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I nquisición
y Sociedad.
EN EL
V ir r e in a t o

é Millar C.

I nstituto R iva^AIíuero I nstituto de H istoria


PoNTinciA U niversidad C atólica de ^eru E diciones U niversidad C atólica de C hile
I nquisición y S ociedad
en el V i rrei nato P eruano
E s t a p u b l i c a c i ó n h a c o n t a d o c o n e l a p o r t e d e l :

I n s t it u t o R iv a - A g ü e r o d e l a P o n t if ic ia U n iv e r s id a d C a t ó l ic a d e l P e r ú y

I n s t it u t o d e H i s t o r i a d e l a P o n t if ic ia U n iv e r s id a d C a t ó l ic a d e C h i l e .

SE G Ú N LO A C O R D A D O EN EL C O N V E N T O D E C O O P E R A C IÓ N A C A D É M IC A

E N T R E E ST A S U N IV E R S ID A D E S , F IR M A D O E N L l.M A , P E R U ,

EN EL A N O ¡9 9 6 , P O R L O S R E C T O R E S D E A M B O S C E N T R O S D E E S T I D IO

Y C O N T A N D O C O N E l P A T R O C IN IO D E LA E M B A JA D A D E C íllL E EN E SE P A ÍS .

E d ic io n e s U n iv e r s id a d C a tó lic a d e C h ile

V ic e r r c c to r ía A c a d é m ic a

C o m is ió n E d ito r ia l

C a s illa 1 1 4 -D S a n tia g o . C h ile

F ax (5 6 -2 1 -6 8 6 2 1 0 9

IN Q U IS IC IÓ N Y S O C IE D A D EN E L V IR R E IN A T O P E R ! ANO

R en e M illa r C arv ac h o

© I n s c r ip c ió n N ° 1 0 2 .1 9 4

D erech o s rese rv ad o s

A b r il 1998

I .S .B .N . 9 5 6 -1 4 -0 4 7 2 -9

P r im e r a e d ic ió n : 1 .0 0 0 e je m p la r e s

D is e ñ o y D ia g r a m a c ió n :

P a u lin a L ag o s I.

Im p reso r: A n d ro s

C .l.P . P o n t if ic ia U n iv e r s id a d C a tó lic a d e C h ile

M illa r C arv ach o , R en e

I n q u is ic ió n y S o c ie d a d en e l v ir r e in a to p cru an o / R en é M illa r C a rv a c h o .

I n c lu y e n o ta s b ib lio g r á f ic a s .

I. I n q u is ic ió n - P e r ú .

2. I g le s ia C a t ó lic a - P e r ú - H is to r ia .

I . til
I nquisición
______ I_____

i Sociedad ENEl
V irreinato P eruano
E studios sob r e el T ribunal
de la I nquisición de L ima

René Millar C.

I n stituto R iva-Aguero I n stit uto de H istoria


Pontificia U niversidad C atólica de P erú E diciones U niversidad C atólica de C hile
S umario

P resen tación 11
Preám bulo 17
Introducción 27

P rimera P a r t e : P racticas P rocesales


I. Notas sobre el procedimiento inquisitorial desde la perspectiva
del Tribunal de Lima 39
1. Fase sumaria 41
2. Fase plenaria 50
3. Sentencia 57
4. Recursos vJ revisiones de causas 64
5. Penas y penitencias 70

II. Aspectos del procedimiento inquisitorial 79


1. El procedimiento y la limitación de los derechos personales 81
2. Peculiaridades procesales del Santo Oficio limeño 88

S egunda P a r t e : D esarrollo I nstitucional


III. La hacienda de la Inquisición de Lima (1570-1820) 101
1. Los tiempos difíciles (1570-1629) 102
2. Los años de prosperidad (1629-1721) \\\
3. La decadencia (1722-1820) 120
IV. Las confiscaciones de la Inquisición de Lima a los judeoconversos
de «la gran complicidad* de 1635 129
1. Los portugueses en el virreinato peruano 132
2. La represión inquisitoria! contra los judaizantes 136
3. El proceso en torno a la -gran complicidad- de 1635 139
4. Las confiscaciones 145
5. Apéndices 161

V. Los conflictos de competencia 171


1. Factores que generan las competencias 173
a) Conflictos con la jurisdicción eclesiástica ordinaria 173
b) Conflictos con la jurisdicción civil 188
2. Etapas en la defensa de los fueros y privilegios 204
a) La etapa fundacional (1570-1598) 204
b) La reacción del Estado (1598-1621) 206
c) Los años de apogeo (1622-1700) 209
d) La decadencia (1700-1820) 213

T ercera P a r t e : A ctividad R e p r e s i v a
VI. Hechicería, marginalidad e Inquisición
en el distrito del Tribunal de Lima 221
1. Precisión de conceptos y objetivos 221
2. La hechicería como delito 224
3. El Tribunal de Lima y la represión de la hechicería 230
a) La actividad inquisitorial 230
b) Las prácticas hechiceriles 234
c) La actitud del Tribunal frente al delito 247
d) El hechicero y sus pacientes 251

VII. Represión y catcquesis.


Los casos de blasfemia y simple fornicación 263
1. Iglesia peruana y catcquesis 265
2. Función educativa de la Inquisición 268
3. Acción catequística del Tribunal de Lima 273
a) El delito de blasfemia 274
b) El delito de simple fornicación 290
V III. E l d e lito d e s o lic ita c ió n 3 0 3

1. L a s fu e n te s 3 0 -4

2. El s a cra m e n to d e la c o n fe s ió n 3 0 6

3. La re g u la c ió n p o n tific ia y la ju ris d ic ció n in q u is ito ria l 3 1 0

4. E l p ro c e d im ie n to 3 1 4

a ) L as p a u ta s g e n e ra le s 3 1 4

b ) La p ra x is lim e ñ a 321

5. La a c tiv id a d re p re s iv a 3 3 5

6. E l tra n s g re s o r y la v í c t i m a 34 1

a ) T ip o lo g ía d e l d e lin c u e n te 3 4 1

b ) C a ra c te riz a c ió n d e la v í c t i m a 3 4 7

7 . C a u s a lid a d d el fen ó m en o 3 5 0

a) En re la c ió n c o n el s a c e rd o te 3 5 0

b ) En re la c ió n c o n la m u je r 3 5 9

IX . L a In q u isició n d e L im a y la c ir c u la c ió n d e lib ro s p ro h ib id o s

(1 7 0 0 -1 8 2 0 ) 3 6 7

1. La cen su ra in q u is ito ria l lim e ñ a 3 7 0

2 . E l c o n tro l s o b re la c ir c u la c ió n d e l lib ro 3 7 6

3. La re p re s ió n d e lo s le c to re s d e o b ra s p ro h ib id a s 3 8 5

4 . A p é n d ic e 40 1

In d ic e o n o m á s tic o 4 0 5

In d ic e te m á tic o 4 1 7
A br V I A T U R A S U S A D A S

A G I = A r c h iv o G en era! d e In d ia s .

A H N = A r c h iv o H is tó r ic o N a c io n a l, M a d r id .

A N C H = A r c h iv o N a c io n a l d e C h ile .

A N P = A r c h iv o N a c io n a l d el P erú .

B N = B ib lio te c a N a c io n a l, M a d r id .

B P R = B ib lio te c a d e P a la c io R e a l, M a d r id .

M M = M a n u s c r ito s d e M e d in a , B ib lio te c a N a c io n a l, C h ile .

R A H = R e a l A c a d e m ia d e la H is to r ia , M a d r id .
P r e s e nt a c i ó n

E l nombre ele Rene Millar Carvacho no resulta


desconocido para los investigadores de la historia del Perú colonial, espe­
cialmente para los entendidos en materias de Inquisición, mentalidades y
costumbres. Y es porque este académico chileno, en numerosas ponencias y
monografías (editadas todas fuera de nuestro país), ha enfocado con perspi­
cacia y solidez aspectos como el manejo económico, los procedimientos
judiciales, las categorías delictivas y la persecución de ideas en el tribunal del
Santo Oficio peruano. Bajo tales antecedentes, no podemos menos que cele­
brar la salida del presente volumen. In q u is ició n y sociedad en el v irre in a to
p e r u a n o , que reúne gran parte de la producción investigadora de Millar
Carvacho sobre dichas materias.

Nacido en la capital provincial de Rancagua, el autor de esta obra


llegó en 1964 a Santiago, con el fin de estudiar historia y geografía en la
Pontificia Universidad Católica de Chile. Siguió esa carrera con éxito y mar­
chó después de algunos años a Sevilla (1978), donde bajo la tutela de Paulino
Castañeda Delgado emprendió una investigación de largo aliento sobre el
tribunal de la Inquisición de Lima. En la ciudad del Guadalquivir obtuvo el
grado de doctor en Historia de América, en 1981, con una tesis (aún inédita)
titulada La In q u is ic ió n de Lim a en los siglos X V I I I y X IX .

Sería erróneo pensar, sin embargo, que los asuntos inquisitoriales son
los únicos que han captado la atención de este intelectual en sus publicacio­
nes y en su actividad docente. En la actualidad René Millar Carvacho es
profesor titularen el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católi-
ca de Chile. Se le conoce en su patria como autor de un libro sobre La
elección p resid en cia l de 1920 ( 1982) y como uno de los mayores especialis­
tas en el período parlamentario de 1891 a 1924, que ha abordado en sus
aspectos políticos, financieros e institucionales. Por estos y otros mereci­
mientos, fue admitido en 1992 al elenco de miembros de núm ero ele la
Academia Chilena de la Historia1.

Entre los contados estudiosos que han aprovechado hasta h oy la co­


lección de documentos sobre la Inquisición de Lima guardada en el Archivo
Nacional de Chile (514 legajos), el profesor Millar Carvacho ocupa un lugar
de privilegio. Sabemos por cierto que tales documentos -ele los cuales he
publicado recientemente el catálogo2- revisten fundamental importancia para
estudiar las finanzas y la actividad pública de nuestro tribunal del Santo
Oficio. Y se hallaba equivocado el maestro francés Marcel Bataillon al escri­
bir que “los documentos originales de la Inquisición limeña que hoy se
conservan en el Archivo Nacional de Santiago son unos pocos pleitos fisca­
les o competencias, ruma poco menos insignificante que la que queda en el
Archivo Nacional del Perú...”3

Millar Carvacho ha dado un tratamiento individualizado y profundo a


varios de los delitos que competían al tribunal de la Inquisición. En cuanto a
la hechicería, por ejemplo, explica -según Santo Tomás de A q u in o —que se
trata de una práctica demoníaca consistente en la adivinación y la supersti­
ción; comprende la nigromancia, la quiromancia, la astrología, los sortilegios
y otras “vanas” observancias, encaminadas frecuentemente a la predicción
de hechos futuros. El mensaje cristiano se opone a la hechicería y al m undo
mágico, pues descalifica todo acto de maleficio y plantea que la felicidad
eterna se gana con buenas acciones, de modo que cualquier recurso a fuer­
zas extrañas (sobrenaturales) resulta innecesario y contraproducente. Sin

i Puedo remitir al discurso de recepción pronunciado por Javier G onzález Echenicjue en la


ceremonia de incorporación académica de Millar Carvacho. Cf. Boletín cíela A ca d em ia Chilena
de la Historia, 102 (Santiago, 1992), pp. 229-233-
2 Teodoro Hampe Martínez, “La Inquisición peruana en Chile: catálogo de los d ocum entos
existentes en el Archivo Nacional de Santiago”, Revista A ndina, 14: 1 (Cusco, julio 1996), pp.
149-195.
Marcel Bataillon, “Historia del tribunal de la Inquisición de Lima" [prólogo a la reecl. de la
obra de J. T. Medina], en La Colonia; ensayos peruanistas, com p. Alberto lau ro (Lima:
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1995), pp. 189-190.
embargo, fue sólo en los albores de la Edad Moderna que terminó imponién­
dose el criterio de que las prácticas hechiceriles eran herejía, y merecían ser
reprimidas por la Inquisición.

Veamos ahora, en líneas generales, los aportes más sustanciales que


encierra la presente compilación de nueve ensayos o capítulos. Al realizar
este examen, prescindiremos básicamente de la división tripartita en prácti­
cas procesales, desarrollo institucional y actividad represiva que ha creado el
autor. En realidad, todos los elementos se hallan íntimamente ligados y remi­
ten constantemente unos a otros.

En el primer capítulo (N ota s sobre el p ro c e d im ie n to in q u is ito ria l desde


la perspectiva del trib u n a l de L im a ) expone Millar Carvacho las característi­
cas principales del trámite forense en el Santo Oficio, utilizando para ello su
propia investigación sobre la historia de la Inquisición peruana en el siglo
XVIII. El autor sistematiza la exposición en los siguientes cinco aspectos: 1.
Fase sumaria o inquisitiva (información sumaria, calificación, clamosa y pri­
sión del reo, audiencias y moniciones, acusación); 2. Fase plenaria (excep­
ciones, ratificación y publicación de testigos, defensa del reo, tormento); 3-
Sentencia; "4. Recursos (apelación, suplicación, consulta); 5. Penas y peniten­
cias. Conjugando los preceptos normativos con la práctica judicial, desde la
perspectiva de este tribunal indiano, se aprecia que los inquisidores de His­
panoamérica gozaron -en el siglo XVIII al menos- mayor independencia en
materia procesal que sus homólogos peninsulares. Por razones fundamental­
mente geográficas, se dio mayor autonomía y más amplia discrecionalidad a
los magistrados del Santo Oficio en ultramar.

De manera complementaria, el capítulo 2 (Aspectos del p ro c e d im iento


in q u is ito r ia l ) destaca el valor informativo de las relaciones o resúmenes de
las causas de fe, que los inquisidores locales enviaban al Consejo Supremo
en la corte. A través de estas relaciones se puede conocer el funcionamiento
del Santo Oficio en el ámbito procesal. Por otra parte, tales resúmenes son
bastante útiles como fuente de datos estadísticos, según ha sido demostrado
en numerosas pesquisas de centros universitarios europeos.

El capítulo tercero (L a h a cien d a de la In q u is ic ió n de Lim a, 1570-1820)


presenta una síntesis de la evolución financiera de este tribunal durante los
dos siglos y medio de su funcionamiento. Se fija especialmente en las cir-
cunstancias que atravesaron los principales rubros de ingresos y egresos:
subvención fiscal, rentas ele canonjías, multas y penitencias, confiscaciones
de bienes, imposiciones y réditos de censos, consignaciones a la Suprema,
salarios de inquisidores y ministros subalternos, administración ele fundacio­
nes y mantenimiento de casas y reos. Millar Carvacho trata de determinar la
interrelación de los fenómenos económicos con otros aspectos de la activi­
dad inquisitorial, como el procesamiento de las causas de fe. Así diseña un
cuadro evolutivo en tres etapas: (a) los tiempos difíciles, 1570-1629; (b) los
años de prosperidad, 1629-1721, y (c) la decadencia, 1721-1820.

Entrando en un aspecto más específico, el capítulo 4 ( Las c o n f is c a c io ­


nes ele la In q u isición de L im a a los ja d e o -co n v e rs o s d e la “g r a n c o m p lic id a d "
de 1635) aborda el trasfondo histórico y la significación monetaria de las
expropiaciones realizadas a los grandes mercaderes judaizantes de la capital
del virreinato. Con documentación contable procedente de los archivos na­
cionales de Madrid y Santiago de Chile, se detalla en los apéndices el monto
de las confiscaciones aplicadas durante el período 1635-1649. Aunque el
total de los ingresos sumó 1.297.410 pesos corrientes, debió extraerse de
aquí casi el 70 por ciento para costear las deudas y la alimentación de los
reos, de tal manera que resultó un beneficio líquido -nada despreciable—de
401.124 pesos. Millar Carvacho remarca que el tribunal del Santo O ficio lo­
gró utilizar convenientemente los beneficios de la “gran complicidad”, invir­
tiendo casi la totalidad de esos ingresos en censos inmobiliarios, que ayuda­
ron a consolidar su patrimonio.

A continuación, el capítulo quinto (Los c o n flic to s d e c o m p e te n c ia ) ana­


liza las disputas que sostuvo el tribunal peruano con la jurisdicción eclesiás­
tica ordinaria y la jurisdicción civil, a causa de variados motivos: procesos de
fe, fuero de los ministros, cobranza de canonjías supresas, administración de
fundaciones, etc. El autor establece cuatro etapas en la lucha permanente del
Santo Oficio por la defensa de sus prerrogativas: (a) etapa fundacional, 1570-
1598; (b) reacción del Estado, 1598-1621; (c) años de apogeo, 1621-1700, y
(d) decadencia, 1700-1820. La multiplicidad de conflictos de los inquisidores
se explica, en última instancia, por su creencia de poseer la supremacía
sobre todas las autoridades políticas y religiosas del virreinato, en la medida
en que su fin (la defensa de la fe) era teóricamente el más valioso de cuantos
perseguía la Corona.
En el capítulo 6 (H e ch ice ría . m a rgin a liclcid e In q u is ic ió n en el distrito
del trib u n a l de L im a ) refiere Millar Carvacho que durante toda la historia del
Santo Oficio peruano se procesaron 209 personas por el delito de hechicería,
de las cuales tres cuartas partes eran mujeres. El perfil típico de la hechicera
encausada corresponde a una mujer más bien joven, de raza mestiza, mulata
o negra, analfabeta y de pobre condición económica, que ejercía sus
adivinaciones y conjuros por encargo de gentes también incultas, menesterosas,
ubicadas en los sectores marginales de aquella sociedad. Entre las motivacio­
nes de la consulta hechiceril primaban largamente los asuntos amorosos,
quizá debido al clima moral excepcionalmente permisivo que -según apun­
tan viajeros y eclesiásticos- se dio en el Perú.

En el más reciente de los ensayos o capítulos aquí reunidos (el sépti­


mo, Represión y catcquesis. Los casos de blasfemia y sim ple f o r n ic a c ió n ),
originalmente una ponencia presentada al 49° Congreso Internacional de
Americanistas, Millar Carvacho enfoca el papel desempeñado por la Inquisi­
ción en la enseñanza de la doctrina católica. Y es que debemos tener en
cuenta que la mayoría de los procesados por el Santo Oficio eran “cristianos
viejos”, gentes de deficiente formación religiosa, a quienes se procuraba
reprimir y corregir en sus costumbres y moralidad. A tal efecto, este ensayo
observa centralmente los delitos de blasfemia y simple fornicación en el con­
texto de la Inquisición limeña. El hecho de que ambos crímenes desaparez­
can virtualmente a partir de 1615 parece sintomático del buen electo causa­
do por la acción pedagógica inquisitorial, que habría senado para infundir
temor y respeto a los valores cristianos entre la sociedad urbana colonial.

En el capítulo 8 (E l delito de s o lic ita c ió n ), al hablar de las causas del


mencionado delito, explica nuestro autor que había en Hispanoamérica un
contingente numeroso de miembros del clero que carecían de formación y
de vocación religiosa y eran, por lo tanto, incapaces de dominar sus pasiones.

Definida en cortas palabras, la solicitación viene a ser el requerimien­


to que -con motivo de la confesión- hace un sacerdote a un (o una) peniten­
te para efectuar acciones deshonestas. Se trata de una falta contra la discipli­
na eclesiástica que, a partir de la Reforma protestante, pasó a la jurisdicción
privativa de la Inquisición en los dominios hispánicos.

La mayoría de las causas de solicitación en la Inquisición de Lima se


concentran en el período de 1570 a 1615, primando entre los procesados los
miembros del clero regular, y especialmente los franciscanos, que eran por
lo general doctrineros o colaboradores de algún curato de indios. Sin embar­
go, en términos proporcionales, este delito se hace más importante desde
mediados del siglo XV III, a tal punto que concentra la mayor parte de la
actividad represiva del tribunal (con 27 por ciento de las causas). En una
visión de conjunto, empero, se aprecia que la solicitación fue para el Santo
Oficio peruano bastante menos significativa que otros casos, com o los de
bigamia, hechicería, judaismo y proposiciones heréticas.

El noveno y último capítulo (L a In q u is ic ió n d e L im a y la c i r c u l a c i ó n


de libros prohibidos, 1700-1820) explora una documentación m uy sugestiva,
tocante a la circulación restringida de impresos. Millar Carvacho describe los
procedimientos habituales de control sobre la lectura y pone de relieve la
facultad especial que poseía el Santo Oficio peruano para reprimir la difu­
sión de textos por iniciativa propia. Comenta los juicios de 15 individuos que
fueron encausados en el tribunal por la lectura de obras prohibidas, inclu­
yendo a personajes tan conocidos como Larriva, Vidaurre, Baquíjano y el
barón de Nordenflicht. Se comprueba que los lectores de materias censura­
das -gentes de formación académica y pertenecientes a las capas más altas
de la sociedad- se interesaban mayormente por las ideas jansenistas e ilus­
tradas. En el fondo, parece que la Inquisición no siguió una política m uy
rigurosa en la censura de libros: el apéndice de este trabajo expone una lista
de 51 personas que obtuvieron licencia para consultar obras formalmente
prohibidas, de 1738 a 1817.

Hasta aquí las líneas esenciales del presente volum en, con su rica
aportación de datos estadísticos, testimonios documentales y perspectivas de
interpretación. Los lectores sabrán extraer sus propias conclusiones respecto
a los valores y alcances de esta indagación en la historia del tribunal del
Santo Oficio de Lima y en la sociedad virreinal. Sólo nos resta saludar aquí
efusivamente la publicación del libro de René Millar Carvacho como fruto de
la colaboración intelectual chileno-peruana, resultado feliz del convenio vi­
gente entre la Pontificia Universidad Católica de Chile, a través de su Institu­
to de Historia, y la Pontificia Universidad Católica del Perú, a través del
Instituto Riva-Agüero.

T eo d o ro H ampe M artínez
(Lima, julio de 1997)
P reámbulo

L o s papeles clel Consejo de la Inquisición espa­


ñola, alias la Suprema, el organismo rector de la institución, se conservan en
el Archivo Histórico Nacional de Madrid. A finales de los años 1970, un
grupo de jóvenes historiadores coincidió allí. Algunos sólo estaban de paso,
en los ratos libres que les dejaban sus cargos docentes. Otros, los que tenía­
mos la suerte de tener becas, vivíamos prácticamente dentro del archivo.
Estaban Jaime Contreras, que trabajaba entonces sobre el tribunal de Galicia;
José Martínez Millán sobre la hacienda del Santo Oficio; Virgilio Pinto Cres­
po, sobre censura de libros; Ricardo García Cárcel y Stephen Haliczer, sobre
Valencia; Rafael Carrasco, sobre los homosexuales, y Gustavo Henningsen,
un danés, algo mayor que los demás, que mucho influyó en ellos sin que se
dieran siempre cuenta. Allí estaba yo también, vaciando los fondos de la
Inquisición de Toledo. La convivencia había creado entre nosotros una gran
complicidad, y mucho tiempo gastábamos juntos dentro y fuera del archivo.
Eramos, en verdad, un grupo de amigos en el que la competencia por la
cátedra no había hecho todavía mella. Apareció un día un chileno, de nues­
tra edad. Se llamaba René Millar. En pocos días su afán, su buena prepara­
ción y su talante amigable le hicieron miembro de pleno derecho de la
cofradía, un compañero más. Yo, personalmente, pasé largas horas con él,
encerrado en un despacho del Instituto Padre Enrique Flórez de Historia de
la Iglesia, esforzándonos los dos por entender la estructura interna de la
contabilidad del tribunal.

Amistad aparte, nos unía una visión común de lo que tenía que ser la
historia del tribunal y la estábamos renovando profundamente. Hasta enton­
ces, poco se había estudiado la Inquisición como institución. Los historiado­
res se habían fijado ante todo en el “producto” que había generado, los
procesos, cuyo contenido aprovechaban para estudiar un am plio temario de
cuestiones: la historia de los judíos1, la brujería23
, el islam hispánico*, el pro­
testantismo45 , el erasmismo"’, la mística cristiana6*. Tales eran los centros de
interés de estudiosos que manejaban fuentes inquisitoriales, haciendo caso
omiso de la historia propia del tribunal. Resultaron una serie de obras maes­
tras, pero no exentas de fallos generados por el desconocimiento del m odo
de proceder de la institución. Podían ser estos meramente materiales, com o
el fracaso de M. Bataillon en su tentativa de encontrar docum entación sobre
el Abad de Valladolid, uno de los últimos erasmistas españoles notables, por
ignorar que la Suprema tenía dos secretarías cuyos papeles se guardan en
series distintas . Podían tener consecuencias más sutiles, y en cierto sentido
más graves, por ser menos obvias. Así, los errores acumulados de dos ilus­
tres estudiosos, que malentendieron unas palabras que no tenían en el siglo
XVI el sentido que tienen hoy, los llevaron a “inventar una corriente ateísta
que nunca existió8; y me asustaban y me siguen asustando las alegrías esta­
dísticas de Pierre Chaunu, con todo el respeto que le tenía entonces y le sigo
teniendo: concluía del bajo ritmo de la actividad de la Inquisición de Toledo,
tal como lo ponían de relieve las primeras curvas que publiqué, la inexisten­
cia de conflictos religiosos en la Europa entera9. Nada menos.

Nosotros coincidíamos en que el estudio de la institución com o tal era

Haim Beinart, Recordsofthe triáis oftheSpanish Inquisition in C iud ad Real, 3 vol., Jeru salén ,
The Israel National Aeademy of Sciences and Humanities, 1974-1981; Ju lio Caro Baroja, Los
judíos en la España moderna y contemporánea, 3 vol., Madrid, Arión, 1963.
2 Julio Caro Baroja, Las bm jasy su m undo , Madrid, Revista de O ccidente, 1966.
3 Louis Cardaillac, Morisqueset chrétiens. Un affrontem entpolém ique, París, K lincksieck, 1977.
4 Erns Schafer, Beitráge zu r Gescbicbte des Protestantismus u n d d er In q u is itio n im sechzentcn
Jahrhundert, 3 vol., Gutersloh, Bertelsmann, 1902.
5 Marcel Bataillon, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual d el siglo XVI, M éxico.
FCE, 1966.
6 Alvaro Huerga, Historia de los alumbrados, 3 vol., 1978-1988.
Marcel Bataillon, Erasmo, op. cit., p. 727, n. 9.
8 Julio Caro Baroja, Lasformas complejas de la vida religiosa. Religión, sociedad y ca rá cte r en
la España de los siglos X V Iy XVII, Madrid, Akal, 1978, pp. 197-199.
9 Pierre Chaunu, Eglise, culture et société. líssais sur reform e et contre-réform e, 1517-1620,
París, SEDES, 1981, p. 444.
tarea prioritaria. Creíamos, en efecto, que la configuración del aparato
inquisitorial era un factor fundamental a la hora de entender los silencios y
de detectar las distorsiones que las fuentes habían producido. Un ejemplo
sencillo ayudará a entenderlo. Los inquisidores, en los delitos más graves, se
empeñaban en obligar, y lo conseguían muchas veces, a que el reo confesara
el nombre de sus cómplices. Estos, a su vez, quedaban detenidos, y tenían
que delatar a más personas; las cuales, a su vez detenidas, delataban a más,
quienes a su vez... La máquina procesal se autoalimentaba así, captando en
sus recles a más personas cada vez, hasta que los propios inquisidores deci­
dieran cortar la cadena para no quedar ellos mismos ahogados bajo un alu­
vión de causas por encima de su propia capacidad de trabajo. En tales con­
diciones, es obvio que yerra gravemente quien toma el número de procesos
como un indicador directo del grado de presencia herética.

También estábamos conscientes de que, por el grado de conservación


de sus archivos, la Inquisición era una de las instituciones judiciales mejor
documentadas. Casi todo se podía saber de ella: sus cuentas, su correspon­
dencia diaria, las causas que había procesado, manuales manuscritos de uso
estrictamente interno en los que unos inquisidores avezados transmitían su
experiencia a sus jóvenes sucesores, manuales impresos glosando el dere­
cho inquisitorial, relaciones de autos de fe, las unas públicas e impresas, las
otras manuscritas y secretas, todo lo teníamos al alcance de la mano. Esta
documentación estaba en su casi totalidad sin explorar. Muchos legajos abri­
mos que no se habían leído desde que los cerraron los secretarios del tribu­
nal. El ir al documento, el no repetir ciegamente lo que habían dicho nues­
tros antecesores, el no fiarnos sino de nuestros ojos eran partes esenciales de
nuestro quehacer. Manejamos más papeles que nadie antes y nos encontra­
mos así en condiciones de poner en contexto acontecimientos que se habían
sacado artificialmente del mismo. El concepto de serie era para nosotros
esencial. Se daba entonces en la historiografía europea mucha importancia a
la historia de la justicia, en la que muchos historiadores veían, con razón, un
instrumento clave de la construcción del Estado y un laboratorio en el que se
habían elaborado nuevas formas de mandar, las que hoy imperan. Estába­
mos en condiciones inmejorables a la hora de contribuir a la investigación
más de punta. No había que desperdiciarla.

Emprendimos pues la historia del aparato inquisitorial. Unos empeza­


ron un largo y penoso recuento del número de causas, para medir la activi­
dad aparente de la máquina10. Otros emprendieron un austero viaje en los
vericuetos del procedimiento, del derecho y de la elaboración de la decisión
judicial11 en materia de fe o en materia de censura12. Otros exploraban cam­
pos yermos, como la actividad del Oficio para con los cristianos viejos; la
mecánica de la delación, la prosopografía de los inquisidores, la cartografía
de los distritos13, la configuración de las redes de familiares y de comisarios.
Los más atrevidos se lanzaron al abordaje de la ingente mole de la docum en­
tación hacendística, de la que no hablábamos sin temblar1‘. Otros por fin
intentaban combinar todos estos aspectos en monografías multidimensionales
de tribunales15. Un norteamericano trató incluso de combinar la historia de
varias inquisiciones a la vez, y lo consiguió en un excelente libro16. Tratába­
mos de descubrir la lógica interna que las condiciones materiales en las que
se desarrollaba el trabajo inquisitorial habían impuesto al mismo; cóm o las
estrecheces financieras -o , en otros momentos, la abundancia de dinero-
habían repercutido en la actividad; tratábamos de medir el peso material, la
presencia efectiva, del tribunal en el país, y muchas leyendas iban cayendo a
medida que avanzábamos, intentábamos, en una palabra, una reconstruc­
ción del entorno financiero, legal, administrativo, laboral y humano en el
que funcionaba el aparato inquisitorial. Sólo al final, asentados ya en un
sólido conocimiento interno de su funcionamiento, nos atrevíamos a abor­

10 Jaime Contreras y Gustav Henningsen, “Fourty-four thousand cases o f the Spanish Inquisition
(1540-1700): analysis of a historical data bank”, The Inquisition in early tnodern Ettrope.
Studies on sources and metbods, Gustav Henningsen et alii, dir.. De Kalb. Northern Illinois
University Press, 1986, p, 100-129.
11 Gustav Henningsen, The Witches’ Advócate. Basque Witchcraft a n d the Spanish In qu isition ,
Reno, University of Nevada Press, 1980.
12 Virgilio Pinto Crespo, Inquisición y control ideológico en la España del siglo XVI, Madrid,
Taurus, 1983; J.M. Bujanda, Index de llnquisition espagnole, 1551. 1554, 1 5 5 9 c In d e x de
Tlnquisition espagnole, 1583-1584, Sherbrooke, Presses de PUniversité de Sherbrooke. 1984
y 1993.
13 Jaime Contreras y Jean Pierre Dedieu, “Geografía de la Inquisición española: la form ación de
los distritos (1470-1820)", Hispania, 1980, p. 37-93-
H José Martínez Millán, La hacienda de la Inquisición (1478-1700), Madrid, CSIC, 1984.
13 Jaime Contreras, El Santo Oficio de la Inquisición de Galicia (poder, sociedad y cu ltu ra ),
Madrid, Akal, 1982; Jean Pierre Dedieu, Vadministration de la fo i. I. in qu isition de Tolede
(XVle-XVIIIe siécle), Madrid, Casa de Velázquez, 1989; Ricardo García Cárcel, Herejía y sociedad
en el siglo XVI. Ixi inquisición de Valencia (1530-1609), Barcelona, Península, 1976.
16 William Monter, Frontiers o f Heresy. Tloe Spanish Inquisition fr o m the Basque Lands to Sicily,
Cambridge University Press, Cambridge, 1990.
dar temas más fundamentales, como la historia de las ideas o de la represión
intelectual.

Descubrimos pronto que alguien ya había recorrido el mismo camino,


ochenta años antes, un historiador estadounidense, Henry Charles Lea17. Lea
no había pisado nunca el suelo de España. Trabajaba con copias que le
mandaban los archiveros... acompañadas de alguno que otro documento
original. No había visto nunca las series de las cuales encargaba se le envia­
ran piezas sueltas. Además, en ochenta años las ciencias sociales se habían
desarrollado mucho. Teníamos la entusiasmante sensación de estar acaban­
do un edificio sin terminar.

Otro interés sentíamos por la obra, y éste era político, por decirlo así.
Nuestra estancia en Madrid coincidió con la transición democrática española.
España tenía una cuenta pendiente con la Inquisición, que los conservado­
res habían llegado a presentar como la esencia de lo español frente a la
barbarie de los novadores, y que los liberales, a la inversa, habían descrito,
cargando las tintas, como una antesala del infierno y el único responsable de
los males del país. Nosotros teníamos una visión más desapasionada. A la
Inquisición la veíamos como un objeto de estudio, sin más, con curiosidad,
a veces con pena, pero fríamente. No se trataba de condenar, sino de descri­
bir. Muchos nos lo reprochaban. Sin embargo, este distanciamiento nos per­
mitió satisfacer una demanda social. El público estaba entonces ávido de
información sobre el Santo Oficio para alimentar su propia reflexión sobre la
actualidad política y religiosa. El proporcionarle datos complejos, completos,
sin orientación previa, autorizaba por su parte una reelaboración, que era en
fin de cuentas lo que buscaba. Vi a gente salir llorando de conferencias
eruditas porque el orador les había demostrado que eran españoles, a pesar
de no compartir lo que el franquismo presentaba como la esencia de lo
hispánico. Huelga decir que tal demostración no entraba, ni remotamente,
en los objetivos del conferenciante. En Cuenca, en 1978, un congreso sobre
la Inquisición juntó a centenares de investigadores y un numeroso público,
obispo y gobernador civil a la cabeza. El P a ís , el diario más importante,1

1 Henry Charles Lea, A bistoiy o f the inquisition o/Spain. reimpresión, 4 vol., Nueva York,
American Scholar Publications, 1966 [ 1906-1907). La sustancia ele los trabajos de Lea en
Henry Kamen, La inquisición española, 2a ed.. Madrid, Crítica, 1985.
dedicó entonces la última página de su edición dominical a presentar la
estadística de las causas de fe que habíamos elaborado. Vi com o aquel día
un párroco, en misa, dejó de lado el sermón que tenía preparado, e im pro­
visó una charla sobre unas curvas que yo mismo había dibujado, lin libro
erudito sobre el tema, por fin, se agotó y enriqueció la editorial1S.

La importancia social que tuvimos, de la que sólo estábamos parcial­


mente conscientes, nos procuró algunos disgustos. Nuestros maestros, me­
nos angélicos y más al tanto de las repercusiones de nuestros trabajos, de­
fendían puntos de vista algo más dispares que los nuestros y trataban de
imponerlos como fuera. Cosas pasaron que será mejor o lv id a r1", pero
globalmente fue una época dorada; teníamos la sensación, los historiadores,
de servir de algo.

René Millar compartía plenamente estas orientaciones metodológicas.


Era entre nosotros el inquisidor de Lima. Este tribunal constituía en sí un
caso, por especial, interesante. Un caso especial dadas las características de
su distrito. Abarcaba éste Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, Argentina, Uruguay y
Paraguay enteros. Los indios quedaban excluidos de la jurisdicción inquisitorial.
Con todo, la inmensidad del espacio, la elevada cifra de la población intere­
sada, las características propias de una sociedad colonial, daban al de Lima
una especificidad marcada en relación con los tribunales peninsulares. Fu n ­
dado, por otra parte, en fecha tardía y en plena m adurez del sistema
inquisitorial español (1569), no pasó por la fase de tanteos institucionales
que conocieron sus homólogos europeos.

En su estructura institucional, es perfectamente equiparable a cual­


quier otra inquisición de España, llene su sede fija, con dos o tres inquisidores,
clérigos siempre, y peninsulares; algunos secretarios; su nuncio, su alguacil,
su “cárcel secreta", para los reos a la espera de juicio, y su alcaide. En el
distrito tiene sus comisarios y sus familiares, criollos los más. C o m o las
inquisiciones peninsulares, y pasada la época fundacional en la que le ayudó 18 9

18 Joaquín Pérez Villanueva y Bartolomé Escandell Bonet, clir., Historia de la In q u is ic ió n de


España y América, Madrid, BAC, 1984 y 1993-
19 Una buena descripción de la estrategia de los actores en: Johannes-M ichael Scholz, “Spanische
Inquisition zum Stand historischerJustizforschung,\/z/.s Com m une, 1991. XVIII. pp. 225-273.
la monarquía, tiene que autofinanciarse, y la hacienda fue para él una pre­
ocupación constante. Como los demás tribunales, mantiene relaciones estre­
chas, y complejas, con las demás autoridades eclesiásticas y civiles. Estudiar
la Inquisición de Lima equivale, así, a observar el sutil desfase que produce
siempre la transposición de instituciones europeas en un contexto america­
no, a echar una luz inédita sobre la lógica de las mismas. Es, también, una
contribución fundamental a la historia americana.

Pocos chilenos, para tomar un ejemplo, sufrieron los rigores de la


Inquisición de Lima, cuyas fuerzas no alcanzaban a controlar un territorio, al
fin y al cabo, entonces secundario, pero el marco en el que se desarrolló la
historia de Chile venía marcado por la Inquisición. Contribuía ésta en la
filtración de las ideas y de los libros que venían de Europa, o que se elabo­
raban en Indias; al reclutar muchos de sus agentes en estas tierras, contribuía
a la formación de una elite local, que tanta y tan duradera importancia tuvo;
actor esencial, tanto por su potencia financiera como por su actuación repre­
siva, de la vida económica limeña, contribuía a orientar indirectamente la de
medio continente; actor esencial de la vida religiosa entre criollos, negros y
mestizos, ayudó a configurar su visión del mundo. Era parte del entorno del
mundo colonial. Una parte, sin más, pero una parte bien documentada, in­
fluyente, muy relacionada con otras instituciones. La Inquisición es como
una atalaya, desde la cual se pueden observar muchos fenómenos.

No encierra ninguna paradoja el que René Millar se trasladara a Ma­


drid a estudiar “su” Inquisición. Los papeles del tribunal de Lima se perdie­
ron. Sólo sobreviven los legajos y registros de su sección de hacienda, el
tribunal del juez de bienes confiscados, que se conservan en Archivo Nacio­
nal de Chile. Las causas de fe, la correspondencia, la parte más sustancial y
específica del archivo “secreto”, como lo llamaban entonces, se esfumaron
en el siglo X IX . Sólo quedan algunas copias en el archivo de la Suprema. Los
miembros del Consejo, en efecto, recibían de Lima abundante correspon­
dencia y muchos informes. Son ellos la fuente principal de nuestro conoci­
miento, la fuente que René Millar conoce como nadie. Este hecho impone
unas limitaciones serias al estudio. La pérdida de los expedientes originales
de las causas de fe significa, en especial, la desaparición irremediable de una
1uente capital para el estudio de la vida religiosa e intelectual, que sólo
subsana en parte la abundancia de las “relaciones de causas” que forman el
grueso de los informes anuales que enviaban los jueces locales al Consejo.
Tales son las coordenadas generales del libro que el lector tiene hoy
entre manos, tal el entorno en que se generó. Por problemas materiales que
a todos afectan René Millar todavía no ha publicado una tesis que defendió
hace ya muchos años. La estamos esperando con impaciencia y la noticia de
que tendría que formar el tomo tercero de una historia general de la Inquisi­
ción de Lima20 la acogemos con esperanza. Mientras nos quedan los muchos
artículos que publicó el autor agrupados en este libro, contribución esencial
al tema, por fin hechos accesibles.

No puedo concluir este repaso historiográfico sin indicar cuales ten­


drían que ser, a mi juicio, las pautas futuras de la investigación. Cosas que­
dan por hacer en lo que a la estructura y al funcionamiento institucional del
tribunal se refiere, pero creo que lo esencial se sabe. El estudio de las demás
inquisiciones modernas, la portuguesa y la italiana, durante m ucho tiem po a
la zaga, están en pleno auge y van recuperando el terreno perdido21. Q u e ­
dan dos campos yermos. Por una parte el estudio de las repercusiones que
tuvo el tema inquisitorial en las luchas ideológicas del siglo X I X . Nunca se
habló más de la Inquisición como después de su abolición. Hasta bien entra­
do en el siglo X X , en Europa, pero también en América, el tomar partido
frente a la misma era parte esencial de la afirmación política. Fue ella el lugar
simbólico en el que se libraba la batalla que debía conducir a un nuevo
equilibrio entre la Iglesia y el Estado. La producción bibliográfica, en su
momento, fue enorme. Basta hojear la monumental bibliografía de Van der
Vekene para darse cuenta de ello22. Poco valor tiene para el conocimiento de
la institución. Lo tiene enorme para la comprehensión de las relaciones de la
Iglesia con su entorno.

Por otra parte, nos hemos dado cuenta, poco a poco, que fuera de su
papel meramente represivo, la Inquisición había tenido cierta proyección
social por su contribución a la configuración de la elites locales. El ser fami­

20 Paulino Castañeda Delgado, Pilar Hernández Aparicio, La In qu isición de Lima, D eim os,
Madrid, t. I, (1570-1635), 1989; t. II, (1635-1691), 1995.
21 Francisco Bethencourt, L ’Inquisition ci l ’époque múdeme. Espagne, Portugal, Ita lie - X V e-
XlXe siécle, París, Fayard, 1995 y Adriano Prosperi, Tnbunali dalla coscienza. Inquisitoria
confessorí, missionati, Turín, Einaudi, 1996.
22 Emil Van der Vekene, Biblioteca bibliographica historiae sanctae inquisitionis, Vaduz, 1982,
2 vol.
liar de la misma, el tener acceso al fuero inquisitorial, el revestirse del pres­
tigio del tribunal que encarnaba los valores centrales de la sociedad de en­
tonces, era un paso esencial en la carrera ascendente de cualquier familia. El
manipular las denuncias y las testificaciones, el poder orientar sospechas de
desviacionismo religioso hacia tal o cual, constituía un auténtico instrumento
de poder. Poco sabemos de este papel de la Inquisición. La respuesta a
nuestra interrogante no se encuentra en los papeles del tribunal. El tema no
se puede estudiar sin un conocimiento previo y pormenorizado de una so­
ciedad local concreta. Entonces puede ponerse en contexto la actuación
inquisitorial, bien sea en su aspecto represivo, bien sea en la concesión de
cargos.

Mucho queda por hacer. Hemos edificado una base sólida, y este libro
es una notable contribución a la misma. Era un paso previo necesario. Nos
queda por edificar entre todos lo que importa de verdad: una historia que
permita ver el papel de la Inquisición en el juego social en su globalidad.
También a esto contribuyen muchas de las páginas que siguen.

J .P . D e d ie u
CNRS / UMR TEMIBER
Talence, Francia
I nt r o d u c c i ó n

L o s estudios inquisitoriales han experimentado


un notable desarrollo desde la década de 1970 y no sólo han implicado una
profunda revisión del Santo Oficio como institución sino que ademas han
contribuido de manera significativa a la última gran renovación que ha expe­
rimentado la historiografía contemporánea. De hecho, el auge de la historia
de las mentalidades y de la historia de la vida cotidiana está unido directa­
mente a las investigaciones en torno a la Inquisición. Sin ir más lejos, algunas
obras pioneras en esos campos, como M o n ta illo a , de Le Roy Ladourie; E l
H o m b re español, de Bartolomé Bennassar, y lil queso y los gusanos, de Cario
Ginxbiug se elaboraron a partir de documentación inquisitorial. Es justamen­
te en este último aspecto en donde se encuentra una de las claves que
explican el interés por estudiar los temas relacionados con el Santo Oficio.
Este, como pocas instituciones, nos ha legado una ingente masa documental
que reúne algunas características muy especiales, que permiten una recons­
trucción minuciosa de toda la estructura administrativa de los distintos tribu­
nales, a la vez que nos posibilita el hacer análisis finos de las relaciones con
el poder temporal y también entrar en la intimidad y el mundo de creencias
y valores del hombre común y corriente de la época moderna.

A partir del revisionismo historiográfico que se ha dado en torno al


Santo Oficio, nos permitimos exponer en este libro algunos planteamientos
y análisis que pretenden mostrar nuevas perspectivas sobre el funcionamien­
to institucional del Tribunal de Lima, al mismo tiempo que intentamos un
acercamiento a determinadas mentalidades y comportamientos de algunos
sectores de la sociedad virreinal.
La Inquisición española fue establecida para combatir la herejía y. por
lo mismo, para garantizar la pureza de fe y la unidad religiosa de la penínsu­
la. Fue un tribunal eclesiástico, que por lo general actuó con cierta autono­
mía frente al poder temporal, aunque en determinados m om entos dejó en
evidencia un grado de dependencia significativo de la autoridad m onárqui­
ca. Esa relación se explica en la medida que ambos poderes coincidían en
tener como uno de sus fines esenciales la salvación eterna de los fieles. Ella
sólo podía alcanzarse en el seno de la Iglesia, cumpliendo con las obligacio­
nes y enseñanzas de la religión católica, la única verdadera. El que disentía
estaba en el error y quedaba al margen del camino de la salvación. Con su
posición, no sólo comprometía su situación individual, sino que además se
transformaba en un peligro para la sociedad, pues con su ejem plo o propa­
ganda podía influir en la condena eterna de otras personas. D e ahí que fuese
tan grave tener una postura heterodoxa en materia religiosa. Los herejes eran
un peligro para el orden social.

Para cumplir con su objetivo el Santo Oficio dispuso de variados me­


dios, entre los que se encuentran las amplias facultades jurisdiccionales que
se le fueron otorgando a través del tiempo, los recursos financieros que se le
asignaron, el enorme aparato burocrático que llegó) a estructurar, unido al
respaldo que le dieron los monarcas durante gran paite de su historia y a la
adhesión que encontró en amplios sectores sociales.

El Tribunal, mediante esos medios, cumplió una función determinante


en lo que respecta a la mantención de la unidad religiosa en España e Indias.
Pero, en la medida que la religión estaba muy entrelazada con los diversos
aspectos de la vida, la significación que aquella institución tuvo en los ámbi­
tos sociales y políticos fue también de gran trascendencia.

Los nuevos métodos y temáticas de la historiografía moderna han


permitido un acercamiento distinto a aquellas cuestiones que planteaba la
Inquisición española, cuyos estudios habían estado tradicionalmente marca­
dos por una fuerte carga ideológica que terminaba por proyectar una visiem
parcial y hasta cierto punto distorsionada de la institución. Ahora se ha inten­
tado conocer la actividad represiva elaborando series, estableciendo ritmos y
frecuencias, cotejando las normas procesales con la praxis, y estudiando la
represión de determinadas conductas o creencias. El aparato burocrático y
las finanzas son otros temas que han merecido la atención ele los historiado-
res contemporáneos. También se han estudiado las relaciones con otras ins­
tituciones eclesiásticas y con las autoridades reales. En fin, es muy variada la
gama de temas y problemas que en el último tiempo han sido abordados.
Esto en gran medida se ha podido realizar merced a la ingente documenta­
ción generada por los diversos tribunales y por el Consejo de la Suprema,
que en una proporción importante se conserva en el Archivo Histórico de
Madrid.

El Tribunal de Lima, al igual que las inquisiciones peninsulares, man­


tenía una permanente correspondencia con la Suprema, que era el organis­
mo encargado de fijar las pautas en materia procesal, de cautelar por la
correcta administración de justicia y de velar por el buen funcionamiento
administrativo de los tribunales de distrito. Como consecuencia de esa rela­
ción, el Consejo recibía de cada tribunal una masa documental enorme,
constituida por cartas, informes, cuentas, relaciones de causas de fe e incluso
expedientes de procesos de fe. Esos papeles, que pertenecían al archivo de
la Suprema, son los que actualmente se conservan en el Archivo Histórico de
Madrid y constituyen la base de nuestras investigaciones. Como lo señala
Jean Fierre Dedieu en el preámbulo de este libro, el archivo que tenía el
Tribunal de Lima en su sede se perdió en su mayor parte y sólo se conservan
las secciones relacionadas con hacienda y algo de la correspondencia1, que
por cierto también hemos utilizado.

Cuando inicié mis investigaciones sobre el tema, en 1978, el conoci­


miento que teníamos del Tribunal de Lima prácticamente se circunscribía a
lo aportado por las obras de José Toribio Medina. Este, entre fines del siglo
X IX y primeras décadas del X X , había publicado tres libros sobre la Inquisi­
ción de Lima estructurados a partir de ámbitos geográficos parciales, que en
su conjunto cubrían todo el distrito jurisdiccional de la institución. Así, había
uno sobre la Inquisición en Lima, otro en Chile y, un último, en las Provin­
cias del Plata. Medina, para la elaboración de ellos, utilizó la misma docu­
mentación que nosotros revisaríamos un siglo más tarde, pero que en su
época se encontraba mayoritariamente en Simancas. El prolífico polígrafo
chileno fue un pionero en el campo de los estudios inquisitoriales y fue uno

1 Rene Millar C., “El archivo del Santo Oficio de Lima y la documentación inquisitorial existente
en Chile". En Revista de Inquisición , Madrid, en prensa.
de los primeros investigadores en trabajar de manera sistemática los papeles
de la Suprema. Sus obras significaron el descubrimiento ele un m undo
del que apenas se tenían unas pocas referencias aportadas por Benjamín
Vicuña Mackenna y Ricardo Palma2. El impacto que causaron en su época
fue enorme y se transformaron en el referente obligado sobre el tema o
sobre cuestiones relacionadas con la Iglesia, la cultura y las ideas del m undo
colonial.

Los libros de Medina tienen un valor innegable, que el tiempo no ha


menguado. Este hecho, en gran parte, se explica por la peculiaridad del
autor, que no era un historiador propiamente tal. Era un gran bibliógrafo,
con una capacidad de investigación y trabajo excepcional, pero que estaba
muy lejos de tener el oficio de un Barros Arana. Esas carencias formativas se
reflejan en su obra, que es muy discutible desde el punto de vista metodológico
y analítico. Con todo, aquéllas también lo llevaron a optar por un método de
trabajo que, a pesar de ser heterodoxo con respecto a la ciencia histórica, le
dio una vigencia permanente a sus libros y los transformó en instrumentos
indispensables para los investigadores contemporáneos. Lo que hizo Medina
fue muy simple, recopiló toda la información que encontró sobre el Tribunal
y la ordenó cronológicamente, con algunas ocasionales separaciones temáti­
cas. Luego redactó, transcribiendo de manera textual buena parte ele la
documentación que había encontrado. En suma, Medina nos proporciona el
acceso a las fuentes originales, sin tamices. Sin embargo, eso no significa
que el autor se haya colocado en una posición aséptica frente al tema. Por
el contrario, él, como un liberal del siglo X IX , aplicó sus criterios ideoló­
gicos para juzgar a la institución, pero, dado que los documentos aparecen
transcritos sin alteraciones, aquellas interpretaciones y juicios de valor no los
alteran.

Las obras de Medina fueron y son muy importantes, pero habían pasa­
do cien años desde su publicación, por lo que parecía lógico intentar nuevas
aproximaciones a la historia del Tribunal, máxime cuando estábamos en

Benjamín Vicuña Mackenna, “Lo que fue la Inquisición en Chile”, en Anales ele la l 'nire/sidad
de Chile, t. XXI, 1862, pp. 129-153. Francisco Moyen o lo que f u e la In qu isición en A m érica
(cuestión histórica y de actualidad). Imprenta del Mercurio. Valparaíso, 1868. Ricardo Palma.
Anales de la Inquisición de Lima, cuya primera versión se publicó com o artículo en la
Revista de Sudaméñca de Valparaíso, en 1861, siendo editado com o libro en 1863 en Lima.
presencia de un movimiento renovador de ios estudios inquisitoriales, que
pretendía acercarse a la institución pertrechado de los métodos e inquietu­
des temáticas que campeaban en la disciplina hacia fines de la década de
1970. He ahí las razones que me impulsaron a investigar sobre la Inquisición
de Lima.

Antes de mencionar los temas específicos que desarrollamos en este


libro, veamos algunas breves referencias cuantitativas a la actividad represi­
va desarrollada por el Tribunal de Lima a lo largo de toda su historia. Ellas
nos darán las coordenadas que enmarcaron su labor y por lo mismo clarifica­
rán las magnitudes involucradas y sus proporciones aproximadas con res­
pecto al conjunto social. Ahora bien, la jurisdicción de dicho tribunal, desde
el punto de vista geográfico, comprendía todo el virreinato peruano y, en lo
que toca a las personas, la tenía respecto a la totalidad de la población
bautizada, con excepción de los indígenas, para los que se establecieron
tribunales especiales. La Inquisición de Lima, entre 1570, año de su instala­
ción y 1820, en que fue abolida, sentenció a unos 1.700 reos. De ellos,
condenó a muerte a alrededor de medio centenar, de los cuales un total de
30 fueron llevados en persona a la hoguera y el resto salió en estatua, lo que
en el lenguaje inquisitorial significa que se trataba de personas ya fallecidas
cuyos huesos eran arrojados a las llamas. La actividad represiva del Tribunal
no fue uniforme a lo largo del tiempo sino que por el contrario es posible
detectar ciertas fases o períodos. El de mayor actividad corresponde a las
primeras décadas de la institución, en las cuales se concentra cerca del ^5
por ciento de todas las causas sentenciadas por el Tribunal en su historia.
Esto se explica a partir de la política de gran rigurosidad que desarrolla la
institución recién establecida como una forma de marcar presencia y de
cortar de raíz numerosas manifestaciones que lindaban en la heterodoxia y
que proliferaban por la falta de control. En la última fase, que comprende
desde mediados del siglo XVIII hasta la extinción, la actividad disminuye de
manera sustancial. En esta fase final fueron sentenciadas por el tribunal un
promedio de sólo una causa y fracción anual, cifra bastante inferior a la
media del siglo XVII que fluctúa en torno a las cinco y muy por debajo de la
frecuencia media que se da en el siglo X V I, que supera las 17 causas falladas
anualmente. De sentenciarse más de un proceso al mes durante el siglo XVI
se pasa a una causa cada tres meses y medio en el siglo XV III. Esa menor
actividad está relacionada con la decadencia que experimenta el Tribunal
limeño, consecuencia, a su vez, del deterioro económico y del m enor respal­
do que le otorga el monarca3.

Las cuantificaciones anteriores nos muestran en prim er lugar que la


cantidad de encausados no es numéricamente m uy im portante, sobre todo si
se considera que corresponde a los 250 años de la historia del Tribunal y a
una población en constante crecimiento que se extendía desde el istmo de
Panamá hasta Chile y el Río de la Plata. Cabe hacer notar, eso sí, que a partir
de l6l0 el territorio comprendido al norte de Q u ito fue desprendido del
Tribunal de Lima y asignado al nuevo Tribunal de Cartagena de Indias. A h o ­
ra bien, al analizar la represión de acuerdo al tipo de delito perseguido nos
encontramos con algunos resultados interesantes. Así, los delitos que con­
centran de manera preferente el interés del Tribunal son los de proposicio­
nes, con el 24 por ciento de las causas; el de bigamia, con el 17,5; el de
judaismo, con el 14,7, y el de hechicería, con el 13,35 por ciento del total de
causas. Los otros delitos tienen una significación menor, com o acontece con
el de solicitación, que representa el 7 por ciento; con el que es denom inado
contra el Santo Oficio, es decir los que atentan contra el Tribunal, que alcan­
za al 6 por ciento; y con el luteranismo, que llega sólo al 5 por ciento. Los
demás delitos tienen una presencia absolutamente marginal.

La represión al delito de proposiciones muestra una interesante simi­


litud con la situación que al respecto se genera en Castilla. Cabe hacer notar
que la Inquisición denominaba proposiciones a las palabras u opiniones
atentatorias o contrarias a la fe y a la doctrina católica. Pues bien, resulta que
dicho delito, incluidas las blasfemias y las palabras escandalosas, es lejos el
que concentra el grueso de la represión tanto en Castilla como en América.
En lo que respecta al Tribunal de Lima, dicha represión adquiere una mayor
intensidad durante sus primeros 50 años de vida, es decir entre 1570 y 1620,
y en el caso de los tribunales castellanos el fenómeno se produce entre 1530
y I6l0. La persecución de este delito presenta algunas facetas que merecen

3 Las referencias cuantitativas en Jaime Contreras, Las causas de Fe en la In q u is ició n española,


1540-1700. Análisis de una estadística. Comunicación al Simposium interdisciplinario de la
Inquisición medieval y moderna, Dinamarca, 5-9 de septiembre de 1978, copia dactilografíen.
También, Rene Millar C., La Inquisición de Lima en los siglos X V I I I y XIX. Tesis doctoral,
Universidad de Sevilla, España, 1981, inédita.
ser destacadas. En primer término habría que señalar que en él aparecen
involucrados de manera preferente cristianos viejos. Este es un dato relevan­
te, pues como decíamos anteriormente se tiende a pensar que el Santo O fi­
cio tuvo su razón de ser en la lucha contra las minorías disidentes, constitui­
das fundamentalmente por cristianos nuevos. Esa opinión tiene una validez
parcial, puesto que la mayoría de los pacientes castellanos del Santo Tribu­
nal fueron cristianos viejos, que no tenían el más mínimo ánimo de alejarse
de la Iglesia ni de la religión católica. En el caso del Tribunal peruano ese
fenómeno es todavía más marcado, pues el procesamiento de judaizantes es
reducido dentro del contexto general y todavía es mucho menor el de aque­
llos que sostuvieron posturas realmente heréticas. En suma, la inmensa ma­
yoría de los procesados por el Tribunal de Lima eran católicos, no descen­
dientes de cristianos nuevos, y convencidos de la validez y verdad del men­
saje cristiano que pregonaba la Iglesia romana. Con todo, la Inquisición tenía
muy claro que el grueso de las conductas y opiniones que perseguía no
correspondían a manifestaciones heréticas, pero estaba convencida de que
su propagación podía dar pábulo o servir de base a la penetración de la
herejía.

Esas son las magnitudes y la orientación que tuvo la actividad represi­


va del Tribunal de Lima durante su historia. Por lo tanto, a partir de ellas no
caben las exageraciones ni tampoco el desconocer la trascendencia de su
acción. Al respecto hay que tener presente que una cosa es el volumen de
las causas y la mayor o menor drasticidad con que se procedió en ellas, y
otra la influencia que, por su presencia y accionar, tuvo sobre el conjunto de
la sociedad. Hechas esas precisiones, veamos algo respecto al contenido
específico de este libro. En primer lugar es conveniente advertir que se trata
de una serie de artículos escritos a partir de la década de 1980 y publicados
en diversas revistas. Aunque obviamente no constituyen una unidad desde
el punto de vista estructural, sí hay una relación armónica entre ellos que va
más allá del objeto central, el Tribunal de Lima, y que corresponde a la
visión general que tenemos de la institución. Con todo, en la medida que se
trata de trabajos pensados originalmente de manera autónoma, al presentar­
los reunidos dejan en evidencia algunas reiteraciones, que hemos optado
por no modificar para no afectar la estructura de ellos.

En la primera parte de este libro abordamos el tema del procedimien­


to inquisitorial, que por décadas ha motivado la publicación de cientos de
páginas, la mayoría escritas no sólo con el objeto de describir un sistema,
sino también con el ánimo de encontrar argumentos para desprestigiar a la
Iglesia. Lo que nosotros pretendimos en los dos trabajos que se incluyen en
ese apartado fue un acercamiento al tema desde la perspectiva particular del
Tribunal de Lima, con el objeto de precisar las peculiaridades que se dieron
en el modo de proceder general, debido sobre todo a los requerimientos
impuestos por la lejanía. También, nos interesó enmarcar las prácticas
inquisitoriales en el contexto del Derecho de la época, para apreciar las
diferencias y semejanzas con respecto al Derecho penal que se aplicaba por
los tribunales ordinarios europeos.

En la segunda parte nos adentramos en algunos aspectos de la historia


institucional del Santo Oficio limeño. En dos artículos analizamos cuestiones
relacionadas con la Hacienda del Tribunal, Específicamente, en el primero
de ellos damos una visión general acerca de las características y evolución
de la parte financiera del Tribunal, tema clave para entender determinados
comportamientos en materia de actividad represiva. En el segundo, hacemos
un estudio en profundidad de las repercusiones hacendísticas de la persecu­
ción de mayor impacto y trascendencia que realizó el Tribunal en su historia,
la de los comerciantes de origen judeo-portugués efectuada en la década de
1630. El tercer trabajo de esta parte corresponde a una aproxim ación a los
conflictos de competencia en que se ve envuelto el Tribunal de Lima con las
autoridades reales y eclesiásticas del virreinato. Se describen los factores que
provocan las controversias y se muestran las tendencias que se detectan en
las relaciones con otras instituciones y autoridades y que reflejan el m ayor o
menor poder del Tribunal en el contexto de la sociedad colonial.

En la tercera y última parte hacemos una incursión en la actividad


represiva que desarrolló el Tribunal frente a cuatro fenómenos específicos: la
hechicería, las blasfemias, la solicitación y la circulación de libros prohibi­
dos. El primero corresponde a uno de los delitos que concentró en mayor
medida la represión de este Tribunal y que además involucró, com o reos y
testigos, a un número considerable de personas, lo cual permite hacer algu­
nas referencias a cuestiones de mentalidad en ciertos sectores de la sociedad
virreinal. El segundo, en sentido estricto, trata de dos comportamientos
delictivos, uno ele ellos es la blasfemia y el otro la proposición que se cono­
cía como simple fornicación. Nuestro interés en este capítulo no sólo apunta
a desentrañar la forma como actúa el Tribunal con respecto a esos delitos,
sino también nos interesa ver como a través de la represión de ellos se
realiza una labor catequizadora, de enseñanza de la doctrina católica. El
tercero se refiere a un delito que involucraba a miembros del clero y que se
explica en gran medida debido a que ingresaban al sacerdocio numerosas
personas sin vocación, atraídas más bien por la posibilidad de obtener algu­
na renta que les permitiera subsistir. En dicho capítulo, junto con analizar los
diferentes factores que lo generaban, se muestra la manera como las autori­
dades eclesiásticas, desde la Santa Sede hasta la Inquisición, trataron de
reprimirlo y de evitar su proliferación. También aquí se hacen algunas refe­
rencias a determinados aspectos de mentalidad. El cuarto, con el que conclu­
ye el libro, tiene que ver con un tema de historia de la cultura. Estudiamos el
papel que el Tribunal desempeñó en el control sobre el libro prohibido.
Además, analizamos la represión que ejerció sobre los lectores de ese tipo
de obras, la cual adquirió cierta significación a raíz de la difusión del ideario
de la Ilustración.

Soy deudor de las diversas revistas que originalmente publicaron los


artículos que, revisados y puestos al día a veces con bastantes agregados,
integran este volumen. Deseo agradecer a la señora Gabriela Echeverría,
coordinadora ejecutiva de la Editorial de la Universidad Católica, por la dis­
posición que ha tenido para hacer posible la publicación de este libro. Tam­
bién, debo manifestar mi reconocimiento al Dr. Nicolás Cruz Barros, director
del Instituto de Historia, que siempre ha apoyado la labor de investigación
que realizo en dicho centro y que además contribuyó a que este libro se
hiciera realidad. Una especial mención debo a la Pontificia Universidad Ca­
tólica del Perú, que, a través del Departamento de Humanidades y del Insti­
tuto Riva-Agüero, participa en la coedición de esta obra. Vaya mi gratitud a
los doctores José Agustín de la Puente y Teodoro Hampe por todo lo que
hicieron para que esa iniciativa se concretara. Igualmente, estoy agradecido
de la señora Dora de Groote, que se ha dado el trabajo de digitar buena
parte de este libro. Lo propio debo manifestar respecto de Susana Simonetti,
que elaboró los índices y revisó las pruebas finales. Por último, no puedo
dejar de citar a mi esposa, Visitación, que siempre ha tenido la paciencia de
revisar y corregir los textos de mis trabajos.

Santiago, mayo de 1997.


P r i m e r a P a r t e

P r a c t i c a s P r o c e s a l e s

N o ta s s o b re e l p ro c e d im ie n to

in q u is ito ria l d e sd e la p e rs p e c tiv a

d e l trib u n a l d e L im a

II

A s p e c to s d e l p ro c e d im ie n to

in q u is ito ria l
Notas sobre el procedimiento inquisitorial
desde la perspectiva del tribunal de Lima*

E l tema del procedim iento inquisitorial ha sido


abordado p o r la m ayoría de los num erosos autores que se han p re o cu p a d o
de la historia del Santo O fic io . Sin em bargo, lo anterior n o significa que
aquélla sea una materia agotada para la investigación histórica, o q u e , p o r lo
m enos, im plique la posesión de un conocim iento preciso de las distintas
fases o etapas de este procedim iento en su práctica judicial. A ú n carecemos
de una obra q u e , utilizando los manuales inquisitoriales, las apoitaciones de
los tratadistas, la legislación y la praxis jurídica, proporcione una visión aca­
bada de la form a com o evolucionó y llegó a funcionar el m o d o de proceder
del Santo O fic io . Desde la obra de H e n ry Charles Le a , marcada p o r prejui­
cios ideológicos, no se ha a va n za d o m u cho sobre la m ateria*1.
C o n todo, en el últim o tiem po se han realizado, en ese aspecto, algunos
aportes significativos. A s í, merece destacarse la labor llevada a cabo p o r el
D ep artam ento de Historia M oderna de la U niversidad A u tó n o m a de M a d rid ,
en torno a la futura edición de lo que se ha d e n o m in a d o C o r p u s L e g is la t iv o
d e la I n q u i s i c i ó n E s p a ñ o la 1. Ta m b ié n , desde una perspectiva de aporte d o c u ­
m ental, deben señalarse las publicaciones q u e , con interesantes aunque dis­
cutibles introducciones, ha realizado Louis Sala-Molins, del D i r e c t o r i u m I n q n i -

* Este artícu lo fue p u b licad o o rig in alm en te en la Revista C h ile n a d e H is to ria d el D e re c h o , N° 9


d e 1983,
1 t lenry C harles Lea, Ilis to ry o f the In q u is itio rr o f Spain, p rim era e d ició n , New Y ork , 1906-
1907. E d ició n e n ca stella n o , M adrid, 1983-
M ario L. O ca ñ a T o rres, “El C orp u s Ju ríd ic o d e la In q u isició n E sp a ñ o la ”, e n La In q u is ic ió n
lisp a ñ ola . N u e v a visión, nuevos h o riz o n te s , Edit. Siglo X X I, M adrid, 1980, p p . 9 1 3 y ss.
s ito m m , de Nicolau Eymerich\ y del R e p e r to r iu m h u f u is it u r u m , atribuido a
M. Albert*1*4*. De ese mismo carácter es la útilísima recopilación de Instrucciones
sobre procedimiento inquisitorial realizada por Miguel Jim é n e z M onteserínT
En cuanto a la praxis procesal en tribunales de distrito habría que
mencionarlos trabajos de Ricardo García Cárcel6* y Jaim e Contreras". Sobre la
evolución del Derecho inquisitorial es de interés el artículo de Virgilio Pinto
que analiza el fenómeno desde el punte; de vista de la censura de libros8. N o
podemos dejar de mencionar los estudios de Francisco Tornáis y V aliente, en
los que aborda el análisis del procedimiento inquisitorial en sus aspectos
más esenciales. Fruto de esas preocupaciones deben considerarse su artículo
de divulgación publicado en H is to ria 16 y la ponencia presentada en el I
Simposio Internacional sobre la Inquisición Española, celebrado en Cuenca,
en 19789; dado su lamentable fallecimiento a manos del terrorism o, no pudo
hacer realidad la obra definitiva sobre el tema que había p rom etido elaborar.
En los últimos años han aparecido diversos trabajos que describen y analizan
el procedimiento inquisitorial. Los que revisten m ayor interés pertenecen a
Jean Fierre Dedieu, “L ’Inquisition et le droit. Analyse form alle de la procedure
inquisitoriale en cause de Fo i”10; a varios autores que colaboran en la obra

* Nicolau Eymerich y Francisco Peña, Le m anual das inquisiteurs. Introd u cción, traducción el
notes de Louis Sala-Molins, Mouton Editeur, París, 1973-
1 Le dictionnaire des inquisiteurs, Valonee 1494. Introducción y n o tas d e I.ouis Sala-M olins,
Editions Galilée, París, 1981.
Miguel Jiménez Monteserín, In trod u cción a la In q u is ic ió n española. D o c u m e n to s básicos
para el estudio del Santo Oficio, Editora Nacional, Madrid, 1981. Sin d e s c o n o c e r el ap o rte
que significa, lo cierto es que la forma en qu e está estru ctu rad o el lib ro , la s e le c c ió n de
material que se hizo y la falta de un análisis crítico, le restan en tid ad a la o b ra .
Ricardo García Cárcel, Orígenes de la In q u is ició n española E l tr ib u n a l ele V a len cia . 1478-
1530, Ediciones Península, Barcelona, 1976.
Herejía y sociedad en el siglo X V I. La In qu isición en Valencia. 1 5 3 0 -1 6 0 9 , E d icio n es Península,
Barcelona, 1980.
Jaime Contreras, El Santo O ficio de la In q u is ició n de C a lid a (p od er, s o c ie d a d y c u lt u r a ),
Akal Editor, Madrid, 1982.
8 Virgilio Pinto Crespo, “Institucionalización inquisitorial y censu ra d e lib ro s", en La In q u is ic ió n
Española. Nueva visión, nuevos horizontes, op. cit., pp. 513 y ss.
Francisco Tomás y Valiente, “El proceso p enal” en H istoria 16, n ú m ero e s p e c ia l d e d ic a d o a
la Inquisición, Madrid, diciembre, 1976.
“Relaciones de la Inquisición con el aparato institucional del E sta d o ”, e n La In q u is ic ió n
Española. Nueva visión, nuevos horizontes, op. cit., pp. 41 y ss.
10 Mélanges de la Casa de Velázquez, tomo XXIII, 1987.
colectiva P e rfile s ju r íd ic o s de la In q u is ic ió n e s ¡)a ñ o la n \ y a Bruno Aguilera
Barchelet, que lo estudia más en profundidad en el tomo segundo de la
H is to ria de la In q u is ic ió n en España y A m é ric a , dirigida por Joaquín Pérez
Villanueva y Bartolomé Escandell1112.
El objetivo de este trabajo se limita a la presentación de un esquema
del procedimiento inquisitorial, conjugando los aspectos normativos con la
práctica jurídica. Todo esto desde la perspectiva de un tribunal de distrito
extrapeninsular, lo que a su vez implica determinar las posibles peculiarida­
des que pudieran darse con respecto a las pautas generales de procedimien­
to. También cabe hacer notar que nuestro interés se centra especialmente en
el siglo X V III. Debe tenerse presente que ese período corresponde a la últi­
ma fase de la evolución del modo de proceder, a aquélla en que el sistema
estaría ya en gran medida precisado; con todo, esto no implica que la auto­
ridad legisladora (el Consejo de la Suprema) hubiese dejado, a esas alturas,
de dictar normas reguladoras tendientes a perfeccionarlo.
En definitiva, nuestro trabajo no pretende ser más que un pequeño
aporte, sobre todo desde el punto de vista de la sistematización, al vasto
campo de los estudios sobre el procedimiento inquisitorial, que, por lo de­
más, durante mucho tiempo ha sido tan manido como parcialmente conocido.

1. Fase sumaria
7^ El proceso inquisitorial se dividía en dos grandes fases, la sumaria y la
plenaria; sin embargo, como señala Tomás y Valiente, esta separación era
menos acentuada que en otras jurisdicciones de la época, predominando “la
acción inquisitiva sobre la acusatoria a lo largo de todo el proceso”13.
bajase sumarié se conocía también con el nombre de inquisitiva por­
que en ella se efectuaba la investigación de los hechos; el inquisidor, que en
la fase siguiente integraría el grupo de jueces encargados de fallar la causa, era
quien dirigía^la indagación y acumulaba las pruebas contra los acusado.41^?

11 José Antonio Escudero, editor, Instituto de I listona de la Inquisición. Universidad Complutense


de Madrid, 1989.
IJ Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1993. Este trabajo tiene la seria limitante de haberse
elaborado a partir fundamentalmente de fuentes secundarias.
,á~ Francisco Tomás y Valiente, “Relaciones de la Inquisición op. c it ., p. 58.
J/ Este procedimiento era, por lo demás, el mismo que se seguíaj¿n-los tribunales ordinarios,
aunque en éstos el reo gozaba de mayores garantías para su defensa: ver Francisco Tomás y
a ) La in fo rm a ció n su m a ria .
El proceso en causa de fe, por lo general,
se iniciaba con la denuncia o delación que una persona hacía ante un comi­
sario o los mismos inquisidores. No obstante, los manuales inquisitoriales
contemplaban la posibilidad de actuar sin que hubiese una denuncia formal
previa15; e incluso, según lo señalado por García Cárcel, en la práctica, en el
Tribunal de Valencia, a lo largo del siglo XVI llegó a predominar la formación
de causas por medio de la pesquisa, vale decir, el proceder de oficio16. Con
todo, en el caso de Lima, a lo largo de toda su historia, sólo se inician las
causas por delación17 y es muy probable que algo similar ocurriera en los
tribunales peninsulares al caer en desuso el régimen de la visita del distrito18,
que favorecía el procesamiento de oficio en las zonas rurales.
Toda persona tenía la obligación de delatar, bajo penas espirituales,
las opiniones o actos que fueren contrarios a la fe. A la sociedad se le man­
tenía al corriente de los hechos considerados delictivos que debían ser de­
nunciados, Mediante edictos de fe y anatema se le recordaba periódicamente
la obligación de denunciar, so pena de excomunión. Los confesores y predi­
cadores complementaban esa labor, al conminar a los fieles para que cum­
plieran con aquel mandato. Eran muy frecuentes las autodenuncias debido a
los problemas de conciencia que se les planteaban a los delincuentes, al
trato especial y sentencia más benigna que recibían y al temor y sospecha de
que iban a ser denunciados por otros.
¡ Ninguna denuncia podía ser anónima; se exigía la plena identificación
\ del denunciante y, por lo general, debía hacerse personalmente. La denuncia
anónima no estaba contemplada en el procedimiento inquisitorial; sin em­
bargo, no han faltado autores que han sostenido que era una práctica tradi-

Valiente, El derechopenal de la monarquía absoluta (siglos X VI-XVII-X VW). Editorial Tecnos,


Madrid, 1969, pp. 155 y ss.
15 Nicolau Eymerich y Francisco Peña, Le manuel .... op. cit ., pp. 115 a 118. También, Le
dictionnaire des inquisiteurs .... op. cit., p. 188.
Ricardo García Cárcel, Herejía y sociedad ..., op. cit., p. 188.
17 Hemos revisado cerca de 300 relaciones de causas sin encontrar indicios de iniciación de
procesos por otra fórmula que no sea la delación; ver Rene Millar, La Inquisición de Lima.
Siglos XVJIIy XIX, tesis doctoral, inédita, Universidad de Sevilla, 1981.
IK En relación al Tribunal de Galicia sabemos que la delación marginó a las otras formas de
iniciación de proceso; ver Jaime Contreras, op. cit., p. 532. Con respecto a la interesante
institución de la visita del distrito, ver artículo de Jean Fierre Dedieu, “Les Inquisiteurs de
Toledo et la visite du district. Le sedentarisation d’un tribunal (1550-1630)”, Mélanges de la
Casa de Velázquez, t. XIII, 1977.
cional del Santo Oficio; posiblemente el error provenga ele una confusión
con los testigos, cuyos nombres no se ciaban a conocer al reo, o de una
alusión que Llórente hace en su Hfsíoria crítica "a Iris"delaciones anónimas
que acogían los inquisidores19. liste último hecho queda totalmente desmen­
tido por las diversas instrucciones sobre el modo de proceder inquisitorial y
por lo cjue conocemos de la practica inconcusa observada por el Tribunal de
Lima desde su fundación.
El denunciante, ya sea ante el comisario o los inquisidores, debía
comprometerse mediante juramento a decir la verdad y ^guardar absoluto
secreto de lo que se tratase^ La persona que se autodehunciaba tenía la
obligación de dar a conocer los nombres y señas de todos aquellos que
sabían que había delinquido en materia de fe. El denunciante también debía
poner en conocimiento del ministro del tribunal los nombres y demás refe­
rencias de todos los testigos del hecho denunciado; ése era un elemento
muy importante para poder seguir adelante con el proceso.
Dado que la base del procedimiento inquisitorial estaba en la dela­
ción, el Santo Oficio siempre se preocupó por evitar que aquélla se desvir­
tuara. La Inquisición era consciente de que alguien podía utilizar la delación
como un medio de venganza contra sus enemigos; por eso, la falsa denuncia
se consideraba como un delito contra la fe, y los falsarios, ya sea denuncian­
tes o testigos, eran sometidos a proceso y castigados con penas rigurosas.
Recibida la denuncia y sopesadas la capacidad y reputación del dela­
tor, se pasaba a examinar a los testigos citados por aquél (en el caso del
Tribunal de Lima no era del todo infrecuente que se esperase a recibir más
de una delación antes de seguir con el proceso)20. El conjunto de estas
declaraciones formaban la primera etapa de esta fase inquisitiva, la cual se
conocía con el nombre de in fo rm a ció n sum aría. Para que el proceso pasara
a la etapa siguiente, se requería que la denuncia contuviera indicios razoná­

is Juan Antonio Llórente, Historia critica ele la Inquisición de Esfu ni a, Kdiciones Hipeñón.
Madrid, 1980, t. I, p- 224. Bruno Aguilera, en 1993 en "F.l procedimiento de la inquisición
española" incluido en la Historia.... op. cit , p. 359, siguiendo a 11. Beinardt, señala que la
Inquisición acogía denuncias anónimas y que ellas se habrían generalizado desde mediados
del siglo XVI.
A modo de ejemplo, ver las causas por hechicería que figuran en el Al 1N, sección Inquisición,
legajo 1.656, expediente 3; también las de solicitación en AUN. Inquisición, leg. 3-592 y
3-730, y las de proposiciones de Francisco Moven (AUN, Inquisición, leg. 2.209, exp. 10).
Gregorio Peña y Collado (AHN, Inquisición, leg. 2.215, exp. 36) y Felipe Manuel Lapeire
(AUN, Inquisición, leg. 3-730. exp. 88).
); tam bién se
bles de haberse cometido un delito penado poi H Santo < >hL 1
declaraciones
requería que hubiera una concordancia entre la dentiru ¿a \ la
i , • ^ . . . .. . . a los testigos
de los testigos. Existían determinadas form ulas para interrogan
)f |o expuesto
con el fin de que sus declaraciones no estuvieran i n f l u i d a s p<
por eli idenunciante-1. n t-n i -
Debían jurar m antener el, secreto ele , tocio io lo tratado y,
- i , . - , .iviib a su exa-
como señala Llórente, “a ninguno se decía el asunto q u e m u 1' .
. . , . _ js. si habían
men. A cada uno se preguntaba en general ante todas las c< >- ‘
r . , . , ..c u n é e n t e , en
visto u o íd o cosa q u e J u ese o p a r e c ie s e s e r c o n t r a la t c ' - ~ . < c>nc
i^ , i t- i , , se hubiese
el tribunal de Lima no liemos encontrado ninguna causa
. . denunciado,
seguido sin que por lo menos existiesen d< >s testigí >s dc*l h a n 4
. . . . . . . . , 1. . ,• ,« n u m e ro era
incluido el delator en los casos en que tema aquel c arac ter. I ^
, . . ., . , , M , ... Lis causas de
el mínimo requerido según los manuales- y bastaba hasta p a n 1
.. . . - „ -i - . c e r n i e n t e a los
solicitación, en las cjue el Inbu nal era m u y e s t r i c t o e n l<> c n n n
testigos; al. respecto, la
i cSuprema,
’ en una/ carta . t
de* 1 o 1), icirorende a los
i-rtu *
.
inquisidores i tLima
de * por no ihaber
i - , una causa. ,io
proseguido tic solicitación
existiendo los dos testigos “abonados y form ales", n e ce sario * P J I ‘l P 1° te -
der24.
La inhabilidad para ser testigo en causas ele fe q u e d a b a restiingidu al
máximo y, por cierto, las causales que la p rodu cían eran i i u i > pocas en
comparación con las contempladas para las causas c iviles y crim inales. En
definitiva, únicamente no podían ser testigos los im p ú b e re s. l ° s biltos de
Íjuicio y los enemigos mortales del acusado. La tacha ele estos últim os era una
de las pocas excepciones que podía alegar el reo. Po r el c o n tra rio , podían
ser testigos los criminales, los infames, los b an d id o s, los lad ro n e s, los cóm ­
plices, los excomulgados, los penitenciados, los fam iliares y parientes (cón­
yuges, hijos, hermanos, etc.), los criados, los esclavos, los judíos y demás

21 “Instrucciones que han de guardar los Com isarios del S a n to c ofic io d e la In q u isic ió n en las
causas y negocios de Fe y los dem ás qu e se o fre cie re n " í M adrid. Iú()~). M iguel Jim én ez
Monteserín, op. cit., pp. 344 y ss.
22
Juan Antonio Llórente, op. c i t t. I, P- 225.
23 Ledictionnairedes inquisiteurs ..., op. cit., p. 420. Luis de P aram o . ( )n i> in e c t /jropressu o jjic ii
sanctae inquisitionis, Madrid, 1598, p. 578.
24
Carta de la Suprema al Tribunal de Lima de 9 de e n e ro d e 1709. Al IN, In q u is ic ió n , lib. 1.024,
fs. 177 y 178. En las denuncias por solicitación, seg ú n las In s tru c c io n e s , lo s com isarios
debían informarse “con mucho recato y secreto acerca d e la b o n d a d y h o n e stid a d de la
mujer, para formar concepto de la fe crédito q u e s e le d eh a dar. lo q u e a n o ta rá el C om isario
de su mano al margen de la deposición de tal m ujer"; ver “In stru cc ió n q u e han d e guardar
los Comisarios del Santo Oficio de la Inquisición en las c a n sa s y neg< jc ío s d e Fe y lo s dem ás
que se ofrecieren" (Inst. XXI), en Miguel Jim én ez M o n tesc‘n n * (>f } LIt • P- 3 * 2 .
+* _ — —^ -w— 1 __ ______ __ * Ü’ /1aa j»
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Jr - N 1 C O l a 1 £ Y M L R I c I
ORDINIS PRAED-
CFM CO M M EU TA R ITS r R A K C f S C f PEGpJ.E
Saerd heólogi* <ic Inris *vtriufqtú D oflorts .
I N HAC P O S T R E M A E P I T I O N E ITP. RVM E ME N T) AT V M
au£him, nralritlitrcrís Apoítolicir locuplctatum^,

AD S- D- N. G R E C O R 1VM X i n . p q M T ^ I A,X
ACCESS1T HAERESVM, RERVM ET VERDORVM
Múltiples, Se copiofifiimus Index .
CVM PRIVILEGIO, L f Vl*L R l OR VM A T4' tl-Q ljA'f í ©N E.
é

K O ‘ ' AT’ .. 1N A E D Í B V S P O T V L I H O M A N I
ApviJ Gcorgiura rctuxium M U JL X -iJ^ V ü L

Portada del manual de p roced im ien to inquisitorial de Nicolau Eym erich.


Roma, 1587. B iblioteca Nacional de Chile.

usos que las otras jurisdicciones consideraban inhábiles2^. El Tribunal de


r

Lima, en sus primeros años, no aceptaba las testificaciones de mujeres indias

JS Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op. cit., pp. 212 y ss. Lo elict ion na i re des itujuisiteitrs ....
op. cit. y pp. 200 y 420 y ss.
en causas de solicitación por considerarlas “de poco crédito : sin embargo,
por carta acordada de 9 de diciembre de 1583, la Supreni;l ,n slIU > ° a l ° s
inquisidores para que las admitieran26*.
Esta peculiar postura del Santo Oficio respecto a la aiU P***11^ *a ac*“
misión de testigos se fundamenta en la consideración que >c
rejía como delito. Para los tratadistas inc|uisitoriales la herejía d 'a cl vi míen mas
horroroso que podía cometer el ser hum ano, por herir a la M aíc*Mac* * *na~ *
Los inquisidores, una vez que se formaban la o p in ió n { P (>1 *a vlenun-
cia y testificaciones) de la existencia de indicios fundados rc,viP ccto a *a P er*
petración de un delito contra la fe, pedían -e n virtud de un aul() dictado ex
profeso- que se recorrieran los registros que llevaba el T r ib u n a l para ver si
existía alguna otra denuncia contra el acusado o si había sicU> procesado con
anterioridad. Era bastante inusual que la Inquisición de Lin ia pidiera a otio
tribunal que revisara los registros en busca de antecedentes ule un denuncia­
do; por lo general, sólo se hacía cuando de la sumaria se desprendía que
había sido procesado por algún tribunal o sim plem ente denunciado; esto
último es lo que ocurre en el caso de Gaspar de M orales, natural de Sevilla,
que previamente a la autodenuncia por bigamia que efectuó ante el 1 ribunal
de Lima había realizado otra ante el de M éxico28.
tí) La ca lifica ció n : Después de efectuado aquel trámite, 1<)S inquisidores
hacían extractar de la sumaria aquellos dichos o hechos, atribuidos al acusa­
do, que les parecían sospechosos de herejía y se los entregaban a los calificado­
res^ para que señalaran si merecían censura teológica; “esto es si son heréticas
o próximas a la herejía, o capaces de producir consecuencias heréticas; y si
ellas dan margen a formar conceptos de que quien las p ro n u n c ió haya dado
asenso a la herejía, o héchose sospechoso de ella; y en este caso si la sospe­
cha es leve, vehemente o violenta”29. Esta etapa del proceso recibía el nom ­
bre de ca lifica ció n . En la fase plenaria los calificadores podían ser otra vez
requeridos; específicamente, cuando de la ratificación de testigos o audien-

26 ANCH (Archivo Nacional de Chile), sección Inquisición, vol. 4 8 6 , fol. 136.


r Le dictionnaire des inquisiteurs ..., op. cit., pp. 420 y ss.
2H AUN, Inquisición, leg. 2.201, exp. 1; lib. 1.025, sin foliar, a ñ o 1732.
1,11 Los calificadores eran ministros no asalariados de la Inquisición q u e en su calid ad d e teólog os
señalaban los aspectos heréticos que podían existir en la d o cu m en ta ció n q u e el tribunal les
presentaba. Sobre los calificadores y la función q u e realizaban e x iste un in teresan te trabajo
de Roberto López Vela, "El calificador en el proced im iento y la o rg a n iz a ció n del Santo
Oficio. Inquisición y órdenes religiosas en el siglo X V II”, en P erfiles ju ríd ic o s . op. cit.
¿() Juan Antonio Llórente, op. cit., t. I, p. 228.
cías del reo se hubiesen desprendido nuevos hechos o proposiciones que
requirieran calificación y que pudieran hacer variar el dictamen primero.
c) Leí d a m o s a y p ris ió n c id re o : Si el dictamen de los teólogos señalaba
que los hechos o proposiciones contenían elementos heréticos o eran sospe­
chosos de herejía, el fiscal efectuaba la denuncia formal contra el acusado
- o d a m o s a - y pedía que fuese puesto en prisión con secuestro de bienes
(en relación con este último punto el Consejo señalaba al Tribunal en 1738
“que siempre que hay méritos para votar la prisión de los reos debe ser con
embargo o secuestro de todos los bienes y no tan solo la mitad como se
manda en esta causa”30). Los inquisidores eran quienes la decidían, mediante
votación, aunque en las situaciones dudosas podían requerir a los
consultores01*311 En caso de que los inquisidores discordaran o que el acusa­
do fuese una persona de relieve debía remitirse el proceso a la Supremaj. El
Tribunal de Lima, por lo general, se atuvo a esta norma, sobre todo cuando
la causa afectaba a un miembro de los sectores sociales mas importantes;
concretamente, en los casos del Dr. Ramón de Rozas, asesor del virrey, y del
barón Timoteo de Nordenflycht, pidió instrucciones al Consejo'’2.
No siempre quien era votado a prisión ingresaba en las cárceles secre­
tas de la Inquisición. A quienes eran procesados por delitos menos graves,
como el de blasfemia entre otros, se les daba la ciudad de Lima por cárcel.
En 1578, a propósito del proceso seguido al vecino de Santiago de Chile
Juan Pascual, el Consejo le hizo presente al Tribunal que no debió encarce­
larlo, pues según las instrucciones, en ese tipo de causas, sólo correspondía
efectuarlo cuando existiese temor de que el reo se fugase33. Los sacerdotes,
en las causas de solicitación, no siempre ingresaban en las cárceles secretas.
A ellos muchas veces se les fijaba un convento como lugar de reclusión. En
unas instrucciones específicas sobre ese delito, firmadas por Pablo García en
1577 y que se hicieron llegar al Tribunal de Lima, se dejaba al arbitrio de los
inquisidores el recluir a los sacerdotes “en las cárceles secretas o detenerlos

S(V Estas instrucciones se las comunica después de analizar la relación de la causa seguida por
sortilegio a Nicolás de Aranz y Borja, AUN, Inquisición, lib. 1.025, sin foliar.
(l” Los consultores eran ministros no asalariados de la Inquisición que actuaban como jueces,
junto a los inquisidores, en las causas de íe.
n “Compilación de las Instrucciones del Oficio de la Santa Inquisición hechas en Toledo, año
de mil y quinientos y setenta y uno” (Instrucciones de Don Fernando de Valdés - Inst. III). en
Miguel Jim énez Monteserín, op. cit.y pp. 199 y 200.
AFIN. Inquisición, lib. 1.026, sin foliar, años 1799 y 1801; también, leg. 3.730. exps. 3 y 100.
AA AUN, Inquisición, lib. 1027, fol. 69.
en sus casas y monasterios o en otras partes*1. Kn la práctica, el Tribunal se
atuvo a esa norma optando indistintamente por las diversas alternativas,
aunque la tendencia mayoritaria apuntó hacia las cárceles secretas.
La captura y el secuestro de bienes tam poco era una instancia a decre­
tarse siempre. En los casos en que no había “manifiesta herejía, ni inform a­
ción bastante para condenar”, los inquisidores no debían efectuar esas accio­
nes. Tenían que limitarse a ordenar que el reo compareciera po r sí m ism o
ante el Tribunal. Este procedimiento es determ inado por la Suprem a en carta
acordada de 20 de diciembre de 1579, que se dicte') a instancias de los propios
inquisidores, que habían hecho presente los graves inc<invenientes que plan­
teaban las grandes distancias del distrito en la tramitación ele las causas^.
d) Las a u d ie n c ia s y m o n ic io n e s : Efectuada la prisión en las cárceles
secretas, donde quedaba completamente incom unicado con el exterior, se
procedía a la primera audiencia y monición (am onestación que se hace al
reo para que confiese vo luntariamente). En ella se le preguntaban las señas
básicas~3eidentificación (nombre y apellidos, edad, lugar de nacim iento,
domicilio, empleo u oficio y estado civil) y la genealogía; este ultim o punto
era considerado importante porque con las referencias dadas de sus parien­
tes podía saberse si alguno de ellos descendía de judíos, moros c>penitenciados
por el Santo Oficio y, en consecuencia, acumular así m ayores antecedentes a
la hora de determinar la culpabilidad del encausado. Tam bié n debía referirse
al grado de instrucción que poseía, indicando los establecimientos en que
había estado y los maestros que había tenido. A continuación, se le pedía
que relatase su vida, que expresase su autobiografía, o discurso de su vida,
como se le denominaba. En él debía expresar los hechos más significativos
que le hubieran acontecido, corno los pueblos en que había residido, los
trabajos desempeñados, las amistades que había tenido, los países que había
visitado, etc. En la misma audiencia se le interrogaba sobre aspectos básicos
de la doctrina católica (mandamientos de Dios y de la Iglesia y significado
que tenían), se le hacía signarse, santiguarse y rezar el Padre N u e stro , A v e
María, Salve Regina y Credo y, además, se le preguntaba la fecha de la última
vez que se había confesado y el nom bre del confesor. Fin alm e n te , se le
preguntaba si sabía o presumía la causa de su prisión y se le am onestaba
(primera monición) a que recorriera su m em oria, exam inara su conciencia y 3 45

34 ANCH, fondo Inquisición, vol. 499, fol. 23.


35 ANCH, Inquisición, vol. 486, fol. 14.
Sala ck* Audiencia del Tribunal de Lima.
Fotografía de Beatriz Burgos.

confesara voluntariamente todo lo cine pudiera haber dicho o hecho contra


la fe. Se le hacía notar que el Tribunal nunca encarcelaba a una persona sin
que tuviera pruebas suficientes del delito y que si confesaba y se arrepentía
se le iba a tratar con misericordia. Aunque el reo hubiese confesado se
verificaban dos audiencias más con las correspondiente&^amonestaciones. El
procedimiento inquisitorial tendía a obtener la c h afesióir/del reo (ésta se
consideraba la prueba más significativa) y su arrepentimiento, para reinte­
grarlo al seno de la Iglesia.
e) La a c u s a c ió n : Cumplidas estas etapas el fiscal procedía a formalizar
la acusación, la cual debía efectuarse dentro de los 10 días siguientes a la
prisión del reo (plazo que, por lo demás, en la práctica no siempre se cum­
plía); el fiscal acusaba al reo de hereje y detallaba los hechos o proposicio­
nes de que estaba testificado; si el reo revocaba sus confesiones o de las
audiencias surgían nuevos elementos de culpa, el fiscal debía incluirlos en la
acusación^6. Al reo se le leían los capítulos de la acusación para que fuera
dando respuesta en forma inmediata a cada uno separadamente. Una vez *

3 <> ■
Instrucciones de Don Fernando de Váleles", Insi. XVIII.
cumplido ese trámite se le preguntaba si quería un abogado para efectuar su
defensa; se le citaban los nombres de los abogados de presos del Tribunal
para que eligiera unoíc). La función desempeñada por este ministro del Santo
Oficio también queda comprendida dentro de esa orientación general del
procedimiento que buscaba la confesión del reo; de hecho, junto con encar-
r garse de la defensa del acusado, tenía la obligación de persuadirlo a que
( dijese la verdad y a que solicitase la reconciliación si se consideraba cúlpa­
me37. Según Francisco Peña, “el papel del abogado es de apremiar al acusa­
do de confesar y de arrepentirse, y de solicitar una penitencia por el crimen
que él ha cometido”38.
El abogado no se podía comunicar a solas con el acusado ni tenía
acceso al expediente completo del proceso; únicamente se le facilitaba un
extracto de él, en que se incluían parte de la información sumaria (se saca­
ban los nombres de los testigos y las referencias de tiem po y lugar), la
censura de los calificadores y la acusación con las respuestas del reo.
Luego que los inquisidores daban copia y traslado de la acusación al
reo (por lo general al término de la tercera audiencia), éste tenía tres días de
plazo para responder a ella por escrito con el parecer de su letrado. Esta
respuesta, por lo tanto, se verificaba en una nueva audiencia, a la que tam­
bién asistía el abogado; en esa misma oportunidad, los inquisidores dictaban
una sentencia interlocutoria, que ponía término a la primera fase del proce­
so, resolviendo recibir el pleito a prueba; vale decir, ordenaban hacer las
probanzas a cada una de las partes.

2. Fase plenaria
Se iniciaba con la dictación por los inquisidores del auto en virtud del
cual recibían el pleito a prueba. A continuación el Fiscal pedía que se ratifi­
caran los testigos, que se examinaran los contestes y que se efectuara la
denominada publicación de testigos.

<c) Todos los tribunales inquisitoriales tenían en sus plantillas de funcionarios cierto núm ero de
abogados de presos (en el siglo XVIII el de Lima tenía cuatro), para qu e defendiera a los reos
en las causas de fe. A los menores de 25 años además se les nom braba un curador para qu e
velase por sus intereses. Más referencias sobre los abogados y curadores se encu entran en
Henry Ch. Lea, Historia de la Inquisición española, vol. II, Madrid, 1983, pp. 546-554.
“Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. XXIII.
38 Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op. cit.} p. 145.
a) El reo tenía derecho a tachar a aquellas personas
Las excepciones-.
que consideraba como enemigos y si alguno de ellos estaba entre los testi­
gos su testimonio no podía ser tomado en cuenta. Sin embargo, como el reo
y su abogado desconocían los nombres de los que habían testificado, actuaban
siempre por conjetura a la hora de indicar las tachas; además, según las
Instrucciones y manuales, el acusado debía probar la calificación de enemi­
go de las personas que tachaba39. Con todo, en el siglo XVIII (y tal vez antes)
esa norma sufrió modificaciones, p or lo menos para el caso de Lima; en
efecto, por instrucciones expresas de la Suprema, reiteradas en varias opor­
tunidades, cuando el reo no articulaba pruebas sobre las excepciones que
había planteado, correspondía al tribunal proceder por oficio a su justifica­
ción; así, por ejemplo, el 16 de septiembre de 1738 la Suprema expresaba al
Tribunal lo siguiente: “Habiéndose visto en el Consejo la copia de la causa
seguida en esa Inquisición por delitos de idolatría y apostasía contra Juan
Santos Reyes, mestizo, se ha acordado deciros, presente S. lima., que siem­
pre que los reos excepcionen defensas de hechos que justificados puedan
relevarles de las penas correspondientes a sus delitos, en todo o en parte,
aunque por los reos no se articule sobre la prueba de dichas excepciones, se
debe proceder a su justificación por el Santo Oficio'*10. También los reos al
alegar las tachas podían tratar de descalificar a los testigos con el argumento,
a probarse, de ser personas que, por su condición y forma de vida, no
merecían crédito. Sin embargo, la Suprema, por carta acordada de 30 de
mayo de 1666, instruyó al Tribunal para que no admitiese tachas de desho­
nestidad cuando los testigos eran mujeres casadas11.
Las instrucciones sobre el modo de proceder también contemplaban
como excepción la posibilidad de recusar a los jueces42. En este caso el

^ "Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. XXXVlll. También, Le dictiom m ire des
iucjuisiteurs ..., op. cit., p. 200.
10 ANCH; Inquisición, vol. 496, fol. 115. también, parecer de la Suprema de 13 de abril de 1738
sobre la causa del Dr. Lucas Pérez Gordillo, por solicitación (ANO I, Inquisición, vol. 496. fol.
59). Igualmente, informe de la Suprema sobre las relaciones de causas enviadas por el
Tribunal de Lima el 29 de diciembre de 1730, causa de Fr. Blas de Herrera, Gonzalo, por
proposiciones (ANCH, Inquisición, vol. 496, fs. 9 v. y 10).
*1 ANCH, Inquisición, vol. 491, fol. 213 v.
“Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. L1I. Cuando se recusaba a un inquisidor su
compañero debía proceder en la causa, avisando al Consejo; de ser ambos los afectados por
la excepción no debía proseguirse en la sustanciación del proceso hasta que el Consejo
proveyese lo conveniente.
Tribunal debía informar al Consejo para que resolvieran P m c ()m o c n *nc^*as
esto podía causar problemas por demoras, en 1 7 * 3 el c (>nsci<> h izo llegar al
Tribunal de Lima unas instrucciones especiales; en ell‘ ,s o itle n a b a n que,
de producirse la recusación de uno de los dos in q tií**^ *)ICS* procedieran el
ordinario, el inquisidor no recusado y el o los co n stiltoies nías antiguos
(estos últimos en caso de verse afectados los dos incjtd^idí )ies >a exam inar el
escrito que la solicitaba; si estimaban justa y p ro b a b le la petición debían
seguir una causa al respecto-, y de resultar probada la rcc usac n >n- proceso
debía se^ continuado por el ordinario y consultores nias antiguos .
r a tific a c ió n y p u b lic a c ió n ele testigos*. C o n tin u a n d o con las eta­
pas del proceso, correspondía luego la ratificación <-k* *<)S testigos ante los
inquisidores o comisarios; para ello se requería la prc*SC,K *a c*c* C*()S peisonas
honestasíd). A los testigos se les preguntaba si recordaban habei realizado
alguna declaración tocante al Santo O ficio ; si la rcsplicsía cia nhrm utiva se
les indicaba que el fiscal los presentaría com o testigo* en una causa c*e *e
seguida en el Tribunal; luego les era leída la declaración q u e habían realiza­
do y se les preguntaba si la ratificaban o m odificaban. ba verificación de esta
diligencia en el caso del Tribunal de Lima era una ck* las causas q u e mas
influían en la dilatación de los juicios; la gran extensión de su distrito hacía
tremendamente lenta la ejecución de esta etapa del p ro c e d im ie n to , la que,
por lo demás, no tenía un plazo fijo de térm ino. A c o n tin u a c ió n se realizaba
la publicación de testigos, que consistía en dar a co n o ce r al reo las testifica­
ciones existentes en su contra, leyéndoselas -separadas en diferentes capítu­
los-sin mencionar el nombre de quienes atestiguaron, a u n q u e sí las fechas
y lugares en que habrían tenido lugar los hechos im p u ta d o s * *; el reo debía
responder de la veracidad del contenido de cada cap ítu lo. La publicación de
testigos se hacía aunque el reo hubiese confesado el d e lito , c o m o una forma
de dejar constancia de la justicia con que había p ro c e d id o la Inquisición al
detenerle.
c j La defensa d e l reo: Después de verificada esa etapa, el reo podía
comunicarse corTsiT^Bügado para preparar la defensa. El acusado tenía43

43 AHN, Inquisición, leg. 2.203, exp. 3-


ui> Las personas honestas eran funcionarios clel Santo O ficio q u e d e b ía n a c tu a r c o m o m inistros
de fe en la ratificación de los testigos.
En la ya citada carta acordada de 30 de mayo de 1666 ta m b ién s e instru ía al T ribu n al para
que en la publicación de testigos no se pusiese el día y el lugar p re c is o e n q u e o cu rrie ro n los
hechos, para evitar que el reo "pueda venir en co n o cim ie n to d e las p e rs o n a s d e lo s testig o s”.
derecho, como ya lo hemos señalado, a interponer tachas y, también, a
llamar testigos que declararan a su favor, aunque con ciertas restricciones.
Debían ser cristianos viejos y no podía nombrar a parientes ni criados suyos,
salvo que dada la índole de las preguntas únicamente pudieran ser contesta­
das por ellos. Los reos procuraban nombrar como testigos no sólo a perso­
nas que pudieran contradecir las acusaciones del fiscal de modo directo,
sino que también citaban a aquellos que pudieran decir que eran buenos
católicos, que cumplían con los preceptos de la Iglesia y que gozaban de
buena reputación.
Entre el período que iba desde la dictación del auto de recepción de
pruebas hasta la publicación de testigos, el acusado podía solicitar las au­
diencias que quisiera. El reo debía poner término a su defensa respondiendo
por escrito, con la asesoría del abogado, a las acusaciones del fiscal. Una vez
efectuada esa formalidad los inquisidores hacían comparecer en audiencia al
reo y en presencia de su abogado le comunicaban que habían recibido sus
defensas y que, si no tenía nada más que agregar, daban por concluida la
causa. A continuación se procedía a votar la causa en consulta- para esto
eran convocados el ordinario y los consultores. Cabe hacer notar que en el
Tribunal de Lima, a diferencia de los de la península, el voto de aquéllos
tenía la misma importancia que el de los inquisidores y las discordias se
resolvían por simple mayoría sin tomar en cuenta la calidad del juez que
emitía el dictamen 0.
el) E l to rm e n to : Si luego de leer el proceso los jueces estimaban que el
reo, a pesar de estar semiconvicto, seguía negativo, es decir, no confesaba el
delito, podían dictar sentencia de tormento46, de la que se podía apelar. El *2 3

Mediante provisión de 19 de octubre de 1736 el Consejo confirmó esta práctica seguida por
el Tribunal de Lima, AHN. Inquisición, leg. 1.656, exp. 2.
16 Según Eymerich podía aplicarse la tortura en los siguientes casos:
“1. Se tortura al acusado que vacila en sus respuestas, afirmando ora esto, ora lo contrario,
siempre negando los capítulos más importantes de la acusación. Se presume en este caso
que el acusado esconde la verdad y que, acosado por los interrogatorios, él se contradice....
2. fl difamado teniendo contra él nada más que un solo testigo, será torturado. En efecto, un
rumor público más un testimonio constituyen juntos una semiprueba, lo que no asombrará
a nadie sabiendo que un solo testimonio vale ya com o indicio. ¿Se dirá testigo único, testigo
nulo? Esto vale para la condenación, no para la presunción. Un solo testimonio de cargo es
suficiente pues....
3. El difamado contra el cual se han logrado establecer uno o varios indicios graves debe ser
torturado. Difamación más indicios es suficiente. Para los sacerdotes, la difamación es
suficiente....
tormento, según el lenguaje inquisitorial, podía ser iu c c ip u t p r o p iiu y j. vale
decir para que confesara lo relativo a su causa, o bien i u c a p u t c i l i e n u m ,
para que confesara lo que sabía en relación con otro proceso en el que
figuraba como conteste.
Cualquier persona podía ser sometida a torm ento, incluso los nobles *
que ante la jurisdicción real gozaban de privilegios en este aspecto; las úni­
cas excepciones correspondían a los ancianos, las mujeres em barazadas y
los impúberes, aunque estos últimos podían ser golpeados a palm etazos*'\
N o obstante que la aplicación del torm ento dependía en gran m edida del
arbitrio del juez, éste debía respetar ciertas pautas de carácter general; así
por ejemplo, se debía torturar con más o menos rigor según el grado de
convicción herética del reo negativo; tam bién, el torm ento debía aplicarse
en forma más rigurosa mientras más grave fuese la sospecha contra el incul­
pado*9; asimismo, debían tenerse en cuenta la calidad de la persona y la
edad a la hora de aplicarlo con severidad o m oderación (un clérigo con
menor rigor que un laico)*478501. Igualmente, quedaba al arbitrio de los jueces el
9
continuar el tormento al día siguiente y al subsiguiente; para que esto se
llevara a efecto se requería que la confesión lograda en la primera sesión
viniera a confirmar los indicios que se poseían ayudando a configurar una
semiprueba, lo que a su vez hacía necesario tratar de alcanzar “la convicción
plena” reiterando la tortura"’ 1.

4. Será torturado aquel contra el que hay una sola deposición en m ateria d e herejía y contra
el que hubiera otros indicios vehementes o violentos.
5. Aquel contra quien pesaran varios indicios vehem entes o violentos será torturado, igual si
no se dispone de algún testigo de cargo.
6. Se torturará con mayor razón a aquel que, sem ejante al p reced ente, tenga, ad em ás, contra
él la deposición de un testigo.
7. Aquel contra quien hay solamente difamación, o un solo testigo, o un so lo indicio, no será
torturado: cada una de estas condiciones, sola, no es suficiente para justificar la tortura”. Ver
Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op. c it ., pp. 207 y 208.
47 Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op. cit., p. 162.
48 Ibid. También, Le clictionnaire ..., op. cit., pp. 433-434 y 437.
49 Le clictionnaire ..., op. cit., p. 432.
AHN, Inquisición, lib. 1.231, fol. 110, carta acordada del C onsejo de 15 de abril de 1540.
También, Le clictionnaire ..., op. cit., p. 43H.
S1 Le clictionnaire ..., op. cit., p. 436. Francisco Peña señala los siguientes caso s en qu e se
puede reiterar el tormento:
“Primero. El acusado ha sido débilmente y blandamente torturado. En este caso, se pueden
‘repetir’ los suplicios hasta que el acusado sea suficientem ente torturado ... Esto no es,
propiamente hablando, una ‘repetición’, sino más propiamente una ‘co n tin u ació n ’
El tormento, como queda de manifiesto, correspondía a un medio de
prueba más dentro del procedimiento y con él se pretendía obtener la con­
fesión del reo. Con todo, el valor que tenía como prueba para la Inquisición
era más bien relativo; Eymerich y Peña señalan que debe recurrirse a él sólo
a falta de otras pruebas''2; y el Consejo de la Suprema, el 13 de enero de 1540
en una carta acordada sobre el particular, expresa que éste disminuye “mu­
cho la probanza que contra el reo hay” y que por lo tanto debe mirarse muy
bien cómo se da''3.
Para que la confesión obtenida mediante tortura tuviera valor legal, el
reo debía ratificarla ante el notario pasadas 24 horas5*. Ahora bien, “si el reo
venciere el tormento deben los Inquisidores arbitrar la calidad de los indicios
y la cantidad y forma del tormento y la disposición y edad del atormentado,
y, cuando todo considerado, pareciere que ha purgado convenientemente
los indicios, absolverle ha de la instancia, aunque cuando por alguna razón
les parezca no fue el tormento con el debido rigor (consideradas las dichas
calidades) podránle imponer abjuración de lev i o d e v e h e m e n ti . o alguna
pena pecuniaria, aunque esto no se debe hacer sino con grandes considera­
ciones y cuando los indicios no se tengan por suficientemente purgados”'0.
Durante la aplicación del tormento tenían que estar presentes los
inquisidores, el Ordinario o su representante y determinados funcionarios
del tribunal, como el notario, el alcaide, el verdugo y el médico. Este ultimo
debía indicar, previamente, si el estado de salud del reo era compatible con
la prueba a que se le iba a someter; además, debía representar a los
inquisidores las razones médicas que en un momento hicieran aconsejable la
suspensión de esa diligencia; empero, no siempre era requerida la presencia

Segundo. Algunos expertos piensan que no hay lugar a ‘repetir los tormentos por el solo
hecho de haber obtenido nuevos indicios. Es necesario arreglarse al parecer de los expertos
que piensan lo contrario, pues esto es lo que se sigue ordinariamente en la práctica ...
Tercero. El acusado confiesa bajo la tortura. Pero, llevado a ratificar sus confesiones, se
retracta ...
En fin, ¿cuándo dirán que alguien ha sido “suficientemente" torturado? Se dirá cuando parece
a los jueces y a los expertos que el acusado ha pasado, sin confesar, las torturas de una
gravedad comparable a la gravedad de los indicios". Ver Nicolau Eymerich y Francisco Peña,
op. cit., p. 163-
v Nicolau Eymerich y Francisco Peña, op cit., pp. 159 y 208.
AUN, Inquisición, lib. 1.231, fol. 110.
*•* “Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. LUI.
& Ibicl., Inst. LIV.
de este funcionario (así ocurre en el tormento a c|iie íl,c s°nicticla doria
Mencia de Luna, en el Tribunal de Lima el 26 de septiem bre ,s * C1UL* P or
lo demás le causó la muerte)"0.
En Lima en el siglo X V I se aplicaba sólo en las caL|sas cn cluc
manifiesta herejía y como la inmensa mayoría no lo eran* *as sentencias de
tormento que se dictan son reducidas. En el siglo X V III <-*s aun mas rara su
aplicación; de un total superior a las 300 causas que h en lí,s revisado . sólo
en siete casos se hizo efectivo; en dos más fue vo ta d o s*n clllc Uegaia a
aplicarse, aunque por lo menos uno de los reos se vio .soineiido a la presión
psicológica que significa ser conducido a la sala de toruna > colocado en el
potro5*58; en otros dos, luego de haberse votado, no se aplico P <>r unlermeclad
6
de los procesados59; y finalmente, en dos causas el Consc*j() c^i(> su parecer,
recriminando en un caso al Tribunal por no haberlo dictam inado y en otro
mandando que se aplicara60. Los reos que fueron som etidos a torm ento,
según la información de que disponemos, fueron los siguientes: María Mo­
res, mestiza, de más de 50 arios, natural del C u zc o , hilandera, procesada por
sortilegio en 1709; Juan Santos Reyes, mestizo, de 60 anos, natural de San
Pablo (Cajamarca), labrador, procesado por apostasía entre 1~ 3 - V 1 *9;
Pedro de León, de 22 años, natural de Alicante, labrador y m arino, soltero,
procesado por proposiciones en 1713; Tomás de la Puente Bearne. de 26
años, natural de la Navarra francesa, m ozo de pulpería, procesado en 1 7 1 7
por proposiciones; Juan Bautista Busuriet, de 23 arios, natural de París, solte­
ro, platero, procesado en 1717 por proposiciones heréticas; Pedro G utiérrez,
de 26 años, natural de Toledo, “mercachifle", procesado en 1701 p o r juclaís-

56 José Toribio Medina, Historia del Santo O ficio ele la Itn ju isicióti de Juna < / Too IS J O ), Imprenta
Gutenberg, Santiago, 1887, t. II, pp. 103 y ss.
5 Rene Millar Carvacho, op. cit.
SH AHN, Inquisición, leg. 1.648-2, exp. 19, causa de Francisca T ru jillo, d e 6 0 a n o s, m ulata,
esclava, cocinera, soltera, procesada por sortilegio en 1701. AHN, In q u isició n , leg. 1.656,
exp. 2, causa de José Ventura de Acosta y Montero, de 53 añ o s, natural d e la isla d e T en erife,
piloto, soltero, procesado por proposiciones heréticas, 1749.
V) AHN, Inquisición, leg. 2.209, exp. 10, causa de Francisco de M uyen, d e 3 2 a ñ o s, natural de
París, comerciante y músico, procesado entre 1749 y 1761 p o r proposicic m es h eréticas. AHN,
inquisición, leg. 1.656, exp. 3, causa de Juan de Ferreira, de 4 4 a ñ o s, natural d e la villa de
Aponte (Portugal), de oficio “corredor ”, procesado por ju daism o e n 173?.
60 AHN, Inquisición, leg. 1.648-2, exp. 19, causa de Jeró n im o F ab ian o V iv an qu eris. ele 3 7 años,
natural de Genova, tabernero, casado, procesado por proposiciones e n 1703. AI 1N, Inquisición,
lib. 1.025 s.fol., año 1732, causa de Juan Thienot, alias IHilis, natural d e T ru e (F ran cia),
presbítero, procesado en 1730 por proposiciones heréticas
mo; Antonio Navarro, de 67 años, natural de la villa de Pastrana (España),
dueño de un obraje de vidrios, procesado por judaismo en 1719; posible­
mente, también se le habría aplicado a María Francisca Ana de Castro, de
más de 40 años, natural de Toledo, casada con un comerciante limeño, pro­
cesada por judaismo entre 1726 y 17366i6 .
2
De los antecedentes de las personas sentenciadas a tormento por el
Tribunal de Lima en el siglo XV III (incluidas tanto las sometidas a él como las
que no lo fueron) se desprende que, prácticamente, todas ellas pertenecían
a grupos marginales de la sociedad; predominaban los extranjeros, los mes­
tizos y los cristianos nuevos; sólo un cristiano viejo sufrió esta prueba, pero
se trataba de un marino de barco corsario que había vivido mucho tiempo en
contacto con ingleses y franceses. Empero, dados los pocos casos en que se
aplica tormento (según la información disponible) y el predominio de los
sectores más bajos de la sociedad entre la totalidad de los procesados por el
Tribunal, puede resultar aventurado concluir que el Santo Oficio limeño
recurría a ese medio de prueba sólo con las personas socialmente inferiores.
Por otra parte, el escaso número de torturados por el Tribunal de Lima
no resulta excepcional si consideramos que se trata del siglo XV III (el de
menor actividad represiva) y que Bartolomé Bennassar calcula en alrededor
de 10% la proporción de las causas en que se aplica el tormento en los
tribunales peninsulares durante los siglos X V I y X V IIo2.

3 . La sentencia
Ahora bien, siguiendo con las etapas del procedimiento, si los jueces
estimaban, en la junta que se tenía una vez concluida la causa, que las

61 AHN, Inquisición, legs. 1.656, exp. 1; 1.649, exp. 44; 1.649-2, exp. 53; 1.648-2, exp. 19; y
1.642, exp. 5 y 6. Bennassar sostiene que en los tribunales de la península (cita los casos de
Valencia y Sevilla) nunca se torturaba por determinados delitos, tales como blasfemia, bigamia
y hechicería; este tipo de prueba quedaría reseñado para las conductas más propiamente
heréticas (judaizar, mahometizar, etc.), ver Bartolomé Bennassar, Inquisición española: poder
p olítico y control social, F.dit. Crítica, Barcelona, 1981, p. 103- En lo que respecta a Lima, de
acuerdo a lo expuesto en el texto, en general se sigue aquella práctica, aunque hemos
detectado un caso en que se tortura a un sortílego.
62 Bartolomé Bennassar, op. cit., pp. 103 y 104. La época de mayor crueldad en la represión
inquisitorial corresponde a las primeras décadas de funcionamiento del Santo Oficio (siglo
XV y comienzos del XVI); al respecto ver el capítulo “Los cuatro tiempos de la Inquisición”,
d e je a n Fierre Dedieu, incluido en la obra de Bartolomé Bennassar antes citada.
pruebas eran suficientes y que no se daban las condiciones para a p lic a r
tormento, procedían a resolverla en definitiva mediante* votación. S e g ú n la
práctica de los tribunales peninsulares, al parecer ya desde com ienzos d e l
siglo XVIII, todas las sentencias dictadas debían ser ratificadas por la S u p r e ­
ma63. Sin embargo, el Tribunal de Lima, desde su establecimiento, po r e x p r e ­
sas instrucciones de la Suprema podía proceder a ejecutar la sentencia a c o r­
dada en la junta que hemos mencionado sin consultar previamente a M a d rid ;
esto con una excepción, cuando se produjera disparidad de votos en u n a
sentencia de relajación64. En este caso el Tribunal tenía que enviar copia d e l
proceso junto con los dictámenes fundados de los jueces"\ Ante la e xtra ñ e za
que a la Suprema le produjo en 1773 ese modo de proceder del Tribunal d e
Lima, el p ro p io fiscal del Consejo se encargó de aclarar y justificar el p u n to .
señalando: ‘y que sólo por la tan notable distancia de los tribunales d e la
América e inconvenientes que de lo contrario se seguirían, ejecutan sus d e -

63 Juan Antonio Llórente, op. cil., t. I, p. 241. Juan Pierre D cdicu sostiene q u e a partir d e l6 T ~
todas las sentencias debían ser “sometidas" al Consejo antes de su ejecu ció n ; ver B a rto lo m é
Bennassar, op. cit ., p. 37. El Consejo de la Suprema señalaba el 20 ele o ctu b re ele 1768 e n u n a
consulta al Monarca: “se remiten tías causas) al Conse*jo en el q u e se exam in an co n la m ás
madura reflexión y según el dictamen que forma. <> se re*voea «>se* confirm a, o se* a m in o ra o
aumenta la pena que viene impuesta al reo; y en conlorm idael ele* lo votado se e je c u ta la
sentencia y tal vez se le vuelve el proceso al Tribunal para que* practique* alguna d ilig e n cia
que juzgó conveniente para mejor proveer"; AUN. Inquisición, leg. 3 ASO. caja 2. T a m b ié n ,
carta del Tribunal de Lima a la Suprema de 9 de* febrero de* 1~^3 e* inform e elel fiscal d e é s ta
de 3 de septiembre de 1773, AUN, Inquisición, le-g. 1.65 i. exp
Ííf Instrucciones dadas a los inquisidores del Perú el 5 ele en ero de* 1569, artícu lo 26, A N C H ,
fondo Simancas, vol. 10, fol. 63. Por una provisión del C on sejo de* 19 de* o ctu b re de* 1 7 5 6 s e
reiteraba la instrucción anterior, a propósito de una consulta del Tribunal. Kn ella se d e c ía lo
siguiente: “cuando por la mayor parte de los votos .se* .sentencie q u e el re* >sea ab su elto d e la
instancia, oque sea reconciliado con abjuración formal o ab.suelto co n la efe* vehem en ti o ele
leví, esto se ejecute, aunque por menor número de votos se sen ten cie otra cosa. Pero, si la
mayor parte de votos lo fuesen de que el reo sea relajado al brazo y justicia seglar y a lg u n o s
discordasen, en tal caso no se ejecute la relajación sin consultar prim ero al co n se jo re m itien d o
copia de la causa", Af IN; Inquisición, leg. 1.656, exp. 2. K.sta instrucción era la sim ple reitera ció n
de otras anteriores, como se desprende de esta representación del visitador A tenaza d e 2 3
de agosto de 1748 a propósito de los procedimientos seguidos a la causa del jesuíta F ra n c is c o
de Ulloa: “estando muchas veces prevenido por el Consejo que n< >se pu ed e ejecutar s e n te n c ia
de relajación sin que se hallen conforme todos los votos y q u e co n só lo u no q u e h a y a
discordado se haya de dar cuenta al mismo Consejo con los d ictám en es fu nd ad os”, A H N .
Inquisición, leg. 1.642, exp. 5.
65 Ibid. Representación del visitador del Tribunal de Lima Pedro de Arenaza al C onsejo, d e 2 3
de agosto de 1748.
te rm in a cio n e s definitivas sin rem itirse an tes al C o n sejo , c o m o p o r el c o n tra ­
rio es in co n cu so en las in quisicion es ele E sp añ a y en vista d e to d o c o n c ib e
q u e sin in co n v en ien tes p u e d e V.A. dejar al Tribunal co n tin u a r su estilo ”66.
En virtud d e la sen ten cia definitiva el reo p od ía se r a b su e lto o c o n d e ­
n ad o . Sin e m b a rg o , la c o n d e n a n o siem p re im plicaba q u e se h u b iese p r o b a ­
d o cumplidamente la acusación, como por lo menos lo señalaba la legisla­
ció n para el c a s o d e otras ju risdiccion es6 '. Esta p ecu liarid ad del p ro c e d i­
m ien to inquisitorial se debía a q u e d ich o Tribunal, en su afán p o r e x tirp a r la
herejía, n o só lo se p re o cu p a b a d e los herejes p ro p iam en te tales (a los q u e se
les p ro b ab a h ab e r co m e tid o delito d e herejía), sin o q u e tam b ién p e rse g u ía y
c o n d e n a b a , en virtud d e n orm as e x p re sa s, a los s o s p e c h o s o s d e e s e delito.
Para el Santo O ficio revestían esta co n d ició n aq u ellas p e rso n a s q u e
em itieran op in ion es o realizaran a ccio n e s que, a p esar d e n o ser h eréticas, p o ­
dían h a c e r d u d ar d e la o rto d o xia d e su fe. La Inquisición n ecesitab a verificar
hasta q u é p u n to eso s a cto s u o p in io n es eran fruto d e la ig n o ran cia, d e una
p asió n in co n tro lad a u o b e d e cía n a u n as c o n c e p c io n e s m ed itad as y h eréticas;
tam b ién p erseg u ía a los so sp e ch o so s p o rq u e un as p rácticas d e e se tip o m ás
o m e n o s am plias eran un peligro co n stan te q u e p od ía d ar p áb u lo a p o stu ras
d esviacionistas de fondo, sob re to d o en una so cied ad c o n una fo rm ació n d o c ­
trinal e s ca s a y a la q u e se p reten día in cu lcar e im p o n e r u n as d irectrices q u e
co rre sp o n d ía n a las fijadas en T rento. Llevada p o r esto s p rin cip ios, la Inqui­
sición p ersigu ió a los que p ro n u n ciab an p alabras m also n an tes, a los b ig a­
m os, solicitan tes, falsos celeb ran tes, etc. Siem pre q u e se co m p ro b a b a la v e ­
rificación del h e ch o o a cto m otivo d e so sp e ch a (al cual se le d ab a el califica­
tivo d e delito h eretical), el Santo O ficio p ro ce d ía a castig ar a la p e rso n a q u e
lo hab ía co m e tid o , au n q u e no h u b iese una in ten ción h erética; el so lo h e c h o
d e p o r sí p ro d u cía la so sp e ch a y ésta se castig ab a, c o n p en as m ás su av es p o r
cierto q u e si aquél hu biese resu ltad o de una c o n c e p c ió n h e te ro d o x a .68

66 AHN, In q u isic ió n , leg. 1 .6 5 4 , e x p . 1, carta ciel T rib u n al d e Lima a la S u p rem a d e 9 d e fe b re ro


d e 1773 e in fo rm e del fiscal d e ésta d e 3 d e s e p tie m b re d e 1773.
Si b ie n la le g isla ció n re fe re n te al p ro c e d im ie n to p e n a l d e la m o n a rq u ía e x ig ía una e fe ctiv a
p ro b a n z a d e la a c u sa c ió n , e n la p ráctica, m e rce d al a rb itrio d el ju ez, s e g ú n s o s tie n e T o m á s y
V alien te, el s o s p e c h o s o era c o n d e n a d o , a u n q u e “a p e n a s arb itrarias m e n o re s q u e la legal
o rd in a ria ”. Ver F ra n c isc o T o m á s y V alien te, E l d e re c h o p e n a l d e la m o n a r q u ía a b s o lu ta ..., op.
c i t ., p. 180.
(}S En u na co n su lta d el C o n se jo d e la S u p rem a al M o n arca, d e 4 d e fe b re ro d e 1 7 7 0 , s e e x p lícita
c la ra m e n te la p rá ctica se g u id a p o r la In q u isició n fren te a lo s s o s p e c h o s o s d e h e re jía , AHN,
In q u isició n , leg. 3 .5 8 6 , ca ja 2.
En definitiva, como consecuencia de esos pareceres el Santo Oficio
distinguía en primer término la sentencia absolutoria o más propiamente la
absolución cicla instancia . En principio, en las causas de fe nadie era decla­
rado inocente; si el delito del que acusaban al reo no resultaba probado y
éste no aparecía como sospechoso ni difamado, sólo se le absolvía de la
instancia; vale decir, al reo se le daba por libre no del delito que se le
imputaba sino exclusivamente del juicio que se le había seguido (implicaba
una especie de suspensión de la causa, la cual podía abrirse si se presenta­
ban nuevas pruebas); con esto se pretendía que el reo no pudiera alegar el
dictamen de inocencia en caso de que se le formara nueva causa. Este modo
de proceder partía del supuesto de que la Inquisición siempre tenía algún
fundamento cuando acusaba a una persona; también, algunos tratadistas
estimaban que en defensa de la fe la sentencia de absolución en causas de
herejía nunca se debía considerar como definitiva69.
No obstante esos conceptos, en 1743 el Tribunal de Lima dictaminó la
inocencia de Juan de Loyola en el proceso que se le había seguido por judais­
mo; la comprobación de la falsedad de las testificaciones fue lo que motivó esa
sentencia, que el propio Tribunal explicó en los siguientes términos: “Por­
que si bien regularmente hablando en las causas de fe nadie es declarado por
inocente por sentencia definitiva, sino tan solamente absuelto de la instancia,
con todo eso si por testigos falsos fue uno acusado y consta de su inocencia
por revocación de los mismos, ha de ser por sentencia declarado por inocen­
te y libre de tal crimen y el juez que otra cosa hiciera peca mortalmente”70.
Cuando una persona era absuelta de la instancia se daba, sólo a re­
querimiento de la parte, noticia pública de ello en auto de fe para que no le
afectara la infamia que caía sobre los condenados e incluso sobre todo aquel
que ingresaba en las cárceles inquisitoriales; también se le daba un “certifica­
do de no obstancia” para optar a oficios civiles o de inquisición71.
En cuanto a las sentencias condenatorias, para sistematizar, podrían
distinguirse tres tipos: las de abjuración (a quienes se les imponía eran deno­
minados penitenciados), reconciliación y relajación.

w En Le dictionnaire des inquisiteurs (op. c i t pp. 57, 344 y 345) se insinúa un parecer en ese
sentido. Eymerich se muestra muy explícito al respecto en su manual, op. cit., p. 180. También
en esos términos se encuentra en “el modo de proceder" de Pablo García, que recoge, sin
duda, la opinión común de los tratadistas, ver Miguel Jiménez Monteserín, op. cit., p. 446.
0 AHN, Inquisición, leg. 1.656, exp. 2.
71 La sentencia absolutoria en causa seguida contra la memoria y fama de un difunto siempre
debía leerse en auto público de fe. “Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, lnst. 1X11.
La sentencia de abjuración (de levi o de vehementi) se imponía a los
que resultaban sospechosos de herejía. Como señala Fernando de Valdés en
el título 46 de sus Instmcciones, “cuando está semiplenamente probado el
delito o hay tales indicios contra el reo que no puede ser absuelto de la
instancia” la causa debe sentenciarse a abjuración72. En otras palabras, cuan­
do existía la sospecha de que el reo había hereticado se le condenaba a
retractarse con un juramento, ante testigos; si la sospecha era leve la forma
de la abjuración debía ser de “levi”; si era grave, la abjuración debía ser de
“vehementi* y de reincidir en el delito se le consideraba “relapso”, lo cual
implicaba una condena a relajación73. Toda persona sentenciada a abjurar de
vehementi era absuelta “ad cautelam” por el Tribunal; es decir, se le absolvía
en prevención de las censuras en que pudo caer de haber incurrido efectiva­
mente en el delito que se le imputaba. Aquellos reos procesados por hechos
o dichos que no eran en sí heréticos, aunque resultaran plenamente proba­
dos, sólo eran sentenciados a abjuración, siempre y cuando la intención no
fuera contraria a la fe.
Cuando el reo confesaba haber incurrido en hechos propios de here­
jes o sostenido proposiciones heréticas y se mostraba arrepentido era sen­
tenciado a re c o n c ilia c ió n ; esto implicaba la absolución de las censuras en
que había caído y la restitución al seno de la Iglesia. Los sentenciados a
reconciliación también debían abjurar, pero por haber incurrido efectiva­
mente en un hecho herético ésta era de “formali”, es decir, debían retractarse
de formal herejía7'*.
El último tipo de sentencia que dictaban los tribunales inquisitoriales
corirespondía a la re la ja ció n ; como señala Llórente; “es la entrega efectiva
del reo por parte de los inquisidores al juez real ordinario para que le impon-
ga la pena capital conforme a las leyes civiles”75. En definitiva, implicaba la
condena a muerte y la ejecutaba la justicia secular; se dictaba cuando el reo
se mostraba negativo o diminuto en cosas substanciales estando suficiente­
mente probado el delito de herejía; también se imponía cuando el reo era*3 4

72 “Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. XLVI.


