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Unidad I
EUDEBA
I. INTRODUCCION.
En: Micropolítica. Cartografías del deseo. (pp. 37- 52). Madrid: Traficantes de
sueños.
1
Capitalismo Mundial Integrado
por el lenguaje, sino también por niveles semióticos heterogéneos. Por lo tanto, no se trata
de elaborar una especie de referente general interestructural, una estructura general de
significantes del inconsciente al cual se reducirían todos los niveles estructurales específicos.
Se trata de hacer exactamente la operación inversa, que a pesar de los sistemas de
equivalencia y de traducibilidad estructurales va a incidir en los puntos de singularidad, en los
procesos de singularización que son las raíces productoras de la subjetividad en su pluralidad.
Todos los fenómenos importantes de la actualidad implican alguna dimensión del
deseo y de subjetividad. Las referencias universitarias y políticas tradicionales, el marxismo
clásico o un remiendo freudiano-marxista no dan cuenta de esos problemas del deseo a
escala colectiva.
Algunos de los fenómenos religiosos que se están dando actualmente no pueden ser
explicados únicamente en términos de ideología. En mi opinión, se trata de procesos de
constitución de la subjetividad colectiva que no son el resultado de la sumatoria de las
subjetividades individuales, sino de la confrontación con las maneras con las que hoy se
fabrica la subjetividad a escala planetaria.
Debemos interpelar a todos aquellos que ocupan una posición docente en las ciencias
sociales y psicológicas, o en el campo del trabajo social, todos aquellos cuya profesión
consiste en interesarse por el discurso del otro.
Las personas que, en los sistemas terapéuticos o en la universidad, se consideran
simples depositarias de un saber científico o simples canales de transmisión del mismo, sólo
por eso, ya hicieron una opción reaccionaria. Sea cual sea su inocencia o su buena voluntad,
ocupan efectivamente una posición de refuerzo de los sistemas de producción de la
subjetividad dominante. Y no se trata del destino de su profesión.
Cualquier revolución a nivel macropolítico concierne también a la producción de
subjetividad.
2. Subjetividad: sujeto (individual o social) versus agenciamientos colectivos de
enunciación
En lugar de sujeto, de sujeto de enunciación o de las instancias psíquicas en Freud,
prefiero hablar de «agenciamiento colectivo de enunciación». El agenciamiento colectivo no
corresponde ni a una entidad individuada, ni a una entidad social predeterminada.
La subjetividad es producida por agenciamientos de enunciación. Los procesos de
subjetivación o de semiotización no están centrados en agentes individuales (en el
funcionamiento de instancias intrapsíquicas, egoicas, microsociales), ni en agentes grupales.
Esos procesos son doblemente descentrados. Implican el funcionamiento de máquinas de
expresión que pueden ser tanto de naturaleza extrapersonal, extra-individual (sistemas
maquínicos, económicos, sociales, tecnológicos, icónicos, ecológicos, etológicos, de medios
de comunicación de masas, esto es sistemas que ya no son inmediatamente antropológicos),
como de naturaleza infrahumana, infrapsíquica, infrapersonal (sistemas de percepción, de
sensibilidad, de afecto, de deseo, de representación, de imagen y de valor, modos de
memorización y de producción de ideas, sistemas de inhibición y de automatismos, sistemas
corporales, orgánicos, biológicos, fisiológicos, etc.).
3. Producción de subjetividad e individualidad
Sería conveniente disociar radicalmente los conceptos de individuo y de subjetividad.
Para mí, los individuos son el resultado de una producción en masa. El individuo es
serializado, registrado, modelado. La subjetividad no es susceptible de totalización o de
centralización en el individuo. Una cosa es la individuación del cuerpo. Otra la multiplicidad
de los agenciamientos de subjetivación: la subjetividad está esencialmente fabricada y
modelada en el registro de lo social.
El lucro capitalista es, fundamentalmente, producción de poder subjetivo. Eso no
implica una visión idealista de la realidad social: la subjetividad no se sitúa en el campo
individual, su campo es el de todos los procesos de producción social y material. Lo que se
podría decir, usando el lenguaje de la informática, es que, evidentemente, un individuo
siempre existe, pero sólo en tanto terminal; esa terminal individual se encuentra en la posición
de consumidor de subjetividad. Consume sistemas de representación, de sensibilidad, etc.,
que no tienen nada que ver con categorías naturales universales.
La subjetividad está en circulación en grupos sociales de diferentes tamaños: es
esencialmente social, asumida y vivida por individuos en sus existencias particulares. El modo
por el cual los individuos viven esa subjetividad oscila entre dos extremos: una relación de
alienación y opresión, en la cual el individuo se somete a la subjetividad tal como la recibe, o
una relación de expresión y de creación, en la cual el individuo se reapropia de los
componentes de la subjetividad, produciendo un proceso que yo llamaría de singularización.
No es verdad lo que dicen los estructuralistas: no son los hechos de lenguaje ni los de
comunicación los que producen subjetividad. La subjetividad es manufacturada como lo son
la energía, la electricidad o el aluminio.
El individuo, a mi modo de ver, está en la encrucijada de múltiples componentes de
subjetividad. Entre esos componentes algunos son inconscientes. Otros son más del dominio
del cuerpo, territorio en el cual nos sentimos bien. Otros son más del dominio de aquello que
los sociólogos americanos llaman «grupos primarios» (el clan, el grupo, la banda). Otros,
incluso, son del dominio de la producción de poder: se sitúan en relación con la ley, la policía
e instancias de género. Mi hipótesis es que existe también una subjetividad aun más amplia:
es lo que llamo subjetividad capitalística.
Sería conveniente definir de otro modo la noción de subjetividad, renunciando
totalmente a la idea de que la sociedad, los fenómenos de expresión social son la resultante
de un simple aglomerado, de una simple sumatoria de subjetividades individuales. Pienso,
por el contrario, que es la subjetividad individual la que resulta de un entrecruzamiento de
determinaciones colectivas de varias especies, no sólo sociales, sino económicas,
tecnológicas, de medios de comunicación de masas, entre otras.
Ibáñez, T. (2004). El cómo y el porqué de la psicología social. En: T. Ibáñez
Introducción
La psicología social es una disciplina que estudia cómo los fenómenos psicológicos
están determinados y conformados por procesos sociales y culturales. Encontramos en la
disciplina una permanente reflexión sobre su aplicabilidad y la posibilidad de intervenir en los
problemas sociales.
Tres temáticas determinan en buena medida la historia de la disciplina: en primer lugar,
la definición que se hace tanto de lo social como de lo psicológico. En el segundo, la
conceptualización que se proporciona de su relación. Y en tercer lugar, la propuesta
metodológica que se realiza para el estudio de esta relación. De manera bastante
consensuada se admite que desde el nacimiento de la psicología social se perfilan dos
grandes perspectivas: la psicología social psicológica (PSP) y la psicología social sociológica
(PSS). La primera admite que es posible proporcionar definiciones diferenciadas tanto de los
fenómenos psicológicos como de los sociales, admite que entre estos fenómenos hay relación,
pero que es de mera exterioridad y, finalmente, mantiene que es posible utilizar los métodos
de las ciencias positivas para analizar esta relación y encontrar leyes generales que la regulen.
En oposición a este posicionamiento, la segunda sostiene que lo psicológico y lo social son
una suerte de tejido sin costuras, por lo que resulta difícil poner un límite que marque dónde
empieza un fenómeno y dónde el otro. En consecuencia, la relación que se postula entre
procesos psicológicos y sociales es de mera interioridad y se apuesta por el uso de métodos
interpretativos para entenderla. Para esta perspectiva, la dimensión simbólica de la realidad
es crucial a la hora de comprender cómo lo psicológico se constituye a partir de lo social.
En tanto que disciplina científica y campo de estudio con identidad propia, su origen
se localizaría en la segunda mitad del siglo XIX en un amplio conjunto de estudios realizados
en diferentes países de Europa. Así, "la psicología social tendría un largo pasado pero
solamente una breve historia".
Lo que encontramos en etapas previas son reflexiones pertenecientes al ámbito del
pensamiento o filosofía social. Algunas cuestiones centrales que hay que considerar en tales
reflexiones son:
1) Si la persona, en tanto que individuo, es única o idéntica a los otros.
2) Si la persona es producto de la sociedad o, a la inversa, la sociedad es una función
de los individuos que la componen.
3) Si la relación entre individuo y sociedad es un problema con sentido o la expresión
de una ideología latente.
4) Si la naturaleza de los seres humanos es egoísta y necesita de procesos de
socialización o si los seres humanos son sociales por naturaleza.
5) Si las personas son agentes libres o están determinadas por fuerzas sociales y
culturales.
Otro problema muy importante reside en cómo se presenta la disciplina, cuya
presentación siempre está ligada a posicionamientos teóricos, metodológicos,
epistemológicos e ideológicos previos.
No obstante, el problema todavía se complica más si pensamos que incluso las
presentaciones que se pueden hacer de la psicología social dentro de una misma perspectiva
varían ostensiblemente.
1. La dimensión social
"Yo soy yo y mis circunstancias". Ante la idea según la cual las personas nacen con
una serie de características que las definen para el resto de la existencia, Ortega y Gasset
tuvo el indiscutible talento de resumir en una sencilla frase una cosa que hoy nos parece
obvia, pero que tardó mucho tiempo en constituirse como evidencia y que tuvo que dar
muchos pasos antes de instalarse en los saberes del sentido común.
Así, la progresiva concienciación de la diferenciación social en el seno de una misma
sociedad y de la variabilidad de las culturas entre las diversas sociedades fue dejando
constancia de la inseparabilidad que hay, de hecho, entre la persona y sus circunstancias o,
cosa equivalente, entre lo psicológico y lo social.
Tanto los fenómenos psicosociales como el conocimiento que tenemos son
provisionales y cambiantes. Se forman mediante prácticas determinadas y se modifican con
la evolución de estas prácticas.
Del mismo modo que sucede con las evidencias, que hoy damos como buenas, las
respuestas aportadas por la ciencia psicosocial resultan de una actividad investigadora que
se encuentra enmarcada en un contexto social y cultural particular y situada históricamente.
Estas respuestas están marcadas por esta actividad y por este contexto particular. No
podemos decir, por lo tanto, que son literalmente objetivas y definitivas.
"Yo soy mis circunstancias". Esta formulación enfatiza todavía más la naturaleza
plenamente social de la persona, pero quizás tiene implicaciones difíciles de aceptar.
1.1. La separación entre lo social y lo psicológico
Sin embargo, aunque nadie pone en duda la importancia y la influencia que tienen los
factores sociales en la configuración psicológica de los seres humanos, no existe, en cambio,
ningún consenso en el grado en el que la dimensión social incide sobre los procesos
psicológicos y todavía menos en la manera en que esta incidencia se produce.
Aun así, hay muchos que consideran que, a pesar de las dificultades que comporta el
intento de separarlas, existen, sin embargo, dos realidades bien diferentes: la realidad
psicológica, por un lado, y la realidad social, por el otro. Se trata de la idea de que la parte
psicológica es primera y constituye la materia básica, mientras que la social viene después y
alimenta la psicológica con contenidos concretos y dándole formas particulares.
Una de las metáforas subyacentes en esta concepción es la metáfora de la plastilina:
la parte psicológica sería la plastilina, es decir, la materia básica, mientras que la social
modelaría esta plastilina para dar formas diferentes según los diferentes entornas
socioculturales.
1.2. El impacto de los estímulos sociales sobre los procesos psicológicos
Es precisamente en este sentido en el que se habla del impacto de los factores
sociales en los procesos psicológicos.
La idea según la cual los factores sociales impactan en los procesos psicológicos está
en la base de una concepción de la psicología social que la sitúa como disciplina
complementaria de la propia psicología. Según esta concepción, la psicología estudia los
procesos psicológicos básicos que se dan en el individuo, mientras que la psicología social
estudia la manera como estos procesos psicológicos se ven afectados por los fenómenos
sociales.
1.3. La intersección entre sociología y psicología
Hay otra disciplina, la sociología, que tiene por objeto estudiar los fenómenos sociales.
La psicología social se situaría, por lo tanto, en la frontera que separa la psicología y la
sociología. Más concretamente, se ha considerado que la psicología social se sitúa en la
intersección entre estas dos disciplinas.
En el espacio delimitado por la intersección se encuentran los fenómenos psicológicos
demasiado cargados de determinaciones sociales para que la psicología los pueda analizar
debidamente, y los fenómenos sociales demasiado cargados de determinaciones
psicológicas para que la sociología los pueda analizar debidamente; es decir, los fenómenos
cuyo estudio es competencia de la psicología social.
1.4. La fusión entre lo social y lo psicológico
Hay que preguntamos, aun así, si es correcto ver la dimensión social como una
dimensión sobreañadida a la dimensión psicológica y que se limita simplemente a impactar
en ella. Cada día hay más psicólogos que se alejan de esta concepción y que cuestionan la
supuesta separabilidad de lo social y de lo psicológico. Por otro lado, la importancia creciente
que se ha concedido al lenguaje en el desarrollo de la persona ha contribuido decisivamente
a difuminar la separación entre lo psicológico y lo social.
El lenguaje es un objeto eminentemente social, que se presenta al mismo tiempo como
un producto y como un elemento constitutivo de la cultura en la cual se desarrolla la persona.
1.5. La construcción social de lo psicológico
Así pues, podemos afirmar que con el lenguaje lo social está directamente presente
en el desarrollo mismo de los procesos psicológicos y, más generalmente, podemos
considerar que es por medio de la propia relación con los otros como lo social interviene
desde el primer momento en la construcción de los procesos psicológicos. Psique y sociedad
no son dos realidades independientes vinculadas entre sí por meras relaciones de influencia
recíproca, sino que constituyen un todo inextricablemente entrelazado. La dimensión social
no corre paralelamente a la dimensión psicológica, sino que es constitutiva de ésta.
Esta idea no es fácil de asimilar, porque, cuando pensamos en la sociedad, pensamos
habitualmente en una cosa que es exterior al individuo, una cosa que le rodea, una cosa en
cuyo seno se encuentra el individuo y que, por lo tanto, le influye.
Para vencer la dificultad que nos impide entender plenamente que lo social es
constitutivo de lo psicológico, tenemos que abandonar esta separación entre individuo y
sociedad, y quizás la referencia al lenguaje nos puede ayudar a conseguido. La comunicación
es posible porque el lenguaje está fuera, lo que permite que los otros accedan a él, igual que
nosotros. Pero si no estuviera dentro, ni siquiera podríamos saber que existe y, sin duda,
tampoco podríamos comunicamos plenamente con los demás. Pasa lo mismo con lo social:
está dentro y fuera de nosotros al mismo tiempo. No podría estar fuera si no está dentro, y al
revés. Desde esta perspectiva, el objeto que define la psicología social como disciplina deja
de ser el estudio del impacto que tienen los factores sociales en los procesos psicológicos y
pasa a definirse como el estudio de la construcción social de los procesos psicológicos.
2. La genealogía de la psicología social
2.1. Los antecedentes: Vico y los significados compartidos
Muchos psicólogos sociales coinciden en situar el inicio de la psicología social hacia
mediados de siglo XIX y algunos ven en la obra del filósofo francés Auguste Comte, padre
del positivismo, las primeras definiciones de la disciplina. Pero también se pueden tomar otros
puntos de referencia y, por nuestra parte, nos parece que la obra del filósofo italiano del siglo
XVIII Vico constituye un punto de partida mucho más interesante para ubicar los primeros
pasos de la disciplina.
En efecto, Vico desarrolló una serie de conceptos que serán clave para la psicología
social. En primer lugar, desarrolló la idea según la cual las sociedades presentan una
dimensión histórica ineludible: se constituyen, evolucionan y cambian en el transcurso de la
historia.
Vico insistió, también, en el carácter construido de la sociedad. Para él, la sociedad
es un producto puramente humano que resulta de la actividad desarrollada por los individuos.
Pero Vico investigó sobre todo la manera en que se iban constituyendo las
significaciones compartidas que constituyen el fundamento de una sociedad y sin las cuales
no sería posible la interacción entre los que la integran. Vico nos explica, de una manera que
hoy podemos considerar simplista, pero que revela una profunda sensibilidad psicosocial,
cómo se constituyeron los primeros significados compartidos a partir de las reacciones
comunes que tenían los seres humanos ante los acontecimientos naturales.
2.2. La formación de la psicología social en la Europa del siglo XIX
Todavía tendremos que esperar más de un siglo desde la publicación de la obra
pionera de Vico para que la psicología social empiece a construirse como un campo de
estudio claramente diferenciado. En realidad, esto no pasará hasta la segunda mitad del siglo
XIX con una serie de estudios realizados en diferentes países europeos. Desde el primer
momento se entrevén dos grandes orientaciones: la una centrada en el individuo y en los
determinantes innatos de las conductas sociales y la otra centrada en las grandes
colectividades humanas y en los determinantes culturales de las mencionadas conductas.
En el marco de la primera de estas orientaciones se enfatizan los instintos sociales
que empujan al individuo a desarrollarse como ser social, buscando el contacto con sus
congéneres (instinto gregario) y aprendiendo las pautas del comportamiento social (instinto
de imitación). La otra orientación pone el acento en los factores culturales que regulan la
socialización de las personas y que marcan la vida social, prestando una atención muy
particular a la sedimentación de la historia de los pueblos en sus lenguas, en sus creencias y
en sus tradiciones culturales.
2.3. El desarrollo de la psicología social en los Estados Unidos
Aunque se irá perdiendo poco a poco el interés por unos supuestos instintos sociales,
gran parte de la psicología social mantendrá la preocupación por los fenómenos individuales,
hecho que dará lugar la psicología social psicológica (PSP), que conocerá un importante
desarrollo en Estados Unidos durante el siglo XX y que influirá a partir de este momento sobre
la psicología social desarrollada en otros lugares del mundo.
Paralelamente a la PSP, se desarrollará, también en Estados Unidos, una psicología
social sociológica (PSS) más próxima a los planteamientos de Wundt, pero que no alcanzará
un grado de difusión parecido a los de la PSP y quedará circunscrita básicamente al ámbito
de la sociología.
La diferencia entre estas dos psicologías sociales, en cuanto a enfoques teóricos, es
clara. Mientras que en la primera de estas dos orientaciones se toman los fenómenos sociales
y los individuos como unidad de análisis y se estudian sobre todo la conducta social y el
impacto de los estímulos sociales en los procesos psicológicos, en la otra orientación se
toman la interacción social y la dimensión social como unidad de análisis y se estudian sobre
todo las características de la vida colectiva y su repercusión en la configuración social de las
personas.
También se manifiestan diferencias metodológicas: mientras que la PSP recurre con
frecuencia a la experimentación en laboratorio o a diseños experimentales en situaciones
naturales, la PSS se inclina por los estudios de campo, la observación sistematizada y la
recogida de datos en situaciones de la vida cotidiana.
La separación y a veces el enfrentamiento entre estas dos perspectivas se ha
atenuado después de la importante crisis por la que pasó la PSP a finales de los años sesenta.
Como consecuencia de esta crisis, parte de la PSP se ha acercado a los planteamientos de
la PSS y ha desarrollado una tercera vía que intenta superar la división disciplinar entre
psicología y sociología restituyendo a la dimensión social toda la importancia que tiene en el
análisis psicosocial y rescatando el papel fundamental del lenguaje en la construcción de los
fenómenos psicológicos. Esta tercera vía ha recibido el nombre de psicología social
construccionista(PSC).
2.4. Los temas fundacionales: instintos sociales, imitación, sugestión y fenómenos
colectivos
1) Los instintos
En la segunda mitad del siglo XIX, época en la que la psicología social fue tomando
forma, la influencia de los escritos de Darwin era muy importante. la psicología social prestara
una gran atención, igual que toda la psicología, a la cuestión de los instintos e intentara
explicar la conducta de los seres humanos en términos de diferentes instintos sociales que
mueven a las personas.
De aquí viene que se hable del instinto gregario para explicar que las personas tienden
a buscar la compañía de sus semejantes, del instinto agresivo para dar cuenta de la hostilidad
interpersonal o intergrupal, y del instinto altruista para explicar la solidaridad entre las
personas, etc. La tendencia a buscar la explicación de los fenómenos sociales en las
características innatas de las personas se encuentra, pues, muy presente en los primeros
momentos de la psicología social.
No obstante, la moda intelectual favorecida por los trabajos de Darwin fue perdiendo
fuerza poco a poco y la referencia a los instintos desapareció progresivamente de los
planteamientos psicosociológicos, y también de los planteamientos psicológicos en general.
2) La imitación
La observación de la conducta de los niños conduce a los primeros psicólogos sociales,
entre los que conviene destacar muy especialmente a Gabriel Tarde, a ver en el fenómeno
de la imitación la explicación de la manera en que los seres humanos aprenden a desarrollar
las conductas consideradas como "normales" y deseables en su sociedad. Se trata, en
realidad, de un primer intento de explicar el fenómeno de la socialización, es decir, el
mecanismo mediante el cual los individuos que nacen en una sociedad interiorizan los valores,
las creencias, los esquemas relacionales y las pautas de comportamiento propios de esta
sociedad, de manera que se permite que, generación tras generación, se mantengan y se
reproduzcan las características básicas de la sociedad.
El interés por la imitación permaneció durante muchos años en la psicología social,
pero fue dejando paso, poco a poco, a planteamientos más sofisticados en términos de
aprendizaje social.
3) La sugestión
La preocupación por el fenómeno de la socialización orientó los primeros pasos de la
psicología social hacia el estudio de otro fenómeno tan importante como la imitación: el
fenómeno de la sugestión.
En los primeros estudios sobre la imitación, el papel desarrollado por el adulto es
esencialmente pasivo. Tomar en consideración la sugestión invierte los papeles, ya que es el
adulto quien pasa a tener el rol activo mientras que el niño se convierte en un receptor pasivo
de las influencias ejercidas por los que lo rodean. Pero el resultado es el mismo.
La proximidad entre los conceptos de sugestión y de hipnosis indica que el proceso
que está en juego no es un proceso de obligación y de obediencia, sino que es un proceso
de inducción en el que el sujeto no percibe que se le ha impuesto una conducta y mantiene
el sentimiento que es amo de sus propias actuaciones aunque le hayan sido dictadas por los
otros. Con el fenómeno de la sugestión, lo que se estudiaba, sin que quedara explícitamente
formulado, era la manera como la sociedad consigue imponer las pautas de actuación
socialmente establecidas sin que las personas sean realmente conscientes de esta
imposición y así puedan conservar, por lo tanto, el sentimiento que las asumen para ellas
mismas.
En la línea de los trabajos desarrollados por el psicólogo Binet, que darían lugar al
influyente libro titulado La Sugestión, la psicología social fue profundizando en este fenómeno
aunque abandonó poco a poco el término sugestión y lo sustituyó por el concepto más amplio
de influencia social. De esta manera se abrió una de las líneas de investigación más
importantes de la disciplina.
4) Los fenómenos colectivos
Junto con el interés por la imitación y por la sugestión como mecanismos de la
socialización, también se manifestó en la naciente psicología social un gran interés por los
fenómenos colectivos y por las conductas de las masas. El estudio de los fenómenos
colectivos dio lugar a la preocupación por conocer las producciones colectivas de los pueblos,
como las tradiciones culturales, las peculiaridades lingüísticas, los mitos y las creencias
colectivas, los hábitos de todo tipo. Es esta línea de investigación la que quedará
ejemplificada en la obra de Wundt sobre la psicología de los pueblos y, un poco más tarde,
en las obras de los primeros interaccionistas simbólicos.
Como parte del interés por los fenómenos colectivos, también se manifestó una
notable preocupación por estudiar las conductas de las masas. La fuerte irrupción de las
masas en la escena social llamó la atención de muchos pensadores. Gustave Le Bon,
desarrolló un influyente tratado sobre la psicología de las masas en el que intentaba dilucidar
los mecanismos psicológicos que intervenían en las actuaciones colectivas. En este tratado,
Le Bon atribuía a las masas un efecto de despersonalización de los individuos que los impulsa
a liberar los instintos más primarios. Convertido en un ser anónimo, el individuo se deja influir
con mucha facilidad por los estados anímico s y las conductas de las otras personas
presentes en la masa, y también por las consignas y las actuaciones de los líderes que
emergen en la confusión de las congregaciones masivas.
En el desarrollo posterior, la psicología social se alejaría progresivamente del interés
por las masas, no sólo porque quedó patente que los estudios realizados por Le Bon y sus
contemporáneos contenían muchos prejuicios y reflejaban todos los estereotipos que tenía la
burguesía con relación a las manifestaciones populares, sino también porque la psicología
social se fue centrando cada vez más en unidades de análisis más reducidas. De esta manera,
bajó del ámbito de los fenómenos colectivos al de los pequeños grupos y de las relaciones
interpersonales hasta situarse, finalmente, en el campo de los fenómenos individuales.
En las primeras etapas la psicología social estaba más preocupada por los
mecanismos de reproducción y conservación de la realidad social establecida que por los
mecanismos del cambio social y que reflejaba un determinado temor ante las manifestaciones
populares susceptibles de trastocar el orden social reinante. Quizás es útil contraponer esta
primera época de la psicología social a las orientaciones actuales de la psicología social,
sobre todo en la vertiente socioconstruccionista, que ponen el énfasis en la transformación
social e individual y que abogan por construir nuevas relaciones sociales y nuevas maneras
de ser.
3. Las grandes orientaciones teóricas de la psicología social
3.1. El interaccionismo simbólico
El interaccionismo simbólico (lS) es, sin duda, la corriente dominante en la PSS. El IS
nació de los trabajos de George Herbert Mead a comienzos del siglo XX y se asienta sobre
tres premisas básicas:
1) La importancia de los significados: el ser humano no actúa tanto con relación a las
supuestas características objetivas de los objetos con los que se relaciona, como
sobre la base del significado que atribuye a los mencionados objetos. Es
fundamental, por lo tanto, conocer cuál es la interpretación subjetiva que una
persona hace de una situación si queremos entender su conducta en esta situación.
2) La importancia de la interacción social: los significados no los traen los objetos en
sí mismos, sino que emergen a partir del intercambio y de las relaciones con las
otras personas. Es en la interacción con los otros donde se forja nuestra forma de
interpretar la realidad.
3) La importancia del carácter activo de la persona: En efecto, la persona ejerce un
papel activo, seleccionando, transformando, negociando los significados
adecuados en función de las acciones que pretende desarrollar en las diferentes
situaciones.
En el marco de la PSP reseñaremos ahora tres orientaciones cuya influencia ha
variado según las épocas: la orientación conductista, la orientación psicoanalítica, la
orientación cognitiva.
3.2. El socioconductismo
La definición de la psicología que proporcionó Watson, el padre del conductismo, fue
adoptada por algunos investigadores en el estudio del comportamiento social.
La orientación conductista recoge, de hecho, un conjunto muy diversificado de teorías,
a veces bastante contrapuestas, pero que tienen en común una misma insistencia sobre la
necesidad de estudiar los comportamientos observables de las personas y de explicarlos en
función de unos fenómenos que sean también observables.
3.2. La orientación psicoanalítica
El propio Freud desarrolló importantes análisis psicosociales sobre la constitución de
los grupos sociales, las relaciones interpersonales y los fenómenos de liderazgo. La principal
aportación del psicoanálisis a la psicología social no proviene tanto de las investigaciones
realizadas por los seguidores de esta corriente teórica como de las huellas que las
formulaciones de Freud han dejado en los conocimientos de todos los psicólogos sociales y
en el conocimiento culto en general.
3.4. La teoría de la Gestalt y el sociocognitivismo
Mucho antes de que se produjera la revolución cognitiva en psicología, la psicología
social prestaba ya una atención particular a los procesos cognitivos y participaba de unas
formulaciones de indudable carácter cognitivista. Esto se debe, posiblemente, al impacto que
tuvo la teoría de la Gestalt.
La orientación cognitiva se centra en el estudio de los procesos inferenciales que
caracterizan el pensamiento humano y, en el campo de la psicología social, analiza el impacto
que tienen los factores sociales en los mecanismos y en los resultados de la actividad
intelectiva. A partir de los años sesenta esta orientación teórica ha ido suplantando poco a
poco la influencia que tenían las orientaciones conductistas, y se ha convertido en la principal
orientación de la psicología social convencional.
3.5. El socioconstruccionismo
Al final de los años sesenta se empezaron a desarrollar una serie de enfoques
alternativos que pretendían situarse en una postura crítica con respecto a la psicología social
en uso y que pretendían configurar una nueva forma de entender la disciplina. Gran parte de
estos enfoques alternativos se pueden reagrupar bajo la denominación de PSC.
La PSC retoma, en buena medida, las premisas del interaccionismo simbólico,
concede gran importancia a la dimensión subjetiva de la realidad social, a los significados y
a la consideración de la actividad del individuo. Pero esta orientación acentúa todavía más el
papel que ejerce el lenguaje en la formulación de la realidad psicológica, a la vez que extiende
la consideración del papel del lenguaje a las teorías elaboradas por los psicólogos y muestra
cómo inciden las convenciones puramente lingüísticas en los conocimientos que elaboran las
ciencias humanas y sociales.
El construccionismo social pone atención en el hecho de que la realidad social y todo
aquello que la compone se construye literalmente mediante las prácticas sociales concretas
que desarrollan las personas y los colectivos en la vida cotidiana. La insistencia en el papel
constructivo de las prácticas sociales desemboca inmediatamente en el reconocimiento de la
historicidad de lo social, ya que éste emerge de unas prácticas que se modifican
necesariamente en el transcurso de los acontecimientos sociales.
Desde esta perspectiva que va adquiriendo una influencia creciente en la psicología
social, queda claro que, cambiando las costumbres, los seres humanos tienen la posibilidad
de cambiar a la sociedad que resulta y cambiarse ellos mismos.
4. ¿Para qué sirve la psicología social?
Cuando se hace la pregunta sobre la utilidad práctica que pueden tener determinados
conocimientos científicos, aparece, inmediatamente, la gran dicotomía entre investigación
básica e investigación aplicada.
