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Agrandando el aula: El poder de las clases inclusivas

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Agrandando el aula: El poder de las clases inclusivas

Comencemos con una visión: imagine que


está planificando una cena con muchos
invitados en su casa. ¿Cuáles son sus
deseos y esperanzas? Quiere que todos se
sientan bienvenidos e incluidos. Desea
ofrecer una comida rica y nutritiva para
todos, y que, además, interactúen entre sí
de una manera amigable y simpática.

Mientras piensa en su fiesta, cavila acerca de sus comensales y quiénes son. Su


amiga Juana utiliza una silla de ruedas. Deberá pensar sobre el tema de la
accesibilidad. Si ordena la comida al estilo buffet, ¿podrá tener el espacio
suficiente como para dar la vuelta alrededor de la mesa?

Su amigo Carlos tiene intolerancia a la lactosa, deberá trabajar sobre el menú de


manera tal que tenga suficientes opciones para comer. Su amigo Abdullah es
musulmán y el cerdo no es una opción para él y Susana está haciendo una dieta
de bajas calorías. Trata de considerar qué puede ofrecer y así cubrir las
necesidades de todos.

Dos de sus invitados son muy tímidos y a veces se sienten excluidos.

Reflexiona sobre qué puede hacer para que estén a gusto y prepara algunos
planes para presentarlos entre sí y pedirles que ayuden con la preparación de
último minuto de las ensaladas, así están ocupados e involucrados en los primeros
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momentos de la fiesta.

Finalmente, piensa acerca del evento en sí mismo y planifica un tiempo dedicado a


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que, informalmente, todos se conozcan y una actividad breve para romper el hielo:
usted considera que esto los ayudará a reírse y a conectar a la gente.
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Su fiesta es un gran éxito. Todo el mundo la pasa muy bien. La comida es


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abundante y disfrutada, y nota que se han hecho muy buenos vínculos entre los
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comensales. Observa su proceso de planificación y se da cuenta de que al pensar


en cada persona que venía fue capaz de diseñar una fiesta que funcionó bien para

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todos, cumpliendo con las necesidades individuales, sin estigmatizar a nadie o sin
aislar a nadie del grupo.

No hizo el mismo menú que el año pasado y luego, al entender que no había nada
para comer para Abdullah, le tuvo que decir que mejor se trajera él mismo su
propia comida.

Ordenó el espacio físico de manera tal que todos (incluyendo a Juana) pudieran
moverse alrededor de la habitación y se preocupó que aun sus invitados más
tímidos tuvieran posibilidades de vincularse con los otros.

Descubre que no pensó en la gente como miembros de categorías: vegetarianos,


físicamente discapacitados, socialmente inseguros, etc. Definitivamente no la
dividió en dos grupos: “los normales” y aquellos con “necesidades especiales.” Más
bien los consideró como individuos con múltiples identidades, cualquiera de las
cuales tenía fortalezas o personificaba desafíos. Y mientras planificaba como
individuos, también fue capaz de pensar sobre ellos como miembros de una
comunidad temporaria que estaba formando en su casa, cumpliendo con sus
necesidades en un contexto de amistad y comunidad.

¿Qué tiene esto que ver con las escuelas?

En este apunte hablaremos sobre inclusión y educación inclusiva, un valor medular


y un conjunto de prácticas que apoyan la creencia de que todos los alumnos en la
escuela independientemente de sus fortalezas, debilidades o etiquetas, deben ser
miembros completos de la escuela general, con sus necesidades individuales
cumplidas dentro de este contexto educativo general.

La visión
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Para muchas personas la palabra “inclusión” está asociada exclusivamente con la


práctica de incluir alumnos con discapacidades en aulas regulares.
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Aunque ésta es ciertamente una definición, es limitada y a menudo solidifica las


diferencias de una manera contraproducente. La verdad es que todos los niños
vienen a la escuela con un amplio rango de características y cada uno tiene
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múltiples identidades, las cuales afectan su experiencia y logros escolares.


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Exploraremos una visión de la inclusión que va mucho más allá de los problemas
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de la discapacidad y de la educación especial, aunque los incluya.

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Sostengo que una escuela inclusiva es aquella que asiste atentamente a todas
aquellas diferencias que los alumnos traen desde su casa. Éstas incluyen
diferencias étnicas, de lenguaje, de composición familiar, de género, de orientación
sexual, de religión, de dis/capacidad, nivel socioeconómico, etc.