3 Pablo García, en su “modo de proceder", reproduce las fórmulas de las sentencias de
abjuración, ver Miguel Jiménez Monteserín, op. cit ., pp. 439 y ss.
4 En el siglo XVIII esta forma de abjuración les fue impuesta por el Tribunal de Lima, entre
otros, a los siguientes reconciliados: Gregorio de la Peña, por proposiciones; Lorenzo Vilches,
por apostasía; y José de la Cmz y Coca, por apostasía, AFIN. Inquisición, leg. 2.215, exp. 36;
leg. 1.656, exp. 1; y leg. 1.648, exp. 19.
73 Juan Antonio Llórente, op. cit., t. I, p. 27.
(pertinaz*, vale decir, cuando se mantenía obstinado en su error y lo defendía;
igualmente, al condenado como hereje en ausencia por rebeldía; en este
caso su efigif)era sacada en auto de fe y quemada, señalándose ‘ que pu-
diendo ser habida su persona sea relajada y en defecto de esto la dicha
estatua”76*; por último, eran sentenciados a relajación los reos que habiendo
sido reconciliados o habiendo abjurado de vehementi reincidían en la misma
o en otras herejías, vale decir, los relapsos.
En Lima, alrededor de 50 reos fueron condenados a relajación, de los
cuales unos 30 salieron en persona. En el siglo XVIII, un solo procesado fue
relajado en persona (Mariana de Castro, condenada por judaizante en 1736),
tres más lo fueron en efigie (Juan Santos Reyes, por apostasía e idolatría en
1749; Fr. Juan Francisco de Ulloa y Juan Francisco Velasco, ambos por ilumi-
nismo y molinismo en 1736) y otro, sentenciado a la pena máxima, falleció
en la cárcel sin que aquélla se hubiese ejecutado (Pedro Ubau, por iluminis-
mo y molinismo en 1736)/7. En la península, de acuerdo a las últimas inves­
tigaciones realizadas, se calcula que entre 1560 y 1700 sólo habrían sido
ajusticiados alrededor de un 1 por ciento de los acusados y la proporción de
t los condenados a ser relajados en efigie alcanzaría a más del 2 por ciento7*?.
La Inquisición también procedía contra la memoria, fama y bienes de
un difunto,(Ja jurisdicción real también procesaba y condenaba a los autores
de cierto tipo de delitos-traición entre otros- después de muertos). De exis­
tir indicios suficientes para proceder, los cuales debían ser tan graves como
para garantizar la condena79, la acusación del fiscal se ponía en conocimiento
. de los hijos, herederos u otros interesados, a través de notificaciones perso­
nales. Además, se citaba por edicto público a todos los que pretendieran
tener interés en la causa; si nadie acudía a defender la memoria del difunto,
los inquisidores nombraban un defensor (que no era ministro del Santo O fi­
cio) y continuaban el proceso considerando a éste como la parte legítima;

76 “Advertimientos para consultas" (instrucciones de la Suprema sobre las penas a aplicar en


los diferentes delitos). AHN, Inquisición, lib. 1.259, fol. 165.
AHN, Inquisición, legs. 1.642, exp. 5 y 6, 1.649-1, exp. 44; 1.649-2, exp. 61; 1.649-2, exp. 55;
y lib. 1.025 s.fol., año 1736. La Suprema, después de más de 20 años, revocó las sentencias
que había dictado el Tribunal de Lima en las causas de Fr. Juan Francisco de Ulloa, Pedro
Ubau y Juan Francisco Velasco, absolviéndolos de la instancia; ver José Toribio Medina,
Historia del Santo Oficio de la Inquisición en Chile, Fondo Histórico y Bibliográfico J. T.
Medina, Santiago, 1952, pp. 589-590 y 591.
/H Bartolomé Bennassar, op. c i t p. 38.
79 “Instrucciones de Avila de 1498”, Inst. IV, en Miguel Jiménez Monteserín, op. cit., p. 118.
probado suficientemente el delito (la probanza debía ser más perfecta que
en el caso de causa contra vivo80) se votaba a que en auto público de fe
fuese leída la sentencia en la que era declarado hereje y en la que se especi­
ficaba que su estatua debía ser relajada; en la sentencia también se especifi­
caba que si sus huesos eran ubicados debían exhumarse para ser entregados
a la justicia secular (ésta, al término del auto de fe. procedía a quemarlos y a
esparcir sus cenizas por el campo); por último, la sentencia incluía la confis­
cación de los bienes y para llevarla a la práctica se procedía a desposeer
a quienes los habían heredado (durante la causa no se secuestraban dichos
bienes)818 . Se dictaba sentencia condenatoria sólo si se probaba el delito
2
de herejía cometido por el difunto; no se condenaba al sospechoso debido
a que se consideraba que la sospecha de herejía se extinguía con la muer-
te82
Respecto a la notificación de las sentencias debe señalarse que, en las
Instrucciones y manuales de procedimiento, no queda especificado con cla­
ridad el momento o los plazos en que esa diligencia debía hacerse efectiva.
De aquellas fuentes parece desprenderse que la sentencia de relajación se
ponía en conocimiento del condenado la noche anterior a su ejecución83*8 ,
6
aunque hay evidencias en el caso limeño que indican que a veces se adelan­
taba un poco. Las sentencias de abjuración y reconciliación se notificarían a
los inculpados sólo en el momento del auto de fe8*, salvo que se tratara de
un fallo en que se especificare su pronunciación en la sala de la Audiencia
del Tribunal8^.
No obstante lo anterior, la práctica seguida por el Tribunal de Lima, en
el siglo XV III, se alejaba, en parte, de esas pautas. Así tenemos que la senten­
cia de relajación se notificaba a los condenados tres días antes de su ejecu­
ción80; y en lo referente a las de abjuración y reconciliación hemos detectado
algunos casos en que se aprecia, en forma inequívoca, que mediaba un

80 Ibid., nota [76|.


81 Ibid. También, “Instrucciones ele Don Fernando de Valdés”, Inst. LX1. Asimismo, “Instrucciones
de Sevilla de 1484“, Inst. XX. en Miguel Jiménez Monteserín, op. c i t pp. 100 y 101.
82 Le dictionnaire ...op. cit., pp. 64 y 65.
85 “Instrucciones de Don Fernando de Valdés”, Inst. XUV.
8‘ Modo de proceder de Pablo García, en Miguel Jiménez Monteserín. op. cit.. p. 435.
Ibid., p. 443.
86 Informe del fiscal Amusquibar a la Suprema en torno a la causa que el Tribunal había
seguido a Mariana de Castro por judaizante. AFIN, Inquisición, leg. 2.204, exp. 3.
lapso d e varios (fías entre la notificación y la e je cu ció n 87; e n to d o c a s o , lo s
testim onios qu e poseem os so n m uy p o co s c o m o p ara a se g u ra r q u e a q u e l
era el procedim iento com únm ente seguido.

4. Recursos y revisiones de causas


Ahora bien, en lo q u e se refiere a los recu rsos c a b e h a c e r n o ta r q u e e n
la práctica procesal del Tribunal d e Lima s e co n tem p la b a n lo s d e s u p lic a c ió n
y apelación.
a ) Apelación. La cu estión d e los recu rsos s e e n c o n tra b a m u y p o c o
desarrollada en la legislación inquisitorial; p o r lo tanto, p ara te n e r u n p a n o ­
rama acerca de cuál era la p osición del San to O ficio e n e s ta m a te ria e s
indispensable remitirse a los tratadistas. La esca sez d e re fe re n c ia s a la a p e la ­
ción que s e encuentran e n las In stru ccion es p o sib le m e n te s e d e b e a la s
limitaciones establecidas tradicionalm ente p o r e l S a n to O fic io p a ra a c o g e r
este tipo de recurso.
Francisco Peña sostiene q u e d e b e d esech arse tod a a p e la c ió n d e u n h e ­
reje condenado por sentencia definitiva. A su ju icio , s e ju stifica b a tal p r e d ic a ­
mento “por odio de los herejes, y p or estorbar q u e s e e te rn ic e n la s c a u s a s , y
finalmente porque fuera cosa ind ecente q u e una se n te n cia d ad a d e s p u é s d e
dilatado exam en y madura d eliberación p u d iese se r d eb ilitad a c o n c a lu m ­
nias injustas”88; para él, nunca un h ereje podía ap elar d e u n a s e n te n c ia d e fi-

87 Causa de Rosa Pita, negra libre de 37 años, natural de Trujillo, procesada p o r so rtíleg a, se
votó en definitiva el 21 de abril de 1712, se suplicó d e esa sentencia el 2 8 d e abril, el 7 d e
junio se votó en grado de revista y se ejecutó en el transcurso d e dicho m es (AHN, Inquisición,
leg. 1.656, exp. 1). Causa de Petronila Rosa de Urtizábal, procesada p or sortilegio, n o te n e m o s
la fecha de la sentencia, pero sí sabemos que el fiscal en su apelación al C on sejo ped ía q u e
aquélla no se ejecutara mientras éste no resolviera el recurso (AHN, Inquisición, leg. 1 .6 5 6 ,
exp. 1). Causa del Lie. Diego de Frías, por proposiciones, se votó en consulta el 2 4 d e m ay o
de 1723, el 14 de junio el fiscal suplicó y el 29 de dicho mes el Tribunal co n firm ó la sen ten cia
(AHN, Inquisición, leg. 1.656, exp. 1). Causa de Jo sé Buendfa (1 7 1 2 ) p o r so licitació n , la
sentencia se suplicó y después de visto el recurso se ejecutó (AHN, Inquisición, leg. 1 .6 5 6 ,
exp. 1 y 2.014, fot. 188). Algo similar ocurre en la causa de Nicolás d e Solórzano, p ro c e s a d o
por blasfemo en 1723 (AHN, Inquisición, leg. 1.656, exp. 1). En todos estos c a s o s tran scu rrió
un lapso de días variables entre la notificación y la ejecución, m ediando en tre a m b a s la
presentación de recursos. Cuando las sentencias se notificaban en el au to d e fe se ejecu ta b a n
de inmediato.
88 Nicolás Eymerich, M anual d e Inquisidorespara uso d e ios Inquisidores d e España y P ortugal
o compendio d e ¡a obra titulada Directorio de Inquisidores, edición estructurada y trad u cid a
nitiva d eb id o a q u e e se d erech o se había establecido en ben eficio d e la
in o cen cia, y c o m o el Santo O ficio únicam ente condenaba a un reo co m o
h ereje por estar co n fe so o convicto, la culpabilidad no m erecía dudas89.
Fran cisco Peña só lo consideraba pertinente la apelación de las sentencias
interlocutorias.
Luis d e Páram o, q u e escrib e en 1598. no se muestra tan renuente en
cu an to a la acogida q u e debía dárseles a las apelaciones. Coincide co n Peña
al sosten er q u e a un hereje condenado por sentencia definitiva d é t e negársele
la ap elació n , ya q u e ésta habría sido instituida para defensa d e la inocencia
y n o d e la iniquidad90/C on todo, de su obra se desprende q u e aceptaba la
ap elació n d e una sentencia definitiva qu e con d en an u u an reo so sp ech o so de
herejía/Así, llega a señalar diez requisitos para qu e esa apelación fuera váli­
da (si faltaba alguno carecía de validez); ellos eran los siguientes; 1. Q ue la
causa produjera un agravio o que amenazara con producir un agravio. 2.
Q u e fu ese legítim a. 3. Q u e fuese verdadera. 4. Q ue se hiciera expresa. 5.
Q u e n o fu ese admitida la petición. 6. Se da lugar a la apelación en razón d e
aq u ello q u e no ha sido admitido, 7. Q ue se hiciera m ediante escritos. 8. Q u e
d eb ieran pedirse las copias. 9. Q ue si el apelado pidiera las cop ias fuese
instruido el apelante. 10. Q ue se hiciera dentro d e diez días91.
La práctica inquisitorial. aLparecer, fue m enos rigurosa para aco g er las
ap ela cio n es q u e los tratadistas./Hay que considerar qu e en una primera é p o ­
ca abu nd an los recursos a la Santa Sede/En cuanto a esto último ca b e hacer
notar q u e, d ad o q u e la Inquisición era un tribunal eclesiástico, las sen ten ­
cias, en principio, podían llegar en apelación hasta el Papa; sin em baigo. los
m onarcas, llevados por el afán de evitar la injerencia directa d e Roma sob re
el n u ev o Tribunal, obtuvieron de los Papas, a partir del añ o 1500, una serie
d e B ulas y B reves por los q u e se constituía al Inquisidor G eneral co m o juez
d e ap elació n en las causas d e fe y se prohibía el recurso a Roma sin exp reso
con sen tim ien to d e los Reyes92. En consecuencia, a partir d e com ienzos del

por el abate Jo sé Marchena, Montpellier 1821, reedición de editorial Fonianiara, Barcelona,


1974., p. 48.
w !bid,%pp. 47 y 48.
90 Luis de Páramo, op. cit., p. 506.
91 //wVA, 507.
92 Kntre las Bulas y Breves referentes a las apelaciones a Roma podemos citar: una Bula de
Alejandro VI del año 1500 por la que constituye por juez de apelación al Inquisidor General
Diego Deza; otra del mismo Papa, de 1502. por la cual comete al Inquisidor General todas
las causas de herejía apeladas a Roma; otra de Julio U, de 1507. en que declara por nulas
^ siglo XVI, salvo ex ceo cio n esd as-ap elacio n es a la Santa S e d e n o p r o s p e r a ro n
y^jnln más, filaron consideradas im proced entes.
Fn definitivat rom n-resulfado-de-ln anterior e l C on s e jo d e la S u p re m a
se transformó en el único trihnnnl d e apelac ió n de las c a n s a s d e fe . N o
tenem os claro, p or falta d e estudios so b re e l particular, cu ál fu e la p r á c tic a
seguida por e l Consejo en esta materia e n los siglos XVI y X V II‘; í . S í s a b e m o s ,
en cam bio, qu e en el siglo XV III, d eb id o al p ro ced im ien to s e g u id o p o r la
Suprema d e ratificar las sentencias dictadas p o r los tribu n ales d e d istrito , la s
apelaciones perdieron sentido94. No ob stan te, e n el T ribu nal d e Lim a e l s is ­
tema de las apelaciones al C on sejo siguió vigente al q u e d a r al m a rg e n d e
aquella practica; co n todo, era m uy raro q u e algu ien recu rriera al T rib u n a l
superior; para e l siglo XVIII ú nicam ente h em o s d etecta d o tres y c o r r e s p o n ­
den a recursos presentados p o r e l fiscal; tod as las a p e la cio n e s s o n d e s e n t e n ­
cias de abjuración o absolutorias, lo cual vendría a co n firm ar q u e e s t e r e c u r ­
so les estaba vedado a los h erejes co n d en ad o s p o r se n te n cia d e fin itiv a ’’''. La
apelación podía tener efectos suspensivos o d evolu tivos; a sí, p o r e je m p lo ,
en la causa por sortilegio q u e s e le siguió a Petronila R osa d e U rtiz á b a l. e n

todas las apelaciones que los reos de fe interpusieran ante la Silla A postólica y m an d a q u e
ellas se planteen ante el Inquisidor General; otra de Clemente VII, d e 6 d e e n e ro d e 1524.
declarando por nulas todas las remisiones y comisiones dadas (o q u e se dieran e n el fu tu ro )
por la Silla Apostólica a jueces particulares en virtud de apelaciones a la Curia Konuinu e n
causas de fe sin expreso consentimiento del emperador Carlos V y su m adre; en la m ism a se
declaraba al Inquisidor General por juez de dichas apelaciones; tam bién p u ed e cita rse un
Breve de Clemente VII de 11 de diciembre de 1529 muy similar a la Bula an terio r y, p o r
último, otro Breve de Julio III, de 15 de diciembre de 1551, confirmando lo que sus a n te ce so re s
habían concedido a la Inquisición española. AHN, sección Códices, ¡ib. 9 B , fs. 1 0 7 -1 0 8 .
Henry Kamen señala que “no se animaba a nadie a que apelara a Rom a" {La In q u isició n
española)f Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1977, p. 199; sin em bargo, d e estos d o cu m e n to s se
desprende que dichas apelaciones no se podían efectuar porque salvo au to rizació n real
resultaban improcedentes.
Cabe hacer notar que los Inquisidores Generales delegaron la co m p eten cia p ara recib ir
apelaciones en el Consejo de la Suprema.
93 Jean Pierre Dedieu sostiene que hay un aumento en la frecuencia d e las a p e la cio n e s; v e r
Bennassar, Bartolomé, op. cit.%p. 37.
94 Juan Antonio Llórente, op. cit., p. 241.
95 Se interpuso apelación en las causas de Petronila Rosa de Urtizábal (p ro cesad a p o r .sortilegio
en 1773 y sentenciada en primera instancia a abjuración de levi); María de Jesús C o rn e jo
(procesada por sortilegio en 1768 y absuelia de la instancia en la primera s e n te n c ia ); y I)ieg< >
Flores (procesado por proposiciones y sentenciado en primera instancia a ab ju ració n d e
levi). AHN, Inquisición, legs. 1651, exp. 1 y 2.218, exp. 8.
1773, el fiscal d esp u és d e haber recurrido en grado de revista ap eló ante la
Suprem a, pid iend o al m ism o tiem po al Tribunal q u e no ejecutara la sen ten ­
cia hasta q u e se resolviera el recurso; los inquisidores rechazaron la preten­
sión del fiscal1*'.
b) Suplicación. El otro recurso qu e s e interponía ante el Tribunal de
Lima era e l d e su p licación . En virtud de éste, el m ism o m bunal podía revisar,
e n grad o d e revista, la p rim era sentencia dictada, q u e se denom inaba vista.
T en em o s referen cias d e diversas suplicaciones presentadas en los siglos XVI
y XV II, e n cau sas p or delitos de proposiciones, blasfem ia, solicitación y h e­
ch icería97. Para el siglo XVIII hem os detectado cin co casos en q u e s e inter­
p o n e este recu rso; ello s corresponden a la causa seguida a Rosa Pita, en
1712, p o r sortilegio (la sentencia d e vista se dictó el 21 de abril de 1712, fue
con d en ad a a abju ración d e levi y a cin co años de destierro entre otras penas,
su p licó el 2 8 d e d ich o m es y el 7 d e junio se confirm ó la primera sen ten cia);
a la del relig io so J o s é B u cnd ía, seguida en 1712. por solicitación (e n la revis­
ta se co n firm ó la prim era sentencia); a la d e Nicolás Solór/ano, seguida en
1723, p o r blasfem ia (d e su sentencia suplicaron el fiscal y el abogad o d efen ­
sor, e n la vista s e le había con d en ad o salir a la Sala d e la Audiencia y e n la d e
revista a h acerlo en un auto público de fe); a la de Ju an a A polonia, seguida
en 1701, p or sortilegio (en revista se confirm ó la primera sentencia); y final­
m ente, a la causa seguida contra la memoria y fama del religioso Ju a n Fran­
cisco d e U lloa, con d en ad o en 1736 por iluminismo y m olinism o (en la pri­
m era sen ten cia fu e absuelto de la instancia y en la de revista fue cond en ad o
co m o h e re je )98.
Ya al m om en to de establecerse el Tribunal d e Lima, la Suprem a se
p reo cu p ó d e dar instrucciones a los inquisidores sobre el procedim iento a
segu ir e n m ateria d e recursos; así, sobre el particular, se les m anifestó lo
siguiente: “p o rq u e con form e a d erecho cada y cuando qu e d e los caso s y
causas d e q u e se puede co n o cer en el Santo O ficio cuando no se p o n e la
pena ordinaria de reconciliación o relajación puede el reo apelar de la pena

«X»
AHN, Inquisición, leg. 1.656, exp. 1.
sn Entre otras se pueden citar las causas por proposiciones de Alonso de Amiento y Simón
Pérez.; las de hechicería de Luisa de Vargas y Antonia de Abarca; las de blasfemia de Alonso
Ruiz y Juan Francisco Urqoizu; y las de solicitación de Rafael Venegas y Tomás Gago. AUN,
Inquisición, lib. 1027, fol. 186, 188 v y 396; lib. 10.31. íol. ,378, 433 w. 461 y 4~2; lib. 1032. fol.
175. 408-409.
w AIIN. Inquisición, legs. 1.656. exp. I: 1.049-2. exp. 61; y 1.648-2. exp. 19.
extraordinaria y d e la sen ten cia del torm en to y la a p e la c ió n s u s p e n d e la
ejecu ción m andam os q u e cu an d o el reo s e tuviera p o r a g ra v ia d o d e la p e n a
extraordinaria o sentencia d e torm ento y ap elare para a n te n o s q u e e n tal
caso le m andéis qu e alegu e los agravios a n te vos, y o íd a la p a rte d e l fis c a l a
quien mandareis dar traslado tom areis a v er el n e g o cio c o n o r d in a r io y c o n ­
sultores en revista y lo q u e en la dicha causa se aco rd are c o n fo r m e al c a p í­
tulo precedente lo ejecutareis y si ejecu tad a la se n te n cia la p a rte q u is ie r e
venir ante nos al Consejo enviareis a él su p ro ce so a re c a u d o p ara q u e v is to
se provea lo que fuere d e justicia”99. C om o h em o s visto, e s a s in s tr u c c io n e s
seguían teniendo plena vigencia en e l siglo X V III, a tal p u n to q u e e l p r o p io
Consejo hacía alusión a dichos recursos reco rd án d o les a lo s fu n c io n a r io s d e
lim a cuándo y cóm o debían interponerse; al resp ecto , e n u n d ic ta m e n e m i­
tido sobre una causa seguida p or e l Tribunal, señ ala: “e l in q u is id o r fis c a l n o
suplicó ni apeló de dicha sentencia q u e au n q u e lo h u b iera h e c h o d e b ie r a s e r
a efecto de que sin ejecutarla se consu ltase al C o n se jo ”100.
c) La consulta. En la Inquisición tam bién o p e ra b a la c o n s u lta . El T ri­
bunal de Lima, cuando se le presentaba u na cau sa co n flictiv a ( p o r la c o n d i ­
ción de la persona involucrada esp ecialm en te), p ed ía in s tru c c io n e s a l C o n ­
sejo antes de actuar. Esto a co n tece e n la fase prelim inar d el p r o c e s o , c u a n d o
surgen dudas para la prisión del reo d esp u és d e co n clu id a la in fo r m a c ió n
sumaria. Al respecto podem os citar lo ocurrido c o n e l re lig io s o G a b r ie l d e
Orduña, de la Compañía de Jesú s, q u e fu e acu sad o d e p ro fe rir d iv e r s a s
proposiciones en defensa del reo con d en ad o F ran cisco U llo a, al ig u a l q u e
otros miembros de la orden; ante eso s h ech o s el T ribu nal e s c r ib ió a la S u p r e ­
ma diciendo: “y porque d e seguir esta causa e n form a n o s fu e ra p r e c is o
ejecutar lo mismo con algunos otros q u e eq u iv alen tem en te h a n p r o fe r id o lo
mismo hem os resuelto suspenderlo hasta q u e V. A. n o s o r d e n e lo q u e d e b e ­
m os ejecutar”101. Con el caso del religioso M iguel d e O ñ a , ta m b ié n d e la
Compañía, el Tribunal, a la vista d e la inform ación su m aria, tu v o d u d a s p a ra
seguir hasta la definitiva la causa p o r solicitación d e q u e e s ta b a te s tific a d o ; la
Suprema, por auto d e 29 d e abril d e 1729, aco rd ó q u e "a te n to a la c a lid a d y

99 ANCH, sección Simancas, vol. 10, pieza 3. Instrucción a los Inquisidores d e las p ro v in cias d el
Perú, 5 de enero de 1569.
100 Dictamen de la Suprema en la causa que el Tribunal de Lima siguió a Fr. Ju an F ra n cisco d e
Ulloa, AHN, Inquisición, leg. 1.649, exp. 61.
101 AHN, Inquisición, leg. 2.201, exp. 15, carta de los inquisidores de Lima d e 19 d e feb rero d e
1737.
b u en a fam a del reo y estad o d e la sum aria se suspenda por ahora su pri­
sió n ”102.
d) Intervención extraordinaria y calificada de la Suprema. A dem ás d e
los recu rsos ya analizados, en el Santo O ficio podía darse un tipo d e inter­
v en ció n extraordinaria d e la Suprem a en una causa, sin m ediación d e parte y
en la q u e actu aba d e oficio. T od os los tribunales tenían la obligación d e enviar
a la Suprem a, periódicam ente, un resum en d e cada una d e las causas sen ­
tenciadas. Si lu eg o d e analizar esas relaciones, el C onsejo estim aba q u e la
sen ten cia dictada n o s e atenía del tod o a las sanciones fijadas en las instruccio­
nes y cartas acordadas, lisa y llanam ente la modificaba. Aún más, e n ca so d e
q u e, a la luz d e las relaciones, estimara q u e existían indicios d e d efectos graves
en el p roced im ien to seguido p or e l Tribunal, podía solicitar el envío del e x p e ­
diente co m p leto para exam inar la causa. Visto el proceso respectivo podía
dictar una nueva sen ten cia. Concretam ente, m ediante este procedim iento el
C on sejo rev o có e n el siglo XV1I1 varias sentencias pronunciadas p o r e l Tribu­
nal d e Lima; entre ellas se pueden citar las dictadas e n las causas d e Ju a n
Francisco Velasco, Ju a n Francisco d e Ulloa, Pedro Ubau. Pedro N úñez d e
Haba y Ja cin ta Flores103; en esta última se dictam inaba “q u e se revoca co m o
injusta la sen ten cia dada en esta causa por dicho Tribunal en 13 d e en ero d e
1739 y se absu elve de la instancia a la dicha doña Jacinta Flores, alias la
Sevillana, y le sean devueltos los bienes q u e se le aplicaron al Fisco d e S.M. a
ex ce p ció n d e los consum idos en sus alimentos, y q u e se les d é certificación d e
n o obstancia a los interesados o parientes en la forma ordinaria”104*.
El con trol q u e ejercía la Suprem a sob re los tribunales d e distrito en
m ateria d e p roced im ien to iba más allá qu e el perm itido p o r e s e sistem a. D e
h e ch o , el C o n se jo procuraba ejercer una supervigilancia d e las cau sas q u e
estab an en trám ite en los distintos tribunales10'’. Este control so b re la m archa
d e los p ro ce so s lo realizaba, fundam entalm ente, a través del sistem a d e las
relacio n es d e cau sas pend ientes. El Tribunal d e Lima, al igual q u e el resto d e
los tribu nales, d eb ía enviar co n regularidad un resum en d e cada u n o d e los
p ro ce so s q u e estab a siguiend o (da la im presión q u e d ich o Tribunal fu e un
p o c o rem iso e n cum plir co n esa obligación, pu esto q u e h em os en co n trad o

102 AUN, Inquisición, lib. 1.025, s.fol., año 1729.


103 AHN, Inquisición, lib. 1.165, s.fol., año 1762. También, leg. 1.642, exp. 1.
104 AHN, Inquisición, lib. 1.165, s.fol., arto 1762.
103 Este fenóm eno ha sido destacado para el caso del Tribunal de Galicia por Jaim e Com ieras
(ap. cit.. p. 531).
escasas referencias al resp ecto). El C on sejo, utilizando ta le s r e la c io n e s , lo
instruía so b re el m odo d e p roced er e n la co n tin u ació n d e las c a u s a s : a s í. p o r
ejem plo, en la del sacerd ote B las G on zález d e H errera, p o r “p r o p o s ic io n e s " ,
le ordena q u e d e n o resultar m ás prueba su sp en d a la ca u sa y lo p o n g a e n
libertad dándole certificación d e n o ob stan cia para a c c e d e r a o fic io s c iv ile s o
d e inquisición106*; a su vez, e n la causa d el p resbítero Ju a n T h ie n o t. ta m b ié n
por “proposiciones”, ordena q u e sea p u esto a “cu estió n d e to r m e n to ”u r .

5. Penas y penitencias
Las sentencias q u e im ponían la abju ración y re c o n c ilia ció n ib a n a c o m ­
pañadas de una variada gam a d e p en as y p en iten cia s ( n o o b s ta n te e s to ,
habitualmente sólo a los con d en ad os a ab ju ració n s e le s d e n o m in a b a p e n i­
tenciados). En general, am bas d ep end ían d e varios fa cto res, c o m o , p o r e je m ­
plo, de la forma en que el delito había lleg ad o a c o n o c im ie n to d e l T rib u n a l
(por denuncia espontánea o de terceros); del m o m en to e n q u e s e p r o d u c ía
la confesión (en la I a, 2a o 3a audiencia, o an tes d e la a c u s a c ió n o e n e l to r ­
mento); de la actitud mostrada en ella, e s decir, si h ab ía sid o b u e n “c o n f it e n te ”
o “confitente diminuto” en asp ectos n o su b stan ciales (c o n fite n te d im in u to
era el que confesaba parte d e los h ech o s y d ich o s d e q u e e s ta b a a c u s a d o ,
pero negaba otros plena o sem ip lenam ente a p e sa r d e q u e lo s in q u is id o r e s
estaban convencidos d e q u e tales im p u taciones eran c ie rta s ); d e la c o n d i ­
ció n del co n d en ad o (e n lo s c a s o s e n q u e n o h a b ía fo r m a l h e r e jí a , a
las dignidades eclesiásticas y a los n o b les s e les a p lica b a n p e n a s m e n o s
severas108); d e la intención co n q u e e l re o h ab íá c o m e tid o e l h e c h o d e lic tiv o ;
etc.
Las penas m ás graves a q u e era co n d en a d o u n h e r e je “c o n f it e n te d i­
m inuto” en aspectos n o substanciales, con sistían e n la c o n fis c a c ió n d e la

106 AHN, Inquisición, lib. 1.025, s.fol., año 1736.


m /bid
108 A Doña Manuela de Castro, condenada por Itechicería en 1740. su co n d ició n d e n o b le le
valió para que su semencia fuera leída en la sala de audiencias del Tribunal y p ara q u e el
destierro se le reemplazara por una reclusión d e dos añ os en un b eaterío d e Lima <Al IN.
Inquisición. leg. 1.656, exp. 2). Bartolomé Cisneros, d e 34 años, natural d e Lima y cig a rre ro ,
condenado por blasfemo en 173 8 a la pena d e azotes, entre otras, se vio re le v a d o d e ella p o r
su condición de “español”, vale decir, por ser d e piel blanca (AHN, Inquisición, leg. I .(>56,
exp. 3).
totalidad d e sus b ien es para la Cámara del Fisco y en la cárcel perpetua y
h áb itos p en iten cia les irrem isibles1119. Con todo, la cond en ación a cárcel per­
petua era m ás b ien una form alidad ya desde m ediados del siglo X V I*110; d e
h ech o , a tocia p ersona cond en ad a a tres o más anos s e le co lo cab a e n la
sen ten cia la p en a d e carcelería perpetua; esto se efectuaba por exp resas
in stru ccion es d e la Suprem a, com o se desprende de la carta acordada d e 24
d e m ayo d e 1600, q u e en una d e sus partes señala: “consultado p or el Inqui­
sidor G en eral ha p arecid o ordenaros qu e cuando en las causas y p rocesos d e
fe o s p areciere q u e algún reo m erece hábito y cárcel por tres años o p o r m ás
le co n d en a réis en h ábito y cárcel perpetua sin ponerle lim itación d e tiem po
y n o p o r e s o s e o s quita el arbitrio d e añadir irrem isible si lo pidiere la
calidad d e la ca u sa ”111. Este asp ecto queda aún m ás claro en la siguiente
instrucción d e la Suprem a: "El reo q u e hubiere confesad o ha guardado la ley
d e M oisés, secta d e M ahom a o d e Lutero, co n intención, crédito y pertinacia
y p id iese m isericordia, si n o estuviese dim inuto en co sas substanciales, ....se
ha d e votar a q u e e n auto pú blico d e fe sea admitido a recon ciliación y
co n fisca ció n d e b ie n e s e n form a, co n hábito y cárcel d e un a ñ o o d o s y si
h u b iere d e se r tres se d ice co n cárcel y hábito perpetuos112*.
En el fond o, la exp resió n cárcel perpetua qu ed ó co m o nom bre del
recin to d o n d e debía cum plirse la reclusión. D icho lugar tam bién era c o n o c i­
do co n las d en om in acion es de cárcel de la penitencia o m isericordia. Según
Lea, en la d ocu m en tación del Tribunal de Lima no hay ninguna alusión a la
casa de la m isericord ia11*. Sin em bargo, hem os logrado determ inar q u e en el
siglo XVII el Tribunal poseía esa cárcel11 *. No obstante, en el siglo siguiente
ya n o co n tab a co n ella, pues en las cuentas de receptoría que van d e 1706 a
1722 su ed ificio figura dado en arriendo (n o sabem os qué ocurre co n él co n
posterioridad a e se año, aunque creem os que pudo haber sido vendido);

íw •*Advertimientos paro consultas'* (instrucciones de la Suprema sobre las penas a aplicar en


los diferentes delitos). AUN. Inquisición, lib. 1.259, fol. 164.
1.0 Ilenry Ch. Lea, Historia d e la inquisición...op. c i t i. II. p. 673.
1.1 AUN, Inquisición, lib. 497, fol. 245.
il¿ Ibid.. nota 11001- Henry Kamen iop. cit.. pp. 200 y 201) no logra explicarse del todo la
incongruencia que resulta de las condenaciones a “cárcel perpetua” por un núm ero
determinado de años, debido a que no tuvo a la vista estas instrucciones de la Suprema.
ha Henry' Charles Lea, Tf)c Inquisition in tbe SjHinish Dependencies: Sicilw Soples. Sanliuia.
Milán. Ih e Canarios, México. Pera. New Granada. The Mac Millan Company, New York,
1908. p. 438.
,H Rene Millar Carvacho, op. cit.
Plaza Mayor de Lima en 1801. En su explanada se realizaban
los autos públicos de fe en que salían personas condenadas a relajación.
(Fotograbado publicado por Evaristo San Cristóbal en el libro
Lima antigua de Pablo Patrón. Lima, 1935).

además, todos los condenados a tres a ñ o s o m ás eran e n v ia d o s , s í s e tr a ta b a


de hom bres seglares, a los presidios q u e tenía la C o ro n a e n e l c o n t in e n t e
am ericano, preferentem ente a Valdivia, e l C allao e isla d e J u a n F e r n á n d e z . A
los eclesiásticos se les destinaba a diversos co n v e n to s y a la s m u je r e s a
hospitales115.
Volviendo a las penas, ca b e h acer notar q u e cu a n d o s e a lu d e al h á b ito
penitencial la Inquisición se refiere al sam ben ito (e n c u a n to a la p e r p e tu id a d

115 En 1718, el mayordomo del Hospital Real de la Caridad de Lima p ro testó an te la S u p rem a
por la costumbre que tenía el Tribunal d e recluir en dicho hospital a "algu nas p e n ite n cia d a s
por embusteras, hechiceras y otros delitos”, lo cual ocasionaba graves perjuicios al relacio n arse
aquéllas con las enfermas; ante esto, el mayordomo solicitaba a la Suprem a q u e s e p ro h ib iera
al Tribunal la continuación de esa práctica. El Consejo, en agosto d e 1 7 1 8 , a c o g ió la p e tició n
y por lo que se desprende de los procesos el Tribunal op tó p or enviar a las c o n d e n a d a s a los
beateríos o por desterradas de sus lugares de residencia y origen. AHN, In q u isición , leg.
2.199, exp. 5.
e irrem isibilidad del sam benito, al parecer, ocurre algo más o m enos sim ilar
q u e c o n la cá rcel). Los hábitos d e los reconciliados, después qu e term inaban
d e llevarlos e n sus p ersonas, se ponían en la iglesia parroquial qu e les c o ­
rrespondía, c o n el n om b re del penitenciado y la herejía q u e lo m otivaba,
para q u e qu ed ara m em oria del delito qu e había com etido y fuera un recor­
datorio p erm an en te d e la infamia q u e le afectaba (este procedim iento tam ­
b ién s e em p lea b a , p or cierto , co n los relajados).
O tras p en as m en ores eran los azotes públicos, la exp o sició n a la ver­
güenza p ú blica p o r las calles d e la ciudad, la confiscación d e parte d e los
b ien es, la prisión p o r u no o d os años y el destierro d e los lugares d e origen
y resid en cia y d e la co rte d e Madrid; la mayoría d e los con d en ad os eran
desterrados d e los lugares ya m encionadas, variándase sim plem ente en cuanto
al tiem p o a q u e s e hacía extensiva la pena; por lo general se indicaba el lugar
e sp e cífico d o n d e d ebía cum plirse co n el destierro; a partir d e 1646, por
in stru ccion es exp resas d e la Suprem a, en todas las sentencias d ond e s e c o n ­
denara al reo a destierro debía especificarse qu e éste com prendía tam bién a
la co rte d e M adrid116; s e adopta esta práctica porque la co rte d e Madrid pasa
a se r con sid erad a la patria com ún de todos los habitantes d e los diferentes
d om inios d e la C o ro n a117. En el siglo XVI y com ienzos del XVII, e l Tribunal
d e Lima tam b ién im p on e la pena d e <galeta$; esto significaba q u e d eb ían
servir e n el p u erto d el C allao co m o rem eros, sin sueldo. Con posterioridad
esa p en a d eja d e im ponerse. Algo m ás o m enos sim ilar ocurre co n las m ul­
tas, q u e ca y ero n e n d esu so co m o pena en causas d e fe, pu es n o so n co n d e ­
n ad o s c o n ellas m ás d e siete u o ch o reos después d e 1700.
T o d o s lo s p en iten ciad os p o r la Inquisición, au nqu e n o s e señ alaba en
la sen ten cia , q u ed ab an autom áticam ente inhabilitados para o b ten er oficio s
p ú b lico s y d e h on ra; esto s e desprende d e los num erosos dictám enes d e la
Su prem a, q u e al m odificar sentencias del Tribunal d e Lima señ alaba q u e al
re o s e le d iera “u n certificad o d e n o obstancia” para o b ten er caig o s p ú blicos
o d el S an to O ficio . C uando un reo había sido votado a recon ciliación , en la
sen ten cia s e esp ecifica b a q u e quedaba inhabilitado, al igual q u e sus hijos y
n ietos p o r línea paterna, para o b ten er oficios públicos y d e h on ra118. Entre

1.6 Cana acordada d e 5 de julio de 1646. AHN, Inquisición, lib. 498, fol. 107.
1.7 Ibid.
" * Modo de proceder de Pablo García, en Miguel Jiménez Momeserín, op. cit., pp. 434-43V
Sentencia dictada por el Tribunal de Lima en la causa seguida a Jo sé Solís de O vando (1 7 3 6 ).
AHN, Inquisición, leg. 1.648. exp. 26.
los o ficio s q u e n o podían d esem p eñ ar se en co n tra b a n lo s d e c lé r ig o , ju e z ,
alcald e, regidor, alcaid e, m ercader, n otario, escrib a n o , a b o g a d o , p ro c u ra d o r,
secretario, contador, tesorero, m éd ico, ciru jan o, san g rad or, b o tic a r io , c a m ­
biador, fiel y arrendador d e rentas119; tam b ién se les p ro h ib ía e l u s o d e jo y a s ,
de vestidos d e sed a o p añ o fin o , arm as y ca b a llo s, b a jo p e n a d e s e r c o n d e ­
nados por relapsos.
Com o ya está d icho la relajación sign ificab a la p e n a m á x im a , p e r o ,
adem ás, siem pre im plicaba la co n fiscació n d e lo s b ie n e s d el c o n d e n a d o y la
prohibición para sus d escend ientes p or lín ea p atern a d e o b te n e r o fic io s p ú ­
blicos o de honor, am én d e las otras inhabilid ad es q u e a fe c ta b a n a lo s r e c o n ­
ciliados. Los sentenciad os a relajación q u e s e a rrep en tían e n e l la p s o q u e ib a
desde la notificación d e la sen ten cia hasta la n o c h e a n te s d e l a u to d e fe n o
eran sacados al tablado; la e jecu ció n se su sp en d ía h asta c o m p r o b a r si la
conversión era verdadera o sim ulada120. Los q u e s e a rre p e n tía n e n e l m o ­
m ento del auto de fe só lo con segu ían q u e se les ap lica ra e l g a rro te e n v e z d e
ser quem ados vivos (e l cad áver era arrojad o a las llam as).
Por lo general, las sen ten cias d e lo s reo s eran le íd a s e n lo s a u to s d e fe
públicos o privados. La única d iferen cia q u e ex istía e n tre e llo s e ra q u e lo s
segundos se realizaban en una iglesia, p ero d e h e c h o e ra n ta n p ú b lic o s
com o los prim eros, que tenían lugar en la plaza m ay or d e la ciu d a d s e d e d e l
tribunal121. No obstante lo anterior, las sen ten cia s d ictad as p o r c ie r to tip o d e
delitos, com o el de solicitación, eran leíd as en la sala d e a u d ie n c ia d e l trib u ­
nal; dicha lectura podía efectu arse ante un au d itorio p re v ia m e n te d e s ig n a d o
y muy reducido, com o en el caso d e los so licita n tes, o b ie n p o d ía lle v a rs e a
efecto “a puerta abierta”, es decir, an te q u ien q u isiera in g re sa r a la s a la . Las
sentencias que podían llegar a ser leídas en la sala d e a u d ie n c ia , a p u e rta
abierta, eran las de abjuración de levi y siem p re q u e e l re o fu era e s p o n tá n e o
(cuando adem ás era “buen co n fiten te” la sen ten cia p o d ía s e r le íd a e n d ic h a
sala a puerta cerrada122), o probara n o b leza d e sa n g re o d ig n id a d p o lític a o

1,9 “Instrucciones de Tomás de Torquemada de 1488", Inst. XI, en Miguel Jim é n e z M on teserín .
op. cit., p. 112.
120 Informe del fiscal Amusquibar a la Suprema en torno a la cau sa q u e el Tribunal bah ía
seguido a Mariana de Castro por judaizante, AHN, Inquisición, leg. 2 .2 0 4 , e x p . .3.
121 Por instrucciones de la Suprema en Lima, cuando n o había relajados, el au to p ú b lico d eb ía
celebrarse en la iglesia catedral. ANCH, Inquisición, vol. 4 8 6 , fol. 10.
122 Instrucciones de la Suprema a propósito de la causa que el Tribunal siguió a M icaela Zavulu
en 1737 por hechicería, AHN, Inquisición, lib. 1.025.
m ilitar; e sto últim o s e h abía estab lecid o por carta acordada d e 2 4 d e en ero
d e 1ó9 9 12-\ c o n e l fin d e m itigar la vergüenza pú blica d e los q u e só lo resul­
taran lev em en te so sp ech o so s d e h erejía y p ertenecieran a los secto res privi­
legiad os. La lectu ra d e las sen ten cias podía ser co n o sin m éritos; la prim era
era la m ás co m ú n y consistía en la lectura de un com p end io del p ro ceso ;
p a rece q u e la segu nd a fórm ula se em p leaba en caso s m uy extraordinarios,
cu an d o e l tribu n al estim aba q u e los d ich os o h ech o s d e q u e había sid o
testificad o e l reo p od ían prod u cir un mal ejem p lo y p o r e s o n o se reseñ ab an .
E ntre la s p en iten cias q u e m ás com únm ente se im ponían habría q u e
d estacar, ap arte d e las abju racion es, la obligación d e co n fesarse y com u lgar
(m en su al o b im en su al o e n cada una de las pascuas) durante u n o o dos
añ o s; rezar una parte del rosario una vez a la sem ana o tod os los días,
tam b ién p o r un añ o . A lo s cond en ad os qu e n o sabían las oracion es o d esco ­
n o cía n a sp ecto s d e la doctrina, se les designaba un eclesiástico , q u e habi­
tu alm en te era el cu ra o com isario del lugar donde d ebía cum plir el destierro,
para q u e lo s instruyera e n los m isterios d e la fe.
Los m iem bros d el cle ro cond en ad os por determ inados d elitos -h e c h i­
cería y so licita ció n en tre o tro s - eran recluidos en un con v en to p o r un p erío ­
do q u e h abitu alm en te pod ía variar entre u n o y seis añ os; tam bién s e les
im p on ían ayu n os y disciplinas (d ebían rezar d e rodillas, una v ez a la sem ana
o to d o s lo s d ías p o r un añ o o m ás, el rosario o los salm os p en iten ciales); si
era n relig io so s se les privaba p or un tiem po de voto activo y pasivo y se les
h acía o cu p a r e l últim o lugar en el co ro , refectorio y dem ás actos p ú b licos; a
los so licitan tes, e l Tribunal d e Lima en el siglo XVIII los privaba p erpetu a­
m en te d e co n fe sa r h om bres y m ujeres.

No o b stan te la esquem ática presentación q u e hem os realizado del


tem a, creem o s q u e en ella quedan e n evidencia algunas d e las principales
características d el p roced im iento inquisitorial en general y del ca so d e Lima
e n particular.
U na d e ellas se refiere a los objetivos perseguidos co n este particular
m od o d e p roced er. Tanto o más que la determ inación del grado d e cu lp ab i­
lidad del reo p rocesad o, a la Inquisición le interesaba la salvación espiritual
d el h ereje y en lo p osib le su reincorporación al sen o de la Iglesia. E lem entos 123

123 Citada por el fiscal en la apelación a la sentencia dictada en la causa que por sortilegio se le
siguió a Petronila Rosa de Urtizábal en 1733, AHN, Inquisición, leg. 1.656. exp. 1.
fundam entales en e l logro d e e so s o b jetiv o s lo re p re se n ta b a n la c o n f e s ió n
d el reo , el reconocim iento d e la gravedad d el crim en c o m e tid o y su a r r e p e n ­
tim iento. En las distintas fases del p ro ceso se b u sca e n fo rm a re ite ra d a la
co n fe sió n d el re o , e lla e s la p ru e b a m á x im a d e la c u lp a b ilid a d ; lo s
interrogatorios a qu e era som etid o e n las au d ien cias e sta b a n o r ie n ta d o s a
obtener dicha con fesión , p ero tam bién a q u e s e arrep in tiera.
En otro asp ecto s e p u ed e señ alar q u e e l p ro ce d im ie n to in q u is ito ria l
guardaba gran sim ilitud co n e l p racticad o p o r la ju risd icció n crim in a l o r d in a ­
ria124. No obstante e l reo d e in qu isición g o zab a d e m e n o s g a ra n tía s p r o c e s a ­
les -c o m o por ejem p lo en lo referen te a lo s testig o s (d e s c o n o c ía s u s n o m ­
bres, las inhabilidades eran m ínim as y e n ca m b io ten ía lim ita c io n e s r e s p e c to
de los que podía citar a su fa v o r)- y lo norm al era q u e s e c o n d e n a ra n o s ó lo
a los herejes convictos sin o tam bién a lo s so sp e ch o so s.
El arbitrio judicial, co m o señ ala T om ás y V alien te, e ra d e m a y o r a m p li­
tud que en el p roceso p en al ordinario, d eb id o a q u e la re g u la c ió n n o rm a tiv a
dejaba m uchos asp ectos sin reso lv er o en treg ad o s lisa y lla n a m e n te a l c r ite ­
rio del juez; tal es el caso, p or ejem p lo , d e las n o rm as re fe re n te s al to r m e n to
y a la fijación de las penas. Con tod o, en el sig lo X V III s e a p r e c ia u n a fu e r te
tendencia, por parte de la Suprem a, a co n tro lar la d is c re c io n a lid a d d e lo s
jueces de distrito m ediante diversas fórm u las; p ara e l c a s o d e la p e n ín s u la , la
más importante fue la revisión d e tod as las se n te n cia s d icta d a s p o r lo s trib u ­
nales provinciales. Con resp ecto al Tribunal d e Lim a h a y q u e m e n c io n a r la
persistencia del sistem a d e las relacio n es d e cau sa h asta la se g u n d a m ita d d e l
siglo XVIII; a esto d eben agregarse las n u m erosas in stru c cio n e s y c a r ta s a c o r ­
dadas despachadas por la Suprem a e n q u e s e reg u la b a n o p r e c is a b a n d iv e r­
sas m aterias referentes al proced im iento; y p o r ú ltim o h ay q u e h a c e r n o ta r la
vigencia qu e en Lima siguieron ten ien d o las a p e la c io n e s d u ra n te e l s ig lo
XVIII.
Pero, p or otra parte, d e lo an terior se d esp ren d e q u e e l T rib u n a l d e
Lima en el siglo XVIII go zó d e una m ayor in d ep en d en cia e n m a te ria p r o c e s a l
qu e los tribunales peninsulares, los cu ales s e v iero n m u y c o a rta d o s p o r la
política centralizadora de la Suprem a. La In q u isició n d e Lim a, p o r r a z o n e s
fundam entalm ente geográficas, va a p resen tar alg u n as p e c u lia rid a d e s c o n

124 Al respecto ver Francisco Tomás y Valiente, El D erecho p en a l d e la m o n a rq u ía a b so lu ta ...,


cp. cU.t pp. 155 y ss. También Michel Foucauht Vigilar y Castigar, Edit. Siglo X X I, M adrid,
1978, especialm ente pp. 41 y ss.
resp ecto a las pau tas g en erales d e procedim ientos, las qu e redundan en una
m ayor au ton om ía y m ás am plia discrecionalidad de los ju eces. Entre esas
p ecu liarid ad es p o d em o s citar el procedim iento seguido en m ateria d e recu ­
sació n d e los ju e ce s, el valor equ ivalente asignado a los votos d e los co n su l­
tores, la n o ap licació n del sistem a de ratificación de las sentencias y la vigen­
cia d e las ap elacio n es.
Aspectos del procedimiento inquisitorial’

D e s d e fines del siglo XVIII la Inquisición ha sido


considerada como la institución más representativa del ejercicio de la iniqui­
dad y crueldad en contra de los derechos de las personas.
Varios son los factores que han contribuido a la formación de esa
imagen. Entre ellos está el hecho de que el Santo Oficio hubiese sido una
institución de la Iglesia Católica y, por lo tanto, representativa de todo el
oscurantismo que ella encerraba a los ojos de los racionalistas y liberales de
los siglos XVIII y X IX . También hay que considerar otro aspecto especial,
como fue la circunstancia de que ella alcanzara su mas perfecta organización
y su mayor desarrollo en España, con lo que se constituyó en uno de los
hitos de la leyenda negra que se desató en contra de ese país. Además,
podría agregarse la particularidad que presentó el Tribunal en cuanto a su
acción represiva, la que tendió en buena parte a concentrarse en una mino­
ría especialmente golpeada por los atentados a sus derechos, como fue la
constituida por el pueblo judío. Así mismo, a la hora de indicar los factores
que habrían incidido en la imagen que proyecta la Inquisición, tampoco
puede dejar de mencionarse el hecho de que se haya encargado de perse­
guir especialmente las ideas y creencias.
Pero sin duda que en esta enumeración debe tener un lugar destaca­
do el procedimiento utilizado para encausar a los reos del delito de herejía.
Las prácticas procesales empleadas por el Tribunal de la Inquisición, a las

Este trabajo lúe publicado en una primera versión en Homenaje al profesor Alfonso García
Gallo , Madrid, 1996, vol. III.
cuales nos referirem os en estas páginas, h an sid o p u estas c o m o e l p arad ig m a
d e la crueldad y d e la falta de garantías para lo s d e re ch o s d e la s p e rso n a s.
P or cierto qu e nosotros n o p retend em os h a ce r una d efen sa d e e s o s p r o c e d i­
m ientos, sin o m ás b ien analizarlos d e m anera d esap asio n ad a y a la lu z d e lo s
últim os ap o n es historiográficos y d e la d o cu m en tació n q u e h e m o s re c o p ila ­
do tanto en Chile co m o e n España. E n to d o ca so , está le jo s d e n u e stro
objetivo realizar en esta oportunidad una e x p o sició n sistem ática d el p r o c e d i­
m iento inquisitorial. Más b ien , n o s referirem os s ó lo a a lg u n o s a s p e c to s d e l
mism o, sob re tod o a lo s relacion ad os c o n e l arb itrio ju d icia l, c u y o a n á lis is
com parativo co n las prácticas d e la ju sticia ord in aria d e la m ism a é p o c a
puede contribuir a en ten d er m ejo r las a ctu a cio n es y fin e s d el S a n to O fic io .
En relación co n las fu en tes e s n e cesa rio h a c e r alg u n as p re c is io n e s . El
Tribunal d e Lima, al igual q u e tod os lo s tribu n ales in q u isito riales, g e n e r ó u n a
profusa docum entación; sin em bargo, e l g ru eso d e ella s e p e rd ió , h a sta e l
punto de qu e en Lima só lo qu ed a una ínfim a p arte d el a rch iv o o rig in a l d e la
Inquisición, la qu e p or lo dem ás n o co n tie n e d o cu m en ta ció n s o b re la s c a u ­
sas de fe. El m aterial q u e a nosotros m ás n o s in teresa, q u e c o rre s p o n d e a lo s
exped ientes de las cau sas d e fe, se extrav ió ca si e n su to talid ad . S ó lo s e
conservan íntegros un núm ero insignificante d e p ro ce so s, q u e n o a lc a n z a a
las dos decenas.
Los repositorios q u e co n tien en m ás p a p eles o rig in a les d e la In q u is i­
ció n d e Lima son el A rchivo H istórico N acional d e M adrid y e l A rch iv o N a­
cional d e Chile. En el prim ero está la co rresp o n d en cia in terca m b ia d a e n tr e e l
Tribunal y el C onsejo de la Suprem a, y e n e l seg u n d o s e e n c u e n tra u n a p a rte
del archivo original del Tribunal, q u e co n tie n e d o cu m en ta ció n q u e s e re fie re
m ayoritariam ente a secu estro y co n fisca ció n d e b ie n e s 1.
Los escaso s exp ed ien tes co m p leto s d e ca u sa s d e fe e stá n e n M ad rid y
llegaron d e m anera ex cep cio n a l al se r so licita d o s p o r e l C o n s e jo d e la S u p re ­
m a para revisarlos. En sum a, para ela b o ra r e ste a rtícu lo d isp o n e m o s p r e fe ­
rentem ente d e fragm entos de p ro ceso s y, so b re to d o , d e lo s re s ú m e n e s o
relaciones, de ello s y d e las referen cias q u e se e n cu e n tra n e n la c o r r e s p o n ­
d encia ya indicada.

1 Un reseña sobre la docum entación inquisitorial del Archivo N acional d e C hile, en R en é


Millar, “El archivo del Santo Oficio de Lima y la docum entación inquisitorial e x iste n te en
Chile'', Revista d e la Inquisición, Madrid, 1998. El catálogo del fon d o Inquisición d el A rch ivo
Nacional de Chile, en Teodoro H am pe, “La inquisición peruana e n Chile. C atálo g o d e lo s
docum entos existentes en el Archivo Nacional d e Santiago”, Revista A n d in a , 2 7 , 196 6 .
El procedimiento y la limitación de los derechos
personales
En g en eral, a nivel d e op in ió n cu lta, ex iste unanim idad para co n sid e­
rar el m od o d e p ro ced er d e la Inqu isición co m o el m étod o judicial m ás
p erfecto id ead o para co n d en ar de m anera injusta a las personas. Y, en e fe c ­
to , hay varios a sp ecto s d el p roced im iento del Santo O ficio q u e resultan e s ­
p ecialm en te duros y aten tatorios a los d erech os hum anos.
E ntre las p racticas q u e ap arecen m ás ch ocan tes para la m entalidad
co n tem p o rán ea está e l se cre to q u e rod eaba toda la su stanciación d el p ro ce­
so , salv o e n lo referen te al cum plim iento de la sen ten cia. Los testigos qu e
p articip aban e n la cau sa d ebían jurar q u e m antendrían el secreto de to d o lo
m an ifestad o e n e l Tribunal, y el reo, en la cárcel, no podía recib ir visitas
extrañ as al San to O ficio m ientras durara el p roceso, qu e a v eces podía ex te n ­
d erse p o r varios añ o s2. En co n secu en cia, el secreto en q u e se sustanciaba el
p ro ce so ib a u nid o a un aislam iento carcelario, q u e para esa ép o ca , e n q u e
ad em ás la p risión en celd as p o r períodos prolongados n o era frecu en te,
alcan zab a una dureza extrem a.
Igu alm en te llam a la aten ción la obligatoriedad q u e im ponía e l San to
O ficio a to d o s lo s fieles d e denunciar, b a jo p en as espirituales, lo s acto s u
o p in io n es q u e se estim aban contrarios a la fe. Existía una presión oficial
fav o rab le a la d elació n 9. P or otra parte, las inhabilidades para ser testigo de
cargo e n una cau sa d e fe eran m uy reducidas, hasta tal pu nto q u e podían
testificar con tra e l re o lo s crim inales, los infam es, los bandidos, los ladrones,
los có m p lices, lo s excom u lgad os, los p en itenciad os, los p arientes (cón yu g e,
hijos, h erm an os, e tc .), los criad os, esclavos y judíos. La dureza d e esa prác­
tica s e in crem en tab a todavía m ás p or el h ech o d e q u e bastaba el testim onio
co in cid en te d e d os testigos para constituir una prueba plena y p or lo tanto
para co n d en ar al acusado.
T am b ién estab an las diversas lim itaciones qu e se le im ponían al reo
para e je rc e r su d efen sa. Entre ellas se puede m encionar la figura y el pap el *i

2 Sobre la incomunicación de los reos de Inquisición, ver Henry C. Lea, Historia de la inquisición
española. Fundación Universitaria española, Madrid, 1983, t. II, pp. 411-414.
i Un interesante análisis sobre el significado e implicancias de la delación, en Jean Pierre
D edieu, "Denunciar-denunciarse. La delación inquisitorial en Castilla la Nueva en los siglos
XVI-XVH", Revista d e la Inquisición , 2, Madrid, 1992.
t ¿.y. i'
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* M( í h a s pe g im p p a u . vas
.If-.ifirtifAmíi'J 'i'jiÍL DK :tA !ÚL- rwv,
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w,n,M *»R Fw iiútW íE»léffos'1o « ia ii*ii *
- i^ r * » n c í i w r t i H l ^ K 9 í c c r i r « n v j » A » nr. to $ u c r £ s m '!» « i i M » i p
•’ ■'|"l r • |.
| i V A R ¿ 4 L U ; | N M n u < : c i < ^ & : , y i a l i a p A f Q n n A P A » j>u tt> i e n f lo r n » b ti» c o f t » ia o
f/íSí^m': í.'/jí/Ci "IPU LA MISTA OCM8JJ4L IJiljUMnilN* 2& .
m am e
<¿et S t t r t fo v/ae antiguo tío tíh h a inqtdtM ou.
S K IÍRtí¿NDA S in VE D É AOVBHl*ENClAS jV ;L Á tíHlPA

In stru ccion es d e co m isario s, pu blicadas p o r el s e c re ta rio


del Tribunal Miguel Rom án d e A ulestía. Lim a, 1 8 1 8 .
B iblioteca N acional d e C hile.

qu e d esem peñaba el abogad o defensor. A sí, e l re o d e b ía e s c o g e r lo d e u n a


lista reducida q u e le p resen taba el T ribu nal; to d o s te n ía n la c o n d ic ió n d e
funcionarios de él y, de acu erd o co n lo s tratad istas, n o s ó lo d e b ía n a u x ilia r al
acusado en la p resen tación de su d efen sa, sin o a d em á s te n ía n la o b lig a c ió n
de aprem iarlo para q u e co n fesara el d elito y se a rre p in tie ra . A sí e n la r e la ­
ció n de la causa por judaizante q u e en 1 5 9 6 se le sig u ió a Jo r g e N ú ñ e z s e
señ ala q u e s e “co m u n icó c o n su abogad o acerca d e la dicha p u blicación , e l
cual le a m o n estó q u e d ijese la verdad y con fesase porque estaba con v en cid o
p o r co n fe sio n e s y privanzas y q u e n o tenía otra defensa ni se la podía h a cer
co n ju sticia ”'1. P or lo q u e hem os podido apreciar en la práctica del Tribunal
de Lim a, e l a b o g a d o aseso rab a al reo en la preparación y p resen tación d e su
d efen sa, cen trá n d o se e n los testigos, ya sea alegando tachas, p resentand o
o tro s q u e sirvieran d e d e sca ig o o q u e lo confirm aran en su co n d ició n d e
b u en cristian o . T am b ién elab o rab an cuestionarios para ser con testad os p o r
los testig o s d e la d efen sa y adem ás, en los escritos, co n frecu encia intenta­
b an d ism in u ir la resp on sabilid ad penal del reo argum entando qu e los d ich os
o h e c h o s q u e se le im putaban n o habían sido producto d e una actitud co n ­
traria a la fe 45.
O tra restricció n im portante tenía que ver co n el a cceso al sum ario.
N unca ten ía e l reo un co n o cim ien to com pleto del exp ed ien te, pu esto q u e
siem p re se le facilitaba un extracto del m ism o, qu e contenía parte d e la
in fo rm ación sum aria, la cen su ra de los calificadores y la acu sación, co n las
resp u estas q u e aq u él hubiera dado. No figuraban los nom bres d e los testi­
g o s, ni las referen cia s d e tiem p o y lugar.
El reo ten ía d erech o a tachar a aqu ellas personas q u e con sid eraba
co m o en e m ig o s y si algu na d e ellas estaba entre los testigos, su testim on io
n o p o d ía s e r to m ad o en cu en ta; sin em b aigo, com o e l reo y su ab o g ad o
d e sco n o cía n lo s n o m b res d e los q u e habían testificado, actu aban siem p re
p o r co n jetu ra a la hora d e indicar las tachas. P or otra parte, e l reo n o p od ía
p resen tar c o m o testig o s d e d escaig o a sus parientes y fam iliares, salvo q u e
d ad a la ín d o le d e la pregunta só lo pudiera ser contestad a p o r ello s.
El fisca l, para p rob ar la culpabilidad d el reo , adem ás d e lo s testigos y
d o cu m en to s, p od ía so licitar q u e s e le aplicara e l torm ento. La d ecisión d ebía
tom arla e l T ribu n al, d ictand o una sentencia al resp ecto. Podía ap licarse en la
fase p len aria, cu an d o d esp u és del período probatorio, el reo , a p esar d e
estar sem ico n v icto , segu ía negativo, vale d ecir n o co n fesab a el d elito. El
o b je to del to rm en to era, en con secu en cia, lograr del reo la prueba m ás d eci­
siva d e su cu lp abilid ad , la con fesió n . Si el reo vencía el torm ento n o im plica-

4 ANCH, fondo Simancas, vol. 4, fol. 183.


s Lucía G arcía de Proodian, Losjudíos en América. Sus actividades en los Virreinatos d e Nueva
Castilla y Nueva Granada. S. XVÜ. Instituto Arias Montano. Consejo Superior de Investigaciones
Científicas. Madrid, 1966., apéndices XXII y XXXIII. También. Manuscritos de José Toribio
Medina (MM), t. 283, fol. 312-319, Biblioteca Nacional de Chile.
ba una prueba a favor de su inocencia y aún m ás lo s ju e c e s p o d ía n c o n ti­
nu arlo al día siguiente o cuando lo estim aran, aleg an d o q u e s ó lo s e h a b ía
suspendido y n o term inado.
O tro asp ecto qu e llam a la aten ció n en el p ro ced im ien to in q u isito ria l
se refiere a la peculiaridad qu e presentaba la p ro n u n ciació n d e la s e n te n c ia ,
puesto que en virtud de ella n o só lo se con d en ab a a q u ie n e s s e h a b ía p ro b a ­
d o el delito d e herejía sin o tam bién a los sim p les s o s p e c h o so s d e h a b e r lo
com etido. P or otra parte, los tratadistas e n tem as d e In q u isició n s o s te n ía n
q u e las sentencias qu e cond enaban a un reo p o r h e re je n o p o d ía n s e r a p e la ­
das; sin em bargo, en la práctica el C on sejo d e la Su prem a a ctu a b a c o m o
tribunal de apelación, aunque es m uy ex cep cio n a l q u e d e Lim a s e e le v a ra n
recursos ante él. Tam bién, la rigurosidad d e las p en as ha sid o sie m p re m o ti­
vo de juicios críticos. En e se sentid o se d estacan la m u erte e n la h o g u e ra , la
confiscación de todos los b ien es, la infam ia para su s d e s c e n d ie n te s h a sta la
tercera generación y la publicidad d e la sen ten cia, q u e s e h a cía e fe c tiv a e n e l
auto público de fe y en la co lo cació n d el sam b en ito d el c o n d e n a d o , d e s p u é s
de llevarlo sob re sí, en e l interior d e las Iglesias.
Por últim o, para la Inqu isición las cau sas p o r e l d e lito h e re jía n o te r­
m inaban con la m uerte del reo. El San to tribunal ta m b ién p ro c e d ía c o n tra la
memoria, fama y bien es de un difunto, au n q u e p ara p ro c e d e r e n e s to s c a s o s
era necesario que existieran indicios tan graves q u e p rá ctica m en te g a ra n tiz a ­
ran su condena. D e votarse esa sen ten cia, e n u n au to d e fe s e s a c a b a su
estatua, la que debía ser relajada, vale d ecir en treg ad a al b ra z o s e c u la r p a ra
qu e fu ese quem ada, al igual qu e sus h u eso s exh u m ad o s, cu y a s c e n iz a s d e ­
bían esparcirse por el cam po.
Algunas de estas prácticas nos producen h o y e n día ju stifica d o h o rro r y
tam bién debieron haber producido una reacció n sim ilar e n lo s c o n te m p o rá ­
neos, ya que en parte estaban pensadas ju stam ente para g e n e ra r u n im p a c to
de ese tipo. Sin em bargo, el Santo O ficio n o era la ú n ica ju ris d ic c ió n q u e
p oseía un procedim iento q u e restringía d e m anera n o to ria lo s d e r e c h o s d e
los encausados. C oncretam ente, en Castilla y en b u en a p a rte d e E u ro p a , e l
p ro ceso penal ordinario guardaba m ucha sim ilitud ta n to e n g e n e ra l c o m o e n
particular co n e l m od o d e p roced er de la In q u isición 6. E sto s e d e b e a q u e te ­
nían una m ism a b ase, q u e corresp ond ía al D erech o C om ú n , g e s ta d o e n la

Para las prácticas procesales en el derecho penal de la Francia del Antiguo R égim en, v er
Michel Foucault, Vigilary castigar. Siglo XXI editores. Madrid, 1978.
Europa d e la B aja Edad M edia a partir del D erecho Rom ano y del D erech o
C an ónico.
En e l p ro ce so p en al ord inario el reo tenía tantas o más dificultades
para e je rc e r su d erech o a d efen sa q u e en el de la Inquisición. En efecto , en
la justicia ordinaria tam bién se fom entaron las d elacion es, gen eránd ose la
existen cia d e d elato res p rofesio n ales al am paro de los incentivos pecuniarios
q u e se esta b leciero n para incentivar las denuncias en contra de los delin­
cu en tes. In clu so s e perm itía q u e actuara com o delator el cóm p lice o coau tor
d e un d elito , a los q u e s e les garantizaba una pena m enor o la liberalización
d e la m ism a7. En cu an to al m andam iento d e prisión de una persona, si bien
requ ería d e la ex isten cia d e ind icios d e culpabilidad, era el juez, a su arbitrio,
qu ien d eterm in ab a la su ficien cia de ellos8. En la Inquisición, para p od er
ordenarse la prisión d e una persona con el objeto de procesarla se requería qu e
los testim on io s reu nid os por el ju ez fueran analizados p o r los calificad ores9,
para d eterm in ar si m erecían censu ra teológica. Si e se dictam en era positivo,
los in q u isid o res a v eces e n con ju n to con los con su ltores10, ante p etición
exp resa d el fiscal, p ro ced ían a votar d icha prisión, co n em bargo d e b ien es.
Esto últim o, tam bién era una práctica usual en el procedim iento p en al11.
En p rin cip io , la co n d ició n de testigo inhábil en el p ro ceso penal era
m u ch o m ás am plia q u e en la Inquisición, pero d e h ech o se fueron acep tan­
d o co m o m ed io d e pru eba lo s testim onios inhábiles. Esta práctica se gen era­
lizó e n e l c a so d e lo s d elitos consid erad os atroces, com o la sodom ía por
ejem p lo , e n q u e s e acep taro n eso s testim onios com o prueba plena. Aún
m ás, lleg aron a adm itirse co n p len o valor probatorio las d eclaracion es d e los
testigos in h áb iles en todas las cau sas crim inales, siem pre q u e n o se en co n ­
traran o tro s testigos sin ta ch a 12. T am p oco era una práctica exclusiva d e la
In q u isición el n o d ar a c o n o ce r al reo los nom bres d e los testigos, puesto
q u e e n d eterm inad as cau sas crim inales se seguía id éntico procedim iento.

7 Francisco Tom ás y Valiente. El derecho penaI de la M onarquía absoluta. (Siglos XVl-XVIl-


XVUI). Editorial Tecnos. Madrid, 1969. pp. 169-171.
8 María Paz Alonso, £ /proceso p en a l en Castilla. Siglos XIII-XVJII. Ediciones de la Universidad
de Salam anca. Salam anca, 1982, p p .198-199.
9 Estos ministros no asalariados de la Inquisición, en su calidad de teólogos, indicaban los
aspectos heréticos que podían existir en la documentación que el Tribunal les presentaba.
10 Entre ellos siem pre había un oidor de la Real Audiencia.
11 María Paz Alonso, op. ctí., pp. 204-205.
¡i Ibid., p. 232.
Esto ocurría en el delito de lesa majestad o cuando el reo era un personaje
importante, que podía vengarse con los testigos de cargo13.
Como es sabido el tormento también era un medio de prueba en el
proceso penal y con él se perseguía el mismo objetivo que en la Inquisición,
vale decir la confesión de un reo sobre el que existían indicios de culpabili­
dad14. También, su aplicación quedaba en gran medida entregada al arbitrio
del juez y lo que es más significativo, en el caso de los delitos atroces, llegó
a hacerse frecuente la práctica de imponerlo en la fase sumaria y no al final
de la plenaria, como una manera de obtener una declaración inicial de cul­
pabilidad15. Cabe destacar que en la Inquisición de Lima nunca se siguió esa
práctica y su aplicación dependió siempre de una sentencia en la que parti­
cipaban los dos Inquisidores, el ordinario y los consultores. En ambas juris­
dicciones, los jueces podían suspender el tormento para continuarlo en los días
siguientes y la resistencia del reo a confesar no implicaba necesariamente
una exculpación de los indicios16. En todo caso, para la Inquisición el valor
del tormento como prueba era relativo y así lo hace notar tanto el tratadista
Francisco Peña como el Consejo de la Suprema, que en una caita acordada
de 1540 expresa que aquél disminuye “mucho la probanza que contra el reo
hay” y por lo tanto debe mirarse muy bien la forma como se d a17.
La sentencia en el proceso penal la dictaba el juez que había realiza­
do toda la investigación en la fase sumaria, acumulando las pruebas
incriminatorias (sobre la culpabilidad) del reo. En la Inquisición se daba una
diferencia en ese aspecto porque el juez que realizaba la investigación y
acumulaba las pruebas era uno más de los cinco que dictaban la sentencia
definitiva. En ese caso el tribunal que fallaba la causa lo integraban los dos

J í Ibid. , p. 242. La Inquisición, consciente de la importancia de la delaciones y de los testigos,


seguirá proceso a los testigos falsos, aplicándoles penas infamantes y de destierro. En el
Tribunal de Lima, en el siglo XVIII, fueron procesados varios testigos falsos, siendo los más
llamativos los cuatro que salieron en un auto de fe particular que se efectuó el 19 de octubre
de 1749. AHN, Inquisición, lib. 1656, exp. 1 y 2. Al parecer, la jurisdicción real no fue muy
rigurosa con los falsos testigos. Tomás y Valiente, op. cit., p. 178.
14 Tan impactante, como cualquier acta de tormento inquisitorial, es la que transcribe Francisco
Tomás y Valiente ( La tortura en España, Ariel, Barcelona, 1973, pp. 17-25), que por orden
del teniente de corregidor de Madrid se aplica en 1648 a María Delgada, acusada de hurto.
15 Francisco Tomás y Valiente, La tortura..., op. cit., pp. 225-226.
16 En el derecho penal castellano, si el reo confesaba en la tortura se aceptaba com o prueba
plena, pero si resistía sin confesar no implicaba quedar libre de culpa. Tomás y Valiente, La
tortura .... op. cit, p. 221.
17 Ver capítulo anterior.
inquisidores, el ordinario o su representante y dos consultores, entre los que
regularmente había un oidor de la Real Audiencia. En el proceso penal ac­
ulaba un tribunal colegiado sólo en el caso de las apelaciones, pero éstas no
eran admisibles en cierto tipo de delitos, que normalmente eran los conside­
rados mas graves. Así por ejemplo no cabía apelación en los delitos de
falsedad de moneda, rapto de virgen o mujer honesta, sedición, sodomía,
etc. No obstante, al parecer, en esto la práctica fue menos rigurosa que la
legislación y que la opinión de los tratadistas. En el siglo XV III. para evitar
que las sentencias condenatorias dependieran de la voluntad de un solo
juez, se dispuso que todas fuesen revisadas por el tribunal superior, incluidas
aquéllas que en principio no podían apelarse18.
Ya hemos señalado cómo la Inquisición condenaba e imponía penas a
los sospechosos de herejía. Pues bien, en los tribunales reales ocurría algo
similar, puesto que si no se lograba probar plenamente el delito y por lo
tanto subsistían indicios de culpabilidad, al reo se le condenaba a una pena
extraordinaria, menor que la que pudo corresponderle de haberse demostra­
do la culpabilidad19. La prueba semiplena terminó siendo aceptada para
condenar a una persona y la valoración de aquélla quedó entregada como
otras materias al arbitrio judicial20.
En lo que corresponde a la rigurosidad de las penas también hay
similitudes entre ambas jurisdicciones. La muerte en la hoguera no era una
pena que imponía exclusivamente la Inquisición. La justicia real la imponía
en los delitos de sodomía, bestialidad y adulteración de moneda. La confis­
cación de bienes se imponía en los mismos delitos y también en el de trai­
ción. En este último caso, además se aplicaba una pena de muerte infaman­
te, que afectaba a los descendientes al prohibírseles obtener oficios públicos.
Esta peculiar sanción, en el fondo era producto de una determinada menta­
lidad, que estimaba que las virtudes y los vicios se trasmitían hereditariamente.
Ese planteamiento, por lo demás, era una de las bases en que se sustentaba
la jerarquización social y sobre todo la existencia de la nobleza.
También era un elemento importante en el proceso penal de la mo­
narquía la publicidad de la sanción. Incluso, con las diferencias del caso, la
aplicación de las penas a grupos de condenados a veces daba origen a una

1H Alonso, op. cit ., pp. 262 y 27S.


V) Tomás y Valiente, El derecho..., op. c i t p. 180.
Alonso, op. cit,, pp. 235-237.
especie de espectáculo público que guardaba cierta relación con los autos
de fe. Esto se explica porque los tribunales de las dos jurisdicciones conside­
raban que la pena tenía una función eminentemente ejemplificadora. Por
último, la justicia ordinaria en el ámbito penal, por lo menos según lo esta­
blecido en la legislación, igualmente seguía causas, en algunos cielitos, a
personas fallecidas. En el caso de los delitos atroces, como la traición por
ejemplo, se podía proceder contra muertos, para impedir que aquéllos que­
daran sin sanción21.
En consecuencia, existía gran similitud en el procedimiento que utili­
zaban ambas jurisdicciones, aunque algunas de las prácticas de la Inquisi­
ción limitaban más los derechos de las personas que las del procedimiento
penal. Pero, también en éste se daban otras, cuyos efectos eran exactamente
lo opuesto. En ese sentido, aparte de lo que pueda desprenderse de las
páginas anteriores, es necesario destacar la frecuente utilización de un pro­
cedimiento penal sumario, sobre todo en el caso de los delitos más graves.
Esta práctica, que pretendía abreviar la sustanciación de los procesos para
hacer más eficaz la acción ejemplificadora, implicaba una clara disminución
en las posibilidades de defensa de los procesados. Se hacía radicar en el juez
la facultad de determinar cuándo las excepciones eran dilatorias o cuándo el
número de testigos era exagerado, permitiéndosele de ese m odo saltarse
etapas o formalidades del proceso ordinario, lo que normalmente redunda­
ba en excesos desfavorables a los reos22. En la Inquisición de Lim a, de los
antecedentes que hemos conocidos se desprende que nunca se utilizó un
procedimiento sumario en las causas de fe, apegándose por el contrario a
todos los pasos que estaban establecidos en las Instrucciones y cartas acor­
dadas.

2. Peculiaridades procesales del Santo Oficio limeño


En todo caso, en este capítulo lo que más nos interesa es destacar un
aspecto del modo de proceder que se da en el Tribunal de Lima y que si bien

21 Tomás y Valiente, El derecho..., op. cit., p. 302. También, Jorge Corvalán M eléndez y Vicente
Castillo Fernández, Derecho procesal indiano. Editorial Jurídica. Memoria para optar al grado
de Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Santiago, 1951, p. 189-
22 Alonso, op. cit., pp. 287 y ss.
también está presente en los tribunales peninsulares, en aquél reviste algu­
nas peculiaridades.
La cuestión de fondo a analizar es el arbitrio judicial, que al decir de
diversos autores es uno de los elementos fundamentales del procedimiento
penal del antiguo régimen23. Algo similar se ha señalado con respecto al
“modo de proceder” utilizado por la Inquisición2*. Ahora bien, sin descono­
cer la importancia que tuvo en las prácticas del Santo Oficio, creo necesario
puntualizar su alcance.
Entre los factores que daban fuerza al arbitrio judicial en el derecho
penal, estaba el principio de que en la administración de justicia debía bus­
carse la equidad. A ello se unían elementos de tipo práctico, derivados de la
frecuente indeterminación de las penas, de la apreciación de la responsabi­
lidad penal, de la inexistencia de una clara tipificación de los delitos e inclu­
so de la imprecisión en las etapas procesales.
En los tribunales del Santo Oficio, en una primera aproximación, tien­
de a confirmarse la importancia de ese principio en razón de los mismos
condicionamientos de orden práctico, los cuales saltan a la vista después de
examinar las Instrucciones oficiales sobre el modo de proceder, que dejan
amplio margen al arbitrio de los inquisidores.
Con todo, un análisis más en detalle de la documentación inquisitorial
perm ite apreciar que el Consejo de la Suprema fue precisando
sistemáticamente los diversos aspectos referentes al modo de proceder en
las causas de fe. A través de tres tipos de instrumentos el Inquisidor General
y la Suprema se encargaron de regular aquellos aspectos del procedimiento
que las Instrucciones generales no fijaban con precisión. Uno de ellos co­
rresponde a las Instrucciones particulares, que eran normas promulgadas
por el Inquisidor General, con el acuerdo del Consejo, en las que, entre otras
materias, se regulaba el procedimiento a seguir en determinadas causas de
fe, como las de solicitación, herejes nacionales espontáneos, francmasones,
etc. Entre todas las Instrucciones particulares referentes al Tribunal de Lima
se destacan las que el Inquisidor General Diego de Espinoza dictó el 5 de
enero de 1569 para los inquisidores del recién creado tribunal. Ellas contie­
nen varias disposiciones referentes a procedimiento, en las que se regulan

Tomás y Valiente, El derecho..., up. cit., pp. 375 y ss.


Tomás y Valiente, “Relaciones de la Inquisición con el aparato institucional del Estado”. En
La Inquisición española. Nueva visión, nuevos horizontes. Siglo XXI editores. Madrid, 1980,
pp. 59-60.
materias no precisadas en las Instrucciones generales y se modifican las
normas generales para adaptarlas al caso americano. Así. por ejemplo, se
indica que en caso de discordia entre los jueces en la sentencia ele una causa
de fe, ella se ejecute sin enviarla al Consejo, siempre que haya mayoría,
salvo en el caso de que el reo fuese condenado a relajación2*. Tam bién
podemos mencionar las instrucciones específicas referentes a las causas de
solicitación que en 1577 se le hicieron llegar al Tribunal de Lima por el
secretario del Consejo Pablo García2 26.
5
Otro de los instrumentos utilizados fueron las cartas acordadas, que
eran disposiciones dictadas por el Consejo de la Suprema, con el acuerdo del
Inquisidor General. Podían ir dirigidas a todos los tribunales en general o a
uno en particular, se referían a las más diversas materias y fueron el tipo de
disposición de uso más frecuente por la Suprema para regular la actividad de
los tribunales. Entre las materias reglamentadas se encuentran las procesales,
que merecieron una preocupación constante a lo largo del tiempo, reflejada
en la abundancia de disposiciones que fijaban cada vez con mayor exactitud
los aspectos más variados de aquél. En efecto, a través de cartas acordadas
se regulaba la forma como debía procederse en determinados delitos, tales
como los de solicitación, bigamia, hechicería, judaismo y protestantismo; lo
que correspondía hacer en materia de testificaciones y testigos, torm ento,
pronunciación de sentencias y penas a aplicar. Así, entre las que llegaron al
Tribunal de Lima se pueden mencionar la de 9 de diciembre de 1583, que
ordenaba admitir a las indias como testigos en las causas de solicitación; la
de 16 de abril de 1577, que disponía que los condenados a galeras por
casados dos veces lo fuesen por cinco años y no por tres; la de 20 de diciem­
bre de 1591, que mandaba que la ratificación de testigos se hiciera sólo en el
plenario; la de 22 de noviembre de 1633 indicando que no debía omitirse la
ratificación de testigos en causas de fe; y la de 12 de enero de 1708, que
ordenaba que en las causas de solicitación la pena de privación de confesar
debía ser perpetua y comprensiva tanto de hombres como de mujeres2 . Las
cartas acordadas eran un complemento de las instrucciones, pero también
estaban destinadas a regular situaciones nuevas creadas por la evolución

25 ANCH, Simancas, vol. 10. fol. 64-65.


26 Ver capítulo sobre el deliio de solicitación.
r ANCH, Inquisición, vol. 486, fol. 72-136 y 209; vol. 395. fol. 13. AUN. Madrid. Inquisición.
498, fol. 249.
social e ideológica y por el desarrollo mismo del aparato inquisitorial. A
través de ellas se fue restringiendo notoriamente el arbitrio de los inquisidores.
El tercer instrumento utilizado por la Suprema para regular la activi­
dad procesal fueron las relaciones de causas. Estas eran unos resúmenes de
los procesos que obligatoria y periódicamente los tribunales de distrito de­
bían enviar al Consejo. No se sabe con exactitud cuándo se estableció esa
práctica, aunque parece claro que a partir de la época del Inquisidor General
Fernando de Váleles se generalizó su envió a la Suprema y se estructuraron
sus rasgos definitivos. En la actualidad ellas se encuentran en el Archivo
Histórico de Madrid y fueron conocidas y utilizadas por José Toribio Medina
en el siglo X IX . Sólo volvieron a ser empleadas como fuente histórica a partir
de la década de 1960 y un tiempo después logró precisarse el carácter espe­
cial que poseían. En ese sentido se destaca la figura del investigador danés
Gustav Henningsen, quien en conjunto con el entonces profesor de la Uni­
versidad Autónoma de Madrid Jaime Contreras, llamó la atención sobre la
riqueza que en materia de información guardaban las relaciones de causas28.
Con todo, a estos investigadores les interesaban como fuente para estudios
de carácter antropológico y cuantitativo. A nosotros además nos han llamado
la atención desde el punto de vista del procedimiento inquisitorial.
El Tribunal de Lima, prácticamente desde su fundación, envió relacio­
nes de las causas que había despachado y de las que todavía estaban pendien­
tes. Inicialmente se limitaban a una lista de los procesados, con indicación
del delito, pero desde fines del siglo XVI se va incrementando la información
que contienen, hasta alcanzar una extensión que varía entre una y cinco pá­
ginas. En ellas se indicaban los aspectos esenciales de cada uno de los pro­
cesos, como los principales datos biográficos del procesado, una síntesis de
las testificaciones y de las respuestas del encausado a las acusaciones, para
terminar con la sentencia. La Suprema, a través de las relaciones, pretendía
no sólo estar informada de la actividad inquisitorial sino también supervigilar
y controlar la forma como procedía el Tribunal en las causas de fe29.

¿H Cíustav I leningsen, “El Banco ele datos del Santo Oficio”. En Boletín de lo Rea! Academia de
ki I listona CLXX1V. Madrid, 1977. Jaime Contreras. Las cansas defe en la Inquisición española.
1540-1700. Análisis de una estadística. Ponencia en Simposium interdisciplinario de la
Inquisición medieval y Moderna. Copenhague, 19~S Copia dactilografiada.
¿i) Fn el siguiente informe de la Suprema del año 1656, a raíz de las relaciones enviadas por el
Tribunal de Lima en 1655, se indican las características que debían tener dichas relaciones y
el objetivo que se perseguía con ellas: “Cuesta relación viene defectuosa en algunas cosas;
En el fondo, la Suprema, utilizando las relaciones, actuaba com o un
tribunal supremo orientando la forma como debían proseguirse las causas
pendientes y, en el caso de las ya despachadas, confirmando lo actuado o
modificando la sentencia dictada. Después de recibir cada relación, la Supre­
ma las analizaba y enviaba de vuelta al Tribunal un informe con referencias
y determinaciones sobre cada una de ellas. Sólo a modo de ejemplo señala­
remos algunos de los acuerdos del Consejo a la vista de las relaciones. En un
informe sobre relaciones enviadas en 1660 se señala, a propósito de una
causa de solicitación en contra del jesuíta Rafael Venegas, que no se debían
admitir tachas de deshonestidad sobre mujeres casadas-'50. En otro de diciem­
bre de 1730 se dice: “En la de Fr. Blas de Herrera, sacerdote profeso de la
orden de la merced, natural de la ciudad de Lima, por proposiciones heréticas:
Que no debieron pasar a la prisión de este reo por no haber precedido más
que la deposición de un testigo.... y teniendo presente todas estas considera­
ciones se concluía esta causa ...y no resultando más pruebas y de mejor
calidad que la presente se suspenda esta causa y pongan en libertad a este
reo dándole certificación de no obstancia”31. En la de Juan Bautista M o m p o ,
natural de villa de Ollería reino de Valencia y vecino de la ciudad de La Plata,
de profesión abogado, por d u p lic i matrimonio: “Q ue sentenciase esta causa
y executen tratándole como espontáneo sin pena ni penitencia pública y que
no debieron calificar esta causa ni poner preso a este reo en cárceles por ser
expontáneo”32. En la causa de Pedro Núñez de Haba, enviada en 173 7, des­
pués de diversos considerandos “se declara por nula su reconciliación con
sambenito y que se borre y quite in c o n tin e n ti de la Iglesia en que se hubiese

porque se ha de formar poniendo primero el nombre del reo, el lugar de naturaleza y


vecindad... y calidad del delito: y si es causa de judaismo se nombran sus padres, abu elos,
hermanos e hijos. Y después el número de testigos: el sexo y edad de cada uno y en
resumen lo que depone y si contesta con alguno de los otros. Y si el delito se d eb e calificar
se dice el día en que se hizo la calificación. En que se votó a prisión, entró en la cárcel y en
cual y en el que se le dio la primera audiencia y las siguientes hasta la p u b licación de la
sentencia: refiriéndose brevemente lo particular en cada audiencia y si co n feso en alguna y
si en la del tormento, en que estado se hallaba; para poder reconocer el C on sejo lo q u e se lia
obrado en cada causa, como y en que tiempo y notar los yerros que se hallaren y advertirlos
en orden a que se escusen y se hagan com o se debe los procesos, qu e es el fin p orqu e se
introdujo remitir cada año estas relaciones al Consejo y así se executará en el porvenir".
ANCH, Inq., lib. 1031, fol. 362.
30 ANCH, Inquisición, vol. 491, fol. 213 v.
31 ANCH, Inquisición, vol. 496, fol. 9 v.
32 AUN, Inquisición, lib. 1025, año 1736.
puesto y que se anote en su causa esta resolución para que si en adelante
incurriere en crimen de herejía o sospecha vehemente de ella, no se tenga
por relapso ’33.
Cuando al revisar una relación, al Consejo se le presentaban serias dudas
sobre la forma en que había procedido el Tribunal, solicitaba el envío de los
autos completos del proceso. Así por ejemplo, a la vista de varios expedien­
tes de unas causas seguidas a un eclesiástico y cinco laicos de Chile por ilumi­
nados y en las que algunos habían sido condenados a relajación en estatua,
el Consejo en 1762 revocó las sentencias del Tribunal absolviéndolos de la ins­
tancia y ordenando que se quitaran los sambenitos y se devolvieran los bienes
confiscados y que se leyeran en la Iglesia catedral las nuevas sentencias3*.
En suma, el Consejo, por intermedio de las Instrucciones, cartas acor­
dadas y sobre todo a través de los informes motivados por las relaciones, fue
limitando de manera significativa el arbitrio judicial en las causas de fe. In­
cluso. en este proceso de control y de uniformación del procedimiento, el
Consejo fue más allá al ordenarle a los inquisidores de Lima en 1740 la
fundamentación de las sentencias. Al respecto, a raíz de unas relaciones
enviadas el 1737 le manifiesta la siguiente advertencia: “Que esta relación y
las demás vienen diminutas y cautelosas pues para que se pueda hacer juicio
de las justificaciones con que en ellas se ha procedido se deben expresar las
testificaciones a d lo n g u m con nombre, apellido, edad y vecindad de los
testigos, las audiencias que se les dieron a los reos, lo que en ellas confesa­
ron, las defensas que articularon y hicieron; los calificadores con sus nom­
bres y apellidos y si hubo discordia, los que fueron de un dictamen y los que
fueron de otro, expresando los fundamentos que dieron para su voto”35.
Lamentablemente, no hemos tenido acceso a la suficiente documenta­
ción como para poder afirmar que se cumplió regularmente con esa orden.
Sólo contamos con una sentencia completa, pronunciada en 1749, y se refie­
re a la causa seguida contra Bernabé Murillo, por sortilegio. En parte de ella
se dispone lo siguiente: “El dicho M. J. Sr. Consejero Visitador General y el
Dr. D . Miguel de Valdivieso dijeron que este reo salga al auto público de fe,
si le hubiere de próximo y sino a particular en alguna Iglesia, donde se le lea
la sentencia con méritos (resumen de él) y que hereje formal e idolatra*5 4

A1IN, Inquisición, leg. 1642, exp. 1.


54 Ibid., lib. 1165, año 1762.
ANCII, Inquisición, vol. 496, fol. 65.
formal impenitente y relapso sea relajado al brazo seglar con confiscación de
su peculio, que sea aplicado al Fisco de S. M. y en su real nombre al receptor
general del Santo Oficio= El dicho Señor Amusquibar. señor juez ordinario y
el Rp Ministro Cuadra, dijeron, que atendidas las circunstancias del proceso
y la calidad de la persona del reo, negro, esclavo, hijo de infiel, etiope
neófito; la variedad y falsedad, con que lia procedido en sus confesiones,
que le hacen indigno de que se le de plena y entera fe, aun contra si mismo,
no concurriendo otra prueba externa de testigos o instrumentos de su herejía
sino los sortilegios de que está testificado y confeso, por no ser contra verda­
des católicas, que tuviese obligación de saber explícitamente y no haber sido
amonestado y particularmente instruido en ellas, como se requería para la
formal y consumada pertinacia de un idólatra; la verosimilitud de que no
tuviese la suficiente noticia y reflexión de que fuesen dichos errores contra
lo que nuestra Santa Madre Iglesia Católica apostólica Romana tiene y ense­
ña.... Por todo lo dicho lo consideran relapso no en formal herejía sino en
vehemente sospecha de ella y que como tal en auto público de fe, si le
hubiere de próximo y sino en una Iglesia se le lea la sentencia con méritos,
estando con insignias de penitente, coroza, sambenito de media aspa; abjure
de vehementi; sea absuelto ad cautelam y gravemente reprendido y conm i­
nado y particularmente advertido de sus errores de que está vehemente
sospechoso...; que al día siguiente de el auto salga por las calles acostumbra­
das en bestia de alabarda, desnudo de medio cuerpo arriba y se le den 200
azotes a voz de pregonero...; sea recluso perpetuamente en una de las cárce­
les reales de esta ciudad y condenado a confiscación de la mitad de su
peculio que se aplican al Real Fisco... El dicho Ministro Vargas dijo que en
atención a la calidad de la persona de este reo reciente converso sea admiti­
do a reconciliación sin embargo de considerarlo hereje formal relapso por
sus confesiones y en todo lo demás se conforma con los votos inmediata­
mente antecedentes* Y habiéndose propuesto si se había de ejecutar lo
determinado por la mayor parte de los votos...dijeron conformes, por ahora,
y ...que para lo venidero y demás causas que puedan ocurrir de la misma
naturaleza se consulte al Supremo Consejo”36.
No sabemos hasta qué punto este tipo de sentencias fue más o menos
general. Sin embargo, ella se encuadra en ese proceso que tiende a restringir
el arbitrio con que actuaban los jueces, lo cual, según los estudios existentes.

36 AHN, Inquisición, leg. 1656, exp 2.


Condenados, con hábitos penitenciales y corozas.
Grabado publicado en la obra Ilis to ire des iu qu isition s religieuses d'Italie.
d'Espdgne et de Portugal de Joseph Lavallée. París. 1809.

no sería una práctica frecuente en el derecho penal ordinario. En lo que


respecta al Tribunal de Lima, la consecuencia de la supervisión de la Supre­
ma y de la mayor precisión normativa y por lo tanto de la limitación del
arbitrio judicial, fue en general, a la lux de la documentación disponible,
favorable a los procesados. De la revisión de cuatro informes de la Suprema
sobre un conjunto de relaciones de causas cercano al centenar y referentes a
los siglos XVII y XVIII se desprende que la tendencia predominante es a
morigerar las penas y a precisar prácticas de procedimiento que garantiza­
ban una mejor defensa del reo*7. En este último aspecto se enmarcan, por
ejemplo, las reprensiones sobre la lentitud en la tramitación de las causas, la
instrucciones que obligaban la verificación de oficio de las excepciones ale­
gadas por los reos o la remisión al Consejo de las causas sentenciadas a
relajación o a seguir un procedimiento especial con los reos que se denun­
ciaban espontáneamente.

ANCII. Inquisic ión, vol. -i91, fol. 129 y 213; vol. 492, fol. 138; vol. -496, fol. 9 a 12 y 58 a 65.
Simancas, vol. "\ fol. 155. Cabe hacer notar que en esos informes no están incluidos los
acuerdos de la Suprema de 1"762 que modificaban las sentencias definitivas en varias causas
de iluminados.
Ese resultado es contrario a la impresión que se tiene con respecto al
papel desempeñado por el arbitrio judicial en el derecho penal indiano.
Sobre el particular, se tiende a pensar que el juez jugó un papel importante
en la aplicación de una penalidad menos rigurosa que la establecida en una
legislación arcaica en ese aspecto. En todo caso, en lo que se refiere a Castilla,
María Paz Alonso sostiene que el arbitrio judicial habría más bien perjudica­
do a los reos en el ejercicio de su derecho a defensa, al estar condicionado el
juez por la necesidad de castigar al delincuente38. En ese sentido, por lo
tanto, habría una coincidencia con la situación que se planteaba en la Inqui­
sición limeña.

En suma y a modo de reflexiones finales, habría que recalcar que el


procedimiento inquisitorial, con toda su rigurosidad, se diferenciaba muy
poco del procedimiento penal ordinario de la Europa latina del Antiguo
Régimen. Ambos estaban influidos por el Derecho Com ún, romano canóni­
co, y de ahí que las soluciones y fórmulas fuesen similares.
En lo referente a la desmedrada situación en que queda el reo en el
procedimiento inquisitorial se explica en función del delito perseguido. La
herejía era el delito más atroz que podía cometerse y su difusión no sólo
podía desestabilizar la sociedad, sino que podía afectar nada menos que a la
salvación eterna de las personas. El único delito que en ciertos sentido tenía
una connotación similar era el de lesa majestad humana, la traición, y por
eso los procedimientos para castigarlo eran similares a los que utilizaba la
Inquisición contra la herejía.
El objetivo del procedimiento inquisitorial era castigar al delincuente
para evitar que contagiara a la sociedad, evitar que el delito quedara impune,
atemorizar a la población para que no incurriera en él y orientar doctri­
nariamente a la población. Pero también el procedimiento buscaba la salva­
ción del delincuente, hacía todo lo posible para que reconociera la gravedad
del delito y para que se reintegrara al seno de la Iglesia. La salvación espiri­
tual del delincuente era también un objetivo básico del Santo Tribunal.
El papel peculiar que dentro del procedimiento inquisitorial tenían el
arbitrio judicial y la Suprema como tribunal máximo, puede atribuirse, en parte,
al hecho de que el Santo Oficio estaba plenamente consciente de la impor­
tancia de la misión que tenía. La función del tribunal era demasiado impor-

3k María Paz Alonso, op cit.y pp. 225-244 y 267-309.


tante y por lo tanto tenía que ser respetado por lodos, nadie podía escaparse
de su acción, por muy poderoso que fuera. Estaba consciente de su poder y
de lo que significaba ese poder en manos de sus funcionarios y de lo impor­
tante que podía ser para su prestigio el que se actuara irresponsable o
indecorosamente. La santa función de defender la pureza de la fe no podía
dejarse al arbitrio de los inquisidores, por muy idóneos que en teoría fueran.
Pero también esa peculiaridad procesal del Santo Oficio obedecía al
hecho de ser una institución moderna. Moderna en cuanto siempre tendió a
la centralización, a la concentración de todo el poder en el Inquisidor Gene­
ral y en el Consejo Supremo. Centralización frente a la disgregación; he ahí
la modernidad. Recuérdese que fue la única institución de la Monarquía con
implantación en todos los reinos peninsulares y en América al mismo tiem­
po. Fue supranacional. Nadie podía alegar sus fueros y privilegios. La Inqui­
sición era moderna en su capacidad de adaptación a las circunstancias; tam­
bién lo era en su organización, con un red gigantesca de funcionarios,
autofinanciada. Llegó a ser en el ámbito financiero, en el caso de Lima, una
especie de gran empresa, con significativos ingresos durante más de un
siglo. En ese contexto hay que entender el control procesal de la Suprema y
las limitaciones en el accionar de los jueces, que, por lo tanto, no obedece­
rían a razones de orden doctrinario sino a condicionantes prácticos, que
apuntaban a una mejor administración de la justicia.
S e g u n d a P a r t e

D e s a r r o l l o I n s t i t u c i o n a l

iii

L a h a c i e n d a d e la I n q u i s i c ió n d e L im a

( 1 5 7 0 -1 8 2 0 )

IV

L as c o n fis c a c io n e s d e la In q u is ic ió n d e L im a

a lo s ju d e o c o n v e r s o s

d e “la g r a n c o m p lic id a d " d e 1 6 3 5

L os c o n flic to s d e c o m p e te n c ia
La hacienda de la Inquisición de Lima
(1570 -1820)*

JLos aspectos financieros cié la Inquisición han pre­


ocupado bastante a los investigadores en el último tiempo. Así, García Cárcel
en sus obras sobre el Tribunal de Valencia y Jaime Contreras en su historia
clel Tribunal de Galicia le destinan bastantes páginas a esas materias. A esto
habría que agregar el libro dedicado específicamente a la hacienda inquisitorial
dejóse Martínez Millán y la tesis doctoral dejean Fierre Dedieu que, entre
otras materias, analiza en detalle la hacienda del Tribunal de Toledo. En lo
referente a los tribunales indianos habría que destacar los trabajos de Maurice
Birckel sobre la tesorería del Tribunal de Lima entre 1570 y 1640, que corres­
ponden a los primeros estudios modernos sobre las finanzas inquisitoriales.
Por nuestra parte, hemos abordado dichas materias en la tesis doctoral sobre
el Tribunal de Lima, que cubre el período 1700-1820, en un libro que está
por aparecer sobre el mismo tema y período, y en un artículo sobre las
confiscaciones de 1635-1639 a los comerciantes limeños de origen judío-
portugués, que con pocas modificaciones se incorpora a esta obra, en el
capítulo siguiente.
Creemos que todos estos estudios, de una u otra forma, son tributarios
de la obra monumental, y en gran medida todavía vigente, de Henry Charles
Lea. El autor norteamericano, en sus libros sobre la Inquisición española y
sobre la Inquisición en las dependencias extrapeninsulares del imperio espa­
ñol, supo captar el importante significado que los aspectos hacendísticos
tenían en la vida del Santo Oficio, dedicándoles numerosas páginas.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Hispauia Sacra, vol. XXXVII, Madrid,
1985.
El actual interés por estas materias es consecuencia de las nuevas
orientaciones que se han ciado en la ciencia histórica, pero también es resul­
tado de la búsqueda de respuestas que expliquen el desarrollo y peculiari­
dad del fenómeno inquisitorial en el mundo hispánico.
En este trabajo, nuestro objetivo consiste en presentar una apretada
síntesis de la evolución financiera del Tribunal de Lima desde su fundación
hasta su extinción. De manera especial nos detenemos en el análisis de las
alternativas por las que pasan los principales ítems que conforman los ingre­
sos y gastos. Paralelamente, tratamos de determinar tanto la influencia que
estos fenómenos económicos tienen en otras manifestaciones de la vida del
Tribunal, como la forma en que materias diversas, por ejemplo las cuestiones
de fe, afectan a los aspectos hacendísticos.
Las principales fuentes utilizadas corresponden a las cuentas de
receptoría que, con muy pocas lagunas, se encuentran en el Archivo I listóri-
co Nacional de Madrid. En ciertos casos, para cubrir algunos vacíos, hemos
recurrido a cuentas de receptoría que se hallan en el Archivo Nacional de
Chile.

1. Los tiempos difíciles (1570-1629)"


Cuando se estableció la Inquisición de Lima en 1569, la Corona tuvo
una especial preocupación por su financiamiento, pues se daba cuenta de
que éste era un elemento básico para la buena marcha de la nueva institu­
ción. Mediante una Real Cédula del 25 de enero de 1569, Felipe II ordenaba
a los oficiales reales de Lima que pagaran de la Hacienda Real los sueldos de
los dos inquisidores, el fiscal y un secretario del secreto. Los tres primeros
debían percibir 3.000 pesos ensayados anuales cada uno y el último 1.000
pesos ensayados. En total las Cajas Reales tenían que entregar anualmente al
receptor del Tribunal 10.000 pesos ensayados, que equivalían a 16.544 pesos
de ocho reales; los oficiales debían cumplir con esas instrucciones por tiem­
po indefinido, mientras no recibieran orden en contrario del monarca*1.

•• La unidad monetaria que utilizamos es el peso de ocho reales, salvo en aquellos casos en
que expresamente se mencione otra.
1 Real Cédula de 25 de enero de 1569, en Diego Encinas, Cédula ñ o Indiano, Ediciones Cultura
Hispánica, Madrid, 1945, lib. I, pp. 56 y 57.
Lo anterior no significa que la Corona haya pensado sostener perma­
nentemente al Tribunal con fondos de la Hacienda Real. De la misma cédula
citada se desprende que la Corona iba a solventar sólo los gastos fundamen­
tales, puesto que en esos 10.000 pesos ensayados que le asigna no se inclu­
yen el mantenimiento de los edificios ni los salarios de otros ministros subal­
ternos, necesarios para el funcionamiento del Tribunal, como el receptor, el
portero, el médico, el alcaide, y otros. La Corona daba por supuesto que esos
gastos menores debían cubrirse con el producto de las multas y confiscacio­
nes. Más aún, pensaba en el sistema de financiamiento real como algo
provisorio, toda vez que los 10.000 pesos ensayados destinados a cancelar
los salarios de los funcionarios citados debían ser entregados mientras los
ingresos de multas y confiscaciones fueran insuficientes para cubrir esos
gastos2. En consecuencia, desde el establecimiento del Tribunal, la Corona
pensó en un autofinanciamiento que podría irse consiguiendo en forma gra­
dual. En la misma medida que fueran aumentando los ingresos propios del
Tribunal, la Corona iría disminuyendo su aporte.
Ese sistema daba motivo a la intervención del virrey en los asuntos
financieros del Tribunal. Dicha situación, por lo demás, fue reglada por el
monarca en la segunda década del siglo XV II3. La Corona pretendía que los
virreyes estuvieran al tanto del incremento que tenían las rentas del Tribunal,
provenientes de penas y confiscaciones, para ir paulatinamente disminuyen­
do la subvención.
El Tribunal, por su parte, desde un comienzo se mostrará reacio a
aceptar el control virreinal. A los inquisidores les interesaba recibir la sub­
vención real regularmente y sin descuentos de ninguna especie, pero no
estaban dispuestos a permitir injerencias de las autoridades reales. Esta peculiar
postura es posible que obedezca no sólo a un afán natural de independen­
cia. En efecto, a los inquisidores les interesaba hacer del Tribunal una gran
institución, que gozara de prestigio y que fuera importante en todo sentido.
Para ello era necesario, entre otras cosas, contar con un personal numeroso.

2 Reales Cédulas de 17 y 27 de julio de 1572. en Diego Encinas, op. cit.y lib 1, p. 57. Sobre ese
punto ver Henry Charles Lea, TJje Inqnisition in the Spcmish Dependencies, Sicily, Ncipics,
Milán, The Canarias, México, Pene New Granada, The Mac Millan Company, New York,
1908, p. 342.
Ley XII, tít. XIX, lib. I, de la Recopilación de Leyes de Indias, de 26 de agosto de 1618, en que
se ordenaba a los virreyes que hicieran “tomar las cuentas de penas y confiscaciones a los
receptores del Santo Oficio”. También, Ley XI, tít. XIX, lib. I, de la Recopilación de Leyes de
Indias , dictada por Felipe IV el 11 de junio de 1621.
Esta burocracia, que tendía a ser incrementada más allá de lo necesario,
debía financiarse con recursos provenientes de las penas y penitencias. A h o ­
ra bien, si el Tribunal hubiera permitido el cumplimiento de las leyes refe­
rentes a la subvención real, ésta hubiera tenido que disminuir y el pago de
los inquisidores, en parte, habría tenido que cubrirse con ingresos propios,
limitándose el incremento de la plantilla y frenándose por lo tanto el desa­
rrollo de la institución.
La situación económica será a veces muy difícil, sobre todo en los
primeros años. Es evidente que la Inquisición de Lima no podía funcionar
sólo con los cuatro ministros que tenían salarios subvencionados. Se reque­
ría de otros oficiales para desempeñar cargos fundamentales, que por su
importancia o dedicación debían ser remunerados. En consecuencia, desde
un comienzo el Tribunal se vio enfrentado al problema que significaba el
financiamiento de los sueldos de aquellos funcionarios. Com o está dicho, el
dinero para ello debería salir de las penas y confiscaciones que se impusie­
ran a las personas condenadas. Con todo, en el siglo X V I el monto de aqué­
llas fue muy escaso y en los años iniciales casi insignificante, al punto que de
ios condenados que salieron en el primer auto de fe, celebrado el 13 de
noviembre de 1573, sólo uno tenía bienes; con ellos se costeó la construc­
ción del tablado y parte de la remuneración que se debía a varios funciona­
rios "p orq u e pasan necesidad”4. La pobreza de los reos era la causa de las
magras recaudaciones; pero la condición de ellos no sólo imposibilitaba el
pago de los salarios de los funcionarios subalternos, sino que además incidía
de otra forma en el agravamiento de la situación financiera. Com o es sabido,
de acuerdo con el procedimiento inquisitorial, por lo general los reos perma­
necían en las cárceles secretas durante todo el proceso; éste podía alargarse
por más de un año, tiempo durante el cual los reos pobres debían ser ali­
mentados a costa del Tribunal. A todo esto deben agregarse otros gastos que
inevitablemente se producían, como eran los ocasionados por el manteni­
miento y limpieza de los edificios donde funcionaba el Tribunal.
En resumidas cuentas, para poder funcionar el Tribunal debía contar,
aparte de la subvención real, con unos ingresos propios que le permitieran cu­
brir aquel tipo de gastos. Sin embargo, en la primera década de existencia de
la nueva institución, esas entradas fueron escasas y resultaron insuficientes.

Maurice Birckel, “Recherches sur la Trésorerie inquisitoriale de Lima", M elantes de la Casa


de Velázquez , V (1969), part. I, p. 229-
Las cuentas que cubren esos diez años presentan un déficit de alrededor de
23.161 pesos, originado por los salarios que no tienen subvención5. 121 total
de ingresos del Tribunal en el decenio alcanza a los 260.223 pesos; el 83,85
por ciento de éstos corresponden a la subvención real; el 10,55 por ciento, a
las penas y penitencias; y sólo el 2,64 por ciento a las confiscaciones. Por su
parte, los gastos suman 20*1.214 pesos, correspondiendo a los salarios que
corren a cargo de la Caja Real el mayor porcentaje de aquéllos, con el 83,45
por ciento; los salarios de los otros funcionarios significan en esta cuenta
sólo el 8,84 por ciento del total de gastos. Sin embargo, la cifra de gastos que
hemos mencionado, y que corresponde a la que señala el receptor, no inclu­
yen 23.161 pesos de sueldos que se debían a funcionarios subalternos6*.
He ahí una de las fórmulas que emplea el Tribunal para funcionar, a
pesar de la diferencia negativa entre ingresos y gastos. La tesorería inquisitorial
recurrió con bastante frecuencia, y no sólo en este primer período, al expe­
diente de atrasarse en el pago de los sueldos. La otra fórmula, que también
se utilizaría en el futuro, consistió en recurrir al receptor para que con su
propia hacienda cubriera los déficit que se generaban; esto en el entendido
de que con prontitud se le reintegraría el dinero adelantado . En definitiva,
el Santo Oficio limeño acudió asiduamente a esas modalidades de endeuda­
miento, que no le implicaban ningún costo por concepto de intereses.
Por otra parte, cabe hacer notar que no siempre se entregaba a la
Inquisición el total de los 10.000 pesos ensayados anuales de la subvención
real. Si uno de los cargos que debía financiarse con ese dinero estaba tempo­
ralmente vacante, se descontaba lo que correspondía a ese salario8*lo ; también.

s IhicL, p. 244.
6 Ibicl.t pp. 238 y 239.
En 1575 el receptor Juan de Saracho se queja por tener que estar adelantando dinero al
Tribunal permanentemente: “De las condenaciones que he cobrado y de mi hacienda voy
dando a los oficiales de este Santo Oficio para su entretenimiento dos y tres veces cada año
dineros conforme a las necesidades de cada uno..., y doy al proveedor lo que es menester
para gastos de presos pobres... y pago el salario del proveedor y doscientos y cuarenta pesos
cada año de alquiler de las casas en que están las cárceles y hay otros gastos que se ofrecen
que me ponen en mucha necesidad y la tengo de que V. S. sea servido de dar orden como
lo de los salarios se pueda cumplir sin que yo lo haya de poner de mi hacienda”. Citado por
Maurice Birckel, op. c i t pp. 229-230.
H Así, entre 1583 y 1586 disminuye la subvención real a alrededor de 7.000 pesos ensayados
anuales a causa del fallecimiento del inquisidor Cerezuela y la posterior vacancia del cargo.
ANCM (Archivo Nacional de Chile), sección Inquisición, vol. 43L fols. 12 a 14. También
Maurice Birckel, op. cit., p. 257.
en caso ele que alguno ele los susodichos funcionarios ejerciera el cargo
interinamente se le pagaba sólo la mitad ele lo que le correspondía al titular.
En los años siguientes a la primera cuenta ele receptoría que hemos
citado, los ingresos propios del Tribunal tienden a aumentar, sobre todo el
ítem ele las confiscaciones. Entre 1579 y 1585 ellas alcanzaban a 33.629 pe­
sos, lo cjue significa el 18,88 por ciento del total ele las entradas, que suma­
ban 17.133 pesos. No obstante lo anterior, la situación contable sigue presen­
tando déficit, aunque la magnitud ele éste ahora es menor, puesto que alcan­
za a 14.151 pesos9. En esos años el Tribunal logró mantener los sueldos al
día y cancelar los que se debían. El déficit fue producto de la adquisición ele
nuevos edificios, por los que se pagaron mas ele 27.000 pesos, a los que se
sumaron otros 12.160 invertidos en acondicionarlos10.
La tendencia al incremento ele los ingresos por concepto ele penas y
confiscaciones se mantuvo en el decenio siguiente. Durante ese período los
ingresos propios alcanzan a 111.972 pesos, con los cuales se cubren perfec­
tamente los sueldos ele los funcionarios subalternos*10 11. Da la impresión que
ésta es la primera cuenta ele receptoría que presenta un pequeño saldo posi­
tivo (alrededor ele 1.637 pesos) después ele haberse cubierto los alcances
anteriores. El total ele ingresos del período 1586-1595 es ele 258.716 pesos12,
lo que da una media anual ele 25.871 pesos. La subvención real significa a
esas alturas el 56,72 por ciento del total ele las entradas. Esto viene a indicar
que el Tribunal, paulatinamente, había ielo incrementando sus ingresos pro­
pios y también la burocracia, que era financiada con aquéllos.
Con todo, los inquisidores y oficiales continúan quejándose ante la
Suprema ele la situación económica elel Tribunal13. Es posible, daelo lo que
muestran las cifras citadas, que haya un poco de exageración en las expre­
siones ele los funcionarios; sin embargo, también parece cierto que los suel­
dos ele los empleados subalternos eran muy bajos y ejue a veces se pagaban
con retraso. En definitiva, si bien hacia fines del siglo X V I el estaelo financie­
ro había mejorado en forma notoria, aún no estaba elel todo consolidado
como para que los inquisidores se sintieran satisfechos y seguros.

Maurice Birckel, op. cit.} pp. 254 y 255.


10 Paulino Castañeda y Pilar Hernández, La Inquisición de Lima ( 1570-1635 A t. I, Editorial
Deimos, Madrid, 1989, p. 212.
11 ANCH, Inquisición, vol. 43 L fol. 48.
u ANCH. Inquisición, vol. 431. fols. 12 a 14 y 48.
13 Maurice Birckel, op. cit., pp. 260 y 295.
Por eso Pedro Ortlóñez y Flores, el nuevo inquisidor, recurrirá, a par­
tir de 1594, a diversos arbitrios para aumentar las rentas. Así, en las cuentas
de receptoría comenzara a figurar el ítem ■‘donaciones''. Este rubro corres­
ponde a una singular fórmula ideada por la Inquisición para obtener dineros
sin incurrir en gastos ni inversiones. 'Iras las denominadas "donaciones" se
encontraban las cobranzas que hacía el Santo Oficio de deudas que se de­
bían a particulares, los cuales cedían a aquél una parte (un tercio o la mitad)
de lo que se recuperara; dado el temor y respeto que se tenía al Tribunal y la
presencia de sus agentes en zonas incluso muy remotas, le resultaba más
fácil que a otras justicias la cobranza de deudas11. Este ítem figurará en las
cuentas de receptoría, con intermitencias, hasta mediados del siglo XV II y su
significación, salvo en algunos períodos, será más bien escasa.
Por estos años el Tribunal también conseguirá del virrey la concesión
de una encomienda de indios y de unas minas en Potosí, que le generarán
una renta al alquilarse; dichos ingresos tienen una relativa importancia hasta
1610, fluctuando entre un 9 y un 5 por ciento con respecto al total de las
rentas; desaparecerán definitivamente hacia 1618*7 También se contabiliza­
rán ingresos por “multas de juego”, que eran impuestas a los que quebranta­
ban las denominadas “escrituras de juego”. Al parecer se trataba de docu­
mentos firmados por jugadores convictos, ante los inquisidores o comisarios,
en los que se comprometían a no reincidir en la práctica de juegos prohibi­
dos. De ocurrir el quebrantamiento del compromiso se hacía efectiva la multa.
Cabe hacer notar que un alto porcentaje de los reos procesados en el Tribu­
nal por blasfemias habían cometido el delito al perder dinero en juegos de
azar. Este ítem figurará en la contabilidad hasta la década de 1644, con una
importancia desigual.
Pero, sin lugar a dudas, el más importante de todos estos arbitrios fue
la imposición de censos redimibles. En junio de 1596 el inquisidor Ordóñez
y Flores ordenó la colocación de 23.625 pesos que estaban sobrantes en la
caja de la tesorería. Se impusieron a “catorce mil el millar", vale decir al 7,14
por ciento, y se esperaba obtener, por lo tanto, una renta anual de 1.687
pesos 4 reales. La idea del inquisidor era ir aumentando en forma paulatina
los capitales destinados a censos; concretamente, cada vez que en las cajas
se acumularan dos mil pesos. Con estas inversiones se pretendía llegar a14

14 I b i d p. 295.
,s Maurice Birckel, op. cif ., Mélanges de la Casa de Velázcjitez, VI, pan. II, p. 315.
poseer “una renta cierta y segura” para pagar a los ministros y mantener las
casas16. La imposición de censos por los tribunales del Santo Oficio era una
práctica que ya tenía muchos años de aplicación en la península e incluso
desde comienzos del siglo X V I existían normas que la regulaban17. En Lima
se recurrió a este sistema en época más bien tardía debido, posiblemente, a
la estrechez económica de las dos primeras décadas y específicamente a los
limitados montos de las confiscaciones.
En resumen, hacia fines del siglo XVI y comienzos del XV II los ingresos
del Tribunal provienen de las Cajas Reales (cuyo aporte representa más o
menos el 50 por ciento del total), de las multas y penitencias (fluctúan entre el
7 y 8 por ciento), de las multas de juego (entre 4,9 y 1 por ciento), de las
confiscaciones (entre 1 y 3 por ciento), de las rentas de censos (en pocos años
pasan del 7 a más del 20 por ciento), de las donaciones (fluctúan entre el 1 y
3 por ciento), y de diversos ingresos menores (representan entre un 5 y un 1
por ciento)18. Los censos se transformaron rápidamente en la primera fuente
de ingresos propios; esto se debió al incremento de las colocaciones, que
hacia el año 1600 se habían más que duplicado superando los 50.000 pesos19.
Los gastos están representados por los salarios subvencionados (signi­
fican alrededor de 7 por ciento del total), por los salarios de los funcionarios
subalternos (representan cerca de un 18 por ciento), por lo que implicaba el
mantenimiento de las casas y de los presos pobres, por los desembolsos que
originaba la administración de justicia (por ejemplo, el traslado de reos des­
de zonas lejanas a Lima) y por otros gastos varios (la importancia de todos
los últimos ítems era escasa).
Como ya lo hemos insinuado, el mejoramiento de la situación a co­
mienzos del siglo XVII es relativo. A pesar del aumento de los ingresos
propios, en algunos períodos contables se siguen planteando problemas; así,
las cuentas de 1606-I6l0 presentan un déficit de 3-234 pesos, debido a que,
por orden de la Suprema, el Tribunal tuvo que devolver las confiscaciones a
los judaizantes procesados entre 1605 y 1607, que sumaban 27.498 pesos20.