Sin embargo, no siempre es fácil de mantener esta diferenciación en el campo de las
ciencias sociales y humanas. El influyente psicólogo social Kurt Lewin aseveró una vez, con
gran acierto, que "nada es más práctico que una buena teoría". Si esto es efectivamente así,
y nos inclinamos a pensar que lo es efectivamente, se difumina la frontera entre las
actividades que conducen a elaborar conocimientos y las actividades enfocadas a resolver
problemas prácticos de la vida cotidiana. Esta difuminación se hace todavía más patente si
consideramos, junto con Lewin, que es por medio de la intervención activa en la resolución
de problemas prácticos como se pueden constituir determinados conocimientos teóricos
4.1. La intervención en los problemas sociales
No hay duda de que la psicología social se preocupó desde los primeros momentos
no sólo de producir conocimientos sobre los fenómenos psicosociales, sino también de
diseñar los instrumentos para poder intervenir en la realidad social y contribuir a resolver
algunos de sus problemas.
Unidad II
Hans Joas se refiere a una versión sociológica del Pragmatismo del que serían
representantes una serie de autores bien conocidos por su pertenencia a la llamada Escuela
de Chicago: Thomas, Park, Blumer y Hughes. El Pragmatismo es la principal fuente filosófica
de la Escuela de Chicago y del Interaccionismo simbólico, y es fundamentalmente una
“filosofía de la acción”. La escuela de Chicago se propuso desarrollar una teoría comprensiva
de lo social. Se trataba de hacer una ciencia social empírica, pero no estadística.
Con la denominación "Escuela de Chicago" nos estamos refiriendo a una serie de
autores relacionados con el Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago
fundado por Albion Small en 1892, y a su producción intelectual. Es frecuentemente vista
como la primera gran "escuela" de Sociología en los Estados Unidos. Allí tuvo su origen una
rica y diversa tradición de investigación empírica en su mayor parte relacionada con la nueva
y rápida expansión urbana del centro de Chicago y los problemas sociales que dicha
expansión trajo consigo. Estas circunstancias favorecieron el desarrollo de una teoría social
pragmatista, unida a las filosofías de James, Dewey, Peirce y Mead y a la Sociología de
Simmel. Esto provocó debates sobre las metodologías sociológicas más apropiadas,
especialmente entre aquellos que tenían predilección por el método "estudio de caso" y
aquellos otros que apoyaban el refinamiento del método estadístico.
Chicago fue el primer centro de formación para estudiantes graduados en Sociología,
generando además una gran producción fruto de sus actividades en el terreno de la
investigación.
5.1. La ciudad como contexto
La industrialización se producía en plena vigencia del capitalismo puro y duro. No es
extraño por tanto que la nueva clase trabajadora empezara a organizarse para defender sus
intereses y mejorar sus condiciones de trabajo: surgieron los primeros sindicatos y grupos
políticos que trataban de representar los intereses de los recién llegados. Chicago se había
convertido en el centro del movimiento sindical estadounidense.
Es cierto que había mucha explotación, crímenes, violencia (algunos, dice Hannerz,
intentaban triunfar por el camino más corto), corrupción, pobreza y miseria, impersonalidad,
soledad... todo lo que traía el capitalismo y la vida urbana. Pero Chicago además era un
símbolo de la "modern city", la ciudad moderna, un modelo de lo que estaba por venir. Una
ciudad con una gran energía, una gran vitalidad, y altas dosis de creatividad en el mundo de
los negocios buscando soluciones para los nuevos problemas del urbanismo, de las
comunicaciones, del transporte y con una gran vida intelectual y en el terreno de la literatura,
el arte, la música... (Plummer, 1997. Vol. I:6).
Como Park, los demás profesores del Departamento tenían ante sí un auténtico
laboratorio social: una ciudad industrial en progresivo crecimiento acelerado en donde sin
buscar mucho se podían encontrar todos los problemas sociales: la miseria, el desempleo, la
prostitución, el crimen organizado, las casas de juego, las chicas que se alquilaban en las
salas de baile, el contrabando de licores, las apuestas trucadas en las carreras de galgos, la
corrupción política y policial... y por otro lado los Centros de Trabajo Social, las asociaciones
filantrópicas, las ligas contra la depravación y el vicio... En definitiva los investigadores no
tenían que ir muy lejos para encontrarse con su objeto de estudio y recoger materiales
empíricos.
5.2. Influencias recibidas.
Respecto a las influencias recibidas, distintos autores (Ritzer, 1995:61), subrayan que
una de las características distintivas del Departamento fue su estrecha relación con la religión.
Small, sin ir más lejos era un pastor baptista que creía que la meta última de la Sociología
debía ser esencialmente cristiana a la vez que insistía en que tenía que tener un carácter
científico.
Otros sociólogos sugieren otras hipótesis para explicar el especial interés por los
problemas sociales y la reforma social. Tendría que ver con el proceso de especialización
que habría llevado los estudios clásicos y humanísticos a cierta decadencia mientras que
fuera de la Universidad ejercían reformadores y trabajadores sociales presionando para la
intrusión de la Sociología en las universidades americanas.
Wirth plantea lo que él llama el complejo de Cenicienta de la Sociología respecto a
otras disciplinas de mayor tradición y hegemónicas en la estructura universitaria. Según este
autor los sentimientos de los primeros sociólogos de Chicago oscilaban entre los delirios de
grandeza y el complejo de inferioridad. Al ser los últimos en llegar al campus universitario no
tuvieron otra alternativa que ocupar los espacios libres que otras disciplinas más establecidas
despreciaban u olvidaban. Esto explicaría que las líneas de trabajo con los chicaguenses
tuvieran que ver desde el principio con el estudio de la pobreza, la delincuencia, el crimen, la
enfermedad, el desempleo, la prostitución y otras patologías sociales.
Por otro lado, no es menos cierto que Small estuvo en Alemania entre 1879 y 1881
estudiando en Leipzig y Berlín, con Gustav Schmoller, Adolf Wagner y Albert Schäffle, por
ello sus planteamientos estarían más próximos a la defensa del Estado Social elaborada por
los socialistas de cátedra que de las teorías revolucionarias de los movimientos sociales
radicales. Pero sin duda el contexto social, económico y político en el que el Departamento
nace influye también en la orientación que ha de tomar. Chicago estaba acusando los efectos
de una rápida industrialización y un proceso acelerado de crecimiento demográfico y
urbanístico, para bien y para mal y, para los profesores, nuevos científicos sociales, constituía
un auténtico laboratorio de observación y de investigación.
Más recientemente, otros (Chapoulie, 2001), han relacionado el desarrollo de la
Sociología en Chicago con la Economía.
La Economía jugó también otro papel en el proceso de institucionalización de la
Sociología en Chicago, precisamente durante los años más brillantes de la Escuela: la década
de los veinte. En realidad el mismo nacimiento de la Universidad fue posible gracias al apoyo
y al mecenazgo de financieros, empresas y hombres de negocios pertenecientes a la
comunidad baptista. Rockefeller, un multimillonario propietario de la Standard Oil Company
donó millones de dólares para la creación de la Universidad. Fue también la Fundación
Rockefeller la que financió muchas de las investigaciones empíricas que se realizaron en el
Departamento de Sociología. Los Rockefeller trataban de contribuir a resolver problemas
sociales por una vía que dejase al margen la controversia sobre su apellido y además,
ahorrase al país cambios más radicales. Para todos estos objetivos el emergente lenguaje
científico de las ciencias sociales resultaba atractivo al prometer a la vez distancia de la
controversia política y un tipo de conocimiento que podría facilitar el control real del cambio
social.
Lo realmente importante es que en ese contexto aparece una fuerte y pujante
Sociología crítica con raíces democráticas, justo cuando en la vieja Europa, en expresión de
Álvarez-Uría, los neomaquiavélicos preparaban el camino a la irresistible ascensión del
fascismo, cuando el racismo de Estado hacía estragos, cuando se imponían las políticas
eugenésicas, cuando la biologización de las ciencias sociales parecía imparable, cuando
éstas estaban dominadas por el darwinismo social de inspiración malthusiana que servía de
soporte al elitismo y al desprecio por las masas. Pues bien, en Chicago no triunfó el
darwinismo social.
Stocking plantea que lo que se impuso fue una especie de neolamarckismo, es decir,
la idea de que la conducta de los seres humanos no hunde principalmente sus raíces en la
herencia, y por tanto estaría predeterminada por factores biológicos, sino por el contrario está
más relacionada con el medio social, de manera que las conductas individuales son
inseparables de las condiciones de vida en las que los individuos se desenvuelven. La
conducta pasó así, subraya Alvárez-Uría, a adquirir una posición central en íntima relación
con la influencia de las instituciones sociales sobre los sujetos.
Más allá de la influencia de las posiciones de Lamarck, creemos que fueron los
pragmatistas, Peirce, James, Dewey y Mead, los que influenciaron fundamentalmente las
posiciones adoptadas por los profesores de Chicago. El rechazo del evolucionismo, aunque
adoptaran algunos conceptos en el análisis de lo que llamaron la "ecología urbana", la
creencia en que la sociedad puede cambiar y debe cambiar mediante las aportaciones de la
ciencia elaborando diagnósticos acertados de los problemas sociales y el diseño de
intervenciones "al por menor y al por mayor" adecuadas, el convencimiento en que los
hombres por tanto, pueden cambiar la sociedad y la historia, su optimismo histórico y una
cierta fe en el progreso, la fe en la democracia como fin y como medio (una fe radical y
absoluta, aunque los pragmatistas rechazaran cualquier idea absoluta), la crítica al laissez-
faire, el compromiso social y político en la perspectiva de un horizonte utópico: la hermandad
universal... son temas centrales del Pragmatismo.
5.3. Las figuras del Departamento y su relación con el Trabajo Social.
Small, ya lo dijimos, fue el fundador del Departamento. Se le reconoce el papel que
jugó en el proceso de institucionalización de la Sociología en los Estados Unidos. De sus
estudios en Europa se llevó consigo las ideas de Simmel, ideas que se constituyeron en otra
de las influencias importantes en la configuración de las líneas de pensamiento y de
investigación del Departamento.
Simmel fue un teórico de la Sociología un tanto atípico por su elección de un nivel de
análisis diferente a Weber o Marx. Simmel adquirió fama por su análisis, derivado de la
filosofía kantiana, de las formas de interacción (por ejemplo, el conflicto) y de los tipos de
interactores (por ejemplo el extraño). Para Simmel una de las grandes tareas de la Sociología
era la comprensión de la interacción entre la gente. Sin embargo, era imposible estudiar el
cuantioso número de interacciones de la vida social sin disponer de algunas herramientas
conceptuales. Fue así como nacieron las formas de interacción y los tipos de interactores.
Estas aportaciones serían fundamentales para el desarrollo del interaccionismo simbólico.
Coherentemente pues, centró su atención en el estudio de las interacciones entre los
individuos. Ante el fenómeno de la nueva urbe estudió las mutaciones en la conciencia de las
personas en las ciudades y bajo el impulso de la modernidad.
Estaba más interesado en los fenómenos "micro" o de pequeña escala, además de su
interés por los fenómenos que se producen en el escenario urbano y ésta es la razón de su
influencia en la Escuela de Chicago y por extensión en cualquier enfoque microsociológico.
Todas estas influencias están presentes en los comienzos del Departamento a través
de Small. En los tiempos de Small, escribe Louis Wirth (1938:274), la pasión por resolver
problemas prácticos de la sociedad reposaba y se apoyaba en poco más que en la fe de que
la Sociología podría encontrar un fundamento científico de la ética y de las políticas sociales.
Esta pasión por la Sociología estaba entonces sobre todo guiada en sus investigaciones por
amplias nociones filosóficas, nociones algo desarrolladas pero tan sólo intuitivamente
plausibles, relativas a la naturaleza humana, el orden social y la dinámica social.
Monferrer, J., González, Mª J. y Díaz, D. (2009). La influencia de George Herbert Mead
Resumen
La aportación de la obra de Mead –filósofo pragmático, psicólogo social y sociólogo
estadounidense–, es básica para entender el desarrollo de aquellas perspectivas teóricas,
cuyo hilo argumental discurre del pragmatismo filosófico al constructivismo, pasando por la
sociología fenomenológica de Schütz, el interaccionismo simbólico de Blumer, y la sociología
del conocimiento de Berger y Luckmann. Estas orientaciones han actuado como
catalizadores, sistematizando y delineando aspectos ontológicos, epistemológicos, teóricos y
metodológicos de la orientación constructivista en las ciencias sociales y, por ende, en la
psicología social. Tras evidenciar su olvido o cita marginal en la mayor parte de manuales
sobre historia de la psicología y de la psicología social, apuntamos algunas claves para
comprender por qué el pensamiento de Mead no ha sido reconocido por la historia «oficial»,
en la misma medida que otros representantes de la psicología.
La proyección teórica de la obra meadiana
La decisión de centrar esta comunicación en George H. Mead (1863-1931) obedece
a la constatación de que, si bien su obra es de obligada referencia para entender desarrollos
teóricos multidisciplinares, su impacto ha quedado relegado en psicología a fundador de la
escuela del interaccionismo simbólico.
Lo que Mead dejará planteado con su obra es una teoría de las relaciones entre
individuo y sociedad, fuertemente enlazada en la tradición filosófica pragmatista, que parte
de considerar la existencia de una «realidad simbólica» distinta de una probable «realidad
natural» y susceptible de creación y transformación. En Mead, además, la naturaleza social
del lenguaje y la naturaleza simbólica de la sociedad, dejan de ser objetos de especulación
filosófica, volviéndose accesibles al análisis empírico.
Si entramos a valorar sus contribuciones particulares, Mead aporta en sus trabajos
una de las más acabadas propuestas del pragmatismo norteamericano, con su señera
comprensión del carácter intersubjetivo y creador de la acción humana. Mead se constituye
en autor clave para el interaccionismo simbólico, caracterizada por su profundo interés en la
comprensión de la acción social desde el punto de vista del actor, y la naturaleza simbólica
de la vida social.
Tras la muerte de Mead el interaccionismo simbólico se expande por las universidades
norteamericanas donde ejercen su magisterio sus seguidores directos. Un papel destacado
en esta difusión será protagonizado por Herbert Blumer. Su punto de partida se sostiene en
tres sencillas premisas: el ser humano orienta sus actos hacia las cosas en función de lo que
estas significan para él; el significado de estas cosas surge como consecuencia de la
interacción social; y los significados se manipulan y modifican mediante un proceso
interpretativo desarrollado por la persona al enfrentarse con las cosas que va hallando a su
paso. El enfoque metodológico que se deriva de estos planteamientos para la psicología
consiste en la aplicación de un paradigma interpretativo, según el cual «el investigador
debería enfocar el mundo a través de los ojos del actor», y no suponer que aquello que él
observa «es idéntico a lo que el actor observa en la misma situación» (Blumer, 1982).
El objetivo básico de esta disciplina ha sido estudiar la conducta o comportamiento de
un conjunto de individuos, en los que la acción de cada uno está condicionada por la acción
de los otros. De ahí que la influencia interaccionista se haya concretado en que dentro de su
espacio conceptual, lo «social» se refiere directamente a la interacción –ya sea entre sujetos
y entorno, ya sea entre sujetos–, en tanto que el comportamiento humano siempre implica a
otros.
En su versión meadiana, el interaccionismo simbólico ha tenido también la relevancia
de haber sido considerada la primera teoría comunicativa de la sociedad. Su gran aportación,
en este sentido, es haber puesto de manifiesto la importancia del lenguaje y la comunicación
como factores antropogenéticos esenciales, tanto para la especie como para el individuo, así
como haber mostrado los mecanismos para tal socialización.
Si nos centramos ahora en los enfoques que destacan cómo la realidad es construida
por el sujeto, podemos diferenciar dos corrientes teóricas, constructivismo y construccionismo,
epistemológicamente compatibles y cuya denominación tiende a utilizarse indistintamente, si
bien difieren en su foco de atención. El constructivismo parte del marco teórico de la Gestalt
y del sociocognitivismo, y se centra en los procesos de construcción individual de la realidad
a partir de las estructuras perceptivas o cognitivas, mientras que el construccionismo se
sustenta en la teorización ligada directamente al interaccionismo simbólico, la
etnometodología y la teoría del acto social y del otro generalizado de Mead. El centro de
atención son aquí los procesos de interacción y elaboración social de significados que
permiten la construcción social de la realidad. El hecho más significativo para nuestro análisis
radica en que los autores que investigan bajo este paradigma comparten fuertes vínculos con
las bases de los postulados meadianos: parten de la convicción de que los seres humanos
son producto de su capacidad para adquirir conocimientos y para reflexionar sobre sí mismos,
lo que les ha permitido anticipar, explicar y controlar propositivamente la naturaleza y construir
la cultura.
La omisión de mead en la historia de la psicología. Algunas hipótesis
explicativas
Tras ocho décadas del fallecimiento de Mead, seguimos sin disponer de demasiadas
traducciones en castellano de sus escritos y contamos con escasos estudios que rescaten el
potencial de su obra.
Si atendemos a su recepción en el ámbito de la psicología el panorama no mejora.
Aunque la psicología social goza de buena salud, quienes reconocen la pertinencia del
paradigma constructivista para abordar sus investigaciones refieren y dialogan con autores
como Piaget y Vygotski, especialmente. Si bien se llega a citar a Mead como representante
destacado del interaccionismo simbólico, su figura adopta consideración marginal. ¿Por qué
la obra y el pensamiento de Mead no ha venido siendo reconocida en igual medida que la de
otros insignes representantes de la psicología? Podemos diferenciar dos tipos de
explicaciones aducidas: las que resaltan las dificultades para el acceso a su obra, y las que
remiten a las particularidades de las ciencias sociales en relación a la delimitación de sus
objetos de estudio y debates teóricos internos, y al peculiar estatus de la psicología social
dentro del entorno de la disciplina.
Las dificultades para acceder a la obra original meadiana se relacionan con que nunca
llegó a publicar ningún libro en vida. Los originales que salieron a la luz tras su muerte fueron
corregidos por estudiantes que habían asistido a sus cursos, y existen dudas fundadas sobre
el rigor de su contenido. En nuestro ámbito, además, no ha habido demasiadas traducciones
de sus textos, y son desafortunadas algunas versiones disponibles. Si nos centramos en el
ámbito de la psicología, un dato que explicaría la escasez de trabajos interpretativos sería el
carácter parcial en que fueron recogidos sus desarrollos dentro del interaccionismo simbólico
de la Escuela de Chicago. Atrapada por el peso de los lugares comunes, su obra habría
quedado reducida al corsé de esta corriente, tal y como fue formulada por Blumer.
Pero también las propias bases teóricas de la psicología social ayudan a entender el
olvido de Mead. La psicología social se ha venido interesando por un amplio abanico de
fenómenos abordados también por otras disciplinas, y su espacio conceptual integra una
amplia variedad de teorías. Su particular clasificación habría dado lugar a que, mientras la
mayor parte de ellas pueden ser asimiladas al marco general de una psicología social
«experimental», el interaccionismo simbólico hunde sus raíces en los orígenes de una
psicología social «cualitativista», próxima al área sociológica y fenomenológica. Mead habría
sido incluido –con mayor o menor fortuna– dentro del grupo de autores clasificados bajo esta
última rúbrica, lo cual habría oscurecido su impacto en nuestra disciplina.
Farr considera que el legado de Mead habría ido declinando en la psicología al ser
percibido como conductista, aún cuando sus ideas como conductista «social» son más
propias de un cognitivista. Su crítica inicial al conductismo positivista de Watson en Espíritu,
persona y sociedad: desde el punto de vista del conductivismo social, habría motivado su
incorrecto etiquetamiento como anticonductista y, en el contexto de la sociología, como
antipositivista. Mead habría sido observado como un conductista tibio entre watsonianos,
mientras desde el cognitivismo era contemplado como un conductista más (Farr, 1984).
Otro dato histórico relevante alude al rechazo radical que el pragmatismo –en todas
sus formas– encontró en Europa (con excepción del Reino Unido) en donde se detectan dos
componentes ideológicos: por un lado, un antiamericanismo furibundo que se proyecta sobre
sus filósofos y, por otro, un fuerte chauvinismo nacionalista y elitista. La acusación al
pragmatismo como «negación total del racionalismo» habría afectado y retrasado la difusión
de la obra de Mead en Europa, a pesar de ser la más claramente racionalista dentro de esta
corriente filosófica. Se puede sostener, por lo tanto, que el reciente interés por Mead por parte
de la psicología parece derivarse más del progresivo desarrollo del constructivismo en la
disciplina, y del redescubrimiento de Mead en sus bases teóricas, que en su aportación
original en el surgimiento de la psicología social.
Mora, M. (2002). La teoría de las representaciones sociales de Serge Moscovici. En
Athenea Digital. Revista de pensamiento e investigación social, nov. 2002. ISSN
1578-8946.
I. Antecedentes teóricos
1. Wilhelm Wundt y la Psicología como ciencia experimental y como ciencia social
Siempre que se hace referencia a la Psicología, se consideran sus inicios a partir de
la instauración de esta disciplina como ciencia experimental. El dato más conocido habla que
fue en 1879 con la fundación del Instituto de Psicología en Leipzig, cuando inicia la psicología
como ciencia experimental de laboratorio, de la mano de W. Wundt.
Wundt era un pensador alemán que dictaba cátedra de filosofía, enfatizando en
problemas psicológicos que hasta entonces eran resueltos mediante la especulación.
Motivado por ese problema, se dio a la tarea de instalar un laboratorio de psicología
experimental en el que, utilizando métodos derivados de la fisiología, trataba de abordar
problemas psicológicos. De esa manera, la psicología dejaba de ser materia de especulación
dentro de la filosofía para iniciar su historia como ciencia experimental.
Atraídos por la nueva ciencia, por sus métodos y por las cátedras dictadas por Wundt,
un considerable número de estudiantes del extranjero –especialmente norteamericanos–
estuvo en Leipzig aprendiendo todo lo posible con el propósito de fundar laboratorios en sus
respectivos países.
Las preocupaciones de Wundt no estaban totalmente ubicadas en su proyecto de
Psicología experimental, sino que a la par iba construyendo modelos de explicación de otros
fenómenos a los que no se respondía en su laboratorio. Señala Farr (1983) que Wundt, desde
principios de 1862, en el prefacio de una de sus obras, se propone llevar a cabo tres tareas:
la creación de una psicología experimental, de una metafísica científica y de una psicología
social.
Wundt establecía una distinción entre psicología experimental y psicología social. Al
asignarle un lugar a cada una de ellas, siguiendo la distinción básica alemana entre ciencias
naturales y ciencias sociales, diferencia por un lado a la Psicología fisiológica y experimental
y por el otro, a la social o etnopsicología: la volkerpsychologie.
La ciencia de laboratorio de Wundt tenía como idea metodológica central la
experiencia de las personas que brindaban el reporte introspectivo, siendo necesario acudir
a otras formas que dieran cuenta de fenómenos más complejos en donde el individuo no
podía ser fiel testigo por su implicación en el proceso. Desprende, por tanto, una metodología
apropiada para los procesos cognoscitivos superiores del hombre: la interpretación de los
productos de la experiencia colectiva.
Buscó trazar la evolución de la mente en el hombre, consciente de la importancia del
lenguaje en este proceso y en su relación con el pensamiento y sus producciones. Wundt
siguió a Darwin en su análisis de la evolución del gesto animal para desembocar en la
dirección del habla y del lenguaje humano.
Wundt parte del análisis de la acción humana. Debajo de ese nivel de acción
deliberada y voluntaria existe un primitivo movimiento de impulso que implica expresiones
afectivas espontáneas y que generan respuestas de otros individuos. Según Wundt, este
mecanismo de “comunicación de gestos” proveía las bases indispensables de la vida social,
sin la cual, los individuos humanos nunca podrían empezar a entenderse.
Esta comunicación de los gestos origina productos culturales con existencia concreta:
el lenguaje, proporciona un medio para la operación de la actividad cognoscitiva superior, los
mitos, surgidos de esa base dan forma a la capacidad humana para imaginar; y las
costumbres, enmarcan la referencia dentro de la cual operan las opciones individuales y la
voluntad.
Dentro de la psicología, las aportaciones de Wundt alientan a dos vertientes
fundamentales dentro de la psicología: 1) la tradición de Mead con el interaccionismo
simbólico en la sociología estadounidense; y 2) a través de Durkheim, la investigación sobre
representaciones sociales por parte de Moscovici.
Es posible decir que, junto con Le Bon y Tarde, Wundt construye con su psicología de
los pueblos el basamento de la Psicología Social en este siglo y particularmente de la
psicología colectiva.
2. George Herbert Mead y el interaccionismo simbólico
Siguiendo con la incipiente teorización acerca del espacio disciplinar de la Psicología
social que Wundt inaugurara, surge un movimiento filosófico en Norteamérica, con fuertes
implicaciones en la pedagogía, la comunicación y la propia psicología: el pragmatismo. Con
W. James pero más concretamente con Dewey y Mead, el pragmatismo se define como una
filosofía de la acción.
John Dewey propone que es la acción del propio individuo lo que determina la
relevancia de los estímulos dentro del contexto delimitado de la misma acción. No es una
reacción organísmica refleja sino una decisión activa la que proyecta los actos de los
individuos.
Este pragmatismo intenta una superación del dualismo cartesiano. Al desarrollar el
concepto de acción, queda transformada toda la relación entre conocimiento y realidad.
Esta influencia del pragmatismo en la sociología se hace más decisiva al establecerse
la Escuela de Chicago, como una vía de realización de esta filosofía social, encabezada por
Dewey y Mead.
Mead basa su psicología social en una esmerada lectura de Darwin y de la
etnopsicología de Wundt, escudriñando desde el gesto animal el proceso evolutivo de la
comunicación humana. Si Wundt realza el papel del lenguaje como catalizador de la relación
del hombre con su colectividad y con la cultura como su producto, Mead aborda a la
comunicación en esta forma de interacción.
Inicialmente, rechaza analizar el espacio interior de los individuos planteando la
pertinencia de un espacio de realidad en las mediaciones, un espacio interactivo no biológico
sino social que es percibido en término de significaciones, puesto que su materia es el
símbolo. Mead toma como unidad de análisis lo que denomina el acto social. Aquí, el símbolo
y su significado son propiedad de la situación interactiva, no están fuera.
El argumento básico de Mead es que en este espacio interactivo radican los símbolos
y sus significados, por lo que solo ahí puede formarse el espíritu (mind), conformado en el
proceso de la comunicación. Los individuos no existen como tales sino como la persona (self),
cuyo tamaño abarca su espacio social teniendo a la sociedad (Society) como fondo. Mead
enfatiza dos características de esta interacción: a) quien se comunica puede comunicarse
consigo mismo, y b) esta comunicación crea la realidad.
En consecuencia, Mead coloca a la intersubjetividad dentro de lo que llama
conversación interior, el pensamiento, constituido por tres interlocutores: el Yo, el Mí y el Otro:
El yo que actúa, que emerge de repente; el Mí que constituye el percatamiento de lo
que hizo el yo; y el Otro, que es el bagaje de criterios con que cuenta el mí para evaluar los
actos espontáneos de ese yo.
En síntesis, el mí supone asumir el punto de vista colectivo con respecto a uno mismo,
y el otro generalizado es la gran colectividad con la que uno se relaciona y que tiende a ser
interiorizada: la sociedad crea a los individuos.
Todas esas reflexiones hechas por Mead y manejadas en sus cátedras, serían
publicadas de manera póstuma (en 1934) en un libro titulado Mind; Self and Society, editado
por la prensa de la Universidad de Chicago y bautizadas por H. Blummer como
interaccionismo simbólico.
Pueden acotarse las aportaciones más significativas de Mead a las ciencias sociales,
incluyendo la psicología:
a) Enfatiza la noción de una realidad simbólica distinta de una probable realidad natural;
susceptible de creación, de transformación y de destrucción.
b) Anticipa la visión epistemológica que cuestiona lo que es o no científico por medio del
consenso significativo y el criterio de objetividad científica como una construcción simbólica.
c) Su análisis de la sociedad contempla la posibilidad de la incorporación total del
individuo a un universo de razón, actividad consciente y voluntaria, hacia una esfera pública
no restrictiva.
d) La naturaleza social del lenguaje y la naturaleza simbólica de la sociedad, dejan de
ser objeto de especulación filosófica haciéndose accesibles al análisis empírico.
Eslabonar esta sociología del conocimiento sugiere la posibilidad de la existencia de
una Psicología sociológica, es decir, una psicología social con perspectiva sociológica y una
notoria preocupación por lo simbólico, por su papel en lo colectivo y por la construcción social
de la realidad.
3. É. Durkheim y el concepto de representación colectiva
Durkheim fue uno de los fundadores de la sociología científica. Entre 1885 y 1886
visitó varias universidades alemanas, entre las que se encontraba la de Leipzig. El rigor con
que Wundt realizaba sus experimentos, así como el hecho de que contara con una
publicación oficial de su propio laboratorio, fueron motivos para que Durkheim se mostrara
interesado en esas propuestas tanto de la Psicología experimental como de la etnopsicología.
Durkheim estableció diferencias entre las representaciones individuales y las
representaciones colectivas, explicando que lo colectivo no podía ser reducido a lo individual.
Es decir, que la conciencia colectiva transciende a los individuos como una fuerza coactiva y
que puede ser visualizada en los mitos, la religión, las creencias y demás productos culturales
colectivos.
Fundamentado en su visión teórica, Durkheim se atreve a hacer la diferencia entre
sociología y Psicología: a la primera le correspondía analizar todo acerca de las
representaciones colectivas y a la segunda lo propio de las representaciones individuales. En
consecuencia, la psicología social debería estudiar como las representaciones sociales se
llaman y se excluyen, fusionan o se hacen distintas unas de otras. A su vez estrecha el ámbito
de estudio de la Psicología poniendo en la mira de la sociología una buena cantidad de
fenómenos que atañían más a una especie de psicología social o colectiva.
Tuvieron que pasar varias décadas para que Serge Moscovici retomara estos
planteamientos y desarrollara una teoría en psicología social con marcada tendencia
sociológica cuando el común denominador de las investigaciones en psicología era lo
individual, por la influencia norteamericana. Con su teoría de las representaciones sociales,
Moscovici integra en una psicología social las aportaciones de diversas disciplinas, dentro de
un contexto europeo de rápida expansión.
1. El modelo de Serge Moscovici
La representación social es una modalidad particular del conocimiento, cuya función
es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos. La
representación es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas
gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un
grupo o en una relación cotidiana de intercambios, liberan los poderes de su imaginación
(Moscovici, 1979).
Es el conocimiento de sentido común que tiene como objetivos comunicar, estar al día
y sentirse dentro del ambiente social, y que se origina en el intercambio de comunicaciones
del grupo social. Es una forma de conocimiento a través de la cual quien conoce se coloca
dentro de lo que conoce. Al tener la representación social dos caras –la figurativa y la
simbólica- es posible atribuir a toda figura un sentido y a todo sentido una figura.