Los maestros deben prestar tanta atención a la composición familiar, el origen


étnico, la lengua que se habla en su casa y su religión como al rótulo que le han
dado al niño, como “retardado” o “talentoso.”

Y no debemos hacer tanto hincapié en las diferencias que podemos olvidar: las
poderosas similitudes humanas que cruzan todos los límites.

Imaginando clases inclusivas

En el contexto de las clases


segregadas, cuando nos definimos
como educadores especiales y nos
acostumbramos tanto a pensar la
conducta en términos de desviación
y problemas, el tipo de variaciones
en la conducta y en el cumplimiento
de las normas que TODOS los niños
exhiben se vuelve una razón para
seguir segregándolos.

Nos olvidamos de cuánta variación humana nos rodea todo el tiempo cuando nos
focalizamos en forma exclusiva en quién y qué es normal.

Una frase encontrada habitualmente en la literatura educativa ilumina algunos de


estos problemas. La guía general ofrecida para determinar el momento oportuno
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para que un niño entre a una escuela regular es: “cuando pueda competir en una
clase regular.” Varios aspectos de esta declaración son problemáticos.
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Primero supone que la clase regular estará inevitablemente estructurada de una


manera competitiva y, por lo tanto, se espera que los niños con discapacidades se
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comporten competitiva y exitosamente.


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Como los modelos competitivos, por definición, generan ganadores y perdedores,


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no es difícil de ver que los niños en cuestión, usualmente un niño con una historia
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de fracasos escolares, es muy probable que sean los perdedores en esta situación.

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Segundo, la declaración presupone que es el trabajo del niño “entrar” en la
estructura existente de la clase: “así es como las cosas funcionan acá, si funciona
para vos, magnífico, y si no, supongo que no estabas lo suficientemente
preparado”.

Ninguna responsabilidad cae sobre la maestra y los alumnos en la clase regular


para modificar lo que hacen para crear un ambiente exitoso de aprendizaje para el
niño que entra.

La inclusión, por el contrario, comienza por el derecho de todo niño de estar en la


educación regular. Los alumnos no tienen que “ganarse” su camino hacia la clase
regular con su conducta o sus habilidades. Se supone que son miembros
completos, tal vez con adaptaciones, adecuaciones y un gran apoyo, pero no
obstante ellos son miembros.

En vez de decir “Esta es mi clase, veamos si puedes acomodarte a ella”, la


inclusión le pide a los maestros que piensen sobre TODOS los aspectos de su clase
(pedagogía, currículo y clima del aula) para que el ambiente educativo dé la
bienvenida a todos los alumnos.

Como metáfora, piense en el juego de las sillas musicales, en el cual los niños
caminan alrededor de los asientos al son de la música y cuando ésta se detiene,
cada chico debe sentarse en uno para ganar.

En esta típica actividad, el niño que es diferente (más lento, más pequeño, no
habla bien, no entiende las reglas) es eliminado casi en forma inmediata. ¿Cuál es
el mensaje acerca de la diferencia? Hablando llanamente, aprenden: si sos
diferente, perdés.

Los otros jugadores no tienen ninguna obligación con el otro alumno que está
luchando con sus limitaciones, y su éxito no depende de ninguna manera de
ayudar a ese compañero distinto para que tenga éxito. Este es el modelo típico de
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una “clase regular.” Cuando puedas jugar este juego con nosotros
satisfactoriamente serás bienvenido.
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La inclusión plantea un grupo diferente de cuestiones. Ésta pregunta: ¿Cómo


puede ser modificado el juego de manera tal que todos puedan jugarlo? ¿Cómo se
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puede estructurar el juego de forma tal que todos los jugadores se ayuden entre
sí?
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La inclusión puede ser mejor entendida a través del
radicalmente diferente juego cooperativo de las sillas
musicales, en el cual TODOS juegan y TODOS
ganan. TODOS los niños permanecen en el juego
desde el principio hasta el final. Lo que cambia, a
medida que el número de sillas disminuye, son las
configuraciones de resolución de problemas
necesarias para mantener a todos los niños
involucrados en la actividad.

