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COLECCIÓN VÓRTICE

NOMBRAR EL DEVENIR
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA,
MEMORIA Y POLÍTICA

PABLO ARAVENA (ED.)

MARIO SOBARZO
JUAN DANIEL VIDELA
PABLO ARAVENA
ESTEBAN MIZRAHI
SEBASTIÁN CARASSAI
SERGIO FIEDLER
ISIDORA SALINAS
RICARDO FORSTER
BRAULIO ROJAS
Universidad de Viña del Mar
Escuela de Educación
Centro de Estudios Humanísticos Integrados (CEHI)

Director:
Sergio Rojas

Profesores investigadores:
Ismael Gavilán
Pablo Aravena
Karen Alfaro
Christian Miranda

Nombrar el devenir
Filosofía de la historia, memoria y política

© Pablo Aravena, Sergio Rojas, Mario Sobarzo, Juan Videla,


Esteban Mizrahi, Sebastián Carassai, Sergio Fiedler,
Isidora Salinas, Ricardo Forster, Braulio Rojas.

Primera edición: mayo de 2009


Centro de Estudios Humanísticos Integrados (CEHI)
Universidad de Viña del Mar, Chile

Registro de propiedad intelectual Nº


I.S.B.N:
ÍNDICE

NOTA DEL EDITOR 1


PRESENTACIÓN 3
Sergio Rojas
PARTE I – FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
ANÁNKÊ. HISTORIA Y NECESIDAD 11
Mario Sobarzo
SOBRE LA ILUSTRACIÓN Y SUS 25
VERSIONES: ¿KANT O HEGEL?
Juan Daniel Videla
FOUCAULT Y LA CONCIENCIA 71
HISTÓRICA ILUSTRADA
Pablo Aravena
CONCIENCIA HISTÓRICA EN UN MUNDO 77
SIN PASADO
Esteban Mizrahi
PARTE II – MEMORIA Y POLÍTICA
LA MAYORÍA RUIDOSA 93
Sebastián Carassai
RECORDANDO LA REVOLUCIÓN 145
Sergio Fiedler
MEMORIA DEL PINOCHETISMO 159
Isidora Salinas
DE BATALLAS Y OLVIDOS: 191
EL RETORNO DE LOS SETENTA
Ricardo Forster
TENTATIVAS PARA UNA EPISTEMOLOGÍA 219
DE LA RESISTENCIA
Braulio Rojas
SOBRE LOS AUTORES 237
MEMORIA Y POLÍTICA
LA MAYORÍA RUIDOSA
LAS CLASES MEDIAS Y LA CRISIS ARGENTINA DE 2001
DESDE LOS ENFOQUES TEÓRICOS DE
HARDT & NEGRI, LACLAU Y ŽIŽEK1

SEBASTIÁN CARASSAI

INTRODUCCIÓN
El 19 y el 20 de diciembre de 2001 una masiva movilización po-
pular precipitó la salida del gobierno de la ALIANZA, presidido por
Fernando De la Rúa. Aunque su capital político terminó por reducir-
se hasta casi desaparecer, De la Rúa había resultado vencedor en los
comicios de 1999 con casi el 50 % de los votos, asumiendo en di-
ciembre de ese año un mandato que debía durar hasta finales de
2003, con opción a ser reelegido por un lapso de cuatro años más.
Sólo duró dos.
Argentina es uno de los tantos países latinoamericanos que duran-
te el siglo XX alternó dictaduras militares y democracias representati-
vas. Por lo tanto, no era esta la primera vez que un “golpe” desplaza-
ba un gobierno democrático. Sin embargo, diciembre de 2001 consti-
tuyó una novedad porque el golpe no contó con participación alguna
de fuerzas militares sino que fue protagonizado por importantes sec-
tores de la sociedad civil. Un gobierno elegido por el pueblo fue de-
rrocado por el pueblo. La clase media argentina, que durante largo
tiempo constituyó el núcleo fundamental de lo que habitualmente se
llama la mayoría silenciosa, irrumpió movilizada y relativamente auto-
convocada en el espacio público, provocando (o colaborando a pro-
vocar) la caída de un gobierno cuyo triunfo, dos años atrás, había si-
do en buena medida obra suya. Su silencio, que durante la larga déca-
da del 90’ se tradujo a veces en complicidad con y a veces en apatía
hacia la política, se quebró repentinamente. La mayoría silenciosa es-
talló en un estruendoso ruido a lata provocado por miles de cacerolas

1 Una versión abreviada y en inglés de este trabajo fue presentada en la conferen-

cia The Writings of Slavoj Žižek (organizada por The British Society for Pheno-
menology, St. Hilda’s College, Oxford, los días 7-9 de abril de 2006), y publicada
luego en el número 16.1 del Journal of Latin American Cultural Studies, en abril
de 2007. Agradezco los valiosos comentarios de Daniel James y la meticulosa
lectura de Alejandro Mejías-López, ambos profesores en la Universidad de In-
diana, cuyas sugerencias colaboraron mucho a mejorar este artículo. También
deseo destacar la disposición al diálogo de Žižek al escuchar mis críticas a sus
planteos en la conferencia mencionada.

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que pronto hegemonizaron el orden simbólico de la protesta. Al de-
rrocamiento del gobierno le siguieron asambleas barriales, agrupacio-
nes vecinales autogestionadas, ollas populares, diálogos y acciones
conjuntas entre sectores populares y sectores medios, protestas civiles
y, en general, un mayor nivel de compromiso y de participación polí-
tica por parte de la ciudadanía.
¿Qué significó política y socialmente el estallido popular de di-
ciembre de 2001? ¿De qué procesos sociales fue expresión? ¿Qué
transformaciones se operaron al nivel de la subjetividad en la socie-
dad y en la política argentinas a partir de este acontecimiento? En este
trabajo intento dar respuesta a dichos interrogantes desde tres marcos
teóricos que, aunque diferentes, dialogan entre sí: el de Antonio Ne-
gri y Michael Hardt, el de Ernesto Laclau y el de Slavoj Žižek.2 Antes
de comenzar este análisis considero imprescindible repasar los prin-
cipales procesos históricos que ayudan a comprender cómo y por qué
se llegó al estallido de diciembre de 2001.

EL ESTALLIDO3
1.1. La década del estallido
La ALIANZA no era un partido político sino un frente de parti-
dos, entre los cuales se encontraba, a su vez, otro frente partidario.4

2 Los tres enfoques teóricos resultan de interés para el caso argentino por los de-
bates que han abierto en los últimos años tanto en la academia como al interior
de agrupaciones partidarias y organizaciones de militantes políticos no partida-
rias. Por otra parte, tanto Hardt y Negri como Laclau se han pronunciado de di-
versas maneras sobre los significados de la crisis argentina y han intentado leerla
desde sus elaboraciones teóricas. La inclusión del pensamiento de Žižek obedece
a que sus posiciones teóricas y políticas de los últimos años (en sí mismas estimu-
lantes) se definieron, en buena medida, en diálogo crítico con la teoría de Laclau
y, hasta cierto punto, con los trabajos de Hardt y Negri.
3 Agradezco a María Paula Ansolabehere su colaboración en la tarea de archivo y

en la investigación periodística que documenta esta sección.


4 La ALIANZA por la Justicia, el Trabajo y la Educación estaba formada por la

Unión Cívica Radical (UCR) y el Frente del País Solidario (FREPASO). Creado
en 1994, el FREPASO reunía a varios partidos: el País, la Unidad Socialista (que
a su vez agrupaba a los partidos Socialista Democrático y Socialista Popular), el
Partido Intransigente, el Demócrata Cristiano, el Demócrata Popular y el Frente
Grande. Éste, un frente en sí mismo, se había constituido en 1993 con el objeti-
vo de disputar elecciones parlamentarias, y estaba integrado por el Frente de Jus-
ticia y Solidaridad (FREDEJUSO), liderado por Chacho Álvarez –quien será ele-
gido vicepresidente, acompañando a De la Rúa– y el Frente del Sur, cuya máxima
figura era el cineasta Pino Solanas. Este rápido racconto muestra claramente que la
ALIANZA fue el desenlace de una espiral frentista desarrollada a lo largo de la

94
Creada en 1997 para disputarle dos años más tarde el poder al pero-
nismo –que gobernaba el país hacía una década– la ALIANZA repre-
sentó desde su misma gestación un heterogéneo espacio político de-
finido casi exclusivamente por aquello que excluía. Algunos de sus
dirigentes, no mucho tiempo antes de pasar a ser aliados, habían pro-
tagonizado cruces poco amistosos que fueron desde diferencias polí-
ticas hasta acusaciones personales. Unida más por el espanto que por
el amor, la ALIANZA pronto evidenció que su deseo de reemplazar
al peronismo no estaba acompañado por una clara conciencia de las
políticas mediante las cuales efectuaría ese reemplazo.
Uno de los principales partidos que integraba dicho frente, la
Unión Cívica Radical, ya había abandonado el poder antes de tiempo
cuando, en mayo de 1989, episodios hiperinflacionarios ingoberna-
bles y masivos saqueos en algunos centros urbanos provocaron la re-
nuncia de Raúl Alfonsín (1983-1989), el primer presidente constitu-
cional luego de la última dictadura militar (1976-1983). El largo go-
bierno del presidente Carlos Menem (1989-1999) produjo severos
cambios estructurales en la sociedad argentina. Al igual que otros go-
biernos anteriores, Menem implementó un plan de estabilización que
combinaba políticas fiscales, monetarias y de ingresos con el objeto
de frenar un proceso hiperinflacionario que en 1989 había alcanzado
un 200 % anual. Sin embargo, y a diferencia de las administraciones
anteriores, su gobierno introdujo un conjunto de reformas estructura-
les, destinadas a transformar radicalmente la estructura de la econom-
ía, produciendo modificaciones sustanciales en la distribución del in-
greso y en las instituciones económicas.5
Hacia 1999, el cambio estructural ya era un hecho. La agudización
del proceso de desindustrialización (ya comenzado bajo la última dic-
tadura militar), la venta de los activos públicos, el crecimiento del
desempleo (del 7,6 % en 1989 a casi el 15 % en 1999), la flexibiliza-
ción del mercado laboral, el resquebrajamiento del poder –y del pres-
tigio– de los otrora fuertes sindicatos, la duplicación de la deuda ex-

década del 90’ con el objeto de restarle poder primero, y de reemplazar después,
al peronismo gobernante.
5 Estas reformas estructurales implicaron una irrestricta liberalización de las im-

portaciones, la privatización de las empresas estatales, la desregulación de los


mercados, la flexibilización del mercado laboral, y la instauración por ley de una
moneda convertible −1 peso = 1 dólar−, paridad cambiaria conocida como
“convertibilidad”. De este modo, el incierto gobierno de Menem –que había lle-
gado al poder con un discurso populista clásico– buscó tratar de tranquilizar a los
acreedores extranjeros y a la “comunidad de negocios” internacional, acatando y
sobreactuando su adhesión a las así llamadas “recomendaciones” del Consenso
de Washington.

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terna (de 64 mil millones de dólares en 1989 a 142 mil millones en
1999), el aumento de la desigualdad a niveles nunca conocidos6 y la
pauperización de la clase media (que por primera vez conoció la des-
ocupación prolongada y, en muchos casos, definitiva) configuraron
una nueva –e inesperada– estructura social para la Argentina.
1.2. El año del estallido
La ALIANZA se había propuesto generar una expectativa de
cambio. El júbilo expresado por amplios sectores de la población –
especialmente, por la clase media– la noche en que se conocieron los
resultados de su amplio triunfo, indicaba que lo había logrado. La
alegría, sin embargo, se desvaneció pronto. El equipo económico li-
derado por José L. Machinea introdujo casi inmediatamente medidas
regresivas y fuertemente antipáticas, como un generalizado aumento
de los impuestos que recayó fundamentalmente sobre los sectores
medios, su principal base política. Estas medidas profundizaron el
ciclo recesivo de la economía que, a esa altura, ya se había convertido
en el más prolongado de toda la historia del país. Las denuncias por
coimas en el Senado de la Nación, tras la aprobación de una conflic-
tiva y también regresiva ley de reforma laboral, provocaron, a pocos
meses de iniciada la gestión, la renuncia del vicepresidente, Carlos
Chacho Álvarez, con el que también se esfumaron las esperanzas de
una administración menos corrupta que aquella a la que la ALIAN-
ZA había venido a reemplazar.7
A comienzos del 2001 el desempleo ya había superado el 18 %.8
De la Rúa, quien había cultivado una excesiva fe en las campañas pu-
blicitarias, lanzaba cada cierto tiempo grandes anuncios que traían
ningún cambio. En marzo de 2001 reemplazó su equipo económico.
El flamante ministro López Murphy, un reconocido economista libe-

6 Hacia 1999, el ingreso del 20 % más rico de la población superaba en 15 veces

el ingreso del 20% más pobre. Datos del Banco Mundial indican que esa brecha
era aun mayor si se considera exclusivamente los distritos de Ciudad de Buenos
Aires y conurbano: en 1999, el 10% más rico de ese distrito percibía ingresos
24,1 veces mayor que el 10 % más pobre (como referencia, puede indicarse que
esta misma brecha, en 1974, era exactamente de la mitad).
7 Esta controvertida renuncia del vicepresidente en octubre de 2000 repercutió de

modo negativo tanto en el oficialismo como en su base electoral. Las críticas que
poco después Álvarez dirigió al gobierno (ver, por ejemplo, “Carta abierta a
quienes me votaron”, Revista Noticias, 12 de mayo, 2001) no consiguieron sumar-
le muchos adeptos, mientras que, muy probablemente, sí colaboraron a restarle
simpatizantes a la ALIANZA.
8 En una economía de 4,7 millones de puestos de trabajo “en blanco”, en sólo un

año (entre 2000 y 2001) se perdieron 100.000, según fuentes oficiales (INDEC),
y sólo en noviembre de 2001, 10.000, según el Ministerio de Trabajo.

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ral ortodoxo, luego de proponer un recorte en el gasto público de
1962 millones de dólares y prometer un nuevo recorte de mayor
magnitud para el año entrante, provocó primero la renuncia de tres
ministros del gobierno, luego la de cinco funcionarios del FREPASO,
y finalmente, la suya propia. Su brevísima gestión (dos semanas) pre-
anunciaba lo que pasaría muy pronto, ya no en la esfera de un minis-
terio, sino en la del propio cargo presidencial.
La falta de creatividad de una ALIANZA cada vez menos aliada
(los reparos a las políticas mantenidas y a las leyes más controversia-
les que proponía el Ejecutivo encontraban críticos más feroces de-
ntro mismo de la ALIANZA que en la oposición) se hizo por com-
pleto evidente cuando De la Rúa anunció el arribo al Ministerio de
Economía de Domingo Cavallo, el principal colaborador-ideólogo
del gobierno de Menem durante la década del 90’. El ciclo se había
cerrado: la ALIANZA, conformada para reemplazar lo que ella mis-
ma denominara un modelo económico ya agotado, convocaba al mi-
nistro de economía del gobierno de Menem para salir de una crisis a
cuya génesis y desarrollo el propio Cavallo había colaborado enor-
memente.
Destinados más que nada a provocar efectos mágicos en los mer-
cados, los cambios de ministros no se traducían en cambios de políti-
cas. Al contrario, en abril y en julio, luego de haber conseguido la
aprobación de poderes especiales,9 Cavallo anunció nuevas medidas,
la mayoría de ellas consistentes en nuevos ajustes. Aunque estos al-
canzaban en algunos aspectos a los sectores populares, el grueso de
los mismos recaía sobre consumos y bienes característicos de las cla-
ses medias.10 Los impuestos crecían a un ritmo elevado aunque me-

9 Hacia finales de marzo Cavallo había logrado que el Poder Legislativo le cediera

durante un año al Poder Ejecutivo atribuciones que le eran propias. Estas atribu-
ciones fueron mediáticamente conocidas como “superpoderes” y le valieron a
Cavallo el mote de “superministro”. Este hecho evidencia que, desde su nom-
bramiento hasta su renuncia, Cavallo fue convertido por el propio gobierno en el
hombre fuerte (y prácticamente único) del poder. Los poderes eran para el Eje-
cutivo pero todos sabían que eran para Cavallo. La imagen del gobierno depen-
dió cada vez más de la imagen de su “superministro”. Prueba de ello fue que,
terminado Cavallo, terminó el gobierno.
10 El 27 de abril Cavallo implementó una reforma impositiva que extendió el ele-

vado impuesto al valor agregado (del 21%) a bienes y consumos antes no grava-
dos o gravados en menor medida. Entre ellos, la televisión por cable, los espectá-
culos artísticos y deportivos y la venta de diarios y revistas. El 10 de julio anunció
la meta fiscal de “déficit cero” –convertida en Ley 25453 a finales de mes– que
en la práctica significaba que la recaudación impositiva debía cubrir primero el
pago de la deuda externa y luego el gasto público. Esto se tradujo en un recorte
del 13 % en salarios, jubilaciones y pensiones públicas de más de 500 pesos.

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nor al de la furia de los contribuyentes. En octubre el descontento
popular se manifestó masivamente en las urnas. Con un porcentaje
sin precedentes de votos en blanco (lo cual evidenciaba no sólo una
desaprobación al gobierno sino también a toda la clase política), las
elecciones otorgaron al peronismo mayoría en las dos cámaras parla-
mentarias y debilitaron aun más la legitimidad de la ALIANZA.
La situación económica empeoraba. En sólo ocho meses (entre
marzo y noviembre) se habían fugado del país $ 20.000 millones de
pesos-dólares. El principal socio del MERCOSUR, Brasil, devaluaba
su moneda cada vez que lo juzgaba necesario, profundizando los
problemas de competitividad de los bienes y servicios argentinos.11
La paridad ‘peso = dólar’, popularmente conocida como el ‘1 a 1’,
existía sólo contablemente. Los rumores de una posible incautación
de los depósitos del sistema bancario circulaban cada vez con más
frecuencia. Con el propósito de calmar las aguas, hacia finales de sep-
tiembre se promulgó una absurda “ley de intangibilidad de los depósi-
tos” que, precisamente por pretender sancionar lo que la Constitu-
ción ya contemplaba en términos de derechos de propiedad, terminó
agitando más el mar de las sospechas.12 El Fondo Monetario Interna-
cional (FMI), a cambio de futuros acuerdos, renegociación de deuda y
apoyo económico, exigía con creciente firmeza una nueva serie de
ajustes, entre ellos la aprobación de un presupuesto sin déficit para el
año entrante y una nueva ley de coparticipación provincial.13 El go-
bierno se mostraba cada vez más debilitado y cuestionado. Su debili-
dad se evidenció elocuentemente cuando, a mediados del mes de no-
viembre, resultó incapaz de garantizar la adecuada realización del
Censo Nacional de Población, boicoteado por los gremios docentes
(que se negaron a censar) y por una parte de la población (que se
negó a ser censada). El cuestionamiento al gobierno se iba poniendo
de manifiesto en declaraciones públicas de dirigentes sociales, eclesia-

11 Hacia mediados de 2001 la moneda brasileña se había devaluado más de un

110 % en relación al inició de la devaluación en 1999.


