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CJ3
CO
I nquisición
y Sociedad.
EN EL
V ir r e in a t o
é Millar C.
I n s t it u t o R iv a - A g ü e r o d e l a P o n t if ic ia U n iv e r s id a d C a t ó l ic a d e l P e r ú y
I n s t it u t o d e H i s t o r i a d e l a P o n t if ic ia U n iv e r s id a d C a t ó l ic a d e C h i l e .
SE G Ú N LO A C O R D A D O EN EL C O N V E N T O D E C O O P E R A C IÓ N A C A D É M IC A
E N T R E E ST A S U N IV E R S ID A D E S , F IR M A D O E N L l.M A , P E R U ,
EN EL A N O ¡9 9 6 , P O R L O S R E C T O R E S D E A M B O S C E N T R O S D E E S T I D IO
Y C O N T A N D O C O N E l P A T R O C IN IO D E LA E M B A JA D A D E C íllL E EN E SE P A ÍS .
E d ic io n e s U n iv e r s id a d C a tó lic a d e C h ile
V ic e r r c c to r ía A c a d é m ic a
C o m is ió n E d ito r ia l
F ax (5 6 -2 1 -6 8 6 2 1 0 9
IN Q U IS IC IÓ N Y S O C IE D A D EN E L V IR R E IN A T O P E R ! ANO
R en e M illa r C arv ac h o
© I n s c r ip c ió n N ° 1 0 2 .1 9 4
D erech o s rese rv ad o s
A b r il 1998
I .S .B .N . 9 5 6 -1 4 -0 4 7 2 -9
P r im e r a e d ic ió n : 1 .0 0 0 e je m p la r e s
D is e ñ o y D ia g r a m a c ió n :
P a u lin a L ag o s I.
Im p reso r: A n d ro s
I n q u is ic ió n y S o c ie d a d en e l v ir r e in a to p cru an o / R en é M illa r C a rv a c h o .
I n c lu y e n o ta s b ib lio g r á f ic a s .
I. I n q u is ic ió n - P e r ú .
2. I g le s ia C a t ó lic a - P e r ú - H is to r ia .
I . til
I nquisición
______ I_____
i Sociedad ENEl
V irreinato P eruano
E studios sob r e el T ribunal
de la I nquisición de L ima
René Millar C.
P resen tación 11
Preám bulo 17
Introducción 27
T ercera P a r t e : A ctividad R e p r e s i v a
VI. Hechicería, marginalidad e Inquisición
en el distrito del Tribunal de Lima 221
1. Precisión de conceptos y objetivos 221
2. La hechicería como delito 224
3. El Tribunal de Lima y la represión de la hechicería 230
a) La actividad inquisitorial 230
b) Las prácticas hechiceriles 234
c) La actitud del Tribunal frente al delito 247
d) El hechicero y sus pacientes 251
1. L a s fu e n te s 3 0 -4
2. El s a cra m e n to d e la c o n fe s ió n 3 0 6
4. E l p ro c e d im ie n to 3 1 4
a ) L as p a u ta s g e n e ra le s 3 1 4
b ) La p ra x is lim e ñ a 321
5. La a c tiv id a d re p re s iv a 3 3 5
6. E l tra n s g re s o r y la v í c t i m a 34 1
a ) T ip o lo g ía d e l d e lin c u e n te 3 4 1
b ) C a ra c te riz a c ió n d e la v í c t i m a 3 4 7
7 . C a u s a lid a d d el fen ó m en o 3 5 0
a) En re la c ió n c o n el s a c e rd o te 3 5 0
b ) En re la c ió n c o n la m u je r 3 5 9
IX . L a In q u isició n d e L im a y la c ir c u la c ió n d e lib ro s p ro h ib id o s
(1 7 0 0 -1 8 2 0 ) 3 6 7
2 . E l c o n tro l s o b re la c ir c u la c ió n d e l lib ro 3 7 6
3. La re p re s ió n d e lo s le c to re s d e o b ra s p ro h ib id a s 3 8 5
4 . A p é n d ic e 40 1
In d ic e o n o m á s tic o 4 0 5
In d ic e te m á tic o 4 1 7
A br V I A T U R A S U S A D A S
A G I = A r c h iv o G en era! d e In d ia s .
A H N = A r c h iv o H is tó r ic o N a c io n a l, M a d r id .
A N C H = A r c h iv o N a c io n a l d e C h ile .
A N P = A r c h iv o N a c io n a l d el P erú .
B N = B ib lio te c a N a c io n a l, M a d r id .
B P R = B ib lio te c a d e P a la c io R e a l, M a d r id .
R A H = R e a l A c a d e m ia d e la H is to r ia , M a d r id .
P r e s e nt a c i ó n
Sería erróneo pensar, sin embargo, que los asuntos inquisitoriales son
los únicos que han captado la atención de este intelectual en sus publicacio
nes y en su actividad docente. En la actualidad René Millar Carvacho es
profesor titularen el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católi-
ca de Chile. Se le conoce en su patria como autor de un libro sobre La
elección p resid en cia l de 1920 ( 1982) y como uno de los mayores especialis
tas en el período parlamentario de 1891 a 1924, que ha abordado en sus
aspectos políticos, financieros e institucionales. Por estos y otros mereci
mientos, fue admitido en 1992 al elenco de miembros de núm ero ele la
Academia Chilena de la Historia1.
Hasta aquí las líneas esenciales del presente volum en, con su rica
aportación de datos estadísticos, testimonios documentales y perspectivas de
interpretación. Los lectores sabrán extraer sus propias conclusiones respecto
a los valores y alcances de esta indagación en la historia del tribunal del
Santo Oficio de Lima y en la sociedad virreinal. Sólo nos resta saludar aquí
efusivamente la publicación del libro de René Millar Carvacho como fruto de
la colaboración intelectual chileno-peruana, resultado feliz del convenio vi
gente entre la Pontificia Universidad Católica de Chile, a través de su Institu
to de Historia, y la Pontificia Universidad Católica del Perú, a través del
Instituto Riva-Agüero.
T eo d o ro H ampe M artínez
(Lima, julio de 1997)
P reámbulo
Amistad aparte, nos unía una visión común de lo que tenía que ser la
historia del tribunal y la estábamos renovando profundamente. Hasta enton
ces, poco se había estudiado la Inquisición como institución. Los historiado
res se habían fijado ante todo en el “producto” que había generado, los
procesos, cuyo contenido aprovechaban para estudiar un am plio temario de
cuestiones: la historia de los judíos1, la brujería23
, el islam hispánico*, el pro
testantismo45 , el erasmismo"’, la mística cristiana6*. Tales eran los centros de
interés de estudiosos que manejaban fuentes inquisitoriales, haciendo caso
omiso de la historia propia del tribunal. Resultaron una serie de obras maes
tras, pero no exentas de fallos generados por el desconocimiento del m odo
de proceder de la institución. Podían ser estos meramente materiales, com o
el fracaso de M. Bataillon en su tentativa de encontrar docum entación sobre
el Abad de Valladolid, uno de los últimos erasmistas españoles notables, por
ignorar que la Suprema tenía dos secretarías cuyos papeles se guardan en
series distintas . Podían tener consecuencias más sutiles, y en cierto sentido
más graves, por ser menos obvias. Así, los errores acumulados de dos ilus
tres estudiosos, que malentendieron unas palabras que no tenían en el siglo
XVI el sentido que tienen hoy, los llevaron a “inventar una corriente ateísta
que nunca existió8; y me asustaban y me siguen asustando las alegrías esta
dísticas de Pierre Chaunu, con todo el respeto que le tenía entonces y le sigo
teniendo: concluía del bajo ritmo de la actividad de la Inquisición de Toledo,
tal como lo ponían de relieve las primeras curvas que publiqué, la inexisten
cia de conflictos religiosos en la Europa entera9. Nada menos.
Haim Beinart, Recordsofthe triáis oftheSpanish Inquisition in C iud ad Real, 3 vol., Jeru salén ,
The Israel National Aeademy of Sciences and Humanities, 1974-1981; Ju lio Caro Baroja, Los
judíos en la España moderna y contemporánea, 3 vol., Madrid, Arión, 1963.
2 Julio Caro Baroja, Las bm jasy su m undo , Madrid, Revista de O ccidente, 1966.
3 Louis Cardaillac, Morisqueset chrétiens. Un affrontem entpolém ique, París, K lincksieck, 1977.
4 Erns Schafer, Beitráge zu r Gescbicbte des Protestantismus u n d d er In q u is itio n im sechzentcn
Jahrhundert, 3 vol., Gutersloh, Bertelsmann, 1902.
5 Marcel Bataillon, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual d el siglo XVI, M éxico.
FCE, 1966.
6 Alvaro Huerga, Historia de los alumbrados, 3 vol., 1978-1988.
Marcel Bataillon, Erasmo, op. cit., p. 727, n. 9.
8 Julio Caro Baroja, Lasformas complejas de la vida religiosa. Religión, sociedad y ca rá cte r en
la España de los siglos X V Iy XVII, Madrid, Akal, 1978, pp. 197-199.
9 Pierre Chaunu, Eglise, culture et société. líssais sur reform e et contre-réform e, 1517-1620,
París, SEDES, 1981, p. 444.
tarea prioritaria. Creíamos, en efecto, que la configuración del aparato
inquisitorial era un factor fundamental a la hora de entender los silencios y
de detectar las distorsiones que las fuentes habían producido. Un ejemplo
sencillo ayudará a entenderlo. Los inquisidores, en los delitos más graves, se
empeñaban en obligar, y lo conseguían muchas veces, a que el reo confesara
el nombre de sus cómplices. Estos, a su vez, quedaban detenidos, y tenían
que delatar a más personas; las cuales, a su vez detenidas, delataban a más,
quienes a su vez... La máquina procesal se autoalimentaba así, captando en
sus recles a más personas cada vez, hasta que los propios inquisidores deci
dieran cortar la cadena para no quedar ellos mismos ahogados bajo un alu
vión de causas por encima de su propia capacidad de trabajo. En tales con
diciones, es obvio que yerra gravemente quien toma el número de procesos
como un indicador directo del grado de presencia herética.
10 Jaime Contreras y Gustav Henningsen, “Fourty-four thousand cases o f the Spanish Inquisition
(1540-1700): analysis of a historical data bank”, The Inquisition in early tnodern Ettrope.
Studies on sources and metbods, Gustav Henningsen et alii, dir.. De Kalb. Northern Illinois
University Press, 1986, p, 100-129.
11 Gustav Henningsen, The Witches’ Advócate. Basque Witchcraft a n d the Spanish In qu isition ,
Reno, University of Nevada Press, 1980.
12 Virgilio Pinto Crespo, Inquisición y control ideológico en la España del siglo XVI, Madrid,
Taurus, 1983; J.M. Bujanda, Index de llnquisition espagnole, 1551. 1554, 1 5 5 9 c In d e x de
Tlnquisition espagnole, 1583-1584, Sherbrooke, Presses de PUniversité de Sherbrooke. 1984
y 1993.
13 Jaime Contreras y Jean Pierre Dedieu, “Geografía de la Inquisición española: la form ación de
los distritos (1470-1820)", Hispania, 1980, p. 37-93-
H José Martínez Millán, La hacienda de la Inquisición (1478-1700), Madrid, CSIC, 1984.
13 Jaime Contreras, El Santo Oficio de la Inquisición de Galicia (poder, sociedad y cu ltu ra ),
Madrid, Akal, 1982; Jean Pierre Dedieu, Vadministration de la fo i. I. in qu isition de Tolede
(XVle-XVIIIe siécle), Madrid, Casa de Velázquez, 1989; Ricardo García Cárcel, Herejía y sociedad
en el siglo XVI. Ixi inquisición de Valencia (1530-1609), Barcelona, Península, 1976.
16 William Monter, Frontiers o f Heresy. Tloe Spanish Inquisition fr o m the Basque Lands to Sicily,
Cambridge University Press, Cambridge, 1990.
dar temas más fundamentales, como la historia de las ideas o de la represión
intelectual.
Otro interés sentíamos por la obra, y éste era político, por decirlo así.
Nuestra estancia en Madrid coincidió con la transición democrática española.
España tenía una cuenta pendiente con la Inquisición, que los conservado
res habían llegado a presentar como la esencia de lo español frente a la
barbarie de los novadores, y que los liberales, a la inversa, habían descrito,
cargando las tintas, como una antesala del infierno y el único responsable de
los males del país. Nosotros teníamos una visión más desapasionada. A la
Inquisición la veíamos como un objeto de estudio, sin más, con curiosidad,
a veces con pena, pero fríamente. No se trataba de condenar, sino de descri
bir. Muchos nos lo reprochaban. Sin embargo, este distanciamiento nos per
mitió satisfacer una demanda social. El público estaba entonces ávido de
información sobre el Santo Oficio para alimentar su propia reflexión sobre la
actualidad política y religiosa. El proporcionarle datos complejos, completos,
sin orientación previa, autorizaba por su parte una reelaboración, que era en
fin de cuentas lo que buscaba. Vi a gente salir llorando de conferencias
eruditas porque el orador les había demostrado que eran españoles, a pesar
de no compartir lo que el franquismo presentaba como la esencia de lo
hispánico. Huelga decir que tal demostración no entraba, ni remotamente,
en los objetivos del conferenciante. En Cuenca, en 1978, un congreso sobre
la Inquisición juntó a centenares de investigadores y un numeroso público,
obispo y gobernador civil a la cabeza. El P a ís , el diario más importante,1
1 Henry Charles Lea, A bistoiy o f the inquisition o/Spain. reimpresión, 4 vol., Nueva York,
American Scholar Publications, 1966 [ 1906-1907). La sustancia ele los trabajos de Lea en
Henry Kamen, La inquisición española, 2a ed.. Madrid, Crítica, 1985.
dedicó entonces la última página de su edición dominical a presentar la
estadística de las causas de fe que habíamos elaborado. Vi com o aquel día
un párroco, en misa, dejó de lado el sermón que tenía preparado, e im pro
visó una charla sobre unas curvas que yo mismo había dibujado, lin libro
erudito sobre el tema, por fin, se agotó y enriqueció la editorial1S.
Por otra parte, nos hemos dado cuenta, poco a poco, que fuera de su
papel meramente represivo, la Inquisición había tenido cierta proyección
social por su contribución a la configuración de la elites locales. El ser fami
20 Paulino Castañeda Delgado, Pilar Hernández Aparicio, La In qu isición de Lima, D eim os,
Madrid, t. I, (1570-1635), 1989; t. II, (1635-1691), 1995.
21 Francisco Bethencourt, L ’Inquisition ci l ’époque múdeme. Espagne, Portugal, Ita lie - X V e-
XlXe siécle, París, Fayard, 1995 y Adriano Prosperi, Tnbunali dalla coscienza. Inquisitoria
confessorí, missionati, Turín, Einaudi, 1996.
22 Emil Van der Vekene, Biblioteca bibliographica historiae sanctae inquisitionis, Vaduz, 1982,
2 vol.
liar de la misma, el tener acceso al fuero inquisitorial, el revestirse del pres
tigio del tribunal que encarnaba los valores centrales de la sociedad de en
tonces, era un paso esencial en la carrera ascendente de cualquier familia. El
manipular las denuncias y las testificaciones, el poder orientar sospechas de
desviacionismo religioso hacia tal o cual, constituía un auténtico instrumento
de poder. Poco sabemos de este papel de la Inquisición. La respuesta a
nuestra interrogante no se encuentra en los papeles del tribunal. El tema no
se puede estudiar sin un conocimiento previo y pormenorizado de una so
ciedad local concreta. Entonces puede ponerse en contexto la actuación
inquisitorial, bien sea en su aspecto represivo, bien sea en la concesión de
cargos.
Mucho queda por hacer. Hemos edificado una base sólida, y este libro
es una notable contribución a la misma. Era un paso previo necesario. Nos
queda por edificar entre todos lo que importa de verdad: una historia que
permita ver el papel de la Inquisición en el juego social en su globalidad.
También a esto contribuyen muchas de las páginas que siguen.
J .P . D e d ie u
CNRS / UMR TEMIBER
Talence, Francia
I nt r o d u c c i ó n
1 Rene Millar C., “El archivo del Santo Oficio de Lima y la documentación inquisitorial existente
en Chile". En Revista de Inquisición , Madrid, en prensa.
de los primeros investigadores en trabajar de manera sistemática los papeles
de la Suprema. Sus obras significaron el descubrimiento ele un m undo
del que apenas se tenían unas pocas referencias aportadas por Benjamín
Vicuña Mackenna y Ricardo Palma2. El impacto que causaron en su época
fue enorme y se transformaron en el referente obligado sobre el tema o
sobre cuestiones relacionadas con la Iglesia, la cultura y las ideas del m undo
colonial.
Las obras de Medina fueron y son muy importantes, pero habían pasa
do cien años desde su publicación, por lo que parecía lógico intentar nuevas
aproximaciones a la historia del Tribunal, máxime cuando estábamos en
Benjamín Vicuña Mackenna, “Lo que fue la Inquisición en Chile”, en Anales ele la l 'nire/sidad
de Chile, t. XXI, 1862, pp. 129-153. Francisco Moyen o lo que f u e la In qu isición en A m érica
(cuestión histórica y de actualidad). Imprenta del Mercurio. Valparaíso, 1868. Ricardo Palma.
Anales de la Inquisición de Lima, cuya primera versión se publicó com o artículo en la
Revista de Sudaméñca de Valparaíso, en 1861, siendo editado com o libro en 1863 en Lima.
presencia de un movimiento renovador de ios estudios inquisitoriales, que
pretendía acercarse a la institución pertrechado de los métodos e inquietu
des temáticas que campeaban en la disciplina hacia fines de la década de
1970. He ahí las razones que me impulsaron a investigar sobre la Inquisición
de Lima.
P r a c t i c a s P r o c e s a l e s
N o ta s s o b re e l p ro c e d im ie n to
d e l trib u n a l d e L im a
II
A s p e c to s d e l p ro c e d im ie n to
in q u is ito ria l
Notas sobre el procedimiento inquisitorial
desde la perspectiva del tribunal de Lima*
* Nicolau Eymerich y Francisco Peña, Le m anual das inquisiteurs. Introd u cción, traducción el
notes de Louis Sala-Molins, Mouton Editeur, París, 1973-
1 Le dictionnaire des inquisiteurs, Valonee 1494. Introducción y n o tas d e I.ouis Sala-M olins,
Editions Galilée, París, 1981.
Miguel Jiménez Monteserín, In trod u cción a la In q u is ic ió n española. D o c u m e n to s básicos
para el estudio del Santo Oficio, Editora Nacional, Madrid, 1981. Sin d e s c o n o c e r el ap o rte
que significa, lo cierto es que la forma en qu e está estru ctu rad o el lib ro , la s e le c c ió n de
material que se hizo y la falta de un análisis crítico, le restan en tid ad a la o b ra .
Ricardo García Cárcel, Orígenes de la In q u is ició n española E l tr ib u n a l ele V a len cia . 1478-
1530, Ediciones Península, Barcelona, 1976.
Herejía y sociedad en el siglo X V I. La In qu isición en Valencia. 1 5 3 0 -1 6 0 9 , E d icio n es Península,
Barcelona, 1980.
Jaime Contreras, El Santo O ficio de la In q u is ició n de C a lid a (p od er, s o c ie d a d y c u lt u r a ),
Akal Editor, Madrid, 1982.
8 Virgilio Pinto Crespo, “Institucionalización inquisitorial y censu ra d e lib ro s", en La In q u is ic ió n
Española. Nueva visión, nuevos horizontes, op. cit., pp. 513 y ss.
Francisco Tomás y Valiente, “El proceso p enal” en H istoria 16, n ú m ero e s p e c ia l d e d ic a d o a
la Inquisición, Madrid, diciembre, 1976.
“Relaciones de la Inquisición con el aparato institucional del E sta d o ”, e n La In q u is ic ió n
Española. Nueva visión, nuevos horizontes, op. cit., pp. 41 y ss.
10 Mélanges de la Casa de Velázquez, tomo XXIII, 1987.
colectiva P e rfile s ju r íd ic o s de la In q u is ic ió n e s ¡)a ñ o la n \ y a Bruno Aguilera
Barchelet, que lo estudia más en profundidad en el tomo segundo de la
H is to ria de la In q u is ic ió n en España y A m é ric a , dirigida por Joaquín Pérez
Villanueva y Bartolomé Escandell1112.
El objetivo de este trabajo se limita a la presentación de un esquema
del procedimiento inquisitorial, conjugando los aspectos normativos con la
práctica jurídica. Todo esto desde la perspectiva de un tribunal de distrito
extrapeninsular, lo que a su vez implica determinar las posibles peculiarida
des que pudieran darse con respecto a las pautas generales de procedimien
to. También cabe hacer notar que nuestro interés se centra especialmente en
el siglo X V III. Debe tenerse presente que ese período corresponde a la últi
ma fase de la evolución del modo de proceder, a aquélla en que el sistema
estaría ya en gran medida precisado; con todo, esto no implica que la auto
ridad legisladora (el Consejo de la Suprema) hubiese dejado, a esas alturas,
de dictar normas reguladoras tendientes a perfeccionarlo.
En definitiva, nuestro trabajo no pretende ser más que un pequeño
aporte, sobre todo desde el punto de vista de la sistematización, al vasto
campo de los estudios sobre el procedimiento inquisitorial, que, por lo de
más, durante mucho tiempo ha sido tan manido como parcialmente conocido.
1. Fase sumaria
7^ El proceso inquisitorial se dividía en dos grandes fases, la sumaria y la
plenaria; sin embargo, como señala Tomás y Valiente, esta separación era
menos acentuada que en otras jurisdicciones de la época, predominando “la
acción inquisitiva sobre la acusatoria a lo largo de todo el proceso”13.
bajase sumarié se conocía también con el nombre de inquisitiva por
que en ella se efectuaba la investigación de los hechos; el inquisidor, que en
la fase siguiente integraría el grupo de jueces encargados de fallar la causa, era
quien dirigía^la indagación y acumulaba las pruebas contra los acusado.41^?
is Juan Antonio Llórente, Historia critica ele la Inquisición de Esfu ni a, Kdiciones Hipeñón.
Madrid, 1980, t. I, p- 224. Bruno Aguilera, en 1993 en "F.l procedimiento de la inquisición
española" incluido en la Historia.... op. cit , p. 359, siguiendo a 11. Beinardt, señala que la
Inquisición acogía denuncias anónimas y que ellas se habrían generalizado desde mediados
del siglo XVI.
A modo de ejemplo, ver las causas por hechicería que figuran en el Al 1N, sección Inquisición,
legajo 1.656, expediente 3; también las de solicitación en AUN. Inquisición, leg. 3-592 y
3-730, y las de proposiciones de Francisco Moven (AUN, Inquisición, leg. 2.209, exp. 10).
Gregorio Peña y Collado (AHN, Inquisición, leg. 2.215, exp. 36) y Felipe Manuel Lapeire
(AUN, Inquisición, leg. 3-730. exp. 88).
); tam bién se
bles de haberse cometido un delito penado poi H Santo < >hL 1
declaraciones
requería que hubiera una concordancia entre la dentiru ¿a \ la
i , • ^ . . . .. . . a los testigos
de los testigos. Existían determinadas form ulas para interrogan
)f |o expuesto
con el fin de que sus declaraciones no estuvieran i n f l u i d a s p<
por eli idenunciante-1. n t-n i -
Debían jurar m antener el, secreto ele , tocio io lo tratado y,
- i , . - , .iviib a su exa-
como señala Llórente, “a ninguno se decía el asunto q u e m u 1' .
. . , . _ js. si habían
men. A cada uno se preguntaba en general ante todas las c< >- ‘
r . , . , ..c u n é e n t e , en
visto u o íd o cosa q u e J u ese o p a r e c ie s e s e r c o n t r a la t c ' - ~ . < c>nc
i^ , i t- i , , se hubiese
el tribunal de Lima no liemos encontrado ninguna causa
. . denunciado,
seguido sin que por lo menos existiesen d< >s testigí >s dc*l h a n 4
. . . . . . . . , 1. . ,• ,« n u m e ro era
incluido el delator en los casos en que tema aquel c arac ter. I ^
, . . ., . , , M , ... Lis causas de
el mínimo requerido según los manuales- y bastaba hasta p a n 1
.. . . - „ -i - . c e r n i e n t e a los
solicitación, en las cjue el Inbu nal era m u y e s t r i c t o e n l<> c n n n
testigos; al. respecto, la
i cSuprema,
’ en una/ carta . t
de* 1 o 1), icirorende a los
i-rtu *
.
inquisidores i tLima
de * por no ihaber
i - , una causa. ,io
proseguido tic solicitación
existiendo los dos testigos “abonados y form ales", n e ce sario * P J I ‘l P 1° te -
der24.
La inhabilidad para ser testigo en causas ele fe q u e d a b a restiingidu al
máximo y, por cierto, las causales que la p rodu cían eran i i u i > pocas en
comparación con las contempladas para las causas c iviles y crim inales. En
definitiva, únicamente no podían ser testigos los im p ú b e re s. l ° s biltos de
Íjuicio y los enemigos mortales del acusado. La tacha ele estos últim os era una
de las pocas excepciones que podía alegar el reo. Po r el c o n tra rio , podían
ser testigos los criminales, los infames, los b an d id o s, los lad ro n e s, los cóm
plices, los excomulgados, los penitenciados, los fam iliares y parientes (cón
yuges, hijos, hermanos, etc.), los criados, los esclavos, los judíos y demás
21 “Instrucciones que han de guardar los Com isarios del S a n to c ofic io d e la In q u isic ió n en las
causas y negocios de Fe y los dem ás qu e se o fre cie re n " í M adrid. Iú()~). M iguel Jim én ez
Monteserín, op. cit., pp. 344 y ss.
22
Juan Antonio Llórente, op. c i t t. I, P- 225.
23 Ledictionnairedes inquisiteurs ..., op. cit., p. 420. Luis de P aram o . ( )n i> in e c t /jropressu o jjic ii
sanctae inquisitionis, Madrid, 1598, p. 578.
24
Carta de la Suprema al Tribunal de Lima de 9 de e n e ro d e 1709. Al IN, In q u is ic ió n , lib. 1.024,
fs. 177 y 178. En las denuncias por solicitación, seg ú n las In s tru c c io n e s , lo s com isarios
debían informarse “con mucho recato y secreto acerca d e la b o n d a d y h o n e stid a d de la
mujer, para formar concepto de la fe crédito q u e s e le d eh a dar. lo q u e a n o ta rá el C om isario
de su mano al margen de la deposición de tal m ujer"; ver “In stru cc ió n q u e han d e guardar
los Comisarios del Santo Oficio de la Inquisición en las c a n sa s y neg< jc ío s d e Fe y lo s dem ás
que se ofrecieren" (Inst. XXI), en Miguel Jim én ez M o n tesc‘n n * (>f } LIt • P- 3 * 2 .
+* _ — —^ -w— 1 __ ______ __ * Ü’ /1aa j»
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AD S- D- N. G R E C O R 1VM X i n . p q M T ^ I A,X
ACCESS1T HAERESVM, RERVM ET VERDORVM
Múltiples, Se copiofifiimus Index .
CVM PRIVILEGIO, L f Vl*L R l OR VM A T4' tl-Q ljA'f í ©N E.
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ApviJ Gcorgiura rctuxium M U JL X -iJ^ V ü L
JS Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op. cit., pp. 212 y ss. Lo elict ion na i re des itujuisiteitrs ....
op. cit. y pp. 200 y 420 y ss.
en causas de solicitación por considerarlas “de poco crédito : sin embargo,
por carta acordada de 9 de diciembre de 1583, la Supreni;l ,n slIU > ° a l ° s
inquisidores para que las admitieran26*.
Esta peculiar postura del Santo Oficio respecto a la aiU P***11^ *a ac*“
misión de testigos se fundamenta en la consideración que >c
rejía como delito. Para los tratadistas inc|uisitoriales la herejía d 'a cl vi míen mas
horroroso que podía cometer el ser hum ano, por herir a la M aíc*Mac* * *na~ *
Los inquisidores, una vez que se formaban la o p in ió n { P (>1 *a vlenun-
cia y testificaciones) de la existencia de indicios fundados rc,viP ccto a *a P er*
petración de un delito contra la fe, pedían -e n virtud de un aul() dictado ex
profeso- que se recorrieran los registros que llevaba el T r ib u n a l para ver si
existía alguna otra denuncia contra el acusado o si había sicU> procesado con
anterioridad. Era bastante inusual que la Inquisición de Lin ia pidiera a otio
tribunal que revisara los registros en busca de antecedentes ule un denuncia
do; por lo general, sólo se hacía cuando de la sumaria se desprendía que
había sido procesado por algún tribunal o sim plem ente denunciado; esto
último es lo que ocurre en el caso de Gaspar de M orales, natural de Sevilla,
que previamente a la autodenuncia por bigamia que efectuó ante el 1 ribunal
de Lima había realizado otra ante el de M éxico28.
tí) La ca lifica ció n : Después de efectuado aquel trámite, 1<)S inquisidores
hacían extractar de la sumaria aquellos dichos o hechos, atribuidos al acusa
do, que les parecían sospechosos de herejía y se los entregaban a los calificado
res^ para que señalaran si merecían censura teológica; “esto es si son heréticas
o próximas a la herejía, o capaces de producir consecuencias heréticas; y si
ellas dan margen a formar conceptos de que quien las p ro n u n c ió haya dado
asenso a la herejía, o héchose sospechoso de ella; y en este caso si la sospe
cha es leve, vehemente o violenta”29. Esta etapa del proceso recibía el nom
bre de ca lifica ció n . En la fase plenaria los calificadores podían ser otra vez
requeridos; específicamente, cuando de la ratificación de testigos o audien-
S(V Estas instrucciones se las comunica después de analizar la relación de la causa seguida por
sortilegio a Nicolás de Aranz y Borja, AUN, Inquisición, lib. 1.025, sin foliar.
(l” Los consultores eran ministros no asalariados de la Inquisición que actuaban como jueces,
junto a los inquisidores, en las causas de íe.
n “Compilación de las Instrucciones del Oficio de la Santa Inquisición hechas en Toledo, año
de mil y quinientos y setenta y uno” (Instrucciones de Don Fernando de Valdés - Inst. III). en
Miguel Jim énez Monteserín, op. cit.y pp. 199 y 200.
AFIN. Inquisición, lib. 1.026, sin foliar, años 1799 y 1801; también, leg. 3.730. exps. 3 y 100.
AA AUN, Inquisición, lib. 1027, fol. 69.
en sus casas y monasterios o en otras partes*1. Kn la práctica, el Tribunal se
atuvo a esa norma optando indistintamente por las diversas alternativas,
aunque la tendencia mayoritaria apuntó hacia las cárceles secretas.
La captura y el secuestro de bienes tam poco era una instancia a decre
tarse siempre. En los casos en que no había “manifiesta herejía, ni inform a
ción bastante para condenar”, los inquisidores no debían efectuar esas accio
nes. Tenían que limitarse a ordenar que el reo compareciera po r sí m ism o
ante el Tribunal. Este procedimiento es determ inado por la Suprem a en carta
acordada de 20 de diciembre de 1579, que se dicte') a instancias de los propios
inquisidores, que habían hecho presente los graves inc<invenientes que plan
teaban las grandes distancias del distrito en la tramitación ele las causas^.
d) Las a u d ie n c ia s y m o n ic io n e s : Efectuada la prisión en las cárceles
secretas, donde quedaba completamente incom unicado con el exterior, se
procedía a la primera audiencia y monición (am onestación que se hace al
reo para que confiese vo luntariamente). En ella se le preguntaban las señas
básicas~3eidentificación (nombre y apellidos, edad, lugar de nacim iento,
domicilio, empleo u oficio y estado civil) y la genealogía; este ultim o punto
era considerado importante porque con las referencias dadas de sus parien
tes podía saberse si alguno de ellos descendía de judíos, moros c>penitenciados
por el Santo Oficio y, en consecuencia, acumular así m ayores antecedentes a
la hora de determinar la culpabilidad del encausado. Tam bié n debía referirse
al grado de instrucción que poseía, indicando los establecimientos en que
había estado y los maestros que había tenido. A continuación, se le pedía
que relatase su vida, que expresase su autobiografía, o discurso de su vida,
como se le denominaba. En él debía expresar los hechos más significativos
que le hubieran acontecido, corno los pueblos en que había residido, los
trabajos desempeñados, las amistades que había tenido, los países que había
visitado, etc. En la misma audiencia se le interrogaba sobre aspectos básicos
de la doctrina católica (mandamientos de Dios y de la Iglesia y significado
que tenían), se le hacía signarse, santiguarse y rezar el Padre N u e stro , A v e
María, Salve Regina y Credo y, además, se le preguntaba la fecha de la última
vez que se había confesado y el nom bre del confesor. Fin alm e n te , se le
preguntaba si sabía o presumía la causa de su prisión y se le am onestaba
(primera monición) a que recorriera su m em oria, exam inara su conciencia y 3 45
3 <> ■
Instrucciones de Don Fernando de Váleles", Insi. XVIII.
cumplido ese trámite se le preguntaba si quería un abogado para efectuar su
defensa; se le citaban los nombres de los abogados de presos del Tribunal
para que eligiera unoíc). La función desempeñada por este ministro del Santo
Oficio también queda comprendida dentro de esa orientación general del
procedimiento que buscaba la confesión del reo; de hecho, junto con encar-
r garse de la defensa del acusado, tenía la obligación de persuadirlo a que
( dijese la verdad y a que solicitase la reconciliación si se consideraba cúlpa
me37. Según Francisco Peña, “el papel del abogado es de apremiar al acusa
do de confesar y de arrepentirse, y de solicitar una penitencia por el crimen
que él ha cometido”38.
El abogado no se podía comunicar a solas con el acusado ni tenía
acceso al expediente completo del proceso; únicamente se le facilitaba un
extracto de él, en que se incluían parte de la información sumaria (se saca
ban los nombres de los testigos y las referencias de tiem po y lugar), la
censura de los calificadores y la acusación con las respuestas del reo.
Luego que los inquisidores daban copia y traslado de la acusación al
reo (por lo general al término de la tercera audiencia), éste tenía tres días de
plazo para responder a ella por escrito con el parecer de su letrado. Esta
respuesta, por lo tanto, se verificaba en una nueva audiencia, a la que tam
bién asistía el abogado; en esa misma oportunidad, los inquisidores dictaban
una sentencia interlocutoria, que ponía término a la primera fase del proce
so, resolviendo recibir el pleito a prueba; vale decir, ordenaban hacer las
probanzas a cada una de las partes.
2. Fase plenaria
Se iniciaba con la dictación por los inquisidores del auto en virtud del
cual recibían el pleito a prueba. A continuación el Fiscal pedía que se ratifi
caran los testigos, que se examinaran los contestes y que se efectuara la
denominada publicación de testigos.
<c) Todos los tribunales inquisitoriales tenían en sus plantillas de funcionarios cierto núm ero de
abogados de presos (en el siglo XVIII el de Lima tenía cuatro), para qu e defendiera a los reos
en las causas de fe. A los menores de 25 años además se les nom braba un curador para qu e
velase por sus intereses. Más referencias sobre los abogados y curadores se encu entran en
Henry Ch. Lea, Historia de la Inquisición española, vol. II, Madrid, 1983, pp. 546-554.
“Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. XXIII.
38 Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op. cit.} p. 145.
a) El reo tenía derecho a tachar a aquellas personas
Las excepciones-.
que consideraba como enemigos y si alguno de ellos estaba entre los testi
gos su testimonio no podía ser tomado en cuenta. Sin embargo, como el reo
y su abogado desconocían los nombres de los que habían testificado, actuaban
siempre por conjetura a la hora de indicar las tachas; además, según las
Instrucciones y manuales, el acusado debía probar la calificación de enemi
go de las personas que tachaba39. Con todo, en el siglo XVIII (y tal vez antes)
esa norma sufrió modificaciones, p or lo menos para el caso de Lima; en
efecto, por instrucciones expresas de la Suprema, reiteradas en varias opor
tunidades, cuando el reo no articulaba pruebas sobre las excepciones que
había planteado, correspondía al tribunal proceder por oficio a su justifica
ción; así, por ejemplo, el 16 de septiembre de 1738 la Suprema expresaba al
Tribunal lo siguiente: “Habiéndose visto en el Consejo la copia de la causa
seguida en esa Inquisición por delitos de idolatría y apostasía contra Juan
Santos Reyes, mestizo, se ha acordado deciros, presente S. lima., que siem
pre que los reos excepcionen defensas de hechos que justificados puedan
relevarles de las penas correspondientes a sus delitos, en todo o en parte,
aunque por los reos no se articule sobre la prueba de dichas excepciones, se
debe proceder a su justificación por el Santo Oficio'*10. También los reos al
alegar las tachas podían tratar de descalificar a los testigos con el argumento,
a probarse, de ser personas que, por su condición y forma de vida, no
merecían crédito. Sin embargo, la Suprema, por carta acordada de 30 de
mayo de 1666, instruyó al Tribunal para que no admitiese tachas de desho
nestidad cuando los testigos eran mujeres casadas11.
Las instrucciones sobre el modo de proceder también contemplaban
como excepción la posibilidad de recusar a los jueces42. En este caso el
^ "Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. XXXVlll. También, Le dictiom m ire des
iucjuisiteurs ..., op. cit., p. 200.
10 ANCH; Inquisición, vol. 496, fol. 115. también, parecer de la Suprema de 13 de abril de 1738
sobre la causa del Dr. Lucas Pérez Gordillo, por solicitación (ANO I, Inquisición, vol. 496. fol.
59). Igualmente, informe de la Suprema sobre las relaciones de causas enviadas por el
Tribunal de Lima el 29 de diciembre de 1730, causa de Fr. Blas de Herrera, Gonzalo, por
proposiciones (ANCH, Inquisición, vol. 496, fs. 9 v. y 10).
*1 ANCH, Inquisición, vol. 491, fol. 213 v.
“Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. L1I. Cuando se recusaba a un inquisidor su
compañero debía proceder en la causa, avisando al Consejo; de ser ambos los afectados por
la excepción no debía proseguirse en la sustanciación del proceso hasta que el Consejo
proveyese lo conveniente.
Tribunal debía informar al Consejo para que resolvieran P m c ()m o c n *nc^*as
esto podía causar problemas por demoras, en 1 7 * 3 el c (>nsci<> h izo llegar al
Tribunal de Lima unas instrucciones especiales; en ell‘ ,s o itle n a b a n que,
de producirse la recusación de uno de los dos in q tií**^ *)ICS* procedieran el
ordinario, el inquisidor no recusado y el o los co n stiltoies nías antiguos
(estos últimos en caso de verse afectados los dos incjtd^idí )ies >a exam inar el
escrito que la solicitaba; si estimaban justa y p ro b a b le la petición debían
seguir una causa al respecto-, y de resultar probada la rcc usac n >n- proceso
debía se^ continuado por el ordinario y consultores nias antiguos .
r a tific a c ió n y p u b lic a c ió n ele testigos*. C o n tin u a n d o con las eta
pas del proceso, correspondía luego la ratificación <-k* *<)S testigos ante los
inquisidores o comisarios; para ello se requería la prc*SC,K *a c*c* C*()S peisonas
honestasíd). A los testigos se les preguntaba si recordaban habei realizado
alguna declaración tocante al Santo O ficio ; si la rcsplicsía cia nhrm utiva se
les indicaba que el fiscal los presentaría com o testigo* en una causa c*e *e
seguida en el Tribunal; luego les era leída la declaración q u e habían realiza
do y se les preguntaba si la ratificaban o m odificaban. ba verificación de esta
diligencia en el caso del Tribunal de Lima era una ck* las causas q u e mas
influían en la dilatación de los juicios; la gran extensión de su distrito hacía
tremendamente lenta la ejecución de esta etapa del p ro c e d im ie n to , la que,
por lo demás, no tenía un plazo fijo de térm ino. A c o n tin u a c ió n se realizaba
la publicación de testigos, que consistía en dar a co n o ce r al reo las testifica
ciones existentes en su contra, leyéndoselas -separadas en diferentes capítu
los-sin mencionar el nombre de quienes atestiguaron, a u n q u e sí las fechas
y lugares en que habrían tenido lugar los hechos im p u ta d o s * *; el reo debía
responder de la veracidad del contenido de cada cap ítu lo. La publicación de
testigos se hacía aunque el reo hubiese confesado el d e lito , c o m o una forma
de dejar constancia de la justicia con que había p ro c e d id o la Inquisición al
detenerle.
c j La defensa d e l reo: Después de verificada esa etapa, el reo podía
comunicarse corTsiT^Bügado para preparar la defensa. El acusado tenía43
Mediante provisión de 19 de octubre de 1736 el Consejo confirmó esta práctica seguida por
el Tribunal de Lima, AHN. Inquisición, leg. 1.656, exp. 2.
16 Según Eymerich podía aplicarse la tortura en los siguientes casos:
“1. Se tortura al acusado que vacila en sus respuestas, afirmando ora esto, ora lo contrario,
siempre negando los capítulos más importantes de la acusación. Se presume en este caso
que el acusado esconde la verdad y que, acosado por los interrogatorios, él se contradice....
2. fl difamado teniendo contra él nada más que un solo testigo, será torturado. En efecto, un
rumor público más un testimonio constituyen juntos una semiprueba, lo que no asombrará
a nadie sabiendo que un solo testimonio vale ya com o indicio. ¿Se dirá testigo único, testigo
nulo? Esto vale para la condenación, no para la presunción. Un solo testimonio de cargo es
suficiente pues....
3. El difamado contra el cual se han logrado establecer uno o varios indicios graves debe ser
torturado. Difamación más indicios es suficiente. Para los sacerdotes, la difamación es
suficiente....
tormento, según el lenguaje inquisitorial, podía ser iu c c ip u t p r o p iiu y j. vale
decir para que confesara lo relativo a su causa, o bien i u c a p u t c i l i e n u m ,
para que confesara lo que sabía en relación con otro proceso en el que
figuraba como conteste.
Cualquier persona podía ser sometida a torm ento, incluso los nobles *
que ante la jurisdicción real gozaban de privilegios en este aspecto; las úni
cas excepciones correspondían a los ancianos, las mujeres em barazadas y
los impúberes, aunque estos últimos podían ser golpeados a palm etazos*'\
N o obstante que la aplicación del torm ento dependía en gran m edida del
arbitrio del juez, éste debía respetar ciertas pautas de carácter general; así
por ejemplo, se debía torturar con más o menos rigor según el grado de
convicción herética del reo negativo; tam bién, el torm ento debía aplicarse
en forma más rigurosa mientras más grave fuese la sospecha contra el incul
pado*9; asimismo, debían tenerse en cuenta la calidad de la persona y la
edad a la hora de aplicarlo con severidad o m oderación (un clérigo con
menor rigor que un laico)*478501. Igualmente, quedaba al arbitrio de los jueces el
9
continuar el tormento al día siguiente y al subsiguiente; para que esto se
llevara a efecto se requería que la confesión lograda en la primera sesión
viniera a confirmar los indicios que se poseían ayudando a configurar una
semiprueba, lo que a su vez hacía necesario tratar de alcanzar “la convicción
plena” reiterando la tortura"’ 1.
4. Será torturado aquel contra el que hay una sola deposición en m ateria d e herejía y contra
el que hubiera otros indicios vehementes o violentos.
5. Aquel contra quien pesaran varios indicios vehem entes o violentos será torturado, igual si
no se dispone de algún testigo de cargo.
6. Se torturará con mayor razón a aquel que, sem ejante al p reced ente, tenga, ad em ás, contra
él la deposición de un testigo.
7. Aquel contra quien hay solamente difamación, o un solo testigo, o un so lo indicio, no será
torturado: cada una de estas condiciones, sola, no es suficiente para justificar la tortura”. Ver
Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op. c it ., pp. 207 y 208.
47 Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op. cit., p. 162.
48 Ibid. También, Le clictionnaire ..., op. cit., pp. 433-434 y 437.
49 Le clictionnaire ..., op. cit., p. 432.
AHN, Inquisición, lib. 1.231, fol. 110, carta acordada del C onsejo de 15 de abril de 1540.
También, Le clictionnaire ..., op. cit., p. 43H.
S1 Le clictionnaire ..., op. cit., p. 436. Francisco Peña señala los siguientes caso s en qu e se
puede reiterar el tormento:
“Primero. El acusado ha sido débilmente y blandamente torturado. En este caso, se pueden
‘repetir’ los suplicios hasta que el acusado sea suficientem ente torturado ... Esto no es,
propiamente hablando, una ‘repetición’, sino más propiamente una ‘co n tin u ació n ’
El tormento, como queda de manifiesto, correspondía a un medio de
prueba más dentro del procedimiento y con él se pretendía obtener la con
fesión del reo. Con todo, el valor que tenía como prueba para la Inquisición
era más bien relativo; Eymerich y Peña señalan que debe recurrirse a él sólo
a falta de otras pruebas''2; y el Consejo de la Suprema, el 13 de enero de 1540
en una carta acordada sobre el particular, expresa que éste disminuye “mu
cho la probanza que contra el reo hay” y que por lo tanto debe mirarse muy
bien cómo se da''3.
Para que la confesión obtenida mediante tortura tuviera valor legal, el
reo debía ratificarla ante el notario pasadas 24 horas5*. Ahora bien, “si el reo
venciere el tormento deben los Inquisidores arbitrar la calidad de los indicios
y la cantidad y forma del tormento y la disposición y edad del atormentado,
y, cuando todo considerado, pareciere que ha purgado convenientemente
los indicios, absolverle ha de la instancia, aunque cuando por alguna razón
les parezca no fue el tormento con el debido rigor (consideradas las dichas
calidades) podránle imponer abjuración de lev i o d e v e h e m e n ti . o alguna
pena pecuniaria, aunque esto no se debe hacer sino con grandes considera
ciones y cuando los indicios no se tengan por suficientemente purgados”'0.
Durante la aplicación del tormento tenían que estar presentes los
inquisidores, el Ordinario o su representante y determinados funcionarios
del tribunal, como el notario, el alcaide, el verdugo y el médico. Este ultimo
debía indicar, previamente, si el estado de salud del reo era compatible con
la prueba a que se le iba a someter; además, debía representar a los
inquisidores las razones médicas que en un momento hicieran aconsejable la
suspensión de esa diligencia; empero, no siempre era requerida la presencia
Segundo. Algunos expertos piensan que no hay lugar a ‘repetir los tormentos por el solo
hecho de haber obtenido nuevos indicios. Es necesario arreglarse al parecer de los expertos
que piensan lo contrario, pues esto es lo que se sigue ordinariamente en la práctica ...
Tercero. El acusado confiesa bajo la tortura. Pero, llevado a ratificar sus confesiones, se
retracta ...
En fin, ¿cuándo dirán que alguien ha sido “suficientemente" torturado? Se dirá cuando parece
a los jueces y a los expertos que el acusado ha pasado, sin confesar, las torturas de una
gravedad comparable a la gravedad de los indicios". Ver Nicolau Eymerich y Francisco Peña,
op. cit., p. 163-
v Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op cit., pp. 159 y 208.
AUN, Inquisición, lib. 1.231, fol. 110.
*•* “Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. LUI.
& Ibicl., Inst. LIV.
de este funcionario (así ocurre en el tormento a c|iie íl,c s°nicticla doria
Mencia de Luna, en el Tribunal de Lima el 26 de septiem bre ,s * C1UL* P or
lo demás le causó la muerte)"0.
En Lima en el siglo X V I se aplicaba sólo en las caL|sas cn cluc
manifiesta herejía y como la inmensa mayoría no lo eran* *as sentencias de
tormento que se dictan son reducidas. En el siglo X V III <-*s aun mas rara su
aplicación; de un total superior a las 300 causas que h en lí,s revisado . sólo
en siete casos se hizo efectivo; en dos más fue vo ta d o s*n clllc Uegaia a
aplicarse, aunque por lo menos uno de los reos se vio .soineiido a la presión
psicológica que significa ser conducido a la sala de toruna > colocado en el
potro5*58; en otros dos, luego de haberse votado, no se aplico P <>r unlermeclad
6
de los procesados59; y finalmente, en dos causas el Consc*j() c^i(> su parecer,
recriminando en un caso al Tribunal por no haberlo dictam inado y en otro
mandando que se aplicara60. Los reos que fueron som etidos a torm ento,
según la información de que disponemos, fueron los siguientes: María Mo
res, mestiza, de más de 50 arios, natural del C u zc o , hilandera, procesada por
sortilegio en 1709; Juan Santos Reyes, mestizo, de 60 anos, natural de San
Pablo (Cajamarca), labrador, procesado por apostasía entre 1~ 3 - V 1 *9;
Pedro de León, de 22 años, natural de Alicante, labrador y m arino, soltero,
procesado por proposiciones en 1713; Tomás de la Puente Bearne. de 26
años, natural de la Navarra francesa, m ozo de pulpería, procesado en 1 7 1 7
por proposiciones; Juan Bautista Busuriet, de 23 arios, natural de París, solte
ro, platero, procesado en 1717 por proposiciones heréticas; Pedro G utiérrez,
de 26 años, natural de Toledo, “mercachifle", procesado en 1701 p o r juclaís-
56 José Toribio Medina, Historia del Santo O ficio ele la Itn ju isicióti de Juna < / Too IS J O ), Imprenta
Gutenberg, Santiago, 1887, t. II, pp. 103 y ss.
5 Rene Millar Carvacho, op. cit.
SH AHN, Inquisición, leg. 1.648-2, exp. 19, causa de Francisca T ru jillo, d e 6 0 a n o s, m ulata,
esclava, cocinera, soltera, procesada por sortilegio en 1701. AHN, In q u isició n , leg. 1.656,
exp. 2, causa de José Ventura de Acosta y Montero, de 53 añ o s, natural d e la isla d e T en erife,
piloto, soltero, procesado por proposiciones heréticas, 1749.
V) AHN, Inquisición, leg. 2.209, exp. 10, causa de Francisco de M uyen, d e 3 2 a ñ o s, natural de
París, comerciante y músico, procesado entre 1749 y 1761 p o r proposicic m es h eréticas. AHN,
inquisición, leg. 1.656, exp. 3, causa de Juan de Ferreira, de 4 4 a ñ o s, natural d e la villa de
Aponte (Portugal), de oficio “corredor ”, procesado por ju daism o e n 173?.
60 AHN, Inquisición, leg. 1.648-2, exp. 19, causa de Jeró n im o F ab ian o V iv an qu eris. ele 3 7 años,
natural de Genova, tabernero, casado, procesado por proposiciones e n 1703. AI 1N, Inquisición,
lib. 1.025 s.fol., año 1732, causa de Juan Thienot, alias IHilis, natural d e T ru e (F ran cia),
presbítero, procesado en 1730 por proposiciones heréticas
mo; Antonio Navarro, de 67 años, natural de la villa de Pastrana (España),
dueño de un obraje de vidrios, procesado por judaismo en 1719; posible
mente, también se le habría aplicado a María Francisca Ana de Castro, de
más de 40 años, natural de Toledo, casada con un comerciante limeño, pro
cesada por judaismo entre 1726 y 17366i6 .
2
De los antecedentes de las personas sentenciadas a tormento por el
Tribunal de Lima en el siglo XV III (incluidas tanto las sometidas a él como las
que no lo fueron) se desprende que, prácticamente, todas ellas pertenecían
a grupos marginales de la sociedad; predominaban los extranjeros, los mes
tizos y los cristianos nuevos; sólo un cristiano viejo sufrió esta prueba, pero
se trataba de un marino de barco corsario que había vivido mucho tiempo en
contacto con ingleses y franceses. Empero, dados los pocos casos en que se
aplica tormento (según la información disponible) y el predominio de los
sectores más bajos de la sociedad entre la totalidad de los procesados por el
Tribunal, puede resultar aventurado concluir que el Santo Oficio limeño
recurría a ese medio de prueba sólo con las personas socialmente inferiores.
Por otra parte, el escaso número de torturados por el Tribunal de Lima
no resulta excepcional si consideramos que se trata del siglo XV III (el de
menor actividad represiva) y que Bartolomé Bennassar calcula en alrededor
de 10% la proporción de las causas en que se aplica el tormento en los
tribunales peninsulares durante los siglos X V I y X V IIo2.
3 . La sentencia
Ahora bien, siguiendo con las etapas del procedimiento, si los jueces
estimaban, en la junta que se tenía una vez concluida la causa, que las
61 AHN, Inquisición, legs. 1.656, exp. 1; 1.649, exp. 44; 1.649-2, exp. 53; 1.648-2, exp. 19; y
1.642, exp. 5 y 6. Bennassar sostiene que en los tribunales de la península (cita los casos de
Valencia y Sevilla) nunca se torturaba por determinados delitos, tales como blasfemia, bigamia
y hechicería; este tipo de prueba quedaría reseñado para las conductas más propiamente
heréticas (judaizar, mahometizar, etc.), ver Bartolomé Bennassar, Inquisición española: poder
p olítico y control social, F.dit. Crítica, Barcelona, 1981, p. 103- En lo que respecta a Lima, de
acuerdo a lo expuesto en el texto, en general se sigue aquella práctica, aunque hemos
detectado un caso en que se tortura a un sortílego.
62 Bartolomé Bennassar, op. cit., pp. 103 y 104. La época de mayor crueldad en la represión
inquisitorial corresponde a las primeras décadas de funcionamiento del Santo Oficio (siglo
XV y comienzos del XVI); al respecto ver el capítulo “Los cuatro tiempos de la Inquisición”,
d e je a n Fierre Dedieu, incluido en la obra de Bartolomé Bennassar antes citada.
pruebas eran suficientes y que no se daban las condiciones para a p lic a r
tormento, procedían a resolverla en definitiva mediante* votación. S e g ú n la
práctica de los tribunales peninsulares, al parecer ya desde com ienzos d e l
siglo XVIII, todas las sentencias dictadas debían ser ratificadas por la S u p r e
ma63. Sin embargo, el Tribunal de Lima, desde su establecimiento, po r e x p r e
sas instrucciones de la Suprema podía proceder a ejecutar la sentencia a c o r
dada en la junta que hemos mencionado sin consultar previamente a M a d rid ;
esto con una excepción, cuando se produjera disparidad de votos en u n a
sentencia de relajación64. En este caso el Tribunal tenía que enviar copia d e l
proceso junto con los dictámenes fundados de los jueces"\ Ante la e xtra ñ e za
que a la Suprema le produjo en 1773 ese modo de proceder del Tribunal d e
Lima, el p ro p io fiscal del Consejo se encargó de aclarar y justificar el p u n to .
señalando: ‘y que sólo por la tan notable distancia de los tribunales d e la
América e inconvenientes que de lo contrario se seguirían, ejecutan sus d e -
63 Juan Antonio Llórente, op. cil., t. I, p. 241. Juan Pierre D cdicu sostiene q u e a partir d e l6 T ~
todas las sentencias debían ser “sometidas" al Consejo antes de su ejecu ció n ; ver B a rto lo m é
Bennassar, op. cit ., p. 37. El Consejo de la Suprema señalaba el 20 ele o ctu b re ele 1768 e n u n a
consulta al Monarca: “se remiten tías causas) al Conse*jo en el q u e se exam in an co n la m ás
madura reflexión y según el dictamen que forma. <> se re*voea «>se* confirm a, o se* a m in o ra o
aumenta la pena que viene impuesta al reo; y en conlorm idael ele* lo votado se e je c u ta la
sentencia y tal vez se le vuelve el proceso al Tribunal para que* practique* alguna d ilig e n cia
que juzgó conveniente para mejor proveer"; AUN. Inquisición, leg. 3 ASO. caja 2. T a m b ié n ,
carta del Tribunal de Lima a la Suprema de 9 de* febrero de* 1~^3 e* inform e elel fiscal d e é s ta
de 3 de septiembre de 1773, AUN, Inquisición, le-g. 1.65 i. exp
Ííf Instrucciones dadas a los inquisidores del Perú el 5 ele en ero de* 1569, artícu lo 26, A N C H ,
fondo Simancas, vol. 10, fol. 63. Por una provisión del C on sejo de* 19 de* o ctu b re de* 1 7 5 6 s e
reiteraba la instrucción anterior, a propósito de una consulta del Tribunal. Kn ella se d e c ía lo
siguiente: “cuando por la mayor parte de los votos .se* .sentencie q u e el re* >sea ab su elto d e la
instancia, oque sea reconciliado con abjuración formal o ab.suelto co n la efe* vehem en ti o ele
leví, esto se ejecute, aunque por menor número de votos se sen ten cie otra cosa. Pero, si la
mayor parte de votos lo fuesen de que el reo sea relajado al brazo y justicia seglar y a lg u n o s
discordasen, en tal caso no se ejecute la relajación sin consultar prim ero al co n se jo re m itien d o
copia de la causa", Af IN; Inquisición, leg. 1.656, exp. 2. K.sta instrucción era la sim ple reitera ció n
de otras anteriores, como se desprende de esta representación del visitador A tenaza d e 2 3
de agosto de 1748 a propósito de los procedimientos seguidos a la causa del jesuíta F ra n c is c o
de Ulloa: “estando muchas veces prevenido por el Consejo que n< >se pu ed e ejecutar s e n te n c ia
de relajación sin que se hallen conforme todos los votos y q u e co n só lo u no q u e h a y a
discordado se haya de dar cuenta al mismo Consejo con los d ictám en es fu nd ad os”, A H N .
Inquisición, leg. 1.642, exp. 5.
65 Ibid. Representación del visitador del Tribunal de Lima Pedro de Arenaza al C onsejo, d e 2 3
de agosto de 1748.
te rm in a cio n e s definitivas sin rem itirse an tes al C o n sejo , c o m o p o r el c o n tra
rio es in co n cu so en las in quisicion es ele E sp añ a y en vista d e to d o c o n c ib e
q u e sin in co n v en ien tes p u e d e V.A. dejar al Tribunal co n tin u a r su estilo ”66.
En virtud d e la sen ten cia definitiva el reo p od ía se r a b su e lto o c o n d e
n ad o . Sin e m b a rg o , la c o n d e n a n o siem p re im plicaba q u e se h u b iese p r o b a
d o cumplidamente la acusación, como por lo menos lo señalaba la legisla
ció n para el c a s o d e otras ju risdiccion es6 '. Esta p ecu liarid ad del p ro c e d i
m ien to inquisitorial se debía a q u e d ich o Tribunal, en su afán p o r e x tirp a r la
herejía, n o só lo se p re o cu p a b a d e los herejes p ro p iam en te tales (a los q u e se
les p ro b ab a h ab e r co m e tid o delito d e herejía), sin o q u e tam b ién p e rse g u ía y
c o n d e n a b a , en virtud d e n orm as e x p re sa s, a los s o s p e c h o s o s d e e s e delito.
Para el Santo O ficio revestían esta co n d ició n aq u ellas p e rso n a s q u e
em itieran op in ion es o realizaran a ccio n e s que, a p esar d e n o ser h eréticas, p o
dían h a c e r d u d ar d e la o rto d o xia d e su fe. La Inquisición n ecesitab a verificar
hasta q u é p u n to eso s a cto s u o p in io n es eran fruto d e la ig n o ran cia, d e una
p asió n in co n tro lad a u o b e d e cía n a u n as c o n c e p c io n e s m ed itad as y h eréticas;
tam b ién p erseg u ía a los so sp e ch o so s p o rq u e un as p rácticas d e e se tip o m ás
o m e n o s am plias eran un peligro co n stan te q u e p od ía d ar p áb u lo a p o stu ras
d esviacionistas de fondo, sob re to d o en una so cied ad c o n una fo rm ació n d o c
trinal e s ca s a y a la q u e se p reten día in cu lcar e im p o n e r u n as d irectrices q u e
co rre sp o n d ía n a las fijadas en T rento. Llevada p o r esto s p rin cip ios, la Inqui
sición p ersigu ió a los que p ro n u n ciab an p alabras m also n an tes, a los b ig a
m os, solicitan tes, falsos celeb ran tes, etc. Siem pre q u e se co m p ro b a b a la v e
rificación del h e ch o o a cto m otivo d e so sp e ch a (al cual se le d ab a el califica
tivo d e delito h eretical), el Santo O ficio p ro ce d ía a castig ar a la p e rso n a q u e
lo hab ía co m e tid o , au n q u e no h u b iese una in ten ción h erética; el so lo h e c h o
d e p o r sí p ro d u cía la so sp e ch a y ésta se castig ab a, c o n p en as m ás su av es p o r
cierto q u e si aquél hu biese resu ltad o de una c o n c e p c ió n h e te ro d o x a .68
w En Le dictionnaire des inquisiteurs (op. c i t pp. 57, 344 y 345) se insinúa un parecer en ese
sentido. Eymerich se muestra muy explícito al respecto en su manual, op. cit., p. 180. También
en esos términos se encuentra en “el modo de proceder" de Pablo García, que recoge, sin
duda, la opinión común de los tratadistas, ver Miguel Jiménez Monteserín, op. cit., p. 446.
0 AHN, Inquisición, leg. 1.656, exp. 2.
71 La sentencia absolutoria en causa seguida contra la memoria y fama de un difunto siempre
debía leerse en auto público de fe. “Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, lnst. 1X11.
La sentencia de abjuración (de levi o de vehementi) se imponía a los
que resultaban sospechosos de herejía. Como señala Fernando de Valdés en
el título 46 de sus Instmcciones, “cuando está semiplenamente probado el
delito o hay tales indicios contra el reo que no puede ser absuelto de la
instancia” la causa debe sentenciarse a abjuración72. En otras palabras, cuan
do existía la sospecha de que el reo había hereticado se le condenaba a
retractarse con un juramento, ante testigos; si la sospecha era leve la forma
de la abjuración debía ser de “levi”; si era grave, la abjuración debía ser de
“vehementi* y de reincidir en el delito se le consideraba “relapso”, lo cual
implicaba una condena a relajación73. Toda persona sentenciada a abjurar de
vehementi era absuelta “ad cautelam” por el Tribunal; es decir, se le absolvía
en prevención de las censuras en que pudo caer de haber incurrido efectiva
mente en el delito que se le imputaba. Aquellos reos procesados por hechos
o dichos que no eran en sí heréticos, aunque resultaran plenamente proba
dos, sólo eran sentenciados a abjuración, siempre y cuando la intención no
fuera contraria a la fe.
Cuando el reo confesaba haber incurrido en hechos propios de here
jes o sostenido proposiciones heréticas y se mostraba arrepentido era sen
tenciado a re c o n c ilia c ió n ; esto implicaba la absolución de las censuras en
que había caído y la restitución al seno de la Iglesia. Los sentenciados a
reconciliación también debían abjurar, pero por haber incurrido efectiva
mente en un hecho herético ésta era de “formali”, es decir, debían retractarse
de formal herejía7'*.
El último tipo de sentencia que dictaban los tribunales inquisitoriales
corirespondía a la re la ja ció n ; como señala Llórente; “es la entrega efectiva
del reo por parte de los inquisidores al juez real ordinario para que le impon-
ga la pena capital conforme a las leyes civiles”75. En definitiva, implicaba la
condena a muerte y la ejecutaba la justicia secular; se dictaba cuando el reo
se mostraba negativo o diminuto en cosas substanciales estando suficiente
mente probado el delito de herejía; también se imponía cuando el reo era*3 4
87 Causa de Rosa Pita, negra libre de 37 años, natural de Trujillo, procesada p o r so rtíleg a, se
votó en definitiva el 21 de abril de 1712, se suplicó d e esa sentencia el 2 8 d e abril, el 7 d e
junio se votó en grado de revista y se ejecutó en el transcurso d e dicho m es (AHN, Inquisición,
leg. 1.656, exp. 1). Causa de Petronila Rosa de Urtizábal, procesada p or sortilegio, n o te n e m o s
la fecha de la sentencia, pero sí sabemos que el fiscal en su apelación al C on sejo ped ía q u e
aquélla no se ejecutara mientras éste no resolviera el recurso (AHN, Inquisición, leg. 1 .6 5 6 ,
exp. 1). Causa del Lie. Diego de Frías, por proposiciones, se votó en consulta el 2 4 d e m ay o
de 1723, el 14 de junio el fiscal suplicó y el 29 de dicho mes el Tribunal co n firm ó la sen ten cia
(AHN, Inquisición, leg. 1.656, exp. 1). Causa de Jo sé Buendfa (1 7 1 2 ) p o r so licitació n , la
sentencia se suplicó y después de visto el recurso se ejecutó (AHN, Inquisición, leg. 1 .6 5 6 ,
exp. 1 y 2.014, fot. 188). Algo similar ocurre en la causa de Nicolás d e Solórzano, p ro c e s a d o
por blasfemo en 1723 (AHN, Inquisición, leg. 1.656, exp. 1). En todos estos c a s o s tran scu rrió
un lapso de días variables entre la notificación y la ejecución, m ediando en tre a m b a s la
presentación de recursos. Cuando las sentencias se notificaban en el au to d e fe se ejecu ta b a n
de inmediato.
88 Nicolás Eymerich, M anual d e Inquisidorespara uso d e ios Inquisidores d e España y P ortugal
o compendio d e ¡a obra titulada Directorio de Inquisidores, edición estructurada y trad u cid a
nitiva d eb id o a q u e e se d erech o se había establecido en ben eficio d e la
in o cen cia, y c o m o el Santo O ficio únicam ente condenaba a un reo co m o
h ereje por estar co n fe so o convicto, la culpabilidad no m erecía dudas89.
Fran cisco Peña só lo consideraba pertinente la apelación de las sentencias
interlocutorias.
Luis d e Páram o, q u e escrib e en 1598. no se muestra tan renuente en
cu an to a la acogida q u e debía dárseles a las apelaciones. Coincide co n Peña
al sosten er q u e a un hereje condenado por sentencia definitiva d é t e negársele
la ap elació n , ya q u e ésta habría sido instituida para defensa d e la inocencia
y n o d e la iniquidad90/C on todo, de su obra se desprende q u e aceptaba la
ap elació n d e una sentencia definitiva qu e con d en an u u an reo so sp ech o so de
herejía/Así, llega a señalar diez requisitos para qu e esa apelación fuera váli
da (si faltaba alguno carecía de validez); ellos eran los siguientes; 1. Q ue la
causa produjera un agravio o que amenazara con producir un agravio. 2.
Q u e fu ese legítim a. 3. Q u e fuese verdadera. 4. Q ue se hiciera expresa. 5.
Q u e n o fu ese admitida la petición. 6. Se da lugar a la apelación en razón d e
aq u ello q u e no ha sido admitido, 7. Q ue se hiciera m ediante escritos. 8. Q u e
d eb ieran pedirse las copias. 9. Q ue si el apelado pidiera las cop ias fuese
instruido el apelante. 10. Q ue se hiciera dentro d e diez días91.
La práctica inquisitorial. aLparecer, fue m enos rigurosa para aco g er las
ap ela cio n es q u e los tratadistas./Hay que considerar qu e en una primera é p o
ca abu nd an los recursos a la Santa Sede/En cuanto a esto último ca b e hacer
notar q u e, d ad o q u e la Inquisición era un tribunal eclesiástico, las sen ten
cias, en principio, podían llegar en apelación hasta el Papa; sin em baigo. los
m onarcas, llevados por el afán de evitar la injerencia directa d e Roma sob re
el n u ev o Tribunal, obtuvieron de los Papas, a partir del añ o 1500, una serie
d e B ulas y B reves por los q u e se constituía al Inquisidor G eneral co m o juez
d e ap elació n en las causas d e fe y se prohibía el recurso a Roma sin exp reso
con sen tim ien to d e los Reyes92. En consecuencia, a partir d e com ienzos del
todas las apelaciones que los reos de fe interpusieran ante la Silla A postólica y m an d a q u e
ellas se planteen ante el Inquisidor General; otra de Clemente VII, d e 6 d e e n e ro d e 1524.
declarando por nulas todas las remisiones y comisiones dadas (o q u e se dieran e n el fu tu ro )
por la Silla Apostólica a jueces particulares en virtud de apelaciones a la Curia Konuinu e n
causas de fe sin expreso consentimiento del emperador Carlos V y su m adre; en la m ism a se
declaraba al Inquisidor General por juez de dichas apelaciones; tam bién p u ed e cita rse un
Breve de Clemente VII de 11 de diciembre de 1529 muy similar a la Bula an terio r y, p o r
último, otro Breve de Julio III, de 15 de diciembre de 1551, confirmando lo que sus a n te ce so re s
habían concedido a la Inquisición española. AHN, sección Códices, ¡ib. 9 B , fs. 1 0 7 -1 0 8 .
Henry Kamen señala que “no se animaba a nadie a que apelara a Rom a" {La In q u isició n
española)f Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1977, p. 199; sin em bargo, d e estos d o cu m e n to s se
desprende que dichas apelaciones no se podían efectuar porque salvo au to rizació n real
resultaban improcedentes.
Cabe hacer notar que los Inquisidores Generales delegaron la co m p eten cia p ara recib ir
apelaciones en el Consejo de la Suprema.
93 Jean Pierre Dedieu sostiene que hay un aumento en la frecuencia d e las a p e la cio n e s; v e r
Bennassar, Bartolomé, op. cit.%p. 37.
94 Juan Antonio Llórente, op. cit., p. 241.
95 Se interpuso apelación en las causas de Petronila Rosa de Urtizábal (p ro cesad a p o r .sortilegio
en 1773 y sentenciada en primera instancia a abjuración de levi); María de Jesús C o rn e jo
(procesada por sortilegio en 1768 y absuelia de la instancia en la primera s e n te n c ia ); y I)ieg< >
Flores (procesado por proposiciones y sentenciado en primera instancia a ab ju ració n d e
levi). AHN, Inquisición, legs. 1651, exp. 1 y 2.218, exp. 8.
1773, el fiscal d esp u és d e haber recurrido en grado de revista ap eló ante la
Suprem a, pid iend o al m ism o tiem po al Tribunal q u e no ejecutara la sen ten
cia hasta q u e se resolviera el recurso; los inquisidores rechazaron la preten
sión del fiscal1*'.
b) Suplicación. El otro recurso qu e s e interponía ante el Tribunal de
Lima era e l d e su p licación . En virtud de éste, el m ism o m bunal podía revisar,
e n grad o d e revista, la p rim era sentencia dictada, q u e se denom inaba vista.
T en em o s referen cias d e diversas suplicaciones presentadas en los siglos XVI
y XV II, e n cau sas p or delitos de proposiciones, blasfem ia, solicitación y h e
ch icería97. Para el siglo XVIII hem os detectado cin co casos en q u e s e inter
p o n e este recu rso; ello s corresponden a la causa seguida a Rosa Pita, en
1712, p o r sortilegio (la sentencia d e vista se dictó el 21 de abril de 1712, fue
con d en ad a a abju ración d e levi y a cin co años de destierro entre otras penas,
su p licó el 2 8 d e d ich o m es y el 7 d e junio se confirm ó la primera sen ten cia);
a la del relig io so J o s é B u cnd ía, seguida en 1712. por solicitación (e n la revis
ta se co n firm ó la prim era sentencia); a la d e Nicolás Solór/ano, seguida en
1723, p o r blasfem ia (d e su sentencia suplicaron el fiscal y el abogad o d efen
sor, e n la vista s e le había con d en ad o salir a la Sala d e la Audiencia y e n la d e
revista a h acerlo en un auto público de fe); a la de Ju an a A polonia, seguida
en 1701, p or sortilegio (en revista se confirm ó la primera sentencia); y final
m ente, a la causa seguida contra la memoria y fama del religioso Ju a n Fran
cisco d e U lloa, con d en ad o en 1736 por iluminismo y m olinism o (en la pri
m era sen ten cia fu e absuelto de la instancia y en la de revista fue cond en ad o
co m o h e re je )98.
Ya al m om en to de establecerse el Tribunal d e Lima, la Suprem a se
p reo cu p ó d e dar instrucciones a los inquisidores sobre el procedim iento a
segu ir e n m ateria d e recursos; así, sobre el particular, se les m anifestó lo
siguiente: “p o rq u e con form e a d erecho cada y cuando qu e d e los caso s y
causas d e q u e se puede co n o cer en el Santo O ficio cuando no se p o n e la
pena ordinaria de reconciliación o relajación puede el reo apelar de la pena
«X»
AHN, Inquisición, leg. 1.656, exp. 1.
sn Entre otras se pueden citar las causas por proposiciones de Alonso de Amiento y Simón
Pérez.; las de hechicería de Luisa de Vargas y Antonia de Abarca; las de blasfemia de Alonso
Ruiz y Juan Francisco Urqoizu; y las de solicitación de Rafael Venegas y Tomás Gago. AUN,
Inquisición, lib. 1027, fol. 186, 188 v y 396; lib. 10.31. íol. ,378, 433 w. 461 y 4~2; lib. 1032. fol.