Así es como funciona el juego: los pequeños caminan alrededor de las sillas al
ritmo de la música, y luego, cuando se detiene, todos los niños deben estar
sentados para que el grupo gane. El juego comienza sin mucho desafío: son 10
alumnos que deben poder sentarse en 9 sillas. Compartiendo un poco las sillas, los
niños pueden lograr que funcione: Clara lo hace con Diana.

Pero luego todo se vuelve más difícil a medida que, una a una, las sillas son
retiradas. 10 niños deben resolver cómo sentarse en 8 sillas, y todos necesitarán
estar en una para tener éxito. Los alumnos tendrán que observarse entre sí
cuidadosamente para evaluar quién necesita ayuda y apoyo. Los niños más
pequeños se acomodarán en el regazo de los más grandes y quienes no entiendan
el juego (tal vez porque nunca lo jugaron o porque la terminología no le es
familiar) serán ayudados para que puedan participar.

Después de cada vuelta exitosa, se sacará una silla, y 10 niños rápidamente


estarán tratando de resolver cómo arreglárselas con 7 sillas, luego 6, después con
5 y así hasta el final.

El grupo NO gana hasta a menos que todos los niños estén sentados sobre sillas.
Hay una gran alegría cuando diez niños descubren cómo lograr entrar en tres
sillas, ¡y a menudo hay risas cuando se identifican partes del cuerpo sin apoyo y
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son incorporadas en el montón!

Este es un modelo inclusivo: reconocemos y admitimos los desafíos, y los


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resolvemos en conjunto para que puedan funcionar. No abandonamos a los niños


que tienen problemas. No celebramos “Yo gané” indiferentes o inconscientes de
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aquellos que están batallando por lograrlo.


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No les pedimos a los niños que traten de acomodarse a una actividad preexistente
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ferozmente competitiva. Por el contrario, cambiamos el juego para que sea


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divertido y accesible para todos. Y estructuramos el juego para promover la
interdependencia y el apoyo.

Entre paréntesis, debo agregar que el juego cooperativo de las sillas musicales es
en realidad mucho más desafiante que la versión tradicional. Requiere una gran
capacidad de resolución de problemas, evaluar soluciones mediante la prueba y el
error y una evaluación subsecuente de las estrategias. Cuando se las compara con
las habilidades necesarias para ganar el juego tradicional de las sillas musicales
(empujando y tirando), queda claro qué juego es más difícil y cuál es una mejor
preparación para vivir juntos en una comunidad.

Qué no es inclusión.

En algunas aulas, la retórica de la inclusión ha sido utilizada para eliminar servicios


y bruscamente “tirar” alumnos con necesidades educativas significativas en las
clases regulares sin una adecuada preparación o apoyo.

La utilización del término “el aula de inclusión” debe hacer que nos preguntemos:
“Si la clase de 2do grado de la señorita Ana es la clase de inclusión de 2do grado,
entonces ¿qué es el aula de la puerta siguiente de la señorita Carla? ¿La clase de
exclusión de 3er grado?”

Si sólo un pequeño número de aulas son seleccionadas para avanzar con la misión
de la inclusión, esto señala una falla en el compromiso con esta materia.

¿Por qué la inclusión no es sólo para problemas de discapacidad?

Una “definición inclusiva de inclusión” va mucho más allá de los alumnos con
discapacidades y mira hacia la miríada de formas en que los alumnos difieren entre
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sí: origen étnico, género, composición familiar, orientación sexual, lengua nativa,
capacidades, tamaño, religión, etc. A menos que los maestros tengan 30 alumnos
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clonados, existe (y siempre existió) una considerable diversidad.

La inclusión como política escolar no creó las diferencias en nuestras aulas, pero le
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permite a los maestros nombrar la diversidad, valorarla y plantear estrategias para


lograr respuestas productivas y razonables.
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Lo opuesto de un aula inclusiva es una que aún es (inevitablemente) heterogénea
pero que hace que las diferencias sean invisibles y se les pide a los maestros que
enseñen de una forma estándar mientras pretenden ser interactivos.

La inclusión exige que no nos sintamos sorprendidos o angustiados por las


diferencias en nuestras aulas, sino que más bien las aceptemos y acojamos como
inevitables y deseables.

Las diferencias sobre las cuales la escuela debe pensar son numerosas, ya que
todos tenemos múltiples identidades, incluyendo las étnicas, religiosas, familiares,
del lenguaje, género, etc. Una escuela inclusiva requiere que el maestro sea
sensible a todo el niño y no simplemente a un aspecto o identidad.