Denise Jodelet ha dicho que el campo de representación designa al saber de sentido
común cuyos contenidos hacen manifiesta la operación de ciertos procesos generativos y
funcionales con carácter social. Por lo tanto, se hace alusión a una forma de pensamiento
social.
Robert Farr agrega que las representaciones sociales tienen una doble función: “hacer
que lo extraño resulte familiar y lo invisible perceptible”, ya que lo insólito o lo desconocido
son amenazantes cuando no se tiene una categoría para clasificarlos. Parafraseando a
Moscovici, Farr escribe una definición sumaria de las representaciones sociales:
Sistemas cognoscitivos con una lógica y un lenguaje propios. No representan
simplemente opiniones acerca de, “imágenes de”, o “actitudes hacia” sino “teorás o ramas del
conocimiento” con derechos propios para el descubrimiento y la organización de la realidad.
Sistemas de valores, ideas y prácticas con una función doble: primero, establecer un orden
que permita a los individuos orientarse en su mundo material y social y dominarlo; segundo,
posibilitar la comunicación entre los miembros de una comunidad proporcionándoles un
código para el intercambio social y un código para nombrar y clasificar sin ambigüedades los
diversos aspectos de su mundo y de su historia individual y grupal. (Farr, 1983 p. 655)
2. Condiciones de emergencia de una representación social
Según Moscovici, las representaciones sociales emergen determinadas por las
condiciones en que son pensadas y constituidas, teniendo como denominador el hecho de
surgir en momentos de crisis y conflictos. Tajfel propone que las representaciones sociales
requieren responder a tres necesidades: a) clasificar y comprender acontecimientos
complejos y dolorosos; b) justificar acciones planeadas o cometidas contra otros grupos; y c)
para diferenciar un grupo respecto de los demás existentes, en momentos en que pareciera
desvanecerse esa distinción.
Moscovici infiere tres condiciones de emergencia: la dispersión de la información, la
focalización del sujeto individual y colectivo y la presión a la inferencia del objeto socialmente
definido.
a) Dispersión de la información. Según Moscovici, la información que se tiene
nunca es suficiente y por lo regular está desorganizada:
Los datos de que disponen la mayor parte de las personas para responder a una
pregunta, para formar una idea a propósito de un objeto preciso, son generalmente, a la vez,
insuficientes y superabundantes.
La mayoría de los autores que han trabajado esta teoría considera que hay desniveles
en cantidad y calidad de la información al interior de un grupo, y parcialidad y desfase en
relación con lo requerido para constituir el fundamento sólido del conocimiento.
b) Focalización. Una persona o una colectividad se focalizan porque están
implicadas en la interacción social como hechos que conmueven los juicios o las opiniones.
Aparecen omo fenómenos a los que se debe
En palabras de Banchs y Herzlich la focalizaión es señalada en términos de
implicación o atractivo social de acuerdo a los intereses particulares que se mueven dentro
del individuo inscrito en los grupos de pertenencia.
c) Presión a la inferencia. Socialmente se da una presión que reclama opiniones,
posturas y acciones acerca de los hechos que están focalizados por el interés público:
En la vida corriente, las circunstancias y las relaciones sociales exigen del individuo o
del grupo social que sean capaces, en todo momento, de estar en situación de responder.
Según Banchs, la presión a la inferencia quiere describir un hecho significativo en la
dinámica colectiva que alude al hecho de que frecuentemente existe la obligación de emitir
opiniones, sacar conclusiones o fijar posiciones respecto a temas controversiales.
Estas tres condiciones de emergencia constituyen el pivote que permite la aparición
del proceso de formación de una representación social, en mayor o menor grado, al
conjuntarse hacen posible la génesis del esquema de la representación.
3. Dimensiones de la representación social
Las representaciones sociales pueden ser analizadas con fines didácticos y empíricos
en tres dimensiones: la información, el campo de representación y la actitud.
a) La información. Es la organización o suma de conocimientos con que cuenta
un grupo acerca de un acontecimiento, hecho o fenómeno de naturaleza social.
Conocimientos que muestran particularidades en cuanto a cantidad y a calidad de los mismos;
carácter estereotipado o difundido sin soporte explícito.
Dimensión o concepto, se relaciona con la organización de los conocimientos que
posee un grupo respecto a un objeto social. (Moscovici, 1979).
Por lo tanto, esta dimensión conduce necesariamente a la riqueza de datos o
explicaciones que sobre la realidad se forman los individuos en sus relaciones cotidianas.
b) El campo de representación. Expresa la organización del contenido de la
representación en forma jerarquizada, variando de grupo a grupo e inclusive al interior del
mismo grupo. Permite visualizar el carácter del contenido, las propiedades cualitativas o
imaginativas, en un campo que integra informaciones en un nuevo nivel de organización en
relación a sus fuentes inmediatas.
Nos remite a la idea de imagen, de modelo social, al contenido concreto y limitado de
las preposiciones que se refieren a un aspecto preciso del objeto de representación.
c) La actitud. Es la dimensión que significa la orientación favorable o desfavorable
en relación con el objeto de la representación social. Se puede considerar como el
componente más aparente, fáctico y conductual de la representación, y como la dimensión
que suele resultar más generosamente estudiada por su implicación comportamental y de
motivación.
Se deduce que la actitud es la más frecuente de las tres dimensiones y, quizá, primera
desde el punto de vista genético. En consecuencia, es razonable concluir que nos informamos
y nos representamos una cosa únicamente después de haber tomado posición y en función
de la posición tomada. (Moscovici, 1979).
4. Dinámica de una representación social
La investigación de Moscovici buscaba estudiar el proceso de penetración de una
ciencia (psicoanálisis) en la sociedad francesa de los años cincuenta. Pudo distinguir dos
procesos básicos que explican cómo lo social transforma un conocimiento en representación
colectiva y cómo ésta misma modifica lo social: la objetivación y el anclaje.
Estos conceptos se refieren a la elaboración y al funcionamiento de una
representación social mostrando la interdependencia entre lo psicológico y los condicionantes
sociales, así como su difícil esclarecimiento en términos exhaustivos.
a) Objetivación: selección y descontextualización de los elementos, formación del
núcleo figurativo y naturalización. El proceso de objetivación va desde la selección y
descontextualización de los elementos hasta formar un núcleo figurativo que se naturaliza
enseguida.
La objetivación lleva a hacer real un esquema conceptual, a duplicar una imagen con
una contrapartida material. El resultado, en primer lugar, tiene una instancia cognoscitiva: la
provisión de índices y de significantes que una persona recibe, emite y toma en el ciclo de las
infracomunicaciones, puede ser superabundante. Para reducir la separación entre la masa
de las palabras que circulan y los objetos que las acompañan (...) los `signos lingüísticos' se
enganchan a `estructuras materiales' (se trata de acoplar la palabra a la cosa). (Moscovici,
1979 p. 75)
Como puede apreciarse, Moscovici (1979) presenta un análisis complejo y sistemático
del proceso de objetivación que, en muchos casos, parece denso pero que se explica por esa
preocupación constante para no desarticular inapropiadamente un fenómeno global que no
sigue una secuencia rígida ni causal. De igual manera, tanto Jodelet (1984), como Herzlich
(1979) y Banchs (1984), señalan que la importancia de un proceso como el de la objetivación
reside en que pone a disposición del público una imagen o esquema concreto, a partir de un
ente abstracto o poco tangible como lo es una teoría o concepción científica.
b) Anclaje. Con el anclaje la representación social se liga con el marco de
referencia de la colectividad y es un instrumento útil para interpretar la realidad y actuar sobre
ella.
En otros términos, a través del proceso de anclaje, la sociedad cambia el objeto social
por un instrumento del cual puede disponer, y este objeto se coloca en una escala de
preferencia en las relaciones sociales existentes. (Moscovici, 1979 p. 121).
De manera sintética, Moscovici (1979) aclara ambos procesos argumentando que la
objetivación traslada la ciencia al dominio del ser y que el anclaje la delimita en el de el hacer
(p. 121); así como la objetivación presenta cómo los elementos de la ciencia se articulan en
una realidad social, el anclaje hace visible la manera en que contribuyen a modelar las
relaciones sociales y también cómo se expresan.
5. Determinación de una representación social
Además de las dimensiones, de la dinámica y de las condiciones de emergencia de
una representación social, existen formas de determinación social: la central y la lateral.
En el caso de Herzlich, encontramos diferenciadas dichas determinaciones que
buscan responder a la pregunta que se hace respecto a la forma en que la estructura social
determina los aspectos de una representación. Comenta Herzlich (1979) que también
Moscovici propone distinguir a la determinación social central que regularía el surgimiento de
la representación y su contenido, de la determinación social lateral, menos directa y dirigida
hacia aspectos propiamente cognoscitivos y expresivos.
Banchs (1984) conceptualiza a sendas determinaciones puntualizando que la
influencia de las condiciones socioeconómicas e históricas de una sociedad aluden a la
determinación social central; mientras que la huella del individuo, su aporte como sujeto de
una colectividad se traduce en la determinación social lateral. La importancia de la distinción
estriba en que permite clarificar los papeles que tanto la sociedad como el individuo juegan
en la construcción de las representaciones sociales.
III. Orientaciones metodológicas para el estudio de las representaciones
sociales
En su investigación sobre la penetración del psicoanálisis en la sociedad francesa,
Serge Moscovici utilizó algunos procedimientos metodológicos que consideraba convenientes
para su objeto de estudio. Empleó cuestionarios estructurados y semiestructurados aplicados
en distintas muestras de la población, así como un minucioso análisis de contenido de todos
los artículos relacionados con el psicoanálisis aparecidos en periódicos, revistas y diarios.
Cabe aclarar que Moscovici no recomendó ningún método en particular, sino que
sugirió la utilización de las técnicas que abarcaran las dimensiones que constituyen una
representación social.
Los sondeos no son un medio adecuado para evaluar el impacto de la ciencia en la
opinión pública (...) Para comprender el impacto de la difusión de los conocimientos científicos
y tecnológicos, y los trastornos que esto produce a niveles lingüísticos, intelectuales,
culturales, simbólicos, se requieren otros métodos que los empleados normalmente y otros
enfoques teóricos. (Moscovici, 1963, citado en Farr, 1986 p. 505).
Usar entrevistas abiertas o en profundidad, la observación participante de tendencias
etnológicas o el análisis minucioso del lenguaje de los individuos, son algunas de las técnicas
para la recolección y el análisis de la información que permiten develar las contradicciones
que ocultan a la ideología. De igual manera, las preguntas proyectivas de frases incompletas
le han permitido a Banchs el estudio de las contradicciones internas en los entrevistados.
IV. Elaboraciones alrededor del modelo de Serge Moscovici
1. La hipótesis de la polifasia cognitiva
Moscovici encuentra en la base de la forma de pensamiento que estudia en su
investigación, dos principios que correlaciona con aspectos de la representación social: la
analogía y la compensación.
a) la analogía, corresponde a la agrupación de nociones en una misma categoría, a la
génesis de un nuevo contenido; b) la compensación, se refiere a la organización de las
relaciones entre los juicios.
La analogía contribuye a fundar las características representadas del objeto, es decir,
se centra en el objeto; y la compensación edifica las significaciones y enlaces que le
corresponden, esto es, con el marco de referencia que controla y guía el razonamiento.
2. La representación social y otros conceptos cognitivos.
Uno de los temas en que coincide la mayoría de los estudiosos de las
representaciones sociales es el de la necesidad de clarificarlas y distinguirlas de otros
conceptos cognitivos que suelen ser confundidos o utilizados como sinónimos en forma
inexacta. En primer lugar, conviene enfatizar el aspecto social en la representación puesto
que muestra, de entrada, una diferencia clave en relación con otros conceptos. Según Jodelet
(1984), en las representaciones sociales interviene lo social de diversas maneras: por el
contexto en el cual se sitúan personas y grupos; por la comunicación que establecen entre
ellas; por las formas de aprehensión que les brinda su bagaje cultural; por los códigos, valores
e ideologías ligados a posiciones o pertenencias sociales específicas (citada en Banchs, 1984
p. 4).
También la representación social es ubicada como un constructo teórico intermedio
entre lo psicológico y lo social. Sin embargo, no es algo definido y contundente. El propio
Moscovici aclara que la representación no es una mediadora sino un proceso que hace que
concepto y percepción de algún modo sean intercambiables porque se engendran
recíprocamente.
Moscovici claramente señala este carácter intermedio aparente de la representación
social cuando dice que ocupa una posición intermedia entre el concepto que abstrae el
sentido de lo real y la imagen que reproduce lo real. Las percepciones y los conceptos son
productos, modos de conocer derivados de lo icónico y de lo simbólico respectivamente. En
consecuencia, se expresa esta relación como de interacción social.
Es bajo la forma de representaciones sociales como la interacción social influye sobre
el comportamiento (o el pensamiento) de los individuos implicados en ella, y es al tratar de
poner en práctica sus reglas cuando la sociedad forja las relaciones que deberá haber entre
sus miembros individuales (Moscovici, 1979).
La representación social es una teoría natural que integra conceptos cognitivos
distintos como la actitud, la opinión, la imagen, el estereotipo, la creencia, etc., de forma que
no sea una mera suma de partes o aglomeración acrítica de conceptos. Con la intención de
clarificar dichas diferencias, se muestran las definiciones de cada concepto cognitivo en su
limitación, siguiendo de nueva cuenta a Banchs (1984):
La actitud. Uno de los componentes (junto con la información y el campo de
representación) de toda representación social; es la orientación global positiva o negativa de
una representación.
La opinión. Para Moscovici la opinión es una fórmula a través de la cual el individuo
fija su posición frente a objetos sociales cuyo interés es compartido por el grupo.
Los estereotipos. Son categorías de atributos específicos a un grupo o género que se
caracterizan por su rigidez. Las representaciones sociales, por el contrario, se distinguen por
su dinamismo.
La percepción social. El término no se refiere a las características físicas observables
sino a rasgos que la persona le atribuye al blanco de su percepción. La percepción es descrita
como una instancia mediadora entre el estímulo y el objeto exterior y el concepto que de él
nos hacemos. La representación social no es una intermediaria sino un proceso que hace
que concepto y percepción sean intercambiables puesto que se engendran recíprocamente.
La imagen. Es el concepto que suele utilizarse más como sinónimo de representación
social. Sin embargo, la representación no es un mero reflejo del mundo exterior, una huella
impresa mecánicamente y anclada en la mente; no es una reproducción pasiva de un exterior
en un interior, concebidos como radicalmente distintos, tal como podrían hacerlo suponer
algunos usos de la palabra imagen.
4. Nuevos rumbos en las investigaciones de Serge Moscovici
A lo largo de las últimas décadas, Moscovici ha trabajado en distintas líneas de
investigación con aparente desinterés del tema de las representaciones sociales tal cual las
ideó. Esta situación permitiría cuestionar si el modelo de las representaciones sociales sigue
siendo la punta de lanza de la escuela de Moscovici, cosa que parece no ser ya tan
contundente. A Moscovici le interesan -dice Farr (1983)- los mecanismos por los que las ideas
y pensamientos de un individuo llegan a influir sobre el pensamiento de la mayoría de los
demás: la influencia minoritaria. Es decir, la forma en que unos pocos individuos muy
creativos llegan a influir sobre la opinión pública e inclusive a conformarla. Estudios que
apuntan hacia lo que es la ideología y el poder político.
Señala Serge Moscovici:
Hoy en día, las minorías son un componente normal de la vida social. Los estudiosos
deberían mirar el mundo desde el punto de vista de las minorías y ya no exclusivamente
desde el punto de vista de las mayorías de las masas unitarias, como lo han hecho hasta
ahora (Moscovici, 1980).
Esto significa para Moscovici que la Psicología de las masas surgida en Europa bajo
ciertas condiciones, no puede explicar con precisión los fenómenos de las minorías que han
surgido en las últimas décadas.
5. Representaciones sociales: Ciencia e ideología
Las representaciones sociales aparecen en las sociedades modernas en donde el
conocimiento está continuamente dinamizado por las informaciones que circulan bastamente
y que exigen ser consideradas como guías para la vida cotidiana.
A diferencia de los mitos, las representaciones sociales no tienen la posibilidad de
asentarse y solidificarse para convertirse en tradiciones ya que los medios de información de
masas exigen el cambio continuo de conocimientos y la existencia de un receptor típico de
nuestro tiempo al que Moscovici llama el *sabio aficionado o amateur*. Éste, es el aficionado
consumidor de ideas científicas ya formuladas y que convierte en sentido común cuanta
información recibe: como forma desacralizada y vital de conocimiento científico.
Además de distinguirse de la ciencia, el conocimiento de sentido común tiene rasgos
que lo diferencian de la ideología. Apunta Moscovici:
La ciencia se preocupa por controlar la naturaleza o por decir la verdad sobre ella; (la
ideología) se esfuerza más bien por proporcionar un sistema general de objetivos o por
justificar los actos de un grupo humano. Subsecuentemente reclaman conductas y
comunicaciones adecuadas (Moscovici, 1979 p. 52).
Significa entonces que la representación social contribuye exclusivamente al proceso
de formación de conductas y a la orientación de las comunicaciones.
Moscovici, S. (1979). La representación social: un concepto perdido. En: El
psicoanálisis, su imagen y su público. (Trad. Nilda Maria Finetti) (pp. 27- 54).
1
Las representaciones sociales son entidades casi tangibles. Circulan, se cruzan y se
cristalizan sin cesar en nuestro universo cotidiano a través de una palabra, un gesto, un
encuentro. Sabemos que corresponden, por una parte, a la sustancia simbólica que entra en
su elaboración y, por otra, a la práctica que produce dicha sustancia.
Si bien la realidad de las representaciones sociales es fácil de captar, el concepto no
lo es. Esto sucede por muchas razones, en gran parte históricas: por eso hay que dejar que
los historiadores se tomen el trabajo de descubrirlas. Las razones no históricas se reducen
en su totalidad a una sola: su posición “mixta”, en la encrucijada de una serie de conceptos
sociológicos y una serie de conceptos psicológicos. Nos vamos a ubicar en esta encrucijada.
Volvamos atrás, más precisamente, a Durkheim. En su espíritu las representaciones
sociales constituían una clase muy general de fenómenos psíquicos y sociales que
comprendían lo que designamos como ciencia, ideología, mito, etcétera. Aquellas borraban
los límites entre el aspecto individual y el aspecto social y paralelamente la vertiente
perceptual de la vertiente intelectual del funcionamiento colectivo.
Durkheim simplemente quería decir que la vida social es la condición de todo
pensamiento organizado. Sin embargo, en la medida en que no aborda de frente ni explica la
pluralidad de formas de organización del pensamiento, aunque todas sean sociales, la noción
de representación pierde nitidez. Quizás haya que buscar ahí otra de las razones de su
abandono. Con el fin de darle un significado determinado, es indispensable hacerlo
abandonar su papel de categoría general, que concierne al conjunto de las producciones, a
la vez intelectuales y sociales. Estimamos que, por ese camino, se la puede singularizar,
separándola de la cadena de términos similares.
¿Se trata de una forma del mito y podríamos hoy confundir mito y representaciones
sociales?
Mientras el mito, para el hombre llamado primitivo, constituye una ciencia total, una
“filosofía” única donde se refleja su práctica, su percepción de la naturaleza de las relaciones
sociales, para el hombre llamado moderno la representación social solo es una de las vías
para captar el mundo concreto, circunscripta en sus fundamentos y circunscripta en sus
consecuencias. Si los grupos o los individuos recurren a ellos –con la condición de que no se
trate de una condición arbitraria- con seguridad es para aprovechar alguna de las múltiples
posibilidades que se ofrecen a cada uno.
Desde luego se comprende que las huellas, tanto sociales como intelectuales, de
representaciones formadas en sociedades donde la ciencia, la técnica y la filosofía están
presentes, sufren la influencia de estas y se constituyen en su prolongación o se oponen a
ellas. Entre tanto, identificar mito y representación social, transferir las propiedades psíquicas
y sociológicas del primero a la segunda, sin más, significa contentarse con metáforas y
aproximaciones falaces, justamente allí donde, por el contrario, se necesita delimitar una zona
especial de la realidad. Esta aproximación cómoda, generalmente desprecia nuestro “sentido
común”, mostrando su carácter inferior, irracional y, en última instancia, erróneo; no por ello
el mito resulta realzado hasta su verdadera dignidad. Por lo tanto tenemos que encarar la
representación social como una textura psicológica autónoma y a la vez como propia de
nuestra sociedad, de nuestra cultura.
Las representaciones sociales, por su parte, proceden por observaciones, por análisis
de estas observaciones, se apropian a diestra y siniestra de nociones y lenguajes de las
ciencias o de las filosofías, y extraen las conclusiones.
Sabemos que la opinión, por una parte es una fórmula socialmente valorizada a la que
un individuo adhiere y, por otra parte, una toma de posición acerca de un problema
controvertido de la sociedad. En forma más general, la noción de opinión implica:
- una reacción de los individuos ante un objeto dado desde afuera, acabado,
independientemente del actor social, de su intención o sus características;
- un lazo directo con el comportamiento; el juicio se refiere al objeto o el estímulo y de
alguna manera constituye un anuncio, un doble interiorizado de la futura acción.
El concepto de imagen no está muy separado del de opinión, por lo menos en lo que
concierne a los supuestos básicos. Se lo ha utilizado para designar una organización más
compleja o más coherente de juicios o de evaluación. Podemos suponer que estas imágenes
son una especie de “sensaciones mentales”, impresiones que los objetos y las personas dejan
en nuestro cerebro. Al mismo tiempo, mantienen vivas las huellas del pasado, ocupan
espacios de nuestra memoria para protegerlos contra el zarandeo del cambio y refuerzan el
sentimiento de continuidad del entorno y de las experiencias individuales y colectivas.
Cuando hablamos de representaciones sociales, partimos generalmente de otras
premisas. En primer lugar, consideramos que no hay un corte dado entre el universo exterior
y el universo del individuo (o del grupo), que, en el fondo, el sujeto y el objeto no son
heterogéneos en su (...) comportamiento y sólo existe en función de los medios y los métodos
que permiten conocerlo. No reconocer el poder creador de objetos, de acontecimientos, de
nuestra actitud representativa equivale a creer que no hay relación entre nuestro “repositorio”
de imágenes y nuestra capacidad de combinarlas, de obtener de ellas combinaciones nuevas
y sorprendentes.
Si partimos de que una representación social es una “preparación para la acción”, no
lo es solo en la medida en que guía el comportamiento, sino sobre todo en la medida en que
remodela y reconstituye los elementos del medio en el que el comportamiento debe tener
lugar. Llegar a dar un sentido al comportamiento, a integrarlo en una red de relaciones donde
está ligado a su objeto. Al mismo tiempo proporciona las nociones, las teorías y el fondo de
observaciones que hacen estables y eficaces a estas relaciones.
Se considera a los grupos en forma estática, no por lo que crean y comunican, sino
porque utilizan y seleccionan una información que circula en la sociedad. Por el contrario, las
representaciones sociales son conjuntos dinámicos, su característica es la producción de
comportamientos y de relaciones con el medio, es una acción que modifica a ambos y no una
reproducción de estos comportamientos o de estas relaciones, ni una reacción a un estímulo
exterior dado.
En resumen, aquí vemos sistemas que tienen una lógica y un lenguaje particulares,
una estructura de implicaciones que se refieren tanto a valores como a conceptos, un estilo
de discurso que le es propio. No los consideramos “opiniones sobre” o “imágenes de”, sino
“teorías” de las “ciencias colectivas” sui generis, destinadas a interpretar y a construir lo real.
Constantemente van más allá de lo que está inmediatamente dado en la ciencia o la filosofía,
de la clasificación dada de los hechos y los acontecimientos. En ellos podemos distinguir un
corpus de temas, de principios, que tienen unidad y se aplican a zonas de existencia y de
actividad particulares: la medicina, la psicología, la física, la política, etcétera. Inclusive en
estas zonas, lo que se recibe está sometido a un trabajo de transformación, de evolución,
para convertirse en un conocimiento que la mayoría de nosotros emplea en su vida cotidiana.
2
I - La sociedad de los pensadores aficionados.
Todo tipo de conocimiento –la observación es trivial- presupone una práctica y una
atmósfera propias que lo caracterizan. Y también, sin ninguna duda, un papel particular del
sujeto cognoscente. Cada uno de nosotros desempeña en forma diferente este papel cuando
debe ejercer su oficio en el arte, en la técnica, en la ciencia, o cuando se trata de la formación
de representaciones sociales. En este último caso cada persona parte de las observaciones
y sobre todo de los testimonios que se acumulan a propósito de acontecimientos corrientes.
La mayor parte de estas observaciones y de estos testimonios proviene, sin embargo,
de quienes lo han inventariado, organizado, aprendido dentro del marco de sus intereses.
Estas comunicaciones –artículos, libros, conferencias, etc.-, están muy alejadas de nosotros
porque, hablando con propiedad, nos resulta imposible captar su lenguaje, reproducir su
contenido, confrontarlas con informaciones y experiencias más directas y más adecuadas a
nuestro contorno inmediato. En conjunto, parecen participar en un “mundo del discurso”
construido a partir de materiales cuidadosamente controlados según reglas explícitas, cuyo
objeto somos nosotros, con nuestros problemas, nuestro porvenir y, en definitiva, todo lo que
existe como nosotros. Pero estas comunicaciones, al mismo tiempo, están muy próximas
porque nos conciernen, sus observaciones interfieren nuestras propias observaciones y sus
lenguajes o sus nociones elaboradas a partir de hechos que nos son ajenos, y a veces nos
hacen permanecer ajenos, fijan nuestra mirada, dirigen nuestras preguntas.
Asimismo, la persona que, después del psicoanálisis, conoce la importancia de los
“complejos”, los comprueba y los reconoce con asiduidad. Sucede que, tanto en un caso
como en el otro, se cuenta con una presunta realidad y, a partir de esto, se juzga
indispensable reconstituirla, hacerla familiar. El pasaje del testimonio a la observación, del
hecho relatado a una hipótesis concreta sobre el objeto visto, en resumen, la transformación
de un conocimiento indirecto en un conocimiento directo, es el único medio para apropiarse
del universo exterior. Exterior en un doble sentido: lo que no es de uno –pero se
sobreentiende que pertenece al especialista- y lo que está fuera de uno, fuera de los límites
del campo de acción.
Ninguna acción se presenta con su modo de empleo, ninguna experiencia con su
método y, al recibirlas, el individuo las usa como le parece. Lo importante es poder integrarlas
en un cuadro coherente de lo real o deslizarse en un lenguaje que permita hablar de lo que
habla todo el mundo. Este doble movimiento de familiarización con lo real, por medio de la
extracción de un sentido o de un orden a través de lo que se relata, y de manejo de átomos
de conocimiento disociados de su contexto lógico normal, desempeña aquí un papel capital.
Corresponde a una preocupación constante: llenar lagunas, suprimir la distancia entre lo que
se conoce, por un lado, y lo que se observa, por el otro, completar las “casillas vacías” de un
saber por las “casillas llenas” de otro saber.
II - El conocimiento del ausente y del extraño
La psicología clásica, que acordó mucha atención a los fenómenos de la
representación, nos proporciona útiles indicaciones como punto de partida. Los concibió
como procesos mediadores entre concepto y percepción. Al lado de estas dos instancias
psíquicas, una de orden puramente intelectual y la otra predominantemente sensorial, las
representaciones constituyen una tercera instancia, de propiedades mixtas. Propiedades que
permiten pasar de la esfera sensorio-motriz a la esfera cognoscitiva, del objeto percibido a
distancia a una toma de conciencia de sus dimensiones, formas, etcétera. Representarse una
cosa y tener conciencia de ella es todo uno, o casi.
Para nosotros, la representación no es una instancia intermediaria, sino un proceso
que hace que el concepto y la percepción de algún modo sean intercambiables, porque se
engendran recíprocamente. Así, el objeto del concepto puede tomarse por objeto de una
percepción y el contenido del objeto ser “percibido”.
Se comprueba que la representación expresa de golpe una relación con el objeto y
que desempeña un papel en la génesis de esta relación. Uno de sus aspectos, el aspecto
perceptivo, implica la presencia del objeto: el otro, el espíritu conceptual, su ausencia. Desde
el punto de vista del concepto, la presencia del objeto, incluso su existencia, es inútil; desde
el punto de vista de la percepción, su ausencia o inexistencia es una imposibilidad. La
representación mantiene esta oposición y se desarrolla a partir de ella: re-presenta un ser,
una cualidad, a la conciencia, es decir, las presenta una vez más, las actualiza a pesar de su
ausencia y aun de su no existencia eventual.
Representar una cosa, un estado, no es simplemente desdoblarlo, repetirlo o
reproducirlo, es reconstituirlo, retocarlo, cambiarle el texto.
Las representaciones individuales o sociales hacen que el mundo sea lo que
pensamos que es o que debe ser. Nos muestran que a cada instante una cosa ausente se
agrega y una cosa presente se modifica. Pero este juego dialéctico tiene un significado mayor.
Si algo ausente nos choca y desencadena toda una elaboración del pensamiento y del grupo,
no sucede por la naturaleza del objeto sino en primer lugar porque es extraño, y después
porque se halla fuera de nuestro universo habitual. En efecto, la distancia nos ofrece la
sorpresa que nos capta y la tensión que lo caracteriza.
Por otra parte, una representación hace circular y reúne experiencias, vocabularios,
conceptos, conductas, que provienen de orígenes muy diversos. Así, reduce la variabilidad
de los sistemas intelectuales y prácticos, y también de los aspectos desunidos de lo real. Lo
no habitual se desliza hacia lo acostumbrado, lo extraordinario se hace frecuente. En
consecuencia, los elementos que pertenecen a distintas regiones de la actividad y del
discurso sociales se trasponen unos en los otros, sirven como signos y /o medios de
interpretación de los otros.
La noción de representación todavía se nos escapa. Sin embargo, nos estamos
acercando a ella de dos maneras. En primer lugar, al precisar su naturaleza de proceso
psíquico apto para volver familiar, situar y hacer presente en nuestro universo interno lo que
se halla a cierta distancia de nosotros, lo que de alguna manera está ausente. Resulta una
“apropiación” del objeto y se mantiene tanto tiempo como la necesidad de hacerlo se hace
sentir. Desaparece en el laberinto de nuestra memoria o se afina en un concepto cuando
pierde su necesidad o su vigor. Esta impresión –o figura- mezclada en cada operación mental,
como un punto del que se parte y al que se vuelve, da su especificidad a la forma de
conocimiento intelectual o sensorial. Por esta razón, con frecuencia se ha dicho, toda
representación es la representación de una cosa.