175. 408-409.
w AIIN. Inquisición, legs. 1.656. exp. I: 1.049-2. exp. 61; y 1.648-2. exp. 19.
extraordinaria y d e la sen ten cia del torm en to y la a p e la c ió n s u s p e n d e la
ejecu ción m andam os q u e cu an d o el reo s e tuviera p o r a g ra v ia d o d e la p e n a
extraordinaria o sentencia d e torm ento y ap elare para a n te n o s q u e e n tal
caso le m andéis qu e alegu e los agravios a n te vos, y o íd a la p a rte d e l fis c a l a
quien mandareis dar traslado tom areis a v er el n e g o cio c o n o r d in a r io y c o n
sultores en revista y lo q u e en la dicha causa se aco rd are c o n fo r m e al c a p í
tulo precedente lo ejecutareis y si ejecu tad a la se n te n cia la p a rte q u is ie r e
venir ante nos al Consejo enviareis a él su p ro ce so a re c a u d o p ara q u e v is to
se provea lo que fuere d e justicia”99. C om o h em o s visto, e s a s in s tr u c c io n e s
seguían teniendo plena vigencia en e l siglo X V III, a tal p u n to q u e e l p r o p io
Consejo hacía alusión a dichos recursos reco rd án d o les a lo s fu n c io n a r io s d e
lim a cuándo y cóm o debían interponerse; al resp ecto , e n u n d ic ta m e n e m i
tido sobre una causa seguida p or e l Tribunal, señ ala: “e l in q u is id o r fis c a l n o
suplicó ni apeló de dicha sentencia q u e au n q u e lo h u b iera h e c h o d e b ie r a s e r
a efecto de que sin ejecutarla se consu ltase al C o n se jo ”100.
c) La consulta. En la Inquisición tam bién o p e ra b a la c o n s u lta . El T ri
bunal de Lima, cuando se le presentaba u na cau sa co n flictiv a ( p o r la c o n d i
ción de la persona involucrada esp ecialm en te), p ed ía in s tru c c io n e s a l C o n
sejo antes de actuar. Esto a co n tece e n la fase prelim inar d el p r o c e s o , c u a n d o
surgen dudas para la prisión del reo d esp u és d e co n clu id a la in fo r m a c ió n
sumaria. Al respecto podem os citar lo ocurrido c o n e l re lig io s o G a b r ie l d e
Orduña, de la Compañía de Jesú s, q u e fu e acu sad o d e p ro fe rir d iv e r s a s
proposiciones en defensa del reo con d en ad o F ran cisco U llo a, al ig u a l q u e
otros miembros de la orden; ante eso s h ech o s el T ribu nal e s c r ib ió a la S u p r e
ma diciendo: “y porque d e seguir esta causa e n form a n o s fu e ra p r e c is o
ejecutar lo mismo con algunos otros q u e eq u iv alen tem en te h a n p r o fe r id o lo
mismo hem os resuelto suspenderlo hasta q u e V. A. n o s o r d e n e lo q u e d e b e
m os ejecutar”101. Con el caso del religioso M iguel d e O ñ a , ta m b ié n d e la
Compañía, el Tribunal, a la vista d e la inform ación su m aria, tu v o d u d a s p a ra
seguir hasta la definitiva la causa p o r solicitación d e q u e e s ta b a te s tific a d o ; la
Suprema, por auto d e 29 d e abril d e 1729, aco rd ó q u e "a te n to a la c a lid a d y
99 ANCH, sección Simancas, vol. 10, pieza 3. Instrucción a los Inquisidores d e las p ro v in cias d el
Perú, 5 de enero de 1569.
100 Dictamen de la Suprema en la causa que el Tribunal de Lima siguió a Fr. Ju an F ra n cisco d e
Ulloa, AHN, Inquisición, leg. 1.649, exp. 61.
101 AHN, Inquisición, leg. 2.201, exp. 15, carta de los inquisidores de Lima d e 19 d e feb rero d e
1737.
b u en a fam a del reo y estad o d e la sum aria se suspenda por ahora su pri
sió n ”102.
d) Intervención extraordinaria y calificada de la Suprema. A dem ás d e
los recu rsos ya analizados, en el Santo O ficio podía darse un tipo d e inter
v en ció n extraordinaria d e la Suprem a en una causa, sin m ediación d e parte y
en la q u e actu aba d e oficio. T od os los tribunales tenían la obligación d e enviar
a la Suprem a, periódicam ente, un resum en d e cada una d e las causas sen
tenciadas. Si lu eg o d e analizar esas relaciones, el C onsejo estim aba q u e la
sen ten cia dictada n o s e atenía del tod o a las sanciones fijadas en las instruccio
nes y cartas acordadas, lisa y llanam ente la modificaba. Aún más, e n ca so d e
q u e, a la luz d e las relaciones, estimara q u e existían indicios d e d efectos graves
en el p roced im ien to seguido p or e l Tribunal, podía solicitar el envío del e x p e
diente co m p leto para exam inar la causa. Visto el proceso respectivo podía
dictar una nueva sen ten cia. Concretam ente, m ediante este procedim iento el
C on sejo rev o có e n el siglo XV1I1 varias sentencias pronunciadas p o r e l Tribu
nal d e Lima; entre ellas se pueden citar las dictadas e n las causas d e Ju a n
Francisco Velasco, Ju a n Francisco d e Ulloa, Pedro Ubau. Pedro N úñez d e
Haba y Ja cin ta Flores103; en esta última se dictam inaba “q u e se revoca co m o
injusta la sen ten cia dada en esta causa por dicho Tribunal en 13 d e en ero d e
1739 y se absu elve de la instancia a la dicha doña Jacinta Flores, alias la
Sevillana, y le sean devueltos los bienes q u e se le aplicaron al Fisco d e S.M. a
ex ce p ció n d e los consum idos en sus alimentos, y q u e se les d é certificación d e
n o obstancia a los interesados o parientes en la forma ordinaria”104*.
El con trol q u e ejercía la Suprem a sob re los tribunales d e distrito en
m ateria d e p roced im ien to iba más allá qu e el perm itido p o r e s e sistem a. D e
h e ch o , el C o n se jo procuraba ejercer una supervigilancia d e las cau sas q u e
estab an en trám ite en los distintos tribunales10'’. Este control so b re la m archa
d e los p ro ce so s lo realizaba, fundam entalm ente, a través del sistem a d e las
relacio n es d e cau sas pend ientes. El Tribunal d e Lima, al igual q u e el resto d e
los tribu nales, d eb ía enviar co n regularidad un resum en d e cada u n o d e los
p ro ce so s q u e estab a siguiend o (da la im presión q u e d ich o Tribunal fu e un
p o c o rem iso e n cum plir co n esa obligación, pu esto q u e h em os en co n trad o
5. Penas y penitencias
Las sentencias q u e im ponían la abju ración y re c o n c ilia ció n ib a n a c o m
pañadas de una variada gam a d e p en as y p en iten cia s ( n o o b s ta n te e s to ,
habitualmente sólo a los con d en ad os a ab ju ració n s e le s d e n o m in a b a p e n i
tenciados). En general, am bas d ep end ían d e varios fa cto res, c o m o , p o r e je m
plo, de la forma en que el delito había lleg ad o a c o n o c im ie n to d e l T rib u n a l
(por denuncia espontánea o de terceros); del m o m en to e n q u e s e p r o d u c ía
la confesión (en la I a, 2a o 3a audiencia, o an tes d e la a c u s a c ió n o e n e l to r
mento); de la actitud mostrada en ella, e s decir, si h ab ía sid o b u e n “c o n f it e n te ”
o “confitente diminuto” en asp ectos n o su b stan ciales (c o n fite n te d im in u to
era el que confesaba parte d e los h ech o s y d ich o s d e q u e e s ta b a a c u s a d o ,
pero negaba otros plena o sem ip lenam ente a p e sa r d e q u e lo s in q u is id o r e s
estaban convencidos d e q u e tales im p u taciones eran c ie rta s ); d e la c o n d i
ció n del co n d en ad o (e n lo s c a s o s e n q u e n o h a b ía fo r m a l h e r e jí a , a
las dignidades eclesiásticas y a los n o b les s e les a p lica b a n p e n a s m e n o s
severas108); d e la intención co n q u e e l re o h ab íá c o m e tid o e l h e c h o d e lic tiv o ;
etc.
Las penas m ás graves a q u e era co n d en a d o u n h e r e je “c o n f it e n te d i
m inuto” en aspectos n o substanciales, con sistían e n la c o n fis c a c ió n d e la
115 En 1718, el mayordomo del Hospital Real de la Caridad de Lima p ro testó an te la S u p rem a
por la costumbre que tenía el Tribunal d e recluir en dicho hospital a "algu nas p e n ite n cia d a s
por embusteras, hechiceras y otros delitos”, lo cual ocasionaba graves perjuicios al relacio n arse
aquéllas con las enfermas; ante esto, el mayordomo solicitaba a la Suprem a q u e s e p ro h ib iera
al Tribunal la continuación de esa práctica. El Consejo, en agosto d e 1 7 1 8 , a c o g ió la p e tició n
y por lo que se desprende de los procesos el Tribunal op tó p or enviar a las c o n d e n a d a s a los
beateríos o por desterradas de sus lugares de residencia y origen. AHN, In q u isición , leg.
2.199, exp. 5.
e irrem isibilidad del sam benito, al parecer, ocurre algo más o m enos sim ilar
q u e c o n la cá rcel). Los hábitos d e los reconciliados, después qu e term inaban
d e llevarlos e n sus p ersonas, se ponían en la iglesia parroquial qu e les c o
rrespondía, c o n el n om b re del penitenciado y la herejía q u e lo m otivaba,
para q u e qu ed ara m em oria del delito qu e había com etido y fuera un recor
datorio p erm an en te d e la infamia q u e le afectaba (este procedim iento tam
b ién s e em p lea b a , p or cierto , co n los relajados).
O tras p en as m en ores eran los azotes públicos, la exp o sició n a la ver
güenza p ú blica p o r las calles d e la ciudad, la confiscación d e parte d e los
b ien es, la prisión p o r u no o d os años y el destierro d e los lugares d e origen
y resid en cia y d e la co rte d e Madrid; la mayoría d e los con d en ad os eran
desterrados d e los lugares ya m encionadas, variándase sim plem ente en cuanto
al tiem p o a q u e s e hacía extensiva la pena; por lo general se indicaba el lugar
e sp e cífico d o n d e d ebía cum plirse co n el destierro; a partir d e 1646, por
in stru ccion es exp resas d e la Suprem a, en todas las sentencias d ond e s e c o n
denara al reo a destierro debía especificarse qu e éste com prendía tam bién a
la co rte d e M adrid116; s e adopta esta práctica porque la co rte d e Madrid pasa
a se r con sid erad a la patria com ún de todos los habitantes d e los diferentes
d om inios d e la C o ro n a117. En el siglo XVI y com ienzos del XVII, e l Tribunal
d e Lima tam b ién im p on e la pena d e <galeta$; esto significaba q u e d eb ían
servir e n el p u erto d el C allao co m o rem eros, sin sueldo. Con posterioridad
esa p en a d eja d e im ponerse. Algo m ás o m enos sim ilar ocurre co n las m ul
tas, q u e ca y ero n e n d esu so co m o pena en causas d e fe, pu es n o so n co n d e
n ad o s c o n ellas m ás d e siete u o ch o reos después d e 1700.
T o d o s lo s p en iten ciad os p o r la Inquisición, au nqu e n o s e señ alaba en
la sen ten cia , q u ed ab an autom áticam ente inhabilitados para o b ten er oficio s
p ú b lico s y d e h on ra; esto s e desprende d e los num erosos dictám enes d e la
Su prem a, q u e al m odificar sentencias del Tribunal d e Lima señ alaba q u e al
re o s e le d iera “u n certificad o d e n o obstancia” para o b ten er caig o s p ú blicos
o d el S an to O ficio . C uando un reo había sido votado a recon ciliación , en la
sen ten cia s e esp ecifica b a q u e quedaba inhabilitado, al igual q u e sus hijos y
n ietos p o r línea paterna, para o b ten er oficios públicos y d e h on ra118. Entre
1.6 Cana acordada d e 5 de julio de 1646. AHN, Inquisición, lib. 498, fol. 107.
1.7 Ibid.
" * Modo de proceder de Pablo García, en Miguel Jiménez Momeserín, op. cit., pp. 434-43V
Sentencia dictada por el Tribunal de Lima en la causa seguida a Jo sé Solís de O vando (1 7 3 6 ).
AHN, Inquisición, leg. 1.648. exp. 26.
los o ficio s q u e n o podían d esem p eñ ar se en co n tra b a n lo s d e c lé r ig o , ju e z ,
alcald e, regidor, alcaid e, m ercader, n otario, escrib a n o , a b o g a d o , p ro c u ra d o r,
secretario, contador, tesorero, m éd ico, ciru jan o, san g rad or, b o tic a r io , c a m
biador, fiel y arrendador d e rentas119; tam b ién se les p ro h ib ía e l u s o d e jo y a s ,
de vestidos d e sed a o p añ o fin o , arm as y ca b a llo s, b a jo p e n a d e s e r c o n d e
nados por relapsos.
Com o ya está d icho la relajación sign ificab a la p e n a m á x im a , p e r o ,
adem ás, siem pre im plicaba la co n fiscació n d e lo s b ie n e s d el c o n d e n a d o y la
prohibición para sus d escend ientes p or lín ea p atern a d e o b te n e r o fic io s p ú
blicos o de honor, am én d e las otras inhabilid ad es q u e a fe c ta b a n a lo s r e c o n
ciliados. Los sentenciad os a relajación q u e s e a rrep en tían e n e l la p s o q u e ib a
desde la notificación d e la sen ten cia hasta la n o c h e a n te s d e l a u to d e fe n o
eran sacados al tablado; la e jecu ció n se su sp en d ía h asta c o m p r o b a r si la
conversión era verdadera o sim ulada120. Los q u e s e a rre p e n tía n e n e l m o
m ento del auto de fe só lo con segu ían q u e se les ap lica ra e l g a rro te e n v e z d e
ser quem ados vivos (e l cad áver era arrojad o a las llam as).
Por lo general, las sen ten cias d e lo s reo s eran le íd a s e n lo s a u to s d e fe
públicos o privados. La única d iferen cia q u e ex istía e n tre e llo s e ra q u e lo s
segundos se realizaban en una iglesia, p ero d e h e c h o e ra n ta n p ú b lic o s
com o los prim eros, que tenían lugar en la plaza m ay or d e la ciu d a d s e d e d e l
tribunal121. No obstante lo anterior, las sen ten cia s d ictad as p o r c ie r to tip o d e
delitos, com o el de solicitación, eran leíd as en la sala d e a u d ie n c ia d e l trib u
nal; dicha lectura podía efectu arse ante un au d itorio p re v ia m e n te d e s ig n a d o
y muy reducido, com o en el caso d e los so licita n tes, o b ie n p o d ía lle v a rs e a
efecto “a puerta abierta”, es decir, an te q u ien q u isiera in g re sa r a la s a la . Las
sentencias que podían llegar a ser leídas en la sala d e a u d ie n c ia , a p u e rta
abierta, eran las de abjuración de levi y siem p re q u e e l re o fu era e s p o n tá n e o
(cuando adem ás era “buen co n fiten te” la sen ten cia p o d ía s e r le íd a e n d ic h a
sala a puerta cerrada122), o probara n o b leza d e sa n g re o d ig n id a d p o lític a o
1,9 “Instrucciones de Tomás de Torquemada de 1488", Inst. XI, en Miguel Jim é n e z M on teserín .
op. cit., p. 112.
120 Informe del fiscal Amusquibar a la Suprema en torno a la cau sa q u e el Tribunal bah ía
seguido a Mariana de Castro por judaizante, AHN, Inquisición, leg. 2 .2 0 4 , e x p . .3.
121 Por instrucciones de la Suprema en Lima, cuando n o había relajados, el au to p ú b lico d eb ía
celebrarse en la iglesia catedral. ANCH, Inquisición, vol. 4 8 6 , fol. 10.
122 Instrucciones de la Suprema a propósito de la causa que el Tribunal siguió a M icaela Zavulu
en 1737 por hechicería, AHN, Inquisición, lib. 1.025.
m ilitar; e sto últim o s e h abía estab lecid o por carta acordada d e 2 4 d e en ero
d e 1ó9 9 12-\ c o n e l fin d e m itigar la vergüenza pú blica d e los q u e só lo resul
taran lev em en te so sp ech o so s d e h erejía y p ertenecieran a los secto res privi
legiad os. La lectu ra d e las sen ten cias podía ser co n o sin m éritos; la prim era
era la m ás co m ú n y consistía en la lectura de un com p end io del p ro ceso ;
p a rece q u e la segu nd a fórm ula se em p leaba en caso s m uy extraordinarios,
cu an d o e l tribu n al estim aba q u e los d ich os o h ech o s d e q u e había sid o
testificad o e l reo p od ían prod u cir un mal ejem p lo y p o r e s o n o se reseñ ab an .
E ntre la s p en iten cias q u e m ás com únm ente se im ponían habría q u e
d estacar, ap arte d e las abju racion es, la obligación d e co n fesarse y com u lgar
(m en su al o b im en su al o e n cada una de las pascuas) durante u n o o dos
añ o s; rezar una parte del rosario una vez a la sem ana o tod os los días,
tam b ién p o r un añ o . A lo s cond en ad os qu e n o sabían las oracion es o d esco
n o cía n a sp ecto s d e la doctrina, se les designaba un eclesiástico , q u e habi
tu alm en te era el cu ra o com isario del lugar donde d ebía cum plir el destierro,
para q u e lo s instruyera e n los m isterios d e la fe.
Los m iem bros d el cle ro cond en ad os por determ inados d elitos -h e c h i
cería y so licita ció n en tre o tro s - eran recluidos en un con v en to p o r un p erío
do q u e h abitu alm en te pod ía variar entre u n o y seis añ os; tam bién s e les
im p on ían ayu n os y disciplinas (d ebían rezar d e rodillas, una v ez a la sem ana
o to d o s lo s d ías p o r un añ o o m ás, el rosario o los salm os p en iten ciales); si
era n relig io so s se les privaba p or un tiem po de voto activo y pasivo y se les
h acía o cu p a r e l últim o lugar en el co ro , refectorio y dem ás actos p ú b licos; a
los so licitan tes, e l Tribunal d e Lima en el siglo XVIII los privaba p erpetu a
m en te d e co n fe sa r h om bres y m ujeres.
123 Citada por el fiscal en la apelación a la sentencia dictada en la causa que por sortilegio se le
siguió a Petronila Rosa de Urtizábal en 1733, AHN, Inquisición, leg. 1.656. exp. 1.
fundam entales en e l logro d e e so s o b jetiv o s lo re p re se n ta b a n la c o n f e s ió n
d el reo , el reconocim iento d e la gravedad d el crim en c o m e tid o y su a r r e p e n
tim iento. En las distintas fases del p ro ceso se b u sca e n fo rm a re ite ra d a la
co n fe sió n d el re o , e lla e s la p ru e b a m á x im a d e la c u lp a b ilid a d ; lo s
interrogatorios a qu e era som etid o e n las au d ien cias e sta b a n o r ie n ta d o s a
obtener dicha con fesión , p ero tam bién a q u e s e arrep in tiera.
En otro asp ecto s e p u ed e señ alar q u e e l p ro ce d im ie n to in q u is ito ria l
guardaba gran sim ilitud co n e l p racticad o p o r la ju risd icció n crim in a l o r d in a
ria124. No obstante e l reo d e in qu isición g o zab a d e m e n o s g a ra n tía s p r o c e s a
les -c o m o por ejem p lo en lo referen te a lo s testig o s (d e s c o n o c ía s u s n o m
bres, las inhabilidades eran m ínim as y e n ca m b io ten ía lim ita c io n e s r e s p e c to
de los que podía citar a su fa v o r)- y lo norm al era q u e s e c o n d e n a ra n o s ó lo
a los herejes convictos sin o tam bién a lo s so sp e ch o so s.
El arbitrio judicial, co m o señ ala T om ás y V alien te, e ra d e m a y o r a m p li
tud que en el p roceso p en al ordinario, d eb id o a q u e la re g u la c ió n n o rm a tiv a
dejaba m uchos asp ectos sin reso lv er o en treg ad o s lisa y lla n a m e n te a l c r ite
rio del juez; tal es el caso, p or ejem p lo , d e las n o rm as re fe re n te s al to r m e n to
y a la fijación de las penas. Con tod o, en el sig lo X V III s e a p r e c ia u n a fu e r te
tendencia, por parte de la Suprem a, a co n tro lar la d is c re c io n a lid a d d e lo s
jueces de distrito m ediante diversas fórm u las; p ara e l c a s o d e la p e n ín s u la , la
más importante fue la revisión d e tod as las se n te n cia s d icta d a s p o r lo s trib u
nales provinciales. Con resp ecto al Tribunal d e Lim a h a y q u e m e n c io n a r la
persistencia del sistem a d e las relacio n es d e cau sa h asta la se g u n d a m ita d d e l
siglo XVIII; a esto d eben agregarse las n u m erosas in stru c cio n e s y c a r ta s a c o r
dadas despachadas por la Suprem a e n q u e s e reg u la b a n o p r e c is a b a n d iv e r
sas m aterias referentes al proced im iento; y p o r ú ltim o h ay q u e h a c e r n o ta r la
vigencia qu e en Lima siguieron ten ien d o las a p e la c io n e s d u ra n te e l s ig lo
XVIII.
Pero, p or otra parte, d e lo an terior se d esp ren d e q u e e l T rib u n a l d e
Lima en el siglo XVIII go zó d e una m ayor in d ep en d en cia e n m a te ria p r o c e s a l
qu e los tribunales peninsulares, los cu ales s e v iero n m u y c o a rta d o s p o r la
política centralizadora de la Suprem a. La In q u isició n d e Lim a, p o r r a z o n e s
fundam entalm ente geográficas, va a p resen tar alg u n as p e c u lia rid a d e s c o n
Este trabajo lúe publicado en una primera versión en Homenaje al profesor Alfonso García
Gallo , Madrid, 1996, vol. III.
cuales nos referirem os en estas páginas, h an sid o p u estas c o m o e l p arad ig m a
d e la crueldad y d e la falta de garantías para lo s d e re ch o s d e la s p e rso n a s.
P or cierto qu e nosotros n o p retend em os h a ce r una d efen sa d e e s o s p r o c e d i
m ientos, sin o m ás b ien analizarlos d e m anera d esap asio n ad a y a la lu z d e lo s
últim os ap o n es historiográficos y d e la d o cu m en tació n q u e h e m o s re c o p ila
do tanto en Chile co m o e n España. E n to d o ca so , está le jo s d e n u e stro
objetivo realizar en esta oportunidad una e x p o sició n sistem ática d el p r o c e d i
m iento inquisitorial. Más b ien , n o s referirem os s ó lo a a lg u n o s a s p e c to s d e l
mism o, sob re tod o a lo s relacion ad os c o n e l arb itrio ju d icia l, c u y o a n á lis is
com parativo co n las prácticas d e la ju sticia ord in aria d e la m ism a é p o c a
puede contribuir a en ten d er m ejo r las a ctu a cio n es y fin e s d el S a n to O fic io .
En relación co n las fu en tes e s n e cesa rio h a c e r alg u n as p re c is io n e s . El
Tribunal d e Lima, al igual q u e tod os lo s tribu n ales in q u isito riales, g e n e r ó u n a
profusa docum entación; sin em bargo, e l g ru eso d e ella s e p e rd ió , h a sta e l
punto de qu e en Lima só lo qu ed a una ínfim a p arte d el a rch iv o o rig in a l d e la
Inquisición, la qu e p or lo dem ás n o co n tie n e d o cu m en ta ció n s o b re la s c a u
sas de fe. El m aterial q u e a nosotros m ás n o s in teresa, q u e c o rre s p o n d e a lo s
exped ientes de las cau sas d e fe, se extrav ió ca si e n su to talid ad . S ó lo s e
conservan íntegros un núm ero insignificante d e p ro ce so s, q u e n o a lc a n z a a
las dos decenas.
Los repositorios q u e co n tien en m ás p a p eles o rig in a les d e la In q u is i
ció n d e Lima son el A rchivo H istórico N acional d e M adrid y e l A rch iv o N a
cional d e Chile. En el prim ero está la co rresp o n d en cia in terca m b ia d a e n tr e e l
Tribunal y el C onsejo de la Suprem a, y e n e l seg u n d o s e e n c u e n tra u n a p a rte
del archivo original del Tribunal, q u e co n tie n e d o cu m en ta ció n q u e s e re fie re
m ayoritariam ente a secu estro y co n fisca ció n d e b ie n e s 1.
Los escaso s exp ed ien tes co m p leto s d e ca u sa s d e fe e stá n e n M ad rid y
llegaron d e m anera ex cep cio n a l al se r so licita d o s p o r e l C o n s e jo d e la S u p re
m a para revisarlos. En sum a, para ela b o ra r e ste a rtícu lo d isp o n e m o s p r e fe
rentem ente d e fragm entos de p ro ceso s y, so b re to d o , d e lo s re s ú m e n e s o
relaciones, de ello s y d e las referen cias q u e se e n cu e n tra n e n la c o r r e s p o n
d encia ya indicada.
2 Sobre la incomunicación de los reos de Inquisición, ver Henry C. Lea, Historia de la inquisición
española. Fundación Universitaria española, Madrid, 1983, t. II, pp. 411-414.
i Un interesante análisis sobre el significado e implicancias de la delación, en Jean Pierre
D edieu, "Denunciar-denunciarse. La delación inquisitorial en Castilla la Nueva en los siglos
XVI-XVH", Revista d e la Inquisición , 2, Madrid, 1992.
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<¿et S t t r t fo v/ae antiguo tío tíh h a inqtdtM ou.
S K IÍRtí¿NDA S in VE D É AOVBHl*ENClAS jV ;L Á tíHlPA
Para las prácticas procesales en el derecho penal de la Francia del Antiguo R égim en, v er
Michel Foucault, Vigilary castigar. Siglo XXI editores. Madrid, 1978.
Europa d e la B aja Edad M edia a partir del D erecho Rom ano y del D erech o
C an ónico.
En e l p ro ce so p en al ord inario el reo tenía tantas o más dificultades
para e je rc e r su d erech o a d efen sa q u e en el de la Inquisición. En efecto , en
la justicia ordinaria tam bién se fom entaron las d elacion es, gen eránd ose la
existen cia d e d elato res p rofesio n ales al am paro de los incentivos pecuniarios
q u e se esta b leciero n para incentivar las denuncias en contra de los delin
cu en tes. In clu so s e perm itía q u e actuara com o delator el cóm p lice o coau tor
d e un d elito , a los q u e s e les garantizaba una pena m enor o la liberalización
d e la m ism a7. En cu an to al m andam iento d e prisión de una persona, si bien
requ ería d e la ex isten cia d e ind icios d e culpabilidad, era el juez, a su arbitrio,
qu ien d eterm in ab a la su ficien cia de ellos8. En la Inquisición, para p od er
ordenarse la prisión d e una persona con el objeto de procesarla se requería qu e
los testim on io s reu nid os por el ju ez fueran analizados p o r los calificad ores9,
para d eterm in ar si m erecían censu ra teológica. Si e se dictam en era positivo,
los in q u isid o res a v eces e n con ju n to con los con su ltores10, ante p etición
exp resa d el fiscal, p ro ced ían a votar d icha prisión, co n em bargo d e b ien es.
Esto últim o, tam bién era una práctica usual en el procedim iento p en al11.
En p rin cip io , la co n d ició n de testigo inhábil en el p ro ceso penal era
m u ch o m ás am plia q u e en la Inquisición, pero d e h ech o se fueron acep tan
d o co m o m ed io d e pru eba lo s testim onios inhábiles. Esta práctica se gen era
lizó e n e l c a so d e lo s d elitos consid erad os atroces, com o la sodom ía por
ejem p lo , e n q u e s e acep taro n eso s testim onios com o prueba plena. Aún
m ás, lleg aron a adm itirse co n p len o valor probatorio las d eclaracion es d e los
testigos in h áb iles en todas las cau sas crim inales, siem pre q u e n o se en co n
traran o tro s testigos sin ta ch a 12. T am p oco era una práctica exclusiva d e la
In q u isición el n o d ar a c o n o ce r al reo los nom bres d e los testigos, puesto
q u e e n d eterm inad as cau sas crim inales se seguía id éntico procedim iento.
21 Tomás y Valiente, El derecho..., op. cit., p. 302. También, Jorge Corvalán M eléndez y Vicente
Castillo Fernández, Derecho procesal indiano. Editorial Jurídica. Memoria para optar al grado
de Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Santiago, 1951, p. 189-
22 Alonso, op. cit., pp. 287 y ss.
también está presente en los tribunales peninsulares, en aquél reviste algu
nas peculiaridades.
La cuestión de fondo a analizar es el arbitrio judicial, que al decir de
diversos autores es uno de los elementos fundamentales del procedimiento
penal del antiguo régimen23. Algo similar se ha señalado con respecto al
“modo de proceder” utilizado por la Inquisición2*. Ahora bien, sin descono
cer la importancia que tuvo en las prácticas del Santo Oficio, creo necesario
puntualizar su alcance.
Entre los factores que daban fuerza al arbitrio judicial en el derecho
penal, estaba el principio de que en la administración de justicia debía bus
carse la equidad. A ello se unían elementos de tipo práctico, derivados de la
frecuente indeterminación de las penas, de la apreciación de la responsabi
lidad penal, de la inexistencia de una clara tipificación de los delitos e inclu
so de la imprecisión en las etapas procesales.
En los tribunales del Santo Oficio, en una primera aproximación, tien
de a confirmarse la importancia de ese principio en razón de los mismos
condicionamientos de orden práctico, los cuales saltan a la vista después de
examinar las Instrucciones oficiales sobre el modo de proceder, que dejan
amplio margen al arbitrio de los inquisidores.
Con todo, un análisis más en detalle de la documentación inquisitorial
perm ite apreciar que el Consejo de la Suprema fue precisando
sistemáticamente los diversos aspectos referentes al modo de proceder en
las causas de fe. A través de tres tipos de instrumentos el Inquisidor General
y la Suprema se encargaron de regular aquellos aspectos del procedimiento
que las Instrucciones generales no fijaban con precisión. Uno de ellos co
rresponde a las Instrucciones particulares, que eran normas promulgadas
por el Inquisidor General, con el acuerdo del Consejo, en las que, entre otras
materias, se regulaba el procedimiento a seguir en determinadas causas de
fe, como las de solicitación, herejes nacionales espontáneos, francmasones,
etc. Entre todas las Instrucciones particulares referentes al Tribunal de Lima
se destacan las que el Inquisidor General Diego de Espinoza dictó el 5 de
enero de 1569 para los inquisidores del recién creado tribunal. Ellas contie
nen varias disposiciones referentes a procedimiento, en las que se regulan
¿H Cíustav I leningsen, “El Banco ele datos del Santo Oficio”. En Boletín de lo Rea! Academia de
ki I listona CLXX1V. Madrid, 1977. Jaime Contreras. Las cansas defe en la Inquisición española.
1540-1700. Análisis de una estadística. Ponencia en Simposium interdisciplinario de la
Inquisición medieval y Moderna. Copenhague, 19~S Copia dactilografiada.
¿i) Fn el siguiente informe de la Suprema del año 1656, a raíz de las relaciones enviadas por el
Tribunal de Lima en 1655, se indican las características que debían tener dichas relaciones y
el objetivo que se perseguía con ellas: “Cuesta relación viene defectuosa en algunas cosas;
En el fondo, la Suprema, utilizando las relaciones, actuaba com o un
tribunal supremo orientando la forma como debían proseguirse las causas
pendientes y, en el caso de las ya despachadas, confirmando lo actuado o
modificando la sentencia dictada. Después de recibir cada relación, la Supre
ma las analizaba y enviaba de vuelta al Tribunal un informe con referencias
y determinaciones sobre cada una de ellas. Sólo a modo de ejemplo señala
remos algunos de los acuerdos del Consejo a la vista de las relaciones. En un
informe sobre relaciones enviadas en 1660 se señala, a propósito de una
causa de solicitación en contra del jesuíta Rafael Venegas, que no se debían
admitir tachas de deshonestidad sobre mujeres casadas-'50. En otro de diciem
bre de 1730 se dice: “En la de Fr. Blas de Herrera, sacerdote profeso de la
orden de la merced, natural de la ciudad de Lima, por proposiciones heréticas:
Que no debieron pasar a la prisión de este reo por no haber precedido más
que la deposición de un testigo.... y teniendo presente todas estas considera
ciones se concluía esta causa ...y no resultando más pruebas y de mejor
calidad que la presente se suspenda esta causa y pongan en libertad a este
reo dándole certificación de no obstancia”31. En la de Juan Bautista M o m p o ,
natural de villa de Ollería reino de Valencia y vecino de la ciudad de La Plata,
de profesión abogado, por d u p lic i matrimonio: “Q ue sentenciase esta causa
y executen tratándole como espontáneo sin pena ni penitencia pública y que
no debieron calificar esta causa ni poner preso a este reo en cárceles por ser
expontáneo”32. En la causa de Pedro Núñez de Haba, enviada en 173 7, des
pués de diversos considerandos “se declara por nula su reconciliación con
sambenito y que se borre y quite in c o n tin e n ti de la Iglesia en que se hubiese
ANCII. Inquisic ión, vol. -i91, fol. 129 y 213; vol. 492, fol. 138; vol. -496, fol. 9 a 12 y 58 a 65.
Simancas, vol. "\ fol. 155. Cabe hacer notar que en esos informes no están incluidos los
acuerdos de la Suprema de 1"762 que modificaban las sentencias definitivas en varias causas
de iluminados.
Ese resultado es contrario a la impresión que se tiene con respecto al
papel desempeñado por el arbitrio judicial en el derecho penal indiano.
Sobre el particular, se tiende a pensar que el juez jugó un papel importante
en la aplicación de una penalidad menos rigurosa que la establecida en una
legislación arcaica en ese aspecto. En todo caso, en lo que se refiere a Castilla,
María Paz Alonso sostiene que el arbitrio judicial habría más bien perjudica
do a los reos en el ejercicio de su derecho a defensa, al estar condicionado el
juez por la necesidad de castigar al delincuente38. En ese sentido, por lo
tanto, habría una coincidencia con la situación que se planteaba en la Inqui
sición limeña.
D e s a r r o l l o I n s t i t u c i o n a l
iii
L a h a c i e n d a d e la I n q u i s i c ió n d e L im a
( 1 5 7 0 -1 8 2 0 )
IV
L as c o n fis c a c io n e s d e la In q u is ic ió n d e L im a
a lo s ju d e o c o n v e r s o s
L os c o n flic to s d e c o m p e te n c ia
La hacienda de la Inquisición de Lima
(1570 -1820)*
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Hispauia Sacra, vol. XXXVII, Madrid,
1985.
El actual interés por estas materias es consecuencia de las nuevas
orientaciones que se han ciado en la ciencia histórica, pero también es resul
tado de la búsqueda de respuestas que expliquen el desarrollo y peculiari
dad del fenómeno inquisitorial en el mundo hispánico.
En este trabajo, nuestro objetivo consiste en presentar una apretada
síntesis de la evolución financiera del Tribunal de Lima desde su fundación
hasta su extinción. De manera especial nos detenemos en el análisis de las
alternativas por las que pasan los principales ítems que conforman los ingre
sos y gastos. Paralelamente, tratamos de determinar tanto la influencia que
estos fenómenos económicos tienen en otras manifestaciones de la vida del
Tribunal, como la forma en que materias diversas, por ejemplo las cuestiones
de fe, afectan a los aspectos hacendísticos.
Las principales fuentes utilizadas corresponden a las cuentas de
receptoría que, con muy pocas lagunas, se encuentran en el Archivo I listóri-
co Nacional de Madrid. En ciertos casos, para cubrir algunos vacíos, hemos
recurrido a cuentas de receptoría que se hallan en el Archivo Nacional de
Chile.
•• La unidad monetaria que utilizamos es el peso de ocho reales, salvo en aquellos casos en
que expresamente se mencione otra.
1 Real Cédula de 25 de enero de 1569, en Diego Encinas, Cédula ñ o Indiano, Ediciones Cultura
Hispánica, Madrid, 1945, lib. I, pp. 56 y 57.
Lo anterior no significa que la Corona haya pensado sostener perma
nentemente al Tribunal con fondos de la Hacienda Real. De la misma cédula
citada se desprende que la Corona iba a solventar sólo los gastos fundamen
tales, puesto que en esos 10.000 pesos ensayados que le asigna no se inclu
yen el mantenimiento de los edificios ni los salarios de otros ministros subal
ternos, necesarios para el funcionamiento del Tribunal, como el receptor, el
portero, el médico, el alcaide, y otros. La Corona daba por supuesto que esos
gastos menores debían cubrirse con el producto de las multas y confiscacio
nes. Más aún, pensaba en el sistema de financiamiento real como algo
provisorio, toda vez que los 10.000 pesos ensayados destinados a cancelar
los salarios de los funcionarios citados debían ser entregados mientras los
ingresos de multas y confiscaciones fueran insuficientes para cubrir esos
gastos2. En consecuencia, desde el establecimiento del Tribunal, la Corona
pensó en un autofinanciamiento que podría irse consiguiendo en forma gra
dual. En la misma medida que fueran aumentando los ingresos propios del
Tribunal, la Corona iría disminuyendo su aporte.
Ese sistema daba motivo a la intervención del virrey en los asuntos
financieros del Tribunal. Dicha situación, por lo demás, fue reglada por el
monarca en la segunda década del siglo XV II3. La Corona pretendía que los
virreyes estuvieran al tanto del incremento que tenían las rentas del Tribunal,
provenientes de penas y confiscaciones, para ir paulatinamente disminuyen
do la subvención.
El Tribunal, por su parte, desde un comienzo se mostrará reacio a
aceptar el control virreinal. A los inquisidores les interesaba recibir la sub
vención real regularmente y sin descuentos de ninguna especie, pero no
estaban dispuestos a permitir injerencias de las autoridades reales. Esta peculiar
postura es posible que obedezca no sólo a un afán natural de independen
cia. En efecto, a los inquisidores les interesaba hacer del Tribunal una gran
institución, que gozara de prestigio y que fuera importante en todo sentido.
Para ello era necesario, entre otras cosas, contar con un personal numeroso.
2 Reales Cédulas de 17 y 27 de julio de 1572. en Diego Encinas, op. cit.y lib 1, p. 57. Sobre ese
punto ver Henry Charles Lea, TJje Inqnisition in the Spcmish Dependencies, Sicily, Ncipics,
Milán, The Canarias, México, Pene New Granada, The Mac Millan Company, New York,
1908, p. 342.
Ley XII, tít. XIX, lib. I, de la Recopilación de Leyes de Indias, de 26 de agosto de 1618, en que
se ordenaba a los virreyes que hicieran “tomar las cuentas de penas y confiscaciones a los
receptores del Santo Oficio”. También, Ley XI, tít. XIX, lib. I, de la Recopilación de Leyes de
Indias , dictada por Felipe IV el 11 de junio de 1621.
Esta burocracia, que tendía a ser incrementada más allá de lo necesario,
debía financiarse con recursos provenientes de las penas y penitencias. A h o
ra bien, si el Tribunal hubiera permitido el cumplimiento de las leyes refe
rentes a la subvención real, ésta hubiera tenido que disminuir y el pago de
los inquisidores, en parte, habría tenido que cubrirse con ingresos propios,
limitándose el incremento de la plantilla y frenándose por lo tanto el desa
rrollo de la institución.
La situación económica será a veces muy difícil, sobre todo en los
primeros años. Es evidente que la Inquisición de Lima no podía funcionar
sólo con los cuatro ministros que tenían salarios subvencionados. Se reque
ría de otros oficiales para desempeñar cargos fundamentales, que por su
importancia o dedicación debían ser remunerados. En consecuencia, desde
un comienzo el Tribunal se vio enfrentado al problema que significaba el
financiamiento de los sueldos de aquellos funcionarios. Com o está dicho, el
dinero para ello debería salir de las penas y confiscaciones que se impusie
ran a las personas condenadas. Con todo, en el siglo X V I el monto de aqué
llas fue muy escaso y en los años iniciales casi insignificante, al punto que de
ios condenados que salieron en el primer auto de fe, celebrado el 13 de
noviembre de 1573, sólo uno tenía bienes; con ellos se costeó la construc
ción del tablado y parte de la remuneración que se debía a varios funciona
rios "p orq u e pasan necesidad”4. La pobreza de los reos era la causa de las
magras recaudaciones; pero la condición de ellos no sólo imposibilitaba el
pago de los salarios de los funcionarios subalternos, sino que además incidía
de otra forma en el agravamiento de la situación financiera. Com o es sabido,
de acuerdo con el procedimiento inquisitorial, por lo general los reos perma
necían en las cárceles secretas durante todo el proceso; éste podía alargarse
por más de un año, tiempo durante el cual los reos pobres debían ser ali
mentados a costa del Tribunal. A todo esto deben agregarse otros gastos que
inevitablemente se producían, como eran los ocasionados por el manteni
miento y limpieza de los edificios donde funcionaba el Tribunal.
En resumidas cuentas, para poder funcionar el Tribunal debía contar,
aparte de la subvención real, con unos ingresos propios que le permitieran cu
brir aquel tipo de gastos. Sin embargo, en la primera década de existencia de
la nueva institución, esas entradas fueron escasas y resultaron insuficientes.
s IhicL, p. 244.
6 Ibicl.t pp. 238 y 239.
En 1575 el receptor Juan de Saracho se queja por tener que estar adelantando dinero al
Tribunal permanentemente: “De las condenaciones que he cobrado y de mi hacienda voy
dando a los oficiales de este Santo Oficio para su entretenimiento dos y tres veces cada año
dineros conforme a las necesidades de cada uno..., y doy al proveedor lo que es menester
para gastos de presos pobres... y pago el salario del proveedor y doscientos y cuarenta pesos
cada año de alquiler de las casas en que están las cárceles y hay otros gastos que se ofrecen
que me ponen en mucha necesidad y la tengo de que V. S. sea servido de dar orden como
lo de los salarios se pueda cumplir sin que yo lo haya de poner de mi hacienda”. Citado por
Maurice Birckel, op. c i t pp. 229-230.
H Así, entre 1583 y 1586 disminuye la subvención real a alrededor de 7.000 pesos ensayados
anuales a causa del fallecimiento del inquisidor Cerezuela y la posterior vacancia del cargo.
ANCM (Archivo Nacional de Chile), sección Inquisición, vol. 43L fols. 12 a 14. También
Maurice Birckel, op. cit., p. 257.
en caso ele que alguno ele los susodichos funcionarios ejerciera el cargo
interinamente se le pagaba sólo la mitad ele lo que le correspondía al titular.
En los años siguientes a la primera cuenta ele receptoría que hemos
citado, los ingresos propios del Tribunal tienden a aumentar, sobre todo el
ítem ele las confiscaciones. Entre 1579 y 1585 ellas alcanzaban a 33.629 pe
sos, lo cjue significa el 18,88 por ciento del total ele las entradas, que suma
ban 17.133 pesos. No obstante lo anterior, la situación contable sigue presen
tando déficit, aunque la magnitud ele éste ahora es menor, puesto que alcan
za a 14.151 pesos9. En esos años el Tribunal logró mantener los sueldos al
día y cancelar los que se debían. El déficit fue producto de la adquisición ele
nuevos edificios, por los que se pagaron mas ele 27.000 pesos, a los que se
sumaron otros 12.160 invertidos en acondicionarlos10.
La tendencia al incremento ele los ingresos por concepto ele penas y
confiscaciones se mantuvo en el decenio siguiente. Durante ese período los
ingresos propios alcanzan a 111.972 pesos, con los cuales se cubren perfec
tamente los sueldos ele los funcionarios subalternos*10 11. Da la impresión que
ésta es la primera cuenta ele receptoría que presenta un pequeño saldo posi
tivo (alrededor ele 1.637 pesos) después ele haberse cubierto los alcances
anteriores. El total ele ingresos del período 1586-1595 es ele 258.716 pesos12,
lo que da una media anual ele 25.871 pesos. La subvención real significa a
esas alturas el 56,72 por ciento del total ele las entradas. Esto viene a indicar
que el Tribunal, paulatinamente, había ielo incrementando sus ingresos pro
pios y también la burocracia, que era financiada con aquéllos.
Con todo, los inquisidores y oficiales continúan quejándose ante la
Suprema ele la situación económica elel Tribunal13. Es posible, daelo lo que
muestran las cifras citadas, que haya un poco de exageración en las expre
siones ele los funcionarios; sin embargo, también parece cierto que los suel
dos ele los empleados subalternos eran muy bajos y ejue a veces se pagaban
con retraso. En definitiva, si bien hacia fines del siglo X V I el estaelo financie
ro había mejorado en forma notoria, aún no estaba elel todo consolidado
como para que los inquisidores se sintieran satisfechos y seguros.
14 I b i d p. 295.
,s Maurice Birckel, op. cif ., Mélanges de la Casa de Velázcjitez, VI, pan. II, p. 315.
poseer “una renta cierta y segura” para pagar a los ministros y mantener las
casas16. La imposición de censos por los tribunales del Santo Oficio era una
práctica que ya tenía muchos años de aplicación en la península e incluso
desde comienzos del siglo X V I existían normas que la regulaban17. En Lima
se recurrió a este sistema en época más bien tardía debido, posiblemente, a
la estrechez económica de las dos primeras décadas y específicamente a los
limitados montos de las confiscaciones.
En resumen, hacia fines del siglo XVI y comienzos del XV II los ingresos
del Tribunal provienen de las Cajas Reales (cuyo aporte representa más o
menos el 50 por ciento del total), de las multas y penitencias (fluctúan entre el
7 y 8 por ciento), de las multas de juego (entre 4,9 y 1 por ciento), de las
confiscaciones (entre 1 y 3 por ciento), de las rentas de censos (en pocos años
pasan del 7 a más del 20 por ciento), de las donaciones (fluctúan entre el 1 y
3 por ciento), y de diversos ingresos menores (representan entre un 5 y un 1
por ciento)18. Los censos se transformaron rápidamente en la primera fuente
de ingresos propios; esto se debió al incremento de las colocaciones, que
hacia el año 1600 se habían más que duplicado superando los 50.000 pesos19.
Los gastos están representados por los salarios subvencionados (signi
fican alrededor de 7 por ciento del total), por los salarios de los funcionarios
subalternos (representan cerca de un 18 por ciento), por lo que implicaba el
mantenimiento de las casas y de los presos pobres, por los desembolsos que
originaba la administración de justicia (por ejemplo, el traslado de reos des
de zonas lejanas a Lima) y por otros gastos varios (la importancia de todos
los últimos ítems era escasa).
Como ya lo hemos insinuado, el mejoramiento de la situación a co
mienzos del siglo XVII es relativo. A pesar del aumento de los ingresos
propios, en algunos períodos contables se siguen planteando problemas; así,
las cuentas de 1606-I6l0 presentan un déficit de 3-234 pesos, debido a que,
por orden de la Suprema, el Tribunal tuvo que devolver las confiscaciones a
los judaizantes procesados entre 1605 y 1607, que sumaban 27.498 pesos20.
Esta es la cifra que debían generar de réditos todos los principales, siempre y cuando se
pagaran íntegra y oportunamente. Maurice Birekel, op. cit., part. II, p. 317.
hasta que en 1622 se ordenó por medio de una pragmática hacer efectiva la
rebaja. Esta situación, que pudo provocar al Tribunal graves trastornos, logró
ser superada mediante el aumento de las colocaciones. Ahora bien, esas
nuevas inversiones se pudieron efectuar merced a los importantes ingresos
que proporcionaron las confiscaciones de que fueron objeto algunos
judaizantes de origen portugués, que salieron en el auto de fe de diciembre
de 1625- El monto de dichas confiscaciones alcanzó a 87.555 pesos, de los
que se colocaron en nuevos censos alrededor de 82.000 pesos22; esta opera
ción permitió contrarrestar la baja de los réditos.
En total, en 1629, el Tribunal tenía invertidos en censos 219.433 pesos
que, al 5 por ciento, debían generar 10.971 pesos anuales. Esta suma permi
tiría cubrir sin problemas los 9-500 pesos que implicaban los salarios no
subvencionados. En consecuencia, si nos limitamos a las cifras, se puede
decir que hacia fines de la década de 1620 el estado financiero del Tribunal
era bastante favorable. No obstante, esta situación es válida especialmente
para los años 1626-1629; en cambio el período 1622-1625 fue al parecer
bastante difícil para la hacienda inquisitorial. Es en estos años en que se hace
sentir la rebaja de los réditos, que en ese momento no pudo contrarrestarse
con nuevas inversiones. También en esa época se agudizan los conflictos
con el virrey en torno a la subvención real, que culminan en la suspensión
del pago de ella entre 1623 y 1625.
Con respecto a este último punto, debe recordarse que en páginas
anteriores señalábamos que la Corona estaba dispuesta a subvencionar algu
nos salarios mientras el Tribunal no tuviera suficientes ingresos propios. Pues
bien, dado que en la primera década del siglo XV II circularon rumores sobre
el aumento de las multas y confiscaciones, Felipe II ordenó al virrey, por
carta de 4 de junio de 1614, que cuando se fueran a pagar los salarios, se
informara de lo ingresado por penas y confiscaciones “para que tanto menos
se libre en la dicha consignación y se alivie mi caja real de aquella parte”23.
Como el Tribunal evadió el cumplimiento del mandato, el monarca ordenó
al virrey Príncipe de Esquiladle, el 26 de abril de 1618, que nombrara dos
contadores para que revisaran las cuentas de la receptoría del Santo Oficio.
11 De esos ingresos también .se invirtieron 4.200 pesos en la compra de las “casas de la penitencia"
y se envió por primera vez una remesa a la Suprema, que alcanzó a 9 569 pesos. Maurice
Birckel, op. cit., pan. II, pp. 327-329.
23 líenry Charles Lea, op cit .. pp. 344 y 345.
Este mandamiento tampoco se pudo cumplir debido a los obstáculos que
colocaron los funcionarios del Tribunal. Ante esto, finalmente el Consejo de
Indias, en 1621. mandó suspender el pago de la subvención hasta que los
inquisidores no demostraran, con “testimonio auténtico", que los bienes con
fiscados “no alcanzaban en todo o en parte" para financiar los salarios2'1. Los
inquisidores, celosos defensores de la autonomía del Tribunal, prefirieron
dejar de recibir la subvención por dos años antes de ceder frente al virrey.
Merced a una transacción se reanudaron los pagos hasta que en septiembre
de 1629 volvieron a suspenderse por algunos meses; esto ultimo obedeció al
cumplimiento de una cédula de 20 de abril de 1629, en que se ordenaba
acatar puntualmente lo que se había dispuesto en 1621.
En definitiva, hacia el término de la década de 1620, las finanzas del
Tribunal habían logrado alcanzar un estado relativamente favorable. Con
todo, una incertidumbre se cernía sobre ellas a causa de la disposición deci
dida de la Corona tendiente a disminuir la ayuda económica que le entrega
ba. Además, vinculado en forma directa con lo anterior estaban las serias
amenazas que sufría la independencia del Tribunal por parte de los funcio
narios reales, que pretendían un cierto control sobre su hacienda.
25 Rene Millar Carvacho, La Inquisición de Lima. Siglos X V IIIy XIX, tesis doctoral, Facultad de
Geografía e Historia, Universidad de Sevilla, inédita. También José Martínez Millán, op. c it .,
pp. 148 a 152. Henry Charles Lea, op. cit., pp. 346 y 347. Maurice Birckel, op. cit., part. II, pp.
338 y 339.
26 Rene Millar Carvacho, op. cit.
27 Maurice Birckel, op. cit., part. ÍI, p. 339.
2# Rene Millar Carvacho, op. cit. También José Martínez Millán, op. cit., pp. 152 y ss.
enfrentamientos continuos con los cabildos catedralicios y con la jerarquía
eclesiástica, abriéndose por lo tanto un nuevo factor de tensiones al mismo
tiempo que se eliminaba otro con relación a las autoridades reales.
En los primeros seis años de funcionamiento (1634-1640) el nuevo sis
tema produjo una renta media anual de 17.416 pesos, superior a la subvención
real29; sin embargo, en los años siguientes la renta decae en forma notoria,
llegando a fluctuar entre los 1 1.000 y 14.600 pesos de promedio anual30; sólo
a partir de la última década del siglo XVII y hasta 1735 lo recaudado por este
ítem será con frecuencia equivalente a la desaparecida ayuda real. En conse
cuencia, el reemplazo de esta última por las rentas de las canonjías le signi
ficó al Tribunal una pérdida de alrededor de 25 por ciento entre 1640 y 1688.
Pero, al parecer, esto no preocupó mayormente a los inquisidores, porque,
como señala el virrey conde de Chinchón, el Tribunal era ahora '‘más inde
pendiente del Gobierno”31 y, además, se resarcía en el aspecto económico
incrementando en forma notoria sus ingresos vía confiscaciones.
En el año 1635 se produjo en Lima la detención de un numeroso
grupo de judaizantes, la mayoría comerciantes de origen portugués. Este
proceso culminó en el auto de fe celebrado en enero de 1639, en el que
salieron 63 reos condenados por ese delito, de los cuales siete fueron relaja
dos en persona y uno en estatua. Entre los condenados se encontraban
personas de gran fortuna, junto a modestos comerciantes prácticamente
indigentes. El más importante de todos era Manuel Bautista Pérez, que se
dedicaba al comercio negrero y tenía en Lima una tienda de ropa de Castilla;
merced a su riqueza y cultura había logrado ganarse la confianza y amistad
de personalidades influyentes en la sociedad peruana; al mismo tiempo era
el jefe espiritual de la comunidad de judaizantes.
Al total de condenados el Tribunal le secuestró, entre 1635 y 1645, la
suma de 1.297.410 pesos; luego de pagar 896.285 pesos a los diferentes
acreedores de aquéllos, el Santo Oficio de Lima ingresó por concepto de
confiscaciones 401.124 pesos. Manuel Bautista Pérez, relajado en persona
por pertinaz, fue quien aportó la mayor suma; más del 50 por ciento de todo
lo confiscado pertenecía al patrimonio de este reo32.
36 Si bien en la cuenta figuran como colocados en censos 151.696 pesos, es necesario restarles
60.250 pesos producto de la redenciones; en todo caso esa diferencia, que forma parte de
los capitales censuales, permanece en una caja aparte y sólo puede ser invertida en nuevas
colocaciones. Las cuentas de receptoría de 1645-1649 en ANCII, Inquisición, vol. 435.
r Sobre este problema ver Earl J. Hamilton, El tesoro americano y la revolución de los precios
en España. 1501-1650. pp. 82-84. También. Armando De Ramón y José Larraín. Orígenes de
la vida económ ica chilena. 1659-1EOS, Centro de Estudios Públicos, Santiago, 1982, pp.
323-326. Humberto Bur/.io, D iccionario de la moneda hispanoamericana. Fondo Histórico
Bibliográfico [osé Toribio Medina. Santiago 1958, vol. II, p. 233-
la autoridad decretó, el 31 de enero de 1652, una “baja general ele la mone
da”, dejando las de ocho reales en seis y las que se hubiesen labrado a partir
del año 1649 en siete reales y medio. Según el receptor, esta decisión le
habría producido al Tribunal una pérdida de alrededor de 12.000 pesos38. El
otro problema se refiere a los terremotos que asolaron al Perú por esos años.
Las casas del Santo Oficio sufrieron bastantes daños que obligaron a efectuar
desembolsos importantes para repararlas; entre 1654 y 1657 se gastaron por
este concepto 21.766 pesos. Pero los sismos también afectaron las casas y
fincas sobre las que el Tribunal tenía impuestos sus censos; la consecuencia
de esto fue un atraso en el pago de los réditos y, probablemente en más de
algún caso, una pérdida de principales39.
Estos problemas explican el déficit de alrededor de 22.000 pesos que
presenta la cuenta de receptoría correspondiente al período de 4 de febrero
de 1654-6 al 2 de mayo de 1657; los ingresos alcanzaron a 131-689 pesos y
los gastos a 153-678 pesos; entre estos últimos se incluyen 21.175 pesos de
consignaciones a la Suprema4041.El déficit fue cubierto con el superávit cerca
no a los 60.000 pesos de la cuenta anterior, que por lo demás se remontaba
a la época de las grandes confiscaciones.
En las décadas siguientes la hacienda del Tribunal se mantiene equili
brada, aunque a veces haya cuentas que presentan déficit, por lo demás
siempre cubiertos con los excedentes de las anteriores. A la larga, en estos
años, la tesorería siempre tendrá superávit, variable en su monto, pero sufi
ciente hasta para cancelar la consignación de 6.000 pesos ensayados anuales
al Consejo y dejar un remanente, que fluctúa entre los 20.000 y 30.000 pe
sos'11. Por lo general, los desequilibrios puntuales que se producían tenían su
origen en las remesas a la Suprema o en problemas de administración de la
receptoría; tal es el caso, al parecer, de lo acontecido durante el período
38 Al 31 de enero de 1652 había en las cajas del Tribunal un total de 81.544 pesos; de éstos,
36.658 pesos perdían dos reales por peso y el resto medio real, AHN, Inquisición, vol. 340,
fol. 3-
39 Cuenta de receptoría de 4 de febrero de 1654 a 2 de mayo de 1657. ANCH, Inquisición, vol.
340, fol. 2-3 y 58.
40 Ihid., fol. 33 y 58.
41 Cuentas de receptoría de 1664-66 y de 1674-76. ANCH, Inquisición, vols. 338 y 342. La
cuenta de 1678-82 es de las pocas que presentan un pequeño déficit no cubierto por
remanentes anteriores; el problema lo generó la remisión de 82.125 pesos al Consejo. No
obstante, esta situación es transitoria, pues en los años siguientes continuó produciéndose
superávit. AHN, Inquisición, leg. 4.788, caja 3.
1642-1674 en que se desempeñó como receptor Esteban Ibarra; existen que
jas fundadas, por lo menos para los últimos años en que ejerció, referentes al
desorden con que llevaba la contabilidad y a la desidia en el cobro a los
deudores12.
La base de la solidez financiera se asentaba especialmente en las im
posiciones de censos. En 1674 el Tribunal tenía invertidos en ellos 572.132
pesos, que le generaban una renta anual efectiva cercana a los 25.000 pesos,
cifra que, por lo demás, era inferior en un 13 por ciento a lo que teóricamen
te debía recaudarse. Los censos contratados alcanzaban a 67 y los principales
del 70 por ciento eran inferiores a 10.000 pesos; las colocaciones superiores
a los 20.000 pesos eran sólo ocho, entre las que no faltaban algunas de 30 y
40.000 pesos, contratadas de preferencia con profesionales, como los licen
ciados Francisco Tenorio de Cabrera y Pedro Martín Bravo43. Las rentas
censuales permitían cubrir sin problemas los salarios de los ministros princi
pales, dejando un saldo significativo para cancelar en parte a los funciona
rios subalternos o para otros gastos.
En los últimos años del siglo XVII la situación de la hacienda es satisfac
toria; los superávit que presentan las cuentas son significativos e incluso que
dan remanentes de cierta importancia después del envío de las consignacio
nes a la Suprema. Es evidente la influencia que en esto tuvo la vacancia que
afectó a uno de los cargos de inquisidor. Con todo, aunque lo anterior no
hubiese ocurrido, igualmente la tesorería habría presentado un resultado fa
vorable, menos importante, pero también positivo. Según la cuenta de 1688-
1694, el superávit, luego de pagar 59.548 pesos en consignaciones, es de
más de 72.000 pesos, en los que se incluyen 49.304 pesos que habían queda
do como remanentes de la cuenta anterior44. En los años que siguen hasta
1696 se mantienen los saldos positivos a pesar de haberse enviado unos 70.539
pesos al Consejo, con los que se quedaba al día en el cumplimiento de esa
obligación. Debido a esas remesas el saldo descendió a 27.102 pesos45.
No obstante todo lo anterior, es también perceptible un cierto y pau
latino grado de deterioro de los ingresos. Esto es bastante claro en el caso de*13
46 Este porcentaje se obtiene a partir del capital invertido de 616.262 pesos, sin descontarle los
85.194 de principales incobrables. René Millar Carvacho, La Inquisición de Lim a. 1697- Id 20.
T. III. Editorial Deimos, Madrid, en prensa, pp. 176-180.
en 1707 y que afectaba a todo el territorio del corregimiento de Lima por el
tiempo que durara la esterilidad. Sin embargo, la crisis no fue profunda y
pudo salvarse, en gran parte, debido al aporte de las canonjías, que en esos
años tuvieron ingresos sólo levemente inferiores a los de fines del siglo XV II;
la media anual recaudada fue de 18.881 pesos, lo cual demuestra que la
crisis agrícola influyó en esas rentas en forma más bien marginal, por tener
ellas su fuente en diversos obispados que cubrían un territorio de enormes
dimensiones. Además, el Tribunal en esos años pudo ajustar sus gastos debi
do a que no siempre tuvo completa la plantilla de inquisidores. En definitiva,
a pesar de los menores ingresos totales, la hacienda presentó un superávit en
el período 1698-1713- Pero, por otra parte, éste no fue lo suficientemente
importante como para permitir el envío regular y completo de las consigna
ciones a la Suprema, que a estas alturas eran de 11.472 pesos anuales. Sólo
se remitieron en los años 1707-1709 y 1711, para cancelar lo adeudado desde
1697. En total se hicieron llegar a la Suprema 151.237 pesos, que no pudie
ron cubrirse completamente con los ingresos propios y se tuvo que recurrir
por la suma de 17.092 al receptor y a los fondos de dos capellanías que
dependían del Tribunal17.
La etapa de prosperidad que estamos analizando, y que se inicia en
1630, culmina en 1721 con unos años tan favorables como los de mediados
del siglo XV II. Los ingresos se incrementan en forma notoria, sobre todo los
generados por los censos; las canonjías luego de tener un aumento impor
tante disminuyen hacia el fin del período; las otras fuentes de ingresos no
significan prácticamente nada; confiscaciones no existían desde la década de
1670, salvo la de 6.000 pesos efectuada a León Gómez hacia 1690; las multas
y condenaciones eran irrelevantes, alcanzando a unos 200 pesos anuales de
promedio; el ítem denominado fisco general, que comprendía una serie de
ingresos heterogéneos y ocasionales, también era insignificante. Ya desde el
siglo anterior las rentas de las canonjías y los censos representaban alrede
dor del 97 por ciento del total de los ingresos del Tribunal.
Entre 1714 y 1721 los réditos de los censos producían unos 25.000
pesos anuales de promedio. Este aumento obedece, en parte, a la acción de
los nuevos receptores que agilizan las cobranzas y a la superación parcial de
los trastornos derivados de la esterilidad de la tierra. El conjunto de todos los47
3. La decadencia (1722-1820)
Después de mucho tiempo, en la cuenta correspondiente a 1722-28,
se produce un déficit, que es significativo porque en los gastos no se inclu
yen las remesas al Consejo. Los ingresos ordinarios fueron inferiores a los
gastos ordinarios; la diferencia sólo es de alrededor de 1.000 pesos anuales
de promedio, pero ella señala el inicio de un deterioro progresivo. En esta
cuenta el déficit se cubrió con el remanente de la anterior, que también
permitió el envío al Consejo de las consignaciones de tres años.
A partir de 1722 y hasta finales del siglo los ingresos muestran un
paulatino pero perceptible deterioro, lo cual no obsta para que en el corto
plazo se aprecien fluctuaciones de distinto signo. Con algunas variantes
menores ese hecho se aprecia tanto en los censos como en las canonjías. En
buena medida esta situación es producto del deterioro de la economía virreinal
en general y de la agricultura en particular. Pero también son responsables
de este deterioro los propios funcionarios del Tribunal, especialmente los
receptores e inquisidores; los receptores incompetentes e indolentes prácti
camente se suceden hasta mediados del siglo y tampoco faltan en la segunda
mitad50. Los inquisidores fueron igualmente responsables por dejar hacer a
si
José Toribio Medina, Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima (1569-1820), I;ondo
Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, Santiago, 1956, t. II, pp. 276 y ss.
Superunda para facilitar la reconstrucción de Lima; los réditos redimibles se
rebajaron al 3 por ciento y además se difirió su pago por dos años; cuando
ese lapso se cumplía el monarca expidió una Real Cédula (11 de mayo de
1755) suspendiendo el pago de los réditos por dos años más. En virtud de
esta disposición la Inquisición dejó de percibir por otros dos años el importe
que provenía de alrededor del 40 por ciento del total de sus censos. Las
pérdidas que le ocasionó el terremoto pudieron ser mayores de no haber
optado, después de la experiencia de 1687, por contratar los censos con
principales muy pequeños; según la cuenta de receptoría de 1756-59 los
censos de más de 20.000 pesos de principal sólo llegaban a cinco y el más
alto era de 30.000 pesos52.
Entre 1776 y 1778 hay una caída brusca de los ingresos censuales. En
este caso influyeron las reformas hacendísticas del virrey Amat. Este alzó al 5
por ciento y al 4 por ciento los derechos a pagar por almojarifazgo y alcaba
la; además estableció las aduanas interiores para evitar fraudes. Esta mayor
presión fiscal afectó transitoriamente el pago de los réditos, al disminuir las
rentas agrícolas mientras se hacía recaer el pago en los consumidores.
Los ingresos derivados de este ítem, a partir de fines de 1778, se
estabilizan alrededor de una media anual de 14.750 pesos, cifra inferior en
un 14 por ciento a lo que se recaudaba entre 1698-1706, y en un 40 por
ciento a lo que se obtenía en la segunda mitad del siglo X V II. En los últimos
años del siglo XVIII y primeros del X IX este tipo de ingresos experimenta
una pequeña alza e incluso sube el porcentaje promedio en que estaban
contratados los réditos a 3,60 por ciento. Con posterioridad a 1808, dichas
rentas sufren una ligera baja, posiblemente a consecuencia de los trastornos
políticos de esos años, para mantenerse desde 1815 hasta la extinción defini
tiva del Tribunal a una media anual de 15.600 pesos. También en esa época
se produce un incremento en el capital invertido (llega a superar los 519.000
pesos) y una mejoría en el cumplimiento de los pagos, puesto que se recau
da alrededor de sólo un 15 por ciento menos de lo que correspondía53.
Las rentas de las canonjías también muestran una moderada tendencia
decreciente hasta comienzos de la década de 1780 y con menos oscilaciones
que las de los censos. Desde esa fecha hasta fines de siglo dichas rentas se
S4 Rene Millar Carvacho, La Inquisición ele Lima ..., op. cit., p. 192.
John Fisher, Minas y mineros en el Perú colonial (1776-1824), Instituto de Estudios Peruanos,
Lima 1977. Carlos Deusta Pimentel, Las Intendencias en el Perú (1790-1796), Escuela de
Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1965. “Aspectos de la economía peruana a fines del
siglo XVIII (1790-1796)”, Boletín del Instituto Riva-Agüero, Lima 1969-70, núm. 8.
Portero 496 p.2r 20 m.
Médico 50 p.
Cirujano 25 p.
Barbero 25 p .56
56 En 1795 la Suprema dispuso un aumento para los sueldos de los funcionarios subalternos
que fluctúa entre un 5 y un 8 por ciento. René Millar Carvacho, La Inquisición de Lima.
1697-1820 , op. cit., p. 226.
57 Sobre salarios en otros tribunales ver Henry Kamen, La Inquisición española, Ediciones
Grijalbo, Barcelona, 1997, p. 164. Henry Charles Lea, A history o f the Inqu isition o f Spain,
American Scholar Publications, New York, 1966, II, pp. 593-594. Ricardo García Cárcel, Herejía
y sociedad en el siglo XVI. La Inquisición en Valencia (1530-1609), Ediciones Península,
Barcelona, 1980, p. 169. José Martínez Millán, La hacienda .., op. cit., pp. 277-280.
66; 1777-82; 1784-92), con un inquisidor menos; también se obtiene de la
Suprema la designación, en algunas ocasiones, de un inquisidor o del fiscal
sólo con medio salario y a veces hasta sin sueldo (inquisidores Diego Rodríguez
1750-56, Francisco Abarca 1778-82 y Francisco Zalduegui 1792-95). Por últi
mo, los inquisidores nombraron con bastante frecuencia funcionarios subal
ternos en calidad de interinos, con lo cual se les pagaba únicamente la mitad
del salario que correspondía a un titular; incluso llegaron a designar a varios
en calidad de supernumerarios, ahorrándose en esos casos el salario com
pleto. Si bien en el plano económico esta política dio resultado, la conse
cuencia que tuvo para otros aspectos de la vida del Tribunal fue negativa; la
incompetencia se enseñoreó entre los funcionarios dada la falta de incenti
vos económicos que representaba el desempeño de los oficios. Pero lo más
grave fue que esa situación también afectó a la máxima jerarquía del Tribu
nal, arrastrando a éste a un mal funcionamiento, desprestigio y a su decaden
cia en todo sentido; famosos por su ineptitud fueron los inquisidores Diego
Rodríguez y Francisco Zalduegui58.
Los otros gastos, aunque eran menores, también trataron de ser con
trolados. Tal es el caso de lo que importaba la alimentación de los presos
pobres. Debido a que la casi totalidad de los reos de fe tenía esa condición,
hubo de buscarse un recurso para solucionar en parte el problema; así, se
recurrió a los fondos de una obra pía administrada por el Tribunal, la cual, a
partir de 1760, proporcionó 100 pesos anuales para ayudar a dichos gastos,
que por esos años fluctuaban alrededor de los 500 pesos.
Merced a estos arbitrios se logró parcialmente equilibrar las finanzas,
aunque no se pudo impedir que varios períodos contables resultaran defici
tarios, como los de 1756-59, de 1764-70, de 1774-76, de 1776-78 y de 1815-
1959. Con todo, el resultado financiero es peor que el señalado si se agregan
los gastos extraordinarios, no contabilizados, que representan las remesas al
Consejo; el Tribunal contó con un superávit de arrastre hasta mediados de la
década de 1720, que le permitió financiar, en 1722, el envío de las consignacio
nes por tres años; luego, en vista del deterioro de la hacienda, y del consi
guiente agotamiento de los excedentes, le será casi imposible seguir cum
pliendo con esa obligación. En 1725 se remitieron 22.714 pesos, los que fue
ron financiados en un 80 por ciento con fondos no pertenecientes al Tribu-
60 Se sacaron 18.014 pesos de la denominada arca de depósito de pretendientes, que era donde
se ingresaban los derechos cobrados a los aspirantes a funcionarios de la Inquisición.
sin hacer algunas referencias a las obras pías que administraba (patronatos,
buenas memorias y capellanías). Dicha función era ejercida en aquellas fun
daciones que tenían al Tribuna! o a los inquisidores como patronos, por
disposición de los fundadores; esto obligaba a la administración de los bie
nes con que habían sido dotadas para la realización de sus fines. Aunque el
Tribunal separe) siempre estos bienes de los propios, ellos se entremezclan
por diversos conductos; los inquisidores, como patronos, nombraban de
administradores a funcionarios del Tribunal; por lo general, el receptor tam
bién se encargaba de la cobranza de los réditos pertenecientes a las obras
pías y de llevar sus cuentas; el abogado y el procurador del fisco defendían
los intereses de estas fundaciones en los pleitos de cobranzas; el Santo Ofi
cio se atribuía la jurisdicción en todos los pleitos en que se veían implicadas
dichas fundaciones; y a veces se utilizaban fondos de las obras pías para
pagar algunos gastos extraordinarios de receptoría.
Las fundaciones dependientes del Tribunal se remontan al siglo XVII,
a la década de 1630, que marca el inicio de la época de más prestigio de la
institución. I lacia fines del siglo XVIII ésta corría con la administración de 31
y sus capitales llegaban nada menos que a los 900.000 pesos, que producían
una renta de alrededor de 35.000 pesos anuales. Aunque el Tribunal no
podía disponer libremente de esos dineros, por estar destinados a unos ob
jetivos muy precisos, el simple manejo de ellos le daba una influencia impor
tante en la sociedad; por ejemplo, los inquisidores veían aumentar su poder
al disponer de dotes, limosnas y capellanías, para otorgarlas a quienes lo
estimaran conveniente61.
En todo caso lo que aquí cabe destacar es la importancia que tiene
para el Tribunal de Lima la administración de unos fondos tan cuantiosos.
Estos, más sus propios capitales, le permitieron tener colocados en censos
cerca de 1.500.000 pesos; tal cantidad de dinero transformaba al Tribunal en
una institución crediticia de primera magnitud. Esto también queda de mani
fiesto al observar el tiempo que los inquisidores y demás funcionarios dedi
caban a la administración de esos bienes y a la solución de los numerosos
problemas que se planteaban en torno a ellos, fenómenos ambos que, por lo
demás, se ven reflejados en la ingente documentación de carácter
hacendístico62. Aun considerando el deterioro de la tesorería en el siglo
Una primera versión de este artículo se publicó en la Revista ele Indias, N° 171, Madrid, 1983.
i
José Toribio Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Urna (1569-
1820), Imprenta Gutenberg, Santiago, 1887, tomo II, p. 457.
¿
Henry Charles Lea, The luquisition in the Spanish Dependencies: Sici/v, Naples, Sardinia.
Milán. The Canaries, M éxico . Perú. Neiv Granada. The Mac Millan Company, New York,
1908, p. 347. I'.n este aspecto Lea se limita a seguirá Medina y no apoma nueva documentación.
poránea. Maurice Birckel, en su estudio sobre Ja tesorería inc|uisitoriaI de
Lima3, efectúa un cálculo del dinero entrado en las cajas de receptoría pro
ducto de las confiscaciones, a pesar de no contar con las cuentas específicas
de ellas; utiliza como fuente las cuentas generales de la tesorería del Tribu
nal; en todo caso, como él mismo reconoce, no le fue posible determinar el
monto total de las confiscaciones*. Antonio Domínguez O rtiz estima que los
secuestros realizados importaron unos 800.000 pesos; no obstante, deja en
trever que las investigaciones aún no han podido establecer con exactitud
las cifras de las confiscaciones ni el destino que tuvieron esos fondos45 '. Por
último, Gonzalo de Repara/, en una obra escrita en 1973 y en la que utiliza
documentación existente en el Archivo Nacional de Lima, calcula en 1.788.000
pesos, como mínimo, la fortuna de los portugueses de “la gran complicidad”,
la cual habría sido confiscada en su mayor parte0; con todo, Reparaz señala
que las referencias documentales en que basa su estudio son incompletas".
En definitiva, a pesar de los diversos intentos realizados hasta ahora, la
suma total de lo confiscado por el Tribunal de Lima a los judaizantes que sa
lieron en el auto de fe de 1639 sigue siendo, en buena medida, una incógnita.