Adaptar la actividad de arte en navidad para José, que tiene parálisis cerebral y
utiliza un pizarrón de comunicación puede no ser una respuesta apropiada o
adecuada a su identidad individual cuando él es judío y no celebra navidad. Si José
es definido según una única dimensión de su identidad, es difícil de encontrar sus
necesidades y tratarlo con respeto.

Una solución mejor, más inclusiva, es hacer participar a todos los niños en un
trabajo de arte que no esté relacionado con ninguna festividad en particular y
permita de múltiples formas conceptualizar y completar lo pedido.

Cuando la consigna es hacer peces para luego pegarlos en una pizarra sobre el
océano, por ejemplo, aquí sí existen formas que contribuyen a que los niños de
todos los niveles muestren sus habilidades artísticas y motoras.

Los libros e historias que lean deben representar a todos. Antes que limitarse a
libros que sólo muestren, por ejemplo, familias típicas de una sola cultura con una
madre y un padre, las escuelas deberían crear aulas en las cuales todos los
alumnos se vean reflejados (y validados) por el programa y las prácticas áulicas.
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¿Por qué no deberían todos los niños escuchar historias acerca de Hanukah,
Kwanzaa y el Ramadán? ¿Historias en las cuales las familias se presentan con
variaciones en número y membrecía? ¿Libros en los cuales sus personajes viven,
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trabajan, juegan e interactúan en una variedad de lenguas? Hacer esto enriquece


a todos los que escuchan.
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La naturaleza de la buena enseñanza es realmente universal cuando el ambiente


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social es acogedor, acepta a los niños con discapacidades y establece normas de


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aceptación e inclusión.

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Esto también mejora la atmósfera del aula para los alumnos con sobrepeso, que
vienen de diferentes experiencias familiares o que comen alimentos que sus
compañeros pueden encontrar “diferentes”. No sólo la educación inclusiva requiere
atención a todas las diferencias (etnia, lenguaje, religión, antecedente familiar,
dis/capacidad, etc.) sino que también hacia toda la escuela y en cada momento del
día.

¿Qué significa pensar inclusivamente?

La inclusión significa preguntarse acerca del acceso: “¿Todos podrán ir a la


visita al museo?” Significa comprender que el acceso es un tema complejo y
que debemos pensar acerca de cada uno de los miembros del grupo.

Si el paseo no es accesible a un niño en nuestro grupo que utiliza una silla de


ruedas, entonces intentaremos encontrar una solución, y si no la hay, no iremos y
buscaremos otro lugar adonde ir.

Si varios alumnos no pueden abonar la salida, los maestros juntarán el dinero o


encontrarán otra salida que sea menos costosa. NO dejamos a ningún alumno
detrás.

La inclusión significa preguntarse acerca de las culturas y las creencias: ¿Qué


comida pueden comer todos en la mitad de la mañana? ¿Cómo se pueden
celebrar los cumpleaños cuando a algunos alumnos no se les permite participar
en las fiestas?

La inclusión significa conocer lo suficiente sobre todos los alumnos como para
poder preparar una comida en la cual todos puedan participar. No es elegir una
hamburguesa para el almuerzo porque a la mayoría de los niños les gusta y dejar
a los vegetarianos afuera.

Es un compromiso de aprender lo suficiente sobre los otros para que uno pueda
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hacer elecciones significativas y así resolver problemas de manera tal que niños no
sean marginalizados, excluidos o dejados de lado.
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La inclusión significa generar estrategias de manera tal que todo aquel que
quiera tener alguien con quien comer lo tenga. Esto no es acerca de camarillas
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y alianzas secretas que excluyen, no es hacerse el distraído con las personas


que están solas o solitarias, no es acerca de MÍ. Es acerca de NOSOTROS.
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Y no importa por qué alguien está sólo, o aun si “merece” estar solo porque es
diferente, fastidioso o molesto. Es acerca de resolver cómo conectar y apoyar el
uno al otro de forma tal que TODOS puedan participar.

La inclusión significa evaluar las múltiples formas de comunicación para todos.


Debemos enseñarles algo del lenguaje de señas a todos los niños,
enriqueciendo sus vidas y perspectivas, así como también permitiéndoles
comunicarse con un niño con dificultades auditivas.