12 La ley 25466 de intangibilidad de los depósitos, sancionada el 29 de agosto y

promulgada de hecho el 24 de septiembre, establecía en su artículo 2 que “el Es-


tado nacional en ningún caso, podrá alterar las condiciones pactadas entre el/los
depositantes y la entidad financiera, esto significa la prohibición de canjear los
depósito por títulos de la deuda pública nacional, u otro activo del Estado nacio-
nal, ni prorrogar el pago de los mismos, ni alterar las tasas pactadas, ni la moneda
de origen, ni reestructurar los vencimientos, los que operarán en las fechas esta-
blecidas entre las partes”. Más que una ley, se trataba de una extraña clase de pro-
fecía: unos meses más tarde, sucedería todo lo que esta ley prohibía.
13 La ley de coparticipación provincial regula la medida en que cada estado pro-

vincial participa de la recaudación nacional.

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les, industriales, sindicales y universitarios. La Iglesia Católica, por
ejemplo (una de las instituciones de mayor peso en Argentina), dio a
conocer el 21 de noviembre un documento en el que manifestaba su
preocupación por la extensión de la pobreza, el desempleo, la deses-
peranza, la desnutrición, y la corrupción generalizada que, juzgaba,
castigaban a los argentinos.14 Noviembre terminaba con una
ALIANZA ya casi sin aliados.
1.3. El mes del estallido
Diciembre de 2001 fue el mes 42 de recesión. La recaudación im-
positiva se desplomaba (sólo en este mes cayó un 16%), el dinero cir-
culante había caído ya un 40 %, la economía se encontraba al borde
de un default que cada vez menos analistas creían evitable, el crédito
externo había desaparecido, los depósitos se fugaban de los bancos y
del país,15 los mejores cálculos pronosticaban una caída del PBI de
entre un 6 % y 7 % para el primer trimestre de 2002, el presupuesto
para el entrante año no conseguía consenso parlamentario (ni de la
oposición ni del propio bloque oficialista), y la palabra “devaluación”
se mencionaba más de varias veces por día en la city porteña.
De las tres opciones que la política económica tenía hacia media-
dos de la década del 90’ (la devaluación, la dolarización o el mante-
nimiento de la convertibilidad), De la Rúa se había aferrado (junto
con la gran mayoría de la sociedad argentina, y especialmente, los sec-
tores medios) a la última.16 Pero en diciembre de 2001 esa opción es-
taba disponible sólo como ilusión. El así llamado corralito financiero,
con el que Cavallo inauguró el mes, fue un modo de postergar un po-
co más dicha ilusión. Con el objetivo de acotar la salida de dinero del
sistema bancario, esta medida limitaba el retiro de efectivo de los
bancos y bancarizaba forzosamente todas las operaciones de la eco-
nomía. Éste fue el comienzo del final: por un lado, se les decía a los
ahorristas y a los empleados (fundamentalmente, clases medias) que
su dinero estaba en el banco pero sólo podían retirar una irrisoria

14 En este documento se realiza una radiografía alarmante de la situación nacio-


nal. Aunque para nadie resultara una novedad, el hecho de que fuera la Iglesia
Católica quien lo expresara representaba un duro golpe para el Gobierno. Ver
“Carta al Pueblo de Dios”, Boletín Semanal AICA, Nro. 2344, 21 de noviembre,
2001.
15 Al día 22 de diciembre, los depósitos totales habían mermado en 833 millones.

En los plazos fijos, la baja fue de 7474 millones (Clarín, 23 de diciembre, 2001).
16 En una recordada publicidad televisiva para las elecciones parlamentarias de

octubre, De la Rúa afirmaba tajantemente y casi gritando, “¡Conmigo, un peso,


un dólar!”.

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suma por semana;17 por otro lado, se condenaba a la marginación a
quienes vivían de la economía informal (fundamentalmente, sectores
populares y cuentapropistas) dado que sus actividades dependen del
efectivo circulante y ni estaban bancarizados, ni podían estarlo en lo
inmediato. Al otro día de la medida, los clientes de los bancos se lan-
zaron a abrir varias cuentas para burlar los límites de extracción im-
puestos; el gobierno respondió limitando el número de cuentas que
podían abrirse. Esta dinámica de ‘medida gubernamental, acción es-
pontánea de la ciudadanía para burlarla, nueva medida gubernamen-
tal, nueva acción de la ciudadanía’ fue una gimnasia habitual durante
todo el mes de diciembre. Los ahorristas atrapados en el corralito
habían acudido a la justicia pidiendo recursos de amparo. Los jueces
ordenaban a las entidades bancarias que abonaran en efectivo la tota-
lidad de los ahorros reclamados por sus clientes. Cavallo exigía a los
bancos que no acataran los fallos judiciales.18 La Central de Trabaja-
dores Argentinos (CTA) denunciaba al ministro ante la justicia por
“instigación a cometer delitos, desobediencia de orden judicial e in-
cumplimiento de los deberes de funcionario público”. Entre órdenes
y contraórdenes, muy pocos ahorristas lograban recuperar sus depósi-
tos. La justicia culpaba a los bancos, los bancos al gobierno, el go-
bierno a la justicia, y los ahorristas a los tres.
Aunque pocos querían creer el carácter ilusorio del “1 a 1”, la
proliferación de las denominadas “cuasimonedas” (monedas no con-
vertibles, esto es, no respaldadas ni por pesos ni por dólares, con las
que el sector público pagaba salarios, jubilaciones y pensiones) emiti-
das por el Estado nacional y por varios Estados provinciales eviden-
ciaba que no existían ya suficientes dólares para convertir la moneda
local en divisas. El 13 de diciembre un masivo paro general confirmó
que el descontento no estaba circunscrito a un sector social o
económico en particular. El mismo día de la huelga, en la ciudad de
Rosario, se produjeron los primeros saqueos a supermercados. La
Iglesia llamaba a un diálogo entre diversos sectores y exhortaba a la

17 En principio, el Banco Central autorizó extracciones de 250 pesos por semana

como máximo pero luego decidió permitir a los empleados en relación de de-
pendencia retirar hasta 1000 pesos mensuales de una sola vez. Ante una pobla-
ción cuyo descontento crecía hora tras hora, Cavallo anunció que, por la cercanía
de las fiestas navideñas, los usuarios podrían retirar 500 pesos más. Ni bien se
conoció este nuevo límite, varias entidades bancarias quisieron frenar la medida
dado que muchos bancos no estaban en condiciones de garantizar su cumpli-
miento.
18 Ver Resolución 850 del Ministerio de Economía.

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clase dirigente a que renunciara a intereses particulares.19 La semana
que se avecinaba estaría poblada de renuncias, pero no a intereses
particulares, sino a cargos públicos.
1.4. La semana del estallido
La noticia de los saqueos a supermercados en Rosario despertó en
muchos el fantasma de 1989.20 El lunes 17 de diciembre de 2001 los
saqueos se reprodujeron en Mendoza, Entre Ríos, el Gran Buenos
Aires y nuevamente, Rosario. El gobierno y un sector de la prensa
acusaban al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Ruc-
kauf, de instigarlos.21 Mientras el oficialismo minimizaba estos episo-
dios, diferentes municipios comenzaron a distribuir bolsones alimen-
tarios y a instalar ollas populares en comedores públicos para evitar
posibles o nuevos saqueos. Sólo el día miércoles 19 se registraron 551
detenciones, 140 heridos y 7 muertes en todo el país.
Los pequeños negocios y supermercados cerraban sus persianas.
Los periódicos del día jueves difundieron el caso de un comerciante
que se hacía llamar Ben Laden que, parapetado como francotirador
en la terraza de su negocio, disparaba a cualquiera que intentara in-
gresar a saquearlo. Desafortunadamente no era el único. Las muertes
fueron ocasionadas por balas provenientes, en algunos casos, de la
policía, y en otros, de los comerciantes en defensa de sus negocios.
Los medios hacían circular rumores de eventuales invasiones a los
barrios cerrados ubicados en las inmediaciones de la ciudad de Bue-
nos Aires.22 La televisión mostraba imágenes de asaltos a camiones
que transportaban comida y electrodomésticos. Sólo el día miércoles,
50 comercios sufrieron destrozos en la capital del país.
La devaluación abandonaba lentamente el status de rumor y con-
quistaba el de petición formal en pronunciamientos y comunicados
de algunas agrupaciones de economistas y de un sector de la indus-
tria. La paridad cambiaria, ya hacía tiempo inexistente en el plano de
la realidad, ahora comenzaba a derribarse también como ilusión. El

19 Ver “El diálogo que la patria necesita”, 130 Reunión de la Comisión perma-

nente de la Conferencia Episcopal, 13 de diciembre, 2001.


20 En aquella ocasión, los saqueos que coadyuvaron a apresurar la entrega del

poder de Alfonsín a Menem se habían producido también en dicha localidad.


21 La Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) informó este mismo miércoles

que los saqueos de los días anteriores habían tenido un fuerte grado de sincroni-
zación. A Ruckauf se lo acusaba tanto de instigamiento de los saqueos como de
inacción frente a los disturbios.
22 Los barrios cerrados, también llamados countries o clubes de campo, se multi-

plicaron durante la década del 90’. Allí fueron a vivir los beneficiados por el mo-
delo implementado por Menem-Cavallo, los “nuevos ricos”, en busca de una
vida más relajada y menos insegura que la de los centros urbanos.

101
FMI, en boca de su vocero Kenneth Rogoff, manifestaba pública-
mente y por primera vez que “había un problema” con la convertibi-
lidad. La misma entidad que había exhibido orgullosa al mundo el
“milagro argentino” de la década del 90’ (un milagro del que el propio
FMI se sentía artífice), reconocía que el prodigio había sido efímero.
O se dolarizaba la economía o se devaluaba la moneda. Estas eran las
opciones, incluso para el FMI. La primera medida traería calma inicial
pero mayor recesión y un futuro con más exclusión social. La segun-
da implicaba enormes pérdidas, o bien para los deudores en dólares
(si no se pesificaban las deudas), o bien para los acreedores y ahorris-
tas (si se lo hacía).
1.5. La noche del estallido
La violencia se contagiaba. El gobierno no sabía cómo contener-
la.23 A las 22:41 del miércoles, mediante un discurso en cadena nacio-
nal, De la Rúa comunicó la implantación del estado de sitio,24 me-
diante el cual se restringen las garantías constitucionales, se habilita a
las fuerzas de seguridad a disolver cualquier manifestación pública y
se permite detener ciudadanos y dejarlos a disposición del Poder Eje-
cutivo sin intervención de la Justicia. El estado de sitio constituyó la
máxima demostración del mínimo de poder que el gobierno conser-
vaba. Aunque mediante esta medida se prohibía la reunión en el es-
pacio público de más de tres personas, la gente25 masiva y espontá-
neamente salió a la calle golpeando cucharones y cacerolas, inaugu-
rando lo que se conocería como el “cacerolazo”. Las cacerolas no so-
naron exclusivamente en Buenos Aires sino también en Rosario, La
Plata y al sur del Gran Buenos Aires. La espontaneidad de esta prime-
ra jornada multitudinaria se palpaba en las calles. En muchos barrios
porteños, el cacerolazo comenzaba en el balcón de los edificios, luego
se extendía a la esquina más céntrica de la zona, y finalmente, en al-
gunos casos, los caceroleros marchaban improvisadamente a Plaza de
Mayo. Los automovilistas acompañaban con bocinazos el ruido a la-

23 El Ministerio del Interior, ante la sospecha cada vez menos sospecha de que la

policía de la provincia de Buenos Aires tenía orden de no actuar, llegó a pensar


en la utilización de la Gendarmería, la Policía Federal y la Prefectura para conte-
ner los principales focos de saqueos ubicados en ese distrito.
24 El decreto 1678 del 19 de diciembre de 2001 por el que se estableció el estado

de sitio por 30 días atribuía los hechos de violencia a “grupos de personas que en
forma organizada promueven tumultos y saqueos en comercios de diversa natu-
raleza”, definía la situación como la de “un estado de conmoción interior”, y jus-
tificaba la medida con el “fin de resguardar el libre ejercicio de los derechos de
los ciudadanos”.
25 A propósito elijo hablar aquí de “gente” y no de pueblo o de multitud. Sobre

esto volveré en la discusión teórica posterior.

102
ta. Los medios de comunicación alentaban el cacerolazo pero menos
por lo que pudieran decir los comunicadores que por lo que las imá-
genes mismas de gente caceroleando contagiaban. Aunque otros sec-
tores sociales pudieran haberse sumado a estas manifestaciones, des-
de el inicio estuvo claro que el cacerolazo era un fenómeno cuyo
principal protagonista era la clase media de los grandes centros urba-
nos.26
¿Qué quería? ¿Qué pedía? ¿Por qué salió de su casa la clase media
aquel miércoles 19 de diciembre? En lo inmediato, exigía el aleja-
miento del ministro Cavallo, a cuyo domicilio también se marchó con
cacerolas. Pero si bien Cavallo era el principal destinatario de la furia,
no era el único. El grito más popular, indefinido pero contundente,
era un “¡que se vayan!”27 genérico, lanzado contra toda la casta políti-
ca. Con esta manifestación, además, la clase media ponía en evidencia
que la palabra de De la Rúa, que hacía tiempo no tenía valor para los
mercados, tampoco lo tenía para ella.28 Las cacerolas desafiaban el
estado de sitio; De la Rúa ya no gobernaba ni a la clase media, a quien
le debía su triunfo; estaba en el poder pero no lo tenía. Miles de ma-
nifestantes pasaron toda la noche del miércoles frente a la casa de
gobierno. Era algo inédito: la pequeña burguesía autoconvocada en
las calles forjando con ruido a lata su propio 17 de Octubre.29
De la Rúa miraba otro canal. Esa misma noche pronunció un
breve discurso en el que tanto los usuales anuncios de cambios en su

26 Los diarios del día siguiente informarían que los cacerolazos en la ciudad de

Buenos Aires comenzaron en Belgrano y Barrio Norte, dos de los barrios más
característicos de la clase media porteña, bastiones electorales de la ALIANZA
en 1999.
27 Los periódicos de estos días registraron este grito como el más masivo y

común a todas las manifestaciones. Con las horas, este primer grito “!que se va-
yan!” cobró su forma más acabada y precisa en el “!que se vayan todos, que no
quede ni uno solo!”
28 Debe recordarse que otro de los cánticos con el que acompañaban su marcha

los manifestantes aquella noche era: “!qué boludos, qué boludos, el estado de
sitio, se lo meten en el culo!”
29 El 17 de Octubre de 1945, enormes contingentes de obreros del conurbano

bonaerense marcharon a Plaza de Mayo exigiendo la liberación de la que sería la


principal figura política durante las próximas tres décadas, Juan D. Perón. Aque-
lla histórica jornada quedó registrada en la memoria popular de la clase obrera
como un evento heroico y fundacional, en el que el pueblo liberó a su líder. Claro
está que la comparación entre ambos sucesos se agota en el hecho de que consis-
tieron en grandes movilizaciones con cierto grado de espontaneidad que tuvieron
efectos políticos significativos. En lo demás, son diferentes. En este 19 de di-
ciembre, la clase media no estaba preocupada por la liberación de su líder sino
por la de sus ahorros, y si algo deseaba para quien había sido su líder no era su
liberación sino la cárcel.

103
gabinete como los inusuales de cambios en sus políticas fueron re-
emplazados por autistas llamados a la “unidad nacional” para “reto-
mar la senda del crecimiento económico”.30 Pero por cada palabra
que la población conocía de De la Rúa, cien cacerolas comenzaban a
sonar. Pocos dormían en Buenos Aires. En la madrugada del jueves
20 se conoció la renuncia de Cavallo; de este modo, el gobierno hacía
oídos al principal reclamo popular pero también a las sugerencias de
Washington y a las exigencias de la oposición. Los recursos de De la
Rúa estaban agotados; lo único que tenía para negociar con el pero-
nismo era un ministro y su renuncia, pero nada pudo conseguir a
cambio de ella. La oposición peronista sabía que sería el próximo ofi-
cialismo, sólo quedaba decidir cómo, cuándo, y en la persona de
quién. Por ello, horas más tarde desoiría el desesperado llamado de
De la Rúa a formar un gobierno de unidad nacional que incluyera
miembros del peronismo en el gabinete.31
Ocho de cada diez supermercados no abrieron el día 20. La CTA
había convocado a un nuevo paro nacional. Los periódicos del día
hablaban de desborde social, estallido social, estado de caos y anarqu-
ía. La Plaza de Mayo, epicentro de las movilizaciones, se pobló de in-
dividuos que, con toda probabilidad, por primera vez compartían una
manifestación. Allí se juntaron partidarios del militar nacionalista Sei-
neldín, las Madres de Plaza de Mayo, pequeños y medianos deudores,
pequeños y medianos acreedores, ahorristas atrapados en el corralito,
militantes de partidos de izquierda, centros de estudiantes de las prin-
cipales universidades y colegios nacionales, empleados y profesionales
de la city porteña, cadetes, motoqueros, jubilados y movimientos pi-
queteros.32 Pasado el mediodía, comenzó una represión feroz, con
gases lacrimógenos y con balas de goma y de plomo. El microcentro
se convirtió rápidamente en un campo de batalla; gritos contra gases,
piedras contra balas. La rebelión y los muertos se reprodujeron en las
principales ciudades de todo el país. A los 7 muertos del día anterior,
se le sumaron otros 22. A las 19:52 del jueves 20 de diciembre, De la
Rúa, en helicóptero, abandonó la Casa de Gobierno. La protesta cívi-

30 Ver Página 12, “De la Rúa entre el desconcierto y la negación del estallido so-

cial”, 20 de diciembre, 2001.


31 A las 4:10 de la tarde del jueves 20, De la Rúa pronunció un último discurso

por cadena nacional, destinado casi exclusivamente a enternecer el corazón de la


oposición peronista.
32 Los movimientos piqueteros surgieron en la década del 90’ al calor de la des-

ocupación creciente que las políticas de Menem-Cavallo (especialmente, las pri-


vatizaciones) producían. Su nombre (“piqueteros”) denota una modalidad de
protesta: realizar cortes de calles, avenidas, rutas o autopistas para hacer oír sus
reclamos.

