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PATRIARCADO DE MOSCÚ
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II.1.El pueblo de Israel del Antiguo Testamento eran prototipo del pueblo de Dios, la
nueva Iglesia del Testamento de Cristo. El hecho redentor de Cristo, el Salvador, dio
comienzo al ser de la Iglesia como la nueva humanidad, la descendencia espiritual del
antepasado Abraham. “En tu sangre has comprado para Dios los hombres de toda tribu,
lengua, pueblo y nación”. (Ap. 5;9) La Iglesia por su misma naturaleza es universal y,
por consiguiente, es supranacional. En la Iglesia “no hay ninguna diferencia entre el
judío y el griego “ (Rom. 3;29). Así como Dios no es el Dios solo de los judíos sino
también de los gentiles (Rom. 3;29), la Iglesia no divide a las personas por su
nacionalidad o territorio; para ella no hay griego, ni judío, circuncisión
ni incircuncisión, bárbaro o escita, siervo o libre, porque Cristo lo es todo en todos”
(Col. 3;11).
El pueblo de Israel, como escogido por Dios, se contrapone, en los libros del
Antiguo Testamento, a otros pueblos asociados de una u otra forma con la historia de
Israel. El pueblo de Israel no fue escogido porque ellos superaran a otras naciones
por el número o alguna otra cosa, sino porque Dios los escogió y los amó. (Deu. 7;6-8).
La noción de pueblo elegido por Dios comporta en el Antiguo Testamento una religión.
El sentimiento que caracteriza a la comunidad nacional de los hijos de Israel, estaba
arraigado en su conocimiento por su pertenencia a Dios a través de un convenio hecho
por sus padres con el Señor. Los hijos de Israel se convirtieron en el pueblo de Dios y
fueron llamados a conservar la fe en un verdadero Dios y llevar el testigo de esta
fe ante otras naciones para que a través de Israel el Dios-Hombre, Jesucristo, el
Salvador de todas las gentes, pueda revelarse al mundo.
Dios les dio la tierra prometida al pueblo de Israel para su sustento. Después que
ellos salieron de Egipto, este pueblo fue a Canaán, la tierra de sus predecesores, y por
mandato de Dios la conquistaron. Desde entonces la tierra de Canaan se convirtió en la
tierra de Israel, al mismo tiempo que su capital, Jerusalén, se convirtió en el centro
espiritual principal y en el centro político del pueblo elegido por Dios. El pueblo de
Israel habló también un idioma que no solo era el idioma de la vida cotidiana, sino
también el idioma del culto. Es más, el hebreo fue el idioma de la revelación, porque el
fue en el que el propio Dios habló a Israel. En la época anterior a la venida de Cristo,
cuando los moradores de Judea hablaban el arameo , el griego se elevó a la categoría de
idioma nacional, mientras el hebreo continuó siendo tratado como un idioma sagrado,
en el cual se celebraba el culto en el templo.
La Iglesia, siendo universal por su naturaleza, es al mismo tiempo un organismo,
un cuerpo ( 1 Cor. 12;12). Ella es la comunidad de los hijos de Dios, “linaje escogido,
sacerdocio regio, gente santa, pueblo singular... que en un tiempo erais pueblo, ahora
sois pueblo de Dios”.(1 Pe. 2; 9-10). La unidad de estas nuevas gentes no está
asegurada por su comunidad étnica, cultural o lingüística, sino por su fe común en
Cristo y por el Bautismo. El nuevo pueblo de Dios no “tiene aquí ninguna ciudad
permanente, antes busca la futura” (Heb. 13;14). La patria espiritual de todo cristiano
no es la Jerusalén terrenal, sino la “Jerusalén de arriba” (Gal. 4;26). El Evangelio de
Cristo no se predica al pueblo en un idioma sagrado e indescifrable, sino en todas las
lenguas. (Act. 2: 3-11). El Evangelio no se predica a un pueblo escogido
para conservar la verdadera fe, sino para que “al nombre de Jesús doble la rodilla todo
cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterraneas; y toda lengua
confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre. (Flp. 2; 10-11).
no tenía ningún resguardo en la tierra (Mt. 8;20() y señaló que la enseñanza que el
trajo, no era local o nacional en su naturaleza: “es llegada la hora en que ni en esta
montaña, ni en Jerusalén adorareis al Padre” (Jn. 4;21). No obstante, El se identificó
con las gentes a quienes el perteneció por nacimiento. Hablando con la mujer
de Samaría, subrayó su pertenencia a la nación judía: “vosotros adoráis lo que no
conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los
judíos” (Jn. 4;22). Jesús era un súbdito fiel del Imperio romano y pagaba sus impuestos
al Cesar (Mt. 22; 16-21). San Pablo, en sus cartas, en las que enseña la naturaleza
supranacional de la Iglesia de Cristo, no se olvidó de que por su nacimiento el era “un
hebreo de hebreos” (Fil. 3;5), aunque un romano por su ciudadanía (Act. 22; 25-29).
Entre los santos venerados por la Iglesia ortodoxa, muchos se hicieron famosos
por el amor a su patria terrenal y fidelidad a ella. Las fuentes del santoral ruso alaban al
príncipe Miguel de Tver que “dio su vida por su patria” al mismo tiempo que compara
este hecho con el martirio del protomartir San Demetrio de Tesalónica : “el amante
bueno de su patria dijo sobre su ciudad nativa Tesalónica. Oh, Señor, si destruyes esta
ciudad, yo pereceré con ella, pero si la salvas, yo también me salvaré”.
II.3. Puede expresarse el patriotismo cristiano con respecto a una nación, al mismo
tiempo, como a una comunidad étnica y como a una comunidad de ciudadanos. El
cristiano ortodoxo es llamado a amar a su patria , que tiene una dimensión territorial, y
a sus hermanos por sangre que viven por todas partes en el mundo. Este amor es una de
las maneras de cumplir el mandato de Dios de amor al prójimo, el cual incluye el amor
a la familia propia, a los miembros de la propia tribu y a los conciudadanos.
En el antiguo Israel, antes del periodo de los reyes, había una teocracia genuina,
esto es, el poder de Dios, el cual se demostró ser única en la historia. Sin embargo,
cuando la sociedad se movió fuera de la obediencia a Dios como organizador de los
asuntos civiles, las gentes empezaron a pensar en tener un gobernante laico, El
Señor, al mismo tiempo que admitía la petición del pueblo y autorizaba la nueva forma
de gobierno, deploraba el rechazo del orden divino. “Y el Señor dijo a Samuel. Oye la
voz del pueblo en todo cuanto te piden; pues no es a ti a quien rechazan sino a mi para
que no reine sobre ellos... Escúchalos, pues, pero da testimonio contra ellos y dales a
conocer cómo los tratará el rey que reinará sobre ellos.” ¡Sam. 8; 7,9).
El Hijo de Dios, que reina sobre cielo y tierra, (Mt. 28;18), a través de la
persona constituida, se sujetó a si mismo al orden mundano de las cosas obedeciendo a
los representantes del poder estatal. A su crucificador Pilatos, el procurador romano de
Jerusalén, le dijo: “ No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo
alto” (Jn. 19;11). El Señor dio esta respuesta a una pregunta tentadora de un fariseo
sobre si era permisible pagar tributo al Cesar: Dad al Cesar lo que es del Cesar” (Mt.
22;21).
La Iglesia no sólo manda a sus hijos obedecer al poder estatal, sino también ora
por ellos a Dios, “a fin de que gocemos de una vida callada y pacífica con toda piedad y
honestidad”. (1 Tim. 2;2). Al mismo tiempo, el cristiano debe evitar hacerlo absoluto y
reconocer los límites de su valor completamente terrenal, temporal y pasajero,
condicionado por la presencia del pecado en el mundo, y la necesidad de refrenarlo.
Según la enseñanza de la Iglesia, no tiene ningún derecho para hacerse absoluto
extendiendo sus límites a completar la autonomía de Dios y del orden de cosas
establecido por EL. Esto puede llevar al abuso de poder e , incluso, a la deificación de
los gobernantes. El estado, así como otras instituciones humanas, aún cuando busquen
el bien, pueden tender a transformarse en una institución por si mismo bastarda. Los
numerosos ejemplos históricos muestran una tal transformación que el estado en este
caso pierde su verdadero fin.
III.3. En las relaciones Iglesia-estado, la diferencia entre sus naturalezas debe tenerse
en cuenta. La Iglesia ha sido fundada por el propio Dios, nuestro Señor Jesucristo,
mientras que la naturaleza de Dios en la institución del poder estatal solo se
revela indirectamente a lo largo de un proceso histórico. La meta de la Iglesia es la
salvación eterna de las almas, mientras la meta del estado es su bienestar en la tierra.
“Mi reino no es de este mundo”, dice el Salvador (Jn. 18;36). Este mundo solo
es en parte obediente a Dios, pero en la mayor parte busca ponerse al margen de su
propio Creador y Señor. En gran parte, el mundo desobedece a Dios y obedece al
“padre de la mentira” y “descansa en la maldad” (Jn. 8;44; 1Jn. 5;19). Pero la Iglesia ,
como “cuerpo de Cristo” (1 Cor. 12;27) y “pilar y fundamento de la verdad” (1 Tim.
3;15), en su ser misterioso, no puede tener ningún mal en ella, ni cualquier sombra de
oscuridad. Puesto que el estado es parte de “este mundo”, no tiene ninguna parte en el
reino de Dios, donde está Cristo “todo en todos” (Col. 3;11); por lo tanto, donde no hay
ninguna oportunidad para la coerción, ni hay oposición entre lo humano y lo
divino, allí no hay estado.