La inclusión es acerca de estructurar nuestras aulas de formar tal de romper las


jerarquías clásicas de “inteligencia” y reemplazarlas por una comprensión de
que existen varias formas de ser inteligente.

La inclusión es acerca de una clase en la cual un visitante que pregunte “¿Quién es


el alumno más inteligente?” se encontrará con decenas de ojos asombrados o por
una respuesta detallada: “Tomás es excelente dibujando, Julieta es asombrosa
bailando, Flavio es buenísimo en el ajedrez, Clara se acuerda de todo lo que lee,
etc.”.

Lecciones de las clases inclusivas:

Comprendiendo las diferencias

“Cuando conocí a Mateo, que utiliza una silla de ruedas, me sentía torpe y ansioso.
Entré en esta relación con una significativa discapacidad, una que era, de varias
formas, más significativa que la de Mateo. Mi discapacidad era una profunda falta
de conocimiento e incomodidad con las discapacidades”.

Como producto de mi escolarización “clásica” y de mi falta de experiencia, estaba


limitado en mi comprensión, y mi nerviosismo era un reflejo de saber que no sabía
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qué hacer”.

Los niños que crecen en escuelas inclusivas aprenden a sentirse cómodos y a estar
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informados acerca de las múltiples diferencias.

La inclusión nos permite saber que las tradicionales categorías, cuerpo capacitado
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y discapacitado, no tienen mucho sentido porque TODOS somos seres humanos


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complejos y la línea entre “nosotros” y “ellos” está cambiando constantemente y,


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por lo tanto, no tiene sentido.


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Cuando construimos una dualidad de normal – anormal, usualmente estando
nosotros del lado “normal” y otras personas son las etiquetadas como “anormales”,
no sólo limitamos nuestras conexiones y relaciones con aquellos que percibimos
como los “otros”, sino que también obstruimos nuestra capacidad de conocernos a
nosotros mismos como personas multifacéticas con fortalezas, debilidades,
desafíos y peculiaridades.

¿Son Miguel, que necesita una sonda nasogástrica, o Francisco que es vegetariano
o Andrés que tiene alergias, tan diferentes por querer que sus necesidades
particulares sean respetadas y admitidas en el aula? ¿Es evitar burlarse de Carlos
porque tartamudea, tan diferente de tratar amablemente a Sofía que lee en forma
vacilante o de Tobías que se choca con sus compañeros cuando atraviesa el aula?

Lo que está en juego aquí es muy importante. Es a través de nuestras relaciones


con los otros, particularmente con aquellos que percibimos como “diferentes”, que
aprendemos quiénes somos. También cómo tratar a los otros, y comenzamos a
articular también cómo queremos ser tratados. Asimismo, a preocuparnos por los
otros o a apartar la vista de su dolor y a estirar el brazo y alcanzarlos o a
retirarnos.

Nos damos cuenta de que cada persona es para ella misma o que somos una
comunidad, interconectados e interdependientes.

Tomando perspectivas.

Estar con personas que difieren de nosotros de múltiples maneras, rodeándonos


de aquellos que se sienten desafiados por situaciones que nos parecen fáciles o
que se sienten cómodos en situaciones en las que nosotros nos sentimos
incómodos, nos enseña importantes lecciones en la toma de perspectiva.
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Descubrimos que no todas las personas experimentan el mundo de la misma forma


que uno. Uno se da cuenta que el mundo en el que uno nació es tan solo un
modelo de realidad. Otras culturas no son intentos fallidos de ser usted. Ellas son
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manifestaciones únicas del espíritu humano.


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Las personas que son diferentes a nosotros, cuyas diferencias reconocemos y


comprendemos, nos ayudan a entender que no somos el centro del universo y que
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las experiencias de otros son igualmente válidas. Esta capacidad de ver el mundo a
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través de la lente de otro expande enormemente nuestra capacidad de navegar en


un universo cada vez más complejo.

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Comprender las vidas de los otros también nos aclarar nuestras propias creencias y
valores. En una cultura como la nuestra, que aprecia el individualismo y la
privacidad, es útil saber que estos principios no son universalmente sostenidos.

Cuando estamos rodeados por un rango más amplio de condiciones humanas, nos
ayuda a recordar qué es lo realmente importante.

Remodela nuestra perspectiva y nos fuerza a articular valores y prioridades.