104
ca más importante del último medio siglo de la historia argentina hab-
ía obligado su renuncia.
***
Entre el 20 de diciembre de 2001 y el 2 de enero de 2002 Argen-
tina tuvo cinco presidentes. En el ínterin, uno de estos presidentes,
Adolfo Rodríguez Saá, declaró un default a esa altura inevitable y, en
su primera semana de gobierno, Eduardo Duhalde, el quinto presi-
dente de la serie, reconoció oficialmente la inexistencia de la conver-
tibilidad, mediante la anulación de dicha ley. La larga década del 90’
(1989-2001) había terminado. Como resultado de los episodios del 19
y 20 de diciembre, muchos caceroleros formaron asambleas barriales
y agrupaciones vecinales en las que comenzaron a discutirse desde
problemas políticos hasta prácticos, desde un nuevo plan económico
hasta la implementación de un comedor popular. A estos grupos ba-
rriales se unieron, para algunas actividades, organizaciones piqueteras.
Asambleístas y piqueteros tenían en común el formar parte de los
perjudicados por las consecuencias de la larga década menemista-
aliancista, los primeros en su calidad de ahorristas acorralados y los
segundos en su calidad de desocupados; los primeros como desplaza-
dos de una clase media en decadencia a la que aun aspiraban a perte-
necer, los segundos como restos de una clase obrera fuertemente de-
bilitada a la que, cada vez con menos posibilidades, deseaban regre-
sar. La pauperización de los primeros, después, y la desesperación de
los segundos, antes, los empujó de Locke a Rousseau, de la pura re-
presentación a la participación política, provocando o colaborando a
provocar el fin de un gobierno, y con éste, el de un régimen social de
acumulación que los excluía.33 ¿Cómo interpretar este proceso? ¿Qué
sucedió realmente, es decir, al nivel de la subjetividad, en la sociedad
y en la política argentinas el 19 y 20 de diciembre? ¿Qué transforma-
ciones desencadenaron estos hechos? ¿Hasta qué punto surgió una
nueva sociedad argentina y cuáles serían sus novedades?
Multitud: ¿un proyecto político?
Una lectura de este proceso desde la teoría posimperialista de
Hardt y Negri (en adelante, H&N) debe enmarcarse en lo que los au-
tores llaman el nuevo orden imperial, es decir, la transformación de la
producción capitalista y de las relaciones globales de poder.34 Este
nuevo orden imperial está caracterizado por una serie de tendencias, a
33 La historia que siguió a la caída del gobierno de De la Rúa sólo será aludida y

desarrollada en lo que sigue en la medida en que el análisis así lo requiera.


34 Esta teoría se encuentra desarrollada en: Hardt, M. y Negri, A. Imperio, Buenos

Aires, Paidós, 2003, y Multitud, Buenos Aires, Debate, 2004.

105
saber: a la desaparición de los Estados-Nación (que se trasluce en el
reemplazo de la vieja soberanía nacional por una nueva soberanía im-
perial y en la transformación del antiguo orden jurídico –basado en el
derecho internacional de los Estados Nación– en figuras globales del
derecho imperial); a la inmaterialización creciente del trabajo (que
implica una mayor importancia de las labores comunicativas y simbó-
licas, interrelacionadas en redes informativas y afectivas, en detrimen-
to de la labor manual); a la producción social de subjetividades (es
decir, a un poder que no sólo produce mercancías sino también la
vida en todos sus aspectos, o sea, a un “biopoder”); al ocaso del pue-
blo (uno, idéntico a sí mismo, impugnador de todo lo que se diferen-
cia de él, portador de una voluntad y una acción unívocas, homogé-
neo y, por eso mismo, manipulable) y al florecimiento de la multitud
(múltiple, diversa pero incluyente, integradora de lo diferente de sí,
capaz de múltiples voluntades y acciones, heterogénea y autónoma).35
Para H&N “la multitud dio nacimiento al imperio”.36 Sin embar-
go, a lo largo de la modernidad, la relación entre multitud y Estado
soberano se invirtió, dando lugar al equívoco de que “el poder y el
Estado producen la sociedad”.37 En la modernidad, bajo el dominio
de los imperialismos, el propósito de “convertir la multitud en pue-
blo”38 fue alcanzado con éxito y el potencial revolucionario de la mul-
titud quedó diluido en la cadena de representación propia de aquel
orden: “el pueblo representa a la multitud, la nación representa al
pueblo y el Estado representa a la nación”.39 Ahora, en cambio, bajo
esta “forma fundamentalmente nueva de dominio”40 que constituye
el imperio, se habría producido una alteración radical e irreversible de
aquel orden. La multitud habría vuelto a emerger y se dispondría a
desarrollar su “experiencia productiva común”.41 Estaríamos en pre-
sencia del “combate cuerpo a cuerpo entre la multitud y el imperio en
el campo de batalla biopolítico que los reúne”, momento en el que
35 He preferido presentar estos cambios como “tendencias” a pesar de que, en

algunos pasajes, las afirmaciones de los autores sean más tajantes, como por
ejemplo respecto de la idea de la desaparición de los estados-nación (“la deca-
dencia del Estado-nación no es meramente el resultado de una posición ideológi-
ca que podría revertirse mediante un acto de voluntad política: es un proceso
estructural e irreversible”, H&N. Imperio, op. cit., p. 295) y del pueblo (“los anti-
guos cuerpos sociales que los sustentaban [a los partidos y las organizaciones
sindicales] ya no están ahí. Falta el pueblo” H&N. Multitud, Op. cit., p. 227).
36 H&N. Imperio, Op. cit., p. 52.
37 Op. cit., p. 88.
38 Op. cit., p. 100.
39 Op. cit., p. 125.
40 Op. cit., p. 136.
41 Op. cit., p. 195.

106
“el imperio apela a la guerra para su legitimación [y] la multitud apela
a la democracia como su fundamento político”.42
De acuerdo a Imperio, las luchas actuales, lejos del internacionalis-
mo horizontal que caracterizó a las internacionales socialistas de los
siglos XIX y XX, surgen verticalmente disparadas contra el orden
global provocando un impacto en todo el sistema. En efecto, para
H&N, “cada lucha, aunque esté firmemente arraigada en las condi-
ciones locales”, como fue claramente el caso que analizamos, “inme-
diatamente salta a nivel global y ataca la constitución imperial en su
totalidad”; desde esta perspectiva, las luchas actuales son, por un la-
do, biopolíticas, porque “son a la vez económicas, políticas y cultura-
les”, y por otro lado, constitutivas, porque “crean nuevos espacios
públicos y nuevas formas de comunidad”.43 ¿De qué modo los acon-
tecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001 atacaron el imperio?
¿Hasta qué punto fueron luchas biopolíticas? ¿Qué nuevos espacios
públicos y formas de comunidad crearon? Conviene citar en extenso
las respuestas a estos interrogantes que encontramos en Multitud, para
luego comentarlas:
Consideremos, por ejemplo, las revueltas que estallaron en Argentina los
días 19 y 20 de diciembre de 2001, en plena crisis económica, y que han con-
tinuado desde entonces bajo diferentes formas y con distintos altibajos. Esa
crisis y esa revuelta son, en muchos aspectos, específicas de Argentina y de
su historia. En Argentina existía ya una crisis institucional generalizada y una
crisis de representación, debidas en parte a la corrupción pública y privada
que se evidenció como un fuerte obstáculo para cualquier solución a la crisis
por medio de las estrategias políticas convencionales, como hubiera sido, por
ejemplo, la creación de una alianza constitucional interclasista bajo la hege-
monía de la burguesía. Los manifestantes dieron la cacerolada y gritaron “que
se vayan todos”, refiriéndose a la clase política en pleno. La crisis financiera,
sin embargo, vinculaba el caso argentino al sistema global y a la inestabilidad
general del cuerpo político global, especialmente como resultado de las polí-
ticas neoliberales del FMI. Con las crisis financiera, Argentina se vio en la
imposibilidad de pagar su deuda externa, y su celebrada clase media se vio
arrojada a la situación común de las poblaciones de tantos países pobres del
mundo: los ahorros perdieron todo su valor, se evaporó la seguridad de los
puestos de trabajo, se disparó el desempleo, y se colapsaron todos los servi-
cios sociales. La respuesta de la población argentina fue inmediata y creativa.
Los obreros industriales se opusieron al cierre de las fábricas y tomaron el
control de la gestión. Se formaron redes vecinales y asambleas ciudadanas
para gestionar los debates y las decisiones políticas. Se inventaron nuevas
formas de dinero para los intercambios autónomos, y los piqueteros, el mo-
vimiento de los desempleados, experimentaron con nuevas formas de protes-
ta en sus conflictos con la policía y otras autoridades. Todo esto es claramen-

42 H&N. Multitud, Op. cit., p. 120.


43 H&N. Imperio, Op. cit., p. 62.

107
te específico de la situación nacional, pero al mismo tiempo también es
común a todos los que sufren la explotación y la jerarquización del sistema
global y luchan contra ellas. La revuelta de Argentina aprovechó la herencia
común del ciclo global de luchas y, a su vez, desde diciembre de 2001, los ac-
tivistas implicados en otros enfrentamientos miran a Argentina como una
fuente de innovación y de inspiración.44
Multitud se publicó en 2004. Sin embargo, el párrafo trascripto
tiene el optimismo y el entusiasmo propio de los que los intelectuales
de izquierda argentinos escribían en los periódicos de los primeros
meses de 2002. En efecto, ya para 2004, la casi totalidad de las asam-
bleas barriales había dejado de existir, los vecinos habían vuelto a sus
casas y a las urnas a votar “positivamente” (es decir, ya no en blanco,
ni impugnando su voto, sino por algún candidato), un rápido vistazo
a los principales políticos tanto a nivel nacional como provincial bas-
taba para cerciorarse de que –contrariamente a las consignas de di-
ciembre de 2001– se habían quedado casi todos, el fenómeno de las
fábricas y empresas bajo control obrero estaba en retroceso,45 el tra-
bajo industrial que comenzó a recuperarse se había reestablecido bajo
el control del capital, la clase media ya había regresado a los bancos,
las gestiones oficiales para reanudar los pagos de la deuda externa ya
estaban llegando a buen puerto, el dinero “inventado” para intercam-
bios autónomos no existía más, y un importante sector de los pique-
teros constituía un aliado clave del partido peronista, nuevamente en
el poder desde diciembre de 2003.46 En cuanto a la inspiración que
estos acontecimientos despertaron o despierten en otras partes del
mundo (sea cual fuere la dimensión de esa inspiración) es cuestiona-
ble atribuirla a la aparición de la multitud en el contexto del imperio.
Hacia finales de la década del 60’, por ejemplo, en pleno auge del
‘pueblo’ y en un contexto de luchas imperialistas y antiimperialistas, la
inspiración que provocaban los acontecimientos europeos en Latino-
américa y viceversa, y la inspiración que al interior de cada uno de es-
tos continentes los distintos pueblos encontraban entre sí, fueron no-

44 H&N. Multitud, Op. cit., pp. 253-254.


45 Las casi 200 empresas gestionadas por sus empleados y obreros en 2001 se
habían reducido a menos de la mitad en 2004.
46 En rigor, el partido peronista ha gobernado desde la caída de De la Rúa hasta

la actualidad (primero con Rodriguez Saá, luego con Duhalde, y finalmente, con
el matrimonio presidencial Kirchner). Sin embargo, sólo Néstor y Cristina
Kirchner fueron confirmados en el poder por la vía electoral en 2003 y 2007 res-
pectivamente. Sus antecesores no fueron elegidos por elecciones populares sino
por la asamblea legislativa (formada por las dos cámaras del Poder Legislativo
más los gobernadores de las provincias).

108
toriamente más significativos que los registrados a raíz de la última
crisis argentina.
Sin embargo, en algo tienen casi razón H&N: la multitud que res-
pondió de forma “inmediata y creativa” estaba unida, como se dice
en Imperio sobre las multitudes en general, por su “voluntad de estar
en contra”.47 Tienen casi razón, porque los cacerolazos fueron una
respuesta “inmediata” solamente si se los vincula con los ahorros
confiscados, pero no lo fueron respecto de la situación de margina-
ción social con la que hacía años los sectores medios venían convi-
viendo sin manifestaciones multitudinarias que los involucraran.
Ahora bien, innegablemente, los manifestantes argentinos de aquel
diciembre estaban unidos por “estar en contra”, y probablemente,
sólo por eso. Los partidarios de un militar nacionalista preso por le-
vantarse en armas contra un gobierno constitucional y las madres de
los desaparecidos bajo la última dictadura militar, los desocupados
desplazados hacía años del mercado laboral y los oficinistas de la city
limitados en sus extracciones de efectivo, los ahorristas propietarios
de plazos fijos o cuentas bancarias y los deudores de los bancos con
sus bienes hipotecados o a pagar en largas cuotas, no tenían mucho
más en común que el “estar en contra”.48 Esta multitud, sin embargo,
no pareció padecer el problema de “determinar el enemigo contra el
cual hay que rebelarse”,49 problema que H&N identifican como fun-
damental en el contexto contemporáneo, sino, quizás, el problema
inverso, el de acordar muy rápida e irreflexivamente que sus enemi-
gos eran, en primer lugar, el ministro Cavallo, en segundo lugar, todo
el gobierno, y finalmente, la clase política entera.50 La consigna “¡que
se vayan todos! ¡que no quede ni uno solo!” resumía el descontento
generalizado con la situación. Pero ese malestar expresaba menos un
descontento individual con la situación general que una furia genera-

47 H&N. Imperio, Op. cit., p. 189.


48 Este último par, incluso, el de los deudores y el de los acreedores de los ban-
cos, objetivamente se encontraban uno en contra del otro. Sin embargo, su “estar
en contra” del ministro Cavallo y del gobierno pudo hacerles olvidar que, caídos
ellos, sus intereses los ubicarían en veredas contrarias.
49 H&N. Imperio, Op. cit., p. 190.
50 H&N podrían argüir que el enemigo visualizado fue equívoco, y que esa equi-

vocación demuestra la dificultad a la que ellos se refieren. Efectivamente, para


ellos, “la primera pregunta que se formula hoy la filosofía política no es si habrá
resistencia y rebelión, ni siquiera por qué podría haberla; lo que se pregunta es
cómo determinar el enemigo contra el cual hay que rebelarse (…) Hoy, el ‘estar
en contra’ generalizado de la multitud debe reconocer que su enemigo es la sobe-
ranía imperial y descubrir los medios adecuados para subvertir su poder” (Ídem.,
pp. 189-190). Claramente, la multitud argentina de diciembre de 2001 no efectuó
ni el reconocimiento ni el descubrimiento aludidos.

109
lizada con la situación particular. Si el concepto de pueblo, de acuer-
do a H&N, homogeneiza y anula las diferencias, el de multitud, hete-
rogéneo y contemplador de las singularidades, permite que las dife-
rencias marchen juntas, una al lado de la otra, movilizadas por “lo
común” de “estar en contra”, sin jamás establecer necesariamente un
vínculo que trascienda esa oposición inicial. Si algo demuestra la ex-
periencia argentina es que las multitudes pueden ser solitarias. Una
multitud puede estar formada por un enorme conjunto de soledades
indignadas.
Sin embargo, nuevamente, en algo más tienen casi razón H&N: es
cierto, luego de las jornadas de diciembre, la experiencia de las asam-
bleas barriales y de las organizaciones vecinales mostraron alguna cla-
se de solidaridad entre diferencias. Las acciones conjuntas entre des-
empleados y asambleístas, cuyo emblema se condensó en el cántico
“piquete y cacerola, la lucha es una sola”, despertaron la ilusión de
que la disposición a encontrar algo más en común que el inicial “estar
en contra” era un hecho. También podría reconocerse que el trabajo
inmaterial ocupó un lugar hegemónico, tanto en las actividades de los
sectores medios que comenzaban a organizarse como en las de los
sectores de desocupados que reforzaban y ampliaban sus organiza-
ciones. Pero esta descripción puede conducir a equívocos si no se
comenta el desenlace de estas iniciativas. Las asambleas tuvieron una
duración efímera. A las pocas semanas de funcionar, inspiradas en el
ideal de ejercer una democracia directa, la gran mayoría de las mismas
se había convertido en reuniones de escasa participación ciudadana,
con serios conflictos organizativos, en las que las voces más oídas y,
al mismo tiempo, más incomprendidas, eran las de los militantes
trotskistas que se habían repartido la ciudad como los discípulos de
Jesús la antigua Judea. Es cierto, también, que el modo en que los
asambleístas comunicaban sus experiencias y combinaban esfuerzos
asumió muchas veces la forma de redes de colaboración y coopera-
ción. Probablemente, incluso, muchos de los bienes que produjeron
en este intercambio hayan sido inmateriales, tal y como los describen
H&N (“información, conocimientos, ideas, imágenes, relaciones y
afectos”).51 Pero las redes horizontales sin centro, cuyo espontáneo
confeccionamiento no siempre resulta tan sencillo, pueden ser tam-
bién por sus propias características relativamente frágiles y fáciles de
disolver. En el caso argentino, las enormes dificultades para encon-
trar un lenguaje, un interés y un programa de acción comunes convir-
tieron estos espacios en nuevas formas de actualización de todo aque-
llo que distinguía a los individuos que integraban la multitud, y no de

51 H&N. Multitud, Op. cit., pp. 92-93.

110
lo que los asemejaba. El trabajo inmaterial produjo también bienes
volátiles, afectos fugaces, y conocimientos e informaciones que se
perdieron en el espontaneísmo organizacional. Amén de que algunas
contadas asambleas hayan logrado organizarse, generar actividades
sociales y políticas y extender por varios meses su funcionamiento, la
experiencia de la gran mayoría de ellas mueve a una reflexión contra-
ria a la de H&N: en la aparente “espontaneidad y anarquía” tal vez
haya, a veces, “organización, racionalidad y creatividad”, pero otras
veces hay espontaneidad y anarquía.52
Otra dificultad que encontramos en la teoría de H&N para pensar
la crisis argentina de 2001 se encuentra en aquello que hemos dado
por supuesto desde un comienzo: la posibilidad de llamar multitud a
los manifestantes de aquellas jornadas. ¿Constituyeron ellos una mul-
titud, tal y como H&N la conciben? Sí, desde el punto de vista de que
este concepto “abierto y expansivo” no está restringido al “trabajo
fabril” ni incluso a “todos los obreros asalariados” sino que abarca a
“la totalidad de quienes trabajan y producen bajo el dominio del capi-
tal”.53 En un contexto en donde “todas las formas de trabajo son so-
cialmente productivas”,54 tanto los trabajadores y empleados asalaria-
dos como los desocupados presentes en aquellas manifestaciones in-
tegraban una multitud. Pero si entendemos por multitud “la totalidad
de los que trabajan bajo el dictado del capital y forman, en potencia,
la clase de los que no aceptan el dictado del capital”,55 buena parte de aquella
muchedumbre resistiría identificarse con esta definición. Es por lo
menos una exageración considerar a la enorme cantidad de ahorristas
acorralados como real o potencialmente opuesta al dictado del capi-
tal; por el contrario, ellos se encontraban más interesados que ningún
otro grupo en que ese dictado no cesara y que sus ahorros e activos
financieros se respetaran. No estaban allí para acabar con el dictado
del capital sino para reestablecerlo.

