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“El cerebro tiene enfermedades que afectan al alma, te destruyen como individuo”

El científico Juan Lerma advierte sobre las dificultades para comprender el cerebro y los
motivos por los que cuesta desarrollar fármacos contra el alzhéimer

DANIEL MEDIAVILLA

31 ENE 2020 - 18:21 CET

El neurocientífico Juan Lerma, en el hotel Only You de Madrid. VÍCTOR SAINZ

A los científicos se les suele mirar desde fuera del gremio como unos sabios con unas mentes
capaces de resolver los problemas prácticos más intrincados. Curar el cáncer, acabar con los
problemas cardíacos, resolver los problemas mentales. Juan Lerma (Moral de Calatrava,
Ciudad Real, 1955) es uno de los neurocientíficos más destacados de España, uno de los sabios
que deberían ayudarnos a reparar el cerebro y, sin embargo, él mismo reconoce que después
de una larga carrera solo al final ha empezado a estudiar los desequilibrios moleculares que
están detrás de dolencias como la epilepsia, el autismo o el síndrome de Down.

Lerma es profesor de investigación en el Instituto de Neurociencias de Alicante (CSIC-UMH),


una institución de referencia en el estudio del cerebro que dirigió entre 2007 y 2016 y explica
que “probablemente, uno tiene que hacerse preguntas más generales antes de llegar a las
particulares, ir de la fisiología a la patología y no al revés”. Se trataría de comprender primero
el mecanismo para después intentar arreglarlo, pero no solo.

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Pregunta. Comprender el cerebro para arreglarlo cuando está dañado es una motivación para
muchos neurocientíficos, pero también es interesante entender cómo funciona el cerebro
cuando lo hace correctamente.

Respuesta. El cerebro tiene unas enfermedades que son muy importantes porque afectan al
alma, te destruyen como individuo. Si piensas en la enfermedad de Alzheimer: pierdes la
memoria, pierdes tu historia, dejas de ser tú. Son gravísimas y son muy prevalentes. Además,
son enfermedades que no matan, tienen un coste sanitario enorme porque la esquizofrenia, el
autismo, la epilepsia… hay que tratarlos de por vida. El coste social es incluso mayor y el
sufrimiento familiar y del entorno es enorme. Esto es urgente y es una demanda social, pero
también lo es entender cómo funciona el cerebro, cómo somos, por qué nos comportamos de
una determinada manera. ¿Por qué amamos? ¿Por qué odiamos? ¿Cómo lo hacemos? Pensar
si eso se puede modular para ser mejores personas, si la propia educación puede ser modulada
para generar cerebros mejores.

Eres prisionero de tus propios recuerdos y de tu propia experiencia, no eres libre

P. Contra el cáncer y frente a otras enfermedades se ha conseguido desarrollar tratamientos


sin necesidad de entender exactamente cómo actúan esos tratamientos. ¿Esto ha sido más
complicado en enfermedades del cerebro como el alzhéimer?
R. Hay dos formas de atacar las enfermedades. La primera es la serendipia, donde tú tienes un
fármaco, lo pruebas y ves si te alivia algún síntoma de alguna enfermedad. Hay muchísimos
ejemplos. La aspirina no se diseñó racionalmente y la penicilina tampoco. Pero el problema del
cerebro es que es bastante más complejo y sus enfermedades también.

En el cáncer, la guerra contra el cáncer de Nixon, que empezó en los setenta, no acabó con la
enfermedad, pero después de tantos años de investigación la mortalidad ha disminuido
drásticamente. La supervivencia en cáncer de mama que era antes bajísima ahora ronda el
80% y eso es un éxito de la investigación científica y del conocimiento, de la utilidad de
conocer las vías de señalización de las células o los oncogenes cuando se pone a disposición
del desarrollo de fármacos. Ahora se está llegando a entender cómo se forman las metástasis,
cuáles son los mecanismos íntimos por los que las células son capaces de viajar y anidar en
otros órganos. Eso, sin duda, te dota de conocimiento para poder modular esos sistemas.

En el caso del cerebro, a diferencia de otros órganos, estamos a años luz de tener ese
conocimiento. Sabemos muchas cosas, pero la neurociencia es relativamente moderna. Cajal
ya postuló la existencia de las sinapsis, pero nadie las había podido ver claramente hasta los
años cincuenta del siglo pasado, cuando lo permitió el desarrollo del microscopio electrónico.
El concepto de los neurotransmisores y su aislamiento tiene 50 años. Si uno conoce cuáles son
las sustancias que funcionan en la transmisión neuronal, qué hace que las células se
comporten de una manera o de otra y cuáles son las bases de la comunicación entre neuronas,
puedes intervenir. Gran parte de los fármacos psicoactivos que hoy funcionan, lo hacen a nivel
de la sinapsis. Y lo hacen porque en los últimos años se ha hecho ese diseño racional en el que
se han tratado de aislar sustancias que modulan o que bloquean o que potencian algunos de
los receptores de los que se conoce su estructura molecular y la función a nivel sináptico.