Este es otro regalo de la inclusión, nos permite compartir las historias y las
travesías de aquellos cuyos caminos son diferentes a los nuestros. Profundiza
nuestro conocimiento y ensancha nuestros corazones.

La seguridad real.

Para la mayoría de las personas estar a salvo se refiere a estar libres de peligro o
de la amenaza de un daño. Pero existen muchos tipos de seguridad. La seguridad
física es claramente un prerrequisito para estar cómodo, pero la psicológica o
emocional son esenciales para desarrollarse.

Una parte de sentirse emocional o psicológicamente seguro significa saber que uno
será aceptado, que sus características o identidades personales no le evitarán
disfrutar estar con otras personas o ser visto como una persona completa.

La inclusión significa que las diferencias o las discapacidades no señalarán en


forma automática exclusión y separación. La seguridad profunda proviene de saber
que uno será aceptado, sin importar nuestras características individuales.

Un compromiso con la escuela inclusiva es una promesa hecha a los alumnos y sus
familias que, a pesar de los desafíos y luchas, un niño no será excluido de la
escuela de su vecindario porque es diferente de alguna forma.
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El mejor indicador de si un niño con una discapacidad será o no incluido NO es la


naturaleza de la discapacidad del niño ni tampoco la disponibilidad de recursos,
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sino el nivel de compromiso de incluir a ese chico.


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La exclusión lastima a todas las personas.


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¿Quién de nosotros no ha tenido la experiencia de haber sido excluido?

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Para alguno de nosotros esta exclusión se basó en algunas características
inmutables: el color de nuestra piel, nuestro tamaño o nuestra religión. Para otros,
se cimentó en el nivel socioeconómico: no tenían la ropa “adecuada” o el dinero
suficiente para pasar el rato con sus compañeros el fin de semana.

A menudo, está basada en una multitud de diversidades humanas: nuestro color


de pelo, nuestro tamaño, la velocidad de nuestro desarrollo sexual, nuestro acné o
nuestra habilidad deportiva en el patio durante el recreo, etc, etc.

Las escuelas inclusivas nos dan las oportunidades de intentar ser mejores
personas. Estando rodeados de otros que difieren de nosotros, cuyas
características pueden parecernos extrañas, chocantes o desconocidas, nos
permiten aprender la lección de estirar nuestro brazo a través de nuestros límites
personales para preguntar: “¿Querés jugar conmigo?” o “¿Querés venir a mi casa?”

La inclusión es más exitosa cuando es un valor central de la institución desde el


principio, así la escuela comunica enérgicamente desde el inicio: esto es lo que
hacemos en esta escuela. Este es el motivo por el cual incluimos a todos. La
inclusión NO es negociable. Todos lidiaremos con cómo hacer una buena inclusión,
pero NO discutiremos nuestro compromiso de inclusión.

Dando y recibiendo ayuda con gentileza.

Uno de los mayores obsequios de estar en un ambiente inclusivo son las múltiples
oportunidades que uno tiene de ayudar y de recibir ayuda. Los grupos
heterogéneos proveen muchas ocasiones y oportunidades para que TODOS sean
útiles.

En muchos escenarios no es infrecuente que las personas sean “arrojadas” hacia


uno de dos roles aparentemente dicotómicos: una persona que necesita ayuda o
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una persona que puede dar ayuda.

En realidad, cada uno de nosotros tiene áreas en las cuales puede ser útil o de
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ayuda para los otros y lugares en los cuales necesitamos o apreciamos apoyo y
asistencia.
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El desafío, en un escenario inclusivo, es reconocer que TODAS las personas


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requieren múltiples repertorios de ayudar y de ser ayudado.


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Las aulas inclusivas pueden ser maravillosos lugares para establecer normas y
prácticas que están basadas en la creencia de que todas las personas necesitan

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ayuda, de que dar y recibir ayuda es algo bueno y que ayudar a los otros genera
una atmósfera de respeto y apoyo mutuo.

Definitivamente, estar alrededor de personas con limitaciones obvias nos ayuda a


enseñarles a los niños que no existe una cosa como la independencia completa.

TODAS las personas funcionamos en una comunidad y estamos interconectadas.


Puesto que nadie es bueno en las mismas cosas, tiene sentido que todos
aprendamos a ayudar al otro en una forma respetuosa.