52 Ídem, p. 121. Me refiero aquí especialmente a la sección de Multitud titulada

“La inteligencia del enjambre” en la que H&N critican a quienes “como la red no
tiene un centro que dicte las órdenes, los que solo piensan de acuerdo con los
modelos tradicionales creen que no hay organización de ninguna especie y sólo
ven espontaneidad y anarquía. El ataque en red se compara con las bandadas de
pájaros o de insectos de las películas de terror: una multitud de asaltantes necios,
desconocidos, inciertos, ocultos e inesperados”. Los autores señalan que esta
descripción es sólo aparente; “si se contempla el interior de una red, se observa
que sí hay organización, racionalidad y creatividad. Es la inteligencia del enjam-
bre” (Ídem., pp. 120-121).
53 H&N. Multitud, Op. cit., pp. 134-135.
54 Op. cit., p. 135.
55 Op. cit., p. 134 (énfasis mío).

111
No obstante, si aceptamos que en diciembre de 2001 todos los
manifestantes constituyeron una multitud, si aceptamos incluso (más
cerca aun, creo, de H&N) que ella ya estaba constituida previamente
puesto que el pueblo hace tiempo había estallado en multiplicidades y
diferencias ya no homogenizables, debemos entonces preguntarnos
¿qué significó esa irrupción en el espacio público?, ¿en qué sentido
fue un movimiento hacia la “democracia absoluta”, tal como la con-
ceptualizan H&N? Para responder dicho interrogante, debemos ana-
lizar previamente ese concepto. Adelantémonos a decir, en principio,
qué lugar cumple en su obra: la democracia absoluta es el modo en
que H&N luchan contra el espectro que recorre Imperio y Multitud: la
representación.56 En efecto, para estos autores, el corazón del con-
cepto de democracia que finalmente se impuso en la modernidad es
la representación. De las dos modernidades que identifican los auto-
res, de las dos tradiciones modernas nacidas en el siglo XVII euro-
peo, habría triunfado la menos democrática; en rigor, habría triunfa-
do la republicana y quedado trunca, inconclusa, la verdaderamente
democrática. Rousseau habría triunfado sobre Spinoza. “Aunque
Rousseau diga lo contrario”, corrigen los autores, “también él está
imbuido de la idea de representación, como queda de manifiesto
cuando afirma que solo la ‘voluntad general’ del pueblo es soberana,
no la ‘voluntad de todos’ “.57 En un contexto como el actual, caracte-

56 Un ejemplo: al considerar por qué los Estados Unidos han podido mantener

su hegemonía luego de la crisis económica de mediados de los 70’, H&N encuen-


tran en “el poder y la creatividad del proletariado” de ese país el motivo determi-
nante. Fue éste quien, para los autores, inventó las formas sociales y productivas
que el capital debió luego adoptar. Aquí me interesa eludir este diagnóstico y re-
parar en la base de esta supuesta fortaleza obrera americana, que no es otra text-
que su escasa representación. “En contra de la idea comúnmente difundida según
la cual el proletariado de los Estados Unidos es débil a causa de la baja represen-
tación partidaria y sindical que hay en ese país en comparación con la que existe
en Europa y en otras partes, tal vez deberíamos considerarlo fuerte por esa mis-
ma razón. El poder de la clase obrera no está en las instituciones representativas,
sino en el antagonismo y la autonomía de los trabajadores mismos”. (H&N, Impe-
rio, op. cit., p. 238). Otro ejemplo: la crisis argentina de 2001. Para Negri, en
aquel diciembre “se acabó el miedo y la democracia se abrió materialmente como
espacio público de construcción del común ¨[…] la democracia de la multitud
afirma la imposibilidad de ser representada” (Negri, Antonio y Cocco, Giuseppe.
“El trabajo de la multitud y el éxodo constituyente o el ‘quilombo’ argentino”, en
Negri, Antonio y otros. Diálogo sobre la globalización, la multitud y la experiencia argen-
tina, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 67). La conclusión que de esta crisis derivan
los autores no deja lugar a dudas: “[…] la multitud rechaza la representación,
pues ella es una multiplicidad inconmensurable. El pueblo está siempre represen-
tado como una unidad, en tanto la multitud no es representable” (Ídem., p. 68).
57 H&N, Multitud, Op. cit., p. 279.

112
rizado por la desaparición de los Estados-nación, esa democracia (re-
presentativa) estaría también tendiendo a desaparecer. Para esta teor-
ía, “será preciso concebir y practicar la democracia de una manera
diferente”,58 y esto es lo que la multitud habría asumido como tarea
propia, proponiéndose transitar desde la voluntad de la mayoría hacia
la voluntad de todos.
Contra la voluntad general del pueblo unificado que defendería
Rousseau (y junto a él, todos los teóricos de la representación), se al-
zaría la ‘voluntad de todos’ de la multitud plural, “el gobierno de to-
dos por todos”,59 por la que habría abogado Spinoza: representación
versus democracia, o democracia representativa versus democracia
absoluta. Dos cuestiones se alzan a este respecto, una teórica y otra
práctica. En primer lugar, ¿de dónde derivan los autores que el con-
cepto de democracia de Spinoza se opone radicalmente a toda repre-
sentación?60 Es sabido que Spinoza alcanzó a decir muy poco sobre
la democracia, porque su muerte lo sorprendió antes de terminar el
tercer párrafo del capítulo que le dedicara en el Tratado Político. En el
segundo párrafo Spinoza discute algunas restricciones que un gobier-
no democrático puede padecer y en el tercero justifica, de modo simi-
lar al de todos sus contemporáneos, la sumisión de las mujeres a los

58 Op. cit., p. 273.


59 Op. cit., p. 277.
60 Conviene dejar a un lado el calificativo de “absoluta”, puesto que éste no sería

para Spinoza una peculiaridad de la forma de gobierno democrática, como bien


lo ha señalado Balibar al afirmar respecto de las otras dos formas de gobierno
que, para Spinoza, “in certain conditions, both monarchy and aristocracy may be
‘absolute’ “ (Balibar, Etienne. Spinoza and politics, London y New York, Verso,
1998, p. 56). Si las tres formas de gobierno pueden ser calificadas como absolu-
tas, esto se debe menos a una peculiaridad de la democracia que a la igualación
que Spinoza establece entre derecho y poder. En efecto, si “el derecho de cada
uno se extiende hasta donde se extiende su poder” (Spinoza, Baruch. Tratado Te-
ológico-Político, Madrid, Tecnos, 1996, p. 56), también el derecho de cada Estado,
individuo de individuos, se extiende absolutamente hasta donde se extiende su
poder. La fundamentación de las formas de gobierno en Spinoza reenvía a la
cuestión del fundamento del Estado, y ésta a la del fundamento del derecho na-
tural. Lo absoluto referido a las formas de gobierno no constituye sino un eco de
lo absoluto referido al derecho-poder natural. Dicho esto, debe aclararse que,
efectivamente, Spinoza consideraba que la democracia era la mejor entre todas
las formas de gobierno por constituir la que “se aproxima más al estado natural”
(Ídem, p. 130). Pero la diferencia que existe entre el estado natural y la democra-
cia (y por ello se habla de proximidad y no se las iguala) es que en la democracia
“todos se obligan con su pacto a obrar según la voluntad común” (Ibíd.). Lo ab-
soluto de la democracia, por lo tanto, no reside –y en esto insistiré inmediata-
mente– en que en ella se excluya toda representación sino en que, por el contra-
rio, sólo en ella las condiciones para una representación general están dadas.

113
hombres por razones naturales.61 Al lector interesado en indagar so-
bre el concepto de democracia absoluta que H&N derivan de Spino-
za, los autores lo reenvían al primer párrafo del capítulo, pero incluso
en éste, resulta difícil encontrar lo mismo que ellos. Escribe Spinoza:
“Llego, por último, a la tercera forma de Gobierno caracterizada por
su riguroso absolutismo, y que se denomina democrático […] En una
democracia […] todos pueden fundarse en la Ley para reclamar el
derecho de voto en la asamblea suprema y presentar su candidatura a
los diferentes cargos”;62 esto es, en una democracia, todos son repre-
sentados y cualquiera de esos todos puede, a la vez, representar.
En segundo lugar, la cuestión práctica: ¿cómo se ejercería concre-
tamente esta voluntad no ya ‘de la mayoría’ sino ‘de todos’ de la que
nos hablan H&N, esta “forma de democracia que super[a] el para-
digma de la representación”?63 Spinoza, como ya ha quedado claro,
no dice nada al respecto en su Tratado Político. Sin embargo, sí lo hace
en su Tratado Teológico-Político, éste sí concluido y publicado en vida.64
Allí escribió Spinoza, refiriéndose precisamente al problema práctico
de aunar voluntades y procurar decisiones colectivas: “Es raro en los

61 Así, como las mujeres “no gozan naturalmente de un derecho igual al de los

hombres y […] son, naturalmente, inferiores”, quedan, junto con los esclavos,
privadas del derecho a votar en la asamblea democrática; las primeras por estar
“sometidas al poder de sus maridos”, los segundos por estarlo al de “sus dueños”
(Spinoza, Baruch. Tratado político, Madrid, Tecnos, 1996, pp. 261-262). Estas res-
tricciones, hoy inconcebibles, no debieran disminuir el valor de una meditada
filosofía política que merece ser comprendida en diálogo (crítico pero, al mismo
tiempo, condicionante) con su siglo XVII. Sin embargo, resulta imprescindible
recordar, especialmente frente a quienes han escrito mucho acerca de algo sobre
lo cual Spinoza ha escrito poco, qué ha sido lo poco que él ha escrito.
62 Spinoza, Tratado Político, Op. cit., p. 259.
63 H&N. Multitud, Op. cit., p. 293.
64 Ha sido remarcado, entre otros, por Etienne Balibar y Gilles Deleuze, que en-

tre el Tratado Teológico-Político (1670) y el Tratado Político (1677) transcurren años


agitados en los países bajos que modifican el parecer político de Spinoza. El ase-
sinato de los hermanos De Witt, enfrentados a La Casa de Orange, habría provo-
cado en el filósofo un profundo impacto, alejándolo de todo entusiasmo respecto
de las bondades de una monarquía liberal. Así, el tránsito que va del Tratado Te-
ológico Político al Tratado Político sería también el que va de la posibilidad de una
monarquía liberal a la necesidad de una democracia que garantice la libre expre-
sión. Sin embargo, entre los dos tratados no sólo pueden establecerse elementos
de ruptura sino también de continuidad. Entre estos últimos, se encuentra la ne-
cesidad de pensar y fundamentar un orden (un Estado) que permita el máximo
de libertad y el máximo de seguridad a costa de un mínimo de renuncias. Nada
parece indicar que en su tratamiento inconcluso de la democracia en el Tratado
Político Spinoza habría hablado de modo muy diferente respecto del ejercicio de la
soberanía de lo que lo hizo en el Tratado Teológico-Político.

114
consejos, tanto de las más altas como de las pequeñas potestades, que
se adopte resolución alguna por el unánime sufragio de todos los
miembros, y, sin embargo, todas las cosas se hacen aparentemente por
la voluntad de todos, tanto de aquellos que produjeron su voto con-
tra, como de los otros que lo dieron en pro”.65 La voluntad de la ma-
yoría se convierte, entonces, en la voluntad de todos. No es magia, es
política. La voluntad de todos es, en la mayoría de los casos, una apa-
riencia necesaria que posibilita que un grupo o una comunidad actúe
como sí todos quisieran lo mismo. Spinoza, que estudiaba con impeca-
ble geometría las pasiones humanas, era consciente de que no necesa-
riamente todos los hombres perseguían lo mismo ni del mismo mo-
do. Esta conciencia pareciera estar ausente en la lectura que de él
hacen H&N.
Ahora sí, entonces, podemos retornar al caso argentino. ¿Pueden
pensarse aquellos acontecimientos de 2001 como el movimiento de la
ciudadanía de la ‘voluntad de la mayoría’ a la ‘voluntad de todos’?
Quizás pueda afirmarse que, en el inicio de las manifestaciones, el re-
clamo unánime “¡que se vayan todos!” cristalizó no sólo la voluntad
de la mayoría sino la de todos, al menos, la de todos los que se movi-
lizaron. Y esto resulta más que probable. Sin embargo, caído el go-
bierno de De la Rúa, las experiencias concretas de asambleas barriales
y vecinales respondieron mucho más al funcionamiento previsto por
Spinoza en el Tratado Teológico-Político que a la democracia absoluta del
gobierno de todos por todos, nunca del todo explicado por H&N.
En aquellas reuniones fue muy “raro” que se adoptara “resolución
alguna por el unánime sufragio de todos los miembros”; y aunque
muchas veces no se lograra ningún acuerdo, algunas otras veces se
aprobaron medidas y acciones que involucraron a la totalidad de la
asamblea, como si se tratara “aparentemente” de “la voluntad de to-
dos, tanto de aquellos que produ[cían] su voto contra, como de los
otros que lo d[aban] en pro”. Como descripción general, puede esta-
blecerse que cuanto menor nivel de abstracción tuvieran los temas a
tratar, mayor heterogeneidad se verificaba en las opiniones de los
asambleístas. La furia que los había congregado no siempre alcanzaba
para unificar decisiones y cursos de acción. La voluntad de todos
siempre tenía “excepciones”; las voluntades excepcionales abandona-
ban de a poco las asambleas, mientras los “todos” que quedaban no
sólo se reducían sino que generaban nuevas “excepciones”. Por ello,
quizás, una mejor respuesta al interrogante recién formulado sea que,
al menos para el caso argentino, la pregunta no corresponde. Más que
un intento de superar el gobierno de la mayoría en aras de un gobier-

65 Spinoza, Tratado Teológico-Político, Op. cit., p.126 (énfasis mío).

115
no de todos por todos, lo que caracterizó aquel diciembre de 2001
fue el impulso de participar en la vida política del país de un modo
más activo que el que la democracia electoral prescribe. Pero el desa-
rrollo inmediato y futuro de los hechos probó que ese movimiento de
la pura representación a la participación no estuvo originado en un
malestar con la representación en sí misma sino más bien con los re-
presentantes. De hecho, las asambleas, y desde mucho antes, las or-
ganizaciones piqueteras, confiaron siempre en representantes y en
delegados que, en cada aparición pública, asumían la voz de aquellos
a quienes representaban. Y en 2003 y 2005, cada vez con menos furia,
la multitud volvió a las urnas a elegir representantes.
“¡Que se vayan todos!”: ¿el fin de la política?
A diferencia de H&N, desde la perspectiva de Ernesto Laclau sin
representación no hay política. Más aún, para él no se puede com-
prender la cuestión de las identidades políticas si no se las piensa vin-
culadas con la relación de representación. El problema para Laclau
no es cómo eludir o superar la representación política, sino cómo
pensar la articulación de las diferencias a ser representadas. Para él, la
relación de representación no es el mecanismo mediante el cual una
voluntad política preconstituida se transmite sino que es el terreno
mismo en el cual las identidades políticas se constituyen. Ahora bien,
lo político supone una complejidad social –una variedad de intereses
y de voluntades– que reclama, para poder ser representada, una arti-
culación también compleja de las particularidades. Laclau llama de-
mandas a la unidad más simple de cualquier reivindicación social y
considera que los grupos se constituyen en función de una determi-
nada articulación de demandas. En términos esquemáticos, para La-
clau, no son los grupos los que crean las demandas sino las demandas
las que crean los grupos.66 Ahora bien, en todo orden social estable-
cido hay demandas insatisfechas que pujan por satisfacerse. Estas
demandas forman parte de una doble lógica: por un lado, como cada
una de ellas es diferente de la otra, forma parte de una lógica de la
diferencia; pero por otro lado, como cada una de ellas es una deman-
da ante el poder, forma parte de una lógica de la equivalencia.67 Este
esquema es un sistema cerrado, nos dice Laclau; es decir, el sistema

66 Por esta razón Laclau indica que “preguntas tales como ‘¿de qué grupo social

son expresión estas demandas?’ no tienen sentido en nuestro análisis”. Laclau,


Ernesto. La razón populista, Buenos Aires, FCE, 2005, p. 278.
67 Por lo tanto, cada demanda es, al mismo tiempo, diferente y equivalente, dife-

rente de cada una de las otras (la identidad de cada una de ellas depende precisa-
mente de esta diferenciación) y equivalente a cada una de las otras (la equivalen-
cia de cada una de ellas tiende a cancelar su diferencia).

116
tiene un límite, una frontera, y del otro lado del límite no hay una di-
ferencia más (que, como tal, podría ser potencialmente asimilable, in-
cluible en la cadena equivalencial) sino algo excluido, algo “otro”, no
una diferencia, sino lo diferente, algo no asimilable. En el planteo de
identidad y diferencia laclauniano es fácil ver cómo este elemento ex-
cluido se constituye en el fundamento mismo del sistema, puesto que
éste se define como tal en oposición a lo que excluye, a lo “otro”, a lo
“no asimilable”. Así, el cúmulo de demandas de empleo, de seguri-
dad, de estabilidad económica, de educación, de salud, etc., de la so-
ciedad argentina de finales del siglo XX puede ser pensado, desde es-
ta teoría, como una cadena de demandas diferentes pero equivalentes
entre sí; esto es, demandas que integran una cadena equivalencial
opuesta a algo “otro” que, para utilizar los términos del Laclau de
Política e ideología en la teoría marxista, podemos nombrar como “bloque
de poder”.
En un determinado momento, nos dice Laclau, una de las de-
mandas particulares de la cadena equivalencial asume la representa-
ción de todas las demandas, una particularidad asume la voz de la
universalidad, y esto es lo que él califica como operación hegemónica.
Esa demanda particular convertida ahora en universal –resultado de
privilegiar la lógica de la equivalencia por sobre la lógica de la dife-
rencia–, es un significante vacío (o tendencialmente vacío), es “un
significante sin significado”68 (o tendencialmente sin significado), que
asume la “plenitud comunitaria ausente”, es decir, asume la represen-
tación simbólica de la totalidad.69 Tenemos, hasta aquí, que toda polí-
tica se conforma en un campo de demandas heterogéneas aunque
homogeneizables mediante una representación hegemónica consti-
tuida por significantes vacíos; y que toda política supone una frontera
dicotómica entre un interior y un exterior, sin la cual no podría haber
cadena equivalencial. Deberemos, entonces, preguntarnos ¿cuál de
todas las demandas existentes en la sociedad argentina se convirtió en
el significante vacío capaz de asumir la totalidad ausente en la crisis
argentina de 2001?; ¿cuál de esas demandas particulares se vació (o
tendió a vaciarse) de significado particular asumiendo la voz de una
universalidad, que, aunque fallida, expresara toda la cadena equivalen-
cial? Aunque luego será analizado con detenimiento, puede adelantar-
se que la demanda “¡que se vayan todos!” fue la que más se acercó a

68 Laclau, E. Emancipación y Diferencia, Buenos Aires, Ariel, 1996, p. 69.


69 La elevación de una parte al lugar del todo que esto implica, conlleva para Laclau
el riesgo de que algunos eslabones particulares de la cadena se disuelvan o, sim-
plemente, se sacrifiquen.