El valium, el diazepam, no fue fruto de un diseño racional. Se descubrió haciendo cribados de


sustancias, pero sí que se conoce dónde actúa y cómo actúa. Aunque hay otros, es uno de los
pocos ansiolíticos que funcionan, y no se sabe muy bien por qué. Cuando tomas diazepam, el
cerebro se empapa de manera que no tienes funciones o modulaciones específicas en
estructuras que tienen que ver con un determinado comportamiento. De ahí los efectos
secundarios.

El diazepam es uno de los pocos ansiolíticos que funcionan y no se sabe muy bien por qué

Una de las vías de actuación ahora se centra en determinar, por ejemplo, cuáles son las zonas
del cerebro y los circuitos o los tipos de neuronas que están involucradas en una enfermedad
particular, sea depresión, ansiedad, algún síntoma del autismo o cualquier otra cosa para
poder diseñar fármacos que solo actúan en esa parte, para disminuir los efectos secundarios.

En definitiva, lo que ocurre es que conocemos todavía muy poco, sobre todo del
funcionamiento global del cerebro. Conocemos propiedades moleculares, la estructura... Pero
cuando pones neuronas juntas a trabajar surgen propiedades emergentes que no puedes
predecir, que son las que hacen que el cerebro funcione como funciona, y todo se complica. Y
es algo que no pasa en el hígado o en el corazón.

P. ¿Cómo se plantean reconstruir y comprender esos mecanismos emergentes?


R. Ahora mismo hay una especie de revolución con la inteligencia artificial, que va a ayudar
mucho a entender el cerebro porque va a permitir modelar las zonas cerebrales y entender
cómo funcionan y ver cuándo se alteran determinados patrones. El avance en el conocimiento
científico se produce en forma escalonada. Se va acumulando conocimiento y de repente llega
un conocimiento más que hace que se complete el rompecabezas. Antes no veías nada, pones
la pieza y de repente ves el objeto que estabas reconstruyendo. Y ahí se produce un salto
cualitativo en el conocimiento.

En todas las ciencias esos saltos vienen acompañados de avances tecnológicos. Ahora mismo,
el Brain Initiative en Estados Unidos tiene como uno de sus objetivos desarrollar tecnologías
nuevas que permitan el estudio del cerebro. Ahí se están dando avances que van a permitir
hacer integraciones muy importantes.

Llegará un día en el que una persona adicta entre en un hospital y a través de determinados
protocolos de estimulación se le borre la adicción

P. Para mucha gente, esta idea de descomponer los factores que constituyen la conciencia
humana y de algún modo comprenderla y poder manipularla puede parecer algo peligroso,
poner incluso en cuestión el libre albedrío.

R. Esto es una cuestión más filosófica. Yo no soy filósofo, pero el libre albedrío no existe, es
una falacia. Esto lo he discutido con filósofos y muchos se niegan a que no exista el libre
albedrío. Pero te voy a poner un ejemplo. Si eres un adicto a la nicotina y yo te ofrezco un
cigarro, tú tienes la libertad de aceptarlo o no, pero si probamos 100 veces, la libertad no
existe, porque lo vas a aceptar en el 90 por ciento de las ocasiones. Si fuera por libre albedrío,
actuarías siempre de la misma manera o al menos sería un 50%, si fuera aleatorio, pero no, el
albedrío está marcado por tu propia experiencia. Y esta está marcada por tu educación, por tu
infancia, está marcado por tu entorno y por tanto, digamos que tú eres prisionero de tus
propios recuerdos y de tu propia experiencia. No eres libre.

P. ¿Puede ser que en algún momento, si llegamos a conocer esos mecanismos y también esas
propiedades emergentes con mayor profundidad, haya determinadas políticas que ahora están
marcadas por la ideología, por una percepción subjetiva de cómo funciona el mundo, en las
que la neurociencia pudiese decir esta es la postura correcta si queremos reducir la
criminalidad o mejorar la educación, por ejemplo.

R. Obviamente, pero yo lo pondría de otra manera. El conocimiento del cerebro no nos va a


hacer esclavos, sino todo lo contrario. Nos va a hacer más libres, porque podemos prevenir
comportamientos, mejorar enseñanzas para hacer a las personas más libres, más dueñas de
sus propias decisiones. Por ejemplo, un adicto no tiene libertad. Si tú eres capaz de determinar
cuáles son los mecanismos de la adicción puedes borrarlos, y es algo que se está empezando a
hacer. En los últimos 15 o 20 años de estudio de adicciones se ha avanzado más que en el resto
de la historia. Ahora se sabe bastante bien cómo se generan estas adicciones y, por tanto, cuál
es el mecanismo de la compulsión, y puedes atacarlo con fármacos, con terapias o de otras
maneras. Probablemente, llegará un día en el que una persona adicta entre en un hospital y a
través de determinados protocolos de estimulación se le borre la adicción y al día siguiente se
vaya a casa. Ojo con eso, aunque eso parece ciencia ficción, está a la vuelta de la esquina.

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