La Iglesia no debe asumir las prerrogativas del estado, tales como la resistencia
al mal por la fuerza, el uso de poderes autoritarios temporales y la asunción de las
funciones gubernamentales que presuponen coerción o restricción. Al mismo tiempo, la
Iglesia puede pedir o instar al gobierno que ejerza el poder en casos particulares,
aunque la decisión depende del estado.
A diferencia del basiléo bizantino, los zares rusos tuvieron un legado diferente.
Por esto y otras razones históricas, la relación entre la Iglesia y las autoridades estatales
eran más armoniosas en la antigüedad rusa. Había también, sin embargo, desviaciones
de las normas canónicas (en tiempos de Ivan el Terrible y en la confrontación entre el
Zar Alexis Mikhailovich y el Patriarca Nikon).
Hay varios países, como Gran Bretaña, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Grecia
donde todavía hay “Iglesia establecida”. Otros estados, que cada vez más crecen en
número, (EE.UU., Francia) construyen sus relaciones con las comunidades
religiosas en base a la separación plena. En Alemania, la Iglesia Católica, Evangélica y
algunas otras, tienen el estado de corporaciones públicas legales, mientras otras
comunidades religiosas están totalmente separadas del estado y son consideradas como
corporaciones privadas. En la práctica, sin embargo, la situación real de las
comunidades religiosas en la mayoría de los países dependen poco para su futuro de si
están separadas o no del estado. En algunos países, donde la Iglesia mantiene su
estado de entidad pública, éste se reduce a recibir impuestos colectivos para su
sostenimiento de la administración fiscal pública, el reconocimiento del bautismo y los
archivos del matrimonio como certificados de estado civil válidos para los cuerpos
administrativos públicos.
Hoy la Iglesia Ortodoxa Rusa realiza su servicio a Dios y a las gentes en varios
países. En algunos de ellos, representa la confesión nacional mayoritaria,
(Grecia, Rumanía, Bulgaria), mientras en otros, que son multinacionales, es la religión
de una mayoría étnica, (Rusia). En otros países, aquellos que pertenecen a la Iglesia
Ortodoxa, conforman una minoría rodeada por cristianos heterodoxos (Finlandia,
Polonia, EE.UU.) o por gentes de otras religiones (Japón, Siria, Turquía). En algunos
países pequeños, la Iglesia Ortodoxa tiene el estado de religión estatal (Chipre, Grecia,
Finlandia), mientras en otros países esta separada del estado. Hay también
diferencias en los contextos legales y políticos en que las iglesias ortodoxas locales
viven. Sin embargo, todas ellas conforman su orden interno y sus relaciones con el
gobierno de acuerdo con los mandatos de Cristo, enseñados por los apóstoles, los
cánones sagrados y la experiencia histórica de más de dos mil años, y, en esa situación
encontraron una oportunidad de alcanzar sus metas fijadas por Dios, al mismo tiempo
que ponen de manifiesto su naturaleza terrenal así como la celestial de origen divino.
III. 6. El principio de libertad de conciencia que surgió solo como una noción legal en
los siglos XVIII y XIX, se ha vuelto un principio fundamental de las relaciones
interpersonales después de la primera guerra mundial Fue confirmado por “la
Declaración Universal de los Derechos Humanos” e incluído en las constituciones de la
mayoría de los estados. La aparición de este principio pone de manifiesto que en el
mundo contemporaneo, la religión está volviéndose de un “hecho social” en un “asunto
privado” de la persona. Este proceso en sí mismo indica que el sistema de valores
espirituales, se ha desintegrado y que la mayoría de las gentes de una sociedad que
afirma la libertad de conciencia, no aspira a la salvación. Si el estado nació
inicialmente como un instrumento de consolidación de la ley divina en la sociedad, la
libertad de conciencia ha convertido al estado últimamente en una institución
exclusivamente temporal sin compromisos religiosos.
III: 7:Las formas y métodos de gobierno están condicionados en muchas maneras por la
condición espiritual y moral de la sociedad. Consciente de esto, la Iglesia acepta la
opción del pueblo o no se le opone, por lo menos.
III.10. Los cánones santos prohiben al clero dirigirse al gobierno sin el permiso de ,los
superiores de la Iglesia. Así, el Canon 11 del Concilio de Sardica, dice “Si cualquier
obispo o presbítero o , en general, cualquiera del clero se dirige al gobernante sin
permiso y credenciales del Obispo de la provincia e, incluso más, del Obispo
Metropolitano, sea suspendido y privado no solo de la comunión sino también de la
dignidad de que disfrute.... Si una necesidad urgente obliga a uno a dirigirse a un
gobernante, esto sea hecho con la consideración y permiso del obispo de la metrópoli
III. 11. Para evitar confusión entre los asuntos eclesiásticos y los estatales e impedir a la
autoridad eclesiástica adquirir una naturaleza temporal, los cánones prohibenal clero
participar en los asuntos de gobierno estatal El Canon Apostólico 81 dice: “ No
conviene al obispo o presbítero entrar en los asuntos del gobierno del pueblo, sino estar
siempre comprometido en los asuntos de la Iglesia”. El Canon Apostolico 6 y el Canon
10 del Séptimo Concilio Ecuménico hablan de lo mismo. En el
contexto contemporaneo, estas medidas se aplican no solo a la administración si
también a la participación en los cuerpos del poder. (cf. V.2.)
IV. 2. La ley está llamada a manifestar la ley divina del universo en los campos social y
político. Al mismo tiempo cualquier sistema legal, como fruto del desarrollo histórico,
lleva un sello de limitación e imperfección. La ley es un mundo especial, diferente del
mundo ético de manera que no interviene en las condiciones del corazón humano,
donde Dios solo es su Lector.
Con todo, son los comportamientos y acciones humanas, los cuales son el objeto
de la regulación legal, los que son la esencia de la legislación. La ley también
mantiene las medidas coercitivas para hacer que las personas la obedezca. Las
sanciones de la ley para restaurar la ley conculcada y el orden, hace de la ley un
verdadero ajuste de la sociedad, a menos que, como frecuentemente ha pasado en la
historia, todo el sistema de cumplimiento de la ley, zozobre. Sin embargo, como
ninguna comunidad humana puede subsistir sin ley, un nuevo sistema legislativo
siempre surge en lugar de la ley y el orden destruidos.
IV:3. La determinación de donde está el “borde de la herida” que separa a una persona
de otra ofendida fue diferente en distintas sociedades y en diversos periodos. La
persona, en una comunidad religiosamente íntegra, se ve en dos perspectivas: como una
persona individual que “se mantiene o cae ante Dios” (Rom. 14;4) y que no pude ser
juzgada por otras personas, o como miembro de un cuerpo público en el que la
enfermedad de un miembro lleva a la enfermedad y hasta la muerte del cuerpo entero.
En el último caso, cada persona puede y debe ser juzgada por la comunidad entera, por
el influjo que las acciones de uno hacen impacto sobre muchos. La búsqueda del
espíritu de paz por un hombre virtuoso, según S. Serafin de Sarov, lleva a la salvación
de miles alrededor de él, mientras que el pecado cometido por un culpable puede traer
consigo la muerte de muchos.
Por esto, los libros del Antiguo Testamento también regularon esos aspectos de
la vida que están fuera de la legislación de hoy. Por ejemplo, en las leyes penales del
Pentateuco, el adulterio está castigado con la muerte (Lev. 20;10), cuando hoy no se
considera como un acto ilegal en la mayoría de los estados. Si la visión del mundo en
su integridad está perdida, el campo de la regulación legal se reduce a los casos que
originan daños visibles, y éstos se entienden como cada vez más limitados; un hecho
que está acompñado por la erosión de la moralidad pública y la degradación de las
conciencias. Por ejemplo, la ley de hoy trata la hechicería, que era un grave crimen en
las comunidades antiguas, como un hecho imaginario que no se castiga.
Sin embargo, en los casos dónde la ley humana rechaza la norma divina
absoluta, reemplazándola por su opuesta, deja de ser ley y se convierte en desorden, sea
cual sea el ropaje legal con que se pueda revestir. Por ejemplo, el Decálogo claramente
establece “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex 20;12). Cualquier norma secular que
contradice este precepto, acusa no a su ofensor sino al legislador mismo. En otros
términos, la ley humana nunca ha contenido la ley divina en su plenitud, pero para
seguir siendo ley, se obliga a conformarse con los principios establecidos por Dios, más
que a degradarlos
IV. 5. En la Iglesia, fundada por el Señor Jesús, existe una ley especial basada en la
Revelación Divina. Es la ley canónica. Al mismo tiempo que se dan otros estatutos
religiosos, separados de Dios, y pueden ser esencialmente parte del derecho civil, la ley
cristiana es fundamentalmente “suprasocial” No puede ser parte del derecho civil,
aunque en las sociedades cristianas, pude tener una influencia favorable en él como su
fundamento social.
IV. 6. La idea de los derechos inalienables del individuo se ha convertido en uno de los
principios dominantes dentro de sentido contemporaneo de la justicia. La idea de estos
derechos está basada en la enseñanza bíblica del hombre como imagen y semejanza de
Dios, como criatura ontológicamente libre. “Examina lo que está alrededor tuyo”,
escribe S. Antón de Egipto, “ y ve que los príncipes y señores tienen el poder sobre tu
cuerpo sólo y no sobre tu alma, y ten siempre esto presente. Porque cuando ellos
ordenan, dice, matar o hacer alguna otra cosa , impropia, injusta y dañosa para el alma,
no es apropiado obedecerlos, aunque torturen tu cuerpo. Dios ha creado el alma libre y
gobernada por sí misma, y es libre para comportarse como quiera, bien o mal.