117
ocupar el lugar que en la teoría de Laclau tienen los significantes vac-
íos.
Ahora bien, este esquema teórico se completa con una noción
fuerte de heterogeneidad, más radical que la mera existencia de de-
mandas diferentes representables, que es la que alude a la existencia
de demandas no representables, es decir, demandas que no pueden
formar parte de la cadena de equivalencias porque sus objetivos cho-
can radicalmente con los de alguno (o varios) de los eslabones de la
cadena.70 Ejemplo de esta exclusión radical sería el lumpenproletaria-
do, tal cual Marx y Engels lo definían. Para Laclau, todos los sectores
que no participan del mundo de la producción (en sentido amplio) en
la actualidad, los excluidos de las relaciones de producción, tendrían
un lugar análogo al del lumpenproletariado de Marx y Engels, en el
sentido de que ocupan el lugar de lo heterogéneo dentro mismo del
sistema. En la construcción de un pueblo71 (que supone dos campos
antagónicos y una frontera que los divide), el espacio de representa-
ción –en este esquema, el espacio conformado por las demandas po-
tencialmente incluibles en la cadena equivalencial– puede redefinirse
mediante el establecimiento de una nueva frontera. Es aquí donde lo
heterogéneo radical –el lumpenproletariado, los excluidos– entran en
escena72 cumpliendo un rol en el establecimiento de esa nueva fron-

70 Estas demandas no asimilables en la cadena equivalencial no deben ser con-

fundidas con aquello que fue situado más allá de la frontera de exclusión. Detrás
de aquel límite, lo “otro” no era una demanda más no asimilable sino que era la
propia condición de posibilidad de la constitución de una cadena equivalencial:
era “lo diferente” (el “bloque de poder”). En cambio, esta noción fuerte de hete-
rogeneidad introduce un tipo de exclusión, una demanda si se quiere, no sólo al
margen de la cadena equivalencial sino al margen de todo sistema de representa-
ción. En el primer caso, hay un antagonismo: cadena de equivalencias vs. bloque
de poder. En el segundo caso, hay demandas excluidas por completo de ese an-
tagonismo, marginadas de la misma relación antagónica. En el primer caso, el
antagonismo era representable; es más, como se mencionó, en el esquema de
Laclau, “lo diferente” era condición sine qua non de la propia conformación de la
cadena de equivalencias. En el segundo caso, en cambio, “la heterogeneidad,
concebida de esta manera, no significa diferencia; dos entidades, para ser diferen-
tes, necesitan un espacio dentro del cual esa diferencia sea representable, mien-
tras que lo que ahora estamos denominando heterogéneo presupone la ausencia
de ese espacio común” (Laclau, La razón populista, Op. cit., p. 176).
71 Construcción, se entiende, en el sentido de constitución de una identidad polí-

tica que separe el campo popular (el pueblo) de aquello que está más allá de la
frontera de exclusión. Esta constitución no se da de una vez y para siempre, sino
que es un proceso constante definido por las luchas políticas.
72 Este “entrar en escena” es más bien una activación que una entrada, dado que,

en el planteo de Laclau, “ninguna de las diferenciaciones de nuestros tres dia-


gramas [se refiere a los esquemas de articulación de las demandas que yo he des-

118
tera, logrando (o no) incluir sus demandas, convirtiéndose (o no) en
nuevos actores políticos, produciendo (o no) nuevos significantes
vacíos que unifiquen demandas, ahora sí, dentro del sistema de repre-
sentación.
La enorme masa de excluidos acrecentada durante la década del
90’ en Argentina podría ser pensada como este “heterogéneo radical”
al margen de la representación, dado que, aunque muchos de los que
la formaban votaran, las demandas de estos sectores no tenían un ca-
nal de acceso institucional por el que pudieran ser vehiculizadas (sus
miembros no eran representados ni por gremios ni por organizacio-
nes intermedias). Estas demandas que empezaron a organizarse prin-
cipalmente en movimientos de desocupados comenzaron a hacerse
oír extraoficialmente a mediados de la década del 90’ y fueron incre-
mentándose en los años siguientes a un ritmo acelerado, análogo al
ritmo del incremento de la “masa marginal”. Este concepto, que La-
clau toma de José Nun, alude al excedente disfuncional a las relacio-
nes capitalistas de producción, es decir, no al “ejército industrial de
reserva” marxiano (funcional al sistema capitalista, puesto que ejerce
cierta regulación sobre el precio de la fuerza de trabajo asalariada),
sino al conjunto de desempleados que, a diferencia de los que forman
parte del mencionado ejército, ya no constituyen una reserva sino un
completo excedente. Para las relaciones capitalistas de producción, el
“ejército de reserva” cuenta, el “ejército excedente” simplemente so-
bra.73 Si este ejército excedente puede ocupar el lugar de lo heterogé-
neo radical en Laclau no es sólo porque sus demandas no encuentran
un canal institucional de expresión sino también porque no forman
parte de ninguna cadena equivalencial, es decir, porque los intereses u
objetivos implicados en estas demandas colisionan con los intereses u
objetivos de las demandas equivalentes. Debemos suponer entonces,
acorde a la teoría de Laclau, que las demandas de los sectores “inclui-
dos” en el sistema de representación (las demandas de empleo, de se-
guridad, de estabilidad económica, de educación, etc.) no sólo consti-
tuían una cadena de equivalencias sino que, al mismo tiempo, margi-
naban o eran indiferentes a algunas o a todas las demandas de los ex-
cluidos.74 Tenemos, entonces, hasta aquí: una cadena de demandas

arrollado en uno solo] podrían haber sido establecidas sin que el otro heterogé-
neo estuviera allí presente” (Laclau, E., La razón populista, Op. cit, p. 191).
73 Laclau cita el trabajo de Nun “The end of work and the ‘marginal mass’ the-

sis”, en Latin American Perspectives, núm. 110, vol. 27, núm. 1, enero de 2000, pp.
6-32. Véase también, del mismo autor, Marginalidad y exclusión social, Buenos Aires,
FCE, 2001.
74 Debe recordarse que las demandas que integran una cadena equivalencial, para

Laclau, son aquellas que no son absorbidas diferencialmente por un orden dado,

119
diferentes pero equivalentes, opuesta a un poder que le es creciente-
mente hostil, y unas demandas excluidas de esta cadena, opuestas no
sólo al poder que no las reconoce ni dialoga con ellas sino también a
las demandas de la cadena equivalencial. El resultado de un proceso
en el que las demandas insatisfechas se acumulan suele constituir, pa-
ra Laclau, “el surgimiento de un abismo cada vez mayor que separ[a]
al sistema institucional de la población”.75 Este parecería ser el caso
de la argentina gobernada por la ALIANZA: instituciones que no ab-
sorben verticalmente las demandas, demandas que se multiplican
horizontalmente tanto fuera como dentro de la cadena de equivalen-
cias, distanciamiento del sistema institucional de la población, en una
palabra, crisis social.76
Pasemos ahora a considerar hasta qué punto y en qué sentido
puede decirse que la demanda “¡que se vayan todos!” constituyó el
significante vacío que agrupó el conjunto de reivindicaciones particu-
lares acumuladas hacia finales de la década del 90’. Lo primero que
debe señalarse a este respecto es que el “¡que se vayan todos!” se di-
ferencia de los significantes vacíos en la teoría de Laclau, al menos, en
dos sentidos, uno relacionado con su origen y otro con su composi-
ción. Por un lado, el origen de esta demanda no fue, como se supone
en el esquema teórico de Laclau, la elevación de una demanda parti-
cular al lugar de la universalidad. La demanda “¡que se vayan todos!”
no preexistía a la movilización de los días 19 y 20 de diciembre. No
era una demanda más, a parte de la seguridad, la educación, la salud o
el empleo. Al contrario, esa demanda –que terminó por englobar a
toda la población movilizada– fue surgiendo al calor de los mismos
acontecimientos, al ritmo en que los individuos y grupos que se inte-
graban a los cacerolazos y a las manifestaciones corroboraban que el
descontento era mucho más extenso y generalizado de lo que todos
suponían. “¡Que se vayan todos!” no fue “una diferencia [que], sin

y que, por lo tanto, permanecen como demandas insatisfechas en oposición al


poder que no las contempla. Es precisamente el compartir todas ellas esta posi-
ción (la de ser demandas insatisfechas opuestas al poder) lo que las convierte en
demandas equivalentes.
75 Laclau, La razón populista, Op. cit, p. 99.
76 Laclau se ha manifestado en varias oportunidades en este sentido. Un ejemplo:

“en el 2001 se dio una enorme expansión horizontal de la protesta social, una
manera tan nueva de protesta que no tenía canales institucionales o de expresión
dentro del sistema político”. Laclau, Ernesto. Diario La Capital, Entrevista, 10 de
julio, 2005. Otro ejemplo: “Me parece que en la Argentina, a partir de las protes-
tas de 2001, hubo una expansión horizontal enorme y, por otro lado, una dificul-
tad muy grande para integrar verticalmente esa expansión horizontal creciente”.
Laclau, Ernesto. Diario La Nación, Entrevista, 21 de agosto, 2004.

120
dejar de ser particular, asum[ió] la representación de una totalidad in-
conmensurable”,77 sino una demanda que surgió espontáneamente
como expresión de un hartazgo total y generalizado. Por otro lado,
parece poco probable que esta demanda general no incluyera a los
sectores excluidos. Al contrario, los movimientos piqueteros tuvieron
una activa participación en la difusión y la radicalización de esta de-
manda. Es difícil y probablemente inútil determinar si el “¡que se va-
yan todos!” surgió en un barrio porteño o en el conurbano bonaeren-
se, en la clase media o en los sectores populares, en los ahorristas o
en los piqueteros. Lo que sí resulta sencillo –y útil– demostrar es que
este reclamo no formaba parte de la agenda de demandas de ningún
sector en particular un mes antes del estallido (en cambio, sí las de-
mandas de empleo, seguridad, etc.) y que al surgir, no dejó fuera casi
ningún sector del espacio social, contemplando tanto las demandas
que formaban parte de la cadena equivalencial como las que no. Lo
que la teoría de Laclau no contempla es que las demandas no sola-
mente preexisten a las luchas políticas sino que algunas de ellas se
forjan en la misma lucha.78 Y las que surgen en el mismo proceso de
lucha pueden terminar siendo más importantes que las demandas ori-
ginarias en función de las cuales las luchas se iniciaron. En conclu-
sión, las demandas constituyen grupos pero, como puede verse en el
caso argentino, también los grupos constituyen demandas. Regrese-
mos ahora al acuerdo con Laclau: “¡que se vayan todos!” constituyó
“el sitio de una plenitud inalcanzable”,79 se transformó en ese “objeto
que es a la vez imposible y necesario”,80 ocupó sin duda el lugar de
un significante totalizador. Pero corresponde preguntar: ¿se trató de

77 Laclau, La razón populista, Op. cit. p. 95.


78 En un fragmento de uno de los ensayos incluidos en su diálogo con Butler y
Žižek se afirma claramente lo que quiero criticar: “cuanto más extensa sea la ca-
dena de equivalencias, mayor será la necesidad de un equivalente general que re-
presente a la cadena como a una totalidad. Los medios de representación son, sin
embargo, tan sólo las particularidades existentes. Por lo tanto, una de ellas debe asumir
la representación de la cadena como totalidad. Éste es el movimiento estricta-
mente hegemónico: el cuerpo de una particularidad asume la función de repre-
sentación universal”. Laclau, E. “Construyendo la universalidad”, en Butler, La-
clau, y Žižek. Contingencia, Hegemonía, Universalidad. Diálogos contemporáneos en la iz-
quierda, Buenos Aires, FCE, 2003, p. 302 (énfasis mío).
79 Op. cit., p. 94.
80 Op. cit. Se entiende que lo que es imposible y necesario es la plenitud social

representada por el significante vacío y no la consigna misma. Sobre la imposibi-


lidad de esta consigna en particular volveré más adelante.

121
un significante “vacío”?, ¿se trató de un significante sin significado?81
Analicemos con Laclau el contenido o el vacío de esta demanda.
Unos meses después de los acontecimientos de diciembre de
2001, en una de sus visitas a la Argentina, Laclau criticó el “¡que se
vayan todos!” como un vaciamiento de la política cuyo riesgo impli-
caba “el fin de la política”. A la pregunta de si existía ese riesgo en la
Argentina, respondió:
Veamos las posibilidades lógicas: por un lado, sí, está el fin de la política
porque todo es administración. Esto significaría que no hay protesta ni dis-
enso, porque el estado es un administrador eficaz, total. Es la imagen que
uno tiene de las sociedades escandinavas, que se acercan bastante a esta des-
cripción. La otra posibilidad es que se diga, como se dice aquí, “¡Que se va-
yan todos!” Esto significa el final de la clase política; y ahí el modelo se acer-
ca al Leviatán, el estado absoluto de Hobbes. Porque decir “que se vayan to-
dos” es decir “que se quede uno”, porque alguien tiene que reglamentar la
sociedad. Contra el mito de la sociedad totalmente gobernada, el “que se va-
yan todos” es el mito de una sociedad ingobernable, que necesita de un amo
que restablezca el orden.82
Laclau interpreta que la demanda de diciembre de 2001 es una in-
vitación al autoritarismo. Sin embargo, la consigna de diciembre no
era sólo “¡que se vayan todos!” sino que se completaba con un desen-
lace que cuestiona su interpretación, incluso en el mismo plano de
una lectura literal como la que él propone. Ese desenlace era: “¡que
no quede ni uno solo!”. Los manifestantes no pedían “que se quede
uno” sino “que no quede ni uno solo”. ¿Cómo leer esta demanda?
No resulta un hecho menor que, como fue señalado más arriba, esta
demanda no existiera previamente. Ello indica que debe entendérsela
como símbolo de un creciente proceso de hartazgo, como el resulta-
do (y no como el inicio) de la movilización. Aquel miércoles 19 el
pueblo (en el marco de la teoría de Laclau es legítimo conservar este
término)83 salió a la calle espontáneamente, desintegrado, disperso, y
fue mediante la creación de (y el contagio con) esta consigna que es-
tableció una fugaz afinidad entre sus integrantes. A éstos los unía,
como ya se dijo, el “estar en contra” del gobierno; pero también, el

81 Como se dijo anteriormente, este “vacío” también es presentado por Laclau

como una “tendencia”. De todos modos, si consideramos el “¡que se vayan to-


dos!” como un significante tendencialmente vacío, sigue siendo lícito preguntarnos
por su contenido.
82 Laclau, E. Megafón. Comunicación y Cultura. Entrevista, Buenos Aires, 4 de Agos-

to, 2002.
83 El pueblo no es, para Laclau, un dato de la estructura social sino “un acto de

institución que crea un nuevo actor a partir de una pluralidad de elementos hete-
rogéneos”. Laclau, La razón populista, Op. cit. p. 278.

122
modo de “estar en contra”. “¡Que se vayan todos! ¡que no quede ni
uno solo!”, menos una ‘demanda’ (en el sentido de una petición) que
un ultimátum, reflejó sobre todo un sentimiento de bronca y de har-
tazgo.
Ahora bien, innumerables manifestaciones anteriores de diversos
sectores sociales (en algunos casos, de sectores incluidos como los
universitarios y, en otros, de sectores excluidos como los desocupa-
dos y los piqueteros) ya habían expresado su bronca y su hartazgo en
reiteradas ocasiones; por lo tanto, no puede decirse que estos senti-
mientos hayan constituido una novedad. Si diciembre de 2001 consti-
tuyó una manifestación sin precedentes fue porque ambos sentimien-
tos fueron experimentados por amplios sectores de la población co-
mo una indignación privada (y, en este sentido, puede decirse que fue
la clase media la que imprimió su lógica a los acontecimientos): me-
diante una inesperada ampliación del espacio doméstico (no es un
hecho menor que los objetos utilizados en la protesta hayan sido
elementos propiamente domésticos, cacerolas y cucharones), la con-
ciencia del propietario privado se extendió a la ciudad y al país, y en
consecuencia, se tradujo en la necesidad de echar a quienes, una vez
pensado lo público como propio, aparecían como “intrusos”.84 Como
si hubiera escuchado ruidos en la noche, la clase media se levantó en
salto de cama y descubrió al ladrón de sus ahorros (y de sus sueños y
de su futuro, pero fundamentalmente, de sus ahorros) “con las ma-
nos en la masa”. “¡Que se vayan todos! ¡que no quede ni uno solo!”
significó también “¡fuera de aquí!, ¡impostores!, ¡intrusos!, ¡esta es
nuestra casa!” Si el gobierno había considerado lo privado público al
incautar sus ahorros, la clase media ahora consideraba lo público pri-
vado al echarlos de su propiedad.
Moviéndonos un poco más aun de la literalidad de la consigna,
cabe agregar que no todas las demandas políticas persiguen un fin
“real”, en el sentido de aquella Realität criticada por Hegel, sino que
algunas de ellas son fundamentalmente simbólicas, y por ello, reales
en el sentido fuerte del término (Wirklichkeit). Así, el grito “¡que se
vayan todos! ¡que no quede ni uno solo!” no debería ser comparado
con una demanda cuya implementación resulta posible y viable (co-
mo, por ejemplo, la demanda por bajar un impuesto) sino con aque-
llas que, sin ser posibles ni viables, simbolizan una actitud y una deci-
sión política y ética que encuentra en la mención de una imposibili-
dad su expresión más radical (como, por ejemplo, las demandas de
los familiares de los desaparecidos bajo la última dictadura militar ar-

84 Es decir, aquella noche no se convirtió lo privado en público sino lo público

en privado. La lógica de la propiedad privada se extendió al espacio público.