16 Auto del Inquisidor Ordóñez y Flores de 14 de junio de 1596 ordenando la im posición de


censos. Fn Maurice Birckel, op. cit., pan. I, pp. 300 y 301.
17 José Martínez Millán. La Hacienda de la Inquisición ( 147X-1700), CSIC. Madrid, 1984. p. 94.
18 Cuentas de receptoría de 1595-1600 y de 1606-1610, en Maurice Birckel, op. cit., part. I, pp.
272 y 284.
19 Ibid.y p. 275.
20 Ibid.y pp. 277 a 280 y 285.
LA HACIENDA DE U INQUISICION DE LIMA 109

Cuentas originales de receptoría (1608-1625).


Fondo Inquisición, vol. 333. Archivo Nacional de Chile.

En los años siguientes, los ingresos propios aumentan con lentitud


debido al deterioro de la mayoría de las fuentes de esos recursos, con la
excepción de los censos. Lo que éstos generaban representaba cerca del 80
por ciento del total de las rentas propias. Hacia 1618 el capital invenido en
censos alcanzaba a 128.668 pesos, que producían unos 8.766 pesos anua­
les21. En la década de 1620 los rendimientos anuales generados por los cen­
sos pasaron por alternativas diversas y en un momento los inquisidores pen­
saron que podían ser afectados por una crisis de proporciones.
El problema se planteó al ordenar el monarca, en enero de 1608, la
reducción de los réditos al 5 por ciento (“20.000 al miliar”). En la medida que
el Tribunal de Lima los tenía impuestos al 7,14 por ciento, dicha rebaja
podría ocasionarle una pérdida de 30 por ciento. En todo caso la tesorería
limeña postergó lo más que pudo la puesta en práctica de la ordenanza real,

Esta es la cifra que debían generar de réditos todos los principales, siempre y cuando se
pagaran íntegra y oportunamente. Maurice Birekel, op. cit., part. II, p. 317.
hasta que en 1622 se ordenó por medio de una pragmática hacer efectiva la
rebaja. Esta situación, que pudo provocar al Tribunal graves trastornos, logró
ser superada mediante el aumento de las colocaciones. Ahora bien, esas
nuevas inversiones se pudieron efectuar merced a los importantes ingresos
que proporcionaron las confiscaciones de que fueron objeto algunos
judaizantes de origen portugués, que salieron en el auto de fe de diciembre
de 1625- El monto de dichas confiscaciones alcanzó a 87.555 pesos, de los
que se colocaron en nuevos censos alrededor de 82.000 pesos22; esta opera­
ción permitió contrarrestar la baja de los réditos.
En total, en 1629, el Tribunal tenía invertidos en censos 219.433 pesos
que, al 5 por ciento, debían generar 10.971 pesos anuales. Esta suma permi­
tiría cubrir sin problemas los 9-500 pesos que implicaban los salarios no
subvencionados. En consecuencia, si nos limitamos a las cifras, se puede
decir que hacia fines de la década de 1620 el estado financiero del Tribunal
era bastante favorable. No obstante, esta situación es válida especialmente
para los años 1626-1629; en cambio el período 1622-1625 fue al parecer
bastante difícil para la hacienda inquisitorial. Es en estos años en que se hace
sentir la rebaja de los réditos, que en ese momento no pudo contrarrestarse
con nuevas inversiones. También en esa época se agudizan los conflictos
con el virrey en torno a la subvención real, que culminan en la suspensión
del pago de ella entre 1623 y 1625.
Con respecto a este último punto, debe recordarse que en páginas
anteriores señalábamos que la Corona estaba dispuesta a subvencionar algu­
nos salarios mientras el Tribunal no tuviera suficientes ingresos propios. Pues
bien, dado que en la primera década del siglo XV II circularon rumores sobre
el aumento de las multas y confiscaciones, Felipe II ordenó al virrey, por
carta de 4 de junio de 1614, que cuando se fueran a pagar los salarios, se
informara de lo ingresado por penas y confiscaciones “para que tanto menos
se libre en la dicha consignación y se alivie mi caja real de aquella parte”23.
Como el Tribunal evadió el cumplimiento del mandato, el monarca ordenó
al virrey Príncipe de Esquiladle, el 26 de abril de 1618, que nombrara dos
contadores para que revisaran las cuentas de la receptoría del Santo Oficio.

11 De esos ingresos también .se invirtieron 4.200 pesos en la compra de las “casas de la penitencia"
y se envió por primera vez una remesa a la Suprema, que alcanzó a 9 569 pesos. Maurice
Birckel, op. cit., pan. II, pp. 327-329.
23 líenry Charles Lea, op cit .. pp. 344 y 345.
Este mandamiento tampoco se pudo cumplir debido a los obstáculos que
colocaron los funcionarios del Tribunal. Ante esto, finalmente el Consejo de
Indias, en 1621. mandó suspender el pago de la subvención hasta que los
inquisidores no demostraran, con “testimonio auténtico", que los bienes con­
fiscados “no alcanzaban en todo o en parte" para financiar los salarios2'1. Los
inquisidores, celosos defensores de la autonomía del Tribunal, prefirieron
dejar de recibir la subvención por dos años antes de ceder frente al virrey.
Merced a una transacción se reanudaron los pagos hasta que en septiembre
de 1629 volvieron a suspenderse por algunos meses; esto ultimo obedeció al
cumplimiento de una cédula de 20 de abril de 1629, en que se ordenaba
acatar puntualmente lo que se había dispuesto en 1621.
En definitiva, hacia el término de la década de 1620, las finanzas del
Tribunal habían logrado alcanzar un estado relativamente favorable. Con
todo, una incertidumbre se cernía sobre ellas a causa de la disposición deci­
dida de la Corona tendiente a disminuir la ayuda económica que le entrega­
ba. Además, vinculado en forma directa con lo anterior estaban las serias
amenazas que sufría la independencia del Tribunal por parte de los funcio­
narios reales, que pretendían un cierto control sobre su hacienda.

2. Los años de prosperidad (1629-1721)


No obstante, la incertidumbre y los temores que abrigaba el Tribunal
se disiparon del todo, impensadamente, en la década de 1630. Así, en un
lapso de cinco o seis años conseguirá una gran estabilidad económica y, al
mismo tiempo, afianzará su independencia ante el virrey y sus funcionarios.
Este cambio tan radical obedeció a dos factores. Uno corresponde a la
extensión a las Indias del sistema de la canonjía “supresa", y el otro a las
cuantiosas recaudaciones obtenidas de las confiscaciones a unos comercian­
tes de origen judío-portugués.
La implantación en América de las canonjías en beneficio de los tribu­
nales inquisitoriales se debió, fundamentalmente, a la conjunción de los in­
tereses, tanto de aquéllos como de la Corona. La iniciativa partió de la Supre­
ma que, acogiendo los requerimientos llegados de América, hizo una repre­
sentación en ese sentido a Felipe IV en 1621; ésta se fundaba en las dificul-2 4

24 Maurice Birckel, op. cit.%parí. II, p. 323.


tades que tenían los tribunales americanos para cobrar la consignación por
las urgencias de la Hacienda real. Dicha petición encontró una favorable
acogida, por plantearse en un momento en que la Corona buscaba diferentes
arbitrios para aumentar sus ingresos y disminuir gastos. Así, con prontitud se
gestionó ante la Santa Sede la extensión a Indias de dicho sistema. El Papa
Urbano VIII expidió un Breve el 10 de marzo de 1627 en que acogía la
petición del monarca. Este, por Reales Cédulas de 20 de abril de 1629 y 8 de
junio de 1630, ponía en conocimiento de las autoridades indianas la conce­
sión papal y daba las instrucciones pertinentes para su ejecución2*".
Debido a los diversos problemas que planteó la puesta en práctica de
este sistema, la Corona se vio en la necesidad de reiterar las cédulas anterio­
res el 14 de abril de 1633, aclarando el alcance de algunos puntos dudosos.
En esta última se expresaba que la supresión de la canonjía debía hacerse en
todas las iglesias “donde sus prebendas pasasen de cinco y en esta conformi­
dad se ha de suprimir en esa iglesia la primera canonjía que vacase”2 26. Hacia
5
1636 el nuevo sistema había logrado implantarse y todas las catedrales del
distrito de la Inquisición de Lima que tenían que suprimir una canonjía ya lo
habían efectuado. Paralelamente, los oficiales reales habían dejado de hacer
entrega al Tribunal de la subvención. A partir de 1634 las cuentas de recep­
ción no mencionan más este tipo de ayuda27. De este modo, la consignación
estatal fue reemplazada por esa nueva fuente de recursos proveniente de las
rentas eclesiásticas.
Las iglesias catedrales a las que les correspondió asignar las rentas de
una canonjía a la Inquisición de Lima fueron las de Trujillo, Lim a, Cuzco,
Arequipa, Quito, La Paz, La Plata y Santiago de Chile. Las enormes distancias
que separaban a muchas de esas iglesias catedrales de la ciudad de Lima
dificultaron sobremanera la percepción de aquellas rentas; también contri­
buyó a ello el procedimiento empleado por cada cabildo en la cobranza de
los diezmos, que era de donde provenía el mayor porcentaje de los ingresos
de una canonjía28. La percepción de estas rentas va a llevar al Tribunal a

25 Rene Millar Carvacho, La Inquisición de Lima. Siglos X V IIIy XIX, tesis doctoral, Facultad de
Geografía e Historia, Universidad de Sevilla, inédita. También José Martínez Millán, op. c it .,
pp. 148 a 152. Henry Charles Lea, op. cit., pp. 346 y 347. Maurice Birckel, op. cit., part. II, pp.
338 y 339.
26 Rene Millar Carvacho, op. cit.
27 Maurice Birckel, op. cit., part. ÍI, p. 339.
2# Rene Millar Carvacho, op. cit. También José Martínez Millán, op. cit., pp. 152 y ss.
enfrentamientos continuos con los cabildos catedralicios y con la jerarquía
eclesiástica, abriéndose por lo tanto un nuevo factor de tensiones al mismo
tiempo que se eliminaba otro con relación a las autoridades reales.
En los primeros seis años de funcionamiento (1634-1640) el nuevo sis­
tema produjo una renta media anual de 17.416 pesos, superior a la subvención
real29; sin embargo, en los años siguientes la renta decae en forma notoria,
llegando a fluctuar entre los 1 1.000 y 14.600 pesos de promedio anual30; sólo
a partir de la última década del siglo XVII y hasta 1735 lo recaudado por este
ítem será con frecuencia equivalente a la desaparecida ayuda real. En conse­
cuencia, el reemplazo de esta última por las rentas de las canonjías le signi­
ficó al Tribunal una pérdida de alrededor de 25 por ciento entre 1640 y 1688.
Pero, al parecer, esto no preocupó mayormente a los inquisidores, porque,
como señala el virrey conde de Chinchón, el Tribunal era ahora '‘más inde­
pendiente del Gobierno”31 y, además, se resarcía en el aspecto económico
incrementando en forma notoria sus ingresos vía confiscaciones.
En el año 1635 se produjo en Lima la detención de un numeroso
grupo de judaizantes, la mayoría comerciantes de origen portugués. Este
proceso culminó en el auto de fe celebrado en enero de 1639, en el que
salieron 63 reos condenados por ese delito, de los cuales siete fueron relaja­
dos en persona y uno en estatua. Entre los condenados se encontraban
personas de gran fortuna, junto a modestos comerciantes prácticamente
indigentes. El más importante de todos era Manuel Bautista Pérez, que se
dedicaba al comercio negrero y tenía en Lima una tienda de ropa de Castilla;
merced a su riqueza y cultura había logrado ganarse la confianza y amistad
de personalidades influyentes en la sociedad peruana; al mismo tiempo era
el jefe espiritual de la comunidad de judaizantes.
Al total de condenados el Tribunal le secuestró, entre 1635 y 1645, la
suma de 1.297.410 pesos; luego de pagar 896.285 pesos a los diferentes
acreedores de aquéllos, el Santo Oficio de Lima ingresó por concepto de
confiscaciones 401.124 pesos. Manuel Bautista Pérez, relajado en persona
por pertinaz, fue quien aportó la mayor suma; más del 50 por ciento de todo
lo confiscado pertenecía al patrimonio de este reo32.

Maurice Birckel, op. cit ., part. II, pp. 341 y 345.


30 ANCII, Inquisición, vols. 338-340-342 y 435.
31 Relaciones de los Virreyes y Audiencias que han gobernado el Peni (Relación del conde de
Chinchón), Imprenta de M. Rivadeneyra, Madrid, 1871, t. II, p. 74.
32 Sobre este tema ver capítulo siguiente de esta obra.
El monarca y el virrey conde de Chinchón intentaron obtener benefi­
cios de estas confiscaciones33; sin embargo, da la impresión, de acuerdo a las
evidencias documentales, que sólo la Inquisición sacó provecho de aquéllas.
Concretamente se compraron unas casas para cárceles por valor de 4.453
pesos 6r., además se enviaron a la Suprema 48.000 pesos y, por último, se
invirtieron en nuevos censos unos 355.000 pesos31.
Dado lo anterior, y que hacia 1Ó30 se tenían colocados en censos
cerca de 233-900 pesos, se puede afirmar que en el lapso de pocos años el
Tribunal logró más que duplicar ese tipo de inversiones35. Todo esto implicó
un aumento notorio de los ingresos, ya que ese capital, puesto al 5 por
ciento, podía generar una renta cercana a los 25.000 pesos anuales, conside­
rando un margen por atrasos y no pago de réditos, aparte de las diferencias
por fluctuaciones en el total de lo invertido a causa de las redenciones.
Según la cuenta de receptoría correspondiente al período que iba del
1° de diciembre de 1645 al 31 de diciembre de 1649, los ingresos del Tribu­
nal alcanzaron a 191.454 pesos y los gastos a 208.187 pesos; por lo tanto, se
presentó un déficit de 16.733 pesos. Entre los ingresos, los ítems más impor­
tantes fueron los aportados por los réditos de los censos (73.389 pesos), pol­
las canonjías (59.842 pesos) y por las confiscaciones (45.928 pesos); estos
rubros significaron el 93,57 por ciento del total de las entradas. Los gastos,
por su parte, se concentraron en los salarios, tanto de los inquisidores (90.578
pesos), como de los ministros subalternos (37.254 pesos), y en las remesas
remitidas al Consejo de la Suprema (60.937 pesos); el 90,67 por ciento de los
gastos se concentraba en estos tres ítems.
En relación con los dineros remitidos al Consejo cabe hacer notar que,
como ya lo hemos señalado, la primera vez que se envió una consignación a
la Suprema fue con motivo de las confiscaciones de 1625; luego se remitie­
ron otras con motivo de lo recaudado a los condenados en 1639; las de la*5

Ver capítulo sobre las confiscaciones.


Cabe señalar que en las cuentas de los dineros invertidos se incluye lo obtenido por las
confiscaciones tanto a los reos que salieron en el auto de fe de 1639 com o a los que lo
hicieron en el de 1641. F1 total de lo ingresado por ese concepto alcanza a 483.886 pesos;
con respecto a esta suma tenemos evidencia de que se invirtieron en lo ya indicado unos
407.000 pesos. Ver capítulo sobre las confiscaciones a los judaizantes.
5S Que el Tribunal dispusiera hacia fines de 1649 de un capital censual de alrededor de 589.000
pesos no significa que todo ese dinero estuviera permanentemente colocado. Era frecuente
que un porcentaje, que en esa época alcanza a un 10 por ciento, permaneciera en caja, com o
consecuencia de las redenciones que se iban produciendo.
cuenta cine analizamos obedecen a las instrucciones del Consejo ordenando
el envío de 6.000 pesos ensayados anuales; ese dinero iba destinado a la
manutención de unas compañías del ejército real, que luchaba contra las
sublevaciones de Cataluña y Portugal y cuyo financiamiento el monarca ha­
bía asignado a la Suprema. Con los años estas remesas se hicieron perma­
nentes y, luego de desaparecida la primitiva finalidad, fueron a beneficiar a
los miembros de la Suprema y se generalizaron como obligación para todos
los tribunales de distrito.
El déficit de la cuenta analizada, que era producido por las consigna­
ciones a España, fue cubierto ampliamente con el superávit proveniente de
la anterior, que alcanzó a los 199.146 pesos; parte de esa suma también se
colocó en censos (91.446 pesos) y el resto, alrededor de 90.967 pesos, quedó
depositado en caja como excedente36. Es en verdad muy notorio el cambio
que a esas alturas ha experimentado la hacienda del Tribunal; ha llegado a
poseer un importante capital generador de una renta anual estimable, que se
complementa con el producto de las canonjías; tales ingresos cubren perfec­
tamente los gastos que ocasionan todos los salarios. Al fin los inquisidores
alcanzaron los objetivos por los que habían luchado desde el establecimien­
to de la institución: seguridad económica, independencia de las autoridades,
prestigio y poder. Estos años corresponden sin duda a la gran época del
Tribunal, que ha llegado a ser temido y respetado por toda la sociedad
colonial. El gran auto de fe de 1639 contra los judaizantes marca un verdade­
ro hito en ese sentido.
Entre 1652 y 1657 la hacienda del Tribunal se va a ver afectada nega­
tivamente por dos fenómenos. Uno de ellos corresponde a los trastornos
monetarios que se produjeron en el virreinato, cuyas repercusiones alcanza­
ron incluso a la península y parte de Europa. El origen de ellos estuvo en las
adulteraciones que, por obra de ensayadores de la Casa de Moneda de Poto­
sí, sufrió la ley de las monedas que se acuñaban37. Para superar la situación,

36 Si bien en la cuenta figuran como colocados en censos 151.696 pesos, es necesario restarles
60.250 pesos producto de la redenciones; en todo caso esa diferencia, que forma parte de
los capitales censuales, permanece en una caja aparte y sólo puede ser invertida en nuevas
colocaciones. Las cuentas de receptoría de 1645-1649 en ANCII, Inquisición, vol. 435.
r Sobre este problema ver Earl J. Hamilton, El tesoro americano y la revolución de los precios
en España. 1501-1650. pp. 82-84. También. Armando De Ramón y José Larraín. Orígenes de
la vida económ ica chilena. 1659-1EOS, Centro de Estudios Públicos, Santiago, 1982, pp.
323-326. Humberto Bur/.io, D iccionario de la moneda hispanoamericana. Fondo Histórico
Bibliográfico [osé Toribio Medina. Santiago 1958, vol. II, p. 233-
la autoridad decretó, el 31 de enero de 1652, una “baja general ele la mone­
da”, dejando las de ocho reales en seis y las que se hubiesen labrado a partir
del año 1649 en siete reales y medio. Según el receptor, esta decisión le
habría producido al Tribunal una pérdida de alrededor de 12.000 pesos38. El
otro problema se refiere a los terremotos que asolaron al Perú por esos años.
Las casas del Santo Oficio sufrieron bastantes daños que obligaron a efectuar
desembolsos importantes para repararlas; entre 1654 y 1657 se gastaron por
este concepto 21.766 pesos. Pero los sismos también afectaron las casas y
fincas sobre las que el Tribunal tenía impuestos sus censos; la consecuencia
de esto fue un atraso en el pago de los réditos y, probablemente en más de
algún caso, una pérdida de principales39.
Estos problemas explican el déficit de alrededor de 22.000 pesos que
presenta la cuenta de receptoría correspondiente al período de 4 de febrero
de 1654-6 al 2 de mayo de 1657; los ingresos alcanzaron a 131-689 pesos y
los gastos a 153-678 pesos; entre estos últimos se incluyen 21.175 pesos de
consignaciones a la Suprema4041.El déficit fue cubierto con el superávit cerca­
no a los 60.000 pesos de la cuenta anterior, que por lo demás se remontaba
a la época de las grandes confiscaciones.
En las décadas siguientes la hacienda del Tribunal se mantiene equili­
brada, aunque a veces haya cuentas que presentan déficit, por lo demás
siempre cubiertos con los excedentes de las anteriores. A la larga, en estos
años, la tesorería siempre tendrá superávit, variable en su monto, pero sufi­
ciente hasta para cancelar la consignación de 6.000 pesos ensayados anuales
al Consejo y dejar un remanente, que fluctúa entre los 20.000 y 30.000 pe­
sos'11. Por lo general, los desequilibrios puntuales que se producían tenían su
origen en las remesas a la Suprema o en problemas de administración de la
receptoría; tal es el caso, al parecer, de lo acontecido durante el período

38 Al 31 de enero de 1652 había en las cajas del Tribunal un total de 81.544 pesos; de éstos,
36.658 pesos perdían dos reales por peso y el resto medio real, AHN, Inquisición, vol. 340,
fol. 3-
39 Cuenta de receptoría de 4 de febrero de 1654 a 2 de mayo de 1657. ANCH, Inquisición, vol.
340, fol. 2-3 y 58.
40 Ihid., fol. 33 y 58.
41 Cuentas de receptoría de 1664-66 y de 1674-76. ANCH, Inquisición, vols. 338 y 342. La
cuenta de 1678-82 es de las pocas que presentan un pequeño déficit no cubierto por
remanentes anteriores; el problema lo generó la remisión de 82.125 pesos al Consejo. No
obstante, esta situación es transitoria, pues en los años siguientes continuó produciéndose
superávit. AHN, Inquisición, leg. 4.788, caja 3.
1642-1674 en que se desempeñó como receptor Esteban Ibarra; existen que­
jas fundadas, por lo menos para los últimos años en que ejerció, referentes al
desorden con que llevaba la contabilidad y a la desidia en el cobro a los
deudores12.
La base de la solidez financiera se asentaba especialmente en las im­
posiciones de censos. En 1674 el Tribunal tenía invertidos en ellos 572.132
pesos, que le generaban una renta anual efectiva cercana a los 25.000 pesos,
cifra que, por lo demás, era inferior en un 13 por ciento a lo que teóricamen­
te debía recaudarse. Los censos contratados alcanzaban a 67 y los principales
del 70 por ciento eran inferiores a 10.000 pesos; las colocaciones superiores
a los 20.000 pesos eran sólo ocho, entre las que no faltaban algunas de 30 y
40.000 pesos, contratadas de preferencia con profesionales, como los licen­
ciados Francisco Tenorio de Cabrera y Pedro Martín Bravo43. Las rentas
censuales permitían cubrir sin problemas los salarios de los ministros princi­
pales, dejando un saldo significativo para cancelar en parte a los funciona­
rios subalternos o para otros gastos.
En los últimos años del siglo XVII la situación de la hacienda es satisfac­
toria; los superávit que presentan las cuentas son significativos e incluso que­
dan remanentes de cierta importancia después del envío de las consignacio­
nes a la Suprema. Es evidente la influencia que en esto tuvo la vacancia que
afectó a uno de los cargos de inquisidor. Con todo, aunque lo anterior no
hubiese ocurrido, igualmente la tesorería habría presentado un resultado fa­
vorable, menos importante, pero también positivo. Según la cuenta de 1688-
1694, el superávit, luego de pagar 59.548 pesos en consignaciones, es de
más de 72.000 pesos, en los que se incluyen 49.304 pesos que habían queda­
do como remanentes de la cuenta anterior44. En los años que siguen hasta
1696 se mantienen los saldos positivos a pesar de haberse enviado unos 70.539
pesos al Consejo, con los que se quedaba al día en el cumplimiento de esa
obligación. Debido a esas remesas el saldo descendió a 27.102 pesos45.
No obstante todo lo anterior, es también perceptible un cierto y pau­
latino grado de deterioro de los ingresos. Esto es bastante claro en el caso de*13

*2 ANCH, Inquisición, vol. 342, pl. A.


13 En el capital censual se incluyen 6.000 pesos que estaban depositados en la caja respectiva
y que correspondían a redenciones efectuadas por esas fechas. AUN, Inquisición, vol. 342,
pliegos 3 a 23.
“ AHN, Inquisición, leg. 4.789, caja 2.
Cuenta de 1694-96, AHN, Inquisición, leg. 4.789, caja 2.
los censos, cuyas rentas tienden a disminuir a pesar del aumento de los
capitales invertidos. Hacia 1 6 9 6 éstos alcanzaban a 616.262 pesos y produ­
cían unos ingresos inferiores a más de 30 por ciento a lo que teóricamente
debían generar. Hay que tomar en cuenta que veinte años antes la diferencia
en ese sentido sólo llegaba al 13 por ciento. Se había ido produciendo un
aumento de los atrasos en los pagos de los réditos; en la cuenta de receptoría
de 1678-82 las resultas de los censos sumaban 65.500 pesos; en la cuenta de
1688-94 eran de 79.703 pesos, y en la de 1694-96 subían a 121.530 pesos.
Pero no era sólo un problema de atrasos, puesto que muchos réditos pasa­
ban a ser incobrables por quiebra del censatario; esto implicaba una pérdida
de capitales, que fue aumentando hasta afectar en 1696 a siete censos cuyos
principales sumaban 85.194 pesos.
Los últimos años del siglo XVII y los primeros del X V III no fueron
buenos para la hacienda inquisitorial, como tampoco lo fueron para la eco­
nomía peruana en general. El factor determinante de este deterioro fue la
esterilidad que afectó a los valles de la región costera, especialmente los más
cercanos a Lima. El terremoto de 1687 marca el comienzo de una etapa de
notoria decadencia para la agricultura de dichas regiones. Esta situación explica
en parte la pérdida de esos principales a que nos referíamos en el párrafo
anterior. Pero, además, ella afectó la percepción de los réditos que disminu­
yeron en forma notoria entre 1698 y 1713. Alrededor del 50 por ciento de los
censos estaban impuestos sobre predios agrícolas, los que en su mayoría se
ubicaban en el distrito más afectado por la esterilidad. Para más desgracia
del Tribunal, entre aquellos censos se encontraban varios de los que se
habían contratado con los principales más importantes. Muchos de los cen­
satarios dejaron de pagar sus réditos. Esto último explica la diferencia de 44
por ciento que se da, según las cuentas de 1698-1706, entre las rentas que
debían recaudarse y los ingresos efectivos46.
En el período contable siguiente, que se extiende desde 170 7 a 1713 ,
se acentúa la baja de los censos, llegando a recaudarse una media anual de
13.606 pesos. Esta situación es producto tanto de la crisis agrícola com o de
otro hecho nuevo, aunque relacionado con el anterior. Específicamente él se
refiere a la rebaja de los réditos al 2 y 3 por ciento ordenada por la Audiencia

46 Este porcentaje se obtiene a partir del capital invertido de 616.262 pesos, sin descontarle los
85.194 de principales incobrables. René Millar Carvacho, La Inquisición de Lim a. 1697- Id 20.
T. III. Editorial Deimos, Madrid, en prensa, pp. 176-180.
en 1707 y que afectaba a todo el territorio del corregimiento de Lima por el
tiempo que durara la esterilidad. Sin embargo, la crisis no fue profunda y
pudo salvarse, en gran parte, debido al aporte de las canonjías, que en esos
años tuvieron ingresos sólo levemente inferiores a los de fines del siglo XV II;
la media anual recaudada fue de 18.881 pesos, lo cual demuestra que la
crisis agrícola influyó en esas rentas en forma más bien marginal, por tener
ellas su fuente en diversos obispados que cubrían un territorio de enormes
dimensiones. Además, el Tribunal en esos años pudo ajustar sus gastos debi­
do a que no siempre tuvo completa la plantilla de inquisidores. En definitiva,
a pesar de los menores ingresos totales, la hacienda presentó un superávit en
el período 1698-1713- Pero, por otra parte, éste no fue lo suficientemente
importante como para permitir el envío regular y completo de las consigna­
ciones a la Suprema, que a estas alturas eran de 11.472 pesos anuales. Sólo
se remitieron en los años 1707-1709 y 1711, para cancelar lo adeudado desde
1697. En total se hicieron llegar a la Suprema 151.237 pesos, que no pudie­
ron cubrirse completamente con los ingresos propios y se tuvo que recurrir
por la suma de 17.092 al receptor y a los fondos de dos capellanías que
dependían del Tribunal17.
La etapa de prosperidad que estamos analizando, y que se inicia en
1630, culmina en 1721 con unos años tan favorables como los de mediados
del siglo XV II. Los ingresos se incrementan en forma notoria, sobre todo los
generados por los censos; las canonjías luego de tener un aumento impor­
tante disminuyen hacia el fin del período; las otras fuentes de ingresos no
significan prácticamente nada; confiscaciones no existían desde la década de
1670, salvo la de 6.000 pesos efectuada a León Gómez hacia 1690; las multas
y condenaciones eran irrelevantes, alcanzando a unos 200 pesos anuales de
promedio; el ítem denominado fisco general, que comprendía una serie de
ingresos heterogéneos y ocasionales, también era insignificante. Ya desde el
siglo anterior las rentas de las canonjías y los censos representaban alrede­
dor del 97 por ciento del total de los ingresos del Tribunal.
Entre 1714 y 1721 los réditos de los censos producían unos 25.000
pesos anuales de promedio. Este aumento obedece, en parte, a la acción de
los nuevos receptores que agilizan las cobranzas y a la superación parcial de
los trastornos derivados de la esterilidad de la tierra. El conjunto de todos los47

47 Cuentas de receptoría de 1698-1706 y 1707-13. AUN, Inquisición, leg. 4.789, cajas 2 y 3-


También Rene Millar Carvacho, La Inquisición cíe Unía. 1697-1820..., op. cit ., p. 232.
ingresos, que alcanza a unas medias anuales que fluctúan entre los 48.000 y
44.700 pesos, deja al año un saldo favorable de 16.610 pesos de promedio;
merced a esto se pagaron las deudas y pudieron enviarse a la Suprema las
consignaciones correspondientes a cuatro años, que, sin embargo, no fueron
suficientes para dejaral día esa obligación. Como contrapartida, en la caja de
receptoría va a quedar un cierto remanente, que no durará mucho ante el
cambio definitivo de tendencia que se avecina. En todo caso, la segunda
década del siglo XVIIÍ va a terminar con un saldo positivo para las finanzas
inquisitoriales48, lo cual es un hecho bastante excepcional dentro del contex­
to de los tribunales peninsulares, ya que según una relación que hace la
Suprema en 1703 sólo uno no era deficitario49.

3. La decadencia (1722-1820)
Después de mucho tiempo, en la cuenta correspondiente a 1722-28,
se produce un déficit, que es significativo porque en los gastos no se inclu­
yen las remesas al Consejo. Los ingresos ordinarios fueron inferiores a los
gastos ordinarios; la diferencia sólo es de alrededor de 1.000 pesos anuales
de promedio, pero ella señala el inicio de un deterioro progresivo. En esta
cuenta el déficit se cubrió con el remanente de la anterior, que también
permitió el envío al Consejo de las consignaciones de tres años.
A partir de 1722 y hasta finales del siglo los ingresos muestran un
paulatino pero perceptible deterioro, lo cual no obsta para que en el corto
plazo se aprecien fluctuaciones de distinto signo. Con algunas variantes
menores ese hecho se aprecia tanto en los censos como en las canonjías. En
buena medida esta situación es producto del deterioro de la economía virreinal
en general y de la agricultura en particular. Pero también son responsables
de este deterioro los propios funcionarios del Tribunal, especialmente los
receptores e inquisidores; los receptores incompetentes e indolentes prácti­
camente se suceden hasta mediados del siglo y tampoco faltan en la segunda
mitad50. Los inquisidores fueron igualmente responsables por dejar hacer a

48 Cuentas de 1714-17 y de 1717-21, AHN, Inquisición, leg. 4.789, caja 3.


49 René Millar Carvacho, La Inquisición de Lima. 1697-1820, op. cit., p. 239.
50 Henry Charles Lea, op. cit., pp. 351-352. En 1774 el Tribunal le siguió autos ejecutivos al
receptor Morales por malversación de caudales y quiebra. René Millar Carvacho, La Inquisición
de Lima ...op. cit., pp. 188-189.
los subalternos ineptos, por no exigir la presentación de cuentas a tiempo y
por contribuir con sus disputas al deterioro de la autoridad y de los controles
sobre el personal51.
Aparte de esos factores hay otros más singulares, relacionados con los
anteriores o completamente independientes. En el caso de los censos, por
ejemplo, influye la disminución que sufre el interés de los réditos que, por
falta de demanda, se deben colocar a menos de 5 por ciento anual; este
hecho comienza a generalizarse, sobre todo a partir de 1728, y tiende a
acentuarse con el correr de los años, llegando el Tribunal a tener sus censos
al 3,45 por ciento hacia 1790; lo más probable es que esta menor demanda
de crédito esté relacionada con el menoscabo de la agricultura. También se
aprecia a lo largo del siglo XVIII una disminución del capital invertido en
censos; en 1728 llegaba a 538.Ó77 pesos y en 1797 a 428.880 pesos.
La tendencia general a la baja de los ingresos censuales sufre fluctua­
ciones en el corto plazo, que son ocasionadas por factores de carácter co-
yuntural. Así ocurre en la década de 1750, en donde la curva de los censos
presenta una profunda inflexión. En este fenómeno influyó en forma deter­
minante el terremoto de 1746, que afectó especialmente a la ciudad de Lima,
ocasionando la destrucción de numerosos inmuebles. El Tribunal, como con­
secuencia del anterior terremoto de 1687 y la consiguiente rebaja de los
réditos en el partido de Lima, había reorientado la colocación de sus censos;
prácticamente había dejado de imponerlos en aquella zona; la inversiones se
hacían de preferencia en la provincia de lea (sobre todo en los valles de
Pisco y Nasca), que era una de las más prósperas merced a la producción de
aguardiente. Con todo, el Tribunal seguía colocando un porcentaje muy alto
de sus censos, alrededor del 40 por ciento, sobre fincas urbanas de Lima y,
aún más, había pasado a ser propietario de por lo menos diez de ellas en
razón de los embargos por no pagos de réditos. El terremoto de 1746 afectó
a muchas casas gravadas con censos clel Tribunal; los propietarios de ellas se
vieron enfrentados a los problemas que les planteaba su reconstrucción y
postergaron el pago de los réditos; por otra parte, se destruyeron varias casas
que pertenecían al Tribunal y que tenía dadas en arrendamiento; los inquili­
nos se mudaron y dejó de percibir los ingresos correspondientes por aquel
concepto. A esto se une la rebaja de censos decretada por el virrey conde de

si
José Toribio Medina, Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima (1569-1820), I;ondo
Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, Santiago, 1956, t. II, pp. 276 y ss.
Superunda para facilitar la reconstrucción de Lima; los réditos redimibles se
rebajaron al 3 por ciento y además se difirió su pago por dos años; cuando
ese lapso se cumplía el monarca expidió una Real Cédula (11 de mayo de
1755) suspendiendo el pago de los réditos por dos años más. En virtud de
esta disposición la Inquisición dejó de percibir por otros dos años el importe
que provenía de alrededor del 40 por ciento del total de sus censos. Las
pérdidas que le ocasionó el terremoto pudieron ser mayores de no haber
optado, después de la experiencia de 1687, por contratar los censos con
principales muy pequeños; según la cuenta de receptoría de 1756-59 los
censos de más de 20.000 pesos de principal sólo llegaban a cinco y el más
alto era de 30.000 pesos52.
Entre 1776 y 1778 hay una caída brusca de los ingresos censuales. En
este caso influyeron las reformas hacendísticas del virrey Amat. Este alzó al 5
por ciento y al 4 por ciento los derechos a pagar por almojarifazgo y alcaba­
la; además estableció las aduanas interiores para evitar fraudes. Esta mayor
presión fiscal afectó transitoriamente el pago de los réditos, al disminuir las
rentas agrícolas mientras se hacía recaer el pago en los consumidores.
Los ingresos derivados de este ítem, a partir de fines de 1778, se
estabilizan alrededor de una media anual de 14.750 pesos, cifra inferior en
un 14 por ciento a lo que se recaudaba entre 1698-1706, y en un 40 por
ciento a lo que se obtenía en la segunda mitad del siglo X V II. En los últimos
años del siglo XVIII y primeros del X IX este tipo de ingresos experimenta
una pequeña alza e incluso sube el porcentaje promedio en que estaban
contratados los réditos a 3,60 por ciento. Con posterioridad a 1808, dichas
rentas sufren una ligera baja, posiblemente a consecuencia de los trastornos
políticos de esos años, para mantenerse desde 1815 hasta la extinción defini­
tiva del Tribunal a una media anual de 15.600 pesos. También en esa época
se produce un incremento en el capital invertido (llega a superar los 519.000
pesos) y una mejoría en el cumplimiento de los pagos, puesto que se recau­
da alrededor de sólo un 15 por ciento menos de lo que correspondía53.
Las rentas de las canonjías también muestran una moderada tendencia
decreciente hasta comienzos de la década de 1780 y con menos oscilaciones
que las de los censos. Desde esa fecha hasta fines de siglo dichas rentas se

s- René Millar Carvacho, La Inquisición de Lima .... op. cit., p. 188.


53 Las cuentas de 1808-1819: ANCH, Inquisición, vols. 356 y 357, se encuentran sólo por
cuatrimestres.
estabilizan entre los 14.700 y los 16.400 pesos, para luego experimentar un
notorio crecimiento, que es cortado por los acontecimientos de 1810, en
forma menos brusca de lo que podría esperarse dadas las revueltas en el Alto
Perú, Chile y Quito (en general, salvo uno que otro año, de esas zonas se
siguen enviando las rentas de las “supresas”); hasta fines de 1819 el prome­
dio anual que aporta este ítem es de 15.000 pesos mas o menos.
Hay indicios para suponer que esa mejoría que presenta el conjunto
de los ingresos hacia fines del siglo XVIII obedecería a una probable recupe­
ración de la actividad agrícola en buena parte del antiguo virreinato, sobre
todo en la zona costera dedicada al cultivo de la caña de azúcar y de la vid54* .
Con la agricultura ocurriría un fenómeno similar al detectado por Fisher en la
minería y Deusta Pimentel en la hacienda y comercio^.
Dada la paulatina disminución de los ingresos generales que se mani­
fiesta desde 1722, los gastos de este período tienden a ajustarse a esa nueva
realidad. Esta adecuación le va a permitir al Tribunal salir del paso, aunque
en algunos períodos con muchas dificultades. En todo caso, a la larga, el
poder y el prestigio de la institución va a salir menoscabado.
En este período casi el 90 por ciento del total de los gastos correspon­
den al pago de salarios. Estos no habían sufrido ninguna variación en su
monto desde el establecimiento del Tribunal y eran los siguientes:

Inquisidores (2) 4.963 p .lr 10 m. cada uno


Inquisidor Fiscal 4.963 p lr 10 m.
Alguacil Mayor 1.654 p.3r 10 m.
Secretario del secreto 1.654 p.3r 10 m. cada uno
Receptor 1.654 p.3r 10 m.
Secretario de secuestros 992 p.5r 6 m.
Contador 330 p.7r 2 m.
Nuncio 827 p .lr 22 m.
Abogado del fisco 330 p.7r 2m
Procurador del fisco 300 p.
Alcaide 827 p .lr 22 m.

S4 Rene Millar Carvacho, La Inquisición ele Lima ..., op. cit., p. 192.
John Fisher, Minas y mineros en el Perú colonial (1776-1824), Instituto de Estudios Peruanos,
Lima 1977. Carlos Deusta Pimentel, Las Intendencias en el Perú (1790-1796), Escuela de
Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1965. “Aspectos de la economía peruana a fines del
siglo XVIII (1790-1796)”, Boletín del Instituto Riva-Agüero, Lima 1969-70, núm. 8.
Portero 496 p.2r 20 m.
Médico 50 p.
Cirujano 25 p.
Barbero 25 p .56

Como ya lo hemos señalado, los salarios de los funcionarios podían


variar si se encontraban desempeñando el oficio interinamente; en ese caso
percibían la mitad de lo estipulado. Además, el de uno de los inquisidores se
veía incrementado en 147 pesos anuales durante el tiempo que ejercía como
juez de bienes; el receptor podía percibir 1.000 pesos anuales de ayuda de
costa si lograba que disminuyeran las deudas rezagadas. Aunque no corres­
ponde al ítem salarios es importante hacer presente que el tribunal propor­
cionaba casa gratuita a los inquisidores; estos y algunos ministros también se
beneficiaban con unos ingresos extraordinarios provenientes de unas obras
pías cuya administración había sido encargada por los fundadores al Tribu­
nal. El inquisidor decano percibía casi 1.200 pesos anuales por ese concepto;
el inquisidor segundo y el fiscal unos 210 pesos; un secretario del secreto
por la administración del denominado patronato de Mateo Pastor percibía
900 pesos anuales y el receptor obtenía más de 800 pesos. Según los antece­
dentes disponibles, da la impresión que el Tribunal de Lima era el que paga­
ba los sueldos más altos de todos los tribunales inquisitoriales57. La explica­
ción de este hecho no puede encontrarse más que en un coste de vida muy
elevado para la ciudad de Lima; dicho fenómeno puede intuirse al compro­
bar la paridad que los salarios del Tribunal guardaban con los de la adminis­
tración real y al examinar las abundantes quejas de los funcionarios por lo
insuficientes que resultaban los sueldos.
En este período de decadencia económica, los gastos salariales, que
son los más importantes, se tratan de reducir al máximo; para ello se recurre,
dentro de lo posible, al expediente de funcionar, por largos períodos (1756-

56 En 1795 la Suprema dispuso un aumento para los sueldos de los funcionarios subalternos
que fluctúa entre un 5 y un 8 por ciento. René Millar Carvacho, La Inquisición de Lima.
1697-1820 , op. cit., p. 226.
57 Sobre salarios en otros tribunales ver Henry Kamen, La Inquisición española, Ediciones
Grijalbo, Barcelona, 1997, p. 164. Henry Charles Lea, A history o f the Inqu isition o f Spain,
American Scholar Publications, New York, 1966, II, pp. 593-594. Ricardo García Cárcel, Herejía
y sociedad en el siglo XVI. La Inquisición en Valencia (1530-1609), Ediciones Península,
Barcelona, 1980, p. 169. José Martínez Millán, La hacienda .., op. cit., pp. 277-280.
66; 1777-82; 1784-92), con un inquisidor menos; también se obtiene de la
Suprema la designación, en algunas ocasiones, de un inquisidor o del fiscal
sólo con medio salario y a veces hasta sin sueldo (inquisidores Diego Rodríguez
1750-56, Francisco Abarca 1778-82 y Francisco Zalduegui 1792-95). Por últi­
mo, los inquisidores nombraron con bastante frecuencia funcionarios subal­
ternos en calidad de interinos, con lo cual se les pagaba únicamente la mitad
del salario que correspondía a un titular; incluso llegaron a designar a varios
en calidad de supernumerarios, ahorrándose en esos casos el salario com­
pleto. Si bien en el plano económico esta política dio resultado, la conse­
cuencia que tuvo para otros aspectos de la vida del Tribunal fue negativa; la
incompetencia se enseñoreó entre los funcionarios dada la falta de incenti­
vos económicos que representaba el desempeño de los oficios. Pero lo más
grave fue que esa situación también afectó a la máxima jerarquía del Tribu­
nal, arrastrando a éste a un mal funcionamiento, desprestigio y a su decaden­
cia en todo sentido; famosos por su ineptitud fueron los inquisidores Diego
Rodríguez y Francisco Zalduegui58.
Los otros gastos, aunque eran menores, también trataron de ser con­
trolados. Tal es el caso de lo que importaba la alimentación de los presos
pobres. Debido a que la casi totalidad de los reos de fe tenía esa condición,
hubo de buscarse un recurso para solucionar en parte el problema; así, se
recurrió a los fondos de una obra pía administrada por el Tribunal, la cual, a
partir de 1760, proporcionó 100 pesos anuales para ayudar a dichos gastos,
que por esos años fluctuaban alrededor de los 500 pesos.
Merced a estos arbitrios se logró parcialmente equilibrar las finanzas,
aunque no se pudo impedir que varios períodos contables resultaran defici­
tarios, como los de 1756-59, de 1764-70, de 1774-76, de 1776-78 y de 1815-
1959. Con todo, el resultado financiero es peor que el señalado si se agregan
los gastos extraordinarios, no contabilizados, que representan las remesas al
Consejo; el Tribunal contó con un superávit de arrastre hasta mediados de la
década de 1720, que le permitió financiar, en 1722, el envío de las consignacio­
nes por tres años; luego, en vista del deterioro de la hacienda, y del consi­
guiente agotamiento de los excedentes, le será casi imposible seguir cum­
pliendo con esa obligación. En 1725 se remitieron 22.714 pesos, los que fue­
ron financiados en un 80 por ciento con fondos no pertenecientes al Tribu-

José Toribio Medina, op. cit ., t. II, pp. 309-310-335-336 y 337.


Rene Millar Carvacho, La Inquisición de Lima .... op, cit., pp. 236-237.
nal60; en 1730 se envió otra suma igual a la anterior, que en parte fue cubier­
ta con un aporte del receptor; en 1736 se hicieron llegar 22.000 pesos que
también fueron adelantados por el receptor; finalmente, en 1742 se remite
una cantidad similar, que se financió con fondos del depósito de pretendien­
tes que nunca se restituyeron; esta fue la última remesa enviada por el Tribu­
nal y con ella alcanzó a cubrirse hasta la cuota del año 1724. Después de
mucho resistirse, la Suprema tuvo que aceptar la realidad de la hacienda
inquisitorial limeña y autorizar, en 1749, la suspensión de las consignaciones.
El Tribunal, en esta época, también se encontró con problemas para
financiar otros gastos extraordinarios que comprometían sumas de cierta
importancia. Ellos fueron generados por la reparación de las casas de los
inquisidores y edificios del Tribunal destruidos por el terremoto de 1746; en
las obras de reconstrucción se invirtieron 98.116 pesos, que sólo en un 59
por ciento se financiaron con fondos propios; el resto se cubrió con el pro­
ducto (40.000 pesos) de la venta de dos títulos de Castilla autorizada por la
Corona para aquel efecto.
El estado de la hacienda inquisitorial se torna realmente difícil sólo a
partir de 1742. Desde esa fecha y hasta 1750 los períodos contables son
deficitarios y el Tribunal no tiene con qué responder a los gastos ordinarios;
en dichos años coincide un incremento de ellos (por completarse la planta
superior del personal) con una atonía de los ingresos y con los efectos
devastadores del terremoto. A partir de 1744 el tribunal se transformó en un
deudor insolvente; ya hemos visto cómo se financiaron las últimas remesas
al Consejo; de manera similar se cubrieron los gastos (20.000 pesos) que
implicó el viaje del visitador Arenaza en 1744. En los años siguientes el
Tribunal ajustó al máximo sus gastos, especialmente en el rubro salarios, y
gracias a ello pudo equilibrar sus finanzas; así, tanto los déficit como los
superávit que se presentan en lo sucesivo son de poca significación. Como
está dicho, el precio de esta política será muy alto para el Tribunal; la deca­
dencia que sufre va a estar íntimamente unida al deterioro económico que lo
afecta en el siglo XVIII; esto, sin considerar, por cierto, otros factores, como
por ejemplo, la actitud que los Borbones tuvieron con el Santo Oficio mer­
ced a sus tendencias absolutistas y regalistas.
No podemos terminar el análisis de la hacienda del tribunal limeño

60 Se sacaron 18.014 pesos de la denominada arca de depósito de pretendientes, que era donde
se ingresaban los derechos cobrados a los aspirantes a funcionarios de la Inquisición.
sin hacer algunas referencias a las obras pías que administraba (patronatos,
buenas memorias y capellanías). Dicha función era ejercida en aquellas fun­
daciones que tenían al Tribuna! o a los inquisidores como patronos, por
disposición de los fundadores; esto obligaba a la administración de los bie­
nes con que habían sido dotadas para la realización de sus fines. Aunque el
Tribunal separe) siempre estos bienes de los propios, ellos se entremezclan
por diversos conductos; los inquisidores, como patronos, nombraban de
administradores a funcionarios del Tribunal; por lo general, el receptor tam­
bién se encargaba de la cobranza de los réditos pertenecientes a las obras
pías y de llevar sus cuentas; el abogado y el procurador del fisco defendían
los intereses de estas fundaciones en los pleitos de cobranzas; el Santo Ofi­
cio se atribuía la jurisdicción en todos los pleitos en que se veían implicadas
dichas fundaciones; y a veces se utilizaban fondos de las obras pías para
pagar algunos gastos extraordinarios de receptoría.
Las fundaciones dependientes del Tribunal se remontan al siglo XVII,
a la década de 1630, que marca el inicio de la época de más prestigio de la
institución. I lacia fines del siglo XVIII ésta corría con la administración de 31
y sus capitales llegaban nada menos que a los 900.000 pesos, que producían
una renta de alrededor de 35.000 pesos anuales. Aunque el Tribunal no
podía disponer libremente de esos dineros, por estar destinados a unos ob­
jetivos muy precisos, el simple manejo de ellos le daba una influencia impor­
tante en la sociedad; por ejemplo, los inquisidores veían aumentar su poder
al disponer de dotes, limosnas y capellanías, para otorgarlas a quienes lo
estimaran conveniente61.
En todo caso lo que aquí cabe destacar es la importancia que tiene
para el Tribunal de Lima la administración de unos fondos tan cuantiosos.
Estos, más sus propios capitales, le permitieron tener colocados en censos
cerca de 1.500.000 pesos; tal cantidad de dinero transformaba al Tribunal en
una institución crediticia de primera magnitud. Esto también queda de mani­
fiesto al observar el tiempo que los inquisidores y demás funcionarios dedi­
caban a la administración de esos bienes y a la solución de los numerosos
problemas que se planteaban en torno a ellos, fenómenos ambos que, por lo
demás, se ven reflejados en la ingente documentación de carácter
hacendístico62. Aun considerando el deterioro de la tesorería en el siglo

61 Rene Millar Carvacho, La Inqnisicióii de Lima ..,op. cit. p. 252.


í)¿ Sólo en el Archivo Nacional de Chile hay cerca de 480 volúmenes de documentación original
referentes a la hacienda del Tribunal de Lima.
X V III, que igualmente afecta a las obras pías, no cabe duda de la importancia
del Tribunal de Lima como institución financiera y de la gran significación
que ese aspecto tiene para su vida interna. Esto último es hasta tal punto
válido que uno tiende a pensar que el aspecto económico a veces llegó a
desplazar a su función inherente y específica.
Las confiscaciones de la Inquisición de Lima a los
judeoconversos de “la gran complicidad” de 1635"

D estle que Ricardo Palma escribió en 1863 los


A nales d e la In q u is ic ió n de L im a . muchos han sido los autores que han
mostrado interés por el gran proceso inquisitorial de 1635 contra los
judaizantes, que culminó en el auto de fe de 1639. La mayoría de ellos, al
referirse a este tema, se han preguntado por el monto que habrían alcanzado
las confiscaciones a los condenados; varios incluso han dado cifras de carác­
ter global al respecto.
El enea usa miento de los judaizantes en 1635 -entre los cuales había
personas consideradas como de gran fortuna- provocó un enorme revuelo
en la población de Lima y al momento surgieron toda clase de comentarios
en torno a las sumas que la Inquisición les había confiscado. José Toribio
Medina recoge un testimonio de la época que corresponde a una de esas
especulaciones. Es una carta escrita al virrey por un irlandés en 1650. en que
se señala que lo confiscado a los judaizantes había alcanzado a “más de un
millón” de pesos1. Henry Charles Lea, por su parte, llega a decir que si bien
el total de lo adquirido por el Tribunal no se sabrá nunca, el rumor popular
lo estimó en un millón de pesos2.
El tema también ha despertado el interés de la historiografía contem-

Una primera versión de este artículo se publicó en la Revista ele Indias, N° 171, Madrid, 1983.
i
José Toribio Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Urna (1569-
1820), Imprenta Gutenberg, Santiago, 1887, tomo II, p. 457.
¿
Henry Charles Lea, The luquisition in the Spanish Dependencies: Sici/v, Naples, Sardinia.
Milán. The Canaries, M éxico . Perú. Neiv Granada. The Mac Millan Company, New York,
1908, p. 347. I'.n este aspecto Lea se limita a seguirá Medina y no apoma nueva documentación.
poránea. Maurice Birckel, en su estudio sobre Ja tesorería inc|uisitoriaI de
Lima3, efectúa un cálculo del dinero entrado en las cajas de receptoría pro­
ducto de las confiscaciones, a pesar de no contar con las cuentas específicas
de ellas; utiliza como fuente las cuentas generales de la tesorería del Tribu­
nal; en todo caso, como él mismo reconoce, no le fue posible determinar el
monto total de las confiscaciones*. Antonio Domínguez O rtiz estima que los
secuestros realizados importaron unos 800.000 pesos; no obstante, deja en­
trever que las investigaciones aún no han podido establecer con exactitud
las cifras de las confiscaciones ni el destino que tuvieron esos fondos45 '. Por
último, Gonzalo de Repara/, en una obra escrita en 1973 y en la que utiliza
documentación existente en el Archivo Nacional de Lima, calcula en 1.788.000
pesos, como mínimo, la fortuna de los portugueses de “la gran complicidad”,
la cual habría sido confiscada en su mayor parte0; con todo, Reparaz señala
que las referencias documentales en que basa su estudio son incompletas".
En definitiva, a pesar de los diversos intentos realizados hasta ahora, la
suma total de lo confiscado por el Tribunal de Lima a los judaizantes que sa­
lieron en el auto de fe de 1639 sigue siendo, en buena medida, una incógnita.
Varias son las razones de este hecho. Por una parte está la dispersión
y desaparición parcial del archivo original de la Inquisición de Lima (parte
de sus legajos se conservan hoy en día en el Archivo del Perú y en el Archivo
Nacional de Chile) y por otra la complejidad y confusión de las cuentas
existentes. El primer problema en cierto modo podía obviarse recurriendo a
los documentos del Consejo de la Suprema, entre los que se encuentran
copias de los diferentes procesos a que dieron origen cada uno de los se­
cuestros de bienes; esos expedientes actualmente están en el Archivo Histó­
rico Nacional de Madrid y vienen a complementar la documentación existen­
te en Lima y en Santiago. El segundo inconveniente ha resultado ser de
mayor envergadura, por cuanto ha desanimado las investigaciones sistemáti­
cas sobre el particular; el esfuerzo que involucra un estudio de esa naturale-

-■* Maurice Birckel. “Recherches sur la trésorerie inquisitorial* ele Lima”, Mélanges de la Casa de
Velázquez f tomos V y VI, París, 1969 y 1970.
4 Ibid., tomo VI. p. 349.
5 Antonio Domínguez Ortiz, LosJudeoconvetsos en lispaña y América, Kdiciones Istmo. Madrid,
1971, pp. 135-142 y 143-
Gonzalo de Reparaz, Os portugueses no rice-reinado do Perú (sécalos X V I e Al//). Instituto
de Alta Cultura, Lisboa, 1976, pp. 26-27 y 139.
Ibict., pp. 25 y 26.
za es tan arduo que casi no se justificaría, máxime cuando no existe la certe­
za de llegar a conclusiones más o menos seguras; los cerca de 40 legajos
(nos referimos sólo a los existentes en Madrid), referentes a secuestros y
concursos de acreedores de la complicidad de 1635, contienen una informa­
ción de tal magnitud y complejidad que su revisión, con el objeto de deter­
minar el monto de lo confiscado, prácticamente no tiene sentido. Por otra
parte, de acuerdo a lo señalado por Birckel, da la impresión de que en el
Archivo Histórico de Madrid no se encuentran las cuentas específicas sobre
la complicidad8; algo similar puede decirse respecto a la documentación
existente en el Archivo Nacional del Perú después de las investigaciones
realizadas por Gonzalo de Reparaz.
Ahora bien, cuando trabajábamos en nuestra Tesis Doctoral sobre La
In q u is ic ió n ele l im a en los siglos X V III y X IX , en el Archivo Nacional de
Madrid, tuvimos la fortuna de encontrar dos documentos en que, para infor­
mación del Consejo de la Suprema, se resumen, hasta el año 1642, las cuen­
tas de las confiscaciones efectuadas a los reos que salieron en los autos de fe
de 1639 y 1641. Con posterioridad, en el Archivo Nacional de Chile, pudimos
ubicar dos volúmenes que ordenaban y sintetizaban, hasta 1649, las cobran­
zas y pagos realizados por la receptoría del Tribunal con motivo de los
secuestros de bienes a los reos de aquellas complicidades; entre esos pape­
les dimos además con el original de uno de los documentos que ya había­
mos detectado en Madrid.
En consecuencia, la parte fundamental para la elaboración de este
capítulo será la información oficial proporcionada por los receptores del
Tribunal de Lima Pedro Osorio del Odio y Esteban Ibarra, avalada por los
contadores y los inquisidores Andrés Gaitán, Antonio de Castro y del Castillo
y Luis de Betancurt y Figueroa.
Aquellas cuentas son confiables en cuanto reflejan los dineros que,
producto de las confiscaciones, efectivamente ingresaron en las arcas
inquisitoriales hasta fines de 16499. Sin embargo, esto no quiere decir que las

Maurice Birckel, up. cit.%tomo VI. pp. 34«S y 349.


Ese planteamiento podría aparecer en contradicción con el hecho de que en la Suprema,
hacia 1649, aún no se tenía un panorama claro sobre estas confiscaciones; el contador
general, manejando informes y cuentas enviadas por el Tribunal de Lima hasta 16*t5. le
señalaba al Consejo una serie de aspectos sobre la materia que resultaban confusos (AFIN.
Inquisición, leg. 1.8 0 0 , caja I ); con todo, la cuenta del receptor Esteban Ibarra, que cubre el
período 1645-1649, dilucida buena parte de ellos.
cuentas del Tribunal expresen con exactitud el monto de lo secuestrado a los
judaizantes. Las grandes complicidades se prestaban para que funcionarios
de los tribunales defraudaran a las tesorerías, sobre todo ocultando determi­
nados bienes al momento de realizar los secuestros. Es posible que hechos
de esa naturaleza se dieran en el caso que nos preocupa, aunque, como es
obvio, no contamos con referencias documentales para confirmarlos.
También debemos señalar que no poseemos información exacta con
posterioridad a 1649, pero es preciso hacer notar que el grueso de la cobran­
za y pagos por cuenta de los bienes secuestrados se realizó entre 1636 y
1643, como queda de manifiesto en las relaciones contables de los receptores**.

1. Los portugueses en el virreinato peruano


El tema de la penetración y presencia portuguesa en la América espa­
ñola y específicamente en los territorios pertenecientes al virreinato peruano
ha sido abordado en diversos trabajos*10; en consecuencia, aquí sólo nos
limitaremos a señalar en forma somera algunos de los elementos más carac­
terísticos de ese fenómeno.
La presencia portuguesa en la América española se puede detectar
desde la época de la conquista11. Sin embargo, su número sólo alcanzará
cotas significativas a partir de 1580 con la unión de las Coronas de Castilla y
Portugal. Este último hecho no implicó ningún cambio en la condición legal
de extranjero que tenían los portugueses para Castilla y las Indias12. De
acuerdo con la legislación, precisada definitivamente en la época de Carlos
V y reiterada en la de Felipe II, ningún extranjero podía entrar en las Indias

** En este trabajo utilizamos como unidad monetaria el peso de ocho reales.


10 A modo de ejemplo podemos citar a Robert Ricard, “Los portugueses en las Indias españolas",
Revista de Historia de América, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, num. 34,
México, 1952; Lewis Hanke, “The portuguese in Spanish America, with special reference to
the Villa Imperial de Potosí", Revista de Historia de América, nilm. 57, M éxico, 1961; Ricardo
de Lafuente Machaín, Los portugueses en Buenos Aires. Siglo XVII, Madrid, 1931; G onzalo de
Reparaz, Os Potugueses no vice-reinado do Perú (sécalos X M e X V II), Instituto de Alta Cultura,
Lisboa, 1976; Enriqueta Vila Vilar, “Los asientos portugueses y el contrabando”, A n u a rio de
Estudios Americanos, N° 30, Sevilla, 1973; Harry E. Cross, “Commerce and orthodoxy: A
spanish response to portuguese commercial penetration in the viceroyalty o f Peni, 1580-
1640”, The Americas, vol. XXXV, N° 2, 1978.
11 Ricard, op. c i t pp. 451 y 453. También, Hanke, op. cit ., pp. 6 y 7.
12 Domínguez Ortiz, op. cit., p. 136.
sin licencia real1-''. No obstante, esa prohibición y la existencia de numerosas
instrucciones a las autoridades indianas en las que se señalaba que los emi­
grantes clandestinos debían ser expulsados y sus bienes confiscados13 14, la
presencia de extranjeros estuvo lejos de disminuir y, por el contrario, au­
mentó en forma notoria, especialmente en el caso de los portugueses.
La inmigración portuguesa se vio favorecida a partir de la unión de las
dos Coronas porque las autoridades españolas, de hecho, se mostraron com­
placientes al respecto. La posibilidad de obtener ventajas económicas de las
actividades desempeñadas por un sector de esa población explica en parte
tal actitud. Un índice de ello es la concesión a los portugueses de los asientos
de negros. Por otra parte, la trata de esclavos se transformó en una de las
vías por donde se introdujo un alto porcentaje de la inmigración ilegal a las
Indias1 el comercio negrero se prestó para toda clase de fraudes; floreció el
contrabando y se facilitó la penetración de extranjeros al margen de la ley;
los navios dedicados al tráfico de esclavos iban “llenos de portugueses a
título de marineros...., los cuales todos se quedan en las Indias tratando y
contratando”16. Esos hechos también se vieron favorecidos por el asenta­
miento portugués en Brasil; desde allí se realizó un activo comercio ilegal
con la zona del Río de la Plata17, que, al mismo tiempo, pasó a ser una de las
puertas de penetración de inmigrantes hacia el Alto Perú y Lima18.
Las riquezas existentes en los dominios españoles de América siempre
despertaron un atractivo especial para los comerciantes y aventureros de las
más diversas nacionalidades. A paitir de 1580 los súbditos portugueses interesa­
dos en establecerse o en comerciar con las Indias se vieron enonnemente favo­
recidos frente al resto de los extranjeros, por el consentimiento tácito o legal de
que hicieron gala las autoridades españolas al que ya hemos hecho alusión.
Con todo, el interés de los portugueses por pasar a las Indias no
obedece exclusivamente a razones económicas; y tampoco fue América la
única región del imperio español que les pareció atractiva para establecerse.

13 Richard Konetzke, “Legislación sobre inmigración de extranjeros en América", Revista


Internacional ele Sociología, núms. 11 y 12, Madrid, 1945, pp. 282 y 283.
14 Ibid ., pp. 283 y ss.
15 Vila Vilar , op. cit ., p. 17. Cross, op. c i t pp. 154-155.
16 Carta de la Casa de Contratación al Consejo de Indias, de 15 de junio de l6l0, citada por Vila
Vilar, op. cit., p. 574.
1 Lafuente Machaín, op. cit., pp. 96 y ss.
,H Domínguez Ortiz. op. cit., p. 136. Cartagena de Indias y Portobelo fueron las otras puertas de
ingreso hacia el virreinato peruano.
La inmigración portuguesa a las Indias, que se realiza ele 1580 en
adelante hasta el reinado de Felipe IV, se encuadra también dentro de un
fenómeno histórico complejo provocado por la presencia en Portugal de una
importante masa de conversos. El problema con esa minoría en buena medi­
da tiene su origen en el paso de unos 100.000 judíos desde España (a causa
del edicto de expulsión de los Reyes Católicos) y en la actitud de los reyes de
Portugal con respecto a ellos y a los que ya existían en el reino. El bautismo
forzoso que se les impuso, unido a toda serie de arbitrariedades no exentas
de violencia física de que fueron víctimas, generó en ellos un resentimiento
y odio acentuado hacia sus perseguidores que transmitirán a sus descendien­
tes. Como consecuencia de esos hechos siguieron practicando en privado su
antigua religión, transformándose en falsos conversos19.
La prohibición que se impuso a los cristianos nuevos a salir del reino
y el establecimiento de la Inquisición, son dos hitos importantes en la políti­
ca represiva seguida por las autoridades portuguesas en contra de esa minoría.
En definitiva, las condiciones de vida a que se vieron sometidos no pudieron
ser más duras. Ante este hecho, la unión de las dos coronas representó para
ellos la posibilidad de escapar de tanta desdicha y, al mismo tiempo, la
apertura de mayores y más amplias perspectivas a sus afanes comerciales.
No cabe duda que la gran mayoría de los portugueses que se estable­
cieron en el virreinato de Lima eran cristianos nuevos y, más aún, entre ellos
raro resultaba el que no judaizaba; tanto es así, que, en la época, los térmi­
nos portugués y judío se consideraban o utilizaban como sinónimos; por
ejemplo, el inquisidor de Lima Antonio Ordóñez decía en carta al Consejo de
28 de abril de 1600: “están todas estas provincias muy pobladas y llenas de
gente, y a la opinión de ricas acuden de todas naciones y entran por esos
puertos gran cantidad de extranjeros y portugueses, a lo que creemos, los
extranjeros inficionados de los errores que hay en sus tierras, y los portugue­
ses, que son todos judíos"20.

1V fosé Amador de los Ríos, Los problemas de los falsos conversos en el reino de Portugal", en
/fisiona social, política y religiosa de losjudíos de España y Portugal, Edite >rial Agilitar. Madrid,
1960, libro II, caps. VII y IX; Antonio Domínguez Ortiz, "La clase social de los conversos en
Castilla en la Edad Moderna”, en Estudios de Historia social de España, Instituto Balines de
Sociología, vol. III, Madrid, 1955, pp. 81 y 82; J. Lucio D’Azecedo, Historia dos Chnstaos
Novas Portugueses, editora de A. M. Teixeira, Lisboa, 1921, lib. II, caps. I-II y III.
20 Citada por José Toribio Medina, Historia del Tribunal del Santo O ficio de la In q u isición de
Cartagena de Indias, Imprenta Flzeviriana, Santiago, 1899, p. 57. Otro testimonio parecido
Calle de los Judíos a mediados del siglo XIX.
Grabado publicado por Manuel A. Fuentes en Finia: l-squisses historiques , statistiques,
a d m in istra tires. com m arciales el m orales . París, 1866.

Es difícil saber a cuánto alcanzaba el número de los portugueses esta­


blecidos en el virreinato en el primer tercio del siglo XVII. Sin embargo, todo
hace suponer que sería de cierta importancia. Existen testimonios ele diversa
naturaleza que fundamentan esa idea. En los documentos del Santo Oficio y
de las autoridades reales se encuentran abundantes referencias al crecido
número de portugueses en el virreinato-1. Según Lafuente Machaín, en la
ciudad de Buenos Aires, en 1643, llegaban a 370, siendo la población total*

es el dd visitador cid distrito ele la Audiencia de Charcas Antonio Gutiérrez de UUoa, quien,
en 1597. en un informe sobre buenos Aires, señala: "Y son todos los que tratan portugueses,
que sacan por allí mucha cantidad de plata y oro; y todos van a pasar al Reino de Portugal,
de más de que por allí se hinchen las provincias del Paraguay y Tucumán de ellos; y según
entendí en la Inquisición, y por otras relaciones, los más son confesos y aún creo que se
puede decir judíos en su ley...". Citado por Gunter Hollín. Nuevos antecedentes para una
historia ele los judíos en Chile colonial, Kditorial Universitaria, Santiago. 1963, p. 3 ».
-1 Al respecto, ver Medina. Historia de la Inquisición en Cartagena.... op. cit ., pp. 358 y 360. y
también PJ Tribunal del Santo Oficio de ¡a Inquisición en las Provincias del Plata, edil.
Huarpes, Buenos Aires. 1945, pp. 154-158-159-168-169 y 204 a 212.
alrededor de 1.500 personas22; por otra parte, de acuerdo con informes de
los comisarios del Santo Oficio de Lima, elaborados en 1641, los portugueses
del distrito del Tribunal alcanzarían a unos 450, sin contar los de las ciudades
de Lima y Buenos Aires23.
Los centros que les resultaban más atractivos eran los de Cartagena,
Lima, Potosí y Buenos Aires. Se dedicaban de preferencia al comercio (indis­
tintamente al pequeño o gran comercio), aunque también había bastantes
que desempeñaban oficios artesanales (este tipo de trabajos les permitía
sortear con mayor facilidad las órdenes de expulsión de extranjeros dictadas
por las autoridades) e incluso no faltaban los que se dedicaban a trabajos
mineros o agrícolas24.

2. La represión inquisitorial contra los judaizantes


Desde la primera etapa de la conquista se prohibió el paso a América
de los judíos, conversos y reconciliados y de sus descendientes hasta la tercera
generación25. Las autoridades reales debían velar por el cumplimiento de esas
normas. Paralelamente, los obispos quedaron con la jurisdicción inquisitorial
y, por tanto, a ellos les correspondió el encausamiento de los herejes, entre los
que se encontraban los falsos conversos. Al parecer, en la época de la inquisi­
ción episcopal los judaizantes prácticamente no fueron perseguidos; posee­
mos muy pocas referencias de condenados por judaizar26. La falta de actividad
en este campo se debe, en pane, al escaso número ele falsos conversos en la
conquista y primera etapa de la colonización. Una vez establecido el Tribunal
de Lima en 1570 la tendencia anterior no sufre modificaciones; de acuerdo con
las referencias aportadas por Medina, hasta 1594 sólo habían sido condenados
dos reos por “seguir la ley de Moisés”, ambos portugueses27.

11 Lafuente Machaín, op. cit., p. 86.


23 ANCH, Inquisición, vol. 399, fs. 104 a 110.
24 Hanke, op. cit., pp. 22-36. También, Lafuente Machaín, op. cit., p. 87.
23 Clarence H. Haring, Comercio y navegación entre España y tas Indias en la época de los
Habsburgos, F.C.E,, México, 1939, p. 131. También, Cedulario de Encinas, tomo I, pp. 452-
453 y 454. Recopilación de Leyes de Indias, lib. IX, tit. 26, leyes 15 y 16.
26 José Toribio Medina, La primitiva Inquisición americana (1493-1569), Imprenta Elzeviriana,
Santiago, 1914, cita sólo 19 procesos de judaizantes para el período de la inquisición episcopal;
todos se refieren a México (pp. 212 a 282); no señala ningún caso que corresponda al
virreinato peruano.
27 Medina, inquisición de Urna..., op. cit., tomo I, caps. I a IX.
Será a pan ir de ISOS cuando comiencen a aparecer judaizantes en
número creciente en los autos de fe i casi todos portugueses). En el auto
celebrado en diciembre de 1S9S salieron nueve y en el de diciembre de 1600
fueron condenados catorce-*. Estas referencias, dadas por Medina, coinciden
con las estadísticas elaboradas por Jaime Contreras20; éste calcula en 78 el
número de judaizantes procesados entre 1V70 y 16la y Medina cita un total
de 72 casos en el período IS0S-1614. Resulta indudable que la actividad del
Tribunal en sus primeros treinta años se centró de modo preferente en otro
tipo de delitos, como las proposiciones heréticas y las blasfemias2 30.
9
2
8
El aumento notorio ele los portugueses (que ademas eran de dudosa
ortodoxia) en las posesiones españolas de América llegó a preocupar a las
autoridades metropolitanas. Estas, a pesar de la actitud tolerante que habían
tenido con los marranos por los beneficios económicos que esperaban obte­
ner, dictaron órdenes de expulsión de los extranjeros establecidos en América
con mención específica a los portugueses y conversos. Al respecto se puede
citar la Real Cédula de 17 de octubre de 1602 dirigida a las autoridades de
Charcas: “l ie sido informado que van siendo de mucha consideración los
inconvenientes que se siguen y podrían seguir de pasar y residir en los
puertos y partes de esas provincias tantos extranjeros y especialmente hay mu­
chos portugueses que han entrado por el río de la Plata y otras partes con los
navios de los negros y cristianos nuevos y gente poco segura en las cosas de
nuestra santa fe católica, judaizantes, y que en los más puertos de las Indias
hay mucha gente de esta calidad... procuréis que se limpie la tierra de esta
gente y que a costa de ellos mismos los hagáis salir de la tierra y de las Indias
por el daño que hacen e inconvenientes que se han experimentado..."31.
En esta actitud del gobierno peninsular influyó sin duda la opinión
del Santo Oficio que. a través de la Suprema, hizo notaren forma reiterada al
monarca los problemas que entrañaba la penetración de origen converso. A
la Inquisición de Lima le preocupaba en grado sumo la presencia de los
judaizantes portugueses; desde fines del siglo XVI hará presente sus inquie­

28 Ib id., cups. XIII y XIV.


29 Jaime Contreras, Las cansas ele f e en ¡a Inquisición española: 1540-1700. Análisis de una
estadística. Ponencia presentada al simposium interdisciplinario de la Inquisición Medieval y
Moderna, Copenhague, 1978. copia dactilográfica.
30 Ibid.
31 hóhm , up. cit., pp. 34 y As.
tudes al respecto ante la Suprema32, y, como hemos visto, iniciará una activa
represión de ellos. Incluso, por la documentación existente, da la impresión
que el Tribunal se mostró reacio a cumplir con el Breve del Papa Paulo V de
23 de agosto de 1604, que perdonaba el delito de judaismo a los marranos
(este perdón se había obtenido a través de la Corte española después de un
donativo de los conversos de 1.800.000 ducados); la Suprema debió reiterar
las instrucciones sobre el cumplimiento del Breve ante reclamos que le llega­
ron del Perú33. Finalmente, parece que el Tribunal acató las instrucciones
puesto que hay una disminución de los procesados de 1606 en adelante; aún
más, después de 1610 (año en que la Corona pone término a las concesiones
que había hecho a los conversos portugueses) y hasta 1620-22 la actividad
del Tribunal ante los judaizantes es menos intensa que a fines del siglo X V I34.
Pero, por otra parte, lo anterior no significa que el Tribunal haya dado
por superado el problema de los judaizantes y la penetración portuguesa. La
creación del Tribunal de Cartagena de Indias en 1610 obedece en buena
medida a la preocupación de los inquisidores de Lima por esa cuestión3'". Lo
mismo puede señalarse respecto a la abundante correspondencia con el
comisario de Buenos Aires sobre el control de la población de origen portu­
gués36. Por último, también puede mencionarse como una manifestación del
estado de alerta en que estaba el Tribunal frente a esta materia un edicto de
1621 que prohibía la circulación de la O vcindina, libro publicado en 1619
por Pedro Mexía de Ovando; era ésta una obra de carácter genealógico y fue
prohibida fundamentalmente por hacer figurar como familias nobles a varias
que tenían tacha de limpieza por su ascendencia conversa37.
A partir de 1622, coincidiendo con esa mayor preocupación que seña­
lábamos, se reactiva la represión contra los falsos conversos. Esta etapa cul­

Birckel, op. cit., tomo V, p. 277. También, carta dd inquisidor Ordóñez citada en nota (201
(supra).
33 Birckel, op. cit., tomo V, pp. 278 y 279.
34 Medina, Lima..., op. cit., tomo I. cap. XV, y tomo II, cap. XVI. También Lucía García de
Proodian, Losjudíos cu América. Sus actividades cu tos virreinatos de Nitei ’a Castilla y Xuei 'a
Granada. S. XVI , Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Arias Montano,
Madrid, 1966, índice documental.
33 Medina, Cartagena..., op. cit., pp. 35 y 36.
36 Medina, Provincias del Plata, op. cit., pp. 158 y ss.
37 Antonio Rodnguez-Moñino, ‘ Pedro Mexía de Ovando, cronista de linajes coloniales”; en
Relieves de erudición (del Amadís a Coya), editorial Castalia, Madrid, 1959. Tam bién Julio
Caro Baroja. Los judíos en la España Moderna y Contemporánea, ediciones Istmo, Madrid,
1978, tomo III, p. 349-
mina en el auto ele fe de diciembre de 1625 en que salieron catorce judaizantes,
tres de los cuales fueron relajados.

3. El proceso en torno a “la gran complicidad” de 163538


Tras el auto de fe de 1625 decrece durante varios años la represión
sobre los falsos conversos; posiblemente esto obedece, en parte, a una acti­
tud más cuidada de los propios judaizantes y a una reorientación de la acti­
vidad inquisitorial hacia otro tipo de delincuentes: los hechiceros. En 1629 el
Tribunal publicó un edicto especial contra esa clase de herejes y un número
importante de ellos fue procesado entre 1650 y 1631; también parece que la
actitud del Tribunal de Lima se encuadra dentro de una política general de
compromiso con los marranos portugueses seguida por la Corona (contrata­
ción de a sien tos v;), que culmina en la concesión de un indulto temporal que
paraliza por un tiempo la actividad inquisitorial,l1. A pesar de lo anterior,
durante esos años, en Lima, no faltaron algunos reos que fueron acusados y
condenados por judaizantes11.
El Tribunal, aunque estaba centrado en otros delitos, seguía atento al
problema de la penetración portuguesa y de los falsos conversos. Bastó una
denuncia para que se hicieran diversas y sigilosas pesquisas que culminaron
en el más grande proceso inquisitorial realizado por el Tribunal. Difícil resul­
ta saber con exactitud las motivaciones que tuvo el Tribunal para desencade­
nar una acción de esa naturaleza, que conmovió a la sociedad limeña y que
incluso dio origen a represiones más o menos similares en Cartagena de
Indias. Por la documentación conocida y por las tendencias que muestra la*3 1
40
9

- Los detalles del proceso en Medina. Lima.., op. cit.. tomo II. cap. XVIII. También, Paulino
Castañeda y Pilar Hernández, Im Irujitisicióti de Unía. edil. Deimos. i. II, Madrid, 1995, cap.
XIV. Una versión resumida de los acontecimientos en Seymour B. Liebman, “The great
conspiracy in Perú", The A meneas. vol. XXVIII, N° 2, 1971.
39 Antonio Domínguez O rtiz. Política y Hacienda de l ’elipe l\\ Editorial de Derecho Financiero,
Madrid, 1960, pp. 129 y ss.
40 Ib id., p. 130. F.1 indulto temporal se les concedió el 20 de junio de 102^; en él se establecía
que los conversos portugueses “podían confesar sus culpas contra la fe y ser reconciliados
sin otra pena".
41 Medina, Urna . . . . op. cit.. tomo II, pp. 42-43 V 101. Por lo demás, en los tribunales de la
península, en la misma época, nunca dejan de aparecer causas de judaizantes; al respecto
ver Joan Fierre Dedieu, “Les causes de foi de l'Inquisition de Toléde (1483-1820), Mélanges
de la Casa de Velázqnez. París, tomo XIV, p. 171.
actividad inquisitorial en España en esos años, no se ve con claridad que la
acción del Tribunal limeño haya respondido a unas directrices emanadas de
la Suprema en orden a acentuar la represión contra los judaizantes. Según las
investigaciones de Jaime Contreras, se detectan en el siglo X V II tres fases
significativas en la persecución de esos herejes: 1615-1625, 1640-1650 y 1655-
1Ó7042*4; de esto se desprende que las persecuciones efectuadas en Lima entre
1635 y 1636 quedan un poco al margen de la segunda fase que se da en la
península y que está muy relacionada con la separación de Portugal y la
caída del Conde Duque de Olivares. En todo caso, creemos que por ahora,
en lo que se refiere a la acción del Tribunal de Lima, no pueden descartarse
unas posibles orientaciones de la Suprema respecto a los falsos conversos'*3.
Por otra parte, también es factible que la represión limeña haya sido
producto de la propia iniciativa de aquel Tribunal. Pudo haberse iniciado
como uno más de los tantos procesos que instruía y que, al percatarse de sus
ramificaciones, decidió continuar hasta el final sin importarle las consecuen­
cias. Hay que tomar en cuenta la actitud de permanente alerta en que estaba
el Tribunal ante la numerosa presencia de portugueses, por las fundadas
sospechas sobre su ortodoxia. Varios de los reos de la gran complicidad se
habían establecido en Lima pocos años antes de su detención. Por lo tanto,
es posible que en los años posteriores a 1625 se haya producido la llegada
de una nueva oleada de portugueses, que habría sido la que, finalmente,
motivó la acción inquisitorial1*. Con todo, no es menos cierto que entre los

42 Contreras, op. cií.


13 Cabe hacer notar que Julio Caro Baraja, Losjudíos,.,, op, cií., tomo I, p. 3, utilizando referencias
del tribunal de Toledo, considera el período 1630-1640 como uno de los de más fucile
persecución contra los judaizantes. Según las estadísticas elaboradas por [can Fierre Dedieu
para el mismo Tribunal (“Les causes...” op. cií., p. 171), entre 1630-1640 también existió un
repunte de la represión inquisitorial contra aquellos herejes, aunque sería mucho menos intensa
que la de los años 1651-1660. Desde otro punto de vista, también podría considerarse que la
represión limeña, como lo señala Gonzalo de Reparaz, forma parte de una tendencia al
agravamiento de las relaciones entre portugueses y castellanos que habría precedido a la
independencia de Portugal; al respecto, ver Gonzalo de Reparaz, "Los portugueses en el virreinato
del Perú durante los siglos XVI y XVII”, Mercurio peruano, num. 472, Lima, 1968, p. 32.
44 Los inquisidores de Lima, en carta del 18 de mayo de 1636 al Consejo, dando cuenta de la
complicidad, señalan que desde hacía unos seis a ocho años había entrado al Perú un gran
número de portugueses (Medina , Lima..., op. cií, tomo II, p. 48). Por otra parte, también debe
considerarse que en 1628 Felipe IV otorgó, a los conversos portugueses, libertad para comerciar
y establecerse en los dominios españoles; esto habría favorecido el paso y establecimiento en
las Indias de un buen número de ellos (Caro Baraja , op. cií., tomo II, p. 64).
reos que salieron en el auto de 1639 se encuentran bastantes que llegaron a
Lima antes de 1625 n; empero, los que llegaron con posterioridad a ese año
se vincularon a los anteriores por afinidades económicas y religiosas y fue­
ron los que dieron motivo a la represión; ésta se inicia con la detención de
Antonio Cordero, Antonio de Acuña y Diego López de Fonseca, que lleva­
ban menos de dos años en Lima cuando fueron detenidos45 46*; a éstos los
perdió la falta de sigilo que tuvieron en la práctica de sus costumbres judaicas,
tal vez por no haber tenido oportunidad de conocer la actividad represiva
del Tribunal de Lima.
Ese atan por llegar hasta el final que mostró el Tribunal y que desarti­
culó casi completamente la colonia de falsos conversos de Lima, puede ha­
ber obedecido no sólo al celo religioso de los inquisidores, sino también a
motivaciones más materiales, como podrían ser los intereses económicos. Es
evidente que los inquisidores, luego de la detención de los primeros implica­
dos, se dieron cuenta de las importantes fortunas que aquéllos manejaban y
no es ilógico suponer que trataran de sacar provecho de esa situación.
De acuerdo con el modo de proceder inquisitorial, se le secuestraban
los bienes a todo acusado de herejía antes de ingresar en las cárceles secre­
tas y, si luego era condenado, aquéllos se le confiscaban y pasaban a formar
paite de la hacienda del tribunal respectivo. Los caudales provenientes de
las confiscaciones eran una de las fuentes de ingresos que poseían los tribu­
nales para financiar sus gastos de funcionamiento. La Inquisición de Lima, al
igual que los otros tribunales americanos, desde su establecimiento en 1370
había tenido problemas económicos17. La Corona, a través de las Cajas Rea­
les, le entregaba 10.000 pesos ensayados anuales para pagar los sueldos de
los inquisidores, del fiscal y de un ministro subalterno; empero, el Tribunal
debía hacer trente, con sus propios recursos, a los gastos que implicaban los
salarios de los demás funcionarios, el mantenimiento de los edificios y otras
obligaciones. Lo ingresado al Tribunal en sus primeros cincuenta años por
concepto de confiscaciones fue poco significativo. Con esos aportes nunca
pudo formar un capital lo suficientemente importante como para obtener
rentas que le permitieran financiarse sin sobresaltos a través de la imposición
de censos48. La estrechez presupuestaria de la tesorería inquisitorial no sólo

45 Manuel Bautista Pérez y Sebastián Duarte, entre otros.


46 Medina. Linter,., op. cit., tomo II, pp. 48 y ss.
1 Maurice Birckel, op. cit., tomo V. pp. 228 y ss.
48 íbici., pp. 237 y ss.
provocaba situaciones deficitarias con cierta frecuencia, sino que también
limitaba las posibilidades de crecimiento del aparato burocrático del Tribunal
al que aspiraban los inquisidores. Por otra parte, a éstos les incomodaba la
dependencia que tenían de las autoridades reales como consecuencia de la
subvención que entregaba la Corona para el pago de sus salarios; el Tribunal
de Lima nunca se mostró dispuesto a admitir el menor control de los oficiales
reales sobre su contabilidad, a pesar de estar así señalado por Cédula Real19.
Aunque la situación financiera del Tribunal mejoró en forma notoria a
partir de 1625 (como consecuencia de las confiscaciones efectuadas a un
grupo de judaizantes y de la puesta en práctica del sistema de la “canonjía
supresa”), aquél, hacia 1635, aún estaba lejos de poseer un capital que por
su magnitud generara unos ingresos anuales que le dieran estabilidad e inde­
pendencia económica y que, al mismo tiempo, le permitiera llevar a efecto
sus planes de ampliación de la plantilla y de mejoramiento de su infraestruc­
tura material.
Por otra parte, y hasta cierto punto relacionado con el tipo de motiva­
ciones que estamos analizando, es posible que más de algún funcionario
haya visto en “la gran complicidad” una inmejorable ocasión para obtener
utilidades económicas personales, ya sea a través del cobro de los derechos
correspondientes por el desempeño de sus funciones o simplemente por
medio de acciones fraudulentas.
Ilarry Cross sostiene que la acción inquisitorial de 1Ó35 contra los
judaizantes responde a los intereses del Tribunal del Consulado y de los
grandes comerciantes limeños que se sentían muy afectados en sus activida­
des (varias quiebras se habían producido a comienzos del siglo X V II) por la
competencia desleal (contrabando) que realizaban los mercaderes portugue­
ses. En la medida que el Consulado no habría encontrado acogida en la
Corona para obtener la expulsión de aquella comunidad, recurrió a la inqui­
sición. con la que tenía estrechos vínculos, dada la pertenencia a ella de
muchos comerciantes y socios en calidad de familiares50.

,9 ¡hiel., lomo VI. p. 338. El control de los oficiales reales sobre la contabilidad que los tribunales
llevaban de las confiscaciones, penas y penitencias, estaba ordenado en la ley XII. lib. I, tic.
XIX. de la Recopilación ele Leyes de h u í i as.
V) Harry Cross, “Commerce and orthodoxy”, op. cit., pp. 155 y ss. Yara Nogueira Monteiro, en
“Os portugueses e a acao inquisitorial no Perú: aspectos de una perseguí cao política"
í Incjuisigcio: EnsaiossobreMentaliclacle, heresiase Arte. I Congreso internacional de InquisiQáo.
Universidade de Sao Paulo. Maio, 1987. Rio de Janeiro, 1992), sostiene que la represión
Con todo, el autor ele esa hipótesis no aporta testimonios directos que
permitan probarla. Los únicos elementos en los que se basa corresponden a
una nómina de comerciantes que eran familiares del tribunal, al hecho de
que los representantes del Consulado ocuparan lugares de privilegio en los
autos de fe y a las referencias que hacen funcionarios del Tribunal, en la
correspondencia con la Suprema, a las exitosas actividades mercantiles que
realizaban los encausados. En suma, nada sustancial y lodo a partir de fuen­
tes secundarias. No descartamos que pudo darse algún tipo de influencia del
gremio de comerciantes sobre el Tribunal para que activara la represión y la
llevara hasta el fin. Pero por ahora no contamos con documentos que prue­
ben ese hecho. Por otra parte, debe considerarse que el Tribunal no necesi­
taba de incentivos externos para llevar una represión en gran escala de los
judaizantes. Estaba atento al problema de la migración portuguesa desde
hacía varios años. Se sabía por la experiencia peninsular que normalmente
se desenvolvían en comunidad y que los secuestros de sus bienes podían
resultar muy suculentos. Aun mas. siendo ya lo anterior de por sí incentivador
de la acción inquisitorial, habría que añadir las instrucciones de la Suprema
al Tribunal de Lima para que tuviese especial preocupación por la hacienda
de los judaizantes detenidos. Fueron emitidas el 22 de octubre de 1Ó35,
pocos meses después de haberse encarcelado a los primeros reos de la
conspiración y en ellas se advierte a los inquisidores que los “portugueses de
la nación ocultando las haciendas y libros y siendo mucho caudal que mane­
jan, no se les halla cosa de consideración al tiempo de los secuestros”. Se
agrega que en vista de esa situación una vez capturados se les tome declara­
ción sobre la hacienda que poseen y “juntamente se haga información del
crédito y opinión de la hacienda que cada uno presumiere que tiene y con­
forme a lo que se probare, procederéis a las diligencias que parecieren nece­
sarias hasta averiguar la verdad”. En suma, al decir de la Suprema, había que
evitar “los fraudes que hacen los de la nación en materia de hacienda", que
afectaban muy seriamente a los intereses del “real fisco de la Inquisición”*51.
El proceso se inició en agosto de 1634 con la denuncia realizada con­
tra Antonio Cordero. Fue ingresado en las cárceles secretas en abril de 1635,
y a partir de esa fecha fueron apresadas numerosas personas, la mayoría de

inquisitorial contra los judaizantes en el Perú se enmarca en el contexto ele las antiguas
rivalidades luso-españolas y que el Tribunal de Lima actúa en armonía con la política seguida
al respecto por la Corona.
51 ANCH, Inquisición, vol. 39S. f 29 y 30. Carlas acordadas de 22 de octubre de 1635.
Por linaje de hebreos. Dibujo de Goya. Museo del Prado.

ascendencia portuguesa. El proceso culmina en el auto ele fe celebrado


en enero de 1639. En él salieron 63 judaizantes; siete abjuraron “ele vehementi”,
44 fueron reconciliados, siete fueron relajados en persona y uno en estatua.
4. Las confiscaciones
Con excepción de dos. todos los judaizantes que salieron en el auto
de fe de 1639 eran comerciantes"'2. Entre ellos había hombres de gran fortu­
na, que realizaban empresas comerciales de envergadura, junto a medianos
y pequeños comerciantes, algunos de los cuales ni siquiera tenían tienda,
dedicándose a la venta ambulante. Copaban casi exclusivamente la denomi­
nada calle de los mercaderes; algo similar ocurría con los locales del “calle­
jón'’ y con los cajones que se arrendaban en la plaza pública de Limax\
La figura más prominente era Manuel Bautista Pérez, que, a pesar de
ser natural de Sevilla'"*, tenía ascendencia portuguesa y se había criado en un
pueblo cercano a Coimbra-, llega a Lima entre 1620 y l622*v* en compañía de
su socio y futuro cuñado Sebastián Duarte.
En un lapso de tiempo muy breve se transformó en uno de los grandes
comerciantes peruanos, ganándose la confianza y amistad de personas muy
influyentes en la sociedad virreinal. El famoso banquero Juan de la Cueva,
que sufrió una espectacular quiebra en mayo de 1635, le tenía por uno de
sus amigos*1'1. Era “estimado de eclesiásticos, religiosos y seglares, dedicábanle
actos literarios, aun de la misma Universidad Real, con dedicatorias llenas de
adulación y encomios, dándole los primeros asientos”57. No cabe duda que
Manuel Bautista Pérez era una figura bastante excepcional; poseía una im­
portante biblioteca de 157 títulos, en la que predominaban las obras históri­
cas (especialmente sobre Portugal y dominios de la Corona española), litera­
rias y religiosas y en la que también había otras más relacionadas con su
actividad comercial (gramática, lingüística, comercio y contabilidad)58; ade­
más poseía una pinacoteca formada por “ 13 lienzos de pintura al óleo; 26
países al temple (y) 86 cuadros de devoción”*19. Merced a su condición de

52
No hemos considerado a doña Mayor de Luna y a doña Isabel Antonia, madre e hija
respectivamente y esposas de comerciantes.
53 Medina, Unid..., up. cit., tomo II, p. 48. Cía reía de Proodian, op. c i t p. 101, nota.
5-í
Boleslao I.ewin, Fl Santo O ficio en América y el más grande proceso inquisitorial en el Perú,
Sociedad Hebraica Argentina, Buenos Aires, 1950, pp. ISO y 151.
55
Repara z , Os portugueses..., op. cit, pp. 87 y 12!.
56
María Hncarnación Rodríguez Vicente, ‘‘Juan de Cueva; un escándalo financiero en la Lima
virreinal", M ercurio peruano, núm. 454, Lima, 1965, p. 108.
57
Medina, Lima..., op. cit., tomo II, p. 150.
58
Reparaz, Os portugueses..., op. cit., pp. 105 a 109.
59
ib id., p. 105.
hombre rico, culto y religioso llegó a transformarse en el jefe espiritual ele la
comunidad de judaizantes; entre sus miembros era conocido con el nombre
de Capitán Grande o Nuestro Padre60. Fue relajado en persona, junto a su
cuñado. Al momento de su muerte tenía cuarenta y seis años de edad.
Manuel Bautista Pérez, antes de establecerse en Lima, se dedicaba al
comercio negrero entre Guinea y las Indias españolas (Cartagena y Nueva
España), actuando como armador y capitán de su propio navio61. Una vez en
Lima instala una tienda de ropa de Castilla en sociedad con Sebastián Duarte,
natural de Montemayor (Portugal). No obstante, su principal actividad será
siempre la trata de esclavos.
De la documentación inquisitorial se desprende que Manuel Bautista
Pérez mantenía relaciones comerciales con Lisboa, Sevilla, Luanda, México,
Veracruz, Guatemala, Panamá, Cartagena, Potosí y Santiago de Chile. En el
Perú mismo sus relaciones abarcaban Cañete, Huamanga, Moquehua, lea.
Pisco, Arequipa y Arica. Actuaba como consignatario de comerciantes esta­
blecidos tanto en la península como en América. Así, por ejemplo, recibía
mercaderías de los hermanos Gaspar y Alfonso Rodríguez Pasariños, impor­
tantes banqueros sevillanos que, al poco tiempo, también caerán en manos
de la Inquisición62; de Simón Váez de Sevilla (vecino de México); de Manuel
Fonseca Enríquez (vecino de Cartagena); de Antonio Justiniano (vecino de
Guatemala); de Bernabé Sánchez Garlón (vecino de Cartagena); de Sebastián
Váez de Acevedo (vecino de México); de Francisco de Lóp ez (vecino de
Sevilla), y de Francisco Díaz (vecino de Panamá)636 4*. En algunas ciudades
tenía sus propios agentes, como es el caso de Antonio Nunes Gram axo y de
Duarte de León en Cartagena61. A veces enviaba una persona de su confian­
za a comprar mercancías directamente a los grandes centros comerciales;
entre 1626 y 1631 su cuñado fue dos veces a Cartagena a comprar esclavos6"*
y en 1631 comisionó a Simón Váez Enríquez para que fuera a Sevilla por
mercadería66. Entre los productos que comerciaba, aparte de los esclavos, se

60 Medina, Lima..., op. cit., tomo II, p. 150.


61 Reparaz, op. cit., p. 121.
62 Henry Kamen, La Inquisición española, ediciones Grijalbo, Barcelona, 1977, p. 236.
63 ANCH, fondo Vicuña Mackenna, vol. 78 (I).
64 Ih id . , nota [591, pp. 88 y 105.
63 Rolando Méllale, La introducción de la esclavitud negra en Chile. Tráfico y rutas. \Jniversiclad
de Chile, Santiago, 1959, p. 171.
ANCH, fondo Vicuña Mackenna, vol. 78 (I).
destacan las perlas, joyas, algalia, tinta de añil, ropa de Castilla y ropa de
China6 . Manuel Bautista Pérez, además de vender directamente en su tien­
da, entregaba mercaderías a pequeños comerciantes para que la distribuye­
ran en el virreinato08. Podemos formarnos una idea acerca de la envergadura
de sus negocios, deteniéndonos en la relación de una compra de esclavos
que efectúa en Cartagena en 1631, a través de su cuñado Sebastián Duarte.
En esa operación adquirió 4~3 esclavos, de los cuales 324 eran varones y 149
hembras; por ellos pagó 42.473 pesos 4 reales al contado y 57.282 pesos 4
reales en un plazo que vencía en la fecha de la armada de 1632 y 30.312
pesos que debían hacerse efectivos en la fecha de la armada de 1633. Por lo
tanto, en total pagó por esa compra 130.495 pesos69.
El secuestro de los bienes de Manuel Bautista Pérez y de su socio
alcanzó a 462.615 pesos; esa suma logró reunirse luego de múltiples y engo­
rrosas cobranzas, debido a la extensión y magnitud de sus operaciones co­
merciales. Este último hecho también explica la existencia de numerosos
acreedores, que exigieron la satisfacción de las deudas que los reos habían
contraído; como consecuencia de ello, y de los gastos que ocasionó la ali­
mentación de los encausados, el tribunal debió pagar 249.746 pesos. En
definitiva, lo que realmente les fue confiscado sumó 212.869 pesos70.
Otros comerciantes importantes eran Diego López de Fonseca (natu­
ral de Badajoz y de cuarenta y dos años de edad) y su socio Antonio de
Acuña (hijo de portugués, natural de Sevilla y de veinte años); Fernando de
Espinosa el Largo (portugués de treinta y cuatro años); Manuel de Espinosa
(natural de Almagro, hijo de portugués, de treinta y dos años); Enrique de
Paz y Meló (portugués, de treinta y cinco años); y Jorge de Silva (portugués,
de treinta y tres años).
Diego López de Fonseca y Antonio de Acuña llegaron a América en
1633 como comisionistas de diversos comerciantes sevillanos de origen por­
tugués (por la venta de ropa y por las cobranzas percibían de comisión 6 y 26 *
78

67 Ibicl., vol 78 (I) y (II).


68 ANCM, fondo Inquisición, vol. 351, Ibis. 15 a 105.
6V ANCH, fondo Vicuña Mackenna, vol. 78 (II), fols. 1279 a 1280.
0 Ver apéndices. Las caniidacles por concepto de secuestros y confiscaciones, en este y en los
demás casos, no coinciden con las que presenta Alfonso Quiroz, "La expropiación inquisitorial
de cristianos nuevos portugueses en Los Reyes, Cartagena y México, 1635-l6*i9", Histórica,
vol. X, N" 2, 1986. Ello se debe a que este autor no dispuso de las cuentas oficiales y
sistematizadas por el receptor del Tribunal referentes a los judaizantes que salieron en el
auto de fe de 1639.
por ciento respectivamente). Estuvieron primero en Portobelo y, por no ha­
ber podido vender todo lo que traían, luego pasaron a Lima, instalándose
con una tienda frente al colegio de la Compañía de Jesús (en Portobelo
vendieron mercaderías por valor de 200.000 pesos y realizaron cobranzas
por 30.000; en Lima alcanzaron a vender cerca de 24.000 pesos). En ella
tenían como empleado a Antonio Cordero, que, como hemos señalado, fue
la primera persona detenida por el Tribunal y la que, con sus confesiones,
hizo posible que se desencadenara la gran represión contra la comunidad de
judaizantes. A ambos socios el Santo Oficio les secuestró 80.268 pesos y 3
reales; sin embargo, la mayor parte de esa suma, específicamente 73-407
pesos, fue remitida a la metrópoli por orden de la Suprema para ser entrega­
da a sus efectivos propietarios, vale decir los comerciantes de Sevilla que
habían actuado como habilitadores; con el resto del dinero secuestrado se
pagó la alimentación de los reos y sus deudas; para el Tribunal sólo quedó
un saldo de 1.924 pesos7172.
Fernando de Espinosa el Largo poseía tienda en la calle de los merca­
deres, en sociedad con Lucas Hurtado de la Palma, que al parecer no era
judaizante. Espinosa había quebrado pocos días antes de su detención, que
se produjo el 16 de abril de l6367i; tal vez la quiebra fue consecuencia de las
prisiones con secuestro de bienes que el Santo Oficio llevaba a cabo desde
1635. A este comerciante se le secuestraron bienes por 55.622 pesos, pero,
por concepto de deudas, el tribunal debió pagar a los acreedores un total de
54.406 pesos, quedándose sólo con 1 . 2 1 6 (véanse apéndices).
Manuel de Espinosa residía en Lima y realizaba continuos viajes de
negocios. En sus actividades actuaba asociado con sus hermanos Antonio y
Jorge; este último fue apresado en Panamá, a donde había ido por encargo
de Manuel para comprar mercaderías en la feria de Portobelo; para tales
efectos le habían sido entregadas ocho barras de plata, “que parece valieron
10.035 pesos", y un cajón de 2.400 reales de a ocho73. A Manuel de Espinosa
se le secuestraron un total de 49.965 pesos y 4 1/2 reales, y por concepto de

71 Ibid. También Medina, Lima..., op. cit., tomo II, pp. 51-54-129 y 146. Repara/., op. c ii.t pp.
122 y 123. Entre los comerciantes sevillanos habilitadores de López y Acuña, se encuentran
Gaspar y Alfonso Rodríguez Pasariños, Jorge de Paz da Silveira, Henrique de Andrade,
Francisco Antunes, Simón Rodríguez Bueno, Francisco de Silva, Manuel Pereira y Mencía de
Andrade, viuda de Simón Fernández.
72 Medina, Lima .... op. cit., tomo II, pp. 68 y 135.
73 Reparaz , op. cit., p. 129. Medina, Lima ... op. cit., lomo II, pp. 55 y 145.
deudas y gastos de alimentación el tribunal pagó 6.327 pesos, quedándose
libre la suma de 43-638 pesos (apéndices). Al igual que otros comerciantes
de ascendencia portuguesa, sus negocios se orientaban de modo preferente
a la trata de esclavos"1.
Jorge de Silva traía mercaderías y esclavos desde Portobelo, que distri­
buía por gran parte del territorio peruano. Hay referencias documentales
sobre negocios efectuados por él en Huara, Trujillo, Cañete, Pisco, lea y
Arequipa. Un hermano suyo. Juan Rodríguez Silva, actuaba como su agente
en la zona del istmo de Panamá. Sus actividades comerciales eran de bastan­
te envergadura y en la trata de esclavos pasaba por ser un serio competidor
de Manuel Bautista Pérez; al parecer, ofrecía la venta de piezas con mayores
facilidades de pago que este último*5 *7^. El secuestro de sus bienes fue el
tercero en importancia que realizó el tribunal entre los reos de la complici­
dad; en total cobró 162.267 pesos 5 reales y pagó a los diferentes acreedores
118.749 pesos 2 1/2 reales, quedándole la suma de 43.518 pesos 2 1/2 reales
(apéndices).
Enrique de Paz y Meló poseía tienda en la calle de los mercaderes en
sociedad con Francisco Gutiérrez Coca, que era familiar del Santo Oficio. Se
hacía pasar por natural de Madrid y además se había cambiado de nombre.
Era muy bien considerado en los círculos sociales de Lima. El volumen de
sus negocios era considerable y entre sus clientes, a los que entregaba mer­
caderías a crédito, se encontraban personajes de relieve, como el doctor
Diego Mexía, abogado del Santo Oficio; el obispo de Huamanga, Gabriel de
Zarate; el obispo de Arequipa, Pedro de Villagómez; el oidor de la Audiencia
de Lima, Dionisio Pérez Manrique; y el fiscal de la misma, Andrés Barahona
Yncinillas/<1. El tribunal le secuestró bienes por un total de 179-740 pesos y
1/2 real, empero debió pagar a sus diferentes acreedores la elevada suma de
176.349 pesos 7 1/2 reales, reduciéndose, en consecuencia, lo efectivamente
confiscado a 3 391 pesos. En todo caso su secuestro fue el más importante
realizado, aparte del de Manuel Bautista Pérez y su socio77.

71 García de Proodian, op. cit., pp. 466 y 467.


5 Ibid ., pp. 74-75 y apéndice 36. Reparaz, op. cit,, pp. 114-118-124 y 131. Medina, Lima.... op.
cit., tomo II, pp. 56 y 138.
7(1 Medina, Lima..., op. cit., tomo II, pp. 57 y 144. También García de Proodian, op. cit., pp. 457-
458 y 474.
Ver apéndices. Apane de los anteriores, también eran comerciantes de cierta importancia los
portugueses Antonio Gómez de Acosta (de cuarenta y ocho años) y Rodrigo Váez Pereira
Junto a estos comerciantes de cierta importancia fueron procesados
en esta complicidad un número considerable de personas de escasos medios
económicos, que se dedicaban al pequeño comercio o eran empleados de
aquellos otros. En este último caso se encuentran Antonio Cordero y Manuel
de la Rosa (empleados de Antonio Acuña y Diego López); el segundo de
ellos no tenía bienes y los del primero eran muy escasos (el tribunal le
secuestró 2.951 pesos 1/2 real); también podemos citar a Juan de Acevedo
(cajero de Antonio Gómez de Acosta, no poseía bienes) y a Pablo Rodríguez,
que trabajaba para Manuel Bautista Pérez y era pariente de su socio Sebastián
Duarte (le secuestraron 1.922 pesos 3 reales). Entre los pequeños comercian­
tes, varios de los cuales se dedicaban a la venta ambulante, están Mateo
Enríquez (se le secuestraron bienes por 1.197 pesos 1 real, debiendo pagar el
tribunal por alimentación y deudas 2.411 pesos); Mateo de la Cruz (se le
secuestraron 840 pesos 4 reales); Manuel Luis Matos (el secuestro de sus
bienes produjo 1.514 pesos 4 reales); Baltasar Góm ez de Acosta (sobrino de
Antonio Gómez, se le secuestraron 1.686 pesos 7 1/2 reales); Antonio Vega
(se le secuestraron 2.459 pesos 1 1/2 reales) y Manuel de Paz Estravagante
(se le secuestraron 2.818 pesos 7 reales)*78.
Por último, hay que mencionar a un núcleo de comerciantes que rea­
lizaba operaciones de mediana envergadura; casi todos ellos tenían tienda,

(de treinta y nueve años). El primero de ellos tenía relaciones comerciales con Tierra Firme
y Alto Perú; entre sus actividades se destacaban la trata de esclavos y la venta de lana de
vicuña, en la que aparece vinculado a Manuel Henríquez, que también fue apresado por
judaizante en 1635, aunque su causa se alargó hasta 1656. El producto de los bienes
secuestrados a Antonio Gómez alcanzó a 30.925 pesos, 3 reales. Por concepto de alimentación
en las cárceles secretas y cobranzas de acreedores el tribunal pagó 19.229 pesos, alcanzando
la confiscación a 11.695 pesos 6 1/2 reales. (Ver apéndices. Medina, Lima..., op. c it ., tom o II.
PP 55 y 130. Reparaz, op. cit., pp. 132 y 133. García de Proodian, op. cit., p. 466).
Rodrigo Váez Pereira estaba casado con Isabel Antonia Morón (hija de portugueses), que
también salió en el auto de fe de 1639; los padres de ella fueron igualmente procesados por
el tribunal. Váez tenía negocios en el Alto Perú, Cuzco y Huancavelica; estaba asociado con
sus primos Simón Fernández Tristán y Manuel de Paz Estravagante. A Rodrigo Váez se le
secuestraron bienes por 26.856 pesos 3 1/2 reales y el tribunal debió pagar a los acreedores
20.631 pesos 6 reales, quedándole 6.224 pesos 5 1/2 reales. (Ver apéndices. Medina, Unía...,
op. c/Y..torno II, pp. 55 y 151. Reparaz, op. cit., pp. 125 y 126).
78 Ver apéndices. La condición de hombres con escasos recursos económ icos no sólo estaba
dada por el monto de lo secuestrado, sino también por el tipo de actividad que realizaban y
que es reseñada por los inquisidores en documentos a la Suprema; al respecto, Medina,
Lima..., op. cit., tomo II, cap. XVIII. Hubo once condenados a los que no se les encontraron
bienes; ellos son:
algunos arrendaban cajones en la plaza pública de Lima y otros efectuaban
un comercio itinerante con la zona de Panamá; el producto de los secuestros
de que fueron víctimas fluctúa entre los 16.000 y 5.000 pesos. Entre estos
comerciantes podemos citar a Melchor de los Reyes (tenía cajón en la plaza
y le secuestraron 12.314 pesos i reales)70, a Francisco Nuñez Duarte y su
socio y hermano Gaspar Núñez (tenían tienda en la calle de los mercaderes),
a Bartolomé de León (pariente de Diego López de Fonseca y arrendatario de
tienda, por la que pagaba 230 pesos al año)80, a Luis de Lima (mercader
itinerante y hermano de Mateo de la Cruz) y a Amaro Dionis Coronel (había
llegado de Cartagena “con negocio propio y ajeno”), que tenía relaciones
con Manuel Bautista Pérez81.
En cuanto a los procesados por esta complicidad, también puede resul­
tar de interés destacar (antes de continuar con el análisis de las confiscacio­
nes) otros aspectos relacionados con las actividades que realizaban. Uno se
refiere a los vínculos de parentesco que se daban entre ellos. Así tenemos
que un buen número aparece formando sociedades con parientes; con todo,
este era un fenómeno que no sólo se daba en el caso de los comerciantes
conversos, pues existía una inclinación general en dicho sentido entre los
hombres de negocios, debido a la confianza que generaba ese tipo de vínculos;
no obstante, en lo referente a los judaizantes tal situación se veía acentuada
por su particular tendencia endogámica. Un ejemplo de esas negociaciones
lo encontramos en el caso de Manuel Bautista Pérez y Sebastián Duarte.*

Manuel de la Rosa, Juan de Acevedo, Amonio de Espinosa, Jorge de Espinosa, Tomás de


Lima, Domingo Pérez Montecid. Francisco Méndez, Manuel Méndez. Manuel González, Jacinto
de Acosta y Francisco Fernández (ANC1I, Inquisición, vol. 432, pliego 114). Es posible que
entre éstos e incluso entre los demás condenados haya algunos (como efectivamente los
hubo) que lograron esconder parte de sus bienes a los funcionarios del tribunal; sin embargo,
es difícil que se hubiese producido en un número importante de casos, debido a las
precauciones que por recomendación de la Suprema tomó el Santo Oficio al momento de las
detenciones y a las reiteradas instrucciones que se dieron a la población para que denunciara
situaciones de ese tipo.
79 Este reo escondió bienes propios y ajenos (de Enrique de Paz), pero el tribunal, finalmente,
encontró gran parte de ellos. Un caso excepcional es el de Pascual Núñez, dueño de un
cajón en la plaza, que nunca confesó el lugar en que escondió su hacienda (Medina, Lima....
op. cit.ytomo II, pp. 61 y 143).
HO
García de Proodian, op. cií., p. 473-
Hl
Medina, Lima..., op. cit„ tomo II, pp. 60-61-62-139-133 y 149. Reparaz, op. cit.„ p. 132. Entre
los encausados también figuran dos médicos, el famoso bachiller chileno Francisco Maldonado
de Silva, al que se le secuestraron 799 pesos 7 reales, y el licenciado Tomé Cuaresma, que
atendía a la comunidad judía y a quien se le secuestraron 22.631 pesos 7 1/2 reales.
Ambos socios, en cierto sentido, reafirmaban sus vinculaciones casándose con
dos hermanas, que a su vez eran primas de Manuel Bautista Pérez; pero, ade­
más, integran a sus negocios, como agentes, comisionistas o empleados, a
otra serie de parientes; tal es el caso de Pablo Rodríguez (medio hermano de
Sebastián Duarte), de Juan Rodríguez Duarte (sobrino de Sebastián Duarte y
que incluso vivía en la misma casa que éste compartía con Manuel Bautista
Pérez), de Luis de Vega (cuñado de Manuel Bautista Pérez, estaba casado
con una hermana de él) y de García Váez Enríquez (hermano de la mujer de
Manuel Bautista Pérez)82.
También es posible apreciar entre estos reos ese espíritu de grupo
propio de los judeoconversos, que aquí se manifiesta en una fuerte propen­
sión a asociarse casi exclusivamente con personas de su mismo origen. Aquella
característica puede haberse fortalecido en esta oportunidad merced a las
relaciones de paisanaje y a la comunión religiosa; hemos detectado sólo dos
casos en que judíos portugueses forman sociedad con cristianos viejos83.
Por último, nos parece importante señalar el nivel de endeudamiento
de estos mercaderes. De los papeles inquisitoriales se desprende que opera­
ban de modo preferente con el sistema de consignaciones o recurriendo
ampliamente al crédito. Según los inquisidores, “atravesaban una flota entera
con crédito que se hacían unos a otros, sin tener caudal de consideración y
repartían con la ropa sus factores, que son de su misma nación, por todo el
reino"848*. Esta situación queda de manifiesto al momento de las confiscacio­
5
nes y, de manera especial, al plantearse los concursos de acreedores; por
ejemplo, en el de Manuel Bautista Pérez los deudores pasaban de 400 y los
acreedores de 1008\ La gran diferencia que se produce entre el monto de lo
secuestrado a los reos y lo efectivamente ingresado en las arcas del tribunal
obedece a esa particular forma de actuar de estos comerciantes.

h“ Medina. Lima..., op. cit ., tomo II, cap. XVIII. También podemos citar el caso de los hermanos
Espinosa; Manuel, Antonio y Jorge, que junto con el primo Fernando Espinosa Hstévez,
tenían estrechas relaciones comerciales.
H- Se trata de Enrique de Paz y Meló, que era socio de Francisco Gutiérrez Coca, familiar del
Santo Oficio, y de Fernando Espinosa el Largo, socio de Lucas I lurtado de la Palma (Medina,
Urna..., op. cit., tomo II, pp. 57 y 68).
8Í Medina, Lima..., op. cit., tomo II, p. 48.
85 ANCH, Inquisición, vol. 331, fols. 75 a 103 y 153 a 163- También ANP (Archivo Nacional del
Peni), sección Inquisición, siglo XVII, Icg. 39, sin foliar. Abecedario de las personas que
entregaron plata al receptor Pedro Osorio del Odio p o r cuenta de lo que debían a la hacienda
de Manuel Bautista Pérez conforme a los recibos que... en los autos del secuestro de la dicha
hacienda.
Según la documentación oficial del Tribunal de Lima (disponible hasta
1649), al conjunto de los judaizantes condenados en el auto de fe de 1639 le
fueron secuestrados 1.297.4 10 pesos, de los cuales se pagaron a los acreedo­
res y se gastaron en alimentación de los reos un total de 896.285 pesos y 3
reales86. En definitiva, el tribunal percibió por concepto de confiscaciones
401.124 pesos 6 1/2 reales; esta suma fue recaudada entre los años 1635 y
1649 por los receptores Pedro Osorio y Esteban Ibarra; el primero de ellos,
hasta el 23 de julio de 1642, ingresó en arcas inquisitoriales 315.386 pesos, y
el segundo, hasta finales de 1049, logró colectar 85.738 pesos.
El total de lo secuestrado es a todas luces una cifra importante. Sin ir
más lejos, es superior al monto que habría alcanzado la quiebra del reputado
banquero Juan de la Cueva en 1635, que trastornó notoriamente el comercio
virreinal8 . Otro indicio acerca de la significación de los secuestros nos lo po­
demos formar comparándolos con las cifras que registran las remesas de me­
tales preciosos enviados desde Lima a la metrópoli por las Cajas Reales; el total
de lo secuestrado a los judaizantes es, más o menos, equivalente a las remesas
enviadas anualmente entre los años 1616-1619 y 1627-1630, y es inferior en
cerca de un millón de pesos a las que se remiten entre 1637 y 163988.
La magnitud de las cifras de los secuestros explica, en gran medida, la
preocupación que manifestaron las autoridades virreinales frente a la com­
plicidad. El propio virrey conde de Chinchón compara esa incidencia, por el
daño que habría reportado, con el hundimiento de la Armada89. Asimismo,
la Real Audiencia, en carta de 18 de mayo de 1636, señalaba que “con oca­
sión de las haciendas que se han embargado ha quedado tan enflaquecido el
comercio que apenas pueden llevar las cargas ordinarias”90.
Por otra parte, si bien el monto de lo secuestrado es considerable, no
ocurre lo mismo con lo efectivamente confiscado. La cantidad de 401.124

Hí> AHN, sección Inquisición, le#. 4.797. exp. 6, informe del tribunal sobre las confiscaciones a
los judaizantes que salieron en los autos de fe de 1639 y 1641, según las cuentas del receptor
Pedro Osorio. También ANCH, Inquisición, vol. 339 y 435, cuentas de la receptoría del
Tribunal de Lima de los años 1642-45 y 1645-49. Ver apéndices.
hi Según Encarnación Rodríguez Vicente, op. cit., p. 109, la quiebra habría alcanzado a 1.068.248
pesos.
88 Carmen Báncora Cañero, “Las remesas de metales preciosos desde el Callao a España en la
primera mitad del siglo XVII”, Revista de Indias, núm. 75, 1959, páginas 85 y 86.
h<; Relaciones de los virreyes v Audiencias que han gobernado el Perú (Relación del conde de
Chinchón), imprenta de M. Rivadeneyra, Madrid, 1871, tomo II, p. 89.
,Ji’ Medina, Lima..., op. cit., tomo II, p. 67.
pesos 6 1/2 reales no parece tan importante, sobre tóele; considerando la
gran diferencia existente con respecto a la suma generada por los secuestros.
Lo que en último término ingresó en las arcas inquisitoriales equivale sólo al
30,91 por ciento de lo secuestrado.
Con todo, si esa suma la comparamos con los ingresos por confisca­
ciones obtenidos por algunos tribunales peninsulares de los que poseemos
información, no resulta pequeña y, por el contrario, puede decirse que es de
gran magnitud. Así, por ejemplo, el tribunal de Córdoba, entre los años 1652-
1655, que corresponden a un período de intensa represión del cripto-judaís-
mo, obtuvo 191.544 pesos91. A su vez, el tribunal ele Llerena recaudó 154.491
pesos entre los años 1706 y 1727, que coinciden con la última gran persecu­
ción de judaizantes en España92. Las cifras que da Henry Kamen sobre otros
tribunales son inferiores a las ya citadas, aunque todas se refieren al siglo
XVI y a una etapa de actividad inquisitorial relativamente escasa ( i 535-1543)93.
A pesar de lo anterior, las confiscaciones limeñas de “la gran compli­
cidad" no resisten una comparación con las que sufrieron algunos asentistas
y grandes hombres de negocios judío-portugueses en tiempos de Felipe IV.
En efecto, al asentista Manuel Fernández Pinto, en 1 6 3 6 , se le habían confis­
cado 300.000 ducados (412.500 pesos)94. Al comerciante de Granada Diego
de Saravia le embargaron más de 250.000 ducados (343.750 pesos)95. A los
ya citados Gaspar y Alfonso Rodríguez Pasariño, el Santo Oficio les confiscó
más de 100.000 ducados (137.500 pesos)96.
No cabe duda que el Tribunal de Lima desembolsó por concepto de
alimentación y deudas de los reos la cifra que figura en sus cuentas; éstas
fueron debidamente revisadas y aprobadas por los contadores e inquisidores
del tribunal y por el contador general de la Suprema97; además, resulta muy
poco probable la adulteración de las cuentas, por cuanto habría sido necesa­
ria la falsificación de algunos concursos de acreedores, que para llevarse a la

91 Henry Kamen, “Confiscation in the Economy o í The Spanish Inquisition", The E con om ic
History Review. Second series, vol. XVIII, núm. 3, december 1965, p. 515.
92 Ibid. También Kamen, La Inquisición ..., op. cit., p. 241.
9- Kamen, “Confiscations...," op. cit., pp. 514 y 515, y La Inquisición..., op. cit., p. 168.
94 Caro Baroja, op. cit., tomo II. p. 67.
95 Ibid., p. 78.
96 Kamen, La Inquisición..., op. cit., p. 236.
9~ ANCH, Inquisición, vol. 432, penúltimo folio y vol. 435. También AUN, Inquisición, leg.
4.800. caja 1, informe del contador general de la Suprema, de 9 de diciem bre de 1649.
práctica requerirían de la confabulación de muchos funcionarios» incluido
por lo menos un inquisidor.
Una parte considerable de los dineros que el tribunal pagó a los aeree-
clores de los reos salió del Peni: hay que tomar en cuenta, como ya lo hemos
señalado, que estos comerciantes operaban recibiendo y entregando merca­
derías a consignación o a crédito y que sus principales centros de abasteci­
mientos los tenían en la zona del istmo y en la península; de una lista de 37
acreedores de Manuel Bautista Pérez, que figura en un volumen del fondo
Vicuña Mackenna del Archivo Nacional de Chile, 14 residían en aquellas
regiones989*; también podría agregarse como ejemplo el caso ya citado de los
socios Diego López de Fonseca y Antonio de Acuña, cuyos secuestros, que
alcanzaron a más de 80.000 pesos, fueron casi íntegramente remitidos a sus
habilitadores peninsulares.
Ahora bien, ¿cuál lúe el destino de los dineros confiscados? Parece
más o menos claro que tales dineros quedaron exclusivamente en poder del
Santo Oficio. El rey, al tanto de las incidencias de la gran complicidad por
informes del conde de Chinchón, expidió una real cédula, el 30 de marzo de
1637, en la que hacía presente al Tribunal de Lima que, de lo confiscado a
los reos, restituyese a su hacienda los dineros que se habían sacado para
pagar los salarios que percibían los ministros1’0. Sin embargo, de acuerdo con
las evidencias de que se dispone, da la impresión de que el tribunal no
cumplió con lo ordenado; en los documentos inquisitoriales que hacen refe­
rencia al destino de los fondos confiscados no figura ninguna partida que
haya ido a parar a las Cajas Reales.
Las cuentas que informan sobre la utilización de los dineros prove­
nientes de las confiscaciones son bastante confusas, sobre todo porque for­
man una sola unidad con lo obtenido de los reos que salieron en los autos
de fe de 1639 y 16-41; aparte de esto, también hay que considerar que las
cuentas fueron elaboradas por dos receptores: Pedro Osorio del Odio, que
terminó su período en el año 1642, y Esteban Ibarra, que cubre con las suyas
hasta 1649-

9H ANCH, fondo Vicuña Mackenna, vol. 78 (I y II).