Además, esta noción se nos aparece con más claridad, por haber comprobado que,
para penetrar en el universo de un individuo o de un grupo, el objeto entra en una serie de
relaciones y articulaciones con otros objetos que ya están allí, de los cuales toma propiedades
y les da las suyas. Una vez convertido en propio y familiar, es transformado y transforma. A
decir verdad, deja de existir como tal para transformarse en un equivalente de los objetos (o
las nociones) a los cuales está sujeto por las relaciones y los lazos establecidos. O lo que es
igual, está representado en la medida exacta en que él mismo se convirtió, a su vez, en un
representante y se manifiesta únicamente en este papel. En resumen, se observa que
representar un objeto es al mismo tiempo conferirle la categoría de un signo, conocerlo
haciéndolo significante. Lo dominamos de un modo particular y lo internalizamos, lo hacemos
nuestro. En verdad es un modo particular, porque llega a que toda cosa sea representación
de algo.
Ahora falta agregar un último eslabón a la cadena: el eslabón del sujeto, del que se
representa. Porque en definitiva, lo que con frecuencia está ausente del objeto –y vuelve al
objeto ausente-, lo que determina su extrañeza –y vuelve al objeto extraño-, es el individuo o
el grupo.
Escribimos:
Representación figura
Significado
entendiendo por representación la que permite atribuir a toda figura un sentido y a
todo sentido una figura. En el espíritu de la mayoría de nosotros, el inconsciente es un signo
del psicoanálisis cargado, por otra parte, de valores –oculto, involuntario, etc.- y visualizado
en el cerebro como una capa más profunda y velada; la libido se asocia muy concretamente
con el acto sexual, con la genitalidad, pero al mismo tiempo se la cubre de connotaciones
religiosas, políticas, que le fijan un rango más o menos elevado en la jerarquía de los factores
que explican los rasgos de los actos de un hombre o de una mujer. Los procesos puestos en
juego, como lo veremos a continuación, tienen, a la vez, la función (...) inteligible, o sea,
interpretarlo. Pero sobre todo tienen, por un lado, la función de sustituir el sentido por una
figura, es decir, objetivar, y por otro lado, sustituir la figura por un sentido, por lo tanto, fijar
los materiales que entran en la composición de una representación determinada. Estas
formas de conocimiento que son las representaciones, cuya función y estructura acabamos
de ver, son, por lo menos en lo que concierne al hombre, primeras. Los conceptos y las
percepciones son elaboraciones y estilizaciones secundarias; los primeros a partir del sujeto,
y las otras, a partir del objeto. Cualquiera que conozca la historia de las ciencias sabe que la
mayoría de las teorías y nociones más abstractas primero llegaron al espíritu de los sabios o
a la ciencia en una forma figurativa, cargadas de valores simbólicos, religiosos, políticos o
sexuales. Así ha sido respecto de los fenómenos que permitieron la evolución de la biología,
de la química o de la electricidad. Sólo por medio de una serie de destilaciones sucesivas
llegamos a recibir una traducción abstracta y formal.
Unidad III
Guadalajara.
1. En defensa de Penélope
Si fuera preciso elegir un personaje emblemático para simbolizar la psicología social,
no dudaría en rescatar a Penélope, empeñada en deshacer durante la noche la labor que
había realizado durante el día.
Formularé aquí tres tipos de argumentos. El primero es de orden ontológico, y se basa
en la propia naturaleza de los fenómenos sociales. El segundo es de orden epistemológico,
y contempla las características del conocimiento que producimos sobre los fenómenos
sociales. El tercero se sitúa en la intersección de los dos primeros y se apoya en la peculiar
relación que tienen entre sí los fenómenos sociales, por una parte, y so conocimiento por otra.
Empecemos por el argumento ontológico. Desde los tiempos de Vico, se ha ido
consolidando progresivamente la idea de que la realidad social no es independiente de las
prácticas humanas, y de que constituye precisamente un resultado de esas prácticas.
El reconocimiento de que la realidad social no tiene otro origen, tiene consecuencias
como ya lo apuntaba Vico, sobre el tipo de conocimiento que podemos construir acerca de
ella. Sobre todo, este reconocimiento no deja otra opción más que la de resaltar la dimensión
histórica de los fenómenos sociales. La modificación de los fenómenos sociales resulta
inevitable si se piensa que las prácticas humanas que los constituyen presentan,
precisamente, la peculiaridad de ser unos procesos que crean en el transcurso de su
desarrollo las condiciones para su propia transformación.
Por lo tanto, el conocimiento que elabora la psicología social sobre sus objetos de
estudio no es un conocimiento que cambia, al igual que los conocimientos de otras ciencias,
únicamente porque se hace más preciso, más rico o más acertado, sino que es un
conocimiento que también es cambiante porque cambian las características de los objetos
sobre los que versa.
El psicólogo social construye conocimientos que será preciso deshacer algún tiempo
después de que hayan sido construidos. Es conveniente, por lo tanto, que el psicólogo social
adquiera la mentalidad de un constructor de obras efímeras.
La dimensión histórica de los fenómenos sociales tiene unas implicaciones que van
mucho más allá de una simple cuestión de intervalos temporales. En efecto, los fenómenos
sociales no solo son históricos porque cambian con el tiempo y porque son relativos al período
histórico en el que se manifiestan, sino que son intrínsecamente históricos en el sentido de
que, por decirlo rápidamente, tienen memoria. Las características presentes del fenómeno no
son independientes de su genealogía, o lo que es lo mismo, su forma actual resulta de las
prácticas sociales y de las relaciones sociales que lo fueron constituyendo.
El problema para quienes pretenden apresar los fenómenos sociales actuales en
formulaciones nomotéticas, es que no solo deberían estar en condiciones de incorporar
referencias a su genealogía, sino que estas referencias varían a medida que transcurre la
historia. En esta medida se puede decir que, al igual de lo que ocurre con el futuro, tampoco
el pasado está “ya escrito” puesto que sus características se van actualizando en función de
unos desarrollos posteriores concretos que no agotan, por definición, el conjunto de todos los
desarrollos posibles. De esta forma, la genealogía de un fenómeno social cambia a medida
que se producen acontecimientos posteriores y, por otra parte, nunca se puede acceder a un
conocimiento total de esa genealogía. Si para conocer un fenómeno es preciso conocer su
genealogía, y si esta es cambiante, entonces, también debe ser cambiante el conocimiento
del fenómeno. Por otro lado, si la genealogía de un fenómeno no es nunca totalmente
cognoscible, tampoco lo es el fenómeno, con lo cual el conocimiento psicosocial es
necesariamente incompleto.
Entre todos los científicos, quizá sean los psicólogos sociales, junto con los sociólogos,
los antropólogos y también los historiadores, quienes tengan, o debieran tener, una
conciencia más aguda del carácter sociohistóricamente situado de las categorías de
pensamiento alas que recurren para dar cuenta de la realidad. Dicho en otros términos, el
conocimiento que podemos producir en un período histórico dado es dependiente del
entramado sociocultural que caracteriza ese período. A partir del momento en que se difumina
la distinción entre el sujeto productor de conocimientos y el objeto de conocimiento, es decir,
a partir del momento en que se reconoce que el saber sobre la sociedad está en la sociedad,
es preciso abandonar la creencia, a todas luces infundada, en una supuesta “objetividad” de
los saberes psicosociales.
El hecho de que los conocimientos psicosociales sean “interiores” a la sociedad en la
que se formulan, produce a su vez dos consecuencias ineludibles. La primera es que esos
conocimientos son intrínsecamente provisionales, puesto que ninguna forma sociocultural es
invariante. La segunda es que esos conocimientos deben ser permanentemente
desconstruidos para poder hacer aflorar las determinaciones socioculturales implícitas que
vehiculan de forma acrítica. De momento hemos visto que, en el plano de la ontología, los
objetos de conocimiento de la psicología social son objetos eminentemente históricos y que,
en el plano de la epistemología, los conocimientos psicosociológicos también son, a su vez,
intrínsecamente históricos.
Si nos situamos ahora en el punto de intersección de los dos planos que acabamos
de mencionar, es fácil encontrar otros argumentos que apuntan en la misma dirección. En el
ámbito de los fenómenos sociales, el nivel epistemológico se convierte en una fuente de
producción ontológica.
En efecto, la combinación entre la dimensión simbólica de la realidad social, por una
parte y, por otra, la dimensión “agencial”2 del ser social, se traduce por lo que Gergen ha
llamado el efecto de “ilustración”, es decir, por el hecho de que los conocimientos producidos
acerca de un determinado fenómeno social revierten sobre ese fenómeno, modificándolo.
Basta con admitir que lo que sabemos influye sobre nuestra percepción de a la realidad y que,
a su vez, nuestra percepción de la realidad incide sobre nuestras actuaciones. También se
debe considerar que no es únicamente nuestra percepción de la realidad social la que se ve
afectada por los conocimientos producidos, sino la propia naturaleza de esa realidad social.
No es el nivel fenomenológico sino el nivel propiamente ontológico el que queda parcialmente
constituido por los saberes a los que recurrimos para conceptualizarlo.
El efecto de ilustración tiene una consecuencia de orden político o normativo, que los
psicólogos sociales no pueden eludir. Si es cierto que los conocimientos “científicos” que se
inyectan en el tejido social transforman la realidad social, entonces el productor de esos
conocimientos adquiere una responsabilidad política evidente. No queda otra alternativa para
la investigación social más que la de abandonar toda creencia en una supuesta “neutralidad”
del conocimiento científico. En efecto, sea cuales sean sus opciones políticas, el psicólogo
social se encuentra en la necesidad de interrogar permanentemente los conocimientos que
produce para saber cuáles son las formas sociales que contribuye a reforzar o a subvertir y
para saber en definitiva cuáles son los intereses que está sirviendo.
No es que el psicólogo social se encuentre simplemente ante la necesidad contingente
de deshacer lo que hace, sino que debe deshacerlo si pretende contribuir a la elaboración de
una psicología social acorde con los únicos “intereses” que permiten justificarla.
A partir del momento en que se reconoce que el interés por la predicción y el control
no puede sustentar el proyecto de conocimiento psicosociológico, queda claro que conviene
sustituir la razón instrumental por una racionalidad basada en la comprensión y la dilucidación
de la realidad social. Se hace imprescindible establecer como tarea prioritaria el análisis
crítico de todas las evidencias que estructuran el tipo de entendimiento de lo social que
caracteriza a nuestra época, y en torno a las cuales se organiza nuestro funcionamiento
cotidiano como seres sociales. Esta tarea de dilucidación de la realidad, encuentra en los
2
Hace referencia a la capacidad que tienen los seres sociales de constituirse en causas últimas de sus actos.
procedimientos de desconstrucción uno de sus instrumentos más eficaces, y el psicólogo
social debe recurrir a la desconstrucción sistemática como método básico para producir
conocimientos relevantes en el marco de su disciplina.
2. La agenda de la “nueva psicología social”: Presupuestos epistemológicos
Hace ya algún tiempo que la concepción heredada de la racionalidad científica, y su
traducción específica en el marco de las ciencias sociales, ha dejado de ser razonablemente
defendible, dejando paso a una concepción resuelta y radicalmente postpositivista.
Aunque la “nueva psicología social” se enfrenta con muchos problemas de difícil
solución, se han alcanzado ya una serie de logros sólidamente establecidos que constituyen
otros tantos puntos irreversibles, o si se prefiere, puntos de no-retorno, a partir de los cuales
pueden y deben desarrollarse las nuevas líneas de investigación. Lo único que se está
afirmando aquí es que ya no se puede ignorar la dimensión hermenéutica de los hechos
sociales, como tampoco se puede pasar por alto la dimensión hermenéutica de las
explicaciones que ofrecen las ciencias sociales. Si se me permite otro ejemplo, diré que, si
bien se puede discrepar profundamente del análisis realizado por Foucault sobre las
relaciones de poder, ya no se puede pensar sobre el poder como se pensaba antes de que
Foucault escribiera sobre este tema.
En el plano epistemológico, la fuerza de los argumentos a favor de una concepción
no-representacionista del conocimiento científica parece hoy por hoy difícilmente rebatible.
La adopción de una perspectiva no-representacionista (lo cual no significa ni mucho menos
“idealista”) sitúa a las ciencias sociales, y particularmente a la psicología social, en una
posición estratégica para dar cuenta de la naturaleza de la ciencia.
3. La agenda de la “nueva psicología social”: presupuestos ontológicos
Se puede destacar los siguientes aspectos como puntos irreversibles a partir de los
cuales debe avanzar la psicología social postpositivista:
a) Reconocimiento de la naturaleza simbólica de la realidad social. Esta
dimensión es insoslayablemente constitutiva de los fenómenos sociales. No es la naturaleza
del objeto sino el tipo de relación en el que este objeto está prendido quien le confiere su
dimensión social, y esta relación es de naturaleza eminentemente simbólica. En efecto, lo
social no aparece hasta el momento en que se constituye un mundo de significados
compartidos entre varias personas. Es este fondo común de significaciones el que permite a
los individuos investir a los objetos con una serie de propiedades que no poseen “de por sí”,
sino que son construidas conjuntamente a través de la comunicación y que se sitúan, por lo
tanto, en la esfera de los signos.
Por su vinculación con la dimensión simbólica y con la construcción y circulación de
significados, queda claro que cualquier cosa que denominemos “social” está íntima y
necesariamente relacionada con el lenguaje y con la cultura. Nada es social si no es instituido
como tal en el mundo de significados comunes propios de una colectividad de seres humanos,
es decir, en el marco y por medio de la intersubjetividad. Esto implica que lo social no radica
en las personas, ni tampoco fuera de ellas, sino que se ubica precisamente entre las personas,
es decir, en el espacio de significados del que participan o que construyen conjuntamente.
Lo social se construye efectivamente, al igual que los significados y la intersubjetividad,
en la interacción entre las personas. Pero esto no significa que sea suficiente con que exista
una interacción o una relación interpersonal para que también exista la dimensión social. En
efecto, la interacción es tan solo una condición necesaria, pero no suficiente para que emerja
lo social.
La psicología social se encuentra conminada a prestar una atención preferencial al
papel del lenguaje y de la comunicación en la producción y en el funcionamiento de la realidad
social. El reconocimiento de la importancia que tiene el significado exige de alguna forma que
la psicología social agote las posibilidades del enfoque hermenéutico y disponga de una teoría
de la significación. Pero de una teoría de la significación que conozca y asuma sus propios
límites.
Es bastante frecuente encontrar formulaciones que establecen una clara oposición
entre lo real y lo simbólico: si algo es simbólico entonces no es real y recíprocamente. Sin
embargo, es obvio que no existe tal oposición. Lo simbólico es tan real como cualquier otro
objeto que podamos calificar razonablemente como real. Más aún, lo simbólico tiene la
capacidad e constituirse en fuente de producción de la realidad.
b) Reconocimiento de la naturaleza histórica de la realidad social. En la actualidad,
la idea de que las sociedades tienen una dimensión histórica ha adquirido un estatus de
evidencia tan incuestionable que cualquier científico social que emitiera la mas leve duda al
respecto haría inmediatamente el ridículo. Sin embargo, nos encontramos ante la situación
paradójica de unas ciencias sociales que, aun dando por supuesto el carácter histórico de las
sociedades, han desarrollado por lo general un enfoque ahistórico de la realidad social.
Reconocer la naturaleza histórica de lo social no se limita a considerar que las
sociedades tienen una historia, sino que tienen unas implicaciones mucho más profundas que
afectan tanto al plano ontológico como al plano epistemológico.
En el plano ontológico esto significa, que los fenómenos sociales, las prácticas
sociales, las estructuras sociales tienen “memoria”, y que “lo que son” en un momento dado
es indisociable de la historia de su producción.
Decir que la realidad social es intrínsecamente histórica es decir que resulta en buena
medida de las peculiaridades culturales, de las tradiciones, del “modo de vida” que una
sociedad ha ido construyendo a lo largo de su desarrollo.
La idea de que se pueden tratar los fenómenos sociales como productos es una simple
ilusión nacida de una operación arbitraria que consiste en “cerrar” la perspectiva temporal del
fenómeno y en extraerlo artificialmente de sus condiciones temporales de existencia. El
tijeretazo que se da al tiempo permite tratar un fenómeno social como si fuera un “objeto”
estable, un “producto”, una “cosa”, con lo cual se satisface obviamente a las exigencias del
ideal de inteligibilidad positivista, pero al mismo tiempo se cambia irremediablemente la
naturaleza, o la identidad, del fenómeno investigado.
c) Reconocimiento de la importancia que reviste el concepto y el fenómeno de la
“reflexividad”. Es la capacidad que tiene el ser humano de romper la disyunción objeto/sujeto
y de fundir ambos términos en una relación circular lo que posibilita la construcción de la
naturaleza social de ese mismo ser humano. El bucle recursivo que cierra el “yo cognoscente”
sobre el “yo conocido” constituye en última instancia la condición de posibilidad de lo social.
En primer lugar, el hecho de que, gracias a la reflexividad, el ser humano sea capaz
de desarrollar actuaciones estratégicas, es decir, actuaciones basadas en el cálculo de los
efectos que sus acciones producen en los demás, introduce un factor intrínseco de
impredictibilidad de las conductas. Se establece de esta forma un proceso de reconstrucción
permanente, e interdependiente, de la persona y de su contexto relacional, según una
dinámica y unas modalidades que son difícilmente inteligibles desde una perspectiva
positivista.
En segundo lugar, la reflexividad debe extenderse a las propias ciencias sociales.
Tanto la psicología social “qua disciplina” constituida en un momento sociohistórico
determinado, como los conocimientos que produce y las prácticas concretas de los
investigadores que trabajan en su campo, forman parte de la propia dimensión social que la
psicología social se propone precisamente dilucidar. La psicología social debe, por lo tanto,
tomarse a sí misma como objeto de análisis, y es quizá porque empezó a hacerlo por lo que
estalló la famosa crisis que la sacudió tan profundamente.
d) Reconocimiento de la “agencia humana”. El reconocimiento del carácter
intencional de la conducta dibujaba un concepto del ser humano como agente capaz de
constituirse en fuente de determinación última de sus propias conductas, es decir, capaz de
autodirigir sus conductas con base en unas decisiones internamente elaboradas.
El simple reconocimiento de que las intenciones desempeñan un papel en la actividad
humana conduce a un replanteamiento radical en el plano ontológico y en el plano
epistemológico.
La plena asunción de la agencia humana constituye otro de los puntos de arranque
de la “nueva psicología social”, y a obliga a situarse en la perspectiva del ideal de inteligibilidad
de las ciencias posmodernas.
e) Reconocimiento del carácter dialéctico de la realidad social.
La concepción dialéctica de la realidad social enfatiza especialmente dos aspectos: la
naturaleza relacional de los fenómenos sociales y el carácter procesual de estos fenómenos.
En este sentido no tiene cabida la dicotomía ontológica entre individuo y sociedad, puesto
que ninguno de los dos términos es definible con independencia del otro: la sociedad solo
adquiere un estatus de existencia a través de las prácticas desarrolladas por los individuos,
a la vez que estos no existen como seres sociales si no es mediante su producción por la
sociedad. Se trata de un proceso de mutua construcción, en el que las causas y los efectos
intercambian continuamente su estatus. En este mismo sentido, si bien es cierto que los actos
solo adquieren sentido en el contexto en que se expresan, sería erróneo atribuir al contexto
un estatus independiente de los actos: el contexto está construido por los actos que resultan
de él.
Por otra parte, el énfasis que pone la dialéctica sobre el carácter procesual de los
fenómenos nos lleva a considerar que, lejos de estar constituidos de una vez por todas, los
objetos sociales se encuentran en un proceso de constante devenir, de continua creación y
recreación, de constante reproducción y transformación.
El concepto de “dualidad estructural”, que da cuenta del carácter simultáneamente
estructurado y estructurante de la sociedad y de las prácticas sociales, debe unirse, en la
agenda de la “nueva psicología social”, a la concepción según la cual es en el proceso mismo
de su desarrollo donde se va configurando cualquier fenómeno social de una forma que no
se encuentra enteramente predefinida por las condiciones antecedentes.
f) Reconocimiento de la adecuación de la perspectiva construccionista para dar
cuenta de la realidad social. Aunque el realismo ingenuo ya no sea aceptado por nadie, se
sigue cayendo en las trampas del lenguaje, y se sigue atribuyendo el estatus de categorías
naturales a ciertas entidades por el mero hecho de que forman parte de nuestro vocabulario.
Se puede afirmar que una de las tareas fundamentales de la psicología social consiste
precisamente en poner de manifiesto el papel que desempeñan las construcciones culturales
y las convenciones lingüísticas en la generación de una serie de “evidencias” que se imponen
a nosotros con toda la fuerza de las “cosas mismas”.
Esta preocupación por “desnaturalizar” los fenómenos sociales es tanto más
importante cuanto que el hecho de que todo fenómeno social sea intrínsecamente histórico
implica que todo fenómeno de este tipo resulta, por lo menos parcialmente, de las
convenciones lingüísticas, de los juegos de lenguaje y de las tradiciones culturales que
conforman una “forma de vida”. Dar cuenta de esos fenómenos exige, por lo tanto, que se dé
cuenta de tres cuestiones:
La primera no es otra que la de acotar el papel, más o menos predominante según los
casos, que desempeñan las convenciones lingüísticas en su producción.
La segunda consiste en dilucidar la naturaleza del proceso mediante el cual los
procesos discursivos tienen la capacidad de engendrar, aunque sea parcialmente, los objetos
sociales.
La tercera pasar por especificar el mecanismo mediante el cual confundimos las
propiedades de nuestra forma de hablar de las cosas con las propiedades de las propias
cosas.
4. Aspectos problemáticos de la “nueva psicología social”.
Si bien la cuestión de la inadecuación del empiricisimo y de la concepción
representacionista del conocimiento parece haber sido satisfactoriamente resuelta, no se
puede decir lo mismo acerca de la tensión epistemológica que enfrenta a la concepción
realista del conocimiento y a su concepción neopragmatista. La cuestión no es tan sencilla.
Tanto el realismo como el neopragmatismo presentan argumentos seductores a la vez que
consecuencias claramente insatisfactorias.
Las cosas son como son con independencia de lo que podamos imaginar
acerca de ellas.
Esto es cierto y falso a la vez. Ya hemos visto que en el ámbito de la realidad social
nuestra imaginación tiene una eficacia causal, o si se prefiere, que las cosas son, en parte,
el resultado de la forma en que las vemos. No solo porque los efectos que producen en
nosotros dependen en parte de la representación que de ellas tenemos, sino mucho más
radicalmente, porque lo que de ellas pensamos y decimos forma parte de lo que son
“realmente”.
El criterio de aceptabilidad del conocimiento científico es que dé cuenta de la
realidad tal y como es, por lo menos bajo una de sus descripciones posibles.
El problema es que esta argumentación pone sobre un pie de igualdad las teorías
“acertadas” y las teorías que son “falsas” pero que conducen, sin embargo, a predicciones
acertadas y a consecuencias prácticas eficaces. Más aún, esta argumentación nos conduce
a considerar que la realidad considerada es necesariamente como lo dice la teoría falsa.
Una concepción realista de la causalidad (poder generativo) es necesaria para
sostener con legitimidad que ciertos factores causales intervienen en una
situación, aunque estos no produzcan ningún tipo de efecto manifiesto.
Parece que la concepción realista de la causalidad tengo efectivamente una
capacidad dilucidatoria en relación a ciertas situaciones en las que cualquier otra concepción
produciría efectos enmascaradores. Es preciso considerar que las causas tienen una
existencia real para poder postular su presencia, aun cuando los efectos que generan no
alcances la esfera de las manifestaciones sensibles.
Por su parte el neopragmatismo también formula una serie de proposiciones que
suscitan una adhesión de principios:
La producción de conocimientos científicos debe entenderse como una
práctica social particular que presenta las mismas propiedades sustantivas que
cualquier otra práctica social (historicidad, inserción en un contexto
sociocultural particular, etc.)
El problema está en saber si el tipo de racionalidad sobre el que descansa la empresa
científica, aun siendo obviamente una producción humana, presenta o no, en lo que tiene de
fundamental, unas características que son escasamente sensibles a las variaciones históricas.
En otras palabras, se trata de saber si los criterios de la racionalidad son susceptibles de
variación histórica o si tienen una fundamentación más básica que radica, por ejemplo, en la
estructura misma del cerebro humano.
Los criterios de aceptabilidad de un conocimiento científico se construyen
mediante el diálogo racional que se desarrolla en una comunidad social
particular, la comunidad científica.
Desde esta formulación, los planteamientos epistemológicos quedan desplazados,
como ya lo hemos visto anteriormente, por unos planteamientos que se expresan en términos
de sociología el conocimiento científico. De hecho, todo parece indicar que la construcción
de los hechos científicos responde efectivamente a un conjunto de procesos eminentemente
sociales que se fraguan en el contexto de las comunidades científicas. Sin embargo, la
confianza que depositan los neopragmatistas en las virtudes del “diálogo racional” no parece
plenamente consecuente con el reconocimiento de la dimensión intrínsecamente social del
conocimiento científico. En particular, se subestima de forma considerable el papel que
desempeñan las relaciones de poder en el funcionamiento de las comunidades científicas.
Una tercera proposición consiste en rechazar toda pretensión de “fundamentar” el
conocimiento científico en principios o en categorías que trasciendan el ámbito de las
prácticas sociales.
Toda pretensión de descubrir un principio fundacional último para dar cuenta
a la naturaleza del conocimiento científico constituye una operación de poder
orientada a restringir la capacidad de decisión de las comunidades sociales.
La formulación de una fundamentación última de la “verdad” científica implica que los
criterios de aceptabilidad del conocimiento se sitúan por encima de las decisiones racional y
consensualmente elaboradas por esas comunidades sociales que son las comunidades
científicas. La única vía practicable es entonces la de la sumisión y el acatamiento a un
principio que nos trasciende.
Aunque me sería difícil ser más explícito y más preciso, intuyo que la nueva psicología
social debería enmarcarse en una perspectiva que supere la tensión entre la atención
prestada preferencialmente al objeto o al sujeto del conocimiento, y formular un planteamiento
que no se limite a postular la “interacción sujeto-objeto”, sino que consiga disolver la dicotomía
entre ambos términos. Provisionalmente, entiendo que una situación de transición bastante
aceptable pasa por una integración ecléctica de algunas de las proposiciones realistas y
algunas de las formulaciones neopragmatistas.
5. Adendum a la agenda de la “nueva psicología social”.
Volviendo a la agenda de trabajo de la nueva psicología social quisiera apuntar a un
planteamiento que debería figurar en sus páginas de manera mucho más acentuada de lo
que ha hecho hasta ahora. Se trata del reconocimiento de que la realidad social constituye
un sistema autoorganizativo con todas las consecuencias que esto implica a nivel ontológico
y epistemológico.
Estos sistemas están dotados, entre otras cosas, de la suficiente redundancia, o
variabilidad interna, para transformar los inputs provenientes del entorno en procesos
estructurantes. Esto significa también que se trata de sistemas que mantienen su estructura
y la complejifican gracias a las propias fuerzas y energías que actúan en contra del
mantenimiento del sistema. Aunque esto pueda parecer paradójico, no hay autoorganización
posible si no es a través de la presencia simultánea de fuerzas antagonistas y de elementos
mutuamente incompatibles.
Una de las características más interesantes de los sistemas autoroganizativos radica
en la impredictibilidad de los cambios efectivos que experimentará el sistema.
Parece bastante obvio que las sociedades presentan a nivel ontológico una serie de
propiedades que las instituyen como sistema autoorganizativo:
La sociedad ni es diseñada ni es regulada por arte y magia de un agente o de
una voluntad que le sea exterior.
La sociedad tampoco se encuentra dotada desde sus inicios de un programa
que encierre las instrucciones para su funcionamiento y evolución;
La sociedad se mantiene, por definición, en un estado alejado del equilibrio, es
decir alejado de la entropía máxima.
No hay sociedad sin diferenciación social, sin estructuras sociales.
La sociedad evoluciona históricamente hacia una mayor complejidad, y esta
evolución social constituye un proceso irreversible;
Como ha argumentado Popper, existen razones de principios que imposibilitan
el conocimiento preciso de la evolución de la sociedad.
El reconocimiento de que los sistemas sociales constituyen sistemas
autoorganizativos conduce a una reconceptualización de muchos de los procesos sociales
que investiga la psicología social.
Íñiguez, Lupicinio (2005). Nuevos debates, nuevas ideas y nuevas prácticas en la
en http://antalya.uab.es/athenea/num8/siniguez.pdf
Puede afirmarse que la Psicología Social contemporánea dominante ha perdido
cualquier interés por el debate intelectual. Y no sólo eso, sino que como decía Henry Tajfel
‘la Psicología social no ha tenido ciertamente éxito en crear una revolución intelectual en el
sentido de afectar profundamente nuestra visión de la naturaleza humana como, por ejemplo,
Freud y Piaget lo han hecho para la psicología individual’ (Tajfel, 1972:106).
Sin embargo, ha sido el Construccionismo social quizás la única corriente que se ha
erigido como uno de los interlocutores en los debates contemporáneos de la Filosofía y de
las Ciencias Sociales. Efectivamente, en los años ochenta del siglo pasado, este tipo de
perspectiva penetra en el conjunto de las Ciencias sociales y, específicamente, en la
Psicología social y se convierte en revulsivo en un contexto disciplinar marcado por una
ortodoxia heredera del positivismo. Encuentra una fuerte oposición y las voces en contra se
alzan potentes y descalificadoras, llegando a la amenaza de exclusión, cuando no a la
exclusión misma.
La cuestión ahora es, después de más de veinte años, ¿aún mantiene el
construccionismo la misma carga de rebeldía? O por el contrario ¿estamos delante de una
nueva forma de ortodoxia?
El punto de vista socioconstruccionista
Nunca ha estado demasiado claro, sobretodo entre sus críticos, qué es o en qué
consiste eso que se llama “construccionismo”. La crítica fácil, que ha dominado desde el inicio,
lo ridiculiza desde la estrambótica idea de que su esencia misma no es sólo que afirme que
todo es una construcción social, sino, sobretodo, que es una construcción lingüística. Tal
ridiculización utiliza como tropo retórico la celebrada idea de que los/as construccionistas
desatienden las limitaciones y constricciones que impone la realidad material.
