bagaje cultural; por los códigos, valores
e ideologías ligados a posiciones o pertenencias sociales específicas (citada en Banchs, 1984
p. 4).
También la representación social es ubicada como un constructo teórico intermedio
entre lo psicológico y lo social. Sin embargo, no es algo definido y contundente. El propio
Moscovici aclara que la representación no es una mediadora sino un proceso que hace que
concepto y percepción de algún modo sean intercambiables porque se engendran
recíprocamente.
Moscovici claramente señala este carácter intermedio aparente de la representación
social cuando dice que ocupa una posición intermedia entre el concepto que abstrae el
sentido de lo real y la imagen que reproduce lo real. Las percepciones y los conceptos son
productos, modos de conocer derivados de lo icónico y de lo simbólico respectivamente. En
consecuencia, se expresa esta relación como de interacción social.
Es bajo la forma de representaciones sociales como la interacción social influye sobre
el comportamiento (o el pensamiento) de los individuos implicados en ella, y es al tratar de
poner en práctica sus reglas cuando la sociedad forja las relaciones que deberá haber entre
sus miembros individuales (Moscovici, 1979).
La representación social es una teoría natural que integra conceptos cognitivos
distintos como la actitud, la opinión, la imagen, el estereotipo, la creencia, etc., de forma que
no sea una mera suma de partes o aglomeración acrítica de conceptos. Con la intención de
clarificar dichas diferencias, se muestran las definiciones de cada concepto cognitivo en su
limitación, siguiendo de nueva cuenta a Banchs (1984):
La actitud. Uno de los componentes (junto con la información y el campo de
representación) de toda representación social; es la orientación global positiva o negativa de
una representación.
La opinión. Para Moscovici la opinión es una fórmula a través de la cual el individuo
fija su posición frente a objetos sociales cuyo interés es compartido por el grupo.
Los estereotipos. Son categorías de atributos específicos a un grupo o género que se
caracterizan por su rigidez. Las representaciones sociales, por el contrario, se distinguen por
su dinamismo.
La percepción social. El término no se refiere a las características físicas observables
sino a rasgos que la persona le atribuye al blanco de su percepción. La percepción es descrita
como una instancia mediadora entre el estímulo y el objeto exterior y el concepto que de él
nos hacemos. La representación social no es una intermediaria sino un proceso que hace
que concepto y percepción sean intercambiables puesto que se engendran recíprocamente.
La imagen. Es el concepto que suele utilizarse más como sinónimo de representación
social. Sin embargo, la representación no es un mero reflejo del mundo exterior, una huella
impresa mecánicamente y anclada en la mente; no es una reproducción pasiva de un exterior
en un interior, concebidos como radicalmente distintos, tal como podrían hacerlo suponer
algunos usos de la palabra imagen.
4. Nuevos rumbos en las investigaciones de Serge Moscovici
A lo largo de las últimas décadas, Moscovici ha trabajado en distintas líneas de
investigación con aparente desinterés del tema de las representaciones sociales tal cual las
ideó. Esta situación permitiría cuestionar si el modelo de las representaciones sociales sigue
siendo la punta de lanza de la escuela de Moscovici, cosa que parece no ser ya tan
contundente. A Moscovici le interesan -dice Farr (1983)- los mecanismos por los que las ideas
y pensamientos de un individuo llegan a influir sobre el pensamiento de la mayoría de los
demás: la influencia minoritaria. Es decir, la forma en que unos pocos individuos muy
creativos llegan a influir sobre la opinión pública e inclusive a conformarla. Estudios que
apuntan hacia lo que es la ideología y el poder político.
Señala Serge Moscovici:
Hoy en día, las minorías son un componente normal de la vida social. Los estudiosos
deberían mirar el mundo desde el punto de vista de las minorías y ya no exclusivamente
desde el punto de vista de las mayorías de las masas unitarias, como lo han hecho hasta
ahora (Moscovici, 1980).
Esto significa para Moscovici que la Psicología de las masas surgida en Europa bajo
ciertas condiciones, no puede explicar con precisión los fenómenos de las minorías que han
surgido en las últimas décadas.
5. Representaciones sociales: Ciencia e ideología
Las representaciones sociales aparecen en las sociedades modernas en donde el
conocimiento está continuamente dinamizado por las informaciones que circulan bastamente
y que exigen ser consideradas como guías para la vida cotidiana.
A diferencia de los mitos, las representaciones sociales no tienen la posibilidad de
asentarse y solidificarse para convertirse en tradiciones ya que los medios de información de
masas exigen el cambio continuo de conocimientos y la existencia de un receptor típico de
nuestro tiempo al que Moscovici llama el *sabio aficionado o amateur*. Éste, es el aficionado
consumidor de ideas científicas ya formuladas y que convierte en sentido común cuanta
información recibe: como forma desacralizada y vital de conocimiento científico.
Además de distinguirse de la ciencia, el conocimiento de sentido común tiene rasgos
que lo diferencian de la ideología. Apunta Moscovici:
La ciencia se preocupa por controlar la naturaleza o por decir la verdad sobre ella; (la
ideología) se esfuerza más bien por proporcionar un sistema general de objetivos o por
justificar los actos de un grupo humano. Subsecuentemente reclaman conductas y
comunicaciones adecuadas (Moscovici, 1979 p. 52).
Significa entonces que la representación social contribuye exclusivamente al proceso
de formación de conductas y a la orientación de las comunicaciones.
Moscovici, S. (1979). La representación social: un concepto perdido. En: El

psicoanálisis, su imagen y su público. (Trad. Nilda Maria Finetti) (pp. 27- 54).

Buenos Aires: Anesa Huemul.

1
Las representaciones sociales son entidades casi tangibles. Circulan, se cruzan y se
cristalizan sin cesar en nuestro universo cotidiano a través de una palabra, un gesto, un
encuentro. Sabemos que corresponden, por una parte, a la sustancia simbólica que entra en
su elaboración y, por otra, a la práctica que produce dicha sustancia.
Si bien la realidad de las representaciones sociales es fácil de captar, el concepto no
lo es. Esto sucede por muchas razones, en gran parte históricas: por eso hay que dejar que
los historiadores se tomen el trabajo de descubrirlas. Las razones no históricas se reducen
en su totalidad a una sola: su posición “mixta”, en la encrucijada de una serie de conceptos
sociológicos y una serie de conceptos psicológicos. Nos vamos a ubicar en esta encrucijada.
Volvamos atrás, más precisamente, a Durkheim. En su espíritu las representaciones
sociales constituían una clase muy general de fenómenos psíquicos y sociales que
comprendían lo que designamos como ciencia, ideología, mito, etcétera. Aquellas borraban
los límites entre el aspecto individual y el aspecto social y paralelamente la vertiente
perceptual de la vertiente intelectual del funcionamiento colectivo.
Durkheim simplemente quería decir que la vida social es la condición de todo
pensamiento organizado. Sin embargo, en la medida en que no aborda de frente ni explica la
pluralidad de formas de organización del pensamiento, aunque todas sean sociales, la noción
de representación pierde nitidez. Quizás haya que buscar ahí otra de las razones de su
abandono. Con el fin de darle un significado determinado, es indispensable hacerlo
abandonar su papel de categoría general, que concierne al conjunto de las producciones, a
la vez intelectuales y sociales. Estimamos que, por ese camino, se la puede singularizar,
separándola de la cadena de términos similares.
¿Se trata de una forma del mito y podríamos hoy confundir mito y representaciones
sociales?
Mientras el mito, para el hombre llamado primitivo, constituye una ciencia total, una
“filosofía” única donde se refleja su práctica, su percepción de la naturaleza de las relaciones
sociales, para el hombre llamado moderno la representación social solo es una de las vías
para captar el mundo concreto, circunscripta en sus fundamentos y circunscripta en sus
consecuencias. Si los grupos o los individuos recurren a ellos –con la condición de que no se
trate de una condición arbitraria- con seguridad es para aprovechar alguna de las múltiples
posibilidades que se ofrecen a cada uno.
Desde luego se comprende que las huellas, tanto sociales como intelectuales, de
representaciones formadas en sociedades donde la ciencia, la técnica y la filosofía están
presentes, sufren la influencia de estas y se constituyen en su prolongación o se oponen a
ellas. Entre tanto, identificar mito y representación social, transferir las propiedades psíquicas
y sociológicas del primero a la segunda, sin más, significa contentarse con metáforas y
aproximaciones falaces, justamente allí donde, por el contrario, se necesita delimitar una zona
especial de la realidad. Esta aproximación cómoda, generalmente desprecia nuestro “sentido
común”, mostrando su carácter inferior, irracional y, en última instancia, erróneo; no por ello
el mito resulta realzado hasta su verdadera dignidad. Por lo tanto tenemos que encarar la
representación social como una textura psicológica autónoma y a la vez como propia de
nuestra sociedad, de nuestra cultura.
Las representaciones sociales, por su parte, proceden por observaciones, por análisis
de estas observaciones, se apropian a diestra y siniestra de nociones y lenguajes de las
ciencias o de las filosofías, y extraen las conclusiones.
Sabemos que la opinión, por una parte es una fórmula socialmente valorizada a la que
un individuo adhiere y, por otra parte, una toma de posición acerca de un problema
controvertido de la sociedad. En forma más general, la noción de opinión implica:
- una reacción de los individuos ante un objeto dado desde afuera, acabado,
independientemente del actor social, de su intención o sus características;
- un lazo directo con el comportamiento; el juicio se refiere al objeto o el estímulo y de
alguna manera constituye un anuncio, un doble interiorizado de la futura acción.
El concepto de imagen no está muy separado del de opinión, por lo menos en lo que
concierne a los supuestos básicos. Se lo ha utilizado para designar una organización más
compleja o más coherente de juicios o de evaluación. Podemos suponer que estas imágenes
son una especie de “sensaciones mentales”, impresiones que los objetos y las personas dejan
en nuestro cerebro. Al mismo tiempo, mantienen vivas las huellas del pasado, ocupan
espacios de nuestra memoria para protegerlos contra el zarandeo del cambio y refuerzan el
sentimiento de continuidad del entorno y de las experiencias individuales y colectivas.
Cuando hablamos de representaciones sociales, partimos generalmente de otras
premisas. En primer lugar, consideramos que no hay un corte dado entre el universo exterior
y el universo del individuo (o del grupo), que, en el fondo, el sujeto y el objeto no son
heterogéneos en su (...) comportamiento y sólo existe en función de los medios y los métodos
que permiten conocerlo. No reconocer el poder creador de objetos, de acontecimientos, de
nuestra actitud representativa equivale a creer que no hay relación entre nuestro “repositorio”
de imágenes y nuestra capacidad de combinarlas, de obtener de ellas combinaciones nuevas
y sorprendentes.
Si partimos de que una representación social es una “preparación para la acción”, no
lo es solo en la medida en que guía el comportamiento, sino sobre todo en la medida en que
remodela y reconstituye los elementos del medio en el que el comportamiento debe tener
lugar. Llegar a dar un sentido al comportamiento, a integrarlo en una red de relaciones donde
está ligado a su objeto. Al mismo tiempo proporciona las nociones, las teorías y el fondo de
observaciones que hacen estables y eficaces a estas relaciones.
Se considera a los grupos en forma estática, no por lo que crean y comunican, sino
porque utilizan y seleccionan una información que circula en la sociedad. Por el contrario, las
representaciones sociales son conjuntos dinámicos, su característica es la producción de
comportamientos y de relaciones con el medio, es una acción que modifica a ambos y no una
reproducción de estos comportamientos o de estas relaciones, ni una reacción a un estímulo
exterior dado.
En resumen, aquí vemos sistemas que tienen una lógica y un lenguaje particulares,
una estructura de implicaciones que se refieren tanto a valores como a conceptos, un estilo
de discurso que le es propio. No los consideramos “opiniones sobre” o “imágenes de”, sino
“teorías” de las “ciencias colectivas” sui generis, destinadas a interpretar y a construir lo real.
Constantemente van más allá de lo que está inmediatamente dado en la ciencia o la filosofía,
de la clasificación dada de los hechos y los acontecimientos. En ellos podemos distinguir un
corpus de temas, de principios, que tienen unidad y se aplican a zonas de existencia y de
actividad particulares: la medicina, la psicología, la física, la política, etcétera. Inclusive en
estas zonas, lo que se recibe está sometido a un trabajo de transformación, de evolución,
para convertirse en un conocimiento que la mayoría de nosotros emplea en su vida cotidiana.
2
I - La sociedad de los pensadores aficionados.
Todo tipo de conocimiento –la observación es trivial- presupone una práctica y una
atmósfera propias que lo caracterizan. Y también, sin ninguna duda, un papel particular del
sujeto cognoscente. Cada uno de nosotros desempeña en forma diferente este papel cuando
debe ejercer su oficio en el arte, en la técnica, en la ciencia, o cuando se trata de la formación
de representaciones sociales. En este último caso cada persona parte de las observaciones
y sobre todo de los testimonios que se acumulan a propósito de acontecimientos corrientes.
La mayor parte de estas observaciones y de estos testimonios proviene, sin embargo,
de quienes lo han inventariado, organizado, aprendido dentro del marco de sus intereses.
Estas comunicaciones –artículos, libros, conferencias, etc.-, están muy alejadas de nosotros
porque, hablando con propiedad, nos resulta imposible captar su lenguaje, reproducir su
contenido, confrontarlas con informaciones y experiencias más directas y más adecuadas a
nuestro contorno inmediato. En conjunto, parecen participar en un “mundo del discurso”
construido a partir de materiales cuidadosamente controlados según reglas explícitas, cuyo
objeto somos nosotros, con nuestros problemas, nuestro porvenir y, en definitiva, todo lo que
existe como nosotros. Pero estas comunicaciones, al mismo tiempo, están muy próximas
porque nos conciernen, sus observaciones interfieren nuestras propias observaciones y sus
lenguajes o sus nociones elaboradas a partir de hechos que nos son ajenos, y a veces nos
hacen permanecer ajenos, fijan nuestra mirada, dirigen nuestras preguntas.
Asimismo, la persona que, después del psicoanálisis, conoce la importancia de los
“complejos”, los comprueba y los reconoce con asiduidad. Sucede que, tanto en un caso
como en el otro, se cuenta con una presunta realidad y, a partir de esto, se juzga
indispensable reconstituirla, hacerla familiar. El pasaje del testimonio a la observación, del
hecho relatado a una hipótesis concreta sobre el objeto visto, en resumen, la transformación
de un conocimiento indirecto en un conocimiento directo, es el único medio para apropiarse
del universo exterior. Exterior en un doble sentido: lo que no es de uno –pero se
sobreentiende que pertenece al especialista- y lo que está fuera de uno, fuera de los límites
del campo de acción.
Ninguna acción se presenta con su modo de empleo, ninguna experiencia con su
método y, al recibirlas, el individuo las usa como le parece. Lo importante es poder integrarlas
en un cuadro coherente de lo real o deslizarse en un lenguaje que permita hablar de lo que
habla todo el mundo. Este doble movimiento de familiarización con lo real, por medio de la
extracción de un sentido o de un orden a través de lo que se relata, y de manejo de átomos
de conocimiento disociados de su contexto lógico normal, desempeña aquí un papel capital.
Corresponde a una preocupación constante: llenar lagunas, suprimir la distancia entre lo que
se conoce, por un lado, y lo que se observa, por el otro, completar las “casillas vacías” de un
saber por las “casillas llenas” de otro saber.
II - El conocimiento del ausente y del extraño
La psicología clásica, que acordó mucha atención a los fenómenos de la
representación, nos proporciona útiles indicaciones como punto de partida. Los concibió
como procesos mediadores entre concepto y percepción. Al lado de estas dos instancias
psíquicas, una de orden puramente intelectual y la otra predominantemente sensorial, las
representaciones constituyen una tercera instancia, de propiedades mixtas. Propiedades que
permiten pasar de la esfera sensorio-motriz a la esfera cognoscitiva, del objeto percibido a
distancia a una toma de conciencia de sus dimensiones, formas, etcétera. Representarse una
cosa y tener conciencia de ella es todo uno, o casi.
Para nosotros, la representación no es una instancia intermediaria, sino un proceso
que hace que el concepto y la percepción de algún modo sean intercambiables, porque se
engendran recíprocamente. Así, el objeto del concepto puede tomarse por objeto de una
percepción y el contenido del objeto ser “percibido”.
Se comprueba que la representación expresa de golpe una relación con el objeto y
que desempeña un papel en la génesis de esta relación. Uno de sus aspectos, el aspecto
perceptivo, implica la presencia del objeto: el otro, el espíritu conceptual, su ausencia. Desde
el punto de vista del concepto, la presencia del objeto, incluso su existencia, es inútil; desde
el punto de vista de la percepción, su ausencia o inexistencia es una imposibilidad. La
representación mantiene esta oposición y se desarrolla a partir de ella: re-presenta un ser,
una cualidad, a la conciencia, es decir, las presenta una vez más, las actualiza a pesar de su
ausencia y aun de su no existencia eventual.
Representar una cosa, un estado, no es simplemente desdoblarlo, repetirlo o
reproducirlo, es reconstituirlo, retocarlo, cambiarle el texto.
Las representaciones individuales o sociales hacen que el mundo sea lo que
pensamos que es o que debe ser. Nos muestran que a cada instante una cosa ausente se
agrega y una cosa presente se modifica. Pero este juego dialéctico tiene un significado mayor.
Si algo ausente nos choca y desencadena toda una elaboración del pensamiento y del grupo,
no sucede por la naturaleza del objeto sino en primer lugar porque es extraño, y después
porque se halla fuera de nuestro universo habitual. En efecto, la distancia nos ofrece la
sorpresa que nos capta y la tensión que lo caracteriza.
Por otra parte, una representación hace circular y reúne experiencias, vocabularios,
conceptos, conductas, que provienen de orígenes muy diversos. Así, reduce la variabilidad
de los sistemas intelectuales y prácticos, y también de los aspectos desunidos de lo real. Lo
no habitual se desliza hacia lo acostumbrado, lo extraordinario se hace frecuente. En
consecuencia, los elementos que pertenecen a distintas regiones de la actividad y del
discurso sociales se trasponen unos en los otros, sirven como signos y /o medios de
interpretación de los otros.
La noción de representación todavía se nos escapa. Sin embargo, nos estamos
acercando a ella de dos maneras. En primer lugar, al precisar su naturaleza de proceso
psíquico apto para volver familiar, situar y hacer presente en nuestro universo interno lo que
se halla a cierta distancia de nosotros, lo que de alguna manera está ausente. Resulta una
“apropiación” del objeto y se mantiene tanto tiempo como la necesidad de hacerlo se hace
sentir. Desaparece en el laberinto de nuestra memoria o se afina en un concepto cuando
pierde su necesidad o su vigor. Esta impresión –o figura- mezclada en cada operación mental,
como un punto del que se parte y al que se vuelve, da su especificidad a la forma de
conocimiento intelectual o sensorial. Por esta razón, con frecuencia se ha dicho, toda
representación es la representación de una cosa.
Además, esta noción se nos aparece con más claridad, por haber comprobado que,
para penetrar en el universo de un individuo o de un grupo, el objeto entra en una serie de
relaciones y articulaciones con otros objetos que ya están allí, de los cuales toma propiedades
y les da las suyas. Una vez convertido en propio y familiar, es transformado y transforma. A
decir verdad, deja de existir como tal para transformarse en un equivalente de los objetos (o
las nociones) a los cuales está sujeto por las relaciones y los lazos establecidos. O lo que es
igual, está representado en la medida exacta en que él mismo se convirtió, a su vez, en un
representante y se manifiesta únicamente en este papel. En resumen, se observa que
representar un objeto es al mismo tiempo conferirle la categoría de un signo, conocerlo
haciéndolo significante. Lo dominamos de un modo particular y lo internalizamos, lo hacemos
nuestro. En verdad es un modo particular, porque llega a que toda cosa sea representación
de algo.
Ahora falta agregar un último eslabón a la cadena: el eslabón del sujeto, del que se
representa. Porque en definitiva, lo que con frecuencia está ausente del objeto –y vuelve al
objeto ausente-, lo que determina su extrañeza –y vuelve al objeto extraño-, es el individuo o
el grupo.
Escribimos:
Representación figura
Significado
entendiendo por representación la que permite atribuir a toda figura un sentido y a
todo sentido una figura. En el espíritu de la mayoría de nosotros, el inconsciente es un signo
del psicoanálisis cargado, por otra parte, de valores –oculto, involuntario, etc.- y visualizado
en el cerebro como una capa más profunda y velada; la libido se asocia muy concretamente
con el acto sexual, con la genitalidad, pero al mismo tiempo se la cubre de connotaciones
religiosas, políticas, que le fijan un rango más o menos elevado en la jerarquía de los factores
que explican los rasgos de los actos de un hombre o de una mujer. Los procesos puestos en
juego, como lo veremos a continuación, tienen, a la vez, la función (...) inteligible, o sea,
interpretarlo. Pero sobre todo tienen, por un lado, la función de sustituir el sentido por una
figura, es decir, objetivar, y por otro lado, sustituir la figura por un sentido, por lo tanto, fijar
los materiales que entran en la composición de una representación determinada. Estas
formas de conocimiento que son las representaciones, cuya función y estructura acabamos
de ver, son, por lo menos en lo que concierne al hombre, primeras. Los conceptos y las
percepciones son elaboraciones y estilizaciones secundarias; los primeros a partir del sujeto,
y las otras, a partir del objeto. Cualquiera que conozca la historia de las ciencias sabe que la
mayoría de las teorías y nociones más abstractas primero llegaron al espíritu de los sabios o
a la ciencia en una forma figurativa, cargadas de valores simbólicos, religiosos, políticos o
sexuales. Así ha sido respecto de los fenómenos que permitieron la evolución de la biología,
de la química o de la electricidad. Sólo por medio de una serie de destilaciones sucesivas
llegamos a recibir una traducción abstracta y formal.
Unidad III

Ibáñez, T. (2003). La construcción social del socioconstruccionismo; retrospectiva y

perspectivas. En Política y Sociedad. Vol. 40, Nº 1. Pp. 155-160)

A lo largo de estos últimos años la orientación socioconstruccionista se ha afianzado


de manera muy notable en el seno de la Psicología Social. Lo más llamativo es, quizás, que
algunos de sus presupuestos están influyendo, y se van incorporando, aunque sea en dosis
homeopáticas, en el seno de las demás orientaciones.
Se habló, en su momento, de la emergencia de una “nueva orientación” que pugnaba
por abrirse un espacio en la Psicología Social. También se habló de una orientación
“alternativa”, hoy el socioconstruccionismo ha abandonado los márgenes de la disciplina para
situarse a una distancia de sus núcleos centrales que, sin ser del todo cercana, tampoco
aparece como desmesurada.
Sus antecedentes más directos se hallan en el fuerte cuestionamiento interno al que
fue sometida la propia disciplina hacia finales de los años sesenta y principios de los setenta,
en el período de la así llamada “crisis de la Psicología Social”. Se desarrolló entonces un
doble cuestionamiento de los principales supuestos metodológicos, teóricos y también
prácticos de la disciplina. La primera vertiente de este cuestionamiento, que podría
denominarse “epistemológica”, se focalizó sobre la denuncia de la asunción acrítica de los
postulados positivistas y neopositivistas por parte de la disciplina. La segunda vertiente, de
naturaleza más “política”, se dirigía a la nula implicación social, y a la escasa utilidad práctica
de las aportaciones realizadas por la investigación psico sociológica.
Habrá que esperar hasta los primeros años de la década de los ochenta para que la
intensa actividad crítica desarrollada en los años anteriores desemboque finalmente sobre
unas propuestas mucho más elaboradas que prefiguran ya el “construccionismo social”.
El papel desempeñado por Gergen en la formulación de estas propuestas es crucial.
En 1982, publica bajo el título de Toward transformation in social knowledge, un libro de una
densidad filosófica poco habitual en el ámbito de la Psicología Social. La expresión
“construccionismo social” no se utiliza en ese libro para denominar la propuesta teórica que
en él se presenta; será preciso esperar a la publicación en 1985 de un sonado artículo, titulado
“The social construccionist movement in modern psychology”, para que dicha expresión
alcance cierta notoriedad pública y pase a designar definitivamente la nueva propuesta.
No creo equivocarme al afirmar que el “socioconstruccionismo” no habría conseguido
consolidarse, ni presentaría las características que lo definen actualmente, si el clima
intelectual de finales de los años setenta y principios de los ochenta no hubiese estado
marcado por un conjunto de aportaciones que, pese a su diversidad, presentaban un “aire de
familia”. Me estoy refiriendo a los planteamientos de Michel Foucault, por una parte, a los
desarrollos del segundo “giro lingüístico” protagonizado por la escuela de Oxford, por otra
parte, pero también al resurgir del “pragmatismo” de la mano de R. Rorty, así como al auge
del “post estructuralismo”, sin olvidar la constitución del “paradigma de la complejidad”, ni
tampoco la creciente atención prestada a “la discursividad” y a los planteamientos “post-
modernos”.
Gergen definió al construccionismo social como un “movimiento” es decir, como un
conjunto de elementos teóricos en progresión, laxo, abierto, y con contornos cambiantes e
imprecisos, más que como una doctrina teórica fuertemente coherente y bien estabilizada. El
acierto consistió en privilegiar la dimensión instituyente del socioconstruccionismo por encima
de su dimensión instituida, o su carácter de “proceso” en desarrollo por encima de su carácter
de “producto” más o menos acabado.
Tampoco se conseguiría entender del todo las razones de su rápida difusión y de su
fulgurante consolidación en la disciplina si no se tomasen en cuenta las transformaciones
experimentadas por el propio tejido social a lo largo de este último cuarto de siglo.
Transformaciones que beneficiaban al construccionismo social no solo porque este se
encontraba mejor equipado que las viejas orientaciones para abordarlas y para explicarlas;
sino también porque desde algunos de esos nuevos objetos sociales se realizaban
aportaciones y se elaboraban saberes que enriquecían directamente el
socioconstruccionismo, como ocurrió, por ejemplo, con las aportaciones de los nuevos
movimientos feministas.
Se puede atribuir al socioconstruccionismo los siguientes resultados y efectos:
―El haber conseguido alentar una permanente e incisiva sensibilidad crítica en
relación a los diversos procedimientos de auto legitimación articulados por las corrientes
tradicionales y dominantes de la Psicología Social.
―El haber forzado, ensanchándolos considerablemente, los espacios de legitimación
de la propia disciplina, para así dar cabida a metodologías de investigación, a planteamientos
teóricos y a interesantes investigadores que no hace tanto tiempo habrían sido
vehementemente descalificados.
―El haber contribuido a tornar más permeables las fronteras disciplinarias.
―El haber realizado aportaciones substantivas en la investigación de un amplio
conjunto de fenómenos psicosociales.
―El haber elevado el grado de sensibilidad hacia la dimensión política de las diversas
prácticas, de investigación u otras, que se desarrollan en y desde la propia Psicología Social.
―El haber constituido una importante red de soportes de publicación susceptibles de
acoger los textos que no encajan en los parámetros estándar de la disciplina.
Una de las debilidades del construccionismo social proviene de aquello mismo que le
ha dado parte de su fuerza y que ha realzado el interés que presenta. Me estoy refiriendo a
su flexibilidad. En efecto, la capacidad que ha tenido, y que sigue teniendo, el
socioconstruccionismo para acoger en su seno formulaciones y planteamientos tan diversos,
ha generado varios efectos problemáticos. El primero, consiste en haber adquirido poco a
poco cierta apariencia de cajón de sastre, donde casi todo tiene cabida. Esta apariencia,
conlleva, sin embargo, efectos más preocupantes, como son por ejemplo, las dificultades para
encarar seriamente las divergencias, y en algunos casos, las contradicciones entre los
diversos planteamientos que conforman el construccionismo social. La fragmentación y el
eclecticismo no son malos en sí mismos, pero suelen inducir un laxismo que impide tomar en
serio las diferencias y extraer de ellas el máximo provecho.
La propia especificidad de las diversas orientaciones que conforman el
socioconstruccionismo genera unas tensiones entre ellas que cuestionan la cohabitación en
un mismo marco teórico y amenazan con hacerlo estallar en islotes inconexos.
Otra de las debilidades actuales del socioconstruccionismo proviene, ella también, de
aquello mismo que hizo su fuerza, me estoy refiriendo en este caso a su rápida y fuerte
consolidación en el seno de la disciplina y a su reconocimiento como una de las corrientes
legítimas de la Psicología Social. En efecto, algunos de los que se integran actualmente en
la disciplina, o que lo hicieron en fechas recientes, se enrolan en las filas construccionistas
con la misma aceptación acrítica de sus presupuestos que caracterizaba a quienes se
adscribían a las corrientes dominantes. Se difumina así ese ímpetu crítico que animaba a
quienes apostaban por construir el socioconstruccionismo desde los riesgos de una posible
marginación.
Si se trata de emprender en algún momento el desmantelamiento del
socioconstruccionismo, será para construir con nuevas propuestas y con algunos de sus
restos un nuevo movimiento que extreme los impulsos iniciales que le animaron y consiga
proyectarlos más lejos de lo que él mismo supo hacer.
No faltan argumentos para considerar de forma eminentemente crítica las actuales
limitaciones del socioconstruccionismo, y me gustaría destacar a este respecto dos líneas
argumentativas.
La primera guarda relación con el énfasis que supo poner el construccionismo social
sobre la incuestionable importancia del lenguaje, y sobre la naturaleza discursiva de unas
entidades y de unos fenómenos psicológicos que convenía desnaturalizar, desencializar, y
arrancar a la supuesta “interioridad” del individuo. El problema radica en que la necesaria
atención prestada al ámbito de la discursividad no haya ido de la mano de un igual interés
por el campo, amplísimo, de las prácticas de carácter no discursivo. Se han dejado de lado
los objetos que ejercen sus efectos por medios esencialmente no lingüísticos, tales como son
el cuerpo, ciertas tecnologías o las propias estructuras e instituciones sociales. Le ha hecho
“olvidad” la importancia de las condiciones materiales de la existencia.
La segunda línea argumentativa tiene que ver con la incapacidad, o quizás con las
resistencias, del socioconstruccionismo para extraer las consecuencias explícitamente
políticas de sus propios presupuestos, y para desarrollar una intervención en el plano teórico
y en el plano de las prácticas, que estuviese en consonancia con el carácter insoportable de
las condiciones de existencia que nuestro modelo de sociedad impone a la inmensa mayoría
de los seres humanos y con la insoslayable urgencia de construir un mundo distinto.
Ibáñez, T. (2001). La psicología social como dispositivo deconstruccionista. En:

Psicología social construccionista. (pp. 217- 243). México: Universidad de

Guadalajara.

1. En defensa de Penélope
Si fuera preciso elegir un personaje emblemático para simbolizar la psicología social,
no dudaría en rescatar a Penélope, empeñada en deshacer durante la noche la labor que
había realizado durante el día.
Formularé aquí tres tipos de argumentos. El primero es de orden ontológico, y se basa
en la propia naturaleza de los fenómenos sociales. El segundo es de orden epistemológico,
y contempla las características del conocimiento que producimos sobre los fenómenos
sociales. El tercero se sitúa en la intersección de los dos primeros y se apoya en la peculiar
relación que tienen entre sí los fenómenos sociales, por una parte, y so conocimiento por otra.
Empecemos por el argumento ontológico. Desde los tiempos de Vico, se ha ido
consolidando progresivamente la idea de que la realidad social no es independiente de las
prácticas humanas, y de que constituye precisamente un resultado de esas prácticas.
El reconocimiento de que la realidad social no tiene otro origen, tiene consecuencias
como ya lo apuntaba Vico, sobre el tipo de conocimiento que podemos construir acerca de
ella. Sobre todo, este reconocimiento no deja otra opción más que la de resaltar la dimensión
histórica de los fenómenos sociales. La modificación de los fenómenos sociales resulta
inevitable si se piensa que las prácticas humanas que los constituyen presentan,
precisamente, la peculiaridad de ser unos procesos que crean en el transcurso de su
desarrollo las condiciones para su propia transformación.
Por lo tanto, el conocimiento que elabora la psicología social sobre sus objetos de
estudio no es un conocimiento que cambia, al igual que los conocimientos de otras ciencias,
únicamente porque se hace más preciso, más rico o más acertado, sino que es un
conocimiento que también es cambiante porque cambian las características de los objetos
sobre los que versa.
El psicólogo social construye conocimientos que será preciso deshacer algún tiempo
después de que hayan sido construidos. Es conveniente, por lo tanto, que el psicólogo social
adquiera la mentalidad de un constructor de obras efímeras.
La dimensión histórica de los fenómenos sociales tiene unas implicaciones que van
mucho más allá de una simple cuestión de intervalos temporales. En efecto, los fenómenos
sociales no solo son históricos porque cambian con el tiempo y porque son relativos al período
histórico en el que se manifiestan, sino que son intrínsecamente históricos en el sentido de
que, por decirlo rápidamente, tienen memoria. Las características presentes del fenómeno no
son independientes de su genealogía, o lo que es lo mismo, su forma actual resulta de las
prácticas sociales y de las relaciones sociales que lo fueron constituyendo.
El problema para quienes pretenden apresar los fenómenos sociales actuales en
formulaciones nomotéticas, es que no solo deberían estar en condiciones de incorporar
referencias a su genealogía, sino que estas referencias varían a medida que transcurre la
historia. En esta medida se puede decir que, al igual de lo que ocurre con el futuro, tampoco
el pasado está “ya escrito” puesto que sus características se van actualizando en función de
unos desarrollos posteriores concretos que no agotan, por definición, el conjunto de todos los
desarrollos posibles. De esta forma, la genealogía de un fenómeno social cambia a medida
que se producen acontecimientos posteriores y, por otra parte, nunca se puede acceder a un
conocimiento total de esa genealogía. Si para conocer un fenómeno es preciso conocer su
genealogía, y si esta es cambiante, entonces, también debe ser cambiante el conocimiento
del fenómeno. Por otro lado, si la genealogía de un fenómeno no es nunca totalmente
cognoscible, tampoco lo es el fenómeno, con lo cual el conocimiento psicosocial es
necesariamente incompleto.
Entre todos los científicos, quizá sean los psicólogos sociales, junto con los sociólogos,
los antropólogos y también los historiadores, quienes tengan, o debieran tener, una
conciencia más aguda del carácter sociohistóricamente situado de las categorías de
pensamiento alas que recurren para dar cuenta de la realidad. Dicho en otros términos, el
conocimiento que podemos producir en un período histórico dado es dependiente del
entramado sociocultural que caracteriza ese período. A partir del momento en que se difumina
la distinción entre el sujeto productor de conocimientos y el objeto de conocimiento, es decir,
a partir del momento en que se reconoce que el saber sobre la sociedad está en la sociedad,
es preciso abandonar la creencia, a todas luces infundada, en una supuesta “objetividad” de
los saberes psicosociales.
El hecho de que los conocimientos psicosociales sean “interiores” a la sociedad en la
que se formulan, produce a su vez dos consecuencias ineludibles. La primera es que esos
conocimientos son intrínsecamente provisionales, puesto que ninguna forma sociocultural es
invariante. La segunda es que esos conocimientos deben ser permanentemente
desconstruidos para poder hacer aflorar las determinaciones socioculturales implícitas que
vehiculan de forma acrítica. De momento hemos visto que, en el plano de la ontología, los
objetos de conocimiento de la psicología social son objetos eminentemente históricos y que,
en el plano de la epistemología, los conocimientos psicosociológicos también son, a su vez,
intrínsecamente históricos.
Si nos situamos ahora en el punto de intersección de los dos planos que acabamos
de mencionar, es fácil encontrar otros argumentos que apuntan en la misma dirección. En el
ámbito de los fenómenos sociales, el nivel epistemológico se convierte en una fuente de
producción ontológica.
En efecto, la combinación entre la dimensión simbólica de la realidad social, por una
parte y, por otra, la dimensión “agencial”2 del ser social, se traduce por lo que Gergen ha
llamado el efecto de “ilustración”, es decir, por el hecho de que los conocimientos producidos
acerca de un determinado fenómeno social revierten sobre ese fenómeno, modificándolo.
Basta con admitir que lo que sabemos influye sobre nuestra percepción de a la realidad y que,
a su vez, nuestra percepción de la realidad incide sobre nuestras actuaciones. También se
debe considerar que no es únicamente nuestra percepción de la realidad social la que se ve
afectada por los conocimientos producidos, sino la propia naturaleza de esa realidad social.
No es el nivel fenomenológico sino el nivel propiamente ontológico el que queda parcialmente
constituido por los saberes a los que recurrimos para conceptualizarlo.
El efecto de ilustración tiene una consecuencia de orden político o normativo, que los
psicólogos sociales no pueden eludir. Si es cierto que los conocimientos “científicos” que se
inyectan en el tejido social transforman la realidad social, entonces el productor de esos
conocimientos adquiere una responsabilidad política evidente. No queda otra alternativa para
la investigación social más que la de abandonar toda creencia en una supuesta “neutralidad”
del conocimiento científico. En efecto, sea cuales sean sus opciones políticas, el psicólogo
social se encuentra en la necesidad de interrogar permanentemente los conocimientos que
produce para saber cuáles son las formas sociales que contribuye a reforzar o a subvertir y
para saber en definitiva cuáles son los intereses que está sirviendo.
No es que el psicólogo social se encuentre simplemente ante la necesidad contingente
de deshacer lo que hace, sino que debe deshacerlo si pretende contribuir a la elaboración de
una psicología social acorde con los únicos “intereses” que permiten justificarla.
A partir del momento en que se reconoce que el interés por la predicción y el control
no puede sustentar el proyecto de conocimiento psicosociológico, queda claro que conviene
sustituir la razón instrumental por una racionalidad basada en la comprensión y la dilucidación
de la realidad social. Se hace imprescindible establecer como tarea prioritaria el análisis
crítico de todas las evidencias que estructuran el tipo de entendimiento de lo social que
caracteriza a nuestra época, y en torno a las cuales se organiza nuestro funcionamiento
cotidiano como seres sociales. Esta tarea de dilucidación de la realidad, encuentra en los

2
Hace referencia a la capacidad que tienen los seres sociales de constituirse en causas últimas de sus actos.
procedimientos de desconstrucción uno de sus instrumentos más eficaces, y el psicólogo
social debe recurrir a la desconstrucción sistemática como método básico para producir
conocimientos relevantes en el marco de su disciplina.
2. La agenda de la “nueva psicología social”: Presupuestos epistemológicos
Hace ya algún tiempo que la concepción heredada de la racionalidad científica, y su
traducción específica en el marco de las ciencias sociales, ha dejado de ser razonablemente
defendible, dejando paso a una concepción resuelta y radicalmente postpositivista.
Aunque la “nueva psicología social” se enfrenta con muchos problemas de difícil
solución, se han alcanzado ya una serie de logros sólidamente establecidos que constituyen
otros tantos puntos irreversibles, o si se prefiere, puntos de no-retorno, a partir de los cuales
pueden y deben desarrollarse las nuevas líneas de investigación. Lo único que se está
afirmando aquí es que ya no se puede ignorar la dimensión hermenéutica de los hechos
sociales, como tampoco se puede pasar por alto la dimensión hermenéutica de las
explicaciones que ofrecen las ciencias sociales. Si se me permite otro ejemplo, diré que, si
bien se puede discrepar profundamente del análisis realizado por Foucault sobre las
relaciones de poder, ya no se puede pensar sobre el poder como se pensaba antes de que
Foucault escribiera sobre este tema.
En el plano epistemológico, la fuerza de los argumentos a favor de una concepción
no-representacionista del conocimiento científica parece hoy por hoy difícilmente rebatible.
La adopción de una perspectiva no-representacionista (lo cual no significa ni mucho menos
“idealista”) sitúa a las ciencias sociales, y particularmente a la psicología social, en una
posición estratégica para dar cuenta de la naturaleza de la ciencia.
3. La agenda de la “nueva psicología social”: presupuestos ontológicos
Se puede destacar los siguientes aspectos como puntos irreversibles a partir de los
cuales debe avanzar la psicología social postpositivista:
a) Reconocimiento de la naturaleza simbólica de la realidad social. Esta
dimensión es insoslayablemente constitutiva de los fenómenos sociales. No es la naturaleza
del objeto sino el tipo de relación en el que este objeto está prendido quien le confiere su
dimensión social, y esta relación es de naturaleza eminentemente simbólica. En efecto, lo
social no aparece hasta el momento en que se constituye un mundo de significados
compartidos entre varias personas. Es este fondo común de significaciones el que permite a
los individuos investir a los objetos con una serie de propiedades que no poseen “de por sí”,
sino que son construidas conjuntamente a través de la comunicación y que se sitúan, por lo
tanto, en la esfera de los signos.
Por su vinculación con la dimensión simbólica y con la construcción y circulación de
significados, queda claro que cualquier cosa que denominemos “social” está íntima y
necesariamente relacionada con el lenguaje y con la cultura. Nada es social si no es instituido
como tal en el mundo de significados comunes propios de una colectividad de seres humanos,
es decir, en el marco y por medio de la intersubjetividad. Esto implica que lo social no radica
en las personas, ni tampoco fuera de ellas, sino que se ubica precisamente entre las personas,
es decir, en el espacio de significados del que participan o que construyen conjuntamente.
Lo social se construye efectivamente, al igual que los significados y la intersubjetividad,
en la interacción entre las personas. Pero esto no significa que sea suficiente con que exista
una interacción o una relación interpersonal para que también exista la dimensión social. En
efecto, la interacción es tan solo una condición necesaria, pero no suficiente para que emerja
lo social.
La psicología social se encuentra conminada a prestar una atención preferencial al
papel del lenguaje y de la comunicación en la producción y en el funcionamiento de la realidad
social. El reconocimiento de la importancia que tiene el significado exige de alguna forma que
la psicología social agote las posibilidades del enfoque hermenéutico y disponga de una teoría
de la significación. Pero de una teoría de la significación que conozca y asuma sus propios
límites.
Es bastante frecuente encontrar formulaciones que establecen una clara oposición
entre lo real y lo simbólico: si algo es simbólico entonces no es real y recíprocamente. Sin
embargo, es obvio que no existe tal oposición. Lo simbólico es tan real como cualquier otro
objeto que podamos calificar razonablemente como real. Más aún, lo simbólico tiene la
capacidad e constituirse en fuente de producción de la realidad.
b) Reconocimiento de la naturaleza histórica de la realidad social. En la actualidad,
la idea de que las sociedades tienen una dimensión histórica ha adquirido un estatus de
evidencia tan incuestionable que cualquier científico social que emitiera la mas leve duda al
respecto haría inmediatamente el ridículo. Sin embargo, nos encontramos ante la situación
paradójica de unas ciencias sociales que, aun dando por supuesto el carácter histórico de las
sociedades, han desarrollado por lo general un enfoque ahistórico de la realidad social.
Reconocer la naturaleza histórica de lo social no se limita a considerar que las
sociedades tienen una historia, sino que tienen unas implicaciones mucho más profundas que
afectan tanto al plano ontológico como al plano epistemológico.
En el plano ontológico esto significa, que los fenómenos sociales, las prácticas
sociales, las estructuras sociales tienen “memoria”, y que “lo que son” en un momento dado
es indisociable de la historia de su producción.
Decir que la realidad social es intrínsecamente histórica es decir que resulta en buena
medida de las peculiaridades culturales, de las tradiciones, del “modo de vida” que una
sociedad ha ido construyendo a lo largo de su desarrollo.
La idea de que se pueden tratar los fenómenos sociales como productos es una simple
ilusión nacida de una operación arbitraria que consiste en “cerrar” la perspectiva temporal del
fenómeno y en extraerlo artificialmente de sus condiciones temporales de existencia. El
tijeretazo que se da al tiempo permite tratar un fenómeno social como si fuera un “objeto”
estable, un “producto”, una “cosa”, con lo cual se satisface obviamente a las exigencias del
ideal de inteligibilidad positivista, pero al mismo tiempo se cambia irremediablemente la
naturaleza, o la identidad, del fenómeno investigado.
c) Reconocimiento de la importancia que reviste el concepto y el fenómeno de la
“reflexividad”. Es la capacidad que tiene el ser humano de romper la disyunción objeto/sujeto
y de fundir ambos términos en una relación circular lo que posibilita la construcción de la
naturaleza social de ese mismo ser humano. El bucle recursivo que cierra el “yo cognoscente”
sobre el “yo conocido” constituye en última instancia la condición de posibilidad de lo social.
En primer lugar, el hecho de que, gracias a la reflexividad, el ser humano sea capaz
de desarrollar actuaciones estratégicas, es decir, actuaciones basadas en el cálculo de los
efectos que sus acciones producen en los demás, introduce un factor intrínseco de
impredictibilidad de las conductas. Se establece de esta forma un proceso de reconstrucción
permanente, e interdependiente, de la persona y de su contexto relacional, según una
dinámica y unas modalidades que son difícilmente inteligibles desde una perspectiva
positivista.
En segundo lugar, la reflexividad debe extenderse a las propias ciencias sociales.
Tanto la psicología social “qua disciplina” constituida en un momento sociohistórico
determinado, como los conocimientos que produce y las prácticas concretas de los
investigadores que trabajan en su campo, forman parte de la propia dimensión social que la
psicología social se propone precisamente dilucidar. La psicología social debe, por lo tanto,
tomarse a sí misma como objeto de análisis, y es quizá porque empezó a hacerlo por lo que
estalló la famosa crisis que la sacudió tan profundamente.
d) Reconocimiento de la “agencia humana”. El reconocimiento del carácter
intencional de la conducta dibujaba un concepto del ser humano como agente capaz de
constituirse en fuente de determinación última de sus propias conductas, es decir, capaz de
autodirigir sus conductas con base en unas decisiones internamente elaboradas.
El simple reconocimiento de que las intenciones desempeñan un papel en la actividad
humana conduce a un replanteamiento radical en el plano ontológico y en el plano
epistemológico.
La plena asunción de la agencia humana constituye otro de los puntos de arranque
de la “nueva psicología social”, y a obliga a situarse en la perspectiva del ideal de inteligibilidad
de las ciencias posmodernas.
e) Reconocimiento del carácter dialéctico de la realidad social.
La concepción dialéctica de la realidad social enfatiza especialmente dos aspectos: la
naturaleza relacional de los fenómenos sociales y el carácter procesual de estos fenómenos.
En este sentido no tiene cabida la dicotomía ontológica entre individuo y sociedad, puesto
que ninguno de los dos términos es definible con independencia del otro: la sociedad solo
adquiere un estatus de existencia a través de las prácticas desarrolladas por los individuos,
a la vez que estos no existen como seres sociales si no es mediante su producción por la
sociedad. Se trata de un proceso de mutua construcción, en el que las causas y los efectos
intercambian continuamente su estatus. En este mismo sentido, si bien es cierto que los actos
solo adquieren sentido en el contexto en que se expresan, sería erróneo atribuir al contexto
un estatus independiente de los actos: el contexto está construido por los actos que resultan
de él.
Por otra parte, el énfasis que pone la dialéctica sobre el carácter procesual de los
fenómenos nos lleva a considerar que, lejos de estar constituidos de una vez por todas, los
objetos sociales se encuentran en un proceso de constante devenir, de continua creación y
recreación, de constante reproducción y transformación.
El concepto de “dualidad estructural”, que da cuenta del carácter simultáneamente
estructurado y estructurante de la sociedad y de las prácticas sociales, debe unirse, en la
agenda de la “nueva psicología social”, a la concepción según la cual es en el proceso mismo
de su desarrollo donde se va configurando cualquier fenómeno social de una forma que no
se encuentra enteramente predefinida por las condiciones antecedentes.
f) Reconocimiento de la adecuación de la perspectiva construccionista para dar
cuenta de la realidad social. Aunque el realismo ingenuo ya no sea aceptado por nadie, se
sigue cayendo en las trampas del lenguaje, y se sigue atribuyendo el estatus de categorías
naturales a ciertas entidades por el mero hecho de que forman parte de nuestro vocabulario.
Se puede afirmar que una de las tareas fundamentales de la psicología social consiste
precisamente en poner de manifiesto el papel que desempeñan las construcciones culturales
y las convenciones lingüísticas en la generación de una serie de “evidencias” que se imponen
a nosotros con toda la fuerza de las “cosas mismas”.
Esta preocupación por “desnaturalizar” los fenómenos sociales es tanto más
importante cuanto que el hecho de que todo fenómeno social sea intrínsecamente histórico
implica que todo fenómeno de este tipo resulta, por lo menos parcialmente, de las
convenciones lingüísticas, de los juegos de lenguaje y de las tradiciones culturales que
conforman una “forma de vida”. Dar cuenta de esos fenómenos exige, por lo tanto, que se dé
cuenta de tres cuestiones:
La primera no es otra que la de acotar el papel, más o menos predominante según los
casos, que desempeñan las convenciones lingüísticas en su producción.
La segunda consiste en dilucidar la naturaleza del proceso mediante el cual los
procesos discursivos tienen la capacidad de engendrar, aunque sea parcialmente, los objetos
sociales.
La tercera pasar por especificar el mecanismo mediante el cual confundimos las
propiedades de nuestra forma de hablar de las cosas con las propiedades de las propias
cosas.
4. Aspectos problemáticos de la “nueva psicología social”.
Si bien la cuestión de la inadecuación del empiricisimo y de la concepción
representacionista del conocimiento parece haber sido satisfactoriamente resuelta, no se
puede decir lo mismo acerca de la tensión epistemológica que enfrenta a la concepción
realista del conocimiento y a su concepción neopragmatista. La cuestión no es tan sencilla.
Tanto el realismo como el neopragmatismo presentan argumentos seductores a la vez que
consecuencias claramente insatisfactorias.
 Las cosas son como son con independencia de lo que podamos imaginar
acerca de ellas.
Esto es cierto y falso a la vez. Ya hemos visto que en el ámbito de la realidad social
nuestra imaginación tiene una eficacia causal, o si se prefiere, que las cosas son, en parte,
el resultado de la forma en que las vemos. No solo porque los efectos que producen en
nosotros dependen en parte de la representación que de ellas tenemos, sino mucho más
radicalmente, porque lo que de ellas pensamos y decimos forma parte de lo que son
“realmente”.
 El criterio de aceptabilidad del conocimiento científico es que dé cuenta de la
realidad tal y como es, por lo menos bajo una de sus descripciones posibles.
El problema es que esta argumentación pone sobre un pie de igualdad las teorías
“acertadas” y las teorías que son “falsas” pero que conducen, sin embargo, a predicciones
acertadas y a consecuencias prácticas eficaces. Más aún, esta argumentación nos conduce
a considerar que la realidad considerada es necesariamente como lo dice la teoría falsa.
 Una concepción realista de la causalidad (poder generativo) es necesaria para
sostener con legitimidad que ciertos factores causales intervienen en una
situación, aunque estos no produzcan ningún tipo de efecto manifiesto.
Parece que la concepción realista de la causalidad tengo efectivamente una
capacidad dilucidatoria en relación a ciertas situaciones en las que cualquier otra concepción
produciría efectos enmascaradores. Es preciso considerar que las causas tienen una
existencia real para poder postular su presencia, aun cuando los efectos que generan no
alcances la esfera de las manifestaciones sensibles.
Por su parte el neopragmatismo también formula una serie de proposiciones que
suscitan una adhesión de principios:
 La producción de conocimientos científicos debe entenderse como una
práctica social particular que presenta las mismas propiedades sustantivas que
cualquier otra práctica social (historicidad, inserción en un contexto
sociocultural particular, etc.)
El problema está en saber si el tipo de racionalidad sobre el que descansa la empresa
científica, aun siendo obviamente una producción humana, presenta o no, en lo que tiene de
fundamental, unas características que son escasamente sensibles a las variaciones históricas.
En otras palabras, se trata de saber si los criterios de la racionalidad son susceptibles de
variación histórica o si tienen una fundamentación más básica que radica, por ejemplo, en la
estructura misma del cerebro humano.
 Los criterios de aceptabilidad de un conocimiento científico se construyen
mediante el diálogo racional que se desarrolla en una comunidad social
particular, la comunidad científica.
Desde esta formulación, los planteamientos epistemológicos quedan desplazados,
como ya lo hemos visto anteriormente, por unos planteamientos que se expresan en términos
de sociología el conocimiento científico. De hecho, todo parece indicar que la construcción
de los hechos científicos responde efectivamente a un conjunto de procesos eminentemente
sociales que se fraguan en el contexto de las comunidades científicas. Sin embargo, la
confianza que depositan los neopragmatistas en las virtudes del “diálogo racional” no parece
plenamente consecuente con el reconocimiento de la dimensión intrínsecamente social del
conocimiento científico. En particular, se subestima de forma considerable el papel que
desempeñan las relaciones de poder en el funcionamiento de las comunidades científicas.
Una tercera proposición consiste en rechazar toda pretensión de “fundamentar” el
conocimiento científico en principios o en categorías que trasciendan el ámbito de las
prácticas sociales.
 Toda pretensión de descubrir un principio fundacional último para dar cuenta
a la naturaleza del conocimiento científico constituye una operación de poder
orientada a restringir la capacidad de decisión de las comunidades sociales.
La formulación de una fundamentación última de la “verdad” científica implica que los
criterios de aceptabilidad del conocimiento se sitúan por encima de las decisiones racional y
consensualmente elaboradas por esas comunidades sociales que son las comunidades
científicas. La única vía practicable es entonces la de la sumisión y el acatamiento a un
principio que nos trasciende.
Aunque me sería difícil ser más explícito y más preciso, intuyo que la nueva psicología
social debería enmarcarse en una perspectiva que supere la tensión entre la atención
prestada preferencialmente al objeto o al sujeto del conocimiento, y formular un planteamiento
que no se limite a postular la “interacción sujeto-objeto”, sino que consiga disolver la dicotomía
entre ambos términos. Provisionalmente, entiendo que una situación de transición bastante
aceptable pasa por una integración ecléctica de algunas de las proposiciones realistas y
algunas de las formulaciones neopragmatistas.
5. Adendum a la agenda de la “nueva psicología social”.
Volviendo a la agenda de trabajo de la nueva psicología social quisiera apuntar a un
planteamiento que debería figurar en sus páginas de manera mucho más acentuada de lo
que ha hecho hasta ahora. Se trata del reconocimiento de que la realidad social constituye
un sistema autoorganizativo con todas las consecuencias que esto implica a nivel ontológico
y epistemológico.
Estos sistemas están dotados, entre otras cosas, de la suficiente redundancia, o
variabilidad interna, para transformar los inputs provenientes del entorno en procesos
estructurantes. Esto significa también que se trata de sistemas que mantienen su estructura
y la complejifican gracias a las propias fuerzas y energías que actúan en contra del
mantenimiento del sistema. Aunque esto pueda parecer paradójico, no hay autoorganización
posible si no es a través de la presencia simultánea de fuerzas antagonistas y de elementos
mutuamente incompatibles.
Una de las características más interesantes de los sistemas autoroganizativos radica
en la impredictibilidad de los cambios efectivos que experimentará el sistema.
Parece bastante obvio que las sociedades presentan a nivel ontológico una serie de
propiedades que las instituyen como sistema autoorganizativo:
 La sociedad ni es diseñada ni es regulada por arte y magia de un agente o de
una voluntad que le sea exterior.
La sociedad tampoco se encuentra dotada desde sus inicios de un programa
que encierre las instrucciones para su funcionamiento y evolución;
 La sociedad se mantiene, por definición, en un estado alejado del equilibrio, es
decir alejado de la entropía máxima.
No hay sociedad sin diferenciación social, sin estructuras sociales.
 La sociedad evoluciona históricamente hacia una mayor complejidad, y esta
evolución social constituye un proceso irreversible;
 Como ha argumentado Popper, existen razones de principios que imposibilitan
el conocimiento preciso de la evolución de la sociedad.
El reconocimiento de que los sistemas sociales constituyen sistemas
autoorganizativos conduce a una reconceptualización de muchos de los procesos sociales
que investiga la psicología social.
Íñiguez, Lupicinio (2005). Nuevos debates, nuevas ideas y nuevas prácticas en la