Varias son las razones de este hecho. Por una parte está la dispersión
y desaparición parcial del archivo original de la Inquisición de Lima (parte
de sus legajos se conservan hoy en día en el Archivo del Perú y en el Archivo
Nacional de Chile) y por otra la complejidad y confusión de las cuentas
existentes. El primer problema en cierto modo podía obviarse recurriendo a
los documentos del Consejo de la Suprema, entre los que se encuentran
copias de los diferentes procesos a que dieron origen cada uno de los se
cuestros de bienes; esos expedientes actualmente están en el Archivo Histó
rico Nacional de Madrid y vienen a complementar la documentación existen
te en Lima y en Santiago. El segundo inconveniente ha resultado ser de
mayor envergadura, por cuanto ha desanimado las investigaciones sistemáti
cas sobre el particular; el esfuerzo que involucra un estudio de esa naturale-
-■* Maurice Birckel. “Recherches sur la trésorerie inquisitorial* ele Lima”, Mélanges de la Casa de
Velázquez f tomos V y VI, París, 1969 y 1970.
4 Ibid., tomo VI. p. 349.
5 Antonio Domínguez Ortiz, LosJudeoconvetsos en lispaña y América, Kdiciones Istmo. Madrid,
1971, pp. 135-142 y 143-
Gonzalo de Reparaz, Os portugueses no rice-reinado do Perú (sécalos X V I e Al//). Instituto
de Alta Cultura, Lisboa, 1976, pp. 26-27 y 139.
Ibict., pp. 25 y 26.
za es tan arduo que casi no se justificaría, máxime cuando no existe la certe
za de llegar a conclusiones más o menos seguras; los cerca de 40 legajos
(nos referimos sólo a los existentes en Madrid), referentes a secuestros y
concursos de acreedores de la complicidad de 1635, contienen una informa
ción de tal magnitud y complejidad que su revisión, con el objeto de deter
minar el monto de lo confiscado, prácticamente no tiene sentido. Por otra
parte, de acuerdo a lo señalado por Birckel, da la impresión de que en el
Archivo Histórico de Madrid no se encuentran las cuentas específicas sobre
la complicidad8; algo similar puede decirse respecto a la documentación
existente en el Archivo Nacional del Perú después de las investigaciones
realizadas por Gonzalo de Reparaz.
Ahora bien, cuando trabajábamos en nuestra Tesis Doctoral sobre La
In q u is ic ió n ele l im a en los siglos X V III y X IX , en el Archivo Nacional de
Madrid, tuvimos la fortuna de encontrar dos documentos en que, para infor
mación del Consejo de la Suprema, se resumen, hasta el año 1642, las cuen
tas de las confiscaciones efectuadas a los reos que salieron en los autos de fe
de 1639 y 1641. Con posterioridad, en el Archivo Nacional de Chile, pudimos
ubicar dos volúmenes que ordenaban y sintetizaban, hasta 1649, las cobran
zas y pagos realizados por la receptoría del Tribunal con motivo de los
secuestros de bienes a los reos de aquellas complicidades; entre esos pape
les dimos además con el original de uno de los documentos que ya había
mos detectado en Madrid.
En consecuencia, la parte fundamental para la elaboración de este
capítulo será la información oficial proporcionada por los receptores del
Tribunal de Lima Pedro Osorio del Odio y Esteban Ibarra, avalada por los
contadores y los inquisidores Andrés Gaitán, Antonio de Castro y del Castillo
y Luis de Betancurt y Figueroa.
Aquellas cuentas son confiables en cuanto reflejan los dineros que,
producto de las confiscaciones, efectivamente ingresaron en las arcas
inquisitoriales hasta fines de 16499. Sin embargo, esto no quiere decir que las
1V fosé Amador de los Ríos, Los problemas de los falsos conversos en el reino de Portugal", en
/fisiona social, política y religiosa de losjudíos de España y Portugal, Edite >rial Agilitar. Madrid,
1960, libro II, caps. VII y IX; Antonio Domínguez Ortiz, "La clase social de los conversos en
Castilla en la Edad Moderna”, en Estudios de Historia social de España, Instituto Balines de
Sociología, vol. III, Madrid, 1955, pp. 81 y 82; J. Lucio D’Azecedo, Historia dos Chnstaos
Novas Portugueses, editora de A. M. Teixeira, Lisboa, 1921, lib. II, caps. I-II y III.
20 Citada por José Toribio Medina, Historia del Tribunal del Santo O ficio de la In q u isición de
Cartagena de Indias, Imprenta Flzeviriana, Santiago, 1899, p. 57. Otro testimonio parecido
Calle de los Judíos a mediados del siglo XIX.
Grabado publicado por Manuel A. Fuentes en Finia: l-squisses historiques , statistiques,
a d m in istra tires. com m arciales el m orales . París, 1866.
es el dd visitador cid distrito ele la Audiencia de Charcas Antonio Gutiérrez de UUoa, quien,
en 1597. en un informe sobre buenos Aires, señala: "Y son todos los que tratan portugueses,
que sacan por allí mucha cantidad de plata y oro; y todos van a pasar al Reino de Portugal,
de más de que por allí se hinchen las provincias del Paraguay y Tucumán de ellos; y según
entendí en la Inquisición, y por otras relaciones, los más son confesos y aún creo que se
puede decir judíos en su ley...". Citado por Gunter Hollín. Nuevos antecedentes para una
historia ele los judíos en Chile colonial, Kditorial Universitaria, Santiago. 1963, p. 3 ».
-1 Al respecto, ver Medina. Historia de la Inquisición en Cartagena.... op. cit ., pp. 358 y 360. y
también PJ Tribunal del Santo Oficio de ¡a Inquisición en las Provincias del Plata, edil.
Huarpes, Buenos Aires. 1945, pp. 154-158-159-168-169 y 204 a 212.
alrededor de 1.500 personas22; por otra parte, de acuerdo con informes de
los comisarios del Santo Oficio de Lima, elaborados en 1641, los portugueses
del distrito del Tribunal alcanzarían a unos 450, sin contar los de las ciudades
de Lima y Buenos Aires23.
Los centros que les resultaban más atractivos eran los de Cartagena,
Lima, Potosí y Buenos Aires. Se dedicaban de preferencia al comercio (indis
tintamente al pequeño o gran comercio), aunque también había bastantes
que desempeñaban oficios artesanales (este tipo de trabajos les permitía
sortear con mayor facilidad las órdenes de expulsión de extranjeros dictadas
por las autoridades) e incluso no faltaban los que se dedicaban a trabajos
mineros o agrícolas24.
Birckel, op. cit., tomo V, p. 277. También, carta dd inquisidor Ordóñez citada en nota (201
(supra).
33 Birckel, op. cit., tomo V, pp. 278 y 279.
34 Medina, Lima..., op. cit., tomo I. cap. XV, y tomo II, cap. XVI. También Lucía García de
Proodian, Losjudíos cu América. Sus actividades cu tos virreinatos de Nitei ’a Castilla y Xuei 'a
Granada. S. XVI , Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Arias Montano,
Madrid, 1966, índice documental.
33 Medina, Cartagena..., op. cit., pp. 35 y 36.
36 Medina, Provincias del Plata, op. cit., pp. 158 y ss.
37 Antonio Rodnguez-Moñino, ‘ Pedro Mexía de Ovando, cronista de linajes coloniales”; en
Relieves de erudición (del Amadís a Coya), editorial Castalia, Madrid, 1959. Tam bién Julio
Caro Baroja. Los judíos en la España Moderna y Contemporánea, ediciones Istmo, Madrid,
1978, tomo III, p. 349-
mina en el auto ele fe de diciembre de 1625 en que salieron catorce judaizantes,
tres de los cuales fueron relajados.
- Los detalles del proceso en Medina. Lima.., op. cit.. tomo II. cap. XVIII. También, Paulino
Castañeda y Pilar Hernández, Im Irujitisicióti de Unía. edil. Deimos. i. II, Madrid, 1995, cap.
XIV. Una versión resumida de los acontecimientos en Seymour B. Liebman, “The great
conspiracy in Perú", The A meneas. vol. XXVIII, N° 2, 1971.
39 Antonio Domínguez O rtiz. Política y Hacienda de l ’elipe l\\ Editorial de Derecho Financiero,
Madrid, 1960, pp. 129 y ss.
40 Ib id., p. 130. F.1 indulto temporal se les concedió el 20 de junio de 102^; en él se establecía
que los conversos portugueses “podían confesar sus culpas contra la fe y ser reconciliados
sin otra pena".
41 Medina, Urna . . . . op. cit.. tomo II, pp. 42-43 V 101. Por lo demás, en los tribunales de la
península, en la misma época, nunca dejan de aparecer causas de judaizantes; al respecto
ver Joan Fierre Dedieu, “Les causes de foi de l'Inquisition de Toléde (1483-1820), Mélanges
de la Casa de Velázqnez. París, tomo XIV, p. 171.
actividad inquisitorial en España en esos años, no se ve con claridad que la
acción del Tribunal limeño haya respondido a unas directrices emanadas de
la Suprema en orden a acentuar la represión contra los judaizantes. Según las
investigaciones de Jaime Contreras, se detectan en el siglo X V II tres fases
significativas en la persecución de esos herejes: 1615-1625, 1640-1650 y 1655-
1Ó7042*4; de esto se desprende que las persecuciones efectuadas en Lima entre
1635 y 1636 quedan un poco al margen de la segunda fase que se da en la
península y que está muy relacionada con la separación de Portugal y la
caída del Conde Duque de Olivares. En todo caso, creemos que por ahora,
en lo que se refiere a la acción del Tribunal de Lima, no pueden descartarse
unas posibles orientaciones de la Suprema respecto a los falsos conversos'*3.
Por otra parte, también es factible que la represión limeña haya sido
producto de la propia iniciativa de aquel Tribunal. Pudo haberse iniciado
como uno más de los tantos procesos que instruía y que, al percatarse de sus
ramificaciones, decidió continuar hasta el final sin importarle las consecuen
cias. Hay que tomar en cuenta la actitud de permanente alerta en que estaba
el Tribunal ante la numerosa presencia de portugueses, por las fundadas
sospechas sobre su ortodoxia. Varios de los reos de la gran complicidad se
habían establecido en Lima pocos años antes de su detención. Por lo tanto,
es posible que en los años posteriores a 1625 se haya producido la llegada
de una nueva oleada de portugueses, que habría sido la que, finalmente,
motivó la acción inquisitorial1*. Con todo, no es menos cierto que entre los
,9 ¡hiel., lomo VI. p. 338. El control de los oficiales reales sobre la contabilidad que los tribunales
llevaban de las confiscaciones, penas y penitencias, estaba ordenado en la ley XII. lib. I, tic.
XIX. de la Recopilación ele Leyes de h u í i as.
V) Harry Cross, “Commerce and orthodoxy”, op. cit., pp. 155 y ss. Yara Nogueira Monteiro, en
“Os portugueses e a acao inquisitorial no Perú: aspectos de una perseguí cao política"
í Incjuisigcio: EnsaiossobreMentaliclacle, heresiase Arte. I Congreso internacional de InquisiQáo.
Universidade de Sao Paulo. Maio, 1987. Rio de Janeiro, 1992), sostiene que la represión
Con todo, el autor ele esa hipótesis no aporta testimonios directos que
permitan probarla. Los únicos elementos en los que se basa corresponden a
una nómina de comerciantes que eran familiares del tribunal, al hecho de
que los representantes del Consulado ocuparan lugares de privilegio en los
autos de fe y a las referencias que hacen funcionarios del Tribunal, en la
correspondencia con la Suprema, a las exitosas actividades mercantiles que
realizaban los encausados. En suma, nada sustancial y lodo a partir de fuen
tes secundarias. No descartamos que pudo darse algún tipo de influencia del
gremio de comerciantes sobre el Tribunal para que activara la represión y la
llevara hasta el fin. Pero por ahora no contamos con documentos que prue
ben ese hecho. Por otra parte, debe considerarse que el Tribunal no necesi
taba de incentivos externos para llevar una represión en gran escala de los
judaizantes. Estaba atento al problema de la migración portuguesa desde
hacía varios años. Se sabía por la experiencia peninsular que normalmente
se desenvolvían en comunidad y que los secuestros de sus bienes podían
resultar muy suculentos. Aun mas. siendo ya lo anterior de por sí incentivador
de la acción inquisitorial, habría que añadir las instrucciones de la Suprema
al Tribunal de Lima para que tuviese especial preocupación por la hacienda
de los judaizantes detenidos. Fueron emitidas el 22 de octubre de 1Ó35,
pocos meses después de haberse encarcelado a los primeros reos de la
conspiración y en ellas se advierte a los inquisidores que los “portugueses de
la nación ocultando las haciendas y libros y siendo mucho caudal que mane
jan, no se les halla cosa de consideración al tiempo de los secuestros”. Se
agrega que en vista de esa situación una vez capturados se les tome declara
ción sobre la hacienda que poseen y “juntamente se haga información del
crédito y opinión de la hacienda que cada uno presumiere que tiene y con
forme a lo que se probare, procederéis a las diligencias que parecieren nece
sarias hasta averiguar la verdad”. En suma, al decir de la Suprema, había que
evitar “los fraudes que hacen los de la nación en materia de hacienda", que
afectaban muy seriamente a los intereses del “real fisco de la Inquisición”*51.
El proceso se inició en agosto de 1634 con la denuncia realizada con
tra Antonio Cordero. Fue ingresado en las cárceles secretas en abril de 1635,
y a partir de esa fecha fueron apresadas numerosas personas, la mayoría de
inquisitorial contra los judaizantes en el Perú se enmarca en el contexto ele las antiguas
rivalidades luso-españolas y que el Tribunal de Lima actúa en armonía con la política seguida
al respecto por la Corona.
51 ANCH, Inquisición, vol. 39S. f 29 y 30. Carlas acordadas de 22 de octubre de 1635.
Por linaje de hebreos. Dibujo de Goya. Museo del Prado.
52
No hemos considerado a doña Mayor de Luna y a doña Isabel Antonia, madre e hija
respectivamente y esposas de comerciantes.
53 Medina, Unid..., up. cit., tomo II, p. 48. Cía reía de Proodian, op. c i t p. 101, nota.
5-í
Boleslao I.ewin, Fl Santo O ficio en América y el más grande proceso inquisitorial en el Perú,
Sociedad Hebraica Argentina, Buenos Aires, 1950, pp. ISO y 151.
55
Repara z , Os portugueses..., op. cit, pp. 87 y 12!.
56
María Hncarnación Rodríguez Vicente, ‘‘Juan de Cueva; un escándalo financiero en la Lima
virreinal", M ercurio peruano, núm. 454, Lima, 1965, p. 108.
57
Medina, Lima..., op. cit., tomo II, p. 150.
58
Reparaz, Os portugueses..., op. cit., pp. 105 a 109.
59
ib id., p. 105.
hombre rico, culto y religioso llegó a transformarse en el jefe espiritual ele la
comunidad de judaizantes; entre sus miembros era conocido con el nombre
de Capitán Grande o Nuestro Padre60. Fue relajado en persona, junto a su
cuñado. Al momento de su muerte tenía cuarenta y seis años de edad.
Manuel Bautista Pérez, antes de establecerse en Lima, se dedicaba al
comercio negrero entre Guinea y las Indias españolas (Cartagena y Nueva
España), actuando como armador y capitán de su propio navio61. Una vez en
Lima instala una tienda de ropa de Castilla en sociedad con Sebastián Duarte,
natural de Montemayor (Portugal). No obstante, su principal actividad será
siempre la trata de esclavos.
De la documentación inquisitorial se desprende que Manuel Bautista
Pérez mantenía relaciones comerciales con Lisboa, Sevilla, Luanda, México,
Veracruz, Guatemala, Panamá, Cartagena, Potosí y Santiago de Chile. En el
Perú mismo sus relaciones abarcaban Cañete, Huamanga, Moquehua, lea.
Pisco, Arequipa y Arica. Actuaba como consignatario de comerciantes esta
blecidos tanto en la península como en América. Así, por ejemplo, recibía
mercaderías de los hermanos Gaspar y Alfonso Rodríguez Pasariños, impor
tantes banqueros sevillanos que, al poco tiempo, también caerán en manos
de la Inquisición62; de Simón Váez de Sevilla (vecino de México); de Manuel
Fonseca Enríquez (vecino de Cartagena); de Antonio Justiniano (vecino de
Guatemala); de Bernabé Sánchez Garlón (vecino de Cartagena); de Sebastián
Váez de Acevedo (vecino de México); de Francisco de Lóp ez (vecino de
Sevilla), y de Francisco Díaz (vecino de Panamá)636 4*. En algunas ciudades
tenía sus propios agentes, como es el caso de Antonio Nunes Gram axo y de
Duarte de León en Cartagena61. A veces enviaba una persona de su confian
za a comprar mercancías directamente a los grandes centros comerciales;
entre 1626 y 1631 su cuñado fue dos veces a Cartagena a comprar esclavos6"*
y en 1631 comisionó a Simón Váez Enríquez para que fuera a Sevilla por
mercadería66. Entre los productos que comerciaba, aparte de los esclavos, se
71 Ibid. También Medina, Lima..., op. cit., tomo II, pp. 51-54-129 y 146. Repara/., op. c ii.t pp.
122 y 123. Entre los comerciantes sevillanos habilitadores de López y Acuña, se encuentran
Gaspar y Alfonso Rodríguez Pasariños, Jorge de Paz da Silveira, Henrique de Andrade,
Francisco Antunes, Simón Rodríguez Bueno, Francisco de Silva, Manuel Pereira y Mencía de
Andrade, viuda de Simón Fernández.
72 Medina, Lima .... op. cit., tomo II, pp. 68 y 135.
73 Reparaz , op. cit., p. 129. Medina, Lima ... op. cit., lomo II, pp. 55 y 145.
deudas y gastos de alimentación el tribunal pagó 6.327 pesos, quedándose
libre la suma de 43-638 pesos (apéndices). Al igual que otros comerciantes
de ascendencia portuguesa, sus negocios se orientaban de modo preferente
a la trata de esclavos"1.
Jorge de Silva traía mercaderías y esclavos desde Portobelo, que distri
buía por gran parte del territorio peruano. Hay referencias documentales
sobre negocios efectuados por él en Huara, Trujillo, Cañete, Pisco, lea y
Arequipa. Un hermano suyo. Juan Rodríguez Silva, actuaba como su agente
en la zona del istmo de Panamá. Sus actividades comerciales eran de bastan
te envergadura y en la trata de esclavos pasaba por ser un serio competidor
de Manuel Bautista Pérez; al parecer, ofrecía la venta de piezas con mayores
facilidades de pago que este último*5 *7^. El secuestro de sus bienes fue el
tercero en importancia que realizó el tribunal entre los reos de la complici
dad; en total cobró 162.267 pesos 5 reales y pagó a los diferentes acreedores
118.749 pesos 2 1/2 reales, quedándole la suma de 43.518 pesos 2 1/2 reales
(apéndices).
Enrique de Paz y Meló poseía tienda en la calle de los mercaderes en
sociedad con Francisco Gutiérrez Coca, que era familiar del Santo Oficio. Se
hacía pasar por natural de Madrid y además se había cambiado de nombre.
Era muy bien considerado en los círculos sociales de Lima. El volumen de
sus negocios era considerable y entre sus clientes, a los que entregaba mer
caderías a crédito, se encontraban personajes de relieve, como el doctor
Diego Mexía, abogado del Santo Oficio; el obispo de Huamanga, Gabriel de
Zarate; el obispo de Arequipa, Pedro de Villagómez; el oidor de la Audiencia
de Lima, Dionisio Pérez Manrique; y el fiscal de la misma, Andrés Barahona
Yncinillas/<1. El tribunal le secuestró bienes por un total de 179-740 pesos y
1/2 real, empero debió pagar a sus diferentes acreedores la elevada suma de
176.349 pesos 7 1/2 reales, reduciéndose, en consecuencia, lo efectivamente
confiscado a 3 391 pesos. En todo caso su secuestro fue el más importante
realizado, aparte del de Manuel Bautista Pérez y su socio77.
(de treinta y nueve años). El primero de ellos tenía relaciones comerciales con Tierra Firme
y Alto Perú; entre sus actividades se destacaban la trata de esclavos y la venta de lana de
vicuña, en la que aparece vinculado a Manuel Henríquez, que también fue apresado por
judaizante en 1635, aunque su causa se alargó hasta 1656. El producto de los bienes
secuestrados a Antonio Gómez alcanzó a 30.925 pesos, 3 reales. Por concepto de alimentación
en las cárceles secretas y cobranzas de acreedores el tribunal pagó 19.229 pesos, alcanzando
la confiscación a 11.695 pesos 6 1/2 reales. (Ver apéndices. Medina, Lima..., op. c it ., tom o II.
PP 55 y 130. Reparaz, op. cit., pp. 132 y 133. García de Proodian, op. cit., p. 466).
Rodrigo Váez Pereira estaba casado con Isabel Antonia Morón (hija de portugueses), que
también salió en el auto de fe de 1639; los padres de ella fueron igualmente procesados por
el tribunal. Váez tenía negocios en el Alto Perú, Cuzco y Huancavelica; estaba asociado con
sus primos Simón Fernández Tristán y Manuel de Paz Estravagante. A Rodrigo Váez se le
secuestraron bienes por 26.856 pesos 3 1/2 reales y el tribunal debió pagar a los acreedores
20.631 pesos 6 reales, quedándole 6.224 pesos 5 1/2 reales. (Ver apéndices. Medina, Unía...,
op. c/Y..torno II, pp. 55 y 151. Reparaz, op. cit., pp. 125 y 126).
78 Ver apéndices. La condición de hombres con escasos recursos económ icos no sólo estaba
dada por el monto de lo secuestrado, sino también por el tipo de actividad que realizaban y
que es reseñada por los inquisidores en documentos a la Suprema; al respecto, Medina,
Lima..., op. cit., tomo II, cap. XVIII. Hubo once condenados a los que no se les encontraron
bienes; ellos son:
algunos arrendaban cajones en la plaza pública de Lima y otros efectuaban
un comercio itinerante con la zona de Panamá; el producto de los secuestros
de que fueron víctimas fluctúa entre los 16.000 y 5.000 pesos. Entre estos
comerciantes podemos citar a Melchor de los Reyes (tenía cajón en la plaza
y le secuestraron 12.314 pesos i reales)70, a Francisco Nuñez Duarte y su
socio y hermano Gaspar Núñez (tenían tienda en la calle de los mercaderes),
a Bartolomé de León (pariente de Diego López de Fonseca y arrendatario de
tienda, por la que pagaba 230 pesos al año)80, a Luis de Lima (mercader
itinerante y hermano de Mateo de la Cruz) y a Amaro Dionis Coronel (había
llegado de Cartagena “con negocio propio y ajeno”), que tenía relaciones
con Manuel Bautista Pérez81.
En cuanto a los procesados por esta complicidad, también puede resul
tar de interés destacar (antes de continuar con el análisis de las confiscacio
nes) otros aspectos relacionados con las actividades que realizaban. Uno se
refiere a los vínculos de parentesco que se daban entre ellos. Así tenemos
que un buen número aparece formando sociedades con parientes; con todo,
este era un fenómeno que no sólo se daba en el caso de los comerciantes
conversos, pues existía una inclinación general en dicho sentido entre los
hombres de negocios, debido a la confianza que generaba ese tipo de vínculos;
no obstante, en lo referente a los judaizantes tal situación se veía acentuada
por su particular tendencia endogámica. Un ejemplo de esas negociaciones
lo encontramos en el caso de Manuel Bautista Pérez y Sebastián Duarte.*
h“ Medina. Lima..., op. cit ., tomo II, cap. XVIII. También podemos citar el caso de los hermanos
Espinosa; Manuel, Antonio y Jorge, que junto con el primo Fernando Espinosa Hstévez,
tenían estrechas relaciones comerciales.
H- Se trata de Enrique de Paz y Meló, que era socio de Francisco Gutiérrez Coca, familiar del
Santo Oficio, y de Fernando Espinosa el Largo, socio de Lucas I lurtado de la Palma (Medina,
Urna..., op. cit., tomo II, pp. 57 y 68).
8Í Medina, Lima..., op. cit., tomo II, p. 48.
85 ANCH, Inquisición, vol. 331, fols. 75 a 103 y 153 a 163- También ANP (Archivo Nacional del
Peni), sección Inquisición, siglo XVII, Icg. 39, sin foliar. Abecedario de las personas que
entregaron plata al receptor Pedro Osorio del Odio p o r cuenta de lo que debían a la hacienda
de Manuel Bautista Pérez conforme a los recibos que... en los autos del secuestro de la dicha
hacienda.
Según la documentación oficial del Tribunal de Lima (disponible hasta
1649), al conjunto de los judaizantes condenados en el auto de fe de 1639 le
fueron secuestrados 1.297.4 10 pesos, de los cuales se pagaron a los acreedo
res y se gastaron en alimentación de los reos un total de 896.285 pesos y 3
reales86. En definitiva, el tribunal percibió por concepto de confiscaciones
401.124 pesos 6 1/2 reales; esta suma fue recaudada entre los años 1635 y
1649 por los receptores Pedro Osorio y Esteban Ibarra; el primero de ellos,
hasta el 23 de julio de 1642, ingresó en arcas inquisitoriales 315.386 pesos, y
el segundo, hasta finales de 1049, logró colectar 85.738 pesos.
El total de lo secuestrado es a todas luces una cifra importante. Sin ir
más lejos, es superior al monto que habría alcanzado la quiebra del reputado
banquero Juan de la Cueva en 1635, que trastornó notoriamente el comercio
virreinal8 . Otro indicio acerca de la significación de los secuestros nos lo po
demos formar comparándolos con las cifras que registran las remesas de me
tales preciosos enviados desde Lima a la metrópoli por las Cajas Reales; el total
de lo secuestrado a los judaizantes es, más o menos, equivalente a las remesas
enviadas anualmente entre los años 1616-1619 y 1627-1630, y es inferior en
cerca de un millón de pesos a las que se remiten entre 1637 y 163988.
La magnitud de las cifras de los secuestros explica, en gran medida, la
preocupación que manifestaron las autoridades virreinales frente a la com
plicidad. El propio virrey conde de Chinchón compara esa incidencia, por el
daño que habría reportado, con el hundimiento de la Armada89. Asimismo,
la Real Audiencia, en carta de 18 de mayo de 1636, señalaba que “con oca
sión de las haciendas que se han embargado ha quedado tan enflaquecido el
comercio que apenas pueden llevar las cargas ordinarias”90.
Por otra parte, si bien el monto de lo secuestrado es considerable, no
ocurre lo mismo con lo efectivamente confiscado. La cantidad de 401.124
Hí> AHN, sección Inquisición, le#. 4.797. exp. 6, informe del tribunal sobre las confiscaciones a
los judaizantes que salieron en los autos de fe de 1639 y 1641, según las cuentas del receptor
Pedro Osorio. También ANCH, Inquisición, vol. 339 y 435, cuentas de la receptoría del
Tribunal de Lima de los años 1642-45 y 1645-49. Ver apéndices.
hi Según Encarnación Rodríguez Vicente, op. cit., p. 109, la quiebra habría alcanzado a 1.068.248
pesos.
88 Carmen Báncora Cañero, “Las remesas de metales preciosos desde el Callao a España en la
primera mitad del siglo XVII”, Revista de Indias, núm. 75, 1959, páginas 85 y 86.
h<; Relaciones de los virreyes v Audiencias que han gobernado el Perú (Relación del conde de
Chinchón), imprenta de M. Rivadeneyra, Madrid, 1871, tomo II, p. 89.
,Ji’ Medina, Lima..., op. cit., tomo II, p. 67.
pesos 6 1/2 reales no parece tan importante, sobre tóele; considerando la
gran diferencia existente con respecto a la suma generada por los secuestros.
Lo que en último término ingresó en las arcas inquisitoriales equivale sólo al
30,91 por ciento de lo secuestrado.
Con todo, si esa suma la comparamos con los ingresos por confisca
ciones obtenidos por algunos tribunales peninsulares de los que poseemos
información, no resulta pequeña y, por el contrario, puede decirse que es de
gran magnitud. Así, por ejemplo, el tribunal de Córdoba, entre los años 1652-
1655, que corresponden a un período de intensa represión del cripto-judaís-
mo, obtuvo 191.544 pesos91. A su vez, el tribunal ele Llerena recaudó 154.491
pesos entre los años 1706 y 1727, que coinciden con la última gran persecu
ción de judaizantes en España92. Las cifras que da Henry Kamen sobre otros
tribunales son inferiores a las ya citadas, aunque todas se refieren al siglo
XVI y a una etapa de actividad inquisitorial relativamente escasa ( i 535-1543)93.
A pesar de lo anterior, las confiscaciones limeñas de “la gran compli
cidad" no resisten una comparación con las que sufrieron algunos asentistas
y grandes hombres de negocios judío-portugueses en tiempos de Felipe IV.
En efecto, al asentista Manuel Fernández Pinto, en 1 6 3 6 , se le habían confis
cado 300.000 ducados (412.500 pesos)94. Al comerciante de Granada Diego
de Saravia le embargaron más de 250.000 ducados (343.750 pesos)95. A los
ya citados Gaspar y Alfonso Rodríguez Pasariño, el Santo Oficio les confiscó
más de 100.000 ducados (137.500 pesos)96.
No cabe duda que el Tribunal de Lima desembolsó por concepto de
alimentación y deudas de los reos la cifra que figura en sus cuentas; éstas
fueron debidamente revisadas y aprobadas por los contadores e inquisidores
del tribunal y por el contador general de la Suprema97; además, resulta muy
poco probable la adulteración de las cuentas, por cuanto habría sido necesa
ria la falsificación de algunos concursos de acreedores, que para llevarse a la
91 Henry Kamen, “Confiscation in the Economy o í The Spanish Inquisition", The E con om ic
History Review. Second series, vol. XVIII, núm. 3, december 1965, p. 515.
92 Ibid. También Kamen, La Inquisición ..., op. cit., p. 241.
9- Kamen, “Confiscations...," op. cit., pp. 514 y 515, y La Inquisición..., op. cit., p. 168.
94 Caro Baroja, op. cit., tomo II. p. 67.
95 Ibid., p. 78.
96 Kamen, La Inquisición..., op. cit., p. 236.
9~ ANCH, Inquisición, vol. 432, penúltimo folio y vol. 435. También AUN, Inquisición, leg.
4.800. caja 1, informe del contador general de la Suprema, de 9 de diciem bre de 1649.
práctica requerirían de la confabulación de muchos funcionarios» incluido
por lo menos un inquisidor.
Una parte considerable de los dineros que el tribunal pagó a los aeree-
clores de los reos salió del Peni: hay que tomar en cuenta, como ya lo hemos
señalado, que estos comerciantes operaban recibiendo y entregando merca
derías a consignación o a crédito y que sus principales centros de abasteci
mientos los tenían en la zona del istmo y en la península; de una lista de 37
acreedores de Manuel Bautista Pérez, que figura en un volumen del fondo
Vicuña Mackenna del Archivo Nacional de Chile, 14 residían en aquellas
regiones989*; también podría agregarse como ejemplo el caso ya citado de los
socios Diego López de Fonseca y Antonio de Acuña, cuyos secuestros, que
alcanzaron a más de 80.000 pesos, fueron casi íntegramente remitidos a sus
habilitadores peninsulares.
Ahora bien, ¿cuál lúe el destino de los dineros confiscados? Parece
más o menos claro que tales dineros quedaron exclusivamente en poder del
Santo Oficio. El rey, al tanto de las incidencias de la gran complicidad por
informes del conde de Chinchón, expidió una real cédula, el 30 de marzo de
1637, en la que hacía presente al Tribunal de Lima que, de lo confiscado a
los reos, restituyese a su hacienda los dineros que se habían sacado para
pagar los salarios que percibían los ministros1’0. Sin embargo, de acuerdo con
las evidencias de que se dispone, da la impresión de que el tribunal no
cumplió con lo ordenado; en los documentos inquisitoriales que hacen refe
rencia al destino de los fondos confiscados no figura ninguna partida que
haya ido a parar a las Cajas Reales.
Las cuentas que informan sobre la utilización de los dineros prove
nientes de las confiscaciones son bastante confusas, sobre todo porque for
man una sola unidad con lo obtenido de los reos que salieron en los autos
de fe de 1639 y 16-41; aparte de esto, también hay que considerar que las
cuentas fueron elaboradas por dos receptores: Pedro Osorio del Odio, que
terminó su período en el año 1642, y Esteban Ibarra, que cubre con las suyas
hasta 1649-
1 AHN, Inquisición, leg. 4.797, exp. 6, informe del tribunal sobre las confiscaciones a los
judaizantes que salieron en los autos de fe de 1639 y 1641, según las cuentas del receptor
Pedro Osorio. También ANCH, Inquisición, vols. 339 y 435, cuentas de la receptoría del
Tribunal de Lima de los años 1642-45 y 1645-19.
1,11 AHN, Inquisición, leg. 4.800, caja 1, informe del contador general de la Suprema, de 9 de
diciembre de 1649.
102 ANCH, Inquisición, vol. 433, fols. 88 a 90, cuenta de receptoría del Tribunal de Lima.
103 I b i c i nota [101 ].
ANCH, Inquisición, vol. 339, fol. 193,
ANCH, Inquisición, vol. 435, fol. 86 y 89. Cabe hacer notar que el receptor Esteban Ibarra,
por instrucciones del Consejo, además envió 6.000 pesos ensayados anuales a la metrópoli,
a partir de 1645. Este dinero estaba destinado “para la paga y sustentación de las compañías
de infantería y caballería de los ejércitos de su majestad y soldados de presidio para la
restauración de Cataluña y Portugal, que están a cargo de los dichos señores del Consejo,
por ser lan del servicio de Dios nuestro Señor y defensa de nuestra Santa Fe”. Tam bién, por
una vez, en 1649, hizo llegar al Consejo Supremo 9.000 pesos ensayados, que éste había
pedido "para socorro de necesidades". Por lo que se desprende de ciertos indicios, estos
dineros no se habrían sacado directamente de las confiscaciones, más bien habrían salido de
los superávit que tenía la tesorería del tribunal, producto de los capitales invertidos. Con el
tiempo, aquellas remesas al Consejo se hicieron permanentes, aunque su objetivo cambió
una vez que la finalidad primitiva dejó de tener sentido; serán los miembros de la Suprema
En definitiva, hasta fines de 1649 se habían invertido alrededor de
410.000 pesos provenientes de las confiscaciones de 1639 y 1641. La diferen
cia entre aquella suma y lo recaudado fue mantenida en las arcas del tribunal
para cancelar a los acreedores de los bienes confiscados que aún quedaban;
según el receptor Ibarra, lo que se destinaba a este efecto iba a resultar
insuficiente para responder a las obligaciones que se vislumbraban*106.
Resumiendo, parece evidente que el gran beneficiado con las confis
caciones fue el propio Tribunal de Lima, que logró colocar alrededor de
360.000 pesos en nuevos censos, con lo cual vino a mas que duplicar el
capital destinado a ese tipo de inversiones, pues hacia 1630 alcanzaba a
cerca de 233.927 pesos107. El resultado de esto fue un aumento espectacular
de los ingresos anuales de la tesorería inquisitorial, ya que el total de los
censos, puestos al 5 por ciento, podían generar una renta cercana a los
25.000 pesos, considerando un margen por atrasos y no pago de réditos108.
Si a este hecho se le unen los ingresos de las “canonjías supresas” (sistema
puesto en práctica alrededor de 1630)109, tenemos que el tribunal podía
percibir, hacia mediados del siglo X V II, alrededor de 40.000 pesos anuales.
Unos ingresos de tal magnitud, unidos a unos gastos inferiores a aquellos,
transformaron al Santo Oficio de Lima, en el lapso de breves años, en uno de
los que lleguen a beneficiarse con esos envíos, que tendrán el carácter de una consignación
fija anual obligatoria para todos los tribunales provinciales.
106 ANCH, Inquisición, vol. 435, fol. 98. El tribunal calculaba, en julio de 1652, en cerca de
700.000 pesos las resultas por cobrar de los condenados en confiscación, pero al mismo
tiempo estimaba que la casi totalidad estaban perdidas, salvo una mínima parte (ANCH,
Inquisición, vol. 340, fols. 340 y 341).
107 Birckel, op. c it ., tomo VI. p. 350.
,0H Así, por ejemplo, en la cuenta de receptoría que corresponde al período que va del 22 de
enero de 1674 a 22 de enero de 1676, los ingresos por censos alcanzaron un promedio anual
de 24.792 pesos (ANCH, Inquisición, vol. 342. fol. A).
109 Desde comienzos del siglo XVII la Corona buscaba la forma de desprenderse de la pesada
carga que le significaba la subvención a los tribunales inquisitoriales americanos; en 1627
obtuvo del Papa la autorización para extender a las Indias el sistema de la canonjía “supresa",
que desde la época de los Reyes Católicos beneficiaba a los tribunales metropolitanos; de
acuerdo con dicho sistema le fueron asignados al Tribunal de Lima los ingresos de un
canonicato de ocho iglesias catedrales del distrito virreinal. Más detalles sobre el particular
en Rene Millar Carvacho: La Inquisición de I.inm en los siglos XVIII y XIX, tesis doctoral,
Facultad de Geografía e Historia, Universidad de Sevilla, 1981. inédita.
Los ingresos provenientes de las canonjías "supresas” alcanzaron a 13-928 pesos de promedio
anual en el período 1654-57 (ANCH, Inquisición, vol. 340, fol. 33) y a 12.819 en el período
1674-76 (ANCII. Inquisición, vol. 342, fol. A).
los tribunales inquisitoriales económicamente más saneados ele cuantos exis
tían110. Esta situación excepcional se logró en la medida que los dineros
confiscados quedaron en su mayor parte en Lima; otros tribunales que reali
zaron confiscaciones más importantes que la analizada no siempre pudieron
disponer a su favor de una proporción tan considerable de lo recaudado111.
De aquella prosperidad, como lo hemos señalado, también se benefició
el Consejo Supremo, tanto por recibir algún dinero directamente de las confis
caciones como por la instauración de una consignación permanente con pos
terioridad a 1650, que debía salir de las rentas sobrantes de la tesorería limeña112.
Todo esto, en cierto modo, vendría a confirmar lo expresado por
Henry Kamen en cuanto a que las confiscaciones habrían beneficiado de
preferencia a los tribunales provinciales y en segundo término a la Suprema,
después de una primera etapa, que correspondería al reinado de los Reyes
Católicos, en que el mayor provecho lo habría obtenido la Corona113.
También es importante notar que el Tribunal de Lima, gracias a la
magnitud de los ingresos propios, pudo consolidar su independencia frente
a las autoridades civiles del virreinato. Como ya lo hemos expresado, desde
que fue establecido en 1570 había dependido para su funcionamiento de
una subvención real. Este hecho permitía una injerencia de los funcionarios
de la Corona en determinados aspectos de la vida del tribunal, sobre todo
financieros. La gran aspiración de los inquisidores fue siempre poner térmi
no a aquella dependencia y en buena medida lo consiguieron al hacerse
extensivo a América, hacia 1630, el sistema de la “canonjía su presa’*, como lo
reconoce el virrey conde de Chinchón11 ‘. Luego, con los importantes ingre
sos obtenidos de las confiscaciones, esa situación se afianzó definitivamente.
Asimismo, es interesante consignar que debido a la gran represión
iniciada en 1635, la colonia de judaizantes limeña, principalmente de origen
portugués, desapareció como grupo significativo de la vida del virreinato.
Después de 1645 los procesados por ese delito disminuirían en forma noto
ria y sólo ocasionalmente y en forma aislada figurarán en algún auto de fe.
1,0 Desde mediados del siglo XVII la mayoría de los tribunales metropolitanos presentaban
déficit financieros casi permanentes; al respecto, Kamen, La Inquisición.... op. cit.%pp. 163 y
sigs.; también Millar Carvacho, La Inquisición..., op. cit.,
111 Kamen, “Confiscations...", op. cit., p. 513-
1,2 Ver nota [1051.
113 lbid., nota [111).
1,4 Relación del virrey conde de Chinchón , op. cit, tomo II, p. 74.
. oreuiintarse por las consecuencias que los secues-
Finalmcntc. cabria 1 1 ^
r. . . n tenido para el comercio limeño. En verdad,
tros y confiscaciones ludMU
resulta/ difícil
..r. .. poder , resp onnderu^
con precisión
i a esa interrogante. Es indudable
, ... en el tiempo entre la persecución inquisitorial a
que hay una coincidencia 1 1
,los .judaizantes
, . poriuguesL- -,*s \-• un deterioro que
1 1se presenta en la actividad
comercial, del , , virreinato;
. , ,*í>n
<-ÍM todo, las dificultades que sufría ese sector de la
economía peruana eran m importantes
’l con anterioridad al descubrimiento de
“la gran complicidad"; en ^ c a o . desde comienzos del siglo XVII. y coinci
diendo con la fundación del tribunal del Consulado de Lima, se detectan
diversas manifestaciones en ese sentido, como son las frecuentes quiebras
de comerciantes, que culminan en la del banquero Juan de la Cueva, que fue
la más importante de todas11*. Los comerciantes peruanos atribuían esas
dificultades al contraband o que los portugueses efectuaban sobre todo des-
de el Río de la Plata*110 En consecuencia, es evidente que no hay una rela
ción de causa efecto entre la represión ele la Inquisición a los comerciantes
portugueses y la decadencia del comercio limeño; no obstante, parece tam-
bien incuestionable que los secuestros y confiscaciones de que fueron vícti
mas aquéllos contribuyeron a agravar el ya menoscabado estado general del
comercio virreinal.
Por otra parte, este fenómeno nos lleva a pensar que, de ser otra la
coyuntura económica de la época, la Inquisición de Lima pudo haber obte
nido unos ben eficios aún mayores de estas confiscaciones.
115
Ihid., p. 88. lambién María Encarnación Rodríguez Vicente: 1¿1 trib u n a l del Consulado de
Urna en la prim era mitad del si^/u X\71. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1960. pp. 27 y
28.
110 Harry Cross, op. cit., pp. 1S(>1S7
A péndice
i
C uentas df. l o s secu estro s y c o n f is c a c io n e s
R e c e p t o r í a d e P e d r o O s o r i o del O d io
1. Acuña, Antonio y
Lope?. Fonseca, Diego 79.000p 7r 78.343p 7r 657 p
2. Ace vedo, Jerónim o 8.283p 3 l/2r 3 933p 2 l/2r 4.347p Ir
1 7 . G ó m e z d e A c o s t a , B a lta s a r 1 .3 0 3 p 7 l / 2 r 4 9 1 p I r 2 1 2 p 6 i 2 r
1 8 . L e ó n , B a r t o l o m é d e 1 2 .1 5 2 p 6 r 1 2 .0 2 7 p 3 r 12 1p ,3 r
1 9 . L im a , J u a n d e 3 - 4 2 5 p 5 r 1 - 9 7 3 p 3 r 1 .4 5 2 p 2 r
2 0 . L im a , L u is d e 10 .6 l 2 p 6 l / 2 r 8 .l 6 6 p 2 . i t 6 p 6 1 i r
2 1 . L ó p e z M a to s , J u a n 4 0 0 p 2 9 p .3 7 1 p
2 2 . L o r e n z o , E n r iq u e 8 .9 0 5 p 4 r 1 0 .4 3 2 p 7 r
2 3 . M a ld o n a d o d e S ilv a ,
F r a n c is c o 4 0 0 p I 6 8 p 3 r 2 3 l p 5 r
2 4 . M á r q u e z M o n te c in o s ,
F r a n c is c o 3 .6 7 9 p 6 r 3 .6 8 2 p 2 r
2 5 . M a to s , M a n u e l L u is 1 .4 7 4 p 1 .1 3 1 p 7 r 3 4 2 p i r
2 6 . N ú ñ e z , P a s c u a l 1 .5 8 0 p 5 r 1 .4 9 9 p 6 r 8 0 p 7 r
2 7 . N ú ñ e z d e E s p in o z a ,
E n r iq u e y L u n a , M e n c ía d e 2 .3 5 1 p 5 l / 2 r 1 .6 7 2 p 6 7 8 p 6 1 / 2 r
2 8 . N ú ñ e z D u a r te , F r a n c is c o 9 .2 7 8 p 6 l / 2 r 5 .6 0 0 p 2 r 3 .6 7 8 p l / 2 r
2 9 . N ú ñ e z D u a r te , G a s p a r
( s o c i o d e ¡ a n te r i o r ) 5 0 4 p 7 r 5 0 4 p 7 r
3 0 . P a z E s tr a v a g a n te ,
M a n u e l d e 1 .1 (D p 5 r 4 3 p 4 r 1 .0 6 2 p I r
3 1 . P a z y M e ló , E n r iq u e d e l ó 9 .9 4 5 p 3 l / 2 r l 6 2 .5 4 5 p 1 l / 2 r 7 . 4 0 5 p 2 r
3 2 . P é r e z . M a n u e l B a u tis ta ,
y D u a r t e , S e b a s tiá n 3 8 1 .3 4 2 p 7 r 2 2 1 .1 3 6 p 7 r 1 6 0 .2 0 6 p
3 3 . R e y e s , M e l c h o r d e lo s 5 .5 8 2 p 4 r ó .I O l p 3 r 4 8 1 1") 1 r
3 4 R o d r íg u e z , P a b l o 1 3 6 p 7 r 1 3 6 p 7 r
3 5 . R o d r í g u e z A r ia s ,
F r a n c i s c o 1 1 .2 6 0 p 2 .8 3 9 p 8 . Í 2 1 p
36. Rodríguez de Silva, luán 2.3()~p ór 1.1" tp "r 1.132p"r
45 bienes mostrencos
(corresponden a los
bienes en que no se
sabe el secuestro
a que pertenecen) 19Sp 2r 198p 2 r
ii
C uentas de los sec u estr o s y c o n f is c a c io n e s
A LOS JUDAIZANTES QUE SALIERON EN EL AUTO DE FE DE 1 6 3 9 -
P er ío d o s 1 6 4 2 - 4 5 y 1 6 4 5 - 4 9
5. Cruz, Mateo de la — — —
—
G a s p a r 3 9 - i p 6 r 7 1 p 2 r — —
1 5 . F e r n á n d e z V e g a ,
A n to n io 4 . 2 l 6 p 5 r 4 .7 3 5 p 5 r 2 .0 7 1 p 4 r 2 0 0 p
1 6 . G ó m e z d e A c o s t a ,
A n to n io 2 .9 8 7 p 7 r 3 .8 9 6 3 r 2 .3 0 7 p 3 r 5 8 4 p 2 l / 2 r
1 7 . G ó m e z d e A c o s t a ,
B a lta s a r 3 0 8 p 6 r — 7 4 p 2 r 4 4 p 7 r
1 8 . L e ó n , B a r t o l o m é d e 1 4 p — — —
1 9 . L im a , J u a n d e 3 8 8 p -ir 3 r 5 0 0 p —
2 0 . L im a , L u is d e 1 .5 6 2 p 2 r — ■ 3 9 1 p 4 r —
2 1 . L ó p e z M a to s , J u a n 9 9 3 p 4 r I .3 6 0 p 1 .8 9 7 p I r 1 .6 6 5 p
2 2 . L o r e n z o , E n r i q u e 7 7 l p 3 r 9 3 6 p 7 r 1 .1 7 7 p 5 r 1 .2 7 7 p 6 r
2 3 . M a ld o n a d o d e S ilv a ,
F r a n c i s c o 3 9 9 p 7 r — — —
2 4 . M á r q u e z M o n t e e m o s ,
F r a n c i s c o 3 - 5 9 9 p 6 r — lO p lO O p
2 5 . M a to s , M a n u e l L u is — — 4 0 p 4 r —
2 6 . N ú ñ e z , P a s c u a l 6 4 p — 2 3 p 3 r —
2 7 . N ú ñ e z d e E s p i n o z a , E n r i q u e ,
y L u n a , M e n c í a d e — ____
8 5 p 7 r 5 7 p 5 r
2 8 . N ú ñ e z D u a r t e , F r a n c i s c o 5 .9 3 7 p —
1 .0 1 4 p 7 r —
2 9 . N ú ñ e z D u a r t e , G a s p a r
( s o c i o d e l a n t e r i o r ) 8 5 p — 8 p —
3 0 . P a z E s t r a v a g a n t e ,
M a n u e l d e 5 9 p 5 r — 1 .6 5 3 p 5 r 6 6 5 p
3 1 . P a z y M e ló , E n r i q u e d e ó .2 ó 2 p 3 r 1 3 .8 0 4 p ó r 3 - 5 3 3 p I r —
3 2 . P é r e z , M a n u e l B a u t i s t a ,
y D u a r te , S e b a s t i á n 4 9 .6 1 l p 7 r 1 7 .7 9 4 p I r 3 1 .6 6 l p 1 0 .8 1 5 p I r
3 3 . R e y e s , M e l c h o r d e lo s 4 6 p — 6 .6 8 6 p 1 1 5 p
3 4 . R o d r í g u e z , P a b lo — — 1 .7 8 5 p ir 3 0 p
3 5 . R o d r í g u e z A r ia s ,
F r a n c i s c o 1 8 9 p 7 r 4 .8 2 6 p 7 r 6 9 p 2 ( J 0 p
3 6 . R o d r í g u e z d e S ilv a , J u a n 3 2 3 p 4 r — 2 12 p I r
3 P
3 7 . R o d r íg u e z D u a r t e , J u a n 5 .2 8 9 p 5 .l 6 4 p 2 p 2 2 p
3 8 . R o d r íg u e z P e r e ir a ,
G a s p a r 5 6 8 p ___ 7 3 p 4 r 2 .2 5 3 p 3 r
3 9 . R o d r íg u e z T a v a r e s , J o r g e — — 3 0 p 2 r 3 0 l p 3 r
4 0 . S ilv a , J o r g e d e 1 2 .9 9 8 p 3 r 4 4 7 p 4 r 9 .4 6 3 p 4 r 9 . 1 6 7 p I l / 2 r
4 1 . V á e z E n r íq u e z , G a r c ía 8 0 4 p 7 r 3 3 3 p 2 r 3 p
4 2 . V á e z P e r e ir a , R o d r ig o ,
y M o r ó n , I s a b e l A n to n ia 4 5 7 p 2 r — 8 7 4 p 1 .8 9 1 p 2 r
4 3 . V e g a , A n to n io d e 4 8 4 p 2 r — 2 l 6 p 6 r 1 5 6 p 7 l / 2 r
4 4 . V e g a , L u is d e 1 0 4 p 7 r
— 9 p 4 r
—
4 5 . B i e n e s m o s t r e n c o s 7 7 9 p I r — 1 7 3 p 7 r I 6 2 p
T o ta le s 1 0 6 .6 3 2 p 3 r 5 4 .6 4 7 p I r 7 1 .9 8 4 p 3 8 .2 2 9 p 4 l / 2 r
F u e n te : A N C H , I n q u is ic ió n , v o l. 3 3 9 , f. 5 2 a 1 0 7 y 1 4 3 a 1 7 1 ; v o l . 4 3 5 , p l i e g o 2 3 a 4 8
y 6 9 a 8 1 .
A péndice
iii
T otal he lo secuestros y confiscaciones
A LOS J U D A I Z A N T E S Q U E S A L I E R O N EN EL AUTO DE FE DE 1Ó39
a.Sa-tp 6r
1,0"?5p 7r 3-468p 7r
13. Fernández, Jerónim o
4 . 17 1p 6 r 355p l/2 r
14. Fernández Coutiño, Gaspar -».520p 6 l/2 r
4.314p Ir 2.340p 3r
19. Lima, Juan de 1.973P 6r
4.4OOp 4 l/2r
20. Lima, Luis de 12.566p 4 l/2r 8 . 1 6 óp
236p 5r
21. López Matos, Juan 3.290p 5r 3-054p
3 9 . R o d r íg u e z 'l a v a r e s , J o r g e 4 .4 0 9 p I r 4 .2 8 0 p I r 1 2 9 p
4 0 , S i l v a , J o r g e d e 1 6 2 .2 6 7 p 5 r 1 1 8 .7 4 9 p 2 l / 2 r 4 3 .5 1 8 p 2 l / 2 r
4 l . V á e z E n r í q u e z , G a r c í a 1 . 9 6 1 p 5 r 6 *t p 3 r 1 .8 9 7 p 2 r
4 2 . V á e z P e r e i r a . R o d r i g o ,
y M o r ó n , I s a b e l A n t o n i a 2 6 .8 5 6 p 3 l / 2 r 2 0 .6 3 1 p 6 r 6 .2 2 4 p 5 l / 2 r
4 3 . V e g a , A n t o n i o d e 2 .4 5 9 p 1 l / 2 r 1 .1 9 2 p 2 l / 2 r 1 .2 6 6 p 7r
4 4 . V e g a , L u i s d e 3 .5 0 3 p 3 l / 2 r 1 .0 1 3 p 2 r 2 .4 9 0 p 1 l / 2 r
4 5 . B i e n e s m o s t r e n c o s 1 . 1 5 1 p 2 r 1 6 2 p 9 8 9 p
T o ta le s 1 .2 9 7 .4 lO p 1 1 / 2 r 8 9 6 .2 8 5 p 3 r 4 0 1 . 1 2 4 p 6 l / 2 r
F u e n t e : A p é n d i c e s I y II.
Los conflictos de competencia*
Este trabajo se publicó originalmente en la Reeista chilena de Historia del Derecho, N ’ 12.
Santiago, 1986.
i Henry Charles Lea: Historia de ¡a Inquisición española. Eundación Universitaria Española,
Madrid, 1983. t. 1. p 399.
consecuencia de esto, la institución a la que se había asignado específicamente
ese deber tenía la preeminencia sobre todos los demás cuerpos del Estado2.
No obstante lo anterior, también hay que considerar la obligación que tenía
toda autoridad con jurisdicción de velar porque ella no sufriera menoscabo;
debido a esto los diferentes jueces lucharon con denuedo en defensa de sus
fueros y privilegios34
.
Los conflictos jurisdiccionales, para el caso español, han sido estudia
dos especialmente por Henry Charles Lea1 y también por Juan Antonio
Llórente5. Entre los autores contemporáneos habría que mencionar a García
Cárcel con sus trabajos sobre el Tribunal de Valencia6.
Con respecto al Tribunal de Lima, las obras de José Toribio Medina
contienen bastante información7. Asimismo, tiene utilidad la obra de Lea8,
aunque no siempre su información es correcta. También debemos destacar
un artículo de Benjamín Vicuña Mackenna, dedicado específicamente al es
tudio de un conflicto jurisdiccional que se plantea en Chile, en el siglo XVII9;
este artículo tiene la significación de ser uno de los primeros trabajos histó
ricos que se elabora sobre la Inquisición de Lima.
Nuestro objetivo, en este estudio, consiste en determinar y sistemati
zar los diferentes factores que provocan las competencias en que se ve en
vuelto el Santo Oficio de Lima. Igualmente nos interesa precisar y analizar
los ritmos que se dan en la lucha permanente del Tribunal por la defensa de
sus prerrogativas y de su jurisdicción.
2 Ibid.
Los inquisidores de Lima, en una carta a la Suprema del año 1657, a propósito de una
competencia con la Audiencia, expresan: “Obligación es del juez defender la jurisdicción
que ejerce y los privilegios de su juzgado y Vuestra Alteza tiene encargada la de los oficiales
de este t r i b u n a l ..ANCH, Simancas, vol, 7, fol. 24.
4 Henry' Charles Lea, op. cií ., t. II, pp. 481-589.
5 Juan Antonio Llórente, Historia crítica de la Inquisición en España, Hiperión, Madrid, 1980.
Ricardo García Cárcel, I.os orígenes de la Inquisición española. El Tribunal de Valencia,
1478-1530. Ediciones Península, Barcelona, 1976.
José Toribio Medina, Historia del Tribunal de la Inquisición de Lim a , Santiago, 1956.
Historia del Santo Oficio de la Inquisición en Chile, Santiago, 1952.
Henry Charles Lea, The Inquisition in the Spanish Dependencies. Sicily, Napias, Sardinia,
Milán, Ih e Canaríes, México, Perú, New Granada, The MacMillan Company. New York,
1908.
Benjamín Vicuña Mackenna, “Lo que fue la Inquisición en Chile”, Anales de la Universidad
de Chile , t. XXI, Santiago, 1862.
I/as fuentes utilizadas corresponden de manera preferente a documen
tación que emana de los inquisidores del Tribunal y de las máximas autori
dades civiles y eclesiásticas de Lima. En su mayor parte se encuentra en el
Archivo Histórico Nacional de Madrid, sección Inquisición; en el Archivo
General de Indias, especialmente Audiencias de Quito y Lima; y en el Archi
vo Nacional de Chile, fondo Inquisición.
10 José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición en Chile, op. cit ., cap. I. La primitiva
Inquisición am ericana , Santiago, 1914.
11 Henry Charles Lea, Historia de la Inquisición española, op. cit., t. I , p. 612.
12 José Toribio Medina, Historia...de ¡a Inquisición en Chile, op. cit., p. 104. También, Juan de
Solórzano Pereira, De iridiarían Iure, t. II, lib. III, cap. XXIV-38.
No obstante, es evidente que la jurisdicción de los prelados en mate
rias de fe sufrió una disminución apreciable con el establecimiento de los
tribunales inquisitoriales en América. En un primer momento, algunas de
^ dichas autoridades apostólicas se mostraron renuentes a aceptar esta situa
ción, negándose a inhibirse en el conocimiento de tales causas, lo cual gene
ró algunos conflictos en la década de 1570. Concretamente, existen testimo
nios de controversias del Tribunal con los ordinarios del Cuzco, Quito y
Lima13^Así, el arzobispo de Lima seguía titulándose inquisidor ordinario des
pués de la llegada del primer inquisidor Servan de Cerezuela; incluso prohi
bió libros y llegó a incoar algunos procesos de herejía1/). Entre 1575 y 1578 se
produjeron varias disputas con los obispos del C.i:* co v v\ \o . v v. c se se T r*.m
en sus afanes por una Real Cédula de 20 ele junio de 157a en
que se les señalaba que estuvieran atentos ante el posible paso a las Indias
de predicadores luteranos15/Ante las quejas del tribunal por el proceder de
los obispos, el monarca expidió una nueva cédula, el 20 de enero de 1576,
aclarando la situación en favor del Santo Oficio16/EI obispo del Cuzco Sebastián
de Lartaun había incluso publicado edictos arrogándose la jurisdicción en
causas de fe y después de aquella disposición real continuó insistiendo en su
postura hasta que por otra real cédula, de 7 de octubre de 1578. se le ordenó
que se abstuviera de entrometerse en las causas que le correspondían al
Santo Oficio17.
En el siglo XVIII volverán a producirse controversias con los obispos
en razón del conocimiento de las causas de fe. Tendrán un carácter mucho
más serio para el Tribunal y se concentrarán en la década de 1750. La gravedad
que implican para el Santo Oficio obedece a la pretensión clara de los obis
pos por cercenarle la jurisdicción sobre materias que considera privativas.
Una de esas competencias se produce con el obispo de Quito. Ella se
originó en la negativa del vicario de Cuenca a entregar al comisario del Santo
Oficio los autos originales de una causa que seguía a un sacerdote por una
13 José Toribio Medina. Historia... de la Inquisición de ¡Ama. ofj. cit., t. I, pp. 163-165.
14 Ibid ., pp. 22 y 23- También, Paulino Castañeda y Pilar Hernández, La In q u isición de Lima
(1570-1635), t. I, editorial Peimos, Madrid, 1989, pp. 174-175.
13 Medina, op. cit, p. 163. Castañeda y Hernández, op. cit., pp. 175-176.
16 Medina, op. cit., pp. 163-164.
r Castañeda y Hernández, op. cit., p. 178. A comienzos del siglo XVII hay otro conflicto con el
obispo de Quito por el encausamienio que éste hace de un subdiácann por ejercer com o
sacerdote sin serlo. El Consejo instruyó al Tribunal para que dejaran al obispo continuar
conociéndola, porque en ese tipo de causas “ha lugar a la prevención'.
denuncia de solicitación. A pesar de los requerimientos que se le hicieron, el
vicario optó por remitir los autos al prelado de Quito; éste, lejos de desauto
rizar al vicario, conmino al comisario para que se presentase en Quito bajo
apercibimiento de censuras v suspensión de oficio y beneficio por estorbar
su jurisdicción.
bl obispo, en un escrito dirigido al inquisidor Amusquibar, en sep
tiembre de 1 " ( ) . fundaba su autoridad para conocer ese delito en una Bula
de Gregorio XV . de 30 de abril (¿30 de agosto?) de 1622; en ella se señalaba
que la jurisdicción con vistas al castigo y enmienda del reo por solicitación
debía ser cumulativa (aquella por la cual un juez puede conocer a preven
ción de las mismas causas de otro). En relación con esta Bula es necesario
señalar que sus disposiciones no eran todo lo precisas que hubiese querido
el Santo Oficio. Tanto es así, que el Inquisidor General Francisco Antonio
Sotomayor, el 23 de abril de 1633, había tenido que publicar un edicto acla
ratorio de ella en que establecía que el delito de solicitación era privativo de
la Inquisición y no de los ordinarios18.
Ahora bien, volviendo a la competencia que comentábamos, el obis
po de Quito, después de recibir una comunicación de los inquisidores en
que le hacían ver los fundamentos legales que poseía el Santo Oficio para
conocer privativamente de este delito, dio orden para que se remitiese la
causa al Tribunal de Lima. Sin embargo, al mismo tiempo recurrió a la Santa
Sede para que declarase si existía alguna Bula apostólica que revocara la
potestad de los obispos para conocer, como lo hacían antes, “los delitos de
herejía, poligamia, solicitación y otros”19. En definitiva, el obispo, a esas
alturas, no sólo pretendía tener competencia en los procesos de solicitación
sino en todas las causas de fe, al igual que antes del establecimiento de la
Inquisición.
La pretensión del obispo de Quito revestía tal gravedad para el Santo
Oficio, que el tribunal se apresuró a enviar a la Suprema el expediente de la
competencia. El Inquisidor General y su Consejo, a la vista de él, elevaron
una consulta al Rey el 11 de agosto de 1755. En ella tratan de demostrar, con
acopio de breves, Bulas y Reales Cédulas, la jurisdicción privativa del Santo
Oficio en materias de fe. Entre las últimas, citan una de Felipe III de lólO,
20 Ibid.
21 Ibid.
22 Carta de los inquisidores de Lima a la Suprema de 19 de febrero de 1759, AI IN, Inquisición,
leg. 2.208, exp. 3.
23 Rubén Vargas ligarte, Historia de la Iglesia en el Peni, Burgos, 1961, t. IV, pp. 127-131.
En octubre ele 1751 se planteó el primer enfrentamiento; en parte, por
el afán desmesurado del arzobispo de defender sus prerrogativas. Barroeta,
el 12 de agosto de 1751. publicó el jubileo del Año Santo otorgado por el
Papa Benedicto XIV. En el edicto correspondiente incluyó la cláusula, habi
tual en esas concesiones, “de que todos los confesores tenían la facultad de
absolver de todos los pecados y crímenes reservados a los ordinarios y a la
sede apostólica dentro y fuera de la Bula de la Cena, para ganar dicho
jubileo”. El Tribunal, por su parte, siguiendo la práctica tradicional, también
publicó un edicto especificando que en dicha concesión “no se comprendía
la facultad de absolver el crimen de la herej í aHasta ese momento la situa
ción no ofrecía nada de particular. Sin embargo, en forma inesperada el
arzobispo expidió un segundo edicto, el 18 de octubre, con el que desauto
rizaba al Tribunal. A pesar de las gestiones que éste realizó, el prelado man
tuvo el segundo edicto, que según el Santo Oficio perturbaba su privativa
jurisdicción. Dada la postura del arzobispo, el Tribunal acordó consultara la
Suprema antes de emprender nuevas acciones24.
A los pocos días de publicados los edictos y cuando aún no estaba
resuelta la competencia, un nuevo incidente vino a agriar definitivamente las
relaciones entre ambas potestades. Una disputa por cuestiones de etiqueta
introdujo en ellas un factor de resentimiento personal. A la llegada del nuevo
inquisidor Rodríguez Delgado, el arzobispo no respetó el ceremonial previo
a la tradicional visita de estilo que aquél debía ejecutar. En vista de ese
proceder los inquisidores optaron por no cumplir con dicho acto de cortesía.
El insólito incidente llegó a conocimiento de las autoridades metropolitanas,
que dieron las instrucciones pertinentes para que se efectuara la ceremonia
respetándose la práctica acostumbrada. Como consecuencia de ello, el arzo
bispo tuvo que dar el paso que antes se había negado a ejecutar2'1. Este
hecho, al parecer, lo agravió de tal manera que en el futuro aprovechará
todas las oportunidades que se le presentan para manifestar su hostilidad al
Tribunal.
En 1752 se suceden los enfrentamientos entre el arzobispo y los
inquisidores. Todavía más, se repite en ese año el problema en torno a la*2
5
2‘ Consulta del Consejo Supremo al Rey, de 1° de octubre de 1752. AHN, Inquisición, lib. 269,
fol. 49 y ss.
25 Lo que el arzobispo no había efectuado era el simple envío de un recado de bienvenida al
nuevo inquisidor por intermedio de un capellán. Esa incidencia en AHN. Inquisición, leg.
2.206, exp. 3-
absolución de la herejía por los confesores con motivo del jubileo del Año
Santo. Barroeta no sólo vuelve a desautorizar a la Inquisición sino que ade
más sostiene que como obispo posee la facultad de absolver de ese delito en
los lugares de misiones26.
Estas controversias llegan a conocimiento de las autoridades metropo
litanas a través de los informes de los implicados. Tanto el Consejo de Indias
como el de Inquisición envían consultas al monarca sobre el particular. Fer
nando VI, en un decreto de 8 de agosto de 1753, da la razón al arzobispo y
censura acremente la conducta de los inquisidores. La Corona sostenía que
el Tribunal había redactado el edicto sobre la absolución de la herejía en
términos erróneos; concretamente no había precisado la distinción básica
entre herejía externa e interna y, por el contrario, se había referido a la
herejía en general, cuando sólo la externa era la reservada a la Inquisición27.
La Suprema, disconforme con tal decreto, elevó al Rey una nueva
consulta el 17 de octubre de 1753. A juicio del Consejo, quien había proce
dido con equivocación al publicar los edictos había sido el arzobispo, por
que “en los jubileos siempre que se hace alusión a la herejía se refiere a la
externa y nunca a la interna”28. Es preciso destacar que en una consulta
anterior a la dictación del decreto real, la Suprema había incluido una decla
ración del Papa Alejandro VII, de 23 de marzo de 1656, en la que se señalaba
“que no se entendiese comprendida la facultad de absolver la herejía en la
que se concedía en los jubileos y otras semejantes ocasiones”29. A pesar de la
nueva consulta la Corona mantuvo en vigencia el decreto respectivo.
Mientras en la corte se debatían las posiciones de dichas potestades,
en Lima continuaban los enfrentamientos. Uno de éstos se plantea a fines de
1756 y se alarga hasta 1758. Ambas autoridades alegaban corresponderle a
su respectiva jurisdicción el conocer y proceder contra Fr. Joaquín de la
Parra, de la orden de San Francisco, por haber publicado sin licencia una
revelación de una religiosa, hija de confesión, anunciando como profecía la
desolación de la ciudad de Lima. El arzobispo, después de exponer las razo
nes que le asistían para proceder en contra del religioso, aceptó) que el
Tribunal prosiguiese la causa; no obstante, recurrió a la Suprema para que
26 Carta de los inquisidores de Lima a la Suprema de 8 de enero de 1753, Al IN, Inquisición, leí».
2.207 exp. 5.
27 AHN, Inquisición, lib. 269, fol. 14 y ss.
28 Ibicl.
29 Ibicl., nota [24].
,
Mol
l*ARTF CAP V LOS C O N F L I C T O S DH C O M P E T E N C IA 179
Expediente de la causa por revelaciones seguida a Fr. Joaquín de la Parra. AUN, Inquisición,
leg. 2.206, exp. 3 y t. Autos de la causa seguida por el Tribunal a Fr. Joaquín de la Parra,
AUN, Inquisición, leg. 1.651, exp. 2.
11 Resolución Real de 2 de noviembre de 1766, AHN, Inquisición, lib. 258, fols. 89 y 90.
32 Teófanes Egido, “El regalismo y las relaciones Iglesia-Estado en el siglo XVIIP, en la Historia
de la Iglesia en España, dirigida p<>r Ricardo García Villoslada, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid, 1979-1980, t, IV. p. 190.
- Por el fuero de los ministros
El fuero de los ministros del tribunal también daba motivo a contro
versias con los obispos y vicarios. Esto ocurría porque muchos ministros
eran eclesiásticos y, por lo tanto, como tales estaban sometidos a la jurisdic
ción de los obispos.
La mayoría de los comisarios, y no pocas personas honestas, eran
curas párrocos o prebendados; por este hecho estaban sujetos a la autoridad
( del obispo del lugar y sus causas correspondían a los tribunales eclesiásticos
^ ordinarios; p_ero, al mismo tiempo, aquellos, por ser ministros del Santo O fi
cio, gozaban del fuero de éste en todas las causas criminales en que fuesen
reos (fuero pasivo). En consecuencia, podía darse el caso en que las dos
jurisdicciones entraran en competencia por tratar de llevar hacia su fuero
una causa criminal de un ministro eclesiástico del Tribunal33.
Para evitar por lo menos en parte ese tipo de enfrentamientos, en la
Concordia de 1610 (dictada para impedir y solucionar las competencias)34 se
incluía un artículo que aclaraba el alcance del fuero de ios ministros que
eran al mismo tiempo curas o prebendados. Se señalaba que si uno de esos
ministros era acusado por delitos relacionados con el ejercicio de su oficio
no inquisitorial, debía ser juzgado por los tribunales eclesiásticos ordina
rios35. Además, la Suprema expedía, el 28 de noviembre de 1612, una carta
acordada a los diferentes tribunales, en que manifestaba que todos los obis
pos tenían jurisdicción exclusiva sobre oficiales clérigos no asalariados, en
casos de delitos relativos a deberes y cargos eclesiásticos, “simonía y asuntos
espirituales, mientras que los inquisidores la tuvieran acumulada con los
ordinarios, dependiendo de prioridad de acción procesal, en delitos públi
cos y escandalosos, tales como incontinencia, usura, juego y semejantes”36.
Al parecer, según Charles Lea, el efecto práctico de esta carta acordada fue
limitado37. Lo cierto es que en los siglos X V I y X V II se plantearon varias
controversias a raíz del fuero de los ministros eclesiásticos.
33 En el Concilio límense de 1591 los obispos decidieron pedir que se prohibiera a la Inquisición
el nombrar a prebendados como comisarios porque dejaban de acudir al coro. Castañeda y
Hernández, op. cit. pp. 183-184
34 Ver parte 2.
35 Item 19 de la Concordia de 1610, incorporada en la Recopilación ¿le Leyes ele Indias, lib. I, tít.
XIX, ley XXIX.
36 Henry Charles Lea, /listona de la Inquisición española, op. cit., t. I. pp. 552-553-
37 Ibid.
Bastante alboroto causó a comienzos clel siglo XVII la que se planteó
entre el cabildo ele la catedral de Quito y el comisario, que a su vez era
arcediano de aquella iglesia. El cabildo lo denuncie) al Consejo de Indias por
no cumplir con su residencia por más de cinco años, alegando que estaba
ocupado en cosas del Santo Oficio. Incluso llegó a multarlo por sus ausen
cias. El comisario, a su vez, sostenía que los canónigos le tenían envidia. El
conflicto había llevado a intervenir al Tribunal en defensa de su ministro,
amenazando con imponer una fuerte multa al cabildo si a aquél no le consi
deraban el tiempo que dedicaba a asuntos de Inquisición. Esta controversia
dio origen a una real cédula, que se dictó en 1619, en la que se ordena que
los prebendados que son comisarios distribuyan su tiempo destinando tres
días de la semana a juntas y el resto cumplan con asistir al coro; de no ocurrir
esto último, se facultaba a los cabildos para que les impusieran multas38.
Otra controversia sonada se produjo por esos años entre el obispo de Arequipa
y el comisario, que era también chantre de la catedral. Las relaciones entre
ambos no eran buenas desde la publicación de unos edictos de fe por el
comisario y se complicaron al verse éste involucrado en una causa criminal
en la que aparecía como agresor. El obispo intentó defender su jurisdicción,
pero ante la influencia social del acusado y los requerimientos de la Inquisi
ción optó por remitirle el expediente39.
En el siglo XVIII volvieron a plantearse controversias por el fuero de
ministros que al mismo tiempo eran jurídicamente dependientes de un obis
po. Entre los años 1724 y 1728 se produjeron dos conflictos de bastante
resonancia, que incluso motivaron la intervención del monarca.
En diciembre de 1723 se presentaron al tribunal de Lima los licencia
dos Juan y Martín Lobatón; ambos eran curas del obispado de Huamanga;
además, el primero era ex comisario de Huancavelica y el segundo, a la
sazón, ministro, persona honesta. En esa oportunidad manifestaron que el
cabildo en sede vacante de aquella catedral les seguía una causa criminal
que no correspondía a ese fuero sino al del Santo Oficio; señalaron varios
excesos y agravios ejecutados por los jueces enviados por dicho cabildo,
sobre todo contra Martín Lobatón, a quien embargaron sus bienes y tuvieron
preso en Huamanga sin permitirle oír ni decir misa. La jurisdicción eclesiás
tica ordinaria procedía contra este último por haber impedido la detención
í0 Carta del Tribunal de Lima a! Consejo de 9 de enero de 1726, AUN, Inquisición, leg. 1.651.
exp. 7o. Consulta del Consejo de Indias de 16 de noviembre de 1728, AUN. sección Códices,
lib. 755-B, fols. 417-419; en esa consulta se incluye una carta del virrey Castelf uerte al Consejo
de Indias de 22 de noviembre de 1725. Informe del Tribunal sobre la competencia suscitada
en torno a Martín Lobatón, de 23 de junio de 1726, AHN, Inquisición, leg. 1.651, exp. S.
Henry Charles Lea, Historia de la Inquisición española, op. cit., t. I, p. 552.
declaró nulo tocio lo obrado contra su comisario y ordenó que fuese restitui
do en su beneficio, id virrey también informó de este suceso al Consejo de
Indias12.