Desafiar las jerarquías de habilidad y de utilidad es un don importante del aula


inclusiva, NADIE es tan competente que no se beneficie de la ayuda y el apoyo, ni
tampoco existe nadie tan limitado que no pueda ser una fuerza positiva en este
mundo a través de sus dones o de su mera presencia.

Responsabilidad del uno con el otro.

Íntimamente relacionado con la capacidad de ayudarnos los unos a los otros está
la comprensión de que somos responsables los unos de los otros. Ser una
comunidad significa que no funcionamos en forma independiente, sino que más
bien, por propia voluntad, nos ponemos a nosotros mismos en relación con los
otros.

Las aulas inclusivas proveen oportunidades para reconocer que todas las personas
están interconectadas y que un golpe a uno es un golpe a todos.

En una escuela, cuando los alumnos descubrieron que la planeada salida al museo
involucraba tomar un colectivo que no era accesible y que Ignacio iba a tener que
quedarse en casa, protestaron vehementemente de que o bien hallaban una
manera de que pudieran ir todos o ninguno iría. La inclusión nos enseña a pensar
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acerca de “nosotros” antes que solamente acerca de “yo.”

No preguntamos “¿Habrá algo que pueda comer?” sino “¿Cómo podemos


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asegurarnos de que haya comida para todos?”. No pensamos “¿Tendré amigos?”


sino “¿Cómo puedo darme cuenta de cuáles de mis compañeros no tienen
amigos?”
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Cuando estamos rodeados de personas que son diferentes a nosotros, estamos


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forzados a plantearnos preguntas que van mucho más allá de lo individual y se


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dirigen a la comunidad y a su diversidad.

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Cuando tenemos amigos que utilizan sillas de ruedas nos damos cuenta de que
hay escalones y no rampas. Cuando tenemos amigos que usan aparatos para
facilitar la audición, “escuchamos” de forma diferente comentarios tales como
“¿Qué, sos sordo?” Cuando tenemos amigos de diferentes religiones somos más
conscientes que las decoraciones en el shopping son de una sola religión, que las
canciones en la radio afirman que existe una sola forma de ser en el mundo.

Honestidad acerca de tópicos difíciles.

De la misma forma que la inclusión les enseña a los alumnos a ser conscientes y a
estar bien educados acerca de las diferencias individuales, también provee un
lugar para aprender acerca de los tópicos difíciles.

Aprendemos a hablar sobre lo incómodo, lo innombrable y lo doloroso.

En una escuela uno de los alumnos del nivel preescolar tenía cáncer. En vez de
ocultar este hecho (y a este niño de nombre Aldo) de sus compañeros, los
maestros utilizaron la situación de Aldo y su enfermedad como una oportunidad,
no sólo para educar a los otros alumnos, sino también para ayudarlos a convertirse
en cariñosos y solidarios aliados.

En aquellos días en que la quimioterapia hacía que Aldo estuviera cansado y débil
sus compañeros, por turnos, se sentaban junto a él para leerle un cuento.

Cuando Aldo no pudo seguir yendo a la escuela sus compañeros se turnaban para
llamarlo y mandarle a la casa notas y dibujos. Y cuando Aldo falleció casi todos sus
compañeros fueron al funeral ofreciendo su compasión a sus familiares.

Ayudar a los niños a desarrollar habilidades para hacer frente a situaciones difíciles
apoyándolos en este tipo de circunstancias les permite crecer como personas
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compasivas y cariñosas.

El deseo de “refugiar” a nuestros niños de algunas de las realidades más duras de


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la vida debe ser balanceado con el enorme don que les damos al permitirles
sentirse cómodos, comprensivos y serviciales cuando se enfrenten con personas y
situaciones que sean complicadas.
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La disposición y el entusiasmo de los niños de enfrentarse con el mundo y de


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encontrar respuestas a sus preguntas les permite aprender un vasto repertorio de


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habilidades y actitudes que los ayudarán a una entrada más “suave” en las
complejidades de la vida adulta. Este es uno de los dones del aula inclusiva.

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Los niños aprenden muchos mensajes de cómo nosotros, como adultos,
respondemos ante las diferencias. Lo que decimos importa, pero lo que hacemos
importa aún más. Como dijo Albert Einstein, “Dar el ejemplo no es la forma
principal de influenciar a otra persona, es la única forma”.

Coraje.

Aunque muchas personas asocian la palabra coraje con actos dramáticos (entrar
en un edificio en llamas para salvar a otra persona, por ejemplo) existen muchas
formas de mostrarlo.