psicología social de la era ‘post-construccionista’. Athenea Digital, 8, Disponible

en http://antalya.uab.es/athenea/num8/siniguez.pdf
Puede afirmarse que la Psicología Social contemporánea dominante ha perdido
cualquier interés por el debate intelectual. Y no sólo eso, sino que como decía Henry Tajfel
‘la Psicología social no ha tenido ciertamente éxito en crear una revolución intelectual en el
sentido de afectar profundamente nuestra visión de la naturaleza humana como, por ejemplo,
Freud y Piaget lo han hecho para la psicología individual’ (Tajfel, 1972:106).
Sin embargo, ha sido el Construccionismo social quizás la única corriente que se ha
erigido como uno de los interlocutores en los debates contemporáneos de la Filosofía y de
las Ciencias Sociales. Efectivamente, en los años ochenta del siglo pasado, este tipo de
perspectiva penetra en el conjunto de las Ciencias sociales y, específicamente, en la
Psicología social y se convierte en revulsivo en un contexto disciplinar marcado por una
ortodoxia heredera del positivismo. Encuentra una fuerte oposición y las voces en contra se
alzan potentes y descalificadoras, llegando a la amenaza de exclusión, cuando no a la
exclusión misma.
La cuestión ahora es, después de más de veinte años, ¿aún mantiene el
construccionismo la misma carga de rebeldía? O por el contrario ¿estamos delante de una
nueva forma de ortodoxia?
El punto de vista socioconstruccionista
Nunca ha estado demasiado claro, sobretodo entre sus críticos, qué es o en qué
consiste eso que se llama “construccionismo”. La crítica fácil, que ha dominado desde el inicio,
lo ridiculiza desde la estrambótica idea de que su esencia misma no es sólo que afirme que
todo es una construcción social, sino, sobretodo, que es una construcción lingüística. Tal
ridiculización utiliza como tropo retórico la celebrada idea de que los/as construccionistas
desatienden las limitaciones y constricciones que impone la realidad material.
La perspectiva construccionista no es exactamente eso. Lo que quiero decir es que al
decir esto, el sufijo “ismo” tiene el efecto discursivo de reificar un proceso, haciendo aparecer
algo como una “escuela” de pensamiento, o una “nueva teoría”. Esta perspectiva es algo más
complejo, con bastantes más matices que convendría señalar y tener en cuenta. A pesar de
ello, es bien cierto que no se puede ofrecer una definición única de “construccionismo social”.
Mas bien, se pueden detallar ciertos elementos y supuestos que, vistos en conjunto, podrían
representar esa “perspectiva”.
Los elementos y supuestos de esta “perspectiva” o “movimiento” constituyen una
amplia y abierta lista. Y, además, contra lo que se puede suponer a partir de las críticas
“desde fuera”, nada homogénea.
Si hay algo que se pueda identificar como característica principal, ésta sin duda es su
posición crítica, su posición de continuo cuestionamiento de aquello que venimos
considerando como obvio, correcto, natural o evidente.
Podríamos decir que los elementos que definen una posición construccionista son:
antiesencialismo (las personas y el mundo social somos el resultado, el producto, de procesos
sociales específicos); relativismo (la “Realidad” no existe con independencia del conocimiento
que producimos sobre ella o con independencia de cualquier descripción que hagamos de
ella); el cuestionamiento de las verdades generalmente aceptadas (el continuo
cuestionamiento de la “verdad”, poniendo en duda sistemáticamente el modo cómo hemos
aprendido a mirar el mundo y a mirarnos a nosotros mismos); determinación cultural e
histórica del conocimiento, y el papel conferido al lenguaje en la construcción social (La
realidad se construye socialmente y los instrumentos con los que se construye son
discursivos).
Ahora bien, después de algún tiempo hemos podido caer en una cierta complacencia
con el “ideario construccionista” convirtiéndolo en una especie de “nueva ortodoxia”. Entiendo
que un talante crítico debe huir de esta clase de complacencia. Me gustaría señalar algunas
características que han sido útiles en la empresa construccionista y que creo pueden ser
todavía útiles en el futuro.
En primer lugar hay que extraer consecuencias del carácter histórico del conocimiento.
Asumir plenamente el sentido de la historicidad y que el papel de las ciencias y de sus objetos
no se reduce a una propuesta de explicación lineal de la constitución del presente, abre la
posibilidad de pensar el presente pero también la de construir futuros distintos.
En segundo lugar, hay que subrayar el carácter interpretativo del ser humano. Ningún
proceso social, y específicamente ni la Ciencia ni el sujeto pueden darse sin interpretación,
pues nuestro conocimiento del mundo y de nosotros/as mismos/as está vinculado a la
interpretación que realizamos desde el marco lingüístico y cultural en el que nos
desenvolvemos. No es posible entonces delimitar la objetividad del sujeto sin la interpretación
y sin que medie el juego hermenéutico.
¿En qué se ha equivocado el construccionismo?
Quizás el construccionismo se ha acomodado y ha devenido en mainstream, casi sin
darse cuenta, o al menos eso ha sido así en algunos lugares del mundo.
De lo que no cabe la menor duda es que en tan solo dos décadas este movimiento ha
pasado de ser un marginal en las ciencias sociales y en la Psicología social, para pasar a ser
una perspectiva reconocible y reconocida, con sus propios medios de comunicación y difusión,
recursos públicos para investigación, etc. Y a este proceso no se ha posicionado siempre de
forma crítica y contundente sino, frecuentemente con un talante conformista y acomodaticio.
Desde mi punto de vista, algunos supuestos constitutivos del construccionismo
pueden mantenerse. Otros deben atender a las críticas que se le han hecho en los últimos
años. Pueden asumirse perspectivas nuevas. Y, finalmente, puede re-hacerse la agenda
política para adaptarla a los nuevos desafíos que plantea las nuevas formas de estructuración
y organización social y contribuir a la construcción de un mundo mas justo y mas igualitario.
Se trataría, en definitiva, de revitalizar el debate, de romper definitivamente fronteras
disciplinares, de colocar de una vez por todas a la Psicología Social en la mesa donde se
debaten los temas de nuestro tiempo.
Aperturas y efervescencias. elementos de tránsito hacia un paisaje post-
construccionista
No debemos asumir una posición complaciente sólo con la contextualización histórico-
cultural de la producción del conocimiento, la asunción el carácter interpretativo de los seres
humanos, o los principios que sustentan una perspectiva construccionista. Asumirlos, pero
también eventualmente criticarlos, es lo que nos permitirá sustentar en permanencia una
perspectiva crítica en Ciencias sociales y, específicamente, en Psicología social.
La sociología del conocimiento científico, la Actor Network Theory (ANT) (Law y
Hassard, 1999), que traduciré como “teoría de la actriz-red, la epistemología feminista y la
noción de performatividad, son posiciones en estos debates que pueden ser aprovechadas
en la empresa de mantener una Psicología Social crítica.
La reflexividad como característica de la producción de conocimiento
Desde las aportaciones de la Sociología del Conocimiento Científico, sabemos que el
investigador lo es en la medida en que se relaciona con objetos y sujetos en su actividad, y
lo que surge en esa relación es un producto que si en parte está predeterminado por la
naturaleza de los objetos y sujetos sociales (construcciones socio-históricas), tiene un
componente impredictible y creativo, producto de elementos contingentes, indexicales y
circunstanciales del contexto donde acontece la acción. Esto permite modificar el
conocimiento de los objetos (en el transcurso que va desde su presentación hasta después
de mantener una relación con ellos) y permite que como investigadores podamos
modificarnos e ir cambiando, es decir, tengamos una capacidad de agencia, o lo que es lo
mismo, el poder de utilizar otras posiciones y elementos intersubjetivos de definición y acción
que movilicen otros discursos y que anulen ciertas categorías socialmente predominantes.
La teoría de la actriz-red (Actor network theory)
La teoría de la actriz-red ha reconocido el valor positivo de las aportaciones del
socioconstruccionismo pero argumenta que ha comportando como efecto un “esencialismo
social” que ha asumido de forma acrítica la dicotomía natural/social, humano/no-humano y la
separación de lo natural por un lado y lo social por otro. ). Atribuye también al
socioconstruccionismo desatención a cuestiones como las relativas a en qué consiste
exactamente lo social, cuál es le papel de las ciencias en su constitución y por qué ha
devenido objeto de estudio y conocimiento.
En el nuevo panorama post-construccionista la ANT nos descubre las implicaciones
que el dualismo natural-social tiene y nos abre un campo nuevo de posibilidades de
conceptualización de agentes, sujetos u objetos. Entre otras, nos permite equilibrar el balance
entre lo natural-social recolocando lo material y creando una nueva hibridación conceptual
alejada de esencialismos culturalistas o materialistas.
Posicionamientos: las consecuencias de la epistemología feminista
El escenario actual de las Ciencias sociales y humanas no sería lo que es sin las
aportaciones de la epistemología feminista. Ha cuestionado y puesto de manifiesto la relación
íntima e inextricable existente entre un sujeto que percibe y aborda la comprensión de un
objeto, y el objeto concreto sobre el que enfoca su mirada.
Ningún objeto es neutro, está teñido y atravesado por significados e implícitos, y la
mirada con que se aborda, la epistemología y metodologías que lo “desentrañan”, es una
mirada de género. Todo ello no es sino una prueba más de que el modelo de conocimiento
de las sociedades occidentales es ideológico, y que procede y se contrasta
fundamentalmente a partir de las experiencias masculinas. Un sujeto de conocimiento es un
sujeto con una preconcepción del mundo, no un individuo abstracto, ahistórico e incorpóreo.
Por tanto, la subjetividad está situada y se encuentra tanto en el sujeto como en el objeto, así
como en la relación que se establece entre ellas.
La perspectiva epistemológica feminista critica toda teoría que se pretenda universal.
Para ello, se basa en la subjetividad y la concepción fragmentada de las subjetividades, lo
que en el ámbito de la epistemología significa tener en cuenta las particularidades de los
sujetos de conocimiento y del propio objeto del mismo. Así pues, utilizar las producciones y
formulaciones de la epistemología feminista implica considerar que cualquier teoría de la
ciencia no puede establecer de manera estándar la comprensión de su objeto de estudio sin
reflexionar acerca de quién es el sujeto de conocimiento, qué posición ocupa, cómo está
influyendo el género en los métodos utilizados y, una cuestión central, qué podemos entender
por ciencia.
La riqueza de la epistemología feminista radica en su claro posicionamiento de crítica
social. Los principios orientadores de las teorías y prácticas feministas se han materializado
en duras críticas hacia los procesos sociales, políticos, históricos de desigualdad y
dominación. El concepto de transformación de las relaciones sociales sigue teniendo su
vigencia desde las primeras formulaciones y sigue siendo el motor de orientación de todos
sus desarrollos teórico-conceptuales.
Performatividad
Una de las críticas mas crudas al construccionismo ha consistido en atribuirle un cierto
idealismo lingüístico. No hay problema en reconocer que al enfatizar la importancia del
lenguaje y la naturaleza discursiva de las prácticas sociales, el socioconstruccionismo ha
contribuido a desencializar, denaturalizar y des-psicologizar al individuo y a los procesos
psico-sociales. Pero seguramente eso también le ha llevado a desatender lo que podría ser
llamado “prácticas no lingüísticas”. No es el caso de todo el construccionismo. No obstante,
siempre se puede decir que quizás se ha ignorado en demasía el efecto de objetos y
materialidades que generan sus efectos utilizando medios no estrictamente lingüísticos.
La emergencia del llamado “pensamiento queer” o “teoría queer” (Llamas, 1998;
Preciado, 2002) y específicamente el enfoque de la performatividad de Judith Butler, ayuda a
subsanar este problema y a abrir un campo nuevo de interés, cual es la subjetivación y las
prácticas de subjetivación y a ofrecer nuevos elementos en una agenda política radical.
Judith Butler ha perfilado la noción de performatividad. Su planteamiento viene a
revolucionar las nociones de identidad, subjetividad y prácticas de subjetivación que se ilustra
en su análisis-propuesta en torno a la producción preformativa de la identidad sexual. Se trata
de una posición antiesencialista que niega tanto el carácter natural de la identidad como su
carácter fijo y estable. La identidad es una construcción social, efectivamente, pero una
construcción que debe entenderse como un proceso abierto a constantes transformaciones y
redefiniciones.
Este el planteamiento de Judith Butler viene a ofrecer una alternativa tanto a la noción
de construcción social como a los límites de la discursividad. En efecto, siguiendo a Butler, la
cuestión no es si todo es una construcción social o si todo se construye discursivamente,
porque cuando se plantean las cosas así, se está negando la fuerza constitutiva de la
performance. Lo que Butler está proponiendo es una noción de construcción que implica una
especie de “vuelta” a la materia.
El mantenimiento de una psicología social crítica
Todo este planteo permite, creo, rediseñar la caja de herramientas para una
“refundación” de una perspectiva crítica. En este sentido, pretende ser una contribución más
a una perspectiva que ha sido etiquetada unas veces como “Psicología Social Crítica”.
Una “Psicología social crítica” sería la consecuencia de un continuo cuestionamiento
y problematización de las prácticas de producción de conocimiento y por tanto tiende a
recoger la mayor parte de las características que he enunciado, es decir, la historicidad del
conocimiento, el carácter interpretativo del ser humano, un punto de vista construccionista, la
reflexividad del conocimiento, las aportaciones de la epistemología feminista y del
conocimiento situado, la eclosión de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, la
performatividad, etc. Sin embargo, si hasta hace poco tanto en lo que se refiere a las
asunciones ontológicas, como epistemológicas, metodológicas, políticas, etc. esta
perspectiva se integraba en ese movimiento de tipo general que podemos denominar
“construccionista”, hoy se puede decir que se expande en la eclosión de perspectivas del
nuevo paisaje postconstruccionista y que se enrola en el proyecto/intento de permeabilización
de las disciplinas científico-sociales, convirtiéndose en un magma informe que impregna
lugares y recovecos en el ámbito genérico de las humanidades y las ciencias sociales.
Unidad IV

Giorgi, V., Rodríguez, A., y Rudolf, S. (2011). La Psicología Comunitaria en el Uruguay.

Herencias y rupturas en relación con su historia.

En Uruguay, el reconocimiento de la Psicología Comunitaria como subdisciplina con


cierta identidad teórica y técnica es relativamente reciente. Sin embargo, esta aparente
juventud no debe llevarnos a desconocer la existencia de algunas experiencias y
producciones que hoy ubicamos en su prehistoria y que condicionan los desarrollos actuales
otorgándole una impronta singular en comparación con lo observado en otros países.
Para que un área de conocimiento o subdisciplina sea reconocida
como un campo de saberes y prácticas profesionales definidas
dentro de una disciplina o profesión más amplia, debe alcanzar
cierta densidad y autonomía relativa en cuatro ejes:
 Prácticas profesionales basadas en instrumentos técnicos
propios y socialmente reconocidos.
 Cuerpo teórico que – dentro de su disciplina de origen – se
reconozca como propio de esa orientación.
 Criterios epistemológicos que definan un cierto paradigma
con relación a la producción de conocimientos y vigilancia
de la calidad de los mismos.
 Aspectos filosóficos e ideológicos que –explícitos o no-
contienen definiciones acerca de ciertos elementos
medulares para asumir un posicionamiento ante los
fenómenos emergentes en su campo de conocimiento.
En la Psicología Comunitaria uruguaya estos ejes no se desarrollaron en forma
armónica ni acompasada, lo que acarrea varias consecuencias. En primer lugar, dificulta el
reconocimiento de un punto de partida en su historia.
En segundo lugar, surgen durante ese proceso constitutivo, distintas denominaciones
que dan cuenta de antecedentes o prácticas asociadas a lo que hoy llamamos Psicología
Comunitaria: “salidas a la comunidad”;”trabajo del psicólogo en la comunidad”; “salud mental
comunitaria”; “desarrollo de comunidades”. Estas expresiones dan cuenta de una verdadera
disputa de significados en tanto reflejan distintos grados de reconocimiento y jerarquizan
aspectos parciales en los que se apoya la singularidad: el salir, como si la comunidad
estuviera fuera; la comunidad como ámbito diferente al tradicional espacio del consultorio,
pero a donde acude con instrumentos técnicos y conceptuales extrapolados del mismo. Como
puede observarse, ninguna de las denominaciones antes mencionadas refiere a un marco
teórico propio. Es recién en los años '90 que se comienza a hablar de Psicología Comunitaria
en nuestro país dándole a esta expresión contenidos muy diversos que evidencian las
herencias mencionadas.
Caracterización y delimitación temporal de las fases históricas
Fase 1- Los orígenes de una identidad. Desde los orígenes hasta 1973
Esta primera etapa se extiende desde los orígenes-cuya fecha es difícil de precisar-
hasta el inicio de la dictadura. Si bien las raíces más remotas pueden encontrarse en el
marcado interés social de la psicología uruguaya desde sus inicios, los primeros
acercamientos a lo que hoy llamamos Psicología Comunitaria se asocian a la Extensión
Universitaria (décadas ’50-’60). La misma consiste en el desarrollo de intervenciones
sistemáticas de que buscan contribuir a la solución de problemas de interés social, y se
caracteriza por el diálogo con los actores sociales involucrados, generando un intercambio
de saberes enriquecedor para ambas partes. Si bien ubicamos este período en la prehistoria,
es un hecho relevante en el mismo la utilización por primera vez en nuestro medio de la
expresión “Psicología Comunitaria”, en un artículo publicado por Juan Carlos Carrasco en
1969 (Carrasco, 1991), quien marcaba los esbozos de una línea de pensamiento abortada
por el inicio de la dictadura.
Fase 2 – Represión y silencio. 1973-1980
Esta es la etapa de la dictadura militar y el terrorismo de estado. Las actividades en el
campo de lo comunitario se caracterizaron por su baja visibilidad quedando circunscriptas al
espacio de las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) donde comienzan las
influencias de la Educación Popular latinoamericana que tomarán relevancia en las etapas
posteriores. Esta fase termina en 1980 con la derrota en las urnas del proyecto constitucional
propuesto por el gobierno dictatorial.
Fase 3- La primavera instituyente. 1980-1989
Esta fase incluye el período de debilitamiento de la dictadura, la restauración
democrática en 1985 y el primer gobierno posdictadura. Puede caracterizarse como una
especie de “primavera instituyente” donde muchos desarrollos que permanecieron invisibles
en el período anterior salieron a la luz pública. Es el momento de la reorganización de las
organizaciones populares. La recuperación de la institucionalidad democrática se caracterizó
por la tensión entre la restauración de las lógicas organizativas predictadura y las propuestas
instituyentes que se habían insinuado en las últimas etapas de lucha antidictatorial. Este
periodo comienza a declinar con la aprobación de la ley que consagra la impunidad de los
represores y la derrota de las fuerzas progresistas en el plebiscito de 1989.
Fase 4- Neoliberalismo y crisis. 1990-2004
Es el periodo de auge neoliberal en la región. La atmósfera cultural y social se
caracteriza por la resignación, el descrédito de las iniciativas colectivas, el auge del
consumismo como meta de los individuos, la fragmentación y la competencia. El Estado
reduce su intervención en el campo de las políticas públicas. Los espacios académicos son
atravesados por la controversia acerca del conocimiento como bien de mercado o como
derecho humano universal. El período se cierra con la crisis del 2002 donde el modelo se
resquebraja definitivamente. Resurgen las iniciativas colectivas y autogestivas como forma
de afrontar las situaciones de adversidad a las que se ve enfrentada la población.
Fase 5 – Esperanza: entre los cambios y las continuidades. 2005 hasta la actualidad
Por primera vez en la historia del país, en el año 2005, asume un gobierno de izquierda
que se propone recuperar el papel del Estado en la sociedad y recomponer la malla de
protección social para lo cual realiza fuertes inversiones. Es un momento de desarrollo de las
políticas sociales y de elaboración de planes en los cuales se incorporan concepciones
propias de la Psicología Comunitaria.
Las prácticas psicológicas en la comunidad
Fase 1
Los comienzos del trabajo de los psicólogos en las comunidades pueden rastrearse a
mediados del siglo XX cuando la psicología recién empezaba a hacerse un lugar dentro de
las profesiones formadas por la Universidad de la República. Se trataba de aplicaciones de
conceptos e instrumentos psicológicos en el escenario comunitario, de acuerdo a las líneas
predominantes en el desarrollo de la profesión.
Desde el primer momento, ya sea por el posicionamiento ideológico de quienes
condujeron el proceso o por las características de la relación de la Universidad de la
República con la sociedad, se buscó romper con la importación de modelos de intervención,
teorías y técnicas elaboradas en los países centrales y generar una impronta propia. Se
trataba de colocar a la Universidad lo más cerca posible de los sectores de la población con
menos acceso a la satisfacción de sus necesidades. Se puede decir entonces, que la primera
aproximación al trabajo comunitario se realiza en forma entrelazada con las actividades de
Extensión de la Universidad.
Las prácticas no dejaban de ser más o menos tradicionales, como la adaptación y
estandarización de tests para su aplicación en la resolución de inquietudes de los maestros
acerca de dificultades de aprendizaje. Sin embargo, había una característica en el
posicionamiento desde el que se realizaban que hoy asociamos a lo comunitario: se
subrayaba la actitud de permanente búsqueda de acercamiento a los códigos, las
necesidades y las características de la población, así como de las formas de aportar al cambio
de las condiciones de existencia de las personas. Tal vez con actitudes paternalistas y con
una cierta tendencia tecnocrática, pero siempre con una vocación autocrítica que permitió
que se evolucionara hacia formas más participativas. Debe reconocerse que el marco
institucional estaba prácticamente identificado con la Universidad y no es fácil reconocer un
nivel de profesionalización como tal. Lo podemos describir como un nivel de construcción de
un perfil profesional, con un fuerte énfasis en la práctica y con un posicionamiento político
comprometido socialmente, que anticipa características que se van a sostener a lo largo del
desarrollo de la Psicología Comunitaria, acercándola a otras vertientes latinoamericanas.
El énfasis en la práctica tuvo como faceta complementaria una carencia de registros,
una falta de sistematización y escasa producción teórica publicada y difundida.
Fase 2
En la segunda etapa se distinguen dos momentos: hasta 1977 se vivió un
endurecimiento del régimen, que atentó contra la psicología universitaria y contra todos los
intentos de promover actividades e iniciativas colectivas. Si hubo experiencias de psicólogos
trabajando comunitariamente, no están registradas y tampoco se han podido reconstruir
oralmente.
En un segundo momento, se produce un refuerzo de la resistencia y dentro del
resurgimiento de los movimientos sociales vuelven a aparecer las actividades colectivas y los
psicólogos en ellas. Se destaca el papel de las iglesias y las cooperativas, sobre todo las
cooperativas de construcción de vivienda por ayuda mutua, y algunas organizaciones de la
sociedad civil que comienzan tímidamente a convocar a los vecinos.
En el caso de las iglesias (movimientos parroquiales, centros de beneficencia, grupos
juveniles, centros de educación popular, centros de investigación) los destinatarios son casi
exclusivamente las familias que se describen como “marginales”. En el caso de las
cooperativas, sus componentes pertenecen a un sector de trabajadores con experiencia
organizativa que si bien pueden ostentar una diversidad de niveles económicos dependiendo
de sus ingresos, no constituyen población marginal en los otros sentidos.
La actividad de los psicólogos en ambos espacios estuvo marcada por el modelo
clínico, a la vez que se proponía trascenderlo. La mayor parte de las experiencias se
caracterizan por una traslación de lo asistencial al consultorio barrial, identificando trabajo
comunitario con una mayor proximidad y mejor accesibilidad al servicio, o con
descentralización y ubicación en zonas periféricas.
Las nuevas generaciones que se incorporan a esta corriente tratan de mantener un
hilo conductor, de recuperar algunas referencias teóricas o técnicas, y se empiezan a
desplegar abordajes grupales y actividades que apuntan a la prevención y promoción de salud.
La Educación Popular constituyó un aporte enriquecedor que permitió empezar a mostrar
algunas alternativas de intervención que apuntaban a un modelo diferente del clínico
tradicional.
No hay en la época actividades realizadas desde instituciones públicas, sanitarias o
educativas.
La salud es un tema convocante por excelencia, dando cuenta de una intersección
disciplinaria (salud – comunidad) que es una constante en la psicología nacional. La
estrategia de Atención Primaria en Salud, con el énfasis en la participación comunitaria,
favoreció la implementación de experiencias de este orden. Un sistema de salud ineficiente,
caracterizado por la inequidad constituyó un estímulo adicional que llevaba a buscar la
implementación de alternativas más inclusivas. Sin embargo, un modelo de atención de corte
biologicista dificultó la construcción de miradas integrales sobre la vida de las comunidades,
favoreciendo la fragmentación entre lo biológico, lo mental y lo social.
Fase 3
En esta etapa se visualiza con más contundencia la influencia de ciertas orientaciones
sanitarias en el desarrollo de la psicología. Algunas propuestas gubernamentales en el primer
periodo democrático contribuyeron a abrir brechas a través de las cuales los psicólogos
fueron haciéndose un lugar en el sistema de salud. Una de las vías para obtener este lugar
tuvo que ver con la reivindicación del espacio de la salud mental. Por primera vez se jerarquiza
este tema en las políticas gubernamentales y se elabora un Plan Nacional de Salud Mental
en el que los psicólogos tuvieron una intensa participación. El mismo estaba basado en la
concepción de la estrategia de APS e impregnado de los modelos que promovían el desarrollo
de centros comunitarios de distinto tipo, lo que llevó a la necesidad de plantearse una
formación profesional acorde a las demandas del momento. Al mismo tiempo, empiezan a
desarrollarse cambios en las estrategias sanitarias del gobierno municipal de Montevideo,
estableciéndose una orientación que prioriza lo comunitario como ámbito y como enfoque de
trabajo. En ambas instituciones (Ministerio de Salud Pública e Intendencia Municipal de
Montevideo) se intenta promover un despliegue de los recursos existentes para aproximarse
a un enfoque de salud comunitaria, aunque la orientación conceptual no se reflejó en un
sostén concreto expresado en el aumento de los recursos o en la creación de cargos. Así, la
formulación de las nuevas orientaciones políticas quedó en el plano de la enunciación.
La mayor parte de los psicólogos realizaban actividades clínicas. Otros trabajaban
temas como la convivencia barrial, el fortalecimiento de las organizaciones, el análisis critico
de las realidades de sometimiento y marginación.
Comienzan a aparecer en escena las ONGs, algunas de ellas con un soporte
financiero proveniente del exterior, destinado a trabajar en la mitigación de los efectos de la
dictadura. Esto supuso el abordaje de cuestiones de orden psicosocial constituyendo un
espacio nuevo para la intervención de los psicólogos, aunque aún con una perspectiva
impregnada del modelo clínico.
Podríamos caracterizar esta etapa como el inicio de la profesionalización propiamente
dicha: como veremos más adelante, hay un respaldo académico para la formación, con un
desarrollo teórico y experiencias prácticas, hay una promoción del trabajo comunitario en las
instituciones sanitarias, comienzan a crearse cargos rentados tanto en el sector público como
en el privado.
Fase 4
En los momentos de mayor impacto del neoliberalismo, el auge de las ONGs domina
casi totalmente el trabajo comunitario, emergiendo una multiplicidad de organizaciones
especializadas en algún aspecto de la pobreza. Paradojalmente, si bien materializan una
visión del mundo alejada de las concepciones de la Psicología Comunitaria que se fortalecían
en el campo académico, representan la posibilidad de inserción laboral para las nuevas
generaciones de psicólogos.
La investigación realizada durante los años 1997-1999 que busca caracterizar la
práctica de los psicólogos en el área comunitaria (Rodríguez, Netto, Marotta y Casella, 2000)
muestra la distancia entre el desarrollo académico de la disciplina y un colectivo de
profesionales que aún no logra identificar a la Psicología Comunitaria con un cuerpo teórico
y metodológico sólido. Sin homogeneidad monolítica, se detecta, de todos modos un avance
respecto a la aplicación del modelo clínico que era hegemónico en etapas anteriores.
Fase 5
Las políticas sociales pasan a ocupar otro lugar en la agenda gubernamental. Con la
creación de un Ministerio de Desarrollo Social comienzan a multiplicarse los espacios de
acción para los profesionales que abordan la realidad con un enfoque de lo colectivo y con
una intencionalidad de fortalecimiento ciudadano y comunitario. Se realiza una reforma muy
importante en el sector de la salud, creándose un Sistema Nacional Integrado de Salud que
propicia un cambio en el modelo de atención, jerarquizando las acciones del primer nivel, la
integralidad, e involucrando a los usuarios y trabajadores del sistema en los órganos de
planificación y conducción del mismo.
Encontramos profesionales que trabajan con un enfoque comunitario en la educación,
la salud, la vivienda, la seguridad social, abarcando todos los tramos etarios y desplegándose
a lo largo de todo el país. Sin embargo, los llamados a concurso que se realizan desde los
organismos públicos para el desempeño en programas socio-comunitarios de distinto tipo,
frecuentemente están dirigidos indistintamente a psicólogos, sociólogos, trabajadores
sociales o educadores sociales, aunque la mayor integración a los puestos respectivos se
resuelve entre los primeros. Esto habla de la existencia de una masa crítica, años atrás
escasa, y de la visualización del psicólogo en un rol ligado a lo comunitario, pero por otro lado
expresa que su especificidad aún no se ha consolidado.
Es muy débil hasta el momento la incidencia de una visión de la Psicología
Comunitaria en el nivel de formulación o planificación política. Los pocos psicólogos que han
ocupado cargos de dirección en organismos de este nivel no han sido convocados en función
de su especificidad disciplinaria.
Aspectos ideológicos, éticos y de cosmovisión
La Psicología Comunitaria nunca ha perseguido el ideal de una ciencia neutral
desprovista de valores. Por el contrario se asume como parte de una psicología y dentro de
un paradigma de las Ciencias Sociales marcado por intereses emancipatorios (Habermas,
1968). Sus más destacados desarrollos se caracterizan por su compromiso con las
transformaciones sociales, la desestructuración de las relaciones dominador/ dominado, la
promoción del fortalecimiento y la autonomía de los sectores sociales más vulnerados. En la
Psicología Comunitaria uruguaya, este posicionamiento atraviesa todas las fases de su
desarrollo otorgándole coherencia a pesar de la diversidad de contextos, circunstancias e
influencias recibidas.
Fase 1
Las actividades de extensión universitaria se caracterizaban por ser sumamente
politizadas, con un cierto mesianismo desde los universitarios que pensaban debían ponerse
al servicio del pueblo y, a la vez eran demonizados desde los sectores más reaccionarios que
en aquel entonces concentraban el poder: se los consideraba subversivos, terroristas,
agitadores. Pueden identificase algunas ideas centrales que orientaban y sostenían estas
acciones y en las cuales se reconocen los gérmenes que más tarde van a conformar el
posicionamiento valorativo e ideológico de la Psicología Comunitaria hasta la actualidad:
a) Una preocupación por la dignidad de las personas con que se trabajaba
procurando diferenciarse de las posturas asistencialistas. Se enfatizaba la
participación y el protagonismo de los sectores populares y su organización.
b) La permanente autocrítica de las actitudes de los universitarios y sus dificultades
para relacionarse con las personas.
c) Preocupación y primeros esbozos de análisis de las resonancias en la afectividad
de los universitarios a partir del contacto con situaciones sociales y personas con
formas de vida y problemas diferentes a los de su entorno.
Fase 2
Como estrategia de preservación de las organizaciones y las personas se adoptó un
lenguaje neutro, inocuo, con terminología existencialista que condicionó el debate y la
elaboración conceptual. Los registros escritos de la época reflejan la ausencia de definiciones
ideológicas pero la fuerza y el grado de elaboración con que éstas aparecen ni bien la
dictadura entra en declive, obligan a pensar que pese a su invisibilidad se mantuvieron
presentes.
Fase 3
Los documentos y artículos posteriores a 1980, si bien por las condiciones de su
divulgación y publicación constituyen una literatura gris, dan cuenta de la profundización y el
enriquecimiento teórico de las siguientes ideas fuerza:
a) Una concepción de los seres humanos que permite apostar a sus potencialidades
más allá de las situaciones de carencia o sometimiento que les toque vivir.
b) La jerarquización del papel que en la tensión emancipación-sometimiento juega la
cultura como actividad de producción de significados en referencia a la realidad y
las experiencias colectivas. A través de ella se da cuenta de la articulación entre
la dimensión sociohistórica y la subjetividad individual y colectiva abriendo así un
espacio para la inclusión de la Psicología en el conjunto de disciplinas que
estudian los procesos sociales y el desempeño de los sujetos colectivos.
c) El concepto de alienación como expropiación de estas potencialidades a través de
las relaciones de sometimiento que no se consideran exclusivamente económicas
sino también culturales y psicológicas.
d) La apuesta a las potencialidades organizativas de los sectores populares y la
búsqueda de una democracia radical que se inicie en las relaciones internas de
las organizaciones desestructurando los liderazgos autoritarios y la tendencia a
reproducir polos de concentración de poder para proyectarse al resto de la
organización social.
Estas concepciones configuran los antecedentes sobre los cuales se van a integrar
posteriormente las conceptualizaciones sobre la autonomía y el fortalecimiento de las
comunidades. Cabe señalar que en esta fase comienza a manejarse el marco referencial de
los Derechos Humanos y, a partir de 1989, la Convención de los Derechos del Niño como
orientadores de los análisis e intervenciones.
Fase 4
La Psicología Comunitaria y algunos pensadores asociados a ella despliegan una
importante producción crítica y propositiva de modelos alternativos al modelo neoliberal
(Rebellato y Giménez, 1997).
Sin embargo, las concepciones y valores neoliberales incidieron en espacios
institucionales donde la Psicología Comunitaria tenía fuerte presencia. Tales son los casos
de la salud y la educación, incluida la propia Universidad. El debate en torno al carácter de la
salud y el conocimiento como bienes de mercado o como derechos humanos universales
atravesó las prácticas profesionales y docentes en esos años.
La quiebra económica arrastra a las instituciones de protección y a los referentes
sociales y las reglas explicitas e implícitas que regulaban la convivencia se rompen. Ante los
vacíos generados emergen una serie de iniciativas autogestivas, solidarias, basadas en la
creatividad colectiva, o sea todo aquello que el neoliberalismo había intentado erradicar. Los
psicólogos participaron aportando sus conocimientos e involucrándose activamente en esas
iniciativas y se desarrollaron experiencias de intervención psicológica en situaciones de crisis.
Si bien estas acciones no siempre estuvieron orientadas por los modelos teóricos de la
Psicología Comunitaria existían entre los psicólogos coincidencias de índole ético ideológico
que sostenían una unidad de acción por sobre la diversidad de herramientas teórico técnicas
empleadas.
Fase 5
El gobierno progresista que asume en 2005 hace de la solidaridad y la justicia social
una de las claves de su propuesta, de modo que principios históricamente sostenidos por la
Psicología Comunitaria tales como la participación en los programas sociales, el
protagonismo de los que hasta entonces fueron considerados como meros beneficiarios de
las políticas sociales, la preocupación por dignificar la situación de los sectores más
desposeídos, se incorporan en el discurso del gobierno.
Los psicólogos de las nuevas generaciones con nociones teóricas e instrumentos de
la Psicología Comunitaria se integran a muchas de estas experiencias manteniendo una
postura crítica pero colaborando activamente en la reconstrucción de las redes de protección
social en diferentes ámbitos y niveles, concientes de que la nueva coyuntura socio política
encierra oportunidades y riesgos. Oportunidades en tanto es la primera vez que podemos ver
ciertas coincidencias entre el discurso gubernamental y las posturas históricas de la
Psicología Comunitaria, y riesgos, en tanto dicho discurso pueda vaciarse de contenido y
convertirse en una construcción encubridora.
El desarrollo académico y su reconocimiento
El reconocimiento académico de la Psicología Comunitaria en el Uruguay ha
experimentado una marcada evolución a partir de la década del ’90 con la implementación
del Plan de Estudios aprobado en el año 1987 donde por primera vez ocupa un lugar definido
tanto en lo curricular como en la estructura académica de la actual Facultad. En los centros
de formación existentes en ese momento (Licenciatura de Psicología en la Facultad de
Humanidades y Ciencias, y Curso de Psicología Infantil en la Escuela de Colaboradores del
Médico) no se preparaba a los psicólogos para el trabajo comunitario. Los componentes
conceptuales en los que las experiencias de extensión universitaria se apoyaban eran los
vinculados a familia y sociedad, a la psicología de las edades, a la psicohigiene y a la
psicoprofilaxis. En ese contexto la teoría psicoanalítica que impregnaba la formación de los
psicólogos comenzaba a dialogar con los desarrollos incipientes de la Psicología Social en el
Río de la Plata.
Fase 2
En el año 1978 se inaugura la Escuela Universitaria de Psicología (EUP) con un Plan
de Estudios pretendidamente aséptico y llevado adelante por un cuerpo docente que, en
connivencia con los lineamientos del gobierno de la época, contribuye a empobrecer el
desarrollo de la disciplina.
Fase 3
Fue desde una comisión de profesionales (Comisión de Salud) que funcionaba en el
marco del gremio de los psicólogos (Coordinadora de Psicólogos del Uruguay, CPU) a
comienzos de los años ’80, que comienzan a manifestarse las necesidades formativas en
torno al desarrollo de intervenciones que se enmarcaban en los principios de la estrategia de
la Atención Primaria en Salud (APS). Los psicólogos, autoidentificados como trabajadores de
la salud, comprometidos con el logro del bienestar de la población y con la promoción de
transformaciones en las políticas sanitarias vigentes, comienzan a enfatizar las
intervenciones en el primer nivel de atención, con una perspectiva territorial y en proximidad
con la vida cotidiana de las personas. Promoción, prevención, intersectorialidad,
interdisciplinariedad y participación comunitaria empiezan a ser parte de la jerga profesional
aunque sin una solidez teórica y metodológica que los respaldara.
Con la reinstalación democrática, se trabaja para la concreción de un centro único de
formación para los psicólogos que culmina con la creación del Instituto de Psicología de la
Universidad de la República (IPUR) y con la aprobación de un nuevo Plan de Estudios en
1987. El mismo recoge la inquietud de incorporar a la formación de los psicólogos las
herramientas conceptuales, metodológicas y técnicas que permitieran sostener y profundizar
las experiencias que se venían desarrollando en el campo de la salud. Se crea el Área de
Salud como unidad académica encargada del dictado de tres cursos durante la formación de
grado, reuniendo componentes vinculados a la Organización Sanitaria, a la Psicología de la
Salud y a la Psicología Comunitaria.
La denominación del Curso que se incluye en el nuevo currículo, Técnicas de Atención
Comunitaria, da cuenta del estado de situación de esa subdisciplina en nuestro país.
Obsérvese que en esta denominación no se menciona el campo disciplinar específico, la
Psicología, y se alude sólo a uno de los aspectos constitutivos del campo de conocimientos
que se pretende recortar, el de las técnicas. Por otro lado, si bien la nueva institucionalidad
de la formación de los psicólogos contempla una unidad académica destinada al desarrollo
de la Psicología Social, ella no toma para sí la enseñanza y la investigación en el campo de
la Psicología Comunitaria. Este hecho, que responde a la coyuntura político-institucional de
la época, es fundamental para comprender el particular perfil que adquiere esta sub-disciplina
en nuestro país: una Psicología Comunitaria que nace muy ligada a las transformaciones de
las ciencias de la salud y de sus paradigmas, pero que progresivamente se vuelca al campo
de lo social.
Fase 4
El nuevo Plan de Estudios sienta las bases para el desarrollo académico de la
Psicología Comunitaria en nuestro país. Desde los comienzos se jerarquizó el diálogo con
otras disciplinas y sectores sociales. En el marco de los movimientos regionales (Argentina y
Brasil) vinculados al campo de la llamada Salud Mental Comunitaria, en el año 1990 se realiza
el Primer Foro Uruguayo de Salud Mental Comunitaria que reunió a profesionales de la salud
y a miembros de organizaciones sociales y comunitarias, en la reflexión sobre diversos
aspectos relacionados con la calidad de vida.
Inicialmente, la Psicología Comunitaria en el ámbito académico se presenta como
alternativa al modelo tradicional ligado a la práctica liberal en el consultorio, con un abordaje
del sujeto aislado de su contexto y centrado en la enfermedad. Por encima de los avatares
que sufrió la institucionalización de la formación universitaria en Psicología, la perspectiva
psicoanalítica tuvo una línea de continuidad que impregnó la práctica psicológica en el
Uruguay. Este fenómeno tuvo en los inicios dos consecuencias: la instalación de una
dicotomía entre Psicología Comunitaria y Psicología Clínica, y la búsqueda de una afirmación
de la sub-disciplina a través de una definición por la negativa respecto de las prácticas
dominantes, más que a partir de los rasgos que la identificaran positivamente. A medida que
los desarrollos en Psicología Comunitaria se fueron consolidando fue posible ir superando
esta falsa dicotomía incorporando componentes del método clínico a la intervención y
redefiniendo conceptos provenientes del campo psicoanalítico que mostraron ser útiles a la
misma.
La enseñanza de la Psicología Comunitaria retoma la vieja tradición de la extensión
universitaria. La propia concepción de Extensión Universitaria, impregnada en sus inicios de
tendencias paternalistas y asistencialistas, se ve enriquecida en su diálogo con la Psicología
Comunitaria, la cual aporta a la reflexión sobre el sentido del vínculo entre los universitarios
y la comunidad y a la metodología de abordaje. Al mismo tiempo este diálogo posibilitó la
conceptualización en torno a aspectos claves de la intervención comunitaria tales como la
construcción de demanda (Rodríguez y otros, 2001), el encuadre y el análisis de la implicación.
Estas acciones permitieron el encuentro de la Psicología Comunitaria con otras
disciplinas, desde las aparentemente más próximas (del campo de la salud y de las ciencias
sociales) hasta aquellas tradicionalmente más alejadas, como la Agronomía, la Veterinaria y
la Arquitectura. En estas experiencias la Psicología Comunitaria aportó sus herramientas
conceptuales y metodológicas a otros campos disciplinarios y le posibilitó a sí misma una
aproximación a diferentes ámbitos y problemáticas, como el escenario de lo rural y de lo
habitacional. Desde estas experiencias fue posible que cada vez más la población y las
organizaciones públicas y privadas lograran identificar al psicólogo en un rol distinto al
instituido en el imaginario social, capaz de intervenir en los problemas psicosociales
cotidianos y de acompañar los procesos colectivos vinculados al mejoramiento de la calidad
de vida.
No hubiera sido posible avanzar en el desarrollo académico de la Psicología
Comunitaria sin acercarnos, como lo hicimos, a los desarrollos de dicha disciplina en otras
latitudes, fundamentalmente en otros países de América Latina. Las enseñanzas de la Dra.
Maritza Montero (Venezuela) a través de seminarios dictados en nuestra Facultad y de sus
producciones escritas fueron fundamentales. Del mismo modo podemos referirnos a los
intercambios con académicos provenientes de la otra orilla del Río Uruguay (Enrique
Saforcada y Antonio Lapalma) y a otros que se establecen a partir de nuestra participación
en eventos académicos internacionales.
La publicación Cruzando Umbrales. Aportes Uruguayos en Psicología Comunitaria
(Giménez, 1998) fue el primer intento de esbozar una Psicología Comunitaria con rasgos
propios rescatando experiencias y conceptualizaciones locales con un innegable sello
universitario.
Una parte de esta producción va vinculando gradualmente la Psicología Comunitaria
al campo de las políticas públicas.
Fase 5
Es en esta última etapa que el desarrollo académico de la Psicología Comunitaria
toma una inclinación más decisiva hacia el campo de las políticas públicas, como
consecuencia de las nuevas orientaciones del primer gobierno de izquierda.
Finalmente, no puede pensarse el desarrollo académico de la disciplina si no es a
través del desarrollo de Posgrados. La introducción de la formación de cuarto nivel en la
Facultad de Psicología de la Universidad de la República es reciente. En la disciplina que nos
ocupa, cabe destacar la inauguración en el año 2009 de una Maestría en Psicología Social
que incluye componentes de la Psicología Comunitaria. Al mismo tiempo, y en coherencia
con las preocupaciones más recientes de esta disciplina, desde el año 2006, se desarrolla
una Maestría de Derechos de Infancia y Políticas Públicas. Es de esperar que estos
movimientos contribuyan a una consolidación de la investigación en Psicología Comunitaria
y a una proximidad cada vez mayor entre el desarrollo académico de esa disciplina y el
ejercicio profesional.
Marcos y Referentes Teóricos
Este eje hace al proceso a través del cual la Psicología Comunitaria uruguaya ha ido
dialogando e incorporando aportes provenientes de diferentes marcos y sistemas de
pensamiento para ir alcanzando cierta densidad teórica y abrirse camino hacia el
reconocimiento como subdisciplina tanto en el ámbito académico como en el profesional.
Fase 1
En las actividades de extensión universitaria, los psicólogos intervenían en las
comunidades en base a herramientas teóricas propias de lo que hoy llamaríamos la psicología
clásica. Nos referimos a la Psicometría, a las Técnicas Proyectivas y a las Teorías del
Aprendizaje aplicadas a la Educación. Estos instrumentos teóricos, surgidos de la psicología
individual de origen europeo fueron repensados y resignificados con aportes provenientes de
las ciencias sociales en lo que se ha caracterizado como el pensamiento critico
latinoamericano, representado por autores como Paulo Freire y Darcy Ribeiro entre otros.
Durante todo este periodo se destaca el liderazgo intelectual de Juan Carlos Carrasco como
referente de la psicología universitaria y de una concepción que descentra su objeto de
estudio del individuo para incluir su entorno social, cultural y político.
A fines de la década de los 60 llegan a Montevideo las influencias de la Psicología
Social creada por Enrique Pichon Riviere.
Fase 2
En el período de la dictadura podemos reconocer la influencia poco visible de la
Educación Popular latinoamericana y cierta incidencia de los aportes de la Psicología no
directiva de Carl Rogers aplicados a procesos educativos no formales que se impulsaban en
los barrios.
Fase 3
Con el retroceso de la dictadura a partir de 1980 la incidencia de la Educación Popular
en las prácticas comunitarias se hace cada vez más evidente existiendo algunas
producciones nacionales en esa línea. El retorno y la reincorporación a la Universidad de
docentes que habían estado en el exilio, favorece la incorporación de nuevos aportes teóricos,
entre los que se destaca la teoría sistémica y la sociología clínica.
Fase 4
La creación y consolidación de un espacio para la Psicología Comunitaria en el ámbito
académico exigió, y al mismo tiempo fue una oportunidad para la realización de avances
significativos en lo que refiere a sus componentes teóricos y metodológicos. Esto implicó
articular algunas perspectivas conceptuales que se habían constituido en referentes de
experiencias comunitarias anteriores, con la incorporación de nuevos aportes.
Como ya se ha señalado, se van integrando los aportes de la Educación Popular
latinoamericana y de la Psicología Social desarrollada en el Río de la Plata, junto con la
Psicología Crítica Alternativa creada por el uruguayo Juan Carlos Carrasco y una fuerte
influencia de la Psicología Comunitaria producida en otras partes de Latinoamérica (Brasil,
Chile, Venezuela). La proximidad de la Psicología Comunitaria al campo de la salud resultante
de la historia de la subdisciplina en nuestro país y de su ubicación en la estructura académica
de la Facultad, ha redundado en un diálogo permanente con la psicología sanitaria y de la
salud.
Al mismo tiempo, la concepción de desarrollo humano y de calidad de vida del
economista chileno Manfred Max Neef, y su Teoría de las Necesidades Humanas (1993) se
constituyeron en un insumo fundamental. Esta perspectiva vino a complementar y a
enriquecer el abordaje de las necesidades de la comunidad en función de su conocida
clasificación según su origen perceptivo (Montero, 1991) Por otro lado, la articulación de estas
nociones de necesidad con las de oferta, demanda y encargo, dan lugar a una producción
propia acerca de la construcción de demanda en el marco de una intervención comunitaria
(Rodríguez, Giménez, Netto, Bagnato, y Marotta, 2001), la que incluye la idea de identificación
de necesidades, al tiempo que la trasciende para constituirse en un componente fundamental
de la construcción del vínculo entre agentes externos y comunidad.
En el campo de la intervención psicológica comunitaria fueron muy influyentes las
corrientes vinculadas a la planificación y los debates en torno a la perspectiva dominante
hasta avanzados los años ’70.
En la perspectiva ética, los desarrollos del filósofo uruguayo José Luis Rebellato han
sido un soporte contundente para la problematización del vínculo del agente externo con la
comunidad y de la intencionalidad de la intervención.
En el marco del auge y la crisis de la concepción neoliberal llega a nuestro país una
abundante producción de origen argentino, con fuerte impronta psicoanalitica que aporta
acerca de los efectos del Estado en la producción de subjetividades. Se destaca la producción
de Ignacio Lewkowicz. Cristina Corea y Sylvia Bleichmar entre otros.
Fase 5
A los referentes teóricos antes mencionados, se suma en esta etapa, la necesidad de
profundizar en una concepción sobre políticas públicas y sobre los procesos de exclusión-
inclusión social, los cuales si bien trascienden a la Psicología y a la Psicología Comunitaria,
necesariamente la interpelan en sus aportes específicos en dialogo con otras disciplinas. En
este campo, los desarrollos de la brasilera Sonia Fleury en lo referente a políticas sociales,
de Bader Sawaia en lo relativo a la dimensión ético-política y a la inclusión de la afectividad
en la comprensión de los procesos de exclusión social (Sawaia, 2004), los planteos de otros
autores nacionales provenientes de la sociología y de las ciencias políticas a esos campos
de problema, y el aporte del argentino Martín De Lellis en lo relativo a las contribuciones de
la Psicología Comunitaria al escenario de las políticas públicas (De Lellis, Alvarez, Rossetto
y Saforcada, 2006), han sentado las bases para el desarrollo de algunas producciones
propias.
El relacionamiento con el Estado y sus instituciones
Las relaciones entre la Psicología Comunitaria y el Estado a lo largo de su breve
historia no han sido ajenas a las vicisitudes políticas, sociales e institucionales que el Uruguay
ha vivido a partir de la segunda mitad del Siglo XX. La Psicología Comunitaria ha estado
durante la mayor parte de su historia en una posición crítica en relación a las instituciones
gubernamentales, ha sido escéptica en cuanto al papel de los Estados en la mejora de la
calidad de vida de la población, y ha llegado a momentos de franco enfrentamiento. Pero a
pesar de esto su vocación ha sido de permanente inserción en los espacios público-estatales.
Al comienzo del nuevo siglo la región vive un conjunto de cambios sociales y políticos.
La propuesta neoliberal muestra su fracaso y en distintos países asumen gobiernos que
podrían catalogarse en sentido amplio como progresistas. Este cambio en Uruguay introduce
dos elementos nuevos:
a) Se propone recuperar el lugar del Estado como organizador y regulador de la vida
social. En este marco toman un fuerte impulso las políticas sociales.
b) Procuran evitar el retorno al Estado paternalista y benefactor proponiendo un
nuevo contrato social basado en la corresponsabilidad para la cual estimulan la
participación social en la búsqueda e implementación de respuestas a las graves
problemáticas de exclusión e inequidad características de las sociedades pos
neoliberales. Surgen así políticas sociales que hacen énfasis en la participación y
muchos psicólogos comunitarios son convocados para hacer desde el Estado lo
que hasta ahora habían hecho fuera y muchas veces contra él.
Conclusiones
Este análisis nos reafirma en la idea de que la identidad de la Psicología Comunitaria
tal como se ha desarrollado en Uruguay se sostiene por un conjunto de ideas fuerza presentes
desde sus orígenes, que hacen más a definiciones ideológicas, éticas y de cosmovisión que
a lo específicamente teórico o instrumental. Estos aspectos se presentan como más móviles,
circunstanciales y cambiantes en función del contexto y de influencias culturales externas.
Los procesos de transformación social que se vienen dando en nuestro país generan
nuevos desafíos para la Psicología Comunitaria, en relación a las temáticas a abordar tanto
como a su escala y relacionamientos interinstitucionales. Se conforman escenarios nuevos
en los que desplegar sus capacidades críticas y operativas poniendo una vez más sus
conocimientos a trabajar junto con las comunidades en la transformación de la sociedad y de
la vida.
Montero (2004) Origen y desarrollo de la psicología comunitaria. El paradigma de la

psicología comunitaria ... En: Introducción a la Psicología Communitaria:

Desarrollo, conceptos y procesos. (pp 19-30 y 41-54) Buenos Aires: Paidós.