99 Al parecer esa real cédula se originó en una carta del virrey conde de Chinchón, de 13 de
mayo de 1636, en la que hacía presente la conveniencia de que los Inquisidores restituyeran
a las Cajas Reales lo que éstas les habían entregado. Medina, L i m a op. cit., tomo II, pp. 70
y 165.
Después de sumar las cifras que dan ambos receptores sobre las con­
fiscaciones que realizaron a los judaizantes que salieron en el auto de fe de
1641, resulta que el tribunal obtuvo de tales herejes un total de 82.762 pesos
5 reales100. Como consecuencia de esto, el monto de lo recaudado por am­
bas complicidades habría alcanzado a 483.886 pesos y 1/2 real.
Esos dineros fueron asignados fundamentalmente a dos objetivos: el
aumento del capital propio del Tribunal, destinado a generar una renta anual,
y el auxilio financiero del Consejo Supremo. Durante la receptoría de Pedro
Osorio del Odio se invirtieron en censos y en la compra de unas casas que
sirvieron de cárceles alrededor de 154.000 pesos101; por las casas sólo se
pagaron 4.453 pesos 6 reales, por lo tanto la mayor parte de aquel dinero se
impuso en censos102. En ese mismo período, concretamente en los años
1639 y 1641, se enviaron al Consejo un total de 48.000 pesos; con ellos “se
compraron los dos juros de dos mil ducados de renta para el Consejo en
cabeza de las Inquisiciones de Aragón y Valencia en el servicio ordinario y
extraordinario de Sevilla y se pagó a Duarte Fernández un asiento en
Perpignan’ 103*. El nuevo receptor, Esteban Ibarra, en su primer período con­
table, que cubre desde 1642 a 1645, impuso 56.600 pesos en censos10' y en
el segundo, que alcanzó hasta 1649, colocó 151.696 pesos 4 reales más10\

1 AHN, Inquisición, leg. 4.797, exp. 6, informe del tribunal sobre las confiscaciones a los
judaizantes que salieron en los autos de fe de 1639 y 1641, según las cuentas del receptor
Pedro Osorio. También ANCH, Inquisición, vols. 339 y 435, cuentas de la receptoría del
Tribunal de Lima de los años 1642-45 y 1645-19.
1,11 AHN, Inquisición, leg. 4.800, caja 1, informe del contador general de la Suprema, de 9 de
diciembre de 1649.
102 ANCH, Inquisición, vol. 433, fols. 88 a 90, cuenta de receptoría del Tribunal de Lima.
103 I b i c i nota [101 ].
ANCH, Inquisición, vol. 339, fol. 193,
ANCH, Inquisición, vol. 435, fol. 86 y 89. Cabe hacer notar que el receptor Esteban Ibarra,
por instrucciones del Consejo, además envió 6.000 pesos ensayados anuales a la metrópoli,
a partir de 1645. Este dinero estaba destinado “para la paga y sustentación de las compañías
de infantería y caballería de los ejércitos de su majestad y soldados de presidio para la
restauración de Cataluña y Portugal, que están a cargo de los dichos señores del Consejo,
por ser lan del servicio de Dios nuestro Señor y defensa de nuestra Santa Fe”. Tam bién, por
una vez, en 1649, hizo llegar al Consejo Supremo 9.000 pesos ensayados, que éste había
pedido "para socorro de necesidades". Por lo que se desprende de ciertos indicios, estos
dineros no se habrían sacado directamente de las confiscaciones, más bien habrían salido de
los superávit que tenía la tesorería del tribunal, producto de los capitales invertidos. Con el
tiempo, aquellas remesas al Consejo se hicieron permanentes, aunque su objetivo cambió
una vez que la finalidad primitiva dejó de tener sentido; serán los miembros de la Suprema
En definitiva, hasta fines de 1649 se habían invertido alrededor de
410.000 pesos provenientes de las confiscaciones de 1639 y 1641. La diferen­
cia entre aquella suma y lo recaudado fue mantenida en las arcas del tribunal
para cancelar a los acreedores de los bienes confiscados que aún quedaban;
según el receptor Ibarra, lo que se destinaba a este efecto iba a resultar
insuficiente para responder a las obligaciones que se vislumbraban*106.
Resumiendo, parece evidente que el gran beneficiado con las confis­
caciones fue el propio Tribunal de Lima, que logró colocar alrededor de
360.000 pesos en nuevos censos, con lo cual vino a mas que duplicar el
capital destinado a ese tipo de inversiones, pues hacia 1630 alcanzaba a
cerca de 233.927 pesos107. El resultado de esto fue un aumento espectacular
de los ingresos anuales de la tesorería inquisitorial, ya que el total de los
censos, puestos al 5 por ciento, podían generar una renta cercana a los
25.000 pesos, considerando un margen por atrasos y no pago de réditos108.
Si a este hecho se le unen los ingresos de las “canonjías supresas” (sistema
puesto en práctica alrededor de 1630)109, tenemos que el tribunal podía
percibir, hacia mediados del siglo X V II, alrededor de 40.000 pesos anuales.
Unos ingresos de tal magnitud, unidos a unos gastos inferiores a aquellos,
transformaron al Santo Oficio de Lima, en el lapso de breves años, en uno de

los que lleguen a beneficiarse con esos envíos, que tendrán el carácter de una consignación
fija anual obligatoria para todos los tribunales provinciales.
106 ANCH, Inquisición, vol. 435, fol. 98. El tribunal calculaba, en julio de 1652, en cerca de
700.000 pesos las resultas por cobrar de los condenados en confiscación, pero al mismo
tiempo estimaba que la casi totalidad estaban perdidas, salvo una mínima parte (ANCH,
Inquisición, vol. 340, fols. 340 y 341).
107 Birckel, op. c it ., tomo VI. p. 350.
,0H Así, por ejemplo, en la cuenta de receptoría que corresponde al período que va del 22 de
enero de 1674 a 22 de enero de 1676, los ingresos por censos alcanzaron un promedio anual
de 24.792 pesos (ANCH, Inquisición, vol. 342. fol. A).
109 Desde comienzos del siglo XVII la Corona buscaba la forma de desprenderse de la pesada
carga que le significaba la subvención a los tribunales inquisitoriales americanos; en 1627
obtuvo del Papa la autorización para extender a las Indias el sistema de la canonjía “supresa",
que desde la época de los Reyes Católicos beneficiaba a los tribunales metropolitanos; de
acuerdo con dicho sistema le fueron asignados al Tribunal de Lima los ingresos de un
canonicato de ocho iglesias catedrales del distrito virreinal. Más detalles sobre el particular
en Rene Millar Carvacho: La Inquisición de I.inm en los siglos XVIII y XIX, tesis doctoral,
Facultad de Geografía e Historia, Universidad de Sevilla, 1981. inédita.
Los ingresos provenientes de las canonjías "supresas” alcanzaron a 13-928 pesos de promedio
anual en el período 1654-57 (ANCH, Inquisición, vol. 340, fol. 33) y a 12.819 en el período
1674-76 (ANCII. Inquisición, vol. 342, fol. A).
los tribunales inquisitoriales económicamente más saneados ele cuantos exis­
tían110. Esta situación excepcional se logró en la medida que los dineros
confiscados quedaron en su mayor parte en Lima; otros tribunales que reali­
zaron confiscaciones más importantes que la analizada no siempre pudieron
disponer a su favor de una proporción tan considerable de lo recaudado111.
De aquella prosperidad, como lo hemos señalado, también se benefició
el Consejo Supremo, tanto por recibir algún dinero directamente de las confis­
caciones como por la instauración de una consignación permanente con pos­
terioridad a 1650, que debía salir de las rentas sobrantes de la tesorería limeña112.
Todo esto, en cierto modo, vendría a confirmar lo expresado por
Henry Kamen en cuanto a que las confiscaciones habrían beneficiado de
preferencia a los tribunales provinciales y en segundo término a la Suprema,
después de una primera etapa, que correspondería al reinado de los Reyes
Católicos, en que el mayor provecho lo habría obtenido la Corona113.
También es importante notar que el Tribunal de Lima, gracias a la
magnitud de los ingresos propios, pudo consolidar su independencia frente
a las autoridades civiles del virreinato. Como ya lo hemos expresado, desde
que fue establecido en 1570 había dependido para su funcionamiento de
una subvención real. Este hecho permitía una injerencia de los funcionarios
de la Corona en determinados aspectos de la vida del tribunal, sobre todo
financieros. La gran aspiración de los inquisidores fue siempre poner térmi­
no a aquella dependencia y en buena medida lo consiguieron al hacerse
extensivo a América, hacia 1630, el sistema de la “canonjía su presa’*, como lo
reconoce el virrey conde de Chinchón11 ‘. Luego, con los importantes ingre­
sos obtenidos de las confiscaciones, esa situación se afianzó definitivamente.
Asimismo, es interesante consignar que debido a la gran represión
iniciada en 1635, la colonia de judaizantes limeña, principalmente de origen
portugués, desapareció como grupo significativo de la vida del virreinato.
Después de 1645 los procesados por ese delito disminuirían en forma noto­
ria y sólo ocasionalmente y en forma aislada figurarán en algún auto de fe.

1,0 Desde mediados del siglo XVII la mayoría de los tribunales metropolitanos presentaban
déficit financieros casi permanentes; al respecto, Kamen, La Inquisición.... op. cit.%pp. 163 y
sigs.; también Millar Carvacho, La Inquisición..., op. cit.,
111 Kamen, “Confiscations...", op. cit., p. 513-
1,2 Ver nota [1051.
113 lbid., nota [111).
1,4 Relación del virrey conde de Chinchón , op. cit, tomo II, p. 74.
. oreuiintarse por las consecuencias que los secues-
Finalmcntc. cabria 1 1 ^
r. . . n tenido para el comercio limeño. En verdad,
tros y confiscaciones ludMU
resulta/ difícil
..r. .. poder , resp onnderu^
con precisión
i a esa interrogante. Es indudable
, ... en el tiempo entre la persecución inquisitorial a
que hay una coincidencia 1 1
,los .judaizantes
, . poriuguesL- -,*s \-• un deterioro que
1 1se presenta en la actividad
comercial, del , , virreinato;
. , ,*í>n
<-ÍM todo, las dificultades que sufría ese sector de la
economía peruana eran m importantes
’l con anterioridad al descubrimiento de
“la gran complicidad"; en ^ c a o . desde comienzos del siglo XVII. y coinci­
diendo con la fundación del tribunal del Consulado de Lima, se detectan
diversas manifestaciones en ese sentido, como son las frecuentes quiebras
de comerciantes, que culminan en la del banquero Juan de la Cueva, que fue
la más importante de todas11*. Los comerciantes peruanos atribuían esas
dificultades al contraband o que los portugueses efectuaban sobre todo des-
de el Río de la Plata*110 En consecuencia, es evidente que no hay una rela­
ción de causa efecto entre la represión ele la Inquisición a los comerciantes
portugueses y la decadencia del comercio limeño; no obstante, parece tam-
bien incuestionable que los secuestros y confiscaciones de que fueron vícti­
mas aquéllos contribuyeron a agravar el ya menoscabado estado general del
comercio virreinal.
Por otra parte, este fenómeno nos lleva a pensar que, de ser otra la
coyuntura económica de la época, la Inquisición de Lima pudo haber obte­
nido unos ben eficios aún mayores de estas confiscaciones.

115
Ihid., p. 88. lambién María Encarnación Rodríguez Vicente: 1¿1 trib u n a l del Consulado de
Urna en la prim era mitad del si^/u X\71. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1960. pp. 27 y
28.
110 Harry Cross, op. cit., pp. 1S(>1S7
A péndice

i
C uentas df. l o s secu estro s y c o n f is c a c io n e s

A LOS JUDAIZANTES QUE SALIERON EN EL AUTO DE FE DE 1 6 3 9 -


P e r ío d o s 1 6 3 5 - 1 6 4 2

R e c e p t o r í a d e P e d r o O s o r i o del O d io

N om bre d el c o n d e n a d o C o b ra d o Pagado Saldo

1. Acuña, Antonio y
Lope?. Fonseca, Diego 79.000p 7r 78.343p 7r 657 p
2. Ace vedo, Jerónim o 8.283p 3 l/2r 3 933p 2 l/2r 4.347p Ir

3. Alvarez, Manuel 3-550p 1.676p 4r 1.873p 4r

4. Cordero, Antonio 2.(>85p 1 l/2r 1.331p 2r 1.353p7 l/2r

5. Cruz, Mateo de la 840p 4r 713p 127p 4r

6. Cuaresma, Tomé 21.537p 6 l/2r 7.843p 5r 13.694p 1 l/2r

7. Díaz, Pascual 4.395p 6r 904p 6r 3.491p

8. Dionis Coronel, Amaro 15.246p 6r 10.015p 3r 5.231p 3r

9. Enríquez, Mateo 1 .107p Ir 2.32 lp —

10. Espinosa, Manuel de 44.276p 6 l/2r 5.387p 3r 38.883p 2 l/2r

11. Espinosa Estévez,


Fernando de 8.273p 2r 7.064p 6r 1.208p 4r
12. Espinosa el Largo,
Fernando de y Cía. 53.748p 5r 53.440p 7r 307p 2r
13. Fernández, Jerónim o 4.475p 6r 1.075p 7r 3.399p 7r

14. Fernández Coutiño,


Gaspar 4.132p l/2r 4.100p 4r 31 p 4 l/2r
15. Fernández Vega, Antonio 14.600p 14.277p 7r 1.332p Ir
l ó . G ó m e z d e A c o s t a , A n to n io 2 5 .6 3 0 p I r I 4 .7 4 8 p 7 r 10 . 8 8 1 p 2 r

1 7 . G ó m e z d e A c o s t a , B a lta s a r 1 .3 0 3 p 7 l / 2 r 4 9 1 p I r 2 1 2 p 6 i 2 r

1 8 . L e ó n , B a r t o l o m é d e 1 2 .1 5 2 p 6 r 1 2 .0 2 7 p 3 r 12 1p ,3 r

1 9 . L im a , J u a n d e 3 - 4 2 5 p 5 r 1 - 9 7 3 p 3 r 1 .4 5 2 p 2 r

2 0 . L im a , L u is d e 10 .6 l 2 p 6 l / 2 r 8 .l 6 6 p 2 . i t 6 p 6 1 i r

2 1 . L ó p e z M a to s , J u a n 4 0 0 p 2 9 p .3 7 1 p

2 2 . L o r e n z o , E n r iq u e 8 .9 0 5 p 4 r 1 0 .4 3 2 p 7 r

2 3 . M a ld o n a d o d e S ilv a ,

F r a n c is c o 4 0 0 p I 6 8 p 3 r 2 3 l p 5 r

2 4 . M á r q u e z M o n te c in o s ,

F r a n c is c o 3 .6 7 9 p 6 r 3 .6 8 2 p 2 r

2 5 . M a to s , M a n u e l L u is 1 .4 7 4 p 1 .1 3 1 p 7 r 3 4 2 p i r

2 6 . N ú ñ e z , P a s c u a l 1 .5 8 0 p 5 r 1 .4 9 9 p 6 r 8 0 p 7 r

2 7 . N ú ñ e z d e E s p in o z a ,

E n r iq u e y L u n a , M e n c ía d e 2 .3 5 1 p 5 l / 2 r 1 .6 7 2 p 6 7 8 p 6 1 / 2 r

2 8 . N ú ñ e z D u a r te , F r a n c is c o 9 .2 7 8 p 6 l / 2 r 5 .6 0 0 p 2 r 3 .6 7 8 p l / 2 r

2 9 . N ú ñ e z D u a r te , G a s p a r

( s o c i o d e ¡ a n te r i o r ) 5 0 4 p 7 r 5 0 4 p 7 r

3 0 . P a z E s tr a v a g a n te ,

M a n u e l d e 1 .1 (D p 5 r 4 3 p 4 r 1 .0 6 2 p I r

3 1 . P a z y M e ló , E n r iq u e d e l ó 9 .9 4 5 p 3 l / 2 r l 6 2 .5 4 5 p 1 l / 2 r 7 . 4 0 5 p 2 r

3 2 . P é r e z . M a n u e l B a u tis ta ,

y D u a r t e , S e b a s tiá n 3 8 1 .3 4 2 p 7 r 2 2 1 .1 3 6 p 7 r 1 6 0 .2 0 6 p

3 3 . R e y e s , M e l c h o r d e lo s 5 .5 8 2 p 4 r ó .I O l p 3 r 4 8 1 1") 1 r

3 4 R o d r íg u e z , P a b l o 1 3 6 p 7 r 1 3 6 p 7 r

3 5 . R o d r í g u e z A r ia s ,

F r a n c i s c o 1 1 .2 6 0 p 2 .8 3 9 p 8 . Í 2 1 p
36. Rodríguez de Silva, luán 2.3()~p ór 1.1" tp "r 1.132p"r

37. Rodríguez Duarte. luán 1“ nó(>p tr l”'3 b lp 1 2r

38. Rodríguez Pereira. Campar 0 5 l 5p Ól' S.SSóp ór "SOp

39- Rodríguez laxares. Jorge *.3 "’bp "r 3.9"Sp ór -tOOp Ir

JO. Silva, Jorge de 1 5 0 .SOSp ór 109.13-ip ^r 30.67lp Ir

41. Váez Knríquez. Ciarcia S23p «r ó lp 3r ~ó2 p Ir

42. Vaez Pereira. Rodrigo.


y Morón, Isabel Antonia 2 S.S 2 Sp 1 l 2r 1S." lOp 4f ó ." 8 ip 5 1 2r

43. Vega. Antonio de l.-S S p 1 1 2r 1.055p 3r 722p ó 1 2r

44. Vega. Luis de 3.W 8p i 1 - 1* 1.003p ór 2.39-ip 6 1 2r

45 bienes mostrencos
(corresponden a los
bienes en que no se
sabe el secuestro
a que pertenecen) 19Sp 2r 198p 2 r

Totales 1 t is.79-tp 1 2r S03. t0Sp S 1 2r 318.430p4 1/

Nota: A las cuentas originales se le descontaron las partidas correspondientes a


Ana de Castro, debido a que fue condenada por hechicería. También cabe
hacer notar que en la suma final del saldo se respetó la fórmula empleada
por el receptor: éste no resto aquellas cantidades que, en cuatro casos, pagó
por sobre lo recaudado.
A péndice

ii
C uentas de los sec u estr o s y c o n f is c a c io n e s
A LOS JUDAIZANTES QUE SALIERON EN EL AUTO DE FE DE 1 6 3 9 -
P er ío d o s 1 6 4 2 - 4 5 y 1 6 4 5 - 4 9

Receptoría de Esteban Ibarra

Período 1642-45 P e río d o 1645-49


Nom bre del condenado C obrado Pagado C o b rad o P ag ad o

1. Acuña, Antonio, y López


de Fonseca, Antonio 87 lp 4r — 396p 2r —

2. Acevedo, Jerónimo 635p — 43p 6r 65 p

3. Alvarez, Manuel 25p — 4 lp 6r —

4. Cordero, Antonio 181p 7r — 84p 30p

5. Cruz, Mateo de la — — —

6. Cuaresma, Tomé 828p 5r lOOp 265p 4r 7 .9 13p 7r

7. Díaz, Pascual 80p Ir — 220p 4r —

8. Dionis Coronel, Amaro 692p 3r —


450p 10p 4r

9. Enríquez, Mateo — — 90p 90 p

10. Espinosa, Manuel de 2.813p 940p 2.881 p 6r —

11. Espinosa Estévez,


Fernando de — — — —

12. Espinosa el Largo,


Fernando de, y Cía. 781 p 5r 569p 3r 1.092p 395p 7r

13. Fernández, Jerónimo 20p -----------


49p —
1 4 . F e r n á n d e z C o u t i ñ o ,

G a s p a r 3 9 - i p 6 r 7 1 p 2 r — —

1 5 . F e r n á n d e z V e g a ,

A n to n io 4 . 2 l 6 p 5 r 4 .7 3 5 p 5 r 2 .0 7 1 p 4 r 2 0 0 p

1 6 . G ó m e z d e A c o s t a ,

A n to n io 2 .9 8 7 p 7 r 3 .8 9 6 3 r 2 .3 0 7 p 3 r 5 8 4 p 2 l / 2 r

1 7 . G ó m e z d e A c o s t a ,

B a lta s a r 3 0 8 p 6 r — 7 4 p 2 r 4 4 p 7 r

1 8 . L e ó n , B a r t o l o m é d e 1 4 p — — —

1 9 . L im a , J u a n d e 3 8 8 p -ir 3 r 5 0 0 p —

2 0 . L im a , L u is d e 1 .5 6 2 p 2 r — ■ 3 9 1 p 4 r —

2 1 . L ó p e z M a to s , J u a n 9 9 3 p 4 r I .3 6 0 p 1 .8 9 7 p I r 1 .6 6 5 p

2 2 . L o r e n z o , E n r i q u e 7 7 l p 3 r 9 3 6 p 7 r 1 .1 7 7 p 5 r 1 .2 7 7 p 6 r

2 3 . M a ld o n a d o d e S ilv a ,

F r a n c i s c o 3 9 9 p 7 r — — —

2 4 . M á r q u e z M o n t e e m o s ,

F r a n c i s c o 3 - 5 9 9 p 6 r — lO p lO O p

2 5 . M a to s , M a n u e l L u is — — 4 0 p 4 r —

2 6 . N ú ñ e z , P a s c u a l 6 4 p — 2 3 p 3 r —

2 7 . N ú ñ e z d e E s p i n o z a , E n r i q u e ,

y L u n a , M e n c í a d e — ____
8 5 p 7 r 5 7 p 5 r

2 8 . N ú ñ e z D u a r t e , F r a n c i s c o 5 .9 3 7 p —
1 .0 1 4 p 7 r —

2 9 . N ú ñ e z D u a r t e , G a s p a r

( s o c i o d e l a n t e r i o r ) 8 5 p — 8 p —

3 0 . P a z E s t r a v a g a n t e ,

M a n u e l d e 5 9 p 5 r — 1 .6 5 3 p 5 r 6 6 5 p

3 1 . P a z y M e ló , E n r i q u e d e ó .2 ó 2 p 3 r 1 3 .8 0 4 p ó r 3 - 5 3 3 p I r —

3 2 . P é r e z , M a n u e l B a u t i s t a ,

y D u a r te , S e b a s t i á n 4 9 .6 1 l p 7 r 1 7 .7 9 4 p I r 3 1 .6 6 l p 1 0 .8 1 5 p I r
3 3 . R e y e s , M e l c h o r d e lo s 4 6 p — 6 .6 8 6 p 1 1 5 p

3 4 . R o d r í g u e z , P a b lo — — 1 .7 8 5 p ir 3 0 p

3 5 . R o d r í g u e z A r ia s ,

F r a n c i s c o 1 8 9 p 7 r 4 .8 2 6 p 7 r 6 9 p 2 ( J 0 p

3 6 . R o d r í g u e z d e S ilv a , J u a n 3 2 3 p 4 r — 2 12 p I r
3 P

3 7 . R o d r íg u e z D u a r t e , J u a n 5 .2 8 9 p 5 .l 6 4 p 2 p 2 2 p

3 8 . R o d r íg u e z P e r e ir a ,

G a s p a r 5 6 8 p ___ 7 3 p 4 r 2 .2 5 3 p 3 r

3 9 . R o d r íg u e z T a v a r e s , J o r g e — — 3 0 p 2 r 3 0 l p 3 r

4 0 . S ilv a , J o r g e d e 1 2 .9 9 8 p 3 r 4 4 7 p 4 r 9 .4 6 3 p 4 r 9 . 1 6 7 p I l / 2 r

4 1 . V á e z E n r íq u e z , G a r c ía 8 0 4 p 7 r 3 3 3 p 2 r 3 p

4 2 . V á e z P e r e ir a , R o d r ig o ,

y M o r ó n , I s a b e l A n to n ia 4 5 7 p 2 r — 8 7 4 p 1 .8 9 1 p 2 r

4 3 . V e g a , A n to n io d e 4 8 4 p 2 r — 2 l 6 p 6 r 1 5 6 p 7 l / 2 r

4 4 . V e g a , L u is d e 1 0 4 p 7 r
— 9 p 4 r

4 5 . B i e n e s m o s t r e n c o s 7 7 9 p I r — 1 7 3 p 7 r I 6 2 p

T o ta le s 1 0 6 .6 3 2 p 3 r 5 4 .6 4 7 p I r 7 1 .9 8 4 p 3 8 .2 2 9 p 4 l / 2 r

F u e n te : A N C H , I n q u is ic ió n , v o l. 3 3 9 , f. 5 2 a 1 0 7 y 1 4 3 a 1 7 1 ; v o l . 4 3 5 , p l i e g o 2 3 a 4 8

y 6 9 a 8 1 .
A péndice

iii
T otal he lo secuestros y confiscaciones
A LOS J U D A I Z A N T E S Q U E S A L I E R O N EN EL AUTO DE FE DE 1Ó39

Nombre del condenado ('obrado Pagado Saldo

1. Acuña, Antonio, y López


de Fonseca, Antonio so 2 <>Sp 3 r ~S.343p _r l .92 ip ir

2. Acevedo. Jeróninu > S.ooip 1 1 2r 3.998p 2 1 2r •t.963p 7r

3. AIvare/, Manuel 3 .0 l~p Or 1 .6 ” 6 p ir 1.589p 6 I/2 r

i. Cordero, Antonio 2.95 lp 1 2r 1.401p 2 r 1.941p 2r

5. Cruz, Mateo ele la S i()p -ir " I3 p 127p 4r

6. Cuaresma. 'Lomé 2 2 .0 3 1 p “ l 2r 1 5 .8 5 _’p 4r 6.774p 3 l/2r

7. Díaz. Pascual i.0 9 0 p 3r 0 iOp 6 r 3.791 p 5r

8. Dionis Coronel. Amaro 1 0 ..W p Ir lt).025p -r 6.363p 2 r

9. Enríe juez, Maleo 1.19~p Ir 2. il lp -1.213p 7r

10. Espinosa. Manuel de •l9.905p i 1 2r 6.327p 3r 43.638p 1 l/2 r

11. Espinosa I*Mévex.


8.273p 2r 7 .0 0 lp Or 1.208p 4r
Fernando de

12. Espinosa el Largo,


SS.622p 2r
^a.406p Ir 1 .2 l 6 p Ir
Fernando de. y Cía.

a.Sa-tp 6r
1,0"?5p 7r 3-468p 7r
13. Fernández, Jerónim o

4 . 17 1p 6 r 355p l/2 r
14. Fernández Coutiño, Gaspar -».520p 6 l/2 r

15. Fernández Vega. Antonio ¿O.KSSp Ir l8.213p 4r 2.674p 5r

3 0 .9 2 Sp 3r |0.229p i l/2r 11.695p 6 l/2 r


16. Gómez de Acosta, Antonio
1.150p 7 l/2r
17. Gómez de Acosta, Baltasar 1.686p 7 l/2r 536p

18. León, Bartolomé de 12.l66p 6r 12.027p 3r 139p 3r

4.314p Ir 2.340p 3r
19. Lima, Juan de 1.973P 6r
4.4OOp 4 l/2r
20. Lima, Luis de 12.566p 4 l/2r 8 . 1 6 óp

236p 5r
21. López Matos, Juan 3.290p 5r 3-054p

22. Lorenzo, Enrique 12.647P 4r -1.793p


10.854p 4r

23. Maldonado de Silva,


Francisco 63 lp 4r
799p 7r l68p 3r
24. Márquez Montecinos,
3.507p 2r
Francisco 7.289p 4r 3.782p 2r
382p 5r
25. Matos, Manuel Luis 1.5l4p 4r 1.131P 7r
168p 2r
26. Núñez, Pascual 1.668p 1,499p 6r

27. Núñez de Espinoza, Enrique,


707p l/2r
y Luna, Mencía de 2.437p 4 l/2r 1.730P 4r
10.630p 3 l/2r
28. Núñez Duarte, Francisco l6.230p 5 l/2r 5.600p 2r

29. Núñez Duarte, Gaspar


93p
(socio del anterior) 597p 7r 504p 7r
30. Paz Estravagante,
Manuel de 2.1 lOp 3r
2.818p 7r 708p 4r
31. Paz y Meló, Enrique de 179.740p 7 l/2r 176.349P 7 1/2r 3.391 p

32. Pérez, Manuel Bautista,


y Duarte, Sebastián 462.6l5p 6r 249.74óp Ir 212.869p 5r

33. Reyes, Melchor de los 12.314p 4r 5.2l6p 3r 7.098p Ir

34. Rodríguez, Pablo 1.922p 3r l66p 7r 1.755p 4r

35. Rodríguez Arias, Francisco 11.5l8p 7r 7.865p 7r 3.653p

36. Rodríguez de Silva, Juan 2.843p 3r 1.177p 7r 1.665p 4r

37. Rodríguez Duarte, Juan 22.351p 4r 22.547p l/2r -195p 4 l/2r


3 8 . R o d r íg u e z P e r e i r a , G a s p a r 6 .9 5 7 p 2 r 7 .8 1 0 p I r - 8 5 2 p 7r

3 9 . R o d r íg u e z 'l a v a r e s , J o r g e 4 .4 0 9 p I r 4 .2 8 0 p I r 1 2 9 p

4 0 , S i l v a , J o r g e d e 1 6 2 .2 6 7 p 5 r 1 1 8 .7 4 9 p 2 l / 2 r 4 3 .5 1 8 p 2 l / 2 r

4 l . V á e z E n r í q u e z , G a r c í a 1 . 9 6 1 p 5 r 6 *t p 3 r 1 .8 9 7 p 2 r

4 2 . V á e z P e r e i r a . R o d r i g o ,

y M o r ó n , I s a b e l A n t o n i a 2 6 .8 5 6 p 3 l / 2 r 2 0 .6 3 1 p 6 r 6 .2 2 4 p 5 l / 2 r

4 3 . V e g a , A n t o n i o d e 2 .4 5 9 p 1 l / 2 r 1 .1 9 2 p 2 l / 2 r 1 .2 6 6 p 7r

4 4 . V e g a , L u i s d e 3 .5 0 3 p 3 l / 2 r 1 .0 1 3 p 2 r 2 .4 9 0 p 1 l / 2 r

4 5 . B i e n e s m o s t r e n c o s 1 . 1 5 1 p 2 r 1 6 2 p 9 8 9 p

T o ta le s 1 .2 9 7 .4 lO p 1 1 / 2 r 8 9 6 .2 8 5 p 3 r 4 0 1 . 1 2 4 p 6 l / 2 r

F u e n t e : A p é n d i c e s I y II.
Los conflictos de competencia*

L a Inquisición española se verá permanentemen­


te envuelta en contiendas de competencia, tanto con la jurisdicción real
como con la eclesiástica. Aun más. el Santo Oficio fue una institución gene­
radora de los más variados conflictos con todas aquellas autoridades que se
cruzaban en su camino.
El Tribunal de Lima, desde ese punto de vista, no difiere mayormente
de sus similares peninsulares. Así, un aspecto importante de su historia será
la lucha que sostiene, desde su fundación hasta su extinción, en defensa de
sus fueros y privilegios. Testimonio de ese fenómeno es la abundantísima
documentación que aún se conserva sobre esos asuntos en los archivos
inquisitoriales, separada originalmente del resto ríe las materias y ordenada
en forma cuidadosa. Dichos legajos son, a su vez, indicadores del tiempo
que inquisidores, fiscales y secretarios debieron dedicar a estos asuntos.
La conflictividad de la Inquisición española está dada, en último tér­
mino, por el convencimiento que tiene en cuanto a poseer la supremacía
sobre todos los organismos estatales1. Tal creencia se basaba en la teoría, de
raigambre medieval, que estimaba que la obligación más importante del
poder civil era la defensa de la fe y la persecución de la herejía; como

Este trabajo se publicó originalmente en la Reeista chilena de Historia del Derecho, N ’ 12.
Santiago, 1986.
i Henry Charles Lea: Historia de ¡a Inquisición española. Eundación Universitaria Española,
Madrid, 1983. t. 1. p 399.
consecuencia de esto, la institución a la que se había asignado específicamente
ese deber tenía la preeminencia sobre todos los demás cuerpos del Estado2.
No obstante lo anterior, también hay que considerar la obligación que tenía
toda autoridad con jurisdicción de velar porque ella no sufriera menoscabo;
debido a esto los diferentes jueces lucharon con denuedo en defensa de sus
fueros y privilegios34
.
Los conflictos jurisdiccionales, para el caso español, han sido estudia­
dos especialmente por Henry Charles Lea1 y también por Juan Antonio
Llórente5. Entre los autores contemporáneos habría que mencionar a García
Cárcel con sus trabajos sobre el Tribunal de Valencia6.
Con respecto al Tribunal de Lima, las obras de José Toribio Medina
contienen bastante información7. Asimismo, tiene utilidad la obra de Lea8,
aunque no siempre su información es correcta. También debemos destacar
un artículo de Benjamín Vicuña Mackenna, dedicado específicamente al es­
tudio de un conflicto jurisdiccional que se plantea en Chile, en el siglo XVII9;
este artículo tiene la significación de ser uno de los primeros trabajos histó­
ricos que se elabora sobre la Inquisición de Lima.
Nuestro objetivo, en este estudio, consiste en determinar y sistemati­
zar los diferentes factores que provocan las competencias en que se ve en­
vuelto el Santo Oficio de Lima. Igualmente nos interesa precisar y analizar
los ritmos que se dan en la lucha permanente del Tribunal por la defensa de
sus prerrogativas y de su jurisdicción.

2 Ibid.
Los inquisidores de Lima, en una carta a la Suprema del año 1657, a propósito de una
competencia con la Audiencia, expresan: “Obligación es del juez defender la jurisdicción
que ejerce y los privilegios de su juzgado y Vuestra Alteza tiene encargada la de los oficiales
de este t r i b u n a l ..ANCH, Simancas, vol, 7, fol. 24.
4 Henry' Charles Lea, op. cií ., t. II, pp. 481-589.
5 Juan Antonio Llórente, Historia crítica de la Inquisición en España, Hiperión, Madrid, 1980.
Ricardo García Cárcel, I.os orígenes de la Inquisición española. El Tribunal de Valencia,
1478-1530. Ediciones Península, Barcelona, 1976.
José Toribio Medina, Historia del Tribunal de la Inquisición de Lim a , Santiago, 1956.
Historia del Santo Oficio de la Inquisición en Chile, Santiago, 1952.
Henry Charles Lea, The Inquisition in the Spanish Dependencies. Sicily, Napias, Sardinia,
Milán, Ih e Canaríes, México, Perú, New Granada, The MacMillan Company. New York,
1908.
Benjamín Vicuña Mackenna, “Lo que fue la Inquisición en Chile”, Anales de la Universidad
de Chile , t. XXI, Santiago, 1862.
I/as fuentes utilizadas corresponden de manera preferente a documen­
tación que emana de los inquisidores del Tribunal y de las máximas autori­
dades civiles y eclesiásticas de Lima. En su mayor parte se encuentra en el
Archivo Histórico Nacional de Madrid, sección Inquisición; en el Archivo
General de Indias, especialmente Audiencias de Quito y Lima; y en el Archi­
vo Nacional de Chile, fondo Inquisición.

1. Factores que generan las competencias


a) Conflictos con la jurisdicción eclesiástica ordinaria
- Por las causas de fe

Los obispos, en su carácter de inquisidores ordinarios, tenían en In­


dias la jurisdicción en materias de fe con anterioridad al establecimiento de
los tribunales del Santo Oficio10. Este hecho se ajustaba a la tradición de la
Iglesia, pues antes que se organizase la Inquisición en el siglo XIII, el cono­
cimiento de la herejía era una de las funciones propias de la labor episcopal11.
/Cuando en 1569 Felipe II dispuso la fundación de los tribunales indianos,
instruyó a los arzobispos y obispos “para que remitiesen a los inquisidores
^ todas las causas tocantes al Santo Oficio” y para que no se entrometieran a
" conocer en los asuntos de herejía12.
Sin embargo, ni la creación del Tribunal de Lima ni las instrucciones
anteriores de Felipe II, despojaron a los obispos de toda competencia en las
causas de herejía. El establecimiento de los tribunales en América, al igual
que en la península, vino a modificar la forma como los prelados ejercían su
jurisdicción en materias de fe. Los inquisidores tenían obligación_de citarlos
cuando debía dictarse una sentencia definitiva; por lo tanto, participaban
como jueces en los procesos de herejía (generalmente los obispos designa­
:
ban un eclesiástico para que los representara). Además, en el caso america­
no habría que agregar que los obispos tuvieron la facultad exclusiva de
conocer las causas de fe que involucraban a los indios.

10 José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición en Chile, op. cit ., cap. I. La primitiva
Inquisición am ericana , Santiago, 1914.
11 Henry Charles Lea, Historia de la Inquisición española, op. cit., t. I , p. 612.
12 José Toribio Medina, Historia...de ¡a Inquisición en Chile, op. cit., p. 104. También, Juan de
Solórzano Pereira, De iridiarían Iure, t. II, lib. III, cap. XXIV-38.
No obstante, es evidente que la jurisdicción de los prelados en mate­
rias de fe sufrió una disminución apreciable con el establecimiento de los
tribunales inquisitoriales en América. En un primer momento, algunas de
^ dichas autoridades apostólicas se mostraron renuentes a aceptar esta situa­
ción, negándose a inhibirse en el conocimiento de tales causas, lo cual gene­
ró algunos conflictos en la década de 1570. Concretamente, existen testimo­
nios de controversias del Tribunal con los ordinarios del Cuzco, Quito y
Lima13^Así, el arzobispo de Lima seguía titulándose inquisidor ordinario des­
pués de la llegada del primer inquisidor Servan de Cerezuela; incluso prohi­
bió libros y llegó a incoar algunos procesos de herejía1/). Entre 1575 y 1578 se
produjeron varias disputas con los obispos del C.i:* co v v\ \o . v v. c se se T r*.m
en sus afanes por una Real Cédula de 20 ele junio de 157a en
que se les señalaba que estuvieran atentos ante el posible paso a las Indias
de predicadores luteranos15/Ante las quejas del tribunal por el proceder de
los obispos, el monarca expidió una nueva cédula, el 20 de enero de 1576,
aclarando la situación en favor del Santo Oficio16/EI obispo del Cuzco Sebastián
de Lartaun había incluso publicado edictos arrogándose la jurisdicción en
causas de fe y después de aquella disposición real continuó insistiendo en su
postura hasta que por otra real cédula, de 7 de octubre de 1578. se le ordenó
que se abstuviera de entrometerse en las causas que le correspondían al
Santo Oficio17.
En el siglo XVIII volverán a producirse controversias con los obispos
en razón del conocimiento de las causas de fe. Tendrán un carácter mucho
más serio para el Tribunal y se concentrarán en la década de 1750. La gravedad
que implican para el Santo Oficio obedece a la pretensión clara de los obis­
pos por cercenarle la jurisdicción sobre materias que considera privativas.
Una de esas competencias se produce con el obispo de Quito. Ella se
originó en la negativa del vicario de Cuenca a entregar al comisario del Santo
Oficio los autos originales de una causa que seguía a un sacerdote por una

13 José Toribio Medina. Historia... de la Inquisición de ¡Ama. ofj. cit., t. I, pp. 163-165.
14 Ibid ., pp. 22 y 23- También, Paulino Castañeda y Pilar Hernández, La In q u isición de Lima
(1570-1635), t. I, editorial Peimos, Madrid, 1989, pp. 174-175.
13 Medina, op. cit, p. 163. Castañeda y Hernández, op. cit., pp. 175-176.
16 Medina, op. cit., pp. 163-164.
r Castañeda y Hernández, op. cit., p. 178. A comienzos del siglo XVII hay otro conflicto con el
obispo de Quito por el encausamienio que éste hace de un subdiácann por ejercer com o
sacerdote sin serlo. El Consejo instruyó al Tribunal para que dejaran al obispo continuar
conociéndola, porque en ese tipo de causas “ha lugar a la prevención'.
denuncia de solicitación. A pesar de los requerimientos que se le hicieron, el
vicario optó por remitir los autos al prelado de Quito; éste, lejos de desauto­
rizar al vicario, conmino al comisario para que se presentase en Quito bajo
apercibimiento de censuras v suspensión de oficio y beneficio por estorbar
su jurisdicción.
bl obispo, en un escrito dirigido al inquisidor Amusquibar, en sep­
tiembre de 1 " ( ) . fundaba su autoridad para conocer ese delito en una Bula
de Gregorio XV . de 30 de abril (¿30 de agosto?) de 1622; en ella se señalaba
que la jurisdicción con vistas al castigo y enmienda del reo por solicitación
debía ser cumulativa (aquella por la cual un juez puede conocer a preven­
ción de las mismas causas de otro). En relación con esta Bula es necesario
señalar que sus disposiciones no eran todo lo precisas que hubiese querido
el Santo Oficio. Tanto es así, que el Inquisidor General Francisco Antonio
Sotomayor, el 23 de abril de 1633, había tenido que publicar un edicto acla­
ratorio de ella en que establecía que el delito de solicitación era privativo de
la Inquisición y no de los ordinarios18.
Ahora bien, volviendo a la competencia que comentábamos, el obis­
po de Quito, después de recibir una comunicación de los inquisidores en
que le hacían ver los fundamentos legales que poseía el Santo Oficio para
conocer privativamente de este delito, dio orden para que se remitiese la
causa al Tribunal de Lima. Sin embargo, al mismo tiempo recurrió a la Santa
Sede para que declarase si existía alguna Bula apostólica que revocara la
potestad de los obispos para conocer, como lo hacían antes, “los delitos de
herejía, poligamia, solicitación y otros”19. En definitiva, el obispo, a esas
alturas, no sólo pretendía tener competencia en los procesos de solicitación
sino en todas las causas de fe, al igual que antes del establecimiento de la
Inquisición.
La pretensión del obispo de Quito revestía tal gravedad para el Santo
Oficio, que el tribunal se apresuró a enviar a la Suprema el expediente de la
competencia. El Inquisidor General y su Consejo, a la vista de él, elevaron
una consulta al Rey el 11 de agosto de 1755. En ella tratan de demostrar, con
acopio de breves, Bulas y Reales Cédulas, la jurisdicción privativa del Santo
Oficio en materias de fe. Entre las últimas, citan una de Felipe III de lólO,

lh AHN, sección Inquisición, le¿*. .5.585, exp. 16.


19 Consulta del Inquisidor General y la Suprema al Rey de 11 de agosto de 1755. AHN, Inquisición,
lib. 269, lol. 247 y ss.
dirigida al obispo de Cartagena, en que señala textualmente que “las causas
de fe las tiene delegadas su Santidad a los inquisidores y que así no pueden
por sí ni por sus provisores introducirse en ellas ni formar sumarias ni proce­
sos”20.
En esta consulta el Consejo dejaba en claro que no se pretendía ex­
cluir a los obispos del conocimiento de las causas de fe, pues reconoce que
los Breves apostólicos que le otorgaron la potestad a la Inquisición en estas
materias no derogaron la jurisdicción de los ordinarios al respecto. Con todo,
especifica que en virtud de tales Breves, desde el establecimiento de la In­
quisición de España, quedó limitada la forma de su ejercicio. Agrega el Con­
sejo que en toda causa de fe proceden solos los inquisidores hasta ponerla
en estado de sentencia; no obstante, para la votación en definitiva asiste el
ordinario; de este modo, a juicio de Consejo, se verifica la participación de
los obispos en estas causas y a ello se refieren las disposiciones canónicas
cuando hablan de jurisdicción cumulativa. En dicha consulta también se
hacía notar lo improcedente del recurso a Roma efectuado por el obispo, al
implicar un atentado a las regalías de soberano. Finalmente, se solicitaba al
Rey que le manifestara su desagrado al prelado y que le ordenara abstenerse
en la materia que había motivado la competencia21. La Corona esta vez aco­
gió el punto de vista de la Inquisición. En 1758 emitió una resolución sobre
el particular, que se puso en conocimiento del tribunal y del obispo22.
Con el arzobispo de Lima, Antonio Barroeta, también se plantean com­
petencias por causas de fe. Sin embargo, habría que precisar que los nume­
rosos conflictos acaecidos durante el pontificado de dicho arzobispo no sólo
se producen por el conocimiento de las causas de herejía sino también por
otra serie de factores, entre los que se incluyen hasta las cuestiones de eti­
queta. Así, los años en que Barroeta estuvo al frente de la arquidiócesis
corresponden a los de mayor tensión en las relaciones entre el Tribunal y la
jurisdicción eclesiástica ordinaria. El carácter impulsivo y dinámico del arzo­
bispo fue factor determinante de los problemas que se sucedieron entre
ambas jurisdicciones. Cabe hacer notar que Barroeta también tuvo dificulta­
des con el virrey y con su propio cabildo23.

20 Ibid.
21 Ibid.
22 Carta de los inquisidores de Lima a la Suprema de 19 de febrero de 1759, AI IN, Inquisición,
leg. 2.208, exp. 3.
23 Rubén Vargas ligarte, Historia de la Iglesia en el Peni, Burgos, 1961, t. IV, pp. 127-131.
En octubre ele 1751 se planteó el primer enfrentamiento; en parte, por
el afán desmesurado del arzobispo de defender sus prerrogativas. Barroeta,
el 12 de agosto de 1751. publicó el jubileo del Año Santo otorgado por el
Papa Benedicto XIV. En el edicto correspondiente incluyó la cláusula, habi­
tual en esas concesiones, “de que todos los confesores tenían la facultad de
absolver de todos los pecados y crímenes reservados a los ordinarios y a la
sede apostólica dentro y fuera de la Bula de la Cena, para ganar dicho
jubileo”. El Tribunal, por su parte, siguiendo la práctica tradicional, también
publicó un edicto especificando que en dicha concesión “no se comprendía
la facultad de absolver el crimen de la herej í aHasta ese momento la situa­
ción no ofrecía nada de particular. Sin embargo, en forma inesperada el
arzobispo expidió un segundo edicto, el 18 de octubre, con el que desauto­
rizaba al Tribunal. A pesar de las gestiones que éste realizó, el prelado man­
tuvo el segundo edicto, que según el Santo Oficio perturbaba su privativa
jurisdicción. Dada la postura del arzobispo, el Tribunal acordó consultara la
Suprema antes de emprender nuevas acciones24.
A los pocos días de publicados los edictos y cuando aún no estaba
resuelta la competencia, un nuevo incidente vino a agriar definitivamente las
relaciones entre ambas potestades. Una disputa por cuestiones de etiqueta
introdujo en ellas un factor de resentimiento personal. A la llegada del nuevo
inquisidor Rodríguez Delgado, el arzobispo no respetó el ceremonial previo
a la tradicional visita de estilo que aquél debía ejecutar. En vista de ese
proceder los inquisidores optaron por no cumplir con dicho acto de cortesía.
El insólito incidente llegó a conocimiento de las autoridades metropolitanas,
que dieron las instrucciones pertinentes para que se efectuara la ceremonia
respetándose la práctica acostumbrada. Como consecuencia de ello, el arzo­
bispo tuvo que dar el paso que antes se había negado a ejecutar2'1. Este
hecho, al parecer, lo agravió de tal manera que en el futuro aprovechará
todas las oportunidades que se le presentan para manifestar su hostilidad al
Tribunal.
En 1752 se suceden los enfrentamientos entre el arzobispo y los
inquisidores. Todavía más, se repite en ese año el problema en torno a la*2
5

2‘ Consulta del Consejo Supremo al Rey, de 1° de octubre de 1752. AHN, Inquisición, lib. 269,
fol. 49 y ss.
25 Lo que el arzobispo no había efectuado era el simple envío de un recado de bienvenida al
nuevo inquisidor por intermedio de un capellán. Esa incidencia en AHN. Inquisición, leg.
2.206, exp. 3-
absolución de la herejía por los confesores con motivo del jubileo del Año
Santo. Barroeta no sólo vuelve a desautorizar a la Inquisición sino que ade­
más sostiene que como obispo posee la facultad de absolver de ese delito en
los lugares de misiones26.
Estas controversias llegan a conocimiento de las autoridades metropo­
litanas a través de los informes de los implicados. Tanto el Consejo de Indias
como el de Inquisición envían consultas al monarca sobre el particular. Fer­
nando VI, en un decreto de 8 de agosto de 1753, da la razón al arzobispo y
censura acremente la conducta de los inquisidores. La Corona sostenía que
el Tribunal había redactado el edicto sobre la absolución de la herejía en
términos erróneos; concretamente no había precisado la distinción básica
entre herejía externa e interna y, por el contrario, se había referido a la
herejía en general, cuando sólo la externa era la reservada a la Inquisición27.
La Suprema, disconforme con tal decreto, elevó al Rey una nueva
consulta el 17 de octubre de 1753. A juicio del Consejo, quien había proce­
dido con equivocación al publicar los edictos había sido el arzobispo, por­
que “en los jubileos siempre que se hace alusión a la herejía se refiere a la
externa y nunca a la interna”28. Es preciso destacar que en una consulta
anterior a la dictación del decreto real, la Suprema había incluido una decla­
ración del Papa Alejandro VII, de 23 de marzo de 1656, en la que se señalaba
“que no se entendiese comprendida la facultad de absolver la herejía en la
que se concedía en los jubileos y otras semejantes ocasiones”29. A pesar de la
nueva consulta la Corona mantuvo en vigencia el decreto respectivo.
Mientras en la corte se debatían las posiciones de dichas potestades,
en Lima continuaban los enfrentamientos. Uno de éstos se plantea a fines de
1756 y se alarga hasta 1758. Ambas autoridades alegaban corresponderle a
su respectiva jurisdicción el conocer y proceder contra Fr. Joaquín de la
Parra, de la orden de San Francisco, por haber publicado sin licencia una
revelación de una religiosa, hija de confesión, anunciando como profecía la
desolación de la ciudad de Lima. El arzobispo, después de exponer las razo­
nes que le asistían para proceder en contra del religioso, aceptó) que el
Tribunal prosiguiese la causa; no obstante, recurrió a la Suprema para que

26 Carta de los inquisidores de Lima a la Suprema de 8 de enero de 1753, Al IN, Inquisición, leí».
2.207 exp. 5.
27 AHN, Inquisición, lib. 269, fol. 14 y ss.
28 Ibicl.
29 Ibicl., nota [24].
,
Mol
l*ARTF CAP V LOS C O N F L I C T O S DH C O M P E T E N C IA 179

determinara en d efinitiva s o b re el conflh-’10* En e n e io de l 58 la Supiem a le


ordenó al Tribunal q u e su sp e n d ie ra Ia cau sa: adem as, pata evitar futuras
diferencias le se ñ a lo q u e tuviera pre>L’n*c q u e e ia pii\ati\o del ordinaiio el
conceder licen cias para p u b lica r n u ev as rev elacio n es y el castigar y proceder
contra los q u e sin su licen cia lo e fe ctu a ra n ; p ero, al m ism o tiem po, dejaba en
claro qu e eso n o im p licab a e x te n d e r la ju risd icción ordinaria al conocim ien­
to de aqu ellos a s p e c to s d e las re v e la c io n e s q u e pudieran ser contrarios a la
fe. En esta reso lu ció n d e la Su p rem a tin alm en te se establecía que una \ez
publicadas las re v e la c io n e s, fu ese o n o c o n licen cia del ordinario, correspon­
día al Santo O ficio c o n o c e r y av erig u ar si ellas con ten ían alguna doctrina
sospechosa o erró n ea e n la fe o si ten ían su origen en un falso espíritu
dúdente30.
Los conflictos entre ambas potestades sólo vinieron a superarse con el
traslado de Barroeta a la diócesis de Granada en 1758. Años después de
todas estas incidencias v siendo Kev» Carlos 111 se revocó el decreto real de 8
j

de enero de 1753 sobre la absolución ele la herejía en virtud del jubileo. En


una resolución de 2 de noviembre ele 1766. el monarca señalaba que el
arzobispo Barroeta había seguido una antigua opinión repetidas veces re­
probada por los Sumos Pontífices y, al mismo tiempo, ordenaba que en lo
sucesivo no se promulgase ningún eelicto contrario "a las notorias elecisiones
apostólicas”; además, instruía al Tribunal y al nuevo arzobispo para que en
conjunto trataran de buscar los remedios a los daños que pudieran haberse
derivado de la publicación por Barroeta de los edictos de 1751 y 1752; por
último, el Rey hacía constar su satisfacción por la conducta que el Tribunal
había tenido en ese conflicto31. Esta resolución real, al parecer, fue resultado
de la actitud dubitativa que entre 1763 (revocación de la pragmática sobre el
exequátur) y 1767 (expulsión de los jesuítas) tiene la corona con respecto a
las relaciones con la Iglesia32; de esta actitud se beneficia la Inquisición y,
posiblemente a través de presiones e influencias, no sólo obtiene aquella
resolución sino que también logra que se modifique, por lo menos en parte,
una Real Cédula de 1754 sobre el conocimiento del delito de bigamia.

Expediente de la causa por revelaciones seguida a Fr. Joaquín de la Parra. AUN, Inquisición,
leg. 2.206, exp. 3 y t. Autos de la causa seguida por el Tribunal a Fr. Joaquín de la Parra,
AUN, Inquisición, leg. 1.651, exp. 2.
11 Resolución Real de 2 de noviembre de 1766, AHN, Inquisición, lib. 258, fols. 89 y 90.
32 Teófanes Egido, “El regalismo y las relaciones Iglesia-Estado en el siglo XVIIP, en la Historia
de la Iglesia en España, dirigida p<>r Ricardo García Villoslada, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid, 1979-1980, t, IV. p. 190.
- Por el fuero de los ministros
El fuero de los ministros del tribunal también daba motivo a contro­
versias con los obispos y vicarios. Esto ocurría porque muchos ministros
eran eclesiásticos y, por lo tanto, como tales estaban sometidos a la jurisdic­
ción de los obispos.
La mayoría de los comisarios, y no pocas personas honestas, eran
curas párrocos o prebendados; por este hecho estaban sujetos a la autoridad
( del obispo del lugar y sus causas correspondían a los tribunales eclesiásticos
^ ordinarios; p_ero, al mismo tiempo, aquellos, por ser ministros del Santo O fi­
cio, gozaban del fuero de éste en todas las causas criminales en que fuesen
reos (fuero pasivo). En consecuencia, podía darse el caso en que las dos
jurisdicciones entraran en competencia por tratar de llevar hacia su fuero
una causa criminal de un ministro eclesiástico del Tribunal33.
Para evitar por lo menos en parte ese tipo de enfrentamientos, en la
Concordia de 1610 (dictada para impedir y solucionar las competencias)34 se
incluía un artículo que aclaraba el alcance del fuero de ios ministros que
eran al mismo tiempo curas o prebendados. Se señalaba que si uno de esos
ministros era acusado por delitos relacionados con el ejercicio de su oficio
no inquisitorial, debía ser juzgado por los tribunales eclesiásticos ordina­
rios35. Además, la Suprema expedía, el 28 de noviembre de 1612, una carta
acordada a los diferentes tribunales, en que manifestaba que todos los obis­
pos tenían jurisdicción exclusiva sobre oficiales clérigos no asalariados, en
casos de delitos relativos a deberes y cargos eclesiásticos, “simonía y asuntos
espirituales, mientras que los inquisidores la tuvieran acumulada con los
ordinarios, dependiendo de prioridad de acción procesal, en delitos públi­
cos y escandalosos, tales como incontinencia, usura, juego y semejantes”36.
Al parecer, según Charles Lea, el efecto práctico de esta carta acordada fue
limitado37. Lo cierto es que en los siglos X V I y X V II se plantearon varias
controversias a raíz del fuero de los ministros eclesiásticos.

33 En el Concilio límense de 1591 los obispos decidieron pedir que se prohibiera a la Inquisición
el nombrar a prebendados como comisarios porque dejaban de acudir al coro. Castañeda y
Hernández, op. cit. pp. 183-184
34 Ver parte 2.
35 Item 19 de la Concordia de 1610, incorporada en la Recopilación ¿le Leyes ele Indias, lib. I, tít.
XIX, ley XXIX.
36 Henry Charles Lea, /listona de la Inquisición española, op. cit., t. I. pp. 552-553-
37 Ibid.
Bastante alboroto causó a comienzos clel siglo XVII la que se planteó
entre el cabildo ele la catedral de Quito y el comisario, que a su vez era
arcediano de aquella iglesia. El cabildo lo denuncie) al Consejo de Indias por
no cumplir con su residencia por más de cinco años, alegando que estaba
ocupado en cosas del Santo Oficio. Incluso llegó a multarlo por sus ausen­
cias. El comisario, a su vez, sostenía que los canónigos le tenían envidia. El
conflicto había llevado a intervenir al Tribunal en defensa de su ministro,
amenazando con imponer una fuerte multa al cabildo si a aquél no le consi­
deraban el tiempo que dedicaba a asuntos de Inquisición. Esta controversia
dio origen a una real cédula, que se dictó en 1619, en la que se ordena que
los prebendados que son comisarios distribuyan su tiempo destinando tres
días de la semana a juntas y el resto cumplan con asistir al coro; de no ocurrir
esto último, se facultaba a los cabildos para que les impusieran multas38.
Otra controversia sonada se produjo por esos años entre el obispo de Arequipa
y el comisario, que era también chantre de la catedral. Las relaciones entre
ambos no eran buenas desde la publicación de unos edictos de fe por el
comisario y se complicaron al verse éste involucrado en una causa criminal
en la que aparecía como agresor. El obispo intentó defender su jurisdicción,
pero ante la influencia social del acusado y los requerimientos de la Inquisi­
ción optó por remitirle el expediente39.
En el siglo XVIII volvieron a plantearse controversias por el fuero de
ministros que al mismo tiempo eran jurídicamente dependientes de un obis­
po. Entre los años 1724 y 1728 se produjeron dos conflictos de bastante
resonancia, que incluso motivaron la intervención del monarca.
En diciembre de 1723 se presentaron al tribunal de Lima los licencia­
dos Juan y Martín Lobatón; ambos eran curas del obispado de Huamanga;
además, el primero era ex comisario de Huancavelica y el segundo, a la
sazón, ministro, persona honesta. En esa oportunidad manifestaron que el
cabildo en sede vacante de aquella catedral les seguía una causa criminal
que no correspondía a ese fuero sino al del Santo Oficio; señalaron varios
excesos y agravios ejecutados por los jueces enviados por dicho cabildo,
sobre todo contra Martín Lobatón, a quien embargaron sus bienes y tuvieron
preso en Huamanga sin permitirle oír ni decir misa. La jurisdicción eclesiás­
tica ordinaria procedía contra este último por haber impedido la detención

38 Recopilación de Leyes de Indias, lib. I, tít. XX, ley 12.


y> Castañeda y Hernández, op. cit., p. 186.
de su hermano y haber desamparado su parroquia sin licencia. El fiscal de la
Inquisición pidió los autos del proceso, que se le remitieron no sin protestas,
ante la imposición de censuras por parte del Tribunal; a la vista del expe­
diente declaró que la causa de Juan no correspondía al fuero del Santo
Oficio, pero sí la de Martín; en el fondo, el fiscal basaba su dictamen en la
condición de ministro del Tribunal que tenía el reo y en el carácter criminal
que tenía la causa que se le seguía.
Con todo, el problema no paró ahí, pues al hacerse cargo de la dióce­
sis el obispo Alonso López reclamó la causa a su jurisdicción; ante la negati­
va del Tribunal, aquél recurrió al virrey, cuya mediación resultó infructuosa;
Castelfuerte puso en antecedentes del conflicto al Consejo de Indias, y el
Tribunal, a su vez, informó a la Suprema*0. Cabe hacer notar que por una
Real Cédula de 21 de enero de 1611 de Felipe III, los prelados tenían prohi­
bido recurrir a la Santa Sede en sus competencias con los tribunales
inquisitoriales; sólo les cabía apelar al Consejo de la Suprema ' 1.
Paralelamente a estos hechos se planteaba otra controversia, en este
caso con los jueces de cruzada y el ordinario del Cuzco. En enero de 172-i el
comisario subdelegado de cruzada del Cuzco notificó a Alonso de Marcotegui,
cura y comisario de la Inquisición en Quispicanche, de una multa de 300
pesos que le habían impuesto por celebrar oficios divinos en una capilla,
contigua a la Iglesia del pueblo, sin haber efectuado la previa composición
por la cruzada. A continuación lo excomulgó e hizo poner su nombre en la
puerta de las iglesias. Marcotegui apeló al Tribunal de la Santa Cruzada del
Cuzco y al obispo del Cuzco, pero no fue oído. Ante esto recurrió al Santo
Oficio y no se dio por ligado con la censura, porque, a su juicio, un comisa­
rio de la Inquisición, en virtud del fuero que gozaba, no podía ser excomul­
gado por ningún juez eclesiástico. Marcotegui debió huir del pueblo, su casa
fue saqueada y el provisor nombró otro sacerdote en su beneficio. La Inqui­
sición consideró nulas y de ningún valor ni efecto las censuras que le habían
impuesto y pidió la entrega de los autos, lo cual se efectuó después de
conminar en forma reiterada a los jueces de la Cruzada. En 1725 el Tribunal

í0 Carta del Tribunal de Lima a! Consejo de 9 de enero de 1726, AUN, Inquisición, leg. 1.651.
exp. 7o. Consulta del Consejo de Indias de 16 de noviembre de 1728, AUN. sección Códices,
lib. 755-B, fols. 417-419; en esa consulta se incluye una carta del virrey Castelf uerte al Consejo
de Indias de 22 de noviembre de 1725. Informe del Tribunal sobre la competencia suscitada
en torno a Martín Lobatón, de 23 de junio de 1726, AHN, Inquisición, leg. 1.651, exp. S.
Henry Charles Lea, Historia de la Inquisición española, op. cit., t. I, p. 552.
declaró nulo tocio lo obrado contra su comisario y ordenó que fuese restitui­
do en su beneficio, id virrey también informó de este suceso al Consejo de
Indias12.
Como consecuencia ele estas disputas el Consejo de Indias elevó una
consulta al Rey en 172«S en la que acusaba al Tribunal de tratar de aumentar
su jurisdicción con el afán de constituirse en superior de todos los demás,
“queriendo coartar la que tiene el virrey, llevándose a su fuero infinitos
pleitos, unos con el motivo de* que el Tribunal tiene algún crédito y constitu­
yéndose jueces en propia causa atraen así a todos los acreedores, otros con
el de ser acreedor algún dependiente aunque sea el más ínfimo de los
inquisidores y finalmente... de querer atribuirse el conocimiento de los ecle­
siásticos y curas con pretexto de que son comisarios, dependientes o hones­
tas personas, sin distinguir de aquellas cosas que son de oficio, oficiando '43.
Como se desprende de esta cita, los inquisidores de Lima, con tales conflic­
tos, habían dado pábulo al virrey y al Consejo de Indias para que sacaran a
relucir otros motivos de agravio contra el Tribunal, que apuntaban a cuestio­
nar la amplitud de la jurisdicción que ejercía.
El resultado de la consulta del Consejo de Indias fue una comunica­
ción del Rey a la Suprema en la que le hacía presente que tomara medidas
con el Tribunal de Lima. Ese organismo inquisitorial, por acuerdo de 10 de
abril de 1729, adoptado a la vista de los expedientes y a influjo de la amones­
tación Real, revocó todos los autos proveídos por el Tribunal en esas dos
causas y declaró tocarles el conocimiento de ellas al ordinario y a los jueces
de la Cruzada. La Suprema fundamentaba su determinación en el alcance
que tenía el fuero de los ministros de la Inquisición según lo establecido en
la Concordia de 1610 respecto de aquellos que eran al mismo tiempo
prebendados. Como ya se ha señalado, cuando cometían un delito relacio­
nado con el oficio eclesiástico debían ser juzgados por el ordinario. En la

12 Expediente sobre la competenc ia provocada por la causa que se siguió a Alonso de Marcotegui,
AUN, Inquisición, leg. 1.651, exp. 7. Consulta de la Suprema al Rey, de septiembre de 1729,
sobre la competencia en torno a la causa de Alonso de Marcotegui, AUN, Inquisición, lib.
268, fols. 107 ss. Carta del virrey al Consejo de Indias de 22 de noviembre de 1728, AHN,
sección Códices, lib. 755-B, lól. 418. Henry Lea en su obra The Itujuisition in theSpcwish...,
op. cit., pp. 382-385, describe las com petencias con la justicia eclesiástica ordinaria por las
causas de Lohatón y Marcotegui; sin embargo, la relación que efectúa contiene numerosas
inexactitudes.
Consulta del Consejo de Indias de 16 de noviembre de 1728, AHN, Inquisición, leg. 1.651,
exp. 8; también, en sección Códices, lib. 755-B, íols. 417-419.
causa de iMartín Lobatón, a juicio de la Suprema, se unía el hecho de ser este
reo impediente de la justicia ordinaria y según ‘‘principio seguro de Dere­
cho” cualquier juez era competente contra el que trababa o impedía su juris­
dicción. Terminaba la Suprema manifestando su desagrado con el Tribunal
por haberse involucrado en estos incidentes, que habían empañado el honor
del Santo Oficio y que habían obligado a dar excusas al monarca'14.
Felipe V, para evitar que en lo sucesivo se plantearan problemas de
esa naturaleza, resolvió que los curas no pudieran tener título ni ejercicio
dependiente de la Inquisición. Esta resolución le fue comunicada al virrey
del Perú para que dispusiese las providencias necesarias a su ejecución; al
mismo tiempo se le hizo saber el acuerdo adoptado por la Suprema sobre las
dos competencias. Castelfuerte, a su vez, puso al Tribunal en antecedentes
de los despachos recibidos. Sin embargo, éste se negó a cumplir la primera
de las resoluciones alegando que no había recibido instrucciones de la Su­
prema. De acuerdo con los antecedentes que aportamos en otro trabajo444546 *
resulta evidente que el Tribunal, hasta su extinción, no alteró la práctica
tradicional en los nombramientos de sus funcionarios.

- Por la cobranza de la canonjía “su p resa”


y la administración de las fundaciones

Como es sabido, para ayudar al financiamiento de los tribunales


inquisitoriales, la Santa Sede autorizó, en la época de los Reyes Católicos, la
supresión de una canonjía en las iglesias catedrales y colegiatas de España
en favor del Santo Oficio. En América este sistema se implantó hacia 1630,
luego de obtenerse la correspondiente autorización papal16. Las iglesias cate­
drales a las que correspondió asignar las rentas de una canonjía a la Inquisi­
ción de Lima fueron las de Trujillo, Lima, Cuzco, Arequipa, Quito, La Paz, La
Plata y Santiago de Chile.
La cobranza de estas canonjías “supresas” o los intentos de los obis­
pos por gravar sus rentas fueron importante fuente de conflictos.

44 Acuerdo del Consejo Supremo de 10 de abril de 1729, AHN, Inquisición, leg. 1.651, exp. 8.
Informe del Consejo Supremo al Monarca de 16 de abril de 1729, AUN, Inquisición, lib. 268,
fol. 89.
45 Rene Millar Carvacho, La Inquisición de Lima, Siglos X V IIIy XIX, Tesis doctoral, Universidad
de Sevilla, 1981, inédita.
46 Sobre la implantación del sistema de la canonjía en Indias, ver el capítulo anterior referente
a “La Hacienda del Tribunal de Lima, 1570-1820”.
En virtud de los Breves apostólicos que asignaron al Santo Oficio las
rentas de las canonjías, los inquisidores generales tenían jurisdicción privati­
va para proceder a la cobranza de ellas. Ahora bien, dados los problemas
que implicaba la ubicación geográfica de las Indias para dictar oportuna­
mente las providencias que fueran necesarias, los inquisidores generales
delegaron su jurisdicción en los tribunales establecidos en estos dominios*7.
La misma puesta en vigencia del sistema de la canonjía usu presa”,
entre 1630 y 1635, suscitó conflictos con los cabildos catedralicios y los ordi­
narios. Benjamín Vicuña Mackenna |S y José Toribio Medina19 refieren las
incidencias a que dio lugar en Santiago de Chile la supresión del canonicato
a favor de la Inquisición. El comisario del Tribunal, que a la vez era deán de
la Iglesia Catedral, entró en conflicto con el cabildo en sede vacante al pro­
ducirse una discrepancia sobre cuál debería ser la canonjía a suprimir. Las
acciones del comisario, que culminaron con el embargo de las rentas de un
canónigo, motivaron la intervención de la Real Audiencia, por la vía de un
recurso de fuerza, ante el requerimiento del afectado. Este último hecho era
algo totalmente inusitado y además iba contra normas expresas del monarca
que eximía a la Inquisición del recurso de fuerza*'0. Las protestas del Tribunal
de Lima fueron tan intensas que el virrey conde de Chinchón no sólo le
manifestó su desagrado a la Audiencia de Chile, sino que además le señaló
“que de ninguna suerte, por vía de fuerza, le tocaba, conforme a la ley del
reino, el conocer de semejantes causas, ni de otra alguna que pudiese perte­
necer al dicho Tribunal y sus ministros”*51
05
5 .
2
Una vez que esta nueva fuente de ingresos de los tribunales americanos
estuvo en funcionamiento, las controversias se produjeron por la forma em­
pleada por la Inquisición para cobrar esas rentas. El cálculo de lo que produ­
cían las prebendas y el repartimiento de lo que tocaba a cada una, era propio
de los cabildos catedralicios; pero una vez realizada la distribución, pertenecía
al Santo Oficio efectuar la cobranza (por medio de su jurisdicción) al colector
del cabildo o directamente a los diezmeros, según fuese la forma que utilizara
cada catedral en el reparto del producto de los canonicatos*’2.

1 René Millar Carvacho, La In qu isición de Lima..., op. cit.


‘iH Benjamín Vicuña M ackenna, op. cit.
í9 José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición en Chile, op. cit., i. 1, p. 383.
50 Henry Charles Lea, Historia de la Inquisición española, op. cit., t. I. p. 383-
51 José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición en Chile, op. cit., p. 399-
52 AHN, Inquisición, leg. 2.200, exp. 2 y 3.
No obstante las claras disposiciones existentes sobre la materia y la
práctica inconcusa observada por el Tribunal de Lima, el obispo de Quito, en
1722, ante la notificación judicial del comisario al colector del cabildo por no
*

pagar unas deudas de la canonjía “supresa”, recurrió al Consejo de Indias


para que a la Inquisición le fuese ordenado recurrir a su jurisdicción cuando
tuviese que efectuar ese tipo de cobranzas53. El Consejo de Indias le hizo
presente al monarca la conveniencia de que, por intermedio de la Suprema,
les ordenara a los inquisidores de Lima el sometimiento a las mismas pautas
que regían para los demás prebendados en este punto. Con todo, ante la
argumentación en contrario que expuso la Suprema en consulta de 31 de
•agosto de 1723, da la impresión de que el Rey optó por no alterar la jurisdic­
ción que tenía el Tribunal en esa materia5'.
Los intentos por gravar las canonjías que a veces efectuaron los obis­
pos también fueron causa de conflictos. Así por ejemplo, en 1786 el obispo
de Quito y en 1809 el de Arequipa trataron de imponer unos gravámenes a
las rentas de los canonicatos, incluido el de la Inquisición. En un caso se hizo
con el fin de procurar fondos para la erección de seminarios y casas de
misericordia y en el otro con el de contribuir con un donativo a las urgencias
del Estado. El Tribunal y la Suprema, aunque reconocían los loables objeti­
vos perseguidos, se oponían a esas determinaciones unilaterales de los ordi­
narios; fundamentaban su posición en las Bulas y Breves apostólicos que
habían establecido el sistema de la canonjía “supresa” a favor de la Inquisi­
ción; en ellas se especificaba que con sus frutos, rentas y obvenciones, de­
bían mantenerse los inquisidores y demás ministros; esto implicaba, a juicio
de la Suprema, que no podía alterarse la finalidad específica de ellos y me­
nos por una autoridad ajena a la Inquisición; la administración de los fondos
de las canonjías “supresas” era algo privativo del Santo Oficio. Ahora bien,
con el fin de evitar mayores conflictos y un deterioro de la imagen de la
Inquisición, el Tribunal, a instancias de la Suprema, acuerda colaborar con
una cierta suma de dinero en los planes episcopales que habían originado
las controversias, dejando constancia de la incompetencia de los obispos
para disponer de parte de las rentas de las “supresas""0.
En lo que respecta a las fundaciones dependientes del Tribunal, tanto
capellanías como obras pías, habría que señalar que en su origen están muy*

^ Ibici.
* Ibid.
ss AHN, Inquisición, Ie«. 4.797, exp. I y lib. 1.026, sin foliar, año 1789.
Plaza ele la Independencia, antigua de la Inquisición, con estatua ecuestre de Simón
Bolívar. Al fondo, casas del tribunal (Tilom as.I. H utchinson, Two years ¡ti Peni, irith
e.xjtlora tion o f its im tit¡ititíe s . Yol. I. Londres, 1873).

vinculadas al incremento del prestigio que aquél alcanzó en la sociedad perua­


na, a partir de 1630'“*. Muchas personas atraídas por ese prestigio instituyeron
fundaciones que dejaron bajo la administración del Santo Oficio o de los
inquisidores. Aunque el Tribunal, al aceptar el patronazgo de las capellanías,
se guardaba bien de que estuvieran exentas de la jurisdicción eclesiástica ordi­
naria (la gran mayoría eran laicales aunque había más de una colativa), no
faltaban hechos que dieran motivo a la intervención del arzobispo de Lima.
Así, a fines de 1732 dicha autoridad eclesiástica publicó un edicto
general de visita de las capellanías y patronatos de la diócesis. El arzobispo
Barroeta estimaba que el tribunal debía someterse a él y que los inquisidores
debían presentarse para que las obras pías que les pertenecían fueran visita­
das. Los inquisidores sostenían que el Santo Oficio poseía en esta materia
una exención absoluta y que, aun más, las fundaciones eran laicas con la
expresa exclusión del ordinario en sus estatutos'1".*5
7

% Rene Millar Carvacho. I.a IiH/nisició/t de Urna, op c ii .


57 Cana de los inquisidores al Consejo ele 8 de enero de 1753. AUN. Inquisición, leg. 2.206,
exp. 3.
b) Conflictos con la jurisdicción civil

— Por el fuero de los ministros y sus dependientes y esclavos


Las competencias ele la Inquisición con los tribunales reales siempre
fueron muy numerosas. Un factor importante de ellas lo constituía el fuero
de^que^gozaban los funcionarios inquisitoriales. El Santo Oficio tenía unas
características muy especiales; en él confluían dos jurisdicciones, una ecle­
siástica y otra civil. Como tribunal eclesiástico procedía privativamente en las
causas de fe. Pero los monarcas, queriendo que cumpliera con su misión
específica (la aniquilación de la herejía) en forma óptima, le fueron otorgan­
do una serie de privilegios para garantizar la correcta administración de jus­
ticia en ese ámbito considerado tan importante por dichas autoridades. Así,
se les otorgó un fuero especial a sus ministros, más amplio en el caso de los
asalariados que en e! de los que no lo eran; como consecuencia de esto, el
numeroso contingente de oficiales de la Inquisición pasó a ser juzgado en
muchas causas civiles y criminales por su propio tribunal. En definitiva, la
necesidad de que los tribunales inquisitoriales tuvieran la suficiente inde­
pendencia llevó a los reyes a delegarles parte de su jurisdicción para que
pudiesen conocer las causas de sus funcionarios. De ese modo, a la jurisdic­
ción eclesiástica unieron la real.
Al poco tiempo de haberse establecido la Inquisición en los territorios
de las Coronas de Castilla y Aragón, los monarcas tomaron conciencia de los
abusos que generaba el fuero inquisitorial y de los trastornos que producían
a la recta administración de justicia los continuos conflictos jurisdiccionales.
Al fundar el Santo Oficio de Lima, llevados por el deseo de superar esos
inconvenientes, sin menoscabar la autoridad deí nuevo tribunal, dictaron
una abundante legislación para precisar el alcance del fuero y para evitar las
competencias o dirimirlas una vez producidas.
El alcance del fuero de que gozaban los ministros del Tribunal de
Lima fue especificado, sobre todo en las Reales Cédulas de 7 de febrero de
1569 y de 2 de agosto de 157CP8. En estas y otras disposiciones la Corona
trató de determinar, en la forma más precisa posible, los casos en que corres­
pondía actuar a una y otra jurisdicción.5 8

58 En autos formados con motivo de una controversia con las Audiencias ele Quito y Santiago
por la mantención de unos alguaciles mayores, AHN, Inquisición, leg. 1.638, exp. 5.
En la primera de dichas cédulas se estableció que los familiares sólo
gozaban de fuero en las c a u s a s criminales y que su carácter era pasivo vale
decir, únicamente cuando eran demandados sus causas debían ventilarse en
el Tribunal del Santo O ficio. Eso no era todo, ya que en la misma cédula se
restringía aún más este fuero de los familiares, pues se señalaba que corres-
ponclía a los jueces seglares conocer aquellas causas criminales en que fueren
reos de cualquiera de los delitos siguientes: crimen de lesa majestad, crimen
nefando, crimen de levantamiento o conmoción del pueblo, quebrantamien­
to de cartas de seguro del rey, rebelión, inobediencia a los mandamientos
reales, en caso de alevosía, forzamiento de mujer, robo de mujer, robo públi­
co, quebrantamiento de casa, o iglesia o monasterio, quema de campo o de
casa con d o lo , resistencia o desacato calificado contra las justicias reales.
Tam bién los familiares debían ser juzgados por los jueces civiles en
caso de cometer delitos en el desempeño de los oficios públicos que tuvieren.
Adem ás, en dicha Cédula se señalaba explícitamente que el conocimiento de
las causas civiles de estos ministros, en que fueren actores o reos, correspon­
día a los jueces seglares. Al parecer, el fuero de los familiares del Tribunal de
Lima tenía menos amplitud que el que poseían sus similares de los tribunales
de Castilla, pues en la Concordia de 27 de mayo de 1553, a éstos no se les
impide, en forma específica, el goce del fuero activo (cuando eran deman­
dantes) en las causas criminales^
En el año 1587 se ordenó que rigiese en Indias la Concordia sobre
familiares que se había dictado en 1553 para los reinos de Castilla. Con todo,
al haberse especificado que se guardara en aquellos casos en que no estu­
viera innovada por disposiciones más modernas, esta norma no significó
ninguna alteración en el tuero de dichos ministros00, ya que la Cédula de
1569 había sido bastante más clara en las limitaciones de aquél.
En cuanto a los oficiales asalariados, por Cédula de 1570 se les otorga­
ba el fuero p a s i v o ( c u a n d o e r a n d e m a n d a d o s ) en to d a s las c a u s a s civiles y
criminales. En ella no se hacía mención expresa al activo. Con todo, este
ultimo y dudoso punto fue aclarado al año siguiente en una respuesta del
monarca a una consulta del virrey de México sobre el particular; la declara­
ción Real, que se hizo llegar al Perú, otorgaba a estos oficiales el fuero activo
y pasivo en todas las causas civiles y criminales561.
0
6
9

59 Nueva R ecop ila ción de Leyes de Castilla, lib. IV, tít. I, ley XVIII, art. 4.
60 R ecopilación de Leyes de Indias, lib. I, tít. XIX, ley XXVII.
(A AUN, Inquisición, lib. 269, tol. 153.
En resumen, al fundarse el Tribunal de Lima y durante sus primeros
años de funcionamiento, los familiares gozaban sólo de fuero pasivo en las
causas criminales y los ministro^ asalariados de activo y pasivo tanto en las
causas civiles como criminales.
Los conflictos a causa del fuero de los oficiales lueron numerosos en
esa primera época. Entre ellos cabe mencionar el que se produce a fines de
1570, a poco de establecido el Tribunal, a raíz de la detención por los alcal­
des ordinarios de un negro, esclavo del alguacil mayor Domingo de Carvajal.
El inquisidor Cerezuela estimó que el reo quedaba bajo el del fuero que
asistía al alguacil y por lo mismo exigió que fuese remitido junto con el
expediente, para seguirse la causa en el Santo Oficio. El fiscal de la Audien­
cia se negó a ello alegando, entre otras razones, que los esclavos de los
ministros no quedaban exceptuados de la jurisdicción real según las reales
cédulas que precisaban el fuero de los funcionarios de la Inquisición. Ade­
más, señala que se trataría de uno de aquellos casos exceptuados, por ser un
ladrón público, sorprendido robando caballos y resistirse con armas al arres­
to. La Inquisición insiste, incluso con amenazas de excomunión, en conocer
el expediente y decidir si le correspondía o no la tramitación de la causa62.
No se sabe con claridad cómo terminó esta disputa, pero sin duda marca la
pauta de los futuros conflictos entre ambas jurisdicciones.
Otra controversia parecida se plantea con los alcaldes de corte en
1583. La Inquisición, siguiendo una práctica castellana, exigirá a dichos jue­
ces que se inhiban en el conocimiento de una causa criminal seguida contra
un criado del Inquisidor Gutiérrez de Ulloa. Cabe hacer notar que las dispo­
siciones ya citadas referentes al fuero de los ministros del Tribunal de Lima
nada decían respecto a sus criados y esclavos, de ahí el conflicto comentado
anteriormente. No obstante, en este caso, la Audiencia opte) finalmente por
remitir los autos al Santo Oficio, ante la amenaza de excomunión63.
Posteriormente, con el virrey conde del Villar se producen numerosas
y ruidosas controversias, algunas de las cuales provocan gran conmoción en
la sociedad limeña. Las relaciones entre los inquisidores y el virrey fueron
muy poco cordiales, agriándose cada vez más con el paso del tiempo. Los
conflictos y desavenencias se producen por los más diversos motivos, inclui-

62 Castañeda y Hernández, op. cit., pp. 98-100.


ANCIL Inquisición, vol. 167, fol, 66-162. También. José Toribio Medina, Historia... de la
Inquisición de lima. op. cit., t. II. p. 381.
d o s lo s fo rm u lis m o s un m a teria tic ce re m o n ia l y etiqu eta; con todo, el papel
d e te r m in a n te e sta rá d a d o p o r las c o m p e te n c ia s en torno al tuero de los
m in istro s.
C r o n o ló g ic a m e n te , las d e s a v e n e n c ia s se rem ontaban al año 1585, poco
tie m p o d e s p u é s d e lle g a r el c o n d e a o cu p a r su cargo. El origen de ellas, al
p a re c e r, e s tá v in c u la d o a lo s in te n to s del virrey p or frenar la conducta disipa­
d a y e s c a n d a lo s a d el In q u is id o r A n to n io G u tiérrez de L'lloa; específicam ente,
e l v irrey h iz o sa lir d e Urna a la m u jer c o n la cu al el Inquisidor estaba aman­
c e b a d o 61.
En a b ril d e 15«S0 s e p r o d u jo un co n flicto a raíz, de que el Inquisidor
G u tié rre z d e l lloa im p id ió la salid a d e la A rm ada, b a jo am enaza de excom u­
n ió n ; s e ñ a la b a q u e n a d ie p o d ía e m b a rc a rs e sin licencia del Santo Oficio,
d e b id o a q u e p o d ría n h a c e r lo p e rs o n a s q u e h abían sido denunciadas o que
d e b ía n testifica r. Es d e s u p o n e r la m o lestia q u e e sto p rovocó al virrey por los
tra sto rn o s q u e c a u s a b a a la s c o m u n ic a c io n e s c o n la m etrópoli1’’'. A partir de
e s e m o m e n to e x is te n v a ria d o s te stim o n io s d e co n tin u as rencillas y com pe­
te n c ia s. La lle g a d a d e o tro In q u isid o r, en calid ad de visitador, no mejoró en
n a d a las r e la c io n e s e n tr e el S a n to O fic io y el virrey. Al decir de éste, el
v isita d o r R u iz d e P ra d o s e h a b ría m o le sta d o p or la no contestación de una
ca rta e n q u e le a n u n c ia b a su a rrib o a I.im aol\ Este d esco n ten to se manifestó
e n la n e g a tiv a d el v isita d o r a la so licitu d del virrey para qu e se llevara ante
las a u to rid a d e s c iv ile s a d o s c o r s a rio s in g leses, q u e habían sido apresados en
B u e n o s A ires y e s ta b a n e n las c á r c e le s s e c re ta s del Tribunal de Lima0 .
En m ayo de 15S7, ante el peligro de un ataque de corsarios ingleses,
los inquisidores dieron orden a los familiares para que se turnaran en el
resguardo de las casas del Tribunal. Al mismo tiempo, el virrey ordenó que
todos los encomenderos fueran al Callao a preparar la defensa; algunos de
éstos hicieron presente que por ser familiares debían quedarse en las casas
del Tribunal. Sin embargo, el virrey los obligó a cumplir con sus órdenes y
además le planteó a la Inquisición que no debía nombrar como familiares a
encomenderos, regidores ni oficiales realesos.

Jo sé Toribio Medina, ¡lis to n a .. de ¡a hujttisicióti de Urna, op. cit., t. I, pp. 197 y 207 a 209.
(" ANCI i, Inquisición, vol. -ion. tol \ a “7
°° Jo sé Toribio Medina. H istoria ... de la hn/nisición de Lima. op. cit., t. I. p. 210.
07 Ib id ., p. 211.
(,i José Toribio Medina. H istoria de la In qu isición de Urna, op. cit., t. 1. pp. 212-213. También,
ANCII, Inquisición, vol. K>U. lol. 1 y ss.
En agosto de 1587 la Inquisición sale en d efen sa del fu ero d e u n o de
sus ministros. El calificador Fr. Francisco de Figueroa, d e la o rd e n d e San
Agustín, que había llegado al Perú con el visitador Ruiz d e Prado y q u e vivía
en la residencia de éste, fue llamado a la casa clel virrey, d o n d e fu e in terro­
gado, para posteriorm ente ser enviado preso al co n v e n to d e su o rd en . Se
tom ó esa medida debido a un serm ón pronunciado p or el fraile en un m o ­
nasterio de monjas, que el virrey había con sid erad o o fe n siv o . Al p a recer
habría dicho: “cuan importante era en todos los qu e g o b e rn a b a n espiritual y
temporalmente la brevedad en el despacho de los n e g o cio s y n e g o c ia n te s ”6970.
Lo cierto es que el virrey estaba m olesto porque Fr. F ra n cisco n o le había
visitado cuando llegó a la ciudad. La autoridad, p or últim o, h ab ía o rd en ad o
el regreso del religioso a España. La Inquisición, p or su p arte, lo to m ó b ajo
su protección, alegando que com o ministro del Santo O ficio p o se ía fu ero y
que debía revocarse todo lo obrado, incluido lo relacio n ad o co n su reclu sió n
y extrañamiento. Lo cierto es qu e finalm ente el religioso salió del c o n v e n to y
no regresó a España, estableciéndose en Potosí co n el título d e co m isa rio °.
En los m eses siguientes los incidentes se su ce d en u n o tras otro. En
septiembre es a causa del com isario del puerto de Payta, q u e fu e d eten id o
por orden del virrey por obstaculizar a la justicia real71. En o ctu b re , el virrey
le quitó la plaza de gentilhom bre de lanza a A ntonio de A rpide y U lloa al
momento de ser nombrado prom otor fiscal del Santo O ficio ; e sto o rig in ó un
pleito, que se ventiló en el Tribunal de la Inqu isición, en tre A n ton io A rpide
y Luis Denebares, poseedor de la lanza quitada al prim ero; la cau sa se falló
en agosto de 1589 a favor del prom otor fiscal72.
La tensión entre el virrey y los inquisidores h abía lleg ad o a su grad o
máximo, lo cual explica el absurdo incidente qu e p ro tag o n izaro n el 3 0 de
noviem bre de 1587 en el auto de fe que se ce le b ró en la plaza d e Lima. En
esa oportunidad, el virrey se negó a sentarse en el lugar asig n ad o , in stalán ­
dose más abajo del tablado y m archándose, aco m p añ ad o d e un n u m e ro so
grupo de nobles, apenas com enzado el auto. Según el virrey, los in q u isid o res

69 ANCH, Inquisición, vol. 466, fol. 187 a 225.


70 Ibid.
71 ANCH, Inquisición, vol. 466, fol. 230 a 236. También, José Toribio Medina, Historia... de la
Inquisición de Lima, op. cit ., t. I, pp* 218-220.
ANCH, Inquisición, vol. 466, fol. 340 y ss. También, José Toribio Medina, Historia... de la
Inquisición de Lima, op. cit., t. I, PP- 215-216.
n o le h a b ía n r e s e ñ a d o 4 q u e le co rre sp o n d ía por su rango7’ . El escán-
d a lo q u e e s te s u c e s o p ro d u jo e n tr e la p o b la ció n d e Lima fue tan grande que
e l m o n a rc a d ic tó u n a Ke:d C é d u la , el 8 d e m arzo d e 1589, para evitar que en
e l fu tu ro p u d ie ra n re p u lirse s itu a c io n e s se m e ja n te s. En ella se señalaba lo
s ig u ie n te : “lo q u e p a s ó e n tr e el virrey y los inqu isid ores, sobre la forma en
q u e h a b ía d e s e r su a c o m p a ñ a m ie n to para ir al au to d e fe que se celebró el
d ía d e S a n A n d ré s d el añ<> o c h e n ta y sie te , y lugar q u e en el había de tener
e l d ic h o v irrey , y c o m o ciñiera q u e es m uy ju sto y n ecesario , y lo quiero yo
a sí, q u e la In q u is ic ió n s e a m u y v e n e ra d a , resp etad a y tem ida: y tenga toda la
m a n o y a u to rid a d q u e s e re q u ie re , m a y o rm e n te en acto s tan solem nes, y de
ta n to te rro r y e je m p lo : m e ha p a re c id o q u e los d ich o s inquisidores procedie­
ro n in d e b id a m e n te , y n o m e n o s m al el virrey en p asar por ello con tanta
d e r o g a c ió n ele la a u to rid a d q u e d e b e c o n se rv a r el q u e tan inmediatamente
c o m o é l, re p re s e n ta mi p e r s o n a , p a sa n d o p o r se m e ja n te novedad, e termino,
tan d ife r e n te d e lo q u e e s ju sto , y d el q u e s e tuvo c o n el virrey Don Francisco
d e T o le d o , y d e m á s d e q u e m a n d a r e d ar en e llo la o rd en q u e convenga, de
m a n e ra q u e p ara lo a d e la n te c e s e n in c o n v e n ie n te s ..." '1.
Los incidentes entre ambas potestades culminan en el año 1589. en
una competencia que se extiende desde enero a septiembre en torno a un
ministro del Santo Oficio. El Dr. Diego de Salinas, abogado de presos de la
Inquisición, fue procesado por el virrey, por algunas expresiones ofensivas
para con dicha autoridad, que habría pronunciado antes de ser ministro del
Santo Tribunal. A juicio de los inquisidores, había bastado que el Dr. Salinas
fuese nom brado funcionario inquisitorial para que el virrey hubiese ordena­
do su procesamiento. 1 lay que señalar que también se le acusaba de ser
cómplice ele un secretario real que había prevaricado en el cargo. Lo cierto
es que el Dr. Salinas, en el proceso incoado, fue incluso sometido a tormen­
to. El Santo O ficio consideró esto una afrenta a sus prerrogativas; exigió que
se le remitiese el expediente de la causa para determinar a quién correspon­
día el conocimiento de ella y , finalmente, ante lo que consideraron reitera­
dos abusos y atropellos del representante del monarca contra sus fueros y
privilegios, los inquisidores excomulgaron al virrey. Este optó por enviar los*

ANCII, Inquisición, vol. 466, íbl. 145 y ss. También, Henry Charles Lea, 7beInquisition in the
Spanish..., op. cil., pp. 357. Jo s é Toribio Medina, Historia... de la Inquisición de Lima. op.
c i t t. I, pp. 217-218.
Cedularío in d ia n o. recopilado por Die^o de Encinas, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid,
1945, t. I, p. 51.
autos originales al Tribunal (el cual declaró q u e la causa le co rre sp o n d ía ) y
trató de obtener la absolución, antes de em p ren d er el reg reso a España,
haciendo diversas m anifestaciones de humildad. Por su p arte, el T ribunal
ordenó que el Dr. Salinas fuese sacado de la cárcel en q u e e sta b a p reso y
puesto en las casas del Santo Oficio*75.
En estos años el peso e influencia del T rib u n a l parecen
incontrarrestables. Sin embargo, desde fines del siglo XVI se desarrolla una
tendencia en el sentido de limitar los privilegios inquisitoriales. Las continuas
quejas de las autoridades peruanas por el comportamiento de los inquisidores,
unidas a nuevos conflictos que se plantearon entre 1608 y 1609, llevan al
poder central a dictar la Concordia de 16 l0 y luego la de 1633. Estas vinieron
a significar una clara restricción del fuero de los funcionarios y de la autori­
dad del Santo Oficio (ver parte 2), que quedó,^temporalmente, en una situa­
ción desmedrada con respecto a la Real Audiencia.
Durante el gobierno del con d e de Alba ( 1655-1661) hay n u m ero sas
com petencias con la Inquisición. Una de las qu e alcan zaro n m ás re so n a n cia
se planteó por la causa que el gobierno siguió a P ed ro L óp ez d e G árate,
contador del Santo Oficio, por transgresión de la tasa del trigo fijada p o r la
autoridad. El virrey finalm ente decidió enviar la cau sa al C o n s e jo d e In d ias
para que determ inase a quién correspondía su c o n o cim ie n to 76. O tro c o n flic ­
to serio se originó en 1660 por la detención, p or el alca ld e d e c o rte , d e un
esclavo del receptor del Santo O ficio, al qu e se acu sab a de c o m e te r varias
muertes alevosas antes de ser criado del recep tor; en últim o té rm in o , la Real
Sala del Crimen decidió remitir el esclavo al Santo O ficio 77.
En el siglo XVIII las com petencias son ab u n d an tes, s o b re to d o , e n tre
1730 y 1750. Las más graves y de m ayor trascen d en cia para la In q u isició n se
producirán con el Tribunal del Consulado. Una de ellas tu vo lu gar e n 1 7 3 7 y
se originó en una dem anda que presentó el recep to r p ro p ietario M anuel d e

75 AN'CII. Inquisición, vol. 466, fol. 334 a 470. I lenry Charles Lea, The hiquisition in tbeSpctnish...,
op. cit., pp. 377 y ss. José Toribio Medina, Historia... riela Inquisición de Urna. op. c it ., t. II,
pp. 384 y ss. Entre 1595 y 1599 se produce otra ruidosa competencia en torno a un notario
y familiar de La Plata que había dado muerte a su mujer por cometer adulterio. La Inquisición
logró hacerse con el conocimiento de la causa y, a pesar de las protestas de la Audiencia e
intervención del virrey, la sentenció y estableció unas penas que, por ser poco rigurosas,
desagradaron al Monarca. José Toribio Medina, la Inquisición de I.inut. op. c it . t. II. pp. 388-
390.
76 ANCH, Simancas, vol. 1, fol. 177-178. También vol. 7, fol. 24.
T> ANCH, Inquisición, vol. 467, fols. 53 a 64.
Ilarduy (suspendido de su oficio en momento) contra el comerciante de
Lima Pedro de Murga, por una deuda pesos. El juez de bienes del
Tribunal la acogió fundado en el fuero del receptor y en el hecho de ser este
ministro deudor del Fisco inquisitorial V P01 e *lo tener sus bienes embarga­
dos. Contra Pedro de Murga se dictó Lin mandamiento de ejecución sobre
algunas de sus propiedades, al no s a t i s f a c e r la deuda tras la primera notifica­
ción del juez. Encontrándose la causa en ese estado, un vecino de Lima
recurrió al Tribunal del Consulado en contra de Pedro de Murga por una
deuda de 20.000 pesos. El Santo O f i c i o , después de lograr que el secretario
de ese tribunal fuese a hacer una relación de los autos originales, se declaró
competente y ordenó la acumulación de dichos autos. Luego de variadas
incidencias la Inquisición consiguió el conocimiento de la causa iS
La competencia que tuvo mayores repercusiones también se produjo
con el Consulado y fue originada por la causa que en la Inquisición se siguió
contra el comerciante Félix Antonio de Vargas, a cuenta de una demanda
que interpuso el secretario de secuestros, Jerónimo de la Torre, por valor de
9.000 pesos. La intervención del virrey para tratar de zanjar la disputa resultó
estéril. El Santo Oficio obtuvo finalmente el conocimiento de la causa, pero
a costa de agraviar a las máximas autoridades civiles, que protestaron ante el
1
monarca. Este, a la vista de los antecedentes del caso y de situaciones con­
flictivas anteriores, decidió, en virtud de una Real Cédula, restringir el fuero
de los ministros del 'Tribunal de Lima 9.

— Por el fuero de su Hacienda y de las fundaciones


Razones de índole económica impulsaron a los monarcas a buscar
una forma de financiamiento del Santo Oficio que no afectara a la Hacienda
Real. El producto de las confiscaciones a los condenados por causas de fe,
que la Santa Sede concedió a los Reyes, fue asignado por éstos al pago de los*

H Copia de los autos form ados por la com petencia a que dio lugar la causa que se siguió a
Pedro de Murga, Al IN, Inquisición, leg. 1.642, exp. 3. Informe del fiscal de la Suprema sobre
la com petencia a que dio lugar la causa de Pedro Murga, AUN, Inquisición, leg. 1,642, exp.
1. Carta de los inquisidores a la Suprema de l"7 de diciembre de 1750, AHN, Inquisición, leg.
2.204, exp. 3.
J Relación de g o b ie rn o del \'irrey Conde de Superando. Biblioteca Nacional de Madrid (BN),
sección m anuscritos, 3108, lols. 65-66. También, informe del virrey al Consejo de Indias de
1° de mayo de 1748. Archivo G eneral de Indias (AGI), Lima. fol. 51a. Consulta del Inquisidor
General y la Suprema al Rey de diciem bre de 1754. AUN. Inquisición, lib. 269, fols. 147-149.
Real Cédula de 1751. en AHN, I n q u i s i c i ó n . leg. 1.651. exp. 5.
salarios de la plantilla de los tribunales. Al mismo tiempo, la Inquisición fue
autorizada a conocer judicialmente y a administrar todo lo referente a aquel
capítulo. Cabe hacer notar que la pena de confiscación de bienes, previa
determinación y embargo de ellos, generó una gran cantidad de pleitos por
parte de los acreedores. Esto obligó a establecer en cada tribunal un juez de
bienes confiscados, que de acuerdo con lo ya expresado procedía en virtud
de una jurisdicción real delegada. En razón de la facultad que poseían para
administrar aquellos bienes, los tribunales invirtieron dinero en censos; los
pleitos que las cobranzas de éstos originaron también pasaron a ser compe­
tencia de los jueces de bienes.
Así, la Inquisición de Lima ejercía jurisdicción en todas las causas en
que estuviera involucrado el patrimonio de su Fisco o Hacienda por exten­
sión del derecho concedido por Felipe II en 1570. y reiterado por Felipe III
en lólO, para conocer y determinar los pleitos de bienes confiscados80. El
juez de bienes, siguiendo la costumbre observada en los tribunales metropo­
litanos, conocía de las causas que se originaban en la cobranza de los réditos
de censos aduciendo que el dinero de las imposiciones provenía del produc­
to de los bienes confiscados a los herejes81.
Ahora bien, dado que su Hacienda se incrementó de manera notable
con las confiscaciones realizadas en la década de 1630 a unos comerciantes
de origen judío-portugués82*, el Tribunal llegó a tener invertidos en censos
más de 600.000 pesos. Como es lógico, esto provocó un aumento también
importante en los pleitos derivados de las cobranzas de esos censos. Ade­
más, cabe hacer notar que ios acreedores de quien fuese al mismo tiempo
deudor insolvente del Fisco y del Santo Oficio, debían interponer sus de­
mandas ante dicho Tribunal por disposición expresa de éste.
Por otra parte, como ya lo hemos señalado, a partir de fines del pri­
mer tercio del siglo XVII muchos particulares o personas vinculadas a la
Inquisición instituyeron diversos tipos de fundaciones, tales como patrona­
tos, buenas memorias y capellanías, que dejaron bajo el patronazgo de esta
institución o de los inquisidores. La administración de las rentas con que las
dotaban correspondía al Santo Oficio, quien por lo general las invertía en
censos. La cobranza de éstos provocaba conflictos con la jurisdicción civil,

80 Recopilación de Leyes de Indias, lib. I, tít. XIX, ley IX.


81 AUN, Inquisición, leg. 2.198, exp. 9.
82 Ver capítulo anterior sobre las confiscaciones a los comerciantes de la “gran complicidad" de
1635.
porque el Tribunal se atribuye) el derecho a conocer las causas en que estu­
vieran involucrados los intereses de sus obras pías.
En definitiva, hacia mediados del siglo XVII, el Tribunal tenía coloca­
dos en censos mas de un millón de pesos (Fisco, más fundaciones) y el
número de censatarios era cercano a los cien83. La cantidad de causas por
cobranza que esa situación generaba era enorme y la posibilidad de conflic­
to con la jurisdicción civil era. a su vez. permanente. Cualquier pleito que
involucrara de algún m odo a aquellos capitales, por determinación de la
propia Inquisición, obligatoriamente debía ventilarse en sus estrados, aun­
que ese punto de vista no era siempre compartido por los tribunales civiles.
Durante el gobierno del virrey conde de Alba y Aliste abundaron las
competencias entre la jurisdicción real y la Inquisición, eiT parte debido a
que aquél no miraba del todo bien a esta última institución8'. Uno de los
tantos conflictos se planteó a raíz de una causa que afectaba tangencialmente
al patrimonio del Fisco del Santo Oficio. Hacia 1657 en el Tribunal de Guerra
se ventilaba un pleito entre dos militares por unos derechos de riego; el
Tribunal de la Inquisición hizo llamar al escribano de la causa con los autos
originales, aduciendo que en dicho pleito estaba involucrada una chacra
sobre la que el Santo Oficio tenía1 impuesto un censo; el virrey, para evitar
mayores dificultades, decidió remitir los autos. Con todo, para el represen­
tante real no terminaron allí sus problemas, pues una copia de dichos autos
fue posteriormente analizada por el fiscal del Consejo de Indias; éste señaló
que el virrey había hecho mal en remitirla a la Inquisición sin que se formara
previamente la sala de competencia (fórmula establecida en la Concordia de
1610 para dirimir estas situaciones) y, por lo tanto, debía ser reprendido, ya
que “en ello estaba gravemente ofendida la jurisdicción real*', pues la causa
parecía corresponderle8'’ .
El mismo año de 1657 se produjo otra competencia originada en el
fuero de su Hacienda. Específicamente, el problema se suscitó a raíz de un
censo del Tribunal, impuesto sobre una chácara de una vecina de Lima, que
reedituaba más de mil pesos al año. El pleito se planteó por un desvío de las*8
5

Hi Ver capítulo sobre la Hacienda del Tribunal.


Bi Ln carta del Tribunal a la Suprema, de 3 de septiembre de 1658, se señala: “bl conde de Alba
virrey de estos reinos ha mostrado no favorecer al Santo Oficio antes al contrario y se ha
destemplado más de lo que se esperaba por sus papeles y de palabra en los casos en que se
lia ofrecido..."ANCII, Simancas, vol. 7, fol. 20.
85 ANCH, Simancas, vol. 1, fol. 181.
aguas de una acequia que regaban la propiedad y que afectaban la explota­
ción de ella, poniendo en peligro la subsistencia del censo. Debido a que
uno de los involucrados tenía fuero militar, la causa inicialmente se ventiló
en el Tribunal de la Guerra. Pero, ante los requerimientos de la contratante
del censo intervino la Inquisición, exigiendo que se le diese a conocer el
expediente para decidir si la causa le pertenecía o no. Después de diversas
incidencias, el Santo Oficio logró imponer su criterio y quedarse con la tra­
mitación del pleito, no sin generar una fuerte molestia en el virrey86.
El Tribunal de Lima, a comienzos del siglo XVIII, vio amenazada la
jurisdicción que ejercía en las causas que implicaban a su Hacienda. Un
recurso que los labradores de Lima hicieron ante el monarca para conseguir
una rebaja de los censos, con motivo de la esterilidad de 1687, fue el factor
que provocó la discrepancia con la justicia real. Felipe V, por una Real Cédu­
la de 1702, asignó a la Audiencia el conocimiento del pleito que habían
interpuesto los labradores; y dicha corte estableció en 1702 una rebaja en los
réditos de los censos que pagaban los hacendados del distrito de Lima87.
El Tribunal de la Inquisición, desde que se planteó el fenómeno de la
esterilidad, había estado conociendo una serie de causas relacionadas con
algunos de sus censatarios que, afectados por la crisis, no habían pagado los
réditos. La política que la Inquisición había seguido al respecto consistía en
ver cada caso en particular para luego llegar a un acuerdo que dejara más o
menos conforme tanto al deudor como a su Fisco o a los patronatos. Lo que
los inquisidores pretendían era que sus censatarios recurrieran al Tribunal en
lo tocante a esta materia y que en sus estrados se siguieran las causas corres­
pondientes*8. Sin embargo, la Audiencia, amparada en el dictamen real, ha­
cía extensivo el acatamiento de la sentencia que había dictado a todos los
censualistas del distrito y los conminaba a seguir ante ella las causas que se
plantearon; incluso la Real Audiencia expidió un auto ordenándole al 'I ribú-
nal que cesara en la ejecución de bienes de los censatarios afectados por la
esterilidad89.

86 Castañeda y Hernández, op. cit., t. II, pp. 146-149.


^ Carta del virrey Castelldosrrius a los inquisidores, de 9 de junio de 1707, AUN, Inquisición,
leg. 2.198, exp. 9.
HH Informe del fiscal del Tribunal, de 4 de octubre de 1707, AITN, Inquisición, leg 2 .198, exp. 9.
También, carta de los inquisidores a la Suprema, de 10 de diciembre de 1707, Al IN, Inquisición,
leg. 2.198, exp. 9.
89 Ibicl.
Los inquisidores optaron por acatar lo establecido en la sentencia de
la Real Audiencia sobre la rebaja de censos, pero no dejaron de proceder
contra algunos hacendados que, a su juicio, quedaban exceptuados de dicho
fallo; aquellos recurrieron a la Real Audiencia, la que, a insinuación del
virrey, decidió dar cuenta al monarca11". Este, por Real Cédula de 28 de
febrero de 1711, continuo la sentencia dictada por la Audiencia en 1707 y
ordenó su acatamiento a la Inquisición; con todo, al mismo tiempo, de he­
cho le reconoció a esta la facultad para conocer las causas que afectaran a su
Hacienda, al prescribirle el cumplimiento de dicha sentencia en lo tocante a
su jurisdicción (de haberle negado tal derecho le habría ordenado que recu­
rriese contra los deudores ante la Audiencia)01.
En lo que respecta a los patronatos la situación fue diferente. Ya en la
controversia que se produjo por la rebaja de los réditos que pagaban los
labradores de Lima, la Real Audiencia hizo una distinción entre los censos
que pertenecían al Fisco y a los patronatos. La exigencia para que las causas
que involucraban a los primeros se vieran en sus estrados fue menos directa
que en el caso de los segundos; el Tribunal incluso llegó a conjeturar que la
Audiencia pretendía “privarlo’' totalmente del conocimiento de las causas de
los patronatos92. En el fondo, existían razones para considerar de manera
diferente la jurisdicción que el Santo Oficio ejercía sobre el patrimonio de los
patronatos; la facultad ele conocer las causas de su Hacienda se fundaba mal
que mal en las Reales Cédulas sobre bienes confiscados; en cambio, la que
ejercía en relación con los patronatos se sustentaba casi exclusivamente en la
costumbre.
En 1720 se planteó una competencia por el conocimiento de una
causa en que estaba involucrado el patronato denominado de Feliciano
Torrejón. Esta dio motivo al oidor marqués de Casa Concha para emitir un
informe en el que se le negaba al Santo Oficio el derecho a que los patrona­
tos se sujetaran a su fuero; al mismo tiempo, calificaba la pretensión del
Tribunal como atentatoria de la jurisdicción real. El marqués de Casa Concha
fundamentaba su informe en la inexistencia de “privilegio” escrito sobre la
materia; también, en que los bienes de los patronatos no eran propios del
Tribunal ni de los inquisidores, sino del difunto a quien representaban y, por

x> Carta ele los inquisidores a la Suprema, de 21 de agosto de 1708, AUN, Inquisición, leg.
2.198, exp. 9.
A Real Cédula, de 28 de febrero ele 1711, AIIN, Inquisición, leg. í.797, exp. 6.
n Ibid ., nota 1901.
lo tanto, éstos no podían hacer extensivo a aquéllos el fuero pasivo o activo
que les correspondía. Por último, hacía hincapié en el perjuicio que entrañaba
para la justicia ordinaria el conocimiento, por paite ele la Inquisición, de las
causas que generaban los numerosos censos que tenían impuestos unos
patronatos cuyos capitales excedían a los del Fisco alcanzando la importante
suma de “900.000 pesos”93.
La Real Audiencia hizo suyo el informe del marqués y el virrey remitió
al Tribunal una consulta de dicho organismo elaborada en términos muy
similares a aquél. Por su parte, la Inquisición defendió el fuero de los patro­
natos en la costumbre inmemorial y sin contradicción que se había observa­
do sobre el particular; además, en el texto de la respuesta al virrey hizo
referencia a una Real Cédula de Felipe IV, de 18 de marzo de 1655, remitida
al virrey conde de Alba, en que ordenaba que las reales justicias guardaran e
hicieran guardar a ese Tribunal todos los privilegios que le pertenecían, “así
por derecho, Cédulas Reales y Concordias, como de uso y costumbre”91;
finalmente, relacionaba el fuero de los patronatos con los beneficios que la
capilla de San Pedro Mártir (que era la del Santo Oficio) y los ministros
percibían de sus rentas, a través de las propinas". El conflicto llegó a las
autoridades metropolitanas y ambos Consejos elaboraron consultas en de­
fensa de sus respectivas jurisdicciones; sin embargo, el monarca, en esa
oportunidad, no tomó ninguna decisión al respecto. No obstante, a la larga
logrará imponerse el criterio de la Real Audiencia, puesto que a comienzos
del siglo XIX el Santo Oficio, por disposición real, perderá definitivamente el
conocimiento de las causas que involucraban a sus fundaciones".

- Por las causas de fe

El ámbito jurisdiccional en materias de fe de la Inquisición española,


desde su fundación, fue de contornos difusos, pudiendo ampliarse según lo
indicaran las circunstancias religiosas o políticas. La Inquisición perseguía la
herejía, vale decir, todo error en materia de fe sostenido con pertinacia; pero,

93 informe del Marqués de Casa Concha de 10 de mayo de 1720, AUN, Inquisición, leg. 1.653,
exp. 13
Caria del Tribunal de Lima al virrey de 20 de noviembre de 1722, AUN, Inquisición, leg.
1.653» exp. 3.
95 Ibid.
96 c ar(a ciL*i Tribunal de Lima a la Suprema de 15 de abril de 1809, AI iN, Inquisición, leg. 4.800,
caja 1.
también lo hacía con los sospechosos de ello y aquí caía un cumulo de
situaciones que le daban una gran amplitud a la jurisdicción inquisitorial. Por
otra paite, muchos de los delitos perseguidos por la Inquisición española
estaban también tipificados en la legislación civil y los tribunales seculares
habían conocido de ellos antes del establecimiento del Santo Oficio; tal es el
caso, por ejemplo, de la hechicería, blasfemia, bigamia y sacrilegio/Desde el
momento que la Inquisición se aboca al conocimiento de ese tipo de delitos,
por autorización del Papa y del Rey, queda latente la posibilidad de que los
tribunales seculares aleguen jurisdicción sobre ellosV
Sin embargo, habría que señalar respecto al Tribunal de Lima que ese
tipo de competencias no son muy numerosas.
A fines del siglo XVII y comienzos del XVIII se produjo una controver­
sia con la Audiencia de Quito a raíz del procesamiento que hizo de nueve
mujeres acusadas ele hechicería. La Suprema respaldó plenamente la defensa
que el Tribunal de Lima hizo de su jurisdicción y, dada la falta de referencias
sobre el tema con posterioridad a 1700, parece que el problema se sorteó en
forma favorable al Santo Oficio1^.
El conocimiento de la blasfemia, del sacrilegio y de la profanación de
imágenes religiosas provocará también más de una competencia; con todo,
la mayoría de ellas tendrá escasa importancia. Quizás si la que se plantea en
1784 con la justicia militar sea la más ruidosa y la que refleje mejor la postura
de los tribunales en este tipo de causas. El conflicto, en concreto, se produjo
con el comandante interino de armas del Cuzco, que siguió una causa a un
soldado por dar de puñaladas a una imagen de Cristo que se veneraba en el
cuartel y por cometer otras profanaciones con una estampa de la Virgen; el
comandante de armas alegaba que tal causa le correspondía, porque las
ordenanzas reales del Ejército, en la parte que trataba de crímenes militares
(tít. X, trat. VIII, art. IV), se referían expresamente a ese delito9
98. El Tribunal,
7
por su parte, sostenía que ese tipo de causas eran privativas de su jurisdic­
ción, porque los hechos en cuestión hacían presumir sospecha de herejía en
quien los cometía y porque lo establecido en las Ordenanzas militares había

97 Consulta del Inquisidor General y de la Suprema al Monarca de 15 de enero de 1699, AUN,


Inquisición, le¿». 2.198, exp. 1.
98 Oficio de Benito Mala Linares, com andante de armas del Cuzco, al comisario del Sanio
Oficio, de 16 de marzo de 1784 , Real Academia de la Historia (RAM), colección Mata Linares,
t. LV, fol. 246-250.
quedado en desuso por una costumbre en contrario observada durante mu­
chos años".
No obstante lo anterior, el delito que mayores problemas planteó a la
Inquisición de Lima fue la bigamia. Este delito lo conocía la jurisdicción
inquisitorial desde el siglo XVI. Sin embargo, ante una competencia que se
suscitó entre el Tribunal de Cartagena de Indias y el alcalde ordinario de la
ciudad de Santa Fe, el monarca, el 19 de mayo de 1754, dictó una Real
Cédula declarándolo de mixto fuero*100. A partir de ese momento se produci­
rá un intenso debate en los círculos administrativos en torno a esa declara­
ción; las consultas al monarca, de diferente signo, serán numerosas, al igual
que las presiones. Como consecuencia de ello, hasta el último tercio del
siglo XVIII los Reyes seguirán una política dubitativa. La postura del Santo
Oficio frente a esa Real Cédula se circunscribe, primero, a destacar el hecho
de no haber sido consultado previamente; segundo, a manifestar los años
que llevaba ejerciendo la jurisdicción sobre él; tercero, a exponer que ese
r delito era atentatorio a la fe y a un sacramento y que, por lo tanto, su cono-
Vimiento correspondía a la Inquisición; cuarto, a resaltar los inconvenientes
que tendría la justicia secular para probar los matrimonios; y quinto, a solici­
tar su derogación101.
El Consejo de Indias, ante las peticiones de la Suprema para que la
Cédula se dejara sin efecto, no muestra una postura unánime. Mientras el
fiscal sostenía en noviembre de 1756 que la bigamia no la podía conocer
privativamente el Santo Oficio, porque era un delito que no tenía el carácter
de “heretical”, salvo casos excepcionales102, la mayoría de los consejeros era
de opinión que se volviera a la práctica tradicional; estos últimos insistían en
los mismos argumentos que había señalado la Suprema103.

0 Í Informe del fiscal del Tribunal en torno a la competencia con el comandante interino de
armas del Cuzco, AHN, Inquisición, leg. 1.649, exp. 33.
100 RAH, colección Mata Linares, t. LXVII, fol. 44.
101 Consulta del Inquisidor General y la Suprema de 18 de marzo de 1754, AI IN, Inquisición, lib.
269, fols. 115-142.1 ín análisis detallado de la controversia que en la corte plantea la jurisdicción
respecto a la bigamia, en Paulino Castañeda y Pilar Hernández., "Los delitos de bigamia en la
Inquisición de Lima. Problemas de jurisdicción". Communio , vol. XVIII, 1985.
102 Dictamen del fiscal del Consejo de Indias de 14 de noviembre de 1756, AI IN. sección Códices,
lib. 754-B, fol. 4.
,ní Consulta del Consejo de Indias de 18 de abril de 1757, AHN, sección Códices, lib. 754-B . fols.
187-200.
T-1 4 “J C / I 'T *
, L-. Lii ¡m i se ve envuelto en una competencia
'l-iil I I U I I
lilí»* ‘ tlv . 1
con el
En 17t»6 el 11 , - ,
, %r , .1 int,.nm eíecuiaclo por este de conocer una causa
corregidor de Potosí. Po r c l ,nKnlc , .. .. , ^ , 1 -7- i
. r-ivíSn de U> establecido en la Cédula de 1754; los
de d u p lici matrimonié tn azon u
„ *i ri'irií» í 11 molimiento a esta por no haber pasado
inquisidores se n e g a r °n a cla,k L , , r. . . j0l
, . ,i<t í >n l 1 causa hasta la definitiva1'” ,
por la Suprem a y s igt,K ‘ .. . . _ . , T i- 1
ido ñor los informes de los Consejos de Indias y de
Carlos III infl111 1
•micmbre ele 1766 una nueva Cédula sobre la bigamia,
Inquisición, dictó en *s <-1 . . ,„ -¿s .
t _ .. nifjnrm dí) su conocimiento privativo al Santo Oficio;
derogando la de 17vt > .
. ,, <*st iblecía aue. en razón de la vastedad de los domi-
sin em bargo, en ella *sC 1
_ . , o rd in ario s seculares podían efectuar sumarias y
nios de Am erica, los lllL ^ ‘
, , . delito nara entregarlos posteriormente a los tribu-
detener a los reos ele <~su U C I U 1 1 v 1
, inquisitoriales'
nales . . . , nñ • N o obstante esa norma expedida para las Indias, el 5
. r » nm m uluó una Real Cédula, para los dominios penin-
de febrero de 1770 se i ^
1 - \ o rie n ta c ió n radicalmente distinta, pues otorgaba la
sulares, qu e tem a uml
jurisdicción sobre esc delito a los tribunales reales' Con motivo de las
dudas qu e -se p la n tea ro n en la aplicación de esta última y de las representa-
ciones que efectuó la Suprema, fue aclarado su alcance en 1777, señalándo­
se que en caso de que hubiese mala creencia podía conocer el Santo Ofi­
cio1
607.
*1
4
0
I a Real Audiencia de Quito estimó que la Cédula de 1770 tenía vigen­
cia en Indias, y ante unas causas que se presentaron en 1784 se arrogó la
jurisdicción privativa. El Tribunal le hizo presente que la Cédula que regía en
Indias era la de 1 7 6 6 y que, según la ley XXIX, lib. II. tít. I, de la Recopila­
ción, no debían cumplirse las Cédulas que no estuviesen pasadas por el
Consejo de Indias108. Los inquisidores recurrieron a la Suprema para que
obtuviera una resolución del monarca sobre el particular. Este, en agosto de
1788, expidió una Real Cédula, por la que otorgaba el conocimiento privati­
vo del delito de do ble matrimonio a las justicias reales; empero, agregaba
que en caso de mala creencia debía conocer el Santo Oficio; éste podía
castigar al reo con las penas “correctorias y penitenciales” para luego entre-

104 Carta de los inquisidores al C onde de Superunda de 16 de noviembre de 1759, AHN,


Inquisición, leg. 2.209, exp . 9. Relación de la causa seguida a Rafael Sedaño, AHN, Inquisición,
leg. 1.656. exp . 1.
KAH, co lecció n Mata Linares, i. CY. fols. i0-j-405.
106 Novísim a Recopilador? de Leyes de Castilla, lib. XII, tít. XXVIII. ley X.
107 Ibid. Se entendía por mala creen cia, en este caso, el dar por cierto que una persona podía
casarse m ás de una vez sin haber enviudado.
Kw AUN, Inquisición, leg. 3 725, exp. 38.
garlo a las justicias reales; éstas debían ejecutar las “aflictivas” en que saliera
condenado y además debían imponerle “las que mereciese según las dispo­
siciones del reino”109. En el fondo, dicha Cédula venía a significar la exten­
sión a Indias de la dictada para los dominios peninsulares en 1770.

2. Etapas en la defensa de los fueros y privilegios

Las variaciones en el número de competencias, en los años en que se


concentran, en los factores que las generan y en la forma como se dirimen,
nos pueden permitir conocer las alternativas por las que pasa la defensa de
la jurisdicción inquisitorial.

a) La etapa fundacional (1 5 7 0 -1 5 9 8 )
En estas primeras décadas de su existencia, el Tribunal, junto con
darse a conocer, intentará imponer su autoridad y hacerse respetar, tanto por
la población como por los poderes constituidos. Un elemento básico de esa
política está dado por ei amedrentamiento de la gente con las lecturas de los
edictos de fe y anatema, los procedimientos más o menos masivos y los
autos de fe; todo esto vendría a corresponder a la aplicación de lo que
Bennassar ha denominado pedagogía del miedo110. Otro aspecto de aquella
política, también muy importante, corresponde a la defensa que el Tribunal
hace de sus derechos jurisdiccionales.
Esta defensa se da en ámbitos variados en la medida que son numero­
sos los factores que generan las contiendas con otros tribunales, debido a la
amplitud de la jurisdicción inquisitorial. En la etapa fundacional, además, el
grado de conflictividad se ve acentuado como consecuencia del especial
espíritu que anima a los primeros inquisidores. Ellos se consideran deposita­
rios de una misión trascendental en beneficio de la fe, que cuenta con el
respaldo más absoluto de las máximas autoridades de la península. Tal acti­
tud está sustentada en las numerosas reales cédulas, provisiones e instruc­
ciones que se dictaron para facilitarles su labor al momento del estableci­
miento del Tribunal; cabe hacer notar que se les hicieron llegar copias de

109 AHN, Inquisición, leg. 1.654, exp. 4.


110 Bartolomé Bennassar, Inquisición española: pode?-político y control social. Editorial Crítica,
Barcelona, 1981, cap. IV.
esos documentos a todas las autoridades civiles y eclesiásticas americanas
(Arzobispo de Lima, obispos de Quito, Santiago, Concepción, Cuzco y Char­
cas ; al virrey, gobernadores, oidores de las Audiencias de Panamá, Tierra
Firme, Quito, Charcas y Chile, a los cabildos y a las diversas justicias de villas
y ciudades de esp añ o les)111. Entre las instrucciones dadas a las autoridades
civiles, respecto a los inquisidores, se señalaba: “...a las justicias seglares de
las provincias del Perú para que no se entrometiesen a conocer de dichos
negocios y bienes confiscados... para que se diese o hiciese dar todo el favor
necesario a los inquisidores y a sus oficiales y ministros, sin contradicción o
impedimento alguno para que puedan usar y usen sus cargos y oficios libre­
mente...”. Más adelante, en el mismo texto, se agregaba: “...E porque los
dichos inquisidores, oficiales y ministros más libremente pueden hacer y
ejercer el dicho Santo Oficio, ponem os a ellos e a sus familiares, con todos
sus bienes y haciendas, bajo nuestro amparo e defendimiento real, en tal
manera que ninguno por vía directa o indirecta no sea osado de les damni­
ficar, ni facer ni permitir que les sea fecho males ni daño o desaguisado
alguno, so las penas en que incurren los quebrantadores de salvaguardias e
seguro de su Rey y señor natural”112.
En esta etapa no faltó el inquisidor que, dados el respaldo real y el
cúmulo de privilegios poseídos, se consideró más allá del bien y del mal y
actuó, en consecuencia, con una gran irresponsabilidad, falta de escrúpulos,
arbitrariedad y una inmoralidad tal, que escandalizó a toda la sociedad limeña.
En el caso que nos sirve de referencia el comportamiento llegó a tal extremo
que, con mucho sarcasmo, en la capital virreinal, a propósito de Antonio
Gutiérrez de Ulloa (1571-1591), no se decía el Inquisidor del Perú sino “el
Perú del Inquisidor”113.
El período de Gutiérrez de Ulloa corresponde al momento en que las
competencias con otros tribunales alcanzan su punto más candente. Esta
situación culmina con la excom unión del virrey conde del Villar en octubre
de 1589, ya comentada.
La actitud del Santo Oficio, que le lleva a tomar esas determinaciones,
en el fondo no es producto de la acción temperamental de los inquisidores,
sino más bien del afán que manifiestan por defender a cualquier precio sus

111 ANCH, Simancas, vol. 10. exp. 2 y 3. También, JoséToribio Medina, Historia... de la Inquisición
e n c h ile , op. cit., pp. 100-106.
112 José Toribio Medina, H istoria... de la In qu isición de Lima, op. cit., t. 1, pp. 14-16.
1,3 ihid., t. I, p. 197.
privilegios, convencidos de que tienen la supremacía sobre todas las autori­
dades del Estado. A esta postura daba pábulo el apoyo irrestricto que Felipe II
brindaba al Santo Oficio (es la época de la consolidación del aparato
inquisitorial), instrumento clave de su política contrarreformista11*.

b) La reacció n del Estado (1 5 9 8 -1 6 2 1 )


Desde fines del siglo XVI se aprecia una cierta tendencia a fijar con
mayor precisión los límites de los privilegios inquisitoriales, los que al mis­
mo tiempo se tratan de restringir. Incluso al Tribunal se le va a dejar en una
posición de inferioridad frente a la Real Audiencia. Todo lo anterior no impli­
ca la existencia de una política del gobierno central perfectamente definida y
sin vaivenes; por el contrario, hay hechos que muestran una actitud a veces
dubitativa, pero la tendencia general y predominante es la ya señalada.
En la corte se habían ido acumulando las denuncias de las diversas
autoridades peruanas contra lo que consideraban actitudes abusivas de los
inquisidores. Así, en 1596, el marqués de Cañete señalaba: “He dado cuenta
a V. M. lo que conviene que mande resolver en lo que toca a las exenciones
del Santo Oficio, porque los de este tribunal están tan exentos y sin recono­
cer a nadie que se ha pasado y pasa en esto mucho trabajo”ll*\ El virrey Luis
de Velasco, por su parte, en 1604, le expresaba al monarca: “...demás de la
superioridad y mano que en la república quieren tener para que no les falten
colores o de autoridad o jurisdicción, sobre que se han ofrecido y de ordina­
rio se ofrecen pesadas competencias con esta Real Audiencia, en que siem­
pre hacen de hermanos mayores”116. Opiniones más o menos similares ma­
nifiestan el Cabildo y la Real Audiencia117.
En los años 1608 y 1609 se plantearon diversos conflictos con las
autoridades civiles, las que siempre contaron con el respaldo del virrey, que
no sentía aprecio por el Tribunal. Entre aquellos cabe destacar una com pe­
tencia con la Audiencia por una causa seguida contra un familiar de lea118.