La perspectiva construccionista no es exactamente eso. Lo que quiero decir es que al
decir esto, el sufijo “ismo” tiene el efecto discursivo de reificar un proceso, haciendo aparecer
algo como una “escuela” de pensamiento, o una “nueva teoría”. Esta perspectiva es algo más
complejo, con bastantes más matices que convendría señalar y tener en cuenta. A pesar de
ello, es bien cierto que no se puede ofrecer una definición única de “construccionismo social”.
Mas bien, se pueden detallar ciertos elementos y supuestos que, vistos en conjunto, podrían
representar esa “perspectiva”.
Los elementos y supuestos de esta “perspectiva” o “movimiento” constituyen una
amplia y abierta lista. Y, además, contra lo que se puede suponer a partir de las críticas
“desde fuera”, nada homogénea.
Si hay algo que se pueda identificar como característica principal, ésta sin duda es su
posición crítica, su posición de continuo cuestionamiento de aquello que venimos
considerando como obvio, correcto, natural o evidente.
Podríamos decir que los elementos que definen una posición construccionista son:
antiesencialismo (las personas y el mundo social somos el resultado, el producto, de procesos
sociales específicos); relativismo (la “Realidad” no existe con independencia del conocimiento
que producimos sobre ella o con independencia de cualquier descripción que hagamos de
ella); el cuestionamiento de las verdades generalmente aceptadas (el continuo
cuestionamiento de la “verdad”, poniendo en duda sistemáticamente el modo cómo hemos
aprendido a mirar el mundo y a mirarnos a nosotros mismos); determinación cultural e
histórica del conocimiento, y el papel conferido al lenguaje en la construcción social (La
realidad se construye socialmente y los instrumentos con los que se construye son
discursivos).
Ahora bien, después de algún tiempo hemos podido caer en una cierta complacencia
con el “ideario construccionista” convirtiéndolo en una especie de “nueva ortodoxia”. Entiendo
que un talante crítico debe huir de esta clase de complacencia. Me gustaría señalar algunas
características que han sido útiles en la empresa construccionista y que creo pueden ser
todavía útiles en el futuro.
En primer lugar hay que extraer consecuencias del carácter histórico del conocimiento.
Asumir plenamente el sentido de la historicidad y que el papel de las ciencias y de sus objetos
no se reduce a una propuesta de explicación lineal de la constitución del presente, abre la
posibilidad de pensar el presente pero también la de construir futuros distintos.
En segundo lugar, hay que subrayar el carácter interpretativo del ser humano. Ningún
proceso social, y específicamente ni la Ciencia ni el sujeto pueden darse sin interpretación,
pues nuestro conocimiento del mundo y de nosotros/as mismos/as está vinculado a la
interpretación que realizamos desde el marco lingüístico y cultural en el que nos
desenvolvemos. No es posible entonces delimitar la objetividad del sujeto sin la interpretación
y sin que medie el juego hermenéutico.
¿En qué se ha equivocado el construccionismo?
Quizás el construccionismo se ha acomodado y ha devenido en mainstream, casi sin
darse cuenta, o al menos eso ha sido así en algunos lugares del mundo.
De lo que no cabe la menor duda es que en tan solo dos décadas este movimiento ha
pasado de ser un marginal en las ciencias sociales y en la Psicología social, para pasar a ser
una perspectiva reconocible y reconocida, con sus propios medios de comunicación y difusión,
recursos públicos para investigación, etc. Y a este proceso no se ha posicionado siempre de
forma crítica y contundente sino, frecuentemente con un talante conformista y acomodaticio.
Desde mi punto de vista, algunos supuestos constitutivos del construccionismo
pueden mantenerse. Otros deben atender a las críticas que se le han hecho en los últimos
años. Pueden asumirse perspectivas nuevas. Y, finalmente, puede re-hacerse la agenda
política para adaptarla a los nuevos desafíos que plantea las nuevas formas de estructuración
y organización social y contribuir a la construcción de un mundo mas justo y mas igualitario.
Se trataría, en definitiva, de revitalizar el debate, de romper definitivamente fronteras
disciplinares, de colocar de una vez por todas a la Psicología Social en la mesa donde se
debaten los temas de nuestro tiempo.
Aperturas y efervescencias. elementos de tránsito hacia un paisaje post-
construccionista
No debemos asumir una posición complaciente sólo con la contextualización histórico-
cultural de la producción del conocimiento, la asunción el carácter interpretativo de los seres
humanos, o los principios que sustentan una perspectiva construccionista. Asumirlos, pero
también eventualmente criticarlos, es lo que nos permitirá sustentar en permanencia una
perspectiva crítica en Ciencias sociales y, específicamente, en Psicología social.
La sociología del conocimiento científico, la Actor Network Theory (ANT) (Law y
Hassard, 1999), que traduciré como “teoría de la actriz-red, la epistemología feminista y la
noción de performatividad, son posiciones en estos debates que pueden ser aprovechadas
en la empresa de mantener una Psicología Social crítica.
La reflexividad como característica de la producción de conocimiento
Desde las aportaciones de la Sociología del Conocimiento Científico, sabemos que el
investigador lo es en la medida en que se relaciona con objetos y sujetos en su actividad, y
lo que surge en esa relación es un producto que si en parte está predeterminado por la
naturaleza de los objetos y sujetos sociales (construcciones socio-históricas), tiene un
componente impredictible y creativo, producto de elementos contingentes, indexicales y
circunstanciales del contexto donde acontece la acción. Esto permite modificar el
conocimiento de los objetos (en el transcurso que va desde su presentación hasta después
de mantener una relación con ellos) y permite que como investigadores podamos
modificarnos e ir cambiando, es decir, tengamos una capacidad de agencia, o lo que es lo
mismo, el poder de utilizar otras posiciones y elementos intersubjetivos de definición y acción
que movilicen otros discursos y que anulen ciertas categorías socialmente predominantes.
La teoría de la actriz-red (Actor network theory)
La teoría de la actriz-red ha reconocido el valor positivo de las aportaciones del
socioconstruccionismo pero argumenta que ha comportando como efecto un “esencialismo
social” que ha asumido de forma acrítica la dicotomía natural/social, humano/no-humano y la
separación de lo natural por un lado y lo social por otro. ). Atribuye también al
socioconstruccionismo desatención a cuestiones como las relativas a en qué consiste
exactamente lo social, cuál es le papel de las ciencias en su constitución y por qué ha
devenido objeto de estudio y conocimiento.
En el nuevo panorama post-construccionista la ANT nos descubre las implicaciones
que el dualismo natural-social tiene y nos abre un campo nuevo de posibilidades de
conceptualización de agentes, sujetos u objetos. Entre otras, nos permite equilibrar el balance
entre lo natural-social recolocando lo material y creando una nueva hibridación conceptual
alejada de esencialismos culturalistas o materialistas.
Posicionamientos: las consecuencias de la epistemología feminista
El escenario actual de las Ciencias sociales y humanas no sería lo que es sin las
aportaciones de la epistemología feminista. Ha cuestionado y puesto de manifiesto la relación
íntima e inextricable existente entre un sujeto que percibe y aborda la comprensión de un
objeto, y el objeto concreto sobre el que enfoca su mirada.
Ningún objeto es neutro, está teñido y atravesado por significados e implícitos, y la
mirada con que se aborda, la epistemología y metodologías que lo “desentrañan”, es una
mirada de género. Todo ello no es sino una prueba más de que el modelo de conocimiento
de las sociedades occidentales es ideológico, y que procede y se contrasta
fundamentalmente a partir de las experiencias masculinas. Un sujeto de conocimiento es un
sujeto con una preconcepción del mundo, no un individuo abstracto, ahistórico e incorpóreo.
Por tanto, la subjetividad está situada y se encuentra tanto en el sujeto como en el objeto, así
como en la relación que se establece entre ellas.
La perspectiva epistemológica feminista critica toda teoría que se pretenda universal.
Para ello, se basa en la subjetividad y la concepción fragmentada de las subjetividades, lo
que en el ámbito de la epistemología significa tener en cuenta las particularidades de los
sujetos de conocimiento y del propio objeto del mismo. Así pues, utilizar las producciones y
formulaciones de la epistemología feminista implica considerar que cualquier teoría de la
ciencia no puede establecer de manera estándar la comprensión de su objeto de estudio sin
reflexionar acerca de quién es el sujeto de conocimiento, qué posición ocupa, cómo está
influyendo el género en los métodos utilizados y, una cuestión central, qué podemos entender
por ciencia.
La riqueza de la epistemología feminista radica en su claro posicionamiento de crítica
social. Los principios orientadores de las teorías y prácticas feministas se han materializado
en duras críticas hacia los procesos sociales, políticos, históricos de desigualdad y
dominación. El concepto de transformación de las relaciones sociales sigue teniendo su
vigencia desde las primeras formulaciones y sigue siendo el motor de orientación de todos
sus desarrollos teórico-conceptuales.
Performatividad
Una de las críticas mas crudas al construccionismo ha consistido en atribuirle un cierto
idealismo lingüístico. No hay problema en reconocer que al enfatizar la importancia del
lenguaje y la naturaleza discursiva de las prácticas sociales, el socioconstruccionismo ha
contribuido a desencializar, denaturalizar y des-psicologizar al individuo y a los procesos
psico-sociales. Pero seguramente eso también le ha llevado a desatender lo que podría ser
llamado “prácticas no lingüísticas”. No es el caso de todo el construccionismo. No obstante,
siempre se puede decir que quizás se ha ignorado en demasía el efecto de objetos y
materialidades que generan sus efectos utilizando medios no estrictamente lingüísticos.
La emergencia del llamado “pensamiento queer” o “teoría queer” (Llamas, 1998;
Preciado, 2002) y específicamente el enfoque de la performatividad de Judith Butler, ayuda a
subsanar este problema y a abrir un campo nuevo de interés, cual es la subjetivación y las
prácticas de subjetivación y a ofrecer nuevos elementos en una agenda política radical.
Judith Butler ha perfilado la noción de performatividad. Su planteamiento viene a
revolucionar las nociones de identidad, subjetividad y prácticas de subjetivación que se ilustra
en su análisis-propuesta en torno a la producción preformativa de la identidad sexual. Se trata
de una posición antiesencialista que niega tanto el carácter natural de la identidad como su
carácter fijo y estable. La identidad es una construcción social, efectivamente, pero una
construcción que debe entenderse como un proceso abierto a constantes transformaciones y
redefiniciones.
Este el planteamiento de Judith Butler viene a ofrecer una alternativa tanto a la noción
de construcción social como a los límites de la discursividad. En efecto, siguiendo a Butler, la
cuestión no es si todo es una construcción social o si todo se construye discursivamente,
porque cuando se plantean las cosas así, se está negando la fuerza constitutiva de la
performance. Lo que Butler está proponiendo es una noción de construcción que implica una
especie de “vuelta” a la materia.
El mantenimiento de una psicología social crítica
Todo este planteo permite, creo, rediseñar la caja de herramientas para una
“refundación” de una perspectiva crítica. En este sentido, pretende ser una contribución más
a una perspectiva que ha sido etiquetada unas veces como “Psicología Social Crítica”.
Una “Psicología social crítica” sería la consecuencia de un continuo cuestionamiento
y problematización de las prácticas de producción de conocimiento y por tanto tiende a
recoger la mayor parte de las características que he enunciado, es decir, la historicidad del
conocimiento, el carácter interpretativo del ser humano, un punto de vista construccionista, la
reflexividad del conocimiento, las aportaciones de la epistemología feminista y del
conocimiento situado, la eclosión de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, la
performatividad, etc. Sin embargo, si hasta hace poco tanto en lo que se refiere a las
asunciones ontológicas, como epistemológicas, metodológicas, políticas, etc. esta
perspectiva se integraba en ese movimiento de tipo general que podemos denominar
“construccionista”, hoy se puede decir que se expande en la eclosión de perspectivas del
nuevo paisaje postconstruccionista y que se enrola en el proyecto/intento de permeabilización
de las disciplinas científico-sociales, convirtiéndose en un magma informe que impregna
lugares y recovecos en el ámbito genérico de las humanidades y las ciencias sociales.
Unidad IV
Sin lugar a dudas, y aunque podamos decir que hoy conviven múltiples psicologías en
nuestro continente, el proceso que se inicia en los años 70' con la emergencia de la PSC
(Montero, 2004), ya no tiene vuelta atrás. La constatación del carácter inadecuado e
inoperante de una psicología centrada en el individuo, aislado de sus condiciones concretas
de existencia y de una ciencia con pretensiones de objetividad y neutralidad, promovió un
proceso de transformación en la concepción de la realidad y del sujeto, en los modos de
investigar y de intervenir, y en el posicionamiento profesional, que mantiene vigencia hasta
nuestros días. Esto no quiere decir que la batalla esté ganada, pero al menos, abundan
experiencias en esta última dirección.
Del mismo modo, tienen actualidad los fundamentos que dieron origen a este modo
de hacer psicología: aquellos ligados a unas condiciones profundamente desiguales e
injustas que determinan altos niveles de sufrimiento cotidiano para grandes sectores de
nuestras poblaciones. No obstante, y esto fundamenta nuestras reflexiones, como dice el
refrán popular “mucha agua ha pasado bajo el puente” desde la década de los 70' a la
actualidad, lo que nos exige repensar los límites y los alcances de nuestra disciplina a la luz
de dichos cambios, de los desarrollos propios de la PSC y de los escenarios actuales.
Entre aquéllos y estos años...
Los años de la emergencia de la PSC en América Latina, eran los tiempos del Concilio
Vaticano II y de la Teología de la Liberación, en fuerte diálogo con la Educación Popular
desarrollada por Paulo Freire en Brasil y con la ya avanzada Sociología Militante de Orlando
Fals Borda (Colombia). Corrientes éstas, que se constituían en expresión de una
intelectualidad fuertemente ideologizada y comprometida con los sectores populares. Campo
fértil, el de las ciencias sociales de la época, que habilitó y dio lugar a la llamada crisis de la
Psicología Social para constituirse luego en una “Psicología social como crítica” (Iñiguez,
2003).
Hoy parece estar comprobado que no hay desarrollo posible ¿en el marco del
capitalismo, a lo sumo es viable experimentar algunos momentos ventajosos en el ciclo
económico pero en donde los problemas de exclusión e injusticia social perduran y se agravan,
sostenidos además en una burguesía “autóctona”, no nacional, que en lugar de luchar por el
desarrollo productivo de nuestros países, se ha aliado tradicionalmente con los capitales
extranjeros (Borón, 2008).
Actualmente, las modalidades de dominación más atroces, coexisten con las más
sutiles, a través de las nuevas tecnologías, de los medios masivos de comunicación y de la
preponderancia de las imágenes. Se impone un sólo modelo de consumo y con ello, la idea
de que no hay nada por fuera del capitalismo.
A mismo tiempo, nos encontramos con algunas novedades: nuevos movimientos
sociales que se gestaron en la década del 90 que inauguran un nuevo ciclo de conflictividad
social y que se constituyen en puntos de referencia para otros movimientos hasta nuestros
días (el levantamiento indígena en Chiapas, México, los cortes de ruta y el movimiento de
piqueteros en Argentina; la movilización indígena en Ecuador que precipita la caída de
Bucarán en 1997; y la guerra del agua en Cochabamba, Bolivia en el 2000, y los múltiples
movimientos de los Sin: Sin Tierra, Sin trabajo, Sin Techo). Y por otro lado, cambios en la
gestión de varios gobiernos en Latinoamérica, más allá de las diferencias innegables entre
los países.
La Psicología Social Comunitaria: entre crecimientos y tropiezos
Tal como lo muestran Maritza Montero e Irma Serrano (2011) en su reciente
compilación de las historias de la PSC en los países de América Latina, su desarrollo ha sido
muy heterogéneo. Esa heterogeneidad se relaciona con las corrientes teóricas que la han
nutrido según los distintos contextos académicos y con los problemas singulares de cada país
o región que han requerido y requieren de un abordaje comunitario.
Sin embargo, también podemos decir que esa heterogeneidad ha implicado el
desarrollo de una amplia gama de prácticas que varían sustancialmente en lo que refiere al
alcance de sus intencionalidades políticas y de transformación social.
Es que, hemos asistido con asombro y preocupación a la distorsión y pérdida de
potencia de algunos de los principales componentes de la PSC, conduciendo a prácticas que
tienen efectos contrarios a los perseguidos desde los principios que la han sustentado.
Entendemos que esto es resultado de la captura de nociones por parte de actores no
interesados en la producción de cambios sociales profundos.
Pero también, por qué no decirlo, el debilitamiento de la intencionalidad
transformadora de la PSC muchas veces fue consecuencia del trabajo de profesionales
acríticos que han quedado ligados a una suerte de ejercicio voluntarista e ingenuo en el marco
de proyectos dirigidos a los sectores más pobres de la población (socio-económicamente
hablando), en abstracción de un análisis de las relaciones de poder que tienen lugar.
Abriendo interrogantes en los escenarios actuales
Ahora bien, esta revisión nos conduce a problematizar algunas categorías teóricas y
metodológicas consideradas claves para la Psicología Social Comunitaria a la luz de algunos
desafíos que caracterizan los escenarios sociales actuales. Algunas interrogantes que
motivan nuestras reflexiones son: ¿cómo dialoga la concepción de sujeto propia del
paradigma de la psicología comunitaria (Montero, 2004) con el sujeto que ha construido el
neoliberalismo? ¿y más precisamente cómo dialoga con los sujetos de las políticas sociales
diseñadas por los gobiernos llamados “progresistas” de América del Sur? ¿qué sujeto
presuponen algunas estrategias de intervención de la psicología comunitaria y cómo se
relaciona con aquél producido por los fenómenos de exclusión o desafiliación social? ¿qué
lectura hace la psicología comunitaria de las categorías de exclusión-inclusión social? ¿es la
noción de comunidad operativa para analizar e intervenir en los espacios urbanos actuales?
¿cómo interpelan a la psicología comunitaria el carácter predominante de los procesos
participativos y qué lugar adoptan los movimientos sociales en su horizonte de intervención e
investigación?
El escenario de las Políticas Públicas (PP) es un escenario conflictivo, cuyas
dinámicas suelen entrar en tensión con los principios de la PSC, ya que, en coherencia con
lo antes desarrollado, estamos hablando del despliegue de PP en el marco de Estados
capitalistas. Un Estado capitalista que tiene un rol contradictorio: por un lado opera regulando
las relaciones de producción de manera de garantizar la acumulación capitalista, y al mismo
tiempo, se ve obligado a abordar los graves problemas sociales que genera el propio sistema.
Concebir a las PP, y particularmente a las Políticas Sociales (PPSS), simplemente
como lineamientos programáticos diseñados e implementados por los gobiernos para la
satisfacción de las necesidades de los ciudadanos, en una lógica unidireccional y vertical,
implica ocultar las fuertes tensiones y contradicciones que tienen lugar en ese campo.
En este contexto, las escenas que se despliegan en el encuentro entre los
trabajadores encargados de implementar las PPSS1 y los sujetos de la intervención, pueden
concebirse como espacios que anudan los diversos sentidos que la sociedad produce acerca
de los problemas que las PPSS abordan y de los sujetos que los protagonizan (plano macro-
social), con los significados singulares que se construyen en cada situación en la que se
interviene (plano microsocial). La observación y el análisis de esas escenas nos permite
aproximarnos a una comprensión cualitativa e intensiva de los fenómenos sociales,
dimensión frecuentemente invisibilizada por la política.
Es desde aquí que emergen las interrogantes vinculadas al sujeto de la PSC y a su
relación con el sujeto de las PPSS.
El sujeto de la PSC no sólo tiene derecho a decidir sobre sus propios destinos, sino
que además tiene las capacidades para desarrollar las acciones que entienda oportunas para
la resolución de sus problemas. En relación al sujeto así concebido, el agente externo, no es
más que un facilitador de procesos que los actores sociales despliegan y que son capaces
de sostener.
En oportunidad de dar cuenta de las características del desarrollo de la psicología
comunitaria en el Uruguay, nos hemos referido a “Una concepción de los seres humanos que
permite apostar a sus potencialidades más allá de las situaciones de carencia o sometimiento
que les toque vivir. Esto incluye potencialidades intelectuales basadas en la concepción
gramsciana según la cual toda persona es un filósofo /a capaz de pensar críticamente su
realidad; potencialidades organizativas en tanto capacidades de estructurar redes solidarias
y articular respuestas colectivas ante las situaciones de adversidad; potencialidades creativas
que se expresan en sus formas de contacto con la naturaleza y las soluciones autoconstruidas
ante los problemas de su hábitat” (Giorgi, Rodríguez y Rudolf, 2011, p. 407-408).
Las políticas focalizadas, si bien pueden ser concebidas como resultado de un proceso
de discriminación positiva, por su propia estructura, instituyen a los sujetos como sujetos de
carencia. En relación a ellos, frecuentemente, los trabajadores o agentes externos se
aproximan desde un diagnóstico construido de antemano (el que fundamenta la existencia de
esa política), en el cual el sujeto desaparece como sujeto, en su carácter singular, con historia,
emociones, creencias y sueños.
Nuestra experiencia nos muestra cómo, aún en el marco del establecimiento de
vínculos singularizantes y humanizados entre los portavoces de la política y los sujetos, se
produce una disputa de sentidos acerca de qué significa ser pobre y se instituye una suerte
de inevitabilidad de la dependencia.
Nos preguntamos entonces, cómo, a partir de una distribución desigual de la
reflexividad (Svampa, 2000), donde unos parecen tener más posibilidades que otros para
construir su identidad y para pensarse a sí mismos por el simple hecho de no tener que luchar
diariamente por la sobrevivencia, es posible construir un sujeto como actor social, como sujeto
colectivo, en definitiva, y más aún, como sujeto político.
Es así que, en contextos de reflexividad limitada, los operadores sociales insisten
legítimamente, y en conocimiento de los principios metodológicos de la psicología comunitaria,
en la posibilidad de inaugurar intervenciones a partir de necesidades que el otro podrá
identificar y jerarquizar, e incluso, decidir sobre cuáles actuar. E insisten, en el marco de
políticas “progresistas”, en la idea de que a través de los procesos de concientización, los
sujetos podrán instituirse como sujetos de derecho. ¿Cuál es el resultado de la puesta en
juego de estas herramientas cuando nos encontramos con sujetos a los que se le ha
arrebatado la potencia de la reflexión e incluso de la acción?
La primera, la necesaria recuperación del sujeto como condición de posibilidad para
la construcción de un sujeto político, lo que sólo es posible singularizando, historizando,
empatizando, conociendo y comprendiendo el mundo de vida del otro, recuperando su voz y
visibilizando su potencia que es resistencia para la sobrevivencia. Y en segundo lugar, la
imprescindible reflexividad de los operadores sociales, entre ellos los psicólogos sociales
comunitarios, como vigilancia permanente de sus propios mundos de vida, de las categorías
teóricas que aportan a la construcción de los problemas de la política social, de las
tecnologías que emplean y de su posicionamiento ético-político.
La noción de exclusión-inclusión social se nos ha impuesto a punto de partida de los
análisis sociológicos que ubican en esos procesos la nueva “cuestión social”. Los así
llamados excluidos han sustituido en nuestros discursos a los oprimidos, a los dominados y
a los explotados de otros tiempos. No es casual: si hay oprimidos, hay opresores, si hay
dominados, hay dominadores y si hay explotados, hay explotadores. En cambio, a los
excluidos parecen oponerse los llamados incluidos, como destinos resultantes de caminos
paralelos, aparentemente sin conexión, ocultándose de ese modo el vínculo que existe entre
ambos términos.
Varios autores han sido críticos con estas nociones. Desde una psicología social
comunitaria pretendidamente crítica, se hace imprescindible problematizar estas categorías
que nos hablan de fronteras simbólicas construidas socialmente a punto de partida de la
naturalización de las relaciones de dominación que se renuevan en un nuevo ciclo del capital:
el neoliberalismo, el que no hace más que agudizar las desigualdades materiales ya
existentes.
Los esfuerzos desde la psicología, por comprender los procesos subjetivos
involucrados en la llamada exclusión social, fundados en la convicción de que los fenómenos
macro estructurales impactan en los sujetos y en sus contextos más inmediatos, nos
conducen a una serie de riesgos ético-políticos que es imprescindible advertir. Sólo por
nombrar algunos de ellos:
-El supuesto de que las intervenciones adecuadas consisten en intentar modificar
actitudes, hábitos, conductas, modos de relación, entendidos como “disfuncionales”,
motivado ésto por la amenaza de conflictos que se pueden generar a partir del descontento
social.
-O bien de que se trata de producir cambios en los llamados “excluidos”, o sea en los
“otros”, y no en la sociedad en su conjunto y fundamentalmente en el tipo de lazo social que
se ha construido.
-El riesgo permanente de depositación en los sujetos y en sus capacidades
individuales para el aprovechamiento de las oportunidades que de uno u otro modo se les
brinda para lograr la inclusión social, apoyado esto, en la culpabilización individual por la
situación de pobreza.
-Finalmente, con frecuencia hemos observado que la consideración de la subjetividad
en los procesos de exclusión social y por lo tanto en los intentos de superarla, siendo un
componente fundamental que las políticas sociales han logrado incorporar, han llevado al
mismo tiempo a subestimar la importancia del acceso a bienes materiales y de servicios como
expresión de justicia social. Se trata de psicologismos (expresados en una suerte de
desciframiento de la “mentalidad” de los pobres) en los que muchas veces se cae a partir de
la impotencia que generan los frustrados intentos de producir cambios visibles en las
condiciones de vida.
De manera que, además de desnaturalizar las condiciones de producción de lo que
se ha dado en llamar exclusión social y de visibilizar las relaciones de poder que
inevitablemente los fenómenos categorizados como tales denuncian, es fundamental
considerar que lo que ha sido afectado es la cualidad del vínculo social y su potencialidad, ya
no sólo para sostener mínimos niveles de cohesión social, sino fundamentalmente para
generar acciones colectivas transformadoras. Acaso entonces, ¿no es en relación a esos
vínculos que es necesario intervenir? ¿no debemos correr la mirada desde los “excluidos”
hacia las relaciones sociales que los producen cotidianamente?
Nos parece fundamental la necesidad de colocar en la “agenda” de las PP,
entendiendo que ello depende de los gobiernos pero también de la sociedad civil organizada,
la cuestión acerca de las condiciones de posibilidad para la construcción de lo colectivo en
los escenarios actuales.
Quiero finalizar estas reflexiones interrogando una de las nociones más caras para la
PSC, precisamente, la que le da su nombre, a veces ubicada en primer lugar, a veces
secundando el carácter inevitablemente social de toda psicología (Psicología Social
Comunitaria). Y quizás, una de las nociones que más presencia tiene en nuestros discursos
cuando nominamos nuestra razón de ser como profesionales y como investigadores: la
comunidad.
Podríamos decir que la noción de comunidad, ha entrado a la psicología por la puerta
de la PSC. Sin embargo, estuvo presente desde larga data en la historia de las ideas en tanto
su ligazón a la concepción misma de sociedad y como resultante de la tensión entre ella y el
individuo, entre valores colectivistas e individualistas, entre libertad y seguridad, entre
pertenencia y autonomía, entre lo uno y el todos. Ha sido modelo de una sociedad buena
caracterizada por la comunión de objetivos, por la cohesión y la coersión social, y por su
permanencia en el tiempo. La comunidad se asocia rápidamente con una espontánea
identificación afectiva, con relaciones de proximidad, con el sentido de vecindad, o como
resultado de la voluntad de los sujetos (asociativismo). (Bauman, 2003).
En el marco de la PSC, la noción de comunidad muchas veces ha sido heredera de la
naturalización del entendimiento mutuo propio de la vida comunal pre-capitalista. De allí se
ha derivado una tendencia homogeneizadora e idealizada de concebirla, con los riesgos de
guetización que ello supone al perder de vista la construcción de un sentido de pertenencia a
un colectivo mayor. La propia Maritza Montero (2004) nos ha advertido sobre los riesgos de
esta idealización, mientras que Esther Wiesenfeld (1997) en la consideración del conflicto
como inherente a esa noción, aporta al reconocimiento de la diversidad como su característica
fundamental. No obstante, la intervención en psicología comunitaria ha estado orientada
frecuentemente a conocer, a fortalecer y a acompañar la construcción de lo común,
entendiendo lo común como sinónimo de lo bueno.
No cabe duda que la consideración de un nivel supra individual, de una entidad
diferenciada de otros colectivos (los grupos, la familia, la organización), nos ha permitido
acercarnos a una comprensión del territorio, en su complejidad y a la cotidianeidad como
categoría de análisis fundamental en la producción de subjetividades que se anudan en el
interjuego entre lo macro y lo micro social.
Ahora bien, el trabajo en barrios urbanos nos ha llevado a encontrarnos con
expresiones, con discursos, con vivencias, con acciones que ponen en cuestión fuertemente
la idea de comunidad, porque el sentido de comunidad es un ausente.
La consecuencia, entonces, es la sensación de pérdida de lo comunitario, y con ello
la pérdida de la ilusión de comunidad. La tensión queda ubicada entre lo integrado y lo
fragmentado, entre lo común y lo distinto que se repele, entre el deseo de estar con otros y
al mismo tiempo el de recluirse y aislarse.
Necesariamente, la pregunta por el sujeto de la PSC, por el sentido de la intervención
y del cambio cuando se habla de procesos inclusivos, y por las condiciones de posibilidad
para construir lo colectivo y lo común, nos conduce a reflexionar acerca de las características
y los desafíos vinculados a la participación. Estamos en problemas, porque constatando la
dificultad para construir proyectos alternativos globales, y las producciones subjetivas que el
neoliberalismo nos ha regalado, al mismo tiempo, sabemos que la acción colectiva es el único
modo de resistir, de presionar, y de transformar en actual estado de cosas.
Quisiera señalar tres esferas posibles para el despliegue de procesos participativos,
que se constituyen en motivo de análisis e intervención para la PSC:
1) La participación directa de los sujetos de las políticas en su diseño e
implementación. Se hace fundamental en este nivel, la realización de un análisis
crítico acerca del carácter de las propuestas participativas que frecuentemente se
incorporan a los programas sociales.