Orígenes de la psicología comunitaria: los inicios


Durante los años sesenta y setenta del siglo XX se produce una serie de movimientos
sociales que difunden ideas políticas y económicas que van a influir sobre los modos de hacer
y de pensar en las ciencias sociales. En la psicología tales ideas producen un vuelco hacia
una concepción de la disciplina centrada en los grupos sociales, en la sociedad y en los
individuos que la integran; hacia una concepción distinta de la salud y de la enfermedad y,
sobre todo, del modo de aproximarse a su consideración y tratamiento por los psicólogos.
Esta tendencia responde a un movimiento de las ciencias sociales y humanas que, en
América latina, a fines de los años cincuenta, había comenzado a producir una sociología
comprometida, militante, dirigida fundamentalmente a los oprimidos, a los menesterosos, en
sociedades donde la desigualdad, en lugar de desaparecer en virtud del desarrollo, se hacía
cada vez más extrema. A su vez, en el campo de la psicología, el énfasis en lo individual, la
visión del sujeto pasivo, receptor de acciones o productor de respuestas dirigidas,
predeterminadas, no generador de acción, difícilmente permitían hacer un aporte efectivo a
la solución de problemas urgentes de las sociedades en las cuales se la utilizaba. El reto era
enfrentar los problemas sociales de una realidad muy concreta: el subdesarrollo de América
latina y sus consecuencias sobre la conducta de individuos y grupos.
El comienzo en América latina
La psicología comunitaria nace a partir de la disconformidad con una psicología social
que se situaba, predominantemente, bajo el signo del individualismo y que practicaba con
riguroso cuidado la fragmentación, pero que no daba respuesta a los problemas sociales. Es
una psicología que surge a partir del vacío provocado por el carácter eminentemente
subjetivista de la psicología social psicológica (Striker, 1983). Es también una psicología que
mira críticamente, desde sus inicios, las experiencias y prácticas psicológicas y el mundo en
que surge y con cuyas circunstancias debe lidiar.
Ambos eran profundamente insatisfactorios. La experiencia, porque estaba atada a
un paradigma que la condenaba a la distancia, a una manipulación de las circunstancias de
investigación y de aplicación, no sólo extractiva, sino además falsamente objetiva y neutral.
Al mirar hacia el mundo, hacia el entorno, se agudizaba igualmente su carácter
insatisfactorio, porque fueron justamente las condiciones de vida de grandes grupos de la
población, su sufrimiento, sus problemas y la necesidad urgente de intervenir en ellos para
producir soluciones y cambios los que generaron un tipo de presión que, surgida desde el
ambiente, desde lo que suele llamarse la "realidad", pasó a ser internalizada y reconstruida
por los psicólogos que hallábamos que la acción derivada de las formas tradicionales de
aplicación de la psicología era no sólo insuficiente, sino también tardía y muchas veces inocua,
al limitarse al mero diagnóstico y al producir intervenciones fuera de foco.
La fenomenología, las corrientes marxianas, muchas formas cualitativas de investigar,
comenzaron a ser revisadas y reivindicadas y es en ese clima de insatisfacción y de búsqueda
de alternativas en el cual se va a plantear la necesidad de producir una forma alternativa de
hacer psicología.
Se planteaba la necesidad de dar respuesta inmediata a problemas reales, perentorios,
cuyos efectos psicológicos sobre los individuos no sólo los limitan y trastornan, sino que
además los degradan y, aún peor, pasan a generar elementos mantenedores de la situación
problemática con una visión distinta: diagnosticar en función de una globalidad, tener
conciencia de la relación total en que ella se presenta.
Así, en los años setenta, comienza a desarrollarse una nueva práctica, que va a exigir
una redefinición tanto de los profesionales de la psicología, como de su objeto de estudio e
intervención. Tal situación mostraba una crisis de legitimidad y de significación (Montero,
1994b) para la disciplina.
Ese nuevo modo de hacer buscaba producir un modelo alternativo al modelo médico.
La propuesta que se hacía partía de los aspectos positivos y de los recursos de esas
comunidades, buscando su desarrollo y su fortalecimiento, y centrando en ellos el origen de
la acción. Los miembros de dichas comunidades dejaban de ser considerados como sujetos
pasivos (sujetados) de la actividad de los psicólogos, para ser vistos como actores sociales,
constructores de su realidad (Montero, 1982, 1984a). El énfasis estará en la comunidad y no
en el fortalecimiento de las instituciones. Esto ocurre simultáneamente en diversos países de
América latina. En el caso puertorriqueño, su cercanía con los Estados Unidos puede haberlo
determinado como pionero, ya que también fue el primero en enterarse de que la disciplina
de tal nombre había sido creada diez años antes en los Estados Unidos.
La psicología comunitaria en la América anglosajona
El nacimiento de la psicología comunitaria en los Estados Unidos cuenta con el
equivalente de una "partida de nacimiento". En efecto, es bien conocido que en mayo de 1965,
en un congreso (Conference on the Education of Psychologists for Community Mental Health),
se dio inicio a esta rama de la psicología.
En ese congreso se decidió generar un nuevo tipo de formación para los psicólogos
que les permitiese ejercer su práctica, así como desempeñar un nuevo rol en la comunidad.
Detrás de esta propuesta se encontraban el Movimiento de Salud Mental Comunitaria, la
tendencia desinstitucionalizadora en el tratamiento de las enfermedades mentales, el
movimiento sociopolítico de "Guerra a la Pobreza", programas de desarrollo y planificación
urbanos la crítica y la revisión de los programas de beneficencia social (Mann, 1978).
A partir de esa reunión no sólo se generaron programas específicos para trabajar en
la comunidad, también se abrió un campo para el estudio y la reflexión sobre la nueva práctica
que ha sido sumamente fructífero.
Características iniciales de la psicología comunitaria desarrollada en América latina
Como hemos visto, el inicio de la psicología comunitaria se caracteriza en la mayoría
de los países latinoamericanos (a excepción de Puerto Rico) por definirse más como una
práctica que como una nueva rama de la psicología. La ausencia de un nombre propio, la
carencia de un nicho académico y el no preocuparse de inmediato por obtener un
reconocimiento social no fueron obstáculos para que desde sus inicios desarrollase ciertas
características que la marcan. Los aspectos que marcaron a la psicología comunitaria en sus
inicios (Montero, 1994b; 1994d) son:
1. La búsqueda de teorías, métodos y prácticas que permitiesen hacer una psicología
que contribuyese no sólo a estudiar, sino, principalmente, a aportar soluciones a
los problemas urgentes que afectaban a las sociedades latinoamericanas. Se la
plantea como una de las posibles respuestas a la crisis de la psicología social.
2. La redefinición de la psicología social, a la vez que se va más allá del objeto de
esa rama de la psicología.
3. La carencia de una definición. Las primeras definiciones producidas en América
latina aparecen a inicios de los ochenta (Montero, 1980; 1982).
4. Debido a la ausencia de definición y a su orientación marcadamente psicosocial
también careció de un lugar académico y profesional propio hasta bien entrada la
década del ochenta. Ese nexo psicosocial va a ser la marca predominante, lo cual
además se refleja en el hecho de que muchas explicaciones teóricas provienen de
la psicología social y muchos recursos metodológicos han sido tomados de ella.
5. Orientación hacia la transformación social.
6. La certeza del carácter histórico de la psicología como ciencia, de la comunidad
como grupo social y del sujeto humano. Esto es, comprender que surgen y son
parte de un espacio y de un tiempo y se dan en relaciones construidas cada día,
colectivamente, en procesos dialécticos de mutua influencia.
7. La búsqueda de modelos teóricos y metodológicos que ayudasen a entender y
explicar los fenómenos con los cuales se trabajaba. Esta característica le aportó
una amplia perspectiva multidisciplinaria, ya que ante las pocas respuestas y el
corto alcance de las mismas que presentaba la psicología, se acudió a campos
tan variados como la educación popular, la filosofía, la sociología y la antropología.
8. La concepción, desde el inicio muy clara, de que el llamado "sujeto de
investigación" es una persona no sujeta a la voluntad y los designios de quien
investiga. Es alguien dinámico, activo, que construye su realidad (Montero, 1982).
9. La necesidad de redefinir el rol de los profesionales de la psicología social.
La psicología comunitaria nace de una práctica transformadora, enfrentada en
situación, que apela a una pluralidad de fuentes teóricas para intentar luego -a partir de la
revisión crítica de las mentes y la profundización en algunas, descartando otras y también
innovandoelaborar modelos teóricos propios que respondan a las realidades con las que se
trabaja, responsables a su vez del surgimiento de esta psicología. Asimismo, busca generar
una metodología basada en la acción y la participación, que sea una respuesta alternativa a
los modos convencionales de estudiar esos grupos sociales específicos que son las
comunidades.
Se la planteó entonces como una psicología de la acción para la transformación, en
la cual investigadores y sujetos están del mismo lado en la relación de estudio, pues ambos
forman parte de la misma situación. No ha sido denominada y etiquetada a la manera
tradicional, por lo cual, al ser revisada superficialmente, no se advierte la discusión conceptual
y epistemológica que conlleva.
Fases en el desarrollo de la psicología comunitaria
A partir de la década del setenta se comenzó a construir una forma de hacer psicología.
Primero con cierta cautela, en la medida en que era necesario aceptar que se hacía algo
diferente y que además había que bautizarlo y delimitarlo. Luego, en la medida en que se
avanzaba en la tarea de construcción de un conocimiento a partir de experiencias vividas y
de la reflexión sobre ellas, la práctica genera "saber" y el "saber" produce nuevas prácticas a
un ritmo que se va acelerando en función de su propio crecimiento. Ya a comienzos de los
años ochenta el método aparece dibujado con bastante claridad. Y a mediados de esa década
hace su entrada la teoría a través de la generación de conceptos, de explicaciones e
interpretaciones, y diez años después nos encontramos inmersos en la problemática
epistemológica, con la presencia de un modelo poco relacionado con el paradigma dominante
en el momento en que toda esta historia comienza a gestarse. Un modelo construido por las
psicólogas que desde hace casi treinta años han venido trabajando ardua e impacientemente
en seis frentes:
 Práctico-teórico: se ocupa de construir un cuerpo de conocimientos
íntimamente relacionados, cuyo contenido conforma el producto de una praxis
que genera acción, modos de hacer y explicaciones e interpretaciones sobre
los mismos.
 Ontológico: define la naturaleza del sujeto cognoscente.
 Epistemológico: busca definir el carácter del conocimiento producido y el tipo
de relación de producción de ese conocimiento.
 Metodológico: hace aportes referentes al método a aplicar para producir el
conocimiento.
 Ético: se dirige a definir la naturaleza de la relación entre investigadores-
interventores y las personas que forman las comunidades.
 Político: da lugar a la expresión de diferentes voces dentro del hacer y el
conocer e incluye aspectos tales como la autoría y la propiedad del
conocimiento producido.
América Latina Estados Unidos
1) Generación de una nueva práctica 1) Creación de una nueva práctica
psicosocial orientada hacia la solución de psicológica que responde a exigencias de
problemas sociales y la transformación legitimidad social y de transformación de las
social, con participación de las personas instituciones. Supone: - Rechazo del modelo
involucradas. Esto supone: médico.
- Nuevos actores sociales. 2) Estructuración del nuevo campo
- Nuevo rol para los psicólogos. disciplinario a partir de su definición,
2) Fase de definición de una nueva delimitación del área, fijación de valores,
subdisciplina, la psicología social generación de una nueva práctica.
comunitaria / psicología comunitaria Divulgación inmediata.
(definición del campo, del objeto y de los 3) Generación de conceptos teóricos y
valores que la orientan). Generación de metodológicos. Desarrollo de dos grandes
nuevas prácticas: desarrollo de métodos corrientes paralelas: una de carácter
participativos. Construcción de una nueva ecológicocultural, con énfasis psicosocial.
práctica. Otra de carácter clínico preventivo con
3) Fase de inicio de generación de teoría y énfasis en los aspectos de salud
de reflexión sobre ella. comunitaria.
4) Fase de reflexión sobre la estructura 4) Ampliación del campo con incorporación
paradigmática de la subdisciplina (aspectos de reflexión sobre la estructura
ontológicos, epistemológicos, paradigmática y de las perspectivas freiriana
metodológicos, éticos y políticos). y de la psicología de liberación.
5) Fase de ampliación del campo,
incorporando y desarrollando los aspectos
ligados a la salud, a las organizaciones, a la
educación, al ambiente y a la clínica. Inicio
de desarrollo de subramas. Relación con la
psicología de la liberación y con la corriente
crítica.

Estas fases no corresponden a períodos ubicados temporalmente de manera fija.


Tampoco se han producido simultáneamente en todos los países de una misma región. En
algunos países la disciplina se inicia ya con nombre y apellido, e incluso ubicándose en un
campo específicamente delimitado.
En la medida en que en ambos ámbitos de surgimiento crece y se afianza la
subdisciplina, las relaciones de intercambio e interinfluencia también crecen, coincidiendo en
los siguientes aspectos:
1. Unión de teoría y práctica.
2. Concepción del psicólogo como un agente de cambio social, generativo, reflexivo.
3. Relación dialógica entre agentes externos (psicólogos) y agentes internos
(miembros de la comunidad) y reconocimiento del carácter activo de los segundos.
4. Generación de nuevas formas de investigar e intervenir para transformar el medio
ambiente y fortalecer a las personas.
5. Relación entre problemas socioambientales y vida cotidiana de las personas.
6. Interinfluencia de ciertos modelos, como la psicología, la teología y la filosofía de
la liberación, la educación popular freiriana.
7. Necesidad de sustituir el modelo médico por modelos psicológicos.
Reconocimiento del carácter histórico y cultural de los fenómenos psicológicos y
sociales, con la consiguiente aceptación de la diversidad.
En los movimientos comunitarios surgidos de abajo hacia arriba [Venezuela], es decir,
desde organizaciones de base generadas en las comunidades, el trabajo tiene otras
características que coinciden con las propuestas de la psicología social comunitaria (Montero,
1988). Esas características son las siguientes:
1. Predominio de las relaciones horizontales entre los miembros del grupo.
2. Generación de conciencia entre los participantes acerca de los problemas, sus
causas, las vías para solucionarlos y sus dificultades.
3. Desarrollo de vías para obtener recursos y manejar ayudas oficiales (muchas veces
imprescindibles), sin hipotecar el control y la dirección, incorporando, con diversos grados de
compromiso, a muchos miembros de la comunidad.
4. Participación integrada para la identificación de necesidades y su jerarquización,
así como de recursos, para la búsqueda de soluciones y la toma de decisiones al respecto.
5. Acción conjunta en la ejecución de las tareas, incorporando a la mayor cantidad
posible de personas de la comunidad.
6. Educación continua de los miembros de la comunidad en diferentes áreas
relacionadas no sólo con la satisfacción de las necesidades y el manejo de recursos, sino
además con su crecimiento como grupo y su mejoramiento personal.
7. Toma de decisiones por grupos organizados de la comunidad que escuchan las
voces de personas interesadas dentro de la misma.
El paradigma de la psicología comunitaria y su fundamentación ética y
relacional
La psicología comunitaria surge casi al mismo tiempo que el llamado "nuevo
paradigma", poco tiempo después conocido en las ciencias (naturales y sociales) como
paradigma relativista cuántico. Puede decirse que ella es una manifestación de ese
paradigma que se venía gestando desde fines del siglo XIX y que pasa a ocupar un lugar
relevante a partir de los años ochenta del siglo XX. Ello se evidencia en que la psicología
comunitaria nace marcada por los signos de la complejidad, el holismo y la ambigüedad
(borrosidad). Dentro de esa consideración general del modo de conocer al mundo y a los
seres humanos, este nuevo campo de la psicología construye, a su vez, su propia versión, a
partir de una praxis, en la que se actúa desde la crítica no sólo del statu quo teórico y
metodológico, sino además de la concepción del ser humano y de su rol en la producción del
conocimiento. Con su creación se buscaba producir una forma de intervención en los
problemas psicosociales a fin de hacer una psicología efectivamente social, produciendo
además transformaciones en las personas y en su entorno, definidas y dirigidas por esas
mismas personas y no desde programas que, al prescindir de la participación de sus
destinatarios, veían limitada su eficacia a la calidad de sus ejecutantes y al término de su
duración.
¿Cuál es el modelo que resume este modo de construir conocimiento? Por modelo se
entiende aquí un modo de hacer y de comprender a partir del cual se genera nuevo
conocimiento.
A ese modelo así construido lo he denominado paradigma de la construcción y
transformación crítica, si bien es frecuente escuchar que se lo menciona en función de su
inserción científico-geográfica como psicología social comunitaria latinoamericana; pero tal
título es demasiado genérico y, de hecho, si bien el modelo tiene muchas de sus primeras
expresiones en América latina, también ha sido desarrollado más allá de nuestras fronteras.
Por otra parte, aunque ha tenido influencia y estrecha relación, en algunos casos, con el
"construccionismo crítico", considero que reducirlo a esa sola tendencia es vincularlo a una
corriente con la cual, si bien coincide en muchos puntos y ha mantenido activa interacción,
también tiene aspectos no compartidos.
La noción de paradigma
Por paradigma se entiende un modelo o modo de conocer, que incluye tanto una
concepción del individuo o sujeto cognoscente como una concepción del mundo en que éste
vive y de las relaciones entre ambos. Esto supone un conjunto sistemático de ideas y de
prácticas que rigen las interpretaciones acerca de la actividad humana, acerca de sus
productores, de su génesis y de sus efectos sobre las personas y sobre la sociedad, y que
señalan modos preferentes de hacer para conocerlos (Montero, 1993, 1996b).
Puede decirse, entonces, que existe una comunidad diferenciada, que posee canales
de comunicación (la Comisión de Psicología Comunitaria de la Sociedad Interamericana de
Psicología, la División de la American Psychological Association, la Society for Community
Research and Action y una buena cantidad de revistas internacionales y nacionales
especializadas) y que comparte numerosas técnicas y métodos tanto cualitativos como
cuantitativos. Y esa comunidad sostiene con su praxis el paradigma que aquí se presenta,
construido por los psicólogos que trabajan con comunidades y que desde hace más de tres
décadas han venido labrando arduamente un modelo de producción de conocimientos cuyos
productos presento en cinco dimensiones.
Ontológica: concierne a la naturaleza y definición del sujeto cognoscente, condición
que en la psicología comunitaria no se limita a un solo tipo de "conocedor" proveniente de
una sola institución social, casi siempre la ciencia. Como la psicología comunitaria reconoce
el carácter productor de conocimiento de los miembros de las comunidades, entonces la
naturaleza de la relación entre investigadores externos (psicólogas y psicólogos) y las
personas que forman las comunidades (aquellas que en la investigación tradicional son
llamadas "sujetos") es un aspecto fundamental en este paradigma.
Epistemológica: se refiere a la relación entre sujetos cognoscentes y objetos de
conocimiento, y en este paradigma está marcada por la complejidad y por el carácter
relacional, es decir, por el hecho de que el conocimiento se produce siempre en y por
relaciones y no como un hecho aislado de un individuo solitario.
Metodológica: trata sobre los modos empleados para producir el conocimiento, que
en la psicología comunitaria tienden a ser predominantemente participativos, si bien no se
excluyen otras vías.
Ética: remite a la definición del Otro y a su inclusión en la relación de producción de
conocimiento, al respeto a ese Otro y a su participación en la autoría y la propiedad del
conocimiento producido.
Política: se refiere al carácter y la finalidad del conocimiento producido, así como a su
ámbito de aplicación y a sus efectos sociales -esto es, el carácter político de la acción
comunitaria- y a la posibilidad que todo ente tiene de expresarse y hacer oír su voz en el
espacio público.
Ese continuo examinarse críticamente nos llevó a darnos cuenta de que los aspectos
éticos y políticos, si bien muchas veces presentes en la acción, no estaban siendo
considerados como parte integral de un modo de producción de conocimientos. Por lo tanto,
es necesario dar el lugar que corresponde a estas dos dimensiones, al lado de las otras tres
tradicionalmente consideradas (ontología, epistemología y metodología).
El paradigma de la construcción y la transformación crítica
Dimensión ontológica
La psicología comunitaria no trabaja con "sujetos", trabaja con actores sociales. Pero
eso no es todavía suficiente, puesto que en el complejo escenario de lo social hay primeros
actores y actores secundarios, protagonistas y extras. Así, en la psicología comunitaria no
sólo se trata con un ser activo y no meramente reactivo, sino con alguien que construye
realidad y que protagoniza la vida cotidiana. El escenario de lo social no tiene un único
proscenio, es múltiple. Más aún, al hablar de actor social se trata de alguien que posee
conocimientos y que continuamente los produce; por lo tanto, es alguien que piensa, actúa y
crea, cuyo conocimiento, llamado conocimiento popular, debe ser tomado en cuenta. Y el
sujeto de conocimiento, cualquiera que sea su procedencia, es también un sujeto que critica,
actúa y reflexiona desde la propia realidad que construye, a partir del discurso y de las
acciones.
Las consecuencias de esta posición ontológica para la psicología comunitaria son
evidentes. En primer lugar, toda consideración pasiva de la comunidad debe ser desechada
y, por lo tanto, sus miembros tienen el derecho de tomar decisiones sobre aquellos asuntos
que les conciernen, al igual que tienen el compromiso de llevarlas a cabo. Santiago, Serrano-
García y Perfecto (1983: 19-20) ejemplifican los efectos de esta posición en la psicología
comunitaria cuando establecen como guía del trabajo comunitario los siguientes supuestos:
 La comunidad tiene el derecho a decidir qué tema se va a intervenir-investigar
y cómo desea que esto se haga;
 La comunidad es quien más se ve afectada por cualquier tipo de intervención-
investigación. Por lo tanto, nadie tiene el derecho a intervenir-investigar sin su
consentimiento.
 La comunidad posee recursos para realizar sus propias intervenciones-
investigaciones sin necesidad de que vengan extraños a realizar dicha tarea.
 El rol del profesional en este trabajo debe ser de facilitador y no de experto.
Dimensión epistemológica
Esta dimensión se refiere a la naturaleza de la producción del conocimiento. Tal
relación se plantea con carácter monista, lo cual significa que entre sujeto y objeto no hay
distancia. No se los trata como entidades separadas e independientes, para cuya relación y
contacto deban darse aproximaciones mediadas por procedimientos que pueden o no estar
presentes en algunos sujetos o en algunos objetos. Se trata de que ambos, sujeto y objeto,
son considerados parte de una misma dimensión en una relación de mutua influencia. El
sujeto construye una realidad, que a su vez lo transforma, lo limita y lo impulsa.
La realidad, para esta concepción del saber, es inherente a los sujetos que la
construyen cada día activa y simbólicamente, dándole existencia, y que son parte de ella. La
realidad está en el sujeto y alrededor de él; a su vez, el sujeto está en la realidad, es parte de
ella, y no es posible separarlos.
La relación entre psicólogos comunitarios y otros actores sociales
Ya no es posible hablar de una relación sujeto-objeto considerando como segundo
término del binomio a los sujetos sociales miembros de las comunidades, puesto que ellos
son igualmente sujetos cognoscentes, participantes de derecho y de hecho en la intervención-
investigación comunitaria. Es necesario plantear entonces una relación sujeto-sujeto/objeto,
pues hay un doble sujeto cognoscente. Es por eso que la psicología habla de agentes
externos y agentes internos en el trabajo comunitario, y plantea una relación dialógica,
horizontal, de unión de conocimiento científico y conocimiento popular y de devolución
sistemática del conocimiento científico producido a las comunidades, a la vez que de entrega
del conocimiento popular construido a los agentes externos, ya que unos y otros han
participado en su construcción e hicieron aportes provenientes de su experiencia, de su saber
cotidiano, de su sentido común y de su disciplina. Por tal razón, el rol de los psicólogos
comunitarios no es el de interventores expertos, sino más bien el de catalizadores de
transformaciones sociales.
Dimensión metodológica
Se asume la investigación-acción en su expresión participativa (IAP), tomada del
campo de la sociología y de la educación popular (aunque su origen está en la psicología:
Lewin, 1948/1973), enriqueciéndola con aspectos provenientes de aquellos métodos ligados
a la psicología tradicional, de carácter dinámico y colectivo.
Quizás el aspecto más interesante en la dimensión metodológica comunitaria es la
necesidad de generar métodos que se transformen al mismo ritmo que cambian las
comunidades. Métodos capaces de producir preguntas y respuestas ante sus
transformaciones y ante los planteamientos que éstas provocan. Métodos cuya característica
fundamental sea la capacidad de cambiar según los cambios del problema que estudia, de
tal manera que se generen construcciones en una acción crítica y reflexiva de carácter
colectivo. Se busca entonces construir una metodología dialógica, dinámica y transformadora
que incorpore a la comunidad "a su autoestudio" (Santiago, Serrano- García y Perfecto, 1992:
285).
Dimensión ética
La definición del Otro y su inclusión en la relación de producción de conocimiento
constituyen el eje de esta dimensión. Tiene como objetivo principal la relación con el Otro en
términos de igualdad y respeto, incluyendo la responsabilidad que cada uno tiene respecto
del Otro, entendiendo por responsabilidad no el responder a, sino el responder por el Otro.
La concepción ética pasa por el carácter incluyente del trabajo comunitario, en el cual
se busca integrar, respetando las diferencias individuales, en lugar de excluir o de apartar. La
comunidad como grupo o conjunto de grupos organizados tiene voz propia, y sus miembros
activos cuentan con capacidad para tomar y ejecutar sus propias decisiones, tienen la
capacidad y el derecho de participar.
La ética de la relación
En el campo comunitario se habla de una ética de la relación, que he definido de la
siguiente manera:
Una ética fundamentada en la relación supone una forma de expresión de la rectitud
que va más allá del derecho a la afirmación del propio interés, para pasar a considerar el
interés común por encima del bienestar individual. [...] La equidad de la ética de la relación
supone reconocer no solamente el carácter humano y digno del otro, sino también que la
otredad no es una brecha, una diferencia, algo que distingue, que separa, sino que es parte
del yo. Que cada uno es otro y que cada otro es un yo (Montero, 2000a).
Para la psicología comunitaria, el respeto del otro, su inclusión en toda su diversidad,
su igualdad, sus derechos y obligaciones se expresan en el campo ontológico, en la definición
de su objeto de estudio; en los aspectos epistemológicos, en la relación de producción de
conocimiento conjunta entre agentes externos e internos, y en ese modo de definirlos en tanto
que productores de saber; en la dimensión metodológica, en cuanto transforma los modos y
las vías para conocer, y en los aspectos políticos de la disciplina, al señalar sus objetivos y el
efecto que pueden tener en el espacio público y en la sociedad en general.
 El Otro no es un objeto creado por el Uno. Mas allá de la construcción que se
haga de ese Otro, hay una existencia que a su vez se construye a sí misma y
a quienes la rodean. Esto se traduce en la psicología comunitaria en su
definición de la existencia independiente e histórica de la comunidad como
forma de grupo, y de sus miembros en su singularidad.
 La cultura y sus modalidades se reflejan tanto en la comunidad y en sus
agentes internos como en los agentes externos.
 La relación es siempre dialógica y tiene un carácter discursivo. Esto significa
que las relaciones humanas tienen que ser abiertas a una multiplicidad de
voces.
 En consecuencia, la psicología comunitaria está abierta a la pluralidad de
modos de producir conocimiento y transformación. Aceptar que el
conocimiento puede darse en diferentes ámbitos, por diferentes medios, es
una noción que en la psicología comunitaria está unida al principio de que
teoría y práctica no pueden separarse.
 El aspecto crítico se expresa en la permanente reflexión sobre lo que se está
haciendo y lleva a la concientización sobre lo que es presentado como una
forma natural de ver las cosas.
La coautoría y la propiedad del conocimiento
El respeto a ese Otro y a su participación en la autoría y propiedad del conocimiento
producido muestra el carácter ético de este paradigma. De los tres aspectos anteriormente
descritos, queda claro que al haber un doble sujeto cognoscente o, más bien, al reconocerse
que los que tradicionalmente se definían como sujetos de investigación también producen
conocimiento, hay una autoría compartida para el conocimiento producido en el trabajo
comunitario.
Al haber un doble sujeto cognoscente -puesto que quienes tradicionalmente se
definían como sujetos de investigación también producen conocimiento- hay una autoría
compartida para el conocimiento producido en el trabajo comunitario. Esa coautoría debe
quedar claramente establecida en los informes que se produzcan, en el sentido de que se
debe citar quién hizo qué. Y si se trata de un artículo o de una obra académica producida a
partir de un trabajo realizado por un agente externo, se debe señalar en esa obra lo que
hicieron las personas de la comunidad, y se debe obtener su permiso para publicar, si bien el
artículo o libro será producido por el agente externo. Y si el análisis ha sido construido en
colaboración, entonces la coautoría debe ser obligatoria.
Éste es un aspecto de carácter ético, pues es necesario reconocer que no todos los
productos de la intervención-investigación comunitaria provienen del campo científico. El
contexto de descubrimiento no es exclusivo de la ciencia, y en el caso del trabajo comunitario,
al haber una reflexión y una acción compartida derivadas del reconocimiento del carácter
activo de los participantes, el conocimiento producido pertenece tanto a los agentes externos
como a los agentes internos (miembros de la comunidad) y es, por lo tanto, propiedad de
ambos y debe servir a unos y a otros.
Dimensión política
El carácter y la finalidad del conocimiento producido, así como su ámbito de aplicación
y sus efectos sociales, configuran el carácter político de la acción comunitaria. No se puede
considerar que en una sociedad se es libre cuando lo que se llama diálogo sólo puede ocurrir
entre aquellos que dicen lo mismo o hablan con la misma voz. Por eso, la relación dialógica
que se propone en la psicología comunitaria, al generar un espacio de acción transformadora,
crea al mismo tiempo un espacio de acción ciudadana que permite la expresión de las
comunidades y, por lo tanto, es ejercicio de la democracia.
La psicología comunitaria propone una participación cuyo carácter político se muestra
en la función desalienante, movilizadora de la conciencia y socializadora, que puede tener la
praxis llevada a cabo. Desalienar y concientizar se plantean como procesos que forman parte
de la reflexión que busca contrarrestar los efectos ideológicos de estructuras de poder y de
dependencia.
Asimismo, la generación de conocimiento y el respeto a la diversidad tienen
consecuencias políticas y pueden ser el producto de políticas públicas específicas. Y si la
ética reside en el reconocimiento y la aceptación del Otro en su diferencia, en su aceptación
como sujeto cognoscente con igualdad de derechos, la relación que se dé en tales
circunstancias será liberadora porque la libertad no reside en el aislamiento y la separación
entre Unos y Otros, sino en la intersubjerividad que al reconocer la humanidad del Otro
permite que, por ese acto, el Uno también sea humano. De tal manera que el carácter ético
está íntimamente ligado al político.
Una episteme de la relación
La psicología comunitaria se define como una psicología de relaciones creada para
un mundo relacional. Su objeto versa sobre formas específicas de relación entre personas
unidas por lazos identitarios construidos en relaciones históricamente establecidas, que a su
vez construyen y delimitan un campo: la comunidad. No es posible entonces llevar a cabo
acciones comunitarias a partir de una concepción fragmentaria de la comunidad, construida
a partir de la sumatoria de individuos aislados. El ser, como entidad individual, es una noción
incompleta que omite, mediante un ejercicio intelectual, una parte de sí mismo: el Otro, con
el cual se relaciona y para el cual es un alter.
Una perspectiva holista de los paradigmas
Las cinco dimensiones de un paradigma (ontología, epistemología, metodología, ética
y política) deben verse como una suma integradora. Esas cinco dimensiones son
consideradas en la psicología comunitaria como aspectos inherentes al proceso de
construcción del conocimiento, que, de modo consciente o inconsciente, están siempre
presentes y marcan el modo de conocer. Y eso ocurre porque los límites entre las cinco
dimensiones no son impermeables. No se trata de cinco esferas separadas, sino de una
totalidad que las incluye a todas. Hay que ser (ontología) para conocer (epistemología) y ese
conocer se efectúa siguiendo un procedimiento o camino que lleva a la producción de
conocimiento (metodología). Pero tal cosa no ocurre en aislamiento. Todo individuo
cognoscente es miembro de una relación en la cual se produce el conocimiento. Los seres
humanos, separados de la sociedad, son individuos pero no humanos. La humanidad se
adquiere en las relaciones sociales. En cada relación se produce conocimiento y el
conocimiento sólo surge en las relaciones, de tal manera que la presencia del Otro está
siempre presente, aun cuando hayamos trabajado en solitario. Y allí está la ética, porque la
soledad, si bien puede estar privada de la compañía física o afectiva de otros, no elimina la
historia, ni las experiencias ni los afectos surgidos de los contactos socializadores. Y más aún,
todo conocimiento afecta al grupo, a la sociedad, por lo cual, al excluir a éstos de sus
beneficios o al aplicarles sus aspectos negativos, ejercemos poder sobre ellos. Y al respetar
y admitir la capacidad constructora de conocimientos de cualquier categoría social, al
escuchar las voces de los individuos que la integran, estamos respetando su derecho al
espacio público. Y eso es política.
Rodríguez, A. (2012). Psicología Social Comunitaria: vigencias y disonancias en los

escenarios actuales. Ponencia presentada en el Segundo Simposio

Internacional en Psicología Social Comunitaria. 2 y 3 de noviembre de 2012,

UNAD. Pereira, Colombia

Sin lugar a dudas, y aunque podamos decir que hoy conviven múltiples psicologías en
nuestro continente, el proceso que se inicia en los años 70' con la emergencia de la PSC
(Montero, 2004), ya no tiene vuelta atrás. La constatación del carácter inadecuado e
inoperante de una psicología centrada en el individuo, aislado de sus condiciones concretas
de existencia y de una ciencia con pretensiones de objetividad y neutralidad, promovió un
proceso de transformación en la concepción de la realidad y del sujeto, en los modos de
investigar y de intervenir, y en el posicionamiento profesional, que mantiene vigencia hasta
nuestros días. Esto no quiere decir que la batalla esté ganada, pero al menos, abundan
experiencias en esta última dirección.
Del mismo modo, tienen actualidad los fundamentos que dieron origen a este modo
de hacer psicología: aquellos ligados a unas condiciones profundamente desiguales e
injustas que determinan altos niveles de sufrimiento cotidiano para grandes sectores de
nuestras poblaciones. No obstante, y esto fundamenta nuestras reflexiones, como dice el
refrán popular “mucha agua ha pasado bajo el puente” desde la década de los 70' a la
actualidad, lo que nos exige repensar los límites y los alcances de nuestra disciplina a la luz
de dichos cambios, de los desarrollos propios de la PSC y de los escenarios actuales.
Entre aquéllos y estos años...
Los años de la emergencia de la PSC en América Latina, eran los tiempos del Concilio
Vaticano II y de la Teología de la Liberación, en fuerte diálogo con la Educación Popular
desarrollada por Paulo Freire en Brasil y con la ya avanzada Sociología Militante de Orlando
Fals Borda (Colombia). Corrientes éstas, que se constituían en expresión de una
intelectualidad fuertemente ideologizada y comprometida con los sectores populares. Campo
fértil, el de las ciencias sociales de la época, que habilitó y dio lugar a la llamada crisis de la
Psicología Social para constituirse luego en una “Psicología social como crítica” (Iñiguez,
2003).
Hoy parece estar comprobado que no hay desarrollo posible ¿en el marco del
capitalismo, a lo sumo es viable experimentar algunos momentos ventajosos en el ciclo
económico pero en donde los problemas de exclusión e injusticia social perduran y se agravan,
sostenidos además en una burguesía “autóctona”, no nacional, que en lugar de luchar por el
desarrollo productivo de nuestros países, se ha aliado tradicionalmente con los capitales
extranjeros (Borón, 2008).
Actualmente, las modalidades de dominación más atroces, coexisten con las más
sutiles, a través de las nuevas tecnologías, de los medios masivos de comunicación y de la
preponderancia de las imágenes. Se impone un sólo modelo de consumo y con ello, la idea
de que no hay nada por fuera del capitalismo.
A mismo tiempo, nos encontramos con algunas novedades: nuevos movimientos
sociales que se gestaron en la década del 90 que inauguran un nuevo ciclo de conflictividad
social y que se constituyen en puntos de referencia para otros movimientos hasta nuestros
días (el levantamiento indígena en Chiapas, México, los cortes de ruta y el movimiento de
piqueteros en Argentina; la movilización indígena en Ecuador que precipita la caída de
Bucarán en 1997; y la guerra del agua en Cochabamba, Bolivia en el 2000, y los múltiples
movimientos de los Sin: Sin Tierra, Sin trabajo, Sin Techo). Y por otro lado, cambios en la
gestión de varios gobiernos en Latinoamérica, más allá de las diferencias innegables entre
los países.
La Psicología Social Comunitaria: entre crecimientos y tropiezos
Tal como lo muestran Maritza Montero e Irma Serrano (2011) en su reciente
compilación de las historias de la PSC en los países de América Latina, su desarrollo ha sido
muy heterogéneo. Esa heterogeneidad se relaciona con las corrientes teóricas que la han
nutrido según los distintos contextos académicos y con los problemas singulares de cada país
o región que han requerido y requieren de un abordaje comunitario.
Sin embargo, también podemos decir que esa heterogeneidad ha implicado el
desarrollo de una amplia gama de prácticas que varían sustancialmente en lo que refiere al
alcance de sus intencionalidades políticas y de transformación social.
Es que, hemos asistido con asombro y preocupación a la distorsión y pérdida de
potencia de algunos de los principales componentes de la PSC, conduciendo a prácticas que
tienen efectos contrarios a los perseguidos desde los principios que la han sustentado.
Entendemos que esto es resultado de la captura de nociones por parte de actores no
interesados en la producción de cambios sociales profundos.
Pero también, por qué no decirlo, el debilitamiento de la intencionalidad
transformadora de la PSC muchas veces fue consecuencia del trabajo de profesionales
acríticos que han quedado ligados a una suerte de ejercicio voluntarista e ingenuo en el marco
de proyectos dirigidos a los sectores más pobres de la población (socio-económicamente
hablando), en abstracción de un análisis de las relaciones de poder que tienen lugar.
Abriendo interrogantes en los escenarios actuales
Ahora bien, esta revisión nos conduce a problematizar algunas categorías teóricas y
metodológicas consideradas claves para la Psicología Social Comunitaria a la luz de algunos
desafíos que caracterizan los escenarios sociales actuales. Algunas interrogantes que
motivan nuestras reflexiones son: ¿cómo dialoga la concepción de sujeto propia del
paradigma de la psicología comunitaria (Montero, 2004) con el sujeto que ha construido el
neoliberalismo? ¿y más precisamente cómo dialoga con los sujetos de las políticas sociales
diseñadas por los gobiernos llamados “progresistas” de América del Sur? ¿qué sujeto
presuponen algunas estrategias de intervención de la psicología comunitaria y cómo se
relaciona con aquél producido por los fenómenos de exclusión o desafiliación social? ¿qué
lectura hace la psicología comunitaria de las categorías de exclusión-inclusión social? ¿es la
noción de comunidad operativa para analizar e intervenir en los espacios urbanos actuales?
¿cómo interpelan a la psicología comunitaria el carácter predominante de los procesos
participativos y qué lugar adoptan los movimientos sociales en su horizonte de intervención e
investigación?
El escenario de las Políticas Públicas (PP) es un escenario conflictivo, cuyas
dinámicas suelen entrar en tensión con los principios de la PSC, ya que, en coherencia con
lo antes desarrollado, estamos hablando del despliegue de PP en el marco de Estados
capitalistas. Un Estado capitalista que tiene un rol contradictorio: por un lado opera regulando
las relaciones de producción de manera de garantizar la acumulación capitalista, y al mismo
tiempo, se ve obligado a abordar los graves problemas sociales que genera el propio sistema.
Concebir a las PP, y particularmente a las Políticas Sociales (PPSS), simplemente
como lineamientos programáticos diseñados e implementados por los gobiernos para la
satisfacción de las necesidades de los ciudadanos, en una lógica unidireccional y vertical,
implica ocultar las fuertes tensiones y contradicciones que tienen lugar en ese campo.
En este contexto, las escenas que se despliegan en el encuentro entre los
trabajadores encargados de implementar las PPSS1 y los sujetos de la intervención, pueden
concebirse como espacios que anudan los diversos sentidos que la sociedad produce acerca
de los problemas que las PPSS abordan y de los sujetos que los protagonizan (plano macro-
social), con los significados singulares que se construyen en cada situación en la que se
interviene (plano microsocial). La observación y el análisis de esas escenas nos permite
aproximarnos a una comprensión cualitativa e intensiva de los fenómenos sociales,
dimensión frecuentemente invisibilizada por la política.
Es desde aquí que emergen las interrogantes vinculadas al sujeto de la PSC y a su
relación con el sujeto de las PPSS.
El sujeto de la PSC no sólo tiene derecho a decidir sobre sus propios destinos, sino
que además tiene las capacidades para desarrollar las acciones que entienda oportunas para
la resolución de sus problemas. En relación al sujeto así concebido, el agente externo, no es
más que un facilitador de procesos que los actores sociales despliegan y que son capaces
de sostener.
En oportunidad de dar cuenta de las características del desarrollo de la psicología
comunitaria en el Uruguay, nos hemos referido a “Una concepción de los seres humanos que
permite apostar a sus potencialidades más allá de las situaciones de carencia o sometimiento
que les toque vivir. Esto incluye potencialidades intelectuales basadas en la concepción
gramsciana según la cual toda persona es un filósofo /a capaz de pensar críticamente su
realidad; potencialidades organizativas en tanto capacidades de estructurar redes solidarias
y articular respuestas colectivas ante las situaciones de adversidad; potencialidades creativas
que se expresan en sus formas de contacto con la naturaleza y las soluciones autoconstruidas
ante los problemas de su hábitat” (Giorgi, Rodríguez y Rudolf, 2011, p. 407-408).
Las políticas focalizadas, si bien pueden ser concebidas como resultado de un proceso
de discriminación positiva, por su propia estructura, instituyen a los sujetos como sujetos de
carencia. En relación a ellos, frecuentemente, los trabajadores o agentes externos se
aproximan desde un diagnóstico construido de antemano (el que fundamenta la existencia de
esa política), en el cual el sujeto desaparece como sujeto, en su carácter singular, con historia,
emociones, creencias y sueños.
Nuestra experiencia nos muestra cómo, aún en el marco del establecimiento de
vínculos singularizantes y humanizados entre los portavoces de la política y los sujetos, se
produce una disputa de sentidos acerca de qué significa ser pobre y se instituye una suerte
de inevitabilidad de la dependencia.
Nos preguntamos entonces, cómo, a partir de una distribución desigual de la
reflexividad (Svampa, 2000), donde unos parecen tener más posibilidades que otros para
construir su identidad y para pensarse a sí mismos por el simple hecho de no tener que luchar
diariamente por la sobrevivencia, es posible construir un sujeto como actor social, como sujeto
colectivo, en definitiva, y más aún, como sujeto político.
Es así que, en contextos de reflexividad limitada, los operadores sociales insisten
legítimamente, y en conocimiento de los principios metodológicos de la psicología comunitaria,
en la posibilidad de inaugurar intervenciones a partir de necesidades que el otro podrá
identificar y jerarquizar, e incluso, decidir sobre cuáles actuar. E insisten, en el marco de
políticas “progresistas”, en la idea de que a través de los procesos de concientización, los
sujetos podrán instituirse como sujetos de derecho. ¿Cuál es el resultado de la puesta en
juego de estas herramientas cuando nos encontramos con sujetos a los que se le ha
arrebatado la potencia de la reflexión e incluso de la acción?
La primera, la necesaria recuperación del sujeto como condición de posibilidad para
la construcción de un sujeto político, lo que sólo es posible singularizando, historizando,
empatizando, conociendo y comprendiendo el mundo de vida del otro, recuperando su voz y
visibilizando su potencia que es resistencia para la sobrevivencia. Y en segundo lugar, la
imprescindible reflexividad de los operadores sociales, entre ellos los psicólogos sociales
comunitarios, como vigilancia permanente de sus propios mundos de vida, de las categorías
teóricas que aportan a la construcción de los problemas de la política social, de las
tecnologías que emplean y de su posicionamiento ético-político.
La noción de exclusión-inclusión social se nos ha impuesto a punto de partida de los
análisis sociológicos que ubican en esos procesos la nueva “cuestión social”. Los así
llamados excluidos han sustituido en nuestros discursos a los oprimidos, a los dominados y
a los explotados de otros tiempos. No es casual: si hay oprimidos, hay opresores, si hay
dominados, hay dominadores y si hay explotados, hay explotadores. En cambio, a los
excluidos parecen oponerse los llamados incluidos, como destinos resultantes de caminos
paralelos, aparentemente sin conexión, ocultándose de ese modo el vínculo que existe entre
ambos términos.
Varios autores han sido críticos con estas nociones. Desde una psicología social
comunitaria pretendidamente crítica, se hace imprescindible problematizar estas categorías
que nos hablan de fronteras simbólicas construidas socialmente a punto de partida de la
naturalización de las relaciones de dominación que se renuevan en un nuevo ciclo del capital:
el neoliberalismo, el que no hace más que agudizar las desigualdades materiales ya
existentes.
Los esfuerzos desde la psicología, por comprender los procesos subjetivos
involucrados en la llamada exclusión social, fundados en la convicción de que los fenómenos
macro estructurales impactan en los sujetos y en sus contextos más inmediatos, nos
conducen a una serie de riesgos ético-políticos que es imprescindible advertir. Sólo por
nombrar algunos de ellos:
-El supuesto de que las intervenciones adecuadas consisten en intentar modificar
actitudes, hábitos, conductas, modos de relación, entendidos como “disfuncionales”,
motivado ésto por la amenaza de conflictos que se pueden generar a partir del descontento
social.
-O bien de que se trata de producir cambios en los llamados “excluidos”, o sea en los
“otros”, y no en la sociedad en su conjunto y fundamentalmente en el tipo de lazo social que
se ha construido.
-El riesgo permanente de depositación en los sujetos y en sus capacidades
individuales para el aprovechamiento de las oportunidades que de uno u otro modo se les
brinda para lograr la inclusión social, apoyado esto, en la culpabilización individual por la
situación de pobreza.
-Finalmente, con frecuencia hemos observado que la consideración de la subjetividad
en los procesos de exclusión social y por lo tanto en los intentos de superarla, siendo un
componente fundamental que las políticas sociales han logrado incorporar, han llevado al
mismo tiempo a subestimar la importancia del acceso a bienes materiales y de servicios como
expresión de justicia social. Se trata de psicologismos (expresados en una suerte de
desciframiento de la “mentalidad” de los pobres) en los que muchas veces se cae a partir de
la impotencia que generan los frustrados intentos de producir cambios visibles en las
condiciones de vida.
De manera que, además de desnaturalizar las condiciones de producción de lo que
se ha dado en llamar exclusión social y de visibilizar las relaciones de poder que
inevitablemente los fenómenos categorizados como tales denuncian, es fundamental
considerar que lo que ha sido afectado es la cualidad del vínculo social y su potencialidad, ya
no sólo para sostener mínimos niveles de cohesión social, sino fundamentalmente para
generar acciones colectivas transformadoras. Acaso entonces, ¿no es en relación a esos
vínculos que es necesario intervenir? ¿no debemos correr la mirada desde los “excluidos”
hacia las relaciones sociales que los producen cotidianamente?
Nos parece fundamental la necesidad de colocar en la “agenda” de las PP,
entendiendo que ello depende de los gobiernos pero también de la sociedad civil organizada,
la cuestión acerca de las condiciones de posibilidad para la construcción de lo colectivo en
los escenarios actuales.
Quiero finalizar estas reflexiones interrogando una de las nociones más caras para la
PSC, precisamente, la que le da su nombre, a veces ubicada en primer lugar, a veces
secundando el carácter inevitablemente social de toda psicología (Psicología Social
Comunitaria). Y quizás, una de las nociones que más presencia tiene en nuestros discursos
cuando nominamos nuestra razón de ser como profesionales y como investigadores: la
comunidad.
Podríamos decir que la noción de comunidad, ha entrado a la psicología por la puerta
de la PSC. Sin embargo, estuvo presente desde larga data en la historia de las ideas en tanto
su ligazón a la concepción misma de sociedad y como resultante de la tensión entre ella y el
individuo, entre valores colectivistas e individualistas, entre libertad y seguridad, entre
pertenencia y autonomía, entre lo uno y el todos. Ha sido modelo de una sociedad buena
caracterizada por la comunión de objetivos, por la cohesión y la coersión social, y por su
permanencia en el tiempo. La comunidad se asocia rápidamente con una espontánea
identificación afectiva, con relaciones de proximidad, con el sentido de vecindad, o como
resultado de la voluntad de los sujetos (asociativismo). (Bauman, 2003).
En el marco de la PSC, la noción de comunidad muchas veces ha sido heredera de la
naturalización del entendimiento mutuo propio de la vida comunal pre-capitalista. De allí se
ha derivado una tendencia homogeneizadora e idealizada de concebirla, con los riesgos de
guetización que ello supone al perder de vista la construcción de un sentido de pertenencia a
un colectivo mayor. La propia Maritza Montero (2004) nos ha advertido sobre los riesgos de
esta idealización, mientras que Esther Wiesenfeld (1997) en la consideración del conflicto
como inherente a esa noción, aporta al reconocimiento de la diversidad como su característica
fundamental. No obstante, la intervención en psicología comunitaria ha estado orientada
frecuentemente a conocer, a fortalecer y a acompañar la construcción de lo común,
entendiendo lo común como sinónimo de lo bueno.
No cabe duda que la consideración de un nivel supra individual, de una entidad
diferenciada de otros colectivos (los grupos, la familia, la organización), nos ha permitido
acercarnos a una comprensión del territorio, en su complejidad y a la cotidianeidad como
categoría de análisis fundamental en la producción de subjetividades que se anudan en el
interjuego entre lo macro y lo micro social.
Ahora bien, el trabajo en barrios urbanos nos ha llevado a encontrarnos con
expresiones, con discursos, con vivencias, con acciones que ponen en cuestión fuertemente
la idea de comunidad, porque el sentido de comunidad es un ausente.
La consecuencia, entonces, es la sensación de pérdida de lo comunitario, y con ello
la pérdida de la ilusión de comunidad. La tensión queda ubicada entre lo integrado y lo
fragmentado, entre lo común y lo distinto que se repele, entre el deseo de estar con otros y
al mismo tiempo el de recluirse y aislarse.
Necesariamente, la pregunta por el sujeto de la PSC, por el sentido de la intervención
y del cambio cuando se habla de procesos inclusivos, y por las condiciones de posibilidad
para construir lo colectivo y lo común, nos conduce a reflexionar acerca de las características
y los desafíos vinculados a la participación. Estamos en problemas, porque constatando la
dificultad para construir proyectos alternativos globales, y las producciones subjetivas que el
neoliberalismo nos ha regalado, al mismo tiempo, sabemos que la acción colectiva es el único
modo de resistir, de presionar, y de transformar en actual estado de cosas.
Quisiera señalar tres esferas posibles para el despliegue de procesos participativos,
que se constituyen en motivo de análisis e intervención para la PSC:
1) La participación directa de los sujetos de las políticas en su diseño e
implementación. Se hace fundamental en este nivel, la realización de un análisis
crítico acerca del carácter de las propuestas participativas que frecuentemente se
incorporan a los programas sociales.
2) El papel de la sociedad civil organizada y de las ONGs. Los años 90', instalaron el
modelo de co-gestión entre Estado y sociedad civil organizada. El número de las
llamadas ONGs., en sentido descriptivo, crecen exponencialmente. Fácilmente se
asocia con los lineamientos privatizadores , con la delegación de las funciones del
Estado en manos privadas, con un “nicho laboral” para los profesionales
sensibilizados con la pobreza. Y sin lugar a dudas estos elementos están
presentes. “Porque existen pobres, existen ONGs, si no existieran pobres no
habría ONGs”, decía una vecina.
Sin embargo, al menos en nuestro país, podemos observar que muchas
organizaciones, justamente porque no tienen dentro de sí los límites que impone
la burocracia estatal, han realizado innovaciones metodológicas importantes,
logrando incidir en programas sociales del Estado. En ocasiones, no sin riesgos,
han funcionado como portavoces de la población con la que trabajan, exigiendo,
presionando, o limitando las prácticas inconvenientes de aquél. La lucha por
mantener la historia y la identidad de estas organizaciones, cuando han surgido
por fuera del Estado, se constituye a veces, en un modo de preservar su
autonomía, la autonomía posible en el marco de programas que aquél financia.
Ahora bien, la amplitud de organizaciones en cuanto a su perfil, con las que el
Estado establece convenios para co-gestionar proyectos en el marco de PP
(equipos de profesionales, comisiones de vecinos, sindicatos, iglesias, entre otras,
con muy diversos posicionamientos ideológicos), debilita y neutraliza las
posibilidades reales de que este conjunto se constituya en un sujeto colectivo,
capaz de incidir decididamente en el diseño de políticas y de habilitar procesos
emancipatorios en la población.
3) Finalmente, le toca el turno a los Movimientos Sociales (MS), algunos constituidos
como experiencias autogestionarias, de prácticas alternativas y autónomas, o bien,
y sin que sean excluyentes, organizados en torno a la protesta y la presión.
Rodríguez, A. y Montenegro, M. (2016) Retos Contemporáneos para la Psicología