Como consecuencia ele estas disputas el Consejo de Indias elevó una
consulta al Rey en 172«S en la que acusaba al Tribunal de tratar de aumentar
su jurisdicción con el afán de constituirse en superior de todos los demás,
“queriendo coartar la que tiene el virrey, llevándose a su fuero infinitos
pleitos, unos con el motivo de* que el Tribunal tiene algún crédito y constitu
yéndose jueces en propia causa atraen así a todos los acreedores, otros con
el de ser acreedor algún dependiente aunque sea el más ínfimo de los
inquisidores y finalmente... de querer atribuirse el conocimiento de los ecle
siásticos y curas con pretexto de que son comisarios, dependientes o hones
tas personas, sin distinguir de aquellas cosas que son de oficio, oficiando '43.
Como se desprende de esta cita, los inquisidores de Lima, con tales conflic
tos, habían dado pábulo al virrey y al Consejo de Indias para que sacaran a
relucir otros motivos de agravio contra el Tribunal, que apuntaban a cuestio
nar la amplitud de la jurisdicción que ejercía.
El resultado de la consulta del Consejo de Indias fue una comunica
ción del Rey a la Suprema en la que le hacía presente que tomara medidas
con el Tribunal de Lima. Ese organismo inquisitorial, por acuerdo de 10 de
abril de 1729, adoptado a la vista de los expedientes y a influjo de la amones
tación Real, revocó todos los autos proveídos por el Tribunal en esas dos
causas y declaró tocarles el conocimiento de ellas al ordinario y a los jueces
de la Cruzada. La Suprema fundamentaba su determinación en el alcance
que tenía el fuero de los ministros de la Inquisición según lo establecido en
la Concordia de 1610 respecto de aquellos que eran al mismo tiempo
prebendados. Como ya se ha señalado, cuando cometían un delito relacio
nado con el oficio eclesiástico debían ser juzgados por el ordinario. En la
12 Expediente sobre la competenc ia provocada por la causa que se siguió a Alonso de Marcotegui,
AUN, Inquisición, leg. 1.651, exp. 7. Consulta de la Suprema al Rey, de septiembre de 1729,
sobre la competencia en torno a la causa de Alonso de Marcotegui, AUN, Inquisición, lib.
268, fols. 107 ss. Carta del virrey al Consejo de Indias de 22 de noviembre de 1728, AHN,
sección Códices, lib. 755-B, lól. 418. Henry Lea en su obra The Itujuisition in theSpcwish...,
op. cit., pp. 382-385, describe las com petencias con la justicia eclesiástica ordinaria por las
causas de Lohatón y Marcotegui; sin embargo, la relación que efectúa contiene numerosas
inexactitudes.
Consulta del Consejo de Indias de 16 de noviembre de 1728, AHN, Inquisición, leg. 1.651,
exp. 8; también, en sección Códices, lib. 755-B, íols. 417-419.
causa de iMartín Lobatón, a juicio de la Suprema, se unía el hecho de ser este
reo impediente de la justicia ordinaria y según ‘‘principio seguro de Dere
cho” cualquier juez era competente contra el que trababa o impedía su juris
dicción. Terminaba la Suprema manifestando su desagrado con el Tribunal
por haberse involucrado en estos incidentes, que habían empañado el honor
del Santo Oficio y que habían obligado a dar excusas al monarca'14.
Felipe V, para evitar que en lo sucesivo se plantearan problemas de
esa naturaleza, resolvió que los curas no pudieran tener título ni ejercicio
dependiente de la Inquisición. Esta resolución le fue comunicada al virrey
del Perú para que dispusiese las providencias necesarias a su ejecución; al
mismo tiempo se le hizo saber el acuerdo adoptado por la Suprema sobre las
dos competencias. Castelfuerte, a su vez, puso al Tribunal en antecedentes
de los despachos recibidos. Sin embargo, éste se negó a cumplir la primera
de las resoluciones alegando que no había recibido instrucciones de la Su
prema. De acuerdo con los antecedentes que aportamos en otro trabajo444546 *
resulta evidente que el Tribunal, hasta su extinción, no alteró la práctica
tradicional en los nombramientos de sus funcionarios.
44 Acuerdo del Consejo Supremo de 10 de abril de 1729, AHN, Inquisición, leg. 1.651, exp. 8.
Informe del Consejo Supremo al Monarca de 16 de abril de 1729, AUN, Inquisición, lib. 268,
fol. 89.
45 Rene Millar Carvacho, La Inquisición de Lima, Siglos X V IIIy XIX, Tesis doctoral, Universidad
de Sevilla, 1981, inédita.
46 Sobre la implantación del sistema de la canonjía en Indias, ver el capítulo anterior referente
a “La Hacienda del Tribunal de Lima, 1570-1820”.
En virtud de los Breves apostólicos que asignaron al Santo Oficio las
rentas de las canonjías, los inquisidores generales tenían jurisdicción privati
va para proceder a la cobranza de ellas. Ahora bien, dados los problemas
que implicaba la ubicación geográfica de las Indias para dictar oportuna
mente las providencias que fueran necesarias, los inquisidores generales
delegaron su jurisdicción en los tribunales establecidos en estos dominios*7.
La misma puesta en vigencia del sistema de la canonjía usu presa”,
entre 1630 y 1635, suscitó conflictos con los cabildos catedralicios y los ordi
narios. Benjamín Vicuña Mackenna |S y José Toribio Medina19 refieren las
incidencias a que dio lugar en Santiago de Chile la supresión del canonicato
a favor de la Inquisición. El comisario del Tribunal, que a la vez era deán de
la Iglesia Catedral, entró en conflicto con el cabildo en sede vacante al pro
ducirse una discrepancia sobre cuál debería ser la canonjía a suprimir. Las
acciones del comisario, que culminaron con el embargo de las rentas de un
canónigo, motivaron la intervención de la Real Audiencia, por la vía de un
recurso de fuerza, ante el requerimiento del afectado. Este último hecho era
algo totalmente inusitado y además iba contra normas expresas del monarca
que eximía a la Inquisición del recurso de fuerza*'0. Las protestas del Tribunal
de Lima fueron tan intensas que el virrey conde de Chinchón no sólo le
manifestó su desagrado a la Audiencia de Chile, sino que además le señaló
“que de ninguna suerte, por vía de fuerza, le tocaba, conforme a la ley del
reino, el conocer de semejantes causas, ni de otra alguna que pudiese perte
necer al dicho Tribunal y sus ministros”*51
05
5 .
2
Una vez que esta nueva fuente de ingresos de los tribunales americanos
estuvo en funcionamiento, las controversias se produjeron por la forma em
pleada por la Inquisición para cobrar esas rentas. El cálculo de lo que produ
cían las prebendas y el repartimiento de lo que tocaba a cada una, era propio
de los cabildos catedralicios; pero una vez realizada la distribución, pertenecía
al Santo Oficio efectuar la cobranza (por medio de su jurisdicción) al colector
del cabildo o directamente a los diezmeros, según fuese la forma que utilizara
cada catedral en el reparto del producto de los canonicatos*’2.
^ Ibici.
* Ibid.
ss AHN, Inquisición, Ie«. 4.797, exp. I y lib. 1.026, sin foliar, año 1789.
Plaza ele la Independencia, antigua de la Inquisición, con estatua ecuestre de Simón
Bolívar. Al fondo, casas del tribunal (Tilom as.I. H utchinson, Two years ¡ti Peni, irith
e.xjtlora tion o f its im tit¡ititíe s . Yol. I. Londres, 1873).
58 En autos formados con motivo de una controversia con las Audiencias ele Quito y Santiago
por la mantención de unos alguaciles mayores, AHN, Inquisición, leg. 1.638, exp. 5.
En la primera de dichas cédulas se estableció que los familiares sólo
gozaban de fuero en las c a u s a s criminales y que su carácter era pasivo vale
decir, únicamente cuando eran demandados sus causas debían ventilarse en
el Tribunal del Santo O ficio. Eso no era todo, ya que en la misma cédula se
restringía aún más este fuero de los familiares, pues se señalaba que corres-
ponclía a los jueces seglares conocer aquellas causas criminales en que fueren
reos de cualquiera de los delitos siguientes: crimen de lesa majestad, crimen
nefando, crimen de levantamiento o conmoción del pueblo, quebrantamien
to de cartas de seguro del rey, rebelión, inobediencia a los mandamientos
reales, en caso de alevosía, forzamiento de mujer, robo de mujer, robo públi
co, quebrantamiento de casa, o iglesia o monasterio, quema de campo o de
casa con d o lo , resistencia o desacato calificado contra las justicias reales.
Tam bién los familiares debían ser juzgados por los jueces civiles en
caso de cometer delitos en el desempeño de los oficios públicos que tuvieren.
Adem ás, en dicha Cédula se señalaba explícitamente que el conocimiento de
las causas civiles de estos ministros, en que fueren actores o reos, correspon
día a los jueces seglares. Al parecer, el fuero de los familiares del Tribunal de
Lima tenía menos amplitud que el que poseían sus similares de los tribunales
de Castilla, pues en la Concordia de 27 de mayo de 1553, a éstos no se les
impide, en forma específica, el goce del fuero activo (cuando eran deman
dantes) en las causas criminales^
En el año 1587 se ordenó que rigiese en Indias la Concordia sobre
familiares que se había dictado en 1553 para los reinos de Castilla. Con todo,
al haberse especificado que se guardara en aquellos casos en que no estu
viera innovada por disposiciones más modernas, esta norma no significó
ninguna alteración en el tuero de dichos ministros00, ya que la Cédula de
1569 había sido bastante más clara en las limitaciones de aquél.
En cuanto a los oficiales asalariados, por Cédula de 1570 se les otorga
ba el fuero p a s i v o ( c u a n d o e r a n d e m a n d a d o s ) en to d a s las c a u s a s civiles y
criminales. En ella no se hacía mención expresa al activo. Con todo, este
ultimo y dudoso punto fue aclarado al año siguiente en una respuesta del
monarca a una consulta del virrey de México sobre el particular; la declara
ción Real, que se hizo llegar al Perú, otorgaba a estos oficiales el fuero activo
y pasivo en todas las causas civiles y criminales561.
0
6
9
59 Nueva R ecop ila ción de Leyes de Castilla, lib. IV, tít. I, ley XVIII, art. 4.
60 R ecopilación de Leyes de Indias, lib. I, tít. XIX, ley XXVII.
(A AUN, Inquisición, lib. 269, tol. 153.
En resumen, al fundarse el Tribunal de Lima y durante sus primeros
años de funcionamiento, los familiares gozaban sólo de fuero pasivo en las
causas criminales y los ministro^ asalariados de activo y pasivo tanto en las
causas civiles como criminales.
Los conflictos a causa del fuero de los oficiales lueron numerosos en
esa primera época. Entre ellos cabe mencionar el que se produce a fines de
1570, a poco de establecido el Tribunal, a raíz de la detención por los alcal
des ordinarios de un negro, esclavo del alguacil mayor Domingo de Carvajal.
El inquisidor Cerezuela estimó que el reo quedaba bajo el del fuero que
asistía al alguacil y por lo mismo exigió que fuese remitido junto con el
expediente, para seguirse la causa en el Santo Oficio. El fiscal de la Audien
cia se negó a ello alegando, entre otras razones, que los esclavos de los
ministros no quedaban exceptuados de la jurisdicción real según las reales
cédulas que precisaban el fuero de los funcionarios de la Inquisición. Ade
más, señala que se trataría de uno de aquellos casos exceptuados, por ser un
ladrón público, sorprendido robando caballos y resistirse con armas al arres
to. La Inquisición insiste, incluso con amenazas de excomunión, en conocer
el expediente y decidir si le correspondía o no la tramitación de la causa62.
No se sabe con claridad cómo terminó esta disputa, pero sin duda marca la
pauta de los futuros conflictos entre ambas jurisdicciones.
Otra controversia parecida se plantea con los alcaldes de corte en
1583. La Inquisición, siguiendo una práctica castellana, exigirá a dichos jue
ces que se inhiban en el conocimiento de una causa criminal seguida contra
un criado del Inquisidor Gutiérrez de Ulloa. Cabe hacer notar que las dispo
siciones ya citadas referentes al fuero de los ministros del Tribunal de Lima
nada decían respecto a sus criados y esclavos, de ahí el conflicto comentado
anteriormente. No obstante, en este caso, la Audiencia opte) finalmente por
remitir los autos al Santo Oficio, ante la amenaza de excomunión63.
Posteriormente, con el virrey conde del Villar se producen numerosas
y ruidosas controversias, algunas de las cuales provocan gran conmoción en
la sociedad limeña. Las relaciones entre los inquisidores y el virrey fueron
muy poco cordiales, agriándose cada vez más con el paso del tiempo. Los
conflictos y desavenencias se producen por los más diversos motivos, inclui-
Jo sé Toribio Medina, ¡lis to n a .. de ¡a hujttisicióti de Urna, op. cit., t. I, pp. 197 y 207 a 209.
(" ANCI i, Inquisición, vol. -ion. tol \ a “7
°° Jo sé Toribio Medina. H istoria ... de la hn/nisición de Lima. op. cit., t. I. p. 210.
07 Ib id ., p. 211.
(,i José Toribio Medina. H istoria de la In qu isición de Urna, op. cit., t. 1. pp. 212-213. También,
ANCII, Inquisición, vol. K>U. lol. 1 y ss.
En agosto de 1587 la Inquisición sale en d efen sa del fu ero d e u n o de
sus ministros. El calificador Fr. Francisco de Figueroa, d e la o rd e n d e San
Agustín, que había llegado al Perú con el visitador Ruiz d e Prado y q u e vivía
en la residencia de éste, fue llamado a la casa clel virrey, d o n d e fu e in terro
gado, para posteriorm ente ser enviado preso al co n v e n to d e su o rd en . Se
tom ó esa medida debido a un serm ón pronunciado p or el fraile en un m o
nasterio de monjas, que el virrey había con sid erad o o fe n siv o . Al p a recer
habría dicho: “cuan importante era en todos los qu e g o b e rn a b a n espiritual y
temporalmente la brevedad en el despacho de los n e g o cio s y n e g o c ia n te s ”6970.
Lo cierto es que el virrey estaba m olesto porque Fr. F ra n cisco n o le había
visitado cuando llegó a la ciudad. La autoridad, p or últim o, h ab ía o rd en ad o
el regreso del religioso a España. La Inquisición, p or su p arte, lo to m ó b ajo
su protección, alegando que com o ministro del Santo O ficio p o se ía fu ero y
que debía revocarse todo lo obrado, incluido lo relacio n ad o co n su reclu sió n
y extrañamiento. Lo cierto es qu e finalm ente el religioso salió del c o n v e n to y
no regresó a España, estableciéndose en Potosí co n el título d e co m isa rio °.
En los m eses siguientes los incidentes se su ce d en u n o tras otro. En
septiembre es a causa del com isario del puerto de Payta, q u e fu e d eten id o
por orden del virrey por obstaculizar a la justicia real71. En o ctu b re , el virrey
le quitó la plaza de gentilhom bre de lanza a A ntonio de A rpide y U lloa al
momento de ser nombrado prom otor fiscal del Santo O ficio ; e sto o rig in ó un
pleito, que se ventiló en el Tribunal de la Inqu isición, en tre A n ton io A rpide
y Luis Denebares, poseedor de la lanza quitada al prim ero; la cau sa se falló
en agosto de 1589 a favor del prom otor fiscal72.
La tensión entre el virrey y los inquisidores h abía lleg ad o a su grad o
máximo, lo cual explica el absurdo incidente qu e p ro tag o n izaro n el 3 0 de
noviem bre de 1587 en el auto de fe que se ce le b ró en la plaza d e Lima. En
esa oportunidad, el virrey se negó a sentarse en el lugar asig n ad o , in stalán
dose más abajo del tablado y m archándose, aco m p añ ad o d e un n u m e ro so
grupo de nobles, apenas com enzado el auto. Según el virrey, los in q u isid o res
ANCII, Inquisición, vol. 466, íbl. 145 y ss. También, Henry Charles Lea, 7beInquisition in the
Spanish..., op. cil., pp. 357. Jo s é Toribio Medina, Historia... de la Inquisición de Lima. op.
c i t t. I, pp. 217-218.
Cedularío in d ia n o. recopilado por Die^o de Encinas, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid,
1945, t. I, p. 51.
autos originales al Tribunal (el cual declaró q u e la causa le co rre sp o n d ía ) y
trató de obtener la absolución, antes de em p ren d er el reg reso a España,
haciendo diversas m anifestaciones de humildad. Por su p arte, el T ribunal
ordenó que el Dr. Salinas fuese sacado de la cárcel en q u e e sta b a p reso y
puesto en las casas del Santo Oficio*75.
En estos años el peso e influencia del T rib u n a l parecen
incontrarrestables. Sin embargo, desde fines del siglo XVI se desarrolla una
tendencia en el sentido de limitar los privilegios inquisitoriales. Las continuas
quejas de las autoridades peruanas por el comportamiento de los inquisidores,
unidas a nuevos conflictos que se plantearon entre 1608 y 1609, llevan al
poder central a dictar la Concordia de 16 l0 y luego la de 1633. Estas vinieron
a significar una clara restricción del fuero de los funcionarios y de la autori
dad del Santo Oficio (ver parte 2), que quedó,^temporalmente, en una situa
ción desmedrada con respecto a la Real Audiencia.
Durante el gobierno del con d e de Alba ( 1655-1661) hay n u m ero sas
com petencias con la Inquisición. Una de las qu e alcan zaro n m ás re so n a n cia
se planteó por la causa que el gobierno siguió a P ed ro L óp ez d e G árate,
contador del Santo Oficio, por transgresión de la tasa del trigo fijada p o r la
autoridad. El virrey finalm ente decidió enviar la cau sa al C o n s e jo d e In d ias
para que determ inase a quién correspondía su c o n o cim ie n to 76. O tro c o n flic
to serio se originó en 1660 por la detención, p or el alca ld e d e c o rte , d e un
esclavo del receptor del Santo O ficio, al qu e se acu sab a de c o m e te r varias
muertes alevosas antes de ser criado del recep tor; en últim o té rm in o , la Real
Sala del Crimen decidió remitir el esclavo al Santo O ficio 77.
En el siglo XVIII las com petencias son ab u n d an tes, s o b re to d o , e n tre
1730 y 1750. Las más graves y de m ayor trascen d en cia para la In q u isició n se
producirán con el Tribunal del Consulado. Una de ellas tu vo lu gar e n 1 7 3 7 y
se originó en una dem anda que presentó el recep to r p ro p ietario M anuel d e
75 AN'CII. Inquisición, vol. 466, fol. 334 a 470. I lenry Charles Lea, The hiquisition in tbeSpctnish...,
op. cit., pp. 377 y ss. José Toribio Medina, Historia... riela Inquisición de Urna. op. c it ., t. II,
pp. 384 y ss. Entre 1595 y 1599 se produce otra ruidosa competencia en torno a un notario
y familiar de La Plata que había dado muerte a su mujer por cometer adulterio. La Inquisición
logró hacerse con el conocimiento de la causa y, a pesar de las protestas de la Audiencia e
intervención del virrey, la sentenció y estableció unas penas que, por ser poco rigurosas,
desagradaron al Monarca. José Toribio Medina, la Inquisición de I.inut. op. c it . t. II. pp. 388-
390.
76 ANCH, Simancas, vol. 1, fol. 177-178. También vol. 7, fol. 24.
T> ANCH, Inquisición, vol. 467, fols. 53 a 64.
Ilarduy (suspendido de su oficio en momento) contra el comerciante de
Lima Pedro de Murga, por una deuda pesos. El juez de bienes del
Tribunal la acogió fundado en el fuero del receptor y en el hecho de ser este
ministro deudor del Fisco inquisitorial V P01 e *lo tener sus bienes embarga
dos. Contra Pedro de Murga se dictó Lin mandamiento de ejecución sobre
algunas de sus propiedades, al no s a t i s f a c e r la deuda tras la primera notifica
ción del juez. Encontrándose la causa en ese estado, un vecino de Lima
recurrió al Tribunal del Consulado en contra de Pedro de Murga por una
deuda de 20.000 pesos. El Santo O f i c i o , después de lograr que el secretario
de ese tribunal fuese a hacer una relación de los autos originales, se declaró
competente y ordenó la acumulación de dichos autos. Luego de variadas
incidencias la Inquisición consiguió el conocimiento de la causa iS
La competencia que tuvo mayores repercusiones también se produjo
con el Consulado y fue originada por la causa que en la Inquisición se siguió
contra el comerciante Félix Antonio de Vargas, a cuenta de una demanda
que interpuso el secretario de secuestros, Jerónimo de la Torre, por valor de
9.000 pesos. La intervención del virrey para tratar de zanjar la disputa resultó
estéril. El Santo Oficio obtuvo finalmente el conocimiento de la causa, pero
a costa de agraviar a las máximas autoridades civiles, que protestaron ante el
1
monarca. Este, a la vista de los antecedentes del caso y de situaciones con
flictivas anteriores, decidió, en virtud de una Real Cédula, restringir el fuero
de los ministros del 'Tribunal de Lima 9.
H Copia de los autos form ados por la com petencia a que dio lugar la causa que se siguió a
Pedro de Murga, Al IN, Inquisición, leg. 1.642, exp. 3. Informe del fiscal de la Suprema sobre
la com petencia a que dio lugar la causa de Pedro Murga, AUN, Inquisición, leg. 1,642, exp.
1. Carta de los inquisidores a la Suprema de l"7 de diciembre de 1750, AHN, Inquisición, leg.
2.204, exp. 3.
J Relación de g o b ie rn o del \'irrey Conde de Superando. Biblioteca Nacional de Madrid (BN),
sección m anuscritos, 3108, lols. 65-66. También, informe del virrey al Consejo de Indias de
1° de mayo de 1748. Archivo G eneral de Indias (AGI), Lima. fol. 51a. Consulta del Inquisidor
General y la Suprema al Rey de diciem bre de 1754. AUN. Inquisición, lib. 269, fols. 147-149.
Real Cédula de 1751. en AHN, I n q u i s i c i ó n . leg. 1.651. exp. 5.
salarios de la plantilla de los tribunales. Al mismo tiempo, la Inquisición fue
autorizada a conocer judicialmente y a administrar todo lo referente a aquel
capítulo. Cabe hacer notar que la pena de confiscación de bienes, previa
determinación y embargo de ellos, generó una gran cantidad de pleitos por
parte de los acreedores. Esto obligó a establecer en cada tribunal un juez de
bienes confiscados, que de acuerdo con lo ya expresado procedía en virtud
de una jurisdicción real delegada. En razón de la facultad que poseían para
administrar aquellos bienes, los tribunales invirtieron dinero en censos; los
pleitos que las cobranzas de éstos originaron también pasaron a ser compe
tencia de los jueces de bienes.
Así, la Inquisición de Lima ejercía jurisdicción en todas las causas en
que estuviera involucrado el patrimonio de su Fisco o Hacienda por exten
sión del derecho concedido por Felipe II en 1570. y reiterado por Felipe III
en lólO, para conocer y determinar los pleitos de bienes confiscados80. El
juez de bienes, siguiendo la costumbre observada en los tribunales metropo
litanos, conocía de las causas que se originaban en la cobranza de los réditos
de censos aduciendo que el dinero de las imposiciones provenía del produc
to de los bienes confiscados a los herejes81.
Ahora bien, dado que su Hacienda se incrementó de manera notable
con las confiscaciones realizadas en la década de 1630 a unos comerciantes
de origen judío-portugués82*, el Tribunal llegó a tener invertidos en censos
más de 600.000 pesos. Como es lógico, esto provocó un aumento también
importante en los pleitos derivados de las cobranzas de esos censos. Ade
más, cabe hacer notar que ios acreedores de quien fuese al mismo tiempo
deudor insolvente del Fisco y del Santo Oficio, debían interponer sus de
mandas ante dicho Tribunal por disposición expresa de éste.
Por otra parte, como ya lo hemos señalado, a partir de fines del pri
mer tercio del siglo XVII muchos particulares o personas vinculadas a la
Inquisición instituyeron diversos tipos de fundaciones, tales como patrona
tos, buenas memorias y capellanías, que dejaron bajo el patronazgo de esta
institución o de los inquisidores. La administración de las rentas con que las
dotaban correspondía al Santo Oficio, quien por lo general las invertía en
censos. La cobranza de éstos provocaba conflictos con la jurisdicción civil,
x> Carta ele los inquisidores a la Suprema, de 21 de agosto de 1708, AUN, Inquisición, leg.
2.198, exp. 9.
A Real Cédula, de 28 de febrero ele 1711, AIIN, Inquisición, leg. í.797, exp. 6.
n Ibid ., nota 1901.
lo tanto, éstos no podían hacer extensivo a aquéllos el fuero pasivo o activo
que les correspondía. Por último, hacía hincapié en el perjuicio que entrañaba
para la justicia ordinaria el conocimiento, por paite ele la Inquisición, de las
causas que generaban los numerosos censos que tenían impuestos unos
patronatos cuyos capitales excedían a los del Fisco alcanzando la importante
suma de “900.000 pesos”93.
La Real Audiencia hizo suyo el informe del marqués y el virrey remitió
al Tribunal una consulta de dicho organismo elaborada en términos muy
similares a aquél. Por su parte, la Inquisición defendió el fuero de los patro
natos en la costumbre inmemorial y sin contradicción que se había observa
do sobre el particular; además, en el texto de la respuesta al virrey hizo
referencia a una Real Cédula de Felipe IV, de 18 de marzo de 1655, remitida
al virrey conde de Alba, en que ordenaba que las reales justicias guardaran e
hicieran guardar a ese Tribunal todos los privilegios que le pertenecían, “así
por derecho, Cédulas Reales y Concordias, como de uso y costumbre”91;
finalmente, relacionaba el fuero de los patronatos con los beneficios que la
capilla de San Pedro Mártir (que era la del Santo Oficio) y los ministros
percibían de sus rentas, a través de las propinas". El conflicto llegó a las
autoridades metropolitanas y ambos Consejos elaboraron consultas en de
fensa de sus respectivas jurisdicciones; sin embargo, el monarca, en esa
oportunidad, no tomó ninguna decisión al respecto. No obstante, a la larga
logrará imponerse el criterio de la Real Audiencia, puesto que a comienzos
del siglo XIX el Santo Oficio, por disposición real, perderá definitivamente el
conocimiento de las causas que involucraban a sus fundaciones".
93 informe del Marqués de Casa Concha de 10 de mayo de 1720, AUN, Inquisición, leg. 1.653,
exp. 13
Caria del Tribunal de Lima al virrey de 20 de noviembre de 1722, AUN, Inquisición, leg.
1.653» exp. 3.
95 Ibid.
96 c ar(a ciL*i Tribunal de Lima a la Suprema de 15 de abril de 1809, AI iN, Inquisición, leg. 4.800,
caja 1.
también lo hacía con los sospechosos de ello y aquí caía un cumulo de
situaciones que le daban una gran amplitud a la jurisdicción inquisitorial. Por
otra paite, muchos de los delitos perseguidos por la Inquisición española
estaban también tipificados en la legislación civil y los tribunales seculares
habían conocido de ellos antes del establecimiento del Santo Oficio; tal es el
caso, por ejemplo, de la hechicería, blasfemia, bigamia y sacrilegio/Desde el
momento que la Inquisición se aboca al conocimiento de ese tipo de delitos,
por autorización del Papa y del Rey, queda latente la posibilidad de que los
tribunales seculares aleguen jurisdicción sobre ellosV
Sin embargo, habría que señalar respecto al Tribunal de Lima que ese
tipo de competencias no son muy numerosas.
A fines del siglo XVII y comienzos del XVIII se produjo una controver
sia con la Audiencia de Quito a raíz del procesamiento que hizo de nueve
mujeres acusadas ele hechicería. La Suprema respaldó plenamente la defensa
que el Tribunal de Lima hizo de su jurisdicción y, dada la falta de referencias
sobre el tema con posterioridad a 1700, parece que el problema se sorteó en
forma favorable al Santo Oficio1^.
El conocimiento de la blasfemia, del sacrilegio y de la profanación de
imágenes religiosas provocará también más de una competencia; con todo,
la mayoría de ellas tendrá escasa importancia. Quizás si la que se plantea en
1784 con la justicia militar sea la más ruidosa y la que refleje mejor la postura
de los tribunales en este tipo de causas. El conflicto, en concreto, se produjo
con el comandante interino de armas del Cuzco, que siguió una causa a un
soldado por dar de puñaladas a una imagen de Cristo que se veneraba en el
cuartel y por cometer otras profanaciones con una estampa de la Virgen; el
comandante de armas alegaba que tal causa le correspondía, porque las
ordenanzas reales del Ejército, en la parte que trataba de crímenes militares
(tít. X, trat. VIII, art. IV), se referían expresamente a ese delito9
98. El Tribunal,
7
por su parte, sostenía que ese tipo de causas eran privativas de su jurisdic
ción, porque los hechos en cuestión hacían presumir sospecha de herejía en
quien los cometía y porque lo establecido en las Ordenanzas militares había
0 Í Informe del fiscal del Tribunal en torno a la competencia con el comandante interino de
armas del Cuzco, AHN, Inquisición, leg. 1.649, exp. 33.
100 RAH, colección Mata Linares, t. LXVII, fol. 44.
101 Consulta del Inquisidor General y la Suprema de 18 de marzo de 1754, AI IN, Inquisición, lib.
269, fols. 115-142.1 ín análisis detallado de la controversia que en la corte plantea la jurisdicción
respecto a la bigamia, en Paulino Castañeda y Pilar Hernández., "Los delitos de bigamia en la
Inquisición de Lima. Problemas de jurisdicción". Communio , vol. XVIII, 1985.
102 Dictamen del fiscal del Consejo de Indias de 14 de noviembre de 1756, AI IN. sección Códices,
lib. 754-B, fol. 4.
,ní Consulta del Consejo de Indias de 18 de abril de 1757, AHN, sección Códices, lib. 754-B . fols.
187-200.
T-1 4 “J C / I 'T *
, L-. Lii ¡m i se ve envuelto en una competencia
'l-iil I I U I I
lilí»* ‘ tlv . 1
con el
En 17t»6 el 11 , - ,
, %r , .1 int,.nm eíecuiaclo por este de conocer una causa
corregidor de Potosí. Po r c l ,nKnlc , .. .. , ^ , 1 -7- i
. r-ivíSn de U> establecido en la Cédula de 1754; los
de d u p lici matrimonié tn azon u
„ *i ri'irií» í 11 molimiento a esta por no haber pasado
inquisidores se n e g a r °n a cla,k L , , r. . . j0l
, . ,i<t í >n l 1 causa hasta la definitiva1'” ,
por la Suprem a y s igt,K ‘ .. . . _ . , T i- 1
ido ñor los informes de los Consejos de Indias y de
Carlos III infl111 1
•micmbre ele 1766 una nueva Cédula sobre la bigamia,
Inquisición, dictó en *s <-1 . . ,„ -¿s .
t _ .. nifjnrm dí) su conocimiento privativo al Santo Oficio;
derogando la de 17vt > .
. ,, <*st iblecía aue. en razón de la vastedad de los domi-
sin em bargo, en ella *sC 1
_ . , o rd in ario s seculares podían efectuar sumarias y
nios de Am erica, los lllL ^ ‘
, , . delito nara entregarlos posteriormente a los tribu-
detener a los reos ele <~su U C I U 1 1 v 1
, inquisitoriales'
nales . . . , nñ • N o obstante esa norma expedida para las Indias, el 5
. r » nm m uluó una Real Cédula, para los dominios penin-
de febrero de 1770 se i ^
1 - \ o rie n ta c ió n radicalmente distinta, pues otorgaba la
sulares, qu e tem a uml
jurisdicción sobre esc delito a los tribunales reales' Con motivo de las
dudas qu e -se p la n tea ro n en la aplicación de esta última y de las representa-
ciones que efectuó la Suprema, fue aclarado su alcance en 1777, señalándo
se que en caso de que hubiese mala creencia podía conocer el Santo Ofi
cio1
607.
*1
4
0
I a Real Audiencia de Quito estimó que la Cédula de 1770 tenía vigen
cia en Indias, y ante unas causas que se presentaron en 1784 se arrogó la
jurisdicción privativa. El Tribunal le hizo presente que la Cédula que regía en
Indias era la de 1 7 6 6 y que, según la ley XXIX, lib. II. tít. I, de la Recopila
ción, no debían cumplirse las Cédulas que no estuviesen pasadas por el
Consejo de Indias108. Los inquisidores recurrieron a la Suprema para que
obtuviera una resolución del monarca sobre el particular. Este, en agosto de
1788, expidió una Real Cédula, por la que otorgaba el conocimiento privati
vo del delito de do ble matrimonio a las justicias reales; empero, agregaba
que en caso de mala creencia debía conocer el Santo Oficio; éste podía
castigar al reo con las penas “correctorias y penitenciales” para luego entre-
a) La etapa fundacional (1 5 7 0 -1 5 9 8 )
En estas primeras décadas de su existencia, el Tribunal, junto con
darse a conocer, intentará imponer su autoridad y hacerse respetar, tanto por
la población como por los poderes constituidos. Un elemento básico de esa
política está dado por ei amedrentamiento de la gente con las lecturas de los
edictos de fe y anatema, los procedimientos más o menos masivos y los
autos de fe; todo esto vendría a corresponder a la aplicación de lo que
Bennassar ha denominado pedagogía del miedo110. Otro aspecto de aquella
política, también muy importante, corresponde a la defensa que el Tribunal
hace de sus derechos jurisdiccionales.
Esta defensa se da en ámbitos variados en la medida que son numero
sos los factores que generan las contiendas con otros tribunales, debido a la
amplitud de la jurisdicción inquisitorial. En la etapa fundacional, además, el
grado de conflictividad se ve acentuado como consecuencia del especial
espíritu que anima a los primeros inquisidores. Ellos se consideran deposita
rios de una misión trascendental en beneficio de la fe, que cuenta con el
respaldo más absoluto de las máximas autoridades de la península. Tal acti
tud está sustentada en las numerosas reales cédulas, provisiones e instruc
ciones que se dictaron para facilitarles su labor al momento del estableci
miento del Tribunal; cabe hacer notar que se les hicieron llegar copias de
111 ANCH, Simancas, vol. 10. exp. 2 y 3. También, JoséToribio Medina, Historia... de la Inquisición
e n c h ile , op. cit., pp. 100-106.
112 José Toribio Medina, H istoria... de la In qu isición de Lima, op. cit., t. 1, pp. 14-16.
1,3 ihid., t. I, p. 197.
privilegios, convencidos de que tienen la supremacía sobre todas las autori
dades del Estado. A esta postura daba pábulo el apoyo irrestricto que Felipe II
brindaba al Santo Oficio (es la época de la consolidación del aparato
inquisitorial), instrumento clave de su política contrarreformista11*.
1,4 Jaime Contreras, “Las coyunturas políticas e inquisitoriales de la etapa ( 1564-1621)”, en /listona
de la Inquisición en España y América, dirigida por Joaquín Pérez Villanueva y Bartolomé
Escandell Bonet, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1984, vol. 1, pp. 701-709.
11s José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición de Lima, op. cit., t. II. pp. 386-387.
116 ANCII, Simancas, vol. 2, fols. 85-87. José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición de
Lima, op. c i t t. II, p. 387.
1,7 José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición de Lima, op. cit., t. II, p. 390. ANCH,
Inquisición, vol. 2, fol. 71.
I,K CH, Simancas, vol. 2, fols. 119 a 131.
Estas disputas, unidas a las quejas anteriores y a esos agravios y abusos
cometidos por los inquisidores desde su establecimiento, llevaron a las máxi
mas autoridades metropolitanas a tomar medidas que evitaran la reiteración
de tales situaciones.
E n lo que respecta al procedimiento que se seguía para dirimir las
competencias entre la Inquisición ele Lima y la jurisdicción civil, correspon
día aplicar el establecido por la Concordia en 1553 para Castilla119. De acuer
do con ella, primero debían tratar de concordar ambos tribunales y si no lo
hacían, la causa tenía que remitirse a la corte, donde una junta compuesta
por dos miembros de cada uno de los consejos, Real y de Inquisición, dirimiría
la competencia. Com o seríala Solórzano120, esta fórmula se mostró inoperan
te. La Inquisición no la respetaba y, aun más, en los casos en que se reunían
los jueces de ambos tribunales, los inquisidores daban un trato indecoroso a
los oidores.
En definitiva, para poner termino a todas esas situaciones, en 1601,
los representantes del Consejo de Indias e Inquisición elaboraron una Con
cordia, que se “despachó" el 22 de mayo de 1610121, En ella se restringían los
fueros y privilegios de los ministros y sus dependientes. Así, a los esclavos
negros de los inquisidores se les prohibía andar con espadas u otras amias.
También se reiteraba lo establecido por la Concordia de 1553 sobre los fami
liares que cometían delitos en el desemperío de oficios públicos, con un
agregado que determinaba que el conocimiento de las causas de los comisa
rios que delinquieren en el ejercicio de prebendas o curatos correspondía al
ordinario. Adem ás, en ella se permite a los jueces seglares o eclesiásticos
ordinarios conocer del delito de amancebamiento de los familiares y, tam
bién, se dispone que los ministros no gozan de fuero en los delitos que
hubieren cometido antes de ser admitidos como oficiales. Asimismo, se se
ñala que los comisarios y familiares que fueran mercaderes, tratantes o
encomenderos, paguen los derechos reales y que las justicias seculares pue
dan compelerlos a que lo hagan y castigarlos conforme a las leyes, si
incurrieren en fraudes. Por últim o, se establece que los pleitos en que fuesen
parte inquisidores o ministros por ser sucesores de bienes litigiosos, en vir-
119 Nueva R ecop ila ción de Leyes de Castilla . lib. IV, tít. I, ley XVIII.
120 Juan de Solórzano Pe reirá, P o lític a Indiana, Biblioteca de autores españoles, Madrid, 1972,
lib. IV, cap. XXIV, N° 37
121 Está incluida en la R ecop ila ción de Leyes de Indias, lib. I, tít. XIX, ley XXIX.
tucl de testamento u otro título, no se ventilen en la Inquisición, "sino que se
determinaren y acaben donde fueren comenzados o hubieran de ir en grado
de apelación”.
Numerosas disposiciones de la Concordia venían a ser una respuesta
condenatoria a actuaciones abusivas del Tribunal. A modo de ejemplo pode
mos mencionar la prohibición que se señala a los inquisidores de proceder
por censuras contra los virreyes en casos de competencia (esto, sin duda, es
consecuencia de la excomunión del conde del Villar). Algo similar ocurre
con la negación del fuero a los ministros civiles y eclesiásticos que cometen
delitos en sus oficios no inquisitoriales (causa del Dr. Salinas); con la dispo
sición que impide a los familiares que eran encomenderos excusarse de sus
obligaciones militares (incidentes producidos en 1587 con el virrey conde
del Villar); y, entre otras, con la prohibición que se impone a los inquisidores
de detener la salida de la Armada (en 1586 lo habían realizado).
También en la Concordia se establece la forma como debían dirimirse
las competencias. El procedimiento instituido preveía la formación de una
junta, integrada por el oidor más antiguo de la Real Audiencia y el inquisidor
decano, que sería encargada de dilucidar las competencias; si no se producía
acuerdo entre los miembros, los inquisidores debían nombrar tres dignida
des eclesiásticas, de las cuales el virrey elegía una, para que se integrara a la
junta, la que resolvería por mayoría de votos; de darse tres votos singulares
correspondía al virrey decidir finalmente la controversia122.
Esa fórmula resultó ineficaz, porque los inquisidores no se avinieron a
integrar una junta, por no estar señalado a quién correspondía la preceden
cia y el lugar donde debían reunirse123. Con todo, ante una consulta del
Consejo de Indias, el monarca dictó una Cédula el 19 de noviembre de 1618,
en que se declaró "que las juntas se hiciesen en una sala de las Casas Reales
y que el oidor había de preferir y preferirse al Inquisidor”12'*. Esto mismo se
volvió a reiterar por otra Cédula de 28 de mayo de 1621125. Tales determina
ciones venían a consagrar la preeminencia de los tribunales reales sobre el
Santo Oficio y, por lo tanto, significaban un grave revés en las pretensiones
y orgullo de esta institución.
122 Recopilación de Leyes ele Indias, lib. I, tít. XIX, ley XXIX, ítem 25.
123 Juan de Solórzano Pereira, Política Indiana, op. cit., lib. IV, cap. XXIV, N° 40.
124 I b i d N° 41.
125 Ibid.. N° 42. También José Manuel de Ayala, Notas a la Recopilación de Indias, Ediciones
Cultura Hispánica, Madrid, 1945, vol. I, p. 363-
Posiblemente aquella decisión real es producto de los cambios que
afectan a la política de la monarquía. Felipe III tendrá una actitud mucho
menos combativa ante los enemigos del Imperio que su antecesor; al mismo
tiempo las motivaciones religiosas tienen una influencia también menor120.
Estos factores pueden haber condicionado el papel un tanto secundario que
se le asigna a la Inquisición en esta época. Tampoco puede descartarse la
presencia en el Consejo de Indias de juristas de fuertes convicciones regalistas,
sin olvidar que Solórzano Pereira. por esos años, es oidor de la Audiencia de
Lima.
c ) Los a ñ o s de a p o g e o ( 1 6 2 2 - 1 7 0 0 )
126 Antonio Dom ínguez Ortiz, “Regalismo y relaciones Iglesia-Estado en el siglo XVH'\ en Historia
etc la Iglesia en España, dirigida por Ricardo García-ViIloslada, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid, 1979, t. IV, p. 117.
127 Henry Charles Lea, H istoria de la In qu isición ... op. cit., t. I, p. 542. Joaquín Pérez Villanueva,
“Felipe IV y la Inquisición y espiritualidad de su tiempo: su figura desde tres epistolarios”, en
In q u is ició n española y m en ta lid a d inquisitorial. Ariel, Barcelona, 1984, pp. 443 - 445-
128 Joaqu ín Pérez Villanueva, op. cit., pp. 440-441. También, Joaquín Pérez Villanueva, “Felipe
IV y su política”, en H istoria de la In q u isición en España y América, op. cit.. vol. I, p. 1027.
122 Ver capítulo sobre la H acienda del Tribunal de Lima. En su relación de gobierno, escrita en
1628, el m arqués de G uadalcázar se refería al Tribunal y a su dependencia de la autoridad
civil en los siguientes térm inos: "El Tribunal de la Inquisición es el más independiente del
gobierno qu e hay en el reino; pero hoy están en él ministros de mucha satisfacción, con lo
cual, y q u e se les pagan sus salarios por libranza del virrey, será fácil conservar con todos
buena co rresp on d en cia... ''(.Relaciones de los Virreyes y Audiencias que han gobernado el
que, por concepto de confiscaciones, obtiene el Tribunal, como consecuen
cia del procesamiento a los judaizantes de la “gran complicidad” de 1635;
estas entradas consolidan completamente la independencia económica del
Tribunal130. Un último elemento está dado por la Real Cédula de 30 de mayo
de 1640, dictada en contra de la opinión de consejeros legalistas como
Solórzano131, en la que se ordenaba que las juntas, para dilucidar las compe
tencias, se efectuaran en el tribunal de la Inquisición y que el oidor más
antiguo fuera precedido en el asiento y voto por el inquisidor decano; en
caso de que a la junta debiera unirse un prebendado la reunión se llevaría a
efecto en el mismo lugar; si la discordia se mantuviera y, por lo tanto, fuera
necesario recurrir al virrey, la junta debía llevarse a efecto en su palacio,
manteniéndose siempre la precedencia del inquisidor decano sobre el oidor
más antiguo132. Esta Real Cédula venía a reconocer explícitamente la supre
macía de la Inquisición de Lima sobre los tribunales reales.
La Concordia que se dicta en 1633, en el fondo, no implica ninguna
variación en esa tendencia al fortalecimiento del Santo Tribunal. Las disposi
ciones de ella, a diferencia de la Concordia de 1610, están lejos de significar
una efectiva limitación a los privilegios y fueros de los ministros; cuando
más, tienden a aclarar o reiterar normas ya existentes o a regular situaciones
de poca monta; como, por ejemplo, que los inquisidores no oculten en sus
casas bienes en perjuicio de terceros, que no comercien con esclavos, que se
cumpla con ciertas reglas de urbanidad para con los inquisidores en los días
de fiesta o que se respeten determinados derechos de los inquisidores res
pecto al reparto de la carne, etc.133.
La época que estamos analizando corresponde a la de mayor prestigio
y poderío del Santo Oficio limeño. Su hacienda ya no sólo ha dejado de
depender de la tesorería real, sino que incluso tiene un importante superávit
y, además, la población le respeta y teme, sobre todo después de la celebra
ción del gran auto de fe de 1639.
Perú, Madrid, 1871, t. II, p. 47). A su vez, el virrey conde de Chinchón señalaba en 1640:
“Aún más independiente del gobierno que antes se halla ahora el Tribunal del Santo Oficio,
con haber cesado la paga de sus salarios de la consignación*’. Uhid ., t. II. p. 74).
13° yer capítulo sobre las confiscaciones a los judaizantes.
131 Juan de Solórzano Pereira, Política Indiana, op. cit., lib. IV, cap. XXIV, Nn 46.
132 AHN, Inquisición, lib. 258, fol. 1.
133 Recopilación de Leyes de Indias, lib. I, tít. XIX, ley XXX.
Algunas autoridades reales se niegan a aceptar la supremacía del San
to Oficio, involucrándose en reiteradas competencias, especialmente duran
te el gobierno del conde de Alba. Con todo, el Tribunal sigue contando con
el respaldo de la Corona y demás autoridades metropolitanas. Así, el 18 de
mayo de 1655 se expidió una Real Cédula a favor del Santo Oficio de Lima;
en ella se ordenaba al virrey que le respetaran “los privilegios, exempeiones
y libertades” que le tiene concedido tanto por leyes como por “uso y costum
bre”134*13
. Por otra parte, los intentos de la Real Audiencia y del virrey por
6
obtener la derogación de la Real Cédula de I 6 4 O, que daba preeminencia a
los inquisidores en la junta de competencias, fueron rechazados tanto por el
Consejo de Indias (septiembre de 1659)13'' como por el monarca (Real Cédu
la de 30 de mayo de l66-013<\
A esas alturas, la misma Real Audiencia venía también a reconocer,
implícitamente, aquella supremacía. Así, el 8 de noviembre de 1659, la Junta
de competencias, con la aprobación del oidor, decano, dictaba un auto refe
rente al hiero de los funcionarios inquisitoriales. En él se comunicaba a las
justicias reales, para que no pretendiesen ignorancia, que el privilegio con
cedido a los ministros titulares era general y sin la menor limitación y que
ninguna de las justicias eclesiásticas o reales podía entrometerse a conocer
las causas civiles y criminales tocantes a los inquisidores, oficiales asalariados
o a sus familias, criados y esclavos. Además, como consecuencia de lo an
terior, se agregaba que en ese tipo de causas no correspondía formar la sala
de competencia; ésta debía formarse en causas que involucraran sólo a fami
liares y hubiera duda con respecto al fuero137. Por primera vez el Tribunal ob
tenía una declaración escrita de autoridades civiles reconociendo a su hiero
una amplitud que muchas veces había estado en entredicho. En el auto se
señalaba que el fuero de los ministros asalariados, sus familias, criados y
esclavos, no tenía limitación y que no había ningún tipo de delito exceptuado.
La actitud de los virreyes conde de Alba y conde de Lemos, poco
afectos al Tribunal o por lo menos contrarios a su afán de supremacía, hie
incapaz de limitar la autonomía y fortaleza del Santo Oficio138.
contador del Santo Oficio, por haber copiado las cartas del gobierno sin autorización, antes
de ser nombrado por la Inquisición. El conde de Lemos, además, señalaba que el sujeto no
gozaba de fuero por ser ministro “cartulario”. La Inquisición, por su parte, alegaba que los
actos del virrey iban contra reales cédulas que ordenaban respetar los privilegios y exenciones
del Tribunal y que los ministros “cartularios” gozaban de fuero. En su contestación el conde
de Lemos expresaba: "No he de permitir novedades, ni que se dé fuero, no le tiene contra
órdenes de su Magestad, mayormente, cuando de cualquier tolerancia y disimulación pretende
V.S. hacer, que es lo que más reparo y escrúpulo me ha causado el papel de V.S.”. Los
inquisidores responden con gran moderación y un poco confundidos por la reacción del
virrey; al parecer no insisten sobre el punto y dejan todo entregado a la conciencia del
virrey. ANCH, Inquisición, vol. 467, fols. 448 a 455.
139 Joaquín Pérez Villanueva, "Felipe IV y la Inquisición y espiritualidad de su tiempo: su figura
desde tres epistolarios”, en Inquisición española y mentalidad inquisitorial, op. cit., pp. 443
y 445.
140 Roberto López Vela, “La Regente y el P. Nithard, Inquisidor", en Historia de la Inqu isición en
España y América, dirigida por Joaquín Pérez Villanueva y Bartolomé Escandell Bonet,
Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1984, vol. I, p. 1085.
141 Joaquín Pérez Villanueva, "La coyuntura histórica de la etapa (1621-1700)”, en Historia de la
Inquisición en España y América, op. cit., vol. I, p. 1056. Es muy posible que dicha consulta
esté relacionada con la obra de 1697, que cita Manuel José de Ayala en sus Notas a la
Recopilación de Indias {op. cit., vol. I, p. 345), titulada Origen y establecimiento de los Tribunales
de la Inquisición de España e Indias; ceremonias que usan competencias de ju risd icción que
han tenido con las Justicias Reales, y declaraciones que se batí dado a ellas.
d) La decadencia (1700-1820)
D e acuerdo a las fluctuaciones que presenta el número de competen
cias entre estos años es posible distinguir dos fases. Primero, las competen
cias tienen un fuerte incremento hasta la década de 1760, para disminuir
luego notoriamente. Otro hecho significativo de este período es que la ma
yoría de esos conflictos se dirimen en contra del Santo Oficio, como se
puede apreciar en la primera parte del trabajo. En este sentido resultan espe
cialmente penosas para el tribunal sus disputas con el arzobispo Barroeta, en
las que saca la peor parte1'12, las competencias con los obispos de Huamanga
y Cuzco por las causas de Martín Lobatón y Alonso Marcotegui, que también
se dirimen en su contra, y sobre todo los graves conflictos con el Tribunal
del Consulado, originados en los bienes de la Hacienda de la Inquisición y
en el fuero de los ministros.
Por otra parte, y directamente relacionado con los fenómenos anterio
res, el poder real, en forma paulatina, le va restringiendo la jurisdicción al
Santo Oficio limeño. Así, ante los numerosos conflictos derivados del fuero
de los ministros (q u e en la primera mitad del siglo XVIII se producen espe
cialmente con el Tribunal del Consulado), el 20 de junio de 1751 se dicta una
Real Cédula limitándolo*143. En ella se expresa que los ministros asalariados
sólo deben gozar de fuero pasivo en lo civil y criminal y siempre que no
sean dem andados por delitos exceptuados en las Concordias; también se
determina que los familiares de los inquisidores, sus comensales u otros
dependientes, no disfrutan de ningún tipo de fuero. Esta Real Cédula signifi
caba para el Santo O ficio de Lima la limitación más importante sufrida en sus
privilegios desde su establecimiento en el siglo XVI.
C om o ya lo hem os comentado en detalle en páginas anteriores, en
1788, el monarca, después de varios años de indecisiones, dictó una cédula
otorgando el conocimiento privativo del delito de bigamia a las justicias
reales.
Las competencias por la fórmula empleada por la Inquisición para
solicitar los autos form ados en otro tribunal fueron numerosas desde el siglo
XVI, pero alcanzaron una gravedad mayor en el siglo XVIII. El Tribunal
1,2 No obstante, com o ya lo señalam os en la parte i, varios años después de esas incidencias,
en 1766, Carlos III co n d en ó el com portam iento de Barroeta en lo que respecta a la absolución
de la herejía en virtud del ju bileo. AHN, Inquisición, lib. 258, fols. 89 y 90.
143 AHN, Inquisición, leg. 1.651, exp . 5.
pretendía, desde su fundación, que los escribanos de cámara de los otros
tribunales fueran a hacer relación, bajo apercibimiento de censuras, de los
autos originales de las causas que iniciadas en aquéllos, podría correspon-
derle conocer; una vez examinados, la Inquisición decidía si le tocaba o no
a su jurisdicción; y si el tribunal real se mostraba disconforme con la determi
nación, sólo entonces, a juicio del Santo Oficio, debía formarse Junta de
competencias.
La Audiencia de Lima y el virrey, desde comienzos del siglo XVIII, se
muestran reacios a aceptar ese procedimiento porque implicaba admitir una
supremacía de la Inquisición que ellos negaban; elevan sus quejas sobre el
particular al Consejo de Indias y al monarca. Como este tipo de controversias
se daba también con frecuencia en la metrópoli, en 1763 se dictó una cédula
sobre la materia. En virtud de ella se calificó de abuso el procedimiento que
empleaban los tribunales inquisitoriales para solicitar los autos originales;
además, se ordenó que de ahí en adelante los escribanos dieran testimonio
de ellos, previo envío de un oficio extrajudicial al presidente de la Audiencia
por parte del inquisidor más antiguo; según la misma Cédula, este trámite no
debía detener el curso de la causa, que tenía que seguirse normalmente
hasta la formalización de la competencia144. Lo dispuesto en esta Real Cédu
la era reiterado en otra, dictada el 22 de diciembre de 1775, en la que,
además, se les ordenaba a los inquisidores que, en caso de competencias, se
abstuvieran de exhortos o de cualquier otro tipo de mandato que significara
superioridad, “y consiguientemente de hacer apercibimientos, conminaciones,
multas y penas y mucho más de censuras”145.
El Tribunal durante algunos años intentó sustraerse al cumplimiento
de dichas cédulas alegando que habían sido dictadas para Castilla; sin em
bargo, el Consejo de la Suprema, en 1788, le ordenó el acatamiento de lo
dispuesto en ellas. Según el Tribunal, con dicha determinación se le privaba
“de una inmemorial posesión”146*; y, además, aunque no lo señala, esa norma
venía a suprimir una fórmula que le había permitido manifestar una superio
ridad que creía poseer.
Por último, en lo referente a este menoscabo que sufren privilegios
del tribunal debe mencionarse la pérdida del fuero de que gozaban las obras
144 René Millar Carvacho, La Inquisición de Lima. Siglos X V IIIy XIX, op. cit.
m Novísima Recopilación de Leyes de Castilla, lib. II, til. Vil, ley X.
146 Carta del Tribunal de Lima a la Suprema de 28 de mayo de 1789. AUN, Inquisición, leg.
1.653, exp. 25.
pías. La Inquisición limeña, a lo largo de todo el siglo XVIII, intentará evitar
q u e se altere la costumbre respecto al conocimiento de las causas que afec
taban a los bien es d e las fundaciones (patronatos, buenas memorias,
capellanías). N o obstante, la Corona finalmente asignó a las justicias reales el
derecho a entender en los pleitos en que se veían involucradas las obras
pías; por carta dirigida al Tribunal, de 28 de julio de 1807, la Suprema le
m andaba obedecer las cédulas que los soberanos habían dictado sobre la
materia147.
A estos recortes legales que sufren la jurisdicción y los privilegios del
Tribunal habría que agregar otras situaciones que los afectan de hecho. Los
virreyes y audiencias, en muchas oportunidades durante el siglo XVIII, se
niegan a la formación de la Junta de competencias; estaban conscientes de
qu e las disposiciones que regulaban la formación y funcionamiento de ella
dejaban a los representantes de la justicia real en una posición desmedrada;
y además, debido a su composición, las controversias se fallaban general
mente a favor del Santo Oficio. Para evitar esas situaciones, la Audiencia,
muchas veces, no llevará las controversias a la Junta de competencias, resol
viendo internamente mediante “reales acuerdos", en los que determina a
quién corresponde la causa|IS.
C om o hemos señalado al comienzo de este apartado, el número de
competencias tiende a disminuir en forma marcada a partir de la década de
1760. Pues bien, esto es resultado de la actitud del Santo Oficio, que observa
cóm o se va recortando su jurisdicción y cómo las competencias que llegan a
ventilarse a la corte se deciden generalmente en su contra. En la segunda
mitad del siglo XVIII se plantean también abundantes situaciones que debe
rían provocar la intervención clel Tribunal en defensa de sus fueros, pero,
temiendo que las competencias que se generen traigan como resultado una
reacción del poder central en orden a restringirle sus privilegios, prefiere
“hacer la vista larga” y no involucrarse en controversias*149.
En el siglo XVIII, en varias oportunidades, al Tribunal limeño se le
discute la exclusividad qu e poseía respecto a las causas de fe. Autoridades
eclesiásticas, com o el obisp o de Quito y el arzobispo de Lima, Barroeta,
pretenden jurisdicción en esas materias. El primero de ellos, como ya lo
1 ‘ Caria del Tribunal de Lima a la Suprema de 1S de abril de 1809. AUN, Inquisición, leg. 4.800,
caja 1 .
1 >H Rene Millar Carvacho, I.a In q u is ic ió n de l ima. Siglos X V IIIy XIX, op. cit.
149 Ibid.
hemos señalado, intenta conocer de las causas de solicitación y herejía en
general. Barroeta, un año después, amparándose en el jubileo del año santo
otorgado por el Papa Benedicto XIV, autoriza a los confesores para absolver
del crimen de la herejía (ver parte 1). Autoridades civiles, como la audiencia
de Quito y el corregidor de Potosí, afirman poseer competencia para enten
der en las causas de bigamia; la Corona finalmente aceptará ese punto de
vista. Pero algunas autoridades am ericanas fu ero n aún más allá.
Específicamente, la Audiencia de Quito en 1791 procedió a conocer una
causa, contra el comerciante francés Pedro de la Flor Condamine, por propo
siciones heréticas; justificaba su intervención con el argumento de que la
blasfemia era un delito de mixto fuero y con la resolución real de 1788 sobre
la bigamia, que por lo visto hacía extensiva a causas de otra naturaleza.
A esas alturas, los inquisidores habían llegado a tal estado de des
aliento que no sabían qué actitud tomar sobre ese último caso en particular
y, en general, sobre las cada vez mayores injerencias de las demás justicias
en el ámbito jurisdiccional privativo del Santo Oficio. No sabían cómo defen
der sus privilegios y temían verse envueltos en competencias. La carta por la
que dan cuenta a la Suprema de aquellos incidentes es una muestra del
estado de ánimo de los inquisidores: “Las repetidas órdenes de V.A. para que
no nos empeñemos; la prevención que en carta de 7 de agosto del año
próximo pasado se sirvió mandarnos hacer el Excmo. Señor Inquisidor Ge
neral, con ocasión del caso ocurrido en la ciudad de Maracaibo entre el
factor de la Real Compañía de Filipinas y el comisario del Santo Oficio, para
que evitemos toda desazón y recurso al Rey nuestro señor por ser así conve
niente; y últimamente la experiencia que nos asiste de que el Tribunal de la
Fe en estas distancias siempre toca la peor parte en sus diferencias con la
Real jurisdicción; no produciendo la defensa de la suya otro efecto que el de
agregarse nuevos desaires, dando acaso por ella lugar a la derogación de
algunas de sus prerrogativas y excenciones; han sido otros tantos motivos
justos que nos redujeron a suspender el progreso en la que se dice compe
tencia suscitada entre nuestro comisario y el alcalde ordinario y Real Audien
cia de la ciudad de Quito y dar cuenta a V. A.”150.
Por otra parte, parece más o menos evidente que, en el siglo XVIII, las
autoridades civiles y eclesiásticas americanas acosan al Tribunal limeño en
150 Carta de los inquisidores de Lima a la Suprema de 5 de diciembre de 1791, AUN, Inquisición,
leg. 1.649, exp. 11.
un afán por supeditarlo, en la medida que aprecian su debilidad y se sienten
apoyados por el poder central.
En definitiva, la disminución de los privilegios y fueros de la Inquisi
ción de Lima, al igual que la pérdida de prestigio, en el fondo se explican
por la falta de respaldo de parte de los monarcas. Esto no significa que los
reyes hubiesen abandonado al Santo Oficio a su suerte; lo que ocurre es que
los monarcas del siglo XVI11, especialmente Fernando VI (que fue el más
enérgico en la defensa de los derechos reales respecto al Tribunal de Lima)
y Carlos III (que tuvo actitudes más dubitativas; recuérdese la resolución
final respecto a los conflictos con el arzobispo Barroeta y las diversas dispo
siciones sobre la bigamia) no le otorgan la misma protección que los gober
nantes de los siglos anteriores e incluso aquéllos tratan de limitarle algunos
privilegios que consideran obtenidos abusivamente. Tras todo esto se apre
cia la influencia de unas renovadas tendencias absolutistas y regalistas, que
pretenden, por una parte, fortalecer la jurisdicción real en desmedro de las
que no lo son y, por otra, dejar en claro las regalías del gobierno.
ctividad R epresiva
vi
H echicería, marginalidad e Inquisición
en el distrito del Tribunal de Lima
VII
Represión y catcquesis.
Los casos de blasfemia y de simple fornicación
VIII
El delito de solicitación
IX
La Inquisición de Lima
y la circulación de los libros prohibidos
(1700-1820)
Hechicería, marginalidad e Inquisición
en el distrito del Tribunal de Lima*
Este artículo fue publicado originalm ente en el Boletín de la Academia Chilena de la Histoiia ,
N° 102, Santiago, 1992.
1 Robert Mandrou, M agistrat et sorciers en France au X\7I siecle. Une analyse depsychologie
historique. Editions du Seuil. Paris, 1980. Emmanuel Le Roy Ladurie, LespaysansdeLanguedoc.
SEVPEN. Paris, 1966. Cario Ginzburg, I Benandanti. Turín, 1966. Por cierto que también
existe una importante bibliografía en lengua inglesa, entre la que se destacan las obras de
Alan Mac Farlane y de Richard Kieckhefer.
materias, precisando la doctrina de la Iglesia al respecto- . Lste punto de vista
es el que nos interesa en la medida que, en gran parte, analizaremos el
problema bajo la perspectiva del Santo Oficio.
Al tenor de la doctrina católica, el m undo de la magia^entra en el
ámbito de la superstición, la cual consiste en dar culto de un modo ilícito o
darlo a quien no se debe. Ahora bien, Santo 'Tomás distingue diversas espe
cies de superstición, que corresponden a la idolatría, a la a d i v i n a c i ó n y ala s
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica Biblioteca de Autores Cristianos. T. IX. Madrid.
1955, qq. 92 a 96.
3 Santo Tomás, op. cit., q. 95 art. 2 .
Santo Tomás no utiliza la palabra magia en el capítulo so b re las supersticiones, a pesar de
emplearla en otras partes. La nigromancia correspondería a lo qu e com únm ente se denomina
magia negra.
_^La superstición es para Santo Tomás un vicio opuesto a la religión
porque implica efectuar el culto divino de una manera indebida. Como con-
^ secuencia de tal planteamiento, la gran mayoría de las prácticas supersticio
sas son consideradas ilícitas, ya que a través de ellas se está reverenciando al
demonio o se está permitiendo que intervenga en ámbitos que le correspon
den sólo a Dios. Tanto para este autor en particular como para los teólogos
medievales en general la figura del demonio está muy presente en la vida de
los hombres, tratando de intervenir de manera permanente en sus acciones
para desligarlos de su vinculación con Dios. En suma, peca gravemente y
comete un acto ilícito quien mediante las creencias y prácticas supersticiosas
da pábulo a una intervención del demonio.
Ahora bien, partiendo de esos criterios, \ (C b ritje rt^ q u e no es mencio
nada expresamente por Santo Tomás en el apartadocle las supersticiones,
corresponde a una forma de idolatría. Este alcance le darán por lo demás los
canonistas que desde fines de la Edad Media se preocupan del tema, comen
zando por los dominicos Sprenger y Kramer. que sintetizan sus ideas en el
lamoso M a lle u s M a lé fic a n u n , publicado en H86 y fuente de prácticamente
todos los tratados de brujería que se escribieron con posterioridad. Así, con
sideran que lo determinante de ella es el culto al demonio que rinden las
brujas a través de una serie de ritos, en que el sabbat o asamblea nocturna,
con danzas, actos eróticos y sacrificios de niños y animales, era el más im
portante.
La (ife c b ic e ríc t, por su parte, de acuerdo con los criterios de Santo
Tomás, es la práctica de la adivinación y de actos supersticiosos o vanas
observancias. En consecuencia, tendrían ese carácter todas las acciones en
caminadas a la predicción de los hechos futuros y que implicaran la inter
vención del demonio, ya sea por invocación expresa o tácita. Entre ellas
estarían la adivinación por sueños y por pitonisas, la nigromancia, la
quiromancia, la astrología y los sortilegios. La hechicería también compren
día las acciones que se realizaban con la ayuda deí demonio para conseguir
determinados efectos, tales como sanar enfermos, alcanzar riquezas, tener
éxito en el amor y causar daños o maleficios.
La brujería es un fenómeno que se da preferentemente en Europa
entre los siglos X V y X V 1P y en muchos casos tiene como base a una o varias*
También se dieron casos cíe brujería en México, Cartagena de Indias y colonias inglesas de
Norteamérica.
hechiceras que son acusadas de realizar acciones prodigiosas y un culto
diabólico. La hechicería, en cambio, es un fenómeno que se cía en todas las
épocas y sociedades y se origina en la inquietud humana por tener un con
tacto con el mundo sobrenatural y poder modificar el orden del mundo
natural. Lo que a nosotros nos interesa analizar en esta oportunidad es la
hechicería, circunscrita al ámbito de la Inquisición de Lima. Esto últim o sig
nifica que en gran medida veremos el tema desde la perspectiva exclusiva
del Santo Oficio y no de la Iglesia en su conjunto o de las autoridades
temporales. También implica un determinado medio geográfico, configura
do por el distrito del Tribunal, que hasta 1610 cubría todos los territorios
españoles de Sudamérica y, a partir ele esa fecha, desde la Audiencia de
Quito hacia el sur hasta Chile y Buenos Aires. Por último, nos fija un límite
cronológico y otro referente a los sectores de población en que se basará el
estudio. En cuanto a la cronología, comprende desde la fundación del Tribu
nal en 1570 hasta su abolición en 1820 y con respecto a la población, el caso
de los indígenas no será analizado en la medida que el Santo O fic io no tenía
jurisdicción sobre ellos.
re p rim ir drásticam ente la hechicería'". Entre ellas se destaca una dictada por
C o n s ta n tin o en el año 3^T . qu e dice: “ N o consulte nadie a agorero o astrólo
g o , ni a a d iv in o . En m u d e zc a la deprav ada manifestación de los augures y de
los vaticinadores. Y no intenten hacer sobre esto cosa alguna los astrólogos
y los m agos y los dem ás a quienes por la magnitud de sus crímenes llama el
v u lg o hechiceros. Calle en todos perpetuamente la curiosidad de adivinar.
P o rq u e sufrirá la pena capital derribado por la espada vengadora cualquiera
q u e denegare obediencia a lo m andado '1’.
E n la E d a d M e d ia , en la península ibérica, el poder temporal continuó
c o n sid e ra n d o la hechicería co m o un delito, condenando incluso a los que
recurrían en consulta a los adivinos y agoreros. En la legislación de los
vis ig o d o s , m u y influida p o r el D erech o Rom ano, se encuentran varias dispo
siciones sobre la m ateria, en las que se im ponían diversas penas que iban
desde los azotes a la m u e rte 10. Más tarde, con la recepción del Derecho
C o m ú n , se precisó aún más la índole del delito, com o se aprecia en las Siete
Partidas, en las qu e se sancionan las adivinanzas realizadas por los agoreros,
sorteros y hechiceros11. Específicam ente la ley prohíbe aquellas prácticas y
adem ás n o perm ite la residencia en el reino a quienes las efectúan, junto con
c o n m in a r a la p o b la c ió n a n o encubrir o proteger a dichas personas12. En
otra disposición se sanciona con la pena de muerte a quienes se les probare
el d e lito , salvo q u e hubiesen actuado para exorcizar los demonios de alguna
persona o a h u ye n ta r las langostas de los cam pos1'. También en las Siete*9 2
10
14
Recopilación ele Leyes de Castilla, lib. VIH, tít. I. |ey v. |,b. VIH, tíi lll, leyes V y Vil.
15
Diego de Encinas, Celulario Indiano. Ediciones Cultura Hispánica. M adrid, 19*15, lib. U,
p. 73- Recopilación de Leyes de Indias, lib 6 . til, |, ]cv 3 5
Ver las disposiciones que sobre la hechicería practicada p o r ¡m indios dictaran la s autoridad®
de Chile en Antonio Dougnac. "Kl delito de hechicería en el Chile indiano". Revista Chile,,.,
de Historia del Derecho, N° 8 , Santiag<>, l I . pp. |<>,_ |(^
P e r o si b i e n e l c r i s t i a n i s m o p r im itiv o y lo s p a d re s d e la Iglesia c o n d e
n a r o n la h e c h i c e r í a , n o s e m o s t r a r o n m u y r ig u r o s o s c o n las s a n c io n e s a los
e je c u t a n t e s . E n e l e c t o v n o o b s t a n t e q u e e s a s p r á c tic a s fu e ro n asim iladas a la
h e r e n c i a p a g a n a q u e h a b ía q u e c o m b a t ir e n a q u e llo s p u e b lo s q u e se integra
b a n a l m u n d o c r i s t i a n o , la s d i s p o s i c i o n e s c a n ó n ic a s fu e ro n m e n o s rigurosas
q u e la s c i v i l e s . E s p o s i b l e q u e e s e f e n ó m e n o s e r e la c io n e , p o r lo m en o s en
p a r te , c o n la s d u d a s q u e a a l g u n o s p a d r e s d e la Ig lesia les m erecían los
e f e c t o s r e a l e s d e la h e c h i c e r í a 1". E n e s e s e n tid o la o p in ió n d e San Agustín
r e s u lt ó m u y i n f l u y e n t e , p u e s a p e s a r d e v e r e n la m a g ia u n a in terv en ció n de
lo s d e m o n i o s p a r a d e s v i a r a lo s h o m b r e s d e D io s , c o n s id e r a b a q u e en cierto
m o d o lo s r e s u l t a d o s d e e lla c a r e c í a n d e e fe c tiv id a d . T o d o se ría p rod u cto de
la a c c i ó n d e lo s d e m o n i o s q u e e n g a ñ a b a n a lo s h o m b r e s c re á n d o le s ilusio
n e s q u e n o c o r r e s p o n d í a n a la r e a li d a d 18.
L a a c t i t u d s a n c i o n a d o r a d e la h e c h ic e r ía q u e tie n e la Ig lesia en la Alta
E d a d M e d ia q u e d a r e f le ja d a e n la s D e c r e t a le s d e G r e g o r io IX. en las q u e una
a n tig u a d i s p o s i c i ó n d e l P e n i t e n c i a l d e T e o d o r o p r o h íb e h a c e r sortilegios,
c o n d e n a n d o a la e x c o m u n i ó n a q u i e n e s lo h ic ie r e n . O tra n o rm a, del año
1 1 8 0 , s u s p e n d e d e s u m i n i s t e r io p o r a lg ú n tie m p o al p re s b íte ro q u e recurre
a l a s t r o l a b i o p a r a in d a g a r s o b r e a lg ú n h u r to . E n la te rc e r a y últim a ley q u e
s o b r e la m a t e r ia c o n t i e n e e s a r e c o p i l a c ió n s e p r o h íb e n las e le c c io n e s de
p a s t o r e s e c l e s i á s t i c o s o c o m p r o m i s a r i o s m e d ia n te la s u e r te 19.
C o n t o d o , c o i n c i d i e n d o c o n e l p e r ío d o e n e l c u a l s e re co p ila b a n las
D e c r e t a l e s , p r i m e r t e r c i o d e l s ig lo X I I I , s e in ic ia u n p r o c e s o q u e tien d e a
m o d if ic a r la a c t it u d d e la I g le s ia c o n r e s p e c t o a la h e c h ic e r ía . H ay un en d u
r e c i m i e n t o e n la s a n c i ó n y s e a c tiv a u n a p o lític a re p re siv a . U n h ito im portan
t e e n e s t a e v o l u c i ó n lo s e ñ a l a u n a b u la d e 1 2 5 8 d e l P a p a A lejan d ro IV, en la
q u e s e p e r m i t ía a lo s i n q u i s i d o r e s c o n o c e r d e la s c a u s a s d e h ech icería en
q u e h u b i e s e u n a c l a r a i n c i d e n c i a e n m a te r ia d e fe . C o n p osteriorid ad , el
P a p a J u a n X X I I , e n d i v e r s a s b u la s y e s p e c ia lm e n t e e n la S u p e r iU iiis s p e c u la
d e 1 3 2 6 , a r r e m e t í a e n é r g i c a m e n t e c o n tr a la h e c h ic e r ía , d á n d o le el carácter
d e h e r e je a t o d o a q u e l q u e la e je r c i e r a . E s to s ig n ific a b a , p o r un a p aite, otor
g a r le a e s a p r á c t i c a la c a l id a d d e d e lito c o n tr a la fe y p o r otra en tregar su
c o n o c i m i e n t o d e m a n e r a d ir e c t a a la In q u is ic ió n . E n to d o c a so durante un
17
J u lio C a ro B a ro ja , Las b ru ja s .... ap. c it ., p p . 79-84. Fran co C ard ini, op. cit., pp, 12-21.
]K
San A g u s tín , La c iu d a d d e O ios. B ib lio te c a de A utores C ristianos, Madrid, 1978, Libros VII,
cap . 35 y X V I I I , c a p . l<8.