123
gentina, que aun hoy exigen la “aparición con vida” de sus seres que-
ridos). En este tipo de consignas importa menos lo que se afirma que
lo que se impugna mediante la exigencia de lo imposible. Es difícil
pensar que los manifestantes que empuñaron aquella consigna en di-
ciembre de 2001 creyeran que un país puede gobernarse con “nadie”;
más plausible resulta asumir que, mediante la demanda de lo imposi-
ble, se impugnaba radicalmente a quienes lo (in)gobernaban, a quie-
nes obnubilados por el imperio de lo posible, juzgaban hasta ese
momento como imposible que una manifestación civil masiva exigie-
ra su plena dimisión. Probablemente, lo que deba enfatizarse de este
proceso sea menos la imposibilidad de lo que se exigía que el hecho
de que haya sido posible la exigencia de lo imposible.
Ahora bien, nadie salió aquella noche con un programa político
bajo el brazo. Si pocos imaginaban que horas después las cacerolas
provocarían (o colaborarían a provocar) la huida en helicóptero de
De la Rúa, menos aun sabían cómo o con qué reemplazarlo. Pode-
mos entonces preguntarnos: “¡Que se vayan todos!” ¿implicó un sui-
cidio de la política? Aquellas movilizaciones ¿movieron al pueblo
hacia la política o lo alejaron de ella? Laclau piensa que sucedió más
lo segundo que lo primero:
Hay toda una política alternativa que dice ‘abandonemos el campo de la
política’; como se decía en Argentina hace algunos años: ‘que se vayan todos’.
Pero que se vayan todos quiere decir ‘que alguien se quede’. Y entonces,
¿quién se queda? Es decir, lo que yo creo que tenemos que pensar es una
forma de ir más allá de una política institucionalista como la que ha existido,
pero no ir más allá de la política. La política tiene que quedar y es esencial.85
Si atendemos al contexto histórico descripto al comenzar este tra-
bajo, la conclusión que se desprende a este respecto resulta en buena
medida contraria a la de Laclau. En efecto, nunca se estuvo más cerca
del ‘abandono de la política’ que cuando la implementación del neoli-
beralismo logró con notable éxito que la economía y la política fueran
percibidas como ámbitos ontológicamente distintos. Durante la larga
década del 90’, fue negando la política que la economía conquistó el
status de reino natural.86 Así, la economía se convirtió en una esfera
85 Laclau, Ernesto. Revista electrónica Teína, Entrevista, Núm. 5, Valencia, Julio-

Agosto-Septiembre de 2004.
86 El comienzo de este proceso puede situarse en el brutal impacto real y simbó-

lico que tuvieron en amplios sectores de la población los procesos hiperinflacio-


narios de 1989 y de principios de la década del 90’. Fue a raíz de estas traumáticas
experiencias que las fuerzas económicas comenzaron a ser percibidas, por un
lado, como invencibles y por el otro, como ajenas a las voluntades políticas. La
propia democracia, como derecho y deber ciudadano, se vio debilitada. La irre-
frenable devaluación de la moneda en 1989 fue seguida por una significativa de-

124
independiente, autónoma y portadora de una justicia “natural” (dado
que distribuía los recursos disponibles en función de leyes naturales);
y la política fue obligada a subordinarse a los dictados de la primera,
acompañando (y en el mismo movimiento, legitimando) la suerte
asignada por el mercado a cada sector social y a cada individuo. El
mito de la no interferencia en los asuntos económicos,87 al mismo
tiempo que desalentó el rol del Estado en la vida económica, ocultó
el sentido de la intervención (política) que posibilitaba. La política se
abandonó a los dictados de la economía. Lo “político” se convirtió en
la mera administración de consecuencias originadas fuera de los al-
cances del gobierno; las políticas llevadas a cabo se justificaban como
consecuencias inevitables ante causas irreversibles.88 En relación a
esta historia, el estallido de diciembre de 2001 puede ser leído no co-
mo el ‘fin de la política’ sino como el fin del ‘fin de la política’, como
una reacción espontánea y desordenada contra el abandono de la
política operado durante la larga década del 90’. La economía (los
ahorros, el sistema bancario, el tipo de cambio, la deuda externa)
emergió como un reino eminentemente político; la política no podía
ya más seguir consistiendo en la simple administración de catástrofes
sociales concebidas como naturales; la clase media en la calle exigía la
caída de un ministro de economía, la salida de un presidente, el fin de
una casta de políticos; no el fin de la política sino su recomienzo.
Ahora bien, como ya se mencionó, caído el gobierno de la ALIAN-
ZA, buena parte de los políticos fuertemente cuestionados se quedó,
no se fue. Sin embargo, no es cierto que nada había cambiado. El go-
bierno peronista de Rodriguez Saá duró sólo una semana por dos
motivos: por un lado, porque los principales referentes de su propio
partido, desconfiando de sus faraónicas ambiciones, le restaron apo-
yo. Pero por otro lado, porque Rodriguez Saá, al convocar a su gabi-

valuación de la misma idea de democracia como valor. La década que comenzaba


reservaría a la democracia (y a la política en general) un espacio claramente supe-
ditado a las fuerzas económicas.
87 Este mito se tradujo concretamente, en lo que he denominado la larga década

del 90’ (1989-2001), en “desregulación” de mercados, liberalización comercial,


cesión de los activos públicos al capital privado, destrucción y/o empobrecimien-
to de la seguridad social pública, etc.
88 Este abandono de la política se acercaría más a lo que Laclau llama “el fin de la

política porque todo es administración”. Sin embargo, no porque no haya habido


“protesta ni disenso”, ni “porque el estado [haya sido] un administrador eficaz”,
ni mucho menos porque la Argentina de finales de siglo haya tenido algún pare-
cido con “la imagen que uno tiene de las sociedades escandinavas”. El caso ar-
gentino demuestra que “la política como administración” puede triunfar como
ideología aun en países cuyos administradores son ineficaces, aun en países con
altos niveles de protestas y disenso.

125
nete a algunos de los políticos más fundadamente acusados por co-
rruptos del gobierno del ex presidente Menem,89 provocó el viernes
28 de diciembre una segunda serie de masivos cacerolazos que obli-
garon su renuncia. Las cacerolas marcaron el ritmo político de aquel
fin de año; los políticos no se habían ido, pero la política había vuel-
to.
Cabe agregar un elemento más del planteo de Laclau y es aquel
que refiere a la movilidad de la frontera dicotómica, movilidad que en
su esquema es producida por una segunda cadena equivalencial que
disputa a la primera ciertas demandas particulares. Concretamente,
Laclau está pensando en que una demanda articulada en un proyecto
hegemónico (o que aspire a serlo), puede ser reapropiada por otro
proyecto hegemónico (o que aspire a serlo) mediante su articulación
con otros eslabones no contemplados en la primera cadena. No habr-
ía, en este caso, sólo significantes vacíos (una demanda que represen-
te a todas las de una cadena) sino también significantes flotantes (una
demanda que, articulada con ciertos eslabones, representaría ciertas
demandas, y articulada con otros eslabones, ciertas otras demandas).
Aplicado a nuestro análisis puede pensarse que, luego del estallido, la
demanda “¡que se vayan todos!” comenzó a ser ella misma también
un botín político. En los términos de Laclau, se intentó articularla
con diferentes proyectos hegemónicos, se intentó sumarla a diferen-
tes cadenas equivalenciales. “¡Que se vayan todos!” se transformó en
un “significante flotante”; tanto sectores de derecha como de izquier-
da hicieron lo posible por incorporarla de algún modo, articulándola
con demandas disímiles y hasta opuestas. Las cientos de asambleas
barriales la coreaban como si constituyese su himno. Los piqueteros
la incorporaron a sus consignas. Los ahorristas se agolpaban en las
puertas de los bancos y la cantaban y escribían con aerosoles en los
vidrios y fachadas de las entidades financieras. En conclusión, adap-
tando los términos de la teoría de Laclau al análisis de la crisis que
estudiamos, puede decirse que el “¡que se vayan todos!” ocupó el lu-
gar del objeto a la vez imposible y necesario, de un significante (quizá
no tan) vacío, primero, y flotante, después, que puso en situación de
redefinición los campos antagónicos y obligó el establecimiento de
una nueva frontera política (no sólo por el papel que jugaron los ex-
cluidos, cuya incorporación Laclau ubica en el centro de estos corri-
mientos, sino por el papel fundamental que desarrollaron los sectores

89 Entre ellos, Carlos Grosso, José Luis Manzano y Matilde Menéndez.

126
medios incluidos pero hartos del precio pagado por dicha inclu-
sión).90

90 La historia argentina posterior, los comicios de 2003 y el triunfo y el gobierno

de uno de los tres candidatos peronistas que compitieron en las elecciones cons-
tituyen un escenario muy propicio para continuar la discusión con Laclau sobre
uno de los temas que más lo apasionan, la razón populista. Esta discusión nos
permitiría comprender (y criticar) su entusiasmo con el gobierno del presidente
Kirchner, manifestado en varias oportunidades. Véase, por ejemplo, esta evalua-
ción suya del sistema político argentino actual: “Creo que el sistema político ar-
gentino está en la mejor situación que yo he conocido en muchísimos años. Hay
un momento de creatividad política muy interesante en la Argentina actual. Hasta
donde yo veo y analizo el proceso argentino desde el exterior, creo que este go-
bierno está tratando de hacer lo mejor posible para crear una sociedad democrá-
tica en el país” (Laclau, Ernesto. Diario La Nación, Entrevista, 21 de agosto,
2004). Este entusiasmo práctico de Laclau obedece, a mi juicio, a una de las con-
clusiones teóricas de La razón populista, a saber: a la idea de que la lógica política
es stricto sensu la lógica populista. Al respecto, resulta interesante recordar que,
hace casi treinta años (en 1977), Laclau había emprendido una tarea relativamen-
te similar a la llevada a cabo en su último trabajo, arribando a conclusiones dife-
rentes pero evidenciando dificultades similares. En efecto, en Política e ideología en
la teoría marxista se había propuesto encontrar lo específico del populismo, acu-
diendo al concepto de “interpelación” de Althusser, indicando que, al nivel de las
relaciones de producción, la ideología interpela a los sujetos como clase vs. clase
(interpelaciones clasistas), pero a nivel de una formación social concreta, los suje-
tos son interpelados como pueblo vs. bloque de poder (interpelaciones popular-
democráticas). La conclusión de aquel Laclau era que lo que transforma a un dis-
curso ideológico en populista es una peculiar forma de articulación de las interpe-
laciones popular-democráticas al mismo. El populismo consistía, entonces, “en la
presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico res-
pecto a la ideología dominante” (Política e ideología en la teoría marxista, Madrid, Siglo
XXI, 1986, p. 201, énfasis del autor). En dicho análisis, sin embargo, Laclau no
había logrado definir lo específico del populismo, dado que, desde cierta tradi-
ción política, el antagonismo puede ser pensado como el modo natural en el que
las interpelaciones políticas son estructuradas por cualquier discurso ideológico,
populista o no. Cuando hace treinta años Laclau creía haber encontrado la dife-
rencia específica que hace al populismo, populismo, en realidad nos estaba dando
una nueva fórmula para pensar la diferencia específica que hace a la política, polí-
tica. En La razón populista soluciona este problema pero no remitiendo la lógica
populista a cierta lógica política sino al contrario, convirtiendo toda lógica verda-
deramente política en una lógica populista. “¿Significa esto que lo político se ha
convertido en sinónimo de populismo?”, pregunta Laclau y contesta: “Sí, en el
sentido en el cual concebimos esta última noción”. (La razón populista, op. cit., p.
195). Laclau ha convertido toda política en populismo; nos ha dado nuevos
términos para pensar la lógica política, sin embargo, nos sigue adeudando aque-
llos aptos para pensar las experiencias populistas en su especificidad.

127
Clases medias y revolución
La propuesta política de Laclau, deducible de su teoría de la arti-
culación y explícitamente enunciada en su temprano Hegemonía y estra-
tegia socialista (escrito en colaboración con Chantal Mouffe) es la de
una “democracia radical”. “La tarea de la izquierda”, decían los auto-
res en la década del 80’, “no puede por tanto consistir en renegar de
la ideología liberal-democrática sino al contrario, en profundizarla y
expandirla en la dirección de una democracia radicalizada y plural”.91
Todos sus trabajos posteriores son compatibles con (y complementa-
rios de) este camino estratégico sugerido: en las condiciones históri-
cas de las sociedades contemporáneas, la estrategia de la izquierda no
puede seguir consistiendo en atarse a viejas categorías que, en el me-
jor de los casos, sirven para explicar un mundo que ya no es el nues-
tro, sino que debe pasar por articular una pluralidad de demandas ba-
jo un significante hegemónico que posibilite la implementación de
políticas progresistas y democráticas. El proyecto político de H&N,
como se vio, es el de una “democracia absoluta” cuyo sujeto político
sería la multitud. “La multitud, aunque siga siendo múltiple e inter-
namente diferente, es capaz de actuar en común y, por lo tanto, de
regirse a sí misma. En vez de un cuerpo político en donde uno man-
da y otros obedecen, la multitud es carne viva que se gobierna a sí
misma”.92 En consecuencia, esta es su apuesta política: “La multitud
pasará a través del imperio y emergerá para expresarse autónoma-
mente y gobernarse a sí misma”.93 Slavoj Žižek, en cambio, critica
estas “soluciones democráticas” denunciando sus implicancias con-
servadoras y su complicidad con el sistema capitalista.94
En su esfuerzo por enfatizar la necesidad de combatir y superar el
capitalismo, Žižek repite a Lenin al modo en que el Pierre Menard de
Borges reescribe El Quijote, esto es, persiguiendo encontrar en la co-
pia fiel un máximo de diferencia. Esta diferencia no estaría dada por
hacerle decir a Lenin algo completamente distinto de lo que dijo sino
por hacer que sus mismas palabras suenen en nuestro mundo –
notablemente distante de aquél que las originó. Repetir a Lenin, por
lo tanto, es el intento de alcanzar un máximo de diferencia respecto

91 Laclau, E. y Mouffe, Ch. Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de

la democracia, Madrid, Siglo XXI, 1987, p. 199.


92 H&N, Multitud, Op. cit., p. 128 (énfasis de los autores).
93 Op. cit., p. 129.
94 Lamentablemente, no conocemos ningún escrito ni manifestación de Žižek

sobre la crisis argentina de 2001; sin embargo, de sus comentarios a las teorías de
H&N y de Laclau y de su propio pensamiento se derivan algunas reflexiones cu-
yos desarrollo y crítica resultan apropiados para nuestro análisis.

128
de las voces actuales. De este modo, esta repetición parecería ser en
Žižek una opción estratégica: hoy podemos ser zapatistas o piquete-
ros, se nos está permitido ser foucaultianos y deleuzianos, incluso
hasta queda bien en casi cualquier ámbito un poco de Marx. “En Wall
Street”, nos dice Žižek, “hay gente que lo ama –Marx el poeta de las
mercancías, el Marx que proporcionó descripciones perfectas de la
dinámica capitalista, que retrató la alienación y reificación de nuestra
vida diaria–”95; pero ¡Lenin! Su nombre, que para muchos representa
el fracaso de los ideales revolucionarios, produce una especie de eco
molesto en nuestras vidas “pos” que Žižek considera saludable. La
crítica de Žižek al “significante-Amo” de la “democracia” se enmarca
en esta disposición general perturbadora que anima su repetición de
Lenin. No basta con decir que uno es anticapitalista, “el significante
‘anticapitalismo’ ha perdido su aguijón subversivo”.96 Para Žižek ha
llegado la hora de poner en discusión la misma “democracia”; éste es
el supuesto que, mientras muchos proponen como salida a la situa-
ción actual, pocos problematizan. En palabras del autor: “Éste es el
hueso duro del universo capitalista global de hoy, su verdadero signi-
ficante-Amo: democracia”.97 Hasta aquí, Žižek promete un ataque a
la democracia como tal, a la democracia a secas. Pero cuando co-
mienza su crítica, la democracia aparece calificada; no se trata de un
ataque a la democracia, sino a “la democracia liberal” que “no puede
sobrevivir sin la propiedad privada capitalista”.98 Luego agrega una
aclaración más: no se puede ser verdaderamente anticapitalista si no
se problematiza “la forma política del capitalismo (la democracia par-
lamentaria liberal)”.99 Así, lo que comenzó prometiendo ser una crítica
contra la misma idea de democracia –lo cual hubiera significado un
desafío intelectual loable, a saber: ¿cómo criticar la democracia en sí
misma sin caer en ninguna forma de despotismo abierto (dado que
siempre se puede decir que la democracia es un despotismo encubier-
to)?– terminó en una crítica con la que es más fácil imaginar coinci-
dencias: la necesidad de cuestionar el “legado liberal-democrático”100
engendrado por el capitalismo. De algún modo, lo que Žižek dice que
sucede con Marx es lo mismo que ahora parecería decirnos que suce-
de con la democracia: a ambos se los ha despojado de su capacidad
de subvertir el orden de cosas dado y, por lo tanto, mencionar a Marx

95 Žižek, S. A propósito de Lenin, Buenos Aires, Atuel, 2003, p. 11.


96 Op. cit., p. 102.
97 Op. cit., (énfasis del autor).
98 Op. cit., p. 103. (énfasis mío).
99 Op. cit. (primer énfasis del autor; segundo énfasis mío).
100 Op. cit.

129
o decirse democrático es absolutamente compatible y hasta funcional
al orden capitalista. Ahora bien, buena parte de la izquierda contem-
poránea suscribiría este diagnóstico. H&N, por ejemplo, dirían que
por eso mismo ellos han debido regresar muy atrás, hasta una de las
modernidades olvidadas en el siglo XVII, para encontrar un concepto
de democracia verdaderamente subversivo, la democracia absoluta,
mediante la cual el legado liberal democrático de la representación
quedaría abolido. En cuanto a nuestro otro autor, el propio Žižek –al
preguntarse cómo evitar el eterno papel de “resistencia” atribuible a
una suerte de Alma Bella hegeliana– escribe: “La respuesta usual de
Laclau (pero también de Claude Lefort) es: democracia”, y aclara, “no
en su forma liberal-parlamentaria concreta, sino como Idea infinita,
para ponerlo en los términos platónicos de Badiou”.101 Es decir,
Žižek sabe que no está sólo cuando critica la forma “democracia libe-
ral”; buena parte de la izquierda intelectual está con él. Quizás, por
ello mismo, intenta separarse: “por más convincente que pueda so-
nar, uno debe rechazar esta salida fácil”.102 La explicación de Žižek es
que debemos rechazar el apego acrítico a la democracia porque el
“sistema formal positivo que regula la multitud de sujetos políticos
que compiten por el poder, tiene que excluir algunas opciones como
‘no democráticas’, y esta exclusión, esta decisión fundante sobre
quién es incluido y quién queda excluido del campo de las opciones
democráticas, no es democrática”.103 La “salida fácil” que Žižek re-
chaza no pareciera ser, entonces, la democracia en sí misma, sino el
juego legal-formal de las instituciones liberal democráticas que obliga
a que, “por más manipulación electoral que haya tenido lugar, todo
agente político respetará incondicionalmente los resultados”.104 Con-
secuentemente, Žižek termina convocando a la izquierda a “en algu-
nas circunstancias, por lo menos, cuestionar la legitimidad del resul-
tado de un procedimiento democrático formal”.105
Ahora bien, en el caso argentino, no pocos comicios en los últi-
mos veinte años fueron impugnados al día siguiente mismo de las
elecciones por sectores de la izquierda política e intelectual, sin gran
eco en la sociedad ni en la Justicia.106 Estas denuncias han demostra-

101 Op. cit., p. 169.


102 Op. cit.
103 Op. cit. Argumentos similares reproduce luego en La revolución blanda, Buenos

Aires, Atuel, 2004, pp. 55-63.