Comunitaria: Reflexiones sobre la Noción de Comunidad. Revista

Interamericana de Psicología/Interamerican Journal of Psychology (IJP) 50 (1)

(pp. 14-22)

Este artículo surge de una serie de inquietudes que las autoras compartimos desde
puntos geográficos diferentes, sobre las implicaciones que las transformaciones en las formas
de relación, organización y subjetividades contemporáneas tienen para la teoría y la práctica
de la Psicología Comunitaria (PC).
Lo que se denomina como comunidad en cada caso dialoga con la singularidad de los
contextos de intervención, dada la diversidad de los escenarios sociales en que actuamos.
Sin embargo, llama la atención que muchas veces no se explicite qué se entiende por
comunidad cuando se denomina como tal a la población con la que se trabaja (Montero &
Serrano-García, 2011). Cuando esto sucede, pareciera que se emplea el término en forma
genérica, haciendo referencia a las personas participantes o destinatarias de la acción
profesional, debilitando así el carácter político inherente a dicha noción.
Nuestras experiencias nos enfrentan a menudo a un sentimiento de extrañeza cuando
lo que hallamos no son precisamente comunidades tal como se han conceptualizado desde
la PC. Este sentimiento amenaza con dejarnos sin instrumentos pertinentes y eficaces para
la acción. Esto es lo que nos lleva a la necesidad de reflexionar sobre las categorías teóricas
que empleamos para comprender la realidad, en tanto construcciones socio-históricamente
situadas que orientan las intervenciones y sus efectos en los grupos sociales involucrados.
Revisaremos el tratamiento que la noción de comunidad ha tenido en la PC,
analizándola a la luz de otras contribuciones. Tomaremos en cuenta los procesos de
descomposición y desagregación social, donde los vínculos con los espacios geográficos -
asociados al trabajo comunitario - han variado y están atravesados por procesos de
fragmentación e inequidad social que hacen difícil la conformación de alianzas de solidaridad
y transformación. Exponemos los retos que esto implica para la PC y aventuramos tres líneas
de reflexión frente a esta problemática: a) la necesidad de desarrollar análisis históricamente
situados que viertan luz a los procesos de opresión que conllevan las dinámicas
contemporáneas de descomposición social; b) la generación de dispositivos de investigación
y acción que den visibilidad a procesos de transformación social acaecidos en los espacios
en los que se practica la PC, asociados a las luchas invisibles por la dignidad y c) la búsqueda
de nuevas herramientas que ayuden a articular una mayor diversidad de agentes en
proyectos hacia la emancipación y la equidad social. Así, los sujetos de la acción de la PC no
serán las anheladas comunidades sino la diversidad de actores sociales que influyen en cada
contexto específico en la dirección de promover u obturar procesos de emancipación
(Montenegro, Rodríguez & Pujol, 2014).
La Comunidad en la Psicología Comunitaria
El concepto de comunidad se ha entendido en el campo de la PC como aquellas
agrupaciones de personas que comparten ciertas características en común y que desarrollan
diferentes tipos de prácticas conjuntamente (Montero, 2003; Montenegro, 2004).
Siguiendo a Salazar (2011) las perspectivas que destacan las semejanzas entre los
miembros de una comunidad se han heredado de la reflexión sociológica y antropológica
comunitarista que define a la comunidad como sujeto colectivo, producto de procesos
identificatorios donde lo diferente es visto como exterioridad.
Además, en el campo de la PC, la noción de comunidad ha estado frecuentemente
ligada a la idea de territorialidad. Sin embargo, a partir de los desarrollos tecnológicos y del
surgimiento de grupos de interés no asentados en espacios físicos compartidos, se pone en
duda la centralidad del aspecto territorial. Otra aproximación a la noción es la que desarrolló
Maya Jariego (2004) según la cual la comunidad se entiende como grupo relacional, lo que
iría más allá de las restricciones geográficas de la acepción territorial del concepto. Propuso
el estudio de redes sociales en tanto que: (a) puede proporcionar un análisis de los diferentes
niveles en los que toma forma la comunidad, (b) sirve para dar cuenta de las pertenencias
múltiples y (c) permite valorar las relaciones de la comunidad con su contexto.
Se ha cuestionado el carácter homogéneo y equilibrado que ha permeado la noción a
partir de la idea de que sus miembros percibirán necesidades compartidas. Se ha postulado
su carácter intrínsecamente diverso y conflictivo ya que existirán diferentes grupos de interés
y posiciones encontradas respecto de la acción comunitaria (Wiesenfeld, 1997).
En todo caso, la toma de decisiones es la manera en que la comunidad puede vivirse,
la forma en que estamos con los otros u otras. He aquí, en el tratamiento de la diferencia y
de la posibilidad del encuentro, donde reside el componente político y ético de lo que
entendemos por comunidad. La asunción de la dinámica semejanza-diferencia permite
sustraerse de formas identitarias que se construyen como totalidades clausuradas, como
manifestación del bien y de verdades absolutas que han conducido, en la historia de la
humanidad, a las despreciables manifestaciones totalitarias.
Bessant (2014) abogó por una aproximación dialógica al estudio de la comunidad. Su
argumento es que lo comunitario emerge -y existe de manera dinámica- en la propia
experiencia relacional de la agencia colectiva. Propone entender la comunidad en términos
de una praxis dialógica que surge insitu entre las personas, organizando las múltiples voces
y la convergencia entre las líneas de acción individual y el nosotros/as que se genera
colectivamente. Entonces, lo que distinguiría una comunidad de otras formas de organización
social no sería ni el territorio ni la homogeneidad entre sus miembros, sino el componente
intersubjetivo, el sentido de comunidad que refiere a los sentimientos que unen a los
miembros de la comunidad como personas que pertenecen a un grupo, colectivo o red y que
se autodefinen como tal (McMillan & Chavis, 1986). Sería algo intangible que las personas
sienten y que actúan como elemento cohesionador y potenciador de la acción en común.
De acuerdo con los planteamientos de Salazar (2011) y Bessant (2014), el sentimiento
de pertenencia e identidad social no debería entenderse como estático o invariable, sino que,
por el contrario, supone dinámica, continuidades y discontinuidades, contradicciones y
tensiones, y la posibilidad de su disolución y reconfiguración. . En ese sentido, en las
sociedades contemporáneas las tendencias en torno a la diferenciación, parcialidad y
segmentación de personas y grupos de interés basadas en los valores de libertad de elección
y en las necesidades extremadamente diferenciadas entre sí, hace que la invocación a la
pertenencia y a la comunidad a veces parezca un romanticismo excesivo que no corresponde
con los espacios en los que se pretende desarrollar proyectos de tipo comunitario (Berger,
1988).
Lo central del concepto de comunidad sería, por un lado, la fortaleza de las relaciones
entre sus miembros sostenida en un sentido de comunidad, y la capacidad de acción que
como grupo social tendría para abordar problemas e intereses, movilizando recursos para la
transformación social a partir de la participación y la organización.
Escenarios Contemporáneos y Carácter de los Lazos Sociales
En el mundo contemporáneo, el individuo se ve sometido a fuertes exigencias de
autonomía, a una emancipación compulsiva, donde es responsable de su propia biografía y
cuya identidad es producto de un proyecto reflexivo y autónomo, que supone una
comprensión de sí y de sus prácticas (Beck, 1997; Giddens, 1995). Esto acontece en un
contexto de crisis del lazo social y de déficit de soportes por la pérdida de los marcos
colectivos de socialización que logró instituir la sociedad salarial. En la sociedad de consumo,
el orden del egoísmo (Bauman, 2007) sustituye la experiencia de una comunidad sentida y
vivida.
La diversidad (producto de historias no compartidas, de modos impuestos de llegar al
lugar que se habita, de pertenencias socio-económicas y culturales diferentes y de distintas
experiencias en la construcción del hábitat residencial), se significa en términos de
desconfianza, de estigmatizaciones mutuas y de discriminación; se vive como fragmentación.
Los espacios de circulación se acotan y prima el aislamiento sobre el deseo de encuentro. La
expectativa frecuente es la de no permanecer en el lugar. Los espacios de participación que
tienen una larga historia, se cierran al ingreso de nuevas personas porque lo diferente se vive
como amenaza de destrucción de lo construido con esfuerzo.
Estos fenómenos no son privativos de ningún sector social en particular. El sistema
neoliberal, como sistema socio-económico hegemónico, ha tenido gran eficacia en la
producción de subjetividades y en las modalidades de relación dominantes. No obstante,
afectan de manera diferencial a los grupos de población.
La PC se ha preocupado por los sectores más perjudicados por la desigual distribución
de la riqueza, las víctimas de la injusticia social (Montero, 2004; Montero & Serrano-García,
2011). Se trata de sujetos que no son lo que la modernidad previó para nosotros y nosotras:
ser ciudadanos/as que, formalmente, gozaríamos de los mismos derechos y seríamos iguales
ante la ley, concebidos como sujetos universales, donde la persona diferente es vista como
inferior. La existencia social de estos grupos es la del estigma: “son”, en tanto calificados
como pobres, indigentes, carentes o excluidos. Sobre las personas estigmatizadas pesa la
culpa y la responsabilidad por sus destinos. Lo que está afectado y dañado, además de las
condiciones materiales imprescindibles para hacer la vida vivible, es el vínculo social, las
redes sociales y las políticas que dan soporte a la precariedad de la existencia (Butler, 2010).
Al mismo tiempo, asistimos a una fragmentación del sufrimiento debilitando la
posibilidad de su colectivización. En tanto el dolor es individual y privado, no se logra hacer
público; o cuando se visibiliza, es en función de la construcción de un sujeto de asistencia y
protección por parte del Estado, más que de un sujeto colectivo capaz de denunciar las
condiciones que lo llevaron a su situación vital (Rodríguez, 2013).
La capacidad de representar un dolor como compartido, supone la capacidad de
pensarse con otras personas, en interdependencia, mientras que el sistema neoliberal ha
construido el individualismo y el aislamiento (Bauman, 2007). En condiciones vitales extremas,
con frecuencia, a las personas también se las ha despojado de la posibilidad de enunciación
(Rodríguez, 2013), de modo que como dijo Svampa (2000), la reflexividad también se
distribuye injustamente.
La pregunta que surge entonces es: ¿Cómo estas circunstancias inciden en nuestras
prácticas desde la PC y cómo éstas interpelan nuestros conceptos teóricos, entre ellos, la
propia noción de comunidad?
Implicaciones y Retos para la Psicología Comunitaria
La diversidad, inherente a la noción de comunidad, hoy está fuertemente ligada a
procesos de diferenciación y subalternidad que dificultan la construcción de lo común. Tanto
la construcción de lazos intersubjetivos como la capacidad de organización para el desarrollo
de acciones colectivas de carácter político, están fuertemente afectadas por la hegemonía de
significados asociados a la capacidad de autonomía, de libertad, de ser uno o una misma.
Se hace imperioso, entonces, repensar tanto las nociones como las prácticas a través
de las cuales podemos desarrollar procesos de acción comunitaria, sin asumir a priori la
existencia de una comunidad cohesionada, en espacios donde los lazos sociales están
fragmentados y están presentes procesos de estratificación, diferenciación y discriminación.
Aventuramos algunas líneas de reflexión que puedan, por un lado, ser útiles para comprender
los procesos actuales y, por otro, ofrecer herramientas concretas de acción en los espacios
de trabajo de la PC.
Retos Contemporáneos para la Psicología Comunitaria
En primer lugar, es necesario analizar cómo los procesos de fragmentación y ruptura
del lazo social se manifiestan en los contextos concretos de trabajo comunitario, identificando
y comprendiendo las maneras en las que actualmente se organizan y distribuyen las
diferencias desigualadas (Fernández, 2011). Se trata de interrogarnos sobre cuáles son los
ejes de diferenciación sobre cuya base se construyen hoy los grupos o personas que
significamos como otros y otras.
Por otro lado, cabe preguntarse también por los procesos en los que el movimiento de
diferenciación y construcción de un otro u otra distinto, se configura como instrumento de
resistencia a identificarse con aspectos ligados a representaciones sociales negativas (p.ej.
ser pobre o indigente). De manera que, profundizar en el carácter que adquieren estos ejes
de diferenciación, permitirá problematizarlos en conjunto con las personas involucradas y
aportaría a construir estrategias de articulación acordes a ello.
Proponemos atender las maneras en las que la noción de territorio puede
conceptualizarse, ya no sólo como espacio físico, sino como ámbito donde se juegan
relaciones de fuerza entre actores/actrices diversos, con intereses diferentes, así como
también distintos recursos de poder que construyen significados diferenciales respecto a
dicho territorio. En este sentido, las condiciones para la construcción de lo común y el
tratamiento de la diversidad en lo que delimitamos como comunidades, no es ajeno al papel
que juegan otros actores: el Estado y los sectores que concentran la riqueza. En el primero,
se tratan de analizar los efectos de la descentralización y la territorialización de las políticas
sociales en los procesos de organización comunitarias y en la construcción de liderazgos. En
el segundo, implica dilucidar las nuevas modalidades de dominación que el capital ejerce en
el territorio, buscando controlar los conflictos, debilitando la emergencia de la acción colectiva
y construyendo un nosotros/as ligado a relaciones de dependencia (Falero, Pérez, Ceroni,
DaFonseca & Rodríguez, 2013).
Una segunda línea se relaciona con las maneras en las cuales se puede avanzar en
la redefinición del concepto de comunidad a partir de los cuestionamientos a la idea de un
sujeto supuestamente homogéneo que, sin embargo, aún persiste. Conviene explorar
concepciones alternativas que puedan resultar útiles para la práctica de la PC. Como
exponíamos antes, se trata de generar una noción de comunidad que albergue el carácter
dinámico tanto de los procesos intersubjetivos como de los proyectos políticos, y que permita
hacer posible lo colectivo dentro de lo aparentemente imposible.
Una tercera línea de trabajo se relaciona con lo anterior en términos de agudizar la
mirada en los contextos de intervención comunitaria hacia aquellas iniciativas presentes y
pasadas en las que se han llevado a cabo, lo que Rodríguez (2013) ha llamado luchas
invisibles por la dignidad. Se trata de acciones o posiciones que, aunque no se erigen como
representativas de toda una comunidad cuestionan relaciones de opresión en sus propios
contextos, como pueden ser las iniciativas socioculturales en las que se trabajan las
relaciones de violencias cotidianas (León Cedeño, 2012). Al no ser evidentes, accedemos a
ellas profundizando en los sentidos singulares que las personas atribuyen a tales situaciones.
Esta misma autora enfatiza en la utilidad de visibilizar las iniciativas existentes en los espacios
de trabajo comunitario con el fin de fortalecerlas y, en ciertos momentos, de ampliarlas,
implicando a otras personas o grupos en su constitución (León Cedeño, 2012).
Frecuentemente los equipos de intervención pasan por alto diferentes maneras en las
que las personas se organizan debido a una búsqueda de iniciativas formales o
representativas de las comunidades. Según el autor, es necesario adentrarse en la búsqueda
de iniciativas con diferentes grados de formalización, tales como redes, asambleas,
comisiones, protestas, comités, periódicos de la calle, radios ciudadanas o incluso tumultos,
masas y movimientos, formas de organización que pueden dar cuenta de relaciones sociales
transformadoras sin que necesariamente sean representativas de toda una comunidad (Spink,
1999).
Esta última línea de pensamiento, pondría énfasis, entonces, en el esfuerzo de una
“arqueología” del lugar y en la búsqueda de las formas de lucha que se dan en lo cotidiano -
con diferentes grados de formalización y visibilidad- con el fin de identificar las nuevas
estrategias de construcción de lo común, de resistencia a la opresión y de transformación
social.
Conclusiones
Los procesos de individuación y fragmentación social que instaló la sociedad
capitalista en las subjetividades contemporáneas hacen aparecer esta idea de comunidad
cuanto menos, como un horizonte utópico difícil de encontrar en los contextos de trabajo en
los que nos involucramos. Dicha fragmentación tiene como consecuencia procesos de
definición de alteridades en los cuales distintos ejes de diferenciación se activan para producir
discriminaciones y exclusiones múltiples. Se trata de una precarización de los lazos sociales
y de una distribución desigual del sufrimiento al interior de los sectores dominados, procesos
a los que la PC debe atender desde la reflexión teórica y desde la práctica.
Consideramos importante en primer lugar, analizar las maneras en las que los
procesos de discriminación y subalternización se dan en contextos particulares de trabajo
comunitario, y cómo con frecuencia, éstos están atravesados por dinámicas de poder
relacionadas con empresas privadas, políticas públicas, entre otras, que, de diferentes
maneras estratifican los territorios. Se trata de una mirada crítica hacia las relaciones
asimétricas de poder que se conforman en dichos espacios. En segundo lugar, proponemos
avanzar hacia otras comprensiones de los agentes sociales a partir de una idea de
multiplicidad que no implique necesariamente relaciones de dominación y que permita ver en
la diferencia las posibilidades de articulación para proyectos de emancipación. En tercer lugar,
planteamos desarrollar perspectivas que permitan a los equipos interventores visibilizar las
diversas iniciativas cotidianas de resistencia y organización con el fin de contribuir a su
fortalecimiento.
Unidad V

Fernández, A. M. (1986). La demanda por los grupos (pp. 61- 81). Hacia una clínica

grupal (pp. 83- 100). El nudo grupal (pp. 135- 170). En: El campo grupal: notas

para una genealogía. Buenos Aires: Nueva Visión.