D ecreta les, lib. 3, 1ít. 21.
tiempo siempre subsistió la duda sob re la c o m p e te n c ia del S a n to Of icio en
toda causa de hechicería. Nicolau Evm erich. en su D irecto rio In qu isitorial,
escrito hacia 1376, manifiesta sus reservas al re sp e c to , d is tin g u ie n d o entre
los simples adivinos o quirom ánticos, cuvas a ctiv id a d es no c o m p e te r ía n a la
Inquisición, y los adivinos heréticos, q u e eran los q u e in v o c a b a n a l cierno*
nio, y que sí debían ser juzgados por el Santo T rib u n a l” Sin e m b a r g o , en el
transcurso del tiempo se fue im poniend o el crite rio d e q u e la s prácticas
hechícenles, salvo casos puntuales, regu larm en te eran h eré tica s. A s í queda
de manifiesto en los com entarios qu e en 137b realiza) el ca n o n ista Fran cisco
Peña al reeditar el Manual de Eym erich por e n c a rg o d e la Santa S e d e . Para él.
eran heréticos todos los sortilegios en q u e se in v o cara a los d e m o n io s , se
rindiera culto a ídolos y se utilizaran in d e b id a m e n te los s a c r a m e n to s o las
cosas sagradas2021. Finalmente, las reticen cias a c o n sid e ra r to d a h ech icería
como herética que aún podían quedar fueron d isip ad as p o r e l P a p a Sixto V
con la bula C oeli el T en u e de 1586. En ella se c o n d e n a b a n to d a s la s clases
de adivinación y encantam ientos y o rd en aba a las a u to rid a d es e c le s iá s tic a s e
inquisidores que persiguieran y castigaran a q u ie n e s las p r a c tic a b a n 22.
En esa evolución que exp erim en tó la actitu d d e la Ig lesia tr e n te a la
hechicería influyeron varios factores. Entre e llo s p od ría m e n c io n a r s e el re
surgimiento de las prácticas m ágicas p o sib le m e n te a raíz d e la influencia
bizantina y árabe. Algunos autores tam bién asig n a n im p o rta n cia a la crisis
socioeconómica del siglo XIV, qu e habría su m id o en la d e s e s p e r a c ió n a
extensos sectores de la sociedad, lo cual, a su vez, h ab ría lle v a d o a muchas
personas a recurrir a la magia co m o evasión o a atrib u ir la resp o n sab ilid ad
de sus males a brujos y hechiceros. T a m p o co s e p u e d e d e s c a rta r e l fuerte
desarrollo experimentado en ese tiem po por a lg u n as h ere jía s, q u e facilitaron
la asimilación de la hechicería a eso s delitos co n tra la fe. Ig u a lm e n te , resulta
de gran trascendencia la figura del Papa Ju a n X X II, m uy o b s e s io n a d o por la
magia y convencido de haber sufrido alg u n o s a te n ta d o s co n tra s u v id a me
diante prácticas de ese tipo. Por último, está la in flu e n cia d e S a n t o Tomás,
2V Jcan Hierre Detlieu. /, 'adm inistrado)! d e la fo i. Lin qu isition de Toledo (XV7-XMÍÍsiéc/e). Casa
de Velá/.quez. Madrid, 1989, p. 240. Jaim e Contreras, op. cit.
Esa situación se refleja por ejem plo en el Tribunal de Valencia (Ricardo García Cárcel, Herejía
y sociedad en el siglo X\ 7 La In qu isición de Valencia 1510-1609. Ediciones Península.
Barcelona, 1980. pp. 118 y 249). V también en las inquisiciones de Italia (E. William Monter,
Ritual. Mytb a n d M a gic in liarly M odern Taropé. Ohio University Press. Athens, Ohio, 1984,
pp. 61-71).
M José Toribio Medina, Historia del Trib u n a l del Santo O ficio de la Inquisición en Chile. Fondo
Histórico y bibliográfico J. T. Medina. Santiago, 1982, pp. 97-98,
Ver capítulo sobre “Las confiscaciones de la Inquisición de Lima a los jucleoconversos de “la
gran complicidad" de 1 6 3 8 "
232 INQUISICION Y SOCIEDAD EN FL VIRREINATO PERI \NO KtM MUI M <
33 José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición en Chile. of>. cit., pp, 133-136.
31 Paulino Castañeda Delgado y Pilar Hernández Aparicio, La Inquisición de I.itna ( 1570-163$)
Editorial Deimos, Madrid, 1989, t. I, pp. 367-368.
35 José Toribio Medina, Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima (1 7 6 9 - 1820). Fondo
Histórico y bibliográfico J. T. Medina, Santiago. 1986, t II. pp. 3S-40.
i • c risis o recesión económ ica, al incrementar la ele
m en tos una situ ación ,
• • • h e c h í c e n l e s de parte de aquellos que buscaban con
m anda p o r los serv icie» IK U 1K U 1,t 1
1 . a tCI-rarsc. En ese sentido estoy pensando en la
d e s e sp e ra c ió n a l £ ° A cl . , , lyr2rv
exp erim en ta en Perú en la decada de 1630. con
crisis e c o n ó m ic a qtic ' .,
. , „iiercian tes V banqueros, que coincide con un mo-
so n ad as quiebran ü(- t( , . . . , ..
, 'tív'íí i-iíl inquisitorial en torno a los judaizantes y hechiceros.
L f.,se c 0 rresponcle a la primera mitad del siglo XV1I1 y en ella
la h ech icería '" ju n to a la bigam ia, son a m ucha distancia los delitos que con
cen tran la a c tiv id a d p ro ce sa l del Tribunal. Esto está vinculado con la menor
im p ortan cia d e alg u n o s d e los delitos que antes habían merecido la atención
p referen te d e los inquisidores. El judaismo y las proposiciones vieron dismi-
•i
nuidas su s ca u sa./1L
s,. en iia, m edida
n iu nui u
Mu c- la represión
LIV 1 había sido exitosa. Es
indudable q u e el o bjetiven inicial del Tribunal, que buscaba cortar esas mani
festacion es, ya se había a lca n z a d o a fines del siglo XVII. Por lo tanto, el paso
siguiente fue p o n e r én fasis en aquellos hechos y actitudes sospechosos de
herejía qiie tod avía tenían un gran an aig o en la sociedad. 1 oí otra parte,
tam bién h ay q u e co n sid e ra r las instrucciones expiesas dadas a comienzos de
1707 p o r el Inquisidor G en eral y la Suprema para que se enfrentara con
m ay o r e ficacia el in cre m e n to exp erim en tad o por ese cielito en la diócesis de
Q uito, al d e cir d e su Obispo-*6. La cuarta y última fase coincide con la deca
d en cia del T ribunal, q u e se m anifiesta, entre otros aspectos, en una sustan
cial d ism in u ción d e las ca u sa s de fe. Dentro de ese contexto la hechicería
pasa a un se g u n d o p lan o frente a la bigamia y a los diferentes delitos que
in volu crab an al clero .
En su m a, el Tribunal d e Lima, salvo en el momento fundacional y en
el o c a s o final, p erseg u irá d e m anera intensa y constante a los sortílegos y
adivinos. Y lo h a c e a p e sa r d e estar consciente ele que en su inmensa mayo
ría no eran h erejes. El C on cilio hizo tom ar conciencia de que los vacíos
doctrin arios y las co stu m b re s relajadas de los fieles podían dar pábulo a la
p en etració n d e las herejías. Sobre todo a partir de Tiento, con las pautas
doctrin arias ya m uy p recisas, el Santo Oficio no sólo estará alerta con respec
to a los h erejes p ro p ia m e n te tales, sino también con relación a los dichos y
h ech o s d e los cristian os viejos que puedan hacer sospechar acerca de la
Esas prácticas aparecen, entre m uchos otros, en los p roceso s de Antonia Abarca (1656), de
Petronila Guevara (1662) y Magdalena C am acho ( 1662). AUN. Inquisición, lib. 1031, fols.
378 - 496 y 500.
38 AHN, Inquisición, leg. 1649-2, exp. 53.
39 AHN, Inquisición, leg. 1656, exp. 2.
negro, h ierb as varias, alguna m on ed a, tijeras, cedazo y otros. Habitualmente
estos sortilegios iban aco m p añ ad o s de invocaciones al demonio y a divinidades
y personajes a b o ríg en es, am en de* conjuros y oraciones a santos diversos.
Por ejem plo, la vecin a del C allao Barbilla de Aguirre fue testificada en el año
1700 de h a c e r el sortilegio de la co ca al tiem po que llamaba a la Coya y a la
Paya; en otra o ca sió n , la sindicaban de m en cion ara Dios, a San Pedro y San
Pablo y a la Santísim a Trinidad, junto con obligar a rezar el credo a quienes
la a co m p añ ab an ,n. De la ya citada Ju an a de Saravia se decía que invocaba “a
los diablos d e los escrib an o s, d e los pescadores y de los mercaderes" y de
realizar sah u m erio s. T am b ién era frecuente que al iniciarse estas sesiones la
h ech icera pidiera a los asisten tes que se despojaran de toda imagen religiosa
y de los ro sario s, c o n el ob jeto, según declara en 1740 la guayaquileña María
Rosalía, “d e qu itarle al d iab lo los em barazos que pudiera tener para concu
rrir a d ich o s sortilegios" *1. La suerte del ced azo y de las tijeras con el fin de
descubrir o b jeto s y te so ro s se p racticó con muy poca frecuencia. Uno de los
escasos testim on ios e n co n tra d o s al resp ecto corresponde a la causa del fran
ciscan o v a s c o Ju a n del Rosario Paguegui, que fue acusado de poner en el
ced azo u n os c a ra c te re s en cru z y sobre ellos unas tijeras en la misma forma,
in vocand o los n o m b res d e San Pedro y San Pablo y Cristo crucificado42.
Tam bién c o n el fin ele d escu b rir tesoros y, adem ás, guacas, el vecino de
Quito D iego d e la Rosa em p leab a en 1581 una varilla y horquetas de grana
d o 43.
A hora, en c u a n to a las prácticas supersticiosas o vanas observancias,
co m o las d en o m in a Santo T om ás, hem os detectado algunas de las realizadas
para cu rar e n fe rm o s p ro d u cto d e hechicerías. Para saber si una persona
estaba bajo los e fe cto s d e un m aleficio se recurría a veces al sortilegio de la
co ca y el lebrillo co n vino. Y para sanar al enferm o se utilizaban aguas de
hierbas d iversas, u n g ü en to s y p o b o s preparados con los más variados pro
ductos, friegas tam b ién c o n polvos y baños en aguas con hierbas. En ciertos
casos, los h e ch ice ro s d em o strab an la eficacia de sus remedios haciéndoles
creer a los e n fe rm o s q u e les extraían lombrices, sapos y otras sabandijas, que
serían los ca u sa n te s d e los m ales. A Alejandro Vargas se le acusaba en 1708
de curar d e m aleficio a una m ujer frotándole una piedra, con la que le sacó*1
G ra b a d o n “ 5 d e G o y a , p e r te n e c ie n te a la s e r ie L o s C a p r i c h o s .
d e l e s tó m a g o “u n a a lm o a d illa d e c in c o h u e s o s d e a c e itu n a , d o s p ie s d e
c a rn e ro y u n s a p o p e q u e ñ o ” 4 ' 1.
^ A H N , In q u is ic ió n , le g . 16 5 6 , e x p . 1. H e c h iz o s c u r a t iv o s ta m b ié n se e n c u e n tra n en la s c a u s a s
mos el uso ele cuyes51. Para los baños se recurría a agua bendita de diferen
tes iglesias, hierbas olorosas, con mención expresa de la ruda, llores y fru
ta52. Normalmente todas estas acciones iban acompañadas de oraciones y
conjuros a los demonios, animas, santos, luiacas y divinidades aborígenes.
Entre los conjuros amorosos se destacan por su reiterada invocación
los referentes a determinados santos del santoral católico, como San Cebrián,
Santa Elena, San Silvestre y Santa Marta. El que éstos se encontraran en el
repertorio de la mayoría de los hechiceros y que además se estuvieran invo
cando permanentemente es una señal acerca de la creencia popular en la
eficacia de sus poderes. Las ánimas del purgatorio también gozaban de mu
cho crédito entre los hechiceros de estas tierras, lo cual se reflejaba en los
diversos conjuros y oraciones en los que se las invocaba. En este aspecto la
que aparece con mayor frecuencia en los documentos es la denominada
oración del ánima sola, que como ocurre habitualmente, tenía varias versio
nes. Una de ellas decía: “Anima sola, ánima sola, ánima solo en el mundo
andubiste, las penas que yo paso padeciste. Un don te doy , un don te pido.
Ni lo doy ni te lo quito, en las faldas de María te lo deposito, para que me
otorgues esto que te pido, que me traigas a fulano"'5.
Otro conjuro sobre animas que hemos encontrado citado tanto en el
siglo XVII como en el XVIII corresponde al del ánima condenada, uno de cu
yos textos era el siguiente: “Anima que estas entre guacas y peñas a ti te pido que
me inquietes a fulano y no le dejes estar acostado, ni sentado, sino pensando
en mi, y me lo traigas asido por el riñón y por el pulmón y de los treinta y tres
nervios, para que me de cuanto tuviere, y diga cuanto sintiere y lo conjuro con
cuantos conjuros hay con el Inga y la Paya, para que venga a buscarme”54.
51
La friega con un cuy para obtener ventura en el amor figura en la causa seguida en 1655 a la
cuarterona Luisa de Vargas. AUN. Inquisición, lib. 1031, fol. 363.
52
La utilización de las fricciones en general y de los baños está presente en numerosas causas,
de las que a modo se ejem plo se citan las de Juana de Cabiales, de 1662 (AFIN, Inquisición,
lib. 103L fol. 501); Bernarda Cervantes, de 1681 (lib. 1032, fol. 220); Bárbula de Aguirre. de
1700 (leg. 1648-2, exp. 19. fol. 1 19): María Camón, de 1701 (id. fol. 103); y Juana Saravia de
1717 (leg. 1649-2, exp. 53).
55 Causa de Josefa Lineo de Guzmán, natural de Huaras, año 1665. AHN, Inquisición, lib. 1031»
fol. 518. (Tira versión, en la causa de Ana Vallejo, natural de Santa Fe, Peni, año 1655. AHN.
Inquisición, lib. 1031. fol. 3 8 8 . También estaba el conjuro del ánima recta.
Causa de Agustina Picón, natural y vecina de Lima, 1719. AHN. Inquisición, leg. 1649-2, exp.
53- Hay referencias a este conjuro en la causa de Francisca Arias Rodríguez, natural de
Oruro, 1672. AHN, Inquisición, lib. 1032, fol. 178.
De numerosos conjuros y oraciones ignoramos el texto debido a que
las relaciones de causas, por contener un resumen del expediente, no siem
pre los transcribían, aunque sí hacían referencia a los que usaba el procesa
do, con las denominaciones con que eran conocidos. 1)ebiclo a ese hecho no
contamos con el conjuro de San Silvestre, que fue muy utilizado, y los de San
Nicolás y San Cebrián. En todo caso, sí hemos encontrado algunas de las
tantas invocaciones de que era objeto Santa Marta, sin duda la figura clave
en toda ceremonia de hechicería que un iese un fin amoroso. Desde fines
del siglo XVI hasta comienzos del siglo XIX es el personaje más invocado,
apareciendo mencionado en la gran mayoría de los procesos que hemos
revisado. De acuerdo con los documentos, los hechiceros distinguían entre
la Santa propiamente tal y otra que denom inaban Marta la mala. Con respec
to a esta última se decía la siguiente oración, a veces 1rente a una vela
encendida: “Marta, Marta, no la digna ni la Santa, así levantéis a fulano con
Barrabás, con satanás y me lo traigas manso, ledo y atado y a mis pies
postrado. Marta, Marta, la que los infiernos quebranta, la que los demonios
quebranta, así encontréis y liguéis a fulano, del riñón, del pulmón, del cora
zón, del cojón, (de los) treinta y tres nerv ios que en su cuerpo son, si más,
más, si menos, menos, echemos suerte las dos, vos sois una, yo soy dos, vos
sois tres, yo soy cuatro, vois soy cinco, yo soy seis, vos soy siete, yo soy
ocho, vos soy nueve, en vos Marta cayó la suerte, vos me habéis de traer a
fulano”555
.
6
Además estaba el conjuro de Santa Marta, qu e en una de sus versiones
decía: “Conjúrate fulana con la mar y las arenas y el cielo y las estrellas y con
la hostia del altar y con la Santísima Trinidad y con la bien aventurada Santa
Marta le conjuro y le vuelvo a conjurar”"*0.
55 Causas de Ana María de Ulloa, natural de Potosí, procesad a en 1065. y de Marina de Vega,
natural de Araval, España, y residente en Lima, procesada en 1060. AUN. Inquisición, lib.
1031, fols. 527 y 531. En las prácticas m ágicas en qu e se hacían enum eraciones siempre se
privilegiaban las impares. Así, determ inadas cerem on ias d ebían hacerse durante 9 días, o
debían rezarse 33 oraciones, etc. Esto, d ebid o a qu e los núm eros impares gozaban de una
consideración especial en la medida qu e de la observ ación del cu erp o humano Huía como
normal la paridad de los órganos, haciendo qu e lo im par lucra lo extraño, adquiriendo por
ello un carácter sacro, que se reafirmó co n el cristianism o, al privilegiar el número tres. Jean
Delumeau , El catolicism o ele Lu tero ci Volta ire, Edit. Labor, B arcelona, 1973. pp. 204-205.
56 Causa de Francisca Maldonado, natural de S e v illa , procesada en 1597. AH N , Inquisición, lib.
1028, fol. 502.
Por último, también existía una oración de Santa Marta, que se rezaba
delante de su imagen, de rodillas y con un vela encendida. El texto de ella,
en una versión posiblemente incompleta de fines del siglo X V I. decía: '‘Seño
ra Santa Marta, digna sois y santa de mi Señor Jesucristo, querida y amada de
la Reina de los ángeles, huéspeda y convidada, señora Santa Marta, benditos
sean los ojos con que a mi Dios miraste y los brazos con que le abrazastes y
la boca con que le besastes y los pies con que buscastes ^ .
Como salta a la vista, en estas prácticas hechiceriles se puede apreciar
una influencia notoria del mundo indígena, que se manifiesta en la invoca
ción de algunas de sus divinidades y personajes o en la utilización de deter
minados elementos como la coca, los cuyes, las conchuelas, el maíz, el ají, el
tabaco o la chicha. Con todo, no es fácil precisar la influencia de ciertos usos
y creencias aborígenes en el m undo mágico de la sociedad española. En ese
sentido la dificultad se encuentra en las fuentes, porque pueden hacer apa
recer como propias de la sociedad aborigen creencias o costumbres que
tienen un origen español. Este fenómeno se produce en forma independien
te al carácter del sujeto que genera la información y es consecuencia por una
parte de la asimilación que hacen los indios de algunos aspectos de la cultu
ra europea y por otra de la estructura mental del cronista. Así, por ejemplo,
la Crónica de Cuamán Poma de Ayala, sin proponérselo, extrapola al mundo
indígena criterios de análisis y de pensamiento propio del esquema mental
español. Una manera de soslayar por lo menos en parte ese problema es
recurrir a los documentos y crónicas más antiguas, que mostrarían una
sociedad indígena menos influida por lo europeo. Al respecto, entre otras,
son básicas las obras del licenciado Juan Polo de Ondegardo y del eclesiás
tico Cristóbal de Molina.
De la revisión de esas fuentes queda claro que casi todos los elemen
tos autóctonos que utilizan los hechiceros procesados por la Inquisición eran
objetos que tenían un papel importante en los ritos y ceremonias religiosas
de los indios. Tal es el caso de la coca, el maíz, las plumas de pájaro y las
■ Ib id. También conocem os una versión incompleta de la oración de Santa Elena, que decía:
“Santa Elena hija de Reina y Rey. que saliste en busca de Jesucristo y te encontraste con once
mil vírgenes y les preguntastes que buscaban, respondieron que los tres clavos de N.S.
Jesucristo y te reveló el Angel que ahí estaban los tres clavos debajo de la tierra y cuando
recordaste y cabaste la tierra, avisaste a las once mil vírgenes que habías hallado los tres
clavos y de ellos echaste al mar un clavo para que quedase salado, otro a su hijo Constantino
y el otro quedó con la Cruz para que dieras señas a los cristianos". Ver causa de Juana de
Santa María, procesada en 1739. A1IN. Inquisición, leg. 1656, exp. 2.
conchas de mar cjue se ofrendaban a las huacas y divinidades en algunas de
sus ceremonias más significativas’ 8. Con fines adivinatorios usaban también
coca, cabellos, sebo, ropa, maíz y cuyes. Polo de <)ndegardo señala respecto
de estos últimos, que eran muy usados para “ver los agüeros y sucesos de
las cosas”, tanto en la sierra como en los llanos, asociándoseles con la fortu
na debido a su enorme fecundidad Pero el aporte aborigen al repertorio
hechiceril no se limitó sólo a los elementos descritos, sino que algunas de las
prácticas de aquéllos fueron acogidas con prontitud y entusiasmo por los
maestros no indígenas en esas artes. El mismo autor citado en otra paite de
la descripción de las creencias de los incas señala que había “otros sortile
gios para decir lo porvenir y para esto mascan cierta coca y echan de su
zumo con la saliva en la palma de la mano tendiendo los dos dedos mayores
de ella y si cae por ambos igualmente es el suceso bueno y si por uno sólo
es malo”5 *60.
8 Al parecer, los baños y friegas con hierbas, flores y frutas, que se
constituirán en una fórmula básica del repertorio hechiceril indiano, también
correspondían a la asimilación de tradiciones aborígenes. En efecto, en los
procesos de idolatría contra los indígenas se encuentran numerosas referen
cias al uso de los baños y friegas para sanar enfermedades o como ritual
religioso y, por el contrario, tales procedimientos no aparecen entre los que
usaban los hechiceros peninsulares61. Por otra parte, algunas creencias indí
U1 Causas de Juana de Sania María, mestiza, natural de Hnanea vélica y denunciada en 1734, y
de Nicolasa de Cuadros, mestiza, natural de Huasca en Cajamarca y residente en Lima, fue
denunciada en 172.S y testificaron contra ella 23 testigos. AUN. Inquisición, leg. 1656, exp. 2
y 3. Con respecto a la posible asimilación del apóstol al demonio, un autor señala, al estudiar
las creencias de los pueblos andinos en la actualidad, que los indígenas lo han vinculado a
la divinidad del trueno, que era benéfica y atemorizante al mismo tiempo. Louis Girauli, op.
cit., pp. 50 y ss.
63 Polo de Ondegardo, op. cit., pp 195-190. También se creía que los huacanquis proporcionarían
bienes y fortuna, hierre Duviols, C ulturo andina y represión. Procesos y visitas de idolatrías
y hechicerías Caja tambo, siglo AT7/, Centro de Estudios rurales andinos “Bartolomé de Las
Casas”, Cuzco, 1986, pp. 20-185 y 241.
(A Causas de Josefa Tineo de Guzmán (AHN, Inquisición, lib. 1031, fol. 518), de Jerónimo
Ortega, natural de Jauja, clérigo de órdenes menores, procesado en 1705 (AHN, Inquisición,
leg. 1648-2, exp. 19. fol 180) y de Juana de Santa María, ya citada.
ban instrumentos similares, que se d i f e r e n c i a b a n solo e n cuanto a los ele
mentos con que se confeccionaban, que p o d í a n s e i un nozo de ara o de
soga de ahorcado6'’ .
La transmisión de las creencias v elementos rituales aboiígenes se dio
en gran medida debido a los requerimientos de la misma sociedad hispana.
Mujeres y hombres españoles buscaron a los indígenas que tenían fama de
brujos para que les enseñaran sus prácticas. Así queda en evidencia en nu
merosos procesos, en que Ices hechiceros dicen que detei minadas ceremo
nias las aprendieron de indios, que ellos h a b í a n contactado; tal es el caso de
Francisca de Escobedo, que en 1 5 8 7 f u e a c u s a d a junto a otras mujeres de
hacer “hechizos y de haber tratado con indios de estas cosas (>6. Incluso ya
en el primer concilio de Lima, celebrado en 1551-1552, en las constituciones
referentes a los españoles se incluyó una, la numero 60, condenando con
excomunión y pena de 50 pesos a quienes "usan de hechicerías y buscan
indios e indias hechiceros para tomar consejo con ellos . El historiador y
antropólogo español Julio Caro da un explicación interesante que puede
aplicarse a ese fenómeno. El sostiene que ciertos pueblos que se considera
ban superiores, como el de los “cristianos viejos”, pensaban que los inferio
res con los que convivían poseían mayores poderes y saberes mágicos que
los propios, justamente en razón de su primitivismo y de ahí que aquéllos los
requirieran como maestros6 768. Sea lo que fuere, también contribuyó a la difu
6
5
sión de tales prácticas el desarrollo del mestizaje, que sirvió de puente entre
las culturas aborígenes y española. Lo interesante es que la influencia no se
dio sólo en una dirección sino que también el m undo de las creencias mági
cas españolas hizo aportes a los ritos y creencias de los indígenas. Algunos
testimonios de fines del siglo X V I y comienzos del X V II nos muestran que
los indígenas utilizaban la piedra imán en sus ritos y ceremonias69. Pues
bien, este elemento formaba parte del instrumental de los hechiceros espa
ñoles de todas las regiones de la península, por lo menos desde el siglo XV.
65 Sebastián Cirac Estopafián, Los procesos cíe hechicerías en la In q u is ició n de Castilla la Nueva,
Instituto Jerónim o Zurita, Madrid, 1942, pp. 42-47.
66 José Toribio Medina, Historia... de la In q u is ició n en C hile , op. c i t p. 184. También, causa de
Diego de la Rosa, procesado en 1581. AUN, Inquisición, lib. 1027. fol. 134.
67 Rubén Vargas Ugarte, Concilios ¡intenses ( 1 55/ - 1 772), Lima. 1952, t. I. p. 73.
68 Julio Caro Baroja, Vidas mágicas e in qu isición . Edil. Tauros, Madrid, 1907, vol. I, p. 49.
69 Felipe Guarnan Poma de Avala, Hueva cró n ica y buen g o b ie rn o , I listona 16, Madrid, 1987. t
A, p. 258.
Por otra parte, aunque no tenemos testimonios coloniales al respecto, estu
dios etnológicos sobre los aborígenes andinos actuales nos muestran la utili
zación con fines rituales, entre muchos otros objetos, de la denominada
piedra de ara. Id etnólogo Louis Girault dice desconocer por qué tiene esa
denominación en español y tampoco percibe con claridad la función maléfica
que cumpliría Lo cierto es que esta piedra, de forma rectangular y consa
grada, se instala en la mesa del altar de las ceremonias católicas y según las
antiguas creencias hechícenles de la península tenía propiedades especiales
para obtener éxito en el juego y en el amor. Se utilizaba como amuleto o se
molía dándosela a ingerir a la persona deseada K
No obstante la fuerte presencia de elementos indígenas en la hechice
ría colonial, lo cierto es que el componente español era lo determinante,
sobre todo en lo que respecta a las creencias. Incluso también entre el instru
mental había numerosos elementos de uso tradicional en la península, como
los naipes, las habas, el ara consagrada, la piedra imán, la algalia, el agua
bendita, el ámbar, la ruda, las imágenes de santos, la cera, los alfileres, los
sapos y las secreciones humanas, entre otros 2. Las creencias supersticiosas
en la capacidad de los demonios para modificar las situaciones o naturaleza
de las cosas y en el poder de Dios y los santos para producir efectos simila
res, en una especial mezcla entre tradiciones populares y fe católica, eran el
componente básico de la hechicería española e indiana. En el fondo estas
prácticas se originaban en la pervivencia de creencias paganas a las que se
superponían, deformadas bajo ese prisma, las de la religión católica. A nivel
popular se creía que las cosas no eran sólo materia inerte sino que también
estaban constituidas de un elemento espiritual, lo cual implicaba una unión
entre el mundo material e inmaterial y la intervención de lo sobrenatural en
el ámbito natural \ En ese contexto adquirían una gran trascendencia las
fuerzas y elementos, buenos o malos, demonios o santos, que podían modi
ficar las situaciones y el estado de las cosas.*12
7
74 Sebastián Cirac Estopañán, op. cit., pp. 130-132. María Elena Sánchez Ortega, op. cií., pp. PO
y ss.
• Julio Jim énez Rueda, I-Ierejiasy supersticiones en la N u e ra lispaúa, Imprenta Universitaria.
México, 1946, p. 207.
76 Solange Alberro, Inquisición y sociedad en M é x ico l 571-1 700 . Rondo de Cultura Económica.
México, 1988, pp. 300 y ss.
norte, se ciaban formas muy similares ele hechicería a las descritas, pero no
sólo en cuanto a su estructura básica sino también en cuanto a la forma. Las
hechiceras de la región ele Módcna, con fines amatorios, usaban de la piedra
imán e invocaban al Kspíritu Santo, a Santa Hiena y a Santa Marta. Hacia
1594, Margarita Chiappona fue acusada por la Inquisición romana de prácti
cas hechícenles incluyendo la invocación a Santa Marta, en una versión muy
parecida a la que aquí en America se conocía como la oración de Marta la
mala . Por otra parte, también da la impresión de que en Francia ocurría un
fenómeno parecido, con una serie de elementos comunes tanto en el fondo
como en la forma \ Hn consecuencia, todo lo anterior permitiría suponer la
existencia de un fenómeno hechiceril con características más o menos comu
nes para los países católicos de la cuenca mediterránea, que vendría a ser un
aspecto peculiar de la cultura popular de esa región y que pasó a América
con la migración hispana, encontrándose con un medio fértil para desarro
llarse debido a la especial estructuración de la sociedad.
A modo de ejem plo pueden verse las causas de Josefa Valdés, Juliana Gutiérrez, María
Magdalena Aliaga, Sabina Ju n co , Cecilia de Castro y Juana Prudencia Echeverría, AHN,
Inquisición, libs. 1031. ibis. 467 y 487, y 1 0 3 2 , fols. 182 y 199; leg. 1648-2, exp. 19 y leg. 1649-
1 , exp. 25, respectivamente.
teólogos hacen de él y en muchos casos omitirán la calificación corno etapa
del proceso y en aquéllos en que la mantienen pasa a ser casi un mero
formulismo. Los inquisidores de Lima en las causas que denominan de “su-
persticiones y hechicerías ligeras" solían prescindir de la calificación. Ade
más, a diferencia de los teólogos consideraban que muchas de estas causas
eran más bien “embustes y embelecos de mujeres para sacar dinero y no
inducen sospecha de herejía, ni pacto con el dem onio"S|. Aún más, según la
propia Suprema, la calidad de sospechosos de “vehementi que los califica
dores daban a las prácticas de hechicería no debía llevar aparejada una
sanción equivalente8-5.
En este delito tampoco se aplicaba tormento a los reos, ni siquiera
cuando las testificaciones coincidían en la acusación de invocar reiterada
mente al demonio*86*. Por cierto que las penas y penitencias que se imponían
a los reos por este delito guardaban consonancia con los criterios anteriores.
En ese sentido, las sentencias son bastante uniformes, con diferencias meno
res, que dependían de la reincidencia y, especialmente, de la colaboración
que el reo prestaba a los inquisidores, vale decir si era buen “confitente" o
“confitente diminuto”. En todo caso, se partía de la base de que a todo reo
que se le probase el delito de hechicería, tuviese éste un carácter herético o
no, era condenado y se le imponía una sanción. D e las sentencias revisadas
se desprende que el Tribunal de Lima nunca consideró a los reos por este
delito como herejes, ni quisiera como vehementemente sospechosos de he
rejía. De manera unánime sólo los considera com o levemente sospechosos
de herejía, incluso cuando son reincidentes, lo cual queda en evidencia en la
abjuración de “levi” que el Tribunal impone a casi todos ellos8 .
AUN, Inquisición, lib. 1031, fol. 338. Carta ele los inquisidores de Lima al Consejo de la
Suprema de 16/10/1648.
K:> Archivo Nacional de Chile (ANCLO, Inquisición, vol. 496. fol. 63. Comentario de la Suprema
a propósito de la sentencia dada en 1736 en la causa de Antonia Osorio.
86 En sólo dos de las 155 causas de las que tenem os inform ación se aplicó tormento. Ellas son
las causas de María Magdalena de Aliaga, natural de 1luam anga, procesada en 1673 (AUN.
Inquisición, lib. 1032, fol. 199v y 234), y María Flores, procesada en 1709 (AUN, Inquisición,
leg. 1656, exp. 1).
Durante el período del inquisidor Cristóbal Sánch ez C alderón, qu e fue muy poco respetuoso
del modo de proceder oficial del Santo O ficio, se co n d en ó a algunos reos de hechicería a
abjurar de “vehementi”. Esto motivó una llamada de atención del Consejo de la Suprema
indicándole que en esos casos correspondía una abjuración de “levi". ANCI1, Inquisición,
vol. 496, fol. 63.
Las penitencias que el Tribunal regularmente fijaba a los condenados
eran, aparte de la abjuración de “levi", la de oír una misa en la capilla del
Santo Oficio y a veces la de rezar el rosario, confesarse y comulgar obligato
riamente cada cierto tiempo. Entre las penas, estaba la de salir a un auto de
fe público o privado, en sambenito de media aspa, con insignias de sortílego,
coroza y soga en la garganta y escuchar la lectura de un resumen de su
sentencia. Ademas, se les condenaba a ser expuestos a la vergüenza pública,
sacándoseles por las principales calles de Lima, montados en un burro, des
nudos de medio cuerpo, mientras se les aplicaban doscientos azotes. Por
último, se les desterraba de su lugar de residencia y de Lima, por un lapso de
tiempo que podía fluctuar entre los dos y seis años, a veces a ser cumplidos
trabajando en algún presidio, como el de Valdivia y, en el caso de las muje
res, haciendo lo propio en hospitales o instituciones de caridad88.
88 A modo de ejem plo podem os citar, entre otras muchas, las causas de María de Córdova,
Marina de Vega, Josefa Tineo, María de Castro Barreto, Laura Valderrama, María de Valenzuela
y José Calvo. Al IN, Inquisición, lib. 1031. fols. 374, 518 y 531; lib. 1032, fol. 388; leg. 1648-2.
exp. 19; leg. 1656 exp. 2 y 3-
nos de Lima. Callao, Trujillo, Areq u ip a, C u zc o . Huam anga, Huánuco,
Huancavelica, O m ro , Potosí, Q u ito , etc. I )e ese hecho puede deducirse que
la hechicería americana no indígena era un fenómeno eminentemente urba
no, a diferencia de Europa, en donde ese tipo de prácticas, al igual que la
brujería, estarían vinculadas más bien al m undo rural, en la medida que allí
pervivían con más fuerza las tradiciones paganas*9. Aquella conclusión coin
cide por lo demás con las políticas ele poblamiento español en América, que
privilegiaron las formas de asentamiento urbano. Es en la ciudades donde
vive el grueso de los emigrantes españoles, entre los que se encuentran las
personas que transmiten las prácticas hechícenles de la península. En todo
caso, también hay que considerar que el Santo Tribunal de Lima tenía una
organización administrativa, vía comisarios y familiares, centrada .sólo en las
ciudades890,
9 por lo que necesariamente los delitos y delincuentes que se da
ban en las zonas rurales quedaban un poco al margen de su control91.
Ahora, en lo referente a las características de quienes ejercen estas
prácticas, lo primero que salta a la vista es que entre los hechiceros predomi
naban abrumadoramente las mujeres, puesto que constituirían alrededor del
setenta y cinco por ciento del total de encausados92. Ese hecho no hace más
que confirmar la tendencia que se daba en diferentes partes de Europa. Por
otra parte, la hechicería masculina, aunque minoritaria, presenta algunas
características especiales, que quedan en evidencia en los procesos de este
Tribunal. En ese sentido habría que destacar la importante presencia de
elementos de origen étnico europeo, ya sea peninsulares o criollos, que
alcanzan a alrededor del cincuenta por ciento de los encausados93. El resto
correspondía a mestizos, negros y mulatos, en una proporción más o menos
similar, aunque con una mayor presencia de los primeros. Esa situación
lógicamente se relaciona con la condición social de los reos, que en un alto
89 Robert Muchembled, "Salan ou les hommes? La chasse aux so re ieres el ses causes”. En
Prophetes et sorciers dcins les Pays-Bas X V I-X V III si cele de Marie-Sylvie Dupont-Eouchat y
otros, Hachette, France, 1978, pp. 26-32. Franco, Cardini, <>p. c it.t pp. 32-34 y 89-90.
90 Bartolomé Escandel! Bonet, “Las adecuaciones estructurales: establecim iento de la Inquisición
en Indias”. En Historia ele la In q u isición en España y A m érica , dirigida por Joaquín Pérez
Villanueva y Bartolomé Escandell Bonet, BAC. Madrid, 1984, t. I, pp. 718-721.
91 Como consecuencia del carácter urbano del Tribunal de Lima, los planteamientos de tipo
social que efectuaremos se referirán a ese m edio.
92 De los 178 reos de nuestra estadística, sólo 46 eran hom bres.
93 De los 46 hombres procesados, tenemos inform ación respecto al origen étnico de 43, de los
cuales 21 eran de ascendencia europea.
porcentaje pertenecían a estratos intermedios, ya sea por el hecho de ser
blancos o por su condición de eclesiásticos. En todo caso la mayoría habría
que adscribirlos a los niveles inferiores de la sociedad, en razón del factor
racial o del oficio que desempeñaban. En este último aspecto había varios
artesanos, dos arrieros y un marinero, e incluso diez eran esclavos949 . Tam
6
5
bién resulta significativo el nivel cultural de un número importante de ellos,
el que es muy superior a la media. Nada menos que nueve eran miembros
del clero y consta de la documentación que por lo menos 17 sabían leer y
escribir. Aún más, muchos reconocen que algunas de las prácticas que
efectuaban las habían aprendido en libros y cartapacios de magia y
quiromancia. Un reo dice haber leído un libro de Alejo Piamontes y otro
menciona al "valenciano Cortés”, autor de un libro con información sobre
quiromancia, junto al padre Martín del Río y sus célebres disquisiciones
mágicas9'’.
Un número no despreciable de procesados, que podría alcanzara un
tercio del total, se dedicaban a la hechicería de manera ocasional, ya sea
para tratar de alcanzar algún beneficio personal o para satisfacer los requeri
mientos de algún amigo. En ningún caso eran personas que ejercían esas
prácticas profesionalmente. Esto es válido especialmente en lo que respecta
a los eclesiásticos y a muchos de los peninsulares y criollos. A ellos los
movía más que nada la búsqueda de riquezas, el tener fortuna en el juego y
alcanzar el éxito con las mujeres90. No ocurría lo mismo con los procesados
que pertenecían a los otros estratos de la sociedad, puesto que la mayoría de
ellos se dedicaba profesionalmente a tales prácticas, en la medida que bus
caban obtener dinero con su ejercicio.
,}i Eran esclavos Jo sé de la Cruz y Coca, Francisco Pastrana, Francisco Javier Rojas, Miguel de
Jesús, Bernabé Morillo. Jo sé Calvo, Francisco Azaña, Cristóbal González, Francisco Orellana
y José Feliciano. AUN. Inquisición leg. 16i8-2, exp. 19; leg. 1649-1. exp. 24; leg. 1656, exp.
1-2 y 3; leg. 2210, exp. 9; y lib. 1025, año 1736.
95 Causa de Diego de la Rosa, procesado en 1580, AHN. Inquisición, Lib. 1027, fol. 134. Causa
de Fray Juan del Rosario Paguegui, procesado en 1710, AHN, Inquisición, leg. 1656, F.xp. 1.
Rodrigo Mexía, en su causa, seguida en 1S83. señala que sus conocimientos para adivinar
provenían de un libro que se vendía en Alcalá y Salamanca, 'de Joan Istaisneino", AHN,
Inquisición, lib. 1027, fol. 371.
96 Aparte de los eclesiásticos pueden mencionarse, entre otros, los casos de Pedro Sarmiento
de Gamboa. Diego de la Rosa. Juan de Chaves, Francisco López, Pero Luis Henríquez,
Rodrigo Mexía y Dom ingo de Estrada. AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 134- 371 y 445; lib.
1028, fol. 240; lib. 1032, fol. 36; y leg. 1656, exp. 1.
En cuanto al tipo de prácticas que predominaba en la hechicería mas
culina habría que mencionar en primer término a los hechizos curativos, que
pretendían sanar enfermedades provocadas por maleficios. Entre los proce
sados socialmente inferiores se encuentra la mayoría de estos curanderos,
los cuales utilizaban muchas prácticas sacadas ele la tradición indígena, como
eran las friegas con hierbas, plumas, maíz y cuyes. Ese mismo tipo de reos
practicaba regularmente hechizos amatorios, que significaban otro de los
motivos de consulta más frecuentes. Pero también la hechicería masculina se
especializaba en la adivinación, sobre todo a través de la quiromancia y
astrología, efectuada principalmente por los reos de ascendencia española,
que, como hemos señalado, eran también los que hacían hechizos para ga
nar en el juego y conquistar riquezas y mujeres. T ampoco faltaban los que
realizaban maleficios utilizando muñecos de cera o barro atravesados con
alfileres97.
Ahora en cuanto a las mujeres que practicaban estas actividades, hay
que señalar que eran más bien jóvenes, pues su promedio de edad llegaban
los 37 años, con lo cual se alejaban bastante de la imagen que se ha dado de
la bruja europea, cuyo arquetipo, com o señala Caro Baroja, sería la Celestina
de Fernando de Rojas98. En todo caso ésa no corresponde a una imagen
creada por la historiografía sino que así lo pensaban algunos de los autores
de tratados clásicos sobre hechicería, com o Fray Martín de Castañega, que
escribía en 1529. Aún más, él intentaba una explicación de tal fenómeno
diciendo que, “como (las mujeres) después de viejas los hombres no hacen
caso de ellas, tienen recurso al Dem onio que cumple sus apetitos, en espe
cial si cuando mozas fueron inclinadas al vicio de la carne. A estas semejan
tes engaña el Demonio cuando viejas prometiéndoles de cumplir sus apeti
tos”99.
Desde el punto de vista étnico, la presencia entre los encausados de
mujeres de ascendencia europea, vale decir blancas, era claramente minori
taria, llegando sólo a un tercio del total de hechiceras. Todavía más, el núme
ro de mujeres españolas era insignificante, puesto que no hemos detectado
más de diez de ellas a lo largo de toda la historia del Tribunal. Además, la
En las causas de los esclavos m encionados en otra nota se pueden apreciar algunas deesas
características. También, las causas de Ju an Santos Reyes, Ju an de 1)ios Solano y Félix Canelas.
AHN, Inquisición, leg. 2203, exp. 1; leg. 1650, exp . 1 y 3-
98 Julio Caro Baroja, Las brujas, op. c it. , pp. 135-137 y Vicias..., op. c it ., t. I, pp. 107 y ss.
99 Citado por Caro Baroja, Vicias..., op cit., t. I, p. 189.
gran mayoría actúa a fines del siglo X V I, coincidiendo con la etapa fundacional
del Santo Oficio en América100. Kn todo caso, la influencia de éstas y de otras
que no hemos detectado fue muy importante porque difundieron las prácti
cas peninsulares, al igual que aquellas que habían constituido la primera
generación de españolas en América, anterior al establecimiento del Tribu
nal. Es posible que el alejamiento paulatino de estas mujeres de una práctica
activa explique el empobrecimiento que sufre el repertorio hechiceril en el
tiempo101. Es evidente que durante el siglo XVIII la variedad de prácticas de
origen europeo había disminuido de manera notoria con relación a las que
se usaban a fines del siglo X V I v comienzos del X V II.
La presencia de criollas entre las reos es mucho más importante, pues
to que alcanzaban a alrededor del 2t por ciento. Sin embargo, parece evi
dente que este era un delito practicado preferentemente por los grupos étnicos
no blancos, puesto que cerca del setenta por ciento de las procesadas se
distribuían entre mestizas, negras y mulatas, siendo estas últimas las que
figuran en mayor número, con treinta y tres reos.
Desde una perspectiva social lógicamente había un predominio abru
mador de los sectores interiores, tanto en razón de su origen étnico como de
las ocupaciones que desempeñaban. Sobre este último punto debe conside
rarse que muchas mujeres que tenían ascendencia blanca, ya fuesen penin
sulares o criollas y que por ello podrían estar en un mejor nivel social,
desempeñaban actividades consideradas viles. Con respecto a la ocupación
de las reos sólo tenemos información de 57 de ellas, pero la tendencia que
se deja entrever es tan definida, que difícilmente una muestra mayor la alte
raría. En suma, entre ellas sólo había costureras, lavanderas, prostitutas, co
cineras, hilanderas y tejedoras, junto a las vendedoras de gallinas, jabones y
otros efectos; además, un número significativo declara no tener ningún ofi
cio1"2. Todo eso se complementa con el hecho de que 14 fueran esclavas o
libertas y con que constara en las relaciones de causas de que sólo dos
sabían leer y escribir frente a 24 que eran analfabetas103.
100 Causas de Ana María. María de Al...,Francisca Chanco. Isabel de Espinoza, Francisca Maldonado
y Francisca Ximénez. AUN. Inquisición, lib. 1028, Cois. 233-234- 282-302 y 505.
101 Rene Millar. La In q u isición de I.ima Siglos X M IIy XIX, op. cit.
v'¿ Las costureras delectadas eran 9, las lavanderas 7. las prostitutas 7, las hilanderas 6 , al igual
que las cocineras, y las sin oficio 1 1.
101 Sólo a partir de fines del siglo XVII las relaciones de causas contienen información sobre el
grado de alfabetismo de los reos. A modo de ejemplo podemos mencionar entre las que
consta su analfabetismo a Laura de Valclerrama. Bñrbula de Aguirre, María de Almeyda,
En cuanto al estado civil, la mayoría ele las hechiceras eran casadas,
alcanzando a un 52 por ciento la proporción con respecto a una muestra de
77 reos. A continuación venían las solteras y luego las viudas, a una distancia
moderada. Empero, esas proporciones por sí solas no muestran la verdadera
condición de dichas mujeres. De hecho, la cifra predominante de casadas
era engañosa porque muchas de las que tenían ese estado vivían separadas
de sus maridos101. Lo cierto es que considerando este factor habría que decir
que la gran mayoría de las hechiceras eran mujeres más bien solas, a las que
se añadía una condición económica muy modesta. Esto último no sólo que
da en evidencia por las ocupaciones que desempeñaban sino también por
las declaraciones que efectuaban en el proceso y sobre todo por el resultado
que arrojaba el secuestro de sus bienes practicado por el Tribunal al momen
to de hacerlas detener. Invariablemente tales secuestros reflejaban un núme
ro de bienes insignificantes y miserables, obligando al Tribunal a tener que
costear la mantención del reo en la cárcel, con lo que estas mujeres se
transformaban en una pesada carga financiera para la institución.
La cantidad de personas que recurrían a los servicios de las hechiceras
era muy importante, como se desprende del número de testigos de vista y de
individuos involucrados en cada proceso. En las causas de hechicería figura
ba normalmente un número muy alto de testigos, superior a lo que acontecía
con los otros delitos, y que en gran medida correspondían a quienes habían
solicitado los servicios de las hechiceras. Sin embargo, carecemos de infor
mación detallada sobre ellos, aunque por las declaraciones pareciera ser que
también pertenecían mayoritañámente a los sectores inferiores de la socie
dad. En ese sentido es posible que hubiese una diferencia con respecto a lo
ocurría en la región de Toledo, en donde las hechiceras tenían pacientes que
provenían de todos los sectores sociales1(,\ En el caso de Lima, la clientela,
además de pertenecer a los grupos sociales inferiores, estaba constituida de
manera casi exclusiva por mujeres, predominantemente jóvenes q u e no vi-
Margariia Gallardo, Juana Apolonía, María Camón, Francisca Trujillo, Catalina d e la Torre,
Cecilia del Rosario Montenegro y Cecilia de Castro. AUN, Inquisición, leg. 1648-2, exp. 19.
1'“ Al respecto, podemos citar el caso de Marina de Vega, natural de España y casada con
Alonso Canlillana, de quien huyó desde Potosí a Lima, cambiándose de n om b re. AHN.
Inquisición, lib. 1031, fol. 531. También están en una situación parecida Ju a n a de la Paz,
cuyo marido vivía en Madrid en 1594, Isabel de Hspino/.a. que había llegado d e España
huyendo de su marido, a fines del siglo XVI, y Margarita Gallardo, que estaba sep arad a de su
marido. AUN, Inquisición, lib. 1028, fols. 233 y 319; le. 1648-2, exp. 19.
105 Jean fierre Dedieu, LAdministration, op. cit., pp. 313-314.
vían con sus p ad res, solteras am an ceb ad as, o casadas con dificultades en su
m atrim onio.
En su m a, p a re c e claro q u e la hechicería practicada en estas tierras fue
u n a actividad q u e in teresó d e m anera predominante a las mujeres y quizás,
p o r los a n te ce d e n te s disponibles, de forma más acentuada que en Europa.
En las in vestigacion es efectu ad as sobre las regiones de Toledo y Módena
a p a re ce n n u m ero so s h o m b res involucrados com o clientes o practicantes.
Sin em b argo , siem p re la ten d en cia general, ya sea en Europa o América,
ap u n tará a q u e la h ech icería la ejerciten e interese primordialmente a las
m ujeres. Al re sp e cto , el ya citad o Fray Martín de Castañega tiene una expli
c a ció n in teresan te, p o r coin cid ir co n opiniones que se remontan al mundo
clásico y p or reflejar una determ inada concepción sobre la mujer. Decía el
eclesiástico q u e en tre e s o s “ministros diabólicos" había más mujeres que
h om b res, “lo p rim ero, p o rq u e Christo las apartó de la administración de sus
sacram en to s, e p o r e sto el d em o n io les da esta autoridad, más a ellas que a
ellos en la ad m in istración d e sus execram en tos. Lo segundo porque más
ligeram ente so n e n g a ñ a d a s del dem onio, co m o parece por la primera que
fue en g añ ad a, a quien el d em o n io prim ero tuvo recurso que al varón. Lo
tercero , p o rq u e so n m ás cu riosas en saber y escudriñar las cosas ocultas e
d esean ser singulares en el saber, co m o su naturaleza se lo niegue. Lo quarto,
porq ue son m ás p arleras q u e los hom bres, e no guardan tanto secreto, e así
se enseñan u n as a otras, lo que no hacen tanto los hombres. Lo quinto,
porq ue son m ás subjetas a la yra, e m ás vengativas, e com o tienen menos
fuerqas para se ven gar d e algunas personas contra quien tienen enojo, procuran
e piden v en g an za e favor del d e m o n io "106. En consecuencia, se pensaba que
en la m ujer existían ciertas características propias de su constitución que las
predisponían a ten er u n a m ay o r receptividad a ese tipo de actividades.
¿Q ué b u scab an las m ujeres en la hechicería? ¿En demanda de qué se
iba d on d e u n a h ech icera? En este asp ecto la estadística es muy clara, las
m ujeres recu rrían a la h ech icería en busca de solución a lo que podríamos
denom inar, p o r ah o ra, p rob lem as sentim entales. Prácticamente, en todos los
p rocesos, d e m an era sistem ática, siem pre figura en las denuncias contra la
reo la realización d e h ech izo s am orosos. Luego, a gran distancia, en orden
d ecrecien te vien en las con su ltas para co n o cer el futuro, que en muchos
casos tam bién tien en una co n n o tació n am orosa, y para que se efectúen ma-
106
Caro B a ro ja , op. c i t ., t. I ., p. 188.
leficios en contra ele alguna persona, donde igualmente está presente el
factor sentimental- Las consultas para sanarse de alguna enfermedad o para
conseguir riquezas a través del juego o para descubrir de tesoros no figuran;
pero sí se efectúan para que los hombres les den dinero y regalos.
En este aspecto también pareciera existir una diferencia con la situa
ción que se da en la península, en donde los motivos de consulta son mucho
más variados, sin que se produzca ese predom inio absoluto y casi Unicode
los asuntos amorosos. Jean Fierre Dedicu cila el caso de una hechicera de
Daímiel en Toledo, hacia 1530, que era consultada para sanar enfermos, para
adivinar el futuro, para encontrar objetos perdidos y también lógicamente
por razones sentimentales107. Para explicar esta peculiaridad que se da en el
distrito del Tribunal limeño se podría recurrir a la opinión que muchos con
temporáneos tenían con respecto al comportamiento moral de la sociedad
peruana. En otras palabras, la fuerza excepcional ele la hechicería amorosa
estaría vinculada al clima moral excepcionalmente permisivo que se daría en
esta parte de América. Jorge Juan y Antonio de l Ulna opinaban que el concu
binato practicado en todos los estratos sociales sería la forma más aceptada
de relación entre las parejas, sin que, por lo demás, fuera considerada inmo
ral10810
. Lima era presentada por algunos eclesiásticos como i in abismo de
9
corrupción encendido por el dem onio de la carne’' 100; se le veía como una
especie de Sodoma y Gom orra.
Sin negar a priori que en la sociedad peruana se pudo dar durante el
período colonial una liberalidad en materia de comportamientos sexuales,
pensamos que centrar el fenómeno de la hechicería en una explicación de
ese tipo resulta insuficiente. Ya hemos señalado que uno de los aspectos que
caracterizan a la hechicería de esta región sería el elemento amoroso como
condicionante absoluto de las prácticas. Ahora bien, si nos detenemos un
poco más en el análisis de lo que buscaba la clientela femenina encontrare
mos que reiteradamente se insiste más o menos en lo mismo. Ellas recurrían
a la hechicera, en el caso de las solteras, para que el hombre con quien
107 Jean Picure Dedieu, op. c it ., 313-314. María Hiena Sánchez, al referirse a algunos casos de
hechicería en Valencia, manifiesta que la mayor p an e de las prácticas supersticiosas tenían
un objetivo amoroso, op. cit., p. 118.
108 Jorge Juan y Antonio de Ulloa, N oticias secretas (te A m erica , 1listona l(>. Colección Crónicas
de América, Madrid, 1991, pp. 502-303-
109 Pablo Macera, “Sexo y coloniaje”. Hn Trabajos de h istoria , Instituto Nacional de Cultura,
Lima, 1977, t. III, pp. 344-345. No faltaban quienes responsabilizaban al clima o a los malos
ejemplos de esa situación.
convivían no las abandonara o regresara a su lado. También, en términos
genéricos, para que los hombres las quisiesen y les diesen dinero o las
obsequiaran. Las casadas iban con el ánimo de conseguir un mejor trato de
sus maridos, para evitar que las abandonasen o para lograr su regreso al
hogar110. ¿Toda esta exposición de motivos respondía sólo a razones de
índole sentimental como frecuentemente se ha señalado? Creemos, a modo
de hipótesis, que en esas peticiones a las hechiceras también pueden haber
incidido otros factores.
Uno se refiere al papel de la mujer en la sociedad colonial y el otro a
las características de la estructura social americana. La documentación de
manera uniforme nos muestra a la mujer como un sujeto inferior, pasivo, que
en la práctica tendría una posibilidad de acción mínima111. Todo parece
indicar que la mujer independiente no tenía cabida dentro de la sociedad.
Mientras era soltera dependía absolutamente del padre y sólo abandonaba el
110 A modo de ejem plo podem os citar, entre decenas, la relación de la causa de Teresa Llanos
González, que fue acusada de practicar "sortilegios y divinalorios... con otras mujeres a
efecto de que no se apartasen sus galanes de su ilícita amistad y que tuviesen fortuna con los
hombres y les diesen plata usando en dichos sortilegios de varios signos, como de baños, de
cocimientos de llores y yerbas mascando la coca...", AUN. Inquisición, leg. 1648-2, exp. 19.
También, la causa de Sebastiana de Figueroa, que en 1737 era acusada de hacer hechizos
para que las mujeres fueran queridas de sus galanes o maridos, AUN, Inquisición, lib. 1025.
Juana Caldera, en la misma época, era condenada "por maestra en las artes de superstición
y maleficio, con que solicitaba personas a quienes propinar bebidas amatorias, atractivas de
los hombres, así para que éstos las amasen, com o para que no se apartasen de aquella ilícita
comunicación, con que lograban las conveniencias del dinero y fortuna que les producía”,
AFIN, Inquisición, lib 1025. F.n la causa de María Ana de Castro Barrete, de 1693, hay
constancia de que por lo m enos cinco testigos recurrieron a ella para conseguir que el amigo
las quisiese o que, por haberlas abandonado, regresase, AFIN, Inquisición, lib. 1032, fol. 388
yss. Bernabela de Noguera, procesada en 1646, dice haber efectuado hechizos, junto a otras
mujeres, porque “hallándose afligida por haberla dejado su galán, de quien tenía dos hijos y
actualmente se sentía preñada". AUN, Inquisición, lib. 1031. fol. 333. F.n la causa de Paula
Molina, de 1778, una testigo señala: “que viendo que otra mujer lloraba, la preguntó el
motivo y sabiendo que era porque su marido la había puesto las manos, la dijo: calla, que yo
te daré un remedio con que te quiera mucho y trate con cariño", AHN, Inquisición, leg. 1649-
1, exp. 13- En la causa de Luisa Vargas, seguida en 1655, una testigo, “soltera, mayor de 22
años, dijo que le pidió para atraer a un hombre de quien tenía 2 hijos y se le había retirado",
AUN, Inquisición, lib. 1031. fol. 382.
111 En el propio Tribunal de Lima existía esa imagen de la mujer, que era aprovechada por las
hechiceras, posiblem ente a insinuación de los abogados de presos, para hacer sus descargos.
Era muy frecuente que las procesadas para justificar su delito ante los inquisidores alegaran
“la fragilidad de su sexo" o "la fragilidad de su condición y sexo", junto a la necesidad de
obtener dinero.
hogar para casarse o ingresar a un convento. La sociedad colonial, al igual
que la sociedad europea del Antiguo Régimen, era patriarcal y con una pre
ponderancia masculina determinante, por lo cjue la mujer, vista como un ser
débil e inferior, requería siempre de la protección de un hombre. Una mujer
independiente, soltera, viuda o separada, carecía de protección y quedaba
expuesta a todo tipo de abusos, producto del machismo imperante y de la
violencia inherente a esa época y que impregnaba todos los aspectos de la
vida112.
Por otra parte, está la estructura social ele la América hispana, que era
mucho más compleja que la peninsular, por la presencia de los mestizos y
las castas. Normalmente, todos aquellos que no tenían un predominio de
sangre europea pasaban a formar parte de los sectores socialmente inferio
res. Pero no sólo estaban en esa condición debido a su origen étnico sino
que también existía un condicionante económico. En suma, la pobreza y la
coloración de la piel dejaban a esos grupos en una situación de inferioridad.
En ellos, más que en los otros estratos sociales, abundaba la existencia de
mujeres solas y abandonadas113. Y todavía más, estos mismos grupos eran
mucho más propensos que otros a caer en prácticas hechícenles. Pareciera
que los hombres, en sentido genérico, mientras más primaria y elementales
la concepción del mundo que poseen, más cerca están de las creencias
mágicas.
La hechicera ejerce su oficio para ganar dinero, pues así lo reconoce
invariablemente ante los inquisidores. Son mujeres más bien jóvenes, analfa
betas, miserables, normalmente sin protección masculina y que han encon
trado en estas prácticas, que tienen gran demanda, un medio que les ayuda
a subsistir. Constituían claramente un grupo marginal de la sociedad, vale*1
112 Sobre la mujer en esta época existen pocos trabajos sistem áticos, aunque algunos aspeaos
de interés se encuentran en el artículo de Anulóla Borges, "La mujer pobladora en los orígenes
americanos", A n u a rio de Estudios A m ericanos, N" XXIX, Sevilla, 1972. También, en Pablo
Macera, “Sexo y coloniaje", of). cit. Este autor, entre otros aspectos, hace referencia a las
críticas que recibió Eeijóo por hablar en defensa de las m ujeres en su Teatro critico unit'ersal.
Sobre los atropellos y dificultades que afectaban a las viudas en el período hispano, ver
Roberto McCaa “La viuda viva del M éxico borbónico: sus voces, variedades y vejaciones”, en
Familias novobispatias, siglos X V I a l X IX , C olegio de M éxico, 1991.
11 ■ Pablo Rodríguez destaca la significación cuantitativa que tuvo el fenóm eno del abandono
del hogar en la sociedad del reino de Nueva Granada en el siglo XVIII, en "Composición y
estructura de las familias urbanas en el Nuevo Reino de Granada (siglo XVIII)", publicado en
Inquisición , muerte y sexualidad en la N u e ra G ra n a d a , Ju an I lum berto Borja editor, Ariel,
Santa Fe de Bogotá, 1996.
decir, se encontraban en los márgenes del orden establecido tanto por su
actividad como por su condición socioeconómica. A su vez, la clientela esta
ba integrada de manera preferente por mujeres de los sectores inferiores,
pobres, solas o en vías de ser abandonadas, que buscaban con desespera
ción a un hombre ¿Para satisfacer los requerimientos de la carne? Posible
mente, pero también para que les diera protección en ese mundo tan espe
cial, en el que estaban a merced de ser atropelladas y humilladas permanen
temente, por encontrarse en los márgenes de las estructuras oficiales.
En definitiva, la hechicera de estas regiones de América, heredera de
ciertos aspectos de la cultura popular europea, que vincula con las tradicio
nes mágicas de los indígenas, responde a importantes requerimientos que la
sociedad colonial planteaba sobre todo a las mujeres de los sectores más
pobres. Hasta cierto punto, inspirándonos en el papel que Michelet asignaba
a la bruja europea, podría sostenerse que la hechicera americana fue una
mujer consoladora de situaciones difíciles, que las instituciones y los medios
tradicionales no podían resolver.
vil
Represión y catcquesis.
Los casos de blasfemia y simple fornicación*
1
Jean Pierre Dedieu, “Les causes de foi de Llnquisition de T oléd e (1483-1820)”, Mélangesde
la Casa ele Vclázquez, t. XIV, 1978.
2
Jean Pierre Dedieu, “Christianisation en Nouvelle Castille. C atechism e, cominunion, messeet
confirmation dans l areheveche ele Tolede, 1540-1650", en Até!auges de la Casa de Vclázquez,
t. XV, 1979- También, “Les frontiéres religieuses en Kurope du XVe au XVIIe siécle”, en Actes
que respecta al Tribunal de Lima, Gabriela Ramos ha efectuado una cierta
aproximación al estudiar las características sociales de los procesados entre
1605 y 16663. Ahora, lo que nosotros intentaremos es describir y analizar la
forma como el Tribunal de Lima cumple con la labor de catcquesis, precisar
los métodos que utiliza, ver cómo se coordina con las demás instituciones
eclesiásticas y tratar de determinar los resultados obtenidos a la luz de la
represión de dos tipos de delitos, la simple fornicación y la blasfemia.
du XXXle coloque in tern a tion a l d eludes h u manís tes sous la direction d'Alain Ducellierjanine
Garrison , Roben Sauzal (Université de Tours, Centre d’Etudes Supérieures de la Renaissance),
Paris, 1992.
Gabriela Ramos, “El Tribunal de la Inquisición en el Perú, 1605-1666. Un estudio Social", en
Cuadernos para la H istoria de la Evangelización en Am érica Latina, Cusco, 1988, n° 3-
4
Jean Pierre Dedieu, “Christianisation en nouvelle C a s t i l l o . op. cit., pp. 262-265.
5 Rubén Vargas ligarte, C oncilios limenses (1551-1772), 1. I, Lima, 1951, p. 44
Así, en la constitución 15 se dispone que en las misas ele >minicales, en las fiestas
principales, en e! tiempo de adviento y durante la cuaresma, en las iglesias
catedrales haya sermón de tabla para dar a conocer la palabra de Diosa los
fieles. Al mismo tiempo se ordenaba que en dichos días, en todas las parro
quias, se dijera '‘el credo, prefacio, pater noster por la letra cantado, de
manera que el pueblo para su edificación lo oiga”. La constitución 1 se
refiere específicamente a la enseñanza de los fundamentos de la religión. En
ella se manda a los curas de todas las catedrales y parroquias del arzobispa
do para que requiriesen a los parroquianos a que enviaran a sus hijos e
indios y negros de servicio **a la Iglesia a ser informados en las cosas de
nuestra santa fe”, todos los días de fiesta v d o s días a la semana en cuaresma.
A la una, después de comer, debían juntarse al tañer de la campana y allí la
persona designada por el obispo y el cura en las parroquias debía procurar
que aprendieran a santiguarse y debía enseñarles el "Pater Noster. Ave María
y el Credo y los D ie z Mandamientos y los siete pecados mortales, las Obras
de misericordia y todo lo demás que está en la Cartilla de la Iglesia Además,
en la constitución 23 se establecía que en todas las parroquias, en la misa
mayor de los domingos, el cura impusiera a los feligreses, en lugar déla
penitencia, una vez el Padre Nuestro y Ave María y en otra el Credo. 5 para
habituarlos a decir bien esta última oración antes de la absolución, el cura
debía rezarlo en voz. alta e inteligible. Tam bién exhortaba a los curas "de ir
instruyendo siempre al pueblo en los artículos de la Fe y en los Diez Manda
mientos y preceptos de la Iglesia y com o las obras de caridad y misericordia
y cómo deben guardarse de le ofender y apartarse de los siete pecados mor
tales y de dañar a sus prójimos”. En la constitución 5 i se ordenaba a todos
los fieles con capacidad de discreción que, bajo pena de excomunión, se
confesasen y recibiesen la Eucaristía a lo menos una vez al año, en el tiempo
en que estaban obligados, que era entre el dom ingo de Ramos y el domingo
después de Pascua de Resurrección. Para controlar ese mandamiento se or
denaba a los curas la confección de padrones por calles y casas que incluye
ran a todas las personas en edad de confesarse. Por ultimo, en la constitu
ción 68, se instruía a los confesores para que no otorgaran la absolución a las
personas que no supieran signarse y santiguarse, ni fuesen capaces de rezar
el Credo, el Pater Noster y el Ave María, ni conocieran los 10 mandamientos0.
El segundo concilio lím ense tic 1567-1568 recepciona el Concilio de Trento, aunque pone
mayor énfasis en los sacram entos y en la disciplina del clero, y las referencias a la enseñanza
doctrinaria son m enores; así en el artículo 127 se dispone que los padres y los señores les
enseñen la doctrina a sus hijos y criados respectivamente. Vargas Ugarte, op. cit., p. 240.
8 Op. cit., pp. 323-324.
y El arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero tuvo una destacada labor en la evangelización de los
indígenas y en la extirpación de las idolatrías. Al respecto, ver Paulino Castañeda Delgado,
“Don Bartolomé Lobo Guerrero, tercer arzobispo de Lima", en Anuario de Estudios Americanos,
t. XXXIII, 1976, pp. 57-103.
10 Constituciones synodales del arzobispo de los Reves en el Peni hechas v ordenadas por el D.
D. Bartolomé Lobo C a e n ero, 16 ¡3 Fn Sínodos americanos 6. Sínodos de I.ima de 1613 y
1636. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Centro de Estudios Históricos. Madrid
1987, Iib. I", til. I, cap. il y V-VI y VIL
en cuestión fuese encabezado por una versión de los aspectos esenciales de
la doctrina cristiana, comenzando por el credo, siguiendo con los artículos
de la fe, los mandamientos de la ley de 1)ios, los mandamientos de la Iglesia,
los sacramentos, las obras de misericordia, las virtudes espirituales, los do
nes del Espíritu Santo, los frutos del Espíritu Santo, las bienaventuranzas, los
pecados mortales, las virtudes contrarias a ellos, los enemigos de la carne,
las potencias del alma y los sentidos corporales, para terminar con las ora
ciones que sintetizaban lo que debía pedirse a Dios y a la Virgen, es decir
con el Pater Noster, el Ave María y la Sal\e.
De acuerdo con los principios del derecho penal del Antiguo Régi
men, la represión de los delitos no sólo buscaba la sanción del delincuente
sino también pretendía enseñar a la sociedad, a través de la ejemplaridad de
las penas, acerca de lo peligroso que resultaban los comportamientos ilícitos.
Como no podía ser de otra manera, la Inquisición, en cuanto organis
mo judicial de su tiempo, condicionado por el Derecho Común al igual que
los tribunales monárquicos, aplica los mismos criterios a la hora de desarro
llar su actividad represiva. Por lo tanto, junto con sancionar desarrolla una
labor educativa de la población en general. La simple delimitación de su
ámbito jurisdiccional le permitía enviar mensajes a los líeles con respecto a
los comportamientos, opiniones o expresiones que resultaban ilícitas desde
el punto de vista de la fe y que merecían ser castigadas. Como lo hemos
indicado, de la persecución inicial a los judaizantes, la Inquisición española
pasó a reprimir una serie de hechos o dichos que en su gran mayoría no
correspondían a herejías formales. Entre aquéllos estaban las blasfemias, las
palabras malsonantes, las proposiciones escandalosas, erróneas o heréticas,
la hechicería, la bigamia y la solicitación. /Ninguno de esos delitos podía
considerarse una herejía y quienes los cometían no pertenecían a ninguna
minoría disidente en materia espiritual. Por el contrario, casi todos eran cris
tianos viejos y constituían la inmensa mayoría de los procesados por el santo
Tribunal. Eso muestra que el objetivo primordial de la Inquisición, como lo
hemos explicado, fue la represión de aquel segmento de la sociedad que no
tenía intención de apartarse de la fe católica, pero que, fundamentalmente
por ignorancia, poseía una serie de creencias o comportamientos erróneos
que podían facilitar la penetración de la herejía. Para la Inquisición, esos
hechos o dichos, aunque no eran heréticos, resultaban sospechosos de herejía.
Ese fue el fundamento jurídico que utilizó para proceder en contra de ellos.
Con la ampliación del ámbito jurisdiccional desde las apostasías y
herejías formales hasta las manifestaciones sospechosas, se buscaba evitar la
penetración de la herejía haciéndole ver a la población católica, mediante la
coerción, los errores en que incurría en materias de fe. La blasfemia, las
proposiciones escandalosas, la bigamia, la hechicería, no eran simples peca
dos, sino que adquirían la categoría de delitos contra la fe. Varios de ellos
eran conocidos con anterioridad por los tribunales reales y por los tribunales
eclesiásticos ordinarios; sin embargo, al quedar bajo la justicia inquisitorial
adquirían una significación especial que la daba el tribunal por su peculiar
modo de proceder y por el objeto central perseguido, la herejía.
La Inquisición, procurando cumplir con su doble función, instruirá a
la comunidad acerca de las prácticas delictivas que estaban bajo su jurisdic
ción y la conminará a que denuncien a quienes hubiesen incurrido en ellas.
A través de dos documentos, los denominados edictos de fe y de anatema, la
Inquisición ponía en conocimiento de la población los hechos o proposicio
nes que debían ser denunciados y las censuras en que incurrían los que no
cumplían con ese mandamiento. El primero de ellos se leía un domingo de
cuaresma cada tres años, en todos los lugares donde hubiera comisario de
Inquisición. Dicha lectura se efectuaba en una solemne ceremonia, con misa
cantada, a la que asistían autoridades civiles y eclesiásticas11. El texto era
muy explícito a la hora de exponer a los fieles aquellos hechos o dichos que
podían ser sospechosos de una práctica herética. Así, en relación con el
delito de judaismo, el edicto describía una serie de prácticas que según la
Inquisición realizaban los falsos conversos, como la de honrar el sábado
vistiéndose con ropas mejores a las habituales y poniendo sábanas y mante
les limpios; o el comer carne en cuaresma y en otros días prohibidos por la
Iglesia; o efectuar el ayuno del perdón; o circuncidar a los recién nacidos; o,
a los bautizados, lavarles el sitio donde se les pusieron el óleo y el crisma.
Respecto de los delitos que no eran herejías formales hacía mención a la
mayoría de ellos, teniendo cuidado de describir con precisión el fenómeno
delictivo que debía denunciarse. Así, al aludir a las proposiciones, citaba
algunas de las opiniones de más frecuente ocurrencia, como la que decía
11 El edicto de fe se enviaba a todos los comisarios del distrito del Tribunal y era leído en una
misa solemne.
“que no hay gloria para los buenos ni infierno para los malos y q u e no hay
más que nacer y morir"; o la que afirmaba que no era pecado la simple
fornicación o el perjurio o el "dar a usura"; o las que implicaren alguna duda
de los artículos de la fe. Al mencionar la denuncia de las blasfemias daba
algunos ejemplos, como el "renegar contra Dios y contra la virginidad y
limpieza de María o contra los santos del cielo". El delito de solicitación lo
exponía señalando que delataren al confesor que. en el confesonario o fuera
de él, hubiese tenido "pláticas indecentes con el penitente o requerido de
amores a su confesada"12. De ese modo se iban describiendo las prácticas y
expresiones que más comúnmente se asociaban a los diferentes delitos que
caían bajo la jurisdicción del Santo Oficio. Finalizaba el documento amones
tando y exhortando, bajo pena de excomunión mayor, a todos los que hu
bieran efectuado alguno de los hechos reseñados, o tuvieran algun a infor
mación al respecto, a que se presentaran a decirlo ante el tribunal dentro de
los seis días siguientes a su publicación.
El edicto de anatema, a su vez, se leía y fijaba en la puerta de las
iglesias al domingo siguiente a la publicación del de fe. En él se reiteraban y
aumentaban las censuras a aquellos que teniendo conocimiento d e que al
guien había realizado alguno de los hechos contenidos en el edicto de fe no
lo había denunciado13. De hecho, además de insistirse en la excomunión, a
los incumplidores se les maldecía para que sufrieran todo tipo d e males y
desgracias por haberse entregado al demonio. Pero las descripciones de las
fenómenos delictivos y las conminaciones a la población no paraban ahí,
pues además existían los edictos especiales, que se referían a un delito en
particular y en los que se mencionaban en forma detallada las situaciones
sospechosas que debían ser denunciadas. Eran publicados cuando el Tribu
nal o la Suprema estimaban que cierto delito había adquirido un desarrollo
desusado y convenía concentrar la actividad en él para detener su difusión.
Es lo que acontece en Lima, por ejemplo, con los delitos de hechicería y
solicitación.