104 Žižek, Slavoj. La revolución blanda, Op. cit., p. 81.
105 Op. cit.
106 Un problema que Žižek parece no contemplar es que la impugnación de un

proceso electoral no es necesariamente un acto exclusivo de las izquierdas. La


pregunta que Žižek debería responder es qué sucede cuando es la derecha quien

130
do ser inocuas o insuficientes porque la presencia o ausencia de este
cuestionamiento no parecería ser el problema central de las democra-
cias débiles o en proceso de consolidación. Más que el formalismo
democrático, el problema de éstas parecería descansar en su ejercicio
informal. La crisis de 2001 argentina evidenció una característica de
las democracias contemporáneas que pocos desconocen pero que, al
mismo tiempo, pocos denuncian y que, aunque resulte una obviedad,
merece ser destacado: mientras la gran mayoría de la población se ex-
presa en las urnas cada dos años, los agentes económicos más pode-
rosos tanto nacionales como extranjeros (mediante sus decisiones
económicas y sus movimientos financieros) votan todos los días. El
problema fundamental parecería ser menos la “democracia formal”
que esta suerte de “democracia informal”, es decir, la posibilidad co-
tidiana que tienen ciertos sectores de poder de tomar decisiones que
pesan mucho más en el cauce político de un gobierno (y en el
económico de una nación) que las que toman los ciudadanos en los
comicios “formales”.107 En el marco de esta crítica a la democracia
informal, los episodios de 2001 podrían leerse de otro modo: los
agentes económicos más grandes, que usualmente son los que dispo-
nen de mejor información y de mayor flexibilidad para sus movimien-
tos, comenzaron a retirarse del sistema financiero votando en cada
una de sus operaciones contra la estabilidad del gobierno; el gobierno
negaba la crisis que estas votaciones informales provocaban en el sis-
tema e incautaba los depósitos de aquellos que, como votan cada dos
años, teóricamente no podrían causar graves problemas hasta el 2003
–año de las próximas elecciones–; finalmente, cuando la clase media
cayó en la cuenta de que había sido estafada, salió con sus cacerolas a
botar (ya no a votar) a un gobierno y a una casta política a quienes
señalaba como culpables. En este sentido, la crisis de 2001 confirmó
el conocido diagnóstico marxista –oportunamente recordado por

discute el veredicto de las urnas. En las elecciones presidenciales de 2003, por


caso, las sospechas sobre la validez de los comicios provinieron de los sectores
vinculados a los dos candidatos más cercanos a la derecha del peronismo, Rodri-
guez Saá y Menem
107 Es cierto que esta capacidad cotidiana de votar que tiene el poder económico

concentrado no es exclusiva de los países con instituciones débiles; se podría ar-


gumentar que la combinación de democracias representativas y capitalismo per-
mite (o quizás, esté fundada) en el ejercicio real o posible de esta capacidad. Sin
embargo, resulta evidente que en los países con instituciones débiles el poder de
voto (y de veto) que ejerce el poder económico concentrado tiene efectos deses-
tabilizadores mucho más profundos que en los países con instituciones sólidas.
Basta recordar que, en 1989, un puñado de agentes económicos desató un proce-
so hiperinflacionario que acabó con el gobierno de Alfonsín y sentó las condi-
ciones para las reformas estructurales de la década del 90’.

131
Žižek– de que la democracia política se basa en la propiedad privada
(y que, por lo tanto, el nivel de decisión de los agentes es tanto mayor
cuanto más importante sea su capital). Sin embargo, Žižek no deduce
de ello que, en la actualidad, la crítica de izquierda a las democracias
realmente existentes debería comenzar enfatizando más los proble-
mas derivados de esta informalidad democrática que de su formalis-
mo.
De todos modos, la lucha de clases nunca se traduce en una com-
petición electoral democrática para Žižek –quien, paradójicamente,
fue candidato a la presidencia de Eslovenia por un partido liberal. Es-
to significa que la lucha de clases no se expresa en actos electorales
porque el hecho mismo de que éstos existan (en la forma en que exis-
ten) es ya su resultado. Por ello es tarea de la izquierda volver a elevar
la categoría de clase a su rango central. Aquí radica la crítica funda-
mental de Žižek a los estudios culturales, al poscolonialismo y a los
pensadores posmodernos en general. Estos ignoran que, al rebajar la
“clase” a la categoría de ser un eslabón más en la cadena de luchas
particulares (género, raza, derechos humanos, religión, ecología, etc.),
neutralizan su rol estructurante clave e inmunizan su potencial sub-
versivo.108 En opinión de Žižek, la preocupación de los estudios cul-
turales y las corrientes “pos” por las políticas de identidad es la con-
tracara de su despreocupación por el problema de la dominación de-
ntro del capitalismo.109 De este modo, Žižek se acerca en esto a
H&N. Para ellos también “las estrategias posmodernas y poscolonia-
listas que aparentemente son liberadoras no se opondrían a las nuevas
estrategias de dominio, sino que en realidad coincidirían con ellas e,

108 No sin ironía, el filósofo esloveno afirma: “Estamos entonces librando nues-
tras batallas de computadora por los derechos de las minorías étnicas, de los va-
rones homosexuales y las lesbianas, de los diferentes estilos de vida, y así sucesi-
vamente, mientras el capitalismo continúa su marcha triunfal. Y la actual teoría
crítica, en la forma de los ‘estudios culturales’, le está brindando el servicio fun-
damental al desarrollo irrestricto del capitalismo, al participar activamente en el
esfuerzo ideológico tendiente a hacer invisible su presencia masiva (…)”. Žižek,
S., El espinoso sujeto, Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 237.
109 En pocas palabras, cambiar para no cambiar nada. En palabras de

Žižek: “Toda actividad del filántropo frenético, políticamente correcto,


etc., encaja en la fórmula de ‘¡sigamos todo el tiempo cambiando algo
para que, globalmente, las cosas permanezcan igual!’. Si los Estudios Cul-
turales critican al capitalismo, lo hacen a la manera codificada ejemplar-
mente por la paranoia liberal hollywoodense: el enemigo es el ‘el sistema’,
‘la organización’ oculta, ‘la conspiración’ anti-democrática, y no simple-
mente el capitalismo y sus aparatos de Estado”. A propósito de Lenin, Op.,
cit., p. 23.

132
incluso, ¡las fortalecerían involuntariamente!”.110 Es decir, para H&N,
los posmodernos equivocan el enemigo: luchan contra una soberanía
moderna inexistente y consideran que la Ilustración (y sus binaris-
mos) es el principal rival a derrotar. Laclau, en cambio, permanece
más distante de estas críticas, no tanto por coincidir con el posmo-
dernismo sino por no acordar con la división que establece Žižek en-
tre el pensamiento “pos” y la lucha de clases. No hay, para Laclau,
políticas de reconocimiento por un lado y lucha de clases por el otro,
sino que “la lucha de clases es simplemente una especie de política de
identidad”.111 En consecuencia, para Laclau, todas las luchas (y no
sólo la de clases) son políticas (este carácter político de cualquier con-
flicto actual es, como se vio, también resaltado por H&N).112 Lo que
agrega Laclau es que, en el mundo contemporáneo, la lucha de clases
es “cada día menos importante”113 en comparación con otros tipos
de luchas; no existe, para Laclau, ningún lugar específico dentro del
sistema capitalista que goce de un status privilegiado en la lucha con-
tra aquél.114

110 H&N, Imperio, Op. cit., p. 130. Estas críticas no se contradicen con la afirma-
ción de los autores de que ellos son “comunistas posmodernos”. De la lectura de
Imperio y Multitud surge claramente que la posmodernidad que estos autores asu-
men como propia se encuentra primordialmente en la ausencia de la nostalgia
por un mundo moderno al que debería retornarse. “En este sentido somos, sin
duda, ‘posmodernistas’ “ (H&N, Multitud, Op. cit., p. 227).
111 Laclau, E.. “Estructura, historia y lo político”, en Butler, Laclau, y Žižek. Con-

tingencia, Hegemonía, Universalidad, op. cit., p. 205. Para Laclau, la lucha de clases es
un antagonismo sin contradicción. Esto es, el antagonismo entre los capitalistas y
el proletariado no implica necesariamente que el último luche contra los prime-
ros. Por ello, afirma Laclau, “no hay nada en las demandas de los trabajadores
que sea intrínsecamente anticapitalista” (ídem, p. 204, énfasis del autor). Sin embar-
go, esto no significa que no haya fuerzas o demandas políticas anticapitalistas; lo
que significa es que éstas no tienen en la lucha de clases su lugar privilegiado.
112H&N consideran que las luchas de los nuevos movimientos sociales no son luchas in-
ternacionalistas, en el viejo sentido del término. Por el contrario, son luchas biopolíticas,
porque son a la vez económicas, políticas y culturales. Toda lucha es biopolítica porque la
producción de la vida está implicada en cada una de ellas. Sin embargo, según H&N, las
luchas no se vinculan horizontalmente entre sí sino que están unidas verticalmente al cen-
tro virtual del imperio.
113Laclau, “Estructura, historia y lo político”, Op. cit, p. 205.
114La posición de Laclau respecto de la situación actual y futura de las identida-
des de clase es tajante. Él no ve muchas posibilidades de que en el porvenir re-
presenten gran cosa y sospecha de lo que representen hoy. “La cuestión clave
que habría que preguntarse es si estas tendencias se acentuaron más en el mundo
del capitalismo avanzado o si, por el contrario, dominaron las contratendencias
que fortalecen las identidades de clase. La pregunta no necesita respuesta. Todavía
quedan en el mundo remanentes de identidades plenas de clase –enclaves mine-
ros, algunas áreas campesinas atrasadas-, pero la línea fundamental del desarrollo

133
Žižek se opone a este diagnóstico no sólo por considerarlo equi-
vocado sino también por juzgarlo peligroso. Para él, renunciar a nues-
tra capacidad de discernir lo estrictamente político y aceptar la equi-
paración de la lucha de clases a todas las demás equivale a renunciar a
todo intento de superar el régimen capitalista liberal existente. A ries-
go de que lo tilden de esencialista, Žižek insiste en la centralidad de la
clase y cuestiona la politicidad de las luchas que no son de clase.
Habría, al parecer, para Žižek, dos modos de concebir lo político,
uno débil y otro fuerte. Los así llamados “nuevos movimientos socia-
les” (el feminismo, el anti-racismo, la ecología) serían movimientos
políticos en el sentido débil, en la medida en que reclaman una inter-
vención política del poder para que se reconozcan derechos particula-
res; sin embargo, precisamente por carecer de una dimensión univer-
sal, por no relacionarse con la totalidad social (como sí la lucha de
clases), no serían políticos en un sentido fuerte del término. El pro-
blema de considerar todas las luchas como igualmente políticas –
parecería decirnos Žižek– es que ninguna acaba siéndolo realmente.
La politización de espacios antes considerados apolíticos o privados
(como la familia, por ejemplo) se ha hecho a costa de la despolitiza-
ción de hecho del capitalismo, de la despolitización de la explotación
capitalista. A este fenómeno de despolitización o de negación de lo
político Žižek lo llama “pospolítica”.115 Si en la actualidad las deman-
das de los trabajadores pueden ser absorbidas por el sistema capitalis-
ta sin generar fricciones ni resistencia, esto no significa que no haya
lucha de clases sino que, en esa lucha, es el capital el que ya ha triun-
fando. En este sentido debe ser leída su afirmación de que “el capital
es el ‘universal concreto’ de nuestra época histórica”;116 el capitalis-
mo, en opinión de Žižek, sobredetermina también todos los estratos
no económicos de la vida social, incluso el ideológico, el político y el
académico. El tránsito producido en este último ámbito desde lo que
hoy se tilda de “esencialismo” (económico, sexual, etc.) hacia la cele-
bración de las particularidades y la conciencia de la contingencia
(económica, sexual, etc.) debería ser pensado, desde Žižek, menos
como un avance epistemológico que como un efecto de la dinámica

funciona en la dirección opuesta”. Laclau, “Construyendo la universalidad”, en


Butler, Laclau, y Žižek. Contingencia, Hegemonía, Universalidad, Op. cit., p. 300, énfa-
sis del autor.
115 Su análisis pormenorizado de la “pospolítica” puede verse en El espinoso sujeto,

Op. cit., pp. 215-222.


116 Žižek, La revolución blanda, Op. cit., p. 15.

134
actual del capitalismo. En este caso, la crítica de Žižek abarca tanto a
las corrientes “pos” como a las teorías de H&N y de Laclau.117
Regresemos a la crisis argentina de 2001. ¿Cómo caracterizarla
desde el marco teórico de Žižek? Las movilizaciones del 19 y el 20 de
diciembre, ¿expresaron una lucha política en el sentido débil o en el
sentido fuerte del término žižekiano? Parece evidente que lo que
Žižek llama “pospolítica” constituyó el clima general de la larga déca-
da del 90’:
En la pospolítica, el conflicto entre las visiones ideológicas globales en-
carnadas en diferentes partidos que compiten por el poder aparece reempla-
zado por la colaboración de tecnócratas ilustrados (economistas, especialistas
en opinión pública…) y multiculturalistas liberales; a través de la negación de
los intereses se llega a una transacción en la forma de un consenso más o
menos universal. De modo que la pospolítica subraya la necesidad de aban-
donar las antiguas divisiones ideológicas y enfrentar nuevas cuestiones utili-
zando el saber experto necesario y una deliberación libre que tome en cuenta
las necesidades y demandas concretas de la gente.118
Exceptuando el final de la cita, este párrafo se adapta muy bien a
mi relato inicial de los procesos que llevaron al estallido de 2001. La
larga década del 90’ argentina fue pospolítica porque durante ella se
asumió que la administración de lo público era independiente del

117 Esta discusión podría continuar largamente dado que, en el caso de Laclau, él

mismo ha contestado estas observaciones de Žižek, y en el caso de H&N, de sus


dos libros ya comentados pueden desprenderse posibles respuestas tanto a Žižek
como a Laclau. Fundamentalmente, Laclau acusa a Žižek de ser un izquierdista
anclado en viejas categorías que se propone el derrocamiento del capitalismo sin
decir absolutamente nada acerca de cómo (con qué sujeto) se operaría tal cosa
(véase, por ejemplo, la sección titulada “Žižek: Esperando a los marcianos”, en
La razón populista, Op., cit., pp. 289-297). H&N, por su parte, si bien no polemizan
contra Žižek de modo directo, argumentarían que su visión menosprecia los pro-
cesos de contrapoder que la multitud está desarrollando a escala global. Para
ellos, las redes de comunicación de los trabajadores inmateriales vinculan afecti-
vamente sus potencialidades generando las condiciones para que la multitud se
convierta en poder constituyente (véase, por ejemplo, el capítulo “La multitud
contra el imperio”, en Imperio, Op. cit., pp. 341-357). Para una crítica de Žižek a
H&N, véase el capítulo “Palos contra Imperio”, en La revolución blanda, op. cit.,
pp. 39-53; y para una crítica a Laclau, véase “De Capo senza Fine”, en Contingencia,
Hegemonía, Universalidad, Op. cit., pp. 225-232, y “Mantener el lugar”, ídem, pp.
316-328. Laclau y H&N también han cruzado duras críticas entre sí. Las críticas
del primero a los segundos están explícitamente desarrolladas en la sección
“Hardt y Negri: Dios proveerá”, en La razón populista, Op. cit., pp. 297-303. Las de
H&N a Laclau, menos explícitas, pueden adivinarse en su desacuerdo con los
teóricos de “la lógica excluyente y limitativa de la identidad/diferencia” (véase
Multitud, Op. cit., p. 157 y pp. 257-264).
118 Žižek, El espinoso sujeto, Op. cit., p. 215.

135
campo ideológico. El principal supuesto de toda esa década (aun pre-
sente en algunos partidos liberales) fue que ‘gobernar bien’ no era ‘ni
de derecha ni de izquierda’. Esta extendida convicción tuvo como
resultado un paulatino abandono de las decisiones económicas en
manos de “tecnócratas ilustrados (economistas, especialistas en opi-
nión pública…)” entre los cuales se destacó el ministro de economía
Cavallo. Quienes condujeron la ALIANZA, y quienes desde la socie-
dad los acompañaron, participaron de ese “consenso más o menos
universal” que consistió en “abandonar las antiguas divisiones ide-
ológicas” y depositar el destino de la economía nacional en manos de
algún “saber experto necesario”. Sobre el fondo pospolítico de esta
década, Cavallo pudo ser visto por el mismo espacio político (la
ALIANZA) a la vez como parte del problema y como parte de la so-
lución. Tanto en la campaña presidencial como en los primeros me-
ses de su gestión, De La Rúa intentó consolidar la identidad de su
gobierno diferenciándose de la administración Menem-Cavallo. Sin
embargo, su primer ministro de economía, Machinea, y su efímero
sucesor, López Murphy, representaron más bien una continuidad que
una ruptura respecto de aquel “antiguo régimen”. Las últimas pala-
bras que Machinea tuvo para la ALIANZA al abandonar el Ministe-
rio no dejan mucho lugar a dudas: “No lo dejen afuera a Cavallo”,
aconsejó.119 El arribo de Cavallo al ministerio de economía significó
menos una contradicción que un sinceramiento en la política de la
ALIANZA. Si Cavallo, demonizado en la campaña presidencial, pudo
aparecer apenas un año y medio después como el Mesías salvador,
fue gracias a que lo que Žižek llama pospolítica constituía ya un lugar
común en la sociedad y en el gobierno de entonces. Cavallo no tenía
ideología, no era ‘ni de izquierda ni de derecha’. Era un técnico neu-
tro, imparcial, impolítico. Con la crisis de 2001, la pospolítica argenti-
na sufrió un traspié.
Ahora bien, ¿qué sucedió a nivel de la subjetividad? y ¿cómo eva-
luar aquellas movilizaciones desde el análisis clasista que propone
Žižek? Mi análisis de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre ha
querido ser claro en un aspecto central: más allá del papel que hayan
desempeñado sectores partidarios interesados y más allá del rol que
cumplieron los sectores excluidos de la sociedad, el estallido de 2001
tuvo como actor privilegiado a los sectores medios urbanos de las
principales ciudades del país y, muy especialmente, de Buenos Aires.
Por lo tanto, responder los interrogantes planteados nos introduce en
el análisis žižekiano de las clases sociales, en general, y de la clase me-
dia, en particular. Paradójicamente, nos dice Žižek, la única clase que

119 Véase Clarín, 04.03.01.

136
en su autopercepción subjetiva se concibe y presenta explícitamente
como clase es la clase media, la “no clase” por excelencia. Y esto re-
sulta especialmente cierto para un país como Argentina que supo
hacer un estandarte de su amplia y ascendente clase media desde me-
diados de siglo en adelante. Muchos trabajadores tradicionales y mu-
chos capitalistas quizás encuentren dificultad en considerarse a sí
mismos una clase. En cambio, no sucede lo mismo con la clase media
argentina. Sus miembros se ubican con facilidad en esta categoría; no
sólo saben que pertenecen a la clase media sino que están orgullosos
de ello. Žižek considera, y en esto también la clase media argentina
responde a su caracterización, que este sector social se define a sí
mismo no solamente por un conjunto de valores morales sino tam-
bién “por una doble oposición a ambos extremos del espacio social:
las opulentas corporaciones desarraigadas, no patrióticas, por un lado,
y por el otro los inmigrantes pobres excluidos y los habitantes de gue-
tos”.120 Por ello, Žižek recurre a términos psicoanalíticos para califi-
car a las clases medias: ellas son un fetiche, “la intersección imposible
de la izquierda y la derecha”,121 el supuesto punto medio entre extre-
mos sociales que pretende ser neutral, la encarnación de la negación
del antagonismo social.
El análisis de la estructura social žižekiano se completa con otras
dos clases: la “clase simbólica” (“no sólo los directivos y banqueros,
sino también los académicos, periodistas, abogados, etc. −todos
aquellos cuyo ámbito de trabajo es el universo simbólico virtual−”) y
“los excluidos” (“los desocupados permanentes, los sin techo, las mi-
norías étnicas y religiosas no privilegiadas, etc.”).122 En el medio de
ambas, la clase media. Pregunta y conjetura Žižek:
¿No estamos ante la tríada lacaniana de lo Simbólico, lo Imaginario y lo
Real? ¿Los excluidos no son “reales” en el sentido del núcleo que se resiste a
la integración social, y la “clase media” no es “imaginaria”, aferrada a la fan-
tasía de la sociedad como Todo armónico corrompido a través de la deca-
dencia moral? La cuestión principal de esta descripción improvisada es que la
globalización debilita sus propias raíces: ya puede percibirse en el horizonte el
conflicto con el principio mismo de democracia formal, puesto que, en de-
terminado punto, la “clase simbólica” ya no podrá contener “democrática-
mente” la resistencia de la mayoría. ¿A qué salida de este atolladero recurrirá
entonces esta clase? No debe excluirse nada, ni siquiera la manipulación
genética, para volver más dóciles a los que no se ajustan a la globalización.123

120 Žižek, El espinoso sujeto, Op. cit., pp. 200-201.