2) El papel de la sociedad civil organizada y de las ONGs. Los años 90', instalaron el
modelo de co-gestión entre Estado y sociedad civil organizada. El número de las
llamadas ONGs., en sentido descriptivo, crecen exponencialmente. Fácilmente se
asocia con los lineamientos privatizadores , con la delegación de las funciones del
Estado en manos privadas, con un “nicho laboral” para los profesionales
sensibilizados con la pobreza. Y sin lugar a dudas estos elementos están
presentes. “Porque existen pobres, existen ONGs, si no existieran pobres no
habría ONGs”, decía una vecina.
Sin embargo, al menos en nuestro país, podemos observar que muchas
organizaciones, justamente porque no tienen dentro de sí los límites que impone
la burocracia estatal, han realizado innovaciones metodológicas importantes,
logrando incidir en programas sociales del Estado. En ocasiones, no sin riesgos,
han funcionado como portavoces de la población con la que trabajan, exigiendo,
presionando, o limitando las prácticas inconvenientes de aquél. La lucha por
mantener la historia y la identidad de estas organizaciones, cuando han surgido
por fuera del Estado, se constituye a veces, en un modo de preservar su
autonomía, la autonomía posible en el marco de programas que aquél financia.
Ahora bien, la amplitud de organizaciones en cuanto a su perfil, con las que el
Estado establece convenios para co-gestionar proyectos en el marco de PP
(equipos de profesionales, comisiones de vecinos, sindicatos, iglesias, entre otras,
con muy diversos posicionamientos ideológicos), debilita y neutraliza las
posibilidades reales de que este conjunto se constituya en un sujeto colectivo,
capaz de incidir decididamente en el diseño de políticas y de habilitar procesos
emancipatorios en la población.
3) Finalmente, le toca el turno a los Movimientos Sociales (MS), algunos constituidos
como experiencias autogestionarias, de prácticas alternativas y autónomas, o bien,
y sin que sean excluyentes, organizados en torno a la protesta y la presión.
Rodríguez, A. y Montenegro, M. (2016) Retos Contemporáneos para la Psicología
(pp. 14-22)
Este artículo surge de una serie de inquietudes que las autoras compartimos desde
puntos geográficos diferentes, sobre las implicaciones que las transformaciones en las formas
de relación, organización y subjetividades contemporáneas tienen para la teoría y la práctica
de la Psicología Comunitaria (PC).
Lo que se denomina como comunidad en cada caso dialoga con la singularidad de los
contextos de intervención, dada la diversidad de los escenarios sociales en que actuamos.
Sin embargo, llama la atención que muchas veces no se explicite qué se entiende por
comunidad cuando se denomina como tal a la población con la que se trabaja (Montero &
Serrano-García, 2011). Cuando esto sucede, pareciera que se emplea el término en forma
genérica, haciendo referencia a las personas participantes o destinatarias de la acción
profesional, debilitando así el carácter político inherente a dicha noción.
Nuestras experiencias nos enfrentan a menudo a un sentimiento de extrañeza cuando
lo que hallamos no son precisamente comunidades tal como se han conceptualizado desde
la PC. Este sentimiento amenaza con dejarnos sin instrumentos pertinentes y eficaces para
la acción. Esto es lo que nos lleva a la necesidad de reflexionar sobre las categorías teóricas
que empleamos para comprender la realidad, en tanto construcciones socio-históricamente
situadas que orientan las intervenciones y sus efectos en los grupos sociales involucrados.
Revisaremos el tratamiento que la noción de comunidad ha tenido en la PC,
analizándola a la luz de otras contribuciones. Tomaremos en cuenta los procesos de
descomposición y desagregación social, donde los vínculos con los espacios geográficos -
asociados al trabajo comunitario - han variado y están atravesados por procesos de
fragmentación e inequidad social que hacen difícil la conformación de alianzas de solidaridad
y transformación. Exponemos los retos que esto implica para la PC y aventuramos tres líneas
de reflexión frente a esta problemática: a) la necesidad de desarrollar análisis históricamente
situados que viertan luz a los procesos de opresión que conllevan las dinámicas
contemporáneas de descomposición social; b) la generación de dispositivos de investigación
y acción que den visibilidad a procesos de transformación social acaecidos en los espacios
en los que se practica la PC, asociados a las luchas invisibles por la dignidad y c) la búsqueda
de nuevas herramientas que ayuden a articular una mayor diversidad de agentes en
proyectos hacia la emancipación y la equidad social. Así, los sujetos de la acción de la PC no
serán las anheladas comunidades sino la diversidad de actores sociales que influyen en cada
contexto específico en la dirección de promover u obturar procesos de emancipación
(Montenegro, Rodríguez & Pujol, 2014).
La Comunidad en la Psicología Comunitaria
El concepto de comunidad se ha entendido en el campo de la PC como aquellas
agrupaciones de personas que comparten ciertas características en común y que desarrollan
diferentes tipos de prácticas conjuntamente (Montero, 2003; Montenegro, 2004).
Siguiendo a Salazar (2011) las perspectivas que destacan las semejanzas entre los
miembros de una comunidad se han heredado de la reflexión sociológica y antropológica
comunitarista que define a la comunidad como sujeto colectivo, producto de procesos
identificatorios donde lo diferente es visto como exterioridad.
Además, en el campo de la PC, la noción de comunidad ha estado frecuentemente
ligada a la idea de territorialidad. Sin embargo, a partir de los desarrollos tecnológicos y del
surgimiento de grupos de interés no asentados en espacios físicos compartidos, se pone en
duda la centralidad del aspecto territorial. Otra aproximación a la noción es la que desarrolló
Maya Jariego (2004) según la cual la comunidad se entiende como grupo relacional, lo que
iría más allá de las restricciones geográficas de la acepción territorial del concepto. Propuso
el estudio de redes sociales en tanto que: (a) puede proporcionar un análisis de los diferentes
niveles en los que toma forma la comunidad, (b) sirve para dar cuenta de las pertenencias
múltiples y (c) permite valorar las relaciones de la comunidad con su contexto.
Se ha cuestionado el carácter homogéneo y equilibrado que ha permeado la noción a
partir de la idea de que sus miembros percibirán necesidades compartidas. Se ha postulado
su carácter intrínsecamente diverso y conflictivo ya que existirán diferentes grupos de interés
y posiciones encontradas respecto de la acción comunitaria (Wiesenfeld, 1997).
En todo caso, la toma de decisiones es la manera en que la comunidad puede vivirse,
la forma en que estamos con los otros u otras. He aquí, en el tratamiento de la diferencia y
de la posibilidad del encuentro, donde reside el componente político y ético de lo que
entendemos por comunidad. La asunción de la dinámica semejanza-diferencia permite
sustraerse de formas identitarias que se construyen como totalidades clausuradas, como
manifestación del bien y de verdades absolutas que han conducido, en la historia de la
humanidad, a las despreciables manifestaciones totalitarias.
Bessant (2014) abogó por una aproximación dialógica al estudio de la comunidad. Su
argumento es que lo comunitario emerge -y existe de manera dinámica- en la propia
experiencia relacional de la agencia colectiva. Propone entender la comunidad en términos
de una praxis dialógica que surge insitu entre las personas, organizando las múltiples voces
y la convergencia entre las líneas de acción individual y el nosotros/as que se genera
colectivamente. Entonces, lo que distinguiría una comunidad de otras formas de organización
social no sería ni el territorio ni la homogeneidad entre sus miembros, sino el componente
intersubjetivo, el sentido de comunidad que refiere a los sentimientos que unen a los
miembros de la comunidad como personas que pertenecen a un grupo, colectivo o red y que
se autodefinen como tal (McMillan & Chavis, 1986). Sería algo intangible que las personas
sienten y que actúan como elemento cohesionador y potenciador de la acción en común.
De acuerdo con los planteamientos de Salazar (2011) y Bessant (2014), el sentimiento
de pertenencia e identidad social no debería entenderse como estático o invariable, sino que,
por el contrario, supone dinámica, continuidades y discontinuidades, contradicciones y
tensiones, y la posibilidad de su disolución y reconfiguración. . En ese sentido, en las
sociedades contemporáneas las tendencias en torno a la diferenciación, parcialidad y
segmentación de personas y grupos de interés basadas en los valores de libertad de elección
y en las necesidades extremadamente diferenciadas entre sí, hace que la invocación a la
pertenencia y a la comunidad a veces parezca un romanticismo excesivo que no corresponde
con los espacios en los que se pretende desarrollar proyectos de tipo comunitario (Berger,
1988).
Lo central del concepto de comunidad sería, por un lado, la fortaleza de las relaciones
entre sus miembros sostenida en un sentido de comunidad, y la capacidad de acción que
como grupo social tendría para abordar problemas e intereses, movilizando recursos para la
transformación social a partir de la participación y la organización.
Escenarios Contemporáneos y Carácter de los Lazos Sociales
En el mundo contemporáneo, el individuo se ve sometido a fuertes exigencias de
autonomía, a una emancipación compulsiva, donde es responsable de su propia biografía y
cuya identidad es producto de un proyecto reflexivo y autónomo, que supone una
comprensión de sí y de sus prácticas (Beck, 1997; Giddens, 1995). Esto acontece en un
contexto de crisis del lazo social y de déficit de soportes por la pérdida de los marcos
colectivos de socialización que logró instituir la sociedad salarial. En la sociedad de consumo,
el orden del egoísmo (Bauman, 2007) sustituye la experiencia de una comunidad sentida y
vivida.
La diversidad (producto de historias no compartidas, de modos impuestos de llegar al
lugar que se habita, de pertenencias socio-económicas y culturales diferentes y de distintas
experiencias en la construcción del hábitat residencial), se significa en términos de
desconfianza, de estigmatizaciones mutuas y de discriminación; se vive como fragmentación.
Los espacios de circulación se acotan y prima el aislamiento sobre el deseo de encuentro. La
expectativa frecuente es la de no permanecer en el lugar. Los espacios de participación que
tienen una larga historia, se cierran al ingreso de nuevas personas porque lo diferente se vive
como amenaza de destrucción de lo construido con esfuerzo.
Estos fenómenos no son privativos de ningún sector social en particular. El sistema
neoliberal, como sistema socio-económico hegemónico, ha tenido gran eficacia en la
producción de subjetividades y en las modalidades de relación dominantes. No obstante,
afectan de manera diferencial a los grupos de población.
La PC se ha preocupado por los sectores más perjudicados por la desigual distribución
de la riqueza, las víctimas de la injusticia social (Montero, 2004; Montero & Serrano-García,
2011). Se trata de sujetos que no son lo que la modernidad previó para nosotros y nosotras:
ser ciudadanos/as que, formalmente, gozaríamos de los mismos derechos y seríamos iguales
ante la ley, concebidos como sujetos universales, donde la persona diferente es vista como
inferior. La existencia social de estos grupos es la del estigma: “son”, en tanto calificados
como pobres, indigentes, carentes o excluidos. Sobre las personas estigmatizadas pesa la
culpa y la responsabilidad por sus destinos. Lo que está afectado y dañado, además de las
condiciones materiales imprescindibles para hacer la vida vivible, es el vínculo social, las
redes sociales y las políticas que dan soporte a la precariedad de la existencia (Butler, 2010).
Al mismo tiempo, asistimos a una fragmentación del sufrimiento debilitando la
posibilidad de su colectivización. En tanto el dolor es individual y privado, no se logra hacer
público; o cuando se visibiliza, es en función de la construcción de un sujeto de asistencia y
protección por parte del Estado, más que de un sujeto colectivo capaz de denunciar las
condiciones que lo llevaron a su situación vital (Rodríguez, 2013).
La capacidad de representar un dolor como compartido, supone la capacidad de
pensarse con otras personas, en interdependencia, mientras que el sistema neoliberal ha
construido el individualismo y el aislamiento (Bauman, 2007). En condiciones vitales extremas,
con frecuencia, a las personas también se las ha despojado de la posibilidad de enunciación
(Rodríguez, 2013), de modo que como dijo Svampa (2000), la reflexividad también se
distribuye injustamente.
La pregunta que surge entonces es: ¿Cómo estas circunstancias inciden en nuestras
prácticas desde la PC y cómo éstas interpelan nuestros conceptos teóricos, entre ellos, la
propia noción de comunidad?
Implicaciones y Retos para la Psicología Comunitaria
La diversidad, inherente a la noción de comunidad, hoy está fuertemente ligada a
procesos de diferenciación y subalternidad que dificultan la construcción de lo común. Tanto
la construcción de lazos intersubjetivos como la capacidad de organización para el desarrollo
de acciones colectivas de carácter político, están fuertemente afectadas por la hegemonía de
significados asociados a la capacidad de autonomía, de libertad, de ser uno o una misma.
Se hace imperioso, entonces, repensar tanto las nociones como las prácticas a través
de las cuales podemos desarrollar procesos de acción comunitaria, sin asumir a priori la
existencia de una comunidad cohesionada, en espacios donde los lazos sociales están
fragmentados y están presentes procesos de estratificación, diferenciación y discriminación.
Aventuramos algunas líneas de reflexión que puedan, por un lado, ser útiles para comprender
los procesos actuales y, por otro, ofrecer herramientas concretas de acción en los espacios
de trabajo de la PC.
Retos Contemporáneos para la Psicología Comunitaria
En primer lugar, es necesario analizar cómo los procesos de fragmentación y ruptura
del lazo social se manifiestan en los contextos concretos de trabajo comunitario, identificando
y comprendiendo las maneras en las que actualmente se organizan y distribuyen las
diferencias desigualadas (Fernández, 2011). Se trata de interrogarnos sobre cuáles son los
ejes de diferenciación sobre cuya base se construyen hoy los grupos o personas que
significamos como otros y otras.
Por otro lado, cabe preguntarse también por los procesos en los que el movimiento de
diferenciación y construcción de un otro u otra distinto, se configura como instrumento de
resistencia a identificarse con aspectos ligados a representaciones sociales negativas (p.ej.
ser pobre o indigente). De manera que, profundizar en el carácter que adquieren estos ejes
de diferenciación, permitirá problematizarlos en conjunto con las personas involucradas y
aportaría a construir estrategias de articulación acordes a ello.
Proponemos atender las maneras en las que la noción de territorio puede
conceptualizarse, ya no sólo como espacio físico, sino como ámbito donde se juegan
relaciones de fuerza entre actores/actrices diversos, con intereses diferentes, así como
también distintos recursos de poder que construyen significados diferenciales respecto a
dicho territorio. En este sentido, las condiciones para la construcción de lo común y el
tratamiento de la diversidad en lo que delimitamos como comunidades, no es ajeno al papel
que juegan otros actores: el Estado y los sectores que concentran la riqueza. En el primero,
se tratan de analizar los efectos de la descentralización y la territorialización de las políticas
sociales en los procesos de organización comunitarias y en la construcción de liderazgos. En
el segundo, implica dilucidar las nuevas modalidades de dominación que el capital ejerce en
el territorio, buscando controlar los conflictos, debilitando la emergencia de la acción colectiva
y construyendo un nosotros/as ligado a relaciones de dependencia (Falero, Pérez, Ceroni,
DaFonseca & Rodríguez, 2013).
Una segunda línea se relaciona con las maneras en las cuales se puede avanzar en
la redefinición del concepto de comunidad a partir de los cuestionamientos a la idea de un
sujeto supuestamente homogéneo que, sin embargo, aún persiste. Conviene explorar
concepciones alternativas que puedan resultar útiles para la práctica de la PC. Como
exponíamos antes, se trata de generar una noción de comunidad que albergue el carácter
dinámico tanto de los procesos intersubjetivos como de los proyectos políticos, y que permita
hacer posible lo colectivo dentro de lo aparentemente imposible.
Una tercera línea de trabajo se relaciona con lo anterior en términos de agudizar la
mirada en los contextos de intervención comunitaria hacia aquellas iniciativas presentes y
pasadas en las que se han llevado a cabo, lo que Rodríguez (2013) ha llamado luchas
invisibles por la dignidad. Se trata de acciones o posiciones que, aunque no se erigen como
representativas de toda una comunidad cuestionan relaciones de opresión en sus propios
contextos, como pueden ser las iniciativas socioculturales en las que se trabajan las
relaciones de violencias cotidianas (León Cedeño, 2012). Al no ser evidentes, accedemos a
ellas profundizando en los sentidos singulares que las personas atribuyen a tales situaciones.
Esta misma autora enfatiza en la utilidad de visibilizar las iniciativas existentes en los espacios
de trabajo comunitario con el fin de fortalecerlas y, en ciertos momentos, de ampliarlas,
implicando a otras personas o grupos en su constitución (León Cedeño, 2012).
Frecuentemente los equipos de intervención pasan por alto diferentes maneras en las
que las personas se organizan debido a una búsqueda de iniciativas formales o
representativas de las comunidades. Según el autor, es necesario adentrarse en la búsqueda
de iniciativas con diferentes grados de formalización, tales como redes, asambleas,
comisiones, protestas, comités, periódicos de la calle, radios ciudadanas o incluso tumultos,
masas y movimientos, formas de organización que pueden dar cuenta de relaciones sociales
transformadoras sin que necesariamente sean representativas de toda una comunidad (Spink,
1999).
Esta última línea de pensamiento, pondría énfasis, entonces, en el esfuerzo de una
“arqueología” del lugar y en la búsqueda de las formas de lucha que se dan en lo cotidiano -
con diferentes grados de formalización y visibilidad- con el fin de identificar las nuevas
estrategias de construcción de lo común, de resistencia a la opresión y de transformación
social.
Conclusiones
Los procesos de individuación y fragmentación social que instaló la sociedad
capitalista en las subjetividades contemporáneas hacen aparecer esta idea de comunidad
cuanto menos, como un horizonte utópico difícil de encontrar en los contextos de trabajo en
los que nos involucramos. Dicha fragmentación tiene como consecuencia procesos de
definición de alteridades en los cuales distintos ejes de diferenciación se activan para producir
discriminaciones y exclusiones múltiples. Se trata de una precarización de los lazos sociales
y de una distribución desigual del sufrimiento al interior de los sectores dominados, procesos
a los que la PC debe atender desde la reflexión teórica y desde la práctica.
Consideramos importante en primer lugar, analizar las maneras en las que los
procesos de discriminación y subalternización se dan en contextos particulares de trabajo
comunitario, y cómo con frecuencia, éstos están atravesados por dinámicas de poder
relacionadas con empresas privadas, políticas públicas, entre otras, que, de diferentes
maneras estratifican los territorios. Se trata de una mirada crítica hacia las relaciones
asimétricas de poder que se conforman en dichos espacios. En segundo lugar, proponemos
avanzar hacia otras comprensiones de los agentes sociales a partir de una idea de
multiplicidad que no implique necesariamente relaciones de dominación y que permita ver en
la diferencia las posibilidades de articulación para proyectos de emancipación. En tercer lugar,
planteamos desarrollar perspectivas que permitan a los equipos interventores visibilizar las
diversas iniciativas cotidianas de resistencia y organización con el fin de contribuir a su
fortalecimiento.
Unidad V
Fernández, A. M. (1986). La demanda por los grupos (pp. 61- 81). Hacia una clínica
grupal (pp. 83- 100). El nudo grupal (pp. 135- 170). En: El campo grupal: notas
Aires: Folios.
El pensamiento de Pichon, desarrollado en las décadas del ’40 y ’50, fue instalándose
en el medio psicológico y psicoanalítico de esos años y tuvo sus derivaciones políticas.
Muchos psicoanalistas como Languer, Bauleo, Pavlovsky, Kesselman y muchos más, fueron
los que al final de la década del ’60 llevan adelante los movimientos que dieron lugar a lo que
se denominó el Grupo Plataforma y el Grupo Documento. Psicoanalistas formados también
en psicología social, crean estos grupos y plantean su separación de la Asociación
Psicoanalítica Argentina, en la medida que estaba en juego un cuestionamiento de la
institución en relación al compromiso social. Se establecía una interrelación directa entre los
desarrollos conceptuales y prácticos, incluso técnicos, con el proceso sociopolítico que se
estaba viviendo en esos años.
La técnica de los grupos operativos
Situación grupal: “…el conjunto restringido de personas ligadas entre sí por constantes
de tiempo y espacio y articuladas por su mutua representación interna, que se propone de
forma explícita e implícita una tarea, que constituye su finalidad”. Hay elementos que se dan
en casi todos los grupos, que se pueden ir organizando de manera que van a potenciar más
el trabajo grupal y la eficacia en el logro de los objetivos. Es a partir de esta idea que se
desarrolla la técnica de grupo operativo. Empieza a haber una planificación en torno al trabajo
grupal. La situación grupal pasa a ser un instrumento de trabajo a partir de su elaboración.
Pichon plantea al grupo como un instrumento primordial de trabajo e investigación.
Toma parte de los desarrollos de Lewin sobre investigación-acción.
El E.C.R.O (Esquema Conceptual Referencial Operativo), lo conceptualiza en base a
la idea de la interdisciplinariedad. Según Pichon: “… La psicología social que postulamos
apunta a una visión integradora del hombre en situación objeto de una ciencia única o
interciencia, ubicado en una determinada circunstancia histórica y social. Tal visión se la
alanza por una epistemología convergente, en la que todas las ciencias del hombre funcionan
como una unidad operacional enriqueciendo tanto al objeto de conocimiento como las
técnicas destinadas a su abordaje”.
Esto lleva a plantear que a mayor heterogeneidad de los miembros de un grupo
(heterogeneidad regida a través de la diferenciación de los roles desde los cuales cada
miembro aporta su bagaje de experiencias, conocimientos, etc.), se da una mayor
homogeneidad en la tarea, se logra una suma de información que se potencia dando lugar a
un cambio cualitativo y a una mayor productividad. Mediante el trabajo grupal ese E.C.R.O
que se trae, se va a ir modificando y se va a ir generando un nuevo E.C.R.O. llamado grupal.
En toda situación de aprendizaje, como toda situación de interacción humana, y no
solamente entre personas, se generan dos miedos básicos y dos ansiedades básicas. Miedo
a la pérdida y miedo al ataque. Ambos miedos coexisten, cooperan y se conjugan y cuando
el monto de ansiedad aumenta, se genera una resistencia al cambio. Dice Pichon: “El
desarrollo del grupo se ve obstaculizado por la presencia de estereotipos en el pensamiento
y la acción grupal. La rigidez y el estereotipo constituyen el punto de ataque principal”. El
abordaje y la resolución de la resistencia al cambio es una producción grupal. Este
esclarecimiento implica el análisis del aquí y ahora de la situación grupal, de los fenómenos
de interacción, de las fantasías que se generan, los vínculos entre los integrantes y los
modelos internos que evitan la acción, y también con relación a los objetivos y las tareas
establecidas para el grupo.
Hay un proceso de esclarecimiento que es un crecimiento grupal. El esclarecimiento
y el aprender a pensar sobre lo que sucede va a ir reinstalando un proceso dialéctico. Aquí
también se puede pensar en efectos terapéuticos. Pichon dirá: “El grupo operativo, en la
medida en que permite aprender a pensar, a vencer a través de la cooperación y la
complementariedad en las tareas, las dificultades del aprendizaje, es terapéutico”.
No confundimos objetivo del grupo con la tarea del grupo. Hay todo un proceso y un
trabajo en el logro de un objetivo, esa es la tarea. La tarea en un grupo terapéutico es el
proceso terapéutico. Pichon plantea que, con la técnica operativa de grupo, se pueden
establecer diversos objetivos. Tenemos que discriminar también lo que es la tarea manifiesta
y la tarea latente. La tarea manifiesta está más ligada al objetivo y a las actividades que realiza
el grupo. La tarea latente está más ligada a los procesos de discriminación, elaboración de
ansiedades, resolución de conflictos generados en torno al trabajo y al proceso grupal.
Se describen tres momentos de la tarea: la pretarea, la tarea y el proyecto. El momento
de la pretarea es donde se comienza a trabajar y aparecen las ansiedades. El momento de
la tarea es cuando ya hay un abordaje de las ansiedades básicas y se trabaja sobre la
resolución de la resistencia al cambio y se continúa con la producción que esa resolución
posibilita, hay un trabajo de elaboración y creación. El momento del proyecto es cuando está
logrando el nivel de la tarea y se empieza a pensar más allá de lo que está pasando en el
aquí y ahora del grupo, se empieza a pensar por donde seguir. Dado este tercer momento y
logrados de alguna manera los objetivos del grupo, se puede concretar la elaboración del
duelo por el grupo, en la medida que la producción colectiva es la que queda y el grupo es el
que cae. El instrumento de producción que ha sido el trabajo grupal, el grupo, el interjuego
de los integrantes logra la producción colectiva, que es lo que queda, lo demás cae, hay un
momento depresivo.
La técnica operativa tiene como finalidad aprender a pensar en una coparticipación en
torno al objeto de conocimiento. Todos los integrantes participan en la construcción de ese
objeto de conocimiento, ya que siempre son producciones colectivas. El coordinador tiene
una función de co-pensor y establece una relación asimétrica con ese grupo y su tarea
consiste en reflexionar con el grupo acerca de la relación que los integrantes establecen entre
sí y con la tarea. Cuenta con dos herramientas: el señalamiento y la interpretación. El
señalamiento apunta al esclarecimiento del acontecer explícito y la interpretación apunta al
esclarecimiento de los niveles implícitos o latentes del proceso grupal.
El emergente es la aparición de un sentido que permanecería latente si no hubiera un
portavoz que lo expresara. El emergente es una expresión significativa que da cuenta de un
aspecto, de una cualidad del proceso grupal que se está procesando. Pichon plantea que el
grupo se estructura sobre la base de un interjuego de roles, de los cuales se destacan
principalmente tres, que son: el de portavoz, el de chivo emisario y el de líder.
Hay un interjuego entre los integrantes del grupo, que se da por mecanismos de
adjudicación y asunción de roles, que hace que estos vayan variando. Si no, se establece
una estereotipia de roles que obstaculiza la producción grupal. Esto es necesario trabajarlo.
Por otra parte, no hay que confundir al portavoz con el que habla.
Pichon plantea que el valor de una interpretación se mide básicamente por la
operatividad que genera, en relación a una mayor producción grupal.
Hay un esquema de evaluación de los procesos grupales, conformado por una serie
de vectores. La afiliación tiene que ver con el sentirse parte de la experiencia, del proceso de
ese grupo. El vector de la pertinencia se refiere a si hicieron lo que iban a hacer, este vector
está anudado al objetivo del grupo. El vector de la comunicación se refiere al grado y a la
calidad de la comunicación que se da en el grupo. El vector de la cooperación apunta a marcar
distintos momentos del trabajo grupal y ver que cooperación hay entre los integrantes, lo que
muchas veces depende de la tarea. El vector del aprendizaje da cuenta de lo incorporado en
los distintos niveles del aprendizaje, en información, en experiencia, en aprender a pensar. El
vector del telé lo toma de la conceptualización de Moreno, creador del psicodrama, que es el
clima afectivo que se da en el proceso, la actitud ante el cambio y la posibilidad de planificar
ya sea dentro del proceso grupal como cuando el grupo llega a la finalización del proceso y
hay que ver a donde dispara cada uno, hacia donde se proyecta.
Dado un proceso grupal entendemos que un sujeto termina pensando diferente en
relación a uno mismo y a los demás integrantes. Al desarrollarse el proceso grupal, podemos
ver como cada integrante va delineando una trayectoria diferente. Los procesos grupales nos
hacen cada vez más diferentes, no iguales. Y es a partir de la diferencia que se generan los
cambios y las producciones.
Percia, M. (1989). Introducción al pensamiento grupalista en la Argentina y algunos de
sus problemas actuales. En: Notas para pensar lo grupal. (pp. 17-49). Buenos
Aires: Búsqueda.
responsabilidad social
Voy a diferenciar dos corrientes del grupalismo en nuestro país para la construcción
hipotética de algunos sentidos que rigieron su desarrollo. A una la llamaré “tendencia de
aplicación”, a la otra “tendencia de ruptura o desvío”. Aunque designaré brevemente a la
primera y le daré más sitio al segundo.
Tendencia de aplicación
Década del cincuenta en Buenos Aires. Allí está el posible comienzo. Los primeros
grupalistas tenían una marca de origen: ser psicoanalistas y pertenecer al régimen de
disciplinamiento de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina).
Aquellos profesionales que se interesaron por la acción terapéutica en grupos se
esforzaron de entrada por desplazar sobre la situación plural las referencias y métodos del
psicoanálisis hegemónica de la época. Esta corriente puede describirse como de mudanza o
de aplicación del psicoanálisis al grupo y de legitimización de las acciones en grupo ante la
autoridad de esa misma institución. Creyeron que se trataba solo de cambiar de territorio.
Los llevó a pensar el trabajo en grupos como un psicoanálisis aplicado.
Este intento contribuyó a uno de los equívocos más importantes que afrontamos los
grupalistas: la propuesta de un psicoanálisis de grupo. Algunos todavía hoy se esfuerzan por
demostrar que en la situación de grupo se observa la emergencia de formaciones del
inconsciente equivalentes a las que se estudian en la situación analítica.
Tendencia de ruptura o desvío
Esta es una tendencia cultivada en la Argentina y dio origen a una riquísima tradición
grupalista.
Ruptura del encierro unificante dentro de la institución psicoanalítica oficial y de la
esclerosis del pensamiento de la época. Intento de inaugurar lo grupal no subordinado a una
legalidad o serie de principios explicativos únicos.
Para actualizar este pensamiento y que aparezcan sus posibilidades de emergencia,
hay que pensar que un enunciado es el resultado de una peculiar producción donde se
trabajan múltiples factores. Tomaré aquí tres: las figuras subjetivas de la intelectualidad crítica
argentina en los años sesenta y setenta, la vocación pública e institucional de esta corriente
y su crítica al disciplinamiento psicoanalítico de la época.
a) Subjetividad e intelectualidad crítica en los sesenta-setenta
Se reconoce en aquél período una notable vocación por la política y por el trabajo en
los espacios públicos. Prevalecía la idea de que el cambio social era posible, que iba a ser
profundo y que estaba inscripto en el sentido de la historia. El cambio social no solo era
posible sino además necesario e impostergable.
Aquellos actores “psi”, que formaron parte de la intelectualidad crítica, confiaban en el
futuro y creían que los profesionales tenían un papel en la construcción de una sociedad más
justa. Interrogación del lugar social del especialista y responsabilidad del intelectual como
crítica es la fórmula que resume el clima subjetivo dominante. Tambalean muchos criterios
establecidos como normas: por ejemplo en el espacio “psi”, las ideas de apoliticismo y de
neutralidad social del analista.