Con todo, los aspectos fundamentales de la función educativa estaban
presentes en el procedimiento que se seguía y en la penalidad que se aplicaba
en las causas de fe. La Inquisición, en la etapa inicial de un proceso, efectuaba
12
1*1 íexl° completo de un edicto de le, en Ricardo Raima, “Anales de la Inqu isición de Lind
en Tradiciones peruanas, t. VI, Madrid. 19S4, pp. 281-285.
Archivo Histórico Nacional. Madrid (AI IN), Inquisición. lih. 4 9 9 , fu| 910.
u n a precisa e va lu a ción acerca del conocim iento que el reo tenía de la doctri
na cristiana y del cu m p lim ie n to de sus obligaciones religiosas. Específicamente
se le preguntaba si era cristiano b au tiza d o y confirm ado, si oía misa y si se
confesaba y co m u lg a b a en las fechas que m andaba la Iglesia; además se le
p e d ía que indicara c u á n d o y con quién lo había hecho la ultima ve z y dónde
había recibido la c o m u n ió n . T o d o s los que habían cum plido con la obliga
ció n anual de la con fesión y eucaristía recibían una cédula del cura que lo
acreditaba, p o r lo q u e n o resultaba fácil engañar a los jueces en ese punto.
C o n tin u a n d o con el interrogatorio, los inquisidores le pedían que se persignara
y santiguara y q u e dijese, ya fuese en latín o rom ance, las cuatro oraciones
fundam entales del catolicism o, el Padre N uestro, el A v e María, el Credo y la
Salve R egina, ju nto a *io dem ás de la doctrina cristiana”, debiendo dejarse
constancia del nivel de c o n o c im ie n to que tenía. E n consecuencia, de partida,
la Inquisición se encargaba de exam inar el grado de entendim iento de la
doctrina qu e tenía toda persona som etida a proceso. Incluso podía darse el
caso q u e , de considerarse al reo ignorante en aspectos fundamentales, se le
asignara un instructor para q u e le enseñara la doctrina. En las instrucciones
generales en m ateria de p ro c e d im ie n to elaboradas por el Inquisidor Fernan
d o de Valdés e n 1 S 7 1 y en los m anuales para uso de los inquisidores, se
especificaban co n bastante detalle esas instancias del proceso, con las que se
perseguía q u e los jueces dispusieran de antecedentes importantes para eva
luar la g ravedad de la falta y la intención con que se com etió14; pero indirec
tam ente im p lica b a n ta m b ié n una form a de controlar el conocim iento básico
de la doctrina y d e enseñarla a los procesados que la ignoraban.
La p re o c u p a c ió n educativa n o concluía con aquel exam en, sino que
continuaba a lo largo d e to d o el proceso, pues, con posterioridad, se le ponía
la acusación h a c ié n d o le v e r los errores com etidos, para que los reconociera
y se arrepintiera. U n a v e z q u e esto últim o ocurría, abjuraba formalmente del
delito c o m e tid o , q u e en caso de corresponder a una herejía form al, le permi
tía reconciliarse con Iglesia, es decir v o lv e r a ser adm itido en su seno.
A to d o c o n d e n a d o se le im p o n ía n penas y penitencias, con las que el
Santo O fic io p re te n d ía darle u n a sanción proporcional a la gravedad del
delito c o m e tid o y , al m is m o tie m p o , educarlo en la doctrina católica. Era
11 Miguel Jiménez Monteserín, “Modalidades y sentido histórico del auto de fe”, e n Historia de
la Inquisición en España y América, dirigida por Joaquín Pérez Villanueva y Bartolomé
Escandell Bonet, BAC, Madrid, 1993, t. II, p. 576.
16 ANCH, Inquisición, vol. 486, fol. 10.
m a n era , toda la c o m u n id a d se enteraba de la identidad del sujeto y de las
razon es del castigo. H it algunos delitos se aplicaba una pena específica que
im plicaba una h um illación adicional para el condenado y una publicidad
extraordinaria. Se le d e n o m in a b a la vergüenza pública y consistía en sacar al
c o n d e n a d o p o r las calles de Lim a , al día siguiente del auto de fe, desnudo de
la cintura hacia arriba, sentado en un burro, mientras se le azotaba. Esta
p e n a , entre otras, generalm ente se aplicaba a las hechiceras y a los bigamos.
L o cierto es q u e con esos procedim ientos se buscaba atemorizar a la
p o b la c ió n ; estaban pensados para generar una reacción de ese tipo; a los
inquisidores n o les interesaba ser estimados sino más bien ser temidos. Com o
ha indicado B a rto lo m é Bennassar, la Inquisición desarrolló de manera siste
m ática una verdadera pedagogía del m ie d o 1 . M iedo a sufrir largos períodos
de encierro y aislam iento, a ser a torm en tad o, a perder la vida, a perder todos
los bienes, a p e rd e r la h on ra y a arruinar e infamar a toda la familia por
varias generaciones.
a) El delito de blasfem ia
La blasfemia es definida com o una injuria p roferid a co n tra D io s . Y se
le califica de inmediata cuando es a Dios a q u ien se ataca d e m a n e r a directa
y tiene el carácter de mediata cuando se refiere a una cosa s a g ra d a o a una
persona especialmente vinculada a Dios, co m o p u ed en ser la V ir g e n o los
santos del cielo1920. Este delito ya era persegu id o p o r la In q u isició n medieval,
aunque Eymerich distinguía entre la blasfem ia sim p le, la d ich a p o r quienes
maldecían al vSeñor, la Virgen o los santos, q u e n o co m p etía al S a n t o Oficio,
y la blasfemia herética, que cuestionaba a los artícu lo s de fe y q u e s í debía
ser juzgada por dicho tribunal2". Al parecer, la in q u isició n e s p a ñ o la d e sd e un
comienzo conoció de ella, por lo m enos en el á m b ito ele los tr ib u n a le s de la
corona de Aragón, y aunque en las in stru ccion es so b re p r o c e d im ie n to del
Inquisidor Diego de Deza del año 1500 se advirtió a los in q u is id o re s que no
procedieran contra los que proferían blasfem ias n o h eréticas p o r e n o jo , en la
práctica no hicieron distingo entre uno y otro tip o d e b lasfem ia, siguiéndoles
21 H enry C h a rle s Lea, e n su H is to ria ele la In q u is ic ió n española (Madrid, 1982, vol. III, pp. 741-
748), d e sa rro lla e s te p u n to .
22 Je a n F ierre D e d ie u , “Les c a u s e s d e fo i...’*, op. cit., ap énd ice II. Y también, “El modelo religioso:
la d iscip lin a d el le n g u a je y la a c c ió n ", en B arto lo m é Bennassar, op. cit., p. 210.
¿4> Di e sta d ística la h e m o s c o n fe c c io n a d o a partir d e las relaciones de causas de fe, que se
e n cu e n tra n e n el A1IN, In q u is ic ió n , libs. 1025, 1028, 1029, 1030. 1031 y 1032. Nuestra
co n ta b ilid a d d ifie re le v e m e n te d e la cifra q u e entrega Paulino Castañeda, que alcanza a las
138 cau sas. Ver P au lin o C astañ ed a y Pilar H ernández. La In qu isición ele Lima, editorial Deimos,
M adrid, 1 9 8 9 y 1 9 9 5 , t. I y II
2‘ D el total d e 135 p r o c e s a d o s p o r b la sfem ia , d isp on em o s de información respecto al origen
étn ico d e 117. D e e llo s e ra n 5 2 e s p a ñ o le s , 26 negros, 15 criollos, 15 extranjeros, 6 mulatos y
entre los blasfemos aparecen personajes de todas las co n d icio n e s s o c ia le s , lo
cierto es que predominan abrum adoram ente los p erten ecien tes a lo s estratos
más bajos de la sociedad. De hecho, un num ero im portante de los r e o s eran
esclavos, nada menos que 33 de un universo d e 9 6 co n in fo rm a ció n sobre
profesiones u actividades. También se en cu en tran en tre ellos v a rio s p eq u e
ños comerciantes, más bien “m ercachifles”, q u e alcan zan a 11. u n o m á s que
los artesanos; también figuran 8 soldados y 5 m arineros; junto a 3 labrad ores,
3 personas sin oficio, 2 mineros y 2 sirvientes. Só lo podríam os a d s c rib ir a un
nivel socioeconómico más alto a 9 funcionarios, i religiosos, d os p rofeso res
y un colegial.
No es fácil determinar el grado de representatividad q u e p u d o tener
ese número de 135 procesados en relación a las co stu m b res de lo s d iferentes
grupos sociales. Pero no deja de resultar in teresan te q u e la p r á c tic a de la
blasfemia aparezca ligada de manera fundam ental a la p o b lació n peninsular
y que los criollos y mestizos tengan una figu ración muy m arginal e n ella.
Pareciera, si es que las causas de la Inquisición reflejan com p o rtam ien to s
generales, que el blasfemar era una costum bre b astan te m ás co m ú n e n tr e los
españoles que en otros grupos, salvo los n eg ros escla v o s, q u e ta m b ié n tie
nen una presencia importante entre los reos p or e s e d elito. Un a rg u m e n to a
favor de la validez de ese fenóm eno que refleja la In q u isició n podem os
encontrarlo en ia concordancia con los usos q u e al re sp ecto se a p r e c ia n en
la sociedad española contem poránea, en co n tra p o sició n a los q u e s e d an en
una sociedad criolla com o la chilena, en d on d e la blasfem ia n o fo r m a parte
de su manera de ser.
De acuerdo con la inform ación entregad a p or las r e la c io n e s d e cau
sas, las blasfemias eran motivadas en su gran m ayoría por las p é r d id a s en el
juego o malos tratos recibidos por ios reos. Las q u e p ron u n cian lo s esclavos,
hombres y mujeres, corresponden casi siem p re a esa segu n d a s itu a c ió n . Y
por lo general, el contexto en que se dan es muy sim ilar. El p ro ta g o n ista del
incidente, siempre un esclavo, se rebela b la sfem an d o an te su a m o q u e lo
castiga azotándolo por haber huido. En c o n se c u e n cia , es una r e s p u e s ta ira
cunda ante la impotencia y el dolor qu e le p ro d u ce el castigo. E so e s lo que
muchos declaran por lo demás, com o a c o n te ce , p o r e je m p lo c o n Pedro,
negro ladino, que, en 1588, habría blasfem ad o “asu stad o p o r lo s golpes”3
3 mestizos. lisas cifras no guardan mucha relación con los datos que entrega G ab riela Ramos,
op. cit, p. 101, debido a que ella sólo cubre el período que se extiende entre 1605 y 1666.
d ados p o r su a m o . “ p o r n o poder sufrir el d o lo r'; o con la negra Beatriz,
esclava de D ie g o N ú ñ e x , qu ien señaló ante los inquisidores, en 1593, que
dijo tales injurias p o r ser “tanto el dolor que le provocaban los azotes de su
a m o 2-. La fuerte incidencia ele las blasfemias entre los esclavos, además, se
explica p o rq u e estaban convencidos de que los amos dejaban de castigarlos
si pron u n ciaban algunas de ellas-". Pero también las blasfemias de los escla
v o s aparecen c o m o una reacción de éstos en contra del orden establecido.
C o rre sp o n d e n a una protesta, la única que podían esgrimir en ese momento,
frente al estado y situación en que se encontraban. Ellos sabían que ese tipo
d e expresiones iba a im pactar a quienes las oían, que no los iban a dejar
indiferentes.
L o q u e acontece con las blasfemias pronunciadas a causa del juego
tam bién m uestra q u e a lo largo del tiem po se mantuvo un patrón muy simi
lar. P o r lo general, se trata de jugadores de cartas que reaccionan con ira por
haber p e rd id o una sum a más o menos importante de dinero. Es lo que
ocurre, entre otros m u c h o s, con los españoles Alonso Navarro, en 1583; Fran
B e llo , en 15 8 7; Ju a n H e rre ra , en 1590; y Matías Rodríguez, en 1591*227.
6
D e sd e el p u n to de vista de su caracterización, las blasfemias proferi
das con más frecuencia eran las que renegaban de Dios, la Virgen y los
santos. Esas eran prácticam ente las únicas que pronunciaban los esclavos de
color. Los españoles en cam bio tenían un repertorio más amplio, en el que
p o r cieno tam bién estaban presentes aquéllas. Los jugadores, además de
renegar, con cierta reiteración, blasfemaban diciendo que Dios no los podía
ayudar a u n q u e quisiera, p o r lo que se encomendaban al Diablo. En esos
térm inos se e xp re sa , p o r ejem p lo, Alo n so Navarro, natural de Alcalá de
G u a d a ira , q u e fue procesado en 1583 por decir “no me puede ya Dios ver ni
hacer bien p o r m is p e c a d o s” ; tam bién, el ya citado Fran Bello que dijo “Dios
m e persigue y n o m e p u e d e hacer bien sino m al....bendito fuese el Diablo”;
y así m ism o, M atías R o d ríg u e z, de Sevilla, que en 1591 fue acusado de decir,
entre otras cosas, “ ...llé v e m e el diablo. Dios no me puede hacer bien”28. En
el fo n d o , ese tip o de blasfem ias tendía a desconocer el poder divino o a
29
AITN, Inquisición, lib. 1032, fol. 408, 450, 451 y i52. Causas de Juan Francisco de la Rosa
Urquizu, Juan Salvador Padilla, Diego R u iz de Q u in co ces y Ju an Pradier.
30
Paulino Castañeda y Pilar H ernández, La In q u is ició n ele Lim a, op. cit.. t. I, p. 284.
31 Paulino Castañeda y Pilar H ernández, “La visita de Rui/, de Prado", en A nuario de Estudios
americanos , l. LX I, Sevilla, 1984, p, 11.
denunciado, elijo que no era cosa que le tocase. Puede que en este caso
hubiese una duda razonable debido a que junto a las blasfemias había dicho
otras expresiones censurables3*2. Pero eso no acontece en 1608, con la de
Juan Fernández, de Pablo, cuyas testificaciones fueron remitidas por el juez
eclesiástico, a pesar de* que se le acusaba de renegar de Dios y la Virgen de
manera reiterada ante la pérdida de una prenda de vestir33*. Con todo, tam
bién tenemos por lo menos la referencia de una causa que fue tramitada y
concluida por el vicario de La Plata en 1580. aunque el expediente terminó
en la Inquisición^'. Los jueces de los tribunales reales, de acuerdo a algunas
evidencias, pareciera que actuaron de manera similar, al derivar ese tipo de
causas a la Inquisición. Por ejemplo, el reo Gonzalo Ortiz, natural de Sevilla,
habiendo sido detenido en 1603 por orden del alcalde ordinario de Potosí,
pronunció diversas blasfemias, producto de lo cual fue remitido al Santo
Oficio3"’. Fl caso de Alonso de la Caba es aún más claro pues en 1607, por
blasfemar en un juego de naipes, fue mandado detener por el teniente de
corregidor de un asiento y minas y enviado a la Inquisición. Incluso, en más
de una oportunidad se da el caso de reos que, estando detenidos en la cárcel
real, por otros delitos, blasfemaban de palabra o por escrito para conseguir
que los enviaran a la Inquisición, cosa que por lo demás acontecía36.
El Santo Oficio consideró a la blasfemia como un delito menor y el
Tribunal de Lima, coincidente con esa valoración, no lo tuvo entre sus prio
ridades represivas. Esto se manifiesta en la actitud que mostró hacia la trami
tación de los procesos y en las sanciones que le impuso a los condenados.
Lo primero queda en evidencia en un requerimiento que le hace a la Supre
ma en 1583 sobre la posibilidad de que ese tipo de causas, cuando
involucraban a soldados y marineros de galeras, fuesen tramitadas por los
comisarios debido a la dificultad que las distancias imponían a su normal
substanciación. Por cierto que el Consejo rechazó tal predicamento, orde
nándole al tribunal que optara por proceder sólo “contra los más culpados
por la gravedad de las blasfemias y número de testigos’ 37. Aquella actitud de
32
El reo se autodenunció de decir "voto a D ios.... cinc el que no cabalgue en este mundo, el
diablo le cabalgaba en el otro". A U N , Inquisición, lib. 1028, fol. 13.
33
AHN, Inquisición, lib. 1029, fol. 392.
3J
AUN, Inquisición, lib. 1027. fol. 176 y 266v.
35
AUN, Inquisición lib 1029, fol. 102.
36
AUN, Inquisición, lib. 1029, fols. 360 y 371; lib. 1032, fol. 452v.
37
A N CII, Inquisición, vol. 486. fol. 188.
los inquisidores de Lima se refleja también en otra propuesta que le plantean
a la Suprema para que a los blasfemos v a otros testificados por delitos
equivalentes, residentes en el reino de Granada, no se les haga ir hasta Lima
a tramitarla causa, porque la distancia era mucha (m ás de mil leguas) “y que
ninguna pena se les daría en España a los tales que equivalga a lo que
padecen en el viaje tan largo y después de esto sujetos a la pena del Santo
Oficio”38. En otra oportunidad consiguieron que la Suprema los autorizara a
no proceder formalmente contra aquellos que se denunciaban de haber pro
ferido blasfemias en voz baja, inaudible para las demás personas39*4
. También,
1
en el hecho de que el Tribunal, al decretar el procesamiento de un reo, no
ordenaba su prisión ni el em bargo de sus bienes, como acontecía en el caso
de los testificados por delitos graves10. En cuanto a las penas, nos encontra
mos con que el Tribunal solicitó al Consejo la aplicación de azotes a las
esclavos blasfemos en la fase inicial del proceso, una vez confesado el delito,
para, de esa manera, acortar la tramitación de dichas causas, que le quitaban
mucho tiempo'11.
N o obstante aquella apreciación del delito, lo cierto es que el Tribunal
lo reprimió de manera sistemática y utilizando los medios y fórmulas estable
cidos por el Inquisidor General y el Consejo de la Suprema. Es a través de los
edictos de fe y anatema y de la publicidad que rodea al castigo la forma
como da a conocer a la comunidad las características del delito, su gravedad,
la obligación de denunciarlo y el tipo de sanción que sufre el delincuente. El
mensaje que todo ello implicaba fue perfectamente captado por la sociedad
virreinal, que reacciona con presteza y responsabilidad ante los requerimien
tos y deberes que le impone el Tribunal. Al respecto, podem os mencionar el
caso del vizcaíno Juan de Goyri, que en 1588 se autodenunció en cumpli
miento de “la carta edicto” 12; o de numerosos otros reos que fueron denun
ciados por quienes les oyeron directamente pronunciar las blasfemias; mu
chos lo hicieron escandalizados por las expresiones que oían, como aconte-
4 AHN,Inquisición, lib. 1028, fol. 463; lib. 1029, ib is. 3-4 y 327,
|M AHN,Inquisición, lib. 1028, fol. 9 -286 - 528 y 540; lib. 1029, fol. 357.
49 AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 532, lib. 1027, fol. 92 y 132v; lib. 1031, fol. 362v.
50 AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 336v y ñ 2 ; lib 1028. Ib!. 115 y 279 .
obligación ele venir al Santo Oficio”. Al toparse con el reo le refirió lo seña
lado por el sacerdote y le señale) que si no remediaba la situación él iría al
Tribunal. El reo fue dónele un religioso ele Santo Domingo, que le dijo que
debía concurrir a la Inquisición a acusarse, que fue lo que finalmente hizo’ 1.
En las etapas siguientes del proceso, el Tribunal, continuando el usual
modo de proceder inquisitorial, se preocupaba de averiguar el cumplimiento
de las obligaciones espirituales que imponía la Iglesia y el grado de instruc
ción religiosa que tenía el reo, dejando constancia expresa de lo que sabía
respecto de las oraciones básicas, de los mandamientos y de lo demás de la
doctrina, según un esquema coincidente con la cartilla incorporada a las
constituciones del sínodo de 1613- Cuando un reo mostraba su ignorancia en
alguno de esos aspectos se especificaba y normalmente en la sentencia se
disponía su reclusión en un convento durante algunos días para que apren
diese la doctrina. En las causas de blasfemia son muy pocos los que se
muestran incapaces de responder a las interrogantes de los inquisidores en
esas materias. Sólo tenemos información de seis reos que manifiestan falencias
importantes en ellas, aunque la fuente que utilizamos es poco explícita y
bastante incompleta en ese punto. Pero pareciera que en las relaciones de
causas justamente la información que no se omite es la que tiene que ver
con la ignorancia doctrinaria de los reos. De acuerdo con esa fuente, el
vecino de Guamanga Juan Pérez, en 1583, declaró ser analfabeto, supo las
cuatro oraciones y los mandamientos, pero nada más; a su vez, Pedro, un
esclavo negro, en 1588, no fue capaz de signarse como correspondía y tam
poco supo bien las oraciones; al soldado Alonso Velazco, natural de Salamanca,
el Tribunal, en 1588, lo envió donde los jesuitas para que aprendiese la
doctrina por no saber las oraciones; lo mismo hizo con el vizcaíno Juan
Goyri. La relación de la causa de Juan Salvador Padilla, procesado en 1695,
es más explícita en este punto. Al respecto señala que "preguntado por la
doctrina cristiana dijo que había cuatro dioses, que eran el Padre, el Hijo, el
Espíritu Santo y la Santísima Trinidad. Luego ante las consultas dijo que no,
que se había equivocado, que sólo eran tres personas y un solo Dios”. En la
sentencia, fue condenado entre otras penas a servir "dos años en el hospital
de los betlemitas de Lima a los indios enfermos, donde los hermanos de
dicho hospital le enseñen la doctrina cristiana'02. Este último testimonio deja5
2
1
1570-1575 3 1616-1620 _
1661-1665 —
1581-1585 9 1626-1630 —
1671-1675 4
1586-1590 17 1631-1635
y
1676-1680 2
1591-1595 19 1636-1640 1 1681-1685 —
1596-1600 26 1641-1645 —
1686-1690 —
1601-1605 10 1646-1650 —
1691-1695 5
1606-1610 14 1651-1655 1 1696-1700 3
1611-1615 7 1656-1660 —
1695, se dispone que la sentencia se lea con méritos (un resumen de ella),
pero omitiendo “el referir las blasfemias contra la Santísima V irgen ’ ’'9.
¿Qué efectos pudo tener en la práctica esta labor represiva y educado
ra realizada por el Tribunal con respecto al delito de blasfemia? N o es fácil
poder determinar la influencia de esa labor en las costumbres, mentalidad y
creencias de las personas. Con todo, algunos indicios podemos obtener de
las cifras y ritmos que entrega la cuantificación de los procesados por dicho
delito.
De acuerdo con ese cuadro, la mayor actividad se concentra entre
1575 y 1615, siendo los años correspondientes al cambio de siglo los que
marcan el punto culminante de la represión del delito. Como veíam os ante
riormente, en ese momento también se incrementó la rigurosidad en la san
ción de la blasfemia, por lo que parece más o menos claro qu e el Tribunal,
en ese período, tuvo hacia ella una preocupación especial. C on posteriori
dad a 1615 la blasfemia prácticamente desaparece del horizonte represivo de
la Inquisición limeña, salvo algunos casos en la parte final del siglo XVH-
Aún más, la escasa importancia cuantitativa del delito se mantiene durante el
siglo siguiente, al punto que en la primera mitad se procesaron 12 perso-
rías60. A h o r a b ie n , ¿cuál es el sign ificad o d e ese comportamiento de la activi
dad? ¿A q u é o b e d e c e q u e d e s p u é s d e 1615 las causas de blasfemias sean más
b ie n excep cio n ales? P u e d e argum entarse, y con cierta base, que el Tribunal
d e Lima d e jó d e p r e o c u p a rs e p o r éste y otros delitos en la medida que
en con tró u n o q u e lo o b lig a b a a concentrar todos sus esfuerzos y le reporta
b a im portantes re c u rso s financieros. N o s referimos a la persecución de los
judaizantes. C o n to d o , c a b e h acer notar q u e ésta se inicia a partir de 1595,
c o in c id ie n d o c o n el p e r ío d o d e m ayor represión de los blasfemos. Por otra
parte, d e s p u é s d e 16*40 los judaizantes dejan de figurar com o pacientes de la
In q u isició n y e llo n o trae c o m o resultado una reanudación de la primitiva
ten dencia re p re siv a . En c o n se c u e n c ia, pareciera que la mínima presencia de
la blasfem ia d e s d e la s e g u n d a d é c a d a del siglo XVII es difícil que sea pro
du cto d e la p r e o c u p a c ió n exclu siva p o r los judaizantes. Ese fenómeno cuan
d o m ás p u d o ten er un e fec to e n el corto plazo, entre 1620 y 1640.
En M é x ic o las ca u sas p o r blasfem ia presentan una fase de gran activi
d a d entre 1590 y 1620, c o in c id ie n d o en cierto sentido con la que acontece en
Lima. Sin e m b a r g o , entre 1652 y 1688 se da otro período de fuerte intensidad
rep resiva d e este delito, lo q u e n o su ced e en el caso que analizamos61. ¿A
q u é se d e b e esa situación? P o r cierto q u e p u d o influir la determinación de
los in q u isid o re s d e Lim a, q u e tal v e z n o le concedieron mayor importancia a
e se tipo d e e x p r e s io n e s . P e r o ta m p o c o se p u e d e desechar la posibilidad de
q u e las ca u sas d ism in u y e ra n , tam bién, p o rq u e el delito perdió fuerza y se
h izo m e n o s frecu en te. Es m u y p o sib le q u e la acción inquisitorial, ejercida
co n gran e n e rg ía d e 1580 a 1615, haya hecho que las personas, sabiendo a lo
q u e se e x p o n ía n , tu viesen m u c h o más cu id ad o a la hora de blasfemar. Debe
tenerse p re se n te q u e la In q u isició n fue capaz de generar una conciencia
clara resp e c to a la o b lig a c ió n q u e tenían los fieles de denunciar ese y otros
delitos. Si h ay a lg o q u e llam a la atención en las relaciones de causas es la
reacción d e las p e r s o n a s q u e escu ch an las blasfemias. Inmediatamente salta
ban para c e n su ra r a q u ie n las decía. En esa reacción estaba el origen del
60 E n tre e lla s se m a n tie n e la te n d e n c ia d e lo s sig lo s an terio res en cuanto a que la gran mayoría
de los p ro c e s a d o s e ra n o e s p a ñ o le s o p e rso n a s de color. Los prim eros alcanzaban a siete y
lo s s e g u n d o s a c u a tro ; ju n to a to d o s e llo s fig u rab a un solo m estizo. Rene Millar Carvacho,
"La I n q u is ic ió n d e L im a . S ig lo s X V 7 II y X IX . T e s is do cto ral. U niversidad de .Sevilla, 1981,
in ed ita.
61 S o lan g e A lb e r ro , I n q u is ic ió n y S o c ie d a d en M é x ic o 1571-1700 . F C F , M éxico, 1988. p. 178 y
g rá fica s V IH y IX .
proceso. Pues bien, esa actitud ule la comunidad no tenía por qué desapare
cer después de 1615. Ante ese argumento podría responderse diciendo que
fue el Tribunal el que dejó de interesarse por el delito. Esa situación también
es muy discutible que se diese, pues a los inquisidores de Lima les interesaba
mucho la imagen de la institución. Se preocupaban por que fuese respetado
y temido, por tener una efectiva presencia. Eso no ocurría si la actividad
disminuía y no se sancionaban los comportamientos, actitudes y expresiones
que eran competencia de la Inquisición. L'na ultima reflexión sobre este
tema. Como ha sido puesto de manifiesto, la blasfemia fue un delito cometi
do por esclavos y sobre todo por peninsulares, los criollos y mestizos figuran
sólo marginalmente. Nunca tuvieron una presencia medianamente impor
tante. Fue una costumbre exógena que no logró arraigar en la sociedad
colonial. Es muy posible que en ese fenómeno algún papel haya jugado la
acción inquisitorial.
66
José Toribio Medina, Historia clel Tribunal clel Santo Oficio de ¡a Inc/uisición en C h ile . Santiago,
1952, p. 191.
67
Joan Pierre Dedieu, “El modelo sexual...”, oj). cit., p. 28 í.
68
Esa Fue una inquietud que el Tribunal le hizo presente al Consejo en 1589 y que mencionamos
al referirnos a la blasfemia. ANCM, Inquisición, vol. u8h, fol. 230
69
Jean Pierre Dedieu, "Les froniiéres rep ien ses . op cit . p 82.
70
Paulino Castañeda y Pilar Hernández, "La visita...", op. cit., \2. Erente a esas 37 denunciasen
tramitar, el Iribú nal, de acuerdo a nuestros recuentos, había procesado a 22 re o s.
sid o sosten id a s o b r e to d o p o r jóvenes, originarios de España o del extranje
ro. N a d a m e n o s q u e cerca del 70 p o r ciento de los procesados tenían ese
origen; los criollos, m estizos e incluso negros y mulatos que aparecen son
m u y p o c o s, p o r lo q u e n u evam en te nos encontramos con expresiones u
o p in io n e s e x ó g e n a s . q u e n o llegan a propagarse y penetrar en el seno de la
so c ie d a d c o lo n ia l h D e s d e el pu n to de vista social, predominan los sectores
sociales in feriores. Entre los reos hay varios labradores, marineros y artesa
nos. Sólo ten em o s referencia d e un hidalgo; se trata de Domingo de Arismendi,
natural d e G u ip ú z c o a y d e 22 años, procesado en 1592
U n n ú m e r o c o n s id e ra b le de estas causas se inicia por denuncia es
pon tán ea d e los reos, a u n q u e es más o m enos evidente que ella obedece a
las p resion es, re c o n v e n c io n e s e incluso am enazas de denuncia por parte de
los testigos q u e lo o y e r o n sosten er esa proposición. Por cierto que ésta pre
sentaba d iv e rsa s v e rs io n e s en su form ulación, manteniéndose el fondo o
sentido d e la m ism a. P o r e je m p lo , en 1578, a Esteban de Salcedo, residente
en Valdivia, se le s ig u ió p ro c e s o p o r decir que "tener acceso carnal un hom
b re con u n a m u je r n o era p e c a d o mortal sino venial”. Francisco Hernández,
natural d e Lleren a, en 15cS(), fue testificado p o r haber sostenido que “tener
acceso carn al c o n m u jeres casad as era p ecad o mortal y con mujeres solteras
era p e c a d o v e n ia l”. El m a rin e ro P a b lo Corzo, originario de Córcega, en 1584,
lo fue p o r q u e “d ijo q u e e c h arse con una mujer pública no era pecado mor
tal”. Al p o rtu g u é s A n tó n H e rn á n d e z , el m ism o año, se le procesó por soste
ner q u e “e c h a rs e un h o m b r e soltero con una mujer soltera no era pecado,
p a g á n d o s e lo ”. P rácticam en te d e lo m ism o fue testificado el labrador Gonza
lo R od rígu ez, q u ie n h abría d ic h o “q u e pagán doselo a una mujer de las de la
m ancebía q u e n o era p e c a d o tener acceso con ellas”*73*.
Es e v id e n te q u e en ciertos sectores populares de la sociedad española
del A n tig u o R é g im e n existían interpretaciones erróneas respecto a la moral
sexual q u e p r o p u g n a b a la Iglesia71. C on todo, era difícil encontrara alguien
>:t AUN, Inquisición, lib. 1029, fol. 372v. y 420v. También causa de Juan de Montenegro &
1584, lib. 1027, fol. 638 y lib. 1028, fol. 2 y 124v.
AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 133v.
AUN, Inquisición, li. 1028. fol. 263. Luis de Solar, en el interrogatorio dijo “q u e sabe Io5
mandamientos de la ley de Dios y que no fornicar, como lo manda el sexto m andam ien to de
la ley de Dios, quiere decir que no se echen con mujeres y que sabe que q u eb ran tar algunos
de los mandamientos de Dios es pecado mortal. Y siéndole dich< >que pues dice q u e quebranta
el mandamiento de la ley de Dios sabe que es pecado mortal y sabe que el n o fornicar^
mandamiento de Dios ¿cómo dice que creyó que el fornicar no era pecado m ortal? AllN,
Inquisición, lib. 1027, fol. 352.
q u e tenía n e c e s id a d d e se r instruido en la doctrina cristiana. Se le envió al
a presentarse al rector para que lo instruyese, con la
c o le g io d e la C o m p a ñ ía ,
o rd e n d e re g re s a r al Tribuna' una v e z q u e la llegase a conocer. Por último se
presen tó e n éste, lle v a n d o un certificado referente a su nivel de instruc
ció n 87. U n e je m p lo d e lo s e g u n d o se encuentra en la causa del mestizo Juan
ele O r d e ñ a q u e fu e s e n te n c ia d o a diversas penas y a no salir de Lima hasta
q Ue n o e x h ib ie s e una certificación d e la Com pañía de que sabía la doctrina,
d e b ie n d o a c u d ir a ella c a d a día hasta aprenderla88.
El T rib u n a l, al rep rim ir y e d u c a r a estos reos, estaba de una manera
directa e indirecta in stru v e n d o al conjunto d e la sociedad en la recta doctri
na. Ella se e n te ra b a p o r los edictos d e fe d e q u e el sostener que la simple
forn icación n o era p e c a d o constituía un error en materia de fe, que debía ser
d e n u n c ia d o al S an to O f i c i o . En el texto d e ese docum ento había un referen
cia e x p re s a a d ic h o delito. P ero, adem ás, com o hemos visto, estaban los
co n feso res, q u e a c tu a b a n en el m ism o sentido, y el efecto ejemplarizador de
las p e n a s q u e se im p o n ía n a los con d en ad o s. Las sanciones por este delito
eran u n p o c o m ás le v e s q u e en el caso de la blasfemia, pero con frecuencia
a los reo s se les s a c a b a a au to p ú b lico , en forma de penitente y con soga a la
garganta; d e b ía n a b ju ra r d e leva, eran desterrados y sacados a la vergüenza
pública, sin q u e t a m p o c o estuvieren del todo ausente los azotes, que se
im p o n ían s o b r e t o d o a e sc la v o s; p o r cierto qu e también se les imponían
penitencias esp iritu ales, c o m o el oír una misa rezada89.
¿ Q u é e fe c to p u d o ten er esa política en el comportamiento y en las
creencias d e la s o c ie d a d virreinal? D e partida habría que señalar que en la
conducta d e las p e r s o n a s tu v o una influencia escasa o nula. Esto debido a
q u e la In q u is ic ió n n o p re te n d ía reform ar las costumbres. Que en la vida
cotidiana la fo rn ic a ció n se practicara más o m enos intensamente no era asunto
del Santo O fic io . El p r o b le m a estaba cu an d o se trataba de justificar el hecho
A H N , In q u is ic ió n , lib . 102"7, fo l. 4 4 9 .
88 A H N , In q u is ic ió n , lib . 1 0 2 ^, f o l.8 l y l4 9 v ; lib . 1028 fo l. 185 v 241.
89 Seb astian ele O r b ie t o s a lió al a u to p ú b lic o de 1591, en form a de penitente, con soga a la
g arg an ta; al d ía s ig u ie n te lú e sa c a d o a la ve rg ü e n za p úb lica y debió pagar 100 pesos de
m ulta p a ra g a s to s d e l S a n to O fic io . E l m ism o añ o , a Jo rg e G riego se le condenó además a
cu atro a n o s d e g a le ra s a re m o ; y a M ig u el A n drea a cuatro años de destierro, A Gonzalo
R o d ríg u e z , e n c a m b io , se le s a c ó al au to p ú b lic o de 1587, abjuró de levi, fue desterrado por
d o s a ñ o s y p a g ó 100 p e s o s p a ra g asto s d e l T rib u n a l. A H N , In q uisición, lib. 1027, fol. 649; lib.
1028, fo l. 1, 2 4 0 , 2 4 1 , 2 »2.
C o n d e n a d a , s o m e tid a a la v e rg ü e n z a p ú b lic a ,
c o n co ro za y d esn u d a h a sta la c i n t u r a p a ra se r a z o ta d a -
G rab ad o n " 2 4 d e G o y a . d e la s e r i e l o s C a p r ic h o s .
co n a rg u m e n to s d o c tr in a r ia m e n te e rró n e o s . F .l T r i b u n a l r e p r im ía la c r e e n c ia
p o ? N u e v a m e n te n o s e n c o n tr a m o s e n la im p o s ib ilid a d d e d a r u n a re sp u e sta
c a te g ó r ic a , a u n q u e h ay q u e c ie r to s in d ic io s q u e r e f le ja r ía n la im p o s ic ió n ^
lo s p u n to s d e v is ta o rto d o x o s .
L a e s ta d ís tic a so b re la r e p r e s ió n d el d e lito a y u d a p o c o e n e s e a n á l b ,s
d e l c a s o , a lg o p u ed e v is lu m b r a r s e .
__________ CUADRO II______________
S im p le fo r n ic a c ió n p o r quinquenios
1570-1700
1591-1595 19 1636-1640 —
1681-1685 —
l6 l 1-1615 4 1656-1660 —
90 Causa de Luis de la Barreda, natural de Osuna, procesado en 1647. A1IN. Inquisición, lib.
1031, fol. 337.
1)1 René Millar Carvacho, La Inquisición de Lima, 1697-¡H20, tomo III, Editorial D e im o s, Madrid,
en prensa, p. 375.
u n aten tado a la fe y q u e d e b ía n ser den u n ciados al Tribunal. Los edictos de
fe y d e a n a te m a , la la b o r d e los co n feso res y la publicidad que se le daba a
la ap licación d e las p e n a s, eran los m ed ios a través de los cuales se imponía
la doctrina o fic ia l a la c o m u n id a d . En esa función educativa, el Santo Oficio
actuó en c o r r e s p o n d e n c ia con las d em ás instituciones eclesiásticas del
virreinato, s o b r e t o d o c o n los curas y confesores, qu e debían enseñar la
doctrina al c o n ju n to d e los fieles, derivar a la Inquisición a los penitentes
in v o lu c ra d o s e n m aterias p e rs e g u id a s p o r aquélla e instruir en el catecismo a
los reos e n v ia d o s p o r el T rib u n a l. Es difícil m edir la efectividad de la acción
inquisitorial, p e r o sin d u d a q u e algu n a significación puede tener en ese
sentido el h e c h o q u e d e s d e 1615 en adelante esos delitos prácticamente
d e sa p a re z c a n d e l e s c e n a r io re p re siv o del Tribunal. Adem ás, está el contraste
q u e se a p re c ia en tre la fu e rz a q u e a m b o s delitos tienen en la península y la
situación q u e se d a en A m é ric a . A q u í el g ru eso d e los reos por ese tipo de
causas e s tu v o c o n stitu id o p o r p en in su lares o extranjeros y nunca lograron
penetrar en lo s n ú c le o s p ro p ia m e n te am ericanos. N o s parece que la Inquisi
ción d e Lim a es e n g ra n parte re s p o n sa b le d e qu e así ocurriese.
VIII
El delito de solicitación*
1. Las fuentes
Para estudiar la actividad inquisitorial del Tribunal de Lima existe una
gran limitación en materia de fuentes, debido a la pérdida de la mayoría de
los expedientes originales de los procesos de fe. Lo cierto es que buena
parte del archivo del Santo Oficio peruano se extravió, en el transcurso de
los años, después de su abolición en 1820. Para mala fortuna de los investi
gadores, el grueso de la documentación perdida corresponde a los expe
dientes de las causas de fe, de los cuales se conservan menos de dos dece
nas, en Madrid, en el Archivo Histórico Nacional. La presencia de esos pape
les en la península obedece a razones que tenían que ver con el modo de
proceder de la Inquisición española. Esta era gobernada por el Inquisidor
General y el Consejo de la Suprema, que, entre otras labores, tenía la obliga
ción de vigilar el funcionamiento de los tribunales de distrito, tanto en el
ámbito administrativo como procesal. Pues bien, cuando el Consejo, a la
vista de la información proveniente de aquéllos, consideraba que el procedi
miento seguido en la substanciación de una determinada causa no se había
ajustado a derecho, podía solicitar al tribunal el envío del expediente com
pleto. En consecuencia, los originales limeños existentes en la actualidad en
la sección Inquisición clef Archivo Histórico Nacional de Madrid correspon
den a causas de fe cuya tramitación generó diversas dificultades, que lleva
ron al Consejo a pedir el envío de toda la documentación. El carácter excep
cional ele ese procedimiento explica el escaso número de procesos que se
conservan en aquel repositorio. Además, casi todos se refieren a encausados
por hechos y dichos considerados manifiestamente heréticos y condenados
a relajación. La solicitación no era un delito que tuviera aquella connotación
y por lo mismo sólo hemos podido disponer de un expediente íntegro sobre
la materia.
No obstante lo anterior, es posible estudiar, con bastantes limitacio
nes, algunos aspectos de la actividad del Tribunal de Lima en materias de fe,
merced a las denominadas relaciones de causas. Como se ha explicado en el
capítulo II, éstas eran unos resúmenes de todos los procesos, que los tribu
nales de distrito tenían la obligación de enviar sistemáticamente al Consejo.
A través de ellas, cuidaba del funcionamiento de los tribunales en el ámbito
procesal1. Y en la medida que se enviaban con regularidad, constituyen
verdaderas series, que en el caso del Tribunal de Lima se extienden desde su
establecimiento en 1570 hasta mediados del siglo XVIII. Sin embargo, las
correspondientes al período 1700-1750 no se archivaron con el resto, que
dando dispersas en diversos legajos, lo que facilitó la pérdida de muchas de
ellas2.
El valor de estas relaciones como fuente estadística es considerable,
como ha quedado demostrado en diversas investigaciones realizadas en cen
tros universitarios europeos. Pero también, ante la inexistencia de otra docu
mentación, pueden ser muy útiles para acercarse al conocimiento más espe
cífico de la actividad inquisitorial; en otras palabras, para estudiar determina
dos delitos o ciertos comportamientos individuales y de algunos grupos o
sectores de la sociedad. Es evidente que, para ese tipo de trabajos, presentan
bastantes vacíos, por tratarse de síntesis de gruesos expedientes. Obviamen
te, en ellas no están recogidas de manera textual las declaraciones de los
involucrados, ya fuesen testigos o encausados. Los hechos nos llegan a tra
vés de un doble tamiz; primero, el del secretario que toma nota de las decla
raciones y, en segundo término, el del funcionario que efectúa el resumen
de la causa. Este último, que es el más importante, podría significar una
2. El sacramento de la confesión
3 Por lo demás, así pudimos comprobarlo de hecho al comparar el expediente com pleto (le U
causa de Rafael Venegas con su correspondiente relación
d e sp u és d e c u m p lir c o n ellas era reconciliado. Se aplicaba a quienes habían
p e c a d o p ú b lic a m e n te y p o r e llo d e b ía n reparar el escancíalo de manera tam
bién p ú b lic a , c o n lo cual los fieles se enteraban de que el pecador se había
c o n fe sa d o d e sus p e c a d o s 1. Esto significa q u e la confesión se reservaba sólo
a los q u e e s ta b a n e n p e c a d o mortal.
La p e n ite n c ia p riv ad a h abría com en zad o a practicarse desde el siglo
VI, a raíz d e la p a rtic ip a ció n del p u e b lo en los ritos penitenciales de la
cuaresm a. P rim itivam en te, en ello s participaban sólo los penitentes, que,
vestidos c o n sa c o s, d e s c a lz o s y d e bruces en el suelo, a las puertas de la
iglesia, era n p e n ite n c ia d o s en una solem n e ceremonia. Poco a poco a estos
oficios ta m b ié n se fu e ro n in c o rp o ra n d o no penitentes, hasta que llegó a ser
com ún la in te g ra c ió n d e to d o el p u e b lo . Al iniciarse la cuaresma, los sacer
dotes c ita b a n a los fieles a confesarse, estuviesen o no en pecado mortaP.
U n e le m e n to distintivo im portante d e la confesión privada fue su carácter
secreto, q u e in icialm en te se circunscribe a los pecados también secretos, que
q u e d a b a n b a jo la ju risd icción del presbítero. Los pecados públicos, en cam
bio, eran o b je t o d e la c o n fe s ió n pública, q u e aplicaba el obispo. Con el paso
del tie m p o se fu e ro n d ic ta n d o disposiciones para garantizar el carácter se
creto d e la c o n fe s ió n , c o m o el D ecreto d e Graciano, que conminaba al sacer
dote a m a n te n e r el sig ilo so p e n a d e ser destituido. Otras diferencias impor
tantes entre a m b o s tip os d e c o n fe sió n se produjeron en torno a la frecuencia
de su a p lic a c ió n y a la d u ra c ió n d e la penitencia. La confesión pública se
efectuaba s ó lo d e v e z en c u a n d o , en cam bio la privada pudo reiterarse con
cierta p e rio d ic id a d . En la prim era, algu n os pecados, como la apostasía, el
adulterio y el h o m ic id io , se co n sid e rab a n de tal gravedad, que la penitencia
du raba to d a ia vichi d el p e c a d o r6. La privada, por el contrario, fue tendiendo
a p e rd o n a r to d o s los p e c a d o s al m om en to de la confesión. Al parecer, ambas
form as d e p e n ite n c ia h a b ría n coexistido hasta los siglos XII y XIII7.
* Esa s itu a c ió n h a c ía q u e to d o s lo s fie le s se enteraran de los pecados del penitente, sin necesidad
de c o n fe s a rlo s d e v iv a v o z a n te e llo s . Jo s é M. G o n z á le z del Valle, El sacramento de la
p e n it e n c ia . F u n ch im en tos h is tó ric o s d e su re g u la c ió n a c tu a l , EUN SA, Pamplona, 1972,
p. 204.
Jo sé M. G o n z á le z d e l V a lle , op. c i t p p . 164-165. E l tema referente a los tipos de confesión y
a la e v o lu c ió n e n el tie m p o es m u y d iscu tid o y no existe consenso entre los diferentes
au to res. E n to d o c a s o , e n lo q u e s í h a y a cu e rd o es en que la confesión privada y secreta,
co m o se e fe c tú a e n el p re s e n te , n o se p ra c tic ó siem pre así.
P ierre A c ln é s , S . I. I.a p e n ite n c ia . H A C , M a d rid , 1981, pp. 86 y 93-105.
Ib id ., p. 143-
Un hito importante en la evolución del sacramento de la penitencia
corresponde al IV Concilio de Letran de 1215, que en el Canon 21 estableció
la obligatoriedad de la confesión anual. Parece claro que ese precepto no
implica una ruptura con la doctrina y regulación del sacramento, pu es ya en
el siglo XII todos los teólogos se pronunciaban a favor de la confesión obli
gatoria y en muchas diócesis, ya desde el siglo IX. se practicaba la confesión
anual como preparatoria a la comunión pascual”. Sin embargo, com o señala
Jean Delumeau, al imponerse ese deber a todos los fieles, generalizando su
práctica, se modificó de manera definitiva “la vida religiosa y psicológica”, la
mentalidad, de los católicos y de buena parte de occidente8
9, En ese Canon,
además de establecerse la obligatoriedad de la confesión, se insistió en el
carácter secreto de la misma, instruyendo al sacerdote para que mantuviese
el sigilo; a éste también se le advertía para que obtuviera del penitente la
declaración de todos sus pecados, junto con las circunstancias que los rodea
ban y que permitían determinar la mayor o menor malicia que en ellos
había10.
La obligatoriedad de la confesión anual y la indagación de las circuns
tancias que acompañaban a los pecados, influirá en la publicación, desde el
siglo XIII, de numerosas sumas casuistas sobre el sacramento y en la multi
plicación de los manuales de confesores. El objeto de las sumas era ayudar
a los confesores a enfrentar la gran diversidad de casos que se presentaban,
para lo cual se le indicaba cómo interrogar al penitente, cómo aclarar los
móviles y las circunstancias y valorar la gravedad de la falta, cóm o superar
los obstáculos que dificultaban una buena confesión. Los manuales, escritos
por lo general en romance, con una orientación más pastoral, estaban en su
mayor paite destinados al uso ya sea de sacerdotes o de fieles y tenían un fin
didáctico, pues pretendían enseñar cómo administrar y cómo recibir el sacra
mento de la penitencia11. Todas estas obras tienden a precisar, a veces con
una gran minuciosidad, los más variados casos y tipos de faltas en que
podían caer los fieles. De hecho, fueron instrumentos que se entregaron a
los sacerdotes para aplicar la confesión de una cierta manera, que implicaba
14
Kl te xto d e la b u la e n su v e r s ió n e n la tín , co n la trad u cció n efectuada por la Inquisición, en
A rc h iv o N a c io n a l d e C h ile ( A N C H ) , s e c c ió n In q u is ic ió n , vo l. 499, fol. 18 y ss.
15
A d e lin a S a r d ó n M o ra , <>p. c it., p p . 63-64.
A rc h iv o H is t ó r ic o N a c io n a l d e M a d rid ( A U N ) , se cció n C ó dices, libro 9-B. fol. 115.
Aragón; por otra parte, la bula de Pío IV contra los solicitantes sólo se refería
a los que requerían mujeres. Ante esa situación, el Consejo de la Suprema,
por carta acordada de 9 de diciembre de 1383, le señaló que en ese “negocio
se puede y debe conocer en el Santo O fic io 1 . Esa determinación déla
Inquisición española fue confirmada por el pontífice, que el 24 de noviem
bre de IÓ12 expidió un decreto en virtud del cual las solicitaciones en con
fesión efectuadas a hombres debían merecer el mismo tratamiento que seles
daba a las causas que involucraban a mujeres. Esta disposición fue dada a
conocer a los tribunales provinciales por carta acordada de la Suprema de 8
de mayo de 1613, que fue recibida en la Inquisición de Lima el 1 1 de abril de
I6l618.
Pareciera que la experiencia acumulada en el tratamiento de este de
lito por la Inquisición de España hizo que la Santa Sede decidiera regular con
mayor precisión el procedimiento a seguir en este tipo de causas. Para ello,
el 30 de agosto de 1622, el papa Gregorio X V dictó una nueva bula sobre el
particular, que tendría una gran trascendencia, porque fijaba algunas pautas
básicas en materia procesal y penal, que regirían definitivamente. U n o délos
aspectos esenciales que se establecieron en ella fue el entregar el conoci
miento de esas causas a todos los tribunales inquisitoriales existentes en la
cristiandad y no sólo a los de España. A ello se agregaron regulaciones
procesales, como las que precisaban las circunstancias que permitían consi
derar que el delito se había perpetrado. Al respecto, la p r a x is inquisitorial
había dejado en evidencia que muchos encausados alegaban en su defensa
que nunca habían solicitado, porque los dichos o hechos deshonestos los
habían realizado fuera del momento de la confesión. Para poner término a
ese subterfugio, que generaba dudas en los tribunales, la bula determinó
que debía considerarse como solicitación toda p ro v o c a c ió n para
deshonestidades que se hiciese “en el acto de la confesión sacramenta!, an
tes o después del, inmediatamente con ocasión o pretexto de confesión,
aunque tal confesión nunca se haya hecho”; e incluso aunque n o hubiera
confesión; lo mismo acontecía si los hechos ocurrían en el confesonario o en
cualquier otro lugar donde se efectuaran confesiones o si se simulaba la
realización de ella19. En materia procesal, también para permitir el encausa-
4. El procedimiento
a ) Las p a u ta s g e n e r a le s
Como consecuencia de la bula de Pío IV de 1561, en los tribunales
inquisitoriales comenzaron a seguirse causas contra solicitantes. Pero como
en su tramitación se plantearon algunas dudas, el Consejo de la Suprema
expidió un decreto sobre el particular el 15 de julio de 1562, en el que daba
instrucciones sobre el modo como debía procederse en ellas. Al respectóse
señalaba que habiendo “testificaciones concluyentes’1 se ordenara la captura
del denunciado, “con todo recatamiento y secreto” y se procediera en su
causa hasta concluirla. También se ordenaba que, mientras duraba el proce
so, los frailes permanecieran en un monasterio que le indicaren, con prohi
bición de salir, confesar, predicar y de tener voto activo y pasivo. En el caso
de los clérigos, debía señalárseles algún lugar de carcelería que no fuese
aquel en el que cometieron los delitos, además de prohibírseles confesar y
predicar. En definitiva, en ese decreto se comenzaba a diseñar un procedi
miento especial para estos casos, pues los encausados serían recluidos en
lugares particulares, en vez de permanecer durante todo o parte del proceso
en las cárceles secretas del Tribunal, como acontecía con los demás reos. La
tendencia a darle un tratamiento especial a este delito también se manifiesta
27 Ibicl.y fol. 6 8 .
2H Ibicl., fol. 79. La carta acordada de 14 de septiem bre de 1S77 dice: “cuanto a las dificultades
que representáis se podrían ofrecer de remitir al C onsejo los procesos de los confesores que
in actu confesionis solicitan a sus hijas de penitencia, consultado con el Rvdo. Señor Inquisidor
General ha parecido conozcáis vosotros en ese Santo O ficio de las dichas causas conforme
a la Instrucción que con carta acordada de 26 de abril de este año se despachó sin enviarlos
procesos al Consejo".
- } ANCH, Inquisición, vol. 499, fol. 22.
de la confesión o próximamente a ella, antes o después. Además, para orien
tarse acerca de la confiabilidad de los testigos mujeres, debía preguntarse a
“personas graves”, con lodo recato y sin dejar testimonio escrito, acerca de si
las susodichas eran “deshonestas o apasionadas” y de los demás defectos
que podían tener. Esos antecedentes debían considerarse por los jueces al
momento de decretar la prisión del denunciado y en el resto del proceso.
Con respecto a los testigos hay que recordar que por carta acordada de 1576,
es decir del año anterior a estas instrucciones, reafirmada por la bula pontificia
de 1622, se permitía seguir causa a estos delincuentes aunque se contara con
uno solo de aquéllos.
En relación con las etapas siguientes del proceso, las instrucciones
advertían que la captura de los reos debía ser votada por los inquisidores, en
conjunto con el ordinario y consultores eclesiásticos; y que, dependiendo de
la calidad de las personas y circunstancias del delito, se dejaba al arbitrio del
tribunal el recluirlos en las cárceles secretas o detenerlos en sus casas o
monasterios o en otros lugares que les parecieran más convenientes, conmi
nándolos a mantener el secreto y a no comentar su situación con nadie.
Además se indicaba que en estas causas debía procederse como si fuesen de
fe, por lo cual debían examinarlos “acerca de la intención y creencia que
tuvieron del sacramento de la penitencia cuando cometieron los tales deli
tos”. Si llegaran a reconocer que tuvieron “error en el entendimiento y perti
nacia en la voluntad", se les debían secuestrar los bienes como a herejes,
cogiéndoles los papeles, libros y escritos que tuvieren. Esto último no podía
efectuarse antes de que el reo hubiese confesado tal delito, lo que, de con
cretarse, implicaba su previa detención en las cárceles secretas.
La votación en definitiva, que señala el término del proceso, requería
de la participación del ordinario y consultores, además de los inquisidores. Y
se advertía que esos reos no podían ser condenados a penitencia pública,
fuese auto de fe u otra forma. Las sentencias que dictaren debían pronun
ciarse y notificarse a los reos en la secretaría del Santo Oficio, en presencia
de los prelados de los conventos y monasterios y sus compañeros confeso
res y de los curas o rectores de la ciudad de Lima. En cuanto a las sanciones
que debían imponérseles, se indican algunas que no pueden omitirse y otras
que se dejan al arbitrio del tribunal. Las infaltables e inmutables eran la
abjuración de levi (retractarse de la sospecha leve de herejía en que habían
incurrido) y la privación perpetua de administrar el sacramento de la peni
tencia. Las variables, correspondían a la posibilidad de ser privados de pre
dicar y de administrar otros sacramentos, a las alternativas en cuanto a tiem
po y lugar de reclusión y a la duración del destierro que debía imponérseles
de los lugares donde habían cometido los delitos.
Además, en relación con ese mismo aspecto, se indicaba que los reli
giosos podían ser sancionados con disciplinas, a aplicárseles en los capítulos
de sus monasterios, después de volver a leerles sus sentencias por un notario
del secreto, en presencia de la comunidad; de ser muy grave la culpa, podía
dárseles una disciplina en la sala del tribunal, en presencia de los religiosos
y clérigos que allí asistieren, amén de condenarlos a “otras penitencias”, tales
como suspensión o privación de sus órdenes y de vo z activa y pasiva y de
hacer que ocupen el ultimo lugar en el coro y en el refectorio; también
podían ser sancionados a cumplir penitencias de culpa grave, disciplinas y
oraciones, todo en consideración a la calidad y gravedad de los delitos y
demás circunstancias. En cuanto a los clérigos, además de las penas genera
les de destierro y reclusión, podían aplicárseles las de privación o suspen
sión de oficio y beneficio, sanciones pecuniarias, disciplinas secretas, ayunos
y oraciones30.
Culminaban dichas instrucciones con una recomendación a los
inquisidores para que en este tipo de causas procediesen “con mucho tiento
y consideración”. Sin duda, este era uno de los objetivos más importantes
que se perseguían con esas normas especiales. A la Inquisición no le intere
saba en lo absoluto que la comunidad de los fieles se enterara de los hechos
delictivos, para evitar el desprestigio del clero y el consiguiente menoscabo
de la religión. Pero al mismo tiempo tenía una particular preocupación por
extirpar el delito, para lo cual la rigurosidad de la sanción y la publicidad de
la misma en el ámbito de sus compañeros eclesiásticos eran estimados los
medios más idóneos. La severidad de las penas hay que verlas en fundón
del delito; no se trataba de una herejía, sino de la sospecha de ella, loque
hacía improcedente jurídicamente una condena a abjuración de vehementio
una relajación. Las sanciones que se les imponían eran muy gravosas para
los eclesiásticos, pues, aparte de la humillación y restricciones a la libertad,
en el caso de los clérigos estaba la pérdida de los beneficios, con lo que
quedaban en una situación material m uy precaria; a los religiosos no se les
planteaba el problema de la subsistencia, pero quedaban relegados a una
condición de parias al interior de los conventos y ello sin considerar que
algunas órdenes, m o til p r o p r io , expulsaban a los miembros solicitantes31.
b ) La p r a x is lim e ñ a
Aunque el Tribunal de Lima dispondrá en estas causas de alguna fa
cultad excepcional con respecto al procedimiento general (como la de pro
ceder contra un reo sin esperar la confirmación de la Suprema), lo cierto es
que en ese ámbito procesal regularmente debió atenerse a las pautas comu
nes a los tribunales peninsulares.
El proceso se iniciaba por la denuncia que se hacía ante un comisario
del Tribunal. Lo más frecuente era que la víctima denunciara al solicitante.
Sin embargo, no resultaba fácil para muchas mujeres dar ese paso, sobre
todo si habían consentido en la solicitación. Esta reticencia trató de
contrarrestarse informando a los fieles de la obligación que tenían de denun
ciar ante el Santo Oficio los casos de que tuviesen noticias. Para ello se
publicaban edictos de fe, tanto generales como especiales. En los primeros,
que eran publicados cada tres años durante la cuaresma, se indicaban todos
los delitos que los fieles debían denunciar, incluyendo el de solicitación, y
los segundos se referían a un solo delito, como la bigamia, la hechicería o el
que estamos analizando. El Tribunal de Lima publicó en 1630 un edicto
39 ANCH. Inquisición, vol 488, fols. 119 y 142. Ver el apartado sobre la regulación pontificia.
José Toribio Medina, en su H is to ria c id T r ib u n a l d e la In c jtiis ic ió n d e I.m ui (Santiago, 1956,
t. II, p. 412), atribuye la publicación de esc edicto al aum ento de los casos, sobre todo en
Tucumán. Sin embargo, esa afirmación no tiene m ayor base, pues la gran actividad del
Tribunal en torno a este delito, que incluye la represión en Tucum án. •
s<->cierra a comienzos
del siglo XVII, por lo que hacia 1630 habían pasado más de 20 años sin que existiese una
preocupación especial de los inquisidores al respecto.
40 Jo sé Toribio Medina, H istoria d el T r ib u n a l d e la b n / n isiem n d e Lima. Fondo Histórico y
BibliográficoJ.T. Medina. Santiago, 1936, t. II, pp. tl2 - t ! 6 .
41 AUN, Inquisición, 1ib. 1027, fol. 30
En algunas oportunidades el proceso se inicia por una denuncia es
pontánea del solicitante, que. ya sea por razones de conciencia o por tener
noticias que iba a ser denunciado. adelantaba a sus acusadores para tratar
de obtener un trato más benigno de parte del lribunal. Con todo, en lo que
respecta al Tribunal de Lima el numero de estos casos es muy bajo, al punto
de representar menos del ~~ por ciento de* las causas sobre las que tenemos
información. Por lo tanto, la gran mayoría de los procesos se originaron en
denuncias de las víctimas. Pero para que el Tribunal decidiera seguirle causa
a un sacerdote normalmente esperara a que se junten a lo menos dos denun
cias, aunque de hecho, sobre todo después de 1380. procederá después de
tener 3 ó 4 de ellas. Solo liemos detectado una causa, seguida hasta la defi
nitiva, con sentencia condenatoria, sustentada en un único testigo. Ella co
rresponde a Fray Pedro de Aguirre, de la orden de Santo Dom ingo, que lúe
procesado en 1 Lo cierto es que la tendencia que primó claramente en
el Tribunal fue la de suspender las causas que tenían un solo testigo.
Una vez examinadas las denuncias en el Tribunal por los Inquisidores,
el representante del ordinario y dos consultores eclesiásticos, se votaba la
prosecución de la causa de estimarse que había méritos suficientes para ello,
se ordenaba la prisión del reo y se le conminaba a presentarse ante el 'Tribu
nal43. Cuando esto último ocurría era normalmente puesto en las cárceles
secretas del Tribunal y de manera excepcional se le recluía en la celda de
algún convento de Lim a11. La permanencia en las cárceles secretas se exten-*3
1597. AUN, Inquisición, lib. 1027, fol. 621; lib. 1028, Ibis. 108, 429, 531 y 558. C on todo, de
acuerdo a las instrucciones de 1577 específicas sobre este delito, se dejaba al arbitrio de los
inquisidores el decretar la reclusión de los reos en las cárceles secretas o en algún convento.
ANCH, Inquisición, vol. 499, fol. 23.
° Instrucción y orden que com unm ente han de g u a rd a r los C om isarios y N o ta rio s d el Santo
Oficio de la Inquisición del Peni. Recopiladas por Miguel Román de Aulestía. Lima, 1796,
quinta impresión, p. 9 .
que era acusado, de la que se omitían los datos que individualizaban al
testigo*6.
En la fase plenaria en la que debían presentarse las pruebas, se efec
tuaba la ratificación de testigos, que se hacía ante el comisario que había
recibido la denuncia, ahora acom pañado de las denominadas personas ho
nestas” es decir de u n o s funcionarios inquisitoriales que servían de minis
tros de fe Esta etapa p or lo general, duraba bastante tiempo debido a las
dificultades que im ponían las distancias \ , por lo mismo, ocurría con cierta
frecuencia que algunos testigos no eran encontrados para su ratificación o
costaba m ucho tiem po ubicarlos. La m ovilidad que caracterizaría a un alto
porcentaje de la población de estos territorios sería, a juicio de los Inquisidores
de Lima, una de las razones q u e dilataban las ratificaciones* . Por otra parte,
en las solicitaciones de zonas apartadas, com o Tucum án, Chile, Paraguay o
Quito, podían pasar varios años entre la denuncia y la ratificación, a tal
punto que no era extraño que algunos testigos hubiesen fallecido. Así, en la
causa de Fray Ju a n de M ed in a, franciscano, residente en Chile, la primera
denuncia se efectuó el 3 de abril de 1578 y las ratificaciones se ordenaron en
1597, concretándose sólo una de las tres testificaciones originales, por muer
te de una testigo e im posibilidad de ubicar a la otra*8. En Tucum án, donde
era frecuente que pasaran dos o tres años, e incluso más, entre la denuncia
y la ratificación, una cantidad significativa de testigos no era habida, sobre
todo en el caso de las mujeres indias, a causa de su fallecimiento. Ya José
Toribio M edina, en su historia sobre la Inquisición en las provincias del
Plata, reparaba en este fenóm eno**9, que afectaba a muchas indígenas jóve
nes o de mediana edad. N o obstante ese problem a, la mayoría de las causas46 9
*8
46 Una amplia, aunque n o co m p leta, transcripción de una acusación fiscal en causa de solicitación
se encuentra en la o b ra d e jó s e T o rib io M edina H istoria clel T rib u n a l d el Santo O ficio de la
Inquisición en C hile. F o n d o H istórico y B ib lio g ráfico J.T . M edina. Santiago, 1952, pp. 448-
457.
En una nota incluida en las re la cio n e s d e cau sas de 1592, los Inquisidores señalan al Consejo:
“La dilación de los n e g o c io s e s a q u í forzosa m ás q u e en otra parte porque com o toda gente
de acá es de p aso, el testig o q u e se ex a m in a en una parte cuando se busca para ratificar
suele estar q u in ien tas leg u as y a v e c e s mil de d o n d e se exam in ó ”. AHN, Inquisición, lib.
1028, fol. 1 9 2 .
48 AHN, Inquisición, lib. 1028 ibis. 5 3 2 y 543- En esta causa, a pesar de tenerse sólo una
ratificación, se sig u ió hasta la definitiva, co n d e n á n d o se el reo a las penas habituales, debido
a que co n fesó su delito.
49 José Toribio M edina, E l T r ib u n a l d e l S a n to O fic io de la In q u is ició n de las P rorin cia s del
Plata. Imprenta Elzeviriana. S an tiag o , 1899, p. 125.
llegaba a término, porque por lo general el número de testigos era muy
elevado, superando la decena y en algunos casos el medio centenar, hasta
llegar una causa, de modo excepcional, a tener 90 testificaciones50. En con
tadas oportunidades el reo fue absuelto de la instancia debido a que no se
dispuso de a lo menos la ratificación de dos testigos mayores de eclacP1.
Para su defensa, los reos podían asesorarse por abogados, que debían
elegir de la nómina que tenía el Tribunal para esos efectos. En estas causas
los “abogados de presos” eran eclesiásticos, con experiencia en materia de
derecho canónico. A mediados del siglo XVII se desempeñaban com o tales
en las causas de solicitación de este tribunal los eclesiásticos Alvaro de Ibarra,
catedrático de prima de leyes de la Universidad de San Marcos, y Alonso
Coronado, catedrático de víspera de cánones de la misma Universidad. De
las relaciones de causas se desprende que los solicitantes, en su defensa, a
veces interponían tachas a los testigos de la acusación. En algunos casos
alegaban que las declaraciones en su contra eran efectuadas por mujeres de
“mal vivir”, rameras, gente vil, de poca capacidad, y que por lo tanto no
merecían créditoS2.
En relación con la tacha de testigos, el argumento que más se esgrime
tiene que ver con la capacidad y fiabilidad de los indígenas. El Tribunal, en
una primera etapa, no reconoció validez jurídica a las testificaciones de las
mujeres indias, por considerar que sus declaraciones no merecían fe. Pero
63 Ibicl.
64 Causas de C lem ente de Peñalver (1582). AUN, Inquisición, lib. 1027, fol. 275; de* Ksteban
Zapata (1 7 4 9 ), AUN, Inquisición, leg. 1656, exp. 2.
65
Causas d e Ju a n de C obeñas ( 1579); Rodrigo Barba (1583); Antonio Ordóñcz de Villaquirán
(1584); Pablo Rodríguez d e Padilla ( 1599>; Juan Prieto (1600); Bartolomé de la Cruz (1600);
García de Torres (16 0 3 ). AUN, Inquisición, lib. 1027, fols. 89, i()8. 56 j; lib. 1028, fol. 559 y
587; lib. 1029, fols. 74, 7S v 355.
íal es el ca so , p or eje m p lo d e Antonio de Sousa, autor de la obra Ofniscuhnn circa
constitucionem s u m m i p o n tific is P a u l i l ni confessaris cu! acias inhonestos foem i ñas in
sacram entan confessione allicentes. t íllissipone, 1623
1 1 . . . . . . i i . r .- t por la defensa dicien-
haber solicitado simulando la confesión, es contestaos i
, „ T . . iciuello hubiese acon-
do que, según el tratadista lomas Hurtado, para que ‘ 1
.. K . . . . .. .i-i se de golpes en los
tecido ‘es necesario que de orden su va la solicitaos
. i . , i- , . > ,-sta confesando y junta-
pechos y se persigne haciendo y fingiendo que se
, . , , . c ' . - . . . aparente con ánimo de
mente el solicitante le haga la forma de la a b s o l u c i ó n • »
, . . . . . .i confesando”. Como esa
dar a entender y enganar a los circundantes que esta L
situación no ocurno, al• decir
i . del
i i abogado
i i Alvaro
*i l#. [barra,
de n tampoco en este
ii i- ' i , . i v~,. ,, . '.irinio. Ia defensa también
caso debe aplicársele la bula de Gregorio XV. roí ui 1,1
. . . . . . .\ . . . . . ,i conocer carnalmente a
trataba de negar que hubiese existido solicitación ai
. r „ jo había confesado, la
una mujer en el confesonario, como el propio r e o 1
. . . , señala que aquello no
argumentación no deja de ser curiosa; al respecto s<- •
/ ,, i • i i , i i , tal viese o entendiese,
obsta porque lo primero no hubo gente delante q ta
lo segundo no fue con hija de confesión, ni jamás trato de confesarla, ni fue
simulando confesión, sino estando los dos en pie, ni *LK dentm del confeso
nario sino a la puerta para cautelar y prevenir si viniese alguna gente . ^ , en
consecuencia, por esos motivos, que se fundan en la opáhon coincidente de
los tratadistas, entre los que cita a Tomás I lunado y j lKin *a lenidad, no
i* "(i
se incurre en dichas bulas, ni contra sospecha en la te
En suma, como los solicitantes estaban conscientes de que a la Inqui
sición no le interesaba conocer los hechos que* atentaran contra la abstinen
cia del clero, salvo que ocurrieran con motivo de la confesión, no tenían
inconveniente en confesar tales situaciones, pero tratando de dejar en claro
que habían acontecido fuera y sin relación con el sacramento. Con todo, el
Tribunal rara vez acogerá ese tipo de argumentos y cuando lo llega a efec
tuar recibe la reprimenda del Consejo de la Suprema, como acontece justa
mente con la causa del jesuíta Venegas, que comentamos08.
En cuanto a las penas que imponía el 'Iribúnal a estos delincuentes,
por lo general correspondían a las que estaban estipuladas en las instruccio
nes especiales que en 1577 le había hecho llegar la Suprema. Los jueces,
siempre que consideraran que el delito había sido probado, condenaban al
sacerdote a abjurar de levi y a oír la lectura de la sentencia en la sala de la
audiencia del Tribunal, en presencia de los párrocos y de sus compañeros
confesores y de los prelados de las órdenes, si era del clero regular. Las
penas que casi nunca estaban ausentes eran la prohibición de confesar a6
8
7
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73 AUN, Inquisición, lili. 1027, 195. También, Medina, Inquisición de Lima, op. cit., i. I. p. 181.
74 AUN, Inquisición, lib. 1029, fol. 83.
75 Ibid.y lib. 1028, fol. 528v.
76 Con todo, a veces también se impuso la prohibición perpetua de confesar hombres, como
acontece en las causas de Joan Silvestre (1597); de Alonso de Mendoza; de Francisco de
Mesa; y Diego de Chaves, entre otros. Igualmente, en ciertas oportunidades, la suspensión se
extendió incluso por 8 años, com o ocurrió en la causa del agustino Cristóbal de ,..(1662).
AUN, Inquisición, lib. 1028, fol. 532 y 580v; 289; 559 y 589. Lib. 1031, fol. 491.
rosos inconvenientes “con descrédito de los mismos confesores ’, que que
daban en una situación desdorosa ante los penitentes al aparecer adminis
trando el sacramento de manera limitada. Kn vista de ello, por carta acordada
de 12 de enero de 1708. le ordenó que en todas las causas “que en adelante
se ofrecieren de esta calidad y os pareciere corresponderles la privación de
confesar sea perpetua y comprensiva igualmente de hombres y mujeres”77.
No obstante esas sentencias, que a veces tendían a mitigar la penali
dad'8*, 1o cierto es que las sanciones impuestas a estos delincuentes por el
Tribunal tenían graves implicancias para los afectados. Desde ya, como se ha
explicado, quedaban privados de obtener beneficios eclesiásticos, por lo
que la subsistencia material se les hacía muy difícil, sobre todo en el caso de
los seculares. Los regulares tenían asegurado el sustento por su convento,
aunque como contrapartida debían aceptar una situación tremendamente
humillante. Pero incluso a ellos a veces también se les presentaban difíciles
situaciones económicas, como la que hace presente el dominico José Hurtado,
que en 1795 suplica de la sentencia, solicitando que se le habilite “para predi
car, confesar y obtener los oficios de su religión, debido a que se halla pade
ciendo bastantes necesidades por faltarle los auxilios que adquiría con los
sermones con los que mantenía a su pobre madre viuda" 7 La infamia en que
caían era otro de los aspectos que resultaba muy duro para estos reos. Incluso,
pareciera que algunas órdenes los expulsaban. Así. por lo demás, lo señala la
defensa de Rafael Venegas, cuando expresa que cualquier pena que llegara a
ser conocida por sus prelados, aparte de ser “gravísima por la infamia que
contrahería en su religión y luego al punto sus superiores le repelerían de
ella”, lo que podría significar “la ruina de su vida y riesgo de su salvación’80.
77 AUN, Inquisición, lib. 498, fol. 249. Hacia el año 1600, d Tribunal impuso a tres reos de
solicitación, en caso de quebrantamientos de las sanciones, la pena de galeras por tiempos
variables, en vista de la gravedad de las faltas que? bebían com etido. En comunicación al
Consejo, señalan que merecían esa pena pública. Pcm dado que las instrucciones no la
establecían y que las sanciones no debían tener ese carácter, se limitaron a imponerla en
caso de quebrantamiento. AUN. Inquisición, lib. 1028. fol. b()ín .