121 Op. cit., p. 201.
122 “Mantener el lugar”, Op. cit., p. 323.
123 Op. cit., p. 324.

137
Tres problemas surgen de este planteo: en primer lugar, el de la
propia estructura de clases tripartita que postula Žižek; en segundo
lugar, el de la ausencia de un análisis consistente sobre la propia capa-
cidad de lo que él llama el “sistema” para incluir las suficientes de-
mandas (y hasta el grado necesario) como para evitar un cuestiona-
miento radical al orden capitalista; por último y más importante para
nuestro análisis, la conjetura de que “en el horizonte” se anuncia un
antagonismo entre “la clase simbólica” y “la resistencia de la mayor-
ía” (lo que supone, a mi modo de ver, alguna suerte de acuerdo explí-
cito o tácito entre las otras dos clases de Žižek, los excluidos y la clase
media). En cuanto al primer punto, parece claro que la estructura su-
gerida por Žižek responde más al esfuerzo de lacanizar el análisis de
clases marxista que al intento de comprender las clases sociales tal y
como existen, se relacionan y luchan en el orden capitalista actual.
¿De cuál de las tres clases (simbólica, imaginaria o real) formarían
parte los obreros industriales? ¿De cuál los trabajadores rurales?
¿Puede decirse de modo universal que los “académicos, abogados,
periodistas, etc.”, porque su ámbito es “el universo simbólico vir-
tual”, comparten en bloque los mismos intereses de clase que “los
directivos y banqueros”? En lo que respecta al segundo de los pro-
blemas mencionados, el planteo de Žižek (en esto tan cercano al de
H&N)124 ganaría solidez si incorporara el énfasis de Laclau en la arti-
culación de demandas de los diversos sectores. Si algo ha demostrado
el orden capitalista a lo largo de su historia es su enorme capacidad de
adaptarse a sus propias redefiniciones y reordenamientos evitando
cuestionamientos radicales, en muchos casos no mediante la exclu-
sión sino mediante la inclusión parcial de demandas de agentes, gru-
pos, sectores o clases actual o potencialmente anticapitalistas. Žižek
no menciona en su conjetura esta posibilidad, y por ello, anuncia una
clase de conflicto radical para el futuro (cuya manifestación, a mi jui-
cio, no está garantizada). Por último, este pronóstico de Žižek. Según
él, “puede percibirse en el horizonte” un “conflicto con el principio
mismo de democracia formal”, que opondrá “la resistencia de la ma-
yoría” a la “clase simbólica”. Aunque al contemplar la posibilidad de
que la “clase simbólica” recurra a la “manipulación genética, para
volver más dóciles a los que no se ajustan a la globalización”, Žižek
se aleja del optimismo muchas veces infundado de H&N, evidente-
mente coincide con ellos en que pronto una mayoría se opondrá a la
democracia formal, y a su corolario, el capitalismo, obligando una re-

124El propio Žižek reconoce su acuerdo con H&N en un pie de página del artí-
culo citado: “Como modelo de un análisis del capitalismo cercano a la idea que
tengo en mente, véase Empire, de Michael Hardt y Antonio Negri”, Ibíd.

138
definición del orden global. “Sigo pensando, a la vieja usanza marxis-
ta”, señala Žižek, “que el capitalismo actual, en su triunfo mismo, está
alimentando nuevas ‘contradicciones’ que son potencialmente aun
más explosivas que las del capitalismo industrial convencional”.125 La
cuestión que interesa a nuestro análisis es si, una vez concedida la es-
tructura tripartita de clases que Žižek propone, podemos compartir
con él su visión de un conflicto en el horizonte entre una mayoría re-
sistente y la clase simbólica.
Del comportamiento de la clase media argentina en la crisis de
2001, en la década del 90’ en la que dicha crisis se gestó y en los años
que le siguieron, no puede desprenderse un ejemplo que abone el
pronóstico de Žižek, sino más precisamente, uno contrario. Por las
propias características que el mismo Žižek le atribuye a la clase media,
no resulta exagerado afirmar que ella es intrínsecamente pospolítica,
dado que se percibe a sí misma en el medio de una batalla entre ex-
tremos de la que prefiere pensarse al margen; habita el espacio social
pero se autoconcibe en el centro. Esto es claramente así en el caso
argentino. Mayoritariamente, la clase media argentina no se dice a sí
misma ni de derecha ni de izquierda (aunque vote partidos de centro-
derecha o de centro-izquierda) con la misma naturalidad con la que se
dice “clase media”. Prefiere pensarse como una suerte de árbitro tec-
nocrático-moral: por un lado, instruida, no padece la ignorancia que
ella atribuye a los excluidos y, por ello, se complace en aportar sus
miembros a la burocracia estatal en calidad de técnicos o especialistas;
por otro lado, no participa de la avaricia sin fin que advierte en los
grandes agentes económicos ni de la falta de escrúpulos que, según
ella, caracteriza a la casta política (ambos parte de la “clase simbóli-
ca”, en términos de Žižek). La clase media argentina demostró en va-
rias ocasiones habilidad para denunciar a los culpables pero ella mis-
ma nunca dejó de pensarse como intrínsecamente inocente. Concibe
a la sociedad como un todo armónico y se considera a sí misma ga-
rantía de dicha armonía. Durante la larga década del 90’ adhirió sin
preámbulos al discurso dominante que en poco tiempo promocionó
a Argentina del tercer al primer mundo. Mientras la industria se des-
mantelaba, las empresas públicas se remataban y los altos niveles de
desempleo aun no la alcanzaban, la clase media se lanzó al consumo
sin excesiva pena (por la creciente marginalidad social) ni nostalgia
(por el patrimonio social que se privatizaba), con una ‘moneda fuerte’

125 Op. cit., p. 323.

139
que, además, facilitó nuevamente126 sus excursiones afuera del país.
No lo decía en público, pero votaba a Menem. Cuando tuvo que ele-
gir una oposición, votó por la más moderada.127 En 1999, cuando la
desocupación la había alcanzado, la recesión había disminuido su po-
der de consumo y su decadencia generalizada era un hecho, eligió a
un líder conservador (De La Rúa) al que, especialmente la clase media
porteña, venía acompañado desde hacía décadas.128 Durante buena
parte de la larga década del 90’, mientras los excluidos se multiplica-
ban, la clase media argentina no se opuso a la clase simbólica
žižekiana; se alió a ella.129 En diciembre de 2001, cuando sus ahorros
fueron incautados, todo lo sólido se desvaneció en el aire. Cavallo, su
héroe de la década del 90’, la había traicionado. De La Rúa, su criatu-
ra más cuidada, había demostrado ser inoperante. Entre los dos la
habían estafado. Indignada, inundó el espacio público con cacerolas y
bocinazos, liderando por primera vez en mucho tiempo una protesta
social. No fueron los excluidos los que se acercaron a ella. Fue ella
quien empezó a ver en los excluidos un futuro posible. En diciembre
de 2001, excluidos y clase media se opusieron a la clase simbólica, pe-
ro esa alianza espontánea no estaba destinada a perdurar.
Conclusión
Los tres marcos teóricos considerados ofrecen posibilidades y
obstáculos para pensar la crisis argentina de 2001. Si nos centramos
en el fragor de los acontecimientos, sin reparar mucho en la historia
que los hizo posibles y descuidando casi por completo su desenlace,
la teoría de H&N y sus reflexiones sobre la crisis argentina parecen
convincentes. La multitud en la calle intentando formas diferentes de

126 “Nuevamente”, porque ya lo había hecho en forma masiva en la década del


70’, bajo la gestión de Martínez De Hoz en el Ministerio de Economía durante la
última dictadura militar.
127 En 1995, la fórmula que disputó y perdió la elección con Menem fue la del

FREPASO: Bordón-Álvarez. En la interna abierta a la que esta dupla convocó


para decidir quién de los dos sería el candidato a presidente y quién lo secundaría,
votaron mayoritariamente los sectores medios urbanos. Triunfó quien tenía un
perfil más moderado: José Bordón.
128 Veintiocho años antes de expulsarlo de la Casa Rosada, la clase media porteña

eligió a De La Rúa senador federal por Buenos Aires. En 1996 lo hizo primer
Jefe de Gobierno (electo) de Buenos Aires. En 1997, cuando la ALIANZA deci-
dió su candidatura a presidente en elecciones abiertas, fue nuevamente la clase
media quien principalmente integró el 63,3% de los votos con los que se impuso
a Graciela Fernández Meijide. En 1999, como ya se dijo, le confió la presidencia
de la Nación.
129 De esta alianza no sólo participó la clase media, sino también sectores popula-

res seducidos por el populismo peronista de Menem.

140
comunicación (asambleas barriales), estableciendo redes entre sus
miembros (piqueteros, ahorristas, etc.), provocando la caída de un
gobierno e intentando organizarse por fuera de los carriles institucio-
nales tradicionales, todo ello parece abonar el entusiasmo y la teoría
de estos autores. Sin embargo, bastaron unos meses para que las ex-
pectativas abiertas por estas iniciativas se desvanecieran, evidencian-
do la debilidad sobre la que se asienta todo espontaneísmo. La histo-
ria analizada confirma la tesis de H&N de que la multitud se moviliza
unida por su “voluntad de estar en contra”. Sin embargo, también
exhibe la precariedad de una unión concebida prácticamente sólo so-
bre esa base. Diciembre de 2001 no significó un salto cualitativo en la
conciencia colectiva de la sociedad argentina. Quizás, sí, haya estable-
cido un nuevo límite respecto de lo que la sociedad está dispuesta a
tolerar y haya sentado un precedente respecto de las formas de pro-
testas futuras. Pero esto no debe mover a engaños: unidos por la in-
dignación, en diciembre de 2001 miles de individuos marcharon jun-
tos pero en soledad. La solidaridad generada en aquellas jornadas
(“piquete y cacerola, la lucha es una sola”) despertó una ilusión acor-
de con los pasajes más románticos de Imperio y Multitud; sin embargo,
dos años después, ya casi nada quedaba en funcionamiento de aquella
solidaridad. Los ahorristas volvieron a los bancos, los ciudadanos a
las urnas, parte de los piqueteros se alió con el partido gobernante y
otra parte siguió en la calle enfrentándose no sólo con el gobierno
sino también con la clase media que dejó de verlos con simpatía.
Contrariamente a los deseos de H&N, los años que siguieron a la cri-
sis confirmaron que los acontecimientos de 2001 significaron menos
un malestar con la representación en sí misma que con los represen-
tantes.
La teoría de Laclau provee herramientas para pensar los procesos
anteriores y posteriores a la crisis. El cúmulo de demandas de em-
pleo, de seguridad, etc., puede ser visto como una cadena de reivindi-
caciones diferentes pero equivalentes entre sí. Su noción de lo “hete-
rogéneo radical” al margen del sistema de representación resulta apli-
cable a los sectores de desempleados, piqueteros y excluidos en gene-
ral. La crisis en sí misma puede ser vista, desde esta perspectiva, co-
mo el resultado de un proceso en el que las demandas insatisfechas,
sin encontrar canales adecuados en el sistema institucional, estallaron
en la exigencia de un imposible: “¡que se vayan todos!” El análisis
aquí realizado de este grito es marcadamente disímil del que reitera-
damente ha manifestado Laclau. Si bien “¡que se vayan todos!” puso
en evidencia la importancia de un significante totalizador, el énfasis
en su contenido (y no en su vacío) tanto literal como simbólico abre

141
nuevas lecturas de la crisis. Contrariamente a lo que propone Laclau,
puede argumentarse que ese reclamo no significó una amenaza auto-
ritaria ni implicó el ‘fin de la política’ (ni si quiera como deseo); lo que
la crisis (y esa demanda) anunció fue el retorno de la política. Tam-
bién, además, la demanda “¡que se vayan todos!” puede ser pensada
como el corolario de una extensión de la lógica privada al espacio
público, operado fundamentalmente por la clase media que, así, im-
primió su propia lógica a las jornadas de diciembre.
Las críticas de Žižek a la “salida fácil” de la democracia deben ser
complementadas con un énfasis del que carece su reflexión: la nece-
sidad de reparar en que, en sistemas políticos de cierta debilidad co-
mo el argentino, el cuestionamiento a la democracia formal resulta
menos urgente que la necesidad de controlar la democracia informal,
esto es, la capacidad desestabilizadora que ciertos ‘sectores de poder’
detentan mediante simples decisiones económicas y financieras. El
concepto de pospolítica con el que Žižek caracteriza la época actual
(hegemonizada en la academia por los estudios “pos”) resulta compa-
tible con el análisis aquí desarrollado de la larga década del 90’ que
antecedió a la crisis. La estructura de clases tripartita sugerida por
Žižek no resulta exhaustiva ni, probablemente, apropiada para enten-
der la complejidad social de las clases en el contexto actual. Su falta
de atención a las estrategias de inclusión parcial mediante las cuales el
orden capitalista evita cuestionamientos radicales erosiona las bases
de su infundado pronóstico. Sin embargo, su énfasis en el rol de la
clase media, la “no clase” por excelencia, y su conceptualización de la
misma, ofrecen herramientas para pensar la crisis argentina, precisa-
mente por la importancia real y simbólica que históricamente tuvo
dicho sector social en el contexto nacional y latinoamericano. Así, la
relación de esta clase con las otras dos clases mencionadas por Žižek,
la clase simbólica y los excluidos, puede ser pensada como una rela-
ción ambigua y fundada en intereses particulares y cortoplacistas.
Asociada a la clase simbólica, la clase media argentina participó du-
rante la primera mitad de la década del 90’ del auge del consumo a
costa del remate del patrimonio público y de la paulatina ampliación
de la exclusión social. En 2001, con sus ahorros incautados y el des-
empleo en su propia casa, se distanció de la clase simbólica, se lanzó a
la calle y hasta coqueteó con los sectores excluidos –por los que antes
y no mucho después sintió rechazo– forzando la salida de De La Rúa.
***

142
Excurso
En el Tema del traidor y del héroe Borges imagina que, en un país
oprimido y tenaz, un conspicuo conspirador llamado Fergus Kilpa-
trick organiza una rebelión victoriosa que, sin embargo, no llega a ver
porque es asesinado en su víspera. El hecho de que nunca se haya en-
contrado al asesino mueve a su bisnieto, Bryan, a tratar de esclarecer
el episodio. Este revela que días antes de la rebelión, Kilpatrick había
firmado una sentencia de muerte de un traidor cuyo nombre había
sido borrado. Bryan encuentra documentos que prueban que otro
rebelde, Nolan –a quien Kilpatrick había encomendado la investiga-
ción del asunto– demostró con pruebas irrefutables que el traidor era
el mismo Kilpatrick. No hubo alternativa: el héroe de la conspiración
tuvo que morir. Pero como en aquel país idolatraban a Kilpatrick,
Nolan sugirió que, para evitar entorpecer la rebelión, muriera a ma-
nos de un desconocido, en circunstancias dramáticas. Kilpatrick, trai-
dor y héroe de su historia, fue asesinado ante los ojos de una ciudad
que hizo de teatro y de unos habitantes que hicieron de actores, en
cumplimiento de una sentencia que él mismo había firmado.
La crisis argentina de 2001 y los años que la antecedieron quizás
alberguen un eco de este cuento de Borges. Durante la segunda mitad
del siglo XX, ¿no fue la clase media una suerte de heroína nacional?
¿No estaba orgullosa de constituir un ejemplo para su país y para
otras naciones latinoamericanas? Durante la larga década del 90’, con
su desenfreno consumista, con su desmedido endeudamiento, con su
entusiasta adhesión a las privatizaciones y con su acrítico apoyo a las
políticas neoliberales de Menem y De la Rúa, ¿no firmó una senten-
cia de muerte de un sector social cuyo nombre había sido borrado?
La crisis de 2001, ¿no fue acaso el momento en que se develó el mis-
terio del nombre borrado en la sentencia? En esas ruidosas noches de
cacerolas e indignación, ¿no descubrió con asombro que la sentencia
que ella misma había firmado llevaba su nombre? Las clases medias
argentinas, aun contempladas en su heterogeneidad, tienden a encon-
trar los culpables de su situación fuera de sus filas. Las preguntas an-
teriormente planteadas van en una dirección contraria. El cuento de
Borges quizás sirva para recordar que traidores y héroes no siempre
habitan mundos disímiles.

143

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