El pensamiento de esa intelectualidad era irradiado tanto por las producciones
culturales, como por los acontecimientos sociales e históricos que se daban a conocer en el
mundo.
El trabajo intelectual, se decía por aquellos tiempos, era una práctica para la
construcción de otro lugar. Lo grupal se inició, entre los psicoanalistas y las primeras camadas
de psicólogos universitarios, como una otra práctica posible en salud mental y de entrada se
planteó el problema de la acción.
El espacio cultural y universitario de los sesenta puede caracterizarse por la pasión,
la convicción, la insistencia, y también, por la fuerza de su intención formativa. Golpeado en
1966 por la dictadura de Onganía, se reestructuró bajo una forma de resistencia intelectual
que inauguró una particular red de pensamiento alternativo a las instituciones oficiales.
Los psicoanalistas no estuvieron al margen de esa tendencia. A principios de los años
setenta se fractura la APA; y si bien aquella escisión comenzó por cuestiones estrictamente
institucionales y de criterios respecto a la práctica del psicoanálisis o la ética formativa, muy
pronto tomó formas no solo “locales” sino históricas, políticas y sociales.
Solo resta agregar que el cuestionamiento abrió el camino para autorizar a los
psicoanalistas a pensar e inventar otras prácticas posibles en el campo de la salud.
b) La vocación Pública: el trabajo institucional
Una de las características de esta tendencia que importa subrayar es la idea de que
el discurso de los intelectuales del campo “psi” debía ser significativo para la sociedad y
especialmente para los “sectores populares”. No se trata de un mero gesto de ayuda
entendida como postura personal, sino de una posición respecto del derecho social.
Estas nuevas prácticas “psi” (entre las que sitúo esta tendencia grupalista) se
configuran en una red de contigüidad con los ideales políticos y sociales de la época. Lo
grupal era uno de los modos de intervención que en el terreno de la salud y la educación
podían producir formas de subjetividad alternativas.
Si el interlocutor de estos discursos era “el pueblo”, este destinatario tensionaba las
prácticas y presionaba para que los actores “psi” ocuparan un lugar público y desempeñaran
una función activa en un proyecto de transformaciones sanitarias y educativas.
El criterio de validación de una práctica “psi” se medía por su capacidad de inserción
en el medio político y social.
El trabajo en el espacio púbico gestó otro estilo. Tanto por el cruce con otros saberes,
como por la necesidad de plantearse articulaciones prácticas con otras dimensiones de la
experiencia social. El moverse en situaciones no tradicionales arrojó como resultado la
detección de cuestiones como el trabajo institucional, el equipo de salud o la diversidad de
las prácticas terapéuticas.
c) Crítica de la institucionalización del psicoanálisis
Debe reconocerse que muchos de los autores de la tendencia de ruptura participaron
de una estrategia distinta en relación con la tradición psicoanalítica argentina de los años
sesenta. Todos sus trabajos plantean la puesta en cuestión de los límites que imponía el
pensamiento dogmatizado.
En todas estas producciones se mezclan dos temas: las relaciones de poder en la
situación clínica, formativa e institucional y las relaciones entre psicoanálisis y otras teorías.
La inauguración de una práctica es, para esta tendencia, una de las formas de rebeldía
y resentimiento ante la religiosidad de la cultura de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Lo grupal se inaugura en nuestro país sobre un vacío y en contra del dogmatismo que
siempre llena con certezas inútiles. Destaco de lo grupal en nuestro medio su salida del
sendero autorizado. La urgencia de prácticas innovadoras en los espacios públicos de la
salud y la ruptura con una institución que limitaba el pensamiento, son dos de los factores
que influyeron en el estilo y la riqueza de sus producciones.
El pensamiento de los sesenta-setenta que denominé tendencia de ruptura,
protagonizó parte de un desvío respecto a la dirección del psicoanálisis oficial en la Argentina.
II. Transformaciones de la subjetividad en los años ochenta y encrucijadas de lo
grupal
Me conduzco según esta idea: lo grupal tiene que pensar su encrucijada, el punto en
el que su saber es asediado por la densidad de los diferentes discursos que habitan el mundo
cultural. Ninguna práctica descansa sobre si misma. Urge preguntarse con qué red nuestro
pensamiento se protege de caer en el vacío.
Tengo la impresión de que, en esta última década, predomina entre los protagonistas
del campo “psi” un particular proyecto intelectual marcado por una actitud estrictamente
profesionalista.
Puede que esto responda, por lo menos a dos razones, por un lado, es posible que se
trate de una reacción contraria a la franja del pensamiento de los sesenta-setenta que además
de insistir en la función social del intelectual, en algunos casos, disolviera la especificidad de
su práctica profesional; pero, por otro lado, creo que expresa cierta indiferencia hacia
problemas que no son vistos como propios de la actividad. Circunstancia que pone de
manifiesta la pérdida de una intención transformadora y el desencanto con la perspectiva del
intelectual como crítico de la sociedad.
Casi nadie se ubicaría a favor de la intolerancia, el autoritarismo o el dogmatismo. Ni
los intolerantes, los autoritarios o los dogmáticos lo harían. Declararse en contra no es lo que
cuenta. Importa, en cambio, la duda sobre nosotros mismos, sobre la propia inercia que busca
seguridad en la verdad o detrás de algún héroe intelectual.
No es suficiente decir que el pensamiento no puede estar obligado a nada, o que
interesan hoy las perspectivas teóricas y prácticas menos compulsivas, los paradigmas más
laxos o la modestia. Tampoco se trata de una sospecha trágica que siempre nos halle
culpables de jactarnos de poseer la verdad. Es, en cambio, una propuesta de acción que
imagina que siempre es posible pensar y obrar de otro modo. Es un pensamiento de la
resistencia que aspira a fundar otra relación con la ilusión.
Propongo pensar en el agotamiento de una concepción del saber y del héroe
intelectual, que nos replantea nuestro lugar en la escena clínica.
Si el pensamiento grupal quiere contribuir a la propuesta de un espacio alternativo
para el posicionamiento subjetivo, el análisis de las instituciones y las relaciones de poder,
tiene que darse tiempo en el presente para examinar numerosas cuestiones. Elijo tres: la
legitimidad de su saber, su crítica y la distinción entre lo grupal y los grupos.
Quiero poner la fuerza de la argumentación en la cuestión de la singularidad. Para ello
diferencio entre un sentimiento de grupo y los sentidos que se juegan en situación de grupo;
entre la búsqueda de una esencia de lo grupal y la pregunta que se interesa por la relación
que una a una rareza con la afectación singular. Presento la preocupación por la singularidad
como uno de los problemas de la situación grupal y destaco sus condiciones.
Recuerdo que De Brasi escribe que un grupo “puede referirse como un proceso
desencadenado por los cruces y anudamientos deseantes entre miembros singulares”.
Pongo a este escrito de nuestro lado, porque me sirve para hacer una aclaración:
ocuparse de la singularidad es distinto a fijarse en la individualidad. La singularidad, recuerda
De Brasi, se practica. Y si la subjetividad es un posicionamiento, o una ejercitación de uno
mismo en el pensamiento; la singularidad es la huella que queda dibujada en el sendero de
lo subjetivo. Es una posición realizada.
La voluntad de síntesis de lo grupal, cuando no contempla las diferencias o el recorrido
de las singularidades existentes, se manifiesta como un acto de violencia sobre el conjunto.
Un error frecuente es la imposición de la unidad, la unificación de afectaciones diversas.
Pero esta idea no es del todo nueva. En los escritos de Pichon se encuentran muchos
términos que tensionan en la misma discusión: heterogeneidad y homogeneidad, rol adscripto
y rol asumido; vocación del sujeto (verticalidad) y necesidad del grupo (horizontalidad); grupo
interno y grupo externo; emergente y portavoz. Son palabras que tratan de localizar la
manifestación de la singularidad y su relación con la situación plural.
El desafío que teneos por delante es pensar en situación grupal que no aplane las
diferencias, niegue la singularidad o reduzca la diversidad. El grupo como espacio de
articulación discursiva en el que cada uno dice lo suyo, pero no en un desierto o en una
cámara de eco; tampoco en un coro regido por la adhesión al director o a una partitura con la
que hay que sintonizar o identificarse. Unidad que se funda, a su vez, en un lugar distinto, el
entrecruzamiento de múltiples discursividades no solo grupales, sino institucionales,
históricas y sociales.
El pensamiento crítico del campo intelectual de estos últimos años nos invita a pensar
de otro modo. Insistir en las diferencias nos lleva a inventar otra perspectiva: en lugar de
preguntarnos a partir de una unidad supuestamente dada, nos preguntamos cuánta
diversidad soportamos, cuánto caos y cuánta heterogeneidad.
Nos equivocamos si creemos que lo grupal está dado por un principio de esencialidad,
pero también erramos en el caso de no poder fijar las condiciones que posibilitan su trabajo.
Todo grupo está situado, determinado como posición por la coordinación, las
consignas y las reglas que encuadran su trabajo, el espacio institucional en el que se
desenvuelve y la coyuntura social en la que se inscribe. Por ello el análisis de la relación de
un grupo con el dispositivo de su conformación es imprescindible.
La “multiplicación dramática”, que no tiene que entenderse solo como una técnica, es
una de las propuestas que mejor orientan al trabajo grupal en los últimos años. Hay en esta
idea una “línea de fuerza” que muestra una de las maneras en las que el pensamiento críticop
de los ochenta ancló en lo grupal.
La “multiplicación dramática” es una técnica que puede describirse simplificadamente
así: un protagonista presta una escena, es decir, relata algo que lo involucra y lo ofrece para
que sea dramatizado. Luego, cada integrante improvisa otra escena que asocia a la primera
por resonancia o consonancia con algo que lo impactó.
Pero es más que eso: despliega una concepción del trabajo en grupos. Permite pensar
lo grupal como “obra abierta”, y al grupo como un espacio en el que multiplicidad de sentidos
se imbrican en una superposición de voces y actos, de tonos y modulaciones; en cuyo
contrapunto se construye una unidad de lo múltiple. Por esa razón conforma una experiencia
que sirve para pensar cualquier producción grupal como juego de multiplicidades.
Pichon Rivière, E. (1982). Freud: un punto de partida de la Psicología Social. En: El
El origen de la disciplina
3
Conjunto de hilos colocados en paralelo y a lo largo en el telar para pasar por ellos la trama y formar un
tejido.
inconscientemente, ni lo que piensan; son aquello por medio de lo cual y a partir de lo cual
los individuos son producidos como individuos sociales con capacidad para participar en el
hacer y en el representar-decir social, y en tal sentido pueden representar, accionar y pensar
de manera compatible y coherente aún en el conflicto.
Una sociedad es también un sistema de interpretación del mundo, de construcción,
de creación, invención de su propio mundo. ¿Qué inventa una sociedad cuando se instituye
como tal? Según Castoriadis, inventa significaciones. También afirmará que aquello que
mantiene unida a una sociedad es su institución. En otras palabras, el proceso por el cual la
sociedad se instituye como totalidad, la institución de normas, valores y lenguaje, no son solo
herramientas o procedimientos para hacer frente a las cosas, sino mas bien son los
instrumentos para hacer las cosas; en particular para “hacer individuos”; se alude aquí a la
construcción que a partir de la materia prima humana da forma a los individuos de una
sociedad, a los hombres y las mujeres en quienes se fraguan tanto las instituciones como sus
mecanismos de perpetuación. De conformidad con sus formas, la institución produce
individuos, quienes, a su vez, están en condiciones de reproducir la institución de la sociedad.
En tal sentido, la institución de la sociedad está hecha de múltiples instituciones particulares
que, funcionando en coherencia, hacen que, aun en crisis, una sociedad sea esa misma
sociedad.
2. Lo instituido y su autoalteración: las significaciones imaginarias centrales
Castoriadis distingue dos tipos de significaciones imaginarias sociales: pueden ser
centrales, creadoras de ideas organizadoras, segundas o derivadas.
La emergencia de una significación central reorganiza, redetermina, reforma, resuelve
una multitud de significaciones sociales ya disponibles, a las que altera. Acarrea efectos
análogos prácticamente sobre la totalidad de las significaciones sociales del sistema. Se dan
juntamente con y no pueden darse sin transformaciones de las actividades y de los valores
de la sociedad en cuestión como tampoco sin transformaciones en los individuos y objetos
sociales.
Del mismo modo que con Dios, en el capitalismo la economía y lo económico se
vuelven significaciones imaginarias sociales centrales y se establece la separación de la
esfera económica del resto de las actividades sociales, constituyéndose como dominio
autónomo y predominante. Toda esta transformación es un producto histórico por el cual una
multitud de cosas son significadas como económicas. Sin embargo, se “ignora” su
característica de invención imaginaria y se las considera naturalmente económicas. La
institución de una significación central siempre opera en lo implícito, esto es válido para todas
las significaciones sociales centrales, se trate de la familia, la ley, el Estado, etc.
Las significaciones centrales no son significaciones de algo ni agregadas o referidas
a algo. Son ellas las que dan existencia en una sociedad determinada, a la coparticipación
de objetos, actos, individuos. No tienen “referente” sino que instituyen un modo de ser de las
cosas y los individuos referidos a ellas.
Según Castoriadis no se puede relacionas las significaciones sociales con un “sujeto”
construido expresamente para ser su portador, ya se lo llame “conciencia de grupo”,
“inconsciente colectivo” o “representación social”. Tampoco puede reducirse el mundo de las
significaciones instituidas a representaciones individuales. Las significaciones no son lo que
los individuos se representan consciente o inconscientemente, ni lo que piensan. Son aquello
por medio de lo cual y a partir de lo cual los individuos son formados como individuos sociales
con capacidad para participar en el hacer y en el representar-decir social, que pueden
representar, activar y pensar de manera compartible y coherente con su mundo, incluso en
el conflicto.
Las significaciones sociales son condición de lo representable y frecuentemente de lo
practicable. Por tal motivo para Castoriadis toda “exploración” de lo social a partir de lo
individual, toda reducción de la sociedad a alguna psicología, lleva a un callejón sin salida.
La sociedad instituida no se opone a la instituyente como un producto muerto a una
actividad, sino que representa la fijeza-estabilidad relativa y transitoria de las formas-figuras
instituidas en y por las cuales la imaginación radical puede ser y darse existencia como
histórico-social.
Una sociedad es siempre autoalteración perpetua en un juego inacabado entre sus
formas-figuras relativamente fijas y estables y el estallido de estas que serán posición
invención de otras formas-figuras. Incluso en tanto instituida, una sociedad se mantiene en
una perpetua autoalteración. Los universos de significaciones sociales no son homogéneos;
constituyen “individuos sociales” cuya socialización tiende a uniformizar las manifestaciones
de su imaginación radical, pero no puede destruirlas.
Se hace necesario afirmar una vez más que lo imaginario social en tanto universo de
significaciones que instituye una sociedad es inseparable del problema del poder. Supone
interrogar sobre la inscripción de los dispositivos de poder no solo en la organización macro
de una sociedad sino también sobre su producción en la subjetividad de hombres y mujeres.
Anteriormente he señalado que si bien en todo recorte social (por ejemplo un pequeño
grupo), laten en diferentes intensidades diversos núcleos de significaciones que caracterizan
el momento sociohistórico en que se despliegan sus prácticas, operan también en latencia
las significaciones imaginarias que dan sentido a las instituciones donde están inscriptos.
Un grupo, además, no solo es tributario de las producciones de significación mas
generales que la sociedad instituye. En un imaginario grupal, las figuras y las formas que ese
número numerable de personas inventa a lo largo de su historia común dan cuenta de sus
razones de ser como colectivo; aquí adquieren toda su potencia las improntas de los
atravesamientos institucionales y sociohistóricos tanto como los atravesamientos
identificatorios y deseantes, propios de su singularidad grupal.
En la producción de significaciones de un pequeño grupo se hallan presentes como
un verdadero anudamiento líneas de significación propias y específicas de ese grupo,
atravesadas por la dimensión institucional y sociohistórica. Si bien tales atravesamientos
pueden tener expresión algunas veces en referencias explícitas, generalmente operan en
latencia. Cobran aquí relevancia tanto sus mitos de origen como los aspectos ilusionales de
sus proyectos que, en tanto actualizaciones de deseo, animan y motorizan sus prácticas.
Un pequeño grupo produce significaciones imaginarias propias. Esta labor implica
también momentos instituyentes –invención de sus creencias- y etapas de consolidación de
sus sentidos organizadores. Podría decirse que un grupo se instituye como tal cuando ha
inventado sus significaciones imaginarias.
La importancia de operar en el campo grupal con la noción de significaciones
imaginarias es, al menos, doble. Por un lado, permitió ejemplificar sobre el abordaje de
criterios multirreferenciales –los criterios unidisciplinarios ya se nos habían vuelto reductivos
para pensar lo grupal- pero al comenzar a pensar operadores multirreferenciales no solo se
hicieron necesarios nuevos requisitos metodológicos, sino que muchas certezas constituidas
al interior de un campo unidisciplinario entraron en interrogación. Por otro lado, permitió
pensar de otro modo la relación entre lo subjetivo y lo social, de manera que no quedaran de
entrada en territorios separados que luego se volvían tan difíciles de articular.
La indagación de los imaginarios sociales es a mi criterio inseparable de la indagación
de las prácticas que motorizan o de las que son tributarios, sea que sus articulaciones
presenten armonías, discrepancias o ambas cuestiones a la vez. Imaginarios y prácticas son
dos de las instancias que intervienen en los dispositivos históricos, institucionales,
comunitarios, de producción de subjetividad.
Nociones como imaginario social, universo de significaciones imaginarias sociales,
imaginario social efectivo, imaginario social radical, etc., han resultado pertinentes como
herramientas de trabajo en la construcción de una idea de subjetividad histórica y no esencial,
en proceso de devenir y no como entidad sustancialista, instituyéndose en la diversidad de
sus lazos sociales y no pensada desde categorías de un sujeto solipsista.
Puede decirse, por ejemplo, que hoy más que nunca y en la Argentina particularmente
las instituciones vaciadas de sentido presentan todas ellas algo así como una cáscara vacía
que se sostiene en discursos y retóricas cada vez más divorciadas de las prácticas que en
ellas habitan; ya no prácticas instituyentes que establecen líneas de fuga, resistencias a los
instituidos del poder. Muchas veces se despliegan prácticas diferentes de las esperables en
determinada institución pero que siguen argumentándose desde significaciones previamente
instituidas.
3. Los sentidos encarnados: un real más real que lo real
A lo largo de toda su obra Castoriadis afirma que lo social-histórico, como un modo
específico del ser, ha sido desconocido por el “pensamiento heredado”. Denomina de tal
forma a la tradición platónico-aristotélica en filosofía y ubica como una de las cuestiones
centrales de tal “desconocimiento” que esa tradición ha estado centrada en la indagación del
ser como ser determinado.
Se empeñó en poner en evidencia los límites de esa tradición de pensamiento, que
según su perspectiva ha “ocultado” la importancia de la imaginación para comprender la
dimensión de lo histórico-social, la institución de la sociedad y sus procesos de permanente
autoalteración.
No se propuso construir una teoría alternativa a las ya existentes, sino que se abocó
a una “elucidación” que articula de modo indisociable aspectos teóricos y políticos. Con ese
término alude al trabajo por el cual los hombres y las mujeres “intentan pensar lo que hacen
y saber lo que piensan”.
Lo social-histórico es lo colectivo anónimo, lo humano impersonal que llena
una formación social dada, pero que también la engloba, que ciñe cada
sociedad entre las demás y las inscribe a todas en una continuidad en la que
de alguna manera están presentes los que ya no son, los que quedan fuera
e incluso los que están por nacer. Es, por un lado, unas estructuras dadas,
unas instituciones y unas obras, “materializadas”, sean materiales o no; y,
por otro lado, lo que estructura, instituye, materializa. En una palabra, es la
unión y la tensión de la sociedad instituyente y la sociedad instituida, de la
historia hecha y de la historia que se hace.
Castoriadis dirá aun con respecto a lo social que es lo que somos todos y lo que no
es nadie, lo que jamás está ausente, pero casi nunca está presente como tal.
Puntualiza otra cuestión de nuestro interés con respecto al modo clásico antinómico
de pensar las relaciones individuo-sociedad cuando sostiene que no pueden ser
consideradas relaciones de dependencia; subraya que no se trata de relaciones de influencia
sino de relaciones de inherencia.
[ incompleto ]
González, F. (2002). Análisis Institucional y Socioanálisis. En: Revista Tramas 18-19.
El proyecto epistemológico
A mediados de los años setenta, Lourau presentó su propuesta de AI (análisis
institucional) como básicamente "contrasociológica". En el libro denominado Les analyseurs
de l'eglise (1972), encontramos con gran nitidez tres de los supuestos que pretende practicar
esta "contrasociología institucionalista".
1. Superar los encasillamientos entre sectores y dominios de la sociología.
2. Intentar un rebasamiento de la sociología, como disciplina rigurosa y artificialmente
separada de otras ciencias sociales.
3. Rebasar la actividad de investigación en ciencias sociales, como práctica separada
de las prácticas sociales de los actores y observadores
Si como el AI lo postula, tanto los individuos como los grupos son concebidos como
"entrecruzamientos de referencias y pertenencias" o como "revoltijos de instituciones", es
lógico que postule que la sociología se proponga "como objeto la práctica social como
totalidad y no la refracción de la totalidad en cuadros preestablecidos de la ciencia instituida"
(Lourau, 1972:62). Los problemas empiezan cuando se intenta definir qué se entiende por
"totalidad", ya que precisamente la heterogeneidad parece constituirla completamente, y más
aún porque no parece reducirse solamente al campo sociológico. De ahí que al avanzar hacia
el segundo intento de "superación", las cosas se compliquen cada vez más.
Cuando Lourau piensa en la noción de "totalidad" adscrita al territorio de las ciencias
sociales, descarta, por lo pronto, una síntesis que termine por confundir todas las disciplinas
en una especie de magma indiferenciado.
¿Cuál sería, entonces, el estatuto de esta contrasociología que parece no encontrarse
cómoda con sus vecinas inmediatas ni con sus polos opuestos?
En un primer momento, la sociología estaría definida en función de dos carencias. De
ahí que Lourau considere necesario dar un segundo paso, en el cual una contrasociología
que la asediaría desde adentro le señalara cuál debería ser su "verdadero objeto". Sin
embargo, resulta que ese objeto "propio" estaría compuesto por los "fragmentos de saber
global recortado por las ciencias sociales". ¿Se puede acaso construir un objeto propio de los
recortes hechos por otras disciplinas?
Por otra parte, es lógico suponer que los productos de los recortes no formen un todo
coherente ni se sitúen en el mismo nivel. Además, esto supondría que habría una especie de
disciplina con una mirada privilegiada, que sabría en dónde incidir y qué tipo de articulaciones
deberían existir entre los recortes, para rectificar lo que el conjunto de las disciplinas instituyó
"erróneamente".
Seis años después, Lourau todavía dice que no se trata tanto de "operar" la
reconfiguración del campo teórico sino de un desmembramiento de ese campo (1978a:95) ya que
se mueve en el campo móvil de la sociología, psicosociología y psicoanálisis. Si su campo sigue
siendo "móvil", es que su estatuto teórico-metodológico no termina de consolidarse, a menos,
claro está, que se piense en la movilidad como un valor en sí.
Lourau ha fluctuado —en sentido "negativo" y "positivo"— en encontrar el objeto de esta
contrasociología. Primero, afirmó que ésta debe hacerse cargo de la "práctica social como
totalidad"; luego, cuestionó toda "tentativa de síntesis", y continuó con una supuesta "rectificación
de fronteras", constituida "desde los fragmentos del saber social global, recortado por los sistemas
de las ciencias sociales". Y terminó dando como objeto la "desmembración" del campo de dichas
ciencias. Tanta deriva de ese campo "móvil" resulta sintomática.
Pasemos ahora al tercer intento de superación, que postula la posibilidad de abolir "la
separación que rige las relaciones entre ciencia y prácticas de los actores y observadores".
De estos tres intentos de "superación" quedan algunas cosas rescatables. Entre otras,
la voluntad de tomar seriamente a los actores institucionales al grado de inventar un
dispositivo de análisis que intente dilucidar, junto con ellos, lo que les sucede. Y, por tanto,
no expropiarles la información, sino devolvérselas de doble manera y sobre la marcha del
análisis en vivo; y después, eventualmente, a partir de un texto escrito.
En años posteriores, los sugerentes desarrollos de Lourau acerca de la implicación
replantearán de otra forma las complejas relaciones del investigador con su objeto de estudio.
Relaciones que condicionan tanto el tipo de acercamiento como lo que se deja fuera o silencia.
Incidencia, pues, en la configuración del campo de investigación, en la construcción del objeto,
y en la presentación del resultado final de la investigación.
El análisis de la implicación y sus diferentes planos, en efecto, es un asunto que
atraviesa a todas las disciplinas sociales. Esto amplía el campo del análisis permite que esta
"contrasociología" no quede encajonada en el territorio de las intervenciones socioanalíticas.
Pero —justo es decirlo— no es Lourau el que inventa esa cuestión ni necesariamente el AI
tiene la última palabra.
El AI queda colocado en una posición frágil en la que no le queda más que rehuir de
cualquier intento de sintetizar lo heterogéneo, estar condenado a moverse sin reposo en ese
campo móvil, y no acabar de fijar mínimamente su posición. Asumiendo con esto, además,
todos los riesgos de un mestizaje confuso compuesto por retazos y, por momentos,
intentando situarse desesperadamente por encima de las disciplinas para señalarles lo que
dejan de lado o lo que les falta. Para, luego, terminar como una más. Y, a veces, lo
suficientemente humilde como para reconocer que sólo alcanza a percibir algo de lo que
queda impensado, no sólo por las otras disciplinas, sino por el propio AI.
El proyecto político
Lourau supone que a diferencia de la parusía cristiana —que llegará un buen día para
poner punto final a una situación dada—, los momentos de transparencia revolucionaria son
intensos y puntuales, y los siguen grandes periodos de opacidad.
Lourau tiene "demasiado" claro que en esos periodos todos parecen volverse
"sociológicos", y que fácilmente se dan cuenta del arbitrario que sostiene a todo orden social.
Es el tiempo de los "analizadores históricos", concebidos como reveladores espontáneos de
una situación dada.
La representación del no sangriento mayo francés me parece que interfiere la
capacidad crítica, la cual tiende, a su vez, a volver comparables diferentes acontecimientos
históricos muy diversos, como la Revolución Francesa, el episodio de la Comuna, y el 68 en
París. Por lo pronto, este último suceso les sirvió a los institucionalistas para pensar en lo que
denominaron como lo instituyente, que habitaría como negatividad en el corazón de lo
instituido.
Frente a la utopía de las parusías laicas y sus promesas, se coloca el Estado como la
gran institución omnipresente que constriñe y busca imponer su lógica a todas las demás.
El otro efecto que sigue lógicamente a esa presencia estatal en las diferentes
formaciones institucionales es el de imponerles tarde o temprano su "ley" de equivalencia:
que todo movimiento termine institucionalizándose y se vuelva como los otros, es la marca
brutal que hace visible al Estado.
En resumen, resulta más que sorprendente cómo la gran institución, con esa densidad
aparentemente descrita, se. diluya en los momentos "calientes", y deje ver abiertamente lo
arbitrario de sus formas y no, como es su especialidad, a través de un espejo oscuro.
La noción de institución
Si el AI postula la especificidad y singularidad de las formas institucionales, entonces
no acepta sin matices la omnipresencia del Estado en éstas. Eso atenúa el planteamiento
maximalista e introduce el cuidado de no reducir todo al nivel demasiado general de la ley de
"equivalencia", ni a la presencia indiscriminada del Estado en ellas.
La noción de institución en el AI remite a una serie de tríadas que no implican lo mismo.
Así, tenemos la que nos habla de lo instituido, lo instituyente y la institucionalización; o la que
la establece como universalidad, particularidad y singularidad.
Las instituciones no son supraestructuras en el sentido marxista, sino el producto del
cruce de las instancias — recuérdese que así era una de las definiciones de Estado. Cruce
que presumiblemente no sería el mismo en cada caso, so riesgo de volverlas equivalentes
antes de conocer su especificidad. Tampoco se les puede reducir al puro instituido, sino que
son el producto de la dialéctica entre lo instituido y lo instituyente, que es lo que da lugar al
proceso de institucionalización. Se comprenderá que no se pueden establecer fáciles
analogías conceptuales entre estos dos tipos de tríadas conceptuales, ya que ni siquiera se
sitúan en el mismo plano.
[La institucionalización es vista] como fase activa de estabilización que niega a la vez
la actividad de lo instituyente como negación de lo instituido y el inmovilismo de lo instituido
[...] Políticamente la institucionalización es el contenido del reformismo [Lourau, 1978:69].
En su momento de universalidad, el concepto de institución tiene como contenido la
ideología, los sistemas de normas, etcétera [...] En su momento de particularidad el contenido
del concepto de institución no es otro que el conjunto de las determinaciones materiales y
sociales que vienen a negar la universalidad imaginaria del primer momento [...] En su
momento de singularidad, en fin, el concepto de institución tiene por contenido las formas
organizacionales necesarias para alcanzar tales objetivos [Lapassade y Lourau, 1974:98 y
s.].
Explícitamente, Lourau relaciona esta trilogía con la de institucionalización, aunque —
como ya señalé— no son del todo equivalentes ni parten necesariamente de la misma batería
conceptual.
La "transversalidad", noción tomada de Félix Guattari —uno de los creadores de la
terapia institucional—, es descrita por este autor del siguiente modo: La transversalidad [...]
tiende a realizarse cuando una comunicación máxima se efectúa entre los diferentes niveles
y fundamentalmente entre los diferentes sentidos: es el objeto de investigación de un grupo
sujeto [1966:100].
El socioanálisis
A partir de los prolegómenos que he desarrollado de manera muy resumida, se habrá
apreciado que estamos ante una concepción fundamentalmente sociológica que si bien haría
énfasis en la dimensión grupal —dado el tipo de dispositivo que pone en juego—, la tendencia
será pasar rápidamente a la escena institucional que supuestamente saltaría al primer plano
con la sola puesta en juego del dispositivo.
Saltará a la vista que el Al distingue entre el campo de intervención y el del análisis,
siendo éste mucho más amplio, y no limitado a la intervención directa.