K También se dieron casos en que la Suprema estim o q lR‘ *a PL‘na Supuesta cía excesiva, como
aconteció en la causa de Cristóbal de ..... de la orden de San Agustín, condenado en 1662,
además de las sanc iones ordinarias, a no decir misa durante ú años. ANCdl, Simancas, vol -t,
fol. 183.
' AHN. Inquisición, leg. 2216. N° 6 y lib. 1026. año l -7^ *
«o MM, t. 283, fol. 324. Esas consecuencias permiten com prender por qué algunos sacerdotes,
no obstante haberse probado el delito, insistan en peñir un;1 revisión de la sentencia, en un
afán por mitigar las sanc iones.
5. La actividad represiva
Hl bis alegaciones fiscales corresponden a resúmenes de procesos que efectuaba un relator del
Consejo de la Suprema, para que este ratificara la sentencia dictada por el Tribunal de
distrito. Forman parte de una modificación en el procedimiento inquisitorial acontecida en el
siglo XVIII, que estableció la ratificación del Consejo para todas las sentencias dictadas pol
los tribunales.
C a u sa s d e fe e n el T r ib u n a l d e L im a .
P e r ío d o 1 5 7 0 - 1 6 1 4
doctrinal, que se decían mas que nada por ignorancia y que podían facilitar
la penetración de herejías formales. La persecución de la bigamia, que apa
rece en segundo término, obedece a las mismas razones anteriores, con el
agregado de que estos territorios, por su lejanía, extensión y peculiaridades
migratorias, se prestaban para la perpetración de dicho delito. Otro delito
que despierta el interés inquisitorial es el judaismo, cuya represión está vin
culada a la presencia de grupos de inmigrantes de ascendencia portuguesa.
También resulta importante en esta etapa la represión a aquellos que dificul
taban la jurisdicción del Santo O ficio, lo cual era consecuencia de la necesi
dad inicial que tenía de hacerse respetar e incluso temer.
La segunda fase se extiende de 16 J 6 a 1735 y se caracteriza por una
paralización casi total de la actividad represiva hacia los solicitantes. Para
esos extensos 119 años sólo hemos detectado 12 causas de ese tipo y, aún
más, según nuestras pesquisas, entre 1616 y 1655 el Tribunal no habría pro
cesado a ningún solicitante. Con todo, eso no implica que la Inquisición de
Lima hubiese estado inactiva, muy por el contrario, en aquellos años se
produce un intenso movimiento represivo, que se centra prácticamente en
un único delito. El Tribunal orienta la casi totalidad de sus recursos humanos
y materiales a la persecución de los falsos conversos de origen portugués.
Aparte de los factores religiosos que motivan esa acción, hay otros de carác-
ter económico, que explican la unilateralidad con que actuó el Tribunal.
Daclo que la mayoría de los judaizantes se dedicaban al comercio, algunos
con gran éxito, las confiscaciones de sus bienes, por la magnitud de recursos
involucrados, se transformaron para el Tribunal en un objetivo prioritario, en
la medida que podían implicar, y de hecho así ocurrió, una gran solución a
sus problemas financieros82. En esta segunda fase, los otros delitos en los
que se concentra la actividad, según las estadísticas de Jaime Contreras, son
la bigamia, que representa más del 17 por ciento de todas las causas, y las
proposiciones, que significan el 12,6 por ciento de ellas, en un notorio des
censo con respecto a la fase anterior. En cambio, las causas de solicitación
escasamente corresponden al 2,2 por ciento del total.
P r o p o s ic io n e s 51 1 2 ,6 %
B ig a m ia 71 1 7 ,5 %
J u d ío s 145 3 5 ,7 %
S a n to O fic io 16 3 ,9 %
S o lic it a c ió n 9 2 ,2 %
S u p e rs tic ió n 69 17,0%
L u teran o s 10 2 ,5 %
M u s u lm a n e s 0 0 ,0 %
V a rio s 35 8 ,6 %
Fuente: Jaime Contreras, op. cit. Las estadísticas de este autor llegan sólo hasta el año
1700.
82 Ver capítulo sobre “Las confiscaciones de la Inquisición de Lima a los judeoconversos de “la
gran complicidad" de 1635".
una cantidad exigua, pero vistas comparal iva mente con Jos demás delitos
esa percepción cambia de forma sustancial. !)e hecho, la solicitación se trans
forma, a partir de mediados del siglo X V I íl, en el delito que concentra la
mayor parte de la actividad represiva del Tribunal. En efecto, si tomamos los
datos disponibles para el período 1750-1820, la solicitación representa el 27
por ciento de las causas, seguida por la bigamia, con el 25,7, las proposicio
nes con el 13,5 y la hechicería con el 9,5 por ciento. Estas cifras nos muestran
una reorientación de la actividad del 'Iribúnal, el cual, ante la desaparición
de los herejes por antonomasia, se vuelca hacia quienes realizan acciones o
emiten opiniones sospechosas de herejía. Entre estos últimos, la solicitación
aparece como el delito más perseguido debido, por lo menos en parte, a las
orientaciones de la Suprema, que cada cierto tiempo hace llegar algunas ins
trucciones al respecto, como las referentes a los confesonarios y la que daba
a conocer la bula de Benedicto X IV de 1 7 4 l*\ La represión del Tribunal de
Lima a los solicitantes también hay que verla dentro de una política que
tiende a mejorar el comportamiento del clero. De hecho, además de ese delito,
en esa época se perseguía a los falsos celebrantes y a quienes se casaban
siendo sacerdotes. Con todo, no hay que perder de vista que la actividad
global del Tribunal en esta tercera fase es m uy limitada con respecto a las
dos anteriores. El número total de procesados es sustancialmente más bajo y
es en ese contexto, en que la solicitación, junto a la bigamia, las proposiciones
y la hechicería, ocupan el centro de las preocupaciones del Tribunal.
Para efectuar un análisis com parativo con los demás tribunales
inquisitoriales, nos topamos con un serio inconveniente derivado de la falta
de información para el siglo X V III y comienzos del X IX . El trabajo de Jaime
Contreras sólo cubre hasta el año 1700, debido a que las relaciones de cau
sas dejan de enviarse a partir de esa fecha. En resumidas cuentas sólo dispo
nemos de referencias completas para el caso de dos tribunales peninsulares,
los de Toledo y Cuenca. Para el resto, como está dicho, disponemos de
información hasta 1700. Sin embargo, a pesar de esas limitaciones, es posible
apreciar algunas correlaciones entre lo que acontece en la península y la
situación que se da en el Tribunal de Lima. En primer lugar, en aquellos
también se aprecia una etapa inicial, considerada desde el momento que el
M En las causas del franciscano Diego de Chacón y del clérigo Vicente Gómez de Castilla,
vistas en 1759, tanto la defensa de los reos com o la Suprema hacen referencias expresas a
esa bula. AUN, Inquisición, leg. 1656, exp. 1; leg. 2209, N" 10.
C a u sa s d e fe e n el T rib u n a l de L im a.
P e río d o 1 7 0 0 -1 8 1 8
1700-1749 1730-1818
Total 316 74
Fuente: Rene Millar, La Inquisición ele Lima en los siglos ArV7// y XIX. Tesis doctoral,
inédita, Universidad de Sevilla, 1981.
Las palabras escandalosas constituyen el 36,1 por ciento ele las causas vistas por el Tribunal
entre 1740 y 1820. Jcan Fierre Dedieu, op. cit., app end ice II
delito que concentró la mayor actividad. Este hecho, unido a los otros proce
sos que de preferencia involucran a eclesiásticos, nos lleva a reiterar lo que
ya habíamos señalado en un trabajo de 1981, en cuanto a que la Inquisición
de Lima, a medida que avanza en el siglo XVIII se fue transformando en un
tribunal que tenía al clero entre sus pacientes más importantes. A conclusio
nes similares llega Jean Fierre Dedieu para el caso del Tribunal de Toledo
cuando señala que. durante el siglo XV III, éste redujo más y más su función
a una corte disciplinaria del clero87. Sin embargo, lo anterior no nos puede
hacer perder de vista el significado real que tuvo la solicitación para el Santo
Oficio. En los tribunales peninsulares, dicho delito representó entre el 2 y el
5 por ciento del total de causas que siguieron88. En el caso del Tribunal de
Lima el delito tuvo más importancia, pues implicó alrededor del 7 por ciento
de su actividad, quedando tras las proposiciones, la bigamia, la hechicería y
el judaismo. A pesar de esa diferencia con la península, para los inquisidores
limeños este delito tuvo una significación más bien secundaria, pues cada
uno de aquellos otros delitos representaba sobre el 13 por ciento de la acti
vidad.
6. El transgresor y la víctima
a ) T ip o lo g ía d e l d e lin c u e n te
Entre los procesados por el delito de solicitación predominaban los
miembros del clero regular, que representaban el 60 por ciento del total de
inculpados. Es posible que ese predominio corresponda a una división equi
valente con respecto al tipo de clero existente en el virreinato. Sin embargo,
dado lo fragmentario de los antecedentes disponibles nada se puede asegu
rar en ese aspecto. Por lo demás, nosotros tendemos a pensar que también
pudo influir en aquella situación la preponderancia que tuvieron los religio
sos en el servicio de las doctrinas, sobre todo a fines del siglo X V I y comien
zos del X V II, como lo deja de manifiesto el arzobispo de Lima Toribio de
Mogrovejo en 160289. Hay que considerar que una proporción muy impor
w La visita del distrito fue una institución que tuvo gran importancia en los tribunales peninsulares
y fue uno de los medios que permitieron un efectivo control de la población rural. Ver
Dominique Peyre, “La Inquisición o la política de la presencia”, en Bartolomé Bennassar, La
Inquisición española: poder p olítico y control social. Editorial Crítica, Barcelona, 1981. F.n
Lima, los inquisidores fundadores Servan de Cerezuela y Antonio Gutiérrez de Diloa, por
carta de enero de 1570 hicieron presente al Consejo acerca de la imposibilidad de llevar a
cabo la visita, por la excesiva distancia y falta de personal. En 1574 el Consejo autorizó a que
ellas no se realizaran y ordenó que fuesen reemplazadas con el envío a los comisarios cada
tres años de los edictos de fe para su publicación. ANCH, Inquisición, vol. 483, fols. 323 a
331.
99
Rene Millar, I.a Inquisición de Lima en los siglos X V IIIy XIX, op. cit.
la gran cantidad de causas originadas en la provincia de Tucumán. pues ellas
constituyen más del 21 por ciento del total de solicitantes procesados por el
Tribunal. No tenemos una explicación clara sobre esa situación. ¿Qué es lo
que diferencia a esa provincia de otras? ¿Su aislamiento? ¿Su marginalidad?
Pero, no cabe duda que en el extenso distrito de la Inquisición de Lima había
numerosas zonas que tenían esas características y en ellas no aparece esa
explosión de solicitantes y solicitaciones. Sin desechar la significación que
pudo tener el factor aislamiento y las dificultades que encontraba la Iglesia
para desarrollar su acción evangelizados, pensamos que pudo haber des
empeñado un papel importante la representación inquisitorial en esos terri
torios. En otras palabras, es muy posible que en la represión del delito en
dicha provincia, la figura del comisario haya sido determinante.
Existen varios indicios que tienden a confirmar esa explicación. En
primer lugar, la casi totalidad de las causas corresponden a solicitaciones
que se producen en áreas rurales, normalmente en Cuaresma y Semana
Santa, afectan por lo general a mujeres indias, los involucrados pertenecen
de preferencia a las órdenes de San Francisco y la Merced y la mayoría de los
procesos se concentran a fines del siglo X V I y comienzos del X V II. En segun
do lugar, el comisario de la Inquisición en Tucumán por esos años era el
padre jesuíta Francisco de Angulo. En las relaciones aparecen diversas refe
rencias a dicho comisario efectuadas por los acusados, las que por lo general
apuntan a descalificarlo. También figuran declaraciones que aluden a los
padres de la Compañía, como las que efectúan algunas solicitadas por el
mercedario Diego de Sanabria, quien les habría indicado que no concurrie
ran ante el comisario si éste las llamaba y que tampoco se confesaran con los
dichos sacerdotes100. En consecuencia, pareciera que los jesuítas, tanto a
través del comisario Angulo, como de los miembros de la orden en general,
tuvieron una especial preocupación por reprimir el delito de solicitación en
esa provincia. Es muy posible que esa actitud hubiese obedecido a razones
meramente jurídicas y espirituales, aunque no puede descartarse del todo la
posibilidad de que también estuviese influida por desavenencias entre las
órdenes religiosas.
En suma, el solicitante tipo era un sacerdote preferentemente del clero
regular, franciscano o mercedario, de alrededor de 40 años, bastante inculto,
que por lo general se desempeñaba como cura doctrinero en los pueblos de
b ) C a r a c te r iz a c ió n d e la v íc tim a
Lamentablemente, la información que sobre este tema nos entregan
las relaciones de causas son escasas y fragmentarias, por lo que nuestro
análisis en esta pane tendrá un carácter aún más provisional que en la ante
rior. Del total de procesos fichados, disponemos de referencias sobre las
víctimas en el 60 por ciento de los casos, lo cual si bien es poco satisfactorio,
creemos suficiente para que las pocas conclusiones no resulten
distorsionadoras de la realidad. Por otra parte, al hablar de las víctimas debe
tenerse presente que, a diferencia de los acusados, en cada proceso son
varias las involucradas. Las causas en que figuran dos o tres testigos directos
son una ínfima minoría y por el contrario la tendencia es que el número de
mujeres solicitadas por cada reo fuese superior a cinco, llegando incluso al
extremo ya comentado de 90 testificaciones en un proceso. Pero este mismo
fenómeno dificulta la rigurosidad del análisis, porque las relaciones en los
casos de denuncias numerosas no entran a describir las características de
cada una de las testigos, conformándose con las menciones de algunas o con
referencias genéricas.
A partir de esos antecedentes habría que señalar que, desde el punto
de vista racial, entre las víctimas predominaban las mujeres indígenas. Ellas
están presentes en el 6 1 por ciento de las causas que nos entregan informa
ción al respecto. Y para formarse una idea acerca del número de ellas que
estaba involucrado en estos procesos, en términos absolutos, debe conside
rarse que, regularmente, en tales casos los testigos superaban la decena y
por ende las indígenas que aparecen declarando contra los reos llega fácil
mente a los siete centenares. A continuación, están las españolas, que figu
ran en el 32 por ciento de los procesos, aunque numéricamente son mucho
menos importantes que las indígenas, debido a que las solicitaciones que las
afectaban no tenían el carácter masivo de aquéllas. Luego vienen las que la
documentación identifica como mestizas, con cerca del 14 por ciento, y cie
rran la clasificación de las víctimas por grupos étnicos, las mulatas y las
negras, con porcentajes que fluctúan entre el 6 y 3 por ciento.
Las españolas pareciera que en su gran mayoría eran de baja condi
ción social. Así por lo menos lo reflejaría la escasa información disponible,
aunque sobre ese aspecto no estamos en condiciones de efectuar ninguna
cuantificación. Pera algunos indicios que aportan las relaciones de causas
nos llevan a sostener ese planteamiento. Así, cuando se trata de una mujer
principal, se destaca expresamente, indicando su condición de noble o de
mujer de encomendero101. En la inmensa mayoría de las testigos se dice
simplemente su condición racial y estado civil y a veces se agrega que es
mujer honesta. Pensamos que de ser ellas nobles se habría dejado constancia
en la relación, porque la calidad de los testigos influía en la sentencia. Ade
más, en tres causas, las solicitadas eran criadas de conventos de monjas y en
alguna otra se indica que el marido es un artesano. Si a esas características
sociales que se darían en el núcleo español les agregamos los otros segmen
tos raciales, tenemos que la víctima por antonomasia fue una mujer pertene
ciente a los estratos más bajos de la sociedad.
También son muy inseguras las referencias que podamos dar sobre el
estado civil de las víctimas. Sólo disponemos de información sobre 112 tes
tigos, lo que representa un volumen más bien pequeño con respecto al total
de mujeres involucradas en este delito. Con todo, es posible que esa mues
tra, que es producto de la arbitrariedad del secretario del Tribunal, refleje
alguna tendencia válida. Ahora bien, esos datos nos indican que, a la hora de
hacer requerimientos amorosos en la confesión, los sacerdotes no hacían
mayores distingos entre solteras y casadas. En todo caso, según la muestra,
las primeras significaban el 45 por ciento del total y las segundas el 40 por
ciento. A gran distancia, en consecuencia, figuraban las monjas, que represen
taban poco más del 12 por ciento y la presencia de las viudas era casi nula,
pues encontramos referencias sólo de tres. Curiosamente, esta distribución por
estado civil, guarda bastante relación con la que se da en la Inquisición de
Cuenca, en que aparecen equiparadas las víctimas casadas con las solteras102.
De la revisión de las fuentes y de los intentos cuantificadores relacio
nados con las víctimas, llama la atención el fenómeno de la respuesta de
ellas a las proposiciones de los sacerdotes. Por cierto que también en este
caso es muy difícil llegar a resultados concluyentes. Pero nuevamente las
relaciones de causas nos entregan algunos indicios interesantes. En efecto,
disponemos de información referente a las características que revistió la so
licitación en un total de 84 causas. En otros términos, sabemos lo que 84 reos
dijeron, propusieron, hicieron o intentaron hacer a sus penitentes. Pues bien,
101 Causas ele Alonso de Espina y José Mora. AU N , In q u isició n , lib . 1029, fo l. 99 y leg. 3592, exp.
13.
102 Adelina Sarrión, op. cit., p. 275.
de ellos, el 23 por ciento se limitó a hacer proposiciones deshonestas o a
decir algunos requiebros a sus “hijas de confesión”103. Un porcentaje leve
mente inferior, alrededor del 20 por ciento, además de las palabras y reque
rimientos amorosos acarició o intentó acariciar a la penitente104*10. Muy pocos,
6
sólo tres sacerdotes, fueron acusados de imponer disciplinas a las mujeres
que confesaban, dándoselas ellos personalmente, para lo cual procedían a
desnudarlasl0\ Hubo más de uno que sin mediar palabra intentaba acariciar
a sus víctimas, como aconteció con el doctrinero Joan de Valdivieso, denun
ciado por una india “de que en la cuaresma de 1590 se había ido a confesar
con él y le había palpado los pechos sin decirle palabra y luego la había
confesado”100. Con todo y esto es lo interesante, el 51 por ciento de estos
reos, luego de hacer las proposiciones del caso, consiguió consumar las rela
ciones sexuales con algunas de las penitentes solicitadas. Muchas veces el
acto sexual no se efectuó durante la confesión o en los momentos previos o
posteriores a ella, pero allí se pusieron de acuerdo o se dio el consentimiento.
Empero, para no inducir a interpretaciones exageradas, es necesario
hacer una precisión con respecto a ese último porcentaje. Por de pronto no
significa que la mitad de las mujeres solicitadas hubiesen accedido a los
requerimientos del reo. Hay que considerar que cada uno de ellos solicitaba
a varias mujeres y sólo algunas de ellas consentían. Pero, visto el fenómeno
desde la perspectiva de los acusados, es evidente que en un alto porcentaje
lograban alcanzar lo que en último término se proponían y más aún conside
rando que muchas mujeres eran reacias a reconocer que habían tenido tratos
con el confesor. Casos como el de Vicente Gómez, que en 1759 confesó
haber consumado el acto carnal con alrededor de 20 mujeres o el de Rafael
103 Tal es el caso del dom inico Pedro de Serpa, que hacia 1593, decía a una de las penitentes
que tenía “unos ojos muy lindos y era muy hermosa y que diciendo ella que no la podía ver
por estar el rallo tapado, había respondido que era Zahori”. AUN, Inquisición, lib. 1028. fol.
285-286. Gabriel Cobeñas, dom inico, residente en Santiago de Chile, entre otras acusaciones
de que era objeto en 1579, está la de una mujer casada llamada Gabriela Justiniano que dice
“que antes que com enzase la confesión la requirió a conversación lasciva y deshonesta y ella
le dijo que dejase aquellas palabras y luego se comenzó a signar y se confesó con él’’. AHN,
Inquisición, lib. 1027, fol. 236.
101 listo se aprecia en las causas de Gabriel de Migolla y Francisco ele Rabanal, que se les
siguieron en 1580 y 1598 respectivam ente. AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. i6 9 v .; lib. 1028.
fol. 558v. y 604v.
If)‘>Causas de Baltazar M artínez (1584), Pedro Muñoz (1696) y José Ignacio Gutiérrez (1784).
AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 672v.; lib. 1025, fol. 25; leg. 1649-1, exp. 16.
106 AHN, Inquisición, lib. 1028 fol. 532 y 584.
Venegas, que de 10 mujeres a las que solicitó 9 habrían consentido, tampoco
son excepcionales107.
a ) E n r e la c ió n c o n e l s a c e r d o te
A la hora de buscar explicaciones sobre estos impropios comporta
mientos de los sacerdotes estudiados, previa y necesariamente hay que insis
tir en que su significación cuantitativa es escasa, pues el número de ellos,
que cuando más pudo llegar a dos centenares entre 1570 y 1820, resulta
minúsculo si se tiene en cuenta que en un momento determinado sólo en el
distrito de la audiencia de la Lima había alrededor de 5 mil clérigos108. Con
todo, las repercusiones que aquellos hechos tenían para el prestigio del
clero en particular y de la religión católica en especial, eran muy negativas,
independientes del número de clérigos involucrados. listo por lo demás ex
plica que haya pasado a ser un delito perseguido por la inquisición.
Pero ¿por qué a pesar de la gravedad del hecho y de las duras sancio
nes a las que se exponían, no faltaban clérigos que cayeran en estas conduc
tas? Sin duda, la naturaleza humana era el condicionante básico de tales
acciones. Para algunos resultaba muy difícil poder dominar sus pasiones. Y
entre ellos había unos pocos que trataban de alcanzar sus objetivos nada
menos que utilizando el sacramento de la confesión. ¿Por qué se daba esta
última situación? ¿Era ella nada más que un problema de intensidad de los
requerimientos fisiológicos, que resultaban imposibles de dominar para al
gunos? Es evidente que hay mucho de eso y que los apremios son diferentes
dependiendo de cada cual. Sin embargo, esa razón resulta insuficiente para
explicar la utilización de la penitencia como medio para satisfacer o intentar
satisfacer sus apremios. De hecho, tras el comportamiento de los sacerdotes
solicitantes había una serie de factores que influían en mayor o menor medida.
En primer lugar habría que considerar la falta de vocación de numero
sos miembros del clero. Como lo ha demostrado magistralmente Antonio
10 AHN, Inquisición, leg. 1656. exp. 1 y leg. 2209. N°10; lib . 1031, t«>1 372. 433 y «72.
108 Tadeo Hiienke. Descripción del Perú. Im prenta Lucero, Lim a 1901. liste cronista, que obtiene
los datos del clero del censo de 1792. los señala respecto de cada una de las intendencias
que describe.
Domínguez O n iz en sus trabajos sobre el clero en la España del Antiguo
Régimen, muchas personas ingresaban a él no por razones vocacionales sino
más bien por condicionantes económicas, en último término, para subsistir.
Era frecuente que los padres de modestas familias plebeyas vieran en el
sacerdocio de algunos de sus hijos una salida a la angustiosa situación fami
liar. En otros casos, la temprana colocación de un hijo en un convento era
simplemente una fórmula para descargarse de alguna boca excesiva. Los
niños ingresaban de muy corta edad a los conventos y ya allí seguían hasta
terminar de sacerdotes. En muchos de ellos la vocación nunca estuvo pre
sente, lo cual hacía que les resultara muy difícil el poder sobrellevar las
obligaciones que les imponía su condición. Las relaciones de causas del
Tribunal de Lima nos entregan uno que otro indicio que apunta en aquel
sentido. Así, por ejemplo, el jesuíta Martín Morante, natural de Piura, había
ingresado a la Compañía a los 13 años y Francisco Ramírez, nacido en Lima,
lo había hecho a los 16 años100. También figuran varios eclesiásticos de
origen mestizo e incluso uno de ellos dice ser hijo natural*110. La modestia e
incluso pobreza familiar queda patente en muchos casos, entre los que se
puede citar el de Rafael Venegas, que siendo niño, se desempeñó como
criado en una casa en Concepción111. Empero, bastante más explícitos resul
tan los juicios que sobre los eclesiásticos emitía en 1588 el virrey conde del
Villar: “Los clérigos particulares de este reino son en tres maneras: unos
vienen de Castilla y otros se ordenan acá. aunque nacieron en ella, y otros
son nacidos y criados en esta tierra: a pocos de los que vienen de Castilla se
entiende que no les trae el deseo de servar a Dios sino el de enriquecer, y así
los más no cuidan de saber la lengua, sino de las inteligencias y granjerias
con que pueden ganar de comer [....] Los que se ordenan acá de los nacidos
en Castilla, regularmente son soldados delincuentes y hombres que por cul
pa suya se hallan necesitados de ordenarse, aunque también hay quien lo
hace por christiandad y devoción...; y los nacidos y ordenados acá aunque
suelen ser expertos en la lengua de los indios, pocas veces tienen aproba
ción de costumbres ni las partes que deben tener los que han de dar pasto
espiritual...’’112.
J T- Medina, Inquisición de Unía, op. c i t t. II, p. 203. AHN, Inquisición, lib. 1032, fol. 118v
110 AHN, Inquisición, lib . 1032, fol. 175.
1,1 MM. t. 283. fol. 140.
112 J.T. Medina, La Inquisición en Urna. op. c i t t. II, pp. 408-409.
Al fenómeno antes comentado debe añadirse el de la falta de forma
ción que caracterizaba a numerosos sacerdotes. Por lo referido en el aparta
do pertinente, la ignorancia era la tónica entre los solicitantes, al punto que
los poseedores de algún grado académico, que hemos delectado, no pasan
de ocho. Y los que como gran cosa decían tener estudios de gramática, eran
descalificados por los inquisidores al destacar que lo poco que habían estu
diado lo sabían mal. Es indudable que para un sacerdote sin vocación, igno
rante, rústico, resultaba muy difícil controlar sus instintos.
A todo ello debe agregarse la imagen que sectores eclesiásticos y
tratadistas de moral tenían de la mujer. Esta, con frecuencia, era vista como la
encarnación de la lujuria. Su cercanía, su hermosura, su mirada, su conversa
ción, resultaba peligroso para el hombre que quisiera mantener la castidad.
El jesuíta Luis de la Puente, en un tratado escrito en 1625, al referirse a la
lujuria y a las advertencias para no ser presa de ella, dice, citando a Salomón,
“que la mujer es más amarga que la misma muerte: su vista es lazo, su
corazón redes y sus manos cadenas". Más adelante, entre los “avisos” que
indica para mantener la castidad, recomienda “no tocar, ni dejarse tocar de
mujer alguna, aunque sea por título de piedad, especialmente a solas [...]
porque este tocamiento es como tocar con el fuego, que suele dejar el cora
zón abrazado”113. Por su parte, Fray Luis de Granada, en 1582, en su G uía ele
pecadores , daba la siguiente recomendación para combatir la lujuria: “aparta
los ojos de la mujer ataviada y no veas su hermosura [...], excúsate, cuanto
fuere posible, de hablar solo con mujeres de sospechosa edad [...] Huye,
pues, toda sospechosa compañía de mujeres, porque verlas daña los corazo
nes, oírlas los atrae, hablarlas los inflama, tocarlas, los estimula; y finalmente,
todo lo de ellas es lazo para los que tratan con ellas...” 11'*.
Esa manera de ver a la mujer, ese temor que despertaba entre los
moralistas, también se refleja en el ámbito de la Iglesia peruana, como queda
de manifiesto en el edicto del arzobispo Antonio de Barroeta de 10 de octu
bre de 1754 referente a la vestimenta de las mujeres. En él se señala: “Y
ahora nos ha parecido no de menos indecencia, de vivo incentivo, y de muy
grande irreverencia, que traigan el pecho descubierto, particularmente, cuando*14
1,3 Luis de la Puente. Tratado de los estados de con tin en cia y virginidad. En tomo III de la Obras
Espirituales. Madrid, 1690, pp. 33 y 63-
114 Fray Luis de Granada, Guía de pecadores. Madrid 1780. Prim era parte del libro segundo, p.
411.
van a las iglesias, y llegan al comulgatorio, pues con la acción de levantar el
manto, para recibir la Sagrada Forma, descubren interioridades, que se pre
sentan a los ojos, por donde el alma se conducen impuros pensamientos.
Por tanto, teniendo presente en esta parte lo que muchos sabios y espiritua
les varones han declamado contra la desnudez de brazos, y pechos, y contra
el demasiado adorno en cabeza, y cara del otro sexo, por lo que las Sagradas
Letras aconsejan, apartar el rostro de la mujer aliñada cuya artificiosa hermo
sura ha sido causa, de que muchos perezcan y que la concupiscencia tome
pábulo, para encenderse como fuego [...] mandamos [...] bajo pena de exco
munión mayor [...) a todas las mujeres [...], que, así en los templos, como en
la calle traigan cubierto el pecho y brazos y que para ello usen paños tupidos
y nada transparentes [...] de modo que no este expuesto a la vista mas que la
cara y esa con todo el recato correspondiente y sin muy prolijo adorno...’*11''.
Pero esa imagen de la mujer como fruto prohibido despertaba la ima
ginación de los hombres, hacía que resultara tremendamente atractivo el
develar los misterios que encerraba, sobre todo para algunos de aquellos
que, por una promesa solemne, debían considerarlo como un asunto veda
do de por vida. Los atractivos de la mujer eran la perdición del hombre,
pero al mismo tiempo encerraban toda suerte de placeres, que golpeaban
los sentidos y desataban los deseos. El cuerpo femenino, sumergido bajo las
telas de los refajos, faldas y mantos, se transforma en una verdadera obse
sión para muchos de los solicitantes. Por ejemplo, fray Baltazar Martínez, de
la orden de San Francisco, confiesa, en 1584, que imponía disciplinas como
penitencia, haciendo que se quitasen la ropa para azotarlas él mismo, y que
todo ello lo hacía “por desear ver a una mujer desnuda y holgarse de ello”*110*.
A su vez, el jesuíta Francisco Ramírez, en 1667, les pedía a las penitentes
“que se levantasen las faldas para ver la naturaleza por donde nacen los
hombres, pero que fue por curiosidad y ver lo que no había visto”117.
Con todo, los factores antes comentados no nos explican en último
término el por qué de la solicitación; en otras palabras, aquéllos son insufi
11S Sínodos de Lima de 1613y 1636. Edición de Bartolomé Lobo Guerrero y Fernando Arias de
ligarte. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1987, pp. 441-442.
110 AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 672.
11 Ibid ., lib. 1032, fol. 118. El interés por el cuerpo femenino que manifiestan los solicitantes
queda de m anifiesto en diversas relaciones de causas, entre las que pueden citarse las de
Juan de Cobeñas, Pedro Pacheco y Alonso de Espina. AHN, Inquisición, lib. 1027, 89; lib.
1028, fol. 528; y lib. 1029, fol. 99.
cientes para comprender la utilización de la penitencia con el objeto de
satisfacer apetencias sexuales. Para llegar a entender esos comportamientos
es necesario detenerse en el análisis del sacramento de la penitencia, en la
orientación que tuvo entre los siglos XVI y X V IIi. Lo cierto es que entre los
pecados capitales, la lujuria fue el que más concentre') la preocupación de los
moralistas. Fray Luis de Granada dice que el buen cristiano debía imponerse
el firme propósito de no hacer cosa alguna que fuese pecado mortal; y, al
dar algunos ejemplos de hombres de excepción que rechazaron el pecado,
menciona el caso de un joven que se corto la lengua antes de caer en las
tentaciones de una mujer; agrega además que pudiera contar otros (casos),
que desnudos se revolcaron entre zarzas y espinas: y otros en medio del
invierno entre las pellas de nieve, para refriar los fuegos de la carne atizados
por el enemigo”. En suma, la lucha contra los pecados de la carne le sirve
para mostrar la conducta ideal del buen cristiano frente al pecado en gene
ral. Además, al referirse específicamente a la lujuria señala que “es uno de
los vicios más generales y más cosarios y más furiosos en acometer, que hay.
Porque (como dice San Bernardo) entre todas las batallas de los cristianos,
las más duras son las de las de la castidad"11*.
Entre los pecados contra la ley de Dios, los cometidos contra el sexto
y el noveno mandamiento también adquirieron en esta época una gran im
portancia, consagrándole los tratados de moral mucha atención y numerosas
páginas. En ellos se entraba a clasificar los tipos y especies de actos,
detallándose los más diversos casos y situaciones que podían significar un
atentado contra tales preceptos.
En la medida que los pecados sexuales adquirieron esa importancia,
la confesión, que era la instancia para purgarlos y obtener el perdón, tendió
a centrarse en gran medida en esas materias. Así por lo demás lo reconoce
en el siglo XVIII San Alfonso María de Ligorio, que señala que este vicio (el
de la lujuria) es la materia más frecuente y copiosa de las confesiones*119. Y lo
confirman autores modernos que han efectuados estudios específicos sobre
el particular, como Michel Foucault, quien expresa que “el sexo fue tema
privilegiado de confesión’ 120. En torno a ella se generará todo un “discurso"
sobre la materia y dicho sacramento pasará a ser la instancia por antonoma
sia donde se hable de sexo. lean DeLumeau, sostiene que desde comienzos
l|H Fray Luis de* Granada, Guía de pecadores, ofy. c i t pp. AH5 y K>V
119 Alphonsi Mariae de Ligorio, 7heolo^ia Morctlis, Konuie. 190S. i l. p. N° il.L
1 " Michel Foucault, Historia de la sexualidad . Siglo veintiuno editores. Madrid, 19H4. t. I. p. 77.
de los Tiempos Modernos, la lujuria y los pecados de la carne pasarán a
ocupar un lugar preponderante entre los tratados referentes a la confesión y
cita una obra anónima de la década de 1490 que enseña que la fornicación
es un pecado más detestable que el homicidio o el robo1- 1.
Como hemos señalado al referirnos al sacramento de la penitencia, la
obligatoriedad anual del sacramento, fomentó la aparición de sumas y m a
nuales para uso de los confesores, aunque las primeras, con el tiempo, fue
ron perdiendo el carácter original hasta transformarse en obras de derecho
canónico. Pero los m a n u a les mantuvieron el sentido primitivo de cumplir
un fin didáctico, al enseñar al sacerdote cómo administrar la penitencia y al
fiel cómo recibir el sacramento121122. En España se editaron numerosas de estas
obras y ellas llegaron a América y se encontraban en las bibliotecas de los
eclesiásticos y de los conventos12**. Pues bien, el contenido de estos manua
les es muy explícito cuando se refieren al sexto mandamiento y muchos,
utilizando el sistema de preguntas y respuestas, recomendaban a los confe
sores unos interrogatorios exhaustivos sobre todas las posibilidades de peca
do en relación con el sexo12'. Como se ha indicado, los manuales no sólo
estaban destinados a los sacerdotes, sino que también a los penitentes, con
el objeto de que efectuaran una más perfecta confesión. Incluso se escribían
obras destinadas de manera específica a los pecadores, para orientarlos en
su examen de conciencia l2\
En América también se publicaron numerosos confesionarios, que eran
equivalentes a los manuales peninsulares y que por lo tanto pretendían ser
121 Jean Delumeau. lep ech é el le pcur. la culpabilisation en Decide ni ( XIH-X 111I sieclcs). Fayard.
París, 1983. p. 238.
122 !bid.%pp. 223-225.
125 Varios de esos m anuales se encontraban en Chile en las bibliotecas de los obispos Marán.
Bravo del Rivero y Alday, entre otros. También se encuentran algunos en la biblioteca del
obispo de buenos Aires, Azam or y Ramírez. La mayoría de las que nosotros hemos revisado
pertenecían al convento de los jesuítas de Santiago de Chile.
121 Fr.Jo.seph G avarri, "Instrucciones pura predicadores r confesores. Madrid. 1679, pp. 137-138.
Un manual de ayuda al penitente, que tuvo mucha difusión en América, fue el del padre
Pedro de Calatayud. escrito a mediados del siglo X V III. y titulado Modo práctico y fá c il de
hacer una confesión general. En él se daban instrucciones a los penitentes para que hiciesen
una buena confesión general, las que eran muy detalladas y explícitas en lo referente a los
pecados contra el sexto mandamiento.
Fr. Tilom as Navarro. Consulta espiritual en la que un pecador verdaderamente arrepentido
propone con deseo de acertar, el infeliz estado de su alma para una buena confesión general.
Gerona. 1771. p 16 3.
vir de guías a los sacerdotes en la administración de los sacramentos y de la
instrucción a los fieles. Varios de ellos estaban escritos de manera específica
para facilitar la administración del sacramento en los indígenas, aunque en el
caso de México predominaban los manuales para los fieles en general*12*’. En
Perú, en cambio, pareciera que la edición de confesionarios fue más limitada
y la mayoría de los que se publicaron estuvieron orientados a la población
aborigen127.
Aunque esos manuales fueran desconocidos para muchos sacerdotes,
es evidente que marcan un determinado estilo y orientación con respecto al
sacramento de la penitencia, que se transmitía no sólo a través de esas obras
sino también por otros medios. Debe tenerse presente que, para poder con
fesar, los sacerdotes requerían de una licencia especial otorgada por el ordi
nario. El Primer Concilio Límense de 1551-15S2, lo estableció así en la cons
titución 66, siguiendo en esa materia lo dispuesto por el concilio de Trento.
Aún más, para obtener esa licencia, los clérigos y religiosos debían rendir un
examen, que, según el Tercer Concilio Límense, además permitiría distinguir
entre aquellos que estaban en condiciones de confesar a cualquier persona y
quienes, por ser menos doctos, debían tener una limitación en cuanto a
personas y estados. Esas pruebas, que entre otras materias deberían haber
insistido en una ponderación acerca de la gravedad de los pecados y sus
penas, lógicamente tendían a uniformar los criterios con respecto al sacra
mento, al mismo tiempo que marcaban una determinada tendencia en la
forma de administrarlo, que estuvo influida por los autores que trataron
sobre la materia.
12(> Para el caso m exicano, han sido trabajados por A sunción Lavrin en su artículo “La sexualidad
en el M éxico colonial: un dilem a para la Ig lesia", que form a parte del libro, Sexualidad y
matrimonio en ¡a América hispánica. Siglos XVI-X\ III, coordinadora Asunción LavTin. Grijalbo,
M éxico, 1991. F.ntre los confesionarios publicados en M éxico podrían mencionarse el de
Felipe Zilñiga y O ntiveros, C inco circunstancias de a n a buena confesión y método de
exam inar para ella la conciencia, M éxico, 1798; y el de G ab ino Carta, Práctica de confesores:
Práctica de adm inistrar los sacramentos, en especial de la p e n ite n cia , M éxico, 1653.
12 Con respecto al Perú, podemos citar el C o n fe s io n a rio pa ra los curas de indios. Con la
instrucción contra sus Pitos: y exhortacióni pa ra ayud ar a bien m orir. Por autoridad del
Concilio Provincial de Lim a, 1583; el de Ludovico Rertonio, Confessionario muy copioso en
dos lenguas, Aymara y Española, con una instrucción a cerca de los siete sacramentos de la
Sancta Iglesia y otras varias cosas, Lima 1612; y el de Ivan Pérez Rocanej»ra, Ritual, formulario
e Instrucción de Curas para adm inistrar a los fíat orales de este reino tos santos sacramentos
del bautismo, confirm ación, eucaristía y viático, penitencia, extrem aunción y matrimonio ,
Lima, 1631-
En definitiva, era normal para la época que. en la confesión, los peni
tentes fuesen sometidos a minuciosos interrogatorios sobre aspectos relacio
nados con el pecado de lujuria. Para determinados sacerdotes, resultaba
relativamente fácil, por lo tanto, sobrepasar el margen de lo conveniente en
las preguntas, a instancias de sus debilidades y del ambiente que podía
generarse en la confesión. Las relaciones de causas, algo nos dejan entrever
al respecto. Por ejemplo, el clérigo Hernando de Espinar fue acusado en
1583 de hacer preguntas de clara connotación sexual a algunas penitentes128.
A su vez, el jesuíta Francisco Ramírez, fue testificado de preguntar a una
mujer casada sobre aspectos íntimos de su vida conyugal129.
Otro aspecto importante relacionado con la confesión, tenía que ver
con el entorno en el cual muchas veces ella se llevaba a cabo. Por lo general,
los templos permanecían en la penumbra y las confesiones se efectuaban en
los sectores más apartados o aislados, como capillas o sacristías. Además,
como en parte se desprende de la documentación, la existencia de
confesonarios, que separan al sacerdote del penitente, no eran de uso gene
ral130. A eso debe agregarse que con cierta frecuencia se utilizaban como
lugares de confesión los claustros y celdas de los conventos, las casas parti
culares de los clérigos e incluso de las casas de las penitentes. Por lo general
esto último ocurría cuando una hija de confesión de un sacerdote se encon
traba enferma en cama131.
En consecuencia, en un ambiente con esas características, se producía
ese especial y físicamente muy cercano encuentro entre el eclesiástico y la
mujer, con la connotación ya comentada, en el que, entre otras materias, se
hablaba de cuestiones relacionadas con sexualidad, lo que muchas veces le
permitía a aquél enterarse de las debilidades de la penitente. Para aquellos
sacerdotes con escasa vocación, sin principios ni formación sólida, puestos
en esas circunstancias, resultaba tentadora y muy difícil de rechazar la posi
ble inclinación a dejarse llevar por las pasiones.
1 Primer Concilio Límense, constitución 66. Rubén Vareas Ligarte, op. cit.
133 AHN, Inquisición, lil). 1027, I 30.
que hasta esa época se limitaba a la Cuaresma. La práctica, al parecer, se
extendió con rapidez a los indígenas, los que habrían mostrado un interés
especial por recibir el sacramento, como lo dan entender algunas cartas de
miembros de la Compañía escritas por esos años13'. Además, todo parece
indicar que fueron las mujeres las que demostraron especial predilección
por reiterar dicho sacramento1-^. Es posible que los exagerados escrúpulos
de algunas penitentes y el incentivo por parte de los directores espirituales,
expliquen aquel comportamiento, que lleva a un incremento muy importan
te en el número de las confesiones efectuadas a mujeres. Tal situación habría
incidido en el incremento del delito, tanto por una mera cuestión de propor
ciones, como por el hecho de que un sacerdote llegaba a tener un contacto
más frecuente con determinadas penitentes, lo que le permitía un mejor
conocimiento de ellas y un grado de familiaridad en el trato que podía inducirlo
a efectuar las proposiciones deshonestas*1313613
5 7.
b ) E n r e la c ió n c o n la m u je r
Como lo hemos indicado, llama la atención la cantidad de mujeres
que terminan por consentir a las proposiciones de los sacerdotes, sobre todo
si se considera que en estos casos no había de por medio, ni podía haber,
ninguna promesa de matrimonio. Como lo ha señalado Jean-Louis Flandrin
para el caso europeo y Pablo Rodríguez y Asunción Lavrin para la América
hispana13", la promesa de matrimonio era uno de los elementos importantes
en el proceso de la seducción, que lleva a que la mujer acepte los requerí-
139 Citado por Marcela Aspell de Yanzi Ferreira, "Los comisarios del Tribunal del Santo Oficio de
la Inquisición en Córdoba del Tucum án- La solicitación en el siglo X V lir . En Cuadernos de
Historia, N° 4. Córdoba, Argentina, p. 153.
140 MM, t. 283, fo l. 193- En las causas de Pedro Coronado, Matheo de Alvarado y Pedro de
Peñaloza, tam bién quedan m uy en claro situaciones similares. AHN, Inquisición, lib. 1027,
fol. 459-561; lib. 1028. fol. 558; y lib. 1032, fol. 475.
días de seda, 4 varas de rúan, un poco d e tafetán naranjado para forrar un
jubón y algunos dineros, en diferentes ocasiones, aunque en poca canti
dad1'11. El franciscano Francisco Rabanal, en 1^99. lúe acusado, entre otras
cosas, de intentar persuadir a una indígena regalándole un peine y una gar
gantilla112. Otros ofrecían vestidos o dinero1 f\ Y en no pocas ocasiones, si
todas las proposiciones fracasaban, algunos recurrían a las amenazas e inclu
so a la violencia física. Tal es el caso del propio Francisco Rabanal, a quien
también acusan, con respecto a una indígena casada, e le que “por la fuerza la
metió allá dentro y tubo cuenta con ella por fuerza". Algo parecido ocurre
con el doctrinero Pedro de Victoria, que fue denunciado por una mestiza de
haber sido introducida por la fuerza en un aposento y “echada sobre la cama
y pretendido tener paite con ella y se había defendido y que por esto la
había maltratado y aporreado” 11Y
Hemos visto que un alto porcentaje de las solicitadas eran casadas y
muchas de ellas terminaban aceptando los requerimientos del sacerdote. Sin
descartar las presiones que pudieron recibir, también habría que considerar
la posibilidad de que en algunos casos la respuesta positiva de las mujeres
obedeciera al deseo de alcanzar el placer sexual que la relación matrimonial
no les otorgaba. Como bien señala Jean-Louis Flanclrin, buena parte de las
relaciones extraconyugales se explicaría porque la sexualidad del matrimo
nio era en gran medida una obligación impuesta por el contrato1’1*'. Es difícil
poder encontrar testimonios que demuestren aquel objetivo en la acción de
la mujer. Con todo, así como las relaciones nos muestran las quejas de mu
chas mujeres, también dejan traslucir que otras aceptaron los requerimientos
sin mayor cuestión y que algunas incluso estuvieron dispuestas a participar
de manera activa en el juego amoroso. N o faltan algunos casos en que el
confesor y la penitente terminan acariciándose mutuamente, sin llegar a cul
minar las relaciones sólo por los inconvenientes impuestos por el lugar*142 *146.
3
1,1 MM, t. 283, fol. 19. K1 mercedario Joan de O cam pos, en 1598 era acusado de tratar de
convencer a una india a tener tratos deshonestos en los siguientes térm inos: "yo te regalaré
y miraré por ti”. AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 558.
142 AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 558v.
143 Causas de Andrés Corral. Lorenzo López, Pedro de Villagra y Diego de Sanabria. AUN.
Inquisición, lib. 1028, fol. 301; lib. 1029, fs, 79, 89 y 195.
144 AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 54lv .
l ís Jean-Louis Flanclrin, La moral. op. cit., II parte, "La moral sexual y com ercio conyugal”.
146 AHN, Inquisición, lib. 1031, fol. 372; lib. 1027, fol I69v. y lib 1028, fol 528v.
En cuanto a las mujeres solteras, habría también que considerar que muchas
eran indígenas, por lo tanto su actitud respecto al matrimonio y a las relacio
nes sexuales era mas libre. Lo mismo podría decirse de buena parte de las
demás solteras solicitadas, en la medida que pertenecían a los estratos socia
les más bajos, donde la permisividad sexual era mayor, entre otros factores
por falta de control paterno1 r .
En suma, la receptividad de las mujeres a las solicitaciones estuvo
muy condicionada por lo que implicaba la figura del sacerdote, por la in
fluencia y poder que tenía especialmente sobre sus hijas de confesión. Más
allá del prestigio unido a la investidura sacerdotal, el solicitante podía recu
rrir a la información sobre la vida íntima de las penitentes e incluso al uso de
la violencia, la cual no fue una práctica del todo infrecuente. Pero también,
hay que considerar la posibilidad de que muchas mujeres aceptaran las pro
posiciones atraídas por las perspectivas de obtener un placer que por otras
vías no se alcanzaba. Con todo, tampoco se puede perder de vista que,
como pareciera desprenderse de las relaciones, la mayoría de las solicitadas
rechazó de plano las propuestas del solicitante y que algunas, profundamen
te escandalizadas, lo hicieron con gran indignación1 ‘8.
*
Este artículo fue publicado en una primera versión en la Revista de Indias, N" 174, Madrid,
1984 .
i
De la extensa producción d e jó se Toribio Medina merecen destacarse:
- La Im prenta en Lima (1584-1824). Santiago, 1904-1907, 4 vols.
- La Im prenta en M éxico (1539-1821), Santiago, 1907-1912, 8 vols.
- Historia y Bibliografía de ¡a Imprenta en el antiguo virreinato del Rio de la Plata, La Plata.
1892.
- Biblioteca H ispano-Am ericana (1493-1810), Santiago, 1902, 6 vols.
- Biblioteca Hispa no-Ch i lena (1523-1718), Santiago, 1897-1898, 3 vols.
- Historia del Tribunal del Santo O ficio de la Inquisición de Lima (1569-1820), Santiago,
1887.
- Historia del Tribunal del Santo O ficio de la Inquisición en Chile, Santiago, 1952, segunda
edición.
- Historia del Santo O ficio de la Inquisición de Cartagena de las Indias, Santiago, 1899.
- Historia del Tribunal del Santo O ficio de la Inquisición en México , Santiago, 1905.
- El I ribú nal del Santo O ficio de la Inquisición en las provincias del Plata, Buenos Aires,
1945, segunda edición.
que ha contribuido de una manera relevante al tema es José Torre Revello; a
él pertenece la mayoría de los trabajos modernos en torno a la circulación
del libro en la América española: sus publicaciones han destruido varios de
los mitos más comunes sobre el mundo cultural indiano, que habían sido
generados, en buena medida, por los historiadores liberales decimonónicos;
poseedor de una gran erudición, sus estudios resultan indispensables para el
investigador, debido a las exhaustivas bibliografías que contienen23 . Por últi
mo, en esta breve enumeración, no podemos dejar de citar a Irving Leonardo
y a Guillermo Furlong45 .
Sin embargo, pareciera que a partir de fines de la década de 1960
hubiese disminuido el interés por los estudios de esta índole; la producción
historiográfica es cuantitativamente menor que en la década de los cuarenta
y cincuenta; no son muchos los autores que podemos citar junto a Agustín
Millares Carlos El fenómeno que comentamos se acentúa si limitamos la
materia a la censura y circulación de libros prohibidos. Esta situación no deja
Entre otros pueden ser citados los siguientes: Christian Peligny: “Les dificultes de l’edition
castillane au X V I P's. A travers un document de l’epoque”, en Mélangesdela Casa de Velázquez,
Madrid, 1977, t. X III. Vicente Lloréns: “Los índices inquisitoriales y la discontinuidad española”,
en Boletín de la Real A cadem ia de la Historia, Madrid, 1977. niím. CLXXIV. Valentín Vázquez
de Prada: “La In q u isició n y los libros sospechosos en época de Valdés-Salas (1547-1566)", en
Simposio Valdés-Salas, O vied o , 1968. José Martínez Millán, “El catálogo de libros prohibidos
de 1559", en M iscelánea Com illas , 1979, núm. X X X V II; “Aportaciones a la formación del
Estado m oderno y a la política española a través de la censura inquisitorial durante el período
1480-1559", en Jo aq uín Pérez V illanueva: Izi Inquisición española. APeta visión, nuevos
horizontes , Siglo X X I editores, M adrid, 1980. Obra en la que se incluyen, además, los trabajos
de V irgilio Pinto Crespo: “Institucionalización inquisitorial y censura de libros"; Jesús Martínez
Bujanda: “Literatura e In q u isició n en España en el siglo X V I”; Antonio Márquez: “La censura
inquisitorial del teatro renacentista (1514-1551)”, y Lucienne Domergue: “Los lectores de
libros prohibidos en los últim os tiempos de la Inquisición (1770-1808)".
Las alegaciones fiscales eran extractos de los procesos realizados por los relatores de la
Suprema para que ésta dictam inara sobre las causas.
censura, las extrajimos de la correspondencia entre el Tribunal de Lima y la
Suprema. Para nuestros objetivos, la fiabilidad de esta documentación no
ofrece dudas; con todo, hay que tener presente que, con respecto al período
que nos interesa, ofrece ciertas lagunas, especialmente desde mediados del
siglo XV III en adelante. En consecuencia, es muy probable que el numero de
encausados que nosotros presentamos sea un poco inferior a la realidad, lo
cual, por otra parte, no significa que nuestras cifras sean poco representati
vas; por el contrario, luego de comparar con las estadísticas generales sobre
procesados8, estimamos que reflejan en forma bastante aproximada la ten
dencia represiva del Tribunal de Lima hacia el delito que analizamos.
8 Las estadísticas generales de los diversos delitos perseguidos por el Tribunal limeño en el
siglo X V III, se encuentran en Rene M illar: La In q u isición de Lima, siglos X V III y XIX, tesis
doctoral. Facultad de Geografía e H istoria, U niversidad de Sevilla, 1981, inédita.
9 Marcelin Defourneaux: Inquisición y censura de libros en la España del siglo X llII, editorial
Taurus, Madrid, 1973, p- 26. Tam bién José M artínez M illán: “El catálogo de libros prohibidas
de 1559", en Miscelánea Comillas , 1979, niim . X X X V II. pp. 182 a 167. Una visión general
sobre la censura de libros en Antonio Sierra C o rella: "La censura de libros y papeles en
España y los Indices y Catálogos españoles de los prohibidos y expurgados", Cuetpo I'acultatitv
de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. M adrid, 1947, pp. 77 a 196.
En America, según disposiciones expresas de la Corona, las licencias
de impresión las otorgaban los presidentes y virreyes, previa censura de las
obras10. Nadie podía imprimir sin haber recabado esa autorización, incluso
las autoridades eclesiásticas quedaban sometidas a tales preceptos11. Con
todo, los obispos tenían facultad para autorizar la impresión de libros religio
sos. En ocasiones, ambas autoridades aparecen otorgando licencias a una
misma obra12.
El control sobre la circulación de las obras prohibidas corría a cargo
de las autoridades civiles y de los funcionarios de la Inquisición. En la R eco
p ila d o n de Leyes de In d ia s figuran dos reales cédulas en las que se faculta a
los prelados, audiencias y oficiales reales para reconocer y recoger los libros
prohibidos de acuerdo a los Indices de la Inquisición. Una de estas leyes es
de 1556, vale decir anterior al establecimiento de los tribunales en América,
pero la otra es del 1 1 de febrero de 1609 y por lo tanto bastante posterior a
la instauración de ellos13. La Inquisición controlaba la circulación de tales
libros dando a conocer (a sus funcionarios y población en general) a través
de edictos especiales y de la publicación de índices o catálogos, las obras
que se encontraban prohibidas; también por medio de las visitas a las libre
rías y bibliotecas públicas y privadas; asimismo, mediante la vigilancia de los
puestos fronterizos y visita de los navios que arribaban a los puertos. La
obligación de denunciar la tenencia de esas obras, que se les recordaba a los
fieles a través de los edictos de fe, era otra forma de control; ésta se relaciona
con la obligación que tenían los confesores de preguntar a los penitentes, en
el acto de la confesión, si retenían, leían, imprimían o vendían libros de
herejes, sospechosos de herejía o condenados por la Silla Apostólica o la
Inquisición de España; tal mandamiento, impuesto por un Breve de Paulo IV
de 5 de enero de 155914, era bajo censura latae sententiae que sólo podía
absolver el Inquisidor General. Por último, aunque parezca contradictorio.
10 Recopilación de Leyes de Indias, lib. I, til. X X III, ley XV. También, real cédula de Felipe IV de
25 de enero de 1648, citada por José Toribio Medina: La imprenta en Lima (1584-1824),
Santiago, 1904-1907. t. I, p. LX X X IX .
11 El virrey duque de la Palata le hizo presente esta obligación al arzobispo de Lima, al mismo
tiempo que le negaba la licencia para imprimir un escrito. Fn Medina, La Imprenta , op. cit .,
t. 1, p. LX X X IX .
12 Alam iro de Avila Martel, ' La impresión y circulación de libros en el Derecho Indiano", Revista
Chilena de Historia del Derecho , N° 11. Santiago, 1985, pp. 192-193-
13 Recopilación de Leyes de Indias, lib. I. tít. X X IV , leyes V II y XIV.
AUN, sección Códices, lib. 9-B, fol. 115.
en cierto sentido podemos incluir entre las formas ele control a la concesión
individual de licencia para leer libros prohibidos; en virtud del sistema de
licencias la Inquisición disponía de una nómina limitada de personas intere
sadas en tales obras que resultaba fácil de vigilar; además, de acuerdo a las
circunstancias, se restringía el otorgamiento de esas licencias o simplemente
se quitaban. Los edictos sobre libros prohibidos se publicaban (leían) en
alguna de las misas del domingo que se celebraba en la catedral de Lima y
luego se fijaban en su puerta y “en todas las demás iglesias de ella y de las
cabezas de partido y puertos del mar de todo el dicho distrito"1*5.
La Inquisición, siguiendo los principios establecidos sobre la materia
por el Concilio de Trento, prohibía las obras que reunieran algunas de las
siguientes características: 1, Q u e fueran contrarias a la fe católica romana. 2.
Que trataran de nigromancia, astrología o fomentaran la superstición. 3- Que
fueran obscenas o atentatorias a las normas morales católicas (las imágenes,
medallas y otros objetos que tuvieran alguna de esas características también
se prohibían). 4. Que no tuvieran licencia de publicación, nombre de autor o
del impresor, ni demás referencias de la edición (lugar y fecha). 5. Que
atentaran contra la honra de las personas (laicas o eclesiásticas) o atacaran a
las instituciones eclesiásticas o príncipes temporales10.
En la península sólo la Suprema podía publicar edictos de condena
ción; los tribunales provinciales tenían la facultad para llevar adelante un
proceso de censura, pero era en último término el Consejo quien tomaba la
decisión final después de revisar los autos15 17. En América, en cambio, la
16
situación era diversa; casi desde la época fundacional el Tribunal de Lima
prohíbe libros oficialmente18. N o sabemos si esto obedecía a una autoriza
ción expresa de la Suprema o era consecuencia de una costumbre impuesta
por las circunstancias geográficas y que el Consejo no estimó conveniente
abolir. Una de las censuras que mayor revuelo causaron en las etapas prime
ras del Tribunal fue la que afectó en 1622 a la O v a n c lin a de Pedro Mexía de
Ovando. Este libro se había impreso en Lima el año anterior, con licencia del
virrey Príncipe de Esquiladle. Era una obra de carácter genealógico, que
22 Carta del Consejo al Tribunal de Lima de 10 de enero de 1761, AH N , Inq uisició n, lib. 1.026,
sin foliar.
23 AHN, Inquisición, leg. 2.200, exp. 10.
21 Dicha obra la había publicado en 1722 Alonso de la C ueva, que había sido expulsado de la
Congregación, AHN, Inquisición, leg. 2.207, exp 12.
2> Sobre las características de las m odificaciones introducidas por estas cédulas en el modo de
proceder respecto a las censuras de libros, véase a D efo urneaux, op. cií., pp. 75 a 92.
26 Lea , op. cit ., p. 445.
2 Manuel Amat y Junient: "Memoria de gobierno”, publicada por M anuel Atanasio Fuentes en
Memorias de los viiTeycs, Lima, 1859, t. IV, p. 492. La edición preparada por Vicente Rodríguez
Casado y Florentino Pérez Em bid, basada en otra copia m anuscrita, no incluye ese párrafo.
como apéndice en un edicto de libros prohibidos que la Suprema le había
enviado. Todas aquellas obras se caracterizaban por no estar contenidas en
ninguno de los Indices ni de los edictos especiales. Varias de ellas habían
sido publicadas en el distrito del Tribunal y otras en países extranjeros; por
ejemplo, se prohíben La carta ele la Herm andad de la Misericordia, publica
da en Lima en 1801; el periódico El telégrafo mercantil rural político, eco
nómico e historiográfico del Río de la Plata , del 15 de octubre de 1802, im
preso en Buenos Aires; la carta 58 escrita al marqués de Argeno en el tomo
VIII de la obra Lettres j a m Hieres et cintres, del barón von Bielefeld, impresa
en La Haya en 1“7>3JS. Estas censuras por primera vez hicieron preguntarse a
la Suprema si existían algunos antecedentes que justificaran la práctica o
facultad qtie ejercía el Tribunal de Lima "de prohibir o expurgar libros por su
sola autoridad''- \ no tenemos referencias acerca del resultado de las indaga
ciones que al respecto ordene) la Suprema. Posteriormente, en 1817, será el
propio fiscal de la Inquisición de Lima quien cuestione el derecho del Tribu
nal a censurar los libros; los inquisidores recurrirán a la Suprema pidiendo
que se reconozca “la pacífica posesión en que éste ha estado de prohibir”
aquellas obras que se introducían en los territorios americanos sin pasar por
España**30. Aunque no sabemos cuál fue la respuesta de la Suprema, lo cierto
es que el Tribunal, en 1819, seguía censurando obras por propia iniciativa;
esto acontece específicamente con la obra de Moliere El Hipócrita; no obs
tante, remitía el expediente al Consejo para que resolviera lo que estimara
conveniente31.
2K A la prim era de las obras d iad as se le manda expurgar algunas proposiciones erróneas; la
segunda se prohíbe por ir contra el honor de las personas; y la tercera, por contener
proposiciones escandalosas, libertinas, hereticales, formalmente heréticas, injuriosas a la
Inquisición, a los cuerpos eclesiásticos y a los concilios generales. Aparte de esas obras, el
Tribunal prohibió un quincenario titulado Devotísimo quincenario del tránsito de Nuestra
Señora y Reina M a ría Santísima (sin nombre de autor, impresor, lugar, ni fecha); una oración
manuscrita e im presa: D el d o n o s o San Cipriano (por fomentar la superstición); un papel
manuscrito que se hace pasar por la sentencia contra Jesús Nazareno (por apócrifo y fomentar
supersticiones); tam bién L. Art. de Peindre al Esprit, escrito por “Juan Bernardo Sensarie",
París, 1770, 3 tomos (m ientras se expurgaba); Las cartas americanas, escritas en italiano por
el conde Carli (m ientras se reconocían); y por último, Di geografía histórica de Guthrie, en
inglés (m ientras se reconocía). AH N , Inquisición, leg, 1.654, exp. 3.
29 AUN, Inq uisición, leg. 1,654, exp. 3.
30 Carta de los inquisidores de Lima al Consejo, de 31 de octubre de 1817, AHN, Inquisición,
36 Sobre visitas de navios la Suprema le hizo llegar las cartas acordadas de 10 de septiembre de
1576, de 19 de m ayo de 1581, de 10 de diciembre de 1602, y de 19 de enero de 1627. ANCH.
Inquisición, vo l. 395. fol. 207-208.
37 AN CH, Inq uisició n, vol. 395, fol. 207. Carta acordada de 19 de mayo de 1581. En esas
instrucciones se les advertía que las revisiones debían hacerlas coordinándose con los oficiales
reales y que en lo posible las efectuaran al mismo tiempo.
38 ANCH, In q u isició n , vol. 395, fol. 208. Carta acordada de 10 de diciembre de 1609.
39 Castañeda y H ernández, op. cit., t. II, pp. 511-512.
40 ANCH. Inq uisició n, vol. 395. fol. 207.
y demuestra una laxitud del Tribunal en el cumplimiento de las instrucciones
sobre control de libros. Concretamente, los inquisidores hacen notar al Con
sejo, en 1711, la imposibilidad de poner en práctica unas instrucciones de
éste referentes a la visita de nav ios para evitar la introducción de una biblia
impresa en el extranjero en "lengua mexicana". La razón esgrimida por el
Tribunal para no cumplir las órdenes del Consejo, que sólo reiteraban una
obligación tradicional de los comisarios, era la actitud de resistencia que mos
traban los comerciantes franceses en Perú, que a la sazón habían aumentado,
en forma notoria, sus actividades mercantiles. La Suprema reprendió a los
inquisidores por esta negligencia y les ordene) que ejecutaran la visita de los
navios aunque éstos llevaran despachos para no ser registrados por los mi
nistros del rey. Al mismo tiempo pidió al monarca que diera órdenes preci
sas a los prelados, virreyes, gobernadores y justicias de los reinos de Indias
para que con ningún pretexto embarazaran a los ministros del Santo Oficio
en la visita de los navios y que, por el contrario, concurriesen con su autoridad
a que se ejecutara. Resultado de esta petición de la Suprema fue la real cédu
la de 31 de enero de 1713. que acogió íntegramente lo planteado por aquélla '1.
Cabe hacer notar que desde 1673 hasta, probablemente, la década de
1780 no se realiza en El Callao la visita de los navios propiamente tal; los
libros, o mejor dicho las memorias que indicaban los títulos que se introdu
cían, eran revisados en Lima'".
A mediados del siglo XV III se aprecia una preocupación mayor por el
control de libros. Así, en 1744 los inquisidores mandan pedir a la Suprema
una o dos copias del nuevo índice prohibitorio y expurgatorio^; en octubre
de 1748 el Tribunal, siguiendo instrucciones del Consejo, manda, por edicto,
recoger todas las licencias para leer libros prohibidos"; en noviembre de
1754 recibe 73 juegos del Indice de 1747, que se apresura a colocar y distri-*43
11 Carta del Consejo e Inquisidor ( ¡eneraI al Rey, de 27 de* enero de 1713, Al IN, Inquisición, lib.
500, fol. 593; real cédula de 31 de enero de 1 7 1 3 , AI IN , sección Códices, lib. 737-B; carta de
la Suprema al Tribunal de Lima de l de febrero de 1717, Al IN , Inquisición, lib. 1.025, fol. 18.
Carta de los inquisidores de Lima al Consejo, de 2b de septiem bre de 1737, AN O 1. inquisición,
vol. 484, fol. 117; carta de los inquisidores al virrey, de 17 de age »stn de 178b, Al IN. Inquisición,
leg. 2.214, exp. 25.
43 Carta de los inquisidores al Consejo, de 9 de septiem bre de 174a, AU N , Inquisición, leg.
2.203. exp. 2. Curiosamente los inquisidores se relieren al "últim o expurgatorio que comprende
desde el año 1707 hasta el de 1740”, que sólo se publicó en 17■17; lo cierto es que creían que
había salido en 1740.
Carta de los inquisidores al Consejo, de 29 de noviem bre de 17a8. AUN , Inquisición, leg.
2.203, exp. 5.
huir entre los particulares y las bibliotecas que las órdenes religiosas tenían
en todo el distrito de la Inquisición0.
En 1765 el Tribunal recoge dos obras del autor galicano Alejandro
Natal: la H istoria Eclesiástica (18 volúmenes) y una sobre los evangelios (2
volúmenes); la primera figuraba en el Indice de 1747, la segunda fue reteni
da porque traía una inscripción que decía estar corregida por el Santo Oficio
y no haberse recibido en el Tribunal tal expurgación ni el permiso para que
circulara,0. Dos años más tarde retira de circulación algunos ejemplares de la
obra anónima A n a les ele la C om pañía, escrita en francés y sin licencias; este
libro no figuraba entre los diferentes edictos con obras prohibidas que la
Suprema había hecho llegar a Lima en los últimos años; el Tribunal en este
caso no sólo actuó porque dichos A nales carecían de las referencias de
edición, sino también porque trataba con desprecio a la Compañía, al Sumo
Pontífice y, a juicio de los inquisidores, estaba sembrada de herejías de
Jansenio. Uno de los ejemplares de esta obra había llegado a manos del
oidor Pedro Antonio de Echeverez, quien lo pasó al asesor del virrey José
Perfecto de Salas, el que a su vez lo hizo llegar al propio virrey Amat, el cual
se mostró reacio a entregarlo al Tribunal'17; no sabemos si las gestiones rea
lizadas por los inquisidores para obtener la entrega del libro dieron resultado.
ÍS Aparte de los que se dejaron en Lima, se enviaron a los colegios y casas de estudio que las
religiones tenían en Charcas, La Paz, Santiago. Concepción. Córdoba, Buenos Aires y Asunción.
AUN. Inquisición, legs. 2.207, exp. 6. y 2.209, exp. 7.
4<* Carta del inquisidor López G rillo al Consejo, de febrero de 1765. AUN. Inquisición, leg.
2.210, exp. 2. La H istoria eclesiástica de Natal constaba de 21 volúmenes; por lo tanto, la que
se había retirado estaba incompleta. José Toribio Medina señala, en su Historia del Tribu n al
del Santi> O fic io de la Inquisición de Chile (Santiago, 1952, p. 643), que el Consejo mandó
devolver a sus dueños la obra de Natal "por estar corriente"; con todo, no indica la fecha de
esa determ inación y, en consecuencia, no sabemos si corresponde a la incautación efectuada
por el Tribunal en 1765 o a otra anterior. Por otra parte, lean Sarrailh, en su España ilustrada
(ed il. FO L. C. E ., M éxico, 1957, p. 162), cita una carta de José Nicolás de Azara de 1774, en
que queda muy claro que la H istoria eclesiástica a esas alturas todavía estaba prohibida.
Al parecer, en 1762, el Tribunal mandó recoger una publicación realizada por José de Zevallos,
conde de las Torres, titulada D iá lo g o entre un bedel de la Universidad de Lim a y el reverendo
P a d re F ray A’., sobre la o ra ció n p a n egírica <¡ue d ijo don M ig u e l de Valdivieso. Esta era una
sátira a la oración pronunciada por Valdivieso, como catedrático de la Universidad de San
Marcos, en la recepción al Virrey Amat. La Inquisición la mandó recoger por carecer de
licencias y ser anónim a. Ver Ricardo Donoso: Un letrado del siglo XVIII. el doctorJosé Perfecto
de Salas, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 1963, t.
I, p. 194.
'Í7
Carta de los inquisidores de Lima al Consejo, de 10 de diciembre de 1767. AUN, Inquisición,
leg. 2.210, exp. 3. De esta carta se desprende que con anterioridad el Virrey Amat había
Apartir de 1770 el Tribunal, por instrucciones del Inquisidor General
y de la Suprema, deja circular, muy a su pesar, una serie de obras contra la
Compañía de Jesús, además del importante libro galicano de Febronio De
statu ecclesiae, en segunda edición, fechada en Bouillon en 1765. Entre las
obras referentes a los jesuítas que circulaban en Lima hacia 1770 y que había
detectado el Tribunal pueden citarse: La c o le c c ió n g e n e r a l de docum entos a
la p e rs e cu ció n q u e los re g u la re s ele la C o m p a ñ ía s u s c ita ro n v sigu ieron te
n a z m e n te p o r m eclio ele sus ju e c e s co n s e rv a d o re s y geinetnelo a lg u n os minis
tros seculares desde e l a ñ o 1644 hasta 1660\ el escrito titulado Contra el
Ilu strísim o R m o. Sr. D . B e rn a rd in a d e C á rd e n a s . re lig io s o cuites de la orden
de San F ra n cis co , ohispo d e l P a ra g u a y , e x p e lié n d o le tres reces de su obispado
a fu e r z a de a rm a s y de m a n e jo s de d ic h o s re g u la re s d e la C om pa ñ ía , p or
e v ita r q u e este p re la d o entrase, n i visitase sus m is io n e s d e l P a ra n á , Uruguay
y también el impreso M o n a r q u ía d e los Solipsos, escrito bajo el seudó
e lta ti;
nimo de Lucio Cornelio Europeo. La Suprema, ante la comunicación del
Tribunal en que le hacía notar lo perjudicial que resultaba la lectura de estas
obras, incluida la de Febronio (von Hontheim ), contesta señalando que en la
Corte circulaban esos libros y que no hiciera “novedad con ellos” 18. Esta
actitud de la Suprema era consecuencia de las limitaciones que le imponía a
su acción la presencia en las esferas de gobierno de hombres de tendencias
regalistas e ilustradas que no miraban bien a la Inquisición. De tales manifes
taciones eran buenas pruebas el destierro sufrido por el Inquisidor General
Quintano Bonifaz en 1761 y las reales cédulas de 1762 y 1768 sobre procedi
mientos en materia de censura de libros *9.
estado en posesión de otra obra prohibida: El Sprit (¿De l'espnt de Helvéticus?). Resulta
curioso que un personaje que ha sido considerado por la historiografía como un hombre
totalmente alejado de las letras aparezca sindicado por la Inq uisició n (con testimonios
irrecusables) como lector de libros prohibidos. En cuanto a la obra contra los jesuítas es
posible que corresponda a los Anales de los jesuítas desde la erección de la Compañía hasta
el año 1763, pues con este encabezam iento figura una obra entre la lista de los libros que
estaban depositados en las bodegas del Tribunal en 181 A. al hacerse el inventario de los
bienes del mismo, A G I, Audiencia de Lim a, 1568. Tam bién Jo sé Torre Revello: “Libros
procedentes de expurgos en poder de la Inq uisición de Lim a", en Boletín del Instituto de
Investigaciones Históricas. Buenos A ires, 1932, núm . 54, p. 343.
,H Carta de los inquisidores de Lima al Consejo, de 19 de noviem bre ele 1771. AUN, Inquisición,
leg. 2.212, exp. 1. El seudónimo de Lucio Cornelio Europeo corresponde a M elchior Inchofer.
49 Algunas características del regalismo en la época de Carlos III y su postura frente a la
Inquisición en Richard Hern España y la revolución del siglo XVIII. ed il. Aguilar. Jerez de la
A partir de la década de 1780, coincidiendo con el gobierno del virrey
Teodoro de Croix, la autoridad civil muestra una especial preocupación por
el control de los libros prohibidos e insta al Santo Oficio a que acentúe la
vigilancia para impedir la circulación de ellos. Así, en agosto de 1786 el
virrey Croix lo exhorta a que mande recoger aquellas obras prohibidas como
perjudiciales a la religión y al Estado, entre las que cita el Belisario, de
Marmontel y, en general, las de Montesquieu, Linguet, Raynal, Maquiavelo y
la E n c ic lo p e d ia ; en la misma comunicación le hace presente que por su
paite ha expedido las oportunas providencias para detectar dichos libros y
que incluso ha mandado publicar en la ciudad de Lima un bando especial
sobre la materiaS(). Esta actitud del virrey obedecía al cumplimiento de unas
órdenes específicas que el monarca le había enviado el año anterior’1; ba
sándose en ellas, Croix no sólo hizo llegar aquel escrito al Tribunal, sino que
además prohibió la impresión de cualquier obra sin licencia (incluso la de
los elogios que publicaba la Universidad al tomar posesión del cargo un
nuevo virrey) y mandó quemar algunos libros prohibidos que se detectaron'’2.