La ética social - pública cristiana exige que una cierta esfera autónoma debe
reservarse para el hombre, en la cual su conciencia seguiría siendo el amo
“autocrático” de él; porque es la determinación libre la que decide finalmente la
salvación o muerte, la adhesión a Cristo o la adhesión fuera de Cristo. El derecho para
creer, vivir, tener una familia es lo que protege los fundamentos inherentes de la
libertad humana de la norma arbitraria de fuerzas extrañas. Estos derechos interiores
son completados y asegurados por otros externos, como el derecho a la libre
circulación, la información, la propiedad, su posesión y disposición.
IV. 7.Con el desarrollo de secularismo, los altos principios de los derechos humanos
inalienables se convirtieron en un concepto de los derechos del individuo al margen de
sus relaciones con Dios. En este proceso, la libertad de la persona se transformó en la
protección de la misma (con tal de que no sea perjudicial a los individuos) y en la
exigencia de que el estado debe garantizar un cierto nivel de vida material al individuo
y la familia. En la comprensión sistemática contemporanea de los derechos humanos
civiles, el hombre es tratado no como la imagen de Dios, sino como un sujeto
autosuficiente y que se abastece por sí mismo. Fuera de Dios, sin embargo,
hay soló el hombre caído, que está más bien lejos de ser el ideal de perfección
inspirado por el Cristianismo y que se reveló en Cristo (“Ecce Homo”). Al sentido
cristiano de la justicia, la idea de libertad y derechos humanos van unidos con la idea de
servicio. El cristiano necesita derechos de modo que ejerciéndolos pueda, en primer
lugar, cumplir, de la mejor manera posible, la excelsa llamada a ser “la imagen de
Dios”, así como sus deberes ante Dios y la Iglesia, ante otras personas, la familia, el
estado, la nación y otras comunidades humanas.
IV. 8. La ley y el orden de un país particular son una versión particular de la ley de
bien común característica de la nación dada. La ley nacional expresa los principios
fundamentales de relaciones entre las personas, entre el poder y la sociedad y entre las
instituciones de acuerdo con las peculiaridades de una nación concreta que se mueve
en la historia. La ley nacional es imperfecta, puesto que imperfecta y pecadora es
cualquier nación. Sin embargo, ella establece un armazón para la vida de las personas si
introduce las verdades absolutas de Dios en ella y las ajusta al conglomerado de la
existencia histórica y nacional
IV. 9. La Iglesia de Cristo, conservando su propia ley autónoma basada en los sagrados
cánones y guardándolos dentro de su propia vida eclesial,
puede coexistrir con sistemas legales muy diversos, a los que trata con respeto. La
Iglesia invariablemente llama a sus seguidores a ser ciudadanos respetuosos con la ley
de su patria terrenal. Al mismo tiempo, ella siempre ha subrayado los límites
infranqueables hasta los que su creyente debe obedecer la ley.
V. Iglesia y política.
V.1. En el estado contemporaneo, los ciudadanos participan en el gobierno del país,
votando. La mayoría de ellos pertenecen a partidos políticos, movimientos, uniones,
bloques y otras organizaciones similares, basadas en distintas doctrinas y concepciones
políticas. Estas organizaciones, buscando orientar la vida social según las convicciones
políticas de sus miembros, tienen como una de sus metas el mantener o reformar el
poder del estado. Ejerciendo el poder, dado a ellos por el voto popular durante las
elecciones, las organizaciones políticas pueden participar en el trabajo del legislativo y
en las estructuras del poder ejecutivo.
V.2. La Iglesia, de acuerdo con los mandatos de Dios, tiene como tarea mostrar la
preocupación por la unidad de sus hijos, la paz y la armonía social y la unión de todos
sus miembros en los esfuerzos creativos comunes. La Iglesia es llamada ha construir la
paz con la sociedad exterior. “A ser posible, y en cuanto de vosotros depende, tened paz
con todos” (Rom. 12;18). Procurad la paz con todos (Heb. 12;14) Lo más importante
para ella, sin embargo, es estar unidos en la fe y en el amor: “ Yo os pido, hermanos, en
el nombre de nuestro Señor Jesucristo... que no haya entre vosotros cisma, antes seáis
acordes en el pensar y en el mismo sentir” (1Cor. 1;10) Para la Iglesia el valor supremo
es su unidad como cuerpo misterioso de Cristo. (Ef. 1;23) del que depende la salvación
eterna de la humanidad. S. Ignacio, el Mensajero de Dios, dirigiéndose a los miembros
de la Iglesia de Dios, escribe: ”Todos juntos formamos una sola Iglesia de Dios, un solo
altar, un solo Jesús”.
No obstante, algunos representes del clero tomaron parte en las elecciones sin
obtener la bendición necesaria. El Santo Sínodo lamentó tener que declarar el 20 de
marzo de 1990 que “la Iglesia Ortodoxa Rusa rechaza la responsabilidad moral y
religiosa por la participación de estas personas en los puestos elegidos”. Por razones de
“oikonomía”, el Sínodo se abstuvo de usar las sanciones apropiadas contras los
violadores, “estableciendo que tal proceder descansaba sobre su propia conciencia” El
8 de octubre de 1993, a la vista del establecimiento de un parlamento profesional en
Rusia el Santo Sínodo, en su sesión general decidió prescribir al clero la abstención de
participar en las elecciones parlamentarias en Rusia como candidatos al parlamento. Se
resolvió que el clérigo que viole esta decisión podría ser degradado. El Concilio de los
Obispos de la Iglesia Ortodoxa Rusa de 1994 aprobó esta resolución como “oportuna y
sabia” y resolvió aplicarla a “ la participación futura del clero de la Iglesia Ortodoxa
Rusa en cualquier elección a los cuerpos de representantes del poder en los CIS y en los
países bálticos tanto a nivel nacional como local”.
El Concilio de los Obispos que tuvo lugar en 1997 desarrolló los principios de
las relaciones de la Iglesia con las organizaciones políticas y reforzó estas resoluciones
provisionales negándose a dar su bendición al clero para adherirse a organizaciones
políticas. Resolvieron en particular en su documento “Relaciones con el Estado y la
Sociedad Civil”, “aceptar el diálogo y los contactos de la Iglesia con las organizaciones
políticas si tales contactos no son fundamentalmente políticos, al considerar admisible
el mantener colaboración con estas organizaciones en tareas beneficiosas para la Iglesia
y el pueblo, a menos que esta colaboración pueda interpretarse como apoyo político; a
considerar inadmisible la participación de obispos y clero en cualquier campaña
electoral como afiliado en asociaciones políticas cuyas constituciones mantienen
la propuesta de candidatos a puestos electivos a todos los niveles.”
V. 3. Nada puede impedir a los laicos ortodoxos participar en el trabajo del legislativo,
ejecutivo y cuerpos judiciales y organizaciones políticas. Este comportamiento tuvo
lugar bajo los distintos sistemas políticos como la autocracia, monarquía constitucional
y varias formas del sistema republicano. La participación del laicado ortodoxo en los
procesos cívicos y políticos sólo fue difícil en contextos de gobierno no cristiano y el
régimen de ateísmo estatal.
VI.1. El trabajo es un elemento esencial de la vida humana. El libro del Génesis dice
que en el principio “no había un hombre para cultivar la tierra” (Gen 2;5) Habiendo
creado el Jardín del Edén, Dios puso al hombre en él para cultivarlo y guardarlo” (Gen.
2;15). El trabajo es la confirmación creativa del hombre que fue llamado para ser
el cocreador y colaborador del Señor en virtud de la semejanza original con Dios. Sin
embargo, después que el hombre pecara contra el Creador, la naturaleza de su trabajo
cambió: “con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra”.
(Gen.3;19) El componente creativo del trabajo se debilitó para convertirse
principalmente en un medio de sustento para el hombre caído.
VI.2. La palabra de Dios no sólo llama la atención de las personas sobre la necesidad
del trabajo diario, sino que llama también al descanso y establece un ritmo para él. El
cuarto mandamiento dice: ”Recuerda el día de fiesta, guárdalo como día santo. Seis
días trabajarás y harás tus obras; pero el séptimo día es la fiesta del Señor Dios; en él no
harás trabajo alguno, ni tu, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni
el extranjero que está dentro de tus puertas.” (Ex. 20;8-10)
Por este precepto del Creador, el trabajo humano se compara al trabajo creativo
divino que hizo el principio del universo De hecho, el precepto para observar el
sábado, se prueba por el hecho de que en la creación “Dios bendijo el séptimo día, y lo
santificó, porque en él descansó Dios de todo cuanto había creado y hecho” (Gen. 2;3).
Este día debe dedicarse al Señor para que los quehaceres cotidianos no puedan desviar
al hombre de su Creador. Al mismo tiempo, las manifestaciones activas de caridad y la
ayuda generosa al trabajo personal no son violaciones del precepto: “ El sábado fue
hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mt,2;27). En la tradición
cristiana, el primer día de la semana, día de la Resurrección de Cristo, ha sido un día
de descanso desde los tiempos apostólicos.
Las santas Escrituras apuntan dos motivos morales del trabajo: trabajar para
mantenerse a sí mismo sin ser carga para otros y trabajar para dar al necesitado. El
Apóstol escribe :”Afánate trabajando con tus manos en algo de provecho de que poder
dar al que tiene necesidad” (Ef. 4;28) El trabajo cultiva el alma y fortalece el cuerpo y
le permite al cristiano expresar su fe en los trabajos, agradables a Dios, de caridad y
amor al prójimo (Mt. 5;16. Sant. 2;17). Todos recordamos las palabras de S. Pablo: “el
que no trabaja que no coma”(2 Ts.3;10).
VI.6. El trabajador tiene derecho a usar el fruto de su trabajo. “¿Quien planta una viña
y no come de su fruto? ¿Quién apacienta un rebaño y no toma de su leche?... Debe arar
con esperanza, el que ara, y el que trilla, en espera de la participación” (1Cor. 9; 7,10)
La Iglesia enseña que la negativa a pagar por el trabajo honrado no sólo es un crimen
contra el hombre, sino un pecado contra Dios.