1,4 Jaime Contreras, “Las coyunturas políticas e inquisitoriales de la etapa ( 1564-1621)”, en /listona
de la Inquisición en España y América, dirigida por Joaquín Pérez Villanueva y Bartolomé
Escandell Bonet, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1984, vol. 1, pp. 701-709.
11s José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición de Lima, op. cit., t. II. pp. 386-387.
116 ANCII, Simancas, vol. 2, fols. 85-87. José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición de
Lima, op. c i t t. II, p. 387.
1,7 José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición de Lima, op. cit., t. II, p. 390. ANCH,
Inquisición, vol. 2, fol. 71.
I,K CH, Simancas, vol. 2, fols. 119 a 131.
Estas disputas, unidas a las quejas anteriores y a esos agravios y abusos
cometidos por los inquisidores desde su establecimiento, llevaron a las máxi­
mas autoridades metropolitanas a tomar medidas que evitaran la reiteración
de tales situaciones.
E n lo que respecta al procedimiento que se seguía para dirimir las
competencias entre la Inquisición ele Lima y la jurisdicción civil, correspon­
día aplicar el establecido por la Concordia en 1553 para Castilla119. De acuer­
do con ella, primero debían tratar de concordar ambos tribunales y si no lo
hacían, la causa tenía que remitirse a la corte, donde una junta compuesta
por dos miembros de cada uno de los consejos, Real y de Inquisición, dirimiría
la competencia. Com o seríala Solórzano120, esta fórmula se mostró inoperan­
te. La Inquisición no la respetaba y, aun más, en los casos en que se reunían
los jueces de ambos tribunales, los inquisidores daban un trato indecoroso a
los oidores.
En definitiva, para poner termino a todas esas situaciones, en 1601,
los representantes del Consejo de Indias e Inquisición elaboraron una Con­
cordia, que se “despachó" el 22 de mayo de 1610121, En ella se restringían los
fueros y privilegios de los ministros y sus dependientes. Así, a los esclavos
negros de los inquisidores se les prohibía andar con espadas u otras amias.
También se reiteraba lo establecido por la Concordia de 1553 sobre los fami­
liares que cometían delitos en el desemperío de oficios públicos, con un
agregado que determinaba que el conocimiento de las causas de los comisa­
rios que delinquieren en el ejercicio de prebendas o curatos correspondía al
ordinario. Adem ás, en ella se permite a los jueces seglares o eclesiásticos
ordinarios conocer del delito de amancebamiento de los familiares y, tam­
bién, se dispone que los ministros no gozan de fuero en los delitos que
hubieren cometido antes de ser admitidos como oficiales. Asimismo, se se­
ñala que los comisarios y familiares que fueran mercaderes, tratantes o
encomenderos, paguen los derechos reales y que las justicias seculares pue­
dan compelerlos a que lo hagan y castigarlos conforme a las leyes, si
incurrieren en fraudes. Por últim o, se establece que los pleitos en que fuesen
parte inquisidores o ministros por ser sucesores de bienes litigiosos, en vir-

119 Nueva R ecop ila ción de Leyes de Castilla . lib. IV, tít. I, ley XVIII.
120 Juan de Solórzano Pe reirá, P o lític a Indiana, Biblioteca de autores españoles, Madrid, 1972,
lib. IV, cap. XXIV, N° 37
121 Está incluida en la R ecop ila ción de Leyes de Indias, lib. I, tít. XIX, ley XXIX.
tucl de testamento u otro título, no se ventilen en la Inquisición, "sino que se
determinaren y acaben donde fueren comenzados o hubieran de ir en grado
de apelación”.
Numerosas disposiciones de la Concordia venían a ser una respuesta
condenatoria a actuaciones abusivas del Tribunal. A modo de ejemplo pode­
mos mencionar la prohibición que se señala a los inquisidores de proceder
por censuras contra los virreyes en casos de competencia (esto, sin duda, es
consecuencia de la excomunión del conde del Villar). Algo similar ocurre
con la negación del fuero a los ministros civiles y eclesiásticos que cometen
delitos en sus oficios no inquisitoriales (causa del Dr. Salinas); con la dispo­
sición que impide a los familiares que eran encomenderos excusarse de sus
obligaciones militares (incidentes producidos en 1587 con el virrey conde
del Villar); y, entre otras, con la prohibición que se impone a los inquisidores
de detener la salida de la Armada (en 1586 lo habían realizado).
También en la Concordia se establece la forma como debían dirimirse
las competencias. El procedimiento instituido preveía la formación de una
junta, integrada por el oidor más antiguo de la Real Audiencia y el inquisidor
decano, que sería encargada de dilucidar las competencias; si no se producía
acuerdo entre los miembros, los inquisidores debían nombrar tres dignida­
des eclesiásticas, de las cuales el virrey elegía una, para que se integrara a la
junta, la que resolvería por mayoría de votos; de darse tres votos singulares
correspondía al virrey decidir finalmente la controversia122.
Esa fórmula resultó ineficaz, porque los inquisidores no se avinieron a
integrar una junta, por no estar señalado a quién correspondía la preceden­
cia y el lugar donde debían reunirse123. Con todo, ante una consulta del
Consejo de Indias, el monarca dictó una Cédula el 19 de noviembre de 1618,
en que se declaró "que las juntas se hiciesen en una sala de las Casas Reales
y que el oidor había de preferir y preferirse al Inquisidor”12'*. Esto mismo se
volvió a reiterar por otra Cédula de 28 de mayo de 1621125. Tales determina­
ciones venían a consagrar la preeminencia de los tribunales reales sobre el
Santo Oficio y, por lo tanto, significaban un grave revés en las pretensiones
y orgullo de esta institución.

122 Recopilación de Leyes ele Indias, lib. I, tít. XIX, ley XXIX, ítem 25.
123 Juan de Solórzano Pereira, Política Indiana, op. cit., lib. IV, cap. XXIV, N° 40.
124 I b i d N° 41.
125 Ibid.. N° 42. También José Manuel de Ayala, Notas a la Recopilación de Indias, Ediciones
Cultura Hispánica, Madrid, 1945, vol. I, p. 363-
Posiblemente aquella decisión real es producto de los cambios que
afectan a la política de la monarquía. Felipe III tendrá una actitud mucho
menos combativa ante los enemigos del Imperio que su antecesor; al mismo
tiempo las motivaciones religiosas tienen una influencia también menor120.
Estos factores pueden haber condicionado el papel un tanto secundario que
se le asigna a la Inquisición en esta época. Tampoco puede descartarse la
presencia en el Consejo de Indias de juristas de fuertes convicciones regalistas,
sin olvidar que Solórzano Pereira. por esos años, es oidor de la Audiencia de
Lima.

c ) Los a ñ o s de a p o g e o ( 1 6 2 2 - 1 7 0 0 )

La historiografía está de acuerdo en cuanto a considerar a Felipe IV


como un monarca débil frente a la Inquisición12 . Pérez Villanueva sostiene,
sin embargo, que, mientras el conde-duque detentó el poder, la Inquisición
estuvo controlada y dependiente del valido. La caída de éste marcaría un
cambio en dicha institución, caracterizado por un fortalecimiento y mayor
independencia frente al poder civil1217128.
6
En todo caso, en lo que respecta al Tribunal de Lima, es posible apre­
ciar una recuperación de su poderío ya en la década de 1630. Un primer
elemento de ese proceso lo constituye la puesta en práctica del sistema de la
canonjía “supresa”, en 1630. Las rentas generadas por dicho sistema le per­
mitieron a la Corona dejar de contribuir al mantenimiento del Tribunal y, a
éste, liberarse de los controles que ejercían los oficiales reales de acuerdo
con la ley129. U n segundo elemento corresponde a los cuantiosos ingresos

126 Antonio Dom ínguez Ortiz, “Regalismo y relaciones Iglesia-Estado en el siglo XVH'\ en Historia
etc la Iglesia en España, dirigida por Ricardo García-ViIloslada, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid, 1979, t. IV, p. 117.
127 Henry Charles Lea, H istoria de la In qu isición ... op. cit., t. I, p. 542. Joaquín Pérez Villanueva,
“Felipe IV y la Inquisición y espiritualidad de su tiempo: su figura desde tres epistolarios”, en
In q u is ició n española y m en ta lid a d inquisitorial. Ariel, Barcelona, 1984, pp. 443 - 445-
128 Joaqu ín Pérez Villanueva, op. cit., pp. 440-441. También, Joaquín Pérez Villanueva, “Felipe
IV y su política”, en H istoria de la In q u isición en España y América, op. cit.. vol. I, p. 1027.
122 Ver capítulo sobre la H acienda del Tribunal de Lima. En su relación de gobierno, escrita en
1628, el m arqués de G uadalcázar se refería al Tribunal y a su dependencia de la autoridad
civil en los siguientes térm inos: "El Tribunal de la Inquisición es el más independiente del
gobierno qu e hay en el reino; pero hoy están en él ministros de mucha satisfacción, con lo
cual, y q u e se les pagan sus salarios por libranza del virrey, será fácil conservar con todos
buena co rresp on d en cia... ''(.Relaciones de los Virreyes y Audiencias que han gobernado el
que, por concepto de confiscaciones, obtiene el Tribunal, como consecuen­
cia del procesamiento a los judaizantes de la “gran complicidad” de 1635;
estas entradas consolidan completamente la independencia económica del
Tribunal130. Un último elemento está dado por la Real Cédula de 30 de mayo
de 1640, dictada en contra de la opinión de consejeros legalistas como
Solórzano131, en la que se ordenaba que las juntas, para dilucidar las compe­
tencias, se efectuaran en el tribunal de la Inquisición y que el oidor más
antiguo fuera precedido en el asiento y voto por el inquisidor decano; en
caso de que a la junta debiera unirse un prebendado la reunión se llevaría a
efecto en el mismo lugar; si la discordia se mantuviera y, por lo tanto, fuera
necesario recurrir al virrey, la junta debía llevarse a efecto en su palacio,
manteniéndose siempre la precedencia del inquisidor decano sobre el oidor
más antiguo132. Esta Real Cédula venía a reconocer explícitamente la supre­
macía de la Inquisición de Lima sobre los tribunales reales.
La Concordia que se dicta en 1633, en el fondo, no implica ninguna
variación en esa tendencia al fortalecimiento del Santo Tribunal. Las disposi­
ciones de ella, a diferencia de la Concordia de 1610, están lejos de significar
una efectiva limitación a los privilegios y fueros de los ministros; cuando
más, tienden a aclarar o reiterar normas ya existentes o a regular situaciones
de poca monta; como, por ejemplo, que los inquisidores no oculten en sus
casas bienes en perjuicio de terceros, que no comercien con esclavos, que se
cumpla con ciertas reglas de urbanidad para con los inquisidores en los días
de fiesta o que se respeten determinados derechos de los inquisidores res­
pecto al reparto de la carne, etc.133.
La época que estamos analizando corresponde a la de mayor prestigio
y poderío del Santo Oficio limeño. Su hacienda ya no sólo ha dejado de
depender de la tesorería real, sino que incluso tiene un importante superávit
y, además, la población le respeta y teme, sobre todo después de la celebra­
ción del gran auto de fe de 1639.

Perú, Madrid, 1871, t. II, p. 47). A su vez, el virrey conde de Chinchón señalaba en 1640:
“Aún más independiente del gobierno que antes se halla ahora el Tribunal del Santo Oficio,
con haber cesado la paga de sus salarios de la consignación*’. Uhid ., t. II. p. 74).
13° yer capítulo sobre las confiscaciones a los judaizantes.
131 Juan de Solórzano Pereira, Política Indiana, op. cit., lib. IV, cap. XXIV, Nn 46.
132 AHN, Inquisición, lib. 258, fol. 1.
133 Recopilación de Leyes de Indias, lib. I, tít. XIX, ley XXX.
Algunas autoridades reales se niegan a aceptar la supremacía del San­
to Oficio, involucrándose en reiteradas competencias, especialmente duran­
te el gobierno del conde de Alba. Con todo, el Tribunal sigue contando con
el respaldo de la Corona y demás autoridades metropolitanas. Así, el 18 de
mayo de 1655 se expidió una Real Cédula a favor del Santo Oficio de Lima;
en ella se ordenaba al virrey que le respetaran “los privilegios, exempeiones
y libertades” que le tiene concedido tanto por leyes como por “uso y costum­
bre”134*13
. Por otra parte, los intentos de la Real Audiencia y del virrey por
6
obtener la derogación de la Real Cédula de I 6 4 O, que daba preeminencia a
los inquisidores en la junta de competencias, fueron rechazados tanto por el
Consejo de Indias (septiembre de 1659)13'' como por el monarca (Real Cédu­
la de 30 de mayo de l66-013<\
A esas alturas, la misma Real Audiencia venía también a reconocer,
implícitamente, aquella supremacía. Así, el 8 de noviembre de 1659, la Junta
de competencias, con la aprobación del oidor, decano, dictaba un auto refe­
rente al hiero de los funcionarios inquisitoriales. En él se comunicaba a las
justicias reales, para que no pretendiesen ignorancia, que el privilegio con­
cedido a los ministros titulares era general y sin la menor limitación y que
ninguna de las justicias eclesiásticas o reales podía entrometerse a conocer
las causas civiles y criminales tocantes a los inquisidores, oficiales asalariados
o a sus familias, criados y esclavos. Además, como consecuencia de lo an­
terior, se agregaba que en ese tipo de causas no correspondía formar la sala
de competencia; ésta debía formarse en causas que involucraran sólo a fami­
liares y hubiera duda con respecto al fuero137. Por primera vez el Tribunal ob­
tenía una declaración escrita de autoridades civiles reconociendo a su hiero
una amplitud que muchas veces había estado en entredicho. En el auto se
señalaba que el fuero de los ministros asalariados, sus familias, criados y
esclavos, no tenía limitación y que no había ningún tipo de delito exceptuado.
La actitud de los virreyes conde de Alba y conde de Lemos, poco
afectos al Tribunal o por lo menos contrarios a su afán de supremacía, hie
incapaz de limitar la autonomía y fortaleza del Santo Oficio138.

134 ANCH, Simancas, vol. 7, fols. 163-164.


13> ANCH, Simancas, vol. 1, fols. 167 a 173.
136 AHN, Inquisición, leg. 1.651, exp. 9.
137 AHN, Inquisición, leg. 1.635, exp. 5. Tam bién, ANCH, Inquisición, vol. 467, fol. 244.
138 En todo caso, debe señalarse que el Conde de Lemos no se dejó atropellar por el Tribunal e
incluso trató con dureza a los inquisidores cuando pretendieron alegar privilegios inexistentes,
según el virrey. Así, éste, en septiem bre de 1672, arrestó y desterró de Lima a Pedro Fernández,
Felipe IV dejó hacer o permitió el incremento del poder de la Inquisi­
ción, quizás si por debilidad de su carácter, como lo insinúa Pérez Villanueva139140
,
o por convicción religioso-política. Durante el reinado de Carlos II la situa­
ción no sufre modificaciones importantes. La Inquisición no aprovechó en
su beneficio el hecho que Everardo Nithard fuese al mismo tiempo que
Inquisidor General valido de la Reina regenta (1666-1669)110. Con todo, ha­
cia fines del reinado de Carlos II se aprecia un ambiente contrario al Santo
Oficio en los círculos de la corte. Esto se nota, por ejemplo, en que una junta
compuesta por miembros de todos los Consejos presentó al monarca una
consulta sobre las competencias que se suscitaban con la Inquisición y la
forma de evitar que se entrometiera en materias ajenas a su jurisdicción.
Entre las proposiciones se incluía una sobre la limitación del fuero de los
ministros y familiares1^1. Aunque los planteamientos de la junta no se con­
cretaron, ellos son un indicio de la pérdida de prestigio del Santo Oficio, ya
a fines del siglo XVII.

contador del Santo Oficio, por haber copiado las cartas del gobierno sin autorización, antes
de ser nombrado por la Inquisición. El conde de Lemos, además, señalaba que el sujeto no
gozaba de fuero por ser ministro “cartulario”. La Inquisición, por su parte, alegaba que los
actos del virrey iban contra reales cédulas que ordenaban respetar los privilegios y exenciones
del Tribunal y que los ministros “cartularios” gozaban de fuero. En su contestación el conde
de Lemos expresaba: "No he de permitir novedades, ni que se dé fuero, no le tiene contra
órdenes de su Magestad, mayormente, cuando de cualquier tolerancia y disimulación pretende
V.S. hacer, que es lo que más reparo y escrúpulo me ha causado el papel de V.S.”. Los
inquisidores responden con gran moderación y un poco confundidos por la reacción del
virrey; al parecer no insisten sobre el punto y dejan todo entregado a la conciencia del
virrey. ANCH, Inquisición, vol. 467, fols. 448 a 455.
139 Joaquín Pérez Villanueva, "Felipe IV y la Inquisición y espiritualidad de su tiempo: su figura
desde tres epistolarios”, en Inquisición española y mentalidad inquisitorial, op. cit., pp. 443
y 445.
140 Roberto López Vela, “La Regente y el P. Nithard, Inquisidor", en Historia de la Inqu isición en
España y América, dirigida por Joaquín Pérez Villanueva y Bartolomé Escandell Bonet,
Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1984, vol. I, p. 1085.
141 Joaquín Pérez Villanueva, "La coyuntura histórica de la etapa (1621-1700)”, en Historia de la
Inquisición en España y América, op. cit., vol. I, p. 1056. Es muy posible que dicha consulta
esté relacionada con la obra de 1697, que cita Manuel José de Ayala en sus Notas a la
Recopilación de Indias {op. cit., vol. I, p. 345), titulada Origen y establecimiento de los Tribunales
de la Inquisición de España e Indias; ceremonias que usan competencias de ju risd icción que
han tenido con las Justicias Reales, y declaraciones que se batí dado a ellas.
d) La decadencia (1700-1820)
D e acuerdo a las fluctuaciones que presenta el número de competen­
cias entre estos años es posible distinguir dos fases. Primero, las competen­
cias tienen un fuerte incremento hasta la década de 1760, para disminuir
luego notoriamente. Otro hecho significativo de este período es que la ma­
yoría de esos conflictos se dirimen en contra del Santo Oficio, como se
puede apreciar en la primera parte del trabajo. En este sentido resultan espe­
cialmente penosas para el tribunal sus disputas con el arzobispo Barroeta, en
las que saca la peor parte1'12, las competencias con los obispos de Huamanga
y Cuzco por las causas de Martín Lobatón y Alonso Marcotegui, que también
se dirimen en su contra, y sobre todo los graves conflictos con el Tribunal
del Consulado, originados en los bienes de la Hacienda de la Inquisición y
en el fuero de los ministros.
Por otra parte, y directamente relacionado con los fenómenos anterio­
res, el poder real, en forma paulatina, le va restringiendo la jurisdicción al
Santo Oficio limeño. Así, ante los numerosos conflictos derivados del fuero
de los ministros (q u e en la primera mitad del siglo XVIII se producen espe­
cialmente con el Tribunal del Consulado), el 20 de junio de 1751 se dicta una
Real Cédula limitándolo*143. En ella se expresa que los ministros asalariados
sólo deben gozar de fuero pasivo en lo civil y criminal y siempre que no
sean dem andados por delitos exceptuados en las Concordias; también se
determina que los familiares de los inquisidores, sus comensales u otros
dependientes, no disfrutan de ningún tipo de fuero. Esta Real Cédula signifi­
caba para el Santo O ficio de Lima la limitación más importante sufrida en sus
privilegios desde su establecimiento en el siglo XVI.
C om o ya lo hem os comentado en detalle en páginas anteriores, en
1788, el monarca, después de varios años de indecisiones, dictó una cédula
otorgando el conocimiento privativo del delito de bigamia a las justicias
reales.
Las competencias por la fórmula empleada por la Inquisición para
solicitar los autos form ados en otro tribunal fueron numerosas desde el siglo
XVI, pero alcanzaron una gravedad mayor en el siglo XVIII. El Tribunal

1,2 No obstante, com o ya lo señalam os en la parte i, varios años después de esas incidencias,
en 1766, Carlos III co n d en ó el com portam iento de Barroeta en lo que respecta a la absolución
de la herejía en virtud del ju bileo. AHN, Inquisición, lib. 258, fols. 89 y 90.
143 AHN, Inquisición, leg. 1.651, exp . 5.
pretendía, desde su fundación, que los escribanos de cámara de los otros
tribunales fueran a hacer relación, bajo apercibimiento de censuras, de los
autos originales de las causas que iniciadas en aquéllos, podría correspon-
derle conocer; una vez examinados, la Inquisición decidía si le tocaba o no
a su jurisdicción; y si el tribunal real se mostraba disconforme con la determi­
nación, sólo entonces, a juicio del Santo Oficio, debía formarse Junta de
competencias.
La Audiencia de Lima y el virrey, desde comienzos del siglo XVIII, se
muestran reacios a aceptar ese procedimiento porque implicaba admitir una
supremacía de la Inquisición que ellos negaban; elevan sus quejas sobre el
particular al Consejo de Indias y al monarca. Como este tipo de controversias
se daba también con frecuencia en la metrópoli, en 1763 se dictó una cédula
sobre la materia. En virtud de ella se calificó de abuso el procedimiento que
empleaban los tribunales inquisitoriales para solicitar los autos originales;
además, se ordenó que de ahí en adelante los escribanos dieran testimonio
de ellos, previo envío de un oficio extrajudicial al presidente de la Audiencia
por parte del inquisidor más antiguo; según la misma Cédula, este trámite no
debía detener el curso de la causa, que tenía que seguirse normalmente
hasta la formalización de la competencia144. Lo dispuesto en esta Real Cédu­
la era reiterado en otra, dictada el 22 de diciembre de 1775, en la que,
además, se les ordenaba a los inquisidores que, en caso de competencias, se
abstuvieran de exhortos o de cualquier otro tipo de mandato que significara
superioridad, “y consiguientemente de hacer apercibimientos, conminaciones,
multas y penas y mucho más de censuras”145.
El Tribunal durante algunos años intentó sustraerse al cumplimiento
de dichas cédulas alegando que habían sido dictadas para Castilla; sin em­
bargo, el Consejo de la Suprema, en 1788, le ordenó el acatamiento de lo
dispuesto en ellas. Según el Tribunal, con dicha determinación se le privaba
“de una inmemorial posesión”146*; y, además, aunque no lo señala, esa norma
venía a suprimir una fórmula que le había permitido manifestar una superio­
ridad que creía poseer.
Por último, en lo referente a este menoscabo que sufren privilegios
del tribunal debe mencionarse la pérdida del fuero de que gozaban las obras

144 René Millar Carvacho, La Inquisición de Lima. Siglos X V IIIy XIX, op. cit.
m Novísima Recopilación de Leyes de Castilla, lib. II, til. Vil, ley X.
146 Carta del Tribunal de Lima a la Suprema de 28 de mayo de 1789. AUN, Inquisición, leg.
1.653, exp. 25.
pías. La Inquisición limeña, a lo largo de todo el siglo XVIII, intentará evitar
q u e se altere la costumbre respecto al conocimiento de las causas que afec­
taban a los bien es d e las fundaciones (patronatos, buenas memorias,
capellanías). N o obstante, la Corona finalmente asignó a las justicias reales el
derecho a entender en los pleitos en que se veían involucradas las obras
pías; por carta dirigida al Tribunal, de 28 de julio de 1807, la Suprema le
m andaba obedecer las cédulas que los soberanos habían dictado sobre la
materia147.
A estos recortes legales que sufren la jurisdicción y los privilegios del
Tribunal habría que agregar otras situaciones que los afectan de hecho. Los
virreyes y audiencias, en muchas oportunidades durante el siglo XVIII, se
niegan a la formación de la Junta de competencias; estaban conscientes de
qu e las disposiciones que regulaban la formación y funcionamiento de ella
dejaban a los representantes de la justicia real en una posición desmedrada;
y además, debido a su composición, las controversias se fallaban general­
mente a favor del Santo Oficio. Para evitar esas situaciones, la Audiencia,
muchas veces, no llevará las controversias a la Junta de competencias, resol­
viendo internamente mediante “reales acuerdos", en los que determina a
quién corresponde la causa|IS.
C om o hemos señalado al comienzo de este apartado, el número de
competencias tiende a disminuir en forma marcada a partir de la década de
1760. Pues bien, esto es resultado de la actitud del Santo Oficio, que observa
cóm o se va recortando su jurisdicción y cómo las competencias que llegan a
ventilarse a la corte se deciden generalmente en su contra. En la segunda
mitad del siglo XVIII se plantean también abundantes situaciones que debe­
rían provocar la intervención clel Tribunal en defensa de sus fueros, pero,
temiendo que las competencias que se generen traigan como resultado una
reacción del poder central en orden a restringirle sus privilegios, prefiere
“hacer la vista larga” y no involucrarse en controversias*149.
En el siglo XVIII, en varias oportunidades, al Tribunal limeño se le
discute la exclusividad qu e poseía respecto a las causas de fe. Autoridades
eclesiásticas, com o el obisp o de Quito y el arzobispo de Lima, Barroeta,
pretenden jurisdicción en esas materias. El primero de ellos, como ya lo

1 ‘ Caria del Tribunal de Lima a la Suprema de 1S de abril de 1809. AUN, Inquisición, leg. 4.800,
caja 1 .
1 >H Rene Millar Carvacho, I.a In q u is ic ió n de l ima. Siglos X V IIIy XIX, op. cit.
149 Ibid.
hemos señalado, intenta conocer de las causas de solicitación y herejía en
general. Barroeta, un año después, amparándose en el jubileo del año santo
otorgado por el Papa Benedicto XIV, autoriza a los confesores para absolver
del crimen de la herejía (ver parte 1). Autoridades civiles, como la audiencia
de Quito y el corregidor de Potosí, afirman poseer competencia para enten­
der en las causas de bigamia; la Corona finalmente aceptará ese punto de
vista. Pero algunas autoridades am ericanas fu ero n aún más allá.
Específicamente, la Audiencia de Quito en 1791 procedió a conocer una
causa, contra el comerciante francés Pedro de la Flor Condamine, por propo­
siciones heréticas; justificaba su intervención con el argumento de que la
blasfemia era un delito de mixto fuero y con la resolución real de 1788 sobre
la bigamia, que por lo visto hacía extensiva a causas de otra naturaleza.
A esas alturas, los inquisidores habían llegado a tal estado de des­
aliento que no sabían qué actitud tomar sobre ese último caso en particular
y, en general, sobre las cada vez mayores injerencias de las demás justicias
en el ámbito jurisdiccional privativo del Santo Oficio. No sabían cómo defen­
der sus privilegios y temían verse envueltos en competencias. La carta por la
que dan cuenta a la Suprema de aquellos incidentes es una muestra del
estado de ánimo de los inquisidores: “Las repetidas órdenes de V.A. para que
no nos empeñemos; la prevención que en carta de 7 de agosto del año
próximo pasado se sirvió mandarnos hacer el Excmo. Señor Inquisidor Ge­
neral, con ocasión del caso ocurrido en la ciudad de Maracaibo entre el
factor de la Real Compañía de Filipinas y el comisario del Santo Oficio, para
que evitemos toda desazón y recurso al Rey nuestro señor por ser así conve­
niente; y últimamente la experiencia que nos asiste de que el Tribunal de la
Fe en estas distancias siempre toca la peor parte en sus diferencias con la
Real jurisdicción; no produciendo la defensa de la suya otro efecto que el de
agregarse nuevos desaires, dando acaso por ella lugar a la derogación de
algunas de sus prerrogativas y excenciones; han sido otros tantos motivos
justos que nos redujeron a suspender el progreso en la que se dice compe­
tencia suscitada entre nuestro comisario y el alcalde ordinario y Real Audien­
cia de la ciudad de Quito y dar cuenta a V. A.”150.
Por otra parte, parece más o menos evidente que, en el siglo XVIII, las
autoridades civiles y eclesiásticas americanas acosan al Tribunal limeño en

150 Carta de los inquisidores de Lima a la Suprema de 5 de diciembre de 1791, AUN, Inquisición,
leg. 1.649, exp. 11.
un afán por supeditarlo, en la medida que aprecian su debilidad y se sienten
apoyados por el poder central.
En definitiva, la disminución de los privilegios y fueros de la Inquisi­
ción de Lima, al igual que la pérdida de prestigio, en el fondo se explican
por la falta de respaldo de parte de los monarcas. Esto no significa que los
reyes hubiesen abandonado al Santo Oficio a su suerte; lo que ocurre es que
los monarcas del siglo XVI11, especialmente Fernando VI (que fue el más
enérgico en la defensa de los derechos reales respecto al Tribunal de Lima)
y Carlos III (que tuvo actitudes más dubitativas; recuérdese la resolución
final respecto a los conflictos con el arzobispo Barroeta y las diversas dispo­
siciones sobre la bigamia) no le otorgan la misma protección que los gober­
nantes de los siglos anteriores e incluso aquéllos tratan de limitarle algunos
privilegios que consideran obtenidos abusivamente. Tras todo esto se apre­
cia la influencia de unas renovadas tendencias absolutistas y regalistas, que
pretenden, por una parte, fortalecer la jurisdicción real en desmedro de las
que no lo son y, por otra, dejar en claro las regalías del gobierno.

A lo largo de este trabajo ha quedado en evidencia la considerable


cantidad de competencias en que se ve envuelta la Inquisición de Lima. Es
evidente que en este fenóm eno influye, en primer término, la extraordinaria
amplitud de la jurisdicción que posee el Tribunal; pero también debe consi­
derarse como un factor importante el hecho de que durante gran paite de su
existencia el Santo Oficio gozó del apoyo real, lo cual dio pábulo a que los
inquisidores no temieran involucrarse en todo conflicto donde estimaran
afectadas sus prerrogativas o las del Tribunal. También, y vinculado con lo
anterior, está la creencia sustentada por la Inquisición de poseer la suprema­
cía sobre todas las autoridades civiles e incluso eclesiásticas, en la medida
que su fin, la defensa de la fe, era el más valioso de cuantos podía perseguir
el Estado. Hasta fines del siglo XVII, el Tribunal de Lima sale generalmente
airoso en las competencias en que se involucra, lo cual viene a ser una
demostración de la importancia de que goza como institución y de la pre­
eminencia que ejerce sobre las demás justicias.
Ahora, la disminución de las competencias en la segunda mitad del
siglo XVIII, el que se diriman mayoritariamente en su contra, y la mengua de
los privilegios, es, com o está dicho, producto de las nuevas tendencias
regalistas que influyen en la corte.
Con todo, lo anterior no explica por sí solo esa “debilidad” del Tribu­
nal que aprecian las autoridades americanas y también la población en gene-
ral. Aquélla es, asimismo, producto de otros factores, como lo son el deterio­
ro de la idoneidad del personal y, sobre todo, el menoscabo de su capacidad
económica y de su actividad represiva. En síntesis, los problemas que el
Tribunal tiene a partir de comienzos del siglo XVIII con las competencias y
sus fueros son una muestra de la crisis y decadencia que le afecta en todos
los aspectos.
T ercera P arte

ctividad R epresiva
vi
H echicería, marginalidad e Inquisición
en el distrito del Tribunal de Lima

VII
Represión y catcquesis.
Los casos de blasfemia y de simple fornicación

VIII
El delito de solicitación

IX
La Inquisición de Lima
y la circulación de los libros prohibidos
(1700-1820)
Hechicería, marginalidad e Inquisición
en el distrito del Tribunal de Lima*

1. Precisión de conceptos y objetivos

Desde el siglo XIX ha existido una preocupación historiográfica por


los temas mágicos. Una obra pionera en ese sentido es La bruja , de Jules
Michelet. Con posterioridad, otro hito importante correspondió al libro de
Margaret Murray titulado El culto de la brujería en Europa occidental, publi­
cado en 1921. Con todo, un verdadero auge de los estudios históricos por
estas materias se produce en torno a la escuela historiográfica francesa, que
desde la historia social y de las mentalidades derivó hacia esos derroteros.
Han escrito sobre el particular, entre otros autores de renombre, Robert
Mandrou, Emmanuel Le Roy Ladurie y Cario Ginzburg*1. Con todo, la mayo­
ría de estos autores han concentrado su preocupación en torno a la brujería.
Nuestra exposición en cambio se centrará en la hechicería, que no obstante
tener muchos aspectos coincidentes con la brujería, es muy distinta.
Justamente, para clarificar los conceptos y fijar el objeto de este traba­
jo recurriremos fundamentalmente a Santo Tomás, que en el “Tratado de la
religión" de la Sum a Teológica destina cinco cuestiones al análisis de estas

Este artículo fue publicado originalm ente en el Boletín de la Academia Chilena de la Histoiia ,
N° 102, Santiago, 1992.
1 Robert Mandrou, M agistrat et sorciers en France au X\7I siecle. Une analyse depsychologie
historique. Editions du Seuil. Paris, 1980. Emmanuel Le Roy Ladurie, LespaysansdeLanguedoc.
SEVPEN. Paris, 1966. Cario Ginzburg, I Benandanti. Turín, 1966. Por cierto que también
existe una importante bibliografía en lengua inglesa, entre la que se destacan las obras de
Alan Mac Farlane y de Richard Kieckhefer.
materias, precisando la doctrina de la Iglesia al respecto- . Lste punto de vista
es el que nos interesa en la medida que, en gran parte, analizaremos el
problema bajo la perspectiva del Santo Oficio.
Al tenor de la doctrina católica, el m undo de la magia^entra en el
ámbito de la superstición, la cual consiste en dar culto de un modo ilícito o
darlo a quien no se debe. Ahora bien, Santo 'Tomás distingue diversas espe­
cies de superstición, que corresponden a la idolatría, a la a d i v i n a c i ó n y ala s

vanas observancias. La primera es la que ofrece indebidamente a cualquier


clase de criatura una reverencia que es propia de Dios. La adivinación, es
decir, el anuncio anticipado de acontecimientos futuros, puede lograrse en
algunos casos por el estudio de sus causas naturales, com o ocurre con los
astrónomos respecto a los eclipses. Pero, en lo que respecta a los sucesos en
que ese tipo de causas no produce ningún efecto, sólo puede saberse el
futuro por revelación divina o por intervención del dem onio, que usurpa un
conocimiento que es propio y exclusivo de Dios. La adivinación es supersti­
ciosa porque para llevarla a efecto se solicita toda clase de ayuda a las
demonios. Estos siempre tendrán una participación en tales prácticas, ya sea
“porque se les invoca expresamente o porque ellos mismos se entremezclan
en esas inútiles inquisiciones para envolver en vanidad los espíritus”*3. Santo
Tomás distingue diversas clases de adivinación, depen dien do de si corres­
ponden a invocaciones expresas o no del dem onio. Entre las primeras está la
n ig ro m a n c ia , que es cuando los dem onios dan sus respuestas a través de
los muertos'1. Y entre las segundas se encuentran la q u iro m a n c ia o adivina­
ción por las manos, la astrología , que conoce el futuro observando la dispo­
sición y movimiento de los astros, y las suertes o sortilegios , que lo hacen
interpretando ciertos actos que se realizan ex profeso. La tercera especie de
superstición es la vana observancia o realización de prácticas que tienen por
objeto adquirir ciencia o modificar los cuerpos naturales y artificiales para
conseguir salud u otros bienes. También se considera una vana observancia
la utilización de fórmulas sagradas, mezcladas con invocaciones al demonio,
para obtener determinados beneficios.

Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica Biblioteca de Autores Cristianos. T. IX. Madrid.
1955, qq. 92 a 96.
3 Santo Tomás, op. cit., q. 95 art. 2 .
Santo Tomás no utiliza la palabra magia en el capítulo so b re las supersticiones, a pesar de
emplearla en otras partes. La nigromancia correspondería a lo qu e com únm ente se denomina
magia negra.
_^La superstición es para Santo Tomás un vicio opuesto a la religión
porque implica efectuar el culto divino de una manera indebida. Como con-
^ secuencia de tal planteamiento, la gran mayoría de las prácticas supersticio­
sas son consideradas ilícitas, ya que a través de ellas se está reverenciando al
demonio o se está permitiendo que intervenga en ámbitos que le correspon­
den sólo a Dios. Tanto para este autor en particular como para los teólogos
medievales en general la figura del demonio está muy presente en la vida de
los hombres, tratando de intervenir de manera permanente en sus acciones
para desligarlos de su vinculación con Dios. En suma, peca gravemente y
comete un acto ilícito quien mediante las creencias y prácticas supersticiosas
da pábulo a una intervención del demonio.
Ahora bien, partiendo de esos criterios, \ (C b ritje rt^ q u e no es mencio­
nada expresamente por Santo Tomás en el apartadocle las supersticiones,
corresponde a una forma de idolatría. Este alcance le darán por lo demás los
canonistas que desde fines de la Edad Media se preocupan del tema, comen­
zando por los dominicos Sprenger y Kramer. que sintetizan sus ideas en el
lamoso M a lle u s M a lé fic a n u n , publicado en H86 y fuente de prácticamente
todos los tratados de brujería que se escribieron con posterioridad. Así, con­
sideran que lo determinante de ella es el culto al demonio que rinden las
brujas a través de una serie de ritos, en que el sabbat o asamblea nocturna,
con danzas, actos eróticos y sacrificios de niños y animales, era el más im­
portante.
La (ife c b ic e ríc t, por su parte, de acuerdo con los criterios de Santo
Tomás, es la práctica de la adivinación y de actos supersticiosos o vanas
observancias. En consecuencia, tendrían ese carácter todas las acciones en­
caminadas a la predicción de los hechos futuros y que implicaran la inter­
vención del demonio, ya sea por invocación expresa o tácita. Entre ellas
estarían la adivinación por sueños y por pitonisas, la nigromancia, la
quiromancia, la astrología y los sortilegios. La hechicería también compren­
día las acciones que se realizaban con la ayuda deí demonio para conseguir
determinados efectos, tales como sanar enfermos, alcanzar riquezas, tener
éxito en el amor y causar daños o maleficios.
La brujería es un fenómeno que se da preferentemente en Europa
entre los siglos X V y X V 1P y en muchos casos tiene como base a una o varias*

También se dieron casos cíe brujería en México, Cartagena de Indias y colonias inglesas de
Norteamérica.
hechiceras que son acusadas de realizar acciones prodigiosas y un culto
diabólico. La hechicería, en cambio, es un fenómeno que se cía en todas las
épocas y sociedades y se origina en la inquietud humana por tener un con­
tacto con el mundo sobrenatural y poder modificar el orden del mundo
natural. Lo que a nosotros nos interesa analizar en esta oportunidad es la
hechicería, circunscrita al ámbito de la Inquisición de Lima. Esto últim o sig­
nifica que en gran medida veremos el tema desde la perspectiva exclusiva
del Santo Oficio y no de la Iglesia en su conjunto o de las autoridades
temporales. También implica un determinado medio geográfico, configura­
do por el distrito del Tribunal, que hasta 1610 cubría todos los territorios
españoles de Sudamérica y, a partir ele esa fecha, desde la Audiencia de
Quito hacia el sur hasta Chile y Buenos Aires. Por último, nos fija un límite
cronológico y otro referente a los sectores de población en que se basará el
estudio. En cuanto a la cronología, comprende desde la fundación del Tribu­
nal en 1570 hasta su abolición en 1820 y con respecto a la población, el caso
de los indígenas no será analizado en la medida que el Santo O fic io no tenía
jurisdicción sobre ellos.

2. La hechicería como delito


La hechicería ya fue considerada un delito por el Derecho Rom ano. Y
esto ocurrió a pesar de que en Roma ciertas prácticas mágicas se realizaban
bajo el auspicio de los emperadores. Al parecer el carácter delictivo de las
prácticas hechícenles dependía de si se efectuaban de manera privada o
pública. La primera de esas circunstancias las hacía ilícitas, porque se torna­
ban incontrolables y podían hacerse en perjuicio del em perador6. A esa
situación se añade más tarde la influencia del cristianismo, que tenía desde
sus orígenes una definida postura antimágica, producto de la tradición del
Antiguo Testamento y de la reinterpretación de los cultos paganos, cuyas
creencias y prácticas pasan a ser condenadas". El resultado de esos factores
fue la dictación por los emperadores de una serie de leyes que intentaban

6 Franco Cardini, Magia, brujería y superstición en el occidente medieval. K d iciones Península,


Barcelona, 1982, pp. 12-14.
Ibid. También, Julio Caro Baroja, Las brujas y su nuuulo, Alianza Kditorial, cu a rta edición,
Madrid, 1973, pp. 64-65.
TERCERA PARTE CAP VI HECHICERIA Y MARG1NAUDAD 225

re p rim ir drásticam ente la hechicería'". Entre ellas se destaca una dictada por
C o n s ta n tin o en el año 3^T . qu e dice: “ N o consulte nadie a agorero o astrólo­
g o , ni a a d iv in o . En m u d e zc a la deprav ada manifestación de los augures y de
los vaticinadores. Y no intenten hacer sobre esto cosa alguna los astrólogos
y los m agos y los dem ás a quienes por la magnitud de sus crímenes llama el
v u lg o hechiceros. Calle en todos perpetuamente la curiosidad de adivinar.
P o rq u e sufrirá la pena capital derribado por la espada vengadora cualquiera
q u e denegare obediencia a lo m andado '1’.
E n la E d a d M e d ia , en la península ibérica, el poder temporal continuó
c o n sid e ra n d o la hechicería co m o un delito, condenando incluso a los que
recurrían en consulta a los adivinos y agoreros. En la legislación de los
vis ig o d o s , m u y influida p o r el D erech o Rom ano, se encuentran varias dispo­
siciones sobre la m ateria, en las que se im ponían diversas penas que iban
desde los azotes a la m u e rte 10. Más tarde, con la recepción del Derecho
C o m ú n , se precisó aún más la índole del delito, com o se aprecia en las Siete
Partidas, en las qu e se sancionan las adivinanzas realizadas por los agoreros,
sorteros y hechiceros11. Específicam ente la ley prohíbe aquellas prácticas y
adem ás n o perm ite la residencia en el reino a quienes las efectúan, junto con
c o n m in a r a la p o b la c ió n a n o encubrir o proteger a dichas personas12. En
otra disposición se sanciona con la pena de muerte a quienes se les probare
el d e lito , salvo q u e hubiesen actuado para exorcizar los demonios de alguna
persona o a h u ye n ta r las langostas de los cam pos1'. También en las Siete*9 2
10

C u e rp o d e D e r e c h o C iv il R o m a n o , C ó d ig o . Libro IX. tít. XVIII. D e maleficis et mathematicis et


c e te ris sim ilib u s. Ja im e M olina ed il. B a rcelo n a . 1895. vol. Y.
9 ¡ h i d p. 4 5 4 .
10 E l E n e ro jit z ^ o , lib ro V I. til. II. In c lu s o en los fu ero s locales, que recogen el derecho
co n su etu d in ario , las p rácticas h e c h íc e n le s son consideradas un delito y sancionadas duramente.
En el F u e ro d e C u e n c a , q u e c o n tie n e el d e re ch o consuetudinario de Castilla de la segunda
m itad d el sig lo X II, s e e n c u e n tr a n d o s d isp o sicio n es so b re la materia, en el libro II, título I.
En la ley 34 s e se ñ a la : “D e las q u e so n ligaduras de los om es. Otrosí, la mujer que onmes o
b e stia s lig a re o o tra s c o s a s q u é m e n la ; si n on , salu ese co n el fierro caliente; si varón fuere el
ligador, tra sq u íle n lo , to rm é n te n lo , s a q u e n lo d e la ciudad; si lo negare, mandamos que se
salu e p o r lid ”. La ley 3 5 trata “D e las m u jeres q u e son ervoleras. Otrosí, si la mujer que fuere
erv o lera o fe c h iz e ra , q u é m e n la o sa lu e se c o n fierro..". F u e ro de Cuenca. Academia de la
H istoria. E d ició n crítica c o n in tro d u cció n y notas de Rafael breña. Madrid. 1933, p. 329.
11 Ju n to c o n p ro h ib irse e s e tip o d e ad ivin an zas, se perm ite expresam ente las “que se fazen por
arte d e A stro n o m ía ”
12 Ixis Siete P a rtid a s . P. V II, tít. X X III, ley I.
/hid., P. V II, tít. XXT1I, ley III.
Partidas se condena la nigromancia y la confección de imágenes de cera o
metal y la realización de otros hechizos con linos amorosos. Estas normas
represivas se fundamentaban en los daños que tales prácticas causaban en
las personas y bienes y en la ofensa que significaban para Dios.
Finalmente en la Nueva Recopilación de las Leyes de Castilla ele 156'
se reiteraron las sanciones dispuestas en las Siete Partidas y además se seña­
ló de manera expresa que tales prácticas debían ser consideradas heréticas,
aunque al mismo tiempo se ordenaba que las justicias reales conocieran de
esos delitos1*. En suma, estas últimas normas no solo consideraron a la he­
chicería como un delito contra la sociedad civil sino también contra el orden
espiritual. Sin embargo, la asignación de tal calidad no implicó q u e la juris­
dicción real se inhibiera de entrar a conocerlo y por el contrario se ordenó
explícitamente a los jueces reales que encausaran a quienes lo cometieran,
sin importar siquiera que tuvieran la condición de clérigo.
En la legislación que la Corona dicto para Indias se encuentran muy
pocas disposiciones sobre esta materia, las que por lo demás se refieren a la
hechicería practicada por los indios, cuyo conocimiento se asigna a las justi­
cias reales15. Del mismo tenor son las normas que las autoridades civiles
americanas dictan a! respecto10. En consecuencia, la legislación civil que en
materia de hechicería tenía vigencia en estos territorios era la castellana,
constituida por las Siete Partidas y la Nueva Recopilación. Sólo para las
indígenas existían normas especiales, que debían aplicarse con preferencia
de las peninsulares.
La actitud del cristianismo con respecto a la hechicería, c o m o ya se ha
indicado, fue negativa desde un comienzo, luí ese sentido no sólo era here­
dero de la ley mosaica, sino que además en el Nuevo Testamento encontró
mayores argumentos condenatorios. El mensaje cristiano no deja opción al
mundo mágico, pues al proclamar el amor al prójimo descalifica cualquier
acto de maleficio y al plantear que la felicidad eterna se gana c o n las buenas
acciones, está haciendo innecesario y contraproducente cualquier recurso a
fuerzas extrañas para modificar el destino.

14
Recopilación ele Leyes de Castilla, lib. VIH, tít. I. |ey v. |,b. VIH, tíi lll, leyes V y Vil.
15
Diego de Encinas, Celulario Indiano. Ediciones Cultura Hispánica. M adrid, 19*15, lib. U,
p. 73- Recopilación de Leyes de Indias, lib 6 . til, |, ]cv 3 5
Ver las disposiciones que sobre la hechicería practicada p o r ¡m indios dictaran la s autoridad®
de Chile en Antonio Dougnac. "Kl delito de hechicería en el Chile indiano". Revista Chile,,.,
de Historia del Derecho, N° 8 , Santiag<>, l I . pp. |<>,_ |(^
P e r o si b i e n e l c r i s t i a n i s m o p r im itiv o y lo s p a d re s d e la Iglesia c o n d e ­
n a r o n la h e c h i c e r í a , n o s e m o s t r a r o n m u y r ig u r o s o s c o n las s a n c io n e s a los
e je c u t a n t e s . E n e l e c t o v n o o b s t a n t e q u e e s a s p r á c tic a s fu e ro n asim iladas a la
h e r e n c i a p a g a n a q u e h a b ía q u e c o m b a t ir e n a q u e llo s p u e b lo s q u e se integra­
b a n a l m u n d o c r i s t i a n o , la s d i s p o s i c i o n e s c a n ó n ic a s fu e ro n m e n o s rigurosas
q u e la s c i v i l e s . E s p o s i b l e q u e e s e f e n ó m e n o s e r e la c io n e , p o r lo m en o s en
p a r te , c o n la s d u d a s q u e a a l g u n o s p a d r e s d e la Ig lesia les m erecían los
e f e c t o s r e a l e s d e la h e c h i c e r í a 1". E n e s e s e n tid o la o p in ió n d e San Agustín
r e s u lt ó m u y i n f l u y e n t e , p u e s a p e s a r d e v e r e n la m a g ia u n a in terv en ció n de
lo s d e m o n i o s p a r a d e s v i a r a lo s h o m b r e s d e D io s , c o n s id e r a b a q u e en cierto
m o d o lo s r e s u l t a d o s d e e lla c a r e c í a n d e e fe c tiv id a d . T o d o se ría p rod u cto de
la a c c i ó n d e lo s d e m o n i o s q u e e n g a ñ a b a n a lo s h o m b r e s c re á n d o le s ilusio­
n e s q u e n o c o r r e s p o n d í a n a la r e a li d a d 18.
L a a c t i t u d s a n c i o n a d o r a d e la h e c h ic e r ía q u e tie n e la Ig lesia en la Alta
E d a d M e d ia q u e d a r e f le ja d a e n la s D e c r e t a le s d e G r e g o r io IX. en las q u e una
a n tig u a d i s p o s i c i ó n d e l P e n i t e n c i a l d e T e o d o r o p r o h íb e h a c e r sortilegios,
c o n d e n a n d o a la e x c o m u n i ó n a q u i e n e s lo h ic ie r e n . O tra n o rm a, del año
1 1 8 0 , s u s p e n d e d e s u m i n i s t e r io p o r a lg ú n tie m p o al p re s b íte ro q u e recurre
a l a s t r o l a b i o p a r a in d a g a r s o b r e a lg ú n h u r to . E n la te rc e r a y últim a ley q u e
s o b r e la m a t e r ia c o n t i e n e e s a r e c o p i l a c ió n s e p r o h íb e n las e le c c io n e s de
p a s t o r e s e c l e s i á s t i c o s o c o m p r o m i s a r i o s m e d ia n te la s u e r te 19.
C o n t o d o , c o i n c i d i e n d o c o n e l p e r ío d o e n e l c u a l s e re co p ila b a n las
D e c r e t a l e s , p r i m e r t e r c i o d e l s ig lo X I I I , s e in ic ia u n p r o c e s o q u e tien d e a
m o d if ic a r la a c t it u d d e la I g le s ia c o n r e s p e c t o a la h e c h ic e r ía . H ay un en d u ­
r e c i m i e n t o e n la s a n c i ó n y s e a c tiv a u n a p o lític a re p re siv a . U n h ito im portan­
t e e n e s t a e v o l u c i ó n lo s e ñ a l a u n a b u la d e 1 2 5 8 d e l P a p a A lejan d ro IV, en la
q u e s e p e r m i t ía a lo s i n q u i s i d o r e s c o n o c e r d e la s c a u s a s d e h ech icería en
q u e h u b i e s e u n a c l a r a i n c i d e n c i a e n m a te r ia d e fe . C o n p osteriorid ad , el
P a p a J u a n X X I I , e n d i v e r s a s b u la s y e s p e c ia lm e n t e e n la S u p e r iU iiis s p e c u la
d e 1 3 2 6 , a r r e m e t í a e n é r g i c a m e n t e c o n tr a la h e c h ic e r ía , d á n d o le el carácter
d e h e r e je a t o d o a q u e l q u e la e je r c i e r a . E s to s ig n ific a b a , p o r un a p aite, otor­
g a r le a e s a p r á c t i c a la c a l id a d d e d e lito c o n tr a la fe y p o r otra en tregar su
c o n o c i m i e n t o d e m a n e r a d ir e c t a a la In q u is ic ió n . E n to d o c a so durante un

17
J u lio C a ro B a ro ja , Las b ru ja s .... ap. c it ., p p . 79-84. Fran co C ard ini, op. cit., pp, 12-21.
]K
San A g u s tín , La c iu d a d d e O ios. B ib lio te c a de A utores C ristianos, Madrid, 1978, Libros VII,
cap . 35 y X V I I I , c a p . l<8.
D ecreta les, lib. 3, 1ít. 21.
tiempo siempre subsistió la duda sob re la c o m p e te n c ia del S a n to Of icio en
toda causa de hechicería. Nicolau Evm erich. en su D irecto rio In qu isitorial,
escrito hacia 1376, manifiesta sus reservas al re sp e c to , d is tin g u ie n d o entre
los simples adivinos o quirom ánticos, cuvas a ctiv id a d es no c o m p e te r ía n a la
Inquisición, y los adivinos heréticos, q u e eran los q u e in v o c a b a n a l cierno*
nio, y que sí debían ser juzgados por el Santo T rib u n a l” Sin e m b a r g o , en el
transcurso del tiempo se fue im poniend o el crite rio d e q u e la s prácticas
hechícenles, salvo casos puntuales, regu larm en te eran h eré tica s. A s í queda
de manifiesto en los com entarios qu e en 137b realiza) el ca n o n ista Fran cisco
Peña al reeditar el Manual de Eym erich por e n c a rg o d e la Santa S e d e . Para él.
eran heréticos todos los sortilegios en q u e se in v o cara a los d e m o n io s , se
rindiera culto a ídolos y se utilizaran in d e b id a m e n te los s a c r a m e n to s o las
cosas sagradas2021. Finalmente, las reticen cias a c o n sid e ra r to d a h ech icería
como herética que aún podían quedar fueron d isip ad as p o r e l P a p a Sixto V
con la bula C oeli el T en u e de 1586. En ella se c o n d e n a b a n to d a s la s clases
de adivinación y encantam ientos y o rd en aba a las a u to rid a d es e c le s iá s tic a s e
inquisidores que persiguieran y castigaran a q u ie n e s las p r a c tic a b a n 22.
En esa evolución que exp erim en tó la actitu d d e la Ig lesia tr e n te a la
hechicería influyeron varios factores. Entre e llo s p od ría m e n c io n a r s e el re­
surgimiento de las prácticas m ágicas p o sib le m e n te a raíz d e la influencia
bizantina y árabe. Algunos autores tam bién asig n a n im p o rta n cia a la crisis
socioeconómica del siglo XIV, qu e habría su m id o en la d e s e s p e r a c ió n a
extensos sectores de la sociedad, lo cual, a su vez, h ab ría lle v a d o a muchas
personas a recurrir a la magia co m o evasión o a atrib u ir la resp o n sab ilid ad
de sus males a brujos y hechiceros. T a m p o co s e p u e d e d e s c a rta r e l fuerte
desarrollo experimentado en ese tiem po por a lg u n as h ere jía s, q u e facilitaron
la asimilación de la hechicería a eso s delitos co n tra la fe. Ig u a lm e n te , resulta
de gran trascendencia la figura del Papa Ju a n X X II, m uy o b s e s io n a d o por la
magia y convencido de haber sufrido alg u n o s a te n ta d o s co n tra s u v id a me­
diante prácticas de ese tipo. Por último, está la in flu e n cia d e S a n t o Tomás,

20 Nicolau Eymerich y Francisco Peña, El M a n u a l de los a u/i asidores Introducción y notas de


Luis Sala-Molins. Muchnik Editores. Barcelona, 1983, pp "7H-79
21 Ibicl., pp. 7 9 -8 0 .
22 Maguían Bullarium Romanam, a Eio Q u a iio . usque a d h n io c e u tiu n i IX. L u g d u n i 169". T.
IT PP- 515-517. Henry Charles Lea, Historia de la Itic/aisición española. Fundación Universitaria
Española. Madrid, 1983, vol. III, p. 577. Con posterioridad, un Breve de C lem en te VItl de 10
de enero de 1596 venía a reiterar las facultades que tenía la Inquisición para castigar a los
que practicaban hechicerías.
q u e v in o a d a r le u n f u n d a m e n t o t e o l ó g i c o a la c o n d e n a c ió n d e toda h e ch ice ­
ría . D e h e c h o , al s o s t e n e r q u e e n c u a lq u ie r e s p e c ie d e ad iv in ació n o sortile­
g i o s e h a c ía p r e s e n t e la a c c i ó n d e l d e m o n io p o r in v o c a c ió n ex p resa o tácita,
la a s im ila c ió n d e e s a s p r á c t i c a s a u n d e lito h e r é tic o e s ta b a dada. Un siglo
d e s p u é s , e s e p l a n t e a m i e n t o v a a r e c ib ir la a d h e s ió n d el ce n tro te o ló g ico m ás
im p o r t a n t e d e E u r o p a c o n u n a d e c la r a c ió n d e la U n iv ersid ad d e París d e
1 3 9 8 , e n q u e s e ñ a l a b a q u e h a b ía p a c t o im p líc ito e n to d a s las su p ersticio n es
c u y o s r e s u lt a d o s n o s e e x p l i c a r a n r a z o n a b le m e n t e p o r la a c c ió n d e D ios o la
n a t u r a le z a 23.
E n s u m a , la I g le s ia d e s d e la B a ja E d a d M ed ia , al con sid erar, p or lo
m e n o s e n c i e r t o s c a s o s , a la h e c h i c e r í a c o m o u n d e lito c o n tra la fe, asig n ó su
c o n o c i m i e n t o a la I n q u i s i c i ó n . P o r o tra p a rte , d a d o q u e la ju risd icción real
d e s d e la é p o c a d e l I m p e r i o R o m a n o ta m b ié n la p e rs e g u ía , va a q u ed a r co m o
u n d e lito d e m i x t o f u e r o . A h o r a , e n e l c a s o e s p e c íf ic o d e Castilla, en la
m e d id a q u e e n la E d a d M e d ia n o tu v o In q u is ic ió n , su c o n o c im ie n to siguió
e n m a n o s e x c l u s i v a s d e la ju r is d ic c ió n re a l y d e lo s o b is p o s . Ese estad o de
c o s a s s e m a n t u v o i n c l u s o d e s p u é s d e l e s ta b le c im ie n to d el S a n to O ficio , has­
ta fin e s d e l r e i n a d o d e lo s R e y e s C a tó lic o s . La p r e o c u p a c ió n del Tribunal en
e s a p r im e r a e t a p a g i r ó e n t o r n o a lo s ju d a iz a n te s , d e já n d o s e d e lado otras
m a n i f e s t a c i o n e s h e r é t i c a s . S e r á s o b r e to d o a p a rtir d e la d éca d a de 1530
c u a n d o e n C a s tilla la I n q u i s i c i ó n e n tr e a c o n o c e r d el d e lito d e h e ch ice ría 24. Y
e n e l t r a n s c u r s o d e l t i e m p o tr a tó d e t e n e r la ju ris d ic c ió n ex clu siv a, lo qu e
o r ig in ó s o n a d a s c o m p e t e n c i a s c o n la s ju s tic ia s r e a le s 2'’.
E n I n d ia s , a n t e s q u e s e in s ta la r a n lo s tr ib u n a le s d e la In q u isició n , las
c a u s a s d e h e c h i c e r í a e r a n v is ta s p o r lo s ju e c e s c iv ile s y lo s o b isp o s. Cuando
s e c r e a n lo s t r i b u n a l e s e n 1 5 7 0 a q u e lla s ju s tic ia s le s tra sla d a n las cau sas p en ­
d ie n te s y d e h e c h o , p o r lo m e n o s e l S a n to O fic io d e Lim a, p asa a co n o ce r
e x c l u s i v a m e n t e d e e s t e d e l i t o , s a lv o e n lo r e fe r e n te a los ind ios. En la prác­
tic a , e n e l d is t r it o d e e s t e T r ib u n a l, e l d e lito n o fu e d e m ix to fuero, pues, a
p e s a r d e l v ig o r c o n q u e s i e m p r e d e f e n d ió su ju ris d ic c ió n , casi n o hem os en ­
c o n tr a d o r e f e r e n c i a s a c u e s t i o n e s d e c o m p e t e n c ia e n to rn o a esas cau sas26.

23 C h arle s Le a , op. c i t .. t. I I I . p. 573. F ra n c o C a rd in i, op. c it.%pp. 86 y ss.


2Í Je an F ie rre D e d ie u , “ Les c a u se s d e foi de l'In q u isitio n de Tolede (1483-1820). Essai statistique”.
M alangas cía la Casa cía V e lá z q u e z . M ad rid , 1978. p. 171.
25 Lea, op. c i t i. I I I , p p . 570-571 y 578-579.
26 A fin es del s ig lo X V I I y c o m ie n z o s del X V III se planteó una controversia con la Audiencia de
Q u ito a ra íz d el p ro c e sa m ie n to q u e h iz o d e n u eve m ujeres acusadas de hechicería. El Consejo
3. El Tribunal de Lima y la represión de la hechicería
a) La actividad inquisitorial
La h e c h ic e ría e s u n o d e los d e lito s c o n m a y o r n ú m e ro d e encausados
en la historia del T rib u n a l. De a c u e r d o c o n las e s ta d ís tic a s ela b o ra d a s a partir
de las re la c io n e s d e c a u sa s , te n e m o s in fo r m a c ió n d e 2 0 9 p r o c e s o s por hechi­
cería, lo cual re p re se n ta el 13,3 p o r c ie n to d e un to tal co n ta b iliz a d o hasta
ahora d e 1 5 6 6 e n c a u s a d o s p o r d e lito s d e fe e n e s te T rib u n al*2 . S ó lo aquellos
p r o c e s a d o s p o r m a n ife s ta r p r o p o s ic i o n e s h e r é t ic a s , p o r b ig am ia y por
ju d aizan tes so n m ás n u m e ro s o s . E n e s e s e n tid o la s itu a c ió n e s un tanto di­
versa a lo q u e o c u r re e n lo s trib u n a le s c a s te lla n o s , e n d o n d e tal d elito apare­
c e c o m o m e n o s s ig n ific a tiv o 2*.
La e x p lic a c ió n d e e s a d ife r e n c ia e s tá e n q u e en A m érica tuvieron
e sc a sa p re se n cia a lg u n a s d e las h e r e jía s c lá s ic a s q u e s e d ie ro n en Castilla,
c o m o a c o n te c e , p o r e je m p lo , c o n el m a h o m e ta n is m o y el protestantism o. En
to d o c a so , h ay una cie rta c o in c id e n c ia e n tr e la p e n ín s u la y A m érica en cuan­
to a los ritm os q u e p re s e n ta la r e p r e s ió n d e l d e lito . La te n d e n c ia es que en
una p rim era e ta p a , c o in c id e n te c o n la fa s e fu n d a c io n a l d e lo s tribunales, la
actividad rep resiv a en to rn o a la h e c h ic e r ía e s m u y lim itad a. En el caso de
Castilla, c o m o s e ha s e ñ a la d o , e n e s a p rim e ra e ta p a , q u e e n lo referente a la
In q u isició n d e T o le d o s e e x tie n d e h a sta 1 5 3 0 , a lo s trib u n a le s les preocupan
fu n d a m en ta lm en te lo s ju d a iz a n te s . L u e g o , e n u n s e g u n d o p e río d o que se
cierra en 1560, la re p re sió n s e c e n tra e n lo s c r is tia n o s v ie jo s q u e blasfeman o
e x p re sa n o p in io n e s c o n tra ria s a la d o c trin a o fic ia l, e n lo s m o risco s que prac­
tican la relig ió n m u su lm a n a y e n to d o s a q u e llo s q u e p r e te n d e n desconocer
la autorid ad del S a n to O fic io . U n ic a m e n te , a p a rtir d e c o m ie n z o s del siglo
XVII la h e c h ic e ría s e tra sfo rm a e n u n d e lito a s e r c o m b a tid o de manera

de la Suprema respaldó la defensa que el T rib u n a l h izo de su jurisd icció n y al parecerse


resolvió de manera favorable a éste. Ver al respecto el ca p ítu lo sobre “Los conflictos de
competencia de la Inquisición de Lim a".
2 Jaim e Contreras, Las causas de fe en la Ifu ju is ic ió n española I5~i()-J700. Análisis de una
estadística. Ponencia presentada al Sim p o sium in te rd isc ip lin a rio de la Inquisición medieval
y moderna, Dinam arca, 5-9 de septiem bre, 1978, pp. 28 y 50. inédita. Rene Millar Carvacho.
I xí Inquisición de Lima. Siglos X V H l-X IX Tesis doctoral. I n iversid ad de Sevilla. 1981. Inédita
28 Según las estadísticas de Jaim e Contreras, que no so n del todo com pletas, la hechicería
representa en esos tribunales sólo el 5,5 por cien to del total ele encausados.
prioritaria29*y no sólo en Castilla sino en todo el mundo mediterráneo cató­
lico, en donde pasa a ser uno de los que concentran la mayor actividad de
los tribunales inquisitoriales"1'.
En el distrito del Tribunal de Lima ocurre algo parecido, aunque con
algunas peculiaridades. Aquí la preocupación inicial se centra en el denomi­
nado delito de proposiciones, en las blasfemias y en la bigamia. Está claro
que la Inquisición no pretende encontrar en América en ese momento las
herejías que en la península habían ocupado su atención de manera prefe­
rente. Esos delitos estaban vinculados a los cristianos nuevos, los cuales
tenían prohibido el paso a América y por lo tanto su presencia sería excep­
cional. Lo que le interesaban en cambio eran los cristianos viejos, a quienes
había que adoctrinar según las directrices del Concilio de Tremo, eliminando
todas las manifestaciones que pudieran dar pábulo a dichos o hechos de
carácter herético. Tal situación se refleja muy bien en una carta de 1569 del
Obispo de Quito Fray Pedro de la Peña al Inquisidor General, en que le
hacía presente la conveniencia de establecer el Tribunal en estos territorios,
para poner término a la excesiva libertad existente, que llevaba a muchos a
actuar más allá de lo que el evangelio permitía, aumentando cada día las
“blasfemias, doctrinas e interpretaciones de Sagrada Escriptura y lugares della,
libertades grandes en hablar cosas que no entienden... Casados dos veces
hay muchos, una en España y otra por acá..."-1.
Esa tendencia experimentará un cambio durante la primera mitad del
siglo XVII debido a la significativa presencia de conversos portugueses, que
llegaron com o consecuencia de la unión entre Portugal y Castilla32. Por un
tiempo, la persecución a los judaizantes se transformará en la preocupación
fundamental del Tribunal, aunque en forma paralela a ella se inicia el control
de la hechicería, que terminará siendo en el siglo XVIII, junto a la bigamia, el
delito que concentra el grueso de la actividad represiva.

2V Jcan Hierre Detlieu. /, 'adm inistrado)! d e la fo i. Lin qu isition de Toledo (XV7-XMÍÍsiéc/e). Casa
de Velá/.quez. Madrid, 1989, p. 240. Jaim e Contreras, op. cit.
Esa situación se refleja por ejem plo en el Tribunal de Valencia (Ricardo García Cárcel, Herejía
y sociedad en el siglo X\ 7 La In qu isición de Valencia 1510-1609. Ediciones Península.
Barcelona, 1980. pp. 118 y 249). V también en las inquisiciones de Italia (E. William Monter,
Ritual. Mytb a n d M a gic in liarly M odern Taropé. Ohio University Press. Athens, Ohio, 1984,
pp. 61-71).
M José Toribio Medina, Historia del Trib u n a l del Santo O ficio de la Inquisición en Chile. Fondo
Histórico y bibliográfico J. T. Medina. Santiago, 1982, pp. 97-98,
Ver capítulo sobre “Las confiscaciones de la Inquisición de Lima a los jucleoconversos de “la
gran complicidad" de 1 6 3 8 "
232 INQUISICION Y SOCIEDAD EN FL VIRREINATO PERI \NO KtM MUI M <

Hn definitiva, el ritmo de la actividad inquisitorial del Tribunal en este


delito pasa por cuatro fases. Una primera que va desde la fundación hasta
fines de la década de 1580, en que las causas no sólo son numéricamente
reducidas sino que además se caracterizan por refe.irse a prácticas en las
que hay un cierto grado de conocimiento libresco. Cabe hacer notar que en
el primer edicto de fe que se leyó al establecerse el Tribunal el 29 de enero
de 1570, no estaba incluida la hechicería entre los delitos que los feligreses
debían denunciar al Santo Oficio33.
La segunda fase se extiende desde los últimos anos del siglo XVI hasta
fines del siglo XVII. En ella hay un incremento importante de los procesos,
sobre todo en determinados momentos, como los correspondientes a los
años que van de 1590 a 1610 y a las décadas de 1630-1660 y 1670. El aumen­
to de la actividad represiva contra la hechicería durante el siglo XVII se
enmarca en una política general de la Inquisición al respecto, que tiene su
punto de partida en Roma, con la bula del Papa Sixto V de 1586. Luego, a ese
documento se agrega el Breve de Clemente VIH de 1596. en el que nueva­
mente se facultaba al Inquisidor General para conocer esas causas, cuando
existiera sospecha clara de herejía. Con posterioridad, una carta acordada de
12 de mayo de 1615 del Consejo de la Suprema a todos los tribunales de
distrito ordenaba que procedieran rigurosamente contra los casos d e hechi­
cería señalados en la Bula de Sixto V. Dos años después, en otra carta acor­
dada se les envía a los tribunales dicha Bula, traducida al castellano, para
que fuese publicada por edictos en Iglesias y monasterios. Los inquisidores
de Lima dejaron constancia de haberla recibido, comentando la importancia
que tenía para estas regiones en donde había “muchas supersticiones y he­
chicerías”, por lo que resultaba conveniente que el Santo Oficio conociera
de ellas34. Esa política culmina en Lima con la publicación en la cuaresma de
1629 de un edicto especial contra los que practicaban la hechicería, por
medio del cual se conminaba a la población, bajo pena de excomunión
mayor, a denunciar a todo aquel que realizara cualquiera de las prácticas que
se detallaban35. No obstante lo anterior tampoco podría descartarse como
hipótesis la posible influencia que pudo haber tenido en determ inados mo-

33 José Toribio Medina, Historia... de la Inquisición en Chile. of>. cit., pp, 133-136.
31 Paulino Castañeda Delgado y Pilar Hernández Aparicio, La Inquisición de I.itna ( 1570-163$)
Editorial Deimos, Madrid, 1989, t. I, pp. 367-368.
35 José Toribio Medina, Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima (1 7 6 9 - 1820). Fondo
Histórico y bibliográfico J. T. Medina, Santiago. 1986, t II. pp. 3S-40.
i • c risis o recesión económ ica, al incrementar la ele­
m en tos una situ ación ,
• • • h e c h í c e n l e s de parte de aquellos que buscaban con
m anda p o r los serv icie» IK U 1K U 1,t 1
1 . a tCI-rarsc. En ese sentido estoy pensando en la
d e s e sp e ra c ió n a l £ ° A cl . , , lyr2rv
exp erim en ta en Perú en la decada de 1630. con
crisis e c o n ó m ic a qtic ' .,
. , „iiercian tes V banqueros, que coincide con un mo-
so n ad as quiebran ü(- t( , . . . , ..
, 'tív'íí i-iíl inquisitorial en torno a los judaizantes y hechiceros.
L f.,se c 0 rresponcle a la primera mitad del siglo XV1I1 y en ella
la h ech icería '" ju n to a la bigam ia, son a m ucha distancia los delitos que con­
cen tran la a c tiv id a d p ro ce sa l del Tribunal. Esto está vinculado con la menor
im p ortan cia d e alg u n o s d e los delitos que antes habían merecido la atención
p referen te d e los inquisidores. El judaismo y las proposiciones vieron dismi-
•i
nuidas su s ca u sa./1L
s,. en iia, m edida
n iu nui u
Mu c- la represión
LIV 1 había sido exitosa. Es
indudable q u e el o bjetiven inicial del Tribunal, que buscaba cortar esas mani­
festacion es, ya se había a lca n z a d o a fines del siglo XVII. Por lo tanto, el paso
siguiente fue p o n e r én fasis en aquellos hechos y actitudes sospechosos de
herejía qiie tod avía tenían un gran an aig o en la sociedad. 1 oí otra parte,
tam bién h ay q u e co n sid e ra r las instrucciones expiesas dadas a comienzos de
1707 p o r el Inquisidor G en eral y la Suprema para que se enfrentara con
m ay o r e ficacia el in cre m e n to exp erim en tad o por ese cielito en la diócesis de
Q uito, al d e cir d e su Obispo-*6. La cuarta y última fase coincide con la deca­
d en cia del T ribunal, q u e se m anifiesta, entre otros aspectos, en una sustan­
cial d ism in u ción d e las ca u sa s de fe. Dentro de ese contexto la hechicería
pasa a un se g u n d o p lan o frente a la bigamia y a los diferentes delitos que
in volu crab an al clero .
En su m a, el Tribunal d e Lima, salvo en el momento fundacional y en
el o c a s o final, p erseg u irá d e m anera intensa y constante a los sortílegos y
adivinos. Y lo h a c e a p e sa r d e estar consciente ele que en su inmensa mayo­
ría no eran h erejes. El C on cilio hizo tom ar conciencia de que los vacíos
doctrin arios y las co stu m b re s relajadas de los fieles podían dar pábulo a la
p en etració n d e las herejías. Sobre todo a partir de Tiento, con las pautas
doctrin arias ya m uy p recisas, el Santo Oficio no sólo estará alerta con respec­
to a los h erejes p ro p ia m e n te tales, sino también con relación a los dichos y
h ech o s d e los cristian os viejos que puedan hacer sospechar acerca de la

AUN, In q u is ic ió n , leg . 2 1 9 8 , N" 4. En las instrucciones se (e indica al Tribunal que, para


en fren ta r el p ro b le m a , p u e d e facu ltar a los p árrocos co m o comisarios y utilizar las cárceles
del o b is p a d o .
. i • i . r i u.sempeñar una labor
ortodoxia de sus creencias. La Inquisición tratara de 1
, adoctrinamiento
de i *• . i » los i'*
de i
rieles, « . a ila que leali^
paralela i:yan las otras institu-
dones eclesiásticas. En ese contexto hay que ver su preocupación general
por la hechicería. Ahora, en lo que toca a América, hay un a&re8acl° GSP£
cial en relación con el mismo cielito debido a la peculiai M
i en la
aquí se da, i que eli grueso de
i ila ipoblación
i . «w»na estaba constituí-
no muigc
do por mestizos, negros y mulatos, tocios neófitos \ pn i
supersticiones y caer en errores en materia ele* fe.

b) Las prácticas hechiceriles


La variedad que se daba entre las fórmulas y medio* utilizados por los
hechiceros de este Tribunal era enorm e. Así, con fines adh inatorios se piac
ticaban la quiromancia y la adivinación por suertes o sortilegio* En os proce
sos hay referencias a la utilización ele dados y naipes y sobic todo a sortile
gios en los que está presente la coca, com o elem ento central. La hierba era
mascada y luego escupida ya sea en la palma ele la mano ° en un lebrillo y
según la figura que la saliva adquiriese se conjeturaba 1° CIUL sucedería .
Esos procedimientos tenían diversas variables, com o la cjue agiegaba vino,
chicha o aguardiente al receptáculo, que en ciertos casos eia puesto al fue­
go, arrojándose la saliva con la coca en el líquido caliente. Al respecto, a la
vecina de Lima Juana Saravia se le acusaba en 1 l a ele “que en el aguardien­
te hervido se echaba lo m ascado y por la llama lev antada acliv inaba y asimis­
mo observaba para las mascaduras los viernes y sábado y' decía que era más
eficaz el uso de dichos sortilegios en jueves y viernes santo y al piimei iopi­
que del día de pascua”^8. Al parecer, era opinión frecuente entre los hechice­
ros del distrito que los sortilegios y las acciones de hechiceiía en general
tenían más éxito los días viernes, porque, al decir ele algunos penitenciados
por el Tribunal, “siendo día en que nuestro señor Jesucristo había padecido
y muerto en la cruz, apreciaba el diablo que en dicho día le diesen culto’
También se utilizaban otros objetos para descubrir cosas ocultas o
adivinar echando suertes, tales com o tabaco, velas, habas, maíz blanco y*389

Esas prácticas aparecen, entre m uchos otros, en los p roceso s de Antonia Abarca (1656), de
Petronila Guevara (1662) y Magdalena C am acho ( 1662). AUN. Inquisición, lib. 1031, fols.
378 - 496 y 500.
38 AHN, Inquisición, leg. 1649-2, exp. 53.
39 AHN, Inquisición, leg. 1656, exp. 2.
negro, h ierb as varias, alguna m on ed a, tijeras, cedazo y otros. Habitualmente
estos sortilegios iban aco m p añ ad o s de invocaciones al demonio y a divinidades
y personajes a b o ríg en es, am en de* conjuros y oraciones a santos diversos.
Por ejem plo, la vecin a del C allao Barbilla de Aguirre fue testificada en el año
1700 de h a c e r el sortilegio de la co ca al tiem po que llamaba a la Coya y a la
Paya; en otra o ca sió n , la sindicaban de m en cion ara Dios, a San Pedro y San
Pablo y a la Santísim a Trinidad, junto con obligar a rezar el credo a quienes
la a co m p añ ab an ,n. De la ya citada Ju an a de Saravia se decía que invocaba “a
los diablos d e los escrib an o s, d e los pescadores y de los mercaderes" y de
realizar sah u m erio s. T am b ién era frecuente que al iniciarse estas sesiones la
h ech icera pidiera a los asisten tes que se despojaran de toda imagen religiosa
y de los ro sario s, c o n el ob jeto, según declara en 1740 la guayaquileña María
Rosalía, “d e qu itarle al d iab lo los em barazos que pudiera tener para concu­
rrir a d ich o s sortilegios" *1. La suerte del ced azo y de las tijeras con el fin de
descubrir o b jeto s y te so ro s se p racticó con muy poca frecuencia. Uno de los
escasos testim on ios e n co n tra d o s al resp ecto corresponde a la causa del fran­
ciscan o v a s c o Ju a n del Rosario Paguegui, que fue acusado de poner en el
ced azo u n os c a ra c te re s en cru z y sobre ellos unas tijeras en la misma forma,
in vocand o los n o m b res d e San Pedro y San Pablo y Cristo crucificado42.
Tam bién c o n el fin ele d escu b rir tesoros y, adem ás, guacas, el vecino de
Quito D iego d e la Rosa em p leab a en 1581 una varilla y horquetas de grana­
d o 43.
A hora, en c u a n to a las prácticas supersticiosas o vanas observancias,
co m o las d en o m in a Santo T om ás, hem os detectado algunas de las realizadas
para cu rar e n fe rm o s p ro d u cto d e hechicerías. Para saber si una persona
estaba bajo los e fe cto s d e un m aleficio se recurría a veces al sortilegio de la
co ca y el lebrillo co n vino. Y para sanar al enferm o se utilizaban aguas de
hierbas d iversas, u n g ü en to s y p o b o s preparados con los más variados pro­
ductos, friegas tam b ién c o n polvos y baños en aguas con hierbas. En ciertos
casos, los h e ch ice ro s d em o strab an la eficacia de sus remedios haciéndoles
creer a los e n fe rm o s q u e les extraían lombrices, sapos y otras sabandijas, que
serían los ca u sa n te s d e los m ales. A Alejandro Vargas se le acusaba en 1708
de curar d e m aleficio a una m ujer frotándole una piedra, con la que le sacó*1

,<5 A U N , In q u is ic ió n , leg. 1648-2. c x p . 19, fo l. 119.


11 A U N , In q u is ic ió n , leg. 1656, c x p . 2.
u AUN, In q u is ic ió n , leg. 1656, c x p . 1.
AHN, In q u is ic ió n , lib . 1027. fo l. 15 ».
H e c h i c e r a s .

G ra b a d o n “ 5 d e G o y a , p e r te n e c ie n te a la s e r ie L o s C a p r i c h o s .

d e l e s tó m a g o “u n a a lm o a d illa d e c in c o h u e s o s d e a c e itu n a , d o s p ie s d e

c a rn e ro y u n s a p o p e q u e ñ o ” 4 ' 1.

^ A H N , In q u is ic ió n , le g . 16 5 6 , e x p . 1. H e c h iz o s c u r a t iv o s ta m b ié n se e n c u e n tra n en la s c a u s a s

d e A n a V a lle jo 0 6 5 5 ), F r a n c is c a d e B u sto s ( 16 6 6 ), Ju a n S a n to s R e y e s ( 17 ,3 8 ) y F e lic ia n o d e

O l i v a ( 1 7 7 9 ) . A H N , I n q u i s i c i ó n , lila . 1 0 3 1 . f o l . 3 6 3 y lila . 10 3 2 , fo t I l i. I , e g . 16 4 9 -1, e x p . 24 y 44.


Entre las vanas observancias también se practicaba una gran variedad
de hechizos amorosos. Y en casi todos ellos se utilizaban más o menos los
mismos objetos v elementos, destacándose la coca por su constante presen­
cia, junto a diversas hierbas, agua bendita, velas, plumas de ave, granos de
maíz, piedra de altar o ara consagrada, oro, plata, tabaco, ámbar, algalia,
cuyes, piedra imán, polvo de huesos humanos, secreciones de hombre y de
mujer, alfileres, cera, cabellos de hombre, aguardiente y chicha. Estos ele­
mentos eran usados de distinto modo y en combinaciones también diferen­
tes, aunque siempre con un mismo objetivo, como era conseguir la conquis­
ta sentimental de alguien deseado. A veces también se empleaban para ha­
cer maleficios a un tercero. La coca, por lo general, se mascaba y se escupía
igual que en las suertes adiv inatorias, acompañándose de conjuros atingentes
al fin perseguido. Algunos de ellos eran invocaciones específicas a dicha
hierba, como éste, que pronunciaba la vecina del Callao María de Castro, a
fines del siglo XVII: “Mama Coya, mama Paya, señora mía, linda mía, yo no
te como por vicio, no por hacer mal a nadie, sino porque me des suerte y
dicha te como en el nombre de fulana, para que así como eres querida y
rogada de todo el mundo, de frailes y de clérigos, de oidores, doctrineros y
mineros, sea yo. fulana, querida y estimada, regalada, ronceada y solicitada
de frailes, clérigos, caballeros, oidores, doctrineros y mineros y de fulano,
que venga queriéndome, estimándome y dándome por aquel que te sembró,
por aquél que te cuidó, por las cinco leguas cine te hurtaron, por (el) costal
en que te encostalaron y por el sol que te calentó, por la luna que te aclareció,
por el rocío que te roció, por los mineros que te mascaron, te pido mama
coca, señora Yaya Vidayay, mamavay, linda mía, coca mía que me traigas a
fulano, queriéndome, estimándome ’ 0 .
También, las hechiceras a veces echaban algunas hojas de coca a un
recipiente u olla con agua o vino, que hacían hervir, observando el movi­
miento de las hojas, que representaban a la pareja a unir, y diciendo palabras
como las siguientes: “con dos te miro, fulano, con cinco te ato, el corazón te
parto, la sangre te bebo, a mi, amor te llamo, que vengáis quedo, ledo, atado
de pies y manos" *6.

* “ AUN, Inquisición, lib. 1032, Fol. 388.


if' Causa de Francisca Arias Rodríguez, natural de Oruro, 1672. AUN, Inquisición, lib. 1032, fol.
178.
Con los otros elementos se preparaban muñecos, pob os, ungüentos y
cocimientos, que se utilizaban ya sea con la paciente o con el galán a con­
quistar. Así por ejemplo, María de Almevda era acusada en 1702 de entregar
a varias mujeres muñecos de cera, acondicionados con trozos de ropa de los
galanes y clavados con alfileres, junto a cocimientos de aguardiente con
polvos de murciélagos y hierbas, para que tuviesen fortuna con los hombres
y fuesen queridas47. Con los cabellos de los "galanes" se hacían envoltorios,
al igual que con polvos de huesos de muerto, con piedra imán, con un
pajarillo que llamaban “putiHa”, con sangre menstrual, semen y hierbas di­
versas. Estos envoltorios se llevaban consigo en un bolsita o se colocaban
debajo de la cama de la persona que se quería conquistar. En relación con
estas prácticas, entre otras muchas podem os citar la causa de la mestiza
Juana de Santa María, natural de Huancavelica, que fue acusada de “utilizar
cabellos de los galanes y preparar con ellos envoltorios que devolvía a las
mujeres”*8. También, la de la zamba Cecilia de Castro que en 1702 fue
acusada de aderezar piedra imán, con cabellos y retazos de galanes, junto a
panes de plata y maíz, para conseguir que los hombres volvieran con sus
mujeres*9. Con los mismos ingredientes se preparaban polvos o infusiones
para ser ingeridos por la persona deseada, tal com o queda en evidencia en la
causa seguida en 1692 a la mulata Francisca Benavides, natural y vecina de
Lima, que recetaba a una de sus pacientes un preparado de hojas de coca,
cabellos, semen y sangre menstrual, que después de hervido en una olla
debía echarse en la chicha para que lo bebiese su amigo'*0.
Con todo, entre los hechizos amatorios, las prácticas más frecuentes y
de hecho casi infamables en cualquiera de esas sesiones eran los baños y
fricciones. Para éstas se utilizaban ungüentos de algalia, ámbar, piedra imán,
y flores, aunque lo más frecuente eran las friegas con maíz blanco, ají, hojas

‘ AUN, Inquisición, leg. 1648-2, exp. 19.


iH AUN, Inquisición, leg. 1656, exp. 2, causa de Ju an a de Santa María. Ese tipo cíe prácticas
también figuran en la.s causas que se siguieron en 1665, 1740 y l 9 a Joseiina lineo de
Guzmán (AUN, Inquisición, lib. 1031, fol. 518). Rosa Gallardo (AUN. Inquisición, leg. 1650 ,
exp. 2), y Juana Prudencia Echeverría (AUN, Inquisición, le g .-l, exp Envoltorios de ese
tipo igualmente se usaban para tener fortuna en el juego, co m o se* expresa en la causa de
Jerónimo de Ortega del año 1705, en la que señala que una mujer le dio un “envoltorio en
que había unos ídolos antiguos, piedra imán, culebras y otros signos llenos de panes de
oro". AHN, Inquisición, leg. 1648-2, exp. 19. fol. 180.
49 AHN, Inquisición, leg. 1648-2, exp. 19, fol. 113.
1 AHN, Inquisición, lib. 1032, fol. 407.
de coca v frutas, como el membrillo. e incluso, en un caso, hemos encontra-
é

mos el uso ele cuyes51. Para los baños se recurría a agua bendita de diferen­
tes iglesias, hierbas olorosas, con mención expresa de la ruda, llores y fru­
ta52. Normalmente todas estas acciones iban acompañadas de oraciones y
conjuros a los demonios, animas, santos, luiacas y divinidades aborígenes.
Entre los conjuros amorosos se destacan por su reiterada invocación
los referentes a determinados santos del santoral católico, como San Cebrián,
Santa Elena, San Silvestre y Santa Marta. El que éstos se encontraran en el
repertorio de la mayoría de los hechiceros y que además se estuvieran invo­
cando permanentemente es una señal acerca de la creencia popular en la
eficacia de sus poderes. Las ánimas del purgatorio también gozaban de mu­
cho crédito entre los hechiceros de estas tierras, lo cual se reflejaba en los
diversos conjuros y oraciones en los que se las invocaba. En este aspecto la
que aparece con mayor frecuencia en los documentos es la denominada
oración del ánima sola, que como ocurre habitualmente, tenía varias versio­
nes. Una de ellas decía: “Anima sola, ánima sola, ánima solo en el mundo
andubiste, las penas que yo paso padeciste. Un don te doy , un don te pido.
Ni lo doy ni te lo quito, en las faldas de María te lo deposito, para que me
otorgues esto que te pido, que me traigas a fulano"'5.
Otro conjuro sobre animas que hemos encontrado citado tanto en el
siglo XVII como en el XVIII corresponde al del ánima condenada, uno de cu­
yos textos era el siguiente: “Anima que estas entre guacas y peñas a ti te pido que
me inquietes a fulano y no le dejes estar acostado, ni sentado, sino pensando
en mi, y me lo traigas asido por el riñón y por el pulmón y de los treinta y tres
nervios, para que me de cuanto tuviere, y diga cuanto sintiere y lo conjuro con
cuantos conjuros hay con el Inga y la Paya, para que venga a buscarme”54.

51
La friega con un cuy para obtener ventura en el amor figura en la causa seguida en 1655 a la
cuarterona Luisa de Vargas. AUN. Inquisición, lib. 1031, fol. 363.
52
La utilización de las fricciones en general y de los baños está presente en numerosas causas,
de las que a modo se ejem plo se citan las de Juana de Cabiales, de 1662 (AFIN, Inquisición,
lib. 103L fol. 501); Bernarda Cervantes, de 1681 (lib. 1032, fol. 220); Bárbula de Aguirre. de
1700 (leg. 1648-2, exp. 19. fol. 1 19): María Camón, de 1701 (id. fol. 103); y Juana Saravia de
1717 (leg. 1649-2, exp. 53).
55 Causa de Josefa Lineo de Guzmán, natural de Huaras, año 1665. AHN, Inquisición, lib. 1031»
fol. 518. (Tira versión, en la causa de Ana Vallejo, natural de Santa Fe, Peni, año 1655. AHN.
Inquisición, lib. 1031. fol. 3 8 8 . También estaba el conjuro del ánima recta.
Causa de Agustina Picón, natural y vecina de Lima, 1719. AHN. Inquisición, leg. 1649-2, exp.
53- Hay referencias a este conjuro en la causa de Francisca Arias Rodríguez, natural de
Oruro, 1672. AHN, Inquisición, lib. 1032, fol. 178.
De numerosos conjuros y oraciones ignoramos el texto debido a que
las relaciones de causas, por contener un resumen del expediente, no siem­
pre los transcribían, aunque sí hacían referencia a los que usaba el procesa­
do, con las denominaciones con que eran conocidos. 1)ebiclo a ese hecho no
contamos con el conjuro de San Silvestre, que fue muy utilizado, y los de San
Nicolás y San Cebrián. En todo caso, sí hemos encontrado algunas de las
tantas invocaciones de que era objeto Santa Marta, sin duda la figura clave
en toda ceremonia de hechicería que un iese un fin amoroso. Desde fines
del siglo XVI hasta comienzos del siglo XIX es el personaje más invocado,
apareciendo mencionado en la gran mayoría de los procesos que hemos
revisado. De acuerdo con los documentos, los hechiceros distinguían entre
la Santa propiamente tal y otra que denom inaban Marta la mala. Con respec­
to a esta última se decía la siguiente oración, a veces 1rente a una vela
encendida: “Marta, Marta, no la digna ni la Santa, así levantéis a fulano con
Barrabás, con satanás y me lo traigas manso, ledo y atado y a mis pies
postrado. Marta, Marta, la que los infiernos quebranta, la que los demonios
quebranta, así encontréis y liguéis a fulano, del riñón, del pulmón, del cora­
zón, del cojón, (de los) treinta y tres nerv ios que en su cuerpo son, si más,
más, si menos, menos, echemos suerte las dos, vos sois una, yo soy dos, vos
sois tres, yo soy cuatro, vois soy cinco, yo soy seis, vos soy siete, yo soy
ocho, vos soy nueve, en vos Marta cayó la suerte, vos me habéis de traer a
fulano”555
.
6
Además estaba el conjuro de Santa Marta, qu e en una de sus versiones
decía: “Conjúrate fulana con la mar y las arenas y el cielo y las estrellas y con
la hostia del altar y con la Santísima Trinidad y con la bien aventurada Santa
Marta le conjuro y le vuelvo a conjurar”"*0.

55 Causas de Ana María de Ulloa, natural de Potosí, procesad a en 1065. y de Marina de Vega,
natural de Araval, España, y residente en Lima, procesada en 1060. AUN. Inquisición, lib.
1031, fols. 527 y 531. En las prácticas m ágicas en qu e se hacían enum eraciones siempre se
privilegiaban las impares. Así, determ inadas cerem on ias d ebían hacerse durante 9 días, o
debían rezarse 33 oraciones, etc. Esto, d ebid o a qu e los núm eros impares gozaban de una
consideración especial en la medida qu e de la observ ación del cu erp o humano Huía como
normal la paridad de los órganos, haciendo qu e lo im par lucra lo extraño, adquiriendo por
ello un carácter sacro, que se reafirmó co n el cristianism o, al privilegiar el número tres. Jean
Delumeau , El catolicism o ele Lu tero ci Volta ire, Edit. Labor, B arcelona, 1973. pp. 204-205.
56 Causa de Francisca Maldonado, natural de S e v illa , procesada en 1597. AH N , Inquisición, lib.
1028, fol. 502.
Por último, también existía una oración de Santa Marta, que se rezaba
delante de su imagen, de rodillas y con un vela encendida. El texto de ella,
en una versión posiblemente incompleta de fines del siglo X V I. decía: '‘Seño­
ra Santa Marta, digna sois y santa de mi Señor Jesucristo, querida y amada de
la Reina de los ángeles, huéspeda y convidada, señora Santa Marta, benditos
sean los ojos con que a mi Dios miraste y los brazos con que le abrazastes y
la boca con que le besastes y los pies con que buscastes ^ .
Como salta a la vista, en estas prácticas hechiceriles se puede apreciar
una influencia notoria del mundo indígena, que se manifiesta en la invoca­
ción de algunas de sus divinidades y personajes o en la utilización de deter­
minados elementos como la coca, los cuyes, las conchuelas, el maíz, el ají, el
tabaco o la chicha. Con todo, no es fácil precisar la influencia de ciertos usos
y creencias aborígenes en el m undo mágico de la sociedad española. En ese
sentido la dificultad se encuentra en las fuentes, porque pueden hacer apa­
recer como propias de la sociedad aborigen creencias o costumbres que
tienen un origen español. Este fenómeno se produce en forma independien­
te al carácter del sujeto que genera la información y es consecuencia por una
parte de la asimilación que hacen los indios de algunos aspectos de la cultu­
ra europea y por otra de la estructura mental del cronista. Así, por ejemplo,
la Crónica de Cuamán Poma de Ayala, sin proponérselo, extrapola al mundo
indígena criterios de análisis y de pensamiento propio del esquema mental
español. Una manera de soslayar por lo menos en parte ese problema es
recurrir a los documentos y crónicas más antiguas, que mostrarían una
sociedad indígena menos influida por lo europeo. Al respecto, entre otras,
son básicas las obras del licenciado Juan Polo de Ondegardo y del eclesiás­
tico Cristóbal de Molina.
De la revisión de esas fuentes queda claro que casi todos los elemen­
tos autóctonos que utilizan los hechiceros procesados por la Inquisición eran
objetos que tenían un papel importante en los ritos y ceremonias religiosas
de los indios. Tal es el caso de la coca, el maíz, las plumas de pájaro y las

■ Ib id. También conocem os una versión incompleta de la oración de Santa Elena, que decía:
“Santa Elena hija de Reina y Rey. que saliste en busca de Jesucristo y te encontraste con once
mil vírgenes y les preguntastes que buscaban, respondieron que los tres clavos de N.S.
Jesucristo y te reveló el Angel que ahí estaban los tres clavos debajo de la tierra y cuando
recordaste y cabaste la tierra, avisaste a las once mil vírgenes que habías hallado los tres
clavos y de ellos echaste al mar un clavo para que quedase salado, otro a su hijo Constantino
y el otro quedó con la Cruz para que dieras señas a los cristianos". Ver causa de Juana de
Santa María, procesada en 1739. A1IN. Inquisición, leg. 1656, exp. 2.
conchas de mar cjue se ofrendaban a las huacas y divinidades en algunas de
sus ceremonias más significativas’ 8. Con fines adivinatorios usaban también
coca, cabellos, sebo, ropa, maíz y cuyes. Polo de <)ndegardo señala respecto
de estos últimos, que eran muy usados para “ver los agüeros y sucesos de
las cosas”, tanto en la sierra como en los llanos, asociándoseles con la fortu­
na debido a su enorme fecundidad Pero el aporte aborigen al repertorio
hechiceril no se limitó sólo a los elementos descritos, sino que algunas de las
prácticas de aquéllos fueron acogidas con prontitud y entusiasmo por los
maestros no indígenas en esas artes. El mismo autor citado en otra paite de
la descripción de las creencias de los incas señala que había “otros sortile­
gios para decir lo porvenir y para esto mascan cierta coca y echan de su
zumo con la saliva en la palma de la mano tendiendo los dos dedos mayores
de ella y si cae por ambos igualmente es el suceso bueno y si por uno sólo
es malo”5 *60.
8 Al parecer, los baños y friegas con hierbas, flores y frutas, que se
constituirán en una fórmula básica del repertorio hechiceril indiano, también
correspondían a la asimilación de tradiciones aborígenes. En efecto, en los
procesos de idolatría contra los indígenas se encuentran numerosas referen­
cias al uso de los baños y friegas para sanar enfermedades o como ritual
religioso y, por el contrario, tales procedimientos no aparecen entre los que
usaban los hechiceros peninsulares61. Por otra parte, algunas creencias indí­

58 Cristóbal de Molina, Relación de las fábulas y ritos de los luyas. En C. de Molina y C. de


Albornoz, Fábulas y mitos de los incas. Crónicas de América N" 4 8 . I listona 16, Madrid, 1988.
pp. 63-68 y 72. Polo de Ondegardo m enciona adem ás entre los elem entos a ofrendarse a la
chicha, a la sangre propia o de animales y trozos de oro y plata. Ju an de Polo de Ondegardo,
inform aciones acerca de la religión y g o b ie rn o de los meas. Imprenta y librería Sanmarti y
Ca. Lima, 1916, pp. 39 y 40.
I b i d pp. 30 y 37-38. Del tabaco com o instrum ento en los ritos indígenas existen pocas
referencias documentales, sobre todo al h ech o de ser fumado, com o era la fórmula más
usada por los hechiceros “hispanos". En todo caso hay constancia de que aquéllos lo usaban
en sus ceremonias. Louis Girault, Rituales en las regiones a n d in a s de iio liv ia y P e n i Alto La
Paz, Bolivia, 1988, pp. 154-156.
, 0 Ib id., p. 33. En los primeros años del siglo XVII Fray Martín de Murua (1 listona general dei
Peni, Historia 16, Madrid, 1987, p. 437) decía que algunos indios, especialm ente mujeres,
"usaban para las adivinanzas echar un p oco de agua en algún vaso o plato y luego coca
mascada, o sin mascarla, y allí decían ellas que sabían lo qu e estaba por suceder”. Sin
embargo, por la lecha de la crónica no tenem os la certeza de qu e sea una práctica tradicional
indígena.
61 Pierre Duviols, La lutte contra les religions autocbtones dans le P erón colonial. "L 'extirpation
de l'idolátrie” entre 1532 el 1660 , Institut Francais d Htudes Andines, París, 1972, Apéndices
4-6 y 8 . En España las hechiceras aplicaban ungüentos y no friegas de hierbas, flores o frutas.
genas están presentes en diversos conjuros de los hechiceros indianos, a
través de la invocación a divinidades o antepasados incas, como eran las
bitacas, la “Falla Inga", la Coya, la luna, el sol y los cerros, junto a los demo­
nios de la cultura española, al Dios cristiano y a los santos.
Con respecto a las influencias aborígenes, además de las menciona­
das, se habría dado una bastante curiosa, corno parece desprenderse de
algunas relaciones de causas del siglo X V II1. Según dos testimonios muy
precisos, refrendados por funcionarios del Tribunal, los indígenas habrían
asimilado al apóstol Santiago al demonio, creencia que a su vez habría sido
asumida por algunos hechiceros "hispanos", hasta el punto de invocar al
“diablo cojudo" teniendo al 1rente una imagen del santo626 . También es posi­
3
ble, aunque es difícil de comprobar, que los "huacanquis" del pueblo quechua
hubiesen sido adoptados, por lo menos en cuanto a sus elementos, por los
hechiceros "hispanos". Los "huacanquis" eran especies de amuletos, confec­
cionados de plumas de pájaro u otros objetos como hierbas, conchas de mar
o maíz, que utilizaban los indios para conquistar a la mujer u hombre desea­
do. Se colocaban en la "cama del cómplice o de la persona que quieren
atraer o en su ropa o en otra parte donde les parezca que pueden hacer
e f e c t o E n las relaciones de causas hemos encontrado varios casos que
podrían asimilarse a los "huacanquis", como son aquéllos en que se mencio­
na la colocación de objetos bajo la cama o se alude a la existencia de
envoltorios, confeccionados con elementos diversos, muchos de ellos
autóctonos (cuyes, plumas, ídolos, “panes de oro”), que se les entregaban a
las mujeres que querían conquistar a un hombre o se destinaban a dar fortu­
na a quien los tuviese64. Sin embargo, en Castilla, en el siglo X V I, se emplea­

U1 Causas de Juana de Sania María, mestiza, natural de Hnanea vélica y denunciada en 1734, y
de Nicolasa de Cuadros, mestiza, natural de Huasca en Cajamarca y residente en Lima, fue
denunciada en 172.S y testificaron contra ella 23 testigos. AUN. Inquisición, leg. 1656, exp. 2
y 3. Con respecto a la posible asimilación del apóstol al demonio, un autor señala, al estudiar
las creencias de los pueblos andinos en la actualidad, que los indígenas lo han vinculado a
la divinidad del trueno, que era benéfica y atemorizante al mismo tiempo. Louis Girauli, op.
cit., pp. 50 y ss.
63 Polo de Ondegardo, op. cit., pp 195-190. También se creía que los huacanquis proporcionarían
bienes y fortuna, hierre Duviols, C ulturo andina y represión. Procesos y visitas de idolatrías
y hechicerías Caja tambo, siglo AT7/, Centro de Estudios rurales andinos “Bartolomé de Las
Casas”, Cuzco, 1986, pp. 20-185 y 241.
(A Causas de Josefa Tineo de Guzmán (AHN, Inquisición, lib. 1031, fol. 518), de Jerónimo
Ortega, natural de Jauja, clérigo de órdenes menores, procesado en 1705 (AHN, Inquisición,
leg. 1648-2, exp. 19. fol 180) y de Juana de Santa María, ya citada.
ban instrumentos similares, que se d i f e r e n c i a b a n solo e n cuanto a los ele­
mentos con que se confeccionaban, que p o d í a n s e i un nozo de ara o de
soga de ahorcado6'’ .
La transmisión de las creencias v elementos rituales aboiígenes se dio
en gran medida debido a los requerimientos de la misma sociedad hispana.
Mujeres y hombres españoles buscaron a los indígenas que tenían fama de
brujos para que les enseñaran sus prácticas. Así queda en evidencia en nu­
merosos procesos, en que Ices hechiceros dicen que detei minadas ceremo­
nias las aprendieron de indios, que ellos h a b í a n contactado; tal es el caso de
Francisca de Escobedo, que en 1 5 8 7 f u e a c u s a d a junto a otras mujeres de
hacer “hechizos y de haber tratado con indios de estas cosas (>6. Incluso ya
en el primer concilio de Lima, celebrado en 1551-1552, en las constituciones
referentes a los españoles se incluyó una, la numero 60, condenando con
excomunión y pena de 50 pesos a quienes "usan de hechicerías y buscan
indios e indias hechiceros para tomar consejo con ellos . El historiador y
antropólogo español Julio Caro da un explicación interesante que puede
aplicarse a ese fenómeno. El sostiene que ciertos pueblos que se considera­
ban superiores, como el de los “cristianos viejos”, pensaban que los inferio­
res con los que convivían poseían mayores poderes y saberes mágicos que
los propios, justamente en razón de su primitivismo y de ahí que aquéllos los
requirieran como maestros6 768. Sea lo que fuere, también contribuyó a la difu­
6
5
sión de tales prácticas el desarrollo del mestizaje, que sirvió de puente entre
las culturas aborígenes y española. Lo interesante es que la influencia no se
dio sólo en una dirección sino que también el m undo de las creencias mági­
cas españolas hizo aportes a los ritos y creencias de los indígenas. Algunos
testimonios de fines del siglo X V I y comienzos del X V II nos muestran que
los indígenas utilizaban la piedra imán en sus ritos y ceremonias69. Pues
bien, este elemento formaba parte del instrumental de los hechiceros espa­
ñoles de todas las regiones de la península, por lo menos desde el siglo XV.

65 Sebastián Cirac Estopafián, Los procesos cíe hechicerías en la In q u is ició n de Castilla la Nueva,
Instituto Jerónim o Zurita, Madrid, 1942, pp. 42-47.
66 José Toribio Medina, Historia... de la In q u is ició n en C hile , op. c i t p. 184. También, causa de
Diego de la Rosa, procesado en 1581. AUN, Inquisición, lib. 1027. fol. 134.
67 Rubén Vargas Ugarte, Concilios ¡intenses ( 1 55/ - 1 772), Lima. 1952, t. I. p. 73.
68 Julio Caro Baroja, Vidas mágicas e in qu isición . Edil. Tauros, Madrid, 1907, vol. I, p. 49.
69 Felipe Guarnan Poma de Avala, Hueva cró n ica y buen g o b ie rn o , I listona 16, Madrid, 1987. t
A, p. 258.
Por otra parte, aunque no tenemos testimonios coloniales al respecto, estu­
dios etnológicos sobre los aborígenes andinos actuales nos muestran la utili­
zación con fines rituales, entre muchos otros objetos, de la denominada
piedra de ara. Id etnólogo Louis Girault dice desconocer por qué tiene esa
denominación en español y tampoco percibe con claridad la función maléfica
que cumpliría Lo cierto es que esta piedra, de forma rectangular y consa­
grada, se instala en la mesa del altar de las ceremonias católicas y según las
antiguas creencias hechícenles de la península tenía propiedades especiales
para obtener éxito en el juego y en el amor. Se utilizaba como amuleto o se
molía dándosela a ingerir a la persona deseada K
No obstante la fuerte presencia de elementos indígenas en la hechice­
ría colonial, lo cierto es que el componente español era lo determinante,
sobre todo en lo que respecta a las creencias. Incluso también entre el instru­
mental había numerosos elementos de uso tradicional en la península, como
los naipes, las habas, el ara consagrada, la piedra imán, la algalia, el agua
bendita, el ámbar, la ruda, las imágenes de santos, la cera, los alfileres, los
sapos y las secreciones humanas, entre otros 2. Las creencias supersticiosas
en la capacidad de los demonios para modificar las situaciones o naturaleza
de las cosas y en el poder de Dios y los santos para producir efectos simila­
res, en una especial mezcla entre tradiciones populares y fe católica, eran el
componente básico de la hechicería española e indiana. En el fondo estas
prácticas se originaban en la pervivencia de creencias paganas a las que se
superponían, deformadas bajo ese prisma, las de la religión católica. A nivel
popular se creía que las cosas no eran sólo materia inerte sino que también
estaban constituidas de un elemento espiritual, lo cual implicaba una unión
entre el mundo material e inmaterial y la intervención de lo sobrenatural en
el ámbito natural \ En ese contexto adquirían una gran trascendencia las
fuerzas y elementos, buenos o malos, demonios o santos, que podían modi­
ficar las situaciones y el estado de las cosas.*12
7

" Louis Girault, op. cit., p. 241.


1 María Elena Sánchez Ortega, La In íjn is ic ió n y los gitanos. Edil. Taurus, Madrid, 1988, pp. 126-
127.
2 Las secreciones humanas eran utilizadas con fines mágicos desde la antigüedad debido a
que, para los pueblos primitivos, lo que salía del cuerpo humano poseía poderes especiales
porque en ello iba el alma del individuo e incluso la del grupo al que pertenecía. Jean
Delumeau, El c a to lic is m o d e L a te ro a Volta ire, Kdit. Labor, Barcelona, 1973, P- 203-
^ Jean Delumeau, op. cit., pp. 199-201.
En el caso indiano, la componente de creencias hechícenles españo­
las, sobre todo en sus elementos seudocristianos, se manifiesta en ciertos
aspectos de los rituales y especialmente en las invocaciones que se realizan
a esos seres sobrenaturales, a los que en America se les suman las divinidades
u objetos de culto autóctono. En relación con los ritos habría que recordarla
exigencia de las hechiceras para que los cofrades se despojaran de crúcese
imágenes, la preferencia por ciertos días de la semana y por la festividad de
San Juan para realizar las prácticas y la utilización de elementos como el
agua bendita y el ara consagrada junto a otros de raíz pagana. Pero también
será en las oraciones y en los conjuros donde se aprecie la transmisión de
aquel componente fundamental de la hechicería española. De hecho, la gran
mayoría de esas invocaciones, en cualquiera de sus formas, tenía un origen
peninsular. Los conjuros y oraciones de San Cebrián, de San Silvestre, de
Santa Elena, de Santa Marta y de las ánimas eran de uso corriente en todas
las regiones de España. Con modificaciones y. por lo tanto, en versiones
diversas era posible encontrarlas en el repertorio de una hechicera de un
pueblo de Cuenca, de Valencia o de Andalucía **. Así, por ejemplo, las
hechiceras de esas regiones conocían y usaban más de alguna de las diferen­
tes versiones de la oración de Santa Marta, coincidiendo en el tiempo, con
las invocaciones a la misma santa que efectuaban las hechiceras del distrito
del Tribunal de Lima y también las que realizaban las de México A En conse­
cuencia, en toda la América española se efectuaban prácticas hechícenles
similares, debido al componente peninsular. Pero también se daba una cierta
peculiaridad, vinculada a las creencias de los pueblos autóctonos. En el caso
de Perú lo podemos simbolizar en la coca y las huacas y en el de México en
el peyote, el copal y la suerte de los maíces7í\
Con todo, un aspecto interesante de este fenóm eno hechicen! en par­
ticular es que no se puede circunscribir, en sus rasgos fundamentales, al
mundo hispano, sea peninsular o americano, sino que al parecer correspon­
de a un ámbito territorial mucho más amplio. Específicamente, disponemos
de información documental que permite afirmar que en Italia, en la región

74 Sebastián Cirac Estopañán, op. cit., pp. 130-132. María Elena Sánchez Ortega, op. cií., pp. PO
y ss.
• Julio Jim énez Rueda, I-Ierejiasy supersticiones en la N u e ra lispaúa, Imprenta Universitaria.
México, 1946, p. 207.
76 Solange Alberro, Inquisición y sociedad en M é x ico l 571-1 700 . Rondo de Cultura Económica.
México, 1988, pp. 300 y ss.
norte, se ciaban formas muy similares ele hechicería a las descritas, pero no
sólo en cuanto a su estructura básica sino también en cuanto a la forma. Las
hechiceras de la región ele Módcna, con fines amatorios, usaban de la piedra
imán e invocaban al Kspíritu Santo, a Santa Hiena y a Santa Marta. Hacia
1594, Margarita Chiappona fue acusada por la Inquisición romana de prácti­
cas hechícenles incluyendo la invocación a Santa Marta, en una versión muy
parecida a la que aquí en America se conocía como la oración de Marta la
mala . Por otra parte, también da la impresión de que en Francia ocurría un
fenómeno parecido, con una serie de elementos comunes tanto en el fondo
como en la forma \ Hn consecuencia, todo lo anterior permitiría suponer la
existencia de un fenómeno hechiceril con características más o menos comu­
nes para los países católicos de la cuenca mediterránea, que vendría a ser un
aspecto peculiar de la cultura popular de esa región y que pasó a América
con la migración hispana, encontrándose con un medio fértil para desarro­
llarse debido a la especial estructuración de la sociedad.

c) La actitud del Tribunal frente al delito

En páginas anteriores hemos señalado que el Tribunal de Lima inició


la represión de la hechicería a fines del siglo X V I, coincidiendo con lo que al
mismo tiempo estaba aconteciendo en España e Italia. Impulsado por las
directrices de la Suprema y por la constatación de la fuerza que tenían tales
prácticas en estas tierras desarrollará una enérgica política represiva. Culmi­
nación de ella, como está dicho, fue la publicación del edicto de 1629 desti­
nado específicamente contra ese delito. Este documento permite conocer
algunos aspectos de la actitud del Tribunal sobre el tema en cuestión. En
primer término habría que señalar que tal edicto, si bien tuvo a la vista el
Breve de Sixto V y las disposiciones de la Suprema a la hora de especificar
las prácticas que estaban prohibidas y condenadas y que debían ser denun­
ciadas, lo cierto es que también consideró la realidad americana al hacer
mención, por ejemplo, del uso de la coca. Por otra parte, el Tribunal, en
dicho documento conmina a todos los confesores y jueces eclesiásticos a*

Mary O ’Neil, op. c i t pp. 99 y ss.


* Jean Delumeau, op. cit., pp. 203-206. R oben Muchembled, “Sorciéres du Cambrésis.
L’aculturation du m onde rural aux XVI et XVII símeles". En Marie-Sylvie Dupont-Bouchat y
otros, op. cit., pp. 218-220.
reconocerla jurisdicción privati\’a del Santo ( oficio en este delito, por habérsela
concedido en esos términos la Santa Sede.
Ahora bien, los inquisidores de Lima, en su alan de justificar esa ex­
clusividad, señalan los argumentos teológicos que le darían fundamento. Y
en ese aspecto se aprecia una diferencia significativ a con relación a la postu­
ra del Consejo de la Suprema. Francisco Pena en sus comentarios a Eymerich
señalaba en 1578 que no toda magia era condenable y que a la Inquisición
sólo le competía la que tenía carácter herético1'. La Suprema, diez años antes
había reprobado la acción del Tribunal de Barcelona por conocer de una
causa de hechicería simple, diciéndole que ella correspondía al ordinario79 80*.
En un “modo de proceder", posiblemente de la primera mitad del siglo XVII.
elaborado en el Consejo de la Suprema para que les sirviera de guía a los
tribunales de distrito, se señala que las causas de hechicería debían ser cono­
cidas por la Inquisición sólo en dos casos. L'n o , cuando hubiese invocación
al demonio por la sospecha de pacto que de ello resultaba y el otro, cuando
para los hechizos se usaran cosas sagradas*1. El 'Tribunal de Lima, en cambio,
sostenía, en el edicto en cuestión, que al Santo Oficio le correspondía cono­
cer todas las causas de hechicería y no sólo aquéllas en que hubiese pacto
expreso o tácito. Eso significaba que también debía ver las causas que se
cometían “por via de embuste y para engañar las dichas personas a los que
consultan, o por sacar dinero o conseguir otros fines y mostrar que saben las
dichas artes y ciencias"82. Fundamentaba tal posición diciendo que el demo­
nio, aprovechándose de la debilidad en la fe de las personas y para mante­
nerlas engañadas, intervenía de manera oculta en esos actos haciendo que
algunos resultaran ciertos, aunque no hubiese pacto alguno con él. En el
fondo, la Inquisición limeña seguía íntegramente la doctrina de Santo Tomás
al respecto.
De ese planteamiento se infería que, a pesar de que no todo acto de
hechicería era herético, quien realizaba alguno de ellos, cualquiera fuera su
carácter, tenía una responsabilidad y merecía una sanción. Esto nos lleva a
otro aspecto del problema, que se refiere a los hechos considerados delictivos
y merecedores de castigo por la Inquisición. Lógicamente ella perseguía a
los que cometían el “horrendo" delito de herejía, pero además sancionaba a

79 Nicolau Eymerich, op. cií., pp. 162-164.


80 Henry Charles Lea, op. c i t t. III, p. 574.
H1 AHN, Inquisición, lib. 1259, fol. 167-168.
H“ José Ioribio Medina, Historia de la... in q u is ició n de ¡Ama, op. cit., t. II, p. 39.
los reos que resultaban claramente sospechosos ele haberlo realizado, aun­
que no se les hubiera probado. En consecuencia, todo acto de hechicería,
hubiese o no invocación al demonio, era sospechoso de herejía y por ese
hecho era condenado, aunque lógicamente con una pena menor que si la
calidad de herético se hubiese probado. Por lo demás* esta tendencia a con­
denar a los sospechosos no era exclusiva del Santo Oficio, sino que formaba
parte de las prácticas judiciales ordinarias del Antiguo Régimen.
La práctica jurídica del Tribunal limeño en relación con este delito es
bastante menos drástica que lo que podría suponerse al tenor de lo recién
señalado. En efecto, al analizar numerosas causas de hechicería y ver la
actitud del Tribunal en las diferentes etapas procesales queda en evidencia
una política represiva no muy rigurosa, sobre todo si se le compara con la
actitud que se tuvo con la brujería en la mayoría de los países europeos. Con
todo, un primer acercamiento a la "calificación" del delito, que era una etapa
inicial del proceso donde se decidía si los hechos denunciados merecían
censura teológica, es decir, si eran heréticos o próximos a la herejía, podría
dar una imagen contraria a lo que acabamos de señalar. En esa fase del
proceso actuaban exclusivamente los calificadores, es decir funcionarios del
Tribunal, que en su condición de teólogos determinaban los aspectos heréticos
que podían contener las testificaciones. En la mayoría de las causas de he­
chicería los calificadores señalaban que los hechos y dichos denunciados
demostraban que los reos tenían pacto implícito con el demonio y además
eran sospechosos de pacto explícito, por lo que resultaban vehementemente
sospechosos de herejía; a veces se añadía la calificación de idolatría, de
apostasía y hasta de cometer actos sacrilegos, irreligiosos y embusteros83. La
sospecha de pacto explícito se originaba en las denuncias sobre invocación
al demonio, lo que podría significar la práctica de un culto idolátrico.
Ese tipo de calificaciones, con pequeñas variantes se dieron a lo largo
de toda la historia del Tribunal y reflejarían una condena grave de la Inqui­
sición a toda práctica hechiceril. Sin embargo, los inquisidores, que eran
jueces y por lo tanto hombres de derecho, prácticos, en contacto con la
realidad y conocedores de la naturaleza humana, tuvieron una actitud distin­
ta para apreciar el delito. D e hecho, no seguirán la interpretación que los*1

A modo de ejem plo pueden verse las causas de Josefa Valdés, Juliana Gutiérrez, María
Magdalena Aliaga, Sabina Ju n co , Cecilia de Castro y Juana Prudencia Echeverría, AHN,
Inquisición, libs. 1031. ibis. 467 y 487, y 1 0 3 2 , fols. 182 y 199; leg. 1648-2, exp. 19 y leg. 1649-
1 , exp. 25, respectivamente.
teólogos hacen de él y en muchos casos omitirán la calificación corno etapa
del proceso y en aquéllos en que la mantienen pasa a ser casi un mero
formulismo. Los inquisidores de Lima en las causas que denominan de “su-
persticiones y hechicerías ligeras" solían prescindir de la calificación. Ade­
más, a diferencia de los teólogos consideraban que muchas de estas causas
eran más bien “embustes y embelecos de mujeres para sacar dinero y no
inducen sospecha de herejía, ni pacto con el dem onio"S|. Aún más, según la
propia Suprema, la calidad de sospechosos de “vehementi que los califica­
dores daban a las prácticas de hechicería no debía llevar aparejada una
sanción equivalente8-5.
En este delito tampoco se aplicaba tormento a los reos, ni siquiera
cuando las testificaciones coincidían en la acusación de invocar reiterada­
mente al demonio*86*. Por cierto que las penas y penitencias que se imponían
a los reos por este delito guardaban consonancia con los criterios anteriores.
En ese sentido, las sentencias son bastante uniformes, con diferencias meno­
res, que dependían de la reincidencia y, especialmente, de la colaboración
que el reo prestaba a los inquisidores, vale decir si era buen “confitente" o
“confitente diminuto”. En todo caso, se partía de la base de que a todo reo
que se le probase el delito de hechicería, tuviese éste un carácter herético o
no, era condenado y se le imponía una sanción. D e las sentencias revisadas
se desprende que el Tribunal de Lima nunca consideró a los reos por este
delito como herejes, ni quisiera como vehementemente sospechosos de he­
rejía. De manera unánime sólo los considera com o levemente sospechosos
de herejía, incluso cuando son reincidentes, lo cual queda en evidencia en la
abjuración de “levi” que el Tribunal impone a casi todos ellos8 .

AUN, Inquisición, lib. 1031, fol. 338. Carta ele los inquisidores de Lima al Consejo de la
Suprema de 16/10/1648.
K:> Archivo Nacional de Chile (ANCLO, Inquisición, vol. 496. fol. 63. Comentario de la Suprema
a propósito de la sentencia dada en 1736 en la causa de Antonia Osorio.
86 En sólo dos de las 155 causas de las que tenem os inform ación se aplicó tormento. Ellas son
las causas de María Magdalena de Aliaga, natural de 1luam anga, procesada en 1673 (AUN.
Inquisición, lib. 1032, fol. 199v y 234), y María Flores, procesada en 1709 (AUN, Inquisición,
leg. 1656, exp. 1).
Durante el período del inquisidor Cristóbal Sánch ez C alderón, qu e fue muy poco respetuoso
del modo de proceder oficial del Santo O ficio, se co n d en ó a algunos reos de hechicería a
abjurar de “vehementi”. Esto motivó una llamada de atención del Consejo de la Suprema
indicándole que en esos casos correspondía una abjuración de “levi". ANCI1, Inquisición,
vol. 496, fol. 63.
Las penitencias que el Tribunal regularmente fijaba a los condenados
eran, aparte de la abjuración de “levi", la de oír una misa en la capilla del
Santo Oficio y a veces la de rezar el rosario, confesarse y comulgar obligato­
riamente cada cierto tiempo. Entre las penas, estaba la de salir a un auto de
fe público o privado, en sambenito de media aspa, con insignias de sortílego,
coroza y soga en la garganta y escuchar la lectura de un resumen de su
sentencia. Ademas, se les condenaba a ser expuestos a la vergüenza pública,
sacándoseles por las principales calles de Lima, montados en un burro, des­
nudos de medio cuerpo, mientras se les aplicaban doscientos azotes. Por
último, se les desterraba de su lugar de residencia y de Lima, por un lapso de
tiempo que podía fluctuar entre los dos y seis años, a veces a ser cumplidos
trabajando en algún presidio, como el de Valdivia y, en el caso de las muje­
res, haciendo lo propio en hospitales o instituciones de caridad88.

d) El hechicero y sus pacientes


Las relaciones de causas que el Tribunal de Lima enviaba regularmen­
te al Consejo de la Suprema Inquisición constituyen un tipo de fuentes que
permite cuantificar algunos fenómenos y, al mismo tiempo, obtener informa­
ciones, escuetas y fragmentadas, acerca de las personas involucradas en es­
tas prácticas. Com o señalábamos en páginas anteriores ha sido posible con­
tabilizar el procesamiento de 209 reos por el delito de hechicería a lo largo
de toda la historia del tribunal. Pues bien, en 178 de ellos contamos con
algún tipo de información, que puede ir solamente desde el nombre, hasta la
edad, pasando por el lugar de nacimiento, la residencia, el origen social, el
nivel de instrucción, el oficio y el grado de conocimiento de la doctrina
católica. Lo cierto es que en muchos casos la información disponible es
mínima, aunque pensamos que es suficiente para acercarnos a perfilar con
mucha aproximación algunas características del hechicero.
Empero, antes de analizar esa materia quisiéramos destacar un aspec­
to singular que presenta la hechicería americana. De acuerdo con la docu­
mentación disponible consta que la gran mayoría de los encausados son
personas residentes en ciudades y pueblos. Casi todos ellos dicen ser veci-

88 A modo de ejem plo podem os citar, entre otras muchas, las causas de María de Córdova,
Marina de Vega, Josefa Tineo, María de Castro Barreto, Laura Valderrama, María de Valenzuela
y José Calvo. Al IN, Inquisición, lib. 1031. fols. 374, 518 y 531; lib. 1032, fol. 388; leg. 1648-2.
exp. 19; leg. 1656 exp. 2 y 3-
nos de Lima. Callao, Trujillo, Areq u ip a, C u zc o . Huam anga, Huánuco,
Huancavelica, O m ro , Potosí, Q u ito , etc. I )e ese hecho puede deducirse que
la hechicería americana no indígena era un fenómeno eminentemente urba­
no, a diferencia de Europa, en donde ese tipo de prácticas, al igual que la
brujería, estarían vinculadas más bien al m undo rural, en la medida que allí
pervivían con más fuerza las tradiciones paganas*9. Aquella conclusión coin­
cide por lo demás con las políticas ele poblamiento español en América, que
privilegiaron las formas de asentamiento urbano. Es en la ciudades donde
vive el grueso de los emigrantes españoles, entre los que se encuentran las
personas que transmiten las prácticas hechícenles de la península. En todo
caso, también hay que considerar que el Santo Tribunal de Lima tenía una
organización administrativa, vía comisarios y familiares, centrada .sólo en las
ciudades890,
9 por lo que necesariamente los delitos y delincuentes que se da­
ban en las zonas rurales quedaban un poco al margen de su control91.
Ahora, en lo referente a las características de quienes ejercen estas
prácticas, lo primero que salta a la vista es que entre los hechiceros predomi­
naban abrumadoramente las mujeres, puesto que constituirían alrededor del
setenta y cinco por ciento del total de encausados92. Ese hecho no hace más
que confirmar la tendencia que se daba en diferentes partes de Europa. Por
otra parte, la hechicería masculina, aunque minoritaria, presenta algunas
características especiales, que quedan en evidencia en los procesos de este
Tribunal. En ese sentido habría que destacar la importante presencia de
elementos de origen étnico europeo, ya sea peninsulares o criollos, que
alcanzan a alrededor del cincuenta por ciento de los encausados93. El resto
correspondía a mestizos, negros y mulatos, en una proporción más o menos
similar, aunque con una mayor presencia de los primeros. Esa situación
lógicamente se relaciona con la condición social de los reos, que en un alto

89 Robert Muchembled, "Salan ou les hommes? La chasse aux so re ieres el ses causes”. En
Prophetes et sorciers dcins les Pays-Bas X V I-X V III si cele de Marie-Sylvie Dupont-Eouchat y
otros, Hachette, France, 1978, pp. 26-32. Franco, Cardini, <>p. c it.t pp. 32-34 y 89-90.
90 Bartolomé Escandel! Bonet, “Las adecuaciones estructurales: establecim iento de la Inquisición
en Indias”. En Historia ele la In q u isición en España y A m érica , dirigida por Joaquín Pérez
Villanueva y Bartolomé Escandell Bonet, BAC. Madrid, 1984, t. I, pp. 718-721.
91 Como consecuencia del carácter urbano del Tribunal de Lima, los planteamientos de tipo
social que efectuaremos se referirán a ese m edio.
92 De los 178 reos de nuestra estadística, sólo 46 eran hom bres.
93 De los 46 hombres procesados, tenemos inform ación respecto al origen étnico de 43, de los
cuales 21 eran de ascendencia europea.
porcentaje pertenecían a estratos intermedios, ya sea por el hecho de ser
blancos o por su condición de eclesiásticos. En todo caso la mayoría habría
que adscribirlos a los niveles inferiores de la sociedad, en razón del factor
racial o del oficio que desempeñaban. En este último aspecto había varios
artesanos, dos arrieros y un marinero, e incluso diez eran esclavos949 . Tam­
6
5
bién resulta significativo el nivel cultural de un número importante de ellos,
el que es muy superior a la media. Nada menos que nueve eran miembros
del clero y consta de la documentación que por lo menos 17 sabían leer y
escribir. Aún más, muchos reconocen que algunas de las prácticas que
efectuaban las habían aprendido en libros y cartapacios de magia y
quiromancia. Un reo dice haber leído un libro de Alejo Piamontes y otro
menciona al "valenciano Cortés”, autor de un libro con información sobre
quiromancia, junto al padre Martín del Río y sus célebres disquisiciones
mágicas9'’.
Un número no despreciable de procesados, que podría alcanzara un
tercio del total, se dedicaban a la hechicería de manera ocasional, ya sea
para tratar de alcanzar algún beneficio personal o para satisfacer los requeri­
mientos de algún amigo. En ningún caso eran personas que ejercían esas
prácticas profesionalmente. Esto es válido especialmente en lo que respecta
a los eclesiásticos y a muchos de los peninsulares y criollos. A ellos los
movía más que nada la búsqueda de riquezas, el tener fortuna en el juego y
alcanzar el éxito con las mujeres90. No ocurría lo mismo con los procesados
que pertenecían a los otros estratos de la sociedad, puesto que la mayoría de
ellos se dedicaba profesionalmente a tales prácticas, en la medida que bus­
caban obtener dinero con su ejercicio.