La respuesta que los inquisidores dieron a la comunicación antes cita
da señala indirectamente dos de las fórmulas habituales que se utilizaban
para introducir libros prohibidos. En ella hacen presente al virrey que tales
obras, de encontrarse en circulación, habrían pasado entre los equipajes de
los viajeros “y no en los cajones de libros, cuyas listas se registran con mucha
a t e n c i ó n En definitiva, se desprende de esto que la visita de los comisa
rios a los navios (tal como era practicada en Lima) se limitaba a revisar las
facturas de los libros que venían embalados, sin verificar si las nóminas
consignadas correspondían con el contenido del embalaje. La adulteración*S I
Frontera, 1964, pp. 15 a 2 t. Tam bién Teófanes Egido*. “Regalismo y relaciones Iglesia-Estado
en el siglo X V H T , en la H istoria de la Iglesia en España, dirigida por Ricardo García-Villoslada,
BA C, Madrid, 1979. t. IV, pp. 196 a 200.
r,° Cana del virrey al Tribunal, de 11 de agosto de 1786, AHN, Inquisición, leg. 2.214, exp. 25.
Tam bién, Los Ideólogos. José B a q u íja n o y Carrillo, investigación, recopilación y prólogo de
Miguel M aticorena, Com isión Nacional del sesquicentenario de la Independencia del Perú,
Lim a, 1976. t. I, vo l. III, pp. 261 a 263.
SI Los Ideólogos . op. c it.%pp. 253 y 254.
R elación de g o b ie rn o del v iire y Teodoro de C ro ix , BPR, manuscritos 26 y 27, t. 1, fol. 92.
O ficio del virrey C ro ix a José de C alvez, de 28 de febrero de 1787, en Los Ideólogos, op. cit
pp. 274 y 275. y en Medina , La Im prenta, op. cit., t. 111, p. 110.
M Carta de los inquisidores al virrey, de 17 de agosto de 1786. AHN, Inquisición, leg. 2.214,
exp, 25.
ele las facturas o la introducción en los baúles de obras no citadas en aqué
llas o citadas con nombre diverso era una de las formulas utilizadas para
introducir libros prohibidos; otra consistía en pasarlos entre el equipaje, puesto
que éste no era revisado.
Ante los problemas que planteaba la practica tradicional empleada
para el reconocimiento de libros, el virrey y el I ribunal llegaron a un acuer
do, a fines de 1786, para modificarla y hacerla más efectiva. La administra
ción de aduana habilitó una pieza especial para realizar la revisión; allí se
depositarían los cajones hasta ser reconocidos por el comisario del Santo
Oficio y el representante del virrey''1. La revisión, de ahí en adelante, no se
iba a limitar a las facturas, sino que también se examinaría el contenido de
los embalajes; además, periódicamente se iban a inspeccionar las librerías y
bibliotecas públicas y privadas’*'*. Este acuerdo fue bien recibido por la Su
prema, aunque le hizo notar al Tribunal que el revisor designado por el
virrey sólo debía entender en los libros prohibidos por el gobierno; además,
le manifestó su extrañeza porque hubiese tenido que ser el virrey quien
tomase la iniciativa en lo tocante a establecer un control mas riguroso**6.
En los años siguientes, sobre todo después del estallido de la revolu
ción francesa, el Tribunal redobla la vigilancia para impedir la circulación de
obras políticamente sediciosas. El 16 de junio de 1798 publicó un edicto de
libros prohibidos, que contenía 30 obras, casi todas en francés, y referentes
a materias políticas, filosóficas y religiosas, que reflejaban el espíritu ilustra
do y revolucionario predominante en la Francia de esos años. En el edicto se
incluían varios libros, cuya lectura se prohibía incluso para los que poseían
licencias. Entre ellos estaban el Origine de toas les cuites, oa religión universeUe
p a r dupitis citoyenfrangois, de M. Volney; Le Spectatenr Franjáispenc/ant le
governement revoludonaire , “par le Citoyen Delacroix”, impreso en París,
por proposiciones heréticas, impías y destructoras del orden; las Lettres
persanes, que se atribuyen a Montesquieu, por herejías y sátiras del clero y el5 4*
54 K1 virrey nombra como revisor a Fr. Diego de Cisneros, de la orden de San Jerónim o; a fines
de 1786, éste fue denunciado ante el Tribunal por varias personas, entre las que se encontraba
un religioso del oratorio de San Felipe Neri; se le acusa de leer a Volt a i re y a Montesquieu y
de sostener proposiciones jansenistas "m uy cercanas a los que llam an portoreal islas" (de
Port-Royal), AUN, Inquisición, leg. 2.214, exp. 24.
’>s AHN, Inquisición, leg. 2.214, exp. 2S.
% Cana de la Suprema al Tribunal, de 12 de enero de I78K. A IIN . Inq uisició n, lili. 1.026. sin
foliar.
NOS LOS INQUISIDORES APOSTOLICOS CO A LA HERI TIC A PRAVEDAD Y APOSTAS!A
en o to s R cynoj y hí'Lis ilc! Pcrn Are. , r s .,. / -
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Papa; y las M áscam eles m onastiques et reí ig i cuses de ton tes les nations du
Globe, por impía y blasfema. Además se incluían otras obras prohibidas en
totum , entre las que se encontraban las pertenecientes al Abate Prevost,
impresas en Amsterdam, en 1783, por contener láminas provocativas y narrar
historias “indecentes de amor profano ’. Los inquisidores concluían el edicto
ordenando que nadie pudiese “vender, leer o retener" dichos libros, bajo
pena de excomunión mayor “latae sentenciae trina canónica monitione pre-
missa" y de 200 ducados para gastos del Santo Oficio. Por último, mandaban
que dentro de los seis días a contar de la lectura de este documento, se pre
sentaran esos libros a ellos o los comisarios y se manifestaran los que otras
personas tuviesen u ocultaren. Si no lo hicieran, quedaban excomulgados^ .
Cumpliendo instrucciones de la Suprema, que le ordenaban velar ante
los posibles intentos por introducir manifiestos que instaran a la población
de esos territorios a liberarse de la dominación española, el Tribunal pone en7*
S7 AN O I, fondo varios, pieza D2, fo!. 169. Al pie del edicto se señala que quien quitase ese
papel también caía en excom unión mayor. IT autor de las Másenmeles era el diputado de la
Convención Lavicom terie de Saint-Samson.
estado de alerta a los comisarios38. El virrey, a su vez, insiste ante los
inquisidores en términos muy similares, poniéndoles ademas al corriente de
las informaciones que poseía en torno a la posible internación clandestina
de un opúsculo sobre los derechos del hombre"'9. Pero el Tribunal no por
esto descuida el control sobre los libros religiosos prohibidos: en 1802 seña
la a la Suprema haber recibido las instrucciones que le ordenaban retirar de
la circulación todas las obras impresas en francés o castellano del jansenista
Pedro Nicole; en el mismo escrito el Tribunal expresa que le informaría de
los ejemplares que se recogieran*60; los inquisidores estaban en antecedentes,
por una denuncia efectuada trece años antes, que las obras de ese autor
circulaban en Lima61.
La escrupulosidad en el control que demuestra el Tribunal en los pri
meros años del siglo X IX dio motivo a que un revisor de la Suprema reco
mendara una alabanza especial para los inquisidores02. La retención por
parte del Tribunal de una serie de obras que figuraban en el Indice, pero que
estaban impresas en España, en castellano, y en las que se decía que estaban
expurgadas y que además contaban con el pase del comisario de Cádiz, fue
específicamente lo que dio motivo a ese elogio del revisor de la Suprema.
Entre las obras retiradas se encontraban E l P a ra ís o P e r d id o , de Milton; Las
N och es , de Young; La R iq u e z a d e las N a cio n e s , de Smith, y E l C atón Cristia
n o , de Moles63.
Estas órdenes de la Suprema son consecuencia de unas instrucciones que el rey hizo llegar
al inquisidor general, el 23 de septiem bre de 1789, A U N , Inq uisició n, leg. 3-587, exp. 63.
El 16 de diciembre de 1794 la Suprema previene al Trib unal sobre la posibilidad de que se
intente introducir la obra de Felipe Puglia Desengaño del hombre, impresa en Filadelfía,
AHN, Inquisición, leg. 2.216, exp. 6.
AHN, Inquisición, leg. 2.216, exp. 16.
60 Carta del Tribunal al Consejo, de 6 de octubre de 1802, AH N , Inq uisició n, leg. 2.218, exp. 2.
Las obras completas de Nicole habían sido incluidas en el Indice de 1747; la censura fue
retirada en 1792 y vuelta a im poner en el año 1800; ver D efourneaux, o p . c i t p, 235.
61 AHN, Inquisición, leg. 3.730, exp . 105.
62 Carta de los inquisidores de Lima a la Suprem a, de 9 de junio de 1818, AHN, Inquisición, leg.
3.589, sin núm. de exp.
63 Ihid.
3. La represión de los lectores de obras prohibidas
64 Juan Larrina era el cirujano (AH N , Inquisición, leg. 3-730, exp. 83) y José Pére?. el comerciante
(A U N , Inq uisición, legs. 1.649, exp. 2, y 2.219, exp. 7).
N ó m i n a d e p r o c e s o s c o n c l u i d o s
proceso
H e n r í q u e z , Fr. C a m i l o 33 V a ld iv ia R e lig io so d e la
U rq u izu , S an tiago d e 28 L im a E m p le a d o de la C a s a
de M on ed a de L im a 1782
V id au rre , D r. M a n u e l
Lorenzo 30 L im a A b o g a d o 1793
1805
N ó m i n a d e c a u s a s i n c o n c l u s a s
te m p o ra lid a d e s 1788
de San M arcos 17 9 1
C i s n e r o s , Fr. D i e g o J e r ó n i m o R e lig io so de la O r d e n
d e San J e ró n im o 1786
G ijó n y L e ó n , c o n d e M ig u e l 80 Q u ito C o la b o ra d o r de
O la v id e en A n d a lu c ía 1790
G il d e T a b o a d a , V icen te 38 S a n tia g o
(G a lic ia ) In ten d en te de la
p ro v in c ia d e T ru jillo 1800
L a n d á b u ru , A g u stín L im a 1803
L arrin a, J u a n C iru ja n o d e la f r a g a t a
Las d os a m ig a s 1804
N o rd e n flich t,
P a y o , D r. J o sé B. A ire s A b o g a d o 1804
(e x p . 2 4 ), 1.6 5 5 (e x p . 3 ), 3 -7 2 7 (e x p . 7 7 ), 3 -7 3 0 (e x p s . 3 -8 3 -9 1 -9 9 -1 0 0 y 1 0 5 ) ; lib.
69 AHN, Inquisición, legs. 2.213, exps. 36-40 y 41, y 1.055, exp s. 2 y 5. Ver apéndice.
70 AHN, Inquisición, legs. 2.204, exp. 5 y 2.218, exp s. 34 y 36. Ver apéndice.
71 Ver apéndice. La casi totalidad de las licencias a las que hacem os referencia se encuentran en
AHN, Inquisición, legs.: 2.201 (exp . 1); 2.213 (e xp s. 30 a 50); 2.216 (e x p . 5); 2.21T (exps. 2-
9 y 17); 2.218 (exps. 34-35 y 36), y 1.655 (e xp s. 1 y 2). El deán G regorio Funes señala en su
solicitud que deseaba leer a Van Kspen; D ionisio Franco, ex secretario del Virrey, la pide
especialmente para leer La enciclopedia m etódica ; a Martín M ujica, fiscal de la Audiencia del
Cuzco, se le otorga licencia para leer I.a ciencia de la legislación, de Filang ieri y Des droitset
des devoirs du citoyen, de Mably.
2 El Tribunal le retira la licencia por este motivo al cura Ramón Yepes en 1795. AI IN , Inquisición,
leg. 2,217, exp. 17. Deforneaux, op. cif., p. 178.
El Tribunal, por instrucciones del Consejo de 1776, retira además todas las
autorizaciones dadas en la Santa Sede por el Papa o por la Congregación del
Indice; a partir de 1777, las únicas licencias que tendrán validez serán las
otorgadas por la Suprema o las dadas en Roma, pero confirmadas por aqué
lla73.
Volviendo a los encausados por este delito, señalábamos en párrafos
anteriores que teníamos referencias de sólo cuatro reos con procesos segui
dos hasta la definitiva; a este número se puede agregar uno más si conside
ramos a Ramón de Rozas, cuya causa se concluyó en el Tribunal de Corte;
los otros sentenciados fueron Santiago de Urquizu, en 1782, hijo del oidor de
la Audiencia Gaspar Urquizu; Camilo Henríquez. en 1802, fraile de la Buena
Muerte; Manuel Lorenzo Vidaurre, en 1805, abogado de la Audiencia de
Lima; y José Joaquín Larriva, en ¿1809-10?, eclesiástico.
La causa de Santiago de Urquizu, natural de Lima, de 28 años y juez
de balanza de la Casa de Moneda, se inició por una denuncia espontánea
que efectuó en abril de 1781; se acusó de leer libros prohibidos aún para los
que tenían licencia (él la tenía desde 1779). En la denuncia escrita que pre
sentó) relata el origen de sus inquietudes intelectuales y la influencia ejercida
por su padre (alude a la atracción que siempre le despertó la rica biblioteca
de éste); también hace referencias a una etapa mística que tuvo, de la cual
pasó a otra disipada y mundana que fue la que lo llevó a interesarse por las
obras prohibidas. Muchas de ellas las consiguió a través del corregidor de
Huailas Pedro Pablo Pamar (que en esa época se encontraba en viaje por
España); señala haber comprado varios tomos de Voltaire, el Sistema de la
n a tu ra le z a de Holbach (la edición en francés, publicada en Londres en
1770); el C b ristia n ism e devoilé y las Recherches sur/'origine dtt despotismo
o rie n ta l , de Boulanger; el D ic tio m ia ire p h ilo s o p h iq u e et critique, de Bayle,
etc. En una de las audiencias expresa que el libro que más le afectó fue el
tomo segundo del Sistema de la naturaleza (Urquizu y sus contemporáneos
ignoraban que el autor fuera el barón de Holbach, pues la edición no lo
señalaba) y que éste y otros se los prestaba al religioso dominico Mariano
Arbites, con quien se reunía a comentarlos; también confiesa que en esas
charlas llegaron a concluir “que la religión era una quimera llena de contra-
s" AI IN, Inquisición, legs. 3 730, exp. 3, y 2.219, exp. 7 y lib. 1.026 s/fol., año 1799- Medina, La
Inquisición cíe Lima..., op. cit .. pp. 649 a 657, da una información fragmentaria de esta causa
debido a que no tuvo acceso a la relación sumaria de la misma.
81 Al conde de Casa G uijón, natural de Quito y amigo y colaborador de Pablo de Olavide en
España, se le siguió una causa por proposiciones: al respecto verMarcelin Defoumeaux, "Un
ilustrado quiteño: don Manuel Guijón y León, primer conde de Casa Guijón (1717-1794)”, en
A n u a rio de Estudios Americanos, Sevilla, 1967, t. XXIV. También Millar, La Inquisición de
Lima..., op. cit. Pero, además de las diversas denuncias por este delito también se le acusó
ante el com isario de Popayán -por una persona que hacía el viaje de regreso con él desde
Cádiz- de llevar un baúl con libros prohibidos. El delator dice que guardaba las obras de
Voltaire y que leía a Raynal; en la revisión de su biblioteca, que por orden del Tribunal de
Lima efectuó el comisario de Ibarra (Quito), no aparecieron obras prohibidas, AHN, Inquisición,
legs. 1.649, exp. 16 , y 3.727, exp. 77.
82 Las otras causas, cuyas informaciones sumarias se conservan en el AUN, sección Inquisición,
fueron incoadas a las siguientes personas: Fr. Diego Cisneros, de la orden de San Jerónimo,
en 1786 (leg. 2.214, exp. 24); Agustín Landáburu, natural de Lima, en 1803 (leg. 3730, exp.
99); Juan Larriña, cirujano de la fragata Las dos amigas, en 1804 (leg. 3730, exp. 83); José
Payo, natural de Buenos Aires, por proposiciones y lectura de libros prohibidos, en 1804
( leg. 3 73 0, exp. 91); Vicente G il. en sus declaraciones, implicó a su tío el virrey Francisco Gil
de Lemos como lector de libros prohibidos; dijo que le había prestado La ciencia de la
legislación , de Filangieri; el Tribunal envió copia de esa denuncia a la Suprema, pues G il de
Lemos se encontraba en la corte.
hecho llegar al Tribunal Linas instrucciones respecto a este funcionario, contra
tado por la Corona, en las que señala que no se procediese contra él “sobre
puntos de religión”, siempre y cuando no perturbara la tranquilidad pública
y respetara los usos y costumbres de esas tierras; esto obedecía a que en el
contrato firmado con el gobierno se especificaba que se le respetarían sus
creencias religiosas luteranas. Sin embargo, el fiscal del Tribunal alegaba que
Nordenflicht había abjurado de su antigua religión al casarse en Buenos
Aires con la chilena María Josefa Cortés y que, por lo tanto, se hallaba sujeto
a las leyes comunes. En una declaración efectuada el I o de diciembre de
1800 reconoció haber prestado libros prohibidos a Juan Mackenna y a Ra
món de Rozas y menciona específicamente una obra de Rousseau que po
dría ser la N ou velle d e H éloise. El fiscal pidió que se enviara el expediente de
su causa al Consejo para que estuviera inform ado, pues temía que el barón
se quejase ante las autoridades de la metrópoli, com o efectivamente lo hizo;
en un escrito al Consejo de Indias se quejó del Tribunal diciendo que le
había quitado varios libros. N o sabemos cóm o culm inó la causa, aunque lo
más probable es que no se haya seguido hasta la definitiva83.
El caso dejóse Pérez es bastante especial; se autodenunció en 1801;
tenía en ese momento 30 años de edad, era hijo de un platero, se desempe
ñaba como comerciante y estaba soltero. Ya de por sí esos escuetos datos
resultan interesantes, puesto que en relación con las otras personas sindica
das aparece desvinculado desde el punto de vista social y profesional. Pero,
además, también son peculiares algunas de sus inquietudes intelectuales y
religiosas. Lamentablemente, no contamos con una relación de su causa; la
mayor paite de la información que poseemos proviene de testificaciones
efectuadas en procesos de otros reos de las que resultaba inculpado: así,
encontramos referencias a su persona en las causas de Manuel Lorenzo
Vidaurre, de Camilo Henríquez y de Ramón de Rozas. Pérez se nos muestra
en esas breves testificaciones como un hombre de espíritu inquieto, bastante
informado de los sucesos políticos de la metrópoli, lector de Millot, Hume,
Montesquieu y Delisle de Sales, muy crítico de la Inquisición e influido por
las posturas jansenistas, y si tenemos en cuenta lo que le escuchó decir un
testigo, habría colaborado con Camilo Henríquez en la elaboración del escri
to que defendía el Sínodo de Pistoya84.
Miguel Maticorena, ‘José Baquíjano y Carrillo, reformista peruano del siglo XV1U’\ en Estudios
Americanos, Sevilla, 1958, vol. 76-77, p. 55.
y las N o u v e lle s unes p olitic/ u es ct é co n o m ic/ n e s s u r la
fa m ille d ’I rla n d e ;
p op u la tion . En febrero de 1791 el Tribunal dio instrucciones al comisario
para que le tomara declaración sobre tales libros: el interrogatorio al que
debía ser sometido nos muestra que a la Inquisición le interesaba conocer,
en este tipo de casos, las motivaciones que impulsaban al lector a procurarse
las obras prohibidas, la influencia o el efecto que dichas lecturas habían
tenido en él, los nombres de otros lectores y la red de circulación clandesti
na86, En la relación de la causa no figuran las respuestas al meticuloso cues
tionario al que se le sometió, ni tampoco se indican más referencias sobre
otras actuaciones judiciales; en todo caso, parece que el proceso no pasó de
la información sumaria. Por esa época, el Tribunal, al saber que Baquíjano
estaba próximo a salir para la península, remitió el testimonio de los autos a
la Suprema, acompañados de una carta en que exponían la opinión que éste
les merecía; concretamente dicen de él “que es de una de las familias habi
das en esta ciudad por de la primera distinción, su talento nada de vulgar y
aplicado a las ciencias; su espíritu osado, indolente y propenso a la novedad
en materias literarias y su conducta notoriamente relajada, por lo que somos
de parecer que no se le debe perder de vista' 8 .
Ahora bien, a través del resumen que se conserva de la información
sumaria podemos llegar a vislumbrar algunas de las inquietudes de Baquíjano
en un determinado período de su vida. Las obras prohibidas en su biblioteca,
aunque no nos dicen mucho (varios libros, antes, los había tenido que entre
gar a las autoridades civiles), por lo menos dejan traslucir su interés por las
novelas galantes y por los escritos religiosos de una cierta orientación; esto
último se confirma con lo que se expone en las denuncias; resulta muy marca
da su inclinación por los libros y autores calificados de jansenistas (Boileau,
AHN, Inquisición, leg. 3.730, exp. 105. El com isario debía interrogar a Baquíjano sobre los
siguientes puntos: “sobre si los libros que éste recogió sabía que estaban prohibidos por
edictos del Santo Oficio, con qué título o motivo los tuvo y si los com pró, dónde, de quién,
para qué fin e intento y cuánto tiempo ha que los tenía y si los había leído o aprendido algo
de ellos, asimismo para que declarase qué juicio había hecho de su doctrina en general y en
particular; si había tratado y comunicado con algunas personas sobre la doctrina ríe dichos
libros, quiénes eran éstas y el juicio que hicieron sobre ella, y últim am ente, declarase si
además de dichos libros tenía otros prohibidos y si los había prestado a algunos sujetos, en
cuyo caso declare quiénes, como también los que supiese que tienen y leen libros prohibidos
sin la licencia necesaria".
AHN, Inquisición, leg. 2.216, exp. 4. L i relación de la información sumaria en Al IN, Inquisición,
leg. 3 730, exp. 5.
Hacine, Nicole) y galicanos; es posible cjne esa inclinación se deba en parte a
que su primera estadía en la península se produjo en un momento en que el
jansenismo y el regalismo gozaban de gran peso en los círculos gobernantes88.
Dentro de ese contexto, es muy posible que haya sido influido más o menos
directamente por Jovellanos y sus amigos; a aquél lo conoció en la tertulia
sevillana de Olavide entre los años 1773 y 1774899 . Las denuncias contra el
0
futuro consejero también vienen a comprobar que, a pesar de la reprimenda
de las autoridades civiles, no se desprendió de todas las obras político-filosó
ficas prohibidas y que siguió demostrando un interés por el enciclopedismo,
que igualmente puede haberse despertado en su viaje a España.
En relación con la figura de Baquíjano hay un hecho de gran impor
tancia que es necesario destacar: las medidas represivas en materia de libros
prohibidos que toma el virrey Croix, y que llevan al Tribunal a redoblar los
controles, tuvieron su origen en el Elogio al VirreyJáuregui. Tanto la comu
nicación de Croix a la Inquisición, exhortándola a que recogiese determina
das obras, como el decreto sobre la misma materia que publica en julio de
1786, obedecen al cumplimiento de una real orden de 10 de agosto de
1785,)(l; en ella el Monarca le comunica su extrañeza al virrey por el hecho de
que circularan en Lima las obras prohibidas que cita Baquíjano en el Elogio
y le ordena que se le quiten tales libros y que tome las providencias más
eficaces para impedir la introducción de ese tipo de escritos91. La lista de
libros prohibidos que el virrey le hace llegar al Tribunal para que ordene
recogerlos corresponden a todos los que cita Baquíjano92 y aquellos que son
Aunque según lo expuesto son más bien escaso s los procesos que se
siguen hasta la definitiva, la docum entación inquisitorial deja entrever que el
círculo limeño de lectores de obras prohibidas no era tod o lo reducido que
ese hecho podría indicar; a los condenados habría que sum ar esos lectores
cuyas causas no llegaron a concluirse y también aquellos otros que poseían
licencia para leer libros prohibidos; una revisión prolija de los papeles de la
Suprema podría hacer subir en un porcentaje im portante los datos que po
seemos sobre estos últimos. Ricardo Palma, en sus A n a le s ele Ict In q u is ic ió n
ele Lima, cita parcialmente un ‘ Indice de registros que contiene los denun
ciados desde el año 1780”, que perteneció a dicho Tribunal; en él figuran
más de 70 personas acusadas de leer libros prohibidos9 *.
Por otra parte, también da la impresión de que a pesar de los contro
les para evitar la circulación de obras prohibidas, las personas interesadas en
leerlas podían hacerlo sin grandes dificultades. Ks evidente que ciertos secto
res de la sociedad, con licencia o sin ella, pudieron procurarse no sólo las
obras europeas y españolas de mayor circulación en el siglo XVIII, sino
también las más representativas clei movimiento ilustrado. Com o se despren
de de los procesos, y en general de las pesquisas efectuadas por el Tribunal,
en Lima circulaban las obras de los autores que tenían más renombre en el
siglo XVIII; además de los citados en páginas anteriores, podem os mencio
nar entre otros a Condillac {C o ta s cTétildes p o u r T in s t r u c tio n clu P r ín c e ele
Parm e ), Van Espen ( D issertatio c a n ó n ic a ) , Beccaria { T r a ta d o ele los delitos y
cicléis penas), Gregorie {C a rta a b ie rta a l I n q u is id o r G e n e r a l R a m ó n d e A rce ),
Puffendorf (In tr o d u c tio n á T b is to ire des p r i n c i p a l i x éta ts tels q t i'ils sont
a u jo u r’b u i en E uropa) y Mably {D es d ro its et des d e v o irs clu c ito y e n 79\ Llama
Los Ideólogos, pp. 261 a 263 y 274. Tam bién M edina, La Im prenta..., op. cit., t. III, p. 110.
l|* Ricardo Palma, “Anales de la Inquisición de Lim a”, en Tradiciones peruanas, Rspasa-Calpe,
Madrid, 1954, t. V I, pp. 315 a 325.
Los seis tomos prohibidos de Condillac le fueron retirados al o idor M anuel Pardo en 1803
Ueg. 2.218, exp. 36). Según una denuncia también los poseía el coronel José Manuel González,
Quien además tenía el Tratado de los delitos y las penas, de B eccaria; L'flenriade. de Voltaire;
la atención que en Lima, aparte del enciclopedismo, haya tenido una divul
gación tan importante el jansenismo o por lo menos aquella corriente que
mantenía algunos planteamientos de corte jansenista; la difusión de las ideas
y obras de este tipo esta íntimamente vinculada a los vaivenes religioso-
políticos que se dan en la península durante el reinado de Carlos III96. Es
muy probable que los funcionarios legalistas del gobierno hayan fomentado
la circulación de estas obras en América, sobre todo después de la expulsión
de los jesuítas, para difundir sus ideas y justificar la política contraria al
ultramontanismo.
Aunque es aventurado sacar conclusiones generales de los escasos
procesos que poseemos, pareciera desprenderse de ellos que el Santo Oficio
no tuvo una actitud muy rigurosa para con los lectores de obras prohibi
das97. Ninguno de los reos de los que tenemos referencia fue condenado a
prisión; en el caso de Lorenzo Vidaurre, en que dicha pena le fue impuesta
por la Suprema, el Tribunal de Lima se la conmutó por penitencias espiritua
les; fray Camilo Henríquez, al parecer, fue sentenciado a prisión (o por lo
menos estuvo en las cárceles inquisitoriales), pero es muy probable que no
haya sido procesado sólo por leer libros prohibidos, sino también por pro-
Elparaíso perdido, de Millón, y El Emilio . de Rousseau (leg. 2.219, exp. 7). El oidor Fernando
Cuadrado poseía en 1800 La ciencia de la legislación, de Filangieri, y La Historia Eclesiástica,
de Hacine (leg. 2.218. exp. 34); José Sicilia, en su denuncia contra Ramón de Rozas y otros,
dice haber leído la carta del obispo Gregorie (leg. 2.219, exp. 7): AFIN, Inquisición. Medina,
Historia... del 7riba nal de Chile..., op. cit., p. 630. señala que el gobernador de Chile García
Carrasco fue denunciado en 1810 por guardar la obra de Puffendorf Introducción a la
historia. A la muerte del obispo de Buenos Aires Manuel de Azamor y Ramírez se encontraron
en su biblioteca un buen número de obras prohibidas, y entre ellas varias de Van Espen,
AFIN, Inquisición, leg. 2.217, exp. 25.
O tro impórtame testimonio de la circulación de obras pertenecientes a los autores que
gozaban de mayor fama en el siglo X V III, lo encontramos en el inventario de los libros que
poseía el Tribunal limeño en 1813, al momento de ejecutarse la orden de extinción dictada
por las Cortes de Cádiz; la mayoría de los libros que allí figuran (son cerca de 300 títulos)
provienen de secuestros efectuados por el Santo Oficio. Véase Torre Revello “Libros
procedentes...”, op. cit.
96 Es posible que incluso con anterioridad a dicho período haya existido en América una cierta
difusión de esa clase de obras; en un folleto de fines de la década de 1740, impreso en
España e inspirado por las autoridades de la Inquisición, que a esas alturas estaba en buena
medida bajo la influencia de los jesuítas, se señala, como un argumento más para justificar la
prohibición de numerosas obras de tinte jansenista, que en las Indias "los libros de los
sectarios (seguidores de Jansenio) tienen mucho éxito". Defourneaux, op. cit., p. 47.
Lucienne Domergue, “Los lectores...” op. cit., pp. 609 y 610, llega a conclusiones más o
m enos sim ilares con respecto a la acción de los tribunales metropolitanos.
posiciones98. Por otra parte, es evidente que durante gran parte del período
estudiado, el control ejercido por el Santo Oficio sobre el libro prohibido fue
muy deficiente; basta recordar el procedimiento seguido en el registro de
navios; sólo desde mediados de la década de 1780 se agiliza el aparato
represivo.
Por último, también habría que destacar la peculiaridad que se da en
el Tribunal limeño en materia de censura de libros; es evidente que el proce
dimiento de prohibir libros de m o tu p r o f ir ió se aleja en forma notoria de la
práctica seguida en la Península. Este m odo de proceder, unido a otros he
chos más o menos equivalentes que se presentan en diversos campos de la
acción inquisitorial, contribuye a darle una especial singularidad al Tribunal
limeño y, en cierto sentido, a la Inquisición indiana".
Í>H Según una declaración contenida en la causa de Ramón de Rozas, la prisión de Camilo
Heruíquezse debió a “una defensa que hizo del Concilio de Pistoya". Véase Medina, Historia...
del Tribunal de Chile..., op. cit., p. 653.
Con respecto a las particularidades que presentan los tribunales indianos, ver a Bartolomé
Escandell Bonet, “Sobre la peculiarización americana de la Inq uisición española en Indias",
en Arcbivum, Oviedo, 1972, t. X X II. Tam bién cap. 1 y 2 de esta obra.
A pé ndi ce
Argote y Gorostiza.
Dr. Ramón Cura del obispado de Lima 1777
•Cuadros y Loayza,
Dr. Manuel de Abogado capitán de milicias en Arequipa 1815
Dicido y Zamudio,
Dr. Francisco Javier Cura de Nuestra Señora
de la Piedad de Buenos Aires 1782
Diez de Medina,
Dr. Francisco ladeo Oidor de la Audiencia de Chile 1779
Franco, Dionisio E x secretario del v irre y d el P e rú
García de Arázuri,
Dr. Miguel Canónigo de la cated ral d e A re q u ip a 1781
García de la Plata,
Ledo. Manuel O id o r de la A u d ie n cia de C h a rc a s 1778
González Pérez,
Ledo. Alonso O id o r de la A u d ie n cia de C h a rc a s 1778
‘ Guinea y Serralde,
Dr. Gregorio Canónigo de la cated ral de T m jillo .
C alificad o r del Santo O fic io 1815
Jiménez y Villalba,
Ledo. Simón Canónigo de la cated ral del C u z c o 1778
Luma y Pizarra,
Ledo. Francisco Javier Canónigo de la cated ral de Lim a 1816?
•Otermin y M oreno,
Dr. M iguel de Oidor del Cuzco y catedrático
de San Marcos 1815
R od rígu ez Q uiroga,
Dr. M anuel Abogado 1803
Nota: Las personas que figuran frente a un asterisco (• ) recibieron sus licencias en
España.
Fuente: AH N , Inquisición, legs. 1654 (exp. 1), 1655 (exps. 1 y 2). 2202 (e x p . 1), 2204
(ex p . 5), 2211 (exp . 3), 2213 Cexps. 30 al 56), 2216 (ex p . 5). 2217 (exp s. 2- 9- 17) y 2218
(exps. 2-30-34-35 y 36).
I ndi ce O nomás ti co
A barca, A ntonia de: 67np\ 234np A lmeyda, María de: 238, 255np
A barca, Francisco: 125 A lvarado, Mateo: 344np, 361 np
A ckvedo, Jerónimo: l6 l, 164, 167 A lvarez, M anuel: l6 l, 164, 167
A ckvedo, Juan de: 150, 151np A lonso, María Paz: 85np, 87np, 88np
A costa, Jacinto de: 151np A mat y Junient, Manuel: 122, 374,
A costa y M ontero, José V entora de: 379np
56np A mil y Feijoo, Fray V icente: 401
A cuña , A ntonio de:141, 147, 148, A musquíbar, M ateo de: 63np, 74np,
150, 155, 161, 164, 167 94, 175
A dnhs, P ikrre: 307np, 309np A ndrade, H enrique de: 148np
A guilera B archelkt, B runo: 4 l, 43np A ndrade, M encía de: l48np
A churre, B árbula de : 235, 239np, A ndrea, M iguel: 297np
255np A ngulo, Francisco de: 346
A guirre, Fray P edro de: 323 A ngulo Cabrera, Juan: 326np
A gustín , Sa n : 227 A ntunes, Francisco: l48np
A illón, N icolás de: 373 A polonia, Juana: 67, 256np
A lba y A liste, C onde de: 197. 211 A quino, Santo Tomás de: 221,228, 248
A lbekro, Solange: 246np, 289np A ranz y B orja, N icolás de: 47np
A lbert, M.: 40 A raujo y Feijoo, Ramón de: 386
A lbornoz , C. de: 242np A rbites, Mariano: 389
A lcalá, A ngel: 376np A renas, D iego de: 358
A lejandro IV: 227 A renaza, P edro de: 58np, 126
A lejandro VI: 65np A rgeno, Marqués de: 375
A lejandro VII: 178 A rcóte y G orostiza, Ramón: 401
A liaga , M aría M agdalena de: 249np, A rguello, Fray A ndrés de: 357np
250np A rias Rodríguez, Francisca: 237np,
239np
A rias de U garte, Fernando: 353np
* En nota al pie de página.
A rismendi, D omingo de: 293, 296
A rlegui, F ray Jerónimo : 401 106np, 1 0 7 n p , 10 8 n p , 109 np,
A rmas M e d in a , F ernando d e : 2ó3, llO n p , l l l n p , 1 1 2 n p , 1 13 n p ,
359np 130, 1 3 1 , 1 3 8 n p , 1 4 1 n p ,
A rmento y Simón P érez, A lonso de : 15 7n p
6 7np B las de H errera, F ray G onzalo: 5 ln p ,
A rpide y U lloa, A ntonio de : 192 92
A rreze, F rancisco José de : 401 Bóhm, G unter: 13 5 n p , 1 3 7 n p
A rriz, José de : 401 B o il e a u , Ja c q u e s : 395, 396
A spele de Y anzi F erreira, M arcela: B o n if a z , Q u in t a n o : 381
3 ó ln p B orges , A n a l o l a : 260np
A tanasio , Sa n : 390 B orja , J u a n H u m b e r t o : 260np
A ulestía, José T oribio Román de : 82 B o u l a n g e r , N ico lás : 389
A ulestía, M iguel Román de : 324np B u e n d ía , J o sé : 6 4 n p , 6 7
A vila M artel, A lamiro de : 3 71n p B u ja n d a , J.M .: 20np
A yala, José M anuel de : 208np, 212np B u r c io , H u m b e r t o : 1 1 5 n p
A zamor y Ramírez, M anuel de : 399np B ustos , F rancisca d e : 236np
A zaña , F rancisco: 253np B u su ñ e t , J u a n B a u t is t a : 56
A zaran, José N icolás de : 379np C a b a , A lo nso de la : 279
B áncora C añero , C armen: 153np C abrales , J u a n a d e : 239np
B aquíjano y C arrillo, José : 381np, C abrera , F rancisco T e n o r io de: 117
386, 393, 394-396, 397np, 398 C alatayud , P edro de: 355np
B arahona Y ncinillas, A ndrés: 149 C aldera , J u a n a : 259np
B arba , Rodrigo : 329np C a lv o , Jo sé : 2 5 1n p , 253np
B arreda, L uis de la : 295, 300np C a m a c h o , M a g d a l e n a : 23 4np
B arroeta, A n t o n io : 176 , 1 7 7 , 178 , C anelas , F élix : 254np
18 7, 213 , 216, 2 1 7 , 352 C antillan a , A l o n s o : 256np
B astante, P edro : 284 C añete , M arqués d e : 206
B ataillon, M arcel: 12, 12n p , 18np C ardaillac , Lo u is : 18 n p
B ayle, P ierre: 389 C árdenas , B er nar d ino d e : 380
B eatriz, negra B eatriz: 2 7 7 , 282 C árdenas , G utiérrez d e : 3 44np
B eccaria, C esare B onesana M arqués C a r d in i , F r a n c is c o : 2 2 4 n p , 2 2 9 n p ,
del: 398 252np
B einardt , H .: 43np C arli, C o n d e : 3 7 5 n p
B ello , F r a n : 2 77 C arlos II: 212
B enavides , F rancisca : 238 C arlos III: 1 7 9 , 203, 2 1 3 n p , 2 1 7 ,
B enedicto X I V : 1 7 7 , 216, 313, 338 380np
B ennassar , B arto lo m é : 2 7, 5 7, 58np, C arlos V : 66np, 132
6 2 n p , 6 6 np, 204np, 2 73 , C a r o , M iguel J e r ó n im o : 3 2 6 n p , 3 27
2 75 n p , 2 9 1n p , 345np C aro B aroja , Ju l io : 13 8 n p , 14 0 n p ,
B erm údez , J u a n : 401 15 4 n p , 2 2 4 n p , 2 2 7 n p , 244,
B e r t o n io , L u d o v ic o : 356np 254, 257
B etancurt y F igijeroa , L uis d e : 131 C ar r a nza , A n g e l a : 373
B e th e nc o ur t , F rancisco : 24np C arrasco , Rafael : 17
B irckel, M aurice : 10 1, 104, 105np, C arrillo , A lf o n so : 265
G a r r ían , M aría : 239np, 25ónp C lemente Vil: 66np
C a r ia , G ah in o : 356np C lemente VIII: 228np, 232, 311
C arvajal, D o m in g o d e : 190 C obeñas , Juan de : 328, 329np, 3 3 2 ,
C asa C o n c h a , M arqués de : 199, 200np 349, 353np, 359np
C a st a ñ e d a D e l g a d o , P a u l in o : 1 1 , C ondamine , P edro de la F lor: 216
24np, 1 0 6 n p , 139np, 174np, CONDILLAC, ÉTIENNE BONNOT DE: 398
180np, 18 1n p , 190np, 198np, C o n g o , P edro: 277np
202np, 232np, 267np, 275np, C ontreras, Esteban Jaime: 17, 20np,
278 n p , 293, 376np, 377np 32np, 40, 69np, 91, 1 0 1 , 1 3 7 ,
C astañhga , F ray M artín de : 254, 257 206np, 230np, 231 np, 273,
C astklfuertk, M arqués de : 182, 184 335, 336, 337, 338
C astillo , José del: 374 C ordero , A n t o n io : 141, 143, 148,
C astillo F ernández , V icente: 88np 150, 161, 164, 167
C astro , C ecilia de : 238, 249np, 256np C órdova , M aría de : 251 np
C astro , M anuela d e : 70np C ornejo, M aría de Jesús: 66np
C astro B arrfto , M aría A na de : 163, C o ro nado , A lonso : 326
237, 251n p , 259np C o ronado , P edro: 3ólnp
C astro , M aría F rancisca A na ( A n a , C orral, A ndrés: 326np, 328, 362np
M ariana , M aría A na ) de : 57, C ortés, M aría Josefa: 394
62, 63np, 74 n p C orva lán M eléndez, Jorge: 88np
C astro y del C astillo, A ntonio de : 131 C orzo , P ablo : 293
C astro P a l a o , F e r na nd o : 392 C osta, M arco A ntonio : 281
C kbrián , S a n : 239, 240, 246 C roix, T eodoro de : 381, 385, 397
C hrezuela , S erván d e : 105np, 174, C ross, H arry E .: 132np, 133np, 142
190, 345np C ruz , B artolomé de la: 329np
C ernadas B ermúdez , P edro : 401 C ruz, M ateo de la: 150, 151, l6 l, 164,
C ervantes , B ernarda : 239np 167
C evallos , José A n t o n io : 395 C ruz B arros, N icolás: 35
C h a c ó n , D iego d e : 338np C ruz y C oca , José de la: 61 np, 253np
C h a n c o , F rancisca : 255np C uadrado , Fernando: 388, 399np, 401
C h a u n h , P ierre: 18, 18np C uadros , N icolasa de : 243np
C haves , F ray D iego d e : 323np, 326np, C uadros y Loayza , M anuel de : 401
333np C uaresma, T omé: 151np, 161, 164, 167
C haves , Jijan de : 253np C ueva, A lonso de la: 374np
C h ia p p o n a , M argarita : 247 C ueva, Juan de la: 145-146, 153, 159
C h in c h ó n , C o n d e de : 113 n p , 114, 153, D ’A lambert, Juan L erond : 395
154, 158, 185, 210np D ávila , D iego : 344np
C ipr ia n o , S a n : 375np D ’A zecedo , Lucio : 134np
C irac: E s t o p a ñ á n , S ebastián : 244np, D e Ra m ó n , A rmando : 115np
246np D edieu , Jean F ierre: 20np, 29, 40,
C isneros , F rancisco Jiménez d e : 265 57np, 58np, 66np, 81np, 101,
C isneros , B artolom é : 70np 139np, I40np, 229np, 231np,
C isn e r o s , F ray D iego Jerónim o de: 256np, 258, 264, 2ó5np,
382np, 386, 393np 273np, 275, 291, 292np, 294,
339, 340np, 341
D efourneaux, Marcelin: , 370np,
3 6 9 22np,
Escanden B onet , B artolomé:
372np, 374np, 388np, 389np, •ti, 206np, 212np, 252np,
393np, 399np 272np, 4()0np
D elgada, María: 86np Escobar, [<jannis: 331
D elgado, Fray Rafael: 401 Escobeix ). Franí isca de : 244
D elumeau, Jean : 240np, 245np. Escudero. Fray José A ntonio : Hlnp
247np, 308, 354 Espina, A lonso de : 348np. 353np
D elzo, Fray A gustín: 401 Espinar, H ernando de: 3^4np, 357
D enebares, Luis: 192 Espinosa, A ntonio de : 148, 151np,
D eusta Pimentel, Carlos: 123np 152np
D eza, D iego de: 65np, 274 Espinosa. Jorge de: 151np, 152np
1*t8.
DL\z, Francisco: 146 Espinosa. M anuel de : I h7, 148-149,
D íaz, Fray A lonso: 360 152np, 161,164, 167
D íaz, Pascual: l6 l, 164, 167 Espinosa el Largo , Fernando de: 147,
D íaz, Fray Sebastián: 388, 401 148, 152np, 161, 164, 167
D íaz V izarro, Fray A lonso: 326np Espinosa Estévez, Fernando : 152np,
D ícido y Z amudio, Francisco Javier: 161, 164, 167
401 Espjnoza, 1) ie(»o de : 89
D iez de Medina, Francisco T adeo.*401 Espino/.a , Isabel de : 255np, 256np
D íonís Coronel, A maro: 151, 161, Esquilache, P ríncipe de : 110, 372
164, 167 Estrada, D omingo de : 253np
369np, 399np
D omergue, Lucienne: E uropeo, Lucio C ornelio ( seudónimo
D omínguez O rttz, A ntonio : 130, de M ei.ciiiok Inciioeer): 380
132np, 133np, 134np, 139np, Eymericm (E ymekicus), N icolau: 40, 45,
209np, 351 50np, 53np, 54np, 55, 60np,
D onoso, Ricardo: 379np, 391 np 64np, 228, 248, 274, 290
D ougnac, A ntonio: 226 Faldrin, Jkan-L ouis : 339, 362
D uarte, Sebastián: I4lnp, 145-147, Fareán, Francisco: 291 np
151, 152, 162, 165, 168 Feliciano, José: 253np
D unoyert, Madame: 395 Felipe II: 102, 110, 132, 196, 20ó
D upont -B ouchat , M arie S ylvie : Felipe III: 175, 182, 196, 209
247np, 252np Felipe IV: 111, I40np, 154, 200, 209,
D uran, José M iguel: 395 212, 371 np
D uviols, Fierre: 242np, 243np, 263 Felipe V: 184, 198
Echavarría, Juan de: 328 Fernández, A ntonio : 295
Echeverez, Pedro A ntonio de: 379 Fernández, Francisco: 151np
Echeverría, Juana Prudencia: 238np, Fernández, Jerónimo : 161, 164, 167
249np Fernández, P edro: 211
Echeverría, G abriela: 35 Fernández, Simón : I48np, I50np
Egido, T eópanes: 179np, 381 np Fernández B artista, Juan : 281
Elena, Santa: 239, 24lnp, 246, 247 Fernández C oiitino , G aspar: l6 l, 165,
Encinas, D iego de: 102np, 103np, 167
136np, 193np, 226np Fernández de P ablo , Juan : 279
Enríquez, Mateo: 150, l6 l, 164, 167 Fernández P into , M anuel: 154
Fernández V ega, A ntonio : 161, 165, G arcía G allo, A lfonso: 79np
167 G arcía V illoslada, Ricardo: 179np,
Fernando VI: 178, 217 209np,381np
Ferreira, Juan de: 56np G avarri, Fray Joseph: 355np
Figukroa, Fray Francisco 192
de: G ijón y León, Conde M iguel: 386, 393
Fio teroa , Sebastiana de: 259np G il de Lemos, Francisco: 392, 393np
F ieangieui, C ayetano : 388np, 391, G il de Taboada, V icente: 386, 392,
399np 393
F isi ier, Jo h n : 123np G inzburg, Carlo: 27, 221
F i.eury, C eaijde de: 395 G irault, Louis: 242np, 243np, 245
F lores, D iego : 66np G ómez, A ntonio: 282
F lores, Jacinta: 69 G ómez, Francisca: 294
Flores, M aría: 56. 250np G ómez, León: 119
Fonseca Enrique/, M anuel: 146 G ómez, V icente: 349
Foucault , M iguel: 76, 84np, 354 G ómez de Acosta, Antonio: l49np,
Franco , D ionisio: 388np, 402 150, 162, 165, 167
Freitas, Serafín de: 329 G ómez de Acosta, Baltasar: 150, 162,
F rías, D iego de : 64np 165, 168
Frías M iranda , D iego de: 294, 295 G ómez de Castilla, V icente: 338np
Frías, G aspar: 344np G ómez de Ojeda, Rodrigo: 327np
Fuentes, M anuel A.: 135 G ómez Palomo, G aspar: 282
Fuentes, M anuel A tanasio: 374np G onzález, Cristóbal: 253np
F uentes, M iguel: 333 G onzález, José Manuel: 151np, 392,
F uenzalida , Fray Jacinto : 402 398np
Funes, G regorio: 388, 402 G onzález de H errera, B las: 70
Furlong , G uillermo: 368 G onzález del Valle, José M.: 307np
G a g o , T omás: 67np G onzález Echenique, Javier: 12np
G aitán , A ndrés: 131 G onzález Pérez, A lonso: 402
G allardo, M argarita: 256np G orbea y Vadillo, José de: 402
G allardo , Rosa : 238np G oya, Francisco de: 144, 236, 287,
G álvez, Francisco: 332 298
C alvez, José de : 381 np G oyri, Juan: 280. 283, 284
G am boa , Fray D omingo 402
de: G raciano (P apa): 307
G arcía, P ablo: 47, 60np, 6lnp, 63np, G ranada, Fray Luis de: 295, 352, 354,
73np, 271np, 316 390
G arcía C árcel, Ricardo: 17, 40, 101, G re, T omás: 282
124np, 172, 231np G regorie, H fnri-B aptiste: 398, 399np
G arcía C arrasco, Francisco A ntonio : G regorio IX: 227
399np G regorio X V : 175, 312, 322, 330,
G arcía de 388, 402
A rázuri, M iguel: 340, 366
G arcía de la P lata, M anuel: 402 G riego, Jorge: 295, 297np
G arcía de P ro odian , L ucía : 83np, G uadalcázar, Marqués de: 209np
138np, l45np, I49np, 150np, G uerrero, Pedro: 310
151np G uevara, Petronila: 234np
G uibovich P érez, P edro: 387np H ljrtado de ia Palma, Lucas: 148, 152np
G uillen C haparro, Francisco: 326np H ltchinson, T homas ].: 187
G uinea y Serralde, G regorio: 402 Ibarra, A lvaro de: 326, 327, 330
G uthrie, G uillermo: 375np Ibarra, Esteban: 117, 131, 153, 155,
G utiérrez de U lloa, A ntonio: 191, 205 156, 164
G utiérrez, José Ignacio: 349np ílarduy, M anuel di:: J95
G utiérrez, Juliana: 249np Inchoeek, M elchiok ( seudónimo de
G utiérrez, Pedro: 56 E u r o p e o , L ucio C ornelio :
G utiérrez C o ca , F rancisco: 149, 380np
152np Jansenio: 379, 399np
G utiérrez de U lloa, A ntonio: 135np, Jesús, M iguel de: 253np
190, 191, 345np Jiménez M onteserín, M iguel: 40, 44np,
G utucio, M artín de: 295 47np, 60np, 6 ln p , 62np,
H áenke, T adeo: 350np 63np, 73np, 74np, 271np,
H aliczer, Stephen: 17, 359np 272np
H amilton, EarlJ.: 115np Jiménez Rueda, Julio: 246np
FIampe M artínez, T eodoro: 12np, 35, Jiménez y V illai.ba, Simón: 402
80np Jovellanos, G aspar M elchor de: 397
H anke, Lewis: 132np, 136np Juan, San : 246
Haring, C iarence H.: 136np Juan X X II: 227, 228
H elvetius, C laude-A drien: 388 Julio III: 66np
H enningsen, G ustavo: 17, 20np, 91 Jullihn, Luis: 295
H enríquez, Fray C amilo: 386, 389, Junco, Sabina: 249np
390, 392, 394, 398, 400np Justiniano, A ntonio: 146
H enríquez, Manuel: 150np Justiniano, G abriela: 349np
H enríquez, Pero Luis: 253np Justiniano, G inebra: 359np
H enríquez G ómez, A ntonio: 376np Kamen, H enry: 66np, 71np, 124np,
H ernández, A ntón: 293 146np, 154, 158,
H ernández, D amián: 296 Kieckhefer, Richard: 221np
H ernández, D iego: 296 Konetzke, Richard: 133np
H ernández, Francisco: 293 Kramer, H einrich: 223
H ernández A paricio, P ilar: 24np, La M ettrie, Julien O eeroy de: 388
106np, 139np, 174np, 180np, Ladourie, Le Ro y : 27
181np, 190np, 198np, 202np, Laeuente Machaín, Ricardo de: 132np,
232np, 275np, 278np, 293np, 133np, 135, 136np
376np, 377np Landáburu, A gustín: 386, 393np
H ernández de V illarroel, A ntonio: 332 Lapeire, Felipe Manuel: 43np
H err, Richard: 380np, 397np Larraín, José: 115np
H errera, Juan: 277 Larrina, Juan: 385np, 386, 393np
H olbach, Paul H enri: 389 Larriva, José Joaquín de: 386, 389, 390
H uerga, A lvaro: 18np Laktaún, Sebastián de: 174
H ume, D avid: 394 Lavallée, Joseph: 95
H urtado, José: 334 Lavrin, A sunción: 356np, 359
H urtado, T omás: 330 Le Roy Ladurie, Emmanuel: 221
Lea , H hnry C harles: 21, 39, 71np, Luna , M encía de: 56, 162, 165, 168
81np, 101, 103np, llOnp, Luna , Mayor de: 145np
112np, 120np, 124np, 129, Lutero, Martín: 309
171np, 172, 173np, 180, M ably, G abriel B onnot de: 388np.
182np, 183np, 185np, 193np, 398
194np, 209np, 228np, 229np, M ac Farlane, A lan: 221np
248np, 275np, 290, 372np, Macera, Pablo: 258np
374 Mackenna, Juan: 392, 394
L emos, C onde de: 211, 212 Maldonado, Francisca: 240np, 255np
León , B artolomé de: 151, 162, 165, M aldonado de Silva, Francisco :
168 151np, 162, 165, 168
León , D uarh - 146
de : M androu, Robert: 221
León , P edro de : 56 M angenot, E.: 274np
Leonard , Irving: 368 M aquiavello, N icolás: 381, 397np
L ewin , B olkslao: I45np M archena, José (A bate): 65np
L íebman, Seymour B.: 139np Marcotegui, A lonso de: 182-183, 213
L igorio , San A lfonso M aría de: 354 M arimón, Juan de: 395
Lima, Juan de : 162, 165, 168 M armontel, Jean-Francois: 381, 388,
Lima, L uis de : 151, 162, 1Ó5, 168 395, 397np
Lima, T omás de: 151np M árquez, A ntonio: 369
Linguet , Simón : 381, 397np Márquez M ontecinos, Francisco: 162,
Llanos G onzález, T eresa: 259np 165, 168
Llókens, V icente: 369np Marta, Santa: 239, 240, 241, 246, 247
Llórente, Juan A í\to n io : 43, 44, 46np, M artín, D iego: 286
58np, 61, 66np, 172 Martín B ravo, P edro: 117
Lobatón , Juan : 181 M artínez, Fray Baltazar: 349np, 353
Lo b a ió n , M artin: 181, 182np, 183np, Martínez B ujanda, Jesús: 369np
184, 213 M artínez M illán, José: 17, 20np, 101,
Lobo G uerrero, B artolomé: 267np, 108np, 112np, 124np, 369np,
353np 370np
Loiimann V illena, G uillermo: 390np M ata Linares, B enito: 201np, 202np,
López , A lonso : 181 203np
López , D iego : 150 M aticorena, M iguel: 381 np, 397np
López , Francisco de: 146, 253np M atos, Manuel Luis: 150, 162, 165,
López , Lorenzo : 357np, 362np 168
López de Fonseca, D iego : 141, 147- Me C aa, Roberto: 260np
148, 151, 155, 161, 164, 1Ó7 M edina, Fray Juan de: 325
López de G árate, P edro: 194 M edina, M artín de: 296
López G rillo, B artalomé: 379np M edina, José T oribio: 29-30, 56np,
López M atos, Juan : 162, 165, 168 62np, 83np, 91, 115np,
López V ela, Roberto: 46np, 212np 121np, 125np, 129, 134np,
Lorenzo , E nrique: 162, 165, 168 135np, 136, 137, 138np,
Loyola , Juan de : 60 139np,I4lnp, I45np, I46np,
L uma y P izarro, Francisco Javier: 402 I48np,I49np,150np, 151np,
152np, 153np, 155np, 172, M onter . W ilijam : 2()np, 231 np
173np, 174np, 190np, 191np, M onttúsqi 11:1•, C arlos Luis d e Secondat:
192np, 193np, 194np, 205np. 3 8 1 . 382. 391, 392, 394
20ónp, 231 np, 232np, 244np, M oka , José : 3*8np
248np, 292np, 322np, 325, M orales, A na de : 359np
326np, 328np, 333np, 344np, M orales ( rkceptc)R): 120np
351np, 367, 371np, 373np, M orante , M artín : 326np, 351
379np, 390, 393np, 397np. M oreno , José Ig n a c io : 388, 402
398np, 400np M oreno y M o ran , M iguel: 402
M ellafe, Rolando : 146 M o r ó n , I sabel A n t o n i a : 145np,
M éndez, Francisco: 151np 150np. 163, 166, 169
M éndez, M anuel: 151np M o ye n , Francisco : Í3np, 56np
M endieta, D iego de: 293np M uciiembled , Robert : 247np, 252np
M endoza, A lonso de: 333np M ujica, M artin José de : 388np, 402
Mérida, N icolás de: 402 M u ñ o z , P edro : 3n9np
M esa, Francisco de: 333np M urga , P edro de : 195
M exía, D iego: 149 M urillo, B ernabé: 93, 253np
M exía, Rodrigo: 253np M urray, M argarkt: 221
M exía de O vando, P edro: 138, 372 M iirua , Fray M artin de : 242np
M ichelet, Jules: 221 N atal, A lejandro: 379
M igolla, G abriel de: 349np N avarrktk, José A n t o n io : 403
Millar Carvacho, Rene: 11-12, 17. 22, N avarro, A lonso : 277, 282
29, 32np, 56np, 71np, 80np, N avarro, A n t o n io : 57
1 1 2 np, 119np, 120np, 122np, N avarro, F ray T homás : 355np
123np, 124np, 125np, 157np, N icolás, Sa n : 240
158np, 184np, 185np, 187np, N icole, P edro ( P ierre): 384, 395, 397
214np, 215np, 230np, 255np, N ieto P o lo , F ray A ndrés: 403
289np, 300np, 339, 345np, N ithard , Everardo : 212
370np, 393np N ogueira M onteiro , Y ara: I42np
M illares Carlo, A gustín: 3 6 8 N oguera , B ernabela de : 259np
M illot, C laude: 394 N ordenelycht ( N ordenelicht), B arón
M ilton, John : 384, 399np T imoteo de : 47, 386, 392, 393-
Mogrovejo, T oribio de: 341 394
M oles, Joaquín: 384 N unes G ramaxo , A nto nio : 146
Moliere ( seudónimo de Poquelin, Juan N ljñez, D iego : 277
B autista): 375 N úñez , G aspar: 151
M olina, C ristóbal de: 241, 242np N úñez , Jorge : 82
Molina, Jaime: 225np N úñez , P ascual: 151np, 162, 165, 168
M olina, Paula: 259np N úñez de Espinoza , E nrique: 162, 165,
Mompo, Jijan B autista: 92 168
Moncada, Fray Francisco: 402 N úñez de H aba , P edro : 69, 92
M ontenegro, C ecilia del Rosario : N úñez D uarte, F rancisco: 151, 162,
256np 165, 168
Montenegro, Juan de: 295, 296np N úñez D uarte, G aspar: 162, 165, 168
O campos. Joan de: 3ó2np Paz , Juana de la: 256np
O cana T orres, M ario L.: 39 Paz da Silveira, Jorge de: l48np
O choa , M artín: 282, 294 Paz Estravagante, M anuel de: 150,
O 'H iggins, A mbrosio: 391 162, 165, 168
O lavide, P ablo de: 391, 393np, 397 Paz y M eló, Enrique de:147, 149,
O liva, A ntonio de: 328 151np, 152np, 162, 165, 168
O liva, Feliciano de: 23ónp P az y M iranda, C lemente: 344np
O livares, C onde D uque de: 140 P hligny, Ciirisitan: 3ó9np
O ’N eil, M arv: 247np P eña, Francisco: 40np, 45np, 50,
O ña , M iguel de: 68 54np, 55, 64, 65, 86, 228, 248,
O rbieto, Sebastián de: 297np 274np
O rdeña, Juan de : 297 P eña, Fray Pedro de la: 231
O rdóñez, A n t o n io : 134, 138np, P eña, G regorio de la: 6lnp
329np Peña y Collado, G regorio: 43np
O rdóñez y Flores, P edro: 107, 108np Peñaloza, Pedro de: 36lnp
O rduña , G abriel de: 68 P eñalver, C lemente de: 329np, 332np
O rellana, Francisco: 253np P ereira, Manuel: l48np
O rrantía, T omás José de: 403 P érez, José: 385np, 386, 392, 393, 394
O rtega, Jerónimo de: 238np, 243np P érez, Juan: 283
O rtega, M anuel de: 326np P érez, Manuel B autista: 113, l4lnp,
O rtiz, G onzalo : 279 145-147, 149, 150, 151, 152,
O sorio, A ntonia : 250 155, 162, 165, 168
Oso rio del O dio , P edro: 131, 152np, P érez B ocanegra, Iván: 356np
153, 155, 156, 161 P érez Embid, Florentino: 374np
O termín y M oreno , M iguel de: 403 P érez Montecid, D omingo: 151np
P ablo IV: 310 P érez G ordillo, Lucas: 51np
P abón , P edro: 403 P érez Manrique, D ionisio: 149
P acheco , P edro: 333, 353np P érez V illanueva, Joaquín: 22np, 41,
P adilla, Juan Salvador: 278np, 283 206np, 209, 212, 252np,
P aguecui, Fray Juan del Rosario: 235, 272np, 369np
253np P eyre, D ominique: 345np
P alata, D uque de la: 371np P iamontes, A lejo: 253
P alma, Ricardo: 30, 270np, 376np, Picón, A gustina: 239np
390np, 398 Pinto Crespo, V irgilio: 17, 20np, 40,
P amar, P edro Pablo : 389 369, 372np, 387np
P áramo , Luis de : 44np, 65 Pío IV: 310, 312, 314
P ardo , M anuel: 388, 398np, 403 Pita, Rosa: 64np, 67
P arra, Fray Joaquín de la: 178, 179np P olo de O ndegardo, Juan: 241, 242,
P ascual, Juan : 47, 280np 243np
P astor, M ateo: 124 Poma de A yala, Felipe G uamán: 241,
P astrana, Francisco: 253np 244np
P aulo IV: 371 Pope, A lexander: 391
P aulo V : 138 Porras, A lonso de: 281
P ayo , José: 386, 393np P otau, José: 403
Pradier, Juan : 278np, 281, 287 Ro d k íg u e z -M o m n o , A nto nio : 138np,
Prevost, A bate: 383, 395 3 73np
P rieto, Joan : 329np, 344np Rodríguez P asarinos , A lfonso : 146,
P rosperi, A driano: 24np 1-T8np, 154
P uente, Luis de la: 352 Ro d r íg u e z P asak iños , G aspar: 146,
P uente B earne, T omás de la: 56 148np, 154
Puffendorf, Samuel: 398, 399np Rodríguez P ereika, G aspar: 163, 166,
Puglia, Felipe: 384np 169
Q uiroz, A lfonso: 147np Rodríguez Q u ir o g a , M anuel : 403
Rabanal, Francisco de : 349np, 362 Rodríguez 'Laxares, Jorge : i 63, 1 6 6 ,
Racine, B uenaventura: 395, 397, 399np 169
Ramírez de los O livos, Francisco : Ro dríguez V icente , M aría Encarna
343np, 351, 353, 357 145np, 153np, 159np
c ió n :
Ramos, G abriela: 265, 27ónp Rojas, F ernando de : 254
Raynal, A bate: 381, 388, 391, 392, Rojas, F rancisco Javier: 253np
393np, 397np Rosa , D iego de la : 235, 244np, 253np
Reparaz, G onzalo d e : 130, 13 1, Rosa U r q u izu , J u a n F rancisco de la:
132np, I40np, l45np, 148np, 6 7n p , 278np, 287
I49np, 150np, 151np Rosa , M anuel de la : 150, 151np
Reyes, M elchor de los: 151, 162, 166, Rousseau , Jean Jacquks: 388, 391, 392,
168 394, 399np
Ricard, Robert: 132np, 263 Rozas , Ram ón de : 4 7, 386, 389, 390,
Río, M artín del: 253 391-393, 394, 399np, 400np
Riofrío, Fray Francisco de : 323np, Ruiz , A lo nso : 282
326np Ruiz, A n t ó n : 287
Ríos, José A mador de los: 134 Ruiz, Fray A n t o n io : 323np
Rivera, Ignacio de: 403 Ruiz de C órdova , J u a n : 278
Robertson, W illiam: 392 Ruiz de P rado , Jijan: 191, 192, 278, 292
Rodríguez, G onzalo : 293, 297np Ruiz de N avamanukl, M ariano : 403
Rodríguez, M atías:277 Ruiz de Q uincoces , D iego : 278np,
Rodríguez, Pablo: 150, 152, 162, 166, 286np
168 Ruiza , A lonso : 67np
Rodríguez, Pablo : 260np, 359np, Sala-M olins , L ouis : 39, 228np
363np Salas, José P erfecto de : 379, 391
Rodríguez A rias, Francisco: 162, 166, Salcedo , Esteban de : 293
168 Sales e Isla, D elislk de : 391, 394
Rodríguez B ueno, Simón: l48np Salinas, D iego de : 193, 208
Rodríguez Casado, V icente: 374np Sanabria , D iego de : 346, 362np
Rodríguez de Padilla, P ablo: 329np Sánchez , A n t o n io : 403
Rodríguez de Silva, Jijan: I48np, 163, Sánchez , T omás : 329
166, 168 Sánchez C alderón , C ristóbal: 250np
Rodríguez D elgado, D iego: 125, 177 Sánchez G arcón , B ernabé: 146
Rodríguez D uarte, Juan : 152, 163, Sánchez O rtega, M aría E lena: 245np,
166,168 246np, 258np
Santa C huz, Fray Felipe de: 323np T apia, Fermín: 395
Santa María, Juana de: 238, 24 lnp, T auro, A lberto: 12np
243np T avira, A ntonio : 265
Santiago, A póstol: 243 T eodoro: 227
Santo lo, B ernardo: 373 T hienot, Juan : 56, 70
Santos Reyes, Juan : 51, 56, 62, 236np, T ineo de G uzmán, Josefina o Josefa:
254np 238np, 239np, 243np, 251np
Sar, Fray M iguel: 361 T oledo, Francisco de: 193
Saragiio, Juan de: 105np T omás y V aliente, Francisco: 40, 41.
Sarayia, D iego de: 154 59np, 76, 85np, 86np, 87np,
Saravia, Juana: 234, 235, 239np 88np, 89np
Sarmiento de G amboa, Pedro: 253np T oro, C ristóbal de: 282
Sarrailii, Jean: 379np T orquemada, T omás de: 74np
S arrión M o r a , A delina : 308np, T orre, C atalina de la: 256np
310np. 311np, 313np, 339np, T orre, Jerónimo de la: 195
340, 341, 342 T orre Revello, José: 368, 380, 397np,
Sedaño, Rafael: 203np 399np
Scháfer, Erns: 18np T orrejón, Feliciano: 199
ScnoLZ, Jouannes-M ichael: 22np T orres, G arcía de: 329np
Sensarie, Juan B ernardo: 375np T orres, Pedro de: 373
Serpa, P edro de: 349np T rinidad, Juan de la: 329, 330
Sicilia, José: 399np T royano, P edro: 281
Sierra C orella, A ntonio: 3ó9np T rujillo, Francisca: 56np, 256np
Silva, Francisco de: I48np U bau, Pedro: 62, 69
Silva, Jorge de: 147, 149, 163, 166, 169 U lloa, A ntonio de: 258
Silvestre, San : 239, 240, 246 U lloa, A na M aría de: 240np
Silvestro, Joan : 333np U lloa, Jorge Juan de: 258
Sixto V: 228, 232, 247 U lloa, Juan Francisco de: 58np, 62,
Smitii, A dam: 384 67, 68, 69
Solano, Juan de D ios: 254np U nanue, H ipólito: 387, 403
Solar, Luis: 294, 295, 296 U rbano VIII: 112
Solís de O vando, José: 73np U reña, Rafael: 225np
Solórzano, N icolás de: 64, 67 U rquizu, G aspar: 387, 388, 389, 403
Solórzano P ereira, Juan de: 173np, U rquizu, Juan Francisco: 67np
207, 208np, 209, 210, 328 U rquizu, Santiago de: 386, 389, 403
Soto , D iego de: 282 U rtizábal, Petronila Rosa de: 64np,
Soto y M arne, Francisco de: 403 66
Sotomayor, Francisco A ntonio: 175 U turbey, M elchora: 361
Sotomayor, M artín Sebastián: 403 V acant, A.: 274np
Sprenger, Jakob: 223 V áez Enríquez, G arcía: 152,163,166,
Sousa, A ntonio de: 329np 169
Superunda, C onde de: 122, 203np, V áez Enríquez, Simón: 146
195np V áez de A cevedo, Sebastián: 146
T alamantes, Fray José: 392 V áez de Sevilla, Simón: 146
V áez P ereira, Rodrigo: I49np, 150np, 306np, 323np, 326np, 327.
163, 166, 169 329, 330. 334, 344np, 350,
V alderrama, Laura: 251np. 255np 3 5 1.3 6 1
V aldés, Fernando de : 47np, 49np. V entura M a r ín , C arlos : 403
50np, 51np, 55np, 6 0 n p , V ero ara v C aichi m >. Felipe: 404
6lnp, 63np, 91, 271np V ictoria , P edro de:: 327, 362
V aldés, Josefa: 249np V icuña M ackhnna . B enjamín: 30, 172,
V aldivieso, Joan de: 332np, 344np. 183
349 V idaurkh, M anuel Lo r e n zo : 386, 389.
V aldivieso, M iguel de: 94, 379np 390, 392, 394, 398
V alenzuela, M aría de: 251np Vi la Vi lar, E nriqueta : 132np, 133np
V alle U mbroso, M arqués de: 392 V ilci íes, L< >ri:n z ( ): 61 np
V allejo, A na : 23ónp, 239np V illagomez , P edro d e : 149
V allejo, P edro: 294 V illagra , P edro d e : 362np
V an Espen, Z eger: 388np, 398, 399np V illar, C o n d e del : 190, 208. 351
V an der V ekene, Emil: 24 V ivanquhris, J erónimo Fabiano : 56np
V argas, A lejandro: 236 V olnev , M.: 3 8 2
V argas, Félix A ntonio de: 195 V oLTA IR E (SEUDONIM O DE A k o UET, F ra .N-
V argas, Luisa: 67np, 239np, 259np cisco M aría ): 382np, 388, 389,
V argas U garte, Rubén: 176np, 244np, 390, 391, 392, 393, 398
265np, 2ó7np, 34lnp, 358np V o n 13ie:leeeld, B a r ó n : 375
V ázquez de Espinoza, A ntonio : 342 V o n H otheim , Febronio : 380
V ázquez de P rada, V alentín: 3ó9np X iménez , Francisca : 255np
V ázquez de U cieda, José: 403 XlMÉNEZ Vll.LAl.BA, SlMON: 388
V ázquez de U cieda, Francisco: 403 Y añrz , M ariano : 395
V ega, A ntonio de: 150, 163, 166, 169 Y epes, Ra m ó n : 388np, 404
V ega, Luis de: 152, 163, 166, 169 Y o u n g , E d u a r d o : 384
V ega, M arina de : 240np, 251np, Z alduegui , F rancisco : 125
256np Z apata, Esteban : 329np
V f.lasco, Juan Francisco: 62, 69 Z arate, G abriel de : 149
V elasco, Luis de: 206 Z avala, M icaela: 7 4 np
V elásquez, A lonso: 278 Z evallos, José: de : 379np
V elazco, A lonso: 283 ZúÑIGA Y O nTIVEROS, FELIPE: 356np
V enegas, Rafael, A lejandro: 67np, 92, Z urbano , G uillermo: 282
I ndi c e T e mát i co
s im p le f o r n ic a c ió n : 1 5 , 3 4 , 2 9 0 -3 0 1 s u p lic a c ió n : 6 7 -6 8
3 1 4 , 3 4 8 - 3 5 0 , 3 6 3 -3 6 6 ’ 8 6 ,3 2 6 - 3 3 0
s o r tile g io s : 2 2 2 , 2 2 3 , 2 3 4 -2 3 5 to rm e n to : 5 3 -5 7 , 8 3 -8 4 , 8 6
s u b v e n c ió n re a l: 1 0 2 -1 0 6 , 1 1 0 , 1 1 2 , v a n a s o b s e rv a n c ia s : 2 2 2 , 2 2 3 , 2 3 5
1 1 3 , 1 5 8 2 3 7
s u m a r ia , f a s e : 4 1 -5 0 v is ita s d e n a v io s : 3 7 7 -3 7 8 , 3 8 1 -3 8 2
a in q u is ic ió n e s p a ñ o la h a s id o s in ó n im o d e
c o n tr o v e r s ia . S o b re e l te m a se han e s c rito
c o n d ic io n a d o s p o r razo n es id e o ló g ic a s que
c o m p re n s ió n del fen ó m en o .
p ro d u c id o una re n o v a ció n de lo s e s tu d io s
n u e v a s m e to d o lo g ía s h is to rio g rá fic a s , ha
p e rm itid o un a c e rc a m ie n to al te m a s in lo s
p re ju ic io s y p o lé m ic a s d el p asad o .
E s te lib r o s e in s e r ta e n e s e p r o c e s o d e re v is ió n .
p a sa d o , p rá c tic a m e n te n ad a im p o rta n te se
h a b ía e s c rito so b re e l T rib u n a l de L im a h a s ta
c o m ie n z o s d e la d é c a d a d e 1980.
R en é M illa r, e n e s ta se rie d e e s tu d io s , a c o m e te
so n la s fó rm u la s p r o c e s a l e s , la s c u e s tio n e s de
h a c ie n d a y lo s c o n flic to s ju ris d ic c io n a le s , q u e
m u e s tra n su s e ta p a s d e au ge y d e c a d e n cia .
d e h e c h ic e r ía , b la s fe m ia , s o lic ita c ió n y le c tu ra
d e lib ro s p ro h ib id o s , tra ta d e d e t e r m i n a r la in
flu e n c ia q u e la in s titu c ió n p u d o te n e r en lo s
c o m p o r ta m ie n to s y m e n ta lid a d d e la p o b l a c i ó n
v irre in a l.
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