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I
poema: el yo se habla a sí mismo como a un tú, y
hábla de sí como d e u n ella, y habla de su propio yo que reúne lo activo y lo pasivo. Pero hay, sobre todo,
una fuerte espacialización de la forma interna. L a voz existe, que el lugar es la fuga; voz condenada a reunir
habla desde un lugar siempre móvil, remoto y próxi- lo que inconsolablemente se dispersa. No hay lugar, por
mo, hacia un lugar que tiene ante sí y que siempre se eso hay el poema: para que el desconsuelo tome en
le escapa. L a voz construye la forma del cuerpo --es nosotros la forma de la gracia.
ese cuerpo que habla- y también construye el esce-
nario donde cl cuerpo está hablando. La voz es una
RAÚL DORRA
continua búsqueda de la interioridad -la interioridad
Puebla, octubre de 1996
del yo, del tú o del ella- y por eso está siempre situada
y a la ve; fuera de lugar. Tal vez este trabajo sea más
evidente en "Pythia" donde, entre todas las palabras
cargadas de significación, la que se repite con más fre-
cuencia, a veces con una frecuencia que llega a ser
obsesiva, es la preposición en ("tócamelen esta oscuri-
dad del pensamientolen lo incomprensible de mí/en
esa otra incomprensible yo"). Todo gravita hacia el
en: palpitaciones, premuras, desdichas. Hacia el en van
las lágrimas, el llamado apremioso. A este en se le agre-
ga el posesivo su con tal tenacidad que si uno tnviera
que decir cuál es la expresión característica de "Pythia"
no vacilaría en afirmar que se trata del sinta,ma en
su ('La piedra en su sueíío/en su barrolcae hasta su
fondo") el cual expone a la vez el sentimiento d e que
todo tiene su interioridad, todo busca recogerse en szl
centro, y que esa exterioridad, ese centro, son ajenos al
yo. En efecto, no se trata del en mi sino del en su, de
una interioridad que está ahí y a la que el yo no llega.
Interminable, acaso todavía interminado, Migracio-
nes se cierra sobre sí: cuerpo, tacto, memoria, insistente
voz que busca su lugar aunque sabe que el lugar no