,}i Eran esclavos Jo sé de la Cruz y Coca, Francisco Pastrana, Francisco Javier Rojas, Miguel de
Jesús, Bernabé Morillo. Jo sé Calvo, Francisco Azaña, Cristóbal González, Francisco Orellana
y José Feliciano. AUN. Inquisición leg. 16i8-2, exp. 19; leg. 1649-1. exp. 24; leg. 1656, exp.
1-2 y 3; leg. 2210, exp. 9; y lib. 1025, año 1736.
95 Causa de Diego de la Rosa, procesado en 1580, AHN. Inquisición, Lib. 1027, fol. 134. Causa
de Fray Juan del Rosario Paguegui, procesado en 1710, AHN, Inquisición, leg. 1656, F.xp. 1.
Rodrigo Mexía, en su causa, seguida en 1S83. señala que sus conocimientos para adivinar
provenían de un libro que se vendía en Alcalá y Salamanca, 'de Joan Istaisneino", AHN,
Inquisición, lib. 1027, fol. 371.
96 Aparte de los eclesiásticos pueden mencionarse, entre otros, los casos de Pedro Sarmiento
de Gamboa. Diego de la Rosa. Juan de Chaves, Francisco López, Pero Luis Henríquez,
Rodrigo Mexía y Dom ingo de Estrada. AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 134- 371 y 445; lib.
1028, fol. 240; lib. 1032, fol. 36; y leg. 1656, exp. 1.
En cuanto al tipo de prácticas que predominaba en la hechicería mas­
culina habría que mencionar en primer término a los hechizos curativos, que
pretendían sanar enfermedades provocadas por maleficios. Entre los proce­
sados socialmente inferiores se encuentra la mayoría de estos curanderos,
los cuales utilizaban muchas prácticas sacadas ele la tradición indígena, como
eran las friegas con hierbas, plumas, maíz y cuyes. Ese mismo tipo de reos
practicaba regularmente hechizos amatorios, que significaban otro de los
motivos de consulta más frecuentes. Pero también la hechicería masculina se
especializaba en la adivinación, sobre todo a través de la quiromancia y
astrología, efectuada principalmente por los reos de ascendencia española,
que, como hemos señalado, eran también los que hacían hechizos para ga­
nar en el juego y conquistar riquezas y mujeres. T ampoco faltaban los que
realizaban maleficios utilizando muñecos de cera o barro atravesados con
alfileres97.
Ahora en cuanto a las mujeres que practicaban estas actividades, hay
que señalar que eran más bien jóvenes, pues su promedio de edad llegaban
los 37 años, con lo cual se alejaban bastante de la imagen que se ha dado de
la bruja europea, cuyo arquetipo, com o señala Caro Baroja, sería la Celestina
de Fernando de Rojas98. En todo caso ésa no corresponde a una imagen
creada por la historiografía sino que así lo pensaban algunos de los autores
de tratados clásicos sobre hechicería, com o Fray Martín de Castañega, que
escribía en 1529. Aún más, él intentaba una explicación de tal fenómeno
diciendo que, “como (las mujeres) después de viejas los hombres no hacen
caso de ellas, tienen recurso al Dem onio que cumple sus apetitos, en espe­
cial si cuando mozas fueron inclinadas al vicio de la carne. A estas semejan­
tes engaña el Demonio cuando viejas prometiéndoles de cumplir sus apeti­
tos”99.
Desde el punto de vista étnico, la presencia entre los encausados de
mujeres de ascendencia europea, vale decir blancas, era claramente minori­
taria, llegando sólo a un tercio del total de hechiceras. Todavía más, el núme­
ro de mujeres españolas era insignificante, puesto que no hemos detectado
más de diez de ellas a lo largo de toda la historia del Tribunal. Además, la

En las causas de los esclavos m encionados en otra nota se pueden apreciar algunas deesas
características. También, las causas de Ju an Santos Reyes, Ju an de 1)ios Solano y Félix Canelas.
AHN, Inquisición, leg. 2203, exp. 1; leg. 1650, exp . 1 y 3-
98 Julio Caro Baroja, Las brujas, op. c it. , pp. 135-137 y Vicias..., op. c it ., t. I, pp. 107 y ss.
99 Citado por Caro Baroja, Vicias..., op cit., t. I, p. 189.
gran mayoría actúa a fines del siglo X V I, coincidiendo con la etapa fundacional
del Santo Oficio en América100. Kn todo caso, la influencia de éstas y de otras
que no hemos detectado fue muy importante porque difundieron las prácti­
cas peninsulares, al igual que aquellas que habían constituido la primera
generación de españolas en América, anterior al establecimiento del Tribu­
nal. Es posible que el alejamiento paulatino de estas mujeres de una práctica
activa explique el empobrecimiento que sufre el repertorio hechiceril en el
tiempo101. Es evidente que durante el siglo XVIII la variedad de prácticas de
origen europeo había disminuido de manera notoria con relación a las que
se usaban a fines del siglo X V I v comienzos del X V II.
La presencia de criollas entre las reos es mucho más importante, pues­
to que alcanzaban a alrededor del 2t por ciento. Sin embargo, parece evi­
dente que este era un delito practicado preferentemente por los grupos étnicos
no blancos, puesto que cerca del setenta por ciento de las procesadas se
distribuían entre mestizas, negras y mulatas, siendo estas últimas las que
figuran en mayor número, con treinta y tres reos.
Desde una perspectiva social lógicamente había un predominio abru­
mador de los sectores interiores, tanto en razón de su origen étnico como de
las ocupaciones que desempeñaban. Sobre este último punto debe conside­
rarse que muchas mujeres que tenían ascendencia blanca, ya fuesen penin­
sulares o criollas y que por ello podrían estar en un mejor nivel social,
desempeñaban actividades consideradas viles. Con respecto a la ocupación
de las reos sólo tenemos información de 57 de ellas, pero la tendencia que
se deja entrever es tan definida, que difícilmente una muestra mayor la alte­
raría. En suma, entre ellas sólo había costureras, lavanderas, prostitutas, co­
cineras, hilanderas y tejedoras, junto a las vendedoras de gallinas, jabones y
otros efectos; además, un número significativo declara no tener ningún ofi­
cio1"2. Todo eso se complementa con el hecho de que 14 fueran esclavas o
libertas y con que constara en las relaciones de causas de que sólo dos
sabían leer y escribir frente a 24 que eran analfabetas103.

100 Causas de Ana María. María de Al...,Francisca Chanco. Isabel de Espinoza, Francisca Maldonado
y Francisca Ximénez. AUN. Inquisición, lib. 1028, Cois. 233-234- 282-302 y 505.
101 Rene Millar. La In q u isición de I.ima Siglos X M IIy XIX, op. cit.
v'¿ Las costureras delectadas eran 9, las lavanderas 7. las prostitutas 7, las hilanderas 6 , al igual
que las cocineras, y las sin oficio 1 1.
101 Sólo a partir de fines del siglo XVII las relaciones de causas contienen información sobre el
grado de alfabetismo de los reos. A modo de ejemplo podemos mencionar entre las que
consta su analfabetismo a Laura de Valclerrama. Bñrbula de Aguirre, María de Almeyda,
En cuanto al estado civil, la mayoría ele las hechiceras eran casadas,
alcanzando a un 52 por ciento la proporción con respecto a una muestra de
77 reos. A continuación venían las solteras y luego las viudas, a una distancia
moderada. Empero, esas proporciones por sí solas no muestran la verdadera
condición de dichas mujeres. De hecho, la cifra predominante de casadas
era engañosa porque muchas de las que tenían ese estado vivían separadas
de sus maridos101. Lo cierto es que considerando este factor habría que decir
que la gran mayoría de las hechiceras eran mujeres más bien solas, a las que
se añadía una condición económica muy modesta. Esto último no sólo que­
da en evidencia por las ocupaciones que desempeñaban sino también por
las declaraciones que efectuaban en el proceso y sobre todo por el resultado
que arrojaba el secuestro de sus bienes practicado por el Tribunal al momen­
to de hacerlas detener. Invariablemente tales secuestros reflejaban un núme­
ro de bienes insignificantes y miserables, obligando al Tribunal a tener que
costear la mantención del reo en la cárcel, con lo que estas mujeres se
transformaban en una pesada carga financiera para la institución.
La cantidad de personas que recurrían a los servicios de las hechiceras
era muy importante, como se desprende del número de testigos de vista y de
individuos involucrados en cada proceso. En las causas de hechicería figura­
ba normalmente un número muy alto de testigos, superior a lo que acontecía
con los otros delitos, y que en gran medida correspondían a quienes habían
solicitado los servicios de las hechiceras. Sin embargo, carecemos de infor­
mación detallada sobre ellos, aunque por las declaraciones pareciera ser que
también pertenecían mayoritañámente a los sectores inferiores de la socie­
dad. En ese sentido es posible que hubiese una diferencia con respecto a lo
ocurría en la región de Toledo, en donde las hechiceras tenían pacientes que
provenían de todos los sectores sociales1(,\ En el caso de Lima, la clientela,
además de pertenecer a los grupos sociales inferiores, estaba constituida de
manera casi exclusiva por mujeres, predominantemente jóvenes q u e no vi-

Margariia Gallardo, Juana Apolonía, María Camón, Francisca Trujillo, Catalina d e la Torre,
Cecilia del Rosario Montenegro y Cecilia de Castro. AUN, Inquisición, leg. 1648-2, exp. 19.
1'“ Al respecto, podemos citar el caso de Marina de Vega, natural de España y casada con
Alonso Canlillana, de quien huyó desde Potosí a Lima, cambiándose de n om b re. AHN.
Inquisición, lib. 1031, fol. 531. También están en una situación parecida Ju a n a de la Paz,
cuyo marido vivía en Madrid en 1594, Isabel de Hspino/.a. que había llegado d e España
huyendo de su marido, a fines del siglo XVI, y Margarita Gallardo, que estaba sep arad a de su
marido. AUN, Inquisición, lib. 1028, fols. 233 y 319; le. 1648-2, exp. 19.
105 Jean fierre Dedieu, LAdministration, op. cit., pp. 313-314.
vían con sus p ad res, solteras am an ceb ad as, o casadas con dificultades en su
m atrim onio.
En su m a, p a re c e claro q u e la hechicería practicada en estas tierras fue
u n a actividad q u e in teresó d e m anera predominante a las mujeres y quizás,
p o r los a n te ce d e n te s disponibles, de forma más acentuada que en Europa.
En las in vestigacion es efectu ad as sobre las regiones de Toledo y Módena
a p a re ce n n u m ero so s h o m b res involucrados com o clientes o practicantes.
Sin em b argo , siem p re la ten d en cia general, ya sea en Europa o América,
ap u n tará a q u e la h ech icería la ejerciten e interese primordialmente a las
m ujeres. Al re sp e cto , el ya citad o Fray Martín de Castañega tiene una expli­
c a ció n in teresan te, p o r coin cid ir co n opiniones que se remontan al mundo
clásico y p or reflejar una determ inada concepción sobre la mujer. Decía el
eclesiástico q u e en tre e s o s “ministros diabólicos" había más mujeres que
h om b res, “lo p rim ero, p o rq u e Christo las apartó de la administración de sus
sacram en to s, e p o r e sto el d em o n io les da esta autoridad, más a ellas que a
ellos en la ad m in istración d e sus execram en tos. Lo segundo porque más
ligeram ente so n e n g a ñ a d a s del dem onio, co m o parece por la primera que
fue en g añ ad a, a quien el d em o n io prim ero tuvo recurso que al varón. Lo
tercero , p o rq u e so n m ás cu riosas en saber y escudriñar las cosas ocultas e
d esean ser singulares en el saber, co m o su naturaleza se lo niegue. Lo quarto,
porq ue son m ás p arleras q u e los hom bres, e no guardan tanto secreto, e así
se enseñan u n as a otras, lo que no hacen tanto los hombres. Lo quinto,
porq ue son m ás subjetas a la yra, e m ás vengativas, e com o tienen menos
fuerqas para se ven gar d e algunas personas contra quien tienen enojo, procuran
e piden v en g an za e favor del d e m o n io "106. En consecuencia, se pensaba que
en la m ujer existían ciertas características propias de su constitución que las
predisponían a ten er u n a m ay o r receptividad a ese tipo de actividades.
¿Q ué b u scab an las m ujeres en la hechicería? ¿En demanda de qué se
iba d on d e u n a h ech icera? En este asp ecto la estadística es muy clara, las
m ujeres recu rrían a la h ech icería en busca de solución a lo que podríamos
denom inar, p o r ah o ra, p rob lem as sentim entales. Prácticamente, en todos los
p rocesos, d e m an era sistem ática, siem pre figura en las denuncias contra la
reo la realización d e h ech izo s am orosos. Luego, a gran distancia, en orden
d ecrecien te vien en las con su ltas para co n o cer el futuro, que en muchos
casos tam bién tien en una co n n o tació n am orosa, y para que se efectúen ma-

106
Caro B a ro ja , op. c i t ., t. I ., p. 188.
leficios en contra ele alguna persona, donde igualmente está presente el
factor sentimental- Las consultas para sanarse de alguna enfermedad o para
conseguir riquezas a través del juego o para descubrir de tesoros no figuran;
pero sí se efectúan para que los hombres les den dinero y regalos.
En este aspecto también pareciera existir una diferencia con la situa­
ción que se da en la península, en donde los motivos de consulta son mucho
más variados, sin que se produzca ese predom inio absoluto y casi Unicode
los asuntos amorosos. Jean Fierre Dedicu cila el caso de una hechicera de
Daímiel en Toledo, hacia 1530, que era consultada para sanar enfermos, para
adivinar el futuro, para encontrar objetos perdidos y también lógicamente
por razones sentimentales107. Para explicar esta peculiaridad que se da en el
distrito del Tribunal limeño se podría recurrir a la opinión que muchos con­
temporáneos tenían con respecto al comportamiento moral de la sociedad
peruana. En otras palabras, la fuerza excepcional ele la hechicería amorosa
estaría vinculada al clima moral excepcionalmente permisivo que se daría en
esta parte de América. Jorge Juan y Antonio de l Ulna opinaban que el concu­
binato practicado en todos los estratos sociales sería la forma más aceptada
de relación entre las parejas, sin que, por lo demás, fuera considerada inmo­
ral10810
. Lima era presentada por algunos eclesiásticos como i in abismo de
9
corrupción encendido por el dem onio de la carne’' 100; se le veía como una
especie de Sodoma y Gom orra.
Sin negar a priori que en la sociedad peruana se pudo dar durante el
período colonial una liberalidad en materia de comportamientos sexuales,
pensamos que centrar el fenómeno de la hechicería en una explicación de
ese tipo resulta insuficiente. Ya hemos señalado que uno de los aspectos que
caracterizan a la hechicería de esta región sería el elemento amoroso como
condicionante absoluto de las prácticas. Ahora bien, si nos detenemos un
poco más en el análisis de lo que buscaba la clientela femenina encontrare­
mos que reiteradamente se insiste más o menos en lo mismo. Ellas recurrían
a la hechicera, en el caso de las solteras, para que el hombre con quien

107 Jean Picure Dedieu, op. c it ., 313-314. María Hiena Sánchez, al referirse a algunos casos de
hechicería en Valencia, manifiesta que la mayor p an e de las prácticas supersticiosas tenían
un objetivo amoroso, op. cit., p. 118.
108 Jorge Juan y Antonio de Ulloa, N oticias secretas (te A m erica , 1listona l(>. Colección Crónicas
de América, Madrid, 1991, pp. 502-303-
109 Pablo Macera, “Sexo y coloniaje”. Hn Trabajos de h istoria , Instituto Nacional de Cultura,
Lima, 1977, t. III, pp. 344-345. No faltaban quienes responsabilizaban al clima o a los malos
ejemplos de esa situación.
convivían no las abandonara o regresara a su lado. También, en términos
genéricos, para que los hombres las quisiesen y les diesen dinero o las
obsequiaran. Las casadas iban con el ánimo de conseguir un mejor trato de
sus maridos, para evitar que las abandonasen o para lograr su regreso al
hogar110. ¿Toda esta exposición de motivos respondía sólo a razones de
índole sentimental como frecuentemente se ha señalado? Creemos, a modo
de hipótesis, que en esas peticiones a las hechiceras también pueden haber
incidido otros factores.
Uno se refiere al papel de la mujer en la sociedad colonial y el otro a
las características de la estructura social americana. La documentación de
manera uniforme nos muestra a la mujer como un sujeto inferior, pasivo, que
en la práctica tendría una posibilidad de acción mínima111. Todo parece
indicar que la mujer independiente no tenía cabida dentro de la sociedad.
Mientras era soltera dependía absolutamente del padre y sólo abandonaba el

110 A modo de ejem plo podem os citar, entre decenas, la relación de la causa de Teresa Llanos
González, que fue acusada de practicar "sortilegios y divinalorios... con otras mujeres a
efecto de que no se apartasen sus galanes de su ilícita amistad y que tuviesen fortuna con los
hombres y les diesen plata usando en dichos sortilegios de varios signos, como de baños, de
cocimientos de llores y yerbas mascando la coca...", AUN. Inquisición, leg. 1648-2, exp. 19.
También, la causa de Sebastiana de Figueroa, que en 1737 era acusada de hacer hechizos
para que las mujeres fueran queridas de sus galanes o maridos, AUN, Inquisición, lib. 1025.
Juana Caldera, en la misma época, era condenada "por maestra en las artes de superstición
y maleficio, con que solicitaba personas a quienes propinar bebidas amatorias, atractivas de
los hombres, así para que éstos las amasen, com o para que no se apartasen de aquella ilícita
comunicación, con que lograban las conveniencias del dinero y fortuna que les producía”,
AFIN, Inquisición, lib 1025. F.n la causa de María Ana de Castro Barrete, de 1693, hay
constancia de que por lo m enos cinco testigos recurrieron a ella para conseguir que el amigo
las quisiese o que, por haberlas abandonado, regresase, AFIN, Inquisición, lib. 1032, fol. 388
yss. Bernabela de Noguera, procesada en 1646, dice haber efectuado hechizos, junto a otras
mujeres, porque “hallándose afligida por haberla dejado su galán, de quien tenía dos hijos y
actualmente se sentía preñada". AUN, Inquisición, lib. 1031. fol. 333. F.n la causa de Paula
Molina, de 1778, una testigo señala: “que viendo que otra mujer lloraba, la preguntó el
motivo y sabiendo que era porque su marido la había puesto las manos, la dijo: calla, que yo
te daré un remedio con que te quiera mucho y trate con cariño", AHN, Inquisición, leg. 1649-
1, exp. 13- En la causa de Luisa Vargas, seguida en 1655, una testigo, “soltera, mayor de 22
años, dijo que le pidió para atraer a un hombre de quien tenía 2 hijos y se le había retirado",
AUN, Inquisición, lib. 1031. fol. 382.
111 En el propio Tribunal de Lima existía esa imagen de la mujer, que era aprovechada por las
hechiceras, posiblem ente a insinuación de los abogados de presos, para hacer sus descargos.
Era muy frecuente que las procesadas para justificar su delito ante los inquisidores alegaran
“la fragilidad de su sexo" o "la fragilidad de su condición y sexo", junto a la necesidad de
obtener dinero.
hogar para casarse o ingresar a un convento. La sociedad colonial, al igual
que la sociedad europea del Antiguo Régimen, era patriarcal y con una pre­
ponderancia masculina determinante, por lo cjue la mujer, vista como un ser
débil e inferior, requería siempre de la protección de un hombre. Una mujer
independiente, soltera, viuda o separada, carecía de protección y quedaba
expuesta a todo tipo de abusos, producto del machismo imperante y de la
violencia inherente a esa época y que impregnaba todos los aspectos de la
vida112.
Por otra parte, está la estructura social ele la América hispana, que era
mucho más compleja que la peninsular, por la presencia de los mestizos y
las castas. Normalmente, todos aquellos que no tenían un predominio de
sangre europea pasaban a formar parte de los sectores socialmente inferio­
res. Pero no sólo estaban en esa condición debido a su origen étnico sino
que también existía un condicionante económico. En suma, la pobreza y la
coloración de la piel dejaban a esos grupos en una situación de inferioridad.
En ellos, más que en los otros estratos sociales, abundaba la existencia de
mujeres solas y abandonadas113. Y todavía más, estos mismos grupos eran
mucho más propensos que otros a caer en prácticas hechícenles. Pareciera
que los hombres, en sentido genérico, mientras más primaria y elementales
la concepción del mundo que poseen, más cerca están de las creencias
mágicas.
La hechicera ejerce su oficio para ganar dinero, pues así lo reconoce
invariablemente ante los inquisidores. Son mujeres más bien jóvenes, analfa­
betas, miserables, normalmente sin protección masculina y que han encon­
trado en estas prácticas, que tienen gran demanda, un medio que les ayuda
a subsistir. Constituían claramente un grupo marginal de la sociedad, vale*1

112 Sobre la mujer en esta época existen pocos trabajos sistem áticos, aunque algunos aspeaos
de interés se encuentran en el artículo de Anulóla Borges, "La mujer pobladora en los orígenes
americanos", A n u a rio de Estudios A m ericanos, N" XXIX, Sevilla, 1972. También, en Pablo
Macera, “Sexo y coloniaje", of). cit. Este autor, entre otros aspectos, hace referencia a las
críticas que recibió Eeijóo por hablar en defensa de las m ujeres en su Teatro critico unit'ersal.
Sobre los atropellos y dificultades que afectaban a las viudas en el período hispano, ver
Roberto McCaa “La viuda viva del M éxico borbónico: sus voces, variedades y vejaciones”, en
Familias novobispatias, siglos X V I a l X IX , C olegio de M éxico, 1991.
11 ■ Pablo Rodríguez destaca la significación cuantitativa que tuvo el fenóm eno del abandono
del hogar en la sociedad del reino de Nueva Granada en el siglo XVIII, en "Composición y
estructura de las familias urbanas en el Nuevo Reino de Granada (siglo XVIII)", publicado en
Inquisición , muerte y sexualidad en la N u e ra G ra n a d a , Ju an I lum berto Borja editor, Ariel,
Santa Fe de Bogotá, 1996.
decir, se encontraban en los márgenes del orden establecido tanto por su
actividad como por su condición socioeconómica. A su vez, la clientela esta­
ba integrada de manera preferente por mujeres de los sectores inferiores,
pobres, solas o en vías de ser abandonadas, que buscaban con desespera­
ción a un hombre ¿Para satisfacer los requerimientos de la carne? Posible­
mente, pero también para que les diera protección en ese mundo tan espe­
cial, en el que estaban a merced de ser atropelladas y humilladas permanen­
temente, por encontrarse en los márgenes de las estructuras oficiales.
En definitiva, la hechicera de estas regiones de América, heredera de
ciertos aspectos de la cultura popular europea, que vincula con las tradicio­
nes mágicas de los indígenas, responde a importantes requerimientos que la
sociedad colonial planteaba sobre todo a las mujeres de los sectores más
pobres. Hasta cierto punto, inspirándonos en el papel que Michelet asignaba
a la bruja europea, podría sostenerse que la hechicera americana fue una
mujer consoladora de situaciones difíciles, que las instituciones y los medios
tradicionales no podían resolver.
vil
Represión y catcquesis.
Los casos de blasfemia y simple fornicación*

L a g ra n m a y o ría d e los estu d io s sobre la


cristianización ele A m érica se cen tran en el fenóm eno de la evangelización
d e los indígenas c> en la extirp ació n de las idolatrías. En esos ámbitos se han
escrito n u m e ro so s trabajos, algunos de los cuales se han transformado en
referentes clá sico s so b re la m ateria, corno los debidos a Roben Ricard, Fer­
nando de A rm as y Fierre D uviols, entre otros. En cambio, el proceso de
cateq u ización d e la p o b la ció n no indígena ha m erecido escasa atención, lo
cual resulta m ás o m e n o s ló g ico , enUTrnedida que, en la época, la Corona y
las autoridades eclesiásticas pusieron un énfasis especial en el adoctrinamiento
d e los ab o ríg en es.
N osotros intentarem os h acer una pequeña contribución al conocimiento
de la segu n d a d e esas tem áticas d esd e una perspectiva especial y normal­
mente p o c o co n sid e ra d a a la hora de analizar el fenóm eno. De manera espe­
cífica, lo q u e n o s in teresa es estu d iar el papel desem peñado por el Tribunal
de la Inquisición en la e n se ñ a n z a de la doctrina católica. Casi siempre sólo
se asocia al S an to O ficio c o n la represión de los herejes. Y sin duda esa fue
la función d e te rm in a n te q u e cum plió y la que le significó su razón de ser,
pues se co n stitu y ó c o n e se ob jeto. Con todo, pronto quedó en evidencia que
la m ayoría d e los p a cie n te s del Tribunal no_es_taba^constituida por^cristianos
n uevos, sin o q u e p o r e l co n tra rio eran cristianos viejos los que predonnna-
ban de m an era ab so lu ta en tre los procesados. Como ha demostrado Jean

Una v e rsió n re su m id a d e e s te tra b a jo s e e x p u so en el 49° Congreso Internacional de


A m e ric a n ista s, Q u ito , 1997.
Fierre Dedieu, desde muy temprano, alrededor de la década de 1520, la
Inquisición de Toledo arremetió contra los que proferían blasfemias, expre­
saban palabras malsonantes o emitían proposiciones heterodoxas, es decir,
daban opiniones que resultaban contrarias a la doctrina católica1.
Por cierto que quienes cometían esos delitos no tenían el menor áni­

C mo de alejarse de la Iglesia ni de la religión católica. Posiblemente, esa reo-


ríentación de la actividad represiva se explique a partir de la generalización
de la visita del distrito que efectúan los inquisidores. Estos, en contacto con
los pequeños centros urbanos y con el m undo rural, pudieron darse cuenta
de que existían núcleos considerables de población católica que tenían creen-
_das_Q emitían juicios y opiniones erróneas, que refleja han una ignorancia peli-
grosa en materia de fe. La reforma protestante y la reacción de Trento vinieron
a consolidar y acentuar aquella tendencia de la Inquisición, al verse en di­
chas manifestaciones uncam po más o menos fértil a la prédica de la herejía.
Incluso a la represión de las proposiciones mencionadas sé suma el control
de los solicitantes y de los bigamos, cjue también eran cristianos viejos.
La actividad represiva en general y la de los cristianos viejos en parti­
cular buscaba que los delincuentes abjuraran de los errores y llegaran a
conocer la doctrina, que la sanción tuviese un efecto ejemplificador y que
los herejes se reintegraran al seno de la Iglesia. En consecuencia, la persecu­
ción inquisitorial tenía al mismo tiempo una pónñófácíoñ educativa,]que
buscaba entregar los fundamentos doctrinarios a todos los que por descono­
cimiento sostenían opiniones o caían en prácticas que podían hacer presu­
mir una creencia religiosa errónea. Esta función formativa que desarrolla la
~TiiquisiciÓ0.^jqueL^tá_íntimamente ligada con la represiva, estaba pensada y
organizada de cara a la totalidad de la población católica y nojsojp para
responder a los desafíos que imponían las minorías disidentes. Aun más, por
la forma en que se cumplía con ella, resulta evidente que su objetivo natural
eran los cristianos viejos, que constituían el grueso de la población y que en
general tenían una muy débil formación religiosa.
El tema de la función educativa de la Inquisición ha sido abordado
por Jean Fierre Dedieu para el caso de los tribunales peninsulares2. En lo

1
Jean Pierre Dedieu, “Les causes de foi de Llnquisition de T oléd e (1483-1820)”, Mélangesde
la Casa ele Vclázquez, t. XIV, 1978.
2
Jean Pierre Dedieu, “Christianisation en Nouvelle Castille. C atechism e, cominunion, messeet
confirmation dans l areheveche ele Tolede, 1540-1650", en Até!auges de la Casa de Vclázquez,
t. XV, 1979- También, “Les frontiéres religieuses en Kurope du XVe au XVIIe siécle”, en Actes
que respecta al Tribunal de Lima, Gabriela Ramos ha efectuado una cierta
aproximación al estudiar las características sociales de los procesados entre
1605 y 16663. Ahora, lo que nosotros intentaremos es describir y analizar la
forma como el Tribunal de Lima cumple con la labor de catcquesis, precisar
los métodos que utiliza, ver cómo se coordina con las demás instituciones
eclesiásticas y tratar de determinar los resultados obtenidos a la luz de la
represión de dos tipos de delitos, la simple fornicación y la blasfemia.

1. Iglesia peruana y catcquesis


Ya en el primer concilio límense de 1551 se aprecia una especial
preocupación por la enseñanza de la doctrina a los fieles. Aun más, en él,
ese aspecto es considerado "el mayor cargo del oficio pastoral”. Dicha in­
quietud es producto de una tendencia que se manifiesta en la Iglesia españo­
la desde fines del siglo X V y de la que había expresiones muy precisas, entre
otros, en los sínodos de Alcalá, celebrado en 1480 por Alfonso Carrillo, y en
los de Toledo, convocados por Cisneros en T¿98 y Tavera en 15364. Pero
además, en el caso americano, hay otro factor que impulsa a las autoridades
eclesiásticas a actuar con especial celo en la materia y tiene que ver con la
existencia de la población aborigen. Como se expresa en la constitución 17
del concilio de 1551, la labor de los curas en ese campo debía “tener siempre
gran cuidado” por el bien y provecho que obtienen los fieles cuando "es
verdadera y pura” o, por el contrario, los daños y perdición que generan "si
es falsa y mezclada con error, en especial en este nuestro Arzobispado y
Provincia donde la mayor parte de nuestras ovejas son indios y nuevos en la
fe, con los cuales es menester tener siempre gran cuidado así en instruirlos
como en procurar que sea con sana y limpia doctrina”3.
En la parte del concilio referente a la población española se estable­
cen diversas disposiciones que tenían por objeto la enseñanza de la doctrina.

du XXXle coloque in tern a tion a l d eludes h u manís tes sous la direction d'Alain Ducellierjanine
Garrison , Roben Sauzal (Université de Tours, Centre d’Etudes Supérieures de la Renaissance),
Paris, 1992.
Gabriela Ramos, “El Tribunal de la Inquisición en el Perú, 1605-1666. Un estudio Social", en
Cuadernos para la H istoria de la Evangelización en Am érica Latina, Cusco, 1988, n° 3-
4
Jean Pierre Dedieu, “Christianisation en nouvelle C a s t i l l o . op. cit., pp. 262-265.
5 Rubén Vargas ligarte, C oncilios limenses (1551-1772), 1. I, Lima, 1951, p. 44
Así, en la constitución 15 se dispone que en las misas ele >minicales, en las fiestas
principales, en e! tiempo de adviento y durante la cuaresma, en las iglesias
catedrales haya sermón de tabla para dar a conocer la palabra de Diosa los
fieles. Al mismo tiempo se ordenaba que en dichos días, en todas las parro­
quias, se dijera '‘el credo, prefacio, pater noster por la letra cantado, de
manera que el pueblo para su edificación lo oiga”. La constitución 1 se
refiere específicamente a la enseñanza de los fundamentos de la religión. En
ella se manda a los curas de todas las catedrales y parroquias del arzobispa­
do para que requiriesen a los parroquianos a que enviaran a sus hijos e
indios y negros de servicio **a la Iglesia a ser informados en las cosas de
nuestra santa fe”, todos los días de fiesta v d o s días a la semana en cuaresma.
A la una, después de comer, debían juntarse al tañer de la campana y allí la
persona designada por el obispo y el cura en las parroquias debía procurar
que aprendieran a santiguarse y debía enseñarles el "Pater Noster. Ave María
y el Credo y los D ie z Mandamientos y los siete pecados mortales, las Obras
de misericordia y todo lo demás que está en la Cartilla de la Iglesia Además,
en la constitución 23 se establecía que en todas las parroquias, en la misa
mayor de los domingos, el cura impusiera a los feligreses, en lugar déla
penitencia, una vez el Padre Nuestro y Ave María y en otra el Credo. 5 para
habituarlos a decir bien esta última oración antes de la absolución, el cura
debía rezarlo en voz. alta e inteligible. Tam bién exhortaba a los curas "de ir
instruyendo siempre al pueblo en los artículos de la Fe y en los Diez Manda­
mientos y preceptos de la Iglesia y com o las obras de caridad y misericordia
y cómo deben guardarse de le ofender y apartarse de los siete pecados mor­
tales y de dañar a sus prójimos”. En la constitución 5 i se ordenaba a todos
los fieles con capacidad de discreción que, bajo pena de excomunión, se
confesasen y recibiesen la Eucaristía a lo menos una vez al año, en el tiempo
en que estaban obligados, que era entre el dom ingo de Ramos y el domingo
después de Pascua de Resurrección. Para controlar ese mandamiento se or­
denaba a los curas la confección de padrones por calles y casas que incluye­
ran a todas las personas en edad de confesarse. Por ultimo, en la constitu­
ción 68, se instruía a los confesores para que no otorgaran la absolución a las
personas que no supieran signarse y santiguarse, ni fuesen capaces de rezar
el Credo, el Pater Noster y el Ave María, ni conocieran los 10 mandamientos0.

6 Op. cit., pp. 43-69.


Después de Trente, la Iglesia peruana, siguiendo lo dispuesto en di­
cho Concilio, insistirá d e manera especial en la formación doctrinaria d e la
población. En ese aspecto, sobresale el tercer Concilio límense , celebrado
en 1583, que dispondrá la elaboración de un catecismo especial para los
indígenas, precisará los aspectos fundamentales de la doctrina que deben
enseñarse a todos los cristianos e insistirá en la labor catequística de los

curas. En relación con la educación religiosa, se hacía presente la obligación
- -

que tenían todos los cristianos de conocer la ‘ substancia” de la doctrina, que


“consiste en los principales misterios de la fe. que están en el símbolo (es
decir en el Credo); y en los mandamientos del decálogo, que todos han de
guardar, y en los sacramentos, que de necesidad cada cual ha de recibir; y
finalmente en lo que hemos de esperar y pedir a Dios, que se enseña en la
oración del padre nuestro”*8. En esa oportunidad, también se advertía a los
sacerdotes de que no bautizaran adultos ni absolvieran a los que no estuvieren
instruidos en la fe. Además, se mandaba a los curas párrocos que personal­
mente enseñaran la doctrina cristiana al pueblo, “a lo menos en los días de
domingos y fiestas y los muchachos y gentes de servicio se junten entonces
para aprenderla".
Con posterioridad, en 1613. el arzobispo Lobo Guerrero9, en el sínodo
diocesano, en cumplimiento de lo dispuesto por el Concilio límense de 1583
sobre la catequesis, dictó diversas disposiciones al respecto, entre las cuales
se destacaban las que ordenaban a los curas enseñar la doctrina los domin­
gos y fiestas de guardar y elaborar anualmente padrones de confesión de ios
feligreses10. Junto a lo anterior y para que todos tuviesen un '‘ejemplar verda­
dero" de los fundamentos de la religión, el arzobispo dispuso que el sínodo

El segundo concilio lím ense tic 1567-1568 recepciona el Concilio de Trento, aunque pone
mayor énfasis en los sacram entos y en la disciplina del clero, y las referencias a la enseñanza
doctrinaria son m enores; así en el artículo 127 se dispone que los padres y los señores les
enseñen la doctrina a sus hijos y criados respectivamente. Vargas Ugarte, op. cit., p. 240.
8 Op. cit., pp. 323-324.
y El arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero tuvo una destacada labor en la evangelización de los
indígenas y en la extirpación de las idolatrías. Al respecto, ver Paulino Castañeda Delgado,
“Don Bartolomé Lobo Guerrero, tercer arzobispo de Lima", en Anuario de Estudios Americanos,
t. XXXIII, 1976, pp. 57-103.
10 Constituciones synodales del arzobispo de los Reves en el Peni hechas v ordenadas por el D.
D. Bartolomé Lobo C a e n ero, 16 ¡3 Fn Sínodos americanos 6. Sínodos de I.ima de 1613 y
1636. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Centro de Estudios Históricos. Madrid
1987, Iib. I", til. I, cap. il y V-VI y VIL
en cuestión fuese encabezado por una versión de los aspectos esenciales de
la doctrina cristiana, comenzando por el credo, siguiendo con los artículos
de la fe, los mandamientos de la ley de 1)ios, los mandamientos de la Iglesia,
los sacramentos, las obras de misericordia, las virtudes espirituales, los do­
nes del Espíritu Santo, los frutos del Espíritu Santo, las bienaventuranzas, los
pecados mortales, las virtudes contrarias a ellos, los enemigos de la carne,
las potencias del alma y los sentidos corporales, para terminar con las ora­
ciones que sintetizaban lo que debía pedirse a Dios y a la Virgen, es decir
con el Pater Noster, el Ave María y la Sal\e.

2. Función educativa de la Inquisición

De acuerdo con los principios del derecho penal del Antiguo Régi­
men, la represión de los delitos no sólo buscaba la sanción del delincuente
sino también pretendía enseñar a la sociedad, a través de la ejemplaridad de
las penas, acerca de lo peligroso que resultaban los comportamientos ilícitos.
Como no podía ser de otra manera, la Inquisición, en cuanto organis­
mo judicial de su tiempo, condicionado por el Derecho Común al igual que
los tribunales monárquicos, aplica los mismos criterios a la hora de desarro­
llar su actividad represiva. Por lo tanto, junto con sancionar desarrolla una
labor educativa de la población en general. La simple delimitación de su
ámbito jurisdiccional le permitía enviar mensajes a los líeles con respecto a
los comportamientos, opiniones o expresiones que resultaban ilícitas desde
el punto de vista de la fe y que merecían ser castigadas. Como lo hemos
indicado, de la persecución inicial a los judaizantes, la Inquisición española
pasó a reprimir una serie de hechos o dichos que en su gran mayoría no
correspondían a herejías formales. Entre aquéllos estaban las blasfemias, las
palabras malsonantes, las proposiciones escandalosas, erróneas o heréticas,
la hechicería, la bigamia y la solicitación. /Ninguno de esos delitos podía
considerarse una herejía y quienes los cometían no pertenecían a ninguna
minoría disidente en materia espiritual. Por el contrario, casi todos eran cris­
tianos viejos y constituían la inmensa mayoría de los procesados por el santo
Tribunal. Eso muestra que el objetivo primordial de la Inquisición, como lo
hemos explicado, fue la represión de aquel segmento de la sociedad que no
tenía intención de apartarse de la fe católica, pero que, fundamentalmente
por ignorancia, poseía una serie de creencias o comportamientos erróneos
que podían facilitar la penetración de la herejía. Para la Inquisición, esos
hechos o dichos, aunque no eran heréticos, resultaban sospechosos de herejía.
Ese fue el fundamento jurídico que utilizó para proceder en contra de ellos.
Con la ampliación del ámbito jurisdiccional desde las apostasías y
herejías formales hasta las manifestaciones sospechosas, se buscaba evitar la
penetración de la herejía haciéndole ver a la población católica, mediante la
coerción, los errores en que incurría en materias de fe. La blasfemia, las
proposiciones escandalosas, la bigamia, la hechicería, no eran simples peca­
dos, sino que adquirían la categoría de delitos contra la fe. Varios de ellos
eran conocidos con anterioridad por los tribunales reales y por los tribunales
eclesiásticos ordinarios; sin embargo, al quedar bajo la justicia inquisitorial
adquirían una significación especial que la daba el tribunal por su peculiar
modo de proceder y por el objeto central perseguido, la herejía.
La Inquisición, procurando cumplir con su doble función, instruirá a
la comunidad acerca de las prácticas delictivas que estaban bajo su jurisdic­
ción y la conminará a que denuncien a quienes hubiesen incurrido en ellas.
A través de dos documentos, los denominados edictos de fe y de anatema, la
Inquisición ponía en conocimiento de la población los hechos o proposicio­
nes que debían ser denunciados y las censuras en que incurrían los que no
cumplían con ese mandamiento. El primero de ellos se leía un domingo de
cuaresma cada tres años, en todos los lugares donde hubiera comisario de
Inquisición. Dicha lectura se efectuaba en una solemne ceremonia, con misa
cantada, a la que asistían autoridades civiles y eclesiásticas11. El texto era
muy explícito a la hora de exponer a los fieles aquellos hechos o dichos que
podían ser sospechosos de una práctica herética. Así, en relación con el
delito de judaismo, el edicto describía una serie de prácticas que según la
Inquisición realizaban los falsos conversos, como la de honrar el sábado
vistiéndose con ropas mejores a las habituales y poniendo sábanas y mante­
les limpios; o el comer carne en cuaresma y en otros días prohibidos por la
Iglesia; o efectuar el ayuno del perdón; o circuncidar a los recién nacidos; o,
a los bautizados, lavarles el sitio donde se les pusieron el óleo y el crisma.
Respecto de los delitos que no eran herejías formales hacía mención a la
mayoría de ellos, teniendo cuidado de describir con precisión el fenómeno
delictivo que debía denunciarse. Así, al aludir a las proposiciones, citaba
algunas de las opiniones de más frecuente ocurrencia, como la que decía

11 El edicto de fe se enviaba a todos los comisarios del distrito del Tribunal y era leído en una

misa solemne.
“que no hay gloria para los buenos ni infierno para los malos y q u e no hay
más que nacer y morir"; o la que afirmaba que no era pecado la simple
fornicación o el perjurio o el "dar a usura"; o las que implicaren alguna duda
de los artículos de la fe. Al mencionar la denuncia de las blasfemias daba
algunos ejemplos, como el "renegar contra Dios y contra la virginidad y
limpieza de María o contra los santos del cielo". El delito de solicitación lo
exponía señalando que delataren al confesor que. en el confesonario o fuera
de él, hubiese tenido "pláticas indecentes con el penitente o requerido de
amores a su confesada"12. De ese modo se iban describiendo las prácticas y
expresiones que más comúnmente se asociaban a los diferentes delitos que
caían bajo la jurisdicción del Santo Oficio. Finalizaba el documento amones­
tando y exhortando, bajo pena de excomunión mayor, a todos los que hu­
bieran efectuado alguno de los hechos reseñados, o tuvieran algun a infor­
mación al respecto, a que se presentaran a decirlo ante el tribunal dentro de
los seis días siguientes a su publicación.
El edicto de anatema, a su vez, se leía y fijaba en la puerta de las
iglesias al domingo siguiente a la publicación del de fe. En él se reiteraban y
aumentaban las censuras a aquellos que teniendo conocimiento d e que al­
guien había realizado alguno de los hechos contenidos en el edicto de fe no
lo había denunciado13. De hecho, además de insistirse en la excomunión, a
los incumplidores se les maldecía para que sufrieran todo tipo d e males y
desgracias por haberse entregado al demonio. Pero las descripciones de las
fenómenos delictivos y las conminaciones a la población no paraban ahí,
pues además existían los edictos especiales, que se referían a un delito en
particular y en los que se mencionaban en forma detallada las situaciones
sospechosas que debían ser denunciadas. Eran publicados cuando el Tribu­
nal o la Suprema estimaban que cierto delito había adquirido un desarrollo
desusado y convenía concentrar la actividad en él para detener su difusión.
Es lo que acontece en Lima, por ejemplo, con los delitos de hechicería y
solicitación.
Con todo, los aspectos fundamentales de la función educativa estaban
presentes en el procedimiento que se seguía y en la penalidad que se aplicaba
en las causas de fe. La Inquisición, en la etapa inicial de un proceso, efectuaba

12
1*1 íexl° completo de un edicto de le, en Ricardo Raima, “Anales de la Inqu isición de Lind ­
en Tradiciones peruanas, t. VI, Madrid. 19S4, pp. 281-285.
Archivo Histórico Nacional. Madrid (AI IN), Inquisición. lih. 4 9 9 , fu| 910.
u n a precisa e va lu a ción acerca del conocim iento que el reo tenía de la doctri­
na cristiana y del cu m p lim ie n to de sus obligaciones religiosas. Específicamente
se le preguntaba si era cristiano b au tiza d o y confirm ado, si oía misa y si se
confesaba y co m u lg a b a en las fechas que m andaba la Iglesia; además se le
p e d ía que indicara c u á n d o y con quién lo había hecho la ultima ve z y dónde
había recibido la c o m u n ió n . T o d o s los que habían cum plido con la obliga­
ció n anual de la con fesión y eucaristía recibían una cédula del cura que lo
acreditaba, p o r lo q u e n o resultaba fácil engañar a los jueces en ese punto.
C o n tin u a n d o con el interrogatorio, los inquisidores le pedían que se persignara
y santiguara y q u e dijese, ya fuese en latín o rom ance, las cuatro oraciones
fundam entales del catolicism o, el Padre N uestro, el A v e María, el Credo y la
Salve R egina, ju nto a *io dem ás de la doctrina cristiana”, debiendo dejarse
constancia del nivel de c o n o c im ie n to que tenía. E n consecuencia, de partida,
la Inquisición se encargaba de exam inar el grado de entendim iento de la
doctrina qu e tenía toda persona som etida a proceso. Incluso podía darse el
caso q u e , de considerarse al reo ignorante en aspectos fundamentales, se le
asignara un instructor para q u e le enseñara la doctrina. En las instrucciones
generales en m ateria de p ro c e d im ie n to elaboradas por el Inquisidor Fernan­
d o de Valdés e n 1 S 7 1 y en los m anuales para uso de los inquisidores, se
especificaban co n bastante detalle esas instancias del proceso, con las que se
perseguía q u e los jueces dispusieran de antecedentes importantes para eva­
luar la g ravedad de la falta y la intención con que se com etió14; pero indirec­
tam ente im p lica b a n ta m b ié n una form a de controlar el conocim iento básico
de la doctrina y d e enseñarla a los procesados que la ignoraban.
La p re o c u p a c ió n educativa n o concluía con aquel exam en, sino que
continuaba a lo largo d e to d o el proceso, pues, con posterioridad, se le ponía
la acusación h a c ié n d o le v e r los errores com etidos, para que los reconociera
y se arrepintiera. U n a v e z q u e esto últim o ocurría, abjuraba formalmente del
delito c o m e tid o , q u e en caso de corresponder a una herejía form al, le permi­
tía reconciliarse con Iglesia, es decir v o lv e r a ser adm itido en su seno.
A to d o c o n d e n a d o se le im p o n ía n penas y penitencias, con las que el
Santo O fic io p re te n d ía darle u n a sanción proporcional a la gravedad del
delito c o m e tid o y , al m is m o tie m p o , educarlo en la doctrina católica. Era

1 ' In s tru c c io n e s clel In q u is id o r G e n e r a l F e rn a n d o d e V aldés y m od o de proceder de Pablo


G arcía, e n M igu el J im é n e z M o n te s e rín , In t r o d u c c ió n a la In q u is ic ió n española, Madrid, 1980.
pp. 2 0 6 y 4 0 1 - 4 0 2 .
frecuente que, entre las penitencias, se le im pusiera la o b lig ació n d e recibir
instrucción religiosa, de rezar diversas o racio n es tod os los días p o r u n lapso
determinado de meses, de confesarse y com u lgar en ciertos d ías q u e se le
indicaban, etc. Las penas dictadas por la Inqu isición, co m o las d e to d o s los
tribunales de la época, tenían adem ás un o b jetiv o ejem p la riz a d o !; q u e el
Santo Oficio se guardó siempre y de m anera sistem ática de lle v a rlo a la
práctica, dándoles una intensa publicidad a su ap licació n . Los a u to s públicos
de fe, rodeados de una solemnidad im presionante, y a los q u e s e convocaba
a toda la población, incluyendo las m áxim as au toridades reales, fu ero n la
fórmula ideada para hacer ver a la com unidad los castigos a q u e s e exponían
aquellos que delinquían. Pero tam bién, co m o ha d estacad o un a u t o r 15, con
ellos se perseguía el fortalecimiento de la ortod oxia al h acer p a rticip a r a toda
la comunidad en un ritual purificador que b u scab a restab lecer e l o r d e n so­
cial alterado por los delitos com etidos. En el ca so del Tribunal d e Lima se
celebraban en la plaza mayor, en la qu e se con stru ían estrad o s y galerías;
pero cuando no había reos condenados a relajació n el auto p ú b lic o s e reali­
zaba en la Iglesia catedral o en el tem plo de alguna o rd en re lig io sa 16, aunque
siempre se convocaba a toda la población y se m anten ía una g ra n solem ni­
dad tanto en la procesión inicial com o en el acto m ism o. La p u b lic id a d de las
sanciones también estaba presente en los d en o m in ad o s autos p riv a d o s , que
se realizaban por lo general en la capilla del T ribunal y q u e se efectuaban
cuando el número de condenados era reducido y sus delitos n o e r a n graves.
Incluso, cuando se trataba del delito de so licitació n , q u e a fe c ta b a a miem­
bros del clero y cuyos reos no debían salir al auto, la sen ten cia e ra le íd a ante
un grupo de representantes del clero de la ciudad y d e p e rte n e c e r e l proce­
sado a una orden religiosa, se reiteraba la cerem o n ia en el c o n v e n to ante la
comunidad toda.
Los condenados eran sacados a los autos d e fe vestidos c o n túnicas y
bonetes que identificaban los diferentes d elitos co m etid o s. En e l estrado
levantado para la ceremonia eran presentad os ind ivid u alm en te to d o s los
condenados, se les nombraba y se leía un resu m en d e la s e n te n c ia e n el que
se detallaban los hechos delictuales qu e cada u n o h abía c o m e tid o . D e esa

11 Miguel Jiménez Monteserín, “Modalidades y sentido histórico del auto de fe”, e n Historia de
la Inquisición en España y América, dirigida por Joaquín Pérez Villanueva y Bartolomé
Escandell Bonet, BAC, Madrid, 1993, t. II, p. 576.
16 ANCH, Inquisición, vol. 486, fol. 10.
m a n era , toda la c o m u n id a d se enteraba de la identidad del sujeto y de las
razon es del castigo. H it algunos delitos se aplicaba una pena específica que
im plicaba una h um illación adicional para el condenado y una publicidad
extraordinaria. Se le d e n o m in a b a la vergüenza pública y consistía en sacar al
c o n d e n a d o p o r las calles de Lim a , al día siguiente del auto de fe, desnudo de
la cintura hacia arriba, sentado en un burro, mientras se le azotaba. Esta
p e n a , entre otras, generalm ente se aplicaba a las hechiceras y a los bigamos.
L o cierto es q u e con esos procedim ientos se buscaba atemorizar a la
p o b la c ió n ; estaban pensados para generar una reacción de ese tipo; a los
inquisidores n o les interesaba ser estimados sino más bien ser temidos. Com o
ha indicado B a rto lo m é Bennassar, la Inquisición desarrolló de manera siste­
m ática una verdadera pedagogía del m ie d o 1 . M iedo a sufrir largos períodos
de encierro y aislam iento, a ser a torm en tad o, a perder la vida, a perder todos
los bienes, a p e rd e r la h on ra y a arruinar e infamar a toda la familia por
varias generaciones.

3. Acción catequística del Tribunal de Lima


D o n d e m e jo r se aprecia la labor educativa de los tribunales del Santo
O fic io es en la re p re sió n del d elito de proposiciones, q u e, com o está dicho,
involucraba a personas q u e en su inm ensa m ayoría eran cristianos viejos.
C a b e hacer notar q u e la In q u isició n denom inaba proposiciones a las pala­
bras u o p in io n e s atentatorias o contrarias a la fe y a la doctrina católica,
incluidas las blasfem ias y las palabras escandalosas. Pues bien, resulta que
d ich o delito es, de a c u e rd o a los estudios cuantitativos existentes1718, el que
concentra el gru eso d e la represión tanto en Castilla com o en Am érica. E n
efecto, en el T rib u n a l de T o le d o representa el 35 p o r ciento de las causas
sentenciadas entre los siglos X V y X I X y en el conjunto de los tribunales
castellanos, se g ú n las cifras q u e entrega Ja im e Contreras, alcanzaría al 36 por
ciento en el p e río d o 1 5 4 0 -1 7 0 0 . E l m ism o autor da para Lim a , entre 1570 y

17 B a rto lo m é B e n n a s s a r , I n q u is ic ió n e s p a ñ o la : p o d e r p o lít ic o y c o n t r o l social, edit. Crítica,


B a rc e lo n a , 1 9 8 1 , p p . 9 4 y ss.
1H I b i d p p . 15 y ss. J a i m e C o n tre ra s , Las ca u sa s d e f e d e la In q u is ic ió n española: 1540-1720.
A n á lis is d e u n a e s ta d ís tic a , p o n e n c ia p re s e n ta d a al sim p o siu m interdisciplinario de la
In q u isició n m e d ie v a l y m o d e r n a , D in a m a rc a , 5 -9 d e sep tiem b re de 1978, cop ia dacti 1ográfica.
Je a n P ierre D e d ie u , “L es c a u s e s d e f o i...”, op. cit.
1700, una cantidad de causas sentenciadas por p ro p o sicio n es e q u iv a le n te a!
28,5 por ciento del total de procesados. En este tribunal, d e s p u é s d e ese
delito, la represión tiende a concentrarse en la bigam ia, el ju d a is m o y la
hechicería, en ese orden. A ellos, pero ya co n m en o r im p ortan cia, s e agregan
la solicitación, los actos contra el Santo O ficio, el iIunim ism o y e l luteranis-
mo, practicado en su casi totalidad por m arineros d e n acio n alid ad extranjera.
En suma, la inmensa mayoría de los p rocesad os p or el Tribunal d e L im a eran
católicos, no descendientes de cristianos n u evos, y c o n v e n c id o s d e la vali­
dez y verdad del mensaje cristiano qu e p reg o n ab a la Iglesia r o m a n a . Hacia
ellos se orienta preferentemente la actividad inquisitorial en su d o b le ver­
tiente represiva y formativa.
La manera como en la práctica cum plía co n esta seg u n d a fu n c ió n es
posible de apreciar a través del estudio de d os m a n ife sta cio n e s delictivas
que muchas veces se engloban en el co n cep to am p lio de p r o p o s ic io n e s , pero
que de hecho corresponden a delitos con identidad propia y q u e la Inquisi­
ción los conocía haciendo presente su esp ecificid ad . Se trata d e la blasfemia
y del delito que el Santo Oficio denom ina co m o sim p le fo r n ic a c ió n .

a) El delito de blasfem ia
La blasfemia es definida com o una injuria p roferid a co n tra D io s . Y se
le califica de inmediata cuando es a Dios a q u ien se ataca d e m a n e r a directa
y tiene el carácter de mediata cuando se refiere a una cosa s a g ra d a o a una
persona especialmente vinculada a Dios, co m o p u ed en ser la V ir g e n o los
santos del cielo1920. Este delito ya era persegu id o p o r la In q u isició n medieval,
aunque Eymerich distinguía entre la blasfem ia sim p le, la d ich a p o r quienes
maldecían al vSeñor, la Virgen o los santos, q u e n o co m p etía al S a n t o Oficio,
y la blasfemia herética, que cuestionaba a los artícu lo s de fe y q u e s í debía
ser juzgada por dicho tribunal2". Al parecer, la in q u isició n e s p a ñ o la d e sd e un
comienzo conoció de ella, por lo m enos en el á m b ito ele los tr ib u n a le s de la
corona de Aragón, y aunque en las in stru ccion es so b re p r o c e d im ie n to del
Inquisidor Diego de Deza del año 1500 se advirtió a los in q u is id o re s que no
procedieran contra los que proferían blasfem ias n o h eréticas p o r e n o jo , en la
práctica no hicieron distingo entre uno y otro tip o d e b lasfem ia, siguiéndoles

19 Dictionnaire de théolo^ie caiholicjue. A. Vacant el F Mangenoi. París. 1909.


20 Nicolau F.ymerich y Francisco Peña, /:'/ man na/ de /os inquisidores. M u ch n ik I*ditore5,
Barcelona, 1983. pp 75-78.
causa indiscrim inadam ente a quienes las proferían. Eso por lo demás motivó
algunos conflictos jurisdiccionales con los tribunales reales y los eclesiásticos
o rd in arios, q u e tam bién desde la Ed a d Media habían tenido competencia en
ese delito21. E n los tribunales inquisitoriales de Castilla, por lo que señala
D e d ie u , su represión coincide en el tiem po con la disminución que experi­
m entan los ju daizantes en las primeras décadas del siglo X V I22.
E n el caso a m e rican o , la blasfemia, com o delito de mixto tuero, fue
perseguida desde la conqu ista, tanto por los tribunales ordinarios como por
los jueces eclesiásticos, a u n q u e es m uy posible que no lo hicieran con mu­
cha dedicación y energía. Esto últim o podría inferirse de la referencia expre­
sa que efectúa el p rim e r concilio límense de 1551, que, en la constitución 58,
conm ina a la p o b la c ió n a no blasfemar contra Dios, la Virgen o los santos,
bajo ap ercibim ien to de ser procesados por el juez eclesiástico, quien debería
aplicar las penas establecidas en la legislación; además, considera que el
incurrir en esa práctica era "un gravísim o pecado” que ofendía a la “Divina
M agestad” .
El T rib u n a l de Lim a , desde su instalación, conoció de este delito, aun­
q u e sólo después de los prim eros d ie z años su represión adquirirá una inten­
sidad significativa. D e a cu erdo a nuestras investigaciones, hemos detectado
u n total de 135 causas de blasfemia vistas por el Tribunal en el período 1570-
170 0 23, lo cual representaría un porcentaje cercano al 11,5 por ciento de
todos los procesados p o r la Inquisición de Lim a. Figuran involucrados en él,
en su gran m a y o ría , va ro n es, entre los 20 y 40 años, de origen peninsular, los
cuales representan a lreded or del 45 p o r ciento de los sentenciados por dicho
delito. E n esa caracterización étnica de los reos a continuación venían los
negros, con una cifra cercana al 22,5 por ciento; le seguían los criollos y
extranjeros, cada u n o con m enos del 13 por ciento; para concluir con los
mulatos y m e stizo s, q u e tu vie ro n una presencia muy reducida24. Aunque

21 H enry C h a rle s Lea, e n su H is to ria ele la In q u is ic ió n española (Madrid, 1982, vol. III, pp. 741-
748), d e sa rro lla e s te p u n to .
22 Je a n F ierre D e d ie u , “Les c a u s e s d e fo i...’*, op. cit., ap énd ice II. Y también, “El modelo religioso:
la d iscip lin a d el le n g u a je y la a c c ió n ", en B arto lo m é Bennassar, op. cit., p. 210.
¿4> Di e sta d ística la h e m o s c o n fe c c io n a d o a partir d e las relaciones de causas de fe, que se
e n cu e n tra n e n el A1IN, In q u is ic ió n , libs. 1025, 1028, 1029, 1030. 1031 y 1032. Nuestra
co n ta b ilid a d d ifie re le v e m e n te d e la cifra q u e entrega Paulino Castañeda, que alcanza a las
138 cau sas. Ver P au lin o C astañ ed a y Pilar H ernández. La In qu isición ele Lima, editorial Deimos,
M adrid, 1 9 8 9 y 1 9 9 5 , t. I y II
2‘ D el total d e 135 p r o c e s a d o s p o r b la sfem ia , d isp on em o s de información respecto al origen
étn ico d e 117. D e e llo s e ra n 5 2 e s p a ñ o le s , 26 negros, 15 criollos, 15 extranjeros, 6 mulatos y
entre los blasfemos aparecen personajes de todas las co n d icio n e s s o c ia le s , lo
cierto es que predominan abrum adoram ente los p erten ecien tes a lo s estratos
más bajos de la sociedad. De hecho, un num ero im portante de los r e o s eran
esclavos, nada menos que 33 de un universo d e 9 6 co n in fo rm a ció n sobre
profesiones u actividades. También se en cu en tran en tre ellos v a rio s p eq u e­
ños comerciantes, más bien “m ercachifles”, q u e alcan zan a 11. u n o m á s que
los artesanos; también figuran 8 soldados y 5 m arineros; junto a 3 labrad ores,
3 personas sin oficio, 2 mineros y 2 sirvientes. Só lo podríam os a d s c rib ir a un
nivel socioeconómico más alto a 9 funcionarios, i religiosos, d os p rofeso res
y un colegial.
No es fácil determinar el grado de representatividad q u e p u d o tener
ese número de 135 procesados en relación a las co stu m b res de lo s d iferentes
grupos sociales. Pero no deja de resultar in teresan te q u e la p r á c tic a de la
blasfemia aparezca ligada de manera fundam ental a la p o b lació n peninsular
y que los criollos y mestizos tengan una figu ración muy m arginal e n ella.
Pareciera, si es que las causas de la Inquisición reflejan com p o rtam ien to s
generales, que el blasfemar era una costum bre b astan te m ás co m ú n e n tr e los
españoles que en otros grupos, salvo los n eg ros escla v o s, q u e ta m b ié n tie­
nen una presencia importante entre los reos p or e s e d elito. Un a rg u m e n to a
favor de la validez de ese fenóm eno que refleja la In q u isició n podem os
encontrarlo en ia concordancia con los usos q u e al re sp ecto se a p r e c ia n en
la sociedad española contem poránea, en co n tra p o sició n a los q u e s e d an en
una sociedad criolla com o la chilena, en d on d e la blasfem ia n o fo r m a parte
de su manera de ser.
De acuerdo con la inform ación entregad a p or las r e la c io n e s d e cau­
sas, las blasfemias eran motivadas en su gran m ayoría por las p é r d id a s en el
juego o malos tratos recibidos por ios reos. Las q u e p ron u n cian lo s esclavos,
hombres y mujeres, corresponden casi siem p re a esa segu n d a s itu a c ió n . Y
por lo general, el contexto en que se dan es muy sim ilar. El p ro ta g o n ista del
incidente, siempre un esclavo, se rebela b la sfem an d o an te su a m o q u e lo
castiga azotándolo por haber huido. En c o n se c u e n cia , es una r e s p u e s ta ira­
cunda ante la impotencia y el dolor qu e le p ro d u ce el castigo. E so e s lo que
muchos declaran por lo demás, com o a c o n te ce , p o r e je m p lo c o n Pedro,
negro ladino, que, en 1588, habría blasfem ad o “asu stad o p o r lo s golpes”3

3 mestizos. lisas cifras no guardan mucha relación con los datos que entrega G ab riela Ramos,
op. cit, p. 101, debido a que ella sólo cubre el período que se extiende entre 1605 y 1666.
d ados p o r su a m o . “ p o r n o poder sufrir el d o lo r'; o con la negra Beatriz,
esclava de D ie g o N ú ñ e x , qu ien señaló ante los inquisidores, en 1593, que
dijo tales injurias p o r ser “tanto el dolor que le provocaban los azotes de su
a m o 2-. La fuerte incidencia ele las blasfemias entre los esclavos, además, se
explica p o rq u e estaban convencidos de que los amos dejaban de castigarlos
si pron u n ciaban algunas de ellas-". Pero también las blasfemias de los escla­
v o s aparecen c o m o una reacción de éstos en contra del orden establecido.
C o rre sp o n d e n a una protesta, la única que podían esgrimir en ese momento,
frente al estado y situación en que se encontraban. Ellos sabían que ese tipo
d e expresiones iba a im pactar a quienes las oían, que no los iban a dejar
indiferentes.
L o q u e acontece con las blasfemias pronunciadas a causa del juego
tam bién m uestra q u e a lo largo del tiem po se mantuvo un patrón muy simi­
lar. P o r lo general, se trata de jugadores de cartas que reaccionan con ira por
haber p e rd id o una sum a más o menos importante de dinero. Es lo que
ocurre, entre otros m u c h o s, con los españoles Alonso Navarro, en 1583; Fran
B e llo , en 15 8 7; Ju a n H e rre ra , en 1590; y Matías Rodríguez, en 1591*227.
6
D e sd e el p u n to de vista de su caracterización, las blasfemias proferi­
das con más frecuencia eran las que renegaban de Dios, la Virgen y los
santos. Esas eran prácticam ente las únicas que pronunciaban los esclavos de
color. Los españoles en cam bio tenían un repertorio más amplio, en el que
p o r cieno tam bién estaban presentes aquéllas. Los jugadores, además de
renegar, con cierta reiteración, blasfemaban diciendo que Dios no los podía
ayudar a u n q u e quisiera, p o r lo que se encomendaban al Diablo. En esos
térm inos se e xp re sa , p o r ejem p lo, Alo n so Navarro, natural de Alcalá de
G u a d a ira , q u e fue procesado en 1583 por decir “no me puede ya Dios ver ni
hacer bien p o r m is p e c a d o s” ; tam bién, el ya citado Fran Bello que dijo “Dios
m e persigue y n o m e p u e d e hacer bien sino m al....bendito fuese el Diablo”;
y así m ism o, M atías R o d ríg u e z, de Sevilla, que en 1591 fue acusado de decir,
entre otras cosas, “ ...llé v e m e el diablo. Dios no me puede hacer bien”28. En
el fo n d o , ese tip o de blasfem ias tendía a desconocer el poder divino o a

AUN, In q u is ic ió n , lib. 1028, fo ls. 9 y 279.


26 Por e je m p lo , el n e g ro P e d ro C o n g o , e n 1592. señ a ló e n audiencia que había renegado de
Dios para q u e “su a m o le so lta se d e una potra dond e le tenía colgado”. En términos parecidos
se e x p re s a n o tro s e s c la v o s . AHN, In q u isició n , lib. 1028. fol. 9 y 267; lib. 1029, fol. 371 y 391.
27 AHN, In q u is ic ió n , lib. 1027, fol. 4 5 2 ; lib. 1028, fo ls 124, 266 y 243-
2H AUN, In q u is ic ió n , lib. 1 0 2 7 , fol. 4 5 2 ; lib. 1028, fols. 124 y 243-
provocar a la Divinidad para obtener una manifestación suya que los bene­
ficiase. Durante el siglo XVI son excepcionales las blasfemias que hacen
referencias groseras a la divinidad o a personas v inculadas a ella. En cambio,
da la impresión de que en la segunda mitad del siglo XVII ese tipo de
expresiones adquiere una significación mayor, no en cantidad, porque su
número es escaso, pero sí en proporción resultan importantes pues corres­
ponden a la mayoría de las causas sentenciadas entre 1693 y 169529.
El Tribunal de Lima, como esta dicho, conoció de este delito desde su
instalación y sin discriminar entre las blasfemias simples y las hereticales, por
lo que procesó a cualquiera que fuese denunciado por decir alguna de ellas.
Este proceder del Tribunal en su momento llamó la atención del Visitador
Juan Ruiz de Prado, quien, en 1587, a propósito de la causa de Juan Ruizde
Córdoba, había expresado que los inquisidores se habían excedido al sacar
al reo a auto público, pues él había visto un decreto del Consejo en el que se
advertía que decir “reniego de la crisma" o "me encomiendo al diablo" no
era materia del Santo Oficio^0. Con todo, el Tribunal tampoco fue en sus
inicios especialmente diligente a la hora de reprimir este delito, como lo
refleja la diferencia de las dos primeras décadas con las siguientes y la des­
proporción entre el número de denuncias y las causas efectivas que se trami­
taron. De acuerdo a un recuento del visitador Ruiz de Prado, hasta el año
1587 existían 131 testificaciones sin tramitar y se había procesado a 31 reos.
No obstante, esa desproporción no afectó sólo a las causas de blasfemia sino
que también se aprecia en las de proposiciones y de bigamia, por lo que tal
situación reflejaría una política represiva de carácter general y no algo espe­
cífico con respecto al delito que nos preocupa"*1.
Aunque la blasfemia quedaba además bajo las jurisdicciones eclesiás­
tica ordinaria y real, cuya legislación represiva era muy rigurosa, no hemos
encontrado referencias a conflictos de competencia por su causa. Y por el
contrario, disponemos de testimonios que muestran que algunos jueces de
las otras jurisdicciones optaban por enviar el proceso a la Inquisición cuando
recibían alguna denuncia. Esto es lo que acontece en la causa del soldado
Alonso Velásquez, de 1588, respecto de la cual el vicario, ante quien se había

29
AITN, Inquisición, lib. 1032, fol. 408, 450, 451 y i52. Causas de Juan Francisco de la Rosa
Urquizu, Juan Salvador Padilla, Diego R u iz de Q u in co ces y Ju an Pradier.
30
Paulino Castañeda y Pilar H ernández, La In q u is ició n ele Lim a, op. cit.. t. I, p. 284.
31 Paulino Castañeda y Pilar H ernández, “La visita de Rui/, de Prado", en A nuario de Estudios
americanos , l. LX I, Sevilla, 1984, p, 11.
denunciado, elijo que no era cosa que le tocase. Puede que en este caso
hubiese una duda razonable debido a que junto a las blasfemias había dicho
otras expresiones censurables3*2. Pero eso no acontece en 1608, con la de
Juan Fernández, de Pablo, cuyas testificaciones fueron remitidas por el juez
eclesiástico, a pesar de* que se le acusaba de renegar de Dios y la Virgen de
manera reiterada ante la pérdida de una prenda de vestir33*. Con todo, tam­
bién tenemos por lo menos la referencia de una causa que fue tramitada y
concluida por el vicario de La Plata en 1580. aunque el expediente terminó
en la Inquisición^'. Los jueces de los tribunales reales, de acuerdo a algunas
evidencias, pareciera que actuaron de manera similar, al derivar ese tipo de
causas a la Inquisición. Por ejemplo, el reo Gonzalo Ortiz, natural de Sevilla,
habiendo sido detenido en 1603 por orden del alcalde ordinario de Potosí,
pronunció diversas blasfemias, producto de lo cual fue remitido al Santo
Oficio3"’. Fl caso de Alonso de la Caba es aún más claro pues en 1607, por
blasfemar en un juego de naipes, fue mandado detener por el teniente de
corregidor de un asiento y minas y enviado a la Inquisición. Incluso, en más
de una oportunidad se da el caso de reos que, estando detenidos en la cárcel
real, por otros delitos, blasfemaban de palabra o por escrito para conseguir
que los enviaran a la Inquisición, cosa que por lo demás acontecía36.
El Santo Oficio consideró a la blasfemia como un delito menor y el
Tribunal de Lima, coincidente con esa valoración, no lo tuvo entre sus prio­
ridades represivas. Esto se manifiesta en la actitud que mostró hacia la trami­
tación de los procesos y en las sanciones que le impuso a los condenados.
Lo primero queda en evidencia en un requerimiento que le hace a la Supre­
ma en 1583 sobre la posibilidad de que ese tipo de causas, cuando
involucraban a soldados y marineros de galeras, fuesen tramitadas por los
comisarios debido a la dificultad que las distancias imponían a su normal
substanciación. Por cierto que el Consejo rechazó tal predicamento, orde­
nándole al tribunal que optara por proceder sólo “contra los más culpados
por la gravedad de las blasfemias y número de testigos’ 37. Aquella actitud de

32
El reo se autodenunció de decir "voto a D ios.... cinc el que no cabalgue en este mundo, el
diablo le cabalgaba en el otro". A U N , Inquisición, lib. 1028, fol. 13.
33
AHN, Inquisición, lib. 1029, fol. 392.
3J
AUN, Inquisición, lib. 1027. fol. 176 y 266v.
35
AUN, Inquisición lib 1029, fol. 102.
36
AUN, Inquisición, lib. 1029, fols. 360 y 371; lib. 1032, fol. 452v.
37
A N CII, Inquisición, vol. 486. fol. 188.
los inquisidores de Lima se refleja también en otra propuesta que le plantean
a la Suprema para que a los blasfemos v a otros testificados por delitos
equivalentes, residentes en el reino de Granada, no se les haga ir hasta Lima
a tramitarla causa, porque la distancia era mucha (m ás de mil leguas) “y que
ninguna pena se les daría en España a los tales que equivalga a lo que
padecen en el viaje tan largo y después de esto sujetos a la pena del Santo
Oficio”38. En otra oportunidad consiguieron que la Suprema los autorizara a
no proceder formalmente contra aquellos que se denunciaban de haber pro­
ferido blasfemias en voz baja, inaudible para las demás personas39*4
. También,
1
en el hecho de que el Tribunal, al decretar el procesamiento de un reo, no
ordenaba su prisión ni el em bargo de sus bienes, como acontecía en el caso
de los testificados por delitos graves10. En cuanto a las penas, nos encontra­
mos con que el Tribunal solicitó al Consejo la aplicación de azotes a las
esclavos blasfemos en la fase inicial del proceso, una vez confesado el delito,
para, de esa manera, acortar la tramitación de dichas causas, que le quitaban
mucho tiempo'11.
N o obstante aquella apreciación del delito, lo cierto es que el Tribunal
lo reprimió de manera sistemática y utilizando los medios y fórmulas estable­
cidos por el Inquisidor General y el Consejo de la Suprema. Es a través de los
edictos de fe y anatema y de la publicidad que rodea al castigo la forma
como da a conocer a la comunidad las características del delito, su gravedad,
la obligación de denunciarlo y el tipo de sanción que sufre el delincuente. El
mensaje que todo ello implicaba fue perfectamente captado por la sociedad
virreinal, que reacciona con presteza y responsabilidad ante los requerimien­
tos y deberes que le impone el Tribunal. Al respecto, podem os mencionar el
caso del vizcaíno Juan de Goyri, que en 1588 se autodenunció en cumpli­
miento de “la carta edicto” 12; o de numerosos otros reos que fueron denun­
ciados por quienes les oyeron directamente pronunciar las blasfemias; mu­
chos lo hicieron escandalizados por las expresiones que oían, como aconte-

38 Ibid., fol. 230.


39 Ibicl., fol. 310; vol. 487, fol. 116.
10 En 1579, el Consejo de la Suprema reco n vin o al tribunal por haber ordenado la prisión del
reo Juan Pascual. Específicam ente se dijo, “que en cuanto a las prisiones por blasfemias
debía guardarse la instrucción que sólo las autorizaban siem pre que hubiese temor de que
los reos se fugasen”. AHN , In q u isició n , lib. 1027. fol. 69.
41 Ibid.
AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 10.
ce, por ejemplo, con el caso del francés Juan Pradier, que hacia 1695 fue
testificado por siete personas por haber dicho, en una casa de juego, en la
que perdió, "voto a Cristo y a San Pablo y a San Juan Bautista, que la Madre
de Dios es una puta y Dios no tiene poder en los infiernos pues no han
venido los demonios por mi. ni hay Santísima Trinidad, ni hay nada, que el
Santísimo Sacramento es un pedazo de pan el que está ahí”; la denuncia la
efectuaron quienes estaban jugando con él, los que además lo habían echa­
do de la casa después de oírlo, sin dejarlo entrar, a pesar de que manifestaba
estar arrepentido y ser buen católico434
.
La mayoría de los procesos de blasfemia se inicia por denuncias de
personas del entorno de los reos, gente muy cercana por razones laborales,
de amistad o parentesco, que (salvo las causas que involucran a esclavos)
pertenecen a su mismo estrato socioeconómico y cultural. Todos los testigos
tenían muy claro que la blasfemia era un delito que ofendía a Dios y que era
juzgado por la Inquisición, ante quien debía denunciarse. Tan asumidas te­
nían sus obligaciones al respecto que por lo general la emisión de una blas­
femia daba origen de inmediato a reconvenciones e incluso discusiones que
terminaban en una conminación al blasfemante para que concurriese a
denunciarse ante un comisario de la Inquisición o en una notificación de que
le iban a denunciar1L Una cantidad significativa de aquellos que se presen­
tan motu proprio al Tribunal corresponden a reos que sabiendo que iban a
ser denunciados se adelantan para obtener un trato más benigno. Tal situa­
ción queda en evidencia cuando poco después de apersonarse el reo ante el
comisario, aparecen los testigos. Algo de esas actitudes y comportamientos
se aprecia en la causa de Pedro Troyano, natural de Grecia y residente en
Santiago de Chile, que se autoclenunció ante el comisario de dicha ciudad,
después de que un amigo suyo, testigo en el proceso, lo expulsó de su casa,
donde moraba, por blasfemar454
. Con Alonso de Porras, natural de Sevilla,
6
ocurre otro tanto, en 1584, pues se autoclenunció y también tuvo varias
testificaciones*16. Lo mismo acontece en 1596 con Marco Antonio Costa, origi­
nario de Genova; con Juan Fernández Baptista en 1600, de Sevilla; con Mar­

43 AUN, Inquisición, lib. 1032, fol. 452.


44 En la etapa inicial figuran varias denuncias ante el vicario eclesiástico, pero con posterioridad
ellas prácticamente desaparecen, lo cual refleja la asimilación de que era el Santo Oficio el
tribunal encargado de conocer esas causas.
45 AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 181 v y 279.
46 Ibid., fol. 416-417.
tín Ochoa, el mismo año, de Bilbao; y en 1005 con el extiemeño Gaspar
Gómez Palomo, entre otros* .
Las causas que involucraban a esclavos en muchos casos se iniciaban
por denuncias de los propios amos, aunque también se producían interven­
ciones de terceros e incluso no faltaban algunos casos en que había una
autoclenunciaiK. Por otra parte, en relación con los delatores de este delito se
da, en algunas oportunidades, pocas por lo demás, la participación de pa­
rientes de los reos. Es lo que ocurre en la causa de don Guillermo Zurbano,
hidalgo de Arequipa, que en 159# hie denunciado por su madre y su mujer,
participando además su hermano entre los dilerentes testigos; en la de Alonso
Ruiz acontece otro tanto, pues fue denunciado por su mujer y una hija; la
misma situación se produjo en la causa de Cristóbal de loro* \ Esas actitudes
pueden atribuirse a un problema de relaciones familiares, cosa que algunos
reos así lo señalan en su defensa; pero tampoco puede descartarse que
respondan a esa asimilación que han efectuado los individuos respecto de
las obligaciones que les impone la religión. Otro aspecto interesante de des­
tacar y que deja en evidencia la etapa inicial del proceso es la participación
de los confesores en la puesta en marcha de la maquinaria inquisitorial. Son
muy pocos los testimonios que tenemos en relación con este delito, pero
ellos muestran una coordinación entre el Santo Oficio y los confesores, que
siguiendo las instrucciones dictadas por los inquisidores se niegan a darla
absolución al penitente hasta que no concurra hasta el 'Tribunal a efectuarla
denuncia del delito cometido, en este caso de la blasfemia. Eso le aconteció
a los peninsulares Antonio G óm ez y Alonso Navarro en 1583, a la esclava
negra Beatriz, en 1593, y al holandés Tomás Gre, en 159(T°. Lo ocurrido con
el español Diego de Soto, en 1631, muestra bastante bien la forma frecuente
como se producía la intervención de sacerdotes y testigos en una denuncia.
En este caso, los testigos le hicieron notar al reo lo censurable de sus dichos
no sólo cuando los manifestó sino también al día siguiente, ante lo cual
aquél replicó que no se acordaba de lo que había expresado y que se com­
prometía a desdecirse delante de las personas que habían estado presentes
en aquella oportunidad. Los testigos le dijeron que con eso no bastaba, por
lo que uno de ellos fue ante un religioso, quien le dijo que “ambos tenían la*4
0
5
9

4 AHN,Inquisición, lib. 1028, fol. 463; lib. 1029, ib is. 3-4 y 327,
|M AHN,Inquisición, lib. 1028, fol. 9 -286 - 528 y 540; lib. 1029, fol. 357.
49 AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 532, lib. 1027, fol. 92 y 132v; lib. 1031, fol. 362v.
50 AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 336v y ñ 2 ; lib 1028. Ib!. 115 y 279 .
obligación ele venir al Santo Oficio”. Al toparse con el reo le refirió lo seña­
lado por el sacerdote y le señale) que si no remediaba la situación él iría al
Tribunal. El reo fue dónele un religioso ele Santo Domingo, que le dijo que
debía concurrir a la Inquisición a acusarse, que fue lo que finalmente hizo’ 1.
En las etapas siguientes del proceso, el Tribunal, continuando el usual
modo de proceder inquisitorial, se preocupaba de averiguar el cumplimiento
de las obligaciones espirituales que imponía la Iglesia y el grado de instruc­
ción religiosa que tenía el reo, dejando constancia expresa de lo que sabía
respecto de las oraciones básicas, de los mandamientos y de lo demás de la
doctrina, según un esquema coincidente con la cartilla incorporada a las
constituciones del sínodo de 1613- Cuando un reo mostraba su ignorancia en
alguno de esos aspectos se especificaba y normalmente en la sentencia se
disponía su reclusión en un convento durante algunos días para que apren­
diese la doctrina. En las causas de blasfemia son muy pocos los que se
muestran incapaces de responder a las interrogantes de los inquisidores en
esas materias. Sólo tenemos información de seis reos que manifiestan falencias
importantes en ellas, aunque la fuente que utilizamos es poco explícita y
bastante incompleta en ese punto. Pero pareciera que en las relaciones de
causas justamente la información que no se omite es la que tiene que ver
con la ignorancia doctrinaria de los reos. De acuerdo con esa fuente, el
vecino de Guamanga Juan Pérez, en 1583, declaró ser analfabeto, supo las
cuatro oraciones y los mandamientos, pero nada más; a su vez, Pedro, un
esclavo negro, en 1588, no fue capaz de signarse como correspondía y tam­
poco supo bien las oraciones; al soldado Alonso Velazco, natural de Salamanca,
el Tribunal, en 1588, lo envió donde los jesuitas para que aprendiese la
doctrina por no saber las oraciones; lo mismo hizo con el vizcaíno Juan
Goyri. La relación de la causa de Juan Salvador Padilla, procesado en 1695,
es más explícita en este punto. Al respecto señala que "preguntado por la
doctrina cristiana dijo que había cuatro dioses, que eran el Padre, el Hijo, el
Espíritu Santo y la Santísima Trinidad. Luego ante las consultas dijo que no,
que se había equivocado, que sólo eran tres personas y un solo Dios”. En la
sentencia, fue condenado entre otras penas a servir "dos años en el hospital
de los betlemitas de Lima a los indios enfermos, donde los hermanos de
dicho hospital le enseñen la doctrina cristiana'02. Este último testimonio deja5
2
1

51 AHN, Inquisición, lib. 1029, fol. 464v.


52 AHN, Inquisición, lib. 1027, fol 349v; lib. 1028, fols, 9- 10 y 13; lib.1031, fols. 362v y 367v;
y lib. 1032, fol. 450.
entrever un aspecto importante relacionado con la labor catequística del
Tribunal, sobre el cual volveremos más adelante. Los inquisidores no sólo se
preocupan de que los reos digan o reciten las oraciones y mandamientos, de
memoria, sino también de que comprendan el sentido de los dogmas y
verdades de la fe.
Junto con examinar al reo sobre la doctrina, lo interrogaban respecto
al cumplimiento de sus obligaciones com o católico. Debía manifestar si esta­
ba bautizado y confirmado, si había cum plido con la obligación anual de
confesarse y comulgar y si asistía a misa los dom ingos y fiestas de guardar.
Como se ha señalado, los párrocos tenían padrones de todas las personas
que debían confesarse, organizados por calles y casas, en las que se incluían
los miembros de la familia y los sirvientes y esclavos. En dicho padrón, junto
al nombre de la persona, se anotaba una letra C cuando se había confesado
y una segunda C cuando además había com ulgado. Los confesores debían
entregar una cédula especial a quienes hubieren cumplido con el sacramen­
to, la que les debía ser exhibida después de Semana Santa para comprobarla
observancia de la obligación y configurar la respectiva lista de los excomul­
gados que se daba a la publicidad. Desde el primer concilio de 1551, la
Iglesia virreinal tenía precisado ese procedimiento, que, de acuerdo a algu­
nos testimonios que hemos recogido, en la práctica, por lo menos en parte,
se cumplía53.
En consecuencia, el Tribunal de Lima, en correspondencia con los
curas, ejerce un control sobre los deberes que la Iglesia fijaba a los fieles. Así
lo muestra, por ejemplo el caso de Pedro, esclavo negro de Santo Domingo,
el cual declara en 1584, “que es cristiano y que se confiesa y comulga todos
los años y que la última vez que se confesó fue el sábado próximo pasado y
se reconcilió y comulgó el dom ingo siguiente para ganar el jubileo y que
sabe las oraciones y la doctrina cristiana”. Tam bién el de Pedro Bastante, de
Ciudad Real, que en 1612 declara ante los inquisidores “ser cristiano bautiza­
do y confirmado y haber oido misa, confesado y comulgado a los tiempos
que manda la Santa Madre Iglesia”. El Tribunal, con estos interrogatorios de­
tectaba los casos de incumplimiento de la obligación, que resultan muy ex­
cepcionales por lo demás y que se concluían disponiendo la regularización
de la falta. Esto es lo que acontece en las dos únicas causas en que hemos
detectado esa situación y que corresponden a Juan de Goyri y Juan R...

53 Mas detalles ai respecto en el capítulo sobre el delito de solicitación.


procesados en 1588 y Ki(H respectivamente, que se habían mantenido por
muchos años sin confesarse, a pesar de que sabían que si no lo efectuaban
cada año quedaban excomulgados. El tal Juan, que era de Pastrana, España,
según la relación de su causa, "dijo que había seis años que no se había
confesado porque todo este tiempo había andado emperrado en busca de
un hombre que le había dado una cuchillada por la cara, para matarlo y que
por eso no se confesaba y le mandamos se preparase para ello y se confesa­
se y así lo hizo”*''1.
Un aspecto importante en la substanciación de estas causas tenía que
ver con las preguntas que hacían los inquisidores para precisar la intención
que había tenido el reo al decir las blasfemias por las que se le juzgaba. Ellos
partían de la base de que prácticamente todos los reos las decían llevados
por la ira que les producía un castigo o la pérdida de dinero en el juego o
alguna discusión destemplada y que rara vez había una intención herética;
que los que decían renegar de Dios nunca lo pensaron de manera efectiva.
Ahora bien, aunque partían de ese supuesto, no dejaban de interrogar a los
reos para cerciorarse de que efectivamente no habían tenido ninguna inten­
ción de alejarse de la religión, como se aprecia en numerosas relaciones de
causa en las cuales se deja constancia que el reo “negaba la intención”. Una
vez probada la existencia del delito por las declaraciones de los testigos y la
confesión del reo y, además, precisada la motivación, el Tribunal dictaba
sentencia e imponía penas y penitencias. En relación con las penas, como
hemos indicado, el Tribunal no sólo las dictaba en función del condenado
sino también teniendo en vista su efecto ejemplarizador sobre la comunidad.
La mayor o menor rigurosidad en la sanción iba a depender de la gravedad
de las blasfemias, del escándalo producido, del entorno en que se habían
pronunciado y de la forma como la Inquisición había llegado a tener noticia
del delito. Si el reo se había autodenunciado se actuaba con más benignidad,
por lo general su sentencia se leía en la sala de la Audiencia del Tribunal,
debía abjurar de levi, era reprendido y advertido para el futuro, se le multaba
y desterraba por un tiempo de Lima y del lugar donde había cometido el
delito e imponían penitencias espirituales, entre las cuales estaba el oír una
misa rezada en forma de penitente. Cuando había agravantes, como el ser
mal confidente o haber generado gran escándalo con sus expresiones, habi­
tualmente se le condenaba a salir a auto público de fe, con una soga, vela y
mordaza en la boca, donde se le leía su sentenciad debía abjurar de leviy
era desterrado por tres o cuatro años de su lugar de residencia; de tratarse de
un esclavo, además de sacársele al auto, indefectiblemente se le imponía
como castigo el salir al día siguiente a la vergüenza pública por las calles de
Lima, con mordaza, soportando entre 100 y 200 azotes, dependiendo del
sexo50*. El Tribunal, a partir del año 1600 aumentó la rigurosidad en la san­
ción de este delito cuando era cometido por personas que no correspondían
a las castas. Antes de esa fecha ningún peninsular era condenado a la pena
de azotes y a la vergüenza pública y. con posterioridad, encontramos diver­
sos casos en que esos castigos son impuestos. Al respecto podem os citar,
entre otros, a Diego Martín, natural de Portugal, que fue condenado a salir
en auto público, en forma de penitente, con vela, mordaza y soga; a que
abjurase de levi, desterrado de Potosí por tres años, a 100 azotes y 100 pesos
ensayados'’7. A 100 azotes también fue sentenciado en 1603 el andaluz Antón
Ruiz, quien además fue desterrado perpetuamente del distrito del Tribunal; a
su vez, al cordobés Domingo de Buena en 1676 se le impusieron 200 azo­
tes58.
Al sacar a los condenados al auto público o particular de te, al impo­
nerles la pena de vergüenza pública y al leerse una síntesis de su sentencia
que contenía los dichos que motivaban el castigo, el Tribunal pretendía que

,s También en muchos casos se disponía que el reo saliera a la capilla o a la sala de U


Audiencia del Tribunal, donde le fuese leída la sentencia. Kl que esa cerem onia se efectuara
en el edificio del Tribunal, no implicaba que ella tuviese un carácter privado, p u e s se abrían
las puertas para que ingresara el público y en determinadas situaciones se cursaban invitaciones
específicas. Por ejemplo, en la causa del "mercachifle' Diego Ruiz de Q u in co ce s, natural de
Bribiesca, se dispuso que el condenado saliese a la sala de la Audiencia, d o n d e le fuese
“leída la sentencia con méritos, presentes algunas personas eclesiásticas del barrio de San
Lázaro donde dio el escándalo por las palabras que dijo y que fuese reprendido y amonestado
y que sirviese en la recolección de religiosos descalzos de San Francisco de esta ciudad por
un mes y que por cuatro meses rece todos los días el rosario de Nuestra señora y los viernes
de dichos cuatro meses ayune y rece la estación delante del Santísimo Sacram ento". AUN.
Inquisición, iib. 1032, fol. 450.
^ Esa pena se daba a los esclavos, en gran medida, porque su c<>ndición hacía d ifícil la imposidón
de otras, pues el destierro o la reclusión, por ejemplo, terminaban afectando al amo. Esto
queda de manifiesto en la comunicación del Consejo al Tribunal, de 20 de e n e ro de 15H
que hemos citando anteriormente. ANCIL Inquisición, vol t80. fol. 310.
s' Salió en el auto público de fe de 10 de diciembre de 1000. AUN. Inquisición, lib . 1029, fol
2v.
C o n d e n a d o , c o n h á b ito p e n it e n c ia l, c o ro z a y m ordaza.
D ib u jo d e ( ¡o v a . M u se o d e l P ra d o .

la c o m u n id a d se en terara d e la sanción impuesta y del delito que la justifica­


ba. En otras p a la b ra s, p o r u n a parte se buscaba atemorizar a la población y
p o r otra m ostrarle los errores, las expresion es que no podían manifestarse.
Pero, a la h ora d e d a r a c o n o c e r los hechos o dichos específicos que habían
m erecido el castigo, el T ribu n al, p o r lo m enos a fines del siglo XVII, se
g u a ld o sie m p re ele evitar el e sc á n d a lo y de dar a conocer a los fieles expre­
siones q u e p u d ie ra n sign ificar un grave m enoscabo a la religión. Así, al
votarse las ca u sas ele Juan Francisco d e la Rosa en 1693 y Juan Pradier en
_______ CUADRO I________
Blasfemias por quinquenios
1 5 7 0 -1 7 0 0

1570-1575 3 1616-1620 _
1661-1665 —

1576-1580 8 1621-1625 — 1666-1670 —

1581-1585 9 1626-1630 —
1671-1675 4
1586-1590 17 1631-1635
y
1676-1680 2
1591-1595 19 1636-1640 1 1681-1685 —

1596-1600 26 1641-1645 —
1686-1690 —

1601-1605 10 1646-1650 —
1691-1695 5
1606-1610 14 1651-1655 1 1696-1700 3
1611-1615 7 1656-1660 —

Fuente: Relaciones de causas. A U N , In q u isició n , lib s. 1027-1028-1029- 1030-1031 y


1032.

1695, se dispone que la sentencia se lea con méritos (un resumen de ella),
pero omitiendo “el referir las blasfemias contra la Santísima V irgen ’ ’'9.
¿Qué efectos pudo tener en la práctica esta labor represiva y educado­
ra realizada por el Tribunal con respecto al delito de blasfemia? N o es fácil
poder determinar la influencia de esa labor en las costumbres, mentalidad y
creencias de las personas. Con todo, algunos indicios podemos obtener de
las cifras y ritmos que entrega la cuantificación de los procesados por dicho
delito.
De acuerdo con ese cuadro, la mayor actividad se concentra entre
1575 y 1615, siendo los años correspondientes al cambio de siglo los que
marcan el punto culminante de la represión del delito. Como veíam os ante­
riormente, en ese momento también se incrementó la rigurosidad en la san­
ción de la blasfemia, por lo que parece más o menos claro qu e el Tribunal,
en ese período, tuvo hacia ella una preocupación especial. C on posteriori­
dad a 1615 la blasfemia prácticamente desaparece del horizonte represivo de
la Inquisición limeña, salvo algunos casos en la parte final del siglo XVH-
Aún más, la escasa importancia cuantitativa del delito se mantiene durante el
siglo siguiente, al punto que en la primera mitad se procesaron 12 perso-
rías60. A h o r a b ie n , ¿cuál es el sign ificad o d e ese comportamiento de la activi­
dad? ¿A q u é o b e d e c e q u e d e s p u é s d e 1615 las causas de blasfemias sean más
b ie n excep cio n ales? P u e d e argum entarse, y con cierta base, que el Tribunal
d e Lima d e jó d e p r e o c u p a rs e p o r éste y otros delitos en la medida que
en con tró u n o q u e lo o b lig a b a a concentrar todos sus esfuerzos y le reporta­
b a im portantes re c u rso s financieros. N o s referimos a la persecución de los
judaizantes. C o n to d o , c a b e h acer notar q u e ésta se inicia a partir de 1595,
c o in c id ie n d o c o n el p e r ío d o d e m ayor represión de los blasfemos. Por otra
parte, d e s p u é s d e 16*40 los judaizantes dejan de figurar com o pacientes de la
In q u isició n y e llo n o trae c o m o resultado una reanudación de la primitiva
ten dencia re p re siv a . En c o n se c u e n c ia, pareciera que la mínima presencia de
la blasfem ia d e s d e la s e g u n d a d é c a d a del siglo XVII es difícil que sea pro­
du cto d e la p r e o c u p a c ió n exclu siva p o r los judaizantes. Ese fenómeno cuan­
d o m ás p u d o ten er un e fec to e n el corto plazo, entre 1620 y 1640.
En M é x ic o las ca u sas p o r blasfem ia presentan una fase de gran activi­
d a d entre 1590 y 1620, c o in c id ie n d o en cierto sentido con la que acontece en
Lima. Sin e m b a r g o , entre 1652 y 1688 se da otro período de fuerte intensidad
rep resiva d e este delito, lo q u e n o su ced e en el caso que analizamos61. ¿A
q u é se d e b e esa situación? P o r cierto q u e p u d o influir la determinación de
los in q u isid o re s d e Lim a, q u e tal v e z n o le concedieron mayor importancia a
e se tipo d e e x p r e s io n e s . P e r o ta m p o c o se p u e d e desechar la posibilidad de
q u e las ca u sas d ism in u y e ra n , tam bién, p o rq u e el delito perdió fuerza y se
h izo m e n o s frecu en te. Es m u y p o sib le q u e la acción inquisitorial, ejercida
co n gran e n e rg ía d e 1580 a 1615, haya hecho que las personas, sabiendo a lo
q u e se e x p o n ía n , tu viesen m u c h o más cu id ad o a la hora de blasfemar. Debe
tenerse p re se n te q u e la In q u isició n fue capaz de generar una conciencia
clara resp e c to a la o b lig a c ió n q u e tenían los fieles de denunciar ese y otros
delitos. Si h ay a lg o q u e llam a la atención en las relaciones de causas es la
reacción d e las p e r s o n a s q u e escu ch an las blasfemias. Inmediatamente salta­
ban para c e n su ra r a q u ie n las decía. En esa reacción estaba el origen del

60 E n tre e lla s se m a n tie n e la te n d e n c ia d e lo s sig lo s an terio res en cuanto a que la gran mayoría
de los p ro c e s a d o s e ra n o e s p a ñ o le s o p e rso n a s de color. Los prim eros alcanzaban a siete y
lo s s e g u n d o s a c u a tro ; ju n to a to d o s e llo s fig u rab a un solo m estizo. Rene Millar Carvacho,
"La I n q u is ic ió n d e L im a . S ig lo s X V 7 II y X IX . T e s is do cto ral. U niversidad de .Sevilla, 1981,
in ed ita.
61 S o lan g e A lb e r ro , I n q u is ic ió n y S o c ie d a d en M é x ic o 1571-1700 . F C F , M éxico, 1988. p. 178 y
g rá fica s V IH y IX .
proceso. Pues bien, esa actitud ule la comunidad no tenía por qué desapare­
cer después de 1615. Ante ese argumento podría responderse diciendo que
fue el Tribunal el que dejó de interesarse por el delito. Esa situación también
es muy discutible que se diese, pues a los inquisidores de Lima les interesaba
mucho la imagen de la institución. Se preocupaban por que fuese respetado
y temido, por tener una efectiva presencia. Eso no ocurría si la actividad
disminuía y no se sancionaban los comportamientos, actitudes y expresiones
que eran competencia de la Inquisición. L'na ultima reflexión sobre este
tema. Como ha sido puesto de manifiesto, la blasfemia fue un delito cometi­
do por esclavos y sobre todo por peninsulares, los criollos y mestizos figuran
sólo marginalmente. Nunca tuvieron una presencia medianamente impor­
tante. Fue una costumbre exógena que no logró arraigar en la sociedad
colonial. Es muy posible que en ese fenómeno algún papel haya jugado la
acción inquisitorial.

b) El delito de sim ple fo rn icació n


El análisis de este delito muestra de manera mucho mas evidente la
labor catequística desarrollada por la Inquisición. Pero vayamos p o r parte.
En primer lugar precisemos los conceptos. La simple fornicación es la unión
sexual, con consentimiento mutuo, realizada por dos personas libres de com­
promiso matrimonial. Por cierto que la Inquisición no perseguirá a quienes
realizan ese acto, lo que va a reprimir es a quienes creen y opinan que esa
práctica es legítima y que no implica un pecado. De los antecedentes dispo­
nibles pareciera desprenderse que la Inquisición medieval no persiguió este
delito. Nicolau Eymerich no hace mención a él en su manual. Sin embargo,
dos corrientes heréticas de esa época, los begareíos y los hermanos del libre
espíritu, habían sostenido la proposición de que esa práctica no era pecado.
Aún más, el Concilio de Viena de 1311 anatematizó dicha opinión02. Es muy
posible que ahí se encuentre el fundamento que justifica la persecución
inquisitorial de dicha proposición. Fn todo caso, la Inquisición españolase
interesará por este delito en una fecha relativamente tardía. Según señala
Henry Charles Lea, la primera referencia que encontró corresponde al Tribu­
nal de Sevilla, el que sacó doce reos al auto ele fe de 15596*. Sin embargo,6
3
2

62 Dicíiotwaire de théohgie catbolique, op. cit


63 Henry Ch. Lea, op. cit.. t. MI, pp. 52H-S29.
TERCERA PARTE CAP Vil REPRESION V CATEQIESIS 291

Tean Fierre D e d ie u , en sus investigaciones sobre el Tribunal de Toledo, ha


e n c o n tra d o a lg u n o s c a so s anteriores, aislados, que le permiten sostener que
c u a n d o p o r a z a r a p a re c ía un c u lp a b le se le castigaba, pero sin que hubiese
una v e rd a d e ra p e rse c u c ió n del delito. Solo a partir de 1560 se inicia una
acción re p re siv a sistem ática, q u e ese autor atribuye a las repercusiones del
C on cilio d e T ie n to . Kste, en su reafirm ación de los sacramentos, tratará de
fortalecer el m a trim o n io re g u la n d o y solem nizando su celebración e insis­
tiendo en su in d is o lu b ilid a d y carácter vitalicio. La Iglesia en su conjunto se
c o m p ro m e te c o n las políticas diseñ adas en el Concilio e intentará erradicar
todas a q u e lla s c re e n c ia s y prácticas qu e podían afectar negativamente al
sacram en to d e l m atrim on io. U n a d e ellas era la proposición que analizamos,
p u es al justificar las re la c io n e s sexu ales fuera del matrimonio estaba cuestio­
n an d o u n o d e sus fu n d a m e n to s, q u e circunscribía la legitimidad de aquéllas
sólo a las q u e se e fe c tu a b a n en su seno, en función de la procreación. A esa
situación se su m a el h e c h o d e q u e en la península se asocia a los grupos
protestantes la d e fe n s a y práctica d e un cierto libertinaje sexuaU*. No sólo el
Santo O fic io se p r e o c u p a d el delito en cuestión, también los predicadores y
co n fe so res se e n c a rg a n d e c o n d e n a r esa proposición y de informar a los
fieles d e la fa ls e d a d d e lo q u e se afirm aba. Incluso un canónigo de Salamanca
llegó a e sc rib ir u n tratado s o b r e el tem aln. Por otra parte, esa preocupación
inquisitorial y d e otros sectores d e la Iglesia con respecto a dicha proposi­
ción, h ace p re s u m ir q u e estaba bastante extendida en la sociedad española
del siglo X V I.
La in stalación en Lima d el Tribunal del Santo Oficio coincide con el
p len o d e s a r ro llo d e la c a m p a ñ a represiva del delito en la península. Incluso
más, el C o n s e jo , p o r carta a c o rd a d a de 2 de diciembre de 1574, le ordenó a
los in q u isid o res, p ara evitar el d a ñ o qu e representaba su proliferación, que
p u blicase u n e d ic to particular en todos los lugares del distrito, “declarando
cóm o este d e lito es herejía c o n d e n a d a por la iglesia y que los que la dijeren,
creyeren y tu vieren se a n castigados com o herejes, porque con esto cesará la
ignorancia q u e a le g a n los delincuentes. Proveerlo heis señores, así, advir-
vivO -
( £ o \JtÁ rw

Je a n F ie r r e D e d ie u , " E l m o d e lo s e x u a l. La d e fen sa del m atrim onio cristiano”, en Bartolomé


B e n n a ssa r, op . c it., p p . 270 y ss.
i,s F ra n c is c o F a rfá n , Tres lib ro s c o n tr a e l p e c a d o d e la sim ple fo rn ica ció n , donde se averigua
q u e la to rp e z a e n tr e s o lte ro s es ¡re c a d o m orta l, según la ley d ivin a y humana, y se responde a
los e n g a ñ o s d e los q u e d ic e n q u e n o es p e ca d o . Salam anca 1585, citado por Jean Fierre
D e d ie u , “ L e s fro n tié re s re lig ie u s e s en 1m io p e du XVe au X V lIe siecle”, op. cit., pp. 82-83-
tiendo a los predicadores que en los pulpitos lo declaren y amonesten al
pueblo"66. Esa orden de la Suprema corresponde a una política general y
estuvo motivada por la situación existente en la península, como lo demues­
tra el que pocos días antes hubiese hecho llegar una similar al Tribunal de
Toledo67. Lo más probable es que ese mandato haya surtido efecto en el
Santo Oficio de Lima, puesto que. coincidentemente, desde 1575 aparecerán
diversos casos de ese tipo. Sin embargo, para aquél nunca representará una
preocupación importante. Le verá como un delito menor, al igual que la
blasfemia, que incluso podía no justificar el desplazamiento ele los reos a
Lima desde territorios apartados del distrito para ser juzgados*1*. D e hecho, el
número de procesados es bastante reducido. Nosotros hemos detectado 59
causas para el período 1570-1700, lo cual representa sólo un cinco p o r ciento
del total de procesados por el Tribunal. Con todo, en el contexto clel delito
genérico de proposiciones no deja de tener importancia, pues representa el
17,5 por ciento de ese tipo de causas, al punto de ser, junto a las blasfemias,
el de mayor frecuencia en su seno, lo que justifica que en Lima también se
mantuviese como una proposición con individualidad propia. N o obstante,
aquí está muy lejos de llegar a tener la trascendencia que tuvo en la penínsu­
la, donde, de acuerdo a lo que refleja el Tribunal de Toledo, llegó a significar
cerca del 18 por ciento de las causas vistas en úY''\ Es posible que la actitud
de la Inquisición de Lima respecto a este cielito en parte sea también conse­
cuencia de la menor penetración que él tuvo en la sociedad americana. De
acuerdo al ya citado recuento de las denuncias sin tramitar que hizo el visi­
tador Ruiz de Prado, hasta 1587, por ese motivo, existían sólo 37, lo que está
muy lejos, como se ha visto, de las efectuadas por blasfemia °.
En América, al igual que en España, este es un delito com etido funda­
mentalmente por varones; sólo cuatro mujeres aparecen procesadas por él y
tres de ellas tienen la particularidad de ser esclavas. La edad de la mayoría de
los reos fluctúa entre los 18 y los 35 años, por lo que esa proposición había

66
José Toribio Medina, Historia clel Tribunal clel Santo Oficio de ¡a Inc/uisición en C h ile . Santiago,
1952, p. 191.
67
Joan Pierre Dedieu, “El modelo sexual...”, oj). cit., p. 28 í.
68
Esa Fue una inquietud que el Tribunal le hizo presente al Consejo en 1589 y que mencionamos
al referirnos a la blasfemia. ANCM, Inquisición, vol. u8h, fol. 230
69
Jean Pierre Dedieu, "Les froniiéres rep ien ses . op cit . p 82.
70
Paulino Castañeda y Pilar Hernández, "La visita...", op. cit., \2. Erente a esas 37 denunciasen
tramitar, el Iribú nal, de acuerdo a nuestros recuentos, había procesado a 22 re o s.
sid o sosten id a s o b r e to d o p o r jóvenes, originarios de España o del extranje­
ro. N a d a m e n o s q u e cerca del 70 p o r ciento de los procesados tenían ese
origen; los criollos, m estizos e incluso negros y mulatos que aparecen son
m u y p o c o s, p o r lo q u e n u evam en te nos encontramos con expresiones u
o p in io n e s e x ó g e n a s . q u e n o llegan a propagarse y penetrar en el seno de la
so c ie d a d c o lo n ia l h D e s d e el pu n to de vista social, predominan los sectores
sociales in feriores. Entre los reos hay varios labradores, marineros y artesa­
nos. Sólo ten em o s referencia d e un hidalgo; se trata de Domingo de Arismendi,
natural d e G u ip ú z c o a y d e 22 años, procesado en 1592
U n n ú m e r o c o n s id e ra b le de estas causas se inicia por denuncia es­
pon tán ea d e los reos, a u n q u e es más o m enos evidente que ella obedece a
las p resion es, re c o n v e n c io n e s e incluso am enazas de denuncia por parte de
los testigos q u e lo o y e r o n sosten er esa proposición. Por cierto que ésta pre­
sentaba d iv e rsa s v e rs io n e s en su form ulación, manteniéndose el fondo o
sentido d e la m ism a. P o r e je m p lo , en 1578, a Esteban de Salcedo, residente
en Valdivia, se le s ig u ió p ro c e s o p o r decir que "tener acceso carnal un hom­
b re con u n a m u je r n o era p e c a d o mortal sino venial”. Francisco Hernández,
natural d e Lleren a, en 15cS(), fue testificado p o r haber sostenido que “tener
acceso carn al c o n m u jeres casad as era p ecad o mortal y con mujeres solteras
era p e c a d o v e n ia l”. El m a rin e ro P a b lo Corzo, originario de Córcega, en 1584,
lo fue p o r q u e “d ijo q u e e c h arse con una mujer pública no era pecado mor­
tal”. Al p o rtu g u é s A n tó n H e rn á n d e z , el m ism o año, se le procesó por soste­
ner q u e “e c h a rs e un h o m b r e soltero con una mujer soltera no era pecado,
p a g á n d o s e lo ”. P rácticam en te d e lo m ism o fue testificado el labrador Gonza­
lo R od rígu ez, q u ie n h abría d ic h o “q u e pagán doselo a una mujer de las de la
m ancebía q u e n o era p e c a d o tener acceso con ellas”*73*.
Es e v id e n te q u e en ciertos sectores populares de la sociedad española
del A n tig u o R é g im e n existían interpretaciones erróneas respecto a la moral
sexual q u e p r o p u g n a b a la Iglesia71. C on todo, era difícil encontrara alguien

1 Lo s e s p a ñ o le s p ro c e s a d o s fu e ro n 21; lo s extran je ro s 15; los criollos 7; los mestizos 5; los


negros 3 ; y lo s m u la to s 2 ; s in in fo rm a c ió n tenem os 6 casos.
“ A U N , In q u is ic ió n , 1ib . 1028, fo l. 263.
73 A U N , In q u is ic ió n , lib . 1 03 2, fo l. 33; lib . 1027, fol. 167, 182, 622 y 649-
* In c lu so n o s h e m o s e n c o n tra d o co n un n o v ic io y un cura de Indios que tenían confusiones al
re sp e cto . E l c u ra , n a tu ra l d e T e n e rife , D ie g o de M endieta, sostenía en 1591 que la simple
fo rn ic a c ió n n o era p e c a d o , “ p e ro q u e no en ten d ía que decía cosa contra la fe”. AHN,
In q u is ic ió n , lib . 1028, 27 i y 299.
que creyese que tener relaciones sexuales fuera del matrimonio fuese legíti­
mo; el problema se planteaba a la hora ele determinar la gravedad de la falta
que se cometía. Como lo demuestran los procesos de los Tribunales de
Toledo y Lima, muchos pensaban que era más grave el pecado cometido
cuando estaba involucrada una persona casada que cuando se trataba de
una simple fornicación. Lo señalado al Tribunal en 1583 por el joven mestizo
Luis de Solar, hijo bastardo de un oidor de la Audiencia de Lima, refleja
bastante bien la forma como muchos interpretaban el respectivo manda­
miento de la Iglesia. Al preguntársele en la audiencia “si cuando dijo las
dichas palabras creía efectivamente que no era pecado mortal, dijo que sen­
cillamente él así lo creyó y que lo había entendido que no era pecado mortal
y que cuando se confesaba decía en esto he ofendido a Dios en haberme
echado con alguna mujer soltera y que no se ponía a pensar si era pecado
mortal o no,,7->. Por otra parte, la existencia de las mancebías, toleradas por
las autoridades, también pudo contribuir a que se desarrollaran opiniones
que legitimaban parcialmente las relaciones siempre y cuando mediara el
pago por ellas. Como plantea Dedieu. hubo quienes asociaron la existencia
de los prostíbulos, con autorización formal o no del poder real, con la rela­
tiva legitimidad de las relaciones sexuales que se efectuaban en ellas; ¿si las
permitía el Rey, por qué iba a ser ilícito lo que en ellas se hiciera? u.
La proposición que estamos analizando por lo general se pronunciaba
en reuniones de hombres jóvenes, en las que se hablaba de mujeres. Pare­
ciera que eran muy frecuentes las conversaciones en que los jóvenes y a
veces otros no tanto trataran de cuestiones sexuales. Eso se infiere de nume­
rosas causas, una de las cuales corresponde a la de Diego de Frías Miranda,
de 18 años, que ‘ fue testificado de que tratándose entre él y otros mozos de
cosas de mujeres y palabras deshonestas...”*77. En otros casos, algunos trata­
ban de justificar determinadas situaciones particulares con el argumento de
que la simple fornicación no era pecado mortal. Eso es lo que acontece con
el vizcaíno Martín Ochoa, en 1584, que estaba amancebado; al igual que con
Pedro Vallejo, en 1595, de Herrera de Pisuerga; y con la mestiza del Cuzco
Francisca Gómez, en ese mismo año78.

1 AUN, Inquisición, lib. 1027, fol. 352.


u Jean Fierre Dedieu, “K1 m odelo se x u a l...", o/j. c i t p. 289
77 AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 264.
H AUN, Inquisición, lib. 1027, fol. 648v; lib. 1028. fol. 325v. y 326
De acuerdo con las relaciones de este tipo de causas, resulta que la
generalidad del auditorio que escucha la proposición reacciona contradi­
ciendo a quien la emite. El importante numero de autodenuncias en este
delito obedece justamente a las reconvenciones que sufre el autor. Como
acontece con la blasfemia, es evidente que en amplios sectores existentes en
la sociedad virreinal había un conocimiento satisfactorio de la doctrina y de
los errores más comunes que circulaban, a la vez que tenían claras sus obli­
gaciones respecto a la denuncia de aquéllos. Al reo Diego Frías, los testigos
lo hicieron callar cuando dijo que “joder no era pecado'1, coincidiendo con la
aproximación de un clérigo ó A Luis Solar lo reprendió su tía, diciéndole
que mirase lo que había dicho y le indicó que se fuese a confesar*80. En
muchos casos, el enunciado de la proposición daba motivo a una fuerte
discusión, porque era más o menos frecuente que el autor insistiera en la
defensa de su punto de vista. Es lo que aconteció, por ejemplo, con Juan de
Montenegro, natural de Panamá, que en 1584 porfió “que no era pecado
echarse un hombre soltero con una mujer soltera’*81. Algo similar acontece
con Jorge Griego, en 1591, y con el francés Luis Jullien, que fue advertido del
error “y que tornándoselo a reprender se afirmó en ello”. El mestizo de
Potosí Martín de Gutucio reconoció en el Tribunal haber porfiado e insistido
en sus dichos; y el castellano Luis de la Barreda fue denunciado “de decir
que la simple fornicación no era pecado y que se quitaba con el agua de
tinaja y que reprendiéndole por ello había repetido otra y otras veces que...
sólo lo era con mujer casada y que así lo había sustentado con muchos
juramentos dando escándalo...”82. En ese contexto, en todo caso, es más
bien excepcional lo que nos refiere la relación de la causa del portugués
Antonio Fernández, a quien uno de los testigos trató de convencer de su
error citando el “libro de Fray Luis de Granada”, lo que le mereció al reo una
expresión soez8T
La Inquisición, los predicadores, los curas y los confesores desempe­
ñaron un papel determinante en la enseñanza de la doctrina y en la identifi­
cación de la conductas u opiniones que la contradijeran. Se dio una acción
coordinada entre ellos, que la represión de este delito refleja muy bien. Así

9 AUN, Inquisición, lib. 1027. fol. 264.


80 1bid ., fol. 352.
Hl Ib id ., fol. 638.
AHN, Inquisición, lib. 1028. fol. 242 y 327; lib. 103L fol. 337.
M AHN, Inquisición, lib. 1028. fol 243-
tenemos que algunos de los reos llegan al Tribunal por mandato de los
confesores, que niegan la absolución a quienes van a confesarse d e cielitos
contra la fe. El joven Luis de Solar fue enviado por el confesor, q u e era un
padre de la Compañía de Jesús. A su vez al criollo paraguayo Martín de
Medina, en 1608, “algunos confesores no lo habían absuelto”8*. Junto a esa
situación, está la preocupación del Tribunal por el conocimiento de la doctri­
na que tenían los reos. Tal como lo refleja el otro delito analizado, a la
Inquisición le interesaba apreciar la real comprensión de los principios bási­
cos de la religión. En los interrogatorios intentaban precisar el grado de
conocimiento doctrinario de los reos, más allá del conocimiento memorístico
de oraciones, mandamientos y artículos de fe. Al extremeño Diego Hernández
los inquisidores le preguntaron si cuando había dicha aquellas palabras "cre­
yó que así era verdad, que no era pecado. El contestó) que no por cierto, no
creí yo tal sino que era pecado. Preguntado que le movió a decirlo, dijo que
como hombre idiota e ignorante, no mirando ni parando en lo q u e deda
como un salvaje; y preguntado, dijo que siempre lo había confesado por
pecado a sus confesores porque lo dijo Dios en el sexto mandamiento”85. A
su vez, al joven guipuzcoano Domingo de Arismendi se le preguntó por los
mandamientos, que los dijo; y a continuación se le planteó el asunto de la
proposición que sostenía, frente a lo cual respondió) “que no se ac o rd ó cuan­
do dijo lo susodicho que aquella palabra fornicar quería decir lo que ya
entendía porque en su tierra que es Viscaya no entienden tanto”80.
Habitualmente, cuando el reo daba muestras de ignorancia manifiesta
en las cuestiones de fe, el Tribunal lo enviaba a instruirse a un convento de
religiosos, por lo general, al de la Compañía de Jesús. Esa determinación
podía tomarse para ser cumplida en el transcurso clel proceso o al término
del mismo. Lo primero se da en la causa de Damián Hernández, q u e según
los inquisidores era “un hombre de muy poca capacidad y entendimiento",*

>:t AUN, Inquisición, lib. 1029, fol. 372v. y 420v. También causa de Juan de Montenegro &
1584, lib. 1027, fol. 638 y lib. 1028, fol. 2 y 124v.
AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 133v.
AUN, Inquisición, li. 1028. fol. 263. Luis de Solar, en el interrogatorio dijo “q u e sabe Io5
mandamientos de la ley de Dios y que no fornicar, como lo manda el sexto m andam ien to de
la ley de Dios, quiere decir que no se echen con mujeres y que sabe que q u eb ran tar algunos
de los mandamientos de Dios es pecado mortal. Y siéndole dich< >que pues dice q u e quebranta
el mandamiento de la ley de Dios sabe que es pecado mortal y sabe que el n o fornicar^
mandamiento de Dios ¿cómo dice que creyó que el fornicar no era pecado m ortal? AllN,
Inquisición, lib. 1027, fol. 352.
q u e tenía n e c e s id a d d e se r instruido en la doctrina cristiana. Se le envió al
a presentarse al rector para que lo instruyese, con la
c o le g io d e la C o m p a ñ ía ,
o rd e n d e re g re s a r al Tribuna' una v e z q u e la llegase a conocer. Por último se
presen tó e n éste, lle v a n d o un certificado referente a su nivel de instruc­
ció n 87. U n e je m p lo d e lo s e g u n d o se encuentra en la causa del mestizo Juan
ele O r d e ñ a q u e fu e s e n te n c ia d o a diversas penas y a no salir de Lima hasta
q Ue n o e x h ib ie s e una certificación d e la Com pañía de que sabía la doctrina,
d e b ie n d o a c u d ir a ella c a d a día hasta aprenderla88.
El T rib u n a l, al rep rim ir y e d u c a r a estos reos, estaba de una manera
directa e indirecta in stru v e n d o al conjunto d e la sociedad en la recta doctri­
na. Ella se e n te ra b a p o r los edictos d e fe d e q u e el sostener que la simple
forn icación n o era p e c a d o constituía un error en materia de fe, que debía ser
d e n u n c ia d o al S an to O f i c i o . En el texto d e ese docum ento había un referen­
cia e x p re s a a d ic h o delito. P ero, adem ás, com o hemos visto, estaban los
co n feso res, q u e a c tu a b a n en el m ism o sentido, y el efecto ejemplarizador de
las p e n a s q u e se im p o n ía n a los con d en ad o s. Las sanciones por este delito
eran u n p o c o m ás le v e s q u e en el caso de la blasfemia, pero con frecuencia
a los reo s se les s a c a b a a au to p ú b lico , en forma de penitente y con soga a la
garganta; d e b ía n a b ju ra r d e leva, eran desterrados y sacados a la vergüenza
pública, sin q u e t a m p o c o estuvieren del todo ausente los azotes, que se
im p o n ían s o b r e t o d o a e sc la v o s; p o r cierto qu e también se les imponían
penitencias esp iritu ales, c o m o el oír una misa rezada89.
¿ Q u é e fe c to p u d o ten er esa política en el comportamiento y en las
creencias d e la s o c ie d a d virreinal? D e partida habría que señalar que en la
conducta d e las p e r s o n a s tu v o una influencia escasa o nula. Esto debido a
q u e la In q u is ic ió n n o p re te n d ía reform ar las costumbres. Que en la vida
cotidiana la fo rn ic a ció n se practicara más o m enos intensamente no era asunto
del Santo O fic io . El p r o b le m a estaba cu an d o se trataba de justificar el hecho

A H N , In q u is ic ió n , lib . 102"7, fo l. 4 4 9 .
88 A H N , In q u is ic ió n , lib . 1 0 2 ^, f o l.8 l y l4 9 v ; lib . 1028 fo l. 185 v 241.
89 Seb astian ele O r b ie t o s a lió al a u to p ú b lic o de 1591, en form a de penitente, con soga a la
g arg an ta; al d ía s ig u ie n te lú e sa c a d o a la ve rg ü e n za p úb lica y debió pagar 100 pesos de
m ulta p a ra g a s to s d e l S a n to O fic io . E l m ism o añ o , a Jo rg e G riego se le condenó además a
cu atro a n o s d e g a le ra s a re m o ; y a M ig u el A n drea a cuatro años de destierro, A Gonzalo
R o d ríg u e z , e n c a m b io , se le s a c ó al au to p ú b lic o de 1587, abjuró de levi, fue desterrado por
d o s a ñ o s y p a g ó 100 p e s o s p a ra g asto s d e l T rib u n a l. A H N , In q uisición, lib. 1027, fol. 649; lib.
1028, fo l. 1, 2 4 0 , 2 4 1 , 2 »2.
C o n d e n a d a , s o m e tid a a la v e rg ü e n z a p ú b lic a ,

c o n co ro za y d esn u d a h a sta la c i n t u r a p a ra se r a z o ta d a -

G rab ad o n " 2 4 d e G o y a . d e la s e r i e l o s C a p r ic h o s .

co n a rg u m e n to s d o c tr in a r ia m e n te e rró n e o s . F .l T r i b u n a l r e p r im ía la c r e e n c ia

q u e v a lid a b a a la s u s o d i c h a p r o p o s ic ió n . / C u ál fu e e l r e s u lta d o e n e s e c a í"

p o ? N u e v a m e n te n o s e n c o n tr a m o s e n la im p o s ib ilid a d d e d a r u n a re sp u e sta

c a te g ó r ic a , a u n q u e h ay q u e c ie r to s in d ic io s q u e r e f le ja r ía n la im p o s ic ió n ^

lo s p u n to s d e v is ta o rto d o x o s .

L a e s ta d ís tic a so b re la r e p r e s ió n d el d e lito a y u d a p o c o e n e s e a n á l b ,s

d e b id o a la p e q u e n e z d e la m u e s tra , a u n q u e d e e lla , c o n to d a s la s reserv a*

d e l c a s o , a lg o p u ed e v is lu m b r a r s e .
__________ CUADRO II______________
S im p le fo r n ic a c ió n p o r quinquenios
1570-1700

1570-1575 2 1616-1620 — 1661-1665 —

1576-1580 6 1621-1625 — 1666-1670 2


1581-1585 13 1626-1630 —
1671-1675 —

1586-1590 2 1631-1635 — 1676-1680 —

1591-1595 19 1636-1640 —
1681-1685 —

1596-1600 1 164 1-1645 — 1686-1690 —

1601-1605 7 1646-1650 1 1691-1695 —

1606-1610 2 1651-1655 — 1696-1700 —

l6 l 1-1615 4 1656-1660 —

Fuente: Relaciones de causas. A H N , Inquisición, libs. 1027-102S-1029-1030-1031 y


1032.