LA DEMANDA POR LOS GRUPOS


A) La ilusión de los orígenes
Puede afanarse que el conjunto de conocimientos cuya preocupación son los grupos
humanos tiene uno de sus puntos de origen en la imperiosa demanda proveniente de la
práctica social empresarial, con particular localización en los Estados Unidos en los años 20.
La introducción de este nuevo dominio del conocimiento había comenzado, sin duda,
con anterioridad a que tal demanda se hiciera operativa en encargos concretos (McDougall,
Le Bon, Moreno)
Estas "condiciones de origen" de las producciones técnico-investigativas de la
microsociología poseen no poca importancia, por cuanto, de una u otra manera, suelen
mantenerse operantes en los corpus teóricos y en los bagajes tecnológicos de diversas
corrientes grupalistas. Por otra parte, las críticas a su origen siguen siendo una de las
principales líneas de objeción, no sólo ideológicas, sino también teórico-epistémicas.
Las primeras intervenciones que luego darán lugar a la microsociología o estudio de
los pequeños grupos, fueron las de Elton Mayo (1924) con sus trabajos en los talleres
Hawthorne de la Western Electric Company, cerca de Chicago, donde se "descubre" que los
trabajadores constituyen espontáneamente entre sí grupos informales, con vida y
organización propias y cuyo código implícito determina la actitud de los mismos hacia el
trabajo. Es decir que los individuos que componen un taller no son simplemente individuos
sino que conforman un grupo, dentro del cual han desarrollado "redes informales", es decir,
vínculos entre ellos, como así también con los superiores y con los reglamentos de la empresa.
Aparece por primera vez el planteo de una moral de grupo: todo el movimiento
posterior de "Relaciones Humanas" tuvo su punto de partida en esta investigación que
demostraba la relación positiva entre productividad y actitud del grupo respecto a la empresa.
Aquí entonces se encuentra una embrionaria idea de grupo asociada a un conjunto
de personas en intercambio informal afectivo; comienza a vislumbrarse la noción de un plus
que tendrá el grupo con respecto a la simple sumatoria de sus integrantes; dicho plus se
evidenciará por sus efectos: mayor rendimiento.
Aquello que sus técnicos atribuían a un todavía misterioso funcionamiento grupal, hoy
podría pensarse incorporando conceptos como la noción de transferencia institucional
aportado por el Análisis Institucional. Sin duda se generaban, entre los operarios que
realizaron esta experiencia, "intercambios efectivos"; si bien éstos merecen ser analizados en
su especificidad, es importante indicar la probabilidad de que estos movimientos grupales
estuvieran también marcados por la circulación de atravesamientos de transferencia
institucional positiva, que la intervención del mismo psicosociólogo ponía en juego; quedaban
así confundidos, en este caso, los sistemas de referencia grupal y los sistemas de referencia
institucional.
Pero más allá de estas puntuaciones a posteriori -y posibles en función de desarrollos
disciplinarios más actuales- lo cierto es que el tipo de experiencias aquí señaladas puso a los
grupos por primera vez en el campo de mira de investigadores sociales, empresarios y
hombres de estado de los principales países centrales.
B) La dinámica de grupos
Kurt Lewin, psicológico de la Escuela de Berlín, aportó principios de la Gestaltheorie
al estudio de la personalidad y posteriormente al estudio de los grupos. La Teoría de la Gestalt
puso en evidencia, experimentalmente, refutando el asociacionismo, cómo en ciertas
condiciones cabe afirmar que "el todo es más que la suma de las partes". Según esta corriente
la explicación de los fenómenos perceptuales debía intentarse a través de una unidad de
análisis -el campo perceptual- de un nivel distinto al de las unidades propuestas hasta
entonces: las sensaciones. Lewin explicará la acción individual a partir de la estructura que
se establece entre el sujeto y su ambiente en un momento determinado. Tal estructura es un
campo dinámico, es decir un sistema de tuerzas en equilibrio.
En 1938 utiliza el método experimental (por primera vez en las investigaciones
grupales) para trabajar la noción de campo dinámico, originándose la muy conocida
experiencia con grupos de niños a través de la construcción experimental de tres climas
sociales: autoritario, democrático y “laissez faire”. Al concluir la experiencia pudo observarse
que las reacciones agresivas vallaban según los climas grupales, dependiendo esto del estilo
de coordinación.
Dado que esta experiencia se realiza a comienzos de la Segunda Guerra Mundial
alcanza gran celebridad.
A partir de allí Lewin comienza a desarrollar sus hipótesis centrales sobre los grupos:
el grupo es un todo cuyas propiedades son diferentes a la suma de las partes. El grupo y su
ambiente constituyen un campo social dinámico, cuyos principales elementos son los
subgrupos, los miembros, los canales de comunicación, las barreras. Modificando un
elemento se puede modificar la estructura.
El grupo es un campo de fuerza en "equilibrio casi estacionario". Este equilibrio no es
estático, sino dinámico, resultante de un juego de fuerzas antagónicas: por un lado, las
fuerzas que constituyen las partes en un todo; por otro las fuerzas que tienden a desintegrar
al conjunto.
En consecuencia, uno de los problemas más importantes para Kurt Lewin y sus
colaboradores es la investigación de la unidad del grupo y su permanencia como totalidad
dinámica (de allí los numerosos estudios de esta escuela sobre la cohesión grupal, la relación
de los miembros entre sí, los procesos de interacción, etc.), como así también, las relaciones
dinámicas entre los elementos y las configuraciones de conjunto. Ha nacido la Dinámica de
Grupos.
De modo tal que, para Kurt Lewin, el grupo es una realidad irreductible a los individuos
que la componen, más allá de las similitudes o diferencias de objetivos o temperamentos que
pudieran presentar sus miembros. Es un especifico sistema de interdependencia, tanto entre
los miembros del grupo como entre los elementos del campo (finalidad, normas, percepción
del mundo externo, división de roles, status, etcétera ). Aquí se diferencia de aquellos que
plantean el factor constitutivo del grupo, en mera afinidad entre sus integrantes.
El funcionamiento del grupo se explica por el sistema de interdependencia propio de
dicho grupo en determinado momento, sea éste funcionamiento interno (subgrupos,
afinidades o roles) o referido a la acción sobre la realidad exterior. En esto reside la fuerza
del grupo o, dicho más exactamente, en esto reside el sistema de fuerzas que lo impulsa, es
decir, su dinámica.
Las relaciones descubiertas en laboratorio sobre grupos "artificiales" pasan a ser
estudiadas luego en agrupamientos de la vida cotidiana: talleres, escuelas, barrios, etc., en
la convicción de que el pequeño grupo permite vencer las resistencias al cambio y provoca la
evolución de las estructuras del campo social (fábrica, consumidores, opinión pública,
etcétera). A partir de ese momento trabajará la temática del cambio social.
“Descubre" que tomar una decisión en grupo compromete más a la acción que una
decisión individual; que es más fácil cambiar las ideas y las normas de un grupo pequeño que
las de los individuos aislados (costumbres alimentarlas, rendimiento en el trabajo, alcoholismo,
etc.) y que la conformidad con el grupo es un elemento fundamental frente a la resistencia
interna para el cambio.
La Teoría del Campo elaborada por K. Lewin hizo posible la consolidación de las
"técnicas de laboratorio social" y la "Investigación-Acción", instrumentos que han excedido en
su implementación su lugar originario para aplicarse en muy variados campos de las ciencias
sociales. Los aportes de la Teoría del Campo han tenido gran influencia en ámbitos muy
disímiles; puede observarse incluso, la impronta de algunos de sus postulados -aunque con
importantes reformulaciones- en autores argentinos como Pichon Riviére y Bleger. También
fueron tomados, en sus inicios, por los psicoanalistas de la escuela kleiniana que abrieron
dispositivos grupales en el área psicoterapéutica.
Sbandi plantea que la concepción lewiniana del grupo como un todo significa el
abandono de la posición que coloca al individuo en primer plano. Señala, sin embargo, que
si bien Lewin acentúa la interdependencia de, los miembros, mantiene invisibles los
presupuestos sobre los que se funda tal interdependencia; considera, asimismo, que serán
los aportes psicoanalíticos respecto a los procesos identificatorios, las relaciones
emocionales y los procesos inconscientes los que harán posible ahondar en esta cuestión.
C) Criterios epistémicos de Kurt Lewin
Interesa resaltar de este autor. algunas posiciones epistemológicas desde donde
pensaba lo grupal. Si bien es sabido que Kurt Lewin tomó diversas nociones de la Física, es
importante señalar que no importó de esta disciplina tanto sus leyes como sus principios
metodológicos; puso énfasis en la construcción teórica de conceptos que no derivan de la
experiencia.
La ley, para Lewin, es ley estructural ya que establece una relación funcional entre los
aspectos de una situación; asimismo el acontecimiento depende de la totalidad de la situación.
En el campo formado por la unidad funcional de persona y ambiente, la situación es única,
cambiante y caracterizada por la totalidad de las interrelaciones que se dan en un momento
determinado. Por ello, para la Psicología, según Lewin, no tiene sentido establecer leyes de
acuerdo al criterio aristotélico, en tanto éste toma en cuenta los factores comunes a todas las
situaciones o las que aparecen con más frecuencia. Se debe proceder de acuerdo al criterio
de la física galileana, que obligaba a tener en cuenta, ante todo, la totalidad de la situación.
Muchas veces, en Psicología Social, la Teoría del Campo de Lewin fue interpretada
en un sentido "globalista" o totalista, esto es, como si su aporte alas ciencias humanas hubiera
consistido en sostener la imposibilidad de dividir por análisis el campo y luego reconstruirlo
desde las partes así obtenidas. Ya se ha dicho que aportó la premisa de la Gestaltheorie "el
todo es más que la suma de las partes" para sus análisis sobre los grupos, pero la intención
de Lewin iba mucho más lejos, en el sentido de especificar la noción "estructural" mediante
un tratamiento matemático.
A pesar de sus insuficiencias, la concepción estructural de Lewin siguió firmemente la
tendencia metodológica apenas esbozada por los psicólogos de la Gestalt, que llevaba desde
la simple descripción de las totalidades irreductibles, al análisis explicativo. Sus aportes
constituyen un intento de explicar las interacciones observables por un sistema de leyes, que
se intenta reconstruir por modelos matemáticos. Sin bien heredó de los psicólogos de la
Gestalt la noción de forma como un todo organizado, no cayó como ellos en el reduccionismo
fisicalista del equilibrio estático; sin embargo, mantuvo en común con esta escuela el olvido
de la perspectiva histórica. En virtud de que el campo sólo da cuenta de la conducta en un
momento dado, se inscribe en una psicología de los estados momentáneos. De tal manera,
el dinamismo del campo estructural fue pensado por Lewin en términos estrictamente
espaciales, dejando de lado la dimensión temporal y con ella la perspectiva histórica.
Resumiendo, la línea que va de Elton Mayo a Kurt Lewin reviste importancia para el
presente análisis por cuanto permite demarcar momentos clave para un intento de
reconstrucción genealógica de las teorizaciones sobre los grupos humanos. Es a partir de
ellos y sus continuadores que se desarrolla una nueva disciplina, la Microsociología. Más allá
de sus derivaciones posteriores, están allí, en germen, muchas de las ideas que -aun hoy- es
necesario elucidar. Por otra parte, fueron un jalón fundacional en el Dispositivo de los grupos,
a partir del cual se instituyeron formas grupales de abordaje en distintas áreas de la realidad
social.
Para K. Lewin un grupo es un conjunto de personas reunidas por razones
experimentales o de su vida diaria, para realizar algo en común y que establecen relaciones
entre sí; conformarán de esa manera una totalidad que produce mayores efectos que los
mismos individuos aislados. Es decir que el grupo es irreductible a los individuos que lo
componen, en tanto éstos establezcan un sistema de interdependencia; en esto radicará la
fuerza o dinámica de un grupo.
D) Primer momento epistémico: el todo es más que la suma de las partes
Este aporte de la Gestalt a las primeras conceptualizaciones sobre los grupos resalta
la idea de totalidad, afirmando un jalón importante a favor de la búsqueda de la especificidad
disciplinaria; crea las bases para que pudieran particularizarse estos conjuntos, hasta el
momento diluidos entre Individuos y Sociedades. De esta forma, a partir de estos principios
de demarcación se crean las condiciones para la producción de dispositivos técnicos y la
organización de los primeros discursos sobre la grupalidad.
Sin embargo, la relación todo-partes es un problema cuya respuesta es siempre
compleja. El tratamiento de la relación todo-partes ha tenido diferentes formas de abordaje.
Planteos estructuralistas posteriores a la Gestalt, indicaron que el problema no pasaría por
comprobar que el todo fuera más que la suma de las partes, o igual, sino si -en ese todo las
partes organizan relaciones, y qué tipo de relaciones conforman (ya sea entre ellas o entre
las partes y el todo). Establecidas las relaciones de las partes entre sí, y con el todo, no sería
una refutación al planteo que hubiera situaciones aditivas entre partes o momentos de
particularización de partes. Al mismo tiempo, para un interés estructuralista, la relación todo-
partes se inscribió posteriormente en la necesidad de delimitar una estructura subyacente, de
la cual todo movimiento grupal es efecto. De tal forma para tal perspectiva el problema de la
redefinición de la relación todo-partes queda cruzado por la relación acontecimiento-
estructura: ésta parece operar como un verdadero a priori conceptual, en virtud del cual se
"resuelve" la tensión a favor del polo estructura, se subsume el polo acontecimiento y éste
pasa a circular como mero efecto de estructura.
Muchas veces, al pensar la relación partes-todo desde criterios homogeneizantes, se
subordinan las particularidades, diferencias, singularidades a una totalidad homogénea,
global y masificadora.
Así como los pensadores post-estructuralistas intentan, en los últimos años, pensar
otras formas de articulación entre acontecimientos y estructura, de manera tal que el primero
no sea meramente un efecto de la segunda, también se inclinan a considerar otras formas de
relación todo-partes. En ese sentido resultan de interés para la reflexión del tema los aportes
de Deleuze y Guattari. Estos autores señalan que esta cuestión ha sido tradicionalmente mal
planteada tanto por el vitalismo como por el mecanicismo clásicos, en tanto el todo es
considerado como totalidad derivada de partes, o como totalización dialéctica.
Es interesante la reformulación planteada por estos autores en tanto acentúan el
carácter que posee lo múltiple: irreductible a la unidad. De tal manera piensan el todo como
producido, como una parte al lado de las partes que ni las unifica ni las totaliza sino que se
aplica a ellas organizando relaciones transversales entre elementos que mantienen toda su
diferencia en sus propias dimensiones.
En síntesis, el reconocimiento de un todo: el grupo, ha tenido una importancia histórica
en la demarcación de los saberes y quehaceres de la grupalidad. Posiblemente ha sido la
forma intuitiva, embrionaria, de demarcación de un campo propio para los fenómenos
grupales, no reductible a los fenómenos individuales. En ese sentido, también puede
pensarse que el campo semántico en una de sus figuraciones: círculo, debe operar
significancia en el término todo.
El grupo imaginado como un todo más que la suma de las partes, constituye un primer
momento epistémico en la institucionalización de saberes y prácticas grupales. Tal vez no
fuera exagerado afirmar en ese sentido, que esta premisa ha configurado un imaginario
fundador de este campo disciplinario, es decir, ha operado -como diría Benoist- un espacio
de proposición, no necesariamente demostrable, que ha orientado la búsqueda de la
especificidad del campo.
E) Análisis de la demanda
¿Cual es la situación político-económica que atraviesa la sociedad norteamericana en
el momento en que Elton Mayo realiza su intervención en la Westem Electric Company? Ya
en una etapa de gran empresa los empresarios comienzan a comprender la necesidad de
regular la producción en todos sus aspectos: maquinaria, mano de obra, distribución. Es la
época de la organización científica del trabajo (Taylor).
Donde se creía que el organigrama solucionaba todos los problemas, nacerá el interés
por el sociograma; de los dos aspectos indisolubles del proceso del trabajo: las relaciones
materiales del individuo con los objetos de la producción y las relaciones sociales de los
trabajadores entre sí, se había descuidado el segundo.
Surge así el encargo a Elton Mayo; demanda social que pone en evidencia un vacío:
la carencia técnico-social frente a los problemas que, en este caso, las nuevas formas de
producción generan. Los nuevos problemas ya no pueden ser resueltos mediante las técnicas
de racionalización; exigen la intervención de nuevos especialistas, de tal modo que al
ingeniero-organizador suceden los técnicos en grupos, los expertos en relaciones humanas,
quienes se adelantaron a "elaborar las frustraciones" que la crisis de los años treinta agravaría
para las mayorías de la sociedad norteamericana.
Con respecto a K. Lewin, también desarrollará sus trabajos en un candente momento
político. Como ya se dijo, sus investigaciones dieron fundamento científico a los ideales
democráticos; pero ¿qué idea de democracia está allí en juego? la democracia entendida
como libre discusión; la discusión democrática como resorte de los pequeños grupos para
aliviar tensiones.
Por otra parte, los técnicos capaces de incidir sobre los cambios de hábitos,
orientación del consumo, es decir, los técnicos de grupo, se volverán cada vez más
imprescindibles en una "cultura" industrial que implementará la sociedad de consumo como
alternativa para salir de una de sus crisis económicas más severas.
Las primeras investigaciones sobre grupos surgen en respuesta a una demanda
económico-política, dando lugar al "Dispositivo Grupal". He allí una de las características del
dispositivo foucaultiano: "formación que en un momento histórico determinado, ha tenido
como función principal responder a una urgencia; el dispositivo tiene pues una función
estratégica dominante".
¿Cual urgencia? Sin duda, mantener y mejorar el nivel de producción de la gran
empresa, estimulando las relaciones informales entre los operarios; la futura disciplina de las
Relaciones Humanas ha construido aquí uno de sus pilares fundacionales. Pero también
reforzar los ideales democráticos, operar sobre el consumo, etc.; la Dinámica de Grupos se
expandirá rápidamente por diversos campos: empresarial, educacional, de mercado, etcétera.
Por tanto, urgencia situada históricamente, en función de imperativos económicos y políticos
del sistema del que forma parte.
La sociedad norteamericana de los años '30 proporcionó el tipo de condiciones
necesarias para que surgiera este movimiento. Entre ellas merece destacarse la apuesta que
los sectores hegemónicos de dicha sociedad habían realizado en favor de la ciencia, la
tecnología y la solución racional de sus problemas como pilares de su progreso. Desde esa
perspectiva comienza a desarrollarse la inversión económica en la investigación y ésta a
considerarse como un motor fundamental de resolución de los problemas de la sociedad; es
decir que se va consolidando la creencia de que el sistemático descubrimiento de los hechos
facilitaría la solución de "problemas sociales". Junto a estos factores, cabe señalar que parte
del mundo académico norteamericano de la época había iniciado su "rebelión empírica en las
ciencias sociales" que opondría a la especulación sobre la naturaleza de los fenómenos
humanos la necesidad de investigar experimentalmente los fenómenos sociales cobrando
rápido e importante desarrollo una psicología social de metodología experimental.
Interesa contrastar la demanda social en la que se inscribió la microsociología
empresarial norteamericana con las condiciones de producción que hicieron posible la
invención y posterior despliegue de los grupos operativos a partir de Pichon Rivière en la
Argentina.
Desde su mítica intervención en el Hospicio de las Mercedes y la Experiencia Rosario
que dieron los primeros diseños de trabajo, pueden puntualizarse algunas diferencias. Tal
vez la más significativa sea que no surgen desde un requerimiento de los centros de poder
institucional, ni los orienta la intención de consolidar hegemonías instituidas. Muy por el
contrario, sus localizaciones iniciales, como muchos de sus desarrollos posteriores, se
implantaron en los márgenes de las instituciones o en los intersticios de las hegemonías; en
muchos casos fueron animados por marcadas utopías contrainstitucionales.
Esta demanda por los grupos en la Argentina (décadas del 60 y 70) se produce en un
cuerpo social agitado, momento de auge de las luchas populares. Gran parte de la
intelectualidad de los '60 se caracterizó por estar imbuida de fuertes utopías sociales. Muchos
de los profesionales del campo "psi" que implementaron estas prácticas fueron críticos de los
autoritarismos institucionales: jerarquías médico-hospitalarias, autoritarismo psiquiátrico-
manicomial, pirámide A.P.A., verticalidad en los espacios educativos, etcétera.
Junto con otras formas de abordajes grupales, como por ejemplo el psicodrama
psicoanalítico, los grupos operativos fueron instrumentos claves para el trabajo en los
espacios públicos.
Desde sus consignas de "aprender a pensar", "romper estereotipos”, "elaborarlas
ansiedades frente al cambio" crearon condiciones para que palabras y cuerpos sofocados en
las jerarquías instituidas pudieran ponerse en movimiento, afectarse en otras formas sociales,
abrir nuevos sentidos para las prácticas colectivas.
Por lo tanto el análisis de un campo disciplinario -en este caso los discursos y técnicas
grupales- deberá pensarse en tanto conjuntos de conocimiento que produce dicho campo,
elucidando cómo se articulan -en cada caso- estas producciones de conocimiento con los
juegos de poder e interrogándose en qué estrategias de saber-poder desarrollarán sus
prácticas sociales los técnicos de tal campo disciplinario. La conjunción de lo antedicho, crea
condiciones para poder delimitar qué zonas cobrarán visibilidad e invisibilidad para tal campo
disciplinario y cuáles se mantendrán necesariamente invisibles y no enunciables.
Los dispositivos grupales que se produjeron desde Mayo-Lewin, necesariamente,
dada la demanda social a la que respondieron, debieron mantener en la invisibilidad los
atravesamientos institucionales, políticos e ideológicos en los que, sin embargo, quedaron
inscriptos tanto sus discursos de la grupalidad como sus intervenciones técnicas.
No debe subestimarse, sin embargo, que tales dispositivos hicieron posible la
visibilidad de importantes mecanismos de funcionamiento de los grupos: liderazgos, roles,
dificultades en la toma de decisiones, cambio, resistencia al cambio, juegos tensionales
dentro del grupo, etcétera. A partir de estas visibilidades posibles, se organizaron sus
enunciables. Junto a estos visibles dejaron como sus invisibles necesarios los procesos
inconscientes que atraviesan tales mecanismos como así también la inscripción institucional
y sus eficacias en el seno mismo de tales mecanismos grupales.
F) El nacimiento de lo grupal
Se hace necesario aclarar el sentido en que se utilizan los términos Dispositivo de los
Grupos y dispositivos grupales. El primero se refiere a la aparición histórica -a partir de
1930,1940 aproximadamente- de ciertos criterios en virtud de los cuales comenzó a pensarse
en artificios grupales para "resolver” algunos conflictos que se generaban en las relaciones
sociales. Adquieren visibilidad conflictos humanos en la producción económica, en la salud,
en la educación, en la familia y las instancias organizativas de la sociedad pasan a considerar
estas cuestiones como parte de los problemas que deben resolver.
Las tecnologías previamente existentes son consideradas ineficaces; los conflictos
puestos de manifiesto exigen otras formas de intervención y especialistas adecuados a tales
fines.
Desde diferentes puntos de iniciación se inventa una nueva tecnología: el Dispositivo
de los Grupos; aparece un nuevo técnico: el coordinador de grupos; se gestiona una nueva
convicción: los abordajes grupales pueden operar como espacios tácticos con los que se
intentará dar respuesta a múltiples problemas que el avance de la modernidad despliega.
En cambio, cuando se utiliza la expresión dispositivos grupales se hace referencia a
las diversas modalidades de trabajo con grupos que cobraron cierta presencia propia en
función de las características teórico-técnicas elegidas, como también de los campos de
aplicación donde se han difundido. Así, por ejemplo, puede hablarse de dispositivos grupales
psicoanalíticos, psicodramáticos, de grupo operativo, gestálticos, etcétera. Cada uno de ellos
crea condiciones para la producción de determinados efectos de grupo –y no otros-; son en
tal sentido virtualidades específicas, artificios locales de los que se espera determinados
efectos.
Los dispositivos grupales forman parte del Dispositivo de los Grupos, en la medida en
que históricamente, a partir de las primeras experiencias de K. Lewin y E. Mayo por un lado,
las experiencias de Moreno y el diseño de la clínica psicoanalítica de instancias por otro, se
inaugura una modalidad que abre espacios de un número numerable de personas para la
producción de efectos específicos en diversas formas de intervenciones institucionales.
Se sostiene -en un sentido genealógico- que aquello que las diferentes orientaciones
en el campo de lo grupal han abierto como visibilidad con respecto a qué son los grupos
muchas veces han sido capturadas por los efectos del dispositivo montado; sin embargo, han
generado la ilusión de haber hallado características esenciales de los grupos.
Se trata de problematizar tal esencialización por cuanto se afirma que las áreas de
visibilidad abiertas y sus enunciados son producto de la compleja articulación de la demanda
social a la que responde, de su posicionamiento en la tensión de lo singular y lo colectivo, de
los dispositivos grupales montados y de sus impensables institucionales. Los grupos no son
lo grupal.
Se presentan hasta aquí dos niveles de existencia de los grupos: el primero fáctico,
en tanto hechos sociales; el segundo del campo disciplinario, por cuanto al montarse los
sucesivos dispositivos grupales del Dispositivo de los Grupos, los grupos paulatinamente se
vuelven visibles, observables, comprobables, explicables, experimentables, teorizables, es
decir, enunciables. En este sentido la microsociología al instituir dispositivos grupales localizó
uno de los nacimientos a lo grupal. Antes de ella, los grupos estaban ahí, en una inmediatez
tal, que no se veían.
HACIA UNA CLINICA GRUPAL
A) Primeros dispositivos grupales terapéuticos
Se considera que los primeros intentos de abordajes colectivos con fines terapéuticos
fueron las actividades iniciadas por Pratt en 1905, al introducir el sistema de "clases
colectivas" en una sala de pacientes tuberculosos. El objetivo de esta terapia consistía en
acelerar la recuperación física de los enfermos, mediante una serie de medidas sugestivas
destinadas a que éstos cumplieran de la mejor manera posible su régimen dentro de un clima
de cooperación o, mejor dicho, de emulación. En estas reuniones, los enfermos más
interesados en las actividades colectivas y los que mejor cumplían con el régimen, pasaban
a ocupar las primeras filas del aula, estableciéndose un escalafón jerárquico bien definido,
conocido y respetado por todos. En vista de los buenos resultados que daba este método,
Pratt escribió un trabajo preliminar en 1906, que amplió en los años subsiguientes; pronto,
otros probaron su técnica con resultados similares.
El mérito de Pratt fue utilizar en forma sistemática y deliberada las emociones
colectivas con una finalidad terapéutica. Su técnica se apoyaba en dos pilares: activar en
forma controlada la aparición de sentimientos de emulación y solidaridad en el grupo y asumir,
él mismo, el papel de una figura paternal idealizada. El método incentivaba un fuerte enlace
emocional del enfermo con el médico.
A los métodos que han seguido la orientación de Pratt se los ha denominado
genéricamente, terapias exhortativas parentales que actúan "por" el grupo. Se dice que
actúan "por" el grupo, porque incitan y se valen de las emociones colectivas aunque no
intenten comprenderlas. Se busca la solidaridad del grupo con fines terapéuticos.
A partir de esta primera corriente, que todavía cuenta con sus adeptos, se produjo una
interesante diferenciación; las terapias que actúan "por" el grupo, con una estructura fraternal.
En este caso, el dinamismo es análogo: incitar y canalizar emociones colectivas en grupos
solidarios; el tipo de relación entre el grupo y el terapeuta es, sin embargo, diametralmente
opuesto al de la corriente ejemplificada por Pratt. En lugar de idealizar el médico esta corriente
estimula una fraternidad que busca el mayor sostén entre sus miembros, disminuyendo al
máximo el liderazgo centrado en el técnico.
El ejemplo más acabado de esta tendencia terapéutica se encuentra entre los
"alcohólicos anónimos" (los A.A.); esta organización, iniciada en 1935, cobra rápida
aceptación en los años siguientes, en EE.UU., difundiéndose luego por muchos países.
Los A.A., tal vez el tipo más elaborado dentro de estas terapias colectivas, se reúnen
semanalmente en sesiones similares a las de Pratt, en el sentido de que discuten temas
relacionados con su misión, con la excepción ya señalada de que en este tipo de grupo no
existe ningún líder que no sea "uno de nosotros".
Resumiendo, las primeras formas de psicoterapia colectiva que aquí se describen
tienen un tronco común, caracterizado por su "dinámica", que consiste en la actuación "por"
las emociones del grupo. Todavía no se plantea tratar de comprender su naturaleza ni
modificar la estructura que subyace a las mismas; en líneas generales, tienden a estimular lo
que popularmente se designa como "buenos sentimientos del grupo". Secundariamente,
ambas corrientes se bifurcan en lo que respecta al papel del líder; la primera busca la
identificación de los pacientes por la transferencia masiva hacia un líder de tipo paternal-
deístico; la segunda, por el contrario, tiende a formar "fraternidades", aboliendo en lo posible
todo liderazgo externo o técnico profesional.
Tienen el mérito de haber llamado la atención sobre la importancia de la "socialización"
del paciente, ya sea dentro de la institución o en su readaptación a la sociedad; además
tienen la ventaja de poder agrupar a gran número de enfermos (las cifras oscilan entre 30 y
100, según los autores), con los consiguientes beneficios cuantitativos.
Sin haber teorizado sobre esto, en estado práctico, se encuentra aquí cierta noción de
"efecto de grupo", en tanto descubrieron que el tratamiento de sus pacientes era más eficaz
cuando eran agrupados que aisladamente.
Si se observa el dispositivo montado a partir de Pratt puede verse, en primer lugar,
que trabajaba con grupos que obviamente no pueden recibir el nombre de restringidos; por lo
tanto, es muy improbable que los enlaces de tales agrupamientos humanos se organizaran
desde los mismos parámetros por los que se ha estudiado que se organiza un pequeño grupo.
Sin duda en los grupos amplios no pueden encontrarse iguales condiciones que en los
restringidos para desencadenar los procesos identificatorios y transferenciales. Miradas
recíprocas, nombres, cercanías, ubicación en círculo, etc., son condiciones propias de los
grupos pequeños que hacen posible que tales procesos se organicen en forma de redes
cruzadas, dando así a los agrupamientos restringidos su peculiaridad.
Por tal motivo, se hace necesario pensar los grupos numerosos en su especificidad.
Si bien los procesos identificatorios entre los integrantes son mucho más lábiles, otros son
los caminos por los que producen sus anudamientos-desanudamientos.
En el caso de las terapias exhortativas parentales, los enlaces se producen a través
de fuertes líderes "carismáticos". En estos dispositivos -como en el lewíniano- liderazgo y
coordinación no se han descentrado aún. Dadas las características del dispositivo, se
superponen necesariamente, por lo cual se puede afirmar que uno de los principales recursos
de su eficacia terapéutica está centrado en la sugestión.
Si bien no deben subestimarse los aspectos sugestivos en las terapias con estructura
fraternal, tiene importancia decisiva aquí, la red entre "iguales"; en ellas el grupo y la
institución en la que éste actúa, disparan significaciones imaginarias donde predomina la
configuración de un espacio microsocial que opera como sostén yoico, soporte solidario,
espacio restitutivo de la dignidad perdida y/o de la identidad trastocado. Al mismo tiempo
pareciera imprescindible para su eficacia el establecimiento de transferencias institucionales,
fuertemente positivas.
Si bien los primeros dispositivos grupales terapéuticos que instrumentaron las
"emociones del grupo" como resorte curativo no teorizaron sobre esta situación, desde un
nivel empírico comprobaron que el grupo -en este caso amplio- ofrecía cierto resorte de
eficacia terapéutica mayor que los tratamientos individuales. Puede observarse que se
encuentra aquí en estado silvestre cierta noción de efecto de grupo; factores emocionales
movilizados posiblemente a través de transferencias reforzadas hacia el terapeuta, entre los
integrantes, hacia la institución; y un embrionario dispositivo de grupo amplio.
B) Aplicaciones iniciales del psicoanálisis a los grupos
Se abordarán ahora los aportes psicoanalíticos de orientación anglosajona en el
trabajo y teorización sobre lo grupal. Originariamente pensados con fines psicoterapéuticos,
estos dispositivos se aplicaron luego en la formación de coordinadores de grupo y en las
intervenciones institucionales (Maxwell Jones y E. Jacques).
Esta corriente, dentro de las terapias colectivas, tuvo una importancia mucho mayor
que las anteriores no sólo por su gran difusión sino por las consideraciones teórico-técnicas
que la animaron. Inspirada en el psicoanálisis, fueron sus figuras pioneras más
representativas Slavson, Schilder y Klapman. Más allá de algunas diferencias técnicas entre
ellos esta corriente introdujo la interpretación en la situación colectiva, aplicando al grupo el
"setting" psicoanalítico; a través de estos recursos crea las condiciones para descentrar
coordinación de liderazgo y para superar el procedimiento sugestivo propio de las terapias
"por" el grupo.
Al pasar del análisis "individual" al "colectivo", inmediatamente se presenta un
problema, ¿a quién interpretar? En el contrato psicoanalítico esto parece tan obvio que ni
siquiera se pregunta, pero cuando el terapeuta se vio enfrentado a varios individuos en tomo
a él, la dirección de la interpretación adquirió un status problemático. En la solución de este
dilema ha estribado una de las principales diferencias técnicas -y también teóricas- entre los
procedimientos de las diferentes corrientes que aplicaron el psicoanálisis a los grupos.
Tanto Slavson como Klapman buscaron la solución de esta dificultad, incluyendo
como parte de su dispositivo un artificio consistente en tratar de unificar al grupo de varias
maneras de modo que la interpretación dada en su seno valiera para todos -o para la mayoría-
de los participantes.
¿Por qué era para ellos imprescindible la unificación del grupo? Frente a la disyuntiva
de a quién interpretar, la solución encontrada en ese primer momento fue agrupar a personas
con un mismo tipo de problemas; se presuponía que la interpretación realizada a uno de sus
integrantes debería ser válida para la mayoría de los mismos. Por esta razón se ha
denominado a estas primeras formas de aplicación del Psicoanálisis a los grupos "terapia
interpretativa individual en grupo". Actualmente, este artificio resulta sumamente rudimentario,
pero lo que se quiere resaltar es que al introducir la interpretación psicoanalítica en los
dispositivos grupales, comenzó a problematizarse la dirección de la interpretación y fue
necesario buscar técnicas específicas.
Otro tipo de respuesta técnica al problema de la interpretación fue la "técnica
interpretativa de grupo". Este tipo de terapia toma al grupo como fenómeno central y punto
de partida de toda interpretación. Es decir, concibe al grupo como una totalidad, considerando
que la conducta de cada uno de sus miembros siempre se ve influida por su participación en
ese colectivo. Este tipo de enfoque considera que lo individual debe ser siempre contemplado
dentro del marco colectivo donde se manifiesta.
Esta orientación tuvo gran desarrollo en la Argentina; dicen Grinberg, Langer y
Rodrigué, verdaderos pioneros de esta forma de trabajo grupal:
sólo con un planteo que toma al grupo como una gestaIt, entramos en el
terreno de la microsociología. Aquí se considera el campo multipersonal
como un fenómeno digno de ser estudiado por sí mismo. Es una
psicoterapia "del" grupo y no del individuo "en" el grupo, o de los pacientes
"por" el grupo.
En función de esto denominaron a su técnica "psicoterapia de grupo", diferenciándola
de aquellos que interpretaban al individuo “en" el grupo y de los que actúan "por" el grupo,
manejando las emociones colectivas sin interpretarlas. Fundamentan su planteo alegando "la
aplicación consecuente y total del psicoanálisis, al grupo con su técnica estrictamente
transferencial". Advierten la importancia de interpretar a los participantes en su sesión
únicamente en función del aquí y ahora dado que esta forma técnica permite que las
respuestas provocadas integren al grupo. Señalan los inconvenientes que traen las
interpretaciones individuales y no transferenciales.
C) El todo no lo es todo
Las psicoterapias de grupo psicoanalíticas hasta aquí presentadas suelen agruparse
en dos tendencias: Psicoanálisis en grupo y Psicoanálisis del grupo. Interesa localizar este
punto por cuanto debe relacionarse con algunas cuestiones planteadas previamente.
Tomando a los psicoanalistas del grupo, esto es, que analizan al grupo, podría pensarse que
ésta sería la corriente que, superando el eventual "individualismo" de la anterior, en tanto
toma al grupo como un todo, ha rescatado la especificidad de lo grupal.
Pero si se realiza un análisis más detenido se podrá observar que, si bien se interpreta
al TODO-GRUPO, (en algunos casos se dirá incluso "el grupo-piensa", "siente", "se angustia",
etc.) es decir, se toma al grupo como destinatario de toda interpretación, esto no es la garantía
de que esa totalidad: el grupo, haya logrado algún grado de especificidad o particularización.
Se interpreta al grupo, ¿pero hay allí noción de grupalidad?
¿Qué se le interpreta al grupo? Más allá de cierta influencia indirecta de la Dinámica
de Grupos en algunos analistas de grupo ingleses y argentinos, se "lee" la transferencia, las
ansiedades y las fantasías. Esto es, se traslada al conjunto del corpus psicoanalítico de esta
corriente tal cual, pero en vez de interpretar a las personas singulares, es el grupo el receptor
global de las interpretaciones; la fantasía inconsciente grupal, es aquella fantasía individual
que ha operado como común denominador de los integrantes. El grupo más que confirmar
una eventual totalidad específica, es algo así como un conjunto de personas portadoras de
un sujeto inconsciente en el que se hallan inscriptos, y en tanto tal acreedor de igual tipo de
interpretaciones que las personas que se encuentran en tratamiento psicoanalítico de
contrato dual. Este tipo de orientación fue creando las condiciones de existencia de nociones
como fantasía grupal que operaron en analogía con la fantasía inconsciente singular.69 Si
bien es necesario considerar que los grupos construyen sus propias figuraciones imaginarias,
es importante diferenciarlas de supuestas fantasías grupales de igual categoría inconsciente
que las fantasías investigadas por el psicoanálisis.
Con respecto a la relación todo-partes, planteos estructuralistas posteriores
puntualizaron que no alcanza con afirmar que el todo es más que la suma de las partes, si no
puede anunciarse el sistema de relaciones de las partes entre sí, de las partes con el todo y
del todo y las partes. Este todo-grupo que en un primer momento se constituyó en principio
de demarcación comienzo así a transformarse en "obstáculo epistemológico" para pensar lo
grupal.
Más allá de las críticas que desde la actualidad podrían realizarse a esta forma de
trabajo, interesa resaltar -para una genealogía de lo grupal -que esta corriente abrió
dispositivos grupales de número restringido confines terapéuticos, es decir, instituyó grupos
en un nuevo campo de aplicación: la clínica psicoanalítica.
Con ligeras variantes, lo fundamental del bagaje tecnológico de ese dispositivo fue:
siete u ocho integrantes se reúnen durante una hora y media, se sientan en forma circular
con el analista; como no se les da un programa a desarrollar ni indicaciones precisas, todas
las contribuciones surgen espontáneamente de los pacientes; todas las comunicaciones del
grupo son consideradas como equivalentes a las asociaciones libres del paciente en la
situación psicoanalítica; el coordinador mantiene una actividad similar a la que asume el
psicoanalista en el tratamiento individual (es el objeto figura de la transferencia) e interpreta
contenidos, procesos, actitudes y relaciones. Todas las comunicaciones son de importancia
central para la curación y la actividad terapéutica del analista, y se consideran como partes
de un campo de interacciones (la matriz del grupo). Todos los miembros deben tomar parte
activa en el proceso terapéutico total.
En el intento de reconstrucción genealógica es conveniente detenerse en un punto
significativo, ¿porqué habrán visto un "gran individuo"?, ¿por qué habrán pensado la
existencia de una fantasía inconsciente grupal? Sin duda el pensar a los grupos como
grandes individuos se transforma en un obstáculo epistemológico para pensarlos en sus
propios sistemas de legalidades, sin embargo es probable que frente a esta pregunta no
pueda formularse una única respuesta. Habrá que poner en juego diferentes cuestiones
problemáticas.
Al producir sus discursos sobre la grupalidad, esta corriente quedó restringida por
cierta tendencia del psicoanálisis -en cualquiera de sus escuelas- a la extraterritorialidad, esto
es, a considerar el sistema de legalidad propio para el campo psicoanalítico, como
absolutamente válido para interpretar regiones de otras territorialidades disciplinarias; esto
implica no considerar otros campos disciplinarios como tales, sino como meros espacios de
aplicación del psicoanálisis. Este tipo de extrapolaciones que suelen constituir -aun hoy-
fuertes impensables del psicoanálisis, pudieron hacer posible que estos primeros
psicoanalistas de grupo consideraran que sólo era cuestión de trasladar el bagaje tecnológico
y sus formas de contrato dual al colectivo, sin necesidad de grandes modificaciones. Esta ha
sido una de las maneras por las que el a priori "individualista" creó condiciones para pensar
a los grupos con igual sistema de legalidades que lo inconsciente. Tal a priori opera aquí dos
movimientos de reducción; uno por el cual, como se ha señalado en páginas anteriores, el
grupo es pensado como un gran individuo; otro por el cual se confunde el "sujeto del
inconsciente" con el “moi" y aun con el "individuo", reducción criticada enfáticamente por
Lacan.
Por otra parte, no pueden dejar de mencionarse situaciones internas a la institución
psicoanalítico, ya que si quienes montaban dispositivos grupales clínicos eran psicoanalistas,
por el hecho de serio se encontraban frente a la urgencia de legitimar sus prácticas frente a
sus pares. En tal sentido el camino elegido para hacerlo fue mostrar que aquello que
realizaban en sus grupos era psicoanálisis y por lo tanto debía presentar las menores
variaciones posibles con respecto a la forma instituida de contrato dual. Esto operó como
fuerte obstáculo para pensar cualquier especificidad o diferencia tanto teórica como técnica
en los grupos; este peso de la institución psicoanalítico, en su forma corporativa, no sólo suele
encontrarse en los primeros intentos de articulación del psicoanálisis con el campo grupal,
sino que ha recorrido la historia misma de la institucionalización del psicoanálisis.
En función de lo antedicho, de aquí en más se hará necesario distinguir los
importantes aportes del psicoanálisis -en sus distintas corrientes- al campo grupal, de un
psicoanalismo en los grupos.
Junto a esta forma que adopta el psicoanalismo en el campo grupal: tomar al grupo
como un gran individuo, y su consecuencia teórico-técnica: la fantasía inconsciente grupal,
puede mencionarse otra forma de su extraterritorialidad, que suele acompañar a la primera:
la novela psicoanalítica de los grupos; el contenido de su narrativa varía según la corriente
de psicoanálisis en que se produzca.
Puede afirmarse que el pensar la totalidad no garantiza la absoluta demarcación del
campo disciplinario; habrá que pensar las relaciones de las partes entre sí con el todo. Una
vez armada esta articulación el todo no tiene por qué contradecirse con momentos
particularizados de las partes; asimismo, dentro de este conjunto habrá que pensar cuáles
son los organizadores que relacionan al todo y las partes, a las partes en sí.
La noción de un todo fundante del que derivan o emergen partes, suele orientar
intervenciones globalizantes de la coordinación, enunciadas generalmente en forma
impersonal, que subordinan o silencian las particularidades, diferencias, singularidades, a una
totalidad homogénea y de hecho, masificadora.
En ese sentido, de considerar al grupo como un todo, habrá que trabajar una noción
de totalidad que no homogeinice partes, donde las singularidades puedan ser significadas en
todos sus movimientos de diferencias e identidades. Donde las singularidades no sean
sinónimo de las personas que componen tal colectivo.
En el dispositivo que monta el psicoanálisis de grupos puede observarse que, si bien
sostienen la intuición fundante de un plus grupal irreductible, al no poder sostener la tensión
todo-partes subsumieron estas últimas en el primero. Esto implicó consecuencias técnicas
presentes aun en la actualidad, y que han dado lugar a muchas críticas basadas en el efecto-
masa que producen los grupos.
El psicoanálisis del grupo -que junto con la concepción operativa de Pichon Riviére y
el Psicodrama Psicoanalítico, formó a la mayoría de los coordinadores de grupo de los años
'60 y '70 en la Argentina- operó persistentemente con el reduccionismo señalado; en ese
sentido constituye un fiel exponente de la mentalidad de grupo. Son varias las figuras de este
reduccionismo. Una de ellas es la tendencia a visualizar un grupo como una "persona" de la
cual cada integrante representa una función o estructura especializada; esto permite al
coordinador "entender" lo que acontece a través de una imagen integrada, unificadora. Otra
figura es la adscripción de vivencias al grupo, corolario biológico de su personificación, por la
cual éste es capaz de vivenciar emociones; esto contribuye a un estilo técnico bastante
frecuente que parte de la suposición de que si "una parte del grupo" (algún miembro o
miembros) expresa un sentimiento, los que no lo manifestaron deberán sentirlo de alguna
manera. En consecuencia la interpretación hará referencia a ese sentimiento del grupo. Se
encuentran aquí en acto dos nociones: el individuo-síntoma que representa al grupo persona
y el grupo dotado de intencionalidad. Estas nociones harán posibles intervenciones
interpretativas que pondrán en enunciado cuestiones tales como que el grupo transfiere,
resiste las interpretaciones, se angustia, se deprime o está maníaco.
Otra consecuencia típica de la personificación es el tomar la parte por el todo, en estos
casos se supone que "el emergente" mantiene con el grupo la misma relación de
representación que la sustentada por un segmento de conducta respecto de la persona total.
La lógica interna de este supuesto es la siguiente: a partir de la premisa "la conducta de un
elemento es función del todo", se concluye con rapidez que la conducta del individuo es la
conducta del grupo. Su sostén es la convicción de que cualquier conducta de un miembro
representa o expresa la situación que atraviesa el grupo.
Sin duda, una producción discursiva gestual, corporal, etc., de algún integrante de un
grupo puede configurarse eventualmente como indicador de una situación grupal, pero a
condición de que cobre tal significación en una red de enlaces discursivos, gestuales, etc.; es
decir a veces y no siempre.
D) Del líder al oráculo
La incorporación del "setting" psicoanalítico en el trabajo con grupos otorgó las
condiciones para descentrar al lugar de la coordinación de los liderazgos; es decir, abrió la
posibilidad para que sus producciones se asentaran sobre mecanismos diferentes a la
sugestión. No menos importante es la vía que así se fue abriendo para alejar a los grupos del
fantasma de la manipulación.
De todos modos, las condiciones de neutralidad que la transferencia del "setting"
analítico al campo grupal produjeron, han sido un jalón significativo que merece subrayarse;
la introducción de la escucha analítica, con sus condiciones de neutralidad y abstinencia, al
desmarcar la coordinación de los liderazgos, dejó a ésta en mejores condiciones para la
elucidación del acontecer grupal; sin embargo, los psicoanalistas del grupo que hicieron
posible este significativo aporte, sesgados en el acto de lectura por el estilo kleiniano propio
de ese momento institucional del psicoanálisis, reciclaron otra forma de poder de la
coordinación; en tanto el coordinador, en el acto interpretante, develaba lo oculto del grupo,
se instituía en un nuevo lugar de saber-poder; él era quien sabía lo que al grupo le pasaba.
Se acercaba así a la constitución de otra forma de liderazgo; si bien ya no lideraba las
discusiones o diálogos que se daban en el grupo, era él quien detentaba un supuesto saber
del grupo organizando un lugar de coordinación-oráculo.
En síntesis, la unificación de liderazgo y coordinación propia de la microsociología es
superada por el psicoanálisis del grupo; este aporte psicoanalítico, al necesitar re-crear las
condiciones técnicas de la escucha psicoanalítica incorpora en su trabajo con grupos sus
condiciones de posibilidad, es decir neutralidad y abstinencia. Hito importantísimo para una
genealogía de lo grupal; pero, en tanto sus lecturas de lo grupal se encontraron dentro de una
teoría de la representación-expresión y sostenían una noción de todo en el que se subsumen
las partes, se organizaron las condiciones para re-investir en otro lugar de hegemonía a la
coordinación; surge así el coordinador-oráculo, quien si bien devuelve sistemáticamente los
liderazgos al grupo, sólo él sabe-comprende a través de las manifestaciones visibles el
sentido oculto del acontecer grupal.
EL NUDO GRUPAL
A) Lo grupal como campo de problemáticas
La cuestión de los organizadores grupales ha remitido a un tópico altamente complejo;
la dificultad se presenta cuando surge la necesidad de poner en juego organizadores socio-
culturales, tratando de articularlos con los organizadores fantasmáticos de los grupos; si bien
la categoría de intermediario puede ofrecer algún instrumento de indagación, pareciera ser
que la cuestión de los organizadores grupales se encuentra mucho más "anudada".
Muchos de los esbozos conceptuales que se ofrecen en este punto con respecto a los
anudamientos-desanudamientos grupales han sido generados a partir del trabajo en
psicodrama psicoanalítico; particularmente ha resultado muy productiva la investigación y
aplicación clínica y docente de la técnica de multiplicación dramática. Montada como
laboratorio, dicha técnica a través de la multiplicación de escenas ha hecho visible que tanto
en cada una de las escenas de una multiplicación, como en su secuencia, operan
simultáneamente inscripciones muy diversas de referentes deseantes, grupales,
institucionales y sociopolíticos; lo mismo sucede en los momentos discursivos del trabajo
(tomando, claro está, tanto la dimensión de lo dicho como de lo no dicho del discurso). Tales
inscripciones se producen simultáneamente, no son homologables, pero tienen en común que
todas escapan al registro consciente de los integrantes.
Cada escena, lo mismo que su secuencia, más allá de sus componentes expresivos,
comunicativos, es generadora de múltiples sentidos. Por otra parte es imposible leer dicho
sentido exclusivamente desde la coordinación; los comentarios grupales posteriores, en su
dimensión de lo dicho y lo no dicho, hacen posible acceder a algunas de las líneas de sentido
operantes. Nunca, por lo tanto, se está en presencia de un sólo sentido que pueda funcionar
como cierre, dando cuenta de lo multiplicado. Aparecen múltiples sentidos y aun así, se
"sabe" que lo acontecido en una situación grupal es mucho más que aquello de lo que se
puede dar cuenta.
Insisten algunos interrogantes, así por ejemplo, ¿son los organizadores fantasmáticos
quienes tienen la capacidad de determinar ("organizar") el conjunto de los acontecimientos
grupales? Si se intenta desmarcar la forma de indagación de una lógica de objeto discreto,
se tiende a pensar en el atravesamiento de diferentes organizadores; el criterio de operar con
una sola línea de organizadores, o jerarquizarlos en forma estable, se vuelve restrictivo para
pensar lo grupal. Esto, sin duda, no debe excluir que en determinados momentos grupales se
vuelven más significativos unos organizadores que otros; por otra parte, el resaltar la
singularidad del acontecimiento no implica pensar éste por fuera de las legalidades. Más bien
se plantea la necesidad de abrir el pensamiento de lo grupal hacia lógicas pluralistas que
legitiman epistemológicamente atravesamientos disciplinarios.
En el intento de salvar el riesgo del reduccionismo es que se enunciaba líneas arriba
que las producciones grupales se realizan a través de la imbricación caleidoscópica de sus
organizadores; a partir de allí es que se orienta la indagación hacia la necesidad de abordajes
transdisciplinarios para la teorización de lo grupal.
Un criterio transdisciplinario supone replantear varias cuestiones. En primer lugar, un
trabajo de elucidación crítica sobre los cuerpos teóricos involucrados, que desdibuje una
intención legitimante de lo que ya se sabe para poder desplegar la interrogación de hasta
dónde sería posible pensar de otro modo. Implica asimismo el abandono de cuerpos
nacionales hegemónicos de disciplinas “reinas" a cuyos postulados, códigos y orden de
determinaciones se subordinan disciplinas satelizadas; sobre estos presupuestos se crean
las condiciones para la articulación de contactos locales y no globales entre diferentes
territorios disciplinarios, como así también que aquellos saberes que las disciplinas
hegemónicas habían satelizado, recobren su potencialidad de articulaciones multivalentes
con otros saberes afines.
De esta forma los cuerpos teóricos funcionan como "cajas de herramientas” 96 es
decir, aportan instrumentos y no sistemas conceptuales; instrumentos teóricos que incluyen
en su reflexión una dimensión histórica de las situaciones que analizan; herramienta que junto
a otras herramientas se produce para ser probada en el criterio de su universo, en conexiones
múltiples, locales y plurales con otros quehaceres teóricos. Se hace clara entonces la
diferencia con producciones teóricas que se transforman en concepciones del mundo, que se
autolegitiman en el interior de su universo teórico institucional y que por lo mismo exigen que
toda conexión con ellas implique instancias de subordinación a la globalidad de su cuerpo
teórico.
Por lo antedicho, junto a esta forma de utilización de las producciones teóricas como
cajas de herramientas, un enfoque transdisciplinario presupone un desdisciplinar las
disciplinas de objeto discreto y seguramente en el plano del actuar, cierto desdibujamiento de
los perfiles de profesionalización, por lo menos en aquellos más rigidizados.
Aquí es pertinente distinguir los criterios epistemológicos transdisciplinarios de la
"epistemología convergente" de Pichon Riviére. Ambos intentan dar respuesta a
problemáticas que resistan ser reducidas a un solo campo disciplinario, pero los caminos
elegidos son diferentes. La "epistemología convergente" aspira a que en tal convergencia
todas las Ciencias del Hombre funcionen como una unidad operacional y aporten elementos
para la construcción de los esquemas referenciales del campo grupal.97 Una epistemología
que haga posible una "Teoría del Hombre Entero”.
Esta opción epistémica se sustenta en una noción de Hombre muy característica de
los paradigmas humanísticos vigentes en los años 60; en la ilusión de lo Uno, donde en su
convergencia las diferentes disciplinas pudieran conformar un discurso totalizador. Donde si
bien evitan el reduccionismo de dar cuenta del campo grupal desde una sola disciplina,
poniendo las diferentes ciencias en interrelación, no cuestionan a las ciencias positivas en la
territorialización de sus saberes.
Los criterios transdisciplinarios se sustentan, justamente, a partir de una elucidación
crítica de este tipo de localizaciones, buscando nuevas formas de articular lo uno y lo múltiple.
En su propuesta de contactos locales y no globales localizan un "thema" en su singularidad
problemática y éste es atravesado por diferentes saberes disciplinarios; sin embargo no
pretenden unificarlos en una unidad globalizante.
Este movimiento que propone el atravesamiento de diferentes áreas de saberes, a
partir de "themas" a elucidar, sostiene varias y complejas implicancias, En primer lugar,
cuando cierta región de una disciplina se transversaliza con otros saberes, pone en crisis
muchas de sus zonas de máxima evidencia. En segundo lugar, exige la constitución de redes
de epistemología crítica abocadas a la elaboración de aquellos criterios epistémicos que en
su rigurosidad hagan posible evitar cualquier tipo de patch-works teóricos. En tercer lugar, y
ya en el plano de las prácticas, vuelve necesaria otra forma de constitución de los equipos de
trabajo; si no hay disciplinas “reinas" tampoco habrá profesiones hegemónicas, Este
pluralismo no es sencillo de lograr.
En función de lo aquí esbozado es que se ha propuesto pensar los grupos, más como
campos de problemáticas que como campos intermediarios entre lo individual y lo social99 o
como eventuales objetos teóricos; en ese sentido es que se los enuncia como "nudos
teóricos", aludiendo al des-disciplinamiento disciplinario que se vuelve necesario instrumentar
para su conceptualización. De tal manera, una eventual teoría de los grupos tendrá que
bascular permanentemente, en un doble movimiento, investigando en la especificidad de lo
que en un grupo acontece y trabajando -al mismo tiempo- el entramado de tal especificidad
en inscripciones más abarcativas.
Al pensar los grupos en el atravesamiento de sus múltiples inscripciones se crean las
condiciones de posibilidad e incluirlos en campos de análisis más abarcativos. Este criterio
permite trabajar el desdibujamiento del grupo-isla ya que necesariamente remite al anclaje
institucional de los grupos. Al mismo tiempo, contribuye a desmarcar la antinomia individuo-
sociedad en tanto implica significantes sociales operando, no como efecto de influencia sobre
el individuo, sino como fundantes del sujeto.
B) Un número numerable de personas (cuerpos discernibles)
Como es sabido la identificación en su doble dimensión constitutiva es -a la vez- base
libidinal del lazo colectivo como de la fundación del sujeto. Esta profundidad del pensamiento
freudiano ha permitido elucidar las condiciones estructurales por las que el sujeto hace masa:
aquello que no puede dejar de hacer por el hecho de ser sujeto. Los agrupamientos que aquí
interesan tienen la particularidad de producirse entre un número numerable de personas. Esto,
sin duda, establece una de las especificidades de lo grupal; los enlaces identificatorios
presentes en todo fenómeno colectivo, adquieren características propias, cuando, a
diferencia de una reunión de individuos innumerables, tales agrupamientos se constituyen en
un número numerable de personas.
El carácter numerable del grupo introduce peculiaridades de los procesos
identificatorios, en tanto los cuerpos de los otros se hacen discernibles. Algo hace nudo. La
distribución circular del dispositivo opera efectos más allá de lo espacial, haciendo posible
una particular organización de los intercambios entre los integrantes; todos están expuestos
a la visión de los otros y pueden, a su vez, ver a todos y a cada otro; esta situación particular
genera condiciones de "mirada"; mirada que se desliza entre las tensiones del reconocimiento
o el desconocimiento, de la amenaza o el sostén; juegos de mirada que desencadenarán
resonancias fantasmáticas y harán posibles, o no, procesos identificatorios y transferenciales;
juegos de mirada que afectan y desafectan los cuerpos en sus juegos productivos de deseo
y poder.
Esta característica de los procesos identificatorios de un número numerable de
personas donde los cuerpos se hacen discernibles, afectados unos y otros a juegos de mirada,
establece las condiciones para la organización de redes identificatorias y transferenciales. Se
propician, de tal modo, singulares anudamientos y desanudamientos que orientan al pequeño
colectivo por los avatares de sus producciones, institucionalizaciones y disoluciones.
¿Qué acontece cuando un número numerable de personas hace nudo? Se producen
redes de procesos identificatorios y transferenciales propios y únicos de ese grupo. Puede
considerarse que dicha red constituye una primera formación grupal. Pero aquí no se agota
la productividad de ese pequeño colectivo. El grupo, en tanto espacio táctico, genera efectos
singulares e inéditos, despliega la producción de sus formaciones, la generación de
multiplicidades imaginadas e imaginarias, invenciones simbólicas y fantasmáticas, como así
también sus niveles de materialidad.102 En síntesis, un grupo inventa sus formaciones, es
decir inventa las formas o figuras de sus significaciones imaginarias. Estas sostienen la
tensión de inventarse en su singularidad y en su atravesamiento socio-histórico-institucional.
Es en este cruce donde despliega sus acontecimientos, actos, relatos, intervenciones,
producciones materiales, actings, afectaciones, etcétera.
Si debiera hablarse de un "algo común" que los grupos producen éste son las
formaciones grupales; cada grupo configura sus propios diagramas identificatorios, pero
también sus mitos, ilusiones y utopías diversos; estas significaciones imaginarias que los
grupos producen, tienen como condición necesaria -pero no suficiente- la llamada
"resonancia fantasmática" y los procesos identificatorios.
Los mitos grupales suelen ser elaboraciones noveladas de su origen, del porqué de
su existencia, pero vividos por sus integrantes como su momento fundacional real; junto con
sus utopías harán posible la novela grupal, propia de ese grupo. Entre las producciones
grupales míticas y utópicas, hay una relación recíproca ya que la novela del origen suele
organizarse en función de los proyectos e ilusiones al mismo tiempo las utopías que en un
grupo se produzcan; generalmente se apoyan en su versión de por qué, cómo o para qué ha
nacido. De todos modos, vale hacer una cierta distinción: los mitos suelen referir a la historia,
las utopías a los proyectos, a lo prospectivo.
Estas producciones colectivas son componentes siempre presentes en los grupos,
orientan muchos de sus movimientos, son absolutamente singulares de cada grupo y suelen
ser de gran incidencia en las formas o estilos de trabajo de un grupo.
Podría decirse entonces que los mitos grupales son aquellas significaciones
imaginarias que un grupo construye, al dar cuenta de su origen novelado, imbricados con las
utopías del grupo y apoyados en la historia real de tal conjunto de personas.
En síntesis, las significaciones imaginarias grupales, por ejemplo las ilusiones, mitos
y utopías de un grupo, operan como cristalizaciones o puntos de condensación en la
producción de múltiples sentidos, constituyendo el camino obligado por donde los flujos
productivos del grupo transitan la construcción de su historia.
Así como resaltar las singularidades de las formaciones grupales no exime de pensar
sus inscripciones socio-histórico-institucionales, el pensar ilusiones, mitos y utopías como el
algo común -el plus grupal- no exime de analizar las diversas formas de afectación de cada
integrante particular en tales invenciones colectivas.
Se hace necesario -en la medida de lo posible- precisar el sentido del término
imaginario cuando es empleado en expresiones tales como significaciones imaginarias,
imaginario social, imaginario institucional, imaginario grupal, etcétera. En primer lugar es
necesario distinguir taxativamente esta acepción del significado que tiene corrientemente en
psicoanálisis: imagen de, especular. Aquí su utilización es tributaria de la acepción que este
término toma en las ciencias sociales, particularmente en la corriente historiográfica de
historia de las mentalidades. Esta corriente utiliza esta noción sin definirla, aludiendo a la
mentalidad de una época, le sprit du temps, etcétera.
Castoriadis, con el término imaginario social alude al conjunto de significaciones por
las cuales un colectivo, una sociedad, un grupo, se instituye como tal; para ello no sólo debe
inventar sus formas de relación social y sus modos de contrato, sino también sus figuraciones
subjetivas. Constituye sus universos de significaciones imaginarias que operan como los
organizadores de sentido de cada época del social-histórico, estableciendo lo permitido y lo
prohibido, lo valorado y lo devaluado, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo; dan los atributos
que delimitan lo instituido como legítimo o ilegítimo, acuerdan consensos y sancionan
disensos.
En tal sentido distingue lo imaginario radical de lo imaginario efectivo (o lo imaginado).
El primero es aquella instancia por la cual el social-histórico inventa, imagina nuevos
conjuntos de significaciones; constituye, por lo tanto, una potencialidad instituyente,
transformadora, productora de utopías. Lo imaginario efectivo, por el contrario, tiende a la
reproducción-consolidación de lo instituido; cuenta para ello con mitos, rituales y emblemas
de gran eficacia simbólica y en el disciplinamiento de imágenes, anhelos e intereses de los
integrantes de una sociedad.
Afirma este autor que las significaciones imaginarias sociales hacen a las cosas ser
tales cosas, las coloca siendo aquello que son. De tal forma lo imaginario se vuelve "más real
que lo real". Es la institución de la sociedad la que determina aquello que es real y aquello
que no lo es, aquello que tiene sentido y aquello que carece de sentido.
Distingue en el social-histórico un orden de determinaciones y un orden de
significaciones. Es en este último donde sitúa su noción de imaginario social; según este autor
ambos órdenes son imprescindibles para pensar lo social y no pueden subordinarse o
reemplazarse uno por otro.
Si se intenta pensar esta noción en el campo grupal, podría afirmarse que las ilusiones,
mitos y utopías que un grupo produce forman una suerte de imaginario grupal en tanto
inventan un conjunto de significaciones, propias y singulares de ese grupo, pero tributarias -
a su vez- de las significaciones imaginarias institucionales que atraviesan el nudo grupal como
también de las significaciones imaginarias de la sociedad donde se despliegan sus
dispositivos.
Se vuelve así pertinente re-pensar la dimensión ilusional de los grupos. Lo ilusorio ya
no será únicamente mera ficción a des-ilusionar, sino que también será la dimensión desde
donde se producen las significaciones imaginarias que organizan-desorganizan tal colectivo.
Habrá que distinguir, por lo tanto, aquellos movimientos transgresivos -equivalentes
simbólicos de la transgresión de la prohibición del incesto- de los flujos transformadores que
instituyen nuevas significaciones grupales.
C) La relación texto-contexto grupal
¿Cómo puede ser pensada la articulación entre todo aquello que sucede en un grupo
y el acontecer social en que tales actividades se desarrollan? Tradicionalmente, esta relación
suele expresarse también en términos antinómicos, tales como el "adentro" y el "afuera"
grupal; se propone, entonces, la interrogación de las supuestas barreras adentro-afuera
grupal.
Pavlovsky dice:
el grupo es hablado por el argumento del drama inconsciente social en su trama
argumental. Cada integrante actúa a un personaje principal de esa trama. Lo habla su
inconsciente individual, pero al servicio de una trama argumental que alude o sugiere una
fantasmática social.
Reflexionando sobre las particularidades de su práctica como psicoterapeuta de grupo
durante los últimos años de represión política en la Argentina, constata cómo aparecen en
los grupos nuevos personajes investidos de sospechas terroríficas que dan cuenta del
profundo entramado de la fanstamática individual y lo imaginario social. Dice así: "La
Institución de la Muerte, recreada, reinventada en la gran imaginaría grupal, padeciendo y
recreando los terrores infinitos". En tal sentido ¿puede hablarse de cómo o cuándo lo social
"influye" sobre lo que acontece en un grupo? ¿Puede considerarse la relación grupo-sociedad
meramente en términos de influencia? ¿La sociedad se constituye sólo como el contexto
exterior que influye sobre el grupo, orientando algunos de sus movimientos?
Se piensa, en este sentido, que el llamado contexto es, en rigor, texto del grupo; es
decir que no hay una realidad externa que produce mayores o menores efectos de influencia
sobre los acontecimientos grupales, sino que tal realidad es parte del propio texto grupal, en
sus diversas modalizaciones; es por ende fundante de cada grupo; más que escenografía,
drama grupal.
La palabra con-texto alude a aquello que va con el texto, que lo rodea; ahora bien,
¿qué sería el texto grupal?, ya que no puede obviarse que el término texto remite a un orden
de lenguaje. En primer lugar el uso aquí dado no se circunscribe a su sentido verbal-escrito.
¿Qué son esos textos, esas "escrituras", en un grupo? Se hace referencia a las formas
propias que el grupo construye desmarcando el término texto de su connotación estrictamente
lingüística y rescatando -en forma subrayada- su sentido más amplio, aquel que lo refiere a
su productividad. Al rescatar la dimensión productiva del texto se quiere resaltar, en lo que
en un grupo acontece, las formas propias que un grupo produce (en ese sentido, sus
escrituras). Como ya se dijo, al eliminar del término texto su significancia verbal-escrita se
recupera, para su utilización en el campo grupal, el sentido que le otorga J. Kristeva cuando
define al texto por su productividad.
Se afirma así que más allá de sus dimensiones expresiva y comunicativa, el texto
grupal tiene un poder generador de sentidos. Implica, por tanto, un juego infinito, donde el
sentido que en algún momento de lectura se le otorga, no agota su productividad. Más que
un sentido oculto, sustancial, que la interpretación debe develar, el texto mismo es un
permanente generador de sentidos, que en virtud de sus atravesamientos, se inscribe en
múltiples significaciones. Así, no sólo lo dicho y lo no dicho -orden del lenguaje, plano
discursivo- sino también los movimientos corporales, los movimientos espaciales, los
silencios, los pactos, etc., van conformando el complejo entramado de las configuraciones o
formas de un grupo, que en un juego inagotable son, a su vez, generadores de otros múltiples
sentidos. Sentidos diversos que, por otra parte, operarán particularizadamente en y desde los
diferentes integrantes "abrochando" en forma singular en cada uno de ellos.
Estas consideraciones intentan desdibujar el adentro y el afuera grupal en tanto
entidades sustancializadas y pensadas en pares de opuestos; es refutando este criterio
antinómico que se afirma que el contexto es texto grupal y que el texto, a su vez, es generador
de múltiples sentidos. De todos modos, es importante distinguir en este punto dos niveles de
análisis: la problematización teórica de las formas antinómicas de pensar el adentro y el
afuera grupal, respecto de las vivencias de los integrantes de un grupo o sus expresiones
referidas a ellas. Al mismo tiempo, cuando el coordinador naturaliza las referencias de los
integrantes de un grupo, refuerza la forma antinómica señalada, creando condiciones para la
estructuración de un grupo-isla.
Así, al desdibujar el adentro-afuera, el arriba-abajo, los nudos grupales pueden ser
pensados como complejos entramados de múltiples inscripciones. Nudo. Múltiples hilos de
diferentes colores e intensidades lo constituyen: deseantes, históricos, institucionales,
económicos, sociales, ideológicos, etcétera. Pero en realidad, lo efectivamente registrable no
son los hilos que lo constituyen sino el nudo. Complejo entramado de múltiples inscripciones:
todo está ahí latiendo; todas las inscripciones están presentes en cada uno de los
acontecimientos grupales; variarán sí sus combinatorias en cada momento grupal como
también su nivel de relevancia en tal momento; pensar la cuestión de esta manera implica,
obviamente, aceptar que en un grupo se están generando muchísimas más producciones que
aquellas que pueden leerse o anunciarse.
D) La latencia grupal
Es frecuente, en nuestro medio, pensar lo latente -por una particular metaforización
espacial como lo que está debajo, en las profundidades, por lo tanto oculto, y de tan oculto
verdadero… Al mismo tiempo, suele considerarse la latencia como efecto de estructura.
Desde tal perspectiva la función de la intervención interpretante es llevar a la superficie -
ilusional- las verdades que emergen de las profundidades. Como puede observarse se
construye una particular correspondencia entre lo oculto y lo verdadero.
Se intenta reflexionar esta cuestión desde otro lugar. Pensar lo latente como lo que
late -ahí- todo el tiempo, insistiendo en la escena grupal; una latencia en los pliegues de la
superficie más que en las profundidades. Pero para ello se hace necesario re-significar los
términos profundidad y superficie.
A partir de la figura del grupo como nudo, se pretende problematizar -en la lectura de
los procesos colectivos- el adentro y el afuera, el arriba y el abajo grupal; sus múltiples hilos
se entrecruzan y lo que resalta no son ya los hilos fundantes sino el nudo que han formado:
¿cómo delimitar ahora arriba-abajo y adentro-afuera? Todo ahí, latiendo-insistiendo en los
pliegues de la superficie del nudo grupal. Interesa problematizar un esquema que re-instala
la duplicidad del modelo arquitectónico superficie-cimientos; todo está en la superficie. La
insistencia de lo discontinuo, es lo que permite detectar los puntos de condensación, los
pliegues, los intersticios de la misma superficie, más que búsqueda de las profundidades
hacer visible lo que sólo es invisible por estar demasiado en la superficie de las cosas.
Interrogar críticamente una ideología romántica de lo profundo, como unicidad oculta de las
significaciones.
Ya no un análisis que marche de los hechos manifiestos hacia su núcleo interior y
oculto, sino más bien la elección de un recorrido que puntúa insistencias-latencias, todo ahí,
en esa superficie de discursos; múltiples flujos constituyen el acontecimiento, múltiples
inscripciones forman el nudo grupal; múltiples sentidos, pero también los juegos del sinsentido,
la rareza y la paradoja.
Entonces, todo está -ahí- latiendo. Sin embargo, no todo acontecer cobra igual grado
de visibilidad, ni toma forma de enunciado; tampoco sus insistencias son registradas por todos
los integrantes de la misma manera. ¿De qué depende que en el flujo de sucesos, advenga
un acontecimiento? Si acontecimiento es producción de sentido, dependerá de las figuras
que el caleidoscopio identificatorio-transferencial invente; de las implicaciones en que se
afecte la coordinación, del momento en que se encuentre la producción de ilusiones, mitos y
utopías grupales; del contrato en tanto organizador institucional explícito e implícito; de sus
atravesamientos socio-históricos.
E) Lugar del coordinador
El acontecimiento no representa ni expresa; está todo ahí, en tal inmediatez que suele
volverse invisible. Si se acepta que el nudo grupal está atravesado por múltiples sentidos y
más de un sinsentido, siempre excederán aquellos que desde la implicación intepretante se
pueden puntuar; el coordinador sólo podrá puntuar algún sentido, interrogar una rareza,
resaltar una paradoja, indicar alguna insistencia y ya no será quien descubra la verdad de lo
que en el grupo acontece.
Al resituar la función interpretante desde el lugar develador de verdades profundas
hacia la puntuación interrogante, la otra escena no es una escena escondida; ha estado ahí
todo el tiempo, late, insiste, y aun así muchas veces su presencia permanece denegada. Esto
sin duda redefine un cierto lugar de “poder” del coordinador.
Al organizar la lectura de los acontecimientos grupales desde una teoría de la
representación-expresión, crearon las condiciones para reinvestir en figura de poder al
coordinador; desde tal perspectiva éste queda posicionado en un lugar de “saber lo que al
grupo le pasa”; tal coordinador ya no es un líder, pero queda investido en un coordinador
oráculo; sólo él puede leer el sentido de los efectos de estructura.
Actualmente, otro descentramiento se vuelve posible en tanto la función interpretante
se propone puntuar insistencias, interrogar rarezas, resaltar sinsentidos, enunciar paradojas,
etcétera. Ellos laten-insisten en los textos grupales; el coordinador desde su implicación -y no
fuera- sólo registra algunos. Por ende, función interpretante realizada desde un lugar de
ignorancia. De tal modo, otro requisito se agregará a los ya enunciados: la renuncia al saber
de la certeza.
De esta forma la coordinación hace posibles aperturas a nuevas producciones de
sentido. Los integrantes compaginan así distintas formas de textos grupales y producen sus
juegos identificatorios y sus significaciones imaginarias. El coordinador no es el poseedor de
una verdad oculta, sino alguien interrogador de lo obvio, provocador-disparador y no
propietario de las producciones colectivas; alguien que más que ordenar el caos del eterno
retorno busca aquella posición que facilite la capacidad imaginante singular-colectiva.
F) La dimensión institucional de los grupos
Lo que se interroga es si tal ligadura del grupo con los acontecimientos de la realidad
"exterior", se produce sólo cuando lo social adquiere un significativo nivel de turbulencia, o si
hace a una constante de su funcionamiento. Más bien podría pensarse que este entramado
es constitutivo de lo grupal.
Si bien esta opinión deberá fortalecerse con futuras indagaciones, aun cuando se la
mantenga como hipótesis, deberá reconocerse que ésta no es una manera habitual de pensar
la relación de los grupos con su contexto; más bien opera con mucha frecuencia corno un
impensable de lo grupal. Tal vez, especularmente capturados en los grupos plegados sobre
sí mismos sólo se hizo visible su presencia en las formas límites de lo social.
Lo social siniestro no sólo comenzó a refutar con insistencia el artificio de los
gruposislas; también mostró la necesidad de reflexionar -más allá de situaciones
coyunturales- sobre las formas permanentes de relación entre lo grupal y lo social. Una de
ellas es, sin duda, la dimensión institucional.
Puede decirse que la dimensión institucional no se agota en sus aspectos funcionales.
Tiende a normativizar el tipo de enunciados que es pertinente en cada una de ellas
autorizando algunos y excluyendo otros; 129 por fuerte que sea su inercia burocrática, no es
una cosa, sus límites son siempre provisionales y siempre es posible desplazarlos en los
juegos instituyentes. En ese sentido una institución es una red simbólica socialmente
sancionada en la que se articula junto a su componente funcional un componente imaginario.
Desde esta noción de institución, puede pensarse a los grupos desplegándose en lo
imaginario institucional donde inscriben sus prácticas; lo imaginario institucional tanto puede
promover como dificultar las actividades de grupo. En ese sentido es que se considera
restrictivo leer todos los procesos que en un grupo acontecen sólo desde los llamados
dinamismos propios de un grupo o desde el producto de las resonancias fantasmáticas de
las singularidades que componen tal colectivo.
Lo imaginario institucional puede promover o incentivar la producción grupal; así, por
ejemplo, un grupo de transferencia positiva con la institución en la que inscribe sus prácticas
puede operar movimientos grupales que favorezcan o incentiven la productividad del mismo.
En sentido contrario, puede observarse que hay grupos que alcanzan sus momentos de
mayor despliegue productivo desde utopías grupales fuertemente contrainstitucionales.
Muchos son los ejemplos al respecto en las instituciones manicomiales donde equipos
profesionales "de avanzada" intentan transformar la situación de alguna sala. Sólo desde una
utopía de transformación de la institución, esos pequeños colectivos -habitualmente aislados-
pueden enfrentar los paradigmas organicistas y las políticas sanitarias de la psiquiatría clásica.
Sólo desde un proyecto severamente contrainstitucional con respecto al manicomio pueden
sostenerse prácticas rodeadas de tanta adversidad.
Líneas arriba se ha señalado que la dimensión institucional trasciende los edificios.
En tanto red simbólica que articula componentes funcionales e imaginarios, su presencia en
los grupos puede tener diferentes grados de visibilidad o invisibilidad. Así, por ejemplo, podría
suponerse que en aquellos grupos psicoterapéuticos o de formación que no inscriben su
práctica en instituciones públicas, la dimensión institucional en el grupo no ofrece demasiada
relevancia. Sin embargo, en el circuito profesional privado ésta se constituye a partir del
sistema de reglas que el coordinador instituye conformando un sistema simbólico.
Coordinación y sistema de reglas operan como disparador de lo imaginario y crean algunas
de las condiciones necesarias para que ese grupo comience a diseñar sus propias
formaciones grupales.
Por otra parte la membresía del coordinador a determinadas instituciones teórico-
profesionales es una dimensión institucional en el grupo "privado" que no debe subestimarse.
El coordinador es investido como el "representante" de ellas en el grupo. De tal forma el
sistema de avales o descalificaciones a la coordinación suele operar como mediación de
avales o descalificaciones a dichas instituciones. En este sentido, la coordinación soporta
también allí no sólo los movimientos transferenciales clásicamente estudiados por el
psicoanálisis, sino también toda suerte de transferencias institucionales.
Las instituciones forman parte de las redes del poder social. En circuitos macro o micro,
la institución constituye un factor de integración donde las relaciones de fuerza se articulan
en formas: formas de visibilidad como aparatos institucionales y formas de enunciabilidad,
como sus reglas. En tanto figura intersticial, la institución será un lugar donde el ejercicio del
poder es condición de posibilidad de un saber y donde el ejercicio del saber se convierte en
instrumento de poder; en tal sentido es un lugar de encuentro entre estratos y estrategias.
La inscripción institucional de los grupos constituye, al decir de Lapassade, su
impensado, el negativo, lo invisible, su inconsciente.
Quiere resaltarse que las producciones de un grupo nunca dependerán
exclusivamente de la particular combinatoria de identificaciones, transferencias, resonancias
fantasmáticas, etc., entre sus integrantes. Tampoco será mero reflejo o escenario donde lo
imaginario institucional podrá desplegarse. En cada grupo, la combinatoria de sus diferentes
inscripciones producirá un nudo propio singular irreductible.
De esta forma, se pretende inscribir lo grupal en lo institucional, sin perder lo específico
de la grupalidad. Es necesario sostener tal especificidad sin hacer de los grupos islas y, al
mismo tiempo, tomar como vector de análisis la dimensión institucional. Se piensa más bien
en un movimiento tal, donde grupo e institución se significan y resignifican mutua y
permanentemente. En síntesis, un grupo se inscribe en un sistema institucional dado, de la
misma manera que la institución sólo vive en los grupos humanos que la constituyen.
G) Algunos impensables
¿Cómo opera efectos la institución en un grupo? Es importante señalar que las normas
de funcionamiento, la coordinación y el contrato son los indicadores del sistema
simbólicoinstitucional en el que un grupo se inscribe, Este sistema: normas de funcionamiento,
formas de coordinación y contrato, opera en un sentido explícito-funcional; sin embargo, su
normatividad también operará eficacia como dispensador de significaciones imaginarias
grupales.
Normas de funcionamiento
Las normas de funcionamiento, si bien tienen una operatividad evidente en tanto
permiten a un grupo organizarse, no es éste el nivel de eficacia que se desea aquí subrayar,
sino que se está haciendo referencia a los efectos implícitos que laten-insisten, produciendo
significaciones imaginarias donde se atraviesan diversas inscripciones (identificatorias,
transferenciales, transgresivas, ideológicas, juegos de poder, etcétera).
De los múltiples sentidos que los textos grupales disparan, los movimientos grupales
suelen cristalizar algunos dando origen a los mitos, ilusiones y utopías de ese pequeño
colectivo. Aun así esto no significa que se homogeinicen los posicionamientos; sólo sugiere
que se han puesto en juego dentro del grupo actos de nominación, procesos de producción
y apropiación de sentido, narrativas, metaforizaciones, etcétera. Es decir que tal colectivo ha
creado las condiciones para los pliegues y despliegues de sus acciones, sus relatos y sus
afectaciones; sus invenciones y sus políticas, sus consensos y sus disensos.
La coordinación
El tema de la coordinación rebasa ampliamente el nivel explícito funcional, operando
desde múltiples eficacias simbólico-imaginarias. Este punto invita a re-pensar dos problemas:
 la relación entre las formas de coordinación y sus posibles lugares de poder;
 la caracterización de los movimientos transferenciales en los grupos.
Con respecto al primer punto debe señalarse que los posibles lugares de poder que
la coordinación ocupe varían según la forma de coordinación adoptada. Es importante aclarar
que la mención de este posible lugar de poder no supone que éste sea el único lugar de poder
dentro de un grupo ni el más significativo.
Las sucesivas demarcaciones hicieron posible delimitar un lugar de la coordinación ya
definitivamente diferenciado del perfil de coordinación que durante años había instituido la
microsociología.
De aquel coordinador-Iíder a un coordinador-oráculo: sólo él sabe lo que el grupo dice
cuando sus integrantes hablan.
Asimismo se toma en consideración otro descubrimiento que se opera en la actualidad
demarcando otro espacio para el lugar de la coordinación y la función interpretante. Forma
de interpretación que puntúa insistencias, interroga rarezas, resalta sinsentidos y paradojas.
Lugar de coordinación que renuncia a un saber de certezas, evita el cierre de sentidos que
las evidencias de verdad producen de manera tal de situar la coordinación en aquella posición
que facilite la capacidad imaginante singular-colectiva.
Frente a esta manera alternativa que la coordinación adquiere es importante
puntualizar algunas cuestiones, En primer lugar, no habrá de confundirse esta renuncia al
saber de la certeza con vacilaciones o ambigüedades en las intervenciones de la coordinación.
Renuncia a una forma de certeza y no abandono de la intervención interpretante. En segundo
lugar -y en función de lo anterior- tal renuncia no exime a quien se posicione como coordinador
de una formación específica en los conocimientos teóricos y técnicos que lo legitimen para
su función. Está en juego aquí otra manera de intervenir, otra noción de interpretación.
¿Por qué esta insistencia en no fijar sentidos desde la coordinación? La renuncia al
saber de la certeza se funda, sin embargo, en una certidumbre. Aquella que otorga a las
gestiones de los colectivos humanos la capacidad de imaginar y transitar sus propios
senderos, Senderos a inventar en los cursos y recursos de su dimensión ilusional: repliegues
en sus ficciones y despliegues de sus acciones, a partir de sus utopías.
Con respecto a la caracterización de los movimientos transferenciales en los grupos
es obvio que la coordinación produce efectos de eficacia induciendo y ofreciéndose para la
producción de amplios y variados movimientos transferenciales. Pero es importante
detenerse un momento en este punto porque no sólo se mueven aquí -como se apuntaba
líneas arribamovimientos transferenciales, en el sentido psicoanalítico que habitualmente se
da a este término. En realidad en la figura del coordinador no sólo se transfieren imagos
familiares, sino también transferencias institucionales; así muchas veces éste es vivido como
el "representante" de la institución donde el grupo inscribe su práctica. estas transferencias
institucionales no necesariamente actualizan familiarismos edípicos sino que transfieren
dimensiones actuales del conflicto social. Este criterio amplio de transferencia suele quedar
en invisibilidad en la lectura de los acontecimientos grupales; cuando así sucede se produce
un particular reduccionismo; este “familiarismo transferencial" suele convertirse en uno de los
principales instrumentos tecnológicos de los grupos-islas. Se instrumenta allí una noción de
fantasma "privatizado", es decir vaciado de sus posibles afectaciones institucionales, sociales
y políticas. De tal forma, se crean las condiciones para descontextuar al grupo; para que esto
sea posible ha sido necesario denegar los dimensiones institucionales y socio-políticas, es
decir, lo público. Pero, si el contexto es texto grupal, en realidad, de-textúan, es decir vacían.
¿Qué dimensión es así exiliada, desterritorializada, denegada? Se deniega lo que
ilusoriamente se ha puesto en un "afuera" grupal, invisibilizando o interpretando
familiarísticamente problemáticas tan específicas como por ejemplo los juegos de poder
dentro del grupo y/o en relación a la institución, la problemática del dinero, los conflictos
surgidos en función de los niveles de apropiación de los bienes simbólicos y materiales que
un grupo produce, los aspectos transformadores de los movimientos instituyentes grupales,
fermento transformador y no mera transgresión a los equivalentes simbólicos de la prohibición
del incesto. En síntesis, se exilia la política de los grupos -su política-familiarizando,
edipizando sus rebeliones y sus sumisiones.
Jasiner, G. (1996). El grupo operativo, ¿cura?. En G. Jasiner y M. Woronoski. Para

pensar a Pichon . (pp. 123- 138). Buenos Aires: Lugar Editorial.