Las Sagradas Escrituras dicen: “No oprimas al servidor contratado... Dale cada
día su salario... De otro modo, clamará al Señor contra ti y tu cargarás con un pecado”
(Deu.24; 14-15). “Ay del que... hace trabajar a su prójimo de balde, sin darle el salario
de su trabajo” (Jer. 22;13). “Mira, el jornal de los trabajadores que han regado vuestro
campo, defraudado por vosotros, clama, y los gritos de los segadores han llegado a los
oídos del Señor de los Ejércitos” (Sant. 5;4).
Al mismo tiempo, los trabajadores, por mandato de Dios, están obligados a
cuidar de aquellos que por diversas razones no pueden ganarse la vida como el débil, el
enfermo, los extranjeros (refugiados), los huérfanos y viudas. El trabajador debe
compartir el fruto de su trabajo con ellos, para que “te bendiga el Señor en todo trabajo
de tus manos” (Deu. 24;19-22)
VII. La propiedad
VII.2. Las riquezas no pueden hacer al hombre feliz. El Señor Jesucristo advierte:
“Mirad de guardaros de toda avaricia; porque, aunque se tenga mucho, no está la vida
en la hacienda”.(Lc.12;15). La persecución de la adquisición de riquezas produce un
impacto letal en la condición espiritual de una persona y puede llevarla a la
degradación. S. Pablo apunta: “Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en
lazos y en muchas codicias locas y perniciosas, que unen a los hombres en la perdición
y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia y muchos, por dejarse
llevar de ella, se extraviaron en la fe y a sí mismos se atormentaron con muchas labores.
Pero tu, hombre de Dios, huye de estas cosas” (Tim.6;9-11). En una conversación con
un hombre joven, el Señor dijo: “Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que tienes y dalo
a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mt.19;21). Entonces Él
dijo ésto a sus discípulos: “Qué difïcilmente entra un rico en el reino de los cielos.... es
más fácil a un camello entrar por el ojo de una aguja, que para un hombre rico entrar en
el reino de Dios.” (Mt.19;23-24). S. Marcos clarifica que es dificil entrar en el Reino
de Dios para aquellos que no confían en Dios pero confían en “las riquezas”
(Mc.10;24). Sólo aquellos que “ confían en el Señor serán como el monte Sión que no
puede removerse porque es inconmovible. (Ps.125;1).
Sin embargo, un hombre rico también puede salvarse, porque “ las cosas que
son imposibles para el hombre, son posibles para Dios” (Lc.18;27). En las
Sagradas Escrituras no hay ninguna censura a la riqueza como tal. Abraham y los
Patriarcas del Antiguo Testamento, el virtuoso Nicodemus y José de Arimatea eran
personas ricas. Un dueño de una riqueza considerable no peca si la usa de acuerdo con
los preceptos de Dios, a quien todo pertenece, y con la ley del amor; porque la alegría y
plenitud de la vida no está en la adquisición y posesión de la riqueza, sino en el
desprendimiento y sacrificio. S. Pablo llamó al pueblo a recordar las palabras del Señor
cuando dijo: “hay más dicha en dar que en recibir” (Act. 20;35). S. Basilio el Grande,
considera como ladrones aquellos que no dan parte de su propiedad a su prójimo. La
misma idea es enfatizada por S. Juan Crisóstomo: “El fracaso para compartir la
propiedad de uno, también es un robo”. La Iglesia insta a los cristianos para que vean
en la propiedad un don de Dios, dado para ser usado en beneficio propio y del prójimo.
El matar, salvo en caso de guerra, era considerado como un grave crimen ante
Dios desde el principio de las historia sagrada. “No matarás”, dice la ley
mosaica(Ex.20;13). En el Antiguo Testamento, así como en todas las religiones
antiguas, la sangre es sagrada, desde que la sangre es vida. (Lev.17;11-14) “La sangre
profana la tierra” dicen las Sagradas Escrituras. Pero el mismo texto bíblico advierte a
aquellos que acuden a la violencia: “La tierra no puede limpiarse de la sangre que se
vierte sobre ella, sino con la sangre del que la derramó” Num.35;33).
VIII.2. Anunciando a las gentes la buena nueva de reconciliación (Rom.10;15), pero
estando en “el mundo, que queda en el mal (1Jn.5;19) y está lleno de violencia, los
cristianos vienen a enfrentarse con la necesidad vital de tomar parte involuntariamente
en varias batallas. Al tiempo que la Iglesia reconoce la maldad de la guerra,
no prohibe a sus hijos participar en las hostilidades si está en juego la seguridad del
prójimo y la restauración de la justicia pisoteada. Entonces se considera que la guerra es
necesaria aunque indeseable como solución. Siempre la Ortodoxia ha tenido un respeto
profundo para los soldados que dieron sus vidas para proteger la vida y la seguridad de
su prójimo. La Santa Iglesia ha canonizado a muchos soldados teniendo en cuenta sus
virtudes cristianas y aplicándoles la palabra de Cristo: “ Nadie tiene amor mayor que
éste de dar la vida por sus amigos” (Jn.15;13).
VIII.3. ”El que toma la espada perecerá por la espada” (Mt.26;52). Estas palabras del
Salvador justifican la idea de guerra justa. Desde una perspectiva cristiana, la
concepción de la justicia moral en las relaciones internacionales debe basarse en los
principios fundamentales siguientes: en el amor al prójimo de uno, pueblo y Patria; la
comprensión de las necesidades de otras naciones; la convicción de que es imposible
servir al propio país por medios inmorales. Estos tres principios definieron los límites
éticos de la guerra defendidos por la Cristiandad en la Edad Media cuando, ajustándose
a la realidad, las personas intentaron refrenar los elementos de la violencia militar. Ya
en la actualidad, las gentes creyeron que la guerra debe emprenderse según ciertas
reglas y que un guerrero no debe perder su moralidad, olvidándose de que su enemigo
también es un ser humano.
Entre los indicios obvios que señalan la equidad o falta de equidad de una
acción guerrera están los métodos de guerra y la actitud hacia los prisioneros y civiles
del lado opuesto, sobre todo, los niños, las mujeres y los ancianos. Incluso en
la defensa de una agresión, cualquier tipo de crueldad puede darse haciendo que la
situación espiritual y moral de uno no sea superior a la del agresor. La guerra debe
emprenderse con equitativa indignación, sin malicia, codicia al fin (1Jn 2;16) y otras
razones del infierno. Una guerra puede evaluarse correctamente como una hazaña o un
robo sólo después de que un análisis se ha hecho sobre el comportamiento moral de las
partes en guerra. “No te alegres de la muerte de uno; acuérdate de que todos
moriremos” (Ecl. 8;8), dice la Sagrada Escritura. La actitud humana y cristiana hacia
los heridos y prisioneros de guerra esta basada en las palabras de S. Pablo: “Si tu
enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber, que haciendo así
amontonáis carbones encendidos sobre su cabeza. No te dejes vencer del mal, antes
vence al mal con el bien” (Rom 12;21-22)
VIII.5.La concepción cristiana de la paz esta basada en las promesas de Dios contenidas
en las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento. Estas promesas que dan un
verdadero significado a la historia empezaron a cumplirse con Jesucristo. Para sus
seguidores, la paz es un don bendito de Dios por el que oramos y pedimos para nuestro
propia causa y la causa de todo el pueblo. El significado bíblico de la paz es mucho
más amplio que el político. S. Pablo apunta que “la paz de Dios... sobre pasa toda
comprensión” (Fil.4;7) . Supera con mucho la paz que las personas pueden crear con
sus propios esfuerzos. La paz del hombre con Dios, consigo mismo y con los demás, es
inseparable.
Los profetas del Antiguo Testamento describen la paz como un estado que
corona la historia; “No habrá ya más daño, ni destrucción en todo mi monte santo
porque estará llena la tierra del conocimiento del Señor, como llenan las aguas el mar”.
(Is.11;6-9). Esta idea escatológica es asociada a la revelación del Mesías, cuyo nombre
es Príncipe de la Paz (Is.9;6). La guerra y el imperio de la violencia desaparecerán de la
tierra: “Y ellos harán de sus espadas rejas de arado y de sus lanzas, hoces. No alzará la
espada nación contra nación, ni se adiestrarán para la guerra” I (Is.2;4). Sin embargo, la
paz no es sólo un don del Señor, sino también una tarea humana. La Biblia manifiesta
que espera que el estado de paz se establezca dentro de la existencia terrenal presente
con la ayuda de Dios.
IX.1. Los cristianos están llamados a ser ciudadanos sujetos a la ley de su patria en la
tierra, al mismo tiempo que su alma debe estar “sujeta a los poderes superiores”
(Rom.13;1), recordando el precepto de Cristo de dar “al Cesar lo que es del Cesar y a
Dios lo que es de Dios” (Lc.20;25) La maldad humana, sin embargo, genera el crimen,
que es la violación de los límites establecidos por la ley. Al mismo tiempo, la
concepción de pecado establecida por las normas morales ortodoxas es más amplia que
la idea de crimen expresada en la ley secular.
La causa primaria del crimen es el estado ofuscado del corazón humano: “ del
corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las
fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt.15;19). También
debe admitirse que, a veces, el crimen se provoca por las condiciones económicas y
sociales, así como por la debilidad y ausencia de un orden legal. Los grupos delictivos
pueden penetrar las instituciones públicas y pueden usarlas para sus propios fines.
Finalmente, la propia autoridad puede volverse una delincuente comprometiéndose en
acciones ilegales. Especialmente peligroso es el crimen que se enmascara bajo motivos
políticos y pseudoreligiosos como el terrorismo.
