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Consignas:

1) Considere esta cita a fin de compara y distinguir como juegan las pasiones de
odio y amor en Descartes y Hume. Tome en cuenta los ejes de cuerpo y representación en
cada uno para su desarrollo.
2) Pasión, cuerpo, representación y asociación. Compare y distinga las
elaboraciones de Descartes y Hume acerca de las pasiones, haciendo uso de los conceptos
señalados. Ilustre con un ejemplo que dice cada uno sobre la pasión del otro.

1) Para poder comparar y distinguir los conceptos de pasión en el amor y en el odio,


inherentes a las obras de los autores propuestos, considerando la cita de Santo Tomás de
Aquino (1227-1274; filósofo y teólogo nacido en Nápoles) es menester llevar a cabo una
breve introducción de la concepción del hombre que ellos proponen.
René Descartes (1596-1650; médico, físico y filósofo francés) sitúa su obra en el
siglo XVII en el marco del Intelectualismo. Forma parte de la fundación gnoseológica, la cual
intenta reconstruir el diálogo entre la naturaleza y el sujeto racional (relación sujeto – objeto)
ubicando, a este último, como el sostén autónomo de los enunciados de la ciencia, logrando
así mayor independencia de los poderes absolutistas de la época, a saber, Luis XIV y la
institución eclesiástica (la Inquisición). Para lograr su cometido propone buscar aquella
certeza absoluta que no permite dudas, el pensar. El pensamiento será el analítico (del todo
a las partes; de lo oscuro a lo claro) que logra la captura de la verdad, trabajando siempre
con las ideas abstractas (perfectas, matemáticas e innatas, o en otras palabras, dadas por
Dios) por oposición a las percepciones de los sentidos del cuerpo, pasiones, opiniones,
recuerdos e imágenes (como en el sueño y las alucinaciones ellas se distorsionan con el
tiempo). También nos enseña que el pensamiento está presente en todos los hombres, ya
que Dios es el garante lógico de ese don, el cual tiene que educarse (entrenarse) para su
buen uso.
En el “Tratado de las Pasiones” Descartes nos invita a pensar que el ser humano
está constituido por dos instancias dialécticas e inseparables, “el anverso y reverso de la
misma moneda” (Rossi, L.; 2004), el alma y el cuerpo. El cuerpo es la cede de del calor, de
los movimientos y de los espíritus animales. Es el soporte vital donde el alma se sustenta.
Si el cuerpo no funcionase (concepción del cuerpo como máquina), ella desaparecería. Nos
dice: “La muerte no ocurre nunca por ausencia del alma, sino porque alguna parte del
cuerpo se corrompe” (Descartes, R.; 1649; Art. 6).
La unión entre ellas se facilita por la misma fisionomía del cuerpo. Descartes
sostiene, en los artículos número 30 y 31, que el alma está unida a todas la partes del
cuerpo, “porque es uno y en cierto modo indivisible” (Descartes R., 1649), empero, no es
sino en una pequeña glándula ubicada en el cerebro donde ella ejerce mejor sus funciones,
la cual se caracteriza por no ser doble, como si lo es el resto cuerpo. Descartes sostiene
que “lo que es acción en el cuerpo y en el mundo se inscribe en el alma como una pasión”
(Rossi, L.; 2004). Esto se ejemplifica en las palabras del maestro: “ningún sujeto obra más
inmediatamente contra nuestra alma que el cuerpo al que está unida, y por consiguiente,
debemos pensar que en lo que ella es una pasión, es generalmente en él una acción, de
suerte que no hay mejor camino para llegar al conocimiento de nuestra pasiones que
examinar la diferencia que existe entre alma y cuerpo” (Descartes R., 1649; Art. 2).
Del alma dependen los pensamientos que se dividen en dos, las “acciones del alma”,
que son todo los tipos de actos volitivos, y las pasiones, que son todas las percepciones del
mundo externo y los sentimientos o emociones que dependen del mismo cuerpo. Las
pasiones, a su vez, son son causadas, mantenidas y fortificadas por los movimientos de los
espíritus animales, propios del cuerpo. A través de “hilillos”, los espíritus conectan todo el
cuerpo con la glándula a la cual mueven según lo que suceda en el exterior (Art. 34) y
provocan, así, diversas pasiones en el alma. Las pasiones incitan y disponen en el alma de
los hombres a querer las cosas para las cuales preparan sus cuerpos. El amor, según
Descartes, deviene de los objetos que son buenos y convenientes para nosotros y el odio
de aquellos que son malos y nocivos (Art. 56). El cuerpo, mediante los espíritus animales,
incita al alma a unirse a los objetos, si es que siente amor; y a separarse de ellos, si siente
odio (Art. 79).
A demás, es necesario decir que cada pasión imprime en el cuerpo diversas
alteraciones. En el amor “se siente un dulce calor en el pecho”, sirve para una mejor
digestión y es útil para la salud (Art. 97). En el odio, al contrario, “el pulso es desigual y más
débil, y a veces más rápido”; se sienten fríos “entreverados” de un calor áspero y agudo en
el pecho; el estomago no cumple su función, tiende a rechazar alimentos o a transformarlos
en “malos humores” (Art. 98).
David Hume (1711-1776; filósofo, historiador y psicólogo británico), al contrario, es
representante del Empirismo británico del siglo XVIII y, como tal, propone pensar que “no
hay nada en la mente que no haya entrado previamente por los sentidos” (Rossi, L.; 2004),
todo se aprende. Desde el plano analítico legado por Descartes, Hume inaugura un campo
gnoseológico distinto que intenta dar al hombre su lugar en la naturaleza fáctica. En vez de
concebir las ideas como innatas y facilitadas por un Dios garante (desde el plano analítico
deductivo, heredado de las ciencias formales como la física y la matemática) como pensaba
Descartes, Hume las consideraba como algo que se construye desde las impresiones
utilizando el método analítico inductivo (herencia aristotélica y de las ciencias
experimentales), que parte de la observación de hechos para la formulación de hipótesis
generales. El sujeto para Hume, a diferencia que Descartes, es como una “tábula rasa”
donde la experiencia imprime (al modo de la imprenta de Gutenberg) lo real a través de los