Lo grupal – los grupos


Trabajamos con grupos, no somos grupólogos; ¿somos grupalistas?, más bien
pensamos los grupos como espacios válidos de producción, en los que el cambio, y en este
sentido la cura y el aprendizaje, pueden acontecer. Nos interesa lo grupal.
Como dice de Brasi: “Lo grupal atraviesa a los grupos, pero no se agota en ellos”. Nos
interesa la cuestión de “lo grupal” como una problematización teórica desde la cual se pueda
pensar los grupos concretos y algo de la producción histórica y social de la subjetividad; pero
“lo grupal” es también un modo de escucha, de lectura de una producción, de lectura de un
texto. Son los grupos con los que se escucha, la grupalidad de las escenas, las lógicas
pluralistas de nuestra escucha, la pluralidad de formas y sentidos que va adquiriendo el
rompecabezas que articula de infinitos modos las palabras, los movimientos, los cuerpos y
los tiempos.
Grupo operativo o grupo terapéutico
La idea que recorrerá este trabajo es que en los grupos operativos algún efecto de
cura sobreviene por añadidura (la idea de añadidura, si bien la utilizaremos con otros sentidos,
está tomada de Lacan). Trabajaremos aquí la idea de añadidura como efecto secundario;
como consecuencia, en tanto no es el motivo que convoca a un grupo operativo para que
este exista como tal.
Algo sobre la cura
La “cura”, así como también la “terapia” son términos heredados del discurso médico.
Salud en la medicina clásica tiene que ver con ausencia de enfermedad.
El psicoanálisis subvierte, o al menos se propone hacerlo, el significado médico del
término, en tanto salud y enfermedad dejan de estar separadas por los viejos estrictos límites
y la salud comienza a incluir los conflictos y crisis.
En Freud, en los primeros tiempos cura tenía que ver con catarsis, abreacción
(psicoterapia de la histeria), con hacer consciente lo inconsciente y llenar las lagunas
mnémicas, y definía el objetivo de sus tratamientos como recuperación de la capacidad de
tener una vida activa, y de la capacidad de gozar.
En el cambio de objetivo de la cura psicoanalítica hay un cambio en la posición del
analista; de ser un adivino que comunica un saber, que fuerza al paciente a recordar, que
otorga sentidos, allí donde Freud descubre que no se trata de recuperar lo inconsciente, sino
de la imposibilidad de llegar a él, deja de ser el amo del sentido y se presta, como analista,
para sostener una relación trasferencial que permita que algo del inconsciente emerja, o sea,
que en una cadena asociativa se producirá un saber, postura que nada tiene que ver con ir a
buscar un saber que ya existe oculto.
Lo cierto es que para el psicoanálisis, la cura tendrá que ver, a la luz de los últimos
desarrollos freudianos, con la posibilidad de comenzar a despertar de un sueño narcisista, y
atravesando algo del orden de la angustia poner en movimiento al sujeto para que pueda
interrogarse, saber de la falta. Renunciar al narcisismo es en parte renunciar a una espera
eterna y es la posibilidad de ser ejecutor de una actitud creativa, y aquí se plantean cuestiones
muy importantes y polémicas para el psicoanálisis, tal como: qué relación cabe pensar entre
la cura y la sublimación.
Y si estamos trabajando el grupo operativo, ¿cómo no mencionar a quien fue un
importante referente para el ECRO de Pichon? Melanie Klein; su discurso es el de alguien
que no pertenecía como Freud al mundo de la medicina, sino que tenía formación artística, y
por lo tanto con preocupaciones y criterios de cura no necesariamente médicos, en el sentido
de liberar al paciente del síntoma. Se interesaba por las inhibiciones en el desarrollo.
El criterio de cura kleiniano está básicamente planteado en términos de elaboración a
lo largo de un tratamiento de las ansiedades primitivas y subyacentes a la sintomatología del
paciente.
El proceso de cura kleiniano tendrá también que ver con mayores posibilidades de
integración “entre las distintas partes de la personalidad” y con la posibilidad de creatividad y
reparación.
Y así llegamos a la cura en Pichon; proceso de cura incuestionablemente ligado al
aprendizaje y a la creación. El sujeto pichonianano aprehende al objeto y lo transofrma en la
medida en que se transforma a sí mismo. Adaptación activa a la realidad, casi el más fuerte
criterio de salud en Pichon.
El tema de la adaptación activa es entonces una cuestión problemática que requiere
elucidación, pero que pareciera mantener vigente toda la fuerza de la convocatoria a un sujeto
que si bien se reconozca como producido, pueda posicionarse como un sujeto productor; y
es el espíritu de esta propuesta de producción, del acento puesto en “activa”, más que en
adaptación y en realidad, el que quisiéramos retomar, ya que nos parece que tramita ciertas
claves a las que no quisiéramos renunciar.
Pensar el proceso de cura en Pichon nos remita también a su concepción de
enfermedad única. “Hablamos de enfermedad única en la medida en que consideramos a la
depresión como situación básica patogénica, y a las otras estructuras patológicas como
tentativas fallidas e inadecuadas de curación”.
La cura será, entonces, un proceso que permite el abordaje del núcleo depresivo
básico, patogénico, proceso que implica movilización de estructuras estereotipadas,
disminución de ansiedades psicóticas y del miedo ante las situaciones de cambio recreando
el objeto destruido, enfrentando las situaicones dilemáticas como manera de elaborar el
conflicto.
Tal vez una de las marcas más fuertes en la concepción pichoniana de la cura es que
esta es imaginada y abordada en el espacio grupal y que una vez planteada la existencia del
grupo las posibilidades y los límites de esta cura se dirimirán en la producción de una tarea.
Y es en el atravesamiento de esta tarea, revuelta de angustia y aprendizaje que se
revierte en cura y en creación, que de repente Pichon nos sorprende con esa idea de un
sujeto “curándose” en la construcción con otros de un esquema referencia.
Curando sin confesión
Decíamos en un comienzo que transitaríamos por los carriles de una idea: que en el
grupo operativo se produce algún efecto de cura por añadidura. Añadidura en el sentido de
agregado, de algo que amplía, pero también de anudamiento.
Y en esta tarea de indagar, de investigar los dispositivos que montamos, plantearemos
una segunda idea, y es que en el grupo operativo algo del orden de la cura acontece, sin la
necesidad de conocerse a sí mismo a través de la confesión.
Trabajar en un grupo operativo supone trabajar-se y en esa articulación entre
horizontalidad y verticalidad que proponía Pichon, enfrentar desde lo personal los obstáculos
para aprender o mejor dicho para lanzarse a la compleja y siempre inacabada tarea de
aprender a aprender.
Pensamos que para trabajarse, trabajando una tarea, no es indispensable ni siquiera
necesario el pasaje por lo íntimo, pasaje que sirviéndose del modelo de la confesión se
propondría saber qué hizo, qué sintió, qué hace, qué siente, qué hará, qué sentirá cada uno
hasta el final y públicamente.
Los aportes de Foucault nos permiten repensar la posibilidad del grupo operativo, de
producir a través de la realización de una tarea, cambios, transformaciones, trabajando lo de
uno, lo personal, interrogando las matrices más profundas, cuestionando los baluartes
narcisistas, sin que esto suponga, imprescindiblemente, atravesar públicamente y a veces de
manera obscena los caminos de lo íntimo. Además estos aportes nos interesan en un doble
sentido: para pensar desde la psicología social la producción histórica y social de la
subjetividad y en otro sentido como un lugar desde donde sostener una lectura crítica de
nuestra propiedad cotidianeidad como coordinadores de grupos, intentando echar luz sobre
estas modalidades que como la pastoral atraviesan seguramente, en forma silenciosa,
nuestros dispositivos.
Operando cambios
“Un elemento fundamental de nuestro ECRO es el criterio de operatividad. En nuestro
esquema referencial la operatividad representa lo que en otros esquemas es el criterio de
verdad”. Grupo operativo, que entonces tiene que ver con el operar, operar cambios, pero
¿de qué cambios se trata? Se trata de una cuestión u otra, tendrá siempre que ver con la
noción de aprendizaje.
Heredero del “laboratorio social” de Kurt Lewin, quien pretende que del grupo surjan
proyectos de modificaciones para la comunidad y en los cuales la acción y la investigación
son instancias inseparables. En este sentido podríamos pensar al grupo operativo como un
grupo destinado en algún punto a producir algo de una intervención comunitaria, social e
institucional y en ese sentido operar.
Grupo operativo como propuesta de aprender a pensar. Aprender a pensar-se como
sujeto social, en tanto, como dice Bauleo, se pueda pensar algo del pasaje de lo social a lo
individual.
El grupo operativo operará efectos en el aprender a pensar en tanto se puedan trabajar
las condiciones de producción de la subjetividad, de la discursividad, rescatar el carácter de
producción social que tiene el conocimiento, renunciando a la lógica formal y rescatando el
conflicto, la contradicción, en el interior de cualquier cuestión, formulando discursos no
absolutos que tendrían más que ver con el discurso de la religión y cuyo efecto sería la
creencia.
Hablábamos antes de la coordinación de un grupo y pensamos que más allá del
descubrimiento y enunciación de cualquier “verdad-verdadera” la coordinación podrá aportar
en esta tarea de aprender a pensar, si y solo si posee la convicción de que la producción
grupal es posible y si puede sostener el deseo de saber, de aprender y de cuestionar lo obvio.
Deseo del coordinador que planteamos como imprescindible para que algún cambio sea
posible.
Acabamos de proponer que la cura siempre tendrá que ver con algo de la creatividad
y por lo tanto de la estética, del arte, de la poesía, de la deconstrucción y por lo tanto de la
reconstrucción y con un trabajo que ayude a abandonar refugios narcisistas que posicionan
al sujeto en un lugar de alienación.
Langer, M., (1984). Documentos. Declaración del grupo Plataforma. En M. Langer, J. del

Palacio, y E. Guinsberg. Memoria, Historia y Diálogo Psicoanalítico. Buenos

Aires: Folios.

Declaración del grupo Plataforma


Los que suscriben, psicoanalistas que constituyen el grupo Plataforma Argentino,
integrante del Movimiento Plataforma Internacional, deciden hacer pública su separación de
la Asociación Psicoanalítica Internacional y de su filial argentina.
Sabemos que este alejamiento nos trasciende como psicoanalistas y aun como
personas, cobrando un significado que se proyecta en un contexto mucho más amplio que el
de la vida científico-institucional.
Consideramos que la Obra de Freud, el psicoanálisis, produjo una revolución en las
Ciencias Sociales con su aporte específico de conocimiento científico y que ese surgimiento
estuvo y está determinado, pese a su autonomía relativa, por el contexto socio-económico-
político en el que se practica. Entendemos que, el psicoanálisis ha sido distorsionado y
detenido necesitando para retomar su línea de innovación y desarrollo, de la imprescindible
contribución de otras ciencias así como de una distinta y explícita inscripción social, ineludible
en este momento histórico.
Nuestra disciplina provee el conocimiento de las determinaciones inconscientes que
regulan la vida de los hombres, pero la misma, como conjunto de prácticas sociales
articuladas, está regida también por otros órdenes determinantes: fundamentalmente el
sistema de producción económica y la estructura política. Tales relaciones generan en los
individuos sistemas de creencias acerca del lugar que ocupan en la Sociedad, configurando
las Ideologías de clase. Estas son entonces registros parcializados de la realidad de las
prácticas sociales destinados a orientar y justificar toda práctica. Ser coherentes con estos
conceptos nos obliga a entender que el ejercicio científico, indisolublemente ligado a nuestro
estilo de vida y a la organización institucional a la que pertenecemos, está igualmente
condicionado e ideologizado en todos los aspectos por su inserción en el sistema, siendo tan
sólo una particularidad de las instituciones que lo integran y sostienen.
La razón de nuestro alejamiento pasa por disidencias con la organización societaria
psicoanalítica a todos los niveles: teórico, técnico, didáctico, investigativo, económico, pero
aquí queremos enfatizar uno decisivo, el ideológico.
Sostenemos que esta separación, producto de un largo y difícil proceso, es
indispensable, y que no puede ser callada y resignada Puesto que nos declaramos
abiertamente partidarios de una inscripción cualitativa y cuantitativamente distinta dentro del
proceso Social, económico y político nacional y latinoamericano. Como científicos y
profesionales tenemos el propósito de poner nuestros conocimientos al servicio de las
ideologías que cuestionan sin pactos al sistema que en nuestro país se caracteriza por
favorecer la explotación de las clases oprimidas, por entregar las riquezas nacionales a los
grandes monopolios y por reprimir toda manifestación política que tienda a rebelarse contra
él. Nos pronunciamos, por el contrario, comprometiéndonos con todos los sectores
combativos de la población que, en el proceso de liberación nacional, luchan por el
advenimiento de una patria socialista.
En el marco institucional, siendo como es partícipe sumiso de ese orden, el
pensamiento psicoanalítico ha sido distorsionado y detenido, paradojalmente, porque la
organización fue creada con la misión de defenderlo y cultivarlo. Esta paralización está
esencialmente dada por la política ejercida desde los cargos directivos, cuyo efecto, más allá
de las buenas intenciones de quienes también son esterilizados científica y afectivamente por
su papel, es consolidar cada vez más la estratificación jerárquica destinada al sostenimiento
del privilegio económico de quienes están en el vértice de la pirámide. Esto se vuelve a su
vez indoctrinante para quienes están en la base aspirando a llegar a la cúspide del poder.
Cabe recalcar que un candidato a psicoanalista se ve forzado a destinar a su
formación entre 40 y 50 horas semanales de trabajo-estudio-dinero, lo cual significa, o bien
una renuncia a toda otra actividad esencial por un período de cuatro años, o bien su
realización en tiempo de descanso a costa de la salud física y mental. Con todo son, en última
instancia, los pacientes, quienes pagan ese artificial sobrecargo, y sorprende ver cómo los
candidatos, pese a ese régimen de exacción, encuentran la forma de usar el lapso casi
inexistente que les resta para elevar su estándar de vida mimetizando las pautas de consumo
de les estratos superiores de la Institución.
Este ordenamiento vertical en que la autoridad jerárquica no necesariamente coincide
con el mayor nivel científico sino con la antigüedad y la experiencia burocrática, tiene un
resultado claramente visible. No solamente desnaturaliza la función específica de la
Institución de promover la evolución teórico-técnica del Psicoanálisis: profundizando en los
conceptos, intercambiando conocimientos con otras ciencias, inaugurando procedimientos y
campos de aplicación originales, ensayando formas novedosas en la docencia, etc., sino que
la sustituye por la búsqueda de prestigio, status y logros económicos.
Pero no es esa falta de liberalidad el punto clave de fractura que nos desliga de la
Institución. Sabemos que la verticalidad administrativa y el paternalismo es justamente típico
de las organizaciones liberales cuya máxima capacidad de permanecer está dada por una
cierta posibilidad que exhiben de hacer concesiones. No ignoramos que esas características
de modelo institucional son efectos indicadores de la necesidad del sistema socio-político-
económico de sostenerse también sobre los pilares que le representa un poder científico
prestigiado y monopolista del conocimiento que se maneja para su producción específica con
las pautas y la ideología que el mismo sistema suministra en otros ámbitos para su
perpetuación.
Lo que nos separa esencialmente es que esas modalidades de funcionamiento
societario, a más de los efectos citados, al aislar entre sí a los distintos cuadros en cuanto a
la política interna y a la Institución con la realidad en cuanto a la externa, van paulatinamente
encastillando a los psicoanalistas, con la aquiescencia de los mismos en su larga espera por
el ascenso, en el reducto de un estricto quehacer profesional apolítico y asocial. Esa penosa
condición es racionalizada con el criterio de la "neutralidad valorativa" del científico,
supuestamente posible y necesaria, integrante de toda una concepción utópica que incluye
ilusas esperanzas de cambio social al que como hombres no podemos aportar porque el
profesionalismo nos absorbe y como psicoanalistas tampoco porque todo intento en ese
sentido es acusado de "violación ética" y "mezcla entre Ciencia y Política".
Queremos practicar el verdadero psicoanálisis. Esta es una decisión que nos
compromete en el trabajo y la denuncia enrolándonos junto a otros científicos y profesionales
que entienden que su ciencia no puede ni debe utilizarse para construir un muro aislante que
la enajene de la realidad social ni enajene a la misma de su instrumento teórico convirtiéndolo
de esta manera en herramienta mistificante y mistificada al servicio del no-cambio. Para
nosotros, desde aquí en más, el Psicoanálisis no es la Institución Psicoanalítica oficial. El
Psicoanálisis es donde los psicoanalistas sean, entendiendo el ser como una definición clara
que no pasa por el campo de una Ciencia aislada y aislante, sino por el de una Ciencia
comprometida con las múltiples realidades que pretende estudiar y transformar.
Marqués, J. (2001). En el cruce de la clínica y el aprendizaje. Los desarrollos de Enrique

Pichon Rivière. En: J. Fernández y A. Protesoni. Psicología Social. Subjetividad

y Procesos Sociales. Montevideo: Trapiche

El pensamiento de Pichon, desarrollado en las décadas del ’40 y ’50, fue instalándose
en el medio psicológico y psicoanalítico de esos años y tuvo sus derivaciones políticas.
Muchos psicoanalistas como Languer, Bauleo, Pavlovsky, Kesselman y muchos más, fueron
los que al final de la década del ’60 llevan adelante los movimientos que dieron lugar a lo que
se denominó el Grupo Plataforma y el Grupo Documento. Psicoanalistas formados también
en psicología social, crean estos grupos y plantean su separación de la Asociación
Psicoanalítica Argentina, en la medida que estaba en juego un cuestionamiento de la
institución en relación al compromiso social. Se establecía una interrelación directa entre los
desarrollos conceptuales y prácticos, incluso técnicos, con el proceso sociopolítico que se
estaba viviendo en esos años.
La técnica de los grupos operativos
Situación grupal: “…el conjunto restringido de personas ligadas entre sí por constantes
de tiempo y espacio y articuladas por su mutua representación interna, que se propone de
forma explícita e implícita una tarea, que constituye su finalidad”. Hay elementos que se dan
en casi todos los grupos, que se pueden ir organizando de manera que van a potenciar más
el trabajo grupal y la eficacia en el logro de los objetivos. Es a partir de esta idea que se
desarrolla la técnica de grupo operativo. Empieza a haber una planificación en torno al trabajo
grupal. La situación grupal pasa a ser un instrumento de trabajo a partir de su elaboración.
Pichon plantea al grupo como un instrumento primordial de trabajo e investigación.
Toma parte de los desarrollos de Lewin sobre investigación-acción.
El E.C.R.O (Esquema Conceptual Referencial Operativo), lo conceptualiza en base a
la idea de la interdisciplinariedad. Según Pichon: “… La psicología social que postulamos
apunta a una visión integradora del hombre en situación objeto de una ciencia única o
interciencia, ubicado en una determinada circunstancia histórica y social. Tal visión se la
alanza por una epistemología convergente, en la que todas las ciencias del hombre funcionan
como una unidad operacional enriqueciendo tanto al objeto de conocimiento como las
técnicas destinadas a su abordaje”.
Esto lleva a plantear que a mayor heterogeneidad de los miembros de un grupo
(heterogeneidad regida a través de la diferenciación de los roles desde los cuales cada
miembro aporta su bagaje de experiencias, conocimientos, etc.), se da una mayor
homogeneidad en la tarea, se logra una suma de información que se potencia dando lugar a
un cambio cualitativo y a una mayor productividad. Mediante el trabajo grupal ese E.C.R.O
que se trae, se va a ir modificando y se va a ir generando un nuevo E.C.R.O. llamado grupal.
En toda situación de aprendizaje, como toda situación de interacción humana, y no
solamente entre personas, se generan dos miedos básicos y dos ansiedades básicas. Miedo
a la pérdida y miedo al ataque. Ambos miedos coexisten, cooperan y se conjugan y cuando
el monto de ansiedad aumenta, se genera una resistencia al cambio. Dice Pichon: “El
desarrollo del grupo se ve obstaculizado por la presencia de estereotipos en el pensamiento
y la acción grupal. La rigidez y el estereotipo constituyen el punto de ataque principal”. El
abordaje y la resolución de la resistencia al cambio es una producción grupal. Este
esclarecimiento implica el análisis del aquí y ahora de la situación grupal, de los fenómenos
de interacción, de las fantasías que se generan, los vínculos entre los integrantes y los
modelos internos que evitan la acción, y también con relación a los objetivos y las tareas
establecidas para el grupo.
Hay un proceso de esclarecimiento que es un crecimiento grupal. El esclarecimiento
y el aprender a pensar sobre lo que sucede va a ir reinstalando un proceso dialéctico. Aquí
también se puede pensar en efectos terapéuticos. Pichon dirá: “El grupo operativo, en la
medida en que permite aprender a pensar, a vencer a través de la cooperación y la
complementariedad en las tareas, las dificultades del aprendizaje, es terapéutico”.
No confundimos objetivo del grupo con la tarea del grupo. Hay todo un proceso y un
trabajo en el logro de un objetivo, esa es la tarea. La tarea en un grupo terapéutico es el
proceso terapéutico. Pichon plantea que, con la técnica operativa de grupo, se pueden
establecer diversos objetivos. Tenemos que discriminar también lo que es la tarea manifiesta
y la tarea latente. La tarea manifiesta está más ligada al objetivo y a las actividades que realiza
el grupo. La tarea latente está más ligada a los procesos de discriminación, elaboración de
ansiedades, resolución de conflictos generados en torno al trabajo y al proceso grupal.
Se describen tres momentos de la tarea: la pretarea, la tarea y el proyecto. El momento
de la pretarea es donde se comienza a trabajar y aparecen las ansiedades. El momento de
la tarea es cuando ya hay un abordaje de las ansiedades básicas y se trabaja sobre la
resolución de la resistencia al cambio y se continúa con la producción que esa resolución
posibilita, hay un trabajo de elaboración y creación. El momento del proyecto es cuando está
logrando el nivel de la tarea y se empieza a pensar más allá de lo que está pasando en el
aquí y ahora del grupo, se empieza a pensar por donde seguir. Dado este tercer momento y
logrados de alguna manera los objetivos del grupo, se puede concretar la elaboración del
duelo por el grupo, en la medida que la producción colectiva es la que queda y el grupo es el
que cae. El instrumento de producción que ha sido el trabajo grupal, el grupo, el interjuego
de los integrantes logra la producción colectiva, que es lo que queda, lo demás cae, hay un
momento depresivo.
La técnica operativa tiene como finalidad aprender a pensar en una coparticipación en
torno al objeto de conocimiento. Todos los integrantes participan en la construcción de ese
objeto de conocimiento, ya que siempre son producciones colectivas. El coordinador tiene
una función de co-pensor y establece una relación asimétrica con ese grupo y su tarea
consiste en reflexionar con el grupo acerca de la relación que los integrantes establecen entre
sí y con la tarea. Cuenta con dos herramientas: el señalamiento y la interpretación. El
señalamiento apunta al esclarecimiento del acontecer explícito y la interpretación apunta al
esclarecimiento de los niveles implícitos o latentes del proceso grupal.
El emergente es la aparición de un sentido que permanecería latente si no hubiera un
portavoz que lo expresara. El emergente es una expresión significativa que da cuenta de un
aspecto, de una cualidad del proceso grupal que se está procesando. Pichon plantea que el
grupo se estructura sobre la base de un interjuego de roles, de los cuales se destacan
principalmente tres, que son: el de portavoz, el de chivo emisario y el de líder.
Hay un interjuego entre los integrantes del grupo, que se da por mecanismos de
adjudicación y asunción de roles, que hace que estos vayan variando. Si no, se establece
una estereotipia de roles que obstaculiza la producción grupal. Esto es necesario trabajarlo.
Por otra parte, no hay que confundir al portavoz con el que habla.
Pichon plantea que el valor de una interpretación se mide básicamente por la
operatividad que genera, en relación a una mayor producción grupal.
Hay un esquema de evaluación de los procesos grupales, conformado por una serie
de vectores. La afiliación tiene que ver con el sentirse parte de la experiencia, del proceso de
ese grupo. El vector de la pertinencia se refiere a si hicieron lo que iban a hacer, este vector
está anudado al objetivo del grupo. El vector de la comunicación se refiere al grado y a la
calidad de la comunicación que se da en el grupo. El vector de la cooperación apunta a marcar
distintos momentos del trabajo grupal y ver que cooperación hay entre los integrantes, lo que
muchas veces depende de la tarea. El vector del aprendizaje da cuenta de lo incorporado en
los distintos niveles del aprendizaje, en información, en experiencia, en aprender a pensar. El
vector del telé lo toma de la conceptualización de Moreno, creador del psicodrama, que es el
clima afectivo que se da en el proceso, la actitud ante el cambio y la posibilidad de planificar
ya sea dentro del proceso grupal como cuando el grupo llega a la finalización del proceso y
hay que ver a donde dispara cada uno, hacia donde se proyecta.
Dado un proceso grupal entendemos que un sujeto termina pensando diferente en
relación a uno mismo y a los demás integrantes. Al desarrollarse el proceso grupal, podemos
ver como cada integrante va delineando una trayectoria diferente. Los procesos grupales nos
hacen cada vez más diferentes, no iguales. Y es a partir de la diferencia que se generan los
cambios y las producciones.
Percia, M. (1989). Introducción al pensamiento grupalista en la Argentina y algunos de

sus problemas actuales. En: Notas para pensar lo grupal. (pp. 17-49). Buenos

Aires: Búsqueda.

I. Condiciones subjetivas de los años sesenta y setenta: compromiso y

responsabilidad social

Voy a diferenciar dos corrientes del grupalismo en nuestro país para la construcción
hipotética de algunos sentidos que rigieron su desarrollo. A una la llamaré “tendencia de
aplicación”, a la otra “tendencia de ruptura o desvío”. Aunque designaré brevemente a la
primera y le daré más sitio al segundo.
Tendencia de aplicación
Década del cincuenta en Buenos Aires. Allí está el posible comienzo. Los primeros
grupalistas tenían una marca de origen: ser psicoanalistas y pertenecer al régimen de
disciplinamiento de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina).
Aquellos profesionales que se interesaron por la acción terapéutica en grupos se
esforzaron de entrada por desplazar sobre la situación plural las referencias y métodos del
psicoanálisis hegemónica de la época. Esta corriente puede describirse como de mudanza o
de aplicación del psicoanálisis al grupo y de legitimización de las acciones en grupo ante la
autoridad de esa misma institución. Creyeron que se trataba solo de cambiar de territorio.
Los llevó a pensar el trabajo en grupos como un psicoanálisis aplicado.
Este intento contribuyó a uno de los equívocos más importantes que afrontamos los
grupalistas: la propuesta de un psicoanálisis de grupo. Algunos todavía hoy se esfuerzan por
demostrar que en la situación de grupo se observa la emergencia de formaciones del
inconsciente equivalentes a las que se estudian en la situación analítica.
Tendencia de ruptura o desvío
Esta es una tendencia cultivada en la Argentina y dio origen a una riquísima tradición
grupalista.
Ruptura del encierro unificante dentro de la institución psicoanalítica oficial y de la
esclerosis del pensamiento de la época. Intento de inaugurar lo grupal no subordinado a una
legalidad o serie de principios explicativos únicos.
Para actualizar este pensamiento y que aparezcan sus posibilidades de emergencia,
hay que pensar que un enunciado es el resultado de una peculiar producción donde se
trabajan múltiples factores. Tomaré aquí tres: las figuras subjetivas de la intelectualidad crítica
argentina en los años sesenta y setenta, la vocación pública e institucional de esta corriente
y su crítica al disciplinamiento psicoanalítico de la época.
a) Subjetividad e intelectualidad crítica en los sesenta-setenta
Se reconoce en aquél período una notable vocación por la política y por el trabajo en
los espacios públicos. Prevalecía la idea de que el cambio social era posible, que iba a ser
profundo y que estaba inscripto en el sentido de la historia. El cambio social no solo era
posible sino además necesario e impostergable.
Aquellos actores “psi”, que formaron parte de la intelectualidad crítica, confiaban en el
futuro y creían que los profesionales tenían un papel en la construcción de una sociedad más
justa. Interrogación del lugar social del especialista y responsabilidad del intelectual como
crítica es la fórmula que resume el clima subjetivo dominante. Tambalean muchos criterios
establecidos como normas: por ejemplo en el espacio “psi”, las ideas de apoliticismo y de
neutralidad social del analista.
El pensamiento de esa intelectualidad era irradiado tanto por las producciones
culturales, como por los acontecimientos sociales e históricos que se daban a conocer en el
mundo.
El trabajo intelectual, se decía por aquellos tiempos, era una práctica para la
construcción de otro lugar. Lo grupal se inició, entre los psicoanalistas y las primeras camadas
de psicólogos universitarios, como una otra práctica posible en salud mental y de entrada se
planteó el problema de la acción.
El espacio cultural y universitario de los sesenta puede caracterizarse por la pasión,
la convicción, la insistencia, y también, por la fuerza de su intención formativa. Golpeado en
1966 por la dictadura de Onganía, se reestructuró bajo una forma de resistencia intelectual
que inauguró una particular red de pensamiento alternativo a las instituciones oficiales.
Los psicoanalistas no estuvieron al margen de esa tendencia. A principios de los años
setenta se fractura la APA; y si bien aquella escisión comenzó por cuestiones estrictamente
institucionales y de criterios respecto a la práctica del psicoanálisis o la ética formativa, muy
pronto tomó formas no solo “locales” sino históricas, políticas y sociales.
Solo resta agregar que el cuestionamiento abrió el camino para autorizar a los
psicoanalistas a pensar e inventar otras prácticas posibles en el campo de la salud.
b) La vocación Pública: el trabajo institucional
Una de las características de esta tendencia que importa subrayar es la idea de que
el discurso de los intelectuales del campo “psi” debía ser significativo para la sociedad y
especialmente para los “sectores populares”. No se trata de un mero gesto de ayuda
entendida como postura personal, sino de una posición respecto del derecho social.
Estas nuevas prácticas “psi” (entre las que sitúo esta tendencia grupalista) se
configuran en una red de contigüidad con los ideales políticos y sociales de la época. Lo
grupal era uno de los modos de intervención que en el terreno de la salud y la educación
podían producir formas de subjetividad alternativas.
Si el interlocutor de estos discursos era “el pueblo”, este destinatario tensionaba las
prácticas y presionaba para que los actores “psi” ocuparan un lugar público y desempeñaran
una función activa en un proyecto de transformaciones sanitarias y educativas.
El criterio de validación de una práctica “psi” se medía por su capacidad de inserción
en el medio político y social.
El trabajo en el espacio púbico gestó otro estilo. Tanto por el cruce con otros saberes,
como por la necesidad de plantearse articulaciones prácticas con otras dimensiones de la
experiencia social. El moverse en situaciones no tradicionales arrojó como resultado la
detección de cuestiones como el trabajo institucional, el equipo de salud o la diversidad de
las prácticas terapéuticas.
c) Crítica de la institucionalización del psicoanálisis
Debe reconocerse que muchos de los autores de la tendencia de ruptura participaron
de una estrategia distinta en relación con la tradición psicoanalítica argentina de los años
sesenta. Todos sus trabajos plantean la puesta en cuestión de los límites que imponía el
pensamiento dogmatizado.
En todas estas producciones se mezclan dos temas: las relaciones de poder en la
situación clínica, formativa e institucional y las relaciones entre psicoanálisis y otras teorías.
La inauguración de una práctica es, para esta tendencia, una de las formas de rebeldía
y resentimiento ante la religiosidad de la cultura de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Lo grupal se inaugura en nuestro país sobre un vacío y en contra del dogmatismo que
siempre llena con certezas inútiles. Destaco de lo grupal en nuestro medio su salida del
sendero autorizado. La urgencia de prácticas innovadoras en los espacios públicos de la
salud y la ruptura con una institución que limitaba el pensamiento, son dos de los factores
que influyeron en el estilo y la riqueza de sus producciones.
El pensamiento de los sesenta-setenta que denominé tendencia de ruptura,
protagonizó parte de un desvío respecto a la dirección del psicoanálisis oficial en la Argentina.
II. Transformaciones de la subjetividad en los años ochenta y encrucijadas de lo
grupal
Me conduzco según esta idea: lo grupal tiene que pensar su encrucijada, el punto en
el que su saber es asediado por la densidad de los diferentes discursos que habitan el mundo
cultural. Ninguna práctica descansa sobre si misma. Urge preguntarse con qué red nuestro
pensamiento se protege de caer en el vacío.
Tengo la impresión de que, en esta última década, predomina entre los protagonistas
del campo “psi” un particular proyecto intelectual marcado por una actitud estrictamente
profesionalista.
Puede que esto responda, por lo menos a dos razones, por un lado, es posible que se
trate de una reacción contraria a la franja del pensamiento de los sesenta-setenta que además
de insistir en la función social del intelectual, en algunos casos, disolviera la especificidad de
su práctica profesional; pero, por otro lado, creo que expresa cierta indiferencia hacia
problemas que no son vistos como propios de la actividad. Circunstancia que pone de
manifiesta la pérdida de una intención transformadora y el desencanto con la perspectiva del
intelectual como crítico de la sociedad.
Casi nadie se ubicaría a favor de la intolerancia, el autoritarismo o el dogmatismo. Ni
los intolerantes, los autoritarios o los dogmáticos lo harían. Declararse en contra no es lo que
cuenta. Importa, en cambio, la duda sobre nosotros mismos, sobre la propia inercia que busca
seguridad en la verdad o detrás de algún héroe intelectual.
No es suficiente decir que el pensamiento no puede estar obligado a nada, o que
interesan hoy las perspectivas teóricas y prácticas menos compulsivas, los paradigmas más
laxos o la modestia. Tampoco se trata de una sospecha trágica que siempre nos halle
culpables de jactarnos de poseer la verdad. Es, en cambio, una propuesta de acción que
imagina que siempre es posible pensar y obrar de otro modo. Es un pensamiento de la
resistencia que aspira a fundar otra relación con la ilusión.
Propongo pensar en el agotamiento de una concepción del saber y del héroe
intelectual, que nos replantea nuestro lugar en la escena clínica.
Si el pensamiento grupal quiere contribuir a la propuesta de un espacio alternativo
para el posicionamiento subjetivo, el análisis de las instituciones y las relaciones de poder,
tiene que darse tiempo en el presente para examinar numerosas cuestiones. Elijo tres: la
legitimidad de su saber, su crítica y la distinción entre lo grupal y los grupos.
Quiero poner la fuerza de la argumentación en la cuestión de la singularidad. Para ello
diferencio entre un sentimiento de grupo y los sentidos que se juegan en situación de grupo;
entre la búsqueda de una esencia de lo grupal y la pregunta que se interesa por la relación
que una a una rareza con la afectación singular. Presento la preocupación por la singularidad
como uno de los problemas de la situación grupal y destaco sus condiciones.
Recuerdo que De Brasi escribe que un grupo “puede referirse como un proceso
desencadenado por los cruces y anudamientos deseantes entre miembros singulares”.
Pongo a este escrito de nuestro lado, porque me sirve para hacer una aclaración:
ocuparse de la singularidad es distinto a fijarse en la individualidad. La singularidad, recuerda
De Brasi, se practica. Y si la subjetividad es un posicionamiento, o una ejercitación de uno
mismo en el pensamiento; la singularidad es la huella que queda dibujada en el sendero de
lo subjetivo. Es una posición realizada.
La voluntad de síntesis de lo grupal, cuando no contempla las diferencias o el recorrido
de las singularidades existentes, se manifiesta como un acto de violencia sobre el conjunto.
Un error frecuente es la imposición de la unidad, la unificación de afectaciones diversas.
Pero esta idea no es del todo nueva. En los escritos de Pichon se encuentran muchos
términos que tensionan en la misma discusión: heterogeneidad y homogeneidad, rol adscripto
y rol asumido; vocación del sujeto (verticalidad) y necesidad del grupo (horizontalidad); grupo
interno y grupo externo; emergente y portavoz. Son palabras que tratan de localizar la
manifestación de la singularidad y su relación con la situación plural.
El desafío que teneos por delante es pensar en situación grupal que no aplane las
diferencias, niegue la singularidad o reduzca la diversidad. El grupo como espacio de
articulación discursiva en el que cada uno dice lo suyo, pero no en un desierto o en una
cámara de eco; tampoco en un coro regido por la adhesión al director o a una partitura con la
que hay que sintonizar o identificarse. Unidad que se funda, a su vez, en un lugar distinto, el
entrecruzamiento de múltiples discursividades no solo grupales, sino institucionales,
históricas y sociales.
El pensamiento crítico del campo intelectual de estos últimos años nos invita a pensar
de otro modo. Insistir en las diferencias nos lleva a inventar otra perspectiva: en lugar de
preguntarnos a partir de una unidad supuestamente dada, nos preguntamos cuánta
diversidad soportamos, cuánto caos y cuánta heterogeneidad.
Nos equivocamos si creemos que lo grupal está dado por un principio de esencialidad,
pero también erramos en el caso de no poder fijar las condiciones que posibilitan su trabajo.
Todo grupo está situado, determinado como posición por la coordinación, las
consignas y las reglas que encuadran su trabajo, el espacio institucional en el que se
desenvuelve y la coyuntura social en la que se inscribe. Por ello el análisis de la relación de
un grupo con el dispositivo de su conformación es imprescindible.
La “multiplicación dramática”, que no tiene que entenderse solo como una técnica, es
una de las propuestas que mejor orientan al trabajo grupal en los últimos años. Hay en esta
idea una “línea de fuerza” que muestra una de las maneras en las que el pensamiento críticop
de los ochenta ancló en lo grupal.
La “multiplicación dramática” es una técnica que puede describirse simplificadamente
así: un protagonista presta una escena, es decir, relata algo que lo involucra y lo ofrece para
que sea dramatizado. Luego, cada integrante improvisa otra escena que asocia a la primera
por resonancia o consonancia con algo que lo impactó.
Pero es más que eso: despliega una concepción del trabajo en grupos. Permite pensar
lo grupal como “obra abierta”, y al grupo como un espacio en el que multiplicidad de sentidos
se imbrican en una superposición de voces y actos, de tonos y modulaciones; en cuyo
contrapunto se construye una unidad de lo múltiple. Por esa razón conforma una experiencia
que sirve para pensar cualquier producción grupal como juego de multiplicidades.
Pichon Rivière, E. (1982). Freud: un punto de partida de la Psicología Social. En: El

Proceso Grupal. Del Psicoanálisis a la Psicología Social. (pp. 41- 43).

Sigmund Freud señala claramente su postura frente al problema de la relación entre


psicología individual y psicología social o colectiva en su trabajo Psicología de las masas y
análisis del yo. Dice en la introducción de este libro “En la vida anímica individual, aparece
integrado siempre, efectivamente, 'el otro' como modelo, objeto, auxiliar o adversario y de
este modo la psicología individual es al mismo tiempo y desde el principio psicología social,
en un sentido amplio, pero plenamente justificado."
Freud insiste en la necesidad de una diferenciación de los grupos, pero afirma que de
todas maneras las interrelaciones entre individuos siguen existiendo, y que no es necesario
apelar para su comprensión a la existencia "de un instinto social primario e irreductible
pudiendo los comienzos de su formación ser hallados en círculos más limitados, por ejemplo,
en la familia".
Este conjunto de relaciones internalizadas en permanente interacción y sufriendo la
actividad de mecanismos o técnicas defensivas constituye el grupo interno, con sus
relaciones, contenido de la fantasía inconsciente.
El análisis de estos párrafos nos muestra que Freud alcanzó por momentos una visión
integral del problema de la interrelación hombre-sociedad, sin poder desprenderse, sin
embargo, de una concepción antropocéntrica, que le impide desarrollar un enfoque dialéctico.
Pese a percibir la falacia de la oposición dilemática entre psicología individual y
psicología colectiva, su apego a la "mitología" del psicoanálisis, la teoría instintivista y el
desconocimiento de la dimensión ecológica le impidieron formularse lo vislumbrado, esto es,
que toda psicología, en un sentido estricto, es social.
Raggio, A. (1996) Prólogo. En: J. De Brasi. La explosión del sujeto. (pp. 7-12)

Montevideo: Multiplicidades. Archivo

Las condiciones de un pensamiento


Una condición básica de estos escritos es la de tomar la referencia freudiana fuera de
todo disciplinamiento, o sea, como un pensamiento inaugural, que como tal, requiere ser
desplegado, no repetido y reverenciado. Su consideración como obra abierta, el
reconocimiento de su carácter inquieto, la aceptación de su complejidad, así como de su
naturaleza problemática, conforman un diseño estratégico con un objetivo preciso: el sostén
del pensamiento como práctica de supervivencia.
La aventura de De Brasi busca retomar el movimiento de la aventura intelectual. Ya
no se buscará defender la vigencia del pensamiento freudiano, sino de ejercerla tomando su
referencia como herramienta de trabajo en un campo de problemas especifico, que es el que
en última instancia determinará tal vigencia.
Señalemos además, que Freud no estaba interesado en la “identidad” y sus
derivaciones metafísicas, sus preocupaciones estaban dirigidas a los procesos identificatorios
inmanentes a las formaciones colectivas. Solamente la función del olvido es capaz de
encerrar la problemática de las identificaciones en el universo del sujeto.
La perspectiva freudiana de las masas y su naturaleza metapsicológica han sido
sutilmente reducidas a una simple preocupación del psicoanálisis por lo social y las masas
reconducidas al sitio preciso del cual Freud propuso sacarlas: el ámbito empírico de las
multitudes.
Los procesos identificatorios, desde el mismo texto freudiano hasta las
consideraciones de estos escritos, son fenómenos que están indisolublemente ligados y
abiertos a una diversidad de formaciones colectivas y sus modos específicos de producción
subjetiva. Lo social es, desde este punto de vista, el material mismo con el cual está
constituida nuestra “interioridad”.
El problema hace referencia directa a un área de desconocimiento, a un área donde
el requerimiento es justamente la producción del conocimiento. Es la elección del investigador,
que es también una elección ética: la ubicación de la producción de conocimientos por encima
de cualquier adhesión doctrinaria y su correlativa voluntad de adoctrinamiento.
Unidad VI
Acevedo, M. (2001). La implicación. Luces y sombras del concepto lourauniano.

Universidad de Buenos Aires – Facultad de Ciencias Sociales Equipo de

Cátedras del Prof. Ferrarós.

El origen de la disciplina

El origen de esta disciplina en Francia se remonta al período de la ocupación. En esos


años los médicos de los internados psiquiátricos comienzan a tomar conciencia del efecto
iatrogénico que el funcionamiento de estos hospitales, y su forma de relacionarse con los
pacientes, tenía sobre los mismos. A partir de los años 40 algunos de esos psicoterapeutas,
en su mayoría militantes marxistas comprometidos en la lucha contra la alienación, se
proponen transformar las relaciones sociales al interior de la organización hospitalaria de
manera de convertirla en una “comunidad terapéutica”. Para ello recurren a técnicas de
psicoterapia de grupos, aprendidas en Estados Unidos, destinadas a atenuar la división
tajante entre el personal asistencial y los pacientes, e incluso a lograr una mayor participación
de los enfermos en el proceso de su cura.
Habiendo cumplido con lo que Lourau llamara la “fase empírica” de la modificación de
la relación “médico/paciente, y con la “fase ideológica” de resocialización de los pacientes a
través de dispositivos grupales llegó el tiempo, para los psiquiatras del Hospital de Saint-
Albain y de la clínica de La Borde, de comenzar a interrogarse sobre qué estaban instituyendo
a través de nuevas formas de práctica. Así se inaugura la “fase teórica” en la que se definirá
el concepto de institución, llegando a la conclusión de que si se analiza el establecimiento
psiquiátrico se pueden distinguir en él dos tipos de instituciones: las instituciones internas que
los miembros de la organización pueden modificar a su voluntad y las instituciones externas,
organismos estatales y movimientos sociales, sobre las que no tienen ningún poder. El
hospital psiquiátrico, y las prácticas de sus integrantes, deberán ser pensadas entonces como
el espacio de articulación entre ambos tipos de instituciones. En esta fase teórica se
desarrollan conceptos que serán clave en el corpus teórico del Análisis Institucional tales
como grupo-objeto, grupo-sujeto, transferencia y contratransferencia institucional,
transversalidad y analizador.
Algunos años más tarde, a fines de los 50´, el movimiento creado por el pedagogo
francés Célestin Freinet, movimiento inspirado en el modelo de la Nueva Escuela centrado
en los alumnos como destinatarios del mensaje pedagógico, pero que avanza sobre este en
la medida en que apunta a que la nueva educación no quede reservada a las elites, sufre una
escisión. Los representantes parisinos del movimiento afirman que la pedagogía de Freinet,
concebida para el medio rural, no es aplicable al medio urbano, e insisten en incluir en sus
filas no sólo a educadores, sino también a psicólogos, psicoanalistas y psicosociólogos
vinculados a la Psicoterapia Institucional. Excluidos del movimiento, y liderados por R.
Fonvieille y F. Oury crean un nuevo movimiento, la Pedagogía Institucional, que poco después
se dividirá a su vez en dos tendencias respectivamente encabezadas por los citados
fundadores.
F. Oury, estrechamente ligado al psicoanálisis, impulsa una pedagogía institucional
entendida como un conjunto de dispositivos y técnicas (nuevas instituciones internas) que
enfrenten a alumnos y docentes con situaciones en las que deban asumir mayor compromiso
e iniciativa. La crítica que se le hará a esta corriente es que no logra ir más allá de la “fase
ideológica” y que, por lo tanto, es incapaz de analizar las instituciones internas que pone en
funcionamiento y sus efectos institucionales.
El segundo grupo es el que verdaderamente introduce el análisis institucional en el
campo de la pedagogía a principios de los 60´. R. Fonvieille y George Lapassade y sus
discípulos, Michel Lobrot y René Lourau, se consagran al análisis de las instituciones externas
y su influencia en las instituciones internas creadas por la pedagogía institucional, y,
retomando la idea de Freinet de los Consejos de Clase, posibilitan que los alumnos,
conscientes de la transversalidad del grupo, vayan tomando cada vez mayor injerencia en la
organización de su formación. Es el nacimiento de la autogestión pedagógica como análisis
institucional.
La organización burocrática –afirma Lapassade- tiene originariamente la función de
organizar el trabajo de manera que las prácticas institucionales sean más eficaces y
coordinadas. Pero poco a poco quienes las organizan se van autonomizando y transformando
en una casta aislada que imparte órdenes sin escuchar los mensajes de la base. Este
mecanismo es productor de una serie de disfunciones y conflictos a los que se responde
mediante la multiplicación de las normativas y el reforzamiento de los controles. En el proceso
de burocratización los fines iniciales se han ido perdiendo y la organización acaba signada
por el burocratismo. Estos desarrollos teóricos dan cuenta ya del compromiso político de
Lapassade con la autogestión institucional. Compromiso que lo llevará a sentar las bases del
socioanálisis en ocasión de su contrato con un sindicato estudiantil para la formación de sus
dirigentes en la dinámica de grupos lewiniana. En esa oportunidad Lapassade emprende con
sus alumnos una experiencia de análisis del proceso de institucionalización del propio grupo.
Entre 1965 y 1967, Lapassade define, en su libro Grupo, organización, institución, la
concepción del Análisis Institucional acerca de la intervención: “método por el cual el grupo
de analistas, respondiendo a la demanda de una organización social, instituye en esa
organización un proceso colectivo de autoanálisis”.
Paralelamente, en su tesis de doctorado, El Análisis Institucional, R. Lourau estudia
las distintas acepciones del término institución en las diferentes disciplinas, y designa los dos
posibles significados de esta noción para el Análisis Institucional: las formas sociales
establecidas, o, los procesos a través de los cuales se organiza una sociedad.
En este último sentido retoma la definición de institución de Castoriadis para el cual la
institución de la sociedad es un proceso dialéctico en el que se oponen constantemente lo
instituido y lo instituyente, produciendo como resultado la institucionalización. Agrega Lourau:
“Por instituyente comprenderemos al mismo tiempo el cuestionamiento, la capacidad
innovadora y, en general, la práctica política como significante de la práctica social. En lo
instituido ubicaremos no sólo al orden establecido, los valores, formas de representación y
de organización consideradas normales, sino también los procedimientos habituales de las
previsiones (económicas, sociales, políticas)”.
Hemos visto hasta aquí cuál ha sido la génesis social (en tanto movimiento), y la
génesis histórica (historia cronológicamente datada) que constituyen lo que Lourau denominó,
parafraseando a Freud, la novela familiar institucional del Análisis Institucional.
Imposible comprender el sentido de aquellas nociones en el pensamiento lourauniano
obviando la historia que da cuenta de las implicaciones de toda índole del autor en relación a
la teoría y a la práctica a la que contribuyó. Porque como investigador formado en la
Pedagogía Institucional no podía dejar de tomar posición frente a la polémica acerca del
estatuto del observador y su relación con el objeto observado, porque como sociólogo ligado
a la generación del 68´ no podía ni menospreciar los desarrollos del Psicoanálisis, ni aceptar
la invasión del psicoanalismo en el terreno de lo socio-político es, probablemente, que Lourau
acuña el término de implicación, para referirse a fenómenos que sus antecesores de la
Psicoterapia Institucional designaron bajo el nombre de transferencia y contratransferencia
institucional. Transferencia y contratransferencia, términos claramente heredados de la teoría
psicoanalítica, y que aluden a la comunicación inconsciente que, en el marco del dispositivo
terapéutico, se establece entre el paciente y el analista.
Origen y especificidad del término
Intentando reparar el “olvido” inicial de la Psicoterapia Institucional de reflexionar
acerca de la relación médico/paciente en el ámbito de las instituciones psiquiátricas, y
persuadidos de la incidencia del marco institucional sobre esta relación y sobre el efecto de
los actos terapéuticos, es el equipo de la Mutual General de la Educación Nacional, ubicada
en la localidad parisina de La Vetriere, quien elabora los conceptos de transferencia y
contratransferencia institucional.
Esta transposición de conceptos de la clínica individual a la situación institucional
obligó a los psicoterapeutas institucionales a pensar en una ampliación de ambos conceptos.
Por un lado fue necesario advertir que en el caso de los pacientes psicóticos la transferencia
estalla tomando como blanco a diferentes soportes en forma simultánea, lo que hacía
necesario crear dispositivos grupales que posibilitaran una mayor circulación de la
información entre el personal, soporte de esas transferencias parciales. Por otro lado, y este
es el descubrimiento más relevante para nuestro propósito, se imponía revisar la noción de
contratransferencia como reacción inconsciente del terapeuta a la transferencia del paciente.
La ampliación del concepto de contratransferencia llevó a pensarla como “la respuesta
a todas las realidades (sexo, edad, raza, posición socio-económica) tanto del analizado como
del analista, como así también a las significaciones socioculturales y económicas de la
institución psicoanalítica. Los signos que permiten el descubrimiento de la contratransferencia
son del orden de la preocupación o el malestar, es decir, de la percepción, en un nivel
secundario, incierto, mal articulado con el discurso (si no encubierta por una racionalización
sentida como satisfactoria) de un conflicto interno ligado a una situación analítica.
Hasta ese momento la implicación de Lourau con la institución de la investigación lo
llevaba a coincidir con ciertas premisas de la investigación-acción como metodología
etnológica: rechazo a la objetividad como fin en sí misma; rechazo a la separación entre el
investigador y su objeto; voluntad de poner la investigación al servicio del cambio; interés en
que el proceso investigativo forme parte de la propia investigación; deseo de poner los
resultados de la investigación a disposición de los practicantes. Su implicación con la
institución de la práctica socioanalítica, no obstante, lo había conducido a marcar la
importancia de otros presupuestos que se agregaban a los anteriores, a saber: otorgar
atención, no sólo al encargo social de las autoridades que presentan la consulta, sino a las
demandas del conjunto de los miembros de la organización; tener en cuenta que el efecto
analítico no proviene exclusivamente de la tarea del investigador/interventor sino del
dispositivo analítico; analizar de qué manera la escritura de los resultados condiciona todo el
proceso de la investigación desde su inicio.
A partir de estas tomas de posición es que Lourau prefiere sustituir el binomio
transferencia-contratransferencia institucional por el término más abarcativo, y más
sociológico, de implicación. Implicación de los observados/analizados, pero ante todo
implicación del investigador/analista con:
-su objeto de investigación o intervención
-las instituciones de pertenencia y referencia del investigador/analista (empezando por
el propio equipo)
-el encargo y la demanda sociales
-la epistemología del propio campo disciplinario
-la escritura o cualquier otro medio que sirva para exponer los resultados de la
investigación
Savoye propone distinguir, en el análisis de cada uno de esos niveles, las dimensiones
organizacional/material, libidinal/afectiva e ideológica/política. El análisis de estas
implicaciones, en el aquí y el ahora del dispositivo de intervención socioanalítico, deviene una
tarea clave para los analistas institucionales. La explicitación de sus implicaciones en el marco
de la Asamblea General, facilitará la emergencia de las implicaciones de los miembros de la
organización con las instituciones que los atraviesan. La puesta en palabras de dichas
implicaciones, no confesadas e incluso no concientizadas previamente, producirá el efecto
buscado por el dispositivo socioanalítico: el develamiento de las contradicciones encarnadas
en los individuos, y escenificadas en los grupos y las organizaciones. Contradicciones
particulares que no hacen sino reproducir las contradicciones instituidas en la macro sociedad,
y que el Análisis Institucional pretende desenmascarar
En el terreno de la investigación ese mismo análisis permitirá al propio investigador, y
a los destinatarios de sus descubrimientos, comprender los condicionamientos que han
actuado en él antes, durante, y después del proceso investigativo, dando cuenta de la
singularidad de su producción. Es ese individuo con todo su bagaje implicacional, y no otro,
el que decide cuál será su objeto de investigación, el que elige el marco teórico y la
metodología con las que abordará y analizará dicho objeto, el que determinará a quién
comunicar sus resultados y la forma de hacerlo. Y lo hará desde el lugar social en el que se
ubica, pero también desde el lugar que le es adjudicado por las instituciones presentes en su
investigación (académicas, estatales, privadas...).
Lugar riesgoso, pero además difícil de analizar por cuanto enfrenta al investigador con
sus propias contradicciones. Y de esto se hace cargo Lourau cuando en un texto, analizando
su implicación con la escritura, reconoce que su calidad de empleado de la universidad estatal
(profesor titular de París VIII esta vez), y las exigencias de las casas editoriales, condicionan
su escritura. Constatación dura de aceptar, sin duda, para ese libertario que pregona la
circulación a ultranza de la palabra, y la lucha contra el Estado como institución madre de
todos los instituidos...
La implicación sin embargo –aclara Lourau- no es buena ni mala, simplemente existe.
No se trata de eliminarla sino de analizarla, y ese es el desafío profesional y ético para todo
investigador o analista institucional. El intelectual “implicado” se define al mismo tiempo por
la voluntad subjetiva de analizar a fondo las implicaciones de sus pertenencias y referencias
institucionales, y por el carácter objetivo de ese conjunto de determinaciones... Estar
implicado es admitir finalmente que soy objetivado por lo que pretendo objetivar: fenómenos,
acontecimientos, grupos, ideas, etc.
Advertencia sobre la trampa del “implicacionismo”
Implicación no es sinónimo de compromiso, advertí al principio. El “intelectual
implicado” al que se refiere Lourau, no es el “intelectual comprometido” de Sartre, aquel que
se define por su adhesión consciente a una doctrina o a una causa. No es un mayor grado
de expresión pública, o de participación a favor o en contra de una empresa lo que revela
nuestra implicación en ella. El abstenerse de participar puede, por el contrario, revelar el alto
grado de implicación ideológica de aquellos que, fuertemente comprometidos con los
mecanismos de la democracia, deciden no obstante renunciar a su derecho al voto por
considerar que la participación en el acto eleccionario se ha vuelto un juego engañoso. O la
implicación institucional de esos otros que, al ser llamados a exponer sus ideas dentro de una
organización, optan por negarse, no por desinterés ni por temor a las consecuencias, sino
porque sabe que su opinión no tendrá ningún efecto en las decisiones y, por lo tanto, prefieren
dejar al descubierto la parodia pseudo-participacionista de la que se pretende hacerlos
cómplices.
La implicación no es algo que ofertamos o sustraemos a voluntad como intentan
hacernos creer los manipuladores del implicacionismo que denuncia Lourau: la implicación
viene con nosotros en tanto sujetos sociohistóricos y políticos, y es activada por el encuentro
con el objeto: el otro, los grupos, las instituciones, en fin, todo aquello que involucre un
pronunciamiento o una acción de nuestra parte. Lo deseemos o no estamos involucrados
intelectual y afectivamente, sujetos a una particular manera de percibir, pensar y sentir en
razón de nuestra pertenencia a una determinada familia, a una cierta clase social, como
miembros de una comunidad religiosa, como partidarios de una corriente política, como
profesionales de tal o cual disciplina, y esas implicaciones condicionarán nuestros juicios y
nuestras decisiones.
Si nuestras implicaciones nos determinan ¿estamos fatalmente condenados a repetir
las mismas respuestas? Pensarlo así sería pasar por alto al otro término de la relación, lo
observado. Sería, por otra parte, ignorar el pensamiento de Castoriadis, tan pregnante en la
producción lourauniana, y su planteo de la tensión permanente entre lo instituido y lo
instituyente, “Hay lo social instituido pero esto presupone siempre lo social instituyente”.
Gracias a la infinita capacidad imaginante de la sociedad (imaginario radical) las
fuerzas instituyentes “trabajan” constantemente lo instituido y lo transforman. Nuestro objeto
entonces va cambiando, y puesto que tiene el poder de objetivarnos, nos reinstituye
permanentemente de nuevas maneras. En otras palabras, a pesar de los determinismos de
nuestro inconsciente y de nuestras implicaciones, y a condición que nos tomemos el trabajo
de analizarlos, se nos dará siempre la posibilidad de mirar el mundo con “nuevos ojos”, y de
pensarlo desde nuevos esquemas. Implicados sí, pero no sobreimplicados.
Acepciones de la noción de implicación
Una conferencia muy esclarecedora sobre este tema, dictada por Ardoino, en México
en noviembre del 97´, nos ayuda a comprender las dificultades de definir con precisión el
fenómeno de la implicación. Y es que la implicación no es un concepto que tiene un sentido
único y fijo, es una noción, y como tal su polisemia es mucho más amplia e imprecisa. Las
nociones se caracterizan porque existen de ellas diferentes acepciones según el campo del
que provengan, y además su significación varía a lo largo de las épocas. Dice Ardoino: “El
problema no es saber cuál es el buen sentido, sino familiarizarse con todos los sentidos, y
comprender que la realidad de una noción es extraordinariamente amplia, vasta, y que,
además, ninguna noción puede ser comprendida o representada aisladamente. Cada término
remite a otro gran número de términos con los que está en interacción...”, forma parte de una
constelación de nociones interrelacionadas.
Revisando entonces las diferentes acepciones del término vemos que el mismo es
utilizado en tres campos distintos.
1. El del Derecho Penal donde se dice que un individuo “está implicado” en un hecho
delictivo. En este caso es de destacar que la implicación designa un fenómeno al
que el individuo queda pasivamente sometido.
2. El segundo caso es el que corresponde al campo lógico-matemático, en el cual
cuando se dice que un término (A) implica a otro (B), se está señalando que el
segundo está contenido en el primero, o que el primero conduce al segundo. Se
trata de una relación lógica que, por ende, tampoco supone la idea de voluntad.
3. El tercer sentido de la palabra, que por tratarse de una noción queda contaminado
por los sentidos anteriores, es el psicológico, aquí “La idea de implicación es la de
aquello por lo que nos sentimos adheridos, arraigados a algo a lo cual no
queremos renunciar”.
Yo diría que, en principio, no podemos. El desprendernos de nuestras implicaciones
primeras, aquellas que, construidas en las distintas etapas del proceso de socialización, y de
las experiencias de encuentro con los otros, han devenido constitutivas de nuestra singular
identidad, no es algo que dependa de nuestra voluntad. El acto voluntario, en todo caso, es
el tomar conciencia de esas implicaciones a partir de un análisis que se dará siempre en el
seno de una relación intersubjetiva. Esto quiere decir que el investigador o el interventor que
encara esa tarea lo hace confrontándose con otros, exponiendo su perspectiva respecto del
objeto que lo ocupa frente a otro (miembros de su equipo, supervisor, director de tesis, sujetos
involucrados en la investigación o consulta) que persigue el mismo propósito. Y aún así... la
toma de conciencia puede conducir a un cambio de posición subjetiva, pero no a un “cambio
de piel”.
Mientras Lourau distingue dos grandes categorías de implicaciones, la implicación
institucional a la que define como “el conjunto de relaciones, conscientes o no, que existen
entre el actor y el sistema institucional”, y la implicación práctica que “indica las relaciones
reales que este (actor) mantiene con lo que antes se denominó la base material de las
instituciones; Ardoino nos habla de implicación libidinal y de implicación social o institucional.
La primera estaría dada por la estructura psicológica de cada individuo, estructura al
mismo tiempo racional e inconsciente, que determina su forma de observar al mundo y a los
otros, sus comportamientos en relación a esas realidades, y su singular manera de ejercer
una práctica. En la segunda categoría Ardoino ubica los determinantes culturales en general,
y, en particular, la clase social de origen.
Dice Ardoino: “Nuestras implicaciones son parte de una realidad psicológica –las
implicaciones libidinales-, y de una realidad sociológica –las implicaciones institucionales”. Y
agrega, en la misma línea de lo que habíamos venido desarrollando: “...la posibilidad de
comenzar a estar menos alienados es el conocimiento y reconocimiento de lo que nos
determina. Ratificamos entonces: Implicados sí, pero no sobreimplicados.
La sobreimplicación
La sobreimplicación aparece en el pensamiento lourauniano ante todo como un efecto,
como la fatal consecuencia de la incapacidad de analizar las propias implicaciones. Es la
ceguera que lleva al sujeto a una identificación institucional en la que queda alienado a la
voluntad de un poder que lo desconoce en su particularidad. Recordemos que en la dialéctica
instituido/instituyente/institucionalización, el momento de la particularidad es aquel en el que
las múltiples pertenencias institucionales del sujeto niegan el carácter universal de la
estructura institucional común. Captura imaginaria incitada por los discursos “implicacionistas”
de las cúpulas que presionan al sujeto a “implicarse más”, en el sentido de comprometerse,
de adherir incondicional y acríticamente a un único grupo u organización y renunciar a sus
otras pertenencias institucionales. El individuo sobreimplicado es también un individuo sobre-
explotado, explotado en su subjetividad –advierte Lourau- ya que no tiene conciencia del
punto en que sus intereses resultan irreductiblemente opuestos a los del sistema para el que
trabaja. En ese sentido, la política de la sobreimplicación es la política del sobretrabajo que
el neoliberalismo impone, brutal o sutilmente, en nuestros días.
Fernández, A. (2007). Los imaginarios sociales y la producción de sentido. (pp. 39 – 57)

En: Las lógicas colectivas. Imaginarios, cuerpos y multiplicidades. Buenos

Aires: Colección Sin Fronteras

1. Los imaginarios sociales


La teorización de este campo de problemas fue inaugurada por Cornelius Castoriadis,
quien acuñó este término en 1964, pero, a medida que su uso se extendió, comenzó a perder
precisión o se lo transformó en equivalente de conceptos que no solo no lo son, sino que
pertenecen a otros referentes teóricos y por tanto significan y remiten a cuestiones muy
diferentes.
La noción de imaginario social alude al conjunto de significaciones por las cuales un
colectivo (grupo, institución, sociedad) se instituye como tal; para que como tal advenga, al
mismo tiempo que construye los modos de sus relaciones sociales-materiales y delimite sus
formas contractuales, instituye también sus universos de sentido. Las significaciones sociales,
en tanto producciones de sentido, en su propio movimiento de producción inventan –
imaginan– el mundo en que se despliegan.
Castoriadis distingue la noción de imaginario social de la noción de “imaginario” en el
psicoanálisis francés contemporáneo. Dentro de esta corriente, la noción de imaginario refiere
a lo especular, imagen de, imagen reflejada, reflejo. Considera Castoriadis que la idea de lo
imaginario pensada como la imagen en el espejo o en la mirada del otro es tributaria de
aquella acepción de lo ilusorio como ficción y en tal sentido trae como rémora una ontología
por la cual desde la famosa caverna platónica es necesario que las cosas, el mundo, sean
imagen de otra cosa.
Para Castoriadis en la expresión imaginario social, lo imaginario remite a otro orden
de sentido: ya no como imagen de, sino como capacidad imaginante, como invención o
creación incesante social-histórica-psíquica, de figuras, formas, imágenes, es decir,
producción de significaciones colectivas.
En Castoriadis, al contrario que en el psicoanálisis francés de inspiración lacaniana,
lo imaginario es siempre simbólico y refiere a la capacidad de inventar-imaginar
significaciones, constituyéndose en el modo de ser de lo histórico-social.
Lo imaginario al referir a la capacidad imaginante, a la capacidad de inventar lo nuevo,
tendrá para Castoriadis dos vertientes: histórico-social (los imaginarios sociales instituyentes
o imaginario radical) y psíquica (la imaginación radical, la psique).
Con respecto a los imaginarios sociales en tanto dimensión histórico-social,
Castoriadis distingue entre imaginario social efectivo (instituido) e imaginario social radical
(instituyente). Al primero pertenecerían aquellos conjuntos de significaciones que consolidan
lo establecido; en esta dimensión los universos de significaciones operan como
organizadores de sentido de los actos humanos estableciendo líneas y demarcación de lo
lícito y lo ilícito, de lo permitido y lo prohibido, lo bello y lo feo, etc. El imaginario efectivo es lo
que mantiene unida a una sociedad, haciendo posible su continuidad y grados de cohesión.
Es importante poner en consideración que lo histórico-social no crea o inventa de una
sola vez y para siempre significaciones imaginarias; el desorden social se despliega cuando
aparecen nuevos organizadores de sentido. Por ejemplo, la aparición del cristianismo en
Occidente instituyó en el desmoronamiento del mundo romano tardío un nuevo principio
unificador que creó o inventó nuevas significaciones imaginarias, por ende, otras prácticas
sociales y otras prácticas de sí. Es decir que los nuevos organizadores de sentido y las
prácticas sociales que les son inherentes refieren a lo imaginario social no instituido, radical,
instituyente, que permite la irrupción de nuevos organizadores de sentido.
Su capacidad de conservar lo instituido pero también su potencialidad instituyente de
transformación sitúa la dimensión de la producción de significaciones colectivas –y por ende
la construcción de subjetivación- como una temática inseparable del problema del poder o,
dicho de otra manera, establece la relación entre imaginarios sociales, subjetividad y
producción de transformaciones sociales e instala la dimensión del poder en el centro mismo
de la producción de subjetividad.
Cuando en la noción de imaginario social no se tiene en cuenta o se subestima el
aspecto instituyente, o sea, la capacidad virtual y permanente de autoalteración y
transformación de las significaciones imaginarias sociales, suele confundirse con algunos
modos de pensar las producciones ideológicas.
Es importante establecer aquello que relaciona, pero también que distingue ambas
nociones. Según Castoriadis la ideología es la elaboración “racionalizada y sistematizada de
la parte manifiesta, explícita, de las significaciones imaginarias sociales que corresponden a
una institución dada de la sociedad o al lugar o las miras de una determinada capa social
dentro de esa institución”. Adquiere, según este autor, su verdadero desarrollo solo a partir
de la institución del capitalismo donde cobra una importancia creciente por el modo mismo
de que la significación imaginaria central de este sistema es la presunta racionalidad.
Ideología entonces no sería sinónimo de imaginario social, sino un modo de organización –
propio de un período histórico- de parte de sus significaciones. Ideologías definidas como “el
conjunto de ideas que se relacionan con una realidad no para esclarecerla y transformarla
sino para velarla y justificarlo en lo imaginario y que permiten a la gente decir una cosa y
hacer otra, y parecer distintos a lo que son”.
Establece además cierta sinonimia entre la noción de ideología y la de
representaciones sociales. De estas dice que serán “una expresión nueva y más apropiada
para la ideología”, en tanto “es lo que disimula a los actores sociales lo que ellos son y lo que
hacen”.
Una de las características más profundas de lo simbólico es su relativa
indeterminación; se diferencia en ese aspecto de los planteos estructuralistas que ubican el
sentido como combinatorias de signos.
La urdimbre3 inmensamente compleja de significaciones orienta y dirige toda la vida
de los individuos concretos que corporalmente constituyen una sociedad. Las significaciones
son imaginarias porque están dadas por creación o invención, es decir, no corresponden a
elementos estrictamente reales, y son sociales porque solo existen siendo objeto de
participación de un ente colectivo o anónimo.
Las significaciones imaginarias operan en lo implícito –es decir, no son explícitas para
la sociedad que las instituye- y establecen el modo de ser de las cosas, los valores, los
individuos. Las significaciones no son aquello que los individuos se representan consciente o

3
Conjunto de hilos colocados en paralelo y a lo largo en el telar para pasar por ellos la trama y formar un
tejido.
inconscientemente, ni lo que piensan; son aquello por medio de lo cual y a partir de lo cual
los individuos son producidos como individuos sociales con capacidad para participar en el
hacer y en el representar-decir social, y en tal sentido pueden representar, accionar y pensar
de manera compatible y coherente aún en el conflicto.
Una sociedad es también un sistema de interpretación del mundo, de construcción,
de creación, invención de su propio mundo. ¿Qué inventa una sociedad cuando se instituye
como tal? Según Castoriadis, inventa significaciones. También afirmará que aquello que
mantiene unida a una sociedad es su institución. En otras palabras, el proceso por el cual la
sociedad se instituye como totalidad, la institución de normas, valores y lenguaje, no son solo
herramientas o procedimientos para hacer frente a las cosas, sino mas bien son los
instrumentos para hacer las cosas; en particular para “hacer individuos”; se alude aquí a la
construcción que a partir de la materia prima humana da forma a los individuos de una
sociedad, a los hombres y las mujeres en quienes se fraguan tanto las instituciones como sus
mecanismos de perpetuación. De conformidad con sus formas, la institución produce
individuos, quienes, a su vez, están en condiciones de reproducir la institución de la sociedad.
En tal sentido, la institución de la sociedad está hecha de múltiples instituciones particulares
que, funcionando en coherencia, hacen que, aun en crisis, una sociedad sea esa misma
sociedad.
2. Lo instituido y su autoalteración: las significaciones imaginarias centrales
Castoriadis distingue dos tipos de significaciones imaginarias sociales: pueden ser
centrales, creadoras de ideas organizadoras, segundas o derivadas.
La emergencia de una significación central reorganiza, redetermina, reforma, resuelve
una multitud de significaciones sociales ya disponibles, a las que altera. Acarrea efectos
análogos prácticamente sobre la totalidad de las significaciones sociales del sistema. Se dan
juntamente con y no pueden darse sin transformaciones de las actividades y de los valores
de la sociedad en cuestión como tampoco sin transformaciones en los individuos y objetos
sociales.
Del mismo modo que con Dios, en el capitalismo la economía y lo económico se
vuelven significaciones imaginarias sociales centrales y se establece la separación de la
esfera económica del resto de las actividades sociales, constituyéndose como dominio
autónomo y predominante. Toda esta transformación es un producto histórico por el cual una
multitud de cosas son significadas como económicas. Sin embargo, se “ignora” su
característica de invención imaginaria y se las considera naturalmente económicas. La
institución de una significación central siempre opera en lo implícito, esto es válido para todas
las significaciones sociales centrales, se trate de la familia, la ley, el Estado, etc.
Las significaciones centrales no son significaciones de algo ni agregadas o referidas
a algo. Son ellas las que dan existencia en una sociedad determinada, a la coparticipación
de objetos, actos, individuos. No tienen “referente” sino que instituyen un modo de ser de las
cosas y los individuos referidos a ellas.
Según Castoriadis no se puede relacionas las significaciones sociales con un “sujeto”
construido expresamente para ser su portador, ya se lo llame “conciencia de grupo”,
“inconsciente colectivo” o “representación social”. Tampoco puede reducirse el mundo de las
significaciones instituidas a representaciones individuales. Las significaciones no son lo que
los individuos se representan consciente o inconscientemente, ni lo que piensan. Son aquello
por medio de lo cual y a partir de lo cual los individuos son formados como individuos sociales
con capacidad para participar en el hacer y en el representar-decir social, que pueden
representar, activar y pensar de manera compartible y coherente con su mundo, incluso en
el conflicto.
Las significaciones sociales son condición de lo representable y frecuentemente de lo
practicable. Por tal motivo para Castoriadis toda “exploración” de lo social a partir de lo
individual, toda reducción de la sociedad a alguna psicología, lleva a un callejón sin salida.
La sociedad instituida no se opone a la instituyente como un producto muerto a una
actividad, sino que representa la fijeza-estabilidad relativa y transitoria de las formas-figuras
instituidas en y por las cuales la imaginación radical puede ser y darse existencia como
histórico-social.
Una sociedad es siempre autoalteración perpetua en un juego inacabado entre sus
formas-figuras relativamente fijas y estables y el estallido de estas que serán posición
invención de otras formas-figuras. Incluso en tanto instituida, una sociedad se mantiene en
una perpetua autoalteración. Los universos de significaciones sociales no son homogéneos;
constituyen “individuos sociales” cuya socialización tiende a uniformizar las manifestaciones
de su imaginación radical, pero no puede destruirlas.
Se hace necesario afirmar una vez más que lo imaginario social en tanto universo de
significaciones que instituye una sociedad es inseparable del problema del poder. Supone
interrogar sobre la inscripción de los dispositivos de poder no solo en la organización macro
de una sociedad sino también sobre su producción en la subjetividad de hombres y mujeres.
Anteriormente he señalado que si bien en todo recorte social (por ejemplo un pequeño
grupo), laten en diferentes intensidades diversos núcleos de significaciones que caracterizan
el momento sociohistórico en que se despliegan sus prácticas, operan también en latencia
las significaciones imaginarias que dan sentido a las instituciones donde están inscriptos.
Un grupo, además, no solo es tributario de las producciones de significación mas
generales que la sociedad instituye. En un imaginario grupal, las figuras y las formas que ese
número numerable de personas inventa a lo largo de su historia común dan cuenta de sus
razones de ser como colectivo; aquí adquieren toda su potencia las improntas de los
atravesamientos institucionales y sociohistóricos tanto como los atravesamientos
identificatorios y deseantes, propios de su singularidad grupal.
En la producción de significaciones de un pequeño grupo se hallan presentes como
un verdadero anudamiento líneas de significación propias y específicas de ese grupo,
atravesadas por la dimensión institucional y sociohistórica. Si bien tales atravesamientos
pueden tener expresión algunas veces en referencias explícitas, generalmente operan en
latencia. Cobran aquí relevancia tanto sus mitos de origen como los aspectos ilusionales de
sus proyectos que, en tanto actualizaciones de deseo, animan y motorizan sus prácticas.
Un pequeño grupo produce significaciones imaginarias propias. Esta labor implica
también momentos instituyentes –invención de sus creencias- y etapas de consolidación de
sus sentidos organizadores. Podría decirse que un grupo se instituye como tal cuando ha
inventado sus significaciones imaginarias.
La importancia de operar en el campo grupal con la noción de significaciones
imaginarias es, al menos, doble. Por un lado, permitió ejemplificar sobre el abordaje de
criterios multirreferenciales –los criterios unidisciplinarios ya se nos habían vuelto reductivos
para pensar lo grupal- pero al comenzar a pensar operadores multirreferenciales no solo se
hicieron necesarios nuevos requisitos metodológicos, sino que muchas certezas constituidas
al interior de un campo unidisciplinario entraron en interrogación. Por otro lado, permitió
pensar de otro modo la relación entre lo subjetivo y lo social, de manera que no quedaran de
entrada en territorios separados que luego se volvían tan difíciles de articular.
La indagación de los imaginarios sociales es a mi criterio inseparable de la indagación
de las prácticas que motorizan o de las que son tributarios, sea que sus articulaciones
presenten armonías, discrepancias o ambas cuestiones a la vez. Imaginarios y prácticas son
dos de las instancias que intervienen en los dispositivos históricos, institucionales,
comunitarios, de producción de subjetividad.
Nociones como imaginario social, universo de significaciones imaginarias sociales,
imaginario social efectivo, imaginario social radical, etc., han resultado pertinentes como
herramientas de trabajo en la construcción de una idea de subjetividad histórica y no esencial,
en proceso de devenir y no como entidad sustancialista, instituyéndose en la diversidad de
sus lazos sociales y no pensada desde categorías de un sujeto solipsista.
Puede decirse, por ejemplo, que hoy más que nunca y en la Argentina particularmente
las instituciones vaciadas de sentido presentan todas ellas algo así como una cáscara vacía
que se sostiene en discursos y retóricas cada vez más divorciadas de las prácticas que en
ellas habitan; ya no prácticas instituyentes que establecen líneas de fuga, resistencias a los
instituidos del poder. Muchas veces se despliegan prácticas diferentes de las esperables en
determinada institución pero que siguen argumentándose desde significaciones previamente
instituidas.
3. Los sentidos encarnados: un real más real que lo real
A lo largo de toda su obra Castoriadis afirma que lo social-histórico, como un modo
específico del ser, ha sido desconocido por el “pensamiento heredado”. Denomina de tal
forma a la tradición platónico-aristotélica en filosofía y ubica como una de las cuestiones
centrales de tal “desconocimiento” que esa tradición ha estado centrada en la indagación del
ser como ser determinado.
Se empeñó en poner en evidencia los límites de esa tradición de pensamiento, que
según su perspectiva ha “ocultado” la importancia de la imaginación para comprender la
dimensión de lo histórico-social, la institución de la sociedad y sus procesos de permanente
autoalteración.
No se propuso construir una teoría alternativa a las ya existentes, sino que se abocó
a una “elucidación” que articula de modo indisociable aspectos teóricos y políticos. Con ese
término alude al trabajo por el cual los hombres y las mujeres “intentan pensar lo que hacen
y saber lo que piensan”.
Lo social-histórico es lo colectivo anónimo, lo humano impersonal que llena
una formación social dada, pero que también la engloba, que ciñe cada
sociedad entre las demás y las inscribe a todas en una continuidad en la que
de alguna manera están presentes los que ya no son, los que quedan fuera
e incluso los que están por nacer. Es, por un lado, unas estructuras dadas,
unas instituciones y unas obras, “materializadas”, sean materiales o no; y,
por otro lado, lo que estructura, instituye, materializa. En una palabra, es la
unión y la tensión de la sociedad instituyente y la sociedad instituida, de la
historia hecha y de la historia que se hace.
Castoriadis dirá aun con respecto a lo social que es lo que somos todos y lo que no
es nadie, lo que jamás está ausente, pero casi nunca está presente como tal.
Puntualiza otra cuestión de nuestro interés con respecto al modo clásico antinómico
de pensar las relaciones individuo-sociedad cuando sostiene que no pueden ser
consideradas relaciones de dependencia; subraya que no se trata de relaciones de influencia
sino de relaciones de inherencia.
[ incompleto ]
González, F. (2002). Análisis Institucional y Socioanálisis. En: Revista Tramas 18-19.

(pp. 51- 72). UAM-X México. Archivo

El proyecto epistemológico
A mediados de los años setenta, Lourau presentó su propuesta de AI (análisis
institucional) como básicamente "contrasociológica". En el libro denominado Les analyseurs
de l'eglise (1972), encontramos con gran nitidez tres de los supuestos que pretende practicar
esta "contrasociología institucionalista".
1. Superar los encasillamientos entre sectores y dominios de la sociología.
2. Intentar un rebasamiento de la sociología, como disciplina rigurosa y artificialmente
separada de otras ciencias sociales.
3. Rebasar la actividad de investigación en ciencias sociales, como práctica separada
de las prácticas sociales de los actores y observadores
Si como el AI lo postula, tanto los individuos como los grupos son concebidos como
"entrecruzamientos de referencias y pertenencias" o como "revoltijos de instituciones", es
lógico que postule que la sociología se proponga "como objeto la práctica social como
totalidad y no la refracción de la totalidad en cuadros preestablecidos de la ciencia instituida"
(Lourau, 1972:62). Los problemas empiezan cuando se intenta definir qué se entiende por
"totalidad", ya que precisamente la heterogeneidad parece constituirla completamente, y más
aún porque no parece reducirse solamente al campo sociológico. De ahí que al avanzar hacia
el segundo intento de "superación", las cosas se compliquen cada vez más.
Cuando Lourau piensa en la noción de "totalidad" adscrita al territorio de las ciencias
sociales, descarta, por lo pronto, una síntesis que termine por confundir todas las disciplinas
en una especie de magma indiferenciado.
¿Cuál sería, entonces, el estatuto de esta contrasociología que parece no encontrarse
cómoda con sus vecinas inmediatas ni con sus polos opuestos?
En un primer momento, la sociología estaría definida en función de dos carencias. De
ahí que Lourau considere necesario dar un segundo paso, en el cual una contrasociología
que la asediaría desde adentro le señalara cuál debería ser su "verdadero objeto". Sin
embargo, resulta que ese objeto "propio" estaría compuesto por los "fragmentos de saber
global recortado por las ciencias sociales". ¿Se puede acaso construir un objeto propio de los
recortes hechos por otras disciplinas?
Por otra parte, es lógico suponer que los productos de los recortes no formen un todo
coherente ni se sitúen en el mismo nivel. Además, esto supondría que habría una especie de
disciplina con una mirada privilegiada, que sabría en dónde incidir y qué tipo de articulaciones
deberían existir entre los recortes, para rectificar lo que el conjunto de las disciplinas instituyó
"erróneamente".
Seis años después, Lourau todavía dice que no se trata tanto de "operar" la
reconfiguración del campo teórico sino de un desmembramiento de ese campo (1978a:95) ya que
se mueve en el campo móvil de la sociología, psicosociología y psicoanálisis. Si su campo sigue
siendo "móvil", es que su estatuto teórico-metodológico no termina de consolidarse, a menos,
claro está, que se piense en la movilidad como un valor en sí.
Lourau ha fluctuado —en sentido "negativo" y "positivo"— en encontrar el objeto de esta
contrasociología. Primero, afirmó que ésta debe hacerse cargo de la "práctica social como
totalidad"; luego, cuestionó toda "tentativa de síntesis", y continuó con una supuesta "rectificación
de fronteras", constituida "desde los fragmentos del saber social global, recortado por los sistemas
de las ciencias sociales". Y terminó dando como objeto la "desmembración" del campo de dichas
ciencias. Tanta deriva de ese campo "móvil" resulta sintomática.
Pasemos ahora al tercer intento de superación, que postula la posibilidad de abolir "la
separación que rige las relaciones entre ciencia y prácticas de los actores y observadores".
De estos tres intentos de "superación" quedan algunas cosas rescatables. Entre otras,
la voluntad de tomar seriamente a los actores institucionales al grado de inventar un
dispositivo de análisis que intente dilucidar, junto con ellos, lo que les sucede. Y, por tanto,
no expropiarles la información, sino devolvérselas de doble manera y sobre la marcha del
análisis en vivo; y después, eventualmente, a partir de un texto escrito.
En años posteriores, los sugerentes desarrollos de Lourau acerca de la implicación
replantearán de otra forma las complejas relaciones del investigador con su objeto de estudio.
Relaciones que condicionan tanto el tipo de acercamiento como lo que se deja fuera o silencia.
Incidencia, pues, en la configuración del campo de investigación, en la construcción del objeto,
y en la presentación del resultado final de la investigación.
El análisis de la implicación y sus diferentes planos, en efecto, es un asunto que
atraviesa a todas las disciplinas sociales. Esto amplía el campo del análisis permite que esta
"contrasociología" no quede encajonada en el territorio de las intervenciones socioanalíticas.
Pero —justo es decirlo— no es Lourau el que inventa esa cuestión ni necesariamente el AI
tiene la última palabra.
El AI queda colocado en una posición frágil en la que no le queda más que rehuir de
cualquier intento de sintetizar lo heterogéneo, estar condenado a moverse sin reposo en ese
campo móvil, y no acabar de fijar mínimamente su posición. Asumiendo con esto, además,
todos los riesgos de un mestizaje confuso compuesto por retazos y, por momentos,
intentando situarse desesperadamente por encima de las disciplinas para señalarles lo que
dejan de lado o lo que les falta. Para, luego, terminar como una más. Y, a veces, lo
suficientemente humilde como para reconocer que sólo alcanza a percibir algo de lo que
queda impensado, no sólo por las otras disciplinas, sino por el propio AI.
El proyecto político
Lourau supone que a diferencia de la parusía cristiana —que llegará un buen día para
poner punto final a una situación dada—, los momentos de transparencia revolucionaria son
intensos y puntuales, y los siguen grandes periodos de opacidad.
Lourau tiene "demasiado" claro que en esos periodos todos parecen volverse
"sociológicos", y que fácilmente se dan cuenta del arbitrario que sostiene a todo orden social.
Es el tiempo de los "analizadores históricos", concebidos como reveladores espontáneos de
una situación dada.
La representación del no sangriento mayo francés me parece que interfiere la
capacidad crítica, la cual tiende, a su vez, a volver comparables diferentes acontecimientos
históricos muy diversos, como la Revolución Francesa, el episodio de la Comuna, y el 68 en
París. Por lo pronto, este último suceso les sirvió a los institucionalistas para pensar en lo que
denominaron como lo instituyente, que habitaría como negatividad en el corazón de lo
instituido.
Frente a la utopía de las parusías laicas y sus promesas, se coloca el Estado como la
gran institución omnipresente que constriñe y busca imponer su lógica a todas las demás.
El otro efecto que sigue lógicamente a esa presencia estatal en las diferentes
formaciones institucionales es el de imponerles tarde o temprano su "ley" de equivalencia:
que todo movimiento termine institucionalizándose y se vuelva como los otros, es la marca
brutal que hace visible al Estado.
En resumen, resulta más que sorprendente cómo la gran institución, con esa densidad
aparentemente descrita, se. diluya en los momentos "calientes", y deje ver abiertamente lo
arbitrario de sus formas y no, como es su especialidad, a través de un espejo oscuro.
La noción de institución
Si el AI postula la especificidad y singularidad de las formas institucionales, entonces
no acepta sin matices la omnipresencia del Estado en éstas. Eso atenúa el planteamiento
maximalista e introduce el cuidado de no reducir todo al nivel demasiado general de la ley de
"equivalencia", ni a la presencia indiscriminada del Estado en ellas.
La noción de institución en el AI remite a una serie de tríadas que no implican lo mismo.
Así, tenemos la que nos habla de lo instituido, lo instituyente y la institucionalización; o la que
la establece como universalidad, particularidad y singularidad.
Las instituciones no son supraestructuras en el sentido marxista, sino el producto del
cruce de las instancias — recuérdese que así era una de las definiciones de Estado. Cruce
que presumiblemente no sería el mismo en cada caso, so riesgo de volverlas equivalentes
antes de conocer su especificidad. Tampoco se les puede reducir al puro instituido, sino que
son el producto de la dialéctica entre lo instituido y lo instituyente, que es lo que da lugar al
proceso de institucionalización. Se comprenderá que no se pueden establecer fáciles
analogías conceptuales entre estos dos tipos de tríadas conceptuales, ya que ni siquiera se
sitúan en el mismo plano.
[La institucionalización es vista] como fase activa de estabilización que niega a la vez
la actividad de lo instituyente como negación de lo instituido y el inmovilismo de lo instituido
[...] Políticamente la institucionalización es el contenido del reformismo [Lourau, 1978:69].
En su momento de universalidad, el concepto de institución tiene como contenido la
ideología, los sistemas de normas, etcétera [...] En su momento de particularidad el contenido
del concepto de institución no es otro que el conjunto de las determinaciones materiales y
sociales que vienen a negar la universalidad imaginaria del primer momento [...] En su
momento de singularidad, en fin, el concepto de institución tiene por contenido las formas
organizacionales necesarias para alcanzar tales objetivos [Lapassade y Lourau, 1974:98 y
s.].
Explícitamente, Lourau relaciona esta trilogía con la de institucionalización, aunque —
como ya señalé— no son del todo equivalentes ni parten necesariamente de la misma batería
conceptual.
La "transversalidad", noción tomada de Félix Guattari —uno de los creadores de la
terapia institucional—, es descrita por este autor del siguiente modo: La transversalidad [...]
tiende a realizarse cuando una comunicación máxima se efectúa entre los diferentes niveles
y fundamentalmente entre los diferentes sentidos: es el objeto de investigación de un grupo
sujeto [1966:100].
El socioanálisis
A partir de los prolegómenos que he desarrollado de manera muy resumida, se habrá
apreciado que estamos ante una concepción fundamentalmente sociológica que si bien haría
énfasis en la dimensión grupal —dado el tipo de dispositivo que pone en juego—, la tendencia
será pasar rápidamente a la escena institucional que supuestamente saltaría al primer plano
con la sola puesta en juego del dispositivo.
Saltará a la vista que el Al distingue entre el campo de intervención y el del análisis,
siendo éste mucho más amplio, y no limitado a la intervención directa.
La siguiente cuestión tiene que ver con la noción de "analizador", ya que los hay
"históricos", "naturales" (el que entra en el campo de intervención del staff analítico sin que
éste se lo espere, y tiene que ver con los efectos de la intervención en vivo) y, por último, los
analizadores "artificiales", como el dispositivo construido ad hoc para. intervenir.
Se ha confundido muy seguido analizador potencial y analizador real [análisis en
situación]. La confusión está en creer que un analizador social tiene en toda situación de
intervención un efecto, que su presencia es suficiente para que [...] las contradicciones se
expliciten. Desde el punto de vista de la práctica de intervención, un analizador social no es
jamás sino un analizador potencial [1977:1070 y s.].
En razón de la transversalidad que supuestamente permea a toda institución, Lourau
se pregunta qué aspecto merece atención particular en una institución.
El objeto de análisis no es simplemente el de desdoblar la dimensión sociológica
yuxtaponiéndola a la dimensión psicológica, psicoanalítica, o psicosociológica, en una
dicotomía ecléctica, aunque siempre sea difícil el evacuar esta dicotomía amenazante. Lo
esencial de las intervenciones se esfuerza por incidir en el análisis de las implicaciones
sintagmáticas [grupales] y el análisis de las implicaciones paradigmáticas [sociales] ahí en
donde ellas se articulan en el lenguaje a nivel simbólico [Lourau, 1972:159].
No obstante, en el socioanálisis no se trata—según lo expresa Lourau— de analizar a
los individuos y su inconsciente, sino a lo que denomina como sus implicaciones
sintagmáticas grupales para relacionarlas con las paradigmáticas sociohistóricas.
Los "límites de la interpretación" en socioanálisis —a los que alude Lourau—, entre
otras cosas, implican no tocar lo individual como tal, sino intentar incluirlo en una escena
institucional —o interinstitucional— de múltiples bandas.
El análisis de la demanda
Al interior de un establecimiento surgen una serie de demandas múltiples y
contradictorias, de acuerdo a los diferentes lugares que ocupan [...] los integrantes de dicho
establecimiento. La encomienda de intervención, el encargo, surge en el momento en que
una o un grupo de demandas es privilegiada respecto de las otras, que son negadas curvadas,
desplazadas o resignificadas. Al staff analítico llega, entonces, una demanda procesada ya
por diversas fuerzas al interior de la institución [...] El proceso analítico será el camino inverso
de la constitución de la encomienda. El o los analistas intentarán desconstruir el encargo
hacia las múltiples demandas contradictorias que le dieron origen [Manero, 1990:131 y s.].
En síntesis, de este somero recorrido crítico por algunas de las aportaciones de René
Lourau queda la impresión de la vulnerabilidad de su propuesta epistemológica, que fluctúa
entre la inconsistencia, la promesa, y la descripción. Descripción que, desgraciadamente, no
profundiza en un buen número de cuestiones pertinentes, como la del "enigma" de la
institucionalización, o en qué consiste la negatividad de las instituciones, y si se nota en su
proyecto político —demasiado datado— una simplificación de la cuestión del Estado y de la
transversalidad. Me parece, a pesar de ello, que de dichas aportaciones resultan rescatables,
entre otras cuestiones, la de la implicación y la del dispositivo socioanalítico. Esto siempre y
cuando se renuncie a presentar al AI como la única sociología institucional autorizada y a las
otras propuestas como intentos fallidos.
Unidad VII
Deleuze, G. y Foucault, M. (1988). Un diálogo sobre el poder. En: M. Foucault. Un

diálogo sobre el poder y otras conversaciones. (Trad. Miguel Morey). (pp. 10- 19)

Madrid. Alianza.

Deleuze. Eso es una teoría, exactamente como una caja de herramientas. No tiene
nada que ver con el significante... Es preciso que eso sirva, que funcione. La teoría no se
totaliza, se multiplica y multiplica. Es el poder el que por naturaleza efectúa totalizaciones y
tú, tú lo dices exactamente: la teoría está por naturaleza en contra del poder.
Foucault: ¿No ocurrirá que, de un modo general, el sistema penal es la forma en la
que el poder en tanto que poder se muestra del modo más manifiesto? Meter a alguien en la
prisión, mantenerlo en la prisión, privarle de alimento, de calor, impedirle salir, hacer el amor...,
etc., ahí tenemos la manifestación de poder más delirante que uno pueda imaginar. Lo que
sorprende en esta historia no es sólo la puerilidad del ejercicio del poder, sino también el
cinismo con el que se ejerce ese poder, de la forma más arcaica, más pueril, más infantil. La
prisión es el único lugar donde el poder puede manifestarse en su desnudez, en sus
dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral. «Tengo razón en castigar,
puesto que tú sabes que está mal robar, matar...» Esto es lo fascinante de las prisiones; por
una vez el poder no se oculta, no se enmascara, se muestra como feroz tiranía en los más
ínfimos detalles, cínicamente, y al mismo tiempo es puro, está enteramente «justificado»,
puesto que puede formularse enteramente en el interior de una moral que enmarca su
ejercicio: su bruta tiranía aparece entonces como dominación serena del Bien sobre el Mal,
del orden sobre el desorden.
Deleuze. Por esto, lo contrario también es cierto. No sólo los prisioneros son tratados
como niños, sino que los niños son tratados como prisioneros. Los niños sufren una
infantilización que no es la suya. En este sentido es cierto que las escuelas son un poco
prisiones, y las fábricas mucho más.
Foucault. Pienso que, por debajo del odio que el pueblo tiene a la justicia, a los jueces,
tribunales y prisiones, no hay que ver tan sólo la idea de otra justicia mejor y más justa, sino,
en primer lugar y ante todo, la percepción de un punto singular en el que el poder se ejerce a
expensas del pueblo. La lucha antijudicial es una lucha contra el poder y yo no creo que sea
una lucha contra las injusticias, contra las injusticias de la justicia, y una mejora en el
funcionamiento de la institución judicial. Mi hipótesis, pero no es más que una hipótesis, es
que los tribunales populares, por ejemplo, en el momento de la Revolución, fueron, para la
pequeña burguesía aliada a las masas, un modo de recuperar, de recobrar el movimiento de
lucha contra la justicia. Y para recuperarlo, propusieron este sistema del tribunal que se refiere
a una justicia que podría ser justa, a un juez que podría dictar una sentencia justa. La misma
forma del tribunal pertenece a una ideología de la justicia que es la de la burguesía.
Deleuze. Si se considera la situación actual, el poder forzosamente tiene una visión
total o global. Quiero decir que las actuales formas de represión, que son múltiples, se
totalizan fácilmente desde el punto de vista del poder: la represión racista contra los
inmigrados, la represión en las fábricas, la represión en la enseñanza, la represión contra los
jóvenes en general.
Toda clase de categorías profesionales van a ser invitadas a ejercer funciones
policíacas cada vez más precisas: profesores, psiquiatras, educadores de toda clase, etc. Ahí
nos encontramos con algo que ya anunciaste hace tiempo y que se pensaba que no iba a
poder producirse: el fortalecimiento de todas las estructuras de encierro. Entonces, frente a
esta política global del poder, se dan respuestas locales, contrafuegos, defensas activas y a
veces preventivas. Nosotros no hemos de totalizar lo que se totaliza por parte del poder y que
nosotros sólo podríamos totalizar restaurando formas representativas de centralismo y
jerarquía. En cambio, lo que tenemos que hacer es llegar b instaurar vínculos laterales, todo
un sistema de redes, de bases populares. Y esto es lo difícil.
Foucault. Esta dificultad, nuestro embarazo para encontrar las formas de lucha
adecuadas, ¿no proviene de que aún ignoramos lo que es el poder? La teoría del Estado, el
análisis tradicional de los aparatos de Estado, no agotan sin duda el campo de ejercicio y
funcionamiento del poder. Actualmente éste es el gran desconocido: ¿quién ejerce el poder?,
¿dónde lo ejerce? Actualmente, sabemos aproximadamente quién explota, hacia dónde va el
beneficio, por qué manos pasa y dónde se vuelve a invertir, mientras que el poder... Sabemos
perfectamente que no son los gobernantes quienes detentan el poder.
Asimismo, sería preciso saber hasta dónde se ejerce el poder, mediante qué relevos
y hasta qué instancias, a menudo ínfimas, de jerarquía, control, vigilancia, prohibiciones,
coacciones. En todo lugar donde hay poder, el poder se ejerce. Nadie, hablando con
propiedad, es su titular y, sin embargo, se ejerce en determinada dirección, con unos a un
lado y los otros en el otro; no sabemos quién lo tiene exactamente, pero sabemos quién no
lo tiene.
Cada lucha se desarrolla alrededor de un lar particular de poder (uno de esos
innumerables pequeños lares que pueden ser un jefecilio, un guardia de H .L.M., un director
de prisiones, un juez, un responsable sindical, un redactor jefe de un periódico). Y designar
los lares, los núcleos, denunciarlos, hablar de ellos públicamente, es una lucha, no es porque
nadie tuviera aún conciencia de ello, sino porque tomar la palabra sobre este tema, forzar la
red de la información institucional, nombrar, decir quién ha hecho qué, designar el blanco, es
una primera inversión del poder, es un primer paso para otras luchas contra el poder.
Deleuze. En cuanto a ese problema que planteas: vemos claramente quién explota,
quién se beneficia, quién gobierna, pero el poder es algo todavía más difuso — yo plantearía
la siguiente hipótesis: incluso y sobre todo el marxismo ha determinado el problema en
términos de interés (el poder es detentado por una clase dominante definida por sus
intereses). A causa de ello chocamos con la cuestión: ¿cómo es posible que la gente que no
tiene tal interés siga, abrace estrechamente al poder, pida una parcela de él?
Foucault. Como bien dices, las relaciones entre deseo, poder e interés son más
complejas de lo que por lo general se cree y no son forzosamente los que ejercen el poder
quienes tienen interés en ejercerlo; quienes tienen interés en ejercerlo no lo ejercen, y el
deseo del poder juega entre el poder y el interés un juego que todavía es singular. Ocurre
que las masas, en el momento del fascismo, desean que algunos ejerzan el poder, algunos
que no se confunden sin embargo con ellas, puesto que el poder se ejercerá sobre ellas y a
sus expensas, hasta su muerte, su sacrificio, su masacre, y, sin embargo, ellas desean ese
poder, desean que ese poder sea ejercido. Este juego del deseo, del poder y del interés
todavía es poco conocido. Ha sido necesario mucho tiempo para saber lo que era la
explotación. Y el deseo ha sido y es aún una cuestión de largo alcance. Es posible que ahora
las luchas que se realizan, y además esas teorías locales, regionales, discontinuas, que están
elaborándose en esas luchas y forman un cuerpo con ellas, sean el principio de un
descubrimiento del modo en que se ejerce el poder.
Foucault. Pero si se lucha contra el poder, entonces, todos aquellos sobre quienes se
ejerce el poder como abuso, todos aquellos que lo reconocen como intolerable, pueden
emprender la lucha allí donde se hallan y a partir de su propia actividad (o pasividad). Al
emprender esta lucha que es la suya, cuyo blanco conocen perfectamente y cuyo método
pueden determinar, entran en el proceso revolucionario. Por supuesto, como aliados del
proletariado, puesto que si el poder se ejerce como se ejerce, es para mantener la explotación
capitalista. Sirven realmente a la causa de la revolución proletaria al luchar precisamente allí
donde sobre ellos se ejerce la opresión. Las mujeres, los prisioneros, los soldados de quinta,
los enfermos en los hospitales, los homosexuales han entablado en este momento una lucha
específica contra la forma particular de poder, de coacción, de control que sobre ellos se
ejerce. Actualmente, tales luchas forman parte del movimiento revolucionario con la condición
de que sean radicales, sin compromiso ni reformismo, sin tentativas para habilitar el mismo
poder con un simple cambio de titular. Y estos movimientos están vinculados al propio
movimiento revolucionario del proletariado en la medida en que éste tiene que combatir todos
los controles y coacciones que por todas partes acompañan al mismo poder.
Gibson- Graham, J.K. (2002). Intervenciones posestructurales. En Revista Colombiana

de Antropología 38, enero- diciembre 2002 (pp. 261- 286)