La siguiente cuestión tiene que ver con la noción de "analizador", ya que los hay
"históricos", "naturales" (el que entra en el campo de intervención del staff analítico sin que
éste se lo espere, y tiene que ver con los efectos de la intervención en vivo) y, por último, los
analizadores "artificiales", como el dispositivo construido ad hoc para. intervenir.
Se ha confundido muy seguido analizador potencial y analizador real [análisis en
situación]. La confusión está en creer que un analizador social tiene en toda situación de
intervención un efecto, que su presencia es suficiente para que [...] las contradicciones se
expliciten. Desde el punto de vista de la práctica de intervención, un analizador social no es
jamás sino un analizador potencial [1977:1070 y s.].
En razón de la transversalidad que supuestamente permea a toda institución, Lourau
se pregunta qué aspecto merece atención particular en una institución.
El objeto de análisis no es simplemente el de desdoblar la dimensión sociológica
yuxtaponiéndola a la dimensión psicológica, psicoanalítica, o psicosociológica, en una
dicotomía ecléctica, aunque siempre sea difícil el evacuar esta dicotomía amenazante. Lo
esencial de las intervenciones se esfuerza por incidir en el análisis de las implicaciones
sintagmáticas [grupales] y el análisis de las implicaciones paradigmáticas [sociales] ahí en
donde ellas se articulan en el lenguaje a nivel simbólico [Lourau, 1972:159].
No obstante, en el socioanálisis no se trata—según lo expresa Lourau— de analizar a
los individuos y su inconsciente, sino a lo que denomina como sus implicaciones
sintagmáticas grupales para relacionarlas con las paradigmáticas sociohistóricas.
Los "límites de la interpretación" en socioanálisis —a los que alude Lourau—, entre
otras cosas, implican no tocar lo individual como tal, sino intentar incluirlo en una escena
institucional —o interinstitucional— de múltiples bandas.
El análisis de la demanda
Al interior de un establecimiento surgen una serie de demandas múltiples y
contradictorias, de acuerdo a los diferentes lugares que ocupan [...] los integrantes de dicho
establecimiento. La encomienda de intervención, el encargo, surge en el momento en que
una o un grupo de demandas es privilegiada respecto de las otras, que son negadas curvadas,
desplazadas o resignificadas. Al staff analítico llega, entonces, una demanda procesada ya
por diversas fuerzas al interior de la institución [...] El proceso analítico será el camino inverso
de la constitución de la encomienda. El o los analistas intentarán desconstruir el encargo
hacia las múltiples demandas contradictorias que le dieron origen [Manero, 1990:131 y s.].
En síntesis, de este somero recorrido crítico por algunas de las aportaciones de René
Lourau queda la impresión de la vulnerabilidad de su propuesta epistemológica, que fluctúa
entre la inconsistencia, la promesa, y la descripción. Descripción que, desgraciadamente, no
profundiza en un buen número de cuestiones pertinentes, como la del "enigma" de la
institucionalización, o en qué consiste la negatividad de las instituciones, y si se nota en su
proyecto político —demasiado datado— una simplificación de la cuestión del Estado y de la
transversalidad. Me parece, a pesar de ello, que de dichas aportaciones resultan rescatables,
entre otras cuestiones, la de la implicación y la del dispositivo socioanalítico. Esto siempre y
cuando se renuncie a presentar al AI como la única sociología institucional autorizada y a las
otras propuestas como intentos fallidos.
Unidad VII
Deleuze, G. y Foucault, M. (1988). Un diálogo sobre el poder. En: M. Foucault. Un
diálogo sobre el poder y otras conversaciones. (Trad. Miguel Morey). (pp. 10- 19)
Madrid. Alianza.
Deleuze. Eso es una teoría, exactamente como una caja de herramientas. No tiene
nada que ver con el significante... Es preciso que eso sirva, que funcione. La teoría no se
totaliza, se multiplica y multiplica. Es el poder el que por naturaleza efectúa totalizaciones y
tú, tú lo dices exactamente: la teoría está por naturaleza en contra del poder.
Foucault: ¿No ocurrirá que, de un modo general, el sistema penal es la forma en la
que el poder en tanto que poder se muestra del modo más manifiesto? Meter a alguien en la
prisión, mantenerlo en la prisión, privarle de alimento, de calor, impedirle salir, hacer el amor...,
etc., ahí tenemos la manifestación de poder más delirante que uno pueda imaginar. Lo que
sorprende en esta historia no es sólo la puerilidad del ejercicio del poder, sino también el
cinismo con el que se ejerce ese poder, de la forma más arcaica, más pueril, más infantil. La
prisión es el único lugar donde el poder puede manifestarse en su desnudez, en sus
dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral. «Tengo razón en castigar,
puesto que tú sabes que está mal robar, matar...» Esto es lo fascinante de las prisiones; por
una vez el poder no se oculta, no se enmascara, se muestra como feroz tiranía en los más
ínfimos detalles, cínicamente, y al mismo tiempo es puro, está enteramente «justificado»,
puesto que puede formularse enteramente en el interior de una moral que enmarca su
ejercicio: su bruta tiranía aparece entonces como dominación serena del Bien sobre el Mal,
del orden sobre el desorden.
Deleuze. Por esto, lo contrario también es cierto. No sólo los prisioneros son tratados
como niños, sino que los niños son tratados como prisioneros. Los niños sufren una
infantilización que no es la suya. En este sentido es cierto que las escuelas son un poco
prisiones, y las fábricas mucho más.
Foucault. Pienso que, por debajo del odio que el pueblo tiene a la justicia, a los jueces,
tribunales y prisiones, no hay que ver tan sólo la idea de otra justicia mejor y más justa, sino,
en primer lugar y ante todo, la percepción de un punto singular en el que el poder se ejerce a
expensas del pueblo. La lucha antijudicial es una lucha contra el poder y yo no creo que sea
una lucha contra las injusticias, contra las injusticias de la justicia, y una mejora en el
funcionamiento de la institución judicial. Mi hipótesis, pero no es más que una hipótesis, es
que los tribunales populares, por ejemplo, en el momento de la Revolución, fueron, para la
pequeña burguesía aliada a las masas, un modo de recuperar, de recobrar el movimiento de
lucha contra la justicia. Y para recuperarlo, propusieron este sistema del tribunal que se refiere
a una justicia que podría ser justa, a un juez que podría dictar una sentencia justa. La misma
forma del tribunal pertenece a una ideología de la justicia que es la de la burguesía.
Deleuze. Si se considera la situación actual, el poder forzosamente tiene una visión
total o global. Quiero decir que las actuales formas de represión, que son múltiples, se
totalizan fácilmente desde el punto de vista del poder: la represión racista contra los
inmigrados, la represión en las fábricas, la represión en la enseñanza, la represión contra los
jóvenes en general.
Toda clase de categorías profesionales van a ser invitadas a ejercer funciones
policíacas cada vez más precisas: profesores, psiquiatras, educadores de toda clase, etc. Ahí
nos encontramos con algo que ya anunciaste hace tiempo y que se pensaba que no iba a
poder producirse: el fortalecimiento de todas las estructuras de encierro. Entonces, frente a
esta política global del poder, se dan respuestas locales, contrafuegos, defensas activas y a
veces preventivas. Nosotros no hemos de totalizar lo que se totaliza por parte del poder y que
nosotros sólo podríamos totalizar restaurando formas representativas de centralismo y
jerarquía. En cambio, lo que tenemos que hacer es llegar b instaurar vínculos laterales, todo
un sistema de redes, de bases populares. Y esto es lo difícil.
Foucault. Esta dificultad, nuestro embarazo para encontrar las formas de lucha
adecuadas, ¿no proviene de que aún ignoramos lo que es el poder? La teoría del Estado, el
análisis tradicional de los aparatos de Estado, no agotan sin duda el campo de ejercicio y
funcionamiento del poder. Actualmente éste es el gran desconocido: ¿quién ejerce el poder?,
¿dónde lo ejerce? Actualmente, sabemos aproximadamente quién explota, hacia dónde va el
beneficio, por qué manos pasa y dónde se vuelve a invertir, mientras que el poder... Sabemos
perfectamente que no son los gobernantes quienes detentan el poder.
Asimismo, sería preciso saber hasta dónde se ejerce el poder, mediante qué relevos
y hasta qué instancias, a menudo ínfimas, de jerarquía, control, vigilancia, prohibiciones,
coacciones. En todo lugar donde hay poder, el poder se ejerce. Nadie, hablando con
propiedad, es su titular y, sin embargo, se ejerce en determinada dirección, con unos a un
lado y los otros en el otro; no sabemos quién lo tiene exactamente, pero sabemos quién no
lo tiene.
Cada lucha se desarrolla alrededor de un lar particular de poder (uno de esos
innumerables pequeños lares que pueden ser un jefecilio, un guardia de H .L.M., un director
de prisiones, un juez, un responsable sindical, un redactor jefe de un periódico). Y designar
los lares, los núcleos, denunciarlos, hablar de ellos públicamente, es una lucha, no es porque
nadie tuviera aún conciencia de ello, sino porque tomar la palabra sobre este tema, forzar la
red de la información institucional, nombrar, decir quién ha hecho qué, designar el blanco, es
una primera inversión del poder, es un primer paso para otras luchas contra el poder.
Deleuze. En cuanto a ese problema que planteas: vemos claramente quién explota,
quién se beneficia, quién gobierna, pero el poder es algo todavía más difuso — yo plantearía
la siguiente hipótesis: incluso y sobre todo el marxismo ha determinado el problema en
términos de interés (el poder es detentado por una clase dominante definida por sus
intereses). A causa de ello chocamos con la cuestión: ¿cómo es posible que la gente que no
tiene tal interés siga, abrace estrechamente al poder, pida una parcela de él?
Foucault. Como bien dices, las relaciones entre deseo, poder e interés son más
complejas de lo que por lo general se cree y no son forzosamente los que ejercen el poder
quienes tienen interés en ejercerlo; quienes tienen interés en ejercerlo no lo ejercen, y el
deseo del poder juega entre el poder y el interés un juego que todavía es singular. Ocurre
que las masas, en el momento del fascismo, desean que algunos ejerzan el poder, algunos
que no se confunden sin embargo con ellas, puesto que el poder se ejercerá sobre ellas y a
sus expensas, hasta su muerte, su sacrificio, su masacre, y, sin embargo, ellas desean ese
poder, desean que ese poder sea ejercido. Este juego del deseo, del poder y del interés
todavía es poco conocido. Ha sido necesario mucho tiempo para saber lo que era la
explotación. Y el deseo ha sido y es aún una cuestión de largo alcance. Es posible que ahora
las luchas que se realizan, y además esas teorías locales, regionales, discontinuas, que están
elaborándose en esas luchas y forman un cuerpo con ellas, sean el principio de un
descubrimiento del modo en que se ejerce el poder.
Foucault. Pero si se lucha contra el poder, entonces, todos aquellos sobre quienes se
ejerce el poder como abuso, todos aquellos que lo reconocen como intolerable, pueden
emprender la lucha allí donde se hallan y a partir de su propia actividad (o pasividad). Al
emprender esta lucha que es la suya, cuyo blanco conocen perfectamente y cuyo método
pueden determinar, entran en el proceso revolucionario. Por supuesto, como aliados del
proletariado, puesto que si el poder se ejerce como se ejerce, es para mantener la explotación
capitalista. Sirven realmente a la causa de la revolución proletaria al luchar precisamente allí
donde sobre ellos se ejerce la opresión. Las mujeres, los prisioneros, los soldados de quinta,
los enfermos en los hospitales, los homosexuales han entablado en este momento una lucha
específica contra la forma particular de poder, de coacción, de control que sobre ellos se
ejerce. Actualmente, tales luchas forman parte del movimiento revolucionario con la condición
de que sean radicales, sin compromiso ni reformismo, sin tentativas para habilitar el mismo
poder con un simple cambio de titular. Y estos movimientos están vinculados al propio
movimiento revolucionario del proletariado en la medida en que éste tiene que combatir todos
los controles y coacciones que por todas partes acompañan al mismo poder.
Gibson- Graham, J.K. (2002). Intervenciones posestructurales. En Revista Colombiana
(Trad. Pablo Ariel Ires) . (pp. 49- 57/ 59- 64). Buenos Aires: Cactus Archivo
La ecosofía es una corriente que, dentro de la ecología y a fines del siglo XX, rebasa
la posición antropocéntrica del movimiento ecológico, involucrando su dimensión espiritual y
global. Ve también la necesidad de tomar medidas no sólo para la protección del medio
ambiente, sino de impulsar un cambio profundo de la visión del mundo, que retorne a los
principios universales.
La ecosofía puede cumplir la función de puente. Dentro de la ecosofía existen muchos
puntos de acceso, pero lo decisivo es que en ella no existe ninguna ideología especial o
limitada. La ecosofía es un modelo en el cual, distintos grupos con ideologías diferentes,
pueden trabajar conjuntamente por el bien del medio ambiente, y podría llegar a ser la base
de una nueva filosofía en el siglo XXI.
Es interesante que la ecosofía haya reconocido que la crisis postmoderna es una crisis
de los valores y de las ideologías fracasadas del siglo XX, es decir, de la visión positiva
materialista. La ecosofía se encuentra a la búsqueda de una visión del mundo más amplia,
más profunda y más global. Para la realización de este trabajo, he tomado como referencia
un libro que contiene una recolección de párrafos de los representantes más importantes de
la ecosofía o de la ecología profunda, como Arne Naess, Fritjof Capra, Gregory Bateson,
Joanna Macy. Ambos términos, ecosofía y ecología profunda serán utilizados como
sinónimos.
Los cuatro campos de la ecosofía
Los editores anteponen un mandala que representa cuatro columnas, o campos de la
ecosofía, como visión del mundo. Esos cuatro campos son:
I) El campo científico: Lo cognitivo, es decir, los conocimientos de la ciencia que nos
dirigen hacia una nueva visión del mundo: la teoría general de los sistemas, la visión del
mundo holonística, la teoría de Gea, el principio de la organización propia. Esos
conocimientos deben llevar a una comprensión más profunda de las leyes de la vida.
II) El campo emocional: Este campo se ocupa del desarrollo de un nuevo acceso hacia
el mundo, para poder confrontar emocionalmente la crisis global, sin tener que reprimirla. Se
trata de encontrar la forma de poder transformar la tensión que resulta de la conciencia y del
sentir de la crisis global, en energías y sentimientos fecundos, que nos dirijan hacia un cambio
de estilo de vida y hacia una acción global. La compasión debe ser utilizada como fuente
positiva de energía.
III) El campo práctico: Se encuentran por desarrollar alternativas que posibiliten a la
sociedad y al individuo vivir en mejor resonancia con la naturaleza. Se trata de desarrollar un
estilo de vida y un sistema de valores duraderos y capaces para el futuro, y no a costa de las
generaciones venideras. Es importante también la conexión de todas las iniciativas y
organizaciones que se esfuerzan por desarrollos capaces para el futuro, para promover a
través de ello el nacimiento de efectos sinergéticos.
IV) El campo espiritual: Tiene como finalidad el desarrollar de nuevo un acceso vivo
hacia la naturaleza, el abrirse a una mística natural y descubrir lo común de lo sagrado.
Considerarse a sí mismo como parte de la red de vida, y en razón de ello, desarrollar una
responsabilidad más amplia que sea más global, menos antropocéntrica y oportunista.
La frase el desarrollo del Ser ecológico que aparece en el centro del mandala, indica
el objetivo. La idea del Ser ecológico es una de las claves de la ecosofía. A continuación
profundizaremos un poco más los campos tratados.
EL CAMPO CIENTÍFICO
a) El concepto del “Ser ecológico”
El concepto del Ser ecológico amplia el concepto antropocéntrico del Ser a una
dimensión ecológica. Gregory Bateson, cibernético y uno de los precursores de la nueva
teoría de sistemas, y con ello de la ecosofía, explica que las fronteras entre Hombre y
Naturaleza son de origen artificial.
Como aclaración a la figura expuesta damos las siguientes citas de Bateson: Define
el Ser de un individuo no sólo por su cuerpo físico, sino a través de las informaciones que un
individuo recibe de su entorno. El Ser es ampliado a través de ello y se conforma de Hombre
y entorno. Según la conciencia, cambian las fronteras del individuo.
Del modelo mostrado, se deriva un nuevo concepto del espíritu: Así obtenemos una
imagen del espíritu, según la cual éste tiene la misma función que un sistema cibernético, es
decir, que actúa como unidad total relevante, que asimila la información atravesando las fases
de intento y error. Y nosotros sabemos que dentro del espíritu, en el sentido más amplio, se
encuentra una jerarquía de subsistemas, cada uno de los cuales podríamos definir
individualmente como espíritu… Algo que yo describo como "espíritu", lo enmarco dentro del
gran sistema ecológico, el ecosistema. O cuando desplazo los límites del sistema a otro nivel,
el espíritu de toda la estructura evolutiva se encuentra inmanente.
La ciencia del siglo XXI tiene que dar todavía un gran paso para concebir la idea del
espíritu no como un fenómeno humano, sino como algo que se extiende a toda la naturaleza.
Bateson aboga por la superación del pensamiento egocéntrico y por la identificación con el
medio ambiente en el que vivimos. El relacionar el nivel intelectual con el nivel del pensar y
actuar cotidianos, no es fácil, como Beteson observa. Requiere de un camino en el pensar,
que debe identificarse con el entorno o bien integrar el medio ambiente en la propia conciencia.
Esa conciencia es denominada en la ecosofía como el Ser ecológico.
b) La idea del Holon
Esta idea introducida por Arthur Koestler es una de las más importantes en las
discusiones científicas más recientes y es utilizada muchas veces en relación con la ecosofía.
Joanna Macy, psicóloga americana y pionera de la ecología profunda, escribe: Todos los
sistemas vivos, ya sean éstos orgánicos, como en el caso de una célula, o superorgánicos
como en el caso de una sociedad, un sistema ecológico, son holones. Esto quiere decir que
poseen un tipo de Ser dual. Son en sí mismos un todo y al mismo tiempo parte de otro todo
superior. El escritor Arthur Koestler acuñó esta idea, tomando como base la palabra griega
para "todo", junto con el sufijo "on", el que significa "parte".
Fenómenos vivos aparecen por ello como sistemas dentro de otros sistemas, como
campos dentro de otros campos, como un juego de muñecas rusas.
Esta idea muestra que todos los niveles se encuentran conectados entre sí y actúan
en conjunto. Una totalidad de holones que actúan en conjunto se llama holonarquía, término
muy parecido al de jerarquía, el sentido de un orden más grande. En todo caso este término
indica que los subsistemas particulares actúan como unidades independientes, y a pesar de
ello están ligados al orden de la "holonarquía". Por consiguiente, cada holón cumple en forma
independiente con el orden de la holonarquía.
c) La teoría de Gea
Lovelock, juntamente con la bióloga molecular Lynn Margulis, investigó los procesos
que se desarrollan sobre nuestro planeta, y mostró que estos procesos corresponden más a
un organismo vivo capaz de regularse a sí mismo, que al producto de la casualidad sobre un
planeta muerto. La idea central es "Autopoiese" (regulación propia). Esta idea fue
desarrollada por Humberto Maturana y Francisco Varela para la explicación de modelos de
organización de sistemas vivos, y ésta representa hoy en día para muchos científicos el
criterio central de la vida. Dice que un sistema frente al medio ambiente puede regularse a sí
mismo; así por ejemplo, puede mantener su temperatura a un mismo nivel, a pesar de los
enormes cambios que pueda sufrir la temperatura del entorno.
La tierra también se encuentra en condiciones de mantener la temperatura a un
determinado nivel, el porcentaje de sal en las aguas de los mares, la composición de la
atmósfera. Estos son sólo algunos indicios que pueden ser mencionados a favor de la teoría
de Gea. La tierra, durante su evolución, ha vivido ya muchas veces situaciones dramáticas,
logrando siempre alcanzar de nuevo un equilibrio dinámico. Evidentemente, a largo plazo,
este cambio no es problemático para Gea, pero sí lo es para la humanidad, que está haciendo
desaparecer las condiciones para su propia vida y para la de otros seres vivientes.
La teoría de Gea pone en movimiento un gran proceso de cambio en el pensar, porque
concibe la tierra y todos los seres vivientes que en ella se encuentran como un gran sistema
vivo u organismo, y no como sistemas que compiten entre sí, como sustenta la vieja ciencia
darwinista y positivista.
Fridjof Capra, un pionero del "nuevo pensar", acuñó, a este respecto, la idea de "red
de vida". En su libro Red de vida- un nuevo entendimiento del mundo viviente, ofrece una
síntesis del desarrollo que conduce a la ciencia moderna. Muchas de estas investigaciones
son la confirmación de una visión global y muestran el nacimiento de una "nueva ciencia". La
ciencia del siglo XXI puede ser ya vislumbrada y es un campo de estudios enriquecedor, ya
que nos posibilita la construcción de un puente entre las verdaderas enseñanzas esotéricas
y los conocimientos actuales; pero quizás lo más importante sea que puede formar los
fundamentos para un actuar conjunto y capaz para el futuro, con los pioneros de la ciencia.
Félix Guattari creó el término “ecosofía” para desarrollar prácticas específicas para
modificar y a reinventar las formas de ser. Reconstruir literalmente el conjunto de las
modalidades del ser-engrupo no solamente en acciones de comunicación sino a través de
intervenciones en el propio ser, mutaciones existenciales, como objeto de la esencia de la
subjetividad. Este concepto es establecido como respuesta a las formaciones políticas y
ejecutivas que se muestran poco eficaces de comprender la problemática en el conjunto de
sus intervenciones. Aunque haya una conciencia parcial de los peligros más evidentes que
amenazan al medioambiente, en general las políticas abordan el campo de la contaminación
industrial, pero desde una perspectiva tecnocrática. La crisis ecológica debe ser encarada a
escala planetaria y la verdadera respuesta sólo podrá ser encontrada mientras se realice una
auténtica revolución política, social y cultural que reoriente los objetivos de la producción de
bienes materiales e inmateriales. Una transformación intelectual, donde se organicen nuevas
prácticas micropolíticas y microsociales, nuevas solidaridades, nuevo bienestar, nuevas
prácticas estéticas y analíticas de las formaciones del inconsciente.
Guattari articula una teoría ético-política entre los registros ecológicos, de las
relaciones sociales y de la subjetividad humana. “El principio común a las tres ecologías
consiste, pues, en que los Territorios existenciales a los que nos confrontan no se presentan
como en-sí, cerrados sobre sí mismos, sino como un para-sí precario, acabado, finitizado,
singular, singularizado, capaz de bifurcarse, en reiteraciones estratificadas y mortíferas o en
apertura procesual a partir de praxis que permiten hacerlo «habitable» por un proyecto
humano. Esta apertura práxica constituye la esencia de ese arte de «la eco» que subsume
todas las maneras de domesticar los Territorios existenciales, tanto si conciernen a íntimas
maneras de ser, el cuerpo, el entorno o a grandes conjuntos contextuales relativos a la etnia,
la nación o incluso los derechos generales de la humanidad.” (GUATARRI, 1996) Tenía la
convicción de que no se trataba de hacer reglas universales como guía para estas prácticas,
sino justamente lo contrario. La cuestión de la enunciación subjetiva sería planteada cada vez
más a medida que se desarrollasen las máquinas productoras de signos, de imágenes, de
sintaxis, de inteligencia artificial, significando una recomposición de las prácticas sociales e
individuales.
Habla de una ecología mental que se verá obligada a reinventar la relación del sujeto
con el cuerpo, el fantasma, la finitud del tiempo y los misterios de la vida y de la muerte, donde
el hombre deberá buscar soluciones para la uniformidad y la manipulación. Cuando teoriza
sobre la ecología social, establece que hay que modificar o reinventar la forma de ser en el
seno de la pareja, de la familia, del contexto urbano, del trabajo, etcétera. Con respecto a la
ecología medioambiental, cree que en ella todo es posible, tanto las peores catástrofes como
las evoluciones imperceptibles, donde los equilibrios naturales dependerán de las acciones
humanas. Recalifica la ecología medioambiental como ecología maquínica, “puesto que,
tanto en el cosmos como en las praxis humanas, nunca se trata de otra cosa que de máquinas,
y yo incluso osaría decir de máquinas de guerra.” (GUATARRI, 1996).
Unidad VIII
Fernández, A. (2007). Haciendo met-odhos. (pp. 27- 37). En: Las lógicas colectivas.
Los tres están vinculados a posturas epistémicas. Tienen que ver con la posibilidad
de conocer y comprender lo que hay ahí, en la delimitación de un recorte de realidad puesto
a consideración. Tiene que ver con la naturaleza de la relación entre quien pretende conocer
y comprender y aquello que tiene por destino ser comprendido o conocido.
Territorio
Es tributaria a una concepción epistemológica positivista propia de la modernidad, la
que erige a las disciplinas como organizadoras del conocimiento, y en términos globales de
una cosmovisión del mundo regida por la primacía de la razón y el progreso permanente o
linean. Por lo tanto, todo acto de conocimiento que contemple a un objeto y un sujeto
cognoscente se concibe en “compartimentos”.
La modernidad pone en énfasis la razón como valor último, desplazando a la emoción
del sujeto, la cual se percibe como interferencia u obstáculo, ya que le quita estatuto científico
a ese conocimiento. El sujeto que intenta conocer se ubica separado del recorte de realidad
que define como su “objeto de estudio”. Objeto formal y abstracto que es medible,
reproducible, cuantificable, autónomo, no contradictorio, univoco y que se halla desligado de
un sujeto cognoscente, que a su vez tiene las características de ser a-histórico, aséptico,
trascendente y que en su interpretación de la realidad buscará verdades últimas regidas por
la obtención de una pretendida objetividad.
Se busca generar visibilidad y comprensión, a la vez que construir estrategias de
intervención desde un territorio disciplinario y disciplinante. Teoría y técnica despliegan, en
ese sentido, su mayor violencia simbólica, ya que diagraman y construyen el objeto de estudio
que tiene ante sí. La violencia simbólica consiste en poner formas conocidas como
convenientes y legítimas, produciendo efectos territorizaliantes que no se presentan como
tales al percibirse como universales. El técnico investigador, interpreta y aplica buscando
formas de reencontrarse con un conjunto de certezas que empalmen con el universo teórico
disciplinario del cual partió. Lo que impera es la lógica de la trascendencia, donde a partir del
código propio del territorio teórico disciplinario, se va a otorgar un sentido a lo que se entiende
que acontece en aquel lugar definido como recorte de realidad u objeto. Se interviene sobre
un recorte de realidad desde un referente teórico y que en el encuentro con el referente
empírico, produce un efecto de retorno sobre la teoría en dónde esta se ratifica y rectifica.
Ámbito
La noción que se plantea Bleger es una categoría que, aunque por momento remite
al disciplinamiento propio del territorio, por otros, tiene la capacidad de abrir el abanico a
nuevas prácticas psicologías que muestran atisbos rupturistas. Estos involucran una
ampliación de los lugares de intervención del psicólogo, al tiempo que promueven el
desarrollo de nuevos modelos conceptuales. Desde una perspectiva actual, lo entendemos
como una categoría bisagra, entre la noción ya referida de territorio y campo.
Bleger toma el concepto de Pichón-Riviere el cual dice que las ciencias del hombre
conciernen a un solo objeto único “el hombre-en-situación”, susceptible de un abordaje
pluridimensional. Se trata de una interciencia, con una metodología interdisciplinaria, la cual
permite un enriquecimiento de la comprensión del objeto de conocimiento y una mutua
realimentación de las técnicas de aproximación al mismo”. También es influenciado por las
concepción de Atención primaria en Salud, donde el hombre es entendido como un ser bio-
psico-social y por lo tanto compartimentado por distintas disciplinas en una lógica propia del
territorio.
Bleger apunta a comprender al sujeto en el transcurrir de su vida cotidiana, afirmando
que es ahí donde es necesario intervenir para prevenir la aparición de enfermedad o promover
conductas más saludables. Manifiesta que es necesario desarrollar nuevos instrumentos
conceptuales y una concepción del trabajo en equipos interdisciplinarios. Asocia la práctica
con la investigación, donde la primera ya no es solamente aplicación de técnica, la práctica
es el centro de la investigación, criticando al modelo médico tradicional alejado de la
investigación.
Ámbito a veces aparece referido a lugar de trabajo entendido empíricamente y es
cuando lo vemos más cerca de la noción de territorio, propio del paradigma positivista, ya que
está posicionado desde una lógica del objeto discreto, sin embargo establece la siguiente
distinción: la psicología social no se encuentra definida por el número de personas ni por el
lugar donde se trabaja, sino por el enfoque que se utiliza; esto lo aleja de la restricción
positivista explicada en territorio.
Campo
Esta noción nos siguiere que no estamos ante un objeto discreto. Nos ubica en una
concepción epistemológica de la complejidad, que implica una nueva manera de pensar y
pensarnos a nosotros mismos. Campo nos aleja del objeto discreto, nos invita a posicionarnos
desde una epistemología que contemple lo transdisciplinario, que permita generar mayor
visibilidad.
Poniendo en consideración el dualismo sujeto-objeto, ya no es sujeto cognoscente y
objeto a ser conocido, sino que todo lo contrario, el signo que los separa debería ser ( : ) y no
( - ), para así plantear el “sujeto:objeto”, donde la relación que se establece es de
indeterminación, la relación no está marcada y no sabemos cual es. Las fronteras que
separan ahora son difusas.
La figura se ubica en el lugar del objeto cognoscente no sería la del técnico, asentado
en formaciones y dominación y ejercicio de violencia simbólica, sino la del investigador, ya
que como vimos, no hay nada que aplicar, donde el sujeto cognoscente esta
desterritorizalizado pero que deviene en constructor de un campo de conocimientos, mientras
que le objeto deviene en campo de problemáticas a formular.
En el campo no hay un lugar para lo teórico por un lado y lo práctico por otro, sino que
hay relaciones de indeterminación entre teoría y práctica (teoría:práctica). La tarea positiva
apunta al desdisciplinamineto de los cuerpos disciplinarios, cuestión que implica incurrir en
procedimientos complejos, los cuales podríamos descomponer en tres grandes líneas:
1. Desnaturalizar los dominios del objeto instituido sin por ello invalidar los
conocimiento que ellos han producido y producen
2. De construir las lógicas desde donde han operado sus principios de ordenamiento
3. Genealogizar o al menos realizar algunos rastreos genealógicos que permiten
interrogar los a priori desde los que un campo de saber y prácticas han construido sus
conceptualizaciones.