IX.4. Buscando ayudar a superar el crimen, la Iglesia entra en colaboración con los
organismos estatales, que se dedican a la persecución de los crímenes. Respetando los
esfuerzos de sus trabajadores, la Iglesia intenta proteger a los ciudadanos y al país de
los designios criminales y reformar a quienes han delinquido. Esta ayuda puede
centrarse en varios campos concretos: en esfuerzos educativos para prevenir el crimen;
en el trabajo científico y cultural, y en el cuidado pastoral de los condenados. La
colaboración entre la Iglesia y el Gobierno está basada en los estatutos de la Iglesia y en
los acuerdos especiales con los departamentos legales correspondientes..
X.1. La diferencia entre los sexos es un don especial del Creador a los seres humanos
que El creó. “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y lo creó
macho y hembra” (Gen.1;27). Como portadores por igual de la imagen divina y de la
dignidad humana, el hombre y la mujer son creados para unirse completamente en el
amor. “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y
vendrán a ser los dos una sola carne”(Gen.2;24). Cumpliendo el mandato original del
Señor para la creación, la unión matrimonial se vuelve un medio de continuar la raza
humana: “Y los bendijo Dios diciéndoles: procread y multiplicaos y henchid la tierra;
sometedla. (Gen.1;28). Las distinciones sexuales no se limitan a la diferencia en la
constitución. Hombre y mujer son dos modos diferentes de existencia en la humanidad.
Ellos necesitan comunicación y complementación. Sin embargo, en el mundo caído, las
relaciones entre los sexos pueden pervertirse, dejando de ser una expresión de amor,
dado por Dios, y degenerando en la pasión pecadora del hombre caído.
Al mismo tiempo que aprecia profundamente el hecho del celibato virginal y
voluntario asumido por causa de Cristo y el Evangelio y reconoce el papel especial del
monacato en el pasado y el presente, la Iglesia simultáneamente nunca ha desacreditado
el matrimonio, sino que ha denunciado a aquellos que humillan las relaciones
matrimoniales por una pureza mal entendida.
X.2.Según la ley romana, que constituye la base de los códigos civiles en la mayoría de
los estados contemporaneos, el matrimonio es un contrato entre dos personas, libres
para aceptarlo. La Iglesia ha aceptado esta definición, aunque interpretándola en base a
los testimonios fundados en las Sagradas Escrituras.
El jurista romano Modestino dio esta definición del matrimonio: “El matrimonio
es la unión de un hombre y una mujer en una comunión de vida, participación conjunta
de la ley divina y humana.”. Casi inalterada, esta definición fue incluida en los libros
canónicos de la Iglesia Ortodoxa como el Nomocanon por el Patriarca Potius (s. IX),
en el Sintagma por Mateo Vlastar (s.XIV) y el Procheron por Basilio, el Macedonio,
incluido en el Slavonic Kormchaya Kniga. Los Padres cristianos primitivos y maestros
de la Iglesia también se apoyaron en la idea romana del matrimonio. Así Atenágoras en
su Apología al Emperador Marco Aurelio (s. II) escribe: “cada uno de nosotros
considera a la mujer con la que se casó según la ley, como su esposa””. Las
Constituciones Apostólicas, un monumento del siglo IV, exhortan a los cristianos a
ajustar el matrimonio a la ley. La Cristiandad completó las ideas del precepto secular y
del Antiguo Testamento sobre el matrimonio como la unión sublime de Cristo y la
Iglesia: “Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor, porque el marido es
cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y
como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los
maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella
para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, afin de
presentarla a sí gloriosa, sin mancha ni arruga o cosa semejante, sino santa e intachable.
Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer
a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y
abriga como Cristo a su Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán dos en una carne. Gran
misterio es este, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Por lo demás, ame cada uno a
su mujer, y ámela como a sí mismo, y la mujer reverencie a su marido” (Ef.5;22-33).
“Aquellos que se casan deben casarse con el asentimiento de un obispo para que
tome fuerza en el Señor, no para la lujuria”, escribió el Protomartir S. Ignacio. Según
Tertuliano, el matrimonio “sellado por la Iglesia y confirmado por el sacrificio (la
Eucaristía), es refrendado con la bendición y registrado por los ángeles en el cielo”. S.
Juan Crisóstomo dijo que debe pedirse ” al sacerdote para que confirme a los esposos
en la vida en común con oraciones y bendiciones a fin de que unidos... puedan llevar su
vida en la alegría por la ayuda de Dios”. S. Ambrosio de Milán señaló “ que el
matrimonio debe santificarse por la intervención y la bendición del sacerdote”.
La resolución antedicha del Sínodo Santo también habla del respeto de la Iglesia
“para el matrimonio en que uno de los contrayentes pertenece a la fe ortodoxa”. Porque
de acuerdo con S. Pablo, “el marido descreído se santifica por la esposa, y la esposa
descreída se santifica por el marido “ (1Cor.7;14) Los padres del Concilio de Trullo,
también refiriéndose a este texto escrito, entonces reconocieron como válida la unión
entre aquellos que “en el tiempo que han contraído matrimonio legal, son incrédulos y
aún no son fieles ortodoxos”, si, más tarde, uno de los esposos abrazara la fe. En el
mismo canon, sin embargo, así como en otros decretos canónicos (IV
Concilio Ecum.14;Laodic.10;31) y en trabajos de autores cristianos y padres de la
Iglesia (Tertuliano, S. Cipriano de Cartago, S. Teodoro y S. Agustín) se prohibía
concertar matrimonios con los seguidores de otras tradiciones religiosas.
X..3.La Iglesia insiste en que los esposos deben permanecer fieles por vida y que el
matrimonio ortodoxo es indisoluble, en base a las palabras del Señor Jesucristo: “Por
tanto, lo que Dios unió, no lo separe el hombre... Yo digo, que quien repudia a su mujer
(salvo en caso de adulterio) y se casa con otra, adultera” (Mt.19;6,9). El divorcio es
denunciado por la Iglesia como pecado, porque acarrea un gran sufrimiento personal
para los esposos (por lo menos a uno de ellos) y especialmente a los hijos. La situación
de hoy, en que un número considerable de matrimonios se disuelven, sobre todo entre
las personas jóvenes, causa una preocupación extrema. Esta situación se ha vuelto una
tragedia real tanto para el individuo como para el pueblo.
Las leyes bizantinas, que fueron estableciéndose por los emperadores cristianos
y se aceptaron sin objeción por parte de la Iglesia, admitieron en varios lugares el
divorcio. En el Imperio Ruso, se efectuó la disolución de matrimonios legales en la
corte eclesiástica.
“Don del Señor son los hijos; es merced (suya) el fruto del vientre” (Ps.127;3).
S. Pablo enseñó la naturaleza salvadora del parto(1Tim.2;13). Él también insistió a los
padres: “No exasperéis a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y en la enseñanza
del Señor” (Ef.6;4). “Los hijos no son una adquisición ocasional; nosotros somos
responsables de su salvación... La negligencia con los hijos es el más grande de los
pecados que lleva la impiedad extrema... No hay ninguna excusa para nosotros si
nuestros hijos son corruptos”, exhorta S, Juan Crisóstomo. S. Efren, el Sirio; enseña:
“Benditos son aquellos que educan a sus hijos en la piedad”. “Un verdadero padre no
es el que ha engendrado los hijos, sino el que los ha encauzado y los ha educado bien”.,
escribe S. Tikhon Zadonsky. “Los padres son, en primer lugar, responsables de la
educación de sus hijos y no pueden reprocharse la mala educación del uno al otro entre
ellos”, predicó el Santo Mártir Vladimir, Metropolitano de Kiev. “Honra a tu padre y a
tu madre para que vivas largos años en la tierra”, dice el quinto mandamiento (Ex
20;12). En el Antiguo Testamento, se considera la falta de respeto a los padres como
una gran transgresión (Ex.12;15,17 Prov.20;20, 30;17) El Nuevo Testamento enseña a
los hijos a obedecer a sus padres con amor: ” Los hijos obedeced a vuestros padres en
todo, que esto es grato al Señor”(Col3;20).
La familia, como una iglesia doméstica, es un solo organismo cuyos miembros
viven y construyen sus relaciones en base a la ley del amor. La experiencia de
relaciones familiares enseña a una persona a superar el egoísmo pecador y poner los
cimientos de su sentido del deber cívico. Es en la familia, como en una escuela de
devoción, donde se moldea la correcta actitud de la persona hacia el prójimo y, por
consiguiente, hacia el propio pueblo y la sociedad, en su conjunto. La continuidad
viviente de las generaciones, empezando en la familia, se continúa en el amor a los
antepasados y la patria, en el sentimiento de participación en la historia. Por esto es tan
peligroso torcer la relación tradicional entre padre e hijo que ,desgraciadamente, de
muchas maneras es puesta en peligro por el estilo de vida actual. La importancia social
disminuida de la maternidad y paternidad en comparación con el progreso obtenido
por los hombres y mujeres en el campo profesional, considera el cuidado de los hijos
como una carga innecesaria contribuyendo así al desarrollo de la alienación y
antagonismo entre generaciones. El papel de la familia en la formación de la
personalidad es excepcional; ninguna otra institución social puede reemplazarla. El
deterioro de las relaciones familiares acarrea inevitablemente la deformación del
desarrollo normal de los hijos y deja en ellos un rastro largo y, hasta cierto punto
indeleble, para la vida.
Los niños, cuyos padres los han abandonado, se han vuelto un desastre
lamentable en la sociedad hoy. Los miles de niños abandonados que llenan los
orfanatos y, a veces, se encuentran en las calles, apuntan a una enfermedad profunda de
la sociedad. Prestándoles a estos niños una ayuda espiritual y material y viendo el tipo
de vida religiosa y social en la que ellos están envueltos, la Iglesia considera como uno
de sus deberes más importantes elevar el conocimiento de los padres sobre su
obligación de evitar la tragedia de los niños abandonados.