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sentidos. Lo fundante, para éste sujeto, es la impresión de las cualidades de los objetos de
la experiencia real.
Existen dos tipos de percepciones de la mente, por un lado se encuentran las ideas
(oscura y débil), y por el otro están las impresiones (vivaces y fuertes). Las ideas son
logradas gracias a impresión repetitiva de objetos; cuando ellos desaparecen, permanece
en la mente su marca (una huella), dejada por su percepción. Describe dos tipos de ideas,
las simples, que son aquellas que no permiten división alguna (por ejemplo, el color rojo) y
las complejas que si son susceptibles de división (la idea de manzana puede dividirse en
por ejemplo, roja, rica, etc.). Nos explica, también, que ellas están regidas por tres principios
de asociación. La primera es la de asociación de ideas por la unión según su contigüidad
tiempo espacial. La segunda relacionará impresiones según su “semejanza”. Y la tercera es
la de la “causalidad”, donde una es causa de otra. Las impresiones, por otra parte, se
dividen en dos tipos, las “Originales o de sensación” que son las que se perciben de forma
primera, como el mal para percepciones desagradables y el bien para su contrario; y
también están las “Secundarias o de reflexión” que resultan de la asociación de impresiones
e ideas. De esta últimas resultan las pasiones. El amor, por ejemplo, es suscitado por las
cualidades de excelencia de un objeto, y el odio, al contrario, por su defecto. De esta forma
entendemos que, al contrario de lo expuesto por Descartes, las pasiones son fruto de la
experiencia en el mundo, se construyen de forma relativa a cada individuo. De ninguna
manera puede entenderse a las pasiones como resultado de una mecánica fisiológica
innata del cuerpo.
Santo Tomas de Aquino precede a nuestros autores por varios siglos, no obstante
una observación curiosa y atenta de la cita dada detecta una amalgama sutil entre ambas
posturas. Mientras por un lado se afirma que el amor “es un sentimiento natural hacia el
prójimo”, o sea, innato y ligado a la concepción cartesiana de la pasión, por el otro se afirma
que “somos inducidos a amar lo que nos delita en cuanto es aceptado como bueno”, en
otras palabras, deriva el conocimiento sobre la pasión del contacto experiencial con la
realidad (que “nos deleita” los sentidos), quedando así, sujeto a las nociones de Hume. A
pesar de esta consideración, es justo mencionar que él fue representante del innatismo del
hombre y su obra está ligada a las concepciones que refieren la existencia del alma. Sin
embargo, da un nuevo estatuto a la razón sosteniendo que, mediante la ayuda de la fe,
sirve para la construcción de la teología, “proporcionándole sus procedimientos de
ordenación científica y sus argumentaciones dialécticas” (Tomás de Aquino, S.; 1999). Así
planteadas algunas de las concepciones de S. T. de Aquino, su obra es completamente
opuesta a la de Hume, que por su lado prioriza lo fáctico en la experiencia del hombre, pero
correlativa en los supuestos religiosos e innatistas del origen del conocimiento en
Descartes.

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Bibliografía:
1. Descartes, R. (1649) “Tratado de las pasiones del alma”; Barcelona, Planeta, 1994.
2. Hume, D. (1757) “Disertación sobre las pasiones y otros ensayos morales”; España, Ed. Del
Hombre, Ministerio y Ciencia, 1990.
3. Fau, Mauricio (2005) “Diccionario Básico de Pensamiento Científico, Filosofía y Lógica”;
CABA, Argentina; La Bisagra.
4. Tomás de Aquino, S. (1999) en “Enciclopedia Clarín” Tomo 23; Argentina: VISOR,
enciclopedias audiovisuales S. A.
5. Rossi, L (2004) “Teoricos desgravados”; en:
http://23118.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/informacion_adicional/obligator
ias/034_historia_2/bib_teoricos.html

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