El posestructuralismo es una aproximación teórica al conocimiento y la sociedad que


acoge la incertidumbre de los significados, el poder constitutivo del discurso y la efectividad
política de la teoría y la investigación. Comenzó en la década de 1960 como un movimiento
dentro de la filosofía francesa, y después migró hacia el mundo angloparlante donde tuvo
también un impacto transformativo en la filosofía, al igual que en los estudios literarios y
culturales. En épocas más recientes, ha ganado espacio dentro de la geografía humana y
otras ciencias sociales.
Algunas veces, el posestructuralismo es equiparado al posmodernismo, un término
que tiende a definirse de manera amplia. Se puede entender como una aproximación teórica
al conocimiento y la sociedad (Gibson y Watson, 1995: I). Esto última es lo que estamos
llamando posestructuralismo –una aproximación al conocimiento y al mundo, sustentada
filosóficamente y distintiva teóricamente (Amariglio, 1999)–. Lo que resulta posmoderno del
posestructuralismo es su rechazo de ciertas concepciones modernistas, claramente
identificables, sobre el conocimiento, el conocedor y lo conocido. Mientras que se entiende
que el conocimiento dentro de un marco modernista es singular, acumulativo y neutral, desde
una perspectiva posestructural es múltiple, contradictorio y poderoso.
Antecedentes y orígenes posestructuralistas
El posestructuralismo emerge dentro y en contra de la tradición modernista del
estructuralismo. Quizá su antecedente más cercano sea el estructuralismo lingüístico de
Ferdinand de Saussure, que rechazó la visión de la lingüística tradicional en la que las
palabras se consideran símbolos que representan objetos en el mundo. Saussure (1966), en
cambio, sostuvo que las palabras podían ser vistas como signos constituidos por la relación
entre dos partes, el significante –la imagen visual o acústica– y el significado –el concepto
evocado por esta imagen–. En cualquier lenguaje el significado no emerge de la relación entre
las palabras y sus referentes extralingüísticos, lo cual es enteramente arbitrario, sino de las
relaciones de diferencia construidas socialmente entre los signos.
Consideremos la palabra fábrica. Desde un punto de vista pre-saussuriano, esta
palabra es un símbolo que representa un edificio donde se lleva a cabo la producción –su
referente en el mundo real–. En oposición, desde el punto de vista estructuralista de Saussure,
la palabra fábrica es un signo que incluye la palabra escrita o hablada FÁBRICA (el
significante) y la IDEA (el significado) de un edificio que se diferencia de otras cosas debido
a las prácticas culturalmente codificadas que ocurren en y alrededor de él. Lo revolucionario
de esta declaración es afirmar que el significado se crea dentro de una estructura social
compleja de relación y diferencia y no por medio de palabras que operan como sustitutos para
los objetos, representándolos en su ausencia (Hewitson, 1999).
Aunque el estructuralismo se considera como algo que desestabiliza la presuposición
modernista en la que el lenguaje es un espejo de la realidad, también es un proyecto
esencialmente modernista. Las teorías lingüísticas de Saussure, culturales de Claude Lévi-
Strauss, económicas de Karl Marx y psicoanalíticas de Sigmund Freud, cada una a su manera,
aducían el origen y la organización de fenómenos sociales complejos a estructuras más
profundas. Desvelar o descubrir esas estructuras era la tarea de la ciencia estructural
(Amariglio, 1999).
Aquellos filósofos que llegarían a ser conocidos como posestructuralistas confrontaron
el proyecto estructuralista, tomando una actitud escéptica hacia la determinación por
estructuras subyacentes y los intentos de encontrar la verdad última del lenguaje,la cultura,
la sociedad y la psiquis. Pero quizá su movimiento más notorio fue cuestionar la relación
inmóvil entre significante y significado, que caracterizaba a la lingüística saussuriana. Desde
una perspectiva posestructuralista, el lenguaje no existe como un sistema de diferencias
dentro de un conjunto único de signos. En cambio, las relaciones significante-significado se
crean y revisan continuamente, ya que las palabras se recontextualizan en una producción
eterna de textos. La creación de significado es un proceso inacabado, un sitio de constante
forcejeo –político– donde se generan significados alternos y cuya firmeza es apenas temporal.
Las luchas políticas feministas pueden considerarse un multiplicador de los contextos
y significaciones de mujer, que en el proceso desestabilizan aquellos significados inmóviles
asociados a un orden patriarcal (Daly, 1991).
Una epistemología antifundamentalista se rehúsa a considerar el conocimiento como
algo “basado en la realidad” o que está encargado de ser reflejo1 de o reflejar el mundo (Rorty,
1979). En vez de ser un reflejo que depende de una realidad independiente, el conocimiento
posestructural es un proceso social que interactúa plenamente con otros procesos sociales y
naturales que constituyen la vida social. La epistemología antifundamentalista está
relacionada directamente con una ontología antiesencialista. No hay un concepto esencial,
fundamental o invariable de mujer [ejemplo] que ancle la palabra, sino una infinidad de
contextualizaciones que proveen lecturas múltiples y contradictorias de lo que es o puede ser
mujer.
Los pensadores estructuralistas no ven al significado y al conocimiento como algo
desligado de otros aspectos de la vida social. Se entiende pues que el significado se produce
bajo condiciones sociales e intelectuales específicas y que el conocimiento no es un reflejo
verdadero sino una fuerza productiva y constitutiva. Aunque los conocimientos no pueden ser
diferenciados de acuerdo con un mayor o menor grado de precisión –su éxito o fracaso para
reflejar el mundo–, sí pueden distinguirse por sus efectos –los diferentes sujetos a los que
otorgan poder, las instituciones y prácticas que permiten, al igual que aquellos que excluyen
o suprimen–. De esta forma, el tipo de conocimiento producido es un problema de
consecuencia y no de indiferencia.
Estrategias posestructuralistas
El posestructuralismo ofrece una variedad de estrategias que cuestionan las ideas
recibidas y las prácticas dominantes, haciendo visible su poder y creando espacios para que
emerjan formas alternas de la práctica y el poder. [Estas son algunas de ellas]
Deconstrucción
La deconstrucción es un tipo de lectura que se origina en la obra del filósofo Jacques
Derrida (1967). Trabajando en contra de lo que él denomina la “metafísica de la presencia”,
o el “logocentrismo”, Derrida cuestiona ciertos axiomas fundamentales del pensamiento
occidental. Algunos de los presupuestos cuestionados son:
 La ley de la identidad y la presencia del ser (si un edificio es fábrica es una
fábrica).
 La ley de la no-contradicción que establece la identidad en relación con su
“otro” (si una cosa es una fábrica, no puede ser también una no-fábrica); y
 La ley de exclusión del medio (fábrica y no-fábrica contienen todas las
posibilidades de una situación dada)
En conjunto, estas leyes nos dan objetos/identidades estables, circunscritos y que se
constituyen mediante una negación –de todo lo que no es fábrica–.
Lo que Derrida identifica como logocentrismo es el patrón occidental de producir
significado mediante una estructura binaria positiva y negativa (A/no A, fábrica/no fábrica). La
estructura binaria establece una relación de oposición y exclusión y no una relación de
similitud y mezcla entre los dos términos –así, si la fábrica es un sitio de producción, entonces
la no-fábrica, algo como un hogar, no lo es; o si la producción existe dentro del hogar, esta
es inferior a la que se lleva a cabo en la fábrica–. Esta estructura de oposición está asociada
con una metafísica de la valoración que puede ser muy sutil pero imposible de evadir.
El estructuralismo feminista, entre otros, ha observado cómo los intentos para
(re)valorar el término ausente o subordinado dentro de una estructura binaria son minados
fácilmente. Esto revela la presencia de lo que Saussure identificó como un significante
maestro que opera para estabilizar las relaciones de diferencia. El feminismo
posestructuralista ha cambiado el término logocentrismo por falogocentrismo, recalcando la
forma en que la figura masculina –el falo– fija el significado, dando presencia y positividad a
un lado de la estructura binaria y produciendo una cadena alineada de términos dominantes
dentro del pensamiento europeo de la ilustración.
Volviendo a nuestro ejemplo de la fábrica, la identidad y positividad de la fábrica se
obtiene dentro de una estructura sociolingüística que asocia lo que ocurre en la fábrica con
razón, objetividad, mente, hombre y economía. Estos términos dominantes se refuerzan el
uno al otro, diferenciando la producción en la fábrica de los tipos de producción en los hogares,
los patios traseros, las calles y los campos, dándole un mayor grado de realidad,
independencia y consecuencia.
La estrategia deconstructiva de Derrida se interesa en pensar las diferencias por fuera
de las estructuras binarias y jerárquicas. Una deconstrucción derrideana del signo FÁBRICA
puede comenzar por revalorar el término subordinado en la estructura binaria fábrica/no-
fábrica. Por ejemplo, las teóricas feministas de la economía han tratado de revertir el flujo de
la valoración cultural, anotando cuántas horas ocupan las labores domésticas no
remuneradas y cómo esta contribución al producto interno bruto, si se midiera, sobrepasaría
todo el trabajo efectuado dentro de la producción fabril. Llevando el análisis un poco más lejos,
en la geografía económica es tradicional ver al hogar como el sitio de la reproducción social.
Al revertir la estructura binaria producción/reproducción, la reproducción podría representarse
como la actividad que compromete a todas las personas durante todo el tiempo; como el
proceso íntegro de crear las condiciones para que la sociedad continúe existiendo. Así,
reproducción es un concepto que abarca más que producción. Es el caso general, el todo del
cual la producción es una parte, mientras que la producción es el caso especial.
Uno de los problemas del proceso de revertir es que mantiene intacta la estructura
binaria, cambiando simplemente la jerarquía de valoración. Otra estrategia deconstructiva
aún más potente es la de desdibujar los límites entre los términos, socavando la solidez y
fijeza de la identidad/presencia, mostrando cómo el otro excluido se encuentra incrustado de
tal forma dentro de la identidad primaria que su diferencia resulta insostenible. La presencia
interna del otro excluido vuelve la identidad algo poco familiar, vaciándola de significado (Doel,
1994). Súbitamente, lo que entendíamos por fábrica comienza a desmoronarse.
La deconstrucción ilumina los momentos de contradicción e indecisión de lo que
parece ser una estructura o texto nítidamente concebidos (Ruccio, 1999). Enseña la
postergación indefinida del significado dentro de un sistema de diferenciación y coloca en
primer plano la incapacidad que tiene el signo de personificar totalmente un significado
esencial. El significado es creado y re-creado dentro de textos y contextos específicos. Ya
que no existe un término maestro para fijar los conceptos a significantes específicos, el
significado siempre está en proceso e incompleto.
Genealogía y análisis discursivo
El proyecto de Michel Foucault se dirige a examinar la manera como ciertos
conocimientos y significados son normalizados y aceptados como Verdad. El trabajo de
Foucault enfatiza sobre las formas en las que la construcción de significado es una
representación del poder que no sólo se encuentra trazada en el lenguaje sino también
grabada sobre el cuerpo y re-constituida continuamente en la vida social. Al usar el término
discurso, Foucault se refiere a una práctica gobernada por reglas, que incluye significados
enmarcados dentro de un sistema de conocimiento y en instituciones y prácticas sociales que
producen y mantienen estos significados (1991).
Foucault desafía la universalidad y verdad del significado al desarrollar un método
distintivo para el análisis del discurso que involucra: 1) un análisis crítico de las violencias
generadas por cualquier teoría o sistema de significados (lo que excluye, prohíbe o niega); y
2) un análisis genealógico de los procesos, continuidades y discontinuidades mediante las
que llega a formarse un discurso (1981). Su trabajo dirige nuestra atención hacia las formas
en que los conocimientos ejercen y producen poder y mediante el desarrollo y aplicación de
tecnologías para administrar el ser que ayudan a organizar la vida diaria.
Un análisis crítico del discurso de la industrialización podría ilustrar la manera como
los cuerpos y la producción material que se lleva a cabo en los hogares son devaluados dentro
de los sistemas de saber disciplinarios de la economía y la geografía económica.
La influencia de Foucault sobre el posestructuralismo ha concentrado la atención
sobre cómo las diferentes formas de poder están entrecruzadas con la producción de
conocimiento para crear ciertas concepciones valorizadas del asunto en cualquier periodo
histórico. Aunque gran parte del trabajo de Foucault parece enfatizar sobre la construcción y
consolidación de discursos dominantes que someten al individuo a fuerzas poderosas fuera
de su control, su intervención abre también un espacio para examinar la proliferación y
multiplicidad de discursos que pueden crear sujetos capaces de resistir y reconstituir el poder
de diversas formas.
Performatividad
Para Butler, la performatividad es la “práctica reiterativa y citacional por medio de la
que el discurso produce los efectos a los que da nombre” (1993: 2). En Gender Trouble, Butler
explora la performatividad de forma específica con respecto al género. El género no es una
característica estable del sujeto que emana de una estructura binaria determinada por la
biología o que está inscrita en lo cultural. En cambio, la identidad de género se practica por
medio de la representación –performance– repetitiva de ciertos actos. El género debe ser re-
presentado continuamente con el fin de asegurar su fijeza aparente. Esta noción de la
representación iterativa como algo constitutivo de lo que se toma por una realidad estable
ofrece ideas interesantes acerca de las políticas del conocimiento.
El concepto de performatividad abre un camino a través de la, a veces, desconcertante
falta de piso del proyecto posestructuralista y apunta hacia las intervenciones comprometidas
que retan los sistemas de saber/poder hegemónicos trazados claramente por Foucault. Lo
que llama la atención de Butler son las aperturas por fuera del orden heteronormativo
establecido, a través de las que se ven emerger los sujetos queer. Butler está comprometida
con el proceso de desestabilizar las categorías binarias de género que sirven de soporte a la
heterosexualidad obligatoria. Al enfatizar sobre las incertidumbres y discontinuidades
inherentes a los performances de género, saca a la luz las posibilidades que existen para
alterar e inventar dentro del proceso cultural de la creación del género.
Para Butler y otros teóricos que hemos discutido aquí, las intervenciones estructurales
no son una retirada hacia la teoría y una desconexión del mundo, la política, la ética o el
cambio social. Al contrario, el posestructuralismo asigna un nuevo papel a la teoría,
considerándola como una intervención política. El conocimiento posestructural da forma a la
realidad en vez de reflejarla pasivamente. La producción de nuevos saberes es una actividad
que cambia el mundo, reubicando otros saberes y validando nuevos sujetos, prácticas,
políticas e instituciones.
Momentos posestructuralistas en la geografía económica
En la geografía económica, la reconfiguración posestructural de la relación entre
conocimiento y acción, investigación y realidad, ha inspirado nuevas direcciones en la
investigación. Ha aumentado también nuestra responsabilidad de preguntar, “¿En qué tipo
de producción de conocimiento queremos participar? ¿Cuáles son los efectos del
conocimiento que construimos? ¿Qué posibilidades genera nuestra investigación?
Deconstrucción
J . K. Gibson-Graham (1996) utilizan una aproximación deconstructiva en The End of
Capitalism (As We Knew It), para enfatizar sobre las formas en que la construcción binaria
capitalismo/no-capitalismo opera dentro del discurso económico para constituir al capitalismo
como una forma de economía necesaria y naturalmente dominante. Las prácticas
económicas no-capitalistas se entienden usualmente con respecto al capitalismo –como
iguales a, lo opuesto de, complementarios, o contenidos dentro del capitalismo–; se les ve
como formas más débiles e incapaces de reproducirse. El no capitalismo se representa en
los intersticios, en los enclaves experimentales o como algo disperso y fragmentado en el
paisaje. El capitalismo, al contrario, se representa como algo sistémico, naturalmente
expansivo y coterminal a la economía nacional o mundial. Como consecuencia de esto,
muchos estudios sobre las actividades no-capitalistas se centran en su destrucción inminente,
sus calidades protocapitalistas o su posición débil y determinada dentro de una economía
local. Pocas veces se ve una representación de estas actividades como algo resistente,
extendido, capaz de un crecimiento generativo o de impulsar el cambio económico.
Retomando las ideas de la teoría económica feminista y de los teóricos del sector
informal, Gibson-Graham intentan debilitar el capitalocentrismo del discurso económico, tanto
popular como académico, anotando que las actividades fuera del mercado y, por ende, no
capitalistas, producen, por lo menos, la mitad de la producción total mundial. Sin embargo,
en el discurso económico dominante, tanto de la izquierda como de la derecha, estas
actividades, al igual que la producción no capitalista del mercado, subsisten bajo la sombra
del capitalismo, de forma relativamente invisible y subordinadas a la posición dominante y a
la importancia que se presume que tiene.
El principal movimiento deconstructivo de Gibson-Graham es darle una existencia
independiente al término subordinado y negativo, representando positivamente lo no
capitalista como una serie de formas económicas distintas y no, simplemente, como ausencia,
insuficiencia o dependencia.
En un movimiento deconstructivo simultáneo, la unidad del otro lado de la estructura
binaria puede disolverse y representarse como una multiplicidad contradictoria; el capitalismo
puede privarse de su identidad sólida y coherente, volviéndolo distinto de lo que es y
volviéndolo difícil de generalizar.
O’Neill y Gibson-Graham (1999) exploran el papel de los discursos administrativos en
competencia, que le dan forma a esa entidad fluida denominada la empresa capitalista, que
se representa sin problematizar. Su análisis muestra a la empresa como un sitio impredecible
y potencialmente abierto, y no como un conjunto de prácticas unidas por la lógica predecible
de la maximización de utilidades y la acumulación capitalista. Al ser desatada de una lógica
económica preordenada, la empresa se reconoce como una institución social común, que
muchas veces no logra representar su voluntad ni cumplir sus objetivos o logra llegar, incluso,
a una concepción coherente de lo que estos deben ser. En el contexto de tal representación,
el subsumir capitalismo y poder y la noción relacionada de lo no capitalista como algo excluido
del poder, se vuelve difícil de sostener. Al conceptualizar la economía como diversa y
heterogénea y no como si estuviera agrupada sobre un conjunto privilegiado de actividades
u ordenada por una dinámica central, sino como algo siempre en proceso (discursivo) de
construcción, Gibson-Graham (1996) han iniciado un proyecto para reconstruir el terreno
político sobre el que las economías alternativas se imaginan o representan.
Genealogía y análisis del discurso
La investigación posestructuralista sobre la economía enfatiza sobre la construcción
discursiva y social de las economías locales, regionales, nacionales y globales, trabajando
en contra de las representaciones dominantes de estas entidades como contenedores reales
y determinantes de la vida social.
Uno de los discursos predominantes que organiza el conocimiento en torno al cambio
económico es el del desarrollo –la historia del crecimiento a lo largo de una trayectoria social
universal en la que regiones o naciones caracterizadas por el atraso van progresando hacia
la modernidad, la madurez y la realización de su potencial–. Este modelo de cambio orgánico
ha estructurado el trabajo teórico en un amplio número de campos disciplinarios dispares,
pero ahora se examina también por su eurocentrismo y sus efectos desvalorizadores y
deshabilitadores sobre los menos desarrollados.
El tercer mundo era un problema para el cual el desarrollo aportaba la solución –por
medio del establecimiento de una serie de instituciones, prácticas y expertos a los que se les
dio poder para ejercer su dominación en nombre del proyecto científicamente justificado del
desarrollo–. La lectura minuciosa de Escobar revela cómo la práctica de identificar barreras
para el crecimiento y prescribir caminos hacia el desarrollo ha sometido individuos, regiones
y países enteros a los poderes y agencias del aparato desarrollista. Los sujetos producidos
dentro de y por este discurso no tienen las capacidades necesarias para pensar por fuera de
lo que se presume son el Orden y la Verdad de la narrativa del desarrollo económico y para
rechazar la visión de una buena sociedad que proviene de occidente.
Menos arraigado, aunque quizá más extendido, se encuentra el discurso de la
globalización que circula hoy en día en las discusiones populares, académicas y políticas. En
un texto reciente sobre la integración de la economía doméstica de Nueva Zelanda a las redes
globales comerciales, financieras y de producción, Wendy Larner (1998: 600) se enfrenta a
la narrativa de la globalización. Enfatiza en que la globalización no es, como muchos
geógrafos económicos han argüido, una nueva realidad que fuerza a los estados nacionales
y a sus ciudadanos a asumir nuevos roles, sino un discurso que plantea de manera poderosa
una concepción distinta de la relación entre la economía internacional y nacional.
Performatividad
Reconocer la performatividad del discurso es reconocer su poder, su habilidad para
producir “los efectos a los que da nombre” (Butler, 1993: 2). Sin embargo, el proceso de
repetición mediante el cual el discurso produce sus efectos se caracteriza por sus titubeos e
interrupciones. Los estudios geográficos recientes sobre los sujetos económicos resaltan esta
dimensión performativa del discurso. A diferencia del sujeto modernista racional y coherente,
el sujeto económico posestructuralista está sujeto de forma incompleta. Su identidad siempre
está en construcción y se compone parcialmente mediante las prácticas diarias y discontinuas
que dejan espacios abiertos para la (re)invención y la perversión.
En el trabajo de Linda McDowell acerca del género en la City de Londres, por ejemplo,
se representa a la masculinidad, la feminidad y la división del trabajo por género como algo
que surge dentro de un medio geográfico y temporal particular y no como manifestaciones,
dentro de un nuevo ambiente económico, de un sistema patriarcal de opresión. Mediante la
observación del comportamiento, la forma de vestir y las actitudes en la bolsa de valores, y
de entrevistas con las participantes de la banca empresarial, McDowell (1997) explora la
manera en que se produce y se transforma el género en el mismo proceso de comprar y
vender dinero, futuros y acciones. El género no se construye por fuera de la City y se lleva al
trabajo sino que se constituye en y por medio de las prácticas económicas. Sus límites y
posibilidades no son ordenados por un cuerpo sexuado, una estructura patriarcal o normas
culturalmente transmitidas sobre el género sino que se construyen y reconstruyen en el
momento del performance.
Jenny Cameron (1996/1997, 1998) retoma la performatividad de género en un
contexto comúnmente ignorado por los geógrafos económicos –los hogares de mujeres de la
clase media australiana–. Cameron encuentra en estas economías domésticas la usual
iniquidad de género en la división de las labores domésticas, pero escoge no interpretar la
repartición desigual de las tareas domésticas como la persistencia de las estructuras
patriarcales de la dominación masculina y explotación femenina. Su lectura meticulosa de los
textos producidos en las entrevistas revela, en cambio, un proceso complejo mediante el cual
ciertas tareas domésticas construyen la identidad heterosexual para los hombres y las
mujeres. Acentuando la frontera precaria y móvil entre lo que es masculino y femenino en la
sociedad australiana, Cameron muestra cómo los sujetos trabajan activamente para
mantener la ficción de una identidad de género estable y natural, minada constantemente por
sus vidas y contextos sociales.
Posestructuralismo y políticas de investigación
La discusión sugiere que el posestructuralismo alberga el potencial para ofrecer un
nuevo modelo de investigación en geografía. Si al conocimiento no se le asigna la tarea de
proveer un reflejo preciso de la realidad (Rorty, 1979), entonces la investigación no revela
simplemente lo que está allá afuera en el mundo. Reconocer la efectividad del saber da a la
investigación un papel importante como actividad productora y transformadora de discursos,
creando nuevas posiciones para los sujetos y posibilidades imaginativas que impulsen
proyectos y deseos políticos (Gibson-Graham, 1994).
El análisis discursivo desnaturaliza las subjetividades y prácticas sociales,
volviéndolas exóticas y extraordinarias como elementos de una formación en particular. El
proceso de analizar un discurso resalta el carácter contingente de sus alineamientos y lo
muestra como un intento de estabilización. De esta manera se sugiere, simultáneamente, su
vulnerabilidad a la desestabilización y a la reconstrucción.
La investigación-acción participativa (IAP) es una práctica asociada tradicionalmente
a los proyectos modernistas motivados políticamente. Diseñada para darle poder a
comunidades marginales u oprimidas, esta metodología de investigación involucra a los
miembros de las comunidades en el inicio, diseño, dirección y evaluación de la investigación
(Fals Borda y Rahman, 1991). En su versión original, la IAP se ve como una manera para que
las comunidades oprimidas reconozcan sus intereses comunes, basándose en una
humanidad compartida o en sus experiencias estructuralmente determinadas de opresión. En
la versión posestructuralista (Gibson-Graham, 1994; Reinhaz, 1992), la IAP supone generar
conversaciones por medio de distintas identidades, construyendo comunidades parciales y
temporales dentro de un “complejo y diverso ‘nosotros’” (Fals Borda y Rahman, 1991: 81). La
interacción entre investigadores académicos y no-académicos durante el proceso de
investigación genera nuevos.
Guattari, F. (2015). Hacia una ecosofía. Y ¿Qué es la ecosofía? En ¿Qué es la ecosofía ?

(Trad. Pablo Ariel Ires) . (pp. 49- 57/ 59- 64). Buenos Aires: Cactus Archivo

La ecosofía es una corriente que, dentro de la ecología y a fines del siglo XX, rebasa
la posición antropocéntrica del movimiento ecológico, involucrando su dimensión espiritual y
global. Ve también la necesidad de tomar medidas no sólo para la protección del medio
ambiente, sino de impulsar un cambio profundo de la visión del mundo, que retorne a los
principios universales.
La ecosofía puede cumplir la función de puente. Dentro de la ecosofía existen muchos
puntos de acceso, pero lo decisivo es que en ella no existe ninguna ideología especial o
limitada. La ecosofía es un modelo en el cual, distintos grupos con ideologías diferentes,
pueden trabajar conjuntamente por el bien del medio ambiente, y podría llegar a ser la base
de una nueva filosofía en el siglo XXI.
Es interesante que la ecosofía haya reconocido que la crisis postmoderna es una crisis
de los valores y de las ideologías fracasadas del siglo XX, es decir, de la visión positiva
materialista. La ecosofía se encuentra a la búsqueda de una visión del mundo más amplia,
más profunda y más global. Para la realización de este trabajo, he tomado como referencia
un libro que contiene una recolección de párrafos de los representantes más importantes de
la ecosofía o de la ecología profunda, como Arne Naess, Fritjof Capra, Gregory Bateson,
Joanna Macy. Ambos términos, ecosofía y ecología profunda serán utilizados como
sinónimos.
Los cuatro campos de la ecosofía
Los editores anteponen un mandala que representa cuatro columnas, o campos de la
ecosofía, como visión del mundo. Esos cuatro campos son:
I) El campo científico: Lo cognitivo, es decir, los conocimientos de la ciencia que nos
dirigen hacia una nueva visión del mundo: la teoría general de los sistemas, la visión del
mundo holonística, la teoría de Gea, el principio de la organización propia. Esos
conocimientos deben llevar a una comprensión más profunda de las leyes de la vida.
II) El campo emocional: Este campo se ocupa del desarrollo de un nuevo acceso hacia
el mundo, para poder confrontar emocionalmente la crisis global, sin tener que reprimirla. Se
trata de encontrar la forma de poder transformar la tensión que resulta de la conciencia y del
sentir de la crisis global, en energías y sentimientos fecundos, que nos dirijan hacia un cambio
de estilo de vida y hacia una acción global. La compasión debe ser utilizada como fuente
positiva de energía.
III) El campo práctico: Se encuentran por desarrollar alternativas que posibiliten a la
sociedad y al individuo vivir en mejor resonancia con la naturaleza. Se trata de desarrollar un
estilo de vida y un sistema de valores duraderos y capaces para el futuro, y no a costa de las
generaciones venideras. Es importante también la conexión de todas las iniciativas y
organizaciones que se esfuerzan por desarrollos capaces para el futuro, para promover a
través de ello el nacimiento de efectos sinergéticos.
IV) El campo espiritual: Tiene como finalidad el desarrollar de nuevo un acceso vivo
hacia la naturaleza, el abrirse a una mística natural y descubrir lo común de lo sagrado.
Considerarse a sí mismo como parte de la red de vida, y en razón de ello, desarrollar una
responsabilidad más amplia que sea más global, menos antropocéntrica y oportunista.
La frase el desarrollo del Ser ecológico que aparece en el centro del mandala, indica
el objetivo. La idea del Ser ecológico es una de las claves de la ecosofía. A continuación
profundizaremos un poco más los campos tratados.
EL CAMPO CIENTÍFICO
a) El concepto del “Ser ecológico”
El concepto del Ser ecológico amplia el concepto antropocéntrico del Ser a una
dimensión ecológica. Gregory Bateson, cibernético y uno de los precursores de la nueva
teoría de sistemas, y con ello de la ecosofía, explica que las fronteras entre Hombre y
Naturaleza son de origen artificial.
Como aclaración a la figura expuesta damos las siguientes citas de Bateson: Define
el Ser de un individuo no sólo por su cuerpo físico, sino a través de las informaciones que un
individuo recibe de su entorno. El Ser es ampliado a través de ello y se conforma de Hombre
y entorno. Según la conciencia, cambian las fronteras del individuo.
Del modelo mostrado, se deriva un nuevo concepto del espíritu: Así obtenemos una
imagen del espíritu, según la cual éste tiene la misma función que un sistema cibernético, es
decir, que actúa como unidad total relevante, que asimila la información atravesando las fases
de intento y error. Y nosotros sabemos que dentro del espíritu, en el sentido más amplio, se
encuentra una jerarquía de subsistemas, cada uno de los cuales podríamos definir
individualmente como espíritu… Algo que yo describo como "espíritu", lo enmarco dentro del
gran sistema ecológico, el ecosistema. O cuando desplazo los límites del sistema a otro nivel,
el espíritu de toda la estructura evolutiva se encuentra inmanente.
La ciencia del siglo XXI tiene que dar todavía un gran paso para concebir la idea del
espíritu no como un fenómeno humano, sino como algo que se extiende a toda la naturaleza.
Bateson aboga por la superación del pensamiento egocéntrico y por la identificación con el
medio ambiente en el que vivimos. El relacionar el nivel intelectual con el nivel del pensar y
actuar cotidianos, no es fácil, como Beteson observa. Requiere de un camino en el pensar,
que debe identificarse con el entorno o bien integrar el medio ambiente en la propia conciencia.
Esa conciencia es denominada en la ecosofía como el Ser ecológico.
b) La idea del Holon
Esta idea introducida por Arthur Koestler es una de las más importantes en las
discusiones científicas más recientes y es utilizada muchas veces en relación con la ecosofía.
Joanna Macy, psicóloga americana y pionera de la ecología profunda, escribe: Todos los
sistemas vivos, ya sean éstos orgánicos, como en el caso de una célula, o superorgánicos
como en el caso de una sociedad, un sistema ecológico, son holones. Esto quiere decir que
poseen un tipo de Ser dual. Son en sí mismos un todo y al mismo tiempo parte de otro todo
superior. El escritor Arthur Koestler acuñó esta idea, tomando como base la palabra griega
para "todo", junto con el sufijo "on", el que significa "parte".
Fenómenos vivos aparecen por ello como sistemas dentro de otros sistemas, como
campos dentro de otros campos, como un juego de muñecas rusas.
Esta idea muestra que todos los niveles se encuentran conectados entre sí y actúan
en conjunto. Una totalidad de holones que actúan en conjunto se llama holonarquía, término
muy parecido al de jerarquía, el sentido de un orden más grande. En todo caso este término
indica que los subsistemas particulares actúan como unidades independientes, y a pesar de
ello están ligados al orden de la "holonarquía". Por consiguiente, cada holón cumple en forma
independiente con el orden de la holonarquía.
c) La teoría de Gea
Lovelock, juntamente con la bióloga molecular Lynn Margulis, investigó los procesos
que se desarrollan sobre nuestro planeta, y mostró que estos procesos corresponden más a
un organismo vivo capaz de regularse a sí mismo, que al producto de la casualidad sobre un
planeta muerto. La idea central es "Autopoiese" (regulación propia). Esta idea fue
desarrollada por Humberto Maturana y Francisco Varela para la explicación de modelos de
organización de sistemas vivos, y ésta representa hoy en día para muchos científicos el
criterio central de la vida. Dice que un sistema frente al medio ambiente puede regularse a sí
mismo; así por ejemplo, puede mantener su temperatura a un mismo nivel, a pesar de los
enormes cambios que pueda sufrir la temperatura del entorno.
La tierra también se encuentra en condiciones de mantener la temperatura a un
determinado nivel, el porcentaje de sal en las aguas de los mares, la composición de la
atmósfera. Estos son sólo algunos indicios que pueden ser mencionados a favor de la teoría
de Gea. La tierra, durante su evolución, ha vivido ya muchas veces situaciones dramáticas,
logrando siempre alcanzar de nuevo un equilibrio dinámico. Evidentemente, a largo plazo,
este cambio no es problemático para Gea, pero sí lo es para la humanidad, que está haciendo
desaparecer las condiciones para su propia vida y para la de otros seres vivientes.
La teoría de Gea pone en movimiento un gran proceso de cambio en el pensar, porque
concibe la tierra y todos los seres vivientes que en ella se encuentran como un gran sistema
vivo u organismo, y no como sistemas que compiten entre sí, como sustenta la vieja ciencia
darwinista y positivista.
Fridjof Capra, un pionero del "nuevo pensar", acuñó, a este respecto, la idea de "red
de vida". En su libro Red de vida- un nuevo entendimiento del mundo viviente, ofrece una
síntesis del desarrollo que conduce a la ciencia moderna. Muchas de estas investigaciones
son la confirmación de una visión global y muestran el nacimiento de una "nueva ciencia". La
ciencia del siglo XXI puede ser ya vislumbrada y es un campo de estudios enriquecedor, ya
que nos posibilita la construcción de un puente entre las verdaderas enseñanzas esotéricas
y los conocimientos actuales; pero quizás lo más importante sea que puede formar los
fundamentos para un actuar conjunto y capaz para el futuro, con los pioneros de la ciencia.
Félix Guattari creó el término “ecosofía” para desarrollar prácticas específicas para
modificar y a reinventar las formas de ser. Reconstruir literalmente el conjunto de las
modalidades del ser-engrupo no solamente en acciones de comunicación sino a través de
intervenciones en el propio ser, mutaciones existenciales, como objeto de la esencia de la
subjetividad. Este concepto es establecido como respuesta a las formaciones políticas y
ejecutivas que se muestran poco eficaces de comprender la problemática en el conjunto de
sus intervenciones. Aunque haya una conciencia parcial de los peligros más evidentes que
amenazan al medioambiente, en general las políticas abordan el campo de la contaminación
industrial, pero desde una perspectiva tecnocrática. La crisis ecológica debe ser encarada a
escala planetaria y la verdadera respuesta sólo podrá ser encontrada mientras se realice una
auténtica revolución política, social y cultural que reoriente los objetivos de la producción de
bienes materiales e inmateriales. Una transformación intelectual, donde se organicen nuevas
prácticas micropolíticas y microsociales, nuevas solidaridades, nuevo bienestar, nuevas
prácticas estéticas y analíticas de las formaciones del inconsciente.
Guattari articula una teoría ético-política entre los registros ecológicos, de las
relaciones sociales y de la subjetividad humana. “El principio común a las tres ecologías
consiste, pues, en que los Territorios existenciales a los que nos confrontan no se presentan
como en-sí, cerrados sobre sí mismos, sino como un para-sí precario, acabado, finitizado,
singular, singularizado, capaz de bifurcarse, en reiteraciones estratificadas y mortíferas o en
apertura procesual a partir de praxis que permiten hacerlo «habitable» por un proyecto
humano. Esta apertura práxica constituye la esencia de ese arte de «la eco» que subsume
todas las maneras de domesticar los Territorios existenciales, tanto si conciernen a íntimas
maneras de ser, el cuerpo, el entorno o a grandes conjuntos contextuales relativos a la etnia,
la nación o incluso los derechos generales de la humanidad.” (GUATARRI, 1996) Tenía la
convicción de que no se trataba de hacer reglas universales como guía para estas prácticas,
sino justamente lo contrario. La cuestión de la enunciación subjetiva sería planteada cada vez
más a medida que se desarrollasen las máquinas productoras de signos, de imágenes, de
sintaxis, de inteligencia artificial, significando una recomposición de las prácticas sociales e
individuales.
Habla de una ecología mental que se verá obligada a reinventar la relación del sujeto
con el cuerpo, el fantasma, la finitud del tiempo y los misterios de la vida y de la muerte, donde
el hombre deberá buscar soluciones para la uniformidad y la manipulación. Cuando teoriza
sobre la ecología social, establece que hay que modificar o reinventar la forma de ser en el
seno de la pareja, de la familia, del contexto urbano, del trabajo, etcétera. Con respecto a la
ecología medioambiental, cree que en ella todo es posible, tanto las peores catástrofes como
las evoluciones imperceptibles, donde los equilibrios naturales dependerán de las acciones
humanas. Recalifica la ecología medioambiental como ecología maquínica, “puesto que,
tanto en el cosmos como en las praxis humanas, nunca se trata de otra cosa que de máquinas,
y yo incluso osaría decir de máquinas de guerra.” (GUATARRI, 1996).
Unidad VIII
Fernández, A. (2007). Haciendo met-odhos. (pp. 27- 37). En: Las lógicas colectivas.

Imaginarios, cuerpos y multiplicidades. Buenos Aires: Colección Sin Fronteras

¿Cuál es la relación entre lo psíquico y lo social?, aquí se tratará de elucidar los


tránsitos de los universos de significaciones imaginarias sociales a las singularidades de
sentido, en la producción de subjetividad.
Se trata de abrir interrogantes en un campo de problemas de la subjetividad por lo que
no se ha trabajo en el marco de un dominio de objeto unidisciplinario. Interrogar por el cómo
y no por el quién no constituye un mero detalle, allí reside uno de los ejes más fuertes del
problema y una de las mayores complejidades teóricas, que habilita a pensar desde una
noción de subjetividad que implique la indagación de sus procesos de producción más que
de sustancias, esencias o invariancias universales.
¿Cómo de un campo de disponibilidaes de significancia- institucional-social-histórico-
se produce, en nuestro caso, en una actividad grupal, en un momento y no en otro, en alguien
y no en cualquiera, en algunos y no en todos una singularidad de sentido?
Pensar las cuestiones a indagar como campos de problemas atravesados por
múltiples inscripciones: deseantes, históricas, institucionales, políticas, económicas, etc,
implica un doble movimiento conceptual que abarca el trabajo sobre las especificidades de
las diferentes dimensiones involucradas y al mismo tiempo su articulación con las múltiples
inscripciones que las atraviesan. Este modo de pensar intenta superar los reduccionismos
necesarios a las lógicas de objeto discreto que se delimitaron en los momentos fundacionales
de las ciencias humanas que territorializaron tales saberes en disciplinas académico-
profesionales para abrir los modos de indagación hacia criterios multirreferenciales que den
otra inscripción a la imbricación de lo individual y lo colectivo en los procesos de producción
de subjetividad.
Retomando cuestiones planteadas en las páginas precedentes, se trata de pensar en
un campo de problemas, este criterio de indagación supone desdisciplinar las
territorializaciones disciplinarias, para poder demarcar las cuestiones de otro modo. Es la
forma en que aquí se busca pensar por fuera de las antinomias clásicas: individuo/sociedad,
sujeto/objeto, estructura/acontecimiento, etc.
Desdisciplinar implica complejos procedimientos eludicatorios: desnaturalizar los
dominios de objetos instituidos sin por ello invalidar los conociientos que ellos han producido
y producen. Supone, a su vez, descontruir las lógicas desde donde han operado sus principios
de ordenamiento, así como también generalogizar, o al menos realizar algunos rasteos
genealógicos que permitan interrogar los a priori desde los que un campo de saberes y
prácticas ha construido sus conceptualizaciones.
Desnaturalizar sus territorios, deconstruir sus lógicas y generalogizar sus conceptos
son los procedimientos de indagación para crear condiciones de posibilidad que permitan
construir programas que tiendan a conexiones que desborden los dominios de objeto
unidisciplinarios.
Pensar desde un campo de problemas se diferencia en este sentido de la idea de
objeto de conocimiento. Pensar problemáticamente es trabajar ya no desde sistemas teóricos
que operen como ejes centrales sino pensar puntos relevantes, que operen
permanentemente descentramientos y conexiones no esperadas; el problema no es una
pregunta a resolver sino que los problemas persisten e insisten como singularidaes que se
despiegan en el campo.
Se trata de pensar- entendiendo el pensamiento como un modo de experiencia,
sabiendo que en el camino no quiebre de sentido comunes disciplinarios necesariamente se
transitarán zonas borrosas tal vez imposibles de evitar si se intenta eludir las comodidaes de
lo ya sabido. Atrave sando las fronteras de los setnidos comunes de las territorializaciones
disciplinarias, intentando no recaer en los binarismos que han sido base de
sustancializaciones y esencialismos diversos. Es necesario subrayar entonces que el
pensamiento como mmodo de experiencia supone pensar en el límite de lo que se sabe.
Se trata del desafío de hacer de una serie de preguntas un problema o, mejor dicho
una problemática en el sentido de un agrupamiento de problemas que se relacionan al interior
de un campo abierto. No se trataría tanto de una serie lineal de problemas que, al estilo de
las muñequitas rusas, estarían unos dentro de otros, sino de problemas que en sus derivas e
insistencias presentan puntos y momentos de conexión y desconexión que enlazan y
desenlazan.
Demarcar o delimitar un campo de problemas a partir de las múltiples cuestiones que
en el confluyen. Programa- deleuze, plantea que constituye por los puntos de orientación que
conducen una experimentación que desborda nuestra capacidad de previsión y por tanto se
modifican a medida que se implementan. Indagación- termino foucaultiano aludiendoa a una
modalidad o forma específica de construcción de un saber y a la gestión o ejercicio de
adquirirlo y transmitirlo. Interesa caminar en la heterogeneidad eludiendo el camino de la
constitución o comprobación de sistemas. Deverauz, proponía hacer de la ansiedad método,
se intentará aquí hacer de la incomodidad concepto.
Abrir interrogación, dar curso y no obturar la incomodidad, de modo que lo invisible
opere visibilidad, lo impensado se vuelva enunciable. Se trata entonces de establecer una
demora que instale las condiciones de posibilidad de un pensar en un campo de problemas,
que habilita un pensar como experiencia de elucidación e indagación, desde un criterio de
problematización recursiva.
Tomar autores como herramientas o instrumentos para pensar. Esta propuesta de
indagación conceptual trabajará con un criterio de construcción de caja de herramientas. Esta
idea foucaltiana supone en principio dos cuestiones básicas:
La elaboración conceptual no tomará las teorías y/o los autores de los que se nutra
como sistemas que operen como fundamentos de verdad o relatos totalizadores. Se trata de
construir instrumentos para pensar problemas. Su composición no puede realizarse más que
gradualmente a partir de la elucidación de situaciones específicas. Pensar problemáticamente
implica construir estratégias de pensamiento que eviten adhesiones u oposiciones a los
autores con los que se trabaja, en tal sentido supone interrogar dos problemas que sus
teorizaciones han hecho posibles.
Problematizar es abrir a la elucidación, elucidar en términos castoriadianos, como ya
se dijo supone, pensar lo que se hace y saber lo que se piensa.
De aquí desde un principio se ha planteado la tarea de pensar como elucidación,
entendiéndola como una labor propositiva, una exploración acerca de, inacabada, sujeta a
revisiones y ajustes provisorios, aunque no por eso menos rigurosos, se tratará de pensar
sobre lo hecho mientras se buscará conocer con mayor precisión eso que, como hecho
deberá ser deshecho, para entender su irradiada composición, un trabajo elucidativo se nutre
de diferentes procedimientos de indagación, retomando lo señalado en páginas anteriores,
los más frecuentes en el estilo de trabajo que se ha conformado son:
Las desnaturalizaciones de sentido comunes discipinarios. Las deconstrucciones de
las lógicas de la diferencia con que opera un campo de saberes y prácticas. El rastreo
genealógico de la construcción de las nociones de los cuerpos teóricos con que se trabaja.
A priori epistémicos, urgencias sociohistóricas tensiones institucionales, confluyen
constituyendo las condiciones de posibilidad de un saber y de las prácticas que habilita, se
delimitan a sus áreas de visibilidad e invisibilidad, sus principios de ordenamiento y sus
formas de enunciabilidad. Por todo lo dicho es necesario aquí el trabajo de pensamiento
desde un criterio de caja de herramientas, actúan produciendo los diagramas de un
pensamiento en construcción.
En síntesis, la caja de herramientas permite: demostrar las teorías evitando su
cristalización en cuerpos de doctrinas. Abrir visibilidad y consiguiente enunciabilidad,
permitiendo nuevas teorizaciones.
La caja de herramientas, en nuestro caso incluye el diseño de dispositivos d
eintervención grupales, institucionales, comunitarios, estos artificios entendidos como
máquinas de visibilidad crean condiciones de posibilidad para la indagación de situación
específicas.
Pensar- hacer en situación par aimpedir la dogmatización teórica y la esterilización de
las prácticas. El resorte para ello es justamente la caja de herramientas que habilita a pensar
en situación. Así, la caja de herramientas, dispositivos en acción, elucidación de experiencias
y reformulación conceptual permanente constituyen el ciruito de problematización recursiva
que se ha considerado pertinente para el trabajo emprendido.
No se trata aquí de una metodología que se define a priori, sino que a partir de los
problemas que necesita pensar se despiegan criterios y recaudos metodológicos en situación
que van gestando orgánicamente su propio estilo de indagación.
Así se abordarán los procedimientos por los cuales de un magma de significaciones
imaginarias sociales se produce un sentido; las modalidades rizomáticas con que operan las
lógicas colectivas de la multiplicidad, las modalidades identitarias con que operan las lógicas
de la representación, las afectaciones diferenciales que se producen en ellas y los juegos
micropolíticos que despliegan, arriba finalmente a la elucidación de un taller que pone en
visibilidad algunas modalidades con las que operan los cuerpos en las instancias colectivas
y las consiguientes dificultades de conceptualización que presentan.
Maceiras J. y Bachino, N. (2008). Territorio, ámbito y campo. En G. Etcheverry y A.

Protesoni. (Eds.) Derivas de la Psicología Social Universitaria. (pp. 43- 65).

Montevideo: Ediciones Levy.

Los tres están vinculados a posturas epistémicas. Tienen que ver con la posibilidad
de conocer y comprender lo que hay ahí, en la delimitación de un recorte de realidad puesto
a consideración. Tiene que ver con la naturaleza de la relación entre quien pretende conocer
y comprender y aquello que tiene por destino ser comprendido o conocido.
Territorio
Es tributaria a una concepción epistemológica positivista propia de la modernidad, la
que erige a las disciplinas como organizadoras del conocimiento, y en términos globales de
una cosmovisión del mundo regida por la primacía de la razón y el progreso permanente o
linean. Por lo tanto, todo acto de conocimiento que contemple a un objeto y un sujeto
cognoscente se concibe en “compartimentos”.
La modernidad pone en énfasis la razón como valor último, desplazando a la emoción
del sujeto, la cual se percibe como interferencia u obstáculo, ya que le quita estatuto científico
a ese conocimiento. El sujeto que intenta conocer se ubica separado del recorte de realidad
que define como su “objeto de estudio”. Objeto formal y abstracto que es medible,
reproducible, cuantificable, autónomo, no contradictorio, univoco y que se halla desligado de
un sujeto cognoscente, que a su vez tiene las características de ser a-histórico, aséptico,
trascendente y que en su interpretación de la realidad buscará verdades últimas regidas por
la obtención de una pretendida objetividad.
Se busca generar visibilidad y comprensión, a la vez que construir estrategias de
intervención desde un territorio disciplinario y disciplinante. Teoría y técnica despliegan, en
ese sentido, su mayor violencia simbólica, ya que diagraman y construyen el objeto de estudio
que tiene ante sí. La violencia simbólica consiste en poner formas conocidas como
convenientes y legítimas, produciendo efectos territorizaliantes que no se presentan como
tales al percibirse como universales. El técnico investigador, interpreta y aplica buscando
formas de reencontrarse con un conjunto de certezas que empalmen con el universo teórico
disciplinario del cual partió. Lo que impera es la lógica de la trascendencia, donde a partir del
código propio del territorio teórico disciplinario, se va a otorgar un sentido a lo que se entiende
que acontece en aquel lugar definido como recorte de realidad u objeto. Se interviene sobre
un recorte de realidad desde un referente teórico y que en el encuentro con el referente
empírico, produce un efecto de retorno sobre la teoría en dónde esta se ratifica y rectifica.
Ámbito
La noción que se plantea Bleger es una categoría que, aunque por momento remite
al disciplinamiento propio del territorio, por otros, tiene la capacidad de abrir el abanico a
nuevas prácticas psicologías que muestran atisbos rupturistas. Estos involucran una
ampliación de los lugares de intervención del psicólogo, al tiempo que promueven el
desarrollo de nuevos modelos conceptuales. Desde una perspectiva actual, lo entendemos
como una categoría bisagra, entre la noción ya referida de territorio y campo.
Bleger toma el concepto de Pichón-Riviere el cual dice que las ciencias del hombre
conciernen a un solo objeto único “el hombre-en-situación”, susceptible de un abordaje
pluridimensional. Se trata de una interciencia, con una metodología interdisciplinaria, la cual
permite un enriquecimiento de la comprensión del objeto de conocimiento y una mutua
realimentación de las técnicas de aproximación al mismo”. También es influenciado por las
concepción de Atención primaria en Salud, donde el hombre es entendido como un ser bio-
psico-social y por lo tanto compartimentado por distintas disciplinas en una lógica propia del
territorio.
Bleger apunta a comprender al sujeto en el transcurrir de su vida cotidiana, afirmando
que es ahí donde es necesario intervenir para prevenir la aparición de enfermedad o promover
conductas más saludables. Manifiesta que es necesario desarrollar nuevos instrumentos
conceptuales y una concepción del trabajo en equipos interdisciplinarios. Asocia la práctica
con la investigación, donde la primera ya no es solamente aplicación de técnica, la práctica
es el centro de la investigación, criticando al modelo médico tradicional alejado de la
investigación.
Ámbito a veces aparece referido a lugar de trabajo entendido empíricamente y es
cuando lo vemos más cerca de la noción de territorio, propio del paradigma positivista, ya que
está posicionado desde una lógica del objeto discreto, sin embargo establece la siguiente
distinción: la psicología social no se encuentra definida por el número de personas ni por el
lugar donde se trabaja, sino por el enfoque que se utiliza; esto lo aleja de la restricción
positivista explicada en territorio.
Campo
Esta noción nos siguiere que no estamos ante un objeto discreto. Nos ubica en una
concepción epistemológica de la complejidad, que implica una nueva manera de pensar y
pensarnos a nosotros mismos. Campo nos aleja del objeto discreto, nos invita a posicionarnos
desde una epistemología que contemple lo transdisciplinario, que permita generar mayor
visibilidad.
Poniendo en consideración el dualismo sujeto-objeto, ya no es sujeto cognoscente y
objeto a ser conocido, sino que todo lo contrario, el signo que los separa debería ser ( : ) y no
( - ), para así plantear el “sujeto:objeto”, donde la relación que se establece es de
indeterminación, la relación no está marcada y no sabemos cual es. Las fronteras que
separan ahora son difusas.
La figura se ubica en el lugar del objeto cognoscente no sería la del técnico, asentado
en formaciones y dominación y ejercicio de violencia simbólica, sino la del investigador, ya
que como vimos, no hay nada que aplicar, donde el sujeto cognoscente esta
desterritorizalizado pero que deviene en constructor de un campo de conocimientos, mientras
que le objeto deviene en campo de problemáticas a formular.
En el campo no hay un lugar para lo teórico por un lado y lo práctico por otro, sino que
hay relaciones de indeterminación entre teoría y práctica (teoría:práctica). La tarea positiva
apunta al desdisciplinamineto de los cuerpos disciplinarios, cuestión que implica incurrir en
procedimientos complejos, los cuales podríamos descomponer en tres grandes líneas:
1. Desnaturalizar los dominios del objeto instituido sin por ello invalidar los
conocimiento que ellos han producido y producen
2. De construir las lógicas desde donde han operado sus principios de ordenamiento
3. Genealogizar o al menos realizar algunos rastreos genealógicos que permiten
interrogar los a priori desde los que un campo de saber y prácticas han construido sus
conceptualizaciones.

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