X.5.En el mundo precristiano, era común pensar en la mujer como inferior al hombre.
La Iglesia de Cristo ha revaluado la dignidad de la mujer, proclamando toda su
plenitud, dándole bases religiosas sólidas, la ultima de las cuales es la veneración a la
Santísima Madre de Dios. Según la enseñanza ortodoxa, la mayor gloria de María, la
cual es “bendita entre las mujeres” (Lc.1;21), mostró el más alto grado de pureza
moral, perfección espiritual y santidad a que la humanidad podría aspirar y que supera
la virtud de los coros angélicos. En su persona, la maternidad se santifica y la
importancia de ser mujer se afirma. El misterio de la Encarnación se completa con la
participación de la Madre de Dios, en el momento de hacer a ella participante en la
causa de la salvación y de la nueva vida. La Iglesia venera a las mujeres y a los
numerosos grupos de mujeres cristianas por el hecho del martirio, la confesión y la
virtud. Desde el mismo comienzo de la comunidad cristiana, la mujer ha tomado parte
activa en su constitución, vida litúrgica, misión, predicación, educación y caridad.
“Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”,
dijo el Señor en el Sermón de la Montaña.(Mt.5;28). Luego la concupiscencia, cuando
ha concebido, pare el pecado, y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte”
advierte Santiago (Sant.!;15). “Ningún fornicador... heredará el reino de Dios”
(1Cor.9;10). Esta palabras pueden aplicarse a los consumidores e, incluso, más a los
fabricantes de producción pornográfica. Al último también se le puede englobar bajo
estas palabras de Cristo: “El que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en
mí, más le valiera que le colgaran al cuello una piedra de molino de asno y le
hundieran en el fondo del mar... ay de aquel por quien viene el escándalo” (Mt.18;6-7).
“La fornicación es veneno que mortifica al alma... quien fornica rechaza a Cristo”,
escribió S. Tikhon Zadonsky. S. Demetrio de Rostov escribió que “el cuerpo de cada
cristiano no es suyo, sino de Cristo,, según las palabras de la escritura: ‘vosotros sois el
cuerpo de Cristo y (sus) miembros particulares (1Cor.12;27)’, y no se puede manchar
el cuerpo de Cristo por acciones carnales y voluptuosas, excepto en la unión del
matrimonio legal. Porque ‘sois cuerpo de Cristo según la palabra del Apóstol: ‘Porque
el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros’ (1Cor.3;17)” La Iglesia
primitiva en los escritos de sus Padres y doctores, como S. Clemente de Alejandría, S.
Gregorio de Nissa, S. Juan Crisóstomo, rechazan sin discusión las obras y
representaciones obscenas. Bajo amenaza de excomunión, el Canon C del Concilio de
Trullo prohibe la fabricación de “representaciones que adulteran la mente y provocan
incitaciones a los placeres impuros”.
XI.2. La Iglesia llama a los pastores y a los fieles para llevar el testimonio cristiano a
los trabajadores de la salud. Es muy importante que los profesores y estudiantes de
medicina sean introducidos en los fundamentos de la enseñanza ortodoxa y en la ética
biomédica según las orientaciones ortodoxas (Cf. XII).. La Iglesia en el campo de la
sanidad se centra esencialmente en la proclamación de la palabra de Dios y la oferta de
la gracia del Espíritu Santo a aquellos que sufren y a aquellos que cuidan de ellos.
Alrededor de ésto, está la participación de los pacientes en los sacramentos de
salvación, la creación de una atmósfera de oración en las clínicas y el apoyo caritativo y
comprensivo de sus pacientes. La misión de la Iglesia en la esfera médica no sólo es un
deber para el clero, sino también para los trabajadores sanitarios ortodoxos, llamados a
crear todas las condiciones para el consuelo religioso a los pacientes que lo pidan
directa o indirectamente. Un trabajador sanitario creyente debe entender que una
persona que necesita su ayuda no sólo espera de él el tratamiento apropiado, sino
también el apoyo espiritual, sobre todo si él da una visión general que revela el misterio
del sufrimiento y la muerte. El deber de cada trabajador sanitario ortodoxo es ser para
el paciente el samaritano misericordioso de la parábola del Evangelio.
XI.4.La iglesia Ortodoxa Rusa tiene que manifestar con preocupación profunda, que las
gentes que ella ha nutrido tradicionalmente, están hoy en un estado de crisis
demográfica. La proporción de nacimientos y la esperanza de vida media ha
disminuido grandemente con lo que la población disminuye continuamente en número.
La vida está amenazada por epidemias, mientras crecen las enfermedades
cardiovasculares, mentales, venéreas y otras, así como la drogadicción y el
alcoholismo.. Las enfermedades de niños, incluso la imbecilidad, también han crecido.
Los problemas demográficos llevan a deformaciones en la estructura social, disminuyen
el potencial productor del pueblo y se vuelve una de las causas del debilitamiento de la
familia. Las causas primarias de la despoblación y crisis sanitaria de estos pueblos
durante el siglo XX han sido las guerras, las revoluciones, y la fuerte represión, cuyas
consecuencias ha agravado la crisis social al final del siglo.
XI.6.La Biblia dice que “el vino alegra el corazón del hombre” (Ps.104;15), y que “es
bueno... si se bebe moderadamente” (Ecl.31;27). Pero nosotros encontramos
repetidamente, tanto en las Sagradas Escrituras como en los Padres Santos, la denuncia
contra el vicio de beber que, empezando inadvertidamente, lleva a otros muchos
pecados ruinosos. La bebida, muy a menudo, causa la desintegración de la familia,
trayendo enormes sufrimientos tanto a la víctima de la enfermedad como a sus
parientes, sobre todo a los niños.
XII.1.El desarrollo rápido de las tecnologias biomédicas, que han invadido la vida del
hombre moderno desde el nacimiento hasta la muerte y la imposibilidad de responder a
los desafíos éticos resultantes dentro de la ética médica tradicional, han causado una
preocupación seria en la sociedad. Los esfuerzos de los seres humanos por ponerse en el
lugar de Dios, cambiando y “mejorando” su creación a su albedrío, puede traer a la
humanidad nuevas cargas de sufrimiento. El desarrollo de tecnologias biomédicas ha
preterido por lejano el conocimiento de las posibles consecuencias espirituales, morales
y sociales de su aplicación desenfrenada. Esto sólo causa una preocupación pastoral
profunda a la Iglesia. En la formulación de su postura en los problemas de bioética, tan
ampliamente debatidos hoy en día en el mundo, especialmente aquellos que implican
impactos directos en al ser humano, la Iglesia parte de las ideas de vida, basadas en la
revelación divina. Ella reconoce la vida como un don precioso de Dios. También
reconoce la libertad inalienable y la dignidad del hombre, a quien Dios llamó hacia “ el
galardón de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús” (Fil3;14), para ser tan
perfecto como el Padre Celestial (Mt.5;48) y para ser deificado, esto es, para que os
hagáis partícipes de la naturaleza divina (“Pe.1;4)
XII.2. Desde tiempos antiguos, la Iglesia ha visto el aborto deliberado como un grave
pecado. Los cánones equiparan el aborto con el asesinato. Esta valoración está basada
en la convicción de que la concepción de un ser humano es un don de Dios. Por
consiguiente, desde el momento de la concepción, cualquier invasión en la vida de un
ser humano futuro es delictiva.
XII.3. Entre los problemas que necesitan una solución religiosa y moral está la
anticoncepción. Algunos anticonceptivos tienen un efecto abortivo, puesto que
interrumpen artificialmente la vida del embrión en los primeros estados de las fases de
su vida. Por consiguiente, los mismos juicios que al aborto, son aplicables al uso de
ellos. Pero no pueden igualarse, en absoluto, otros medios que no involucran
interrupción de la vida ya concebida con el aborto. Definiendo su actitud hacia los
anticonceptivos no abortivos, los esposos cristianos deben recordar que la reproducción
humana es uno de los fines principales de la unión matrimonial establecida por Dios.
(Cf.X.4.) El rechazo deliberado de la procreación por razones egoístas devalúa el
matrimonio y es un pecado definido.
XII. 4.Los nuevos métodos biomédicos hacen posible en muchos casos superar la
enfermedad de infertilidad. Al mismo tiempo, la interferencia tecnológica creciente en
la concepción de la vida humana presenta una amenaza a la integridad espiritual y la
salud física de una persona. Una amenaza también se presenta para las relaciones
interpersonales sobre las que la comunidad se ha construido desde antiguo. El
desarrollo de las tecnologías antedichas ha creado la ideología llamada de los derechos
reproductores, ampliamente propagada hoy a niveles nacionales e internacionales. Este
sistema ideológico asume que la autoregulación sexual y social de una persona tiene
prioridad sobre la preocupación del futuro del niño, la salud espiritual y física de la
sociedad y su mantenimiento moral. Hay una actitud creciente hacia la vida humana
como hacia un producto que puede escogerse según las propias inclinaciones de uno y
qué puede disponerse de ella como un producto material.
Mientras llama la atención de las gentes sobre las causas morales de las
enfermedades, la Iglesia da la bienvenida a los esfuerzos de los investigadores de
medicina dirigidos a sanar las enfermedades hereditarias. El objetivo de
la manipulación genética, sin embargo, no debe ser "mejorar" la raza humana
artificialmente o interferir en el plan de Dios para la humanidad. Por consiguiente, la
ingeniería genética sólo puede comprenderse con el consentimiento de un paciente o
sus representantes legítimos y sólo en los campos de indicaciones médicas. La terapia
genética de células de semen es sumamente peligrosa, pues esto introduce un cambio
del genoma (la secuencia de características hereditarias) en la línea de generaciones
que puede llevar a consecuencias imprevisibles en el formula de nuevas mutaciones y
pueden desestabilizar el equilibrio entre la raza humana y el medio ambiente.
Inciertos también son los métodos de diagnósticos prenatales que hacen posible
identificar una enfermedad genética en las fases tempranas del desarrollo uterino.
Algunos de estos métodos pueden suponer una amenaza a la vida e integridad del
embrión o feto durante la prueba. El descubrimiento de una enfermedad genética
incurable o severa, a veces, compele a los padres a interrumpir la vida concebida; ha
habido casos en que la presión sufrida les ha llevado a este
fin. Los diagnósticos prenatales pueden verse como
moralmente justificables si su objetivo es tratar una enfermedad descubierta en una
posible fase más temprana y para preparar a los padres para tener cuidado especial de
un niño enfermo. Cada persona tiene el derecho a la vida, amor y cuidado, cualquiera
que sea la enfermedad que pueda tener. Según las Sagradas Escrituras, el propio Dios
es "un Dios de los afligidos" (Jdt9:11). S. Pablo enseña a apoyar al débil" (Ac.20:35;
1Tes.5:14). Comparando la Iglesia al cuerpo humano, ella señala que "los miembros del
cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios."... “, mientras que los que de
suyo son decentes no necesitan de más” (1Cor.12:22, 24). Es completamente
inadmisible usar métodos de diagnósticos prenatales con el objetivo de escoger el
género más deseable de un niño futuro.
Las Sagradas Escrituras describen la muerte como la separación del alma del
cuerpo (Ps.146:4; Lc.12:20). Así es posible hablar de que la vida está continuando con
tal de que un organismo funcione en conjunto. La prolongación de la vida por medios
artificiales, en que, de hecho, sólo algunos órganos continúan funcionando, no puede
verse como obligatorio y en cualquier caso no es tarea deseable de la medicina. Los
esfuerzos por retardar la muerte, a veces, prolongarán la agonía de un paciente,
mientras le priván así del derecho a una muerte "honorable y pacífica", la que el
cristiano ortodoxo solicita al Señor en la liturgia. Cuando el cuidado intensivo se hace
imposible, debe darse lugar a la ayuda paliativa (la sedación; el apoyo alimenticio,
social y psicológico) y el cuidado pastoral. Todo esto se apunta para asegurar un
verdadero fin humano de la vida acompañado por la misericordia y amor.
"Si un hombre se acuesta con otro, como se hace con mujer, ambos hacen cosa
abominable” (Lev20;13). La Biblia narra una historia sobre un grave castigo a que
Dios sujetó al pueblo de Sodoma (Gen.19:1-19) precisamente por el pecado de
sodomía. S. Pablo, describiendo la condición moral de los gentiles, nombra las
relaciones homosexuales entre las “ afecciones más viles” y las "fornicaciones" que
manchan el cuerpo humano: "Sus mujeres cambiaron el uso natural en uso contra la
naturaleza; igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en
la concupiscencia de unos por otros, los varones de los varones, cometiendo torpezas y
recibiendo en sí mismos el pago debido a su extravío”(Rom.1;26-27) “No os engañéis
.. ni los afeminados ni los sodomitas...poseerán el Reino de Dios (1 Cor. 6:9-10),
escribió el Apóstol a las gentes del Corinto corrompido. La tradición patrística denuncia
igual, clara y definitivamente, cualquier manifestación de homosexualidad.. La
Enseñanza de los Doce Apóstoles, los trabajos de S. Basilio el Grande, S. Juan
Crisóstomo S. Gregorio de Nyssa y S. Agustín Bendito y el canon de S. Juan el más
Rápido, todos expresan la enseñanza invariable de la Iglesia de que las relaciones
homosexuales son pecadoras y deben condenarse. Las personas involucradas en ellas no
tienen derecho a ser miembros del clero (Gregorio el Grande, Canon 7; Gregorio
de Nyssa, Canon 4;o Juan el más Rápido, Canon 30). Dirigiéndose a los que se
mancharon con el pecado de sodomía, S. Máximo el Griego hizo esta apelación,:
"¡Miraos a vosotros mismos, condenados, en que placer sucio os complacéis! Intentad
dejar lo más pronto posible este placer tan sucio y hediondo de suyo, odiadlo y
fulminad a aquéllos, que defienden eternamente que es inocente, como a enemigos del
Evangelio de Jesucristo y corruptores de su enseñanza. Limpiaos ustedes mismos de
esta quemadura por el arrepentimiento, las lágrimas ardientes, dando tanta
limosna como puedan y la oración purificadora… Odiad esta iniquidad con todo
vuestro corazón, para que no seáis hijos de condenación y muerte eterna”.
XIII. 2. Las relaciones entre el hombre y la naturaleza estaban rotas desde los tiempos
prehistóricos debido a la caída del hombre y su alejamiento de Dios. El pecado, que
nació en el alma del hombre, no sólo lo dañó él, sino también al mundo entero de su
entorno. "Pues las criaturas están sujetas a la vanidad, sino por razón de quien las
sujeta, con la esperanza de que también ellos serán libertadores de la servidumbre de la
corrupción para participar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos
que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto". (Rom. 8:0-22). El
primer crimen humano se reflejó en la naturaleza como en un espejo. La semilla de
pecado, además de producir un efecto en el corazón humano, dio lugar a las "espinas y
cardos", como la Sagrada Escritura testifica (Gen.3:18). La unidad orgánica plena que
existió entre el hombre y el mundo de su entorno antes de la caída (Gen 2:19-20) era un
hecho imposible. Desde ese momento, las relaciones del usuario, los seres humanos,
con la naturaleza empezaron a ser guiados más a menudo por motivos egoístas.
Empezaron a olvidarse que el único Señor del Universo es Dios (Ps. 23:1) a Quien
pertenece "el cielo… y la tierra también, con todo lo que en ellos se
contiene"(Deut.10:14). Mientras el hombre, como S. Juan Crisóstomo expresa: es "ama
de casa" a quien se confían las riquezas de la tierra. Estas riquezas, a saber, "el aire,
el sol, el agua, la tierra, el cielo, el mar, la luz, las estrellas", como en algunos
comentarios del santo, “Dios los dividió entre todos por igual como entre hermanos".
El "Dominio" sobre la naturaleza y el "sometimiento" de la tierra (Gen. 1:28) a que el
hombre es admitido, no significa permisividad total en el plan de Dios. Sólo significa
que el hombre es el portador de la imagen del Ama de casa celestial y como tal debe
ejercer, según S. Gregorio de Nyssa, su dignidad real no el dominio sobre el mundo
que le rodea o violencia hacia él, sino "vistiendo" y "guardando" el reino magnífico de
la naturaleza de la cual él es responsable ante Dios.
XIII. 3. La crisis ecológica nos impulsa a revisar nuestras relaciones con el medio
ambiente. Hoy la concepción del dominio del hombre sobre la naturaleza y la actitud de
consumidor respecto a él, se ha criticado cada vez más. El conocimiento de que la
sociedad contemporánea paga un precio demasiado alto por los beneficios de
la civilización, ha provocado la oposición al egoísmo económico. Así, se hacen
esfuerzos por identificar las actividades que dañan el ambiente natural. Al mismo
tiempo, un sistema para su protección se está desarrollando; los métodos económicos
presentes están repasándose; se hacen esfuerzos por crear tecnologías de ahorro y
plantas de reciclaje que pueden encajarse al mismo tiempo en la circulación natural. La
ética ecológica está desarrollándose. La conciencia pública dirigida por ella habla
contra el estilo de vida de consumidor, al mismo tiempo que exige que la
responsabilidad moral y legal por el daño infligido a la naturaleza, se refuerce. También
propone introducir la educación ecológica y llama a esfuerzos conjuntos para proteger
el medio ambiente sobre la base de una amplia cooperación internacional.
XIII. 4. La Iglesia Ortodoxa aprecia los esfuerzos por superar la crisis ecológica y llama
a los pueblos a una cooperación intensiva en las acciones dirigidas a proteger la
creación de Dios. Al mismo tiempo, ella nota que estos esfuerzos serán más fructíferos
si la base en que se construyen las relaciones del hombre con la naturaleza no fueran
completamente humanísticas, sino también cristianas. Uno de los principios principales
de la posición de la Iglesia en los problemas ecológicos es la unidad e integridad del
mundo creado por Dios. La Ortodoxia no ve la naturaleza de nuestro entorno como una
estructura aislada y cerrada en sí misma. Las plantas, los animales y el hombre son
mundos interconectados. Desde el punto de vista cristiano, la naturaleza no es un
almacén de recursos pensado para el consumo egoísta e irresponsable, sino una casa en
que el hombre no es el amo, sino el ama de casa, y un templo en que él es el sacerdote
que no sirve a la naturaleza, sino al Creador único. La concepción de la naturaleza
como un templo está basada en la idea de teocentrismo: Dios que da a todo la "vida, y
el aliento, y todas las cosas" (Actos 17:25) es la Fuente del ser. Por consiguiente, la
vida en sus varias manifestaciones es sagrada, siendo un regalo de Dios. Cualquier
invasión en él no sólo es un desafío a la creación de Dios, sino también al mismo
Señor.
XIII.5. Los problemas ecológicos son esencialmente antropológicos puesto que ellos
son generados por el hombre, y no por la naturaleza. Por consiguiente, las respuestas a
muchas preguntas surgidas por la crisis medioambiental deberán ser encontradas en el
corazón humano no en las esferas de la economía, la biología, la tecnología o la
política. La naturaleza se trasforma o se muere no por sí sola, sino bajo el impacto del
hombre. Su condición espiritual juega un papel decisivo por afectar al medio ambiente,
bien por producir un impacto o bien por no hacerlo. La historia de la Iglesia conoce
muchos ejemplos cuando el amor de ascetas cristianos por la naturaleza, su oración por
el mundo de su entorno, su compasión por todas las criaturas, produjo un impacto
beneficioso en las seres vivientes.
XIV. 2. La palabra latina cultura que significa cultivo, cría, educación, desarrollo; se
deriva de “cultus” que significa veneración, adoración, culto. Esto apunta a las raíces
religiosas de la cultura. Habiendo creado al hombre, Dios lo puso en el paraíso y le
ordenó cultivar y guardar su creación (Gen.2;15). La cultura, como preservación del
mundo aledaño y el cuidado de él, es un deber del hombre ordenado por Dios. Después
de la expulsión del Jardín del Edén, los seres humanos tenían que enfrentarse a la
necesidad de esforzarse por la supervivencia. Ellos empezaron produciendo
instrumentos de trabajo para construir ciudades, desarrollar la agricultura y las
artes Los padres y doctores de la Iglesia acentuaron el origen divino de la cultura.
Clemente de Alejandría, en particular, la percibió como una fruta del trabajo creativo
humano bajo la guía de los Logotipos. Él dijo que la "Escritura generalmente da el
nombre común de sabiduría a todas las ciencias y artes terrenales, todo lo que la mente
humana puede lograr… puesto que cada arte y cada conocimiento viene de Dios". S.
Gregorio, el Teólogo, escribió: "Así como en la armonía musical sutil cada cuerda
produce un sonido diferente, uno alto, otro bajo, así también el Artista y Creador de la
palabra, habiendo establecido diferentes creadores para las diferentes ocupaciones y
artes, ha puesto todo en posesión de aquéllos que desean unirnos por los lazos de la
confraternidad y amor al hombre y hacer nuestra vida más civilizada."
La escuela es una mediadora que entrega a las nuevas generaciones los valores
morales acumulados en los siglos anteriores. Se llama a la escuela y a la Iglesia a
la colaboración en esta tarea. No sólo se llama educación, sobre todo para los niños y
adolescentes, el trasmitirles información. Excitar en los corazones jóvenes la aspiración
para la verdad, la moralidad auténtica, el amor a sus semejantes y a la patria y a su
historia y cultura es tarea de la escuela no pequeña , sino, incluso, mucho más grande
que aquella que da conocimientos. La Iglesia está llamada y busca ayudar a la escuela
en su misión educativa, porque la espiritualidad y moralidad de una persona es la que
determina su salvación eterna, así como el futuro de naciones individuales y la raza
humana entera.
XV. 3.En cómo la Iglesia y los medios de comunicación desarrollan sus relaciones,
pueden originarse complicaciones e incluso conflictos serios. . Los problemas pueden
originarse, en particular, debido a informaciones inexactas o tergiversadas sobre la vida
de la iglesia, poniéndola en un contexto impropio, confundiendo la posición personal
del reportero o de una persona citada con la posición de la Iglesia entera. Las relaciones
entre la Iglesia y los medios de comunicación se oscurecen a menudo también por
errores del clero y de los propios laicos, por ejemplo, cuando ellos se niegan
sin justificación a dar acceso a los periodistas a la información o reaccionan con
hipersensibilidad a la crítica correcta o apropiada. Tales problemas deben resolverse
con espíritu de diálogo pacífico con el objetivo de saldar las equivocaciones y
continuar la colaboración.
Al mismo tiempo, se ha visto surgir conflictos más profundos e importantes en
las relaciones entre la Iglesia y los medios de comunicación seculares. Esto pasa
siempre que el nombre de Dios es blasfemado; se pronuncian otras blasfemias; la
información sobre la vida de la iglesia se tergiversa sistemática y conscientemente, y se
calumnia deliberadamente a la Iglesia y sus servidores. En caso de tales conflictos, las
autoridades supremas de la iglesia (con respecto a los medios de
comunicación nacionales) o el obispo diocesano (con respecto a los medios de
comunicación regionales y locales), después de emitir una advertencia apropiada y un
intento, por lo menos, de entrar en negociaciones, puede tomar algunas de las medidas
siguientes: romper las relaciones con el medio o periodista involucrado; incitar a los
creyentes a boicotear el medio dado; apelar a la ayuda de los organismos
gubernamentales competentes en el conflicto; someter a estos culpables de acciones
pecadoras a las prohibiciones canónicas si son cristianos ortodoxos. Las acciones
antedichas deben documentarse y deben darse a conocer a los fieles y a la sociedad en
su conjunto.
Deben dirigirse las relaciones entre las naciones y estados a la paz, la ayuda
mutua y la colaboración S. Pablo ordena a los cristianos”: "A ser posible y en cuanto
de vosotros depende, tened paz con todos” (Rom.12:18). S. Philaret de Moscú, en su
discurso con ocasión del Tratado de Paz de 1856, dice: "Permítasenos recordar la ley y
mandato del Príncipe Divino de la Paz: no recordar el mal, perdonar las ofensas y estar
en paz incluso con 'él que odia la paz (Ps. 120:6), y más con aquéllos que ofrecen
el fin de la enemistad y una mano de paz". Consciente de que las disputas
internacionales y confrontaciones son inevitables en un mundo caído, la Iglesia apela a
los poderes para resolver cualquier conflicto a través de la búsqueda de una decisión
mutuamente aceptable. Ella se identifica con las víctimas de agresión y de la opresión
extranjera, política y moralmente injustificable. El uso de la fuerza militar es
considerado por la Iglesia como el último recurso en la defensa contra la agresión
armada de otros estados. Esta defensa también puede llevarse a cabo por la ayuda a un
estado agredido por parte de otro estado, el cual no es objeto inmediato de ataque.
Los estados basan sus relaciones con el mundo externo en los principios de
soberanía e integridad territorial. Estos principios son vistos por la Iglesia como
elemento esencial para la defensa por parte de un pueblo de sus intereses legítimos y
como la piedra angular de los tratados internacionales y, por consiguiente, de toda la
ley internacional. Al mismo tiempo, es evidente a la conciencia cristiana que cualquier
ordenanza humana, incluso el poder soberano de un estado, es relativa ante Dios
Omnipotente. La historia ha mostrado que la vida, fronteras y formas de estado son
cambiantes como basados no solo en el territorio, sino también en la
economía, política, ejército y otros fundamentos semejantes. Sin negar la importancia
histórica del estado monoétnico, la Iglesia Ortodoxa da la bienvenida al mismo tiempo
a la agrupación voluntaria de naciones en una única entidad y a la creación de estados
multinacionales si no se violan los derechos de ningún pueblo en ellos. Al mismo
tiempo, debe admitirse que en el mundo de hoy hay una cierta contradicción entre los
principios universalmente aceptados de soberanía y de integridad territorial por una
parte, y, por otra, la búsqueda por un pueblo o parte de él de un estado independiente.
Las disputas y conflictos, nacidos de esta contradicción deben ser resueltos por medios
pacíficos, en base al diálogo, con el acuerdo más amplio posible entre las partes.
Teniendo en cuenta que esa unidad es buena y la desunión es mala, la Iglesia da la
bienvenida a las tendencias para la unificación de países y naciones, sobre todo de
aquéllos con la historia y cultura común, con tal de que esta unión no se dirija contra
un tercero. La Iglesia se aflige, cuando, con la división de un estado multiëtnico, una
comunidad histórica de pueblos se destruye, sus derechos se violan y se lleva
sufrimiento a su vida. La división de un estado multinacional sólo puede justificarse si
se oprime claramente a uno de los pueblos o la mayoría de un país no muestra
un propósito definido por conservar la unidad.
Todo esto compele a la Iglesia Ortodoxa a tomar una postura crítica y cuidadosa
ante la internacionalización legal y política, exhortando a los poderes a proceder
responsablemente tanto en el plano nacional como en el internacional. Cualquier
decisión incluida en la conclusión de un tratado internacional vital y que define la
posición de un país dentro de la organización internacional debería tomarse de acuerdo
con los deseos de la gente en su totalidad e informando objetivamente de la naturaleza
y consecuencias de la acción planteada. En la ejecución de una política obligatoria por
un acuerdo internacional o de una acción de una organización internacional, los
gobiernos deben mantener la identidad espiritual, cultural y otras de sus regiones y
naciones y los intereses legítimos de sus estados. Dentro de cualquier organización
internacional, es necesario asegurar a los estados soberanos la igualdad en el acceso
a la toma de decisiones y en el derecho al voto y , sobre todo, al definir las normas
internacionales básicas. Las situaciones de conflicto y disputas sólo deben resolverse
con la participación y consentimiento de todas las partes cuyos intereses vitales están
envueltos en cada caso particular. La adopción de decisiones obligatorias sin el
consentimiento de un estado, directamente afectado, sólo parece posible en caso de una
agresión o de una masecre dentro de ese país.
***
“Las Bases del Pensamiento Social de la Iglesia Ortodoxa Rusa” debe servir como
una guía para las instituciones sinodales, las diócesis, monasterios, parroquias y otras
instituciones canónicas de la Iglesia (Rusa) en sus relaciones con los varios cuerpos y
organizaciones seculares, y los medios de comunicación no eclesiales. Este documento
será utilizado por las autoridades eclesiásticas para tomar las decisiones en
distintos problemas relevantes dentro de situaciones particulares o de un período
determinado de tiempo, así como en materias muy particulares. El documento será
incluido en el plan de estudios de las escuelas teológicas del Patriarcado de Moscú.
Cuando surjan cambios en la vida pública o social y aparezcan nuevos problemas
importantes para la Iglesia en esta área las “Bases del Pensamiento Social de la Iglesia
Ortodoxa Rusa” podrían ser desarrollados y modificados. Los resultados de este
proceso serán aprobados por el Santo Sínodo, el Sínodo Local o el Concilio de los
Obispos.