Las aulas inclusivas se presentan como un campo fértil para plantar estas semillas
porque nos proveen de ejemplos y oportunidades para muchos tipos de valentía.

Está la valentía de seguir tratando cuando las cosas están difíciles, y la de


modificar viejas y pasadas formas de pensar y aceptar el cambio. También está la
posibilidad de perdonar a aquellos que nos han lastimado, y de arriesgarse, aun
cuando se enfrenta la chance de un rechazo.

Y, tal vez, el más importante, está el valor de ponerse de pie por aquellos que
están oprimidos o marginalizados, y el de alzarse por aquello que es lo correcto,
aun cuando sea difícil o usted sea el único.

Es en la escuela que los niños por primera vez experimentan las categorizaciones,
los rótulos y la valoración y el desprecio de los individuos. Es en este espacio que
aprendemos quién es de valor, quién está por debajo del desprecio. También
conocemos cómo hacer amigos y cómo mirar hacia el otro lado.

Y estas lecciones, una vez aprendidas, tienen tremendas implicaciones en todos los
aspectos de nuestras vidas. Pero también hay buenas noticias: en las escuelas les
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podemos enseñar a los niños a actuar con solidaridad y a tener el coraje de


alejarse de la multitud si ésta lastima a alguien.
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No solamente los alumnos en las aulas heterogéneas tendrán múltiples


oportunidades de repiquetear en su propio coraje, también serán testigos del de
los adultos que los rodean.
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Coraje es lo que se requiere cuando dejamos por detrás algo que conocemos bien
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y abrazamos (aun tentativamente) algo desconocido y que nos da miedo. Es lo que


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se necesita cuando decidimos hacer las cosas en una forma diferente a la que lo
hacíamos. Tal vez siempre hemos aislado a los estudiantes con problemas

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significativos de conducta y aprendizaje y ahora decidimos trabajar en un modelo
más inclusivo e integrado de educación. Estos cambios requieren preparación,
entrenamiento, pero también intrepidez.

Audacia es reconocer que las cosas familiares no son necesariamente inevitables o


las correctas. No debemos confundir lo que es cómodo con lo que es correcto.

Cuando trabajamos para construir aulas inclusivas nuestros alumnos observan


nuestro coraje, la disposición a correr riesgos y la necesidad de apoyo a medida
que luchamos con situaciones nuevas y difíciles.

Uno debe utilizar la “bungee enseñanza.” Primero uno se entrena, luego verifica
las “sogas”, después reúne su equipo de apoyo en el suelo, pero en algún
momento tiene que saltar.

No puede esperar a estar totalmente preparado o listo, porque NUNCA lo estará.


Podríamos identificar nuestro compromiso a cambiar las formas que las escuelas
responden a los diversos tipos de alumnos como “bungee inclusión.” Debemos, por
supuesto, hacer un plan, prepararnos y reunir información y recursos. Pero en
algún punto debemos decidir que vamos para adelante y hacerlo, aun cuando no
nos sintamos listos o tengamos miedo e inseguridad y nos estén pidiendo que
hagamos algo que nunca hicimos antes.

Fe y esperanza.

Una definición de fe es creer en algo que no podemos ver. También puede


significar confianza o esperanza. En términos de inclusión, fe puede significar que
aún cuando no siempre vemos evidencias de amor, aceptación o apoyo alrededor
nuestro, creamos que son posibles.
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Creemos que el mundo puede ser diferente, y que


podemos ser parte de esta transformación.
Confiamos que podemos hacer una diferencia, y
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en el proceso aun cuando los resultados de


nuestros esfuerzos puedan no ser
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inmediatamente posibles.
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Como en todas las cosas que son importantes, la


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inclusión no es fácil, y, de hecho, es a veces rotundamente desalentadora.
Pensamos que hemos hecho progresos con un niño o con una situación sólo para
encontrar al otro día nuevos desafíos.

Un compromiso con la inclusión requiere que no nos detengamos, que sigamos


intentando a pesar de las decepciones y los contratiempos. TODOS somos
responsables los unos de los otros.

Viviendo y aprendiendo en escenarios inclusivos permitimos que el deseo natural


de comunidad se desarrolle. Además, nos estamos dando la posibilidad de ser
generosos y también los más humanos que sea posible: este es el don de la
inclusión.
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