D e a c u e r d o c o n el c u a d r o II salta a la vista, aparte del número reduci­


d o de reos, la c o n c e n tra c ió n q u e se da entre 1370 y 1615. ¿A qué se debe ese
fenóm eno? P e n s a m o s q u e r e s p o n d e a la necesidad que tiene el nuevo Tribu­
nal, p o r u n a p arte, d e m a rc a r presen cia y, p o r otra, de cortar las creencias o
c o m p o rta m ie n to s q u e p u e d e n im plicar un peligro para la fe. En ese contexto
se ex p lica la a c tiv id a d d e la prim era etapa institucional que se concentra
e sp e c ia lm e n te en la r e p re s ió n d e los delitos q u e no son herejías formales.
¿Pero p o r q u é d e s p u é s d e 1615 d e sa p a re c e de la estadística el delito de
sim ple fo rn ic a ció n ? ¿Será s ó lo p o r q u e a los inquisidores dejó de interesarles?
Es m uy p r o b a b l e q u e así h a y a sido. En consecuencia, por lo menos en parte,
aquel fe n ó m e n o h a b ría o b e d e c id o a un cam bio en la política del Tribunal
qu e d e s d e la s e g u n d a d é c a d a d el siglo XVII p u so atención en otras manifes­
taciones d e lic tiv a s, q u e c o n s id e ró m ás graves. Con todo, tampoco puede
descartarse q u e lo s in q u is id o re s h u b ie se n tenido éxito con su política repre­
siva, al p u n t o d e c o n s e g u ir q u e cad a vez m enos personas se atrevieran a
sostener e n p u b lic o q u e “ten er cuentas con una m oza no era pecado’' o que
sólo lo era v e n ia l. N o resulta ló g ic o su p o n e r qu e nada cambió en la actitud
de las p e r s o n a s y q u e se s ig u ie ro n h acien do denuncias, pero que el Tribunal
no las c o n s id e r ó . El d e lito se m an tu v o en los edictos de fe, los confesores
sabían la o b lig a c ió n q u e tenían c u a n d o un penitente hacía mención a él. En
la c o rre s p o n d e n c ia d e l T rib u n a l con la Suprem a no hemos encontrado refe­
rencias q u e p e rm ita n d e d u c ir q u e o p tó p o r dejar de tramitar ese tipo de
denuncias. Salvo en el período de auge de los judaizantes, el resto del siglo
XVII el Tribunal no estuvo agobiado de trabajo y por el contrario el número
de causas de fe fue más bien modesto. K1 Santo Oficio de Lima, con su
política frente a esa proposición logró que la sociedad virreinal asimilara que
toda fornicación era un pecado mortal y que defender lo contrario iba contra
los principios de la fe y quien lo hacía se exponía a ser sancionado por la
Inquisición como sospechoso de herejía. Alguna significación p u ed e tener el
que muchos de los reos procesados en los primeros años defienden con
insistencia la validez de la proposición, en cambio, con posterioridad son
cada vez más escasos quienes porfían acerca de su legitimidad, lo cual po­
dría indicar una asimilación del carácter pecaminoso que aquélla tenía. Uno
de los pocos reos que en el siglo XVII porfía con insistencia sobre la simple
fornicación, cuando le dicen que iba a ser denunciado al Santo O ficio, señala
que sólo se trataba de una burla. Y ante los inquisidores expresa q u e durante
un tiempo por ignorancia creyó en lo cierto de la proposición hasta que una
mujer lo sacó de su error “y desde entonces lo tenía por p ecado mortal,
pesándole haber dicho lo contrario porque tenía y creía lo que enseña Nues­
tra Santa Madre Iglesia Católica Romana sin el menor pensamiento de apar­
tarse de nuestra fe, que su ignorancia le sirviese de disculpa en h aber dicho
tal disparate y pidió misericordia’ 90. Por otra paite, en el siglo XVIII sólo
hemos encontrado referencias de cuatro reos testificados por este delito, dos
de los cuales eran peninsulares recién llegados y otro extranjero91. Esto po­
dría confirmar el hecho de que era una proposición exógena, q u e no logró
penetrar en la sociedad americana.
En suma, el análisis de la acción inquisitorial en el caso de los delitos
de blasfemia y simple fornicación nos ha permitido apreciar la form a como
el Tribunal de Lima contribuyó a la enseñanza de la doctrina católica. En ese
aspecto su labor se orientaba paralelamente en dos direcciones. Por una
parte estaba el reo, que era examinado en los principios doctrinarios, instrui­
do en ellos si resultaba ignorante y finalmente sancionado por h a b e r dicho
esas expresiones erróneas o injuriosas. Y por otra, estaba el conjunto déla
sociedad, a la que se le daban a conocer los hechos o dichos qu e implicaban

90 Causa de Luis de la Barreda, natural de Osuna, procesado en 1647. A1IN. Inquisición, lib.
1031, fol. 337.
1)1 René Millar Carvacho, La Inquisición de Lima, 1697-¡H20, tomo III, Editorial D e im o s, Madrid,
en prensa, p. 375.
u n aten tado a la fe y q u e d e b ía n ser den u n ciados al Tribunal. Los edictos de
fe y d e a n a te m a , la la b o r d e los co n feso res y la publicidad que se le daba a
la ap licación d e las p e n a s, eran los m ed ios a través de los cuales se imponía
la doctrina o fic ia l a la c o m u n id a d . En esa función educativa, el Santo Oficio
actuó en c o r r e s p o n d e n c ia con las d em ás instituciones eclesiásticas del
virreinato, s o b r e t o d o c o n los curas y confesores, qu e debían enseñar la
doctrina al c o n ju n to d e los fieles, derivar a la Inquisición a los penitentes
in v o lu c ra d o s e n m aterias p e rs e g u id a s p o r aquélla e instruir en el catecismo a
los reos e n v ia d o s p o r el T rib u n a l. Es difícil m edir la efectividad de la acción
inquisitorial, p e r o sin d u d a q u e algu n a significación puede tener en ese
sentido el h e c h o q u e d e s d e 1615 en adelante esos delitos prácticamente
d e sa p a re z c a n d e l e s c e n a r io re p re siv o del Tribunal. Adem ás, está el contraste
q u e se a p re c ia en tre la fu e rz a q u e a m b o s delitos tienen en la península y la
situación q u e se d a en A m é ric a . A q u í el g ru eso d e los reos por ese tipo de
causas e s tu v o c o n stitu id o p o r p en in su lares o extranjeros y nunca lograron
penetrar en lo s n ú c le o s p ro p ia m e n te am ericanos. N o s parece que la Inquisi­
ción d e Lim a es e n g ra n parte re s p o n sa b le d e qu e así ocurriese.
VIII
El delito de solicitación*

A u n q u e la Inquisición española nació para com-


batir las m a n ife s ta c io n e s heréticas, con el correr del tiempo fue ampliando
su ju risd icción hasta lle g a r a c o n o c e r de ciertos hechos o dichos que no
constituían herejías. Esto o c u rrió p o rq u e al Santo Oficio le preocupaba que
las ideas h eréticas p u d ie ra n pen etrar en la península al amparo de ciertas
corrientes a m b ig u a s , d e creen cias errón eas o de practicas censurables desde
el punto d e vista católico. P o r e s o la Inquisición perseguirá a la blasfemia, a
la hechicería, a la b ig a m ia y tam bién a la solicitación.
En este c a p ítu lo tratarem os d e estudiar la forma como el Tribunal de
Lima re p rim ió e s e ú ltim o delito. Al respecto nos interesa destacar en primer
lugar las fu e n te s ele q u e h e m o s dispuesto para efectuar este trabajo, indican­
d o sus lim itacio n es y v a lo re s. A continuación, después de una somera des­
cripción s o b r e la e v o lu c ió n histórica del sacramento de la penitencia, nos
centram os en el an álisis d e la política d e la Santa Sede respecto de este
delito, q u e se e x p líc ita en las diversas bulas qu e dicta sobre la materia. Más
adelante d e s c r ib im o s el p ro c e d im ie n to q u e se estableció por el Consejo de
la S u p rem a p a ra re p rim ir el delito y cerram os ese apartado con el estudio de
la práctica q u e en d ic h o c a m p o sigu ió el Tribunal de Lima. Luego, nos
adentram os al e s tu d io d e la actividad inquisitorial, es decir de las caracterís­
ticas q u e revistió la r e p re s ió n del delito q u e nos interesa, intentando efectuar
algunas c u a n tific a c io n e s y c o m p a ra c io n e s con la situación que se da en los

Una v e rs ió n d e e ste tra b a jo s e p u b lic ó en el lib ro La ítn/nisición en Hispanoamérica* Ediciones


C iu d a d A rg e n tin a , B u e n o s A ire s , 1997.
tribunales peninsulares. En ese mismo apartado procuraremos precisar algu­
nos elementos genéricos de los solicitantes y de sus víctimas, para tratar de
aproximarnos a los tipos humanos que se ven involucrados en esos hechos.
Culmina nuestro trabajo con un análisis tentativo acerca de los factores que
habrían llevado a determinados sacerdotes a cometer este delito, al mismo
tiempo que buscamos una explicación razonable para un hecho interesante:
el éxito que muchos alcanzan en su relación con las solicitadas.
Para nosotros la solicitación está asociada a una confesión que ponía
mucho énfasis en los pecados contra el sexto y el nov eno mandamiento y
sobre todo a la existencia de un num eroso contingente de miembros del
clero que carecían de vocación y ele formación religiosa. Este tipo de perso­
najes, incapaz de dominar sus pasiones, encontró en América un amplio
campo entre las miles de indígenas, que se transformaron en presa fácil para
aquellos clérigos que estaban dispuestos a abusar de su poder y prestigio.

1. Las fuentes
Para estudiar la actividad inquisitorial del Tribunal de Lima existe una
gran limitación en materia de fuentes, debido a la pérdida de la mayoría de
los expedientes originales de los procesos de fe. Lo cierto es que buena
parte del archivo del Santo Oficio peruano se extravió, en el transcurso de
los años, después de su abolición en 1820. Para mala fortuna de los investi­
gadores, el grueso de la documentación perdida corresponde a los expe­
dientes de las causas de fe, de los cuales se conservan menos de dos dece­
nas, en Madrid, en el Archivo Histórico Nacional. La presencia de esos pape­
les en la península obedece a razones que tenían que ver con el modo de
proceder de la Inquisición española. Esta era gobernada por el Inquisidor
General y el Consejo de la Suprema, que, entre otras labores, tenía la obliga­
ción de vigilar el funcionamiento de los tribunales de distrito, tanto en el
ámbito administrativo como procesal. Pues bien, cuando el Consejo, a la
vista de la información proveniente de aquéllos, consideraba que el procedi­
miento seguido en la substanciación de una determinada causa no se había
ajustado a derecho, podía solicitar al tribunal el envío del expediente com­
pleto. En consecuencia, los originales limeños existentes en la actualidad en
la sección Inquisición clef Archivo Histórico Nacional de Madrid correspon­
den a causas de fe cuya tramitación generó diversas dificultades, que lleva­
ron al Consejo a pedir el envío de toda la documentación. El carácter excep­
cional ele ese procedimiento explica el escaso número de procesos que se
conservan en aquel repositorio. Además, casi todos se refieren a encausados
por hechos y dichos considerados manifiestamente heréticos y condenados
a relajación. La solicitación no era un delito que tuviera aquella connotación
y por lo mismo sólo hemos podido disponer de un expediente íntegro sobre
la materia.
No obstante lo anterior, es posible estudiar, con bastantes limitacio­
nes, algunos aspectos de la actividad del Tribunal de Lima en materias de fe,
merced a las denominadas relaciones de causas. Como se ha explicado en el
capítulo II, éstas eran unos resúmenes de todos los procesos, que los tribu­
nales de distrito tenían la obligación de enviar sistemáticamente al Consejo.
A través de ellas, cuidaba del funcionamiento de los tribunales en el ámbito
procesal1. Y en la medida que se enviaban con regularidad, constituyen
verdaderas series, que en el caso del Tribunal de Lima se extienden desde su
establecimiento en 1570 hasta mediados del siglo XVIII. Sin embargo, las
correspondientes al período 1700-1750 no se archivaron con el resto, que­
dando dispersas en diversos legajos, lo que facilitó la pérdida de muchas de
ellas2.
El valor de estas relaciones como fuente estadística es considerable,
como ha quedado demostrado en diversas investigaciones realizadas en cen­
tros universitarios europeos. Pero también, ante la inexistencia de otra docu­
mentación, pueden ser muy útiles para acercarse al conocimiento más espe­
cífico de la actividad inquisitorial; en otras palabras, para estudiar determina­
dos delitos o ciertos comportamientos individuales y de algunos grupos o
sectores de la sociedad. Es evidente que, para ese tipo de trabajos, presentan
bastantes vacíos, por tratarse de síntesis de gruesos expedientes. Obviamen­
te, en ellas no están recogidas de manera textual las declaraciones de los
involucrados, ya fuesen testigos o encausados. Los hechos nos llegan a tra­
vés de un doble tamiz; primero, el del secretario que toma nota de las decla­
raciones y, en segundo término, el del funcionario que efectúa el resumen
de la causa. Este último, que es el más importante, podría significar una

1 Ver el capítulo “Aspectos del procedimiento inquisitorial".


2 El envío de relaciones durante el siglo X V III por parte de la Inquisición peruana constituye
una excepción, puesto que los tribunales peninsulares no continuaron con esa práctica por
decisión del Consejo, que reem plazó esa forma de control por otra. Esta modificación es
posible que sea la responsable de la dispersión que experimentaron las que siguieron llegando
de ultramar.
alteración profunda de los dichos del declarante. Sin embargo, hay que con­
siderar que, por lo general, era la misma persona la que efectuaba ambas
labores, con lo cual disminuía la posibilidad de alteraciones mayores. Ade­
más, los Inquisidores revisaban las relaciones antes de enviarlas al Consejo,
acompañadas muchas veces de una pequeña nota explicativa. En conse­
cuencia, pensamos que las relaciones reflejan bien algunos de los aspectos
más significativos del procese;, sin que existan alteraciones fundamentales
del expediente3.
El problema mayor no está en la tergiv ersación, sino en la informa­
ción que no entregan, en la que omiten por los requerimientos del resumen.
Eso no tiene remedio y debe asumirse, pero también hay que valorar los
datos que esa documentación nos proporciona. Entre ellos están la identifi­
cación del reo, con su nombre, edad, actividad, lugar de nacimiento y de
residencia; el delito del que se le acusa; casi siempre una apretada síntesis de
las testificaciones, junto a información básica de los testigos; también hay
noticias sobre las audiencias otorgadas al reo y la respuesta a la acusación;
siempre culmina la relación con “el voto en definitiva" del Tribunal, que
determina la sentencia. Buena parte de esa información corresponde a datas
específicos, no factibles de ser alterados por interpretación del escribiente.
Lo que puede merecer algún reparo son los resúmenes de las declaraciones;
pero como casi siempre se limitan a indicar los hechos y expresiones más
sustanciales del proceso, considerando la doble vertiente del testigo y del
acusado, la posible deformación del funcionario no debiera ser significativa.

2. El sacramento de la confesión

La confesión privada, tal como se efectúa en la actualidad, n o siempre


se ha practicado en la Iglesia católica. Aún más, hasta el siglo VII, al parecer,
predominó la denominada confesión pública, que no implicaba necesaria­
mente, como podría suponerse, una declaración de los pecados ante otros
fieles. Aquel nombre se debe a que buena parte de su liturgia tenía un
carácter público, es decir, al penitente se le imponían una serie d e peniten­
cias públicas (y también privadas), como privación de la comunión eclesiás­
tica, ayunos, limitaciones en el ejercicio de cargos, limosnas, etc., y sólo

3 Por lo demás, así pudimos comprobarlo de hecho al comparar el expediente com pleto (le U
causa de Rafael Venegas con su correspondiente relación
d e sp u és d e c u m p lir c o n ellas era reconciliado. Se aplicaba a quienes habían
p e c a d o p ú b lic a m e n te y p o r e llo d e b ía n reparar el escancíalo de manera tam­
bién p ú b lic a , c o n lo cual los fieles se enteraban de que el pecador se había
c o n fe sa d o d e sus p e c a d o s 1. Esto significa q u e la confesión se reservaba sólo
a los q u e e s ta b a n e n p e c a d o mortal.
La p e n ite n c ia p riv ad a h abría com en zad o a practicarse desde el siglo
VI, a raíz d e la p a rtic ip a ció n del p u e b lo en los ritos penitenciales de la
cuaresm a. P rim itivam en te, en ello s participaban sólo los penitentes, que,
vestidos c o n sa c o s, d e s c a lz o s y d e bruces en el suelo, a las puertas de la
iglesia, era n p e n ite n c ia d o s en una solem n e ceremonia. Poco a poco a estos
oficios ta m b ié n se fu e ro n in c o rp o ra n d o no penitentes, hasta que llegó a ser
com ún la in te g ra c ió n d e to d o el p u e b lo . Al iniciarse la cuaresma, los sacer­
dotes c ita b a n a los fieles a confesarse, estuviesen o no en pecado mortaP.
U n e le m e n to distintivo im portante d e la confesión privada fue su carácter
secreto, q u e in icialm en te se circunscribe a los pecados también secretos, que
q u e d a b a n b a jo la ju risd icción del presbítero. Los pecados públicos, en cam­
bio, eran o b je t o d e la c o n fe s ió n pública, q u e aplicaba el obispo. Con el paso
del tie m p o se fu e ro n d ic ta n d o disposiciones para garantizar el carácter se­
creto d e la c o n fe s ió n , c o m o el D ecreto d e Graciano, que conminaba al sacer­
dote a m a n te n e r el sig ilo so p e n a d e ser destituido. Otras diferencias impor­
tantes entre a m b o s tip os d e c o n fe sió n se produjeron en torno a la frecuencia
de su a p lic a c ió n y a la d u ra c ió n d e la penitencia. La confesión pública se
efectuaba s ó lo d e v e z en c u a n d o , en cam bio la privada pudo reiterarse con
cierta p e rio d ic id a d . En la prim era, algu n os pecados, como la apostasía, el
adulterio y el h o m ic id io , se co n sid e rab a n de tal gravedad, que la penitencia
du raba to d a ia vichi d el p e c a d o r6. La privada, por el contrario, fue tendiendo
a p e rd o n a r to d o s los p e c a d o s al m om en to de la confesión. Al parecer, ambas
form as d e p e n ite n c ia h a b ría n coexistido hasta los siglos XII y XIII7.

* Esa s itu a c ió n h a c ía q u e to d o s lo s fie le s se enteraran de los pecados del penitente, sin necesidad
de c o n fe s a rlo s d e v iv a v o z a n te e llo s . Jo s é M. G o n z á le z del Valle, El sacramento de la
p e n it e n c ia . F u n ch im en tos h is tó ric o s d e su re g u la c ió n a c tu a l , EUN SA, Pamplona, 1972,
p. 204.
Jo sé M. G o n z á le z d e l V a lle , op. c i t p p . 164-165. E l tema referente a los tipos de confesión y
a la e v o lu c ió n e n el tie m p o es m u y d iscu tid o y no existe consenso entre los diferentes
au to res. E n to d o c a s o , e n lo q u e s í h a y a cu e rd o es en que la confesión privada y secreta,
co m o se e fe c tú a e n el p re s e n te , n o se p ra c tic ó siem pre así.
P ierre A c ln é s , S . I. I.a p e n ite n c ia . H A C , M a d rid , 1981, pp. 86 y 93-105.
Ib id ., p. 143-
Un hito importante en la evolución del sacramento de la penitencia
corresponde al IV Concilio de Letran de 1215, que en el Canon 21 estableció
la obligatoriedad de la confesión anual. Parece claro que ese precepto no
implica una ruptura con la doctrina y regulación del sacramento, pu es ya en
el siglo XII todos los teólogos se pronunciaban a favor de la confesión obli­
gatoria y en muchas diócesis, ya desde el siglo IX. se practicaba la confesión
anual como preparatoria a la comunión pascual”. Sin embargo, com o señala
Jean Delumeau, al imponerse ese deber a todos los fieles, generalizando su
práctica, se modificó de manera definitiva “la vida religiosa y psicológica”, la
mentalidad, de los católicos y de buena parte de occidente8
9, En ese Canon,
además de establecerse la obligatoriedad de la confesión, se insistió en el
carácter secreto de la misma, instruyendo al sacerdote para que mantuviese
el sigilo; a éste también se le advertía para que obtuviera del penitente la
declaración de todos sus pecados, junto con las circunstancias que los rodea­
ban y que permitían determinar la mayor o menor malicia que en ellos
había10.
La obligatoriedad de la confesión anual y la indagación de las circuns­
tancias que acompañaban a los pecados, influirá en la publicación, desde el
siglo XIII, de numerosas sumas casuistas sobre el sacramento y en la multi­
plicación de los manuales de confesores. El objeto de las sumas era ayudar
a los confesores a enfrentar la gran diversidad de casos que se presentaban,
para lo cual se le indicaba cómo interrogar al penitente, cómo aclarar los
móviles y las circunstancias y valorar la gravedad de la falta, cóm o superar
los obstáculos que dificultaban una buena confesión. Los manuales, escritos
por lo general en romance, con una orientación más pastoral, estaban en su
mayor paite destinados al uso ya sea de sacerdotes o de fieles y tenían un fin
didáctico, pues pretendían enseñar cómo administrar y cómo recibir el sacra­
mento de la penitencia11. Todas estas obras tienden a precisar, a veces con
una gran minuciosidad, los más variados casos y tipos de faltas en que
podían caer los fieles. De hecho, fueron instrumentos que se entregaron a
los sacerdotes para aplicar la confesión de una cierta manera, que implicaba

8 Dictionnaire du tbéologic catbolique, París, 1911.


9 Jean Delumeau, La confesión y el perdón, Alianza Editorial. Madrid, 1992, p. 15.
10 Adelina Sarrión Mora, Sexualidad y confesión La solicitación ante el T rib u n a l d el Sanio
Oficio (siglos XV1-X1X), Alianza Editorial, Madrid. 1994, p. 22.
11 Jean Delumeau, Lepécbéet lapeur. La culpabilisation en Occident (X Ill-X M Il siecles), Fayard.
París, 1983, pp. 222-226.
una in d a g a c ió n a fo n d o , m inuciosa, d e la vida íntima de los fieles. En defini­
tiva, a raíz d e l C a n o n 2 1 y d e los m anuales y sumas que se publicaron para
llevar sus d is p o s ic io n e s a la práctica, la confesión adquirió un carácter masi­
v o y su a d m in istra c ió n llev e') al sacerdote a inquirir por los aspectos más
recón ditos d e la v id a y c o n c ie n c ia de los fieles.
El o tro hito im portan te en la evolución de la penitencia corresponde
al C o n cilio d e 1 ren to, q u e . a causa del cuestionamiento hecho por los pro­
testantes d e d ic h o sa c ra m e n to , precisó de manera definitiva su doctrina y
regu ló su práctica. En la m e d id a q u e aqu éllos consideraron que los sacra­
m entos n o transm itían p o r si m ism os la gracia santificante, se les reducía a
un m e ro in stru m e n to útil, en cuan to confirm aban que Dios era quien había
d a d o la fe a lo s h o m b re s . S e g ú n Lulero, había que tener fe en la gracia y
m isericordia d e D io s, q u e ha p ro m etid o salvar al pecador, sin considerarlos
esfu erzos q u e éste p u e d a realizar. Específicamente con respecto a la peni­
tencia, al s o s te n e r q u e n o ha sid o instituida por Dios sino por la Iglesia,
termina p o r n e g a r le su carácter d e sacram ento y por desconocer que fuese
necesaria p a ra el p e r d ó n d e los p ecad o s. Sin em bargo, acepta que en ciertos
casos p u e d e se r útil para co rrecció n d e los pecadores, aunque cualquier
cristiano e sta b a e n c o n d ic io n e s d e administrarla, puesto que la absolución
consistiría en re c o rd a rle s a a q u é llo s la misericordia de Dios y que sus peca­
dos les serían p e r d o n a d o s p o r tener f e 12.
El C o n c ilio , en vista d e esas tesis, reafirmó a los sacramentos como
eficaces e n sí m ism o s, al transm itirnos la gracia santificante; ninguno de los
siete q u e se c o n firm a n es in eficaz ni superfluo, aunque no todos son iguales,
ni ta m p o c o n e c e s a rio s p ara la totalidad d e los fieles. Tres de ellos, bautismo,
co n firm ació n y o r d e n s a g ra d o , con fieren carácter y por eso no pueden reite­
rarse. S ó lo a los m inistros c o rre s p o n d e administrarlos, por lo que es herético
sostener q u e c u a lq u ie r crey en te p u e d e hacerlo. En cuanto a la penitencia
p ro p iam en te tal, se e s ta b le c e en materia doctrinaria que es un sacramento
instituido p o r C risto p a ra perm itir la reconciliación con Dios después de los
p ecad o s c o m e tid o s c o n p o sterio rid ad al bautismo, del que es sustancial mente
distinto. T a m b ié n se d e c la ra q u e para una perfecta remisión de los pecados
no basta c o n te n e r fe e n el E v a n g e lio o con temer a Dios, como sostienen los
protestantes; a d e m á s se re q u ie re n tres actos, la contrición, la confesión y la
satisfacción, q u e se ría n las partes constitutivas de la penitencia. La contrición

12 Hierre A t in e s , up. c i t ., p p . 169-172.


consiste en detestar el pecado cometido con el propósito de no volverá
cometerlo. La confesión, que constituye la segunda parte de la penitencia, es
la acusación de los pecados con el objeto de que les sean perdonados. La
satisfacción es el pago que se hace a Dios por los pecados cometidos.
Respecto a la regulación práctica de la confesión, el Concilio insistió
en el carácter judicial que tenía el acto, reservando la función d e juez de
manera exclusiva a los sacerdotes y obispos; estos últimos, además del papa,
podían reservarse la absolución de los pecados más graves. Al m ism o tiem­
po se reafirmó que la confesión debía efectuarse en forma auricular y secre­
ta, tina vez al año obligatoriamente, desde el momento que se tiene uso de
razón. Y en ella debían decirse en detalle todos los pecados y sus circunstan­
cias, para que el juez pudiese apreciar la mayor o menor malicia d e ellos.

3. La regulación pontificia y la jurisdicción inquisitorial

La solicitación es el requerimiento que, valiéndose de la confesión,


hace un sacerdote a un penitente para efectuar acciones deshonestas. Este
delito, durante la Edad Media, al igual que todos los que afectaban a la
continencia del clero, era conocido por los tribunales eclesiásticos ordina­
rios. Sin embargo, a raíz de la Reforma protestante, el papa entregará su
encausamiento a los tribunales inquisitoriales de España. El origen de esa
determinación estuvo en una petición al papa Pablo IV del arzobispo de
Granada Pedro Guerrero, de destacada actuación en el Concilio Trento. Pro­
bablemente, una rencilla local de la Compañía de Jesús con otras órdenes
religiosas, unida a la especial preocupación del arzobispo por la moralidad
del clero motivaron aquella petición. Lo cierto es que el 18 de febrero de
1559 el prelado obtuvo una bula de Pablo IV que entregaba el conocimiento
de ese delito a la Inquisición de Granada! \
Ante una nueva demanda del arzobispo Guerrero, el p ap a Pío IV. el
l6 de abril de 1561, publicó una bula por medio de la cual, en los reinos de
España, sometía el encausamiento del delito de solicitación a los tribunales
de Inquisición. Así, en virtud de ella, cualquier clérigo que cometiera tal
delito, sin importar su dignidad, orden, condición, tipo, grado o preeminen­
cia, quedaba sometido a la jurisdicción del Santo Oficio. Se fundamentaba tal1
3

13 Adelina Sardón Mora, o/;, cit., pp. 59-60


d e te rm in a c ió n e n la existen cia en dich os reinos de muchos sacerdotes que
u sa b a n m al d e l s a c ra m e n to d e la penitencia “atrayendo y provocando a las
m ujeres p ara a c to s d e s h o n e s t o s ”, co n lo que. en vez de reconciliarlas, las
“c a rg a b a n ” c o n m a s p e c a d o s , o fe n d ie n d o a la Majestad Divina y provocando
g ra n e s c á n d a lo en tre lo s fie le s 1\
El a r g u m e n t o d e fo n d o para justificar el cam bio de jurisdicción, que le
en tregab a el c o n o c im ie n t o a un tribunal q u e enjuiciaba a los que cometían el
delito d e h ere jía , se c e n tra b a en la pérdida de respeto y el mal uso que
a q u e llo s c lé r ig o s h a c ía n d e u n o d e los sacram entos instituidos por Cristo. En
la m e d id a q u e los p rotestan tes h abían n e g ad o el carácter de sacramento a la
penitencia, se p re s u m ía q u e q u ie n n o la respetaba era porque coincidía con
a q u el p r e d ic a m e n t o y c a b ía su juzgam iento com o hereje o por lo menos
c o m o s o s p e c h o s o d e herejía. P o r otra parte, la rigurosidad con que procedía
el Santo O fic io , u n id a a su c o m p le ja red administrativa, eran a esas alturas
a m p lia m e n te c o n o c id a s y p o r lo tanto se suponía que podría ser más eficaz
q u e los trib u n a le s e p is c o p a le s para com batir unas conductas desviadas.
C o n to d o , e n los a ñ o s siguientes, las órdenes religiosas trataron de
obten er d e la Santa S e d e a u to riza c ió n para q u e los superiores conocieran del
delito d e so lic ita c ió n c o m e tid o p o r sus m iem bros. D e hecho, los jesuítas
lograron o b t e n e r u n p riv ile g io al respecto. Esto a su vez generó la reacción
d el In q u is id o r G e n e r a l y d e l C o n s e jo d e la Suprema, que, a través del monar­
ca, p re s io n a ro n p a ra q u e la Santa S ede revocara esas excepciones15. Tales
gestion es tu v ie ro n é x ito y el 3 d e diciem bre de 1592 el papa Clemente VIII
declaró q u e el San to O fic io d e E spañ a “podía y debía proceder privativamente”
contra los c lé r ig o s solicitantes, fueran seculares o regulares16.
O tra p re c is ió n im p o rtan te e n relación con este delito efectuó la Santa
Sede a c o m ie n z o s d e l s ig lo X V II. H acia 1580, el Tribunal de Lima, a raíz de
un caso c o n c re to , h iz o u n a con sulta a la Suprem a con respecto al procedi­
miento a s e g u ir c u a n d o e n el acto d e la confesión se solicitaba a una persona
a com eter el p e c a d o n e fa n d o . El T ribunal no tenía claro si le correspondía
seguir la c a u s a d e b i d o a q u e e se p e c a d o y delito estaba expresamente ex­
cluido d e la ju risd ic c ió n inquisitorial, salvo en los tribunales del reino de

14
Kl te xto d e la b u la e n su v e r s ió n e n la tín , co n la trad u cció n efectuada por la Inquisición, en
A rc h iv o N a c io n a l d e C h ile ( A N C H ) , s e c c ió n In q u is ic ió n , vo l. 499, fol. 18 y ss.
15
A d e lin a S a r d ó n M o ra , <>p. c it., p p . 63-64.
A rc h iv o H is t ó r ic o N a c io n a l d e M a d rid ( A U N ) , se cció n C ó dices, libro 9-B. fol. 115.
Aragón; por otra parte, la bula de Pío IV contra los solicitantes sólo se refería
a los que requerían mujeres. Ante esa situación, el Consejo de la Suprema,
por carta acordada de 9 de diciembre de 1383, le señaló que en ese “negocio
se puede y debe conocer en el Santo O fic io 1 . Esa determinación déla
Inquisición española fue confirmada por el pontífice, que el 24 de noviem­
bre de IÓ12 expidió un decreto en virtud del cual las solicitaciones en con­
fesión efectuadas a hombres debían merecer el mismo tratamiento que seles
daba a las causas que involucraban a mujeres. Esta disposición fue dada a
conocer a los tribunales provinciales por carta acordada de la Suprema de 8
de mayo de 1613, que fue recibida en la Inquisición de Lima el 1 1 de abril de
I6l618.
Pareciera que la experiencia acumulada en el tratamiento de este de­
lito por la Inquisición de España hizo que la Santa Sede decidiera regular con
mayor precisión el procedimiento a seguir en este tipo de causas. Para ello,
el 30 de agosto de 1622, el papa Gregorio X V dictó una nueva bula sobre el
particular, que tendría una gran trascendencia, porque fijaba algunas pautas
básicas en materia procesal y penal, que regirían definitivamente. U n o délos
aspectos esenciales que se establecieron en ella fue el entregar el conoci­
miento de esas causas a todos los tribunales inquisitoriales existentes en la
cristiandad y no sólo a los de España. A ello se agregaron regulaciones
procesales, como las que precisaban las circunstancias que permitían consi­
derar que el delito se había perpetrado. Al respecto, la p r a x is inquisitorial
había dejado en evidencia que muchos encausados alegaban en su defensa
que nunca habían solicitado, porque los dichos o hechos deshonestos los
habían realizado fuera del momento de la confesión. Para poner término a
ese subterfugio, que generaba dudas en los tribunales, la bula determinó
que debía considerarse como solicitación toda p ro v o c a c ió n para
deshonestidades que se hiciese “en el acto de la confesión sacramenta!, an­
tes o después del, inmediatamente con ocasión o pretexto de confesión,
aunque tal confesión nunca se haya hecho”; e incluso aunque n o hubiera
confesión; lo mismo acontecía si los hechos ocurrían en el confesonario o en
cualquier otro lugar donde se efectuaran confesiones o si se simulaba la
realización de ella19. En materia procesal, también para permitir el encausa-

' ANCH, Inquisición, vol. 486, fol. 135.


,H ANCH, Inquisición, vol. 499, fol 29.
19 ANCH, Inquisición, vol. 499, fol. 18,
m iento de estos d e lin c u e n te s, se dism inuían los requisitos en cuanto a los
tipos de testigos y características de las testificaciones. Con el mismo objeto
debía instruirse a los confesores para q u e , bajo apercibimiento, advirtieran a
los penitentes q u e te n ían la obligación de denunciar a los solicitantes. Por
últim o, en d ic h a b u la , se fijaban las penas que debían imponerse a los que
com etían este d e lito .
C o n to d o , esa b u la g e n e ró algunas competencias con los obispos de­
b id o a q u e en tregab a la jurisdicción sobre el delito a todos los inquisidores y
ordinarios d e la cristia n d a d , “a cada u n o en sus diócesis y territorios’', sin
m a yo r especifica ción . A l te n o r de ella h u b o obispos que iniciaron procesos
contra solicitantes, lo c u a l, a su v e z , h izo que la Inquisición recurriera ante la
Santa Sede para q u e reafirm ara su jurisdicción privativa. Esa demanda tuvo
é xito en 16 2 3 , en q u e aquélla em itió un decreto indicando que el breve de
su santidad, en lo referente a los obisp os, sólo era aplicable en las provincias
d o n d e n o h abía In q u is ic ió n 20. C o p ia s de ese docum ento fueron enviadas por
la Suprem a al T rib u n a l de L im a , con carta de 19 de m ayo de 1629, en que le
indicaban q u e las p u sie ra n en la Cám ara del Secreto para servirse de ellas en
las ocasiones q u e se presentaran; adem ás, a los inquisidores les ordenaban
que rechazaran las p retension es sobre jurisdicción copulativa de los obispos,
inhibiéndolos c u a n d o lo intentaren, d a n d o cuenta de ello al Consejo. La
carta fue recibida p o r el T rib u n a l el 8 de enero de 1630 y contestada el 14 de
m ayo del m is m o a ñ o 21.
El p ro c e s o d e re g u la ció n pontificia de la solicitación se cierra con la
bula S a c r a m e n t u m p e n i t e n t i c i e del papa Benedicto X I V de 1 de junio de
1 7 4 1 . E n ésta se reiteran las disposiciones de la bula de 1622, como por
ejem plo, las q u e precisaban las situaciones de tiem po y lugar que permitían
considerar q u e el d e lito se h abía perpetrado, Pero también se agregan nue­
vas reg lam entaciones, en tre las qu e se destaca aquella que prohíbe a ios
sacerdotes d a r la a b s o lu c ió n a sus cóm plices en el delito de solicitación. Con
ello se p retendía e vita r la im p u n id a d de m uchos delincuentes, que, al perdo­
nar el p e c a d o c o m e tid o co n el penitente solicitado, lograban que éste no
fuera d o n d e o tro sacerdote en busca de rem isión, con lo que el hecho puni­
ble q u e d a b a , m u c h a s veces, sin ser denunciado. O tro aspecto importante
que se c o n te m p ló e n la n u e v a b u la , que hasta cierto punto podría indicar un

20 A delina S arrión M o ra , op. c i t . y p. 66


A N C H , In q u is ic ió n , v o l. 488, fo l. 142.
cambio en la política mantenida sobre el delito, corresponde a la imposición
de graves censuras a aquellos que hiciesen falsas denuncias de solicitación22.
Obviamente, se trataba de impedir que las denuncias pudieran ser usadas
para perjudicar a determinados clérigos. Sin embargo, era muy sabido por
los edictos de fe que a los falsos testigos en ese ámbito se les enjuiciaba por
la Inquisición, la que les imponía severas penas. ¿Por cjué entonces una
ampliación de las censuras? Además, hay que considerar que la Santa Sede,
desde el siglo X V I había tratado de fomentar las denuncias en este delito,
incluso disminuyendo las restricciones a los testigos y a las testificaciones.
Ahora, al amenazar con grave excom unión, que sólo el Pontífice podía ab­
solver, era de prever un retraimiento de los testigos, que con cierta frecuen­
cia eran acusados por los eclesiásticos de enemistad y falso testimonio.

4. El procedimiento
a ) Las p a u ta s g e n e r a le s
Como consecuencia de la bula de Pío IV de 1561, en los tribunales
inquisitoriales comenzaron a seguirse causas contra solicitantes. Pero como
en su tramitación se plantearon algunas dudas, el Consejo de la Suprema
expidió un decreto sobre el particular el 15 de julio de 1562, en el que daba
instrucciones sobre el modo como debía procederse en ellas. Al respectóse
señalaba que habiendo “testificaciones concluyentes’1 se ordenara la captura
del denunciado, “con todo recatamiento y secreto” y se procediera en su
causa hasta concluirla. También se ordenaba que, mientras duraba el proce­
so, los frailes permanecieran en un monasterio que le indicaren, con prohi­
bición de salir, confesar, predicar y de tener voto activo y pasivo. En el caso
de los clérigos, debía señalárseles algún lugar de carcelería que no fuese
aquel en el que cometieron los delitos, además de prohibírseles confesar y
predicar. En definitiva, en ese decreto se comenzaba a diseñar un procedi­
miento especial para estos casos, pues los encausados serían recluidos en
lugares particulares, en vez de permanecer durante todo o parte del proceso
en las cárceles secretas del Tribunal, como acontecía con los demás reos. La
tendencia a darle un tratamiento especial a este delito también se manifiesta

22 ANCH, Inquisición, vol. 499, fol. 27.


en la orden que se da en ese mismo decreto para que no se publicara en los
edictos de fe2\ Con esto último se trataba de evitar el escándalo y despresti­
gio del clero, que se produciría de dar a conocer a la comunidad que existían
sacerdotes que realizaban esas acciones.
Pocos años después, el Consejo de la Suprema, ante reiteradas con­
sultas de los tribunales, debió precisar algunos aspectos del decreto anterior
y de la bula pontificia. Por carta acordada de 20 de diciembre de 1568,
instruía a los tribunales para que, en primer lugar y a causa de una frase
ambigua del decreto, a futuro continuaran procediendo en todos los casos
de este tipo; en segundo lugar, para que consideraran como solicitación todo
requerimiento que se hiciese inmediatamente antes o después de la confe­
sión o con pretexto de ella o en los lugares destinados a ese efecto; el
Consejo estimaba que esa era la interpretación correcta de la bula papal,
porque de no ser así ocurrirían numerosos “fraudes”, como había quedado
en evidencia en muchos casos de confesores que replicaban, antes las ame­
nazas de castigo inquisitorial, ‘ que aquello se entendía tratando en la confe­
sión y no fuera de ella'21*2
. Cabe hacer notar que esa orden es el antecedente
3
de la bula papal de 1622, lo que viene a mostrar un determinado estilo de
gobierno de la Inquisición española, que consistía en buscar una confirma­
ción de la Santa Sede a las determinaciones ya tomadas sobre aspectos im­
portantes relacionados con las causas de fe2\ Otra aclaración de la carta
acordada en cuestión se refería a las sanciones que se establecían mientras
duraba la tramitación del proceso, sobre las cuales se insiste en que deben
imponerse a todos igual y de manera uniforme.
Tocias estas disposiciones se dictaron antes que se estableciera el Tri­
bunal de Lima en el año 1570, aunque una vez que esto aconteció los textos
de ellas se le hicieron llegar para que las cumpliese. A poco de establecido,
el 7 de noviembre de 1570 el Consejo le instruía, entre otras materias, sobre
la no publicación del delito de solicitación en los edictos de fe y sobre la
admisión en esas causas sólo de consultores eclesiásticos, a la vez que le
ordenaban que en la sustanciación de ellas procedieran con el mayor "secre­
to y consideración”26.

23 ANCH, Inquisición, vol. 499, fol. 21.


¿i ANCH, Inquisición, vol. 499, fol. 21.
23 Como hemos visto, una situación similar ocurrió en 1612 con las solicitaciones a los hombres.
¿() ANCH, Inquisición, vol 486, Ibl. 7v.
El Consejo, a medida que acumulaba experiencia en este cielito, fue
dictando diversas disposiciones que tendieron a aumentar la eficacia délos
tribunales en su represión y a configurar un modo de proceder particular
dada la especial significación que revestía. Por carta de 1 de marzo de 1576.
el Consejo hacía presente a los tribunales su preocupación por la gran can­
tidad de testificaciones contra solicitantes que se acumulaban en los tribuna­
les y quedaban sin procesarse debido a que estaban concentrados en otros
delitos y a que muchas correspondían a declaraciones de un solo testigo.
Para obviar esos inconvenientes se ordenaba la prosecución de dichas atu­
sas aunque no contaran más que con un testigo y, también, se disponía que
el delito fuese publicado en los edictos de fe, según un modelo que se
enviaba27; esta segunda parte implicaba una modificación con respecto a la
inicial sobre la materia. Adem ás, en esa oportunidad, los tribunales
fueron advertidos que debían consultar a la Suprema después de revisarlas
informaciones contra los solicitantes, sin proseguir la causa hasta que aqué­
lla lo ordenara. Con todo, al año siguiente, en cartas acordadas de 26 de abril
y 14 de septiembre, recibidas en Lima el 15 de abril de 1578, se le mandaba
obviar ese trámite, en consideración a los argumentos esgrimidos por las
inquisidores de ese tribunal28. Tam bién, en la primera de esas cartas se les
indicaba que en tales causas procedieran conforme a unas instrucciones
específicas, firmadas por Pablo García, y que se hacían llegar junto con
aquélla29.
Esas instrucciones fechadas en Madrid a 19 de abril de 1577 corres­
pondían a la regulación procesal más completa que se había dictado en
relación con este delito. De hecho, ellas implicaban la configuración defini­
tiva de un procedimiento especial, que en varios aspectos se alejaba de las
pautas generales. Así, establecían que antes de ordenarse la captura de uno
de esos delincuentes debía poseerse la información de a lo menos dos testi­
gos fidedignos, de cuyas declaraciones se concluya la solicitación en el acto

27 Ibicl.y fol. 6 8 .
2H Ibicl., fol. 79. La carta acordada de 14 de septiem bre de 1S77 dice: “cuanto a las dificultades
que representáis se podrían ofrecer de remitir al C onsejo los procesos de los confesores que
in actu confesionis solicitan a sus hijas de penitencia, consultado con el Rvdo. Señor Inquisidor
General ha parecido conozcáis vosotros en ese Santo O ficio de las dichas causas conforme
a la Instrucción que con carta acordada de 26 de abril de este año se despachó sin enviarlos
procesos al Consejo".
- } ANCH, Inquisición, vol. 499, fol. 22.
de la confesión o próximamente a ella, antes o después. Además, para orien­
tarse acerca de la confiabilidad de los testigos mujeres, debía preguntarse a
“personas graves”, con lodo recato y sin dejar testimonio escrito, acerca de si
las susodichas eran “deshonestas o apasionadas” y de los demás defectos
que podían tener. Esos antecedentes debían considerarse por los jueces al
momento de decretar la prisión del denunciado y en el resto del proceso.
Con respecto a los testigos hay que recordar que por carta acordada de 1576,
es decir del año anterior a estas instrucciones, reafirmada por la bula pontificia
de 1622, se permitía seguir causa a estos delincuentes aunque se contara con
uno solo de aquéllos.
En relación con las etapas siguientes del proceso, las instrucciones
advertían que la captura de los reos debía ser votada por los inquisidores, en
conjunto con el ordinario y consultores eclesiásticos; y que, dependiendo de
la calidad de las personas y circunstancias del delito, se dejaba al arbitrio del
tribunal el recluirlos en las cárceles secretas o detenerlos en sus casas o
monasterios o en otros lugares que les parecieran más convenientes, conmi­
nándolos a mantener el secreto y a no comentar su situación con nadie.
Además se indicaba que en estas causas debía procederse como si fuesen de
fe, por lo cual debían examinarlos “acerca de la intención y creencia que
tuvieron del sacramento de la penitencia cuando cometieron los tales deli­
tos”. Si llegaran a reconocer que tuvieron “error en el entendimiento y perti­
nacia en la voluntad", se les debían secuestrar los bienes como a herejes,
cogiéndoles los papeles, libros y escritos que tuvieren. Esto último no podía
efectuarse antes de que el reo hubiese confesado tal delito, lo que, de con­
cretarse, implicaba su previa detención en las cárceles secretas.
La votación en definitiva, que señala el término del proceso, requería
de la participación del ordinario y consultores, además de los inquisidores. Y
se advertía que esos reos no podían ser condenados a penitencia pública,
fuese auto de fe u otra forma. Las sentencias que dictaren debían pronun­
ciarse y notificarse a los reos en la secretaría del Santo Oficio, en presencia
de los prelados de los conventos y monasterios y sus compañeros confeso­
res y de los curas o rectores de la ciudad de Lima. En cuanto a las sanciones
que debían imponérseles, se indican algunas que no pueden omitirse y otras
que se dejan al arbitrio del tribunal. Las infaltables e inmutables eran la
abjuración de levi (retractarse de la sospecha leve de herejía en que habían
incurrido) y la privación perpetua de administrar el sacramento de la peni­
tencia. Las variables, correspondían a la posibilidad de ser privados de pre­
dicar y de administrar otros sacramentos, a las alternativas en cuanto a tiem­
po y lugar de reclusión y a la duración del destierro que debía imponérseles
de los lugares donde habían cometido los delitos.
Además, en relación con ese mismo aspecto, se indicaba que los reli­
giosos podían ser sancionados con disciplinas, a aplicárseles en los capítulos
de sus monasterios, después de volver a leerles sus sentencias por un notario
del secreto, en presencia de la comunidad; de ser muy grave la culpa, podía
dárseles una disciplina en la sala del tribunal, en presencia de los religiosos
y clérigos que allí asistieren, amén de condenarlos a “otras penitencias”, tales
como suspensión o privación de sus órdenes y de vo z activa y pasiva y de
hacer que ocupen el ultimo lugar en el coro y en el refectorio; también
podían ser sancionados a cumplir penitencias de culpa grave, disciplinas y
oraciones, todo en consideración a la calidad y gravedad de los delitos y
demás circunstancias. En cuanto a los clérigos, además de las penas genera­
les de destierro y reclusión, podían aplicárseles las de privación o suspen­
sión de oficio y beneficio, sanciones pecuniarias, disciplinas secretas, ayunos
y oraciones30.
Culminaban dichas instrucciones con una recomendación a los
inquisidores para que en este tipo de causas procediesen “con mucho tiento
y consideración”. Sin duda, este era uno de los objetivos más importantes
que se perseguían con esas normas especiales. A la Inquisición no le intere­
saba en lo absoluto que la comunidad de los fieles se enterara de los hechos
delictivos, para evitar el desprestigio del clero y el consiguiente menoscabo
de la religión. Pero al mismo tiempo tenía una particular preocupación por
extirpar el delito, para lo cual la rigurosidad de la sanción y la publicidad de
la misma en el ámbito de sus compañeros eclesiásticos eran estimados los
medios más idóneos. La severidad de las penas hay que verlas en fundón
del delito; no se trataba de una herejía, sino de la sospecha de ella, loque
hacía improcedente jurídicamente una condena a abjuración de vehementio
una relajación. Las sanciones que se les imponían eran muy gravosas para
los eclesiásticos, pues, aparte de la humillación y restricciones a la libertad,
en el caso de los clérigos estaba la pérdida de los beneficios, con lo que
quedaban en una situación material m uy precaria; a los religiosos no se les
planteaba el problema de la subsistencia, pero quedaban relegados a una
condición de parias al interior de los conventos y ello sin considerar que
algunas órdenes, m o til p r o p r io , expulsaban a los miembros solicitantes31.

30 fbicl., fol. 23.


31 Ver apartado sobre la praxis procesal
Con posterioridad a esas instrucciones, la Suprema, de vez en cuando,
a través de cartas acordadas, dicte) algunas normas para regular aspectos
puntuales del procedimiento a seguir en este delito. Así, como hemos seña­
lado en el apartado sobre la reglamentación pontificia, en 1583, la Suprema,
ante una consulta del Tribunal, le instruyó para que procediese con los soli­
citantes de hombres de la misma forma que en el caso de las mujeres, lo cual
fue confirmado con posterioridad por la Santa Sede. Varios años después, en
1625, la Suprema le hizo llegar al Tribunal las primeras de una serie de cartas
acordadas sobre los lugares de confesión. En ellas, fechadas el l7 de sep­
tiembre y el 22 de octubre, se daban instrucciones a los tribunales para que
prohibieran las confesiones en las celdas y capillas secretas de los conven­
tos, y en las casas de los clérigos seculares; los únicos lugares que se autori­
zaban para efectuarlas eran el cuerpo de la Iglesia. los confesonarios públi­
cos y las sacristías. Por la segunda de las dichas cartas acordadas se aclaró
que podían hacerse confesiones en los claustros y capillas existentes en los
conventos y también en sus sacristías, siempre que las puertas estuvieran de
paren par32. Esas disposiciones fueron reiteradas el 12 de octubre de 1675 y
dadas a conocer por el Tribunal de Lima a los superiores de los conventos el
20 enero de 1679.
En vista que las causas dejaban en evidencia el escaso cumplimiento
de esas instrucciones, la Suprema las volvió a reiterar el 15 de abril de 1692.
Con todo, llevada por su afán de limitar al máximo las circunstancias que
favorecían la perpetración de este delito, el 16 de noviembre de 1709 dispu­
so, además de las regulaciones anteriores, que en las iglesias donde hubiere
confesonario de “madera con rejilla” todos los penitentes se confesaran por
ellos, al mismo tiempo que prohibía las confesiones en los bancos y sillas.
También ordenaba que, donde no hubiera confesonarios, se hicieran o a lo
menos se confeccionaran “unos canceles con rejilla”, que separen al confe­
sor del confesante. Am bos deberían estar sentados de uno y otro lado, sin
permitirse, bajo pretexto alguno, que estuviesen juntos, “pues siendo tan
fácil y poco costoso el cancel para la referida separación, se podrán poner en
esos casos todos los necesarios”. Al mismo tiempo, se instruía al Tribunal
para que previniera a los confesores que “escusen conversaciones con peni­
tentes antes y después de la confesión”33. El 28 de mayo de 1712, la Suprema*

■ ANCH, Inquisición, vol. 395, íol 1 0 0 .


ANCH, Inquisición, vol. 395. tbl. 222-224.
ordenó al Tribunal que se volviera a publicar U> dispuesto en la carta acorda­
da anterior, con un agregado que mandaba eliminar los confesonarios con
rejillas a la iglesia que existían en los claustros de los conventos. Además, le
insistía en la obligación de publicar esas instrucciones en la forma de edicto,
fijándolo en todas las iglesias del distrito inquisitorial. El 26 de septiembre de
1729, la Suprema volvió a reiterar, ahora por última ve z, aquellas disposicio­
nes34.
El Inquisidor General y el Consejo de la Suprema, por carta acordada
de 12 de enero de 1712 , especificaron la pena de privación de confesar que
de acuerdo a las instrucciones de 1577 debía imponerse a los solicitantes.
Como en ellas se establecía, sin mayores especificaciones, que debían ser
privados perpetuamente de confesar, en muchas causas se imponía esa pena
sólo en lo referente a las mujeres, permitiéndoles la administración de ese
sacramento a los hombres. Para evitar el descrédito de los mismos confeso­
res y para atenerse al espíritu de la bula de Gregorio X V , se dispuso que en
todas las causas futuras de ese tipo, en que correspondiera aplicar la pena de
“privación de confesar, sea perpetua y comprensiva igualmente de hombres
y mujeres”35. Al año siguiente, 1713 , la Suprema expidió otras dos cartas
acordadas sobre este delito, en un afán por eliminar los resquicios que ha­
cían posible que muchas solicitaciones quedaran sin sanción. La primera es
de 17 de junio y con ella se pretendía que los confesores, al enterarse de una
solicitación a través de la penitencia, instaran a las víctimas a cumplir con la
obligación de denunciar lo acontecido al Santo Oficio, negándoles la absolu­
ción mientras no lo efectuaren. Para hacer efectiva esa norma, cuyo incum­
plimiento implicaba encubrir al delincuente, se instruía al Tribunal puraque
preguntasen a las mujeres solicitadas si los sacerdotes con los que se confe­
saron después les comunicaron de aquella obligación; y de no haberlo he­
cho “se les preguntará por los nombres de los confesores, si eran seculares o
regulares y de qué religión, cuanto tiempo ha que las confesaron y en que
parte y lugar y lo que pasó y les aconsejaron sobre este punto”, después de
lo cual, si los antecedentes lo ameritan, levantarán información, aunque an­
tes de proceder y ejecutar remitirán los antecedentes al Consejo36.
La segunda carta acordada, expedida el 25 de noviembre, tenía por
finalidad combatir la opinión bastante difundida con respecto a que la mujer

34 Ibicl., fol. 227. AHN, Inquisición, lib. 1024, fol. 262.


35 AHN, Inquisición, lib. 498, fol. 249.
36 AHN, Inquisición, lib. 499, fol. 1016.
que consentía en la solicitación no tenía obligación de denunciarla. Tal obje­
tivo pretendió alcanzarse* obligando a la publicación de un edicto sobre la
materia en todas las iglesias del distrito del Tribunal; también, advirtiendo a
los obispos para que instruyeran a los confesores y “mandando que a las
mujeres solicitadas no se les pregunte, ni escriba, aunque voluntariamente lo
quieran decir, nada que pueda perjudicarlas; como ni tampoco a los
solicitantes...si dijeren o quisieren decir alguna cosa contra ellas", por pare-
cerles que de esa manera disminuyen "la culpa de la solicitación, que es la
que únicamente les constituye reos del Santo Oficio"-* . Esta parte final de la
orden de la Suprema resumía el ámbito de interés de la Inquisición con
respecto a estos reos. Ellos eran pacientes de dicho tribunal sólo en razón de
la solicitación, por lo que lodo aquello que no tuviese relación directa con
ese hecho era irrelevante para la causa y para la institución encargada de
reprimirlo. La carta acordada en cuestión se envió al Tribunal en 1715 y éste
publicó el edicto correspondiente en la catedral de Lima el 5 de septiembre
de 171738.

b ) La p r a x is lim e ñ a
Aunque el Tribunal de Lima dispondrá en estas causas de alguna fa­
cultad excepcional con respecto al procedimiento general (como la de pro­
ceder contra un reo sin esperar la confirmación de la Suprema), lo cierto es
que en ese ámbito procesal regularmente debió atenerse a las pautas comu­
nes a los tribunales peninsulares.
El proceso se iniciaba por la denuncia que se hacía ante un comisario
del Tribunal. Lo más frecuente era que la víctima denunciara al solicitante.
Sin embargo, no resultaba fácil para muchas mujeres dar ese paso, sobre
todo si habían consentido en la solicitación. Esta reticencia trató de
contrarrestarse informando a los fieles de la obligación que tenían de denun­
ciar ante el Santo Oficio los casos de que tuviesen noticias. Para ello se
publicaban edictos de fe, tanto generales como especiales. En los primeros,
que eran publicados cada tres años durante la cuaresma, se indicaban todos
los delitos que los fieles debían denunciar, incluyendo el de solicitación, y
los segundos se referían a un solo delito, como la bigamia, la hechicería o el
que estamos analizando. El Tribunal de Lima publicó en 1630 un edicto

AUN, Inquisición, lib. 500, Fol. 158.


AUN, Inquisición, lt*^. 2199, exp 5.
especial sobre esta materia como consecuencia de ciertos requerimientos
efectuados por la Suprema al respecto, a través de cartas de 22 de agosto de
1628 y 19 de mayo de 1629, recibidas en Lima el 18 de enero de 1630. En
ambas se pedía información sobre la forma como el Tribunal estaba dando
cumplimiento a la bula de Gregorio X V Kn dicho edicto se exhortaba a los
fieles a que denunciaran, ante los inquisidores o comisarios, bajo pena de
excomunión mayor Icitae s e n te n tia c . a los ‘confesores, clérigos o religio­
sos.... de cualquier orden, grado, preminencia o dignidad.... que por obra o
de palabra hayan solicitado, provocado o intentado, o intentaren solicitar y
provocar cualesquiera personas, hombres o mujeres, para actos torpes y
deshonestos, que entre sí mismos se hayan de cometer, en cualquier manera,
o para que sean terceros o terceras personas de otras personas, o tuvieren
con ellos o ellas pláticas y conversaciones ele amores ilícitos y deshonestos
en el acto de la confesión sacramental, o próximamente a ella, antes o
después, o con ocasión y pretexto de la confesión, o sin el dicho pretexto,
fuera de la confesión, en los confesonarios o cualquier otro lugar en que se
oigan confesiones o esté diputado o señalado para ellas..."*°.
También, las víctimas se veían obligadas a denunciar a los delincuen­
tes luego que otro sacerdote en el acto de la confesión, al enterarse de lo
sucedido, le negaba la absolución hasta que no hubiese concurrido ante el
Santo Oficio. Difícilmente una persona podía negarse a cumplir un manda­
miento de esa naturaleza, puesto que, aparte de la presión en el ámbito de
su conciencia, tenía la ya comentada obligación de confesarse una vez al
año. De no hacerlo, podía ser excomulgado y su nombre colocado en una
tablilla en la puerta de la parroquia ' 1. Los sacerdotes estaban instruidos so­
bre aquel procedimiento por los obispos y superiores de las órdenes religio­
sas, y además sabían que la Inquisición podía proceder contra ellos si no
actuaban de acuerdo con las instrucciones.3 1
40
9

39 ANCH. Inquisición, vol 488, fols. 119 y 142. Ver el apartado sobre la regulación pontificia.
José Toribio Medina, en su H is to ria c id T r ib u n a l d e la In c jtiis ic ió n d e I.m ui (Santiago, 1956,
t. II, p. 412), atribuye la publicación de esc edicto al aum ento de los casos, sobre todo en
Tucumán. Sin embargo, esa afirmación no tiene m ayor base, pues la gran actividad del
Tribunal en torno a este delito, que incluye la represión en Tucum án. •
s<->cierra a comienzos
del siglo XVII, por lo que hacia 1630 habían pasado más de 20 años sin que existiese una
preocupación especial de los inquisidores al respecto.
40 Jo sé Toribio Medina, H istoria d el T r ib u n a l d e la b n / n isiem n d e Lima. Fondo Histórico y
BibliográficoJ.T. Medina. Santiago, 1936, t. II, pp. tl2 - t ! 6 .
41 AUN, Inquisición, 1ib. 1027, fol. 30
En algunas oportunidades el proceso se inicia por una denuncia es­
pontánea del solicitante, que. ya sea por razones de conciencia o por tener
noticias que iba a ser denunciado. adelantaba a sus acusadores para tratar
de obtener un trato más benigno de parte del lribunal. Con todo, en lo que
respecta al Tribunal de Lima el numero de estos casos es muy bajo, al punto
de representar menos del ~~ por ciento de* las causas sobre las que tenemos
información. Por lo tanto, la gran mayoría de los procesos se originaron en
denuncias de las víctimas. Pero para que el Tribunal decidiera seguirle causa
a un sacerdote normalmente esperara a que se junten a lo menos dos denun­
cias, aunque de hecho, sobre todo después de 1380. procederá después de
tener 3 ó 4 de ellas. Solo liemos detectado una causa, seguida hasta la defi­
nitiva, con sentencia condenatoria, sustentada en un único testigo. Ella co­
rresponde a Fray Pedro de Aguirre, de la orden de Santo Dom ingo, que lúe
procesado en 1 Lo cierto es que la tendencia que primó claramente en
el Tribunal fue la de suspender las causas que tenían un solo testigo.
Una vez examinadas las denuncias en el Tribunal por los Inquisidores,
el representante del ordinario y dos consultores eclesiásticos, se votaba la
prosecución de la causa de estimarse que había méritos suficientes para ello,
se ordenaba la prisión del reo y se le conminaba a presentarse ante el 'Tribu­
nal43. Cuando esto último ocurría era normalmente puesto en las cárceles
secretas del Tribunal y de manera excepcional se le recluía en la celda de
algún convento de Lim a11. La permanencia en las cárceles secretas se exten-*3

AUN, Inquisición, lib 1032, ful. I " v.


3 Esta es una practica especial qu e utiliza el Tribunal, con autorización de la Suprema y no
sólo válida para este delito. Consistía en iniciar el proceso, en toda causa que no hubiere
manifiesta herejía ni bastante inform ación. ordenándoles a los reos que com parecieran por sí
mismos ante el Tribunal, sin proceder a la captura de ellos. 1.a autorización expedida por la
Suprema el 20 de diciem bre de 1 S“\> se otorgo ante la expresa petición de los inquisidores
de Lima, que hicieron presentes los inconvenientes y dificultades que se producían para
“prender a los delincuentes por la distancia que hay de unos lugares a otros". ANCH,
Inquisición, vol. 480, fol la.
Esto último aconteció en la causa de Ralael Yenegas, de la Compañía de Jesús, a quien en
1653 se le señaló por prisión una celda del convento de la orden en Lima, lo cual mereció
una censura de pane de la Suprema, debido a la gravedad de las denuncias. ANCH, Inquisición,
vol. 491, fol. 130 Con anterioridad a esa causa, hem os detectado varias otras en que al reo
se le asigna la celda de un convento por cárcel, com o por ejem plo, las de Fray Felipe de
Santa Cruz, de la orden ele la Merced, procesad o en 158 i; de Fray Antonio Ruiz. de la orden
de San Francisco, procesado en 158A la de Fray Diego de Chaves, de la orden de la Merced,
procesado en 1597; y la de Fray Francisco de Kiofrio. tam bién de la Merced, procesado en
día a veces hasta el término de la primera audiencia, pero con mayor fre­
cuencia hasta el inicio de la fase plenaria, cuando el pleito se sometía a
prueba. En ambos casos, al reo se daba un convento por cárcel, con orden
de mantener absoluto secreto sobre su causa y con prohibición de confesar
y administrar otros sacramentos e incluso de decir misa. En relación con los
testigos, los comisarios debían informar al Tribunal acerca de su honestidad
y forma de vida y, de acuerdo con esto, dar su parecer en cuanto a la
credibilidad de la testificación. Esto se anotaba al margen de la declaración
de cada testigo. Pero además, el comisario tenía que informar acerca ‘'de la
opinión y crédito en que estaba el confesor'0.
En las audiencias, se interrogaba al reo acerca de sus antecedentes
genealógicos, de su formación intelectual y de los hechos más significativos
de su vida, para concentrarse finalmente en la acusación de que era objeto.
Todos los interrogatorios a que era sometido el reo en las diversas audien­
cias estaban orientados a tratar de obtener su confesión, para lo cual cons­
tantemente se le amonestaba a que recorriera su memoria, examinara su
conciencia y señalara voluntariamente todo lo que hubiese dicho o hecho
contra la religión. Cumplida esa etapa, hubiese el reo confesado o no el
delito, el fiscal procedía a formalizar la acusación. En este tipo de causas, al
sacerdote se le acusaba de solicitante en los confesonarios, sospechoso en la
fe, sacrilego, perjuro, y falso y diminuto confitente, esto último siempre que
hubiese negado parcialmente las acusaciones. El fiscal, al fundamentar esos
cargos, señalaba que el reo “sentía mal" del sacramento de la penitencia al
no respetar la “pureza y santidad" con que debía administrarse, y tomarlo
como tapadera de sus “torpezas”. También hacía presente que tales hechos
iban en detrimento de la religión pues daban argumentos a los herejes y
turbaban y escandalizaban a muchas personas, que en vez de recibir la
gracia del sacramento eran tentadas a cometer mayores pecados. Continuaba
la acusación con una reseña minuciosa de todos los hechos y dichos de los

1597. AUN, Inquisición, lib. 1027, fol. 621; lib. 1028, Ibis. 108, 429, 531 y 558. C on todo, de
acuerdo a las instrucciones de 1577 específicas sobre este delito, se dejaba al arbitrio de los
inquisidores el decretar la reclusión de los reos en las cárceles secretas o en algún convento.
ANCH, Inquisición, vol. 499, fol. 23.
° Instrucción y orden que com unm ente han de g u a rd a r los C om isarios y N o ta rio s d el Santo
Oficio de la Inquisición del Peni. Recopiladas por Miguel Román de Aulestía. Lima, 1796,
quinta impresión, p. 9 .
que era acusado, de la que se omitían los datos que individualizaban al
testigo*6.
En la fase plenaria en la que debían presentarse las pruebas, se efec­
tuaba la ratificación de testigos, que se hacía ante el comisario que había
recibido la denuncia, ahora acom pañado de las denominadas personas ho­
nestas” es decir de u n o s funcionarios inquisitoriales que servían de minis­
tros de fe Esta etapa p or lo general, duraba bastante tiempo debido a las
dificultades que im ponían las distancias \ , por lo mismo, ocurría con cierta
frecuencia que algunos testigos no eran encontrados para su ratificación o
costaba m ucho tiem po ubicarlos. La m ovilidad que caracterizaría a un alto
porcentaje de la población de estos territorios sería, a juicio de los Inquisidores
de Lima, una de las razones q u e dilataban las ratificaciones* . Por otra parte,
en las solicitaciones de zonas apartadas, com o Tucum án, Chile, Paraguay o
Quito, podían pasar varios años entre la denuncia y la ratificación, a tal
punto que no era extraño que algunos testigos hubiesen fallecido. Así, en la
causa de Fray Ju a n de M ed in a, franciscano, residente en Chile, la primera
denuncia se efectuó el 3 de abril de 1578 y las ratificaciones se ordenaron en
1597, concretándose sólo una de las tres testificaciones originales, por muer­
te de una testigo e im posibilidad de ubicar a la otra*8. En Tucum án, donde
era frecuente que pasaran dos o tres años, e incluso más, entre la denuncia
y la ratificación, una cantidad significativa de testigos no era habida, sobre
todo en el caso de las mujeres indias, a causa de su fallecimiento. Ya José
Toribio M edina, en su historia sobre la Inquisición en las provincias del
Plata, reparaba en este fenóm eno**9, que afectaba a muchas indígenas jóve­
nes o de mediana edad. N o obstante ese problem a, la mayoría de las causas46 9
*8

46 Una amplia, aunque n o co m p leta, transcripción de una acusación fiscal en causa de solicitación
se encuentra en la o b ra d e jó s e T o rib io M edina H istoria clel T rib u n a l d el Santo O ficio de la
Inquisición en C hile. F o n d o H istórico y B ib lio g ráfico J.T . M edina. Santiago, 1952, pp. 448-
457.
En una nota incluida en las re la cio n e s d e cau sas de 1592, los Inquisidores señalan al Consejo:
“La dilación de los n e g o c io s e s a q u í forzosa m ás q u e en otra parte porque com o toda gente
de acá es de p aso, el testig o q u e se ex a m in a en una parte cuando se busca para ratificar
suele estar q u in ien tas leg u as y a v e c e s mil de d o n d e se exam in ó ”. AHN, Inquisición, lib.
1028, fol. 1 9 2 .
48 AHN, Inquisición, lib. 1028 ibis. 5 3 2 y 543- En esta causa, a pesar de tenerse sólo una
ratificación, se sig u ió hasta la definitiva, co n d e n á n d o se el reo a las penas habituales, debido
a que co n fesó su delito.
49 José Toribio M edina, E l T r ib u n a l d e l S a n to O fic io de la In q u is ició n de las P rorin cia s del
Plata. Imprenta Elzeviriana. S an tiag o , 1899, p. 125.
llegaba a término, porque por lo general el número de testigos era muy
elevado, superando la decena y en algunos casos el medio centenar, hasta
llegar una causa, de modo excepcional, a tener 90 testificaciones50. En con­
tadas oportunidades el reo fue absuelto de la instancia debido a que no se
dispuso de a lo menos la ratificación de dos testigos mayores de eclacP1.
Para su defensa, los reos podían asesorarse por abogados, que debían
elegir de la nómina que tenía el Tribunal para esos efectos. En estas causas
los “abogados de presos” eran eclesiásticos, con experiencia en materia de
derecho canónico. A mediados del siglo XVII se desempeñaban com o tales
en las causas de solicitación de este tribunal los eclesiásticos Alvaro de Ibarra,
catedrático de prima de leyes de la Universidad de San Marcos, y Alonso
Coronado, catedrático de víspera de cánones de la misma Universidad. De
las relaciones de causas se desprende que los solicitantes, en su defensa, a
veces interponían tachas a los testigos de la acusación. En algunos casos
alegaban que las declaraciones en su contra eran efectuadas por mujeres de
“mal vivir”, rameras, gente vil, de poca capacidad, y que por lo tanto no
merecían créditoS2.
En relación con la tacha de testigos, el argumento que más se esgrime
tiene que ver con la capacidad y fiabilidad de los indígenas. El Tribunal, en
una primera etapa, no reconoció validez jurídica a las testificaciones de las
mujeres indias, por considerar que sus declaraciones no merecían fe. Pero

50 En la causa de Fray Diego Chaves, mercedario. residente en la provincia de Tucum án y


procesado en 1597, se ratificaron 90 testigos; los inquisidores dijeron de él "que com o no
fuese vieja o fea que a todas las (indias) había solicitado y que a muchas de ellas había
conocido carnalmente”. (AUN, Inquisición, lib. 1028, fols. 531v-. 558 y 593>- En la causa de
Fray Alonso Díaz Vizarro, franciscano, residente en la provincia de Tucumán, testil¡carón 2
personas (AUN, Inquisición, lib. 1028, fols. 531 v y 559). Hn la causa de Francisco de Riofrio,
ya citada, 7 testigos no se ratificaron por haber fallecido. Kl mercedario de la provincia de
Tucumán, Alonso Díaz, tuvo 41 testificaciones de mujeres indias, de las cuales se ratificaron
20, otras 20 habían fallecido y una no fue ubicada (AUN. Inquisición, lib. 1028, tols. 557v y
595). Andrés Corral, franciscano, residente en la Villa de las Juntas, Tucumán, iue testificado
por 31 mujeres indias, de las cuales 16 se ratificaron y 6 fallecieron antes (Al 1N. Inquisición,
lib. 1029, fol. 79)
51 Causas de Miguel Jerónimo Caro ( 1603) y Francisco Guillen Chaparro ( 1604). AUN, Inquisición,
lib. 1029, fols. 138; 333 y 335.
Causas de Juan Angulo Cabrera, seguida en 1580 (AUN, Inquisición, lib. 1 0 2 8 , tol. 291vO;de
Manuel de Ortega, seguida en 1604 (AHN, Inquisición, lib. 1029. fol. 138); de Rafael Venegas,
seguida en 1658 (Manuscritos de José Toribio Medina, t. 283, fol 312. biblioteca N acional de
Chile); de Martín Morante, seguida en 1707 (José Toribio Medina. Historia... tic la Inquisición
de Urna. op. cit. t II. p. 203).
p o r carta acordada d e 9 d e d ic ie m b re d e 1^S3. la S u p rem a le o rd e n ó al
Tribunal que aceptara tales testificaciones y p ro c e d ie se en consecuencia contra
quienes habían sido denunc iad os p o r in d ígen as. La S u p rem a estim ó qu e. d e
mantenerse el predicam ento del lr ib lin al, p o d ía n d e ih a r s e g ia x e s inconxe-
nientes “al entender los tales c o n fe s o re s q u e c o m e te n a q u el delito q u e n o se
procede contra e llo s'. Para m ilita r el p ro b le m a de* la fiabilidad de elidios
te s tig o s , la Suprema le advirtió q u e con sid erara su n u m e io \ q u e tratara de
"entender su trato y m o d o d e vivir”""* ^*<)n todo, el liib u n a l. si bien a futuro
aceptará las denuncias d e e so s testigos, m an ten drá una chira desconfianza
hacia sus testificaciones, lo q u e se reflejará a lg u n a s u v e s en las pen as im­
puestas a los delincuentes. Así. en lus relacio n es d e cau sas correspon dien tes
al año 1600, los inquisidores, para justificar u n as sa n c io n e s diferentes a las
establecidas en las instrucciones, m anifiestan a la S u p re m a q u e la calidad de
las indias es que es gente m uy fácil y m entirosa y q u e a c u a lq u ie ia cosa q u e
los quieran inducir lo hacen y d icen T hl a n o anterior, el tribun al había
absuelto de la instancia al c lé rig o L e d ro d e \ ietoria. d o ctrin ero en Nasca.
entre otras razones p o rq u e las testigos eran indias y p o r lo tanto gente p o c o
co n fia b le 55. Una situación sim ilar se p r o d u c e en 1003 en la causa d e M iguel
Jerónimo Caro56.
Si el propio Tribunal tenía d esco n f ianza d e las in d ígen as, con m ayor
razón los acusados trataban d e d e s c o n o c e r el v a lo r p ro b a to rio d e sus testifi­
caciones. Concretamente, en la causa d el jesuíta A le ja n d ro Y en egas, d e San­
tiago de Chile, el a b o g a d o d e p re so s A lv a ro d e 1barra sostien e q u e los testi­
gos deben ser de bu en as costu m bres, n o g e n te vil. ni d e mal vivir, ni d e corta
capacidad, fáciles o inconstantes; en su m a n o p o d ía n tener e x c e p c io n e s
mayores y su núm ero, para p ro b a r en p len itu d el delito, d e b e ría ser cuatro a
lómenos. Pues bien, dich o a b o g a d o estim a q u e , en esa causa, los testigos n o
eran suficientes ni p o r su n ú m e ro ni calid ad . C o n resp e c to a este último
aspecto hizo presente q u e a lg u n o s eran in d ígen as, q u e se caracterizaban p o r
su falta de capacidad y p o r la facilidad con q u e ju raban y testificaban contra 5
3

53 ANCH, Inquisición, vol. 4 8 6 , fol. 133.


-1 No obstante esas e x p re sio n e s, los m ism o s in q u isid o re s a g re g a n q u e e n lo s c a s o s referid os
piensan que las indias han d ic h o la v erd ad ; p e ro p o r o tra p a rte, la s a n c ió n q u e re cib e n los
solicitantes, por lo m en o s en un a s p e c to , e s m as le v e AHN, In q u isic ió n , iib. 1029. to l.83-
AHN, Inquisición, lib. 1028, ful. S -ilv .
íbid., lib. 1029, íol. 1.38v y 3 3 3 b'n 100-t, a R o d rig o cióm e/, d e O jéela s e le d io m e n o s pena
por ser indígenas las testigos, Al IN. In q u is ic ió n , líl>. 1 0 2 9 , Iol 138,
otros. 'Iodo lo cual, dicho abogado lo fundamenta ce>n la <>pinión ele Solórzano
Pereira, de quien cita su Política Indiana ( Lib. 2°. cap. 28), en la parte que
señala que 6 indígenas tienen la fuerza de un testigo'' .
A la hora de plantear excepciones, los reos y* sus a b o g a d o s a veces
también descalificaban a testigos o comisarios argumentando que eran ene­
migos suyos. Así ocurre, por ejemplo, en la causa del clérigo Juan de
Echavarría, procesado en 1572. quien señaló que el provisor y el notario del
Cuzco eran sus enemigos capitales'’8; una situación similar se plantea en la
causa del dominico Juan de Cobeñas, residente en Chile y p ro c e sa d o en
1579, que pretendió tachar a ciertos frailes de su orden por considerarlos sus
enemigos^9. Los franciscanos Antonio de Oliva y Andrés Corral, residentes
en la provincia de Tucumán y procesados en 1598 y 1600 respectivamente,
alegan que el comisario era su enemigo00. Con todo, la defensa d e lo s reos
debía probar las tachas aducidas, por lo que el Tribunal no podía aceptar la
simple declaración del acusado para rechazar una testificación. A ú n m ás, en
el siglo XVIII, debido a que en algunas causas el Tribunal aceptó las excep­
ciones de los reos sin que hubiera probanza, la Suprema le o r d e n ó que,
siempre que éstos no esgrimieran pruebas al respecto, procediesen d e oficio
a su justificación*5
01. En el siglo anterior, específicamente por carta d e I o de
6
9
octubre de 1662, la Suprema le había ordenado al Tribunal, tam bién a raíz
del procedimiento seguido en una causa de solicitación, que n o admitiere
tachas de deshonestidad contra mujeres casadas. Y en caso de q u e tuviese
dudas respecto a los testigos, le recomendaba qu e volviese a informarse
verbalmente sobre el “crédito que debe dárseles”02.
Los reos, en su defensa, tenían derecho a presentar testigos q u e decla­
raran a su favor. Con esos testimonios se pretendía contradecir las acusacio­
nes del fiscal, justificar las tachas alegadas o resaltar la buena rep u tació n de
que gozaba el acusado. Por lo general, los reos citaban com o testigos a gente
principal, que no mereciera reparos en cuanto a su fe y crédito. P ero el
Tribunal no podía considerar con valor probatorio absoluto las cieclaracio-

Manuscritos de Medina. Biblioteca Nacional de Chile (MM ), t. 283, fot. 318.


AHN, Inquisición, lib. 1027, fol.33.
59 IbicL, fols. 236 y 274.
60 AHN, Inquisición, lib. 1028, fols. 558v y 601; lib. 1029, fol. 79.
61 Vt;r el capítulo "Notas sobre el procedimiento inquisitorial d esd e la persp ectiva d e l Tribunal
de Lima”.
02 ANCH, Inquisición, vol. 491, fol. 130.
nes de personas que tenían relación ele amistad con el reo. Aún más, cuando
los inquisidores, en 1655, en la causa de Rafael Venegas, acogieron las tachas
alegadas p o r la defensa basándose en testigos que eran discípulos y amigos
del sacerdote, fueron gravemente reprendidos, ordenándoseles que en lo
sucesivo n o cometieran esas irregularidades63.
E n las causas de solicitación, la defensa concentraba buena parte ele
su esfuerzo en demost rar que los actos de que era acusado no correspondían
a ese delito. La gran mayoría de los reos tendía a reconocer rápidamente Jos
actos deshonestos que se le imputaban; sin embargo, rechazaban que ellos
fueran constitutivos del delito en cuestión. En algunas oportunidades la de­
fensa se limitaba a sostener que no había existido mala intención o que no se
pretendió hacer mal uso clel sacramento de la penitencia6*. Pero, habitual­
mente, los reos alegaban que los hechos ilícitos se habían cometido fuera de
confesión o que nunca se habían efectuado con pretexto de ella65.
En ese sentido resulta muy interesante la causa seguida en 1653 a
Rafael V enegas, tanto por los argumentos que esgrime la defensa como pol­
la cultura jurídica q u e refleja. En ella, el abogado de presos trata de demos­
trar qu e los hechos imputados a su defendido no correspondían a los sancio­
nados p o r las bulas papales. Para que el reo quedara comprendido en la
situación ele ser solicitante antes de la confesión, como indican la bulas, el
abogado estim aba qu e era “necesario que la solicitación o acto carnal sea
inmediato al d e la confesión, sin que medie otro acto diferente, ni pase
tiempo a lg u n o ”. Com o, de acuerdo con su parecer, ele las testificaciones se
desprendía q u e eso no se daba, el reo no “incurría en dichas bulas”. Toda
esa argumentación era fundamentada con la opinión de los “doctores*’ Sánchez,
Freitas, Sousa, Castro Palao y Juan de la Trinidad, que se caracterizaban por
ser especialistas en teología moral y, por lo menos uno de ellos, autor de un
tratado específico sobre el delito de solicitación66. La acusación fiscal, de

63 Ibicl.
64 Causas de C lem ente de Peñalver (1582). AUN, Inquisición, lib. 1027, fol. 275; de* Ksteban
Zapata (1 7 4 9 ), AUN, Inquisición, leg. 1656, exp. 2.
65
Causas d e Ju a n de C obeñas ( 1579); Rodrigo Barba (1583); Antonio Ordóñcz de Villaquirán
(1584); Pablo Rodríguez d e Padilla ( 1599>; Juan Prieto (1600); Bartolomé de la Cruz (1600);
García de Torres (16 0 3 ). AUN, Inquisición, lib. 1027, fols. 89, i()8. 56 j; lib. 1028, fol. 559 y
587; lib. 1029, fols. 74, 7S v 355.
íal es el ca so , p or eje m p lo d e Antonio de Sousa, autor de la obra Ofniscuhnn circa
constitucionem s u m m i p o n tific is P a u l i l ni confessaris cu! acias inhonestos foem i ñas in
sacram entan confessione allicentes. t íllissipone, 1623
1 1 . . . . . . i i . r .- t por la defensa dicien-
haber solicitado simulando la confesión, es contestaos i
, „ T . . iciuello hubiese acon-
do que, según el tratadista lomas Hurtado, para que ‘ 1
.. K . . . . .. .i-i se de golpes en los
tecido ‘es necesario que de orden su va la solicitaos
. i . , i- , . > ,-sta confesando y junta-
pechos y se persigne haciendo y fingiendo que se
, . , , . c ' . - . . . aparente con ánimo de
mente el solicitante le haga la forma de la a b s o l u c i ó n • »
, . . . . . .i confesando”. Como esa
dar a entender y enganar a los circundantes que esta L
situación no ocurno, al• decir
i . del
i i abogado
i i Alvaro
*i l#. [barra,
de n tampoco en este
ii i- ' i , . i v~,. ,, . '.irinio. Ia defensa también
caso debe aplicársele la bula de Gregorio XV. roí ui 1,1
. . . . . . .\ . . . . . ,i conocer carnalmente a
trataba de negar que hubiese existido solicitación ai
. r „ jo había confesado, la
una mujer en el confesonario, como el propio r e o 1
. . . , señala que aquello no
argumentación no deja de ser curiosa; al respecto s<- •
/ ,, i • i i , i i , tal viese o entendiese,
obsta porque lo primero no hubo gente delante q ta­
lo segundo no fue con hija de confesión, ni jamás trato de confesarla, ni fue
simulando confesión, sino estando los dos en pie, ni *LK dentm del confeso
nario sino a la puerta para cautelar y prevenir si viniese alguna gente . ^ , en
consecuencia, por esos motivos, que se fundan en la opáhon coincidente de
los tratadistas, entre los que cita a Tomás I lunado y j lKin *a lenidad, no
i* "(i
se incurre en dichas bulas, ni contra sospecha en la te
En suma, como los solicitantes estaban conscientes de que a la Inqui­
sición no le interesaba conocer los hechos que* atentaran contra la abstinen­
cia del clero, salvo que ocurrieran con motivo de la confesión, no tenían
inconveniente en confesar tales situaciones, pero tratando de dejar en claro
que habían acontecido fuera y sin relación con el sacramento. Con todo, el
Tribunal rara vez acogerá ese tipo de argumentos y cuando lo llega a efec­
tuar recibe la reprimenda del Consejo de la Suprema, como acontece justa­
mente con la causa del jesuíta Venegas, que comentamos08.
En cuanto a las penas que imponía el 'Iribúnal a estos delincuentes,
por lo general correspondían a las que estaban estipuladas en las instruccio­
nes especiales que en 1577 le había hecho llegar la Suprema. Los jueces,
siempre que consideraran que el delito había sido probado, condenaban al
sacerdote a abjurar de levi y a oír la lectura de la sentencia en la sala de la
audiencia del Tribunal, en presencia de los párrocos y de sus compañeros
confesores y de los prelados de las órdenes, si era del clero regular. Las
penas que casi nunca estaban ausentes eran la prohibición de confesar a6
8
7

67 MM, t. 283, fols. 307, 320 y 321.


68 ANCH, Inquisición, vol. 491, fol. 130. Carta de la Suprema al Tribunal de 1° de octubre de
1662.
D J O A N N IS
f S C O B R
A CORRO U. J. D.
IN L L E R I N E MS I P R I M U M , D E I S D E IS
CufdabctUi PrxiUJO 1 LnfuUuom ,

T R A C T A T U S T R E S POSTERIORES
UE C O N K S S A l U h SOLLI CI TANTI BUS
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Tratado sobre el delito de solicitación en el confesonario


de Joan n is Escobar a Corro. Lugduni, 1737.
B iblioteca Nacional de Chile.

perpetuidad hombres y mujeres, el destierro de los lugares en que había


cometido los delitos, la reclusión por un tiempo determinado en algún
convento y, de ser regulares, la ocupación del último lugar en el coro y
refectorio y la privación de voz activa y pasiva. A ello se sumaban diversas
penitencias, que iban desde los ayunos hasta las disciplinas, pasando por el
rezo de los salmos penitenciales todos los viernes durante cierto tiempo.
No obstante lo anterior, muchas veces el Tribunal en este aspecto se
alejó de las normas generales, imponiendo penas distintas a las establecidas
por la Suprema. Los inquisidores, amparándose en el arbitrio judicial que les
reconocía la instrucción de 1577 sobre algunas penas, alteraban otras que
eran inamovibles. Como lo hemos señalado en páginas anteriores, a los
jueces se les reconocía autoridad para fijar a su arbitrio la duración del des­
tierro, el lugar y tiempo de reclusión, la imposición de disciplinas y el tipo de
penitencias; todo lo cual iba a depender “de la calidad de los delitos y grave­
dad y frecuencia de ellos e otras circunstancias que pueden mover a usar de
rigor o moderación”. Empero, en la misma instrucción se precisaba la forma
corno debía efectuarse la notificación de la sentencia y se advertía “que en
cualquier evento los tales reos han de abjurar de levi y ser privados perpe­
tuamente de la administración del sacramento**^.
El Tribunal, en algunas ocasiones no impuso la pena de privación
perpetua de confesar por considerar que había circunstancias atenuantes,
como la avanzada edad del reo, estado de salud o ignorancia del delito
Esto último fue lo que argumentaron los inquisidores en la causa de Juan de
Cobeñas, para suspenderlo por 8 años de confesar mujeres, no obstante
haberse probado el delito por varios testigos y confesión parcial del reo. La
Suprema, informada por la relación de la causa, modifica la sentencia y hace
presente al Tribunal que, al fraile en cuestión, le “manden no confiese muje­
res perpetuamente, no obstante lo que se proveyó en este negocio”6
01*. A la
7
9
Inquisición de Lima, sobre todo en sus primeros años de funcionamiento, se
le hacía difícil imponer la pena de privación perpetua de confesar a los
espontáneos o a los testificados por indígenas. Estimaba que esa sanción, en
estas tierras, era de una dureza extrema, porque los sacerdotes quedaban
“imposibilitados de tener doctrina en toda su vida”, es decir de acceder al
principal medio de subsistencia para un clérigo 2. En otra causa, los
inquisidores no se ajustan a esa pena, ni a la publicidad de la sanción, con el

69 ANCH, Inquisición, vol. 499, fol. 23.


70 Causas de Francisco Calvez (1594); Clemente de Penal ver ( 1582); y Juan de Cobeñas (1579).
AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 291; lib. 1027, Ibis. 8 9 , 236 y 273.
71 AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 230; 274.
Causas de Joan de Valdivieso (1597) y Antonio H ernández de Villarroel (1576). AHN,
Inquisición, lib. 1028, Ibis. 532 y 584; lib. 1032, fol 19.
objeto cié proteger la imagen de una orden religiosa. Esto aconteció en la
causa seguida al jesuíta Miguel Fuentes en 1581; respecto de la cual, aquéllos
expresan, para justificar el proceder, que por carta enviada por el Inquisidor
General de 25 de agosto de 1580 se les mandaba que tuviesen “cuenta con
honrar y favorecer las cosas de los de la Compañía y porque las testificacio­
nes de haber solicitado in acíit confes ioiiis no son muchas mujeres’'73.
Esa inquietud del Tribunal por proteger la imagen de determinadas
órdenes religiosas con la disminución de las sanciones, también está presen­
te en otras causas de este tipo. Así, a fines del siglo XVI, ante los numerosos
procesos que involucraban a miembros de las órdenes de San Francisco y de
la Merced, el Tribunal optó por no ratificar las sentencias ante los curas y
prelados de las órdenes, porque “como han salido tantos están muy lastima­
dos y para el ejemplo de otros ha habido bien de que poderle tomar...’*, a lo
que se agrega “la calidad de las indias, que es gente muy fácil y mentirosa”747
.
6
5
Una situación parecida aconteció en la causa del franciscano Pedro Pacheco,
condenado en 1598 por solicitar a varias monjas del convento de la Concep­
ción de Lima. Los inquisidores en la relación de esa causa al Consejo le
señalan que “la razón por lo que no se leyó la sentencia definitiva ante los
prelados de las órdenes y sus compañeros confesores y curas de las parro­
quias fue por la honra del monasterio de las monjas de la Concepción que
esta aquí con muy buena opinión” \
También en relación con las penas, el Tribunal interpretó durante
bastante tiempo que la prohibición de confesar perpetuamente establecida
en las instrucciones de 1577 y reiterada por cartas acordadas se refería sólo a
las mujeres, quedando al arbitrio de los jueces el hacerla extensiva a los hom­
bres. En la práctica, la prohibición perpetua se limitó de manera preferente a
las mujeres, imponiéndose, con mayor frecuencia, respecto a la confesión de
hombres una suspensión que variaba entre 2 ó 4 años 0. A la vista de tal expe­
riencia, la Suprema consideró que esa práctica del Tribunal producía nume­

73 AUN, Inquisición, lili. 1027, 195. También, Medina, Inquisición de Lima, op. cit., i. I. p. 181.
74 AUN, Inquisición, lib. 1029, fol. 83.
75 Ibid.y lib. 1028, fol. 528v.
76 Con todo, a veces también se impuso la prohibición perpetua de confesar hombres, como
acontece en las causas de Joan Silvestre (1597); de Alonso de Mendoza; de Francisco de
Mesa; y Diego de Chaves, entre otros. Igualmente, en ciertas oportunidades, la suspensión se
extendió incluso por 8 años, com o ocurrió en la causa del agustino Cristóbal de ,..(1662).
AUN, Inquisición, lib. 1028, fol. 532 y 580v; 289; 559 y 589. Lib. 1031, fol. 491.
rosos inconvenientes “con descrédito de los mismos confesores ’, que que­
daban en una situación desdorosa ante los penitentes al aparecer adminis­
trando el sacramento de manera limitada. Kn vista de ello, por carta acordada
de 12 de enero de 1708. le ordenó que en todas las causas “que en adelante
se ofrecieren de esta calidad y os pareciere corresponderles la privación de
confesar sea perpetua y comprensiva igualmente de hombres y mujeres”77.
No obstante esas sentencias, que a veces tendían a mitigar la penali­
dad'8*, 1o cierto es que las sanciones impuestas a estos delincuentes por el
Tribunal tenían graves implicancias para los afectados. Desde ya, como se ha
explicado, quedaban privados de obtener beneficios eclesiásticos, por lo
que la subsistencia material se les hacía muy difícil, sobre todo en el caso de
los seculares. Los regulares tenían asegurado el sustento por su convento,
aunque como contrapartida debían aceptar una situación tremendamente
humillante. Pero incluso a ellos a veces también se les presentaban difíciles
situaciones económicas, como la que hace presente el dominico José Hurtado,
que en 1795 suplica de la sentencia, solicitando que se le habilite “para predi­
car, confesar y obtener los oficios de su religión, debido a que se halla pade­
ciendo bastantes necesidades por faltarle los auxilios que adquiría con los
sermones con los que mantenía a su pobre madre viuda" 7 La infamia en que
caían era otro de los aspectos que resultaba muy duro para estos reos. Incluso,
pareciera que algunas órdenes los expulsaban. Así. por lo demás, lo señala la
defensa de Rafael Venegas, cuando expresa que cualquier pena que llegara a
ser conocida por sus prelados, aparte de ser “gravísima por la infamia que
contrahería en su religión y luego al punto sus superiores le repelerían de
ella”, lo que podría significar “la ruina de su vida y riesgo de su salvación’80.

77 AUN, Inquisición, lib. 498, fol. 249. Hacia el año 1600, d Tribunal impuso a tres reos de
solicitación, en caso de quebrantamientos de las sanciones, la pena de galeras por tiempos
variables, en vista de la gravedad de las faltas que? bebían com etido. En comunicación al
Consejo, señalan que merecían esa pena pública. Pcm dado que las instrucciones no la
establecían y que las sanciones no debían tener ese carácter, se limitaron a imponerla en
caso de quebrantamiento. AUN. Inquisición, lib. 1028. fol. b()ín .
K También se dieron casos en que la Suprema estim o q lR‘ *a PL‘na Supuesta cía excesiva, como
aconteció en la causa de Cristóbal de ..... de la orden de San Agustín, condenado en 1662,
además de las sanc iones ordinarias, a no decir misa durante ú años. ANCdl, Simancas, vol -t,
fol. 183.
' AHN. Inquisición, leg. 2216. N° 6 y lib. 1026. año l -7^ *
«o MM, t. 283, fol. 324. Esas consecuencias permiten com prender por qué algunos sacerdotes,
no obstante haberse probado el delito, insistan en peñir un;1 revisión de la sentencia, en un
afán por mitigar las sanc iones.
5. La actividad represiva

La información estadística de este apartado ha sido elaborada a partir


de las relaciones de causas, a las que se agregan las alegaciones fiscales para
el siglo XVI1IS1. Los cálculos efectuados no pasan de ser meras aproximacio­
nes, pues si bien las relaciones cubren satisfactoriamente gran parte de la
historia del Tribunal, puede que más de alguna se haya extraviado. Además,
la revisión de las relaciones presenta variadas dificultades, originadas en una
documentación en mal estado y en un delito que a veces va asociado a otros,
lo que contribuye a que se cometan errores y omisiones en la recopilación
de los datos. Para determinados análisis y comparaciones recurrimos a las
cifras que entrega Jaime Contreras en su estudio sobre Las cansas defe en la
Inquisición española , confeccionado también a partir de las relaciones de
causas. Aunque los datos que entrega ese trabajo sobre la solicitación en
Lima son inferiores a los nuestros, tienen la ventaja, por abarcar los diferen­
tes delitos y tribunales, de permitir las comparaciones sobre una base esta­
dística común.
En la represión de este delito por el Tribunal de Lima, a partir de un
universo de 129 causas detectadas, pueden distinguirse tres fases: La prime­
ra, se extiende desde 1570 hasta 1615 y en ella se concentra la mayor parte
de las causas ele solicitación que se ventilan en este Tribunal a lo largo de
toda su historia. Según nuestras investigaciones, para ese período hemos
ubicado 81 causas, que representarían el 62,8 por ciento de todas las de ese
delito que conoció el Tribunal. Con todo, la solicitación no está entre las
causas que concitaron la mayor atención de los inquisidores de Lima. Las
cifras de Jaime Contreras nos muestran que sólo significaron un 8,6 por
ciento del total de las causas de fe vistas por el Tribunal en esos años.
Tal como se aprecia en el cuadro, entre los delitos que concentran la
actividad represiva del Tribunal se destaca, en primer lugar, el de proposicio­
nes. La preponderancia que tiene en esta primera etapa se explica porque el
Santo Oficio al establecerse en una región tendía a desterrar rápidamente
todas aquellas manifestaciones u opiniones erróneas desde el punto de vista

Hl bis alegaciones fiscales corresponden a resúmenes de procesos que efectuaba un relator del
Consejo de la Suprema, para que este ratificara la sentencia dictada por el Tribunal de
distrito. Forman parte de una modificación en el procedimiento inquisitorial acontecida en el
siglo XVIII, que estableció la ratificación del Consejo para todas las sentencias dictadas pol­
los tribunales.
C a u sa s d e fe e n el T r ib u n a l d e L im a .
P e r ío d o 1 5 7 0 - 1 6 1 4

Proposiciones 283 37,1%


Bigamia 100 13,0%
Judíos 78 10,1%
Santo Oficio 73 9,7%
Solicitación 66 8,6%
Superstición SO 6,4%
Luteranos 47 6.1%
Musulmanes 2 0.3%
Varios 67 8,7%

Total 770 100

F u e n t e : Jaime Contreras, Las ca u s a s ele f e e n la Inquisición e s p a ñ o la : 1570-1700.


Análisis de una estadística. Versión mecanografíe;!. Copenhague. 1979, p. 28. Se ha
conservado la tipología delictiva que presenta el autor.

doctrinal, que se decían mas que nada por ignorancia y que podían facilitar
la penetración de herejías formales. La persecución de la bigamia, que apa­
rece en segundo término, obedece a las mismas razones anteriores, con el
agregado de que estos territorios, por su lejanía, extensión y peculiaridades
migratorias, se prestaban para la perpetración de dicho delito. Otro delito
que despierta el interés inquisitorial es el judaismo, cuya represión está vin­
culada a la presencia de grupos de inmigrantes de ascendencia portuguesa.
También resulta importante en esta etapa la represión a aquellos que dificul­
taban la jurisdicción del Santo O ficio, lo cual era consecuencia de la necesi­
dad inicial que tenía de hacerse respetar e incluso temer.
La segunda fase se extiende de 16 J 6 a 1735 y se caracteriza por una
paralización casi total de la actividad represiva hacia los solicitantes. Para
esos extensos 119 años sólo hemos detectado 12 causas de ese tipo y, aún
más, según nuestras pesquisas, entre 1616 y 1655 el Tribunal no habría pro­
cesado a ningún solicitante. Con todo, eso no implica que la Inquisición de
Lima hubiese estado inactiva, muy por el contrario, en aquellos años se
produce un intenso movimiento represivo, que se centra prácticamente en
un único delito. El Tribunal orienta la casi totalidad de sus recursos humanos
y materiales a la persecución de los falsos conversos de origen portugués.
Aparte de los factores religiosos que motivan esa acción, hay otros de carác-
ter económico, que explican la unilateralidad con que actuó el Tribunal.
Daclo que la mayoría de los judaizantes se dedicaban al comercio, algunos
con gran éxito, las confiscaciones de sus bienes, por la magnitud de recursos
involucrados, se transformaron para el Tribunal en un objetivo prioritario, en
la medida que podían implicar, y de hecho así ocurrió, una gran solución a
sus problemas financieros82. En esta segunda fase, los otros delitos en los
que se concentra la actividad, según las estadísticas de Jaime Contreras, son
la bigamia, que representa más del 17 por ciento de todas las causas, y las
proposiciones, que significan el 12,6 por ciento de ellas, en un notorio des­
censo con respecto a la fase anterior. En cambio, las causas de solicitación
escasamente corresponden al 2,2 por ciento del total.

C au sas d e fe e n e l T rib u n a l de Lim a.


P e río d o 1 6 1 5 -1 7 0 0

P r o p o s ic io n e s 51 1 2 ,6 %

B ig a m ia 71 1 7 ,5 %

J u d ío s 145 3 5 ,7 %

S a n to O fic io 16 3 ,9 %

S o lic it a c ió n 9 2 ,2 %

S u p e rs tic ió n 69 17,0%
L u teran o s 10 2 ,5 %

M u s u lm a n e s 0 0 ,0 %

V a rio s 35 8 ,6 %

T o tal 406 100

Fuente: Jaime Contreras, op. cit. Las estadísticas de este autor llegan sólo hasta el año
1700.

La tercera y última fase se extiende de 1736 a 1820 y se caracteriza por


un aumento significativo en el número de procesados por este delito con res­
pecto a la etapa anterior. Nuestras recopilaciones nos han permitido ubicar
35 causas de solicitación, que consideradas de manera aislada pueden parecer

82 Ver capítulo sobre “Las confiscaciones de la Inquisición de Lima a los judeoconversos de “la
gran complicidad" de 1635".
una cantidad exigua, pero vistas comparal iva mente con Jos demás delitos
esa percepción cambia de forma sustancial. !)e hecho, la solicitación se trans­
forma, a partir de mediados del siglo X V I íl, en el delito que concentra la
mayor parte de la actividad represiva del Tribunal. En efecto, si tomamos los
datos disponibles para el período 1750-1820, la solicitación representa el 27
por ciento de las causas, seguida por la bigamia, con el 25,7, las proposicio­
nes con el 13,5 y la hechicería con el 9,5 por ciento. Estas cifras nos muestran
una reorientación de la actividad del 'Iribúnal, el cual, ante la desaparición
de los herejes por antonomasia, se vuelca hacia quienes realizan acciones o
emiten opiniones sospechosas de herejía. Entre estos últimos, la solicitación
aparece como el delito más perseguido debido, por lo menos en parte, a las
orientaciones de la Suprema, que cada cierto tiempo hace llegar algunas ins­
trucciones al respecto, como las referentes a los confesonarios y la que daba
a conocer la bula de Benedicto X IV de 1 7 4 l*\ La represión del Tribunal de
Lima a los solicitantes también hay que verla dentro de una política que
tiende a mejorar el comportamiento del clero. De hecho, además de ese delito,
en esa época se perseguía a los falsos celebrantes y a quienes se casaban
siendo sacerdotes. Con todo, no hay que perder de vista que la actividad
global del Tribunal en esta tercera fase es m uy limitada con respecto a las
dos anteriores. El número total de procesados es sustancialmente más bajo y
es en ese contexto, en que la solicitación, junto a la bigamia, las proposiciones
y la hechicería, ocupan el centro de las preocupaciones del Tribunal.
Para efectuar un análisis com parativo con los demás tribunales
inquisitoriales, nos topamos con un serio inconveniente derivado de la falta
de información para el siglo X V III y comienzos del X IX . El trabajo de Jaime
Contreras sólo cubre hasta el año 1700, debido a que las relaciones de cau­
sas dejan de enviarse a partir de esa fecha. En resumidas cuentas sólo dispo­
nemos de referencias completas para el caso de dos tribunales peninsulares,
los de Toledo y Cuenca. Para el resto, como está dicho, disponemos de
información hasta 1700. Sin embargo, a pesar de esas limitaciones, es posible
apreciar algunas correlaciones entre lo que acontece en la península y la
situación que se da en el Tribunal de Lima. En primer lugar, en aquellos
también se aprecia una etapa inicial, considerada desde el momento que el

M En las causas del franciscano Diego de Chacón y del clérigo Vicente Gómez de Castilla,
vistas en 1759, tanto la defensa de los reos com o la Suprema hacen referencias expresas a
esa bula. AUN, Inquisición, leg. 1656, exp. 1; leg. 2209, N" 10.
C a u sa s d e fe e n el T rib u n a l de L im a.
P e río d o 1 7 0 0 -1 8 1 8

1700-1749 1730-1818

Proposiciones 32 10,1% 10 13,5%


Bigamia 83- 26,3% 19 25,7%
Judíos 7 2,2% 0 0,0%
Santo Oficio 3 0,9% 1 1,4%
Solicitación 17 5,4% 20 27,0%
Superstición 83 26.3% 7 9,5%
Luteranos 24 7.6% 1 0,0%
Musulmanes 0 0,0% 0 0,0%
Falsa celebración 16 5,1% 9 12,1%
Libros prohibidos 0 0,0% 4 5,4%
Varios 12 3,8% 3 4,1%

Total 316 74

Fuente: Rene Millar, La Inquisición ele Lima en los siglos ArV7// y XIX. Tesis doctoral,
inédita, Universidad de Sevilla, 1981.

Santo Oficio asumió la jurisdicción sobre el delito, hasta 1620 aproximada­


mente8'. En ella figura, en términos absolutos, un numero importante de
procesos de este tipo, que en el caso del Tribunal de Toledo llegan a los 67
y en el Cuenca a 348\ Con todo, su significación con respecto al resto de los
delitos es todavía menor que en la Inquisición del Perú, pues esas cifras
representan porcentajes inferiores al 3 por ciento del total de las causas
tramitadas por ellos. Sin lugar a dudas, en ese período y para dichos tribuna­
les, la solicitación era un delito marginal, que revestía menos interés que
para el de Lima.

H1 La periodificación que planteam os para los tribunales peninsulares no corresponde


exactamente a la que proponen los autores que estudian aquellos tribunales, pero la
elaboramos a partir de la información estadística que ellos aportan.
HS Jean Pierre Dedieu. “Les causes de foi de Llnquisition de Toléde (1483-1820)*’. Mélanges de
la Casa de Velázquez. Tome XIV (1978), appendice II. Adelina Sarrión, op. cit., p. 78. Esta
autora, merced a la riqueza documental que se conserva del Tribunal de Cuenca, pudo
realizar un análisis muy profundo con respecto a la significación que para él tuvo el delito en
cuestión, al tener acceso no sólo a los procesos incoados, sino también a las denuncias
efectuadas, muchas de las cuales no daban origen a la formación de causa.
Otra etapa puede distinguirse en los tribunales peninsulares indica­
dos, la que se extendería en términos generales desde la década de 1620
hasta la de 1730. Lo más característico de ella es que, después de unas tres
décadas de cieito retroceso, en ambos se mantiene una actividad más o me­
nos constante y en niveles levemente inferiores a la anterior. Con la diferen­
cia que en esta última, las causas de solicitación han incrementado su inciden­
cia con relación al total de los procesos tramitados por los tribunales. Todo
parece indicar que en la península, las oleadas persecutorias de los herejes
formales (judaizantes y mahometanos) no alcanzaron a concentrar la activi­
dad de una manera tan unilateral como en Lim a, salvo en un lapso más bien
breve. El repunte que a continuación presentan los procesos por el delito
que nos preocupa, estaría vinculado a las orientaciones de la Suprema, que
instan a los tribunales a poner en aplicación la bula de Gregorio X V , después
de las dudas que se suscitaron por la jurisdicción copulativa con los obispos.
En consecuencia, en esta etapa no existe una clara correspondencia con lo
que sucede en Lima, pues, como hemos visto, aquí la solicitación no fue
considerada, al punto de que casi no hubo procesos. El factor clave de esto
fue el de los falsos conversos, que condicionaron la actividad del Tribunal
indiano, no obstante los requerimientos que sobre la persecución a los solici­
tantes hizo la Suprema a raíz de la publicación de la bula papal. Los inqui­
sidores de Lima se limitaron a publicar en 1630 el edicto especial comentado
en páginas anteriores, al parecer sin interesarse por esos procesos, ni, por lo
mismo, insistir ante los comisarios y demás funcionarios sobre la materia.
La tercera etapa en los tribunales de Cuenca y Toledo se extendería
desde la década de 1730 hasta 1820 y en ella los delitos de solicitación, en
términos absolutos, tenderían a disminuir con respecto a la anterior. Sin
embargo, su importancia con respecto a los otros delitos aumenta de manera
sustancial, al punto que en el Tribunal de Toledo, las causas de solicitación
representan el 23,7 por ciento del total, lo que hace de ellas las segundasen
importancia después de las palabras escandalosas^’. Por algunos anteceden­
tes parciales que aporta Adelina Sarrión para otros Tribunales, pareciera que
en la península es más o menos general la tendencia a una mayor importan­
cia relativa de la solicitación durante el siglo X V 11L En suma, en ese aspecto
tendríamos nuevamente una correspondencia con lo que acontece en el
Tribunal de Lima, en el que la solicitación se transformó, en esa fase, en el

Las palabras escandalosas constituyen el 36,1 por ciento ele las causas vistas por el Tribunal
entre 1740 y 1820. Jcan Fierre Dedieu, op. cit., app end ice II
delito que concentró la mayor actividad. Este hecho, unido a los otros proce­
sos que de preferencia involucran a eclesiásticos, nos lleva a reiterar lo que
ya habíamos señalado en un trabajo de 1981, en cuanto a que la Inquisición
de Lima, a medida que avanza en el siglo XVIII se fue transformando en un
tribunal que tenía al clero entre sus pacientes más importantes. A conclusio­
nes similares llega Jean Fierre Dedieu para el caso del Tribunal de Toledo
cuando señala que. durante el siglo XV III, éste redujo más y más su función
a una corte disciplinaria del clero87. Sin embargo, lo anterior no nos puede
hacer perder de vista el significado real que tuvo la solicitación para el Santo
Oficio. En los tribunales peninsulares, dicho delito representó entre el 2 y el
5 por ciento del total de causas que siguieron88. En el caso del Tribunal de
Lima el delito tuvo más importancia, pues implicó alrededor del 7 por ciento
de su actividad, quedando tras las proposiciones, la bigamia, la hechicería y
el judaismo. A pesar de esa diferencia con la península, para los inquisidores
limeños este delito tuvo una significación más bien secundaria, pues cada
uno de aquellos otros delitos representaba sobre el 13 por ciento de la acti­
vidad.

6. El transgresor y la víctima
a ) T ip o lo g ía d e l d e lin c u e n te
Entre los procesados por el delito de solicitación predominaban los
miembros del clero regular, que representaban el 60 por ciento del total de
inculpados. Es posible que ese predominio corresponda a una división equi­
valente con respecto al tipo de clero existente en el virreinato. Sin embargo,
dado lo fragmentario de los antecedentes disponibles nada se puede asegu­
rar en ese aspecto. Por lo demás, nosotros tendemos a pensar que también
pudo influir en aquella situación la preponderancia que tuvieron los religio­
sos en el servicio de las doctrinas, sobre todo a fines del siglo X V I y comien­
zos del X V II, como lo deja de manifiesto el arzobispo de Lima Toribio de
Mogrovejo en 160289. Hay que considerar que una proporción muy impor­

Jean Fierre Dedieu, /. ’a dm m istration de la fo i. L Inquisition de Toledo (X VI-X \ 7//siecle). Casa


de Velázquez. Madrid, 1989, p. 351.
88 Adelina Sarrión, op. cit ., p. 106.
w Rubén Vargas ligarte, Historia de la Iglesia en el Peni. Burgos 1959, t. II, pp. 190 y 191.
tante de los procesados se desempeñaba como doctrinero. Ahora bien, du­
rante el siglo XV III, tienden a equipararse los regulares con los seculares,
coincidiendo con una menor presencia de los primeros en las doctrinas. Por
otra parte, el predominio de los regulares en el distrito del Tribunal limeño
coincide con la situación que se produce en la península, en el caso especí­
fico de la Inquisición de Cuenca, en la que se da la misma proporción que en
América. Adelina Sardón atribuye el fenómeno peninsular a la numerosa
presencia de los regulares en el mundo rural, especialmente en la Cuaresma
y Semana Santa909 1.
Si analizamos a los solicitantes de acuerdo a la orden religiosa a la que
pertenecían, nos encontramos con que los franciscanos constituían la amplia
mayoría de los reos, al representar el 39.7 por ciento de ellos; a continua­
ción, también a gran distancia de los religiosos de las demás órdenes, le
seguían los mercedarios con el 25,6 por ciento; luego se ubicaban los domi­
nicos, con el 12,8 por ciento, para terminar con los agustinos y jesuítas, que
con el 10,25 por ciento para cada uno, eran los menos numerosos. Es muy
probable que la abultada cifra de reos pertenecientes a la orden de San
Francisco correspondiera al predominio cuantitativo que ella tenía en el
virreinato, como se desprende de la información que entrega Antonio Vázquez
de Espinoza para comienzos de la década de 1620o1. Con todo, no parece
que esa fuese la única razón para explicar esa amplia preponderancia
franciscana entre los solicitantes. De partida, está el caso de los dominicos,
que según Vázquez de Espinoza eran la segunda orden en cuanto a la can­
tidad de miembros, no obstante lo cual ellos aparecen muy poco involucrados
en este delito. A eso hay que agregar otro hecho, los dominicos ocupaban la
mayoría de las doctrinas de indios, sin que tampoco esto quedara reflejado
en un número proporcional de solicitaciones. En consecuencia, es preciso
pensar en factores relacionados con la formación y selección de los miem­
bros para explicar el comportamiento de los franciscanos, a los que podría
añadirse la tendencia que manifestaban a un mayor contacto con la pobla­
ción a raíz de su carácter mendicante. Cabe hacer notar que en la Inquisición

90 Adelina Sardón, op. cit., p. 239.


91 Antonio Vázquez de Espinoza ( Compendio y clescripció)! de las Indias Occidentales. I listona
16, Madrid, 1992, t. II, p. 623), señala que el número de regulares por orden religiosa, en el
virreinato peruano era el siguiente: San Francisco, 789; Santo Domingo. 694; San Agustín.
546; La Merced, 541; y Compañía de Jesús, 412.
de Cuenca los franciscanos también constituyen la mayoría de los solicitan­
tes y Adelina Sarrión atribuye ese hecho a la fuerte presencia de la orden en
Castilla92. Lo que sí no guarda relación con la península es la importante
participación que en el tribunal limeño les cabe, en este delito, a los
mercedarios. En Cuenca no figuran para nada, en cambio en Lima confor­
man, a gran distancia del resto, el segundo grupo entre los solicitantes, al
punto que en conjunto con los franciscanos representan los dos tercios de
tales reos. Por otra parte, esa orden no se encuentra entre las más numerosas
del virreinato, aunque sí tenía una importante presencia en las doctrinas de
indios.
La edad de los solicitantes fluctuaba mayoritariamente entre los 40 y
los 56 años, ya que nada menos que el 49.4 por ciento de ellos queda
comprendido en torno a esos límites. Con todo, un porcentaje no desprecia­
ble. igual al 17 por ciento del total, tenía más de 60 años, e incluso se da el
caso de algunos reos mayores de 70 años93. Pero, lo más significativo tiene
que ver con el elevado número de solicitantes menores de 40 años, los que
constituían un 31,2 por ciento del total. Esto ultimo llama la atención, porque
según lo dispuesto en el Segundo Concilio Límense, en concordancia con lo
instituido en otros concilios provinciales, como el de Toledo de 1582, los
confesores de mujeres debían tener 40 años. Por otra parte, también hay que
considerar que para ser párroco, ya sea de indios o españoles, sólo se exi­
gían 25 años como edad mínima, con lo cual aquella anterior disposición
quedaba limitada a los sacerdotes que no gozaban de ese beneficio.
De la fragmentaria información disponible pareciera que la gran ma­
yoría de los solicitantes eran doctrineros o colaboradores de una doctrina,
especialmente en tiempos de Cuaresma y Semana Santa. Los que figuran
como párrocos de españoles son muy pocos; pero, habría que señalar que
las relaciones de causas no eran muy explícitas a la hora de indicar el cargo
o beneficio eclesiástico que desempeñaba el reo, por lo que resulta imposi­
ble aventurar alguna conclusión al respecto. Lo que sí parece claro es que
los miembros involucrados del alto clero serían poquísimos. Sólo hemos
detectado a 3 prebendados y 1 prior y pensamos que, dada la relevancia de

1)1 Adelina Sarrión. op. cit., p. 249.


l)J> AUN, Inquisición. lib. 1032, fol. 1 ISv. Al respecto podría citarse la causa del jesuíta Francisco
Ramírez de los Olivos, nalural de Lima, de 70 años, procesado en l(i67, que se refocilaba
haciendo interrogatorios escabrosos a sus penitentes.
los cargos, esa información no se le omitía al Consejo y, por lo tanto, la
fuente, en este aspecto, refleja la realidad. Por lo demás, los inquisidores, en
esos casos, antes de proceder pedían instrucciones a la Suprema9'1.
El nivel educacional de los solicitantes, de acuerdo con todos los indi­
cios, sería muy bajo. En este aspecto la fuente también es poco explícita, al
extremo que, en la mayoría de las relaciones, ese tipo de información no
figura. Pero, por otra parte, en algunas causas sí se señala y da la impresión
que se hace por el carácter excepcional que tenía. Así, los inquisidores des­
tacan de manera especial cuando alguno de los reos sabe algo de gramática
o ha estudiado principios de gramática. En un caso se menciona que ha
estudiado latín, pero con más frecuencia se indica que el reo “sabía algo de
gramática, mal sabida*’9'’. Y en una sola causa se señala que el reo era un
licenciado, hecho que se recalca, pues junto con indicarse el grado se señala
que había estudiado gramática, parte de filosofía y algo de moral9 *96. Da la
impresión que los propios inquisidores tenían claro que la mayoría de los
solicitantes eran gente de poca literatura, como pareciera desprenderse de
una comunicación a la suprema referente a un grupo de esos reos de la
provincia de Tucumán, en que le indican que eran todos “gente muy idiota
y perdida”97.
Por último, en lo que toca a las zonas en las que se cometía el delito,
de la información disponible se desprende que existía un leve predominio
de las áreas rurales sobre las urbanas. Entre un 52 y 53 por ciento de las
solicitaciones se producían en lugares como Chilca, Tumbes, Tanja, Santa
Rosa de Ocopa, Chunchanga, Atún Huaylas, Cam aña, Loxa, Nasca y
Chachapoyas. Aunque la precisión de esos porcentajes es discutible y per­
fectamente el resultado podría ser inverso y por lo tanto a favor de los
centros urbanos, lo que no ofrece dudas es la fuerte presencia del mundo
rural. Y esto es un hecho excepcional en lo que respecta al Tribunal de Lima,

9i ANCH, Inquisición, vol. 496, fol. 129.


^ Causas de Hernando de Espinar, Joan de Valdivieso, G aspar Frías, Mateo Alvarado, Joan
Prieto, Diego D ávila, Gutiérrez de Cárdenas. AH N , In q u isició n , lib . 1027, fol. 285 y 389; lib.
1028, fols.531, 532 y 558; lib. 1029, fols. 74.134 y 476.
96 Causa de Clemente Paz y Miranda, procesado en 1741. AH N , Inq uisició n, leg. 1656, exp. 2.
Fuera de los canónigos, otro eclesiástico que tenía estudios superiores a la media es Rafael
Venegas, de la Compañía de Jesús, quien después de seguir gram ática, estudió artes y teología.
MM, t. 283, fol. 140 y ss.
97 AHN, Inquisición, lib. 1029, fol. 83. Tam bién, J.T . M edina, La In qu isición en las provincias
del Plata, op. c i t p. 126.
pues su implantación en ese ámbito fue siempre muy marginal. Desde su
etapa fundacional hasta su extinción privilegió a la ciudad, en torno a ella se
estructuró toda su red administrativa. Los comisarios, es decir los represen­
tantes del Tribunal en el territorio distrital, los encargados de recibir las de­
nuncias, se concentraban en las principales ciudades. Si a eso se agrega el
hecho de que aquí no funcionó la institución de la visita del distrito98, tene­
mos que el mundo rural estuvo muy mal cubierto por las redes inquisitoriales.
Esto queda de manifiesto en la actividad procesal de esta Inquisición, en la
que predominan los inculpados de las ciudades más importantes99. En con­
secuencia, el fenómeno que acontece con la solicitación resulta bastante
especial. Y elfo fue posible, porque en dichas áreas se daban una serie de
condiciones que facilitaban la perpetración del delito. Podría argumentarse
con razón que una situación parecida también era posible que se diera con
otros delitos; sin embargo, la diferencia estuvo en que la solicitación rural
llegaba con más frecuencia a conocimiento del Tribunal por la denuncia que
muchas veces efectuaban las víctimas, obligadas por otros confesores; sin
esa presión es difícil que ese delito cometido en zonas aisladas hubiese sido
conocido por los inquisidores.
La mayoría de las solicitaciones que se producían en el mundo urbano
tenían lugar en Lima, nada menos que el 22 por ciento del total de causas
tramitadas por el Tribunal se originaba en dicha ciudad. A continuación,
figuran Santiago de Chile y el Cuzco con alrededor del 7 por ciento, aunque
en el caso de la segunda de ellas, las relaciones no distinguen entre los casos
que se producen en la ciudad o en las zonas aírales circundantes (sus térmi­
nos). Si vemos la distribución de los solicitantes por provincias, nos encon­
tramos con que la gran mayoría correspondía al Perú, seguido de Chile,
Quito y Charcas. Con todo, en este aspecto, lo que más llama la atención es

w La visita del distrito fue una institución que tuvo gran importancia en los tribunales peninsulares
y fue uno de los medios que permitieron un efectivo control de la población rural. Ver
Dominique Peyre, “La Inquisición o la política de la presencia”, en Bartolomé Bennassar, La
Inquisición española: poder p olítico y control social. Editorial Crítica, Barcelona, 1981. F.n
Lima, los inquisidores fundadores Servan de Cerezuela y Antonio Gutiérrez de Diloa, por
carta de enero de 1570 hicieron presente al Consejo acerca de la imposibilidad de llevar a
cabo la visita, por la excesiva distancia y falta de personal. En 1574 el Consejo autorizó a que
ellas no se realizaran y ordenó que fuesen reemplazadas con el envío a los comisarios cada
tres años de los edictos de fe para su publicación. ANCH, Inquisición, vol. 483, fols. 323 a
331.
99
Rene Millar, I.a Inquisición de Lima en los siglos X V IIIy XIX, op. cit.
la gran cantidad de causas originadas en la provincia de Tucumán. pues ellas
constituyen más del 21 por ciento del total de solicitantes procesados por el
Tribunal. No tenemos una explicación clara sobre esa situación. ¿Qué es lo
que diferencia a esa provincia de otras? ¿Su aislamiento? ¿Su marginalidad?
Pero, no cabe duda que en el extenso distrito de la Inquisición de Lima había
numerosas zonas que tenían esas características y en ellas no aparece esa
explosión de solicitantes y solicitaciones. Sin desechar la significación que
pudo tener el factor aislamiento y las dificultades que encontraba la Iglesia
para desarrollar su acción evangelizados, pensamos que pudo haber des­
empeñado un papel importante la representación inquisitorial en esos terri­
torios. En otras palabras, es muy posible que en la represión del delito en
dicha provincia, la figura del comisario haya sido determinante.
Existen varios indicios que tienden a confirmar esa explicación. En
primer lugar, la casi totalidad de las causas corresponden a solicitaciones
que se producen en áreas rurales, normalmente en Cuaresma y Semana
Santa, afectan por lo general a mujeres indias, los involucrados pertenecen
de preferencia a las órdenes de San Francisco y la Merced y la mayoría de los
procesos se concentran a fines del siglo X V I y comienzos del X V II. En segun­
do lugar, el comisario de la Inquisición en Tucumán por esos años era el
padre jesuíta Francisco de Angulo. En las relaciones aparecen diversas refe­
rencias a dicho comisario efectuadas por los acusados, las que por lo general
apuntan a descalificarlo. También figuran declaraciones que aluden a los
padres de la Compañía, como las que efectúan algunas solicitadas por el
mercedario Diego de Sanabria, quien les habría indicado que no concurrie­
ran ante el comisario si éste las llamaba y que tampoco se confesaran con los
dichos sacerdotes100. En consecuencia, pareciera que los jesuítas, tanto a
través del comisario Angulo, como de los miembros de la orden en general,
tuvieron una especial preocupación por reprimir el delito de solicitación en
esa provincia. Es muy posible que esa actitud hubiese obedecido a razones
meramente jurídicas y espirituales, aunque no puede descartarse del todo la
posibilidad de que también estuviese influida por desavenencias entre las
órdenes religiosas.
En suma, el solicitante tipo era un sacerdote preferentemente del clero
regular, franciscano o mercedario, de alrededor de 40 años, bastante inculto,
que por lo general se desempeñaba como cura doctrinero en los pueblos de

100 AHN, Inquisición, lib. 1029, fol. 89.


indios, aunque no faltaban los residentes urbanos, que acosaban a sus vícti­
mas en Iglesias y conventos de ciudades importantes, comenzando por Lima.

b ) C a r a c te r iz a c ió n d e la v íc tim a
Lamentablemente, la información que sobre este tema nos entregan
las relaciones de causas son escasas y fragmentarias, por lo que nuestro
análisis en esta pane tendrá un carácter aún más provisional que en la ante­
rior. Del total de procesos fichados, disponemos de referencias sobre las
víctimas en el 60 por ciento de los casos, lo cual si bien es poco satisfactorio,
creemos suficiente para que las pocas conclusiones no resulten
distorsionadoras de la realidad. Por otra parte, al hablar de las víctimas debe
tenerse presente que, a diferencia de los acusados, en cada proceso son
varias las involucradas. Las causas en que figuran dos o tres testigos directos
son una ínfima minoría y por el contrario la tendencia es que el número de
mujeres solicitadas por cada reo fuese superior a cinco, llegando incluso al
extremo ya comentado de 90 testificaciones en un proceso. Pero este mismo
fenómeno dificulta la rigurosidad del análisis, porque las relaciones en los
casos de denuncias numerosas no entran a describir las características de
cada una de las testigos, conformándose con las menciones de algunas o con
referencias genéricas.
A partir de esos antecedentes habría que señalar que, desde el punto
de vista racial, entre las víctimas predominaban las mujeres indígenas. Ellas
están presentes en el 6 1 por ciento de las causas que nos entregan informa­
ción al respecto. Y para formarse una idea acerca del número de ellas que
estaba involucrado en estos procesos, en términos absolutos, debe conside­
rarse que, regularmente, en tales casos los testigos superaban la decena y
por ende las indígenas que aparecen declarando contra los reos llega fácil­
mente a los siete centenares. A continuación, están las españolas, que figu­
ran en el 32 por ciento de los procesos, aunque numéricamente son mucho
menos importantes que las indígenas, debido a que las solicitaciones que las
afectaban no tenían el carácter masivo de aquéllas. Luego vienen las que la
documentación identifica como mestizas, con cerca del 14 por ciento, y cie­
rran la clasificación de las víctimas por grupos étnicos, las mulatas y las
negras, con porcentajes que fluctúan entre el 6 y 3 por ciento.
Las españolas pareciera que en su gran mayoría eran de baja condi­
ción social. Así por lo menos lo reflejaría la escasa información disponible,
aunque sobre ese aspecto no estamos en condiciones de efectuar ninguna
cuantificación. Pera algunos indicios que aportan las relaciones de causas
nos llevan a sostener ese planteamiento. Así, cuando se trata de una mujer
principal, se destaca expresamente, indicando su condición de noble o de
mujer de encomendero101. En la inmensa mayoría de las testigos se dice
simplemente su condición racial y estado civil y a veces se agrega que es
mujer honesta. Pensamos que de ser ellas nobles se habría dejado constancia
en la relación, porque la calidad de los testigos influía en la sentencia. Ade­
más, en tres causas, las solicitadas eran criadas de conventos de monjas y en
alguna otra se indica que el marido es un artesano. Si a esas características
sociales que se darían en el núcleo español les agregamos los otros segmen­
tos raciales, tenemos que la víctima por antonomasia fue una mujer pertene­
ciente a los estratos más bajos de la sociedad.
También son muy inseguras las referencias que podamos dar sobre el
estado civil de las víctimas. Sólo disponemos de información sobre 112 tes­
tigos, lo que representa un volumen más bien pequeño con respecto al total
de mujeres involucradas en este delito. Con todo, es posible que esa mues­
tra, que es producto de la arbitrariedad del secretario del Tribunal, refleje
alguna tendencia válida. Ahora bien, esos datos nos indican que, a la hora de
hacer requerimientos amorosos en la confesión, los sacerdotes no hacían
mayores distingos entre solteras y casadas. En todo caso, según la muestra,
las primeras significaban el 45 por ciento del total y las segundas el 40 por
ciento. A gran distancia, en consecuencia, figuraban las monjas, que represen­
taban poco más del 12 por ciento y la presencia de las viudas era casi nula,
pues encontramos referencias sólo de tres. Curiosamente, esta distribución por
estado civil, guarda bastante relación con la que se da en la Inquisición de
Cuenca, en que aparecen equiparadas las víctimas casadas con las solteras102.
De la revisión de las fuentes y de los intentos cuantificadores relacio­
nados con las víctimas, llama la atención el fenómeno de la respuesta de
ellas a las proposiciones de los sacerdotes. Por cierto que también en este
caso es muy difícil llegar a resultados concluyentes. Pero nuevamente las
relaciones de causas nos entregan algunos indicios interesantes. En efecto,
disponemos de información referente a las características que revistió la so­
licitación en un total de 84 causas. En otros términos, sabemos lo que 84 reos
dijeron, propusieron, hicieron o intentaron hacer a sus penitentes. Pues bien,

101 Causas ele Alonso de Espina y José Mora. AU N , In q u isició n , lib . 1029, fo l. 99 y leg. 3592, exp.
13.
102 Adelina Sarrión, op. cit., p. 275.
de ellos, el 23 por ciento se limitó a hacer proposiciones deshonestas o a
decir algunos requiebros a sus “hijas de confesión”103. Un porcentaje leve­
mente inferior, alrededor del 20 por ciento, además de las palabras y reque­
rimientos amorosos acarició o intentó acariciar a la penitente104*10. Muy pocos,
6
sólo tres sacerdotes, fueron acusados de imponer disciplinas a las mujeres
que confesaban, dándoselas ellos personalmente, para lo cual procedían a
desnudarlasl0\ Hubo más de uno que sin mediar palabra intentaba acariciar
a sus víctimas, como aconteció con el doctrinero Joan de Valdivieso, denun­
ciado por una india “de que en la cuaresma de 1590 se había ido a confesar
con él y le había palpado los pechos sin decirle palabra y luego la había
confesado”100. Con todo y esto es lo interesante, el 51 por ciento de estos
reos, luego de hacer las proposiciones del caso, consiguió consumar las rela­
ciones sexuales con algunas de las penitentes solicitadas. Muchas veces el
acto sexual no se efectuó durante la confesión o en los momentos previos o
posteriores a ella, pero allí se pusieron de acuerdo o se dio el consentimiento.
Empero, para no inducir a interpretaciones exageradas, es necesario
hacer una precisión con respecto a ese último porcentaje. Por de pronto no
significa que la mitad de las mujeres solicitadas hubiesen accedido a los
requerimientos del reo. Hay que considerar que cada uno de ellos solicitaba
a varias mujeres y sólo algunas de ellas consentían. Pero, visto el fenómeno
desde la perspectiva de los acusados, es evidente que en un alto porcentaje
lograban alcanzar lo que en último término se proponían y más aún conside­
rando que muchas mujeres eran reacias a reconocer que habían tenido tratos
con el confesor. Casos como el de Vicente Gómez, que en 1759 confesó
haber consumado el acto carnal con alrededor de 20 mujeres o el de Rafael

103 Tal es el caso del dom inico Pedro de Serpa, que hacia 1593, decía a una de las penitentes
que tenía “unos ojos muy lindos y era muy hermosa y que diciendo ella que no la podía ver
por estar el rallo tapado, había respondido que era Zahori”. AUN, Inquisición, lib. 1028. fol.
285-286. Gabriel Cobeñas, dom inico, residente en Santiago de Chile, entre otras acusaciones
de que era objeto en 1579, está la de una mujer casada llamada Gabriela Justiniano que dice
“que antes que com enzase la confesión la requirió a conversación lasciva y deshonesta y ella
le dijo que dejase aquellas palabras y luego se comenzó a signar y se confesó con él’’. AHN,
Inquisición, lib. 1027, fol. 236.
101 listo se aprecia en las causas de Gabriel de Migolla y Francisco ele Rabanal, que se les
siguieron en 1580 y 1598 respectivam ente. AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. i6 9 v .; lib. 1028.
fol. 558v. y 604v.
If)‘>Causas de Baltazar M artínez (1584), Pedro Muñoz (1696) y José Ignacio Gutiérrez (1784).
AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 672v.; lib. 1025, fol. 25; leg. 1649-1, exp. 16.
106 AHN, Inquisición, lib. 1028 fol. 532 y 584.
Venegas, que de 10 mujeres a las que solicitó 9 habrían consentido, tampoco
son excepcionales107.

7. Causalidad del fenómeno

a ) E n r e la c ió n c o n e l s a c e r d o te
A la hora de buscar explicaciones sobre estos impropios comporta­
mientos de los sacerdotes estudiados, previa y necesariamente hay que insis­
tir en que su significación cuantitativa es escasa, pues el número de ellos,
que cuando más pudo llegar a dos centenares entre 1570 y 1820, resulta
minúsculo si se tiene en cuenta que en un momento determinado sólo en el
distrito de la audiencia de la Lima había alrededor de 5 mil clérigos108. Con
todo, las repercusiones que aquellos hechos tenían para el prestigio del
clero en particular y de la religión católica en especial, eran muy negativas,
independientes del número de clérigos involucrados. listo por lo demás ex­
plica que haya pasado a ser un delito perseguido por la inquisición.
Pero ¿por qué a pesar de la gravedad del hecho y de las duras sancio­
nes a las que se exponían, no faltaban clérigos que cayeran en estas conduc­
tas? Sin duda, la naturaleza humana era el condicionante básico de tales
acciones. Para algunos resultaba muy difícil poder dominar sus pasiones. Y
entre ellos había unos pocos que trataban de alcanzar sus objetivos nada
menos que utilizando el sacramento de la confesión. ¿Por qué se daba esta
última situación? ¿Era ella nada más que un problema de intensidad de los
requerimientos fisiológicos, que resultaban imposibles de dominar para al­
gunos? Es evidente que hay mucho de eso y que los apremios son diferentes
dependiendo de cada cual. Sin embargo, esa razón resulta insuficiente para
explicar la utilización de la penitencia como medio para satisfacer o intentar
satisfacer sus apremios. De hecho, tras el comportamiento de los sacerdotes
solicitantes había una serie de factores que influían en mayor o menor medida.
En primer lugar habría que considerar la falta de vocación de numero­
sos miembros del clero. Como lo ha demostrado magistralmente Antonio

10 AHN, Inquisición, leg. 1656. exp. 1 y leg. 2209. N°10; lib . 1031, t«>1 372. 433 y «72.
108 Tadeo Hiienke. Descripción del Perú. Im prenta Lucero, Lim a 1901. liste cronista, que obtiene
los datos del clero del censo de 1792. los señala respecto de cada una de las intendencias
que describe.
Domínguez O n iz en sus trabajos sobre el clero en la España del Antiguo
Régimen, muchas personas ingresaban a él no por razones vocacionales sino
más bien por condicionantes económicas, en último término, para subsistir.
Era frecuente que los padres de modestas familias plebeyas vieran en el
sacerdocio de algunos de sus hijos una salida a la angustiosa situación fami­
liar. En otros casos, la temprana colocación de un hijo en un convento era
simplemente una fórmula para descargarse de alguna boca excesiva. Los
niños ingresaban de muy corta edad a los conventos y ya allí seguían hasta
terminar de sacerdotes. En muchos de ellos la vocación nunca estuvo pre­
sente, lo cual hacía que les resultara muy difícil el poder sobrellevar las
obligaciones que les imponía su condición. Las relaciones de causas del
Tribunal de Lima nos entregan uno que otro indicio que apunta en aquel
sentido. Así, por ejemplo, el jesuíta Martín Morante, natural de Piura, había
ingresado a la Compañía a los 13 años y Francisco Ramírez, nacido en Lima,
lo había hecho a los 16 años100. También figuran varios eclesiásticos de
origen mestizo e incluso uno de ellos dice ser hijo natural*110. La modestia e
incluso pobreza familiar queda patente en muchos casos, entre los que se
puede citar el de Rafael Venegas, que siendo niño, se desempeñó como
criado en una casa en Concepción111. Empero, bastante más explícitos resul­
tan los juicios que sobre los eclesiásticos emitía en 1588 el virrey conde del
Villar: “Los clérigos particulares de este reino son en tres maneras: unos
vienen de Castilla y otros se ordenan acá. aunque nacieron en ella, y otros
son nacidos y criados en esta tierra: a pocos de los que vienen de Castilla se
entiende que no les trae el deseo de servar a Dios sino el de enriquecer, y así
los más no cuidan de saber la lengua, sino de las inteligencias y granjerias
con que pueden ganar de comer [....] Los que se ordenan acá de los nacidos
en Castilla, regularmente son soldados delincuentes y hombres que por cul­
pa suya se hallan necesitados de ordenarse, aunque también hay quien lo
hace por christiandad y devoción...; y los nacidos y ordenados acá aunque
suelen ser expertos en la lengua de los indios, pocas veces tienen aproba­
ción de costumbres ni las partes que deben tener los que han de dar pasto
espiritual...’’112.

J T- Medina, Inquisición de Unía, op. c i t t. II, p. 203. AHN, Inquisición, lib. 1032, fol. 118v
110 AHN, Inquisición, lib . 1032, fol. 175.
1,1 MM. t. 283. fol. 140.
112 J.T. Medina, La Inquisición en Urna. op. c i t t. II, pp. 408-409.
Al fenómeno antes comentado debe añadirse el de la falta de forma­
ción que caracterizaba a numerosos sacerdotes. Por lo referido en el aparta­
do pertinente, la ignorancia era la tónica entre los solicitantes, al punto que
los poseedores de algún grado académico, que hemos delectado, no pasan
de ocho. Y los que como gran cosa decían tener estudios de gramática, eran
descalificados por los inquisidores al destacar que lo poco que habían estu­
diado lo sabían mal. Es indudable que para un sacerdote sin vocación, igno­
rante, rústico, resultaba muy difícil controlar sus instintos.
A todo ello debe agregarse la imagen que sectores eclesiásticos y
tratadistas de moral tenían de la mujer. Esta, con frecuencia, era vista como la
encarnación de la lujuria. Su cercanía, su hermosura, su mirada, su conversa­
ción, resultaba peligroso para el hombre que quisiera mantener la castidad.
El jesuíta Luis de la Puente, en un tratado escrito en 1625, al referirse a la
lujuria y a las advertencias para no ser presa de ella, dice, citando a Salomón,
“que la mujer es más amarga que la misma muerte: su vista es lazo, su
corazón redes y sus manos cadenas". Más adelante, entre los “avisos” que
indica para mantener la castidad, recomienda “no tocar, ni dejarse tocar de
mujer alguna, aunque sea por título de piedad, especialmente a solas [...]
porque este tocamiento es como tocar con el fuego, que suele dejar el cora­
zón abrazado”113. Por su parte, Fray Luis de Granada, en 1582, en su G uía ele
pecadores , daba la siguiente recomendación para combatir la lujuria: “aparta
los ojos de la mujer ataviada y no veas su hermosura [...], excúsate, cuanto
fuere posible, de hablar solo con mujeres de sospechosa edad [...] Huye,
pues, toda sospechosa compañía de mujeres, porque verlas daña los corazo­
nes, oírlas los atrae, hablarlas los inflama, tocarlas, los estimula; y finalmente,
todo lo de ellas es lazo para los que tratan con ellas...” 11'*.
Esa manera de ver a la mujer, ese temor que despertaba entre los
moralistas, también se refleja en el ámbito de la Iglesia peruana, como queda
de manifiesto en el edicto del arzobispo Antonio de Barroeta de 10 de octu­
bre de 1754 referente a la vestimenta de las mujeres. En él se señala: “Y
ahora nos ha parecido no de menos indecencia, de vivo incentivo, y de muy
grande irreverencia, que traigan el pecho descubierto, particularmente, cuando*14

1,3 Luis de la Puente. Tratado de los estados de con tin en cia y virginidad. En tomo III de la Obras
Espirituales. Madrid, 1690, pp. 33 y 63-
114 Fray Luis de Granada, Guía de pecadores. Madrid 1780. Prim era parte del libro segundo, p.
411.
van a las iglesias, y llegan al comulgatorio, pues con la acción de levantar el
manto, para recibir la Sagrada Forma, descubren interioridades, que se pre­
sentan a los ojos, por donde el alma se conducen impuros pensamientos.
Por tanto, teniendo presente en esta parte lo que muchos sabios y espiritua­
les varones han declamado contra la desnudez de brazos, y pechos, y contra
el demasiado adorno en cabeza, y cara del otro sexo, por lo que las Sagradas
Letras aconsejan, apartar el rostro de la mujer aliñada cuya artificiosa hermo­
sura ha sido causa, de que muchos perezcan y que la concupiscencia tome
pábulo, para encenderse como fuego [...] mandamos [...] bajo pena de exco­
munión mayor [...) a todas las mujeres [...], que, así en los templos, como en
la calle traigan cubierto el pecho y brazos y que para ello usen paños tupidos
y nada transparentes [...] de modo que no este expuesto a la vista mas que la
cara y esa con todo el recato correspondiente y sin muy prolijo adorno...’*11''.
Pero esa imagen de la mujer como fruto prohibido despertaba la ima­
ginación de los hombres, hacía que resultara tremendamente atractivo el
develar los misterios que encerraba, sobre todo para algunos de aquellos
que, por una promesa solemne, debían considerarlo como un asunto veda­
do de por vida. Los atractivos de la mujer eran la perdición del hombre,
pero al mismo tiempo encerraban toda suerte de placeres, que golpeaban
los sentidos y desataban los deseos. El cuerpo femenino, sumergido bajo las
telas de los refajos, faldas y mantos, se transforma en una verdadera obse­
sión para muchos de los solicitantes. Por ejemplo, fray Baltazar Martínez, de
la orden de San Francisco, confiesa, en 1584, que imponía disciplinas como
penitencia, haciendo que se quitasen la ropa para azotarlas él mismo, y que
todo ello lo hacía “por desear ver a una mujer desnuda y holgarse de ello”*110*.
A su vez, el jesuíta Francisco Ramírez, en 1667, les pedía a las penitentes
“que se levantasen las faldas para ver la naturaleza por donde nacen los
hombres, pero que fue por curiosidad y ver lo que no había visto”117.
Con todo, los factores antes comentados no nos explican en último
término el por qué de la solicitación; en otras palabras, aquéllos son insufi­

11S Sínodos de Lima de 1613y 1636. Edición de Bartolomé Lobo Guerrero y Fernando Arias de
ligarte. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1987, pp. 441-442.
110 AHN, Inquisición, lib. 1027, fol. 672.
11 Ibid ., lib. 1032, fol. 118. El interés por el cuerpo femenino que manifiestan los solicitantes
queda de m anifiesto en diversas relaciones de causas, entre las que pueden citarse las de
Juan de Cobeñas, Pedro Pacheco y Alonso de Espina. AHN, Inquisición, lib. 1027, 89; lib.
1028, fol. 528; y lib. 1029, fol. 99.
cientes para comprender la utilización de la penitencia con el objeto de
satisfacer apetencias sexuales. Para llegar a entender esos comportamientos
es necesario detenerse en el análisis del sacramento de la penitencia, en la
orientación que tuvo entre los siglos XVI y X V IIi. Lo cierto es que entre los
pecados capitales, la lujuria fue el que más concentre') la preocupación de los
moralistas. Fray Luis de Granada dice que el buen cristiano debía imponerse
el firme propósito de no hacer cosa alguna que fuese pecado mortal; y, al
dar algunos ejemplos de hombres de excepción que rechazaron el pecado,
menciona el caso de un joven que se corto la lengua antes de caer en las
tentaciones de una mujer; agrega además que pudiera contar otros (casos),
que desnudos se revolcaron entre zarzas y espinas: y otros en medio del
invierno entre las pellas de nieve, para refriar los fuegos de la carne atizados
por el enemigo”. En suma, la lucha contra los pecados de la carne le sirve
para mostrar la conducta ideal del buen cristiano frente al pecado en gene­
ral. Además, al referirse específicamente a la lujuria señala que “es uno de
los vicios más generales y más cosarios y más furiosos en acometer, que hay.
Porque (como dice San Bernardo) entre todas las batallas de los cristianos,
las más duras son las de las de la castidad"11*.
Entre los pecados contra la ley de Dios, los cometidos contra el sexto
y el noveno mandamiento también adquirieron en esta época una gran im­
portancia, consagrándole los tratados de moral mucha atención y numerosas
páginas. En ellos se entraba a clasificar los tipos y especies de actos,
detallándose los más diversos casos y situaciones que podían significar un
atentado contra tales preceptos.
En la medida que los pecados sexuales adquirieron esa importancia,
la confesión, que era la instancia para purgarlos y obtener el perdón, tendió
a centrarse en gran medida en esas materias. Así por lo demás lo reconoce
en el siglo XVIII San Alfonso María de Ligorio, que señala que este vicio (el
de la lujuria) es la materia más frecuente y copiosa de las confesiones*119. Y lo
confirman autores modernos que han efectuados estudios específicos sobre
el particular, como Michel Foucault, quien expresa que “el sexo fue tema
privilegiado de confesión’ 120. En torno a ella se generará todo un “discurso"
sobre la materia y dicho sacramento pasará a ser la instancia por antonoma­
sia donde se hable de sexo. lean DeLumeau, sostiene que desde comienzos

l|H Fray Luis de* Granada, Guía de pecadores, ofy. c i t pp. AH5 y K>V
119 Alphonsi Mariae de Ligorio, 7heolo^ia Morctlis, Konuie. 190S. i l. p. N° il.L
1 " Michel Foucault, Historia de la sexualidad . Siglo veintiuno editores. Madrid, 19H4. t. I. p. 77.
de los Tiempos Modernos, la lujuria y los pecados de la carne pasarán a
ocupar un lugar preponderante entre los tratados referentes a la confesión y
cita una obra anónima de la década de 1490 que enseña que la fornicación
es un pecado más detestable que el homicidio o el robo1- 1.
Como hemos señalado al referirnos al sacramento de la penitencia, la
obligatoriedad anual del sacramento, fomentó la aparición de sumas y m a ­
nuales para uso de los confesores, aunque las primeras, con el tiempo, fue­
ron perdiendo el carácter original hasta transformarse en obras de derecho
canónico. Pero los m a n u a les mantuvieron el sentido primitivo de cumplir
un fin didáctico, al enseñar al sacerdote cómo administrar la penitencia y al
fiel cómo recibir el sacramento121122. En España se editaron numerosas de estas
obras y ellas llegaron a América y se encontraban en las bibliotecas de los
eclesiásticos y de los conventos12**. Pues bien, el contenido de estos manua­
les es muy explícito cuando se refieren al sexto mandamiento y muchos,
utilizando el sistema de preguntas y respuestas, recomendaban a los confe­
sores unos interrogatorios exhaustivos sobre todas las posibilidades de peca­
do en relación con el sexo12'. Como se ha indicado, los manuales no sólo
estaban destinados a los sacerdotes, sino que también a los penitentes, con
el objeto de que efectuaran una más perfecta confesión. Incluso se escribían
obras destinadas de manera específica a los pecadores, para orientarlos en
su examen de conciencia l2\
En América también se publicaron numerosos confesionarios, que eran
equivalentes a los manuales peninsulares y que por lo tanto pretendían ser­

121 Jean Delumeau. lep ech é el le pcur. la culpabilisation en Decide ni ( XIH-X 111I sieclcs). Fayard.
París, 1983. p. 238.
122 !bid.%pp. 223-225.
125 Varios de esos m anuales se encontraban en Chile en las bibliotecas de los obispos Marán.
Bravo del Rivero y Alday, entre otros. También se encuentran algunos en la biblioteca del
obispo de buenos Aires, Azam or y Ramírez. La mayoría de las que nosotros hemos revisado
pertenecían al convento de los jesuítas de Santiago de Chile.
121 Fr.Jo.seph G avarri, "Instrucciones pura predicadores r confesores. Madrid. 1679, pp. 137-138.
Un manual de ayuda al penitente, que tuvo mucha difusión en América, fue el del padre
Pedro de Calatayud. escrito a mediados del siglo X V III. y titulado Modo práctico y fá c il de
hacer una confesión general. En él se daban instrucciones a los penitentes para que hiciesen
una buena confesión general, las que eran muy detalladas y explícitas en lo referente a los
pecados contra el sexto mandamiento.
Fr. Tilom as Navarro. Consulta espiritual en la que un pecador verdaderamente arrepentido
propone con deseo de acertar, el infeliz estado de su alma para una buena confesión general.
Gerona. 1771. p 16 3.
vir de guías a los sacerdotes en la administración de los sacramentos y de la
instrucción a los fieles. Varios de ellos estaban escritos de manera específica
para facilitar la administración del sacramento en los indígenas, aunque en el
caso de México predominaban los manuales para los fieles en general*12*’. En
Perú, en cambio, pareciera que la edición de confesionarios fue más limitada
y la mayoría de los que se publicaron estuvieron orientados a la población
aborigen127.
Aunque esos manuales fueran desconocidos para muchos sacerdotes,
es evidente que marcan un determinado estilo y orientación con respecto al
sacramento de la penitencia, que se transmitía no sólo a través de esas obras
sino también por otros medios. Debe tenerse presente que, para poder con­
fesar, los sacerdotes requerían de una licencia especial otorgada por el ordi­
nario. El Primer Concilio Límense de 1551-15S2, lo estableció así en la cons­
titución 66, siguiendo en esa materia lo dispuesto por el concilio de Trento.
Aún más, para obtener esa licencia, los clérigos y religiosos debían rendir un
examen, que, según el Tercer Concilio Límense, además permitiría distinguir
entre aquellos que estaban en condiciones de confesar a cualquier persona y
quienes, por ser menos doctos, debían tener una limitación en cuanto a
personas y estados. Esas pruebas, que entre otras materias deberían haber
insistido en una ponderación acerca de la gravedad de los pecados y sus
penas, lógicamente tendían a uniformar los criterios con respecto al sacra­
mento, al mismo tiempo que marcaban una determinada tendencia en la
forma de administrarlo, que estuvo influida por los autores que trataron
sobre la materia.

12(> Para el caso m exicano, han sido trabajados por A sunción Lavrin en su artículo “La sexualidad
en el M éxico colonial: un dilem a para la Ig lesia", que form a parte del libro, Sexualidad y
matrimonio en ¡a América hispánica. Siglos XVI-X\ III, coordinadora Asunción LavTin. Grijalbo,
M éxico, 1991. F.ntre los confesionarios publicados en M éxico podrían mencionarse el de
Felipe Zilñiga y O ntiveros, C inco circunstancias de a n a buena confesión y método de
exam inar para ella la conciencia, M éxico, 1798; y el de G ab ino Carta, Práctica de confesores:
Práctica de adm inistrar los sacramentos, en especial de la p e n ite n cia , M éxico, 1653.
12 Con respecto al Perú, podemos citar el C o n fe s io n a rio pa ra los curas de indios. Con la
instrucción contra sus Pitos: y exhortacióni pa ra ayud ar a bien m orir. Por autoridad del
Concilio Provincial de Lim a, 1583; el de Ludovico Rertonio, Confessionario muy copioso en
dos lenguas, Aymara y Española, con una instrucción a cerca de los siete sacramentos de la
Sancta Iglesia y otras varias cosas, Lima 1612; y el de Ivan Pérez Rocanej»ra, Ritual, formulario
e Instrucción de Curas para adm inistrar a los fíat orales de este reino tos santos sacramentos
del bautismo, confirm ación, eucaristía y viático, penitencia, extrem aunción y matrimonio ,
Lima, 1631-
En definitiva, era normal para la época que. en la confesión, los peni­
tentes fuesen sometidos a minuciosos interrogatorios sobre aspectos relacio­
nados con el pecado de lujuria. Para determinados sacerdotes, resultaba
relativamente fácil, por lo tanto, sobrepasar el margen de lo conveniente en
las preguntas, a instancias de sus debilidades y del ambiente que podía
generarse en la confesión. Las relaciones de causas, algo nos dejan entrever
al respecto. Por ejemplo, el clérigo Hernando de Espinar fue acusado en
1583 de hacer preguntas de clara connotación sexual a algunas penitentes128.
A su vez, el jesuíta Francisco Ramírez, fue testificado de preguntar a una
mujer casada sobre aspectos íntimos de su vida conyugal129.
Otro aspecto importante relacionado con la confesión, tenía que ver
con el entorno en el cual muchas veces ella se llevaba a cabo. Por lo general,
los templos permanecían en la penumbra y las confesiones se efectuaban en
los sectores más apartados o aislados, como capillas o sacristías. Además,
como en parte se desprende de la documentación, la existencia de
confesonarios, que separan al sacerdote del penitente, no eran de uso gene­
ral130. A eso debe agregarse que con cierta frecuencia se utilizaban como
lugares de confesión los claustros y celdas de los conventos, las casas parti­
culares de los clérigos e incluso de las casas de las penitentes. Por lo general
esto último ocurría cuando una hija de confesión de un sacerdote se encon­
traba enferma en cama131.
En consecuencia, en un ambiente con esas características, se producía
ese especial y físicamente muy cercano encuentro entre el eclesiástico y la
mujer, con la connotación ya comentada, en el que, entre otras materias, se
hablaba de cuestiones relacionadas con sexualidad, lo que muchas veces le
permitía a aquél enterarse de las debilidades de la penitente. Para aquellos
sacerdotes con escasa vocación, sin principios ni formación sólida, puestos
en esas circunstancias, resultaba tentadora y muy difícil de rechazar la posi­
ble inclinación a dejarse llevar por las pasiones.

'"h AUN, Inquisición, lib. 1027, fo l.285*289.


I b i d lib. 1032, fol. 118. En la causa de Fray Andrés de Argüello, seguida en 1587, también
hay evidencias de estos interrogatorios sobre el pecado de lujuria que caían en un ámbito
reprobable. AUN . Inquisición, lib. 1028. fol. 103 v.
1 AHN, Inquisición, lib. 1032, fol. 38.
Ml AHN, Inquisición, lib 1027, fol. 285, causa de Hernando de Espinar. También causa de
Lorenzo López. AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 301.
Tampoco puede dejar de considerarse que osle era un sacramento ele
administración masiva, por su periodicidad y porque involucraba a la totali­
dad de los fieles. Todas Jas personas con discernimiento debían confesarse
obligatoriamente por lo menos una ve?, al ano. de preferencia durante la
Cuaresma o la Semana Santa, y la autoridades eclesiásticas y los clérigos se
encargaban de velar por el cumplimiento de esa disposición. De acuerdo
con lo establecido por el Primer Concilio Límense de 1551-1552, los curas
debían hacer padrones de todas las personas que estaban en edad de confe­
sarse. Para ello tenían que matricular a todos “los vecinos e moradores,
estantes y habitantes" de sus parroquias y del distrito anexo a su cargo, sin
dejar persona alguna sin considerar, '‘desde los principales de casa e hijos e
criados de casa e del campo hasta los individuos cristianos y esclavos cristia­
nos que tienen en sus casas y haciendas y heredades, asentando asimismo
los que están casados". Los curas, además, debían amonestar a sus parro­
quianos para que cumplieran con el sacramento de la penitencia, señalando
al mismo tiempo “las casas que se han de venir a confesar aquella semana,
repartiéndolos de suerte que en toda la Cuaresma y Semana de Pascua se
puedan confesar todos”132.
Tales instrucciones no quedaban en el papel, como lo demuestra un
proceso seguido por el Tribunal de Lima en 157 1 contra el labrador Diego de
Arenas. En la relación de esa causa se señala: “sobre que pidiéndole su cura
la cédula de confesado él y su casa porque si no la haya le pondría en la
tablilla de los descomulgados respondió que no se le daba tres cuartos por
aquella excomunión o tres castañetas. Hizóse proceso contra él, sin captura,
y pareció por el que el dicho reo le respondió que estaba ya confesado él y
toda su casa y que traería la cédula...., y que este reo es hombre de campo y
de poco entendimiento...”133.
Pero todavía más, pareciera que muchos fieles no se limitaban a con­
fesarse una vez al año, sino que, en la medida que se fue extendiendo la
costumbre de la comunión frecuente después del Concilio de Trento, lo
propio aconteció con la confesión, pues si con posterioridad a ésta el peni­
tente había incurrido en pecado mortal, estaba obligado a confesarse antes
de una nueva comunión. En el Perú, habrían sido los jesuítas, desde su
llegada en 1570, los que procuraron introducir la frecuencia de la confesión,

1 Primer Concilio Límense, constitución 66. Rubén Vareas Ligarte, op. cit.
133 AHN, Inquisición, lil). 1027, I 30.
que hasta esa época se limitaba a la Cuaresma. La práctica, al parecer, se
extendió con rapidez a los indígenas, los que habrían mostrado un interés
especial por recibir el sacramento, como lo dan entender algunas cartas de
miembros de la Compañía escritas por esos años13'. Además, todo parece
indicar que fueron las mujeres las que demostraron especial predilección
por reiterar dicho sacramento1-^. Es posible que los exagerados escrúpulos
de algunas penitentes y el incentivo por parte de los directores espirituales,
expliquen aquel comportamiento, que lleva a un incremento muy importan­
te en el número de las confesiones efectuadas a mujeres. Tal situación habría
incidido en el incremento del delito, tanto por una mera cuestión de propor­
ciones, como por el hecho de que un sacerdote llegaba a tener un contacto
más frecuente con determinadas penitentes, lo que le permitía un mejor
conocimiento de ellas y un grado de familiaridad en el trato que podía inducirlo
a efectuar las proposiciones deshonestas*1313613
5 7.

b ) E n r e la c ió n c o n la m u je r
Como lo hemos indicado, llama la atención la cantidad de mujeres
que terminan por consentir a las proposiciones de los sacerdotes, sobre todo
si se considera que en estos casos no había de por medio, ni podía haber,
ninguna promesa de matrimonio. Como lo ha señalado Jean-Louis Flandrin
para el caso europeo y Pablo Rodríguez y Asunción Lavrin para la América
hispana13", la promesa de matrimonio era uno de los elementos importantes
en el proceso de la seducción, que lleva a que la mujer acepte los requerí-

H* Fernando de Arm as Medina, Cristianización del Perú (1532-1600). Escuela de Estudios


Hispano-Amerieanos. Sevilla. 1953, p 320.
135 La causa de Joan ele Cobeñas deja en claro que algunas de las testigos se contesaban con
cierta frecuencia con el reo. MM. t. 280. f. 151 y ss. Esa es por lo demás la opinión de Stephen
Haliczer. que atribuye gran importancia en el desarrollo del delito en la península, al aumento
de las confesiones por la reiteración del sacramento que hacen las mujeres.
m En la misma causa de Joan de Cobeñas queda en evidencia, tanto de las declaraciones de
algunas testigos como del reo, que existía bastante familiaridad en el trato entre el sacerdote
y algunas ele sus hijas de confesión, con las que conversaba y hacía bromas antes y después
de la adm inistración del sacram ento. Ver al respecto las testificaciones de Ginebra Justiniano
y Ana de M orales. MM, t. 280 , t. 158 y ss.
137 Jean-Louis Flandrin. “Matrimonio tardío y vida sexual ". En La moral sexual en occidente.
Juan Granica Ediciones. Barcelona, 1984, p. 320. Pablo Rodríguez. “Promesa, seducción y
matrimonio en Antioquia colonial ". En Seducción, amancebamiento y abandono en la colonia.
Bogotá, 1991, pp. ó2-(> i. Asunción Lavrin. Sexualidad y matrimonio en la América hispánica,
op. cit, p. 19.
miento sexuales del galán. El delito de solicitación deja en evidencia que
eran numerosas las mujeres solteras que tenían relaciones con los sacerdo­
tes, pero, un porcentaje más o menos similar de casadas hacía otro tanto,
con lo que el adulterio es una realidad significativa.
Para tratar de entender esa situación tan especial, hay que considerar
la significación que tenía el sacerdote en la sociedad de esa época. De
hecho, era una autoridad, una importante autoridad, con un enorme poder
en los más diversos ámbitos y que debía ser escuchada y obedecida. Lis
propias autoridades eclesiásticas se encargaban de resaltar las funciones que
desempeñaba, equivalentes a las de un médico y un juez, al mismo tiempo.
Esa autoridad se veía acrecentada en el caso de sus relaciones con el mundo
indígena, puesto que el doctrinero y el encomendero constituían los lazos
fundamentales con la sociedad española. Esta, en gran medida, ejercía su
control e influencia sobre los indígenas a través de esas dos instancias.
No podía ser fácil para la mujer, ya fuese española o india, rechazar
las insinuaciones de un solicitante, dada la imagen y poder efectivo que el
clérigo tenía en la sociedad. Pero además, éste utilizaba diversos argumentos
para convencer a las penitentes, que por lo general eran mujeres muy igno­
rantes. De las relaciones de causas se desprende, que con mucha frecuencia
les decían “que no era pecado hacerlo con un fraile”; que las caricias no eran
hechas con mala intención; que si lo hacían con otra persona, con mayor
razón debían hacerlo con un sacerdote, que era una persona especial. En
este aspecto es interesante la razón dada por Fray Alonso D íaz para conven­
cer a una indígena: “que él era Viracocha padre”1™. Además, muchas veces
trataban de tranquilizarlas manifestándoles que no se preocuparan de nada
porque él mismo les daría la absolución. También, con frecuencia ocurría
que las mujeres solicitadas eran hijas espirituales del confesor. Este, al tener
el carácter de padre espiritual, adquiría una gran influencia sobre las mujeres
a las que orientaba y no sólo sobre materias de fe. La Iglesia fomentó el
desarrollo de esta forma de dirección espiritual por considerar que poseía
numerosas ventajas para los fieles; pero, por otra parte tuvo el inconveniente
de favorecer la actuación de los curas solicitantes, al permitirles ejercer un
poder considerable sobre sus “hijas”, que las dejaba bastante indefensas y
que a ellos los impulsaba a propasarse.*

I3H AUN, Inquisición, lib. 1028, fol. 531 v y 599


Lo que podía significar la autoridad de un sacerdote para un penitente
queda muy bien reflejado en la declaración de Melchora Uturbey, española,
de 34 años, natural de Córdoba, que en 1813 denunció al franciscano Miguel
Sar, obligada por otro confesor. En esa oportunidad, al preguntársele sobre
los remordimientos de conciencia que los hechos narrados podían producir­
le, manifestó "que sí tenía, pero que lo deponía unas veces diciendo que
mediante que su confesor le mandaba sabría lo que hacía, otras veces que le
afligía su conciencia, no se atrevía a ir a otro confesor, porque el dicho su
confesor Fray Miguel del Sar, le mandó no se confesase con otro../'130.
Pero además, como lo hemos señalado al pasar en páginas anteriores,
a veces los solicitantes tendían a utilizar para sus aviesos objetivos el conoci­
miento que, merced a la confesión, adquirían de las debilidades de sus peni­
tentes. Los testimonios documentales muestran como en diversas oportuni­
dades los sacerdotes, al enterarse de los pecados contra el sexto y noveno
mandamiento de sus feligreses, procedían a hacerles insinuaciones o pro­
puestas descaradas para que hiciesen lo mismo con ellos. Precisamente de
utilizar ese recurso acusa el fiscal a Rafael Venegas, en 1658, señalando al
respecto: "y que con las noticias que tomó (mediante el sacramento) de las
flaquezas y caídas de las mujeres penitentes, le fueron al reo ocasión y
aliento para inducirlas a que con él las cometiesen...”13 140.
9
En consecuencia, el tipo de presiones que sufrían las mujeres solicita­
das era muy variado, pues además de los indicados, los solicitantes con
frecuencia las tentaban ofreciéndoles regalos de diversa naturaleza e incluso
la posibilidad de mantención, como a una querida. Para apreciar la significa­
ción que esas promesas podían haber tenido, debe considerarse que nume­
rosas víctimas eran indígenas y, en general, mujeres bastante pobres. El ase­
gurarse la subsistencia, transformándose en manceba de un sacerdote, no
resultaba por lo tanto una situación descabellada. En los procesos encontra­
mos varios casos en que las testigos reconocen mantener un "ilícita amistad”
con el acusado por largo tiempo. El citado Rafael Venegas le regaló a una
mujer casada, con quien tenía relaciones, un pañuelo de cambrai, unas me-

139 Citado por Marcela Aspell de Yanzi Ferreira, "Los comisarios del Tribunal del Santo Oficio de
la Inquisición en Córdoba del Tucum án- La solicitación en el siglo X V lir . En Cuadernos de
Historia, N° 4. Córdoba, Argentina, p. 153.
140 MM, t. 283, fo l. 193- En las causas de Pedro Coronado, Matheo de Alvarado y Pedro de
Peñaloza, tam bién quedan m uy en claro situaciones similares. AHN, Inquisición, lib. 1027,
fol. 459-561; lib. 1028. fol. 558; y lib. 1032, fol. 475.
días de seda, 4 varas de rúan, un poco d e tafetán naranjado para forrar un
jubón y algunos dineros, en diferentes ocasiones, aunque en poca canti­
dad1'11. El franciscano Francisco Rabanal, en 1^99. lúe acusado, entre otras
cosas, de intentar persuadir a una indígena regalándole un peine y una gar­
gantilla112. Otros ofrecían vestidos o dinero1 f\ Y en no pocas ocasiones, si
todas las proposiciones fracasaban, algunos recurrían a las amenazas e inclu­
so a la violencia física. Tal es el caso del propio Francisco Rabanal, a quien
también acusan, con respecto a una indígena casada, e le que “por la fuerza la
metió allá dentro y tubo cuenta con ella por fuerza". Algo parecido ocurre
con el doctrinero Pedro de Victoria, que fue denunciado por una mestiza de
haber sido introducida por la fuerza en un aposento y “echada sobre la cama
y pretendido tener paite con ella y se había defendido y que por esto la
había maltratado y aporreado” 11Y
Hemos visto que un alto porcentaje de las solicitadas eran casadas y
muchas de ellas terminaban aceptando los requerimientos del sacerdote. Sin
descartar las presiones que pudieron recibir, también habría que considerar
la posibilidad de que en algunos casos la respuesta positiva de las mujeres
obedeciera al deseo de alcanzar el placer sexual que la relación matrimonial
no les otorgaba. Como bien señala Jean-Louis Flanclrin, buena parte de las
relaciones extraconyugales se explicaría porque la sexualidad del matrimo­
nio era en gran medida una obligación impuesta por el contrato1’1*'. Es difícil
poder encontrar testimonios que demuestren aquel objetivo en la acción de
la mujer. Con todo, así como las relaciones nos muestran las quejas de mu­
chas mujeres, también dejan traslucir que otras aceptaron los requerimientos
sin mayor cuestión y que algunas incluso estuvieron dispuestas a participar
de manera activa en el juego amoroso. N o faltan algunos casos en que el
confesor y la penitente terminan acariciándose mutuamente, sin llegar a cul­
minar las relaciones sólo por los inconvenientes impuestos por el lugar*142 *146.
3

1,1 MM, t. 283, fol. 19. K1 mercedario Joan de O cam pos, en 1598 era acusado de tratar de
convencer a una india a tener tratos deshonestos en los siguientes térm inos: "yo te regalaré
y miraré por ti”. AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 558.
142 AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 558v.
143 Causas de Andrés Corral. Lorenzo López, Pedro de Villagra y Diego de Sanabria. AUN.
Inquisición, lib. 1028, fol. 301; lib. 1029, fs, 79, 89 y 195.
144 AHN, Inquisición, lib. 1028, fol. 54lv .
l ís Jean-Louis Flanclrin, La moral. op. cit., II parte, "La moral sexual y com ercio conyugal”.
146 AHN, Inquisición, lib. 1031, fol. 372; lib. 1027, fol I69v. y lib 1028, fol 528v.
En cuanto a las mujeres solteras, habría también que considerar que muchas
eran indígenas, por lo tanto su actitud respecto al matrimonio y a las relacio­
nes sexuales era mas libre. Lo mismo podría decirse de buena parte de las
demás solteras solicitadas, en la medida que pertenecían a los estratos socia­
les más bajos, donde la permisividad sexual era mayor, entre otros factores
por falta de control paterno1 r .
En suma, la receptividad de las mujeres a las solicitaciones estuvo
muy condicionada por lo que implicaba la figura del sacerdote, por la in­
fluencia y poder que tenía especialmente sobre sus hijas de confesión. Más
allá del prestigio unido a la investidura sacerdotal, el solicitante podía recu­
rrir a la información sobre la vida íntima de las penitentes e incluso al uso de
la violencia, la cual no fue una práctica del todo infrecuente. Pero también,
hay que considerar la posibilidad de que muchas mujeres aceptaran las pro­
posiciones atraídas por las perspectivas de obtener un placer que por otras
vías no se alcanzaba. Con todo, tampoco se puede perder de vista que,
como pareciera desprenderse de las relaciones, la mayoría de las solicitadas
rechazó de plano las propuestas del solicitante y que algunas, profundamen­
te escandalizadas, lo hicieron con gran indignación1 ‘8.

A modo de síntesis final podemos concluir que el delito de solicita­


ción quedó bajo la jurisdicción inquisitorial debido a los temores a la posible
propagación de la Reforma Protestante, que había cuestionado el carácter
sacramental de la penitencia. En estricto sentido la solicitación no era una
herejía, ni los solicitantes podían ser considerados unos herejes. Sin embar­
go, las autoridades pontificias estimaron conveniente entregar el conoci­
miento de esas causas a la Inquisición española para evitar de manera más
eficaz la perpetración de un delito que podía desprestigiar gravemente a la
religión y a la Iglesia. El fundamento que se dio para justificar esa medida
consistió en afirmar que los sacerdotes, al cometer ese delito, sentían mal el
sacramento de la penitencia y por lo tanto eran sospechosos de herejía.

147 Pablo Rodríguez, oj). cit , p. 64.


148 No obstante lo expresado, la fuente, en este punto, nos ofrece algunas dudas respecto a su
fiabilidad. Las m ujeres tendían a hacer que toda la responsabilidad cayera sobre el sacerdote,
incluso en aquellos casos en que había existido una relación íntima durante un tiempo largo.
Es imposible saber si la declaración de la testigo en que decía haber rechazado la insinuación
era verdad. A veces se ofrecen algunas dudas, por la forma como culminaron muchas de
esas solicitaciones: con una entrega total de la penitente.
La Santa Sede a través de diversas bulas precisara el ámbito exacto del
delito y regulará el procedimiento que se debía aplicar en las causas corres­
pondientes. Por lo general, las pautas que entrega el pontificado responden
a los requerimientos específicos de la Inquisición española. Casi siempre las
bulas se dictaron a instancias del Santo Oficio, salvo en 1b22. cuando se le
entregó la jurisdicción de manera copulativa con los obispos, generándose
un desencuentro por un corto período, hasta que se aclaró la situación de
acuerdo a los intereses inquisitoriales. En un caso específico, la disposición
de la Santa Sede se originó en una inquietud que se les presentó a los
inquisidores de Lima, que hicieron llegar a la Suprema. Esta resolvió el pun­
to, que se refería al procesamiento de los que solicitaban a hombres, y a
continuación siguiendo una práctica anterior, obtuvo que la Santa Sede con­
firmara su decisión con una bula.
El procedimiento que se diseñó para las causas de solicitación, en
ciertos aspectos se alejaba del modo de proceder en la causas generales de
inquisición. La razón de ello era muy simple, había que evitar el escándalo y
al mismo tiempo castigar con rigor a los delincuentes para que sirviera de
escarmiento. En consecuencia, los reos por este delito no salían en auto
público ni privado de fe y durante un tiempo la solicitación quedó) fuera de
los edictos de fe. Por la distancia del Tribunal con la metrópoli, se le permitió
seguir los procesos hasta la definitiva sin tener que consultar a la Suprema.
Y, después de unas vacilaciones iniciales, se aceptará el testimonio de las
indígenas, no obstante la desconfianza que a los inquisidores les merecían
sus dichos. Las penas establecidas para sancionar a estos delincuentes fue­
ron muy rigurosas y el Tribunal de Lima normalmente respetó lo establecido
al respecto, salvo en contadas ocasiones, en que la Suprema reprendió a los
inquisidores y modificó sentencias. La prohibicióm de confesar mujeres y
hombres a perpetuidad era una sanción extremadamente dura para un ecle­
siástico, pues lo imposibilitaba de tener acceso a algún beneficio, con lo que
se le suscitaban graves problemas de subsistencia. Los clérigos regulares, en
ese aspecto no tenían problema, pero sufrían una humillación profunda y
permanente ante su comunidad y no faltaban ó>rdenes que los expulsaban
de su seno. Los reos para tratar de aminorar sus culpas y obtener menores
penas, trataban de descalificar a los testigos y señalaban que las acciones o
dichos deshonestos los tuvieron fuera del sacramento de la confestón y sin
ninguna relación con él. Sin embargo, el Tribunal de Lima, siguiendo las
instrucciones de la Suprema y los breves pontificios, tenderá a rechazar esos
argumentos, sobre todo el que se refería al momento y circunstancias en que
se cometía el delito. Con los testigos en cambio se tuvo un criterio menos
rígido, aceptándose muchas veces las tachas, en la medida que se trataba de
pocas testificaciones, de mujeres con fama de deshonestas o indígenas. Por
lo general, el reo no era absuelto, pero se le daba una sanción menor.
Todo análisis cuantitativo y valorativo que se haga con respecto a este
delito no puede perder nunca de vista que el número de miembros del clero
involucrado en el, fue muy bajo en relación con el total de eclesiásticos
existente en el distrito de esta Inquisición. Ahora bien, en el Tribunal de
Lima se distinguen tres lases en la represión de este delito. La primera, que
se extiende hasta 1615, es la que concentra el mayor número de causas
detectadas. La segunda fase que va hasta 1735 es de muy poca actividad, al
punto que en sus primeros 20 años prácticamente no se procesa a nadie. La
razón de ello está en que el Tribunal se encuentra absorbido por la represión
a los judaizantes. La tercera fase llega hasta la extinción del Tribunal en 1820
y en ella se aprecia una reactivación de la labor represiva en torno al delito
que nos preocupa, aunque el número de los encausados es muy inferior al
de la primera etapa. Con todo, en comparación con los otros delitos, en esta
última fase la solicitación pasará a ser el delito que concentra el porcentaje
más importante de la actividad represiva del Tribunal, liste comportamiento
guarda relación con lo que acontece en la península, donde se dan unas
fases bastante parecidas, salvo en un cierto período del siglo XVII. Pero, en
lo referente a la significación que tiene el delito con respecto al conjunto de
la actividad represiva, sí se aprecia una cierta diferencia entre los tribunales
de Toledo y Cuenca y el de Lima, pues para este representa alrededor del 7
por ciento, lo que implica una diferencia con los otros superior a los dos
puntos porcentuales. N o obstante ese hecho, para el Tribunal de Lima la
solicitación fue bastante menos significativa que otros delitos, como los de
bigamia, la hechicería, el judaismo y las proposiciones, cada uno de los
cuales implicaba más del 13 por ciento de su actividad.
El solicitante medio del distrito del Tribunal de Lima era un clérigo
regular, preferentemente de la orden de San Francisco o de la Merced, cerca­
no a los 40 años, bastante inculto y dedicado en su mayoría a cumplir
funciones de doctrinero en pueblos de indios. Las víctimas, a su vez, corres­
pondían en un alto porcentaje a mujeres indígenas, aunque también había
bastantes españolas y mestizas, pertenecientes casi siempre a los sectores
sociales inferiores. Desde el punto de vista del estado civil, no existía mayor
diferencias en cuanto al número entre solteras y casadas.
La perpetración ele este delito tan especial, que implicaba la utiliza­
ción de la penitencia como medio, se explica entre otros factores por las
especiales características que revistió dicho sacramento en esa época. De
hecho tendió a centrarse en los pecados contra el sexto y el noveno manda­
miento. Por cierto, que esa peculiaridad alcanzaba una dimensión especial
en un c o n te x to en el que el discurso sobre materias sexuales no formaba
parte de la cotidianeidad y la mujer era vista, por ciertos sectores eclesiásti­
cos, como la encarnación del pecado de lujuria. Si a eso se agrega la existen­
cia de un porcentaje importante de clérigos sin vocación y bastante ignoran­
tes, tenemos la mayoría de los elementos que hacen inteligible un fenóme­
no como el analizado. Solo falta el escenario, que por lo general correspon­
de a una iglesia, inmersa en la penumbra y en la cual hay capillas, sacristías
y confesonarios de grandes dimensiones, que aíslan del resto de los fieles al
sacerdote y la penitente, quienes muy juntos y en muchos casos sin nada
que los separe, dialogan entre otros-temas sobre aspectos de la vida íntima
de ella.
Hay un último punto, él se refiere al alto porcentaje en que los solici­
tantes lograban consumar el objetivo último de su acción. Esto nos hace
presumir un grado relativamente amplio de liberalidad sexual en los sectores
inferiores de la sociedad, pues a ellos pertenecían la inmensa mayoría de las
solicitadas. Pero, lo anterior no debe hacer perder de vista la influencia que
pudo tener en ese comportamiento la significación y poder que representa­
ba la figura del sacerdote, quien además recurrirá a los argumentos ‘'religio­
sos”, a los halagos, a las promesas e incluso a la violencia. En ese sentido, la
solicitación en sí misma, sin considerar los actos de fuerza que se pudieran
cometer, implicaba violentar sicológicamente a la mujer en un alto grado.
Eran muchísimas las penitentes que salían indignadas y escandalizadas por
las proposiciones de que eran objeto en un momento y circunstancias tan
especiales y que resultaban tan opuestos a lo que esperaban. Como señalaba
el papa Gregorio X V en su bula de 1622, en vez de medicina recibían veneno.
La inquisición de Lima
y la circulación de libros prohibidos
(1700-1820)*

L a censura y la circulación de libros prohibidos


en América durante la dominación española es un tema que ha estado pre­
sente en la historiografía americanista desde el siglo XIX. Aunque no existe
una obra dedicada específicamente a dicho asunto, sí hay referencias impor­
tantes en los numerosos escritos sobre la imprenta, el libro y las bibliotecas
indianas. Merecen destacarse de manera especial los trabajos de José Toribio
Medina referentes a la Imprenta, Inquisición e impresos coloniales; ningún
estudio moderno, que de una u otra manera se refiera al libro en América,
puede omitir las publicaciones del prolífico polígrafo chileno1. Otro autor

*
Este artículo fue publicado en una primera versión en la Revista de Indias, N" 174, Madrid,
1984 .
i
De la extensa producción d e jó se Toribio Medina merecen destacarse:
- La Im prenta en Lima (1584-1824). Santiago, 1904-1907, 4 vols.
- La Im prenta en M éxico (1539-1821), Santiago, 1907-1912, 8 vols.
- Historia y Bibliografía de ¡a Imprenta en el antiguo virreinato del Rio de la Plata, La Plata.
1892.
- Biblioteca H ispano-Am ericana (1493-1810), Santiago, 1902, 6 vols.
- Biblioteca Hispa no-Ch i lena (1523-1718), Santiago, 1897-1898, 3 vols.
- Historia del Tribunal del Santo O ficio de la Inquisición de Lima (1569-1820), Santiago,
1887.
- Historia del Tribunal del Santo O ficio de la Inquisición en Chile, Santiago, 1952, segunda
edición.
- Historia del Santo O ficio de la Inquisición de Cartagena de las Indias, Santiago, 1899.
- Historia del Tribunal del Santo O ficio de la Inquisición en México , Santiago, 1905.
- El I ribú nal del Santo O ficio de la Inquisición en las provincias del Plata, Buenos Aires,
1945, segunda edición.
que ha contribuido de una manera relevante al tema es José Torre Revello; a
él pertenece la mayoría de los trabajos modernos en torno a la circulación
del libro en la América española: sus publicaciones han destruido varios de
los mitos más comunes sobre el mundo cultural indiano, que habían sido
generados, en buena medida, por los historiadores liberales decimonónicos;
poseedor de una gran erudición, sus estudios resultan indispensables para el
investigador, debido a las exhaustivas bibliografías que contienen23 . Por últi­
mo, en esta breve enumeración, no podemos dejar de citar a Irving Leonardo
y a Guillermo Furlong45 .
Sin embargo, pareciera que a partir de fines de la década de 1960
hubiese disminuido el interés por los estudios de esta índole; la producción
historiográfica es cuantitativamente menor que en la década de los cuarenta
y cincuenta; no son muchos los autores que podemos citar junto a Agustín
Millares Carlos El fenómeno que comentamos se acentúa si limitamos la
materia a la censura y circulación de libros prohibidos. Esta situación no deja

2 Entre los trabajos más importantes de Jo sé To rre Revello se encuentran:


- El libro, la imprenta y el periodismo en Am érica durante la d om in a ción española, Facultad
de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones H istóricas, Buenos A ires, 1940.
- Orígenes de la imprenta en España y su desarrollo en A m élica española. Institución Cultural
Española, Buenos Aires, 1940.
- "Bibliotecas en el Buenos Aires antiguo desde 1729 hasta la inauguración de la Biblioteca
Pública en 1812", Revista de Historia de Am érica, M éxico, 1965, núm . 59.
3 Irving Leonard: Los libros del conquistador, M éxico, 1953; “ Don Q uixo te an de book trade in
Lima, 1606”, en Hispanic Revieiv, 1940, vo l. V III; “Los libros en el inventario de bienes de
don Pedro de Peralta Barnuevo", en Boletín bibliográfico de la Biblioteca Central de la
Universidad de San Marcos, Lim a, 1941; “M ontalban’s ‘El valo r perseguido' an de Mexican
Inquisition", en Ilispanic Review, 1943, vo l. X I.
4 Guillermo Furlong: “Orígenes de la imprenta en las regiones del Plata", en Estudios, Buenas
Aires, 1918, t. XV; Las bibliotecas coloniales en el Río de la Plata", en Boletín de la Academia
Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1940, t. X III; "Las bibliotecas jesuíticas en las reducciones
del Paraguay y Chaco", en Estudios, Buenos A ires, 1925, t. X X V III.
5 Agustín Millares Cario: “Bibliotecas y difusión del libro en H ispanoam érica colonial", en
Boletín Histórico de la Fundación John B oulton , Caracas, 1970, núm . 22 (este artículo es un
importante inventario de los trabajos publicados sobre el lib ro en las In d ias); Libros del siglo
XVI, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1978. O tro autor que podemos mencionar
es Manuel Pérez Vila: Los libros en la Colonia y en la Independencia, Caracas, 1970. También.
Ildefonso Leal, Libros y bibliotecas en Venezuela c o lo n ia l (1633-1767), Caracas, 1978; y
Teodoro Hampe Martínez, “La difusión de libros e ideas en el Perú co lo nial. Análisis de
bibliotecas particulares (s. X V I)", en Bulletin H ispanique , t. L X X X IX , Bo rd eaux, 1987, pp. 55-
83. En todo caso, sí ha existido un notorio interés por p u b licar inventarios de bibliotecas
coloniales.
de ser especial, sobre lodo por la actualidad que tiene la vertiente española de
dicho tema. Sólo a modo de ejemplo de este último fenómeno podemos men­
cionar la obra de Marcelin Defourneaux: L ln q u is itio n espagnole et les limes
frcingais ciu X V I i r siécle, publicada en 1963 y traducida al castellano en 1973;
la de Antonio Márquez: L ite ra tu ra e in q u is ició n en España, 1478-1834 (Ma­
drid 1980), y la de Virgilio Pinto Crespo: In q u is ició n y con trol ideológico en ¡a
España del siglo X V I (Madrid 1983 ). Aparte de estos libros, en los últimos años
han sido publicados numerosos artículos, los cuales son producto de investi­
gaciones llevadas a cabo, de preferencia, en los archivos inquisitoriales6.
En las páginas que siguen intentamos una aproximación al tema del
libro prohibido en Indias, circunscribiéndonos, eso sí, al estudio de los con­
troles a los libros y de la represión a los lectores de obras censuradas que
practicaba la Inquisición de Lima. Esto implica reducir el ámbito del trabajo
sólo al distrito del Tribunal limeño y a la participación que a esta institución
le cupo en esas materias; a lo anterior habría que agregar las limitaciones
temporales que nos hemos impuesto, al centrarnos de manera preferente en
el período 1700-1820, en razón de la mayor actividad represiva del Santo
Oficio entre esos años en los aspectos señalados.
De preferencia utilizamos en este artículo la documentación pertene­
ciente al Santo Oficio que se conserva en el Archivo Histórico Nacional de
Madrid (A H N ). El grueso de la información sobre los encausados la obtuvi­
mos de las relaciones de causas y de las alegaciones fiscales7. Otras referen­
cias significativas, especialmente sobre el modo de proceder en materia de

Entre otros pueden ser citados los siguientes: Christian Peligny: “Les dificultes de l’edition
castillane au X V I P's. A travers un document de l’epoque”, en Mélangesdela Casa de Velázquez,
Madrid, 1977, t. X III. Vicente Lloréns: “Los índices inquisitoriales y la discontinuidad española”,
en Boletín de la Real A cadem ia de la Historia, Madrid, 1977. niím. CLXXIV. Valentín Vázquez
de Prada: “La In q u isició n y los libros sospechosos en época de Valdés-Salas (1547-1566)", en
Simposio Valdés-Salas, O vied o , 1968. José Martínez Millán, “El catálogo de libros prohibidos
de 1559", en M iscelánea Com illas , 1979, núm. X X X V II; “Aportaciones a la formación del
Estado m oderno y a la política española a través de la censura inquisitorial durante el período
1480-1559", en Jo aq uín Pérez V illanueva: Izi Inquisición española. APeta visión, nuevos
horizontes , Siglo X X I editores, M adrid, 1980. Obra en la que se incluyen, además, los trabajos
de V irgilio Pinto Crespo: “Institucionalización inquisitorial y censura de libros"; Jesús Martínez
Bujanda: “Literatura e In q u isició n en España en el siglo X V I”; Antonio Márquez: “La censura
inquisitorial del teatro renacentista (1514-1551)”, y Lucienne Domergue: “Los lectores de
libros prohibidos en los últim os tiempos de la Inquisición (1770-1808)".
Las alegaciones fiscales eran extractos de los procesos realizados por los relatores de la
Suprema para que ésta dictam inara sobre las causas.
censura, las extrajimos de la correspondencia entre el Tribunal de Lima y la
Suprema. Para nuestros objetivos, la fiabilidad de esta documentación no
ofrece dudas; con todo, hay que tener presente que, con respecto al período
que nos interesa, ofrece ciertas lagunas, especialmente desde mediados del
siglo XV III en adelante. En consecuencia, es muy probable que el numero de
encausados que nosotros presentamos sea un poco inferior a la realidad, lo
cual, por otra parte, no significa que nuestras cifras sean poco representati­
vas; por el contrario, luego de comparar con las estadísticas generales sobre
procesados8, estimamos que reflejan en forma bastante aproximada la ten­
dencia represiva del Tribunal de Lima hacia el delito que analizamos.

1. La censura inquisitorial limeña

Los libros que se imprimían en los dominios de la monarquía españo­


la estaban sometidos a una doble censura. Existía una previa, que ejercía el
Consejo de Castilla. Así, toda obra, antes de publicarse, requería la licencia
de impresión que únicamente podía otorgar este organismo, que contaba
con sus propios censores. Pero, aparte de aquélla, había una censura sobre
las obras ya impresas y era ésta la que correspondía a la Inquisición9. El
hecho de que una obra contara con la licencia real no garantizaba totalmente
su ortodoxia: podía ser denunciada al Santo Oficio y si después de sometida
a los calificadores se consideraba que contenía proposiciones heréticas, era
prohibida “in tomín” o expurgada. En ambos casos el libro no podía circular:
en el primero en forma definitiva (salvo que se revocara posteriormente
dicha censura) y en el segundo mientras no fuera expurgada. La Inquisición
también realizaba esa censura con respecto a las obras que se publicaban en
el extranjero y que ingresaban a los territorios que dependían de las Coronas
de Castilla y Aragón.

8 Las estadísticas generales de los diversos delitos perseguidos por el Tribunal limeño en el
siglo X V III, se encuentran en Rene M illar: La In q u isición de Lima, siglos X V III y XIX, tesis
doctoral. Facultad de Geografía e H istoria, U niversidad de Sevilla, 1981, inédita.
9 Marcelin Defourneaux: Inquisición y censura de libros en la España del siglo X llII, editorial
Taurus, Madrid, 1973, p- 26. Tam bién José M artínez M illán: “El catálogo de libros prohibidas
de 1559", en Miscelánea Comillas , 1979, niim . X X X V II. pp. 182 a 167. Una visión general
sobre la censura de libros en Antonio Sierra C o rella: "La censura de libros y papeles en
España y los Indices y Catálogos españoles de los prohibidos y expurgados", Cuetpo I'acultatitv
de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. M adrid, 1947, pp. 77 a 196.
En America, según disposiciones expresas de la Corona, las licencias
de impresión las otorgaban los presidentes y virreyes, previa censura de las
obras10. Nadie podía imprimir sin haber recabado esa autorización, incluso
las autoridades eclesiásticas quedaban sometidas a tales preceptos11. Con
todo, los obispos tenían facultad para autorizar la impresión de libros religio­
sos. En ocasiones, ambas autoridades aparecen otorgando licencias a una
misma obra12.
El control sobre la circulación de las obras prohibidas corría a cargo
de las autoridades civiles y de los funcionarios de la Inquisición. En la R eco­
p ila d o n de Leyes de In d ia s figuran dos reales cédulas en las que se faculta a
los prelados, audiencias y oficiales reales para reconocer y recoger los libros
prohibidos de acuerdo a los Indices de la Inquisición. Una de estas leyes es
de 1556, vale decir anterior al establecimiento de los tribunales en América,
pero la otra es del 1 1 de febrero de 1609 y por lo tanto bastante posterior a
la instauración de ellos13. La Inquisición controlaba la circulación de tales
libros dando a conocer (a sus funcionarios y población en general) a través
de edictos especiales y de la publicación de índices o catálogos, las obras
que se encontraban prohibidas; también por medio de las visitas a las libre­
rías y bibliotecas públicas y privadas; asimismo, mediante la vigilancia de los
puestos fronterizos y visita de los navios que arribaban a los puertos. La
obligación de denunciar la tenencia de esas obras, que se les recordaba a los
fieles a través de los edictos de fe, era otra forma de control; ésta se relaciona
con la obligación que tenían los confesores de preguntar a los penitentes, en
el acto de la confesión, si retenían, leían, imprimían o vendían libros de
herejes, sospechosos de herejía o condenados por la Silla Apostólica o la
Inquisición de España; tal mandamiento, impuesto por un Breve de Paulo IV
de 5 de enero de 155914, era bajo censura latae sententiae que sólo podía
absolver el Inquisidor General. Por último, aunque parezca contradictorio.

10 Recopilación de Leyes de Indias, lib. I, til. X X III, ley XV. También, real cédula de Felipe IV de
25 de enero de 1648, citada por José Toribio Medina: La imprenta en Lima (1584-1824),
Santiago, 1904-1907. t. I, p. LX X X IX .
11 El virrey duque de la Palata le hizo presente esta obligación al arzobispo de Lima, al mismo
tiempo que le negaba la licencia para imprimir un escrito. Fn Medina, La Imprenta , op. cit .,
t. 1, p. LX X X IX .
12 Alam iro de Avila Martel, ' La impresión y circulación de libros en el Derecho Indiano", Revista
Chilena de Historia del Derecho , N° 11. Santiago, 1985, pp. 192-193-
13 Recopilación de Leyes de Indias, lib. I. tít. X X IV , leyes V II y XIV.
AUN, sección Códices, lib. 9-B, fol. 115.
en cierto sentido podemos incluir entre las formas ele control a la concesión
individual de licencia para leer libros prohibidos; en virtud del sistema de
licencias la Inquisición disponía de una nómina limitada de personas intere­
sadas en tales obras que resultaba fácil de vigilar; además, de acuerdo a las
circunstancias, se restringía el otorgamiento de esas licencias o simplemente
se quitaban. Los edictos sobre libros prohibidos se publicaban (leían) en
alguna de las misas del domingo que se celebraba en la catedral de Lima y
luego se fijaban en su puerta y “en todas las demás iglesias de ella y de las
cabezas de partido y puertos del mar de todo el dicho distrito"1*5.
La Inquisición, siguiendo los principios establecidos sobre la materia
por el Concilio de Trento, prohibía las obras que reunieran algunas de las
siguientes características: 1, Q u e fueran contrarias a la fe católica romana. 2.
Que trataran de nigromancia, astrología o fomentaran la superstición. 3- Que
fueran obscenas o atentatorias a las normas morales católicas (las imágenes,
medallas y otros objetos que tuvieran alguna de esas características también
se prohibían). 4. Que no tuvieran licencia de publicación, nombre de autor o
del impresor, ni demás referencias de la edición (lugar y fecha). 5. Que
atentaran contra la honra de las personas (laicas o eclesiásticas) o atacaran a
las instituciones eclesiásticas o príncipes temporales10.
En la península sólo la Suprema podía publicar edictos de condena­
ción; los tribunales provinciales tenían la facultad para llevar adelante un
proceso de censura, pero era en último término el Consejo quien tomaba la
decisión final después de revisar los autos15 17. En América, en cambio, la
16
situación era diversa; casi desde la época fundacional el Tribunal de Lima
prohíbe libros oficialmente18. N o sabemos si esto obedecía a una autoriza­
ción expresa de la Suprema o era consecuencia de una costumbre impuesta
por las circunstancias geográficas y que el Consejo no estimó conveniente
abolir. Una de las censuras que mayor revuelo causaron en las etapas prime­
ras del Tribunal fue la que afectó en 1622 a la O v a n c lin a de Pedro Mexía de
Ovando. Este libro se había impreso en Lima el año anterior, con licencia del
virrey Príncipe de Esquiladle. Era una obra de carácter genealógico, que

15 ANCH, fondo Inquisición, vol. 483, fol. 412.


16 Defourneaux, Inquisición y censura...op. cit., pp. 49 a 51.
17 Ibid., pp. 56 y 57. Tam bién Virgilio Pinto Crespo: In q u is ició n y co n tro l ideológico en la
España del siglo XVI, editorial Taurus, M adrid, 1983, pp. 59 y 60.
lh Henry Charles Lea: The Inquisition in the Spanish Dependencies, T h e Mac M illan Company,
New York, 1908, p. 444.
justamente por omitir a algunas personas o incluir a otras, despertó fuertes
críticas, al punto de publicarse un poema en su contra y de ser denunciada
a la Inquisición. Esta, a la vista de los antecedentes disponibles, ordenó,
mediante edicto publicado en las iglesias, que se recogiesen los ejemplares
en circulación. Además la obra fue enviada a calificar, de lo que resultaron
sendos informes negativos, que recomendaban su prohibición. No sabemos
a ciencia cierta si el Tribunal tomó una resolución definitiva en ese sentido;
pero lo cierto es que el expediente llegó a la Suprema, la cual el 28 de
septiembre de 1623 ordenó el retiro del libro19. Bastante más evidente de la
peculiar actividad censora del Tribunal resulta lo acontecido con un libro
publicado en Madrid en 1684 por el jesuíta Bernardo Sartolo. Se titulaba Vida
admirable y muerte prodigiosa de Nicolás de Aillón y cotí renombre más
glorioso Nicolás de Dios.Este era un mestizo peruano que según la opinión
popular había muerto en olor de santidad. Contribuyeron a fortalecer esa
impresión unas visiones que decía haber tenido la beata Angela Carranza,
que terminó procesacla por el Santo Oficio. A la vista del libro, que incluía
una serie de hechos falsos y de opiniones dañinas a la religión, el Tribunal lo
prohibió y ordenó que los poseedores de ejemplares se los hicieran llegar
bajo censuras20*.
En el siglo XVIII el Tribunal continúa desempeñando esa actividad;
así, en febrero de 1716 prohibió una obra escrita en Chile por el jesuíta
Pedro de Torres, titulada Excelencias de San José, varón divino, patriarca
grande 21. La gestión iniciada ante la Suprema, en 1752, por el procurador de
la Compañía en la provincia de Chile, para alzar dicha prohibición, nos da
luces sobre el modo de proceder en materia de censura que tenía el tribunal.
De la documentación se desprende que era el mismo que se seguía en la
península; vale decir, primero se requería una delación, luego se daba a
calificar y finalmente se votaba la censura, tomando en cuenta los pareceres
emitidos por los calificadores; el Tribunal tenía la obligación de remitir copia
de todo el expediente a la Suprema; no sabemos si ésta se guardaba el
derecho de revisión, pero lo cierto es que el Tribunal publicaba el edicto
prohibiendo la circulación de la obra sin esperar la ratificación de la Supre-

19 Antonio Rodríguez-Moruno, Relieves de erudición. Madrid, 1959. pp. 231 y ss.


¿<) José Toribio Medina, Historia del Tribunal de la inquisición de Lima, t. II, Santiago. 1956. pp
232-233.
AUN, sección Inquisición, leg. 1.656, exp. 1.
ma; a veces ni siquiera enviaba la copia del expediente, y esto se lo hace
notar el Consejo en 176l a propósito de este caso22.
En 1727, el Tribunal, después del informe de los calificadores, prohi­
bió “in totunT un escrito de 124 hojas que algunos religiosos lectores de la
orden de San Francisco habían presentado ante su comisario contra el P. José
del Castillo (catedrático de vísperas de Escoto de la Real Universidad y cali­
ficador del Santo Oficio). La intención de los clérigos era despojar a aquél de
las preeminencias y honores "de Padre de Provincia" que detentaba por
patente de Roma. Este expediente se había hecho llegar oportunamente a la
Suprema23. El 19 de septiembre de 1751 prohíbe también "in totum” el Com­
pendio Histórico de la Fundación y progreso de los clérigos seculares que
viven en común observando el Instituto del Glorioso San Felipe Neti en la
ciudad de Lima, corte de los reinos del Perú; esta obra fue prohibida por no
tener licencia de publicación, ni nombre de autor y además ser injuriosa de
dicha congregación y de algunas dignidades eclesiásticas2*.
Por no existir expedientes de censuras efectuadas por el Tribunal des­
pués de 1770, no sabemos si éste puso en práctica las modificaciones esta­
blecidas por las reales cédulas de 1762 y 1768 sobre el modo de proceder en
esta materia, especialmente en lo que respecta a oír a los autores católicos
conocidos por su cultura y fama antes de censurar sus obras y a permitir a
los particulares expurgar por sí mismos los pasajes de aquellas obras no
prohibidas “in totum”252 . Según Lea, el virrey Am at, de hecho, puso en prác­
6
tica la cédula de 1768, aunque no la recibió oficialmente; cita como referen­
cia la memoria de gobierno del propio virrey20; sin embargo, de tal fuente
sólo se desprende que Amat tuvo conocimiento de esa cédula y que optó
por incluir sus disposiciones en el texto de la memoria "para que sirvan de
regla en alguno de los casos que tal vez puedan ocurrir’ 27.
En 1807 el Tribunal de Lima prohíbe una serie de obras y las incluye

22 Carta del Consejo al Tribunal de Lima de 10 de enero de 1761, AH N , Inq uisició n, lib. 1.026,
sin foliar.
23 AHN, Inquisición, leg. 2.200, exp. 10.
21 Dicha obra la había publicado en 1722 Alonso de la C ueva, que había sido expulsado de la
Congregación, AHN, Inquisición, leg. 2.207, exp 12.
2> Sobre las características de las m odificaciones introducidas por estas cédulas en el modo de
proceder respecto a las censuras de libros, véase a D efo urneaux, op. cií., pp. 75 a 92.
26 Lea , op. cit ., p. 445.
2 Manuel Amat y Junient: "Memoria de gobierno”, publicada por M anuel Atanasio Fuentes en
Memorias de los viiTeycs, Lima, 1859, t. IV, p. 492. La edición preparada por Vicente Rodríguez
Casado y Florentino Pérez Em bid, basada en otra copia m anuscrita, no incluye ese párrafo.
como apéndice en un edicto de libros prohibidos que la Suprema le había
enviado. Todas aquellas obras se caracterizaban por no estar contenidas en
ninguno de los Indices ni de los edictos especiales. Varias de ellas habían
sido publicadas en el distrito del Tribunal y otras en países extranjeros; por
ejemplo, se prohíben La carta ele la Herm andad de la Misericordia, publica­
da en Lima en 1801; el periódico El telégrafo mercantil rural político, eco­
nómico e historiográfico del Río de la Plata , del 15 de octubre de 1802, im­
preso en Buenos Aires; la carta 58 escrita al marqués de Argeno en el tomo
VIII de la obra Lettres j a m Hieres et cintres, del barón von Bielefeld, impresa
en La Haya en 1“7>3JS. Estas censuras por primera vez hicieron preguntarse a
la Suprema si existían algunos antecedentes que justificaran la práctica o
facultad qtie ejercía el Tribunal de Lima "de prohibir o expurgar libros por su
sola autoridad''- \ no tenemos referencias acerca del resultado de las indaga­
ciones que al respecto ordene) la Suprema. Posteriormente, en 1817, será el
propio fiscal de la Inquisición de Lima quien cuestione el derecho del Tribu­
nal a censurar los libros; los inquisidores recurrirán a la Suprema pidiendo
que se reconozca “la pacífica posesión en que éste ha estado de prohibir”
aquellas obras que se introducían en los territorios americanos sin pasar por
España**30. Aunque no sabemos cuál fue la respuesta de la Suprema, lo cierto
es que el Tribunal, en 1819, seguía censurando obras por propia iniciativa;
esto acontece específicamente con la obra de Moliere El Hipócrita; no obs­
tante, remitía el expediente al Consejo para que resolviera lo que estimara
conveniente31.

2K A la prim era de las obras d iad as se le manda expurgar algunas proposiciones erróneas; la
segunda se prohíbe por ir contra el honor de las personas; y la tercera, por contener
proposiciones escandalosas, libertinas, hereticales, formalmente heréticas, injuriosas a la
Inquisición, a los cuerpos eclesiásticos y a los concilios generales. Aparte de esas obras, el
Tribunal prohibió un quincenario titulado Devotísimo quincenario del tránsito de Nuestra
Señora y Reina M a ría Santísima (sin nombre de autor, impresor, lugar, ni fecha); una oración
manuscrita e im presa: D el d o n o s o San Cipriano (por fomentar la superstición); un papel
manuscrito que se hace pasar por la sentencia contra Jesús Nazareno (por apócrifo y fomentar
supersticiones); tam bién L. Art. de Peindre al Esprit, escrito por “Juan Bernardo Sensarie",
París, 1770, 3 tomos (m ientras se expurgaba); Las cartas americanas, escritas en italiano por
el conde Carli (m ientras se reconocían); y por último, Di geografía histórica de Guthrie, en
inglés (m ientras se reconocía). AH N , Inquisición, leg, 1.654, exp. 3.
29 AUN, Inq uisición, leg. 1,654, exp. 3.
30 Carta de los inquisidores de Lima al Consejo, de 31 de octubre de 1817, AHN, Inquisición,

leg. 3-589. sin núm . de exp.


31 Carta del Tribunal al Consejo, de 26 de febrero de 1819, AHN, Inquisición, leg. 3.589, sin
núm. de exp
2. El control sobre la circulación del libro
Como se lia indicado, la Inquisición controlaba la circulación del libro
prohibido, primero, poniendo en conocimiento de la comunidad las obras
censuradas mediante la publicación de edictos especiales que se daban a
conocer en las misas dominicales de las diferentes iglesias y que luego se
pegaban en las puertas de ellas, En dichos edictos se indicaba el título de la
obra, el nombre del autor, el lugar y año de impresión, y las razones de la
censura32. Eran enviados por la Suprema a los tribunales de distrito, aunque
como hemos visto el Tribunal de Lima emitía los suyos cuando había censu­
rado un libro de manera autónoma. En los siglos X V I y X V II los edictos se
refieren por lo general a una sola obra. En el siglo X V III, se publicaban más
espaciadamente, pero incluían listas de libros33*. Id Tribunal también se pre­
ocupaba de que el Indice de libros prohibidos que se elaboraba por manda­
to del Inquisidor General estuviese en poder de las bibliotecas de las órde­
nes religiosas, colegios y universidades3*. Además debe recordarse que en
los edictos generales de fe, se conminaba a los fieles a que denunciaran a la
Inquisición a quienes poseyeran biblias en romance, obras de los autores
protestantes u otros herejes, o “cualquier clase de libros de los reprobados o
prohibidos por los catálogos del Santo Oficio”33.
El Tribunal, en segundo término, trataba de impedir el ingreso de
obras prohibidas a su territorio jurisdiccional. Para ello, los comisarios
efectuaban o debían efectuar periódicas visitas a las navios que arribaban a
los puertos. La Suprema cada cierto tiempo le recordaba al Tribunal la obli-

32 Por ejemplo, en el fechado en Madrid, el 30 de abril de 1677, se prohíbe in to tu m , la segunda


parte del libro titulado Taire de B a b ilo n ia (la prim era tam bién estaba prohibida), de Antonio
Henríquez Gómez, impreso en Madrid, por ser ofensivo al estado clerical, en general, y “al
estado de virginidad de las beatas", en particular; además, se señalaba que el libro sabía a
judaismo y que era injurioso al Santo O ficio, a España y a los conquistadores de las Indias,
al punto que se estimaba que por su carácter sedicioso podía “causar alteraciones en ellas".
ANCH, Inquisición, vol. 485, fol. 107.
- Angel Alcalá y otros, Inquisición española y m entalidad inquisitorial, A riel, Barcelona, 1984.
p. 273.
Entre 1646 y 1648, el Tribunal se queja a la Suprema de las dificultades que tiene para con la
labor de censura y control de libros por disponer de un solo ejem plar del últim o Indice de
libros prohibidos, el de 1640. Solicitan que se le envíen 12 ejem plares de él. Ver Castañeda
y Hernández, op. c it ., t. II, p. 508-509.
^ Ricardo Palma, "Anales de la Inquisición de L im a ’, en Tradiciones peruanas, t. V I. Madrid,
1954, p. 284.
gación que tenía en ese sentido y lo hacía a través de diversas cartas acorda­
das en las que además se le instruía respecto a la forma como debía efectuar
las revisiones-0. De acuerdo con esas instrucciones, los comisarios debían
revisar las pipas, vasijas, fardos, baúles, barajas de naipes, mercaderías, co­
fres y camas de los marineros*''". Se alertaba a dichos funcionarios para que al
efectuar la revisión de los libros mirasen con mucho detenimiento su conte­
nido, “sin contentarse con los nombres de los autores"; además debían con­
siderar “que los lugares de las impresiones son supuestos, como hechas en
lugares católicos y los libros los traen en forma de barajas de naipes”3 738. Los
3
6
libros prohibidos que encontraren tenían que retirarlos.
También debían inspeccionar las bibliotecas públicas y privadas, al
igual que los comercios donde se vendieran libros. En esas diligencias de­
bían retirarse los libros prohibidos y expurgarse aquellos que sólo podían
circular una vez que se borrasen los párrafos o frases que habían sido censu­
rados por la Inquisición. Al parecer a mediados del siglo XVII, el Tribunal no
se mostraba muy diligente a la hora de cumplir con esas obligaciones, pues
la Suprema le llama la atención por cumplir de manera deficiente con la
revisión de las bibliotecas y le ordena que se envíen calificadores a efectuarla
y que los expurgos se hagan de acuerdo a las pautas que señala el Indice de
1Ó4039.
La Suprema, el 16 de octubre de 1705, envió a Lima una carta acorda­
da en que, a raíz del “rompimiento de las paces” con Inglaterra y Holanda, le
informaba sobre el término del trato especial que por razones de comercio
se había concedido a los herejes naturales de esos países y le reiteraba, con
bastante insistencia, los mandamientos respecto a la visita de navios40. Sin
embargo, existe una escasa documentación respecto al control sobre los
libros prohibidos en la primera mitad del siglo XVIII. Lo más probable es que
esto sea índice de una limitada preocupación del Tribunal por dicha materia.
Para esa época sólo tenemos referencia de un hecho en torno a este asunto

36 Sobre visitas de navios la Suprema le hizo llegar las cartas acordadas de 10 de septiembre de
1576, de 19 de m ayo de 1581, de 10 de diciembre de 1602, y de 19 de enero de 1627. ANCH.
Inquisición, vo l. 395. fol. 207-208.
37 AN CH, Inq uisició n, vol. 395, fol. 207. Carta acordada de 19 de mayo de 1581. En esas
instrucciones se les advertía que las revisiones debían hacerlas coordinándose con los oficiales
reales y que en lo posible las efectuaran al mismo tiempo.
38 ANCH, In q u isició n , vol. 395, fol. 208. Carta acordada de 10 de diciembre de 1609.
39 Castañeda y H ernández, op. cit., t. II, pp. 511-512.
40 ANCH. Inq uisició n, vol. 395. fol. 207.
y demuestra una laxitud del Tribunal en el cumplimiento de las instrucciones
sobre control de libros. Concretamente, los inquisidores hacen notar al Con­
sejo, en 1711, la imposibilidad de poner en práctica unas instrucciones de
éste referentes a la visita de nav ios para evitar la introducción de una biblia
impresa en el extranjero en "lengua mexicana". La razón esgrimida por el
Tribunal para no cumplir las órdenes del Consejo, que sólo reiteraban una
obligación tradicional de los comisarios, era la actitud de resistencia que mos­
traban los comerciantes franceses en Perú, que a la sazón habían aumentado,
en forma notoria, sus actividades mercantiles. La Suprema reprendió a los
inquisidores por esta negligencia y les ordene) que ejecutaran la visita de los
navios aunque éstos llevaran despachos para no ser registrados por los mi­
nistros del rey. Al mismo tiempo pidió al monarca que diera órdenes preci­
sas a los prelados, virreyes, gobernadores y justicias de los reinos de Indias
para que con ningún pretexto embarazaran a los ministros del Santo Oficio
en la visita de los navios y que, por el contrario, concurriesen con su autoridad
a que se ejecutara. Resultado de esta petición de la Suprema fue la real cédu­
la de 31 de enero de 1713. que acogió íntegramente lo planteado por aquélla '1.
Cabe hacer notar que desde 1673 hasta, probablemente, la década de
1780 no se realiza en El Callao la visita de los navios propiamente tal; los
libros, o mejor dicho las memorias que indicaban los títulos que se introdu­
cían, eran revisados en Lima'".
A mediados del siglo XV III se aprecia una preocupación mayor por el
control de libros. Así, en 1744 los inquisidores mandan pedir a la Suprema
una o dos copias del nuevo índice prohibitorio y expurgatorio^; en octubre
de 1748 el Tribunal, siguiendo instrucciones del Consejo, manda, por edicto,
recoger todas las licencias para leer libros prohibidos"; en noviembre de
1754 recibe 73 juegos del Indice de 1747, que se apresura a colocar y distri-*43

11 Carta del Consejo e Inquisidor ( ¡eneraI al Rey, de 27 de* enero de 1713, Al IN, Inquisición, lib.
500, fol. 593; real cédula de 31 de enero de 1 7 1 3 , AI IN , sección Códices, lib. 737-B; carta de
la Suprema al Tribunal de Lima de l de febrero de 1717, Al IN , Inquisición, lib. 1.025, fol. 18.
Carta de los inquisidores de Lima al Consejo, de 2b de septiem bre de 1737, AN O 1. inquisición,
vol. 484, fol. 117; carta de los inquisidores al virrey, de 17 de age »stn de 178b, Al IN. Inquisición,
leg. 2.214, exp. 25.
43 Carta de los inquisidores al Consejo, de 9 de septiem bre de 174a, AU N , Inquisición, leg.
2.203. exp. 2. Curiosamente los inquisidores se relieren al "últim o expurgatorio que comprende
desde el año 1707 hasta el de 1740”, que sólo se publicó en 17■17; lo cierto es que creían que
había salido en 1740.
Carta de los inquisidores al Consejo, de 29 de noviem bre de 17a8. AUN , Inquisición, leg.
2.203, exp. 5.
huir entre los particulares y las bibliotecas que las órdenes religiosas tenían
en todo el distrito de la Inquisición0.
En 1765 el Tribunal recoge dos obras del autor galicano Alejandro
Natal: la H istoria Eclesiástica (18 volúmenes) y una sobre los evangelios (2
volúmenes); la primera figuraba en el Indice de 1747, la segunda fue reteni­
da porque traía una inscripción que decía estar corregida por el Santo Oficio
y no haberse recibido en el Tribunal tal expurgación ni el permiso para que
circulara,0. Dos años más tarde retira de circulación algunos ejemplares de la
obra anónima A n a les ele la C om pañía, escrita en francés y sin licencias; este
libro no figuraba entre los diferentes edictos con obras prohibidas que la
Suprema había hecho llegar a Lima en los últimos años; el Tribunal en este
caso no sólo actuó porque dichos A nales carecían de las referencias de
edición, sino también porque trataba con desprecio a la Compañía, al Sumo
Pontífice y, a juicio de los inquisidores, estaba sembrada de herejías de
Jansenio. Uno de los ejemplares de esta obra había llegado a manos del
oidor Pedro Antonio de Echeverez, quien lo pasó al asesor del virrey José
Perfecto de Salas, el que a su vez lo hizo llegar al propio virrey Amat, el cual
se mostró reacio a entregarlo al Tribunal'17; no sabemos si las gestiones rea­
lizadas por los inquisidores para obtener la entrega del libro dieron resultado.

ÍS Aparte de los que se dejaron en Lima, se enviaron a los colegios y casas de estudio que las
religiones tenían en Charcas, La Paz, Santiago. Concepción. Córdoba, Buenos Aires y Asunción.
AUN. Inquisición, legs. 2.207, exp. 6. y 2.209, exp. 7.
4<* Carta del inquisidor López G rillo al Consejo, de febrero de 1765. AUN. Inquisición, leg.
2.210, exp. 2. La H istoria eclesiástica de Natal constaba de 21 volúmenes; por lo tanto, la que
se había retirado estaba incompleta. José Toribio Medina señala, en su Historia del Tribu n al
del Santi> O fic io de la Inquisición de Chile (Santiago, 1952, p. 643), que el Consejo mandó
devolver a sus dueños la obra de Natal "por estar corriente"; con todo, no indica la fecha de
esa determ inación y, en consecuencia, no sabemos si corresponde a la incautación efectuada
por el Tribunal en 1765 o a otra anterior. Por otra parte, lean Sarrailh, en su España ilustrada
(ed il. FO L. C. E ., M éxico, 1957, p. 162), cita una carta de José Nicolás de Azara de 1774, en
que queda muy claro que la H istoria eclesiástica a esas alturas todavía estaba prohibida.
Al parecer, en 1762, el Tribunal mandó recoger una publicación realizada por José de Zevallos,
conde de las Torres, titulada D iá lo g o entre un bedel de la Universidad de Lim a y el reverendo
P a d re F ray A’., sobre la o ra ció n p a n egírica <¡ue d ijo don M ig u e l de Valdivieso. Esta era una
sátira a la oración pronunciada por Valdivieso, como catedrático de la Universidad de San
Marcos, en la recepción al Virrey Amat. La Inquisición la mandó recoger por carecer de
licencias y ser anónim a. Ver Ricardo Donoso: Un letrado del siglo XVIII. el doctorJosé Perfecto
de Salas, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 1963, t.
I, p. 194.
'Í7
Carta de los inquisidores de Lima al Consejo, de 10 de diciembre de 1767. AUN, Inquisición,
leg. 2.210, exp. 3. De esta carta se desprende que con anterioridad el Virrey Amat había
Apartir de 1770 el Tribunal, por instrucciones del Inquisidor General
y de la Suprema, deja circular, muy a su pesar, una serie de obras contra la
Compañía de Jesús, además del importante libro galicano de Febronio De
statu ecclesiae, en segunda edición, fechada en Bouillon en 1765. Entre las
obras referentes a los jesuítas que circulaban en Lima hacia 1770 y que había
detectado el Tribunal pueden citarse: La c o le c c ió n g e n e r a l de docum entos a
la p e rs e cu ció n q u e los re g u la re s ele la C o m p a ñ ía s u s c ita ro n v sigu ieron te­
n a z m e n te p o r m eclio ele sus ju e c e s co n s e rv a d o re s y geinetnelo a lg u n os minis­
tros seculares desde e l a ñ o 1644 hasta 1660\ el escrito titulado Contra el
Ilu strísim o R m o. Sr. D . B e rn a rd in a d e C á rd e n a s . re lig io s o cuites de la orden
de San F ra n cis co , ohispo d e l P a ra g u a y , e x p e lié n d o le tres reces de su obispado
a fu e r z a de a rm a s y de m a n e jo s de d ic h o s re g u la re s d e la C om pa ñ ía , p or
e v ita r q u e este p re la d o entrase, n i visitase sus m is io n e s d e l P a ra n á , Uruguay
y también el impreso M o n a r q u ía d e los Solipsos, escrito bajo el seudó­
e lta ti;
nimo de Lucio Cornelio Europeo. La Suprema, ante la comunicación del
Tribunal en que le hacía notar lo perjudicial que resultaba la lectura de estas
obras, incluida la de Febronio (von Hontheim ), contesta señalando que en la
Corte circulaban esos libros y que no hiciera “novedad con ellos” 18. Esta
actitud de la Suprema era consecuencia de las limitaciones que le imponía a
su acción la presencia en las esferas de gobierno de hombres de tendencias
regalistas e ilustradas que no miraban bien a la Inquisición. De tales manifes­
taciones eran buenas pruebas el destierro sufrido por el Inquisidor General
Quintano Bonifaz en 1761 y las reales cédulas de 1762 y 1768 sobre procedi­
mientos en materia de censura de libros *9.

estado en posesión de otra obra prohibida: El Sprit (¿De l'espnt de Helvéticus?). Resulta
curioso que un personaje que ha sido considerado por la historiografía como un hombre
totalmente alejado de las letras aparezca sindicado por la Inq uisició n (con testimonios
irrecusables) como lector de libros prohibidos. En cuanto a la obra contra los jesuítas es
posible que corresponda a los Anales de los jesuítas desde la erección de la Compañía hasta
el año 1763, pues con este encabezam iento figura una obra entre la lista de los libros que
estaban depositados en las bodegas del Tribunal en 181 A. al hacerse el inventario de los
bienes del mismo, A G I, Audiencia de Lim a, 1568. Tam bién Jo sé Torre Revello: “Libros
procedentes de expurgos en poder de la Inq uisición de Lim a", en Boletín del Instituto de
Investigaciones Históricas. Buenos A ires, 1932, núm . 54, p. 343.
,H Carta de los inquisidores de Lima al Consejo, de 19 de noviem bre ele 1771. AUN, Inquisición,
leg. 2.212, exp. 1. El seudónimo de Lucio Cornelio Europeo corresponde a M elchior Inchofer.
49 Algunas características del regalismo en la época de Carlos III y su postura frente a la
Inquisición en Richard Hern España y la revolución del siglo XVIII. ed il. Aguilar. Jerez de la
A partir de la década de 1780, coincidiendo con el gobierno del virrey
Teodoro de Croix, la autoridad civil muestra una especial preocupación por
el control de los libros prohibidos e insta al Santo Oficio a que acentúe la
vigilancia para impedir la circulación de ellos. Así, en agosto de 1786 el
virrey Croix lo exhorta a que mande recoger aquellas obras prohibidas como
perjudiciales a la religión y al Estado, entre las que cita el Belisario, de
Marmontel y, en general, las de Montesquieu, Linguet, Raynal, Maquiavelo y
la E n c ic lo p e d ia ; en la misma comunicación le hace presente que por su
paite ha expedido las oportunas providencias para detectar dichos libros y
que incluso ha mandado publicar en la ciudad de Lima un bando especial
sobre la materiaS(). Esta actitud del virrey obedecía al cumplimiento de unas
órdenes específicas que el monarca le había enviado el año anterior’1; ba­
sándose en ellas, Croix no sólo hizo llegar aquel escrito al Tribunal, sino que
además prohibió la impresión de cualquier obra sin licencia (incluso la de
los elogios que publicaba la Universidad al tomar posesión del cargo un
nuevo virrey) y mandó quemar algunos libros prohibidos que se detectaron'’2.
La respuesta que los inquisidores dieron a la comunicación antes cita­
da señala indirectamente dos de las fórmulas habituales que se utilizaban
para introducir libros prohibidos. En ella hacen presente al virrey que tales
obras, de encontrarse en circulación, habrían pasado entre los equipajes de
los viajeros “y no en los cajones de libros, cuyas listas se registran con mucha
a t e n c i ó n En definitiva, se desprende de esto que la visita de los comisa­
rios a los navios (tal como era practicada en Lima) se limitaba a revisar las
facturas de los libros que venían embalados, sin verificar si las nóminas
consignadas correspondían con el contenido del embalaje. La adulteración*S I

Frontera, 1964, pp. 15 a 2 t. Tam bién Teófanes Egido*. “Regalismo y relaciones Iglesia-Estado
en el siglo X V H T , en la H istoria de la Iglesia en España, dirigida por Ricardo García-Villoslada,
BA C, Madrid, 1979. t. IV, pp. 196 a 200.
r,° Cana del virrey al Tribunal, de 11 de agosto de 1786, AHN, Inquisición, leg. 2.214, exp. 25.
Tam bién, Los Ideólogos. José B a q u íja n o y Carrillo, investigación, recopilación y prólogo de
Miguel M aticorena, Com isión Nacional del sesquicentenario de la Independencia del Perú,
Lim a, 1976. t. I, vo l. III, pp. 261 a 263.
SI Los Ideólogos . op. c it.%pp. 253 y 254.
R elación de g o b ie rn o del v iire y Teodoro de C ro ix , BPR, manuscritos 26 y 27, t. 1, fol. 92.
O ficio del virrey C ro ix a José de C alvez, de 28 de febrero de 1787, en Los Ideólogos, op. cit
pp. 274 y 275. y en Medina , La Im prenta, op. cit., t. 111, p. 110.
M Carta de los inquisidores al virrey, de 17 de agosto de 1786. AHN, Inquisición, leg. 2.214,
exp, 25.
ele las facturas o la introducción en los baúles de obras no citadas en aqué­
llas o citadas con nombre diverso era una de las formulas utilizadas para
introducir libros prohibidos; otra consistía en pasarlos entre el equipaje, puesto
que éste no era revisado.
Ante los problemas que planteaba la practica tradicional empleada
para el reconocimiento de libros, el virrey y el I ribunal llegaron a un acuer­
do, a fines de 1786, para modificarla y hacerla más efectiva. La administra­
ción de aduana habilitó una pieza especial para realizar la revisión; allí se
depositarían los cajones hasta ser reconocidos por el comisario del Santo
Oficio y el representante del virrey''1. La revisión, de ahí en adelante, no se
iba a limitar a las facturas, sino que también se examinaría el contenido de
los embalajes; además, periódicamente se iban a inspeccionar las librerías y
bibliotecas públicas y privadas’*'*. Este acuerdo fue bien recibido por la Su­
prema, aunque le hizo notar al Tribunal que el revisor designado por el
virrey sólo debía entender en los libros prohibidos por el gobierno; además,
le manifestó su extrañeza porque hubiese tenido que ser el virrey quien
tomase la iniciativa en lo tocante a establecer un control mas riguroso**6.
En los años siguientes, sobre todo después del estallido de la revolu­
ción francesa, el Tribunal redobla la vigilancia para impedir la circulación de
obras políticamente sediciosas. El 16 de junio de 1798 publicó un edicto de
libros prohibidos, que contenía 30 obras, casi todas en francés, y referentes
a materias políticas, filosóficas y religiosas, que reflejaban el espíritu ilustra­
do y revolucionario predominante en la Francia de esos años. En el edicto se
incluían varios libros, cuya lectura se prohibía incluso para los que poseían
licencias. Entre ellos estaban el Origine de toas les cuites, oa religión universeUe
p a r dupitis citoyenfrangois, de M. Volney; Le Spectatenr Franjáispenc/ant le
governement revoludonaire , “par le Citoyen Delacroix”, impreso en París,
por proposiciones heréticas, impías y destructoras del orden; las Lettres
persanes, que se atribuyen a Montesquieu, por herejías y sátiras del clero y el5 4*

54 K1 virrey nombra como revisor a Fr. Diego de Cisneros, de la orden de San Jerónim o; a fines
de 1786, éste fue denunciado ante el Tribunal por varias personas, entre las que se encontraba
un religioso del oratorio de San Felipe Neri; se le acusa de leer a Volt a i re y a Montesquieu y
de sostener proposiciones jansenistas "m uy cercanas a los que llam an portoreal islas" (de
Port-Royal), AUN, Inquisición, leg. 2.214, exp. 24.
’>s AHN, Inquisición, leg. 2.214, exp. 2S.
% Cana de la Suprema al Tribunal, de 12 de enero de I78K. A IIN . Inq uisició n, lili. 1.026. sin
foliar.
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xn J .>■ i e n npi., ct in «-ilmani vn <vta*o, üntiiJ- Ca¿J v J f i t U i l t * - » - « f.i a.r •-■■ .‘t I t O arta <ng *a :¿-ia . t r' «*l
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Edicto de lib ro s prohibidos publicado por el Tribunal. Lima 1798.


Fondo Varios, vol. 244. A rchivo Nacional de C hile.

Papa; y las M áscam eles m onastiques et reí ig i cuses de ton tes les nations du
Globe, por impía y blasfema. Además se incluían otras obras prohibidas en
totum , entre las que se encontraban las pertenecientes al Abate Prevost,
impresas en Amsterdam, en 1783, por contener láminas provocativas y narrar
historias “indecentes de amor profano ’. Los inquisidores concluían el edicto
ordenando que nadie pudiese “vender, leer o retener" dichos libros, bajo
pena de excomunión mayor “latae sentenciae trina canónica monitione pre-
missa" y de 200 ducados para gastos del Santo Oficio. Por último, mandaban
que dentro de los seis días a contar de la lectura de este documento, se pre­
sentaran esos libros a ellos o los comisarios y se manifestaran los que otras
personas tuviesen u ocultaren. Si no lo hicieran, quedaban excomulgados^ .
Cumpliendo instrucciones de la Suprema, que le ordenaban velar ante
los posibles intentos por introducir manifiestos que instaran a la población
de esos territorios a liberarse de la dominación española, el Tribunal pone en7*

S7 AN O I, fondo varios, pieza D2, fo!. 169. Al pie del edicto se señala que quien quitase ese
papel también caía en excom unión mayor. IT autor de las Másenmeles era el diputado de la
Convención Lavicom terie de Saint-Samson.
estado de alerta a los comisarios38. El virrey, a su vez, insiste ante los
inquisidores en términos muy similares, poniéndoles ademas al corriente de
las informaciones que poseía en torno a la posible internación clandestina
de un opúsculo sobre los derechos del hombre"'9. Pero el Tribunal no por
esto descuida el control sobre los libros religiosos prohibidos: en 1802 seña­
la a la Suprema haber recibido las instrucciones que le ordenaban retirar de
la circulación todas las obras impresas en francés o castellano del jansenista
Pedro Nicole; en el mismo escrito el Tribunal expresa que le informaría de
los ejemplares que se recogieran*60; los inquisidores estaban en antecedentes,
por una denuncia efectuada trece años antes, que las obras de ese autor
circulaban en Lima61.
La escrupulosidad en el control que demuestra el Tribunal en los pri­
meros años del siglo X IX dio motivo a que un revisor de la Suprema reco­
mendara una alabanza especial para los inquisidores02. La retención por
parte del Tribunal de una serie de obras que figuraban en el Indice, pero que
estaban impresas en España, en castellano, y en las que se decía que estaban
expurgadas y que además contaban con el pase del comisario de Cádiz, fue
específicamente lo que dio motivo a ese elogio del revisor de la Suprema.
Entre las obras retiradas se encontraban E l P a ra ís o P e r d id o , de Milton; Las
N och es , de Young; La R iq u e z a d e las N a cio n e s , de Smith, y E l C atón Cristia­
n o , de Moles63.

Estas órdenes de la Suprema son consecuencia de unas instrucciones que el rey hizo llegar
al inquisidor general, el 23 de septiem bre de 1789, A U N , Inq uisició n, leg. 3-587, exp. 63.
El 16 de diciembre de 1794 la Suprema previene al Trib unal sobre la posibilidad de que se
intente introducir la obra de Felipe Puglia Desengaño del hombre, impresa en Filadelfía,
AHN, Inquisición, leg. 2.216, exp. 6.
AHN, Inquisición, leg. 2.216, exp. 16.
60 Carta del Tribunal al Consejo, de 6 de octubre de 1802, AH N , Inq uisició n, leg. 2.218, exp. 2.
Las obras completas de Nicole habían sido incluidas en el Indice de 1747; la censura fue
retirada en 1792 y vuelta a im poner en el año 1800; ver D efourneaux, o p . c i t p, 235.
61 AHN, Inquisición, leg. 3.730, exp . 105.
62 Carta de los inquisidores de Lima a la Suprem a, de 9 de junio de 1818, AHN, Inquisición, leg.
3.589, sin núm. de exp.
63 Ihid.
3. La represión de los lectores de obras prohibidas

Merced a todos esos controles, el Tribunal, en el período que estudia­


mos, logró detectar un cierto número de personas que retenían libros prohi­
bidos. A varias de ellas se les inició un proceso, pero muy pocos se siguieron
hasta la definitiva; sólo tenemos referencia de cuatro causas .sentenciadas.
Todas las delaciones por el delito de leer y poseer libros prohibidos de que
tenemos noticia se producen a partir de la década de 1780; vale decir, desde
el momento en que por iniciativa del virrey Croix se pone en practica un
nuevo sistema de revisión de los navios, se aumenta la vigilancia sobre las
bibliotecas particulares y se insiste y recalca la obligatoriedad de la denun­
cia. Muchas de las personas que caen bajo la mirada del Tribunal por ese
delito son delatadas paralelamente por proposiciones (opiniones o juicios
considerados heterodoxos); éstas, como es lógico suponer, son muchas ve­
ces resultado de la influencia ejercida por la lectura de obras prohibidas.
Desde el punto de vista social, los denunciados pertenecen casi sin
excepción al grupo dirigente de la sociedad; si nos limitamos a los quince
casos en que el Tribunal llega a formar sumaria (este número corresponde a
los que tenemos perfectamente documentados), sólo dos no pertenecían a
los sectores principales de la sociedad; uno de ellos era un cirujano de un
barco y el otro un comerciante limeño, hijo de un platero6*. Entre los restan­
tes había dos títulos de Castilla, cuatro altos funcionarios de la administra­
ción virreinal, dos abogados de prestigio y tres eclesiásticos, uno de ellos
muy vinculado a un virrey. La mayoría de ellos eran criollos, sólo dos eran
peninsulares y uno extranjero (alemán). Varios de estos personajes poseían
licencia para leer libros prohibidos; sin embargo, fueron denunciados por
prestar y poseer obras prohibidas incluso para los que tenían licencia.
Respecto a ese último punto, señalábamos en páginas anteriores que
el Tribunal había retirado las licencias en 1748. Con todo, en los años si­
guientes la Suprema continuó otorgándolas. Esto hace que aparentemente
resulte poco claro el sentido de la medida aplicada en 1748 a instancias de la
propia Suprema. N o obstante ésta no hacía más que seguir una práctica que
se remontaba a fines del siglo X V I. En efecto, desde esa época, al publicarse
cada nuevo catálogo de libros prohibidos se procedía a retirar todas las6 4

64 Juan Larrina era el cirujano (AH N , Inquisición, leg. 3-730, exp. 83) y José Pére?. el comerciante
(A U N , Inq uisición, legs. 1.649, exp. 2, y 2.219, exp. 7).
N ó m i n a d e p r o c e s o s c o n c l u i d o s

N om bre Edad N atural d e A c tiv id a d F e c h a del

proceso

H e n r í q u e z , Fr. C a m i l o 33 V a ld iv ia R e lig io so d e la

Buena M uerte 1802

L arriva, J o s é J o a q u í n de — L im a? F clesiá st ic o 1810?

R o zas, D r. R a m ó n de 48 M endoza A sesor del v irrey

del Perú 1802

U rq u izu , S an tiago d e 28 L im a E m p le a d o de la C a s a

de M on ed a de L im a 1782

V id au rre , D r. M a n u e l

Lorenzo 30 L im a A b o g a d o 1793

1805

N ó m i n a d e c a u s a s i n c o n c l u s a s

A r a u jo y F e ijo o , Ram ón de 30 E m p le a d o de las

te m p o ra lid a d e s 1788

B a q u íja n o , D r. J o sé 40 L im a A b o gad o , c a te d rá tic o

de San M arcos 17 9 1

C i s n e r o s , Fr. D i e g o J e r ó n i m o R e lig io so de la O r d e n

d e San J e ró n im o 1786

G ijó n y L e ó n , c o n d e M ig u e l 80 Q u ito C o la b o ra d o r de

O la v id e en A n d a lu c ía 1790

G il d e T a b o a d a , V icen te 38 S a n tia g o

(G a lic ia ) In ten d en te de la

p ro v in c ia d e T ru jillo 1800

L a n d á b u ru , A g u stín L im a 1803

L arrin a, J u a n C iru ja n o d e la f r a g a t a

Las d os a m ig a s 1804

N o rd e n flich t,

b aró n T im o teo A le m a n ia T é c n ic o de m in a s 1801

P a y o , D r. J o sé B. A ire s A b o g a d o 1804

Pérez, José 32 L im a C o m e rcian te 1801

Fuente: A IIN , In q u isic ió n , legs. 1 .6 4 9 -1 (e x p s. 1 y 1 4 ), 1 .6 4 5 (e x p s . 2-3 y 4 ) , 2.214

(e x p . 2 4 ), 1.6 5 5 (e x p . 3 ), 3 -7 2 7 (e x p . 7 7 ), 3 -7 3 0 (e x p s . 3 -8 3 -9 1 -9 9 -1 0 0 y 1 0 5 ) ; lib.

1.02 6, a ñ o s 1799 y 1805.


licencias que se habían concedido con anterioridad6^; debe recordarse que
en 1747 se publicó uno de esos Indices. Es posible que con aquella medida
sólo se haya pretendido hacer un reencasillamiento, una puesta al día, una
reactualización de las licencias; lo cierto es que más del 90% de las que
hemos detectado corresponden al período posterior a 1750; sin efectuar una
búsqueda exhaustiva hemos tibicado 51, casi todas ellas otorgadas a residen­
tes en el distrito de la Inquisición de Lima. Para obtener una concesión había
que presentar una solicitud, directamente ante la Suprema o ante el Tribunal,
indicando algunas referencias biográficas y los motivos qtie le impulsaban a
pedirla666;
5 la Suprema era el único organismo que podía otorgarlas (el Papa y
la Congregación del Indice concedían licencias, pero la validez de ellas era
cada cierto tiempo impugnada) y lo hacía después de recibir un informe del
Tribunal; así, por ejemplo, en 1806 se le otorga una al Dr. Hipólito Unanue,
previo informe muy elogioso de los inquisidores; en 1815 solicitó otra, al
parecer más amplia, qtie también se le otorgó, pero al poco tiempo le retira­
ron ambas por haber firmado la carta de agradecimiento que la Universidad
de San Marcos envió a las cortes de Cádiz con motivo del decreto de aboli­
ción del Santo Oficio67; en 1753 se le concede una licencia al Dr. Gaspar
UrquizLi, oidor de la Real Audiencia, y en su informe, el Tribunal, al destacar
sus méritos, señala que en los conflictos de jurisdicción que en esa época se
habían planteado con el virrey y la Audiencia, había estado de paite del
Santo Oficio68.
Los que se interesaban por este tipo de licencias, y en definitiva por el
acceso a los libros prohibidos, eran tanto laicos como eclesiásticos; de la
muestra de 51 casos con que contamos, veintiséis eran miembros del clero y
la mayoría desempeñaba funciones y cargos importantes: diez eran canóni­
gos, uno era definidor de una orden religiosa y otro prior de un convento,
cuatro eran calificadores y dos comisarios del Santo Oficio. Entre todos los

65 Pinto Crespo. Inquisición y control..., op. cit.. pp. 143-144 y 145.


66 Hipólito Unanue. al solicitar la licencia, argumenta que la lectura de las obras prohibidas le
será de gran utilidad para el desempeño de sus “ocupaciones”' y sobre todo para poder servir
mejor "a nuestra santa religión y a este santo tribunal que con tanto celo vela sobre su
conservación en unos tiempos en que el comercio lleva por todas partes los libros franceses
e ingleses, y con ellos muchas opiniones perjudiciales al bien de las almas y reposo de las
m onarquías”. En la misma solicitud, Unanue destaca que había servido al Tribunal, como
exam inador de algunas obras en inglés, que le había sometido a su consideración. Pedro
G uibovich Pérez, “Unanue y la Inquisición de Lim a”, en Histórica , vol. X II. 1988, pp. 57-58.
67 AHN, Inquisición, legs. 2.218, exp. 30 y 1.655, exps. 1 y 3.
AHN, Inquisición, leg. 2.204, exp. 5.
eclesiásticos se destacan los nombres ele Simón Xim cnex \ illalba. arcediano
de Cuzco; Miguel García de Arázuri, chantre de Arequipa; José Ignacio More­
no, prebendado de la catedral de Lima; Gregorio Funes, canónigo de Iucumán,
y Sebastián Díaz, prior de la Recoleta Dom inica de Santiago1'9. Entre los
laicos predominaban los oidores de las Audiencias, nada menos que diez se
desempeñaban como tales (a la de Lima pertenecían Gaspar Urcjuizu, Ma­
nuel Pardo y Fernando Cuadrado °); cinco ejercían com o abogados y cinco
eran catedráticos de San Marcos Por otra parte, se aprecia una coinciden­
cia desde el punto de vista social entre las personas que solicitaban licencias
y aquellas otras a las que el Tribunal les forme) sumaria por leer libros prohi­
bidos. Esto es bastante lógico, pues los que se sentían atraídos por esas
obras formaban parte de la elite intelectual y la mayoría de ellos tenía una
formación universitaria que difícilmente podía alcanzar alguien que no per­
teneciera a los niveles más altos de la sociedad.
Hay un hecho que llama la atención en lo referente a las licencias,
sobre todo después de haber comentado los diferentes controles que ejercía
la Inquisición para impedir la circulación de obras prohibidas. Nos referimos
a la actitud de la Suprema al momento de otorgar las autorizaciones; prácti­
camente no nos hemos encontrado con ningún caso en que la Suprema
niegue el permiso solicitado; incluso muchas veces lo otorga sin que medie
el informe del Tribunal. Queda la impresión, después de revisar las solicitu­
des y la determinación final escrita, por lo general, al margen de las mismas,
que el Consejo actuó con bastante liberalidad en el otorgamiento de las
licencias; sin embargo, no era extraño que se quitaran estos permisos a los
sorprendidos en posesión de aquellas obras prohibidas, incluso para los que
disponían de tales licencias (entre las que tenían esa condición pueden citar­
se todas las de Voltaire, Rousseau, Helvetius, La Mettrie, Raynal y Marmontel)6
172.
70
9

69 AHN, Inquisición, legs. 2.213, exps. 36-40 y 41, y 1.055, exp s. 2 y 5. Ver apéndice.
70 AHN, Inquisición, legs. 2.204, exp. 5 y 2.218, exp s. 34 y 36. Ver apéndice.
71 Ver apéndice. La casi totalidad de las licencias a las que hacem os referencia se encuentran en
AHN, Inquisición, legs.: 2.201 (exp . 1); 2.213 (e xp s. 30 a 50); 2.216 (e x p . 5); 2.21T (exps. 2-
9 y 17); 2.218 (exps. 34-35 y 36), y 1.655 (e xp s. 1 y 2). El deán G regorio Funes señala en su
solicitud que deseaba leer a Van Kspen; D ionisio Franco, ex secretario del Virrey, la pide
especialmente para leer La enciclopedia m etódica ; a Martín M ujica, fiscal de la Audiencia del
Cuzco, se le otorga licencia para leer I.a ciencia de la legislación, de Filang ieri y Des droitset
des devoirs du citoyen, de Mably.
2 El Tribunal le retira la licencia por este motivo al cura Ramón Yepes en 1795. AI IN , Inquisición,
leg. 2,217, exp. 17. Deforneaux, op. cif., p. 178.
El Tribunal, por instrucciones del Consejo de 1776, retira además todas las
autorizaciones dadas en la Santa Sede por el Papa o por la Congregación del
Indice; a partir de 1777, las únicas licencias que tendrán validez serán las
otorgadas por la Suprema o las dadas en Roma, pero confirmadas por aqué­
lla73.
Volviendo a los encausados por este delito, señalábamos en párrafos
anteriores que teníamos referencias de sólo cuatro reos con procesos segui­
dos hasta la definitiva; a este número se puede agregar uno más si conside­
ramos a Ramón de Rozas, cuya causa se concluyó en el Tribunal de Corte;
los otros sentenciados fueron Santiago de Urquizu, en 1782, hijo del oidor de
la Audiencia Gaspar Urquizu; Camilo Henríquez. en 1802, fraile de la Buena
Muerte; Manuel Lorenzo Vidaurre, en 1805, abogado de la Audiencia de
Lima; y José Joaquín Larriva, en ¿1809-10?, eclesiástico.
La causa de Santiago de Urquizu, natural de Lima, de 28 años y juez
de balanza de la Casa de Moneda, se inició por una denuncia espontánea
que efectuó en abril de 1781; se acusó de leer libros prohibidos aún para los
que tenían licencia (él la tenía desde 1779). En la denuncia escrita que pre­
sentó) relata el origen de sus inquietudes intelectuales y la influencia ejercida
por su padre (alude a la atracción que siempre le despertó la rica biblioteca
de éste); también hace referencias a una etapa mística que tuvo, de la cual
pasó a otra disipada y mundana que fue la que lo llevó a interesarse por las
obras prohibidas. Muchas de ellas las consiguió a través del corregidor de
Huailas Pedro Pablo Pamar (que en esa época se encontraba en viaje por
España); señala haber comprado varios tomos de Voltaire, el Sistema de la
n a tu ra le z a de Holbach (la edición en francés, publicada en Londres en
1770); el C b ristia n ism e devoilé y las Recherches sur/'origine dtt despotismo
o rie n ta l , de Boulanger; el D ic tio m ia ire p h ilo s o p h iq u e et critique, de Bayle,
etc. En una de las audiencias expresa que el libro que más le afectó fue el
tomo segundo del Sistema de la naturaleza (Urquizu y sus contemporáneos
ignoraban que el autor fuera el barón de Holbach, pues la edición no lo
señalaba) y que éste y otros se los prestaba al religioso dominico Mariano
Arbites, con quien se reunía a comentarlos; también confiesa que en esas
charlas llegaron a concluir “que la religión era una quimera llena de contra-

Cana de los inquisidores de Lima al Consejo, de 29 de febrero de 1777, AMN. Inquisición,


leg. 2.212, exp. 5. Sobre la concesión de licencias en la península, véase Defomeaux. op. c i t .
pp. 177 a 182.
dicciones, inventada por los hombres al proposito solo ele aterrar y sujetar al
pueblo y engañar a los ignorantes”. El Tribunal, el 25 ele m ayo de 1782, le
impuso las penas y penitencias siguientes: una confesión general con un
confesor docto que además debía instruirlo en los dogmas de la fe; ejercicios
espirituales por ocho años; confesión y com unión mensual durante cuatro
años; ayuno todos los viernes por el mismo espacio de tiempo; rezar todos
los días de rodillas una parte del rosario, el credo y el símbolo de San Atanasio,
más media hora de lectura espiritual; prohibición de leer cualquier clase de
libros excepto los de Fray Luis de Granada y los que le asignase el director
espiritual y, por último, devolución de la licencia para leer libros prohibi­
dos74.
De la causa de Fray Camilo H enríquez, uno de los precursores de la
independencia de Chile, sólo hemos detectado las mismas referencias que
cita Medina en su historia de la Inquisición en Chile; de ese proceso sólo se
conservan en el archivo de la Suprema unas declaraciones incorporadas en
el expediente de la causa de Ramón de Rozas, en cuanto eran testimonios
que culpaban a éste; en todo caso, de esas pocas referencias se desprende
que Camilo Henríquez fue denunciado no sólo por leer libros prohibidos
sino también por sostener proposiciones jansenistas; concretamente, de ha­
ber defendido en un escrito los decretos del Sínodo de Pistoya de 178675. Del
proceso de José Joaquín Larriva tenemos menos información aún; sólo sabe­
mos que fue encausado y sentenciado a abjurar de leví por este delito, y
posiblemente también por proposiciones, entre 1809 y 18 1076.
En cuanto a la causa de Manuel Lorenzo Vidaurre nos limitaremos a
destacar unos breves puntos debido a que Guillerm o Lohm ann le ha dedica­
do un artículo especial 7. Vidaurre, doctor en ambos derechos, miembro de
una importante familia limeña, oidor del Cuzco y activo político en la prime­
ra etapa de la independencia, fue de hecho procesado en tres oportunidades

74 AHN, Inquisición, leg. 2.213, exp. 57.


75 AHN, Inquisición, Ieg. 2.219, exp. 7. José To rib io M edina, H istoria del Tribunal del Santo
Oficio de la Inquisición en Chile, Santiago, 1952, pp. 652 a 657.
76 AHN, Inquisición, leg. 1.655, exp. 3. En un docum ento que transcribe Ricardo Palma y que
corresponde a un Indice de registros que contiene los denunciados a l Tribunal desde 1780,
se señala que este personaje, había sido denunciado en 1797, siendo colegial de San Carlos,
por libertino y poseer libros prohibidos. “Anales de la In q u isic ió n ...” op. cit., p. 321.
Guillermo Lohmann Villena, “Manuel Lorenzo de V idaurre y la Inq uisición de Lima. Notas
sobre la evolución de las ideas políticas en el virreinato peruano a principios del siglo X IX ”,
Revista de Estudios Políticos, Madrid, 1950, vol. X X X II
por el Tribunal. La primera en 1793, cuando tenía 20 años, por una denuncia
espontánea. Esta da una imagen extraña del sujeto al reflejar una personali­
dad psicológicamente no del todo equilibrada; se acusa de invocar al demo­
nio, de renegar de Dios, de intentar un pacto con el demonio para obtener
bienes materiales, de efectuar ciertas prácticas hechícenles (como confec­
ción de muñecos) para alcanzar a una mujer; también señala que le atraían
Voltaire y otros “libertinos" por lo que escribían sobre el amor, aunque deja
en claro que no los había leído y que su interés provenía de lo que había
oído; por último dice haberse jactado de ser paisano de Olavide, a quien le
gustaría parecerse para “penetrar todas las ciencias"; esa vez fue sentenciado
a abjurar y se le impusieron diversas penitencias. En 1801 fue denunciado
por proposiciones y en el mismo año se delató espontáneamente de leer
libros prohibidos, pertenecientes a autores como Rousseau, Pope, Filangieri,
Montesquieu, Delisle de Sales e Isla; también señaló en esa oportunidad
haber criticado a la Inquisición diciendo que impedía la libertad y el progre­
so de las ciencias; al mismo tiempo expresó haber utilizado algunas citas de
Raynal para referirse a su crueldad; en este proceso también se le hizo abju­
rar y se le impusieron unas penitencias más rigurosas. En 1803 volvió a ser
denunciado, ahora por leer a Rousseau; por no existir acuerdo entre los
inquisidores y el fiscal el proceso se envió a la Suprema, la que lo condenó
a seis meses de reclusión; en 1806 el Tribunal le conmutó la pena de prisión
por una larga lista de penitencias espirituales78.
Ya hemos adelantado que la causa del Dr. Ramón de Rozas se conclu­
yó en el Tribunal de Corte; sin embargo, la mayor parte del proceso se
substanció en Lima. Ramón de Rozas nació en Mendoza y estudió en la
Universidad de San Felipe de Santiago de Chile, en la que se graduó de
doctor en teología y leyes; después de terminar sus estudios regresó a
Mendoza, donde llegó a ser alcalde de primer voto del Cabildo; en dicha
ciudad se casó con una hija de José Perfecto de Salas; pasó otra vez a Santia­
go; aquí fue asesor del gobernador Ambrosio O ’Higgins; cuando éste fue
designado virrey, paso a Lima a desempeñar las mismas funciones; en esa
ciudad elaboró unos importantes comentarios a las leyes de Indias"9. Fue
denunciado por primera vez ante el comisario de Mendoza en 1780, por un
vecino de la ciudad que le oyó decir que no existía el infierno y que tenía las

H AUN , Inquisición, leg. 1.649, exp. 2 y lib. 1.026, año 1805-


Donoso, op. cit., i. I, pp. 310 a 338.
obras prohibidas de Voltaire; en 1784 el comisario recibe L,na nueva denun­
cia; en 1796 era delatado en Santiago (Rozas ya estaba residiendo en Lima):
en esa oportunidad se dijo que Rozas “manejaba, leía y retenía en su poder
los libros de Voltaire, Robertson, Montesquieu, el abate Kaynal y un papel
manuscrito de Abelardo y Eloísa ’. En 1798 el Tribunal *iacc una informa-
ción sumaria y de las declaraciones de algunos testigos se confirma en lo
substancial la afición del reo por las obras prohibidas; dicen que posee La
Filosofía ele la H istoria y E l s ig lo ele l u i s A V I' de Voltaire; la I lis t o n a e/e Am e­
rica y la Flistoria elel rein cid o d e l e m p e r a d o r C a rlo s l * <-le Robertson, y la
Enciclopedia de todas las c ie n c ia s y las artes; ademas, señalan que participa­
ba en una tertulia en la que se expresaba en un lenguaje libertino; también
manifiestan que en conversaciones y almuerzos tenía una actitud similar y
que muchas veces era irreverente con ciertas instituciones religiosas, la In­
quisición entre ellas; según los testigos estas opiniones Jas manifestaba inclu­
so en el palacio del virrey.
El Tribunal, dada la relevancia del sujeto, consultó con la Suprema el
procedimiento a seguir; ésta indicó que se apersonara a él un inquisidor
exponiéndole las informaciones que existían en su contra. En el año 1800 el
inquisidor decano cumplió esa diligencia y Rozas reconoció haber leído al­
gunos libros prohibidos, aunque dijo que en su mayor parte se los habían
prestado y que entregaría las obras que tuviera en su poder. El Tribunal,
después de esto, siguió acumulando antecedentes en torno a su persona; de
ellos se desprende que en Lima existía una especie de círculo de lectores de
obras prohibidas; por lo menos así parecen indicarlo las tertulias y los inter­
cambios y préstamos de libros; entre los personajes que lo integraban pue­
den ser citados, aparte de Rozas, Camilo I íenríquez, el gobernador de Osorno
Juan Mackenna, el marqués de Valle Umbroso, el coronel Manuel González,
el Barón de Nordenflicht, el intendente de Trujillo Vicente Gil de Taboada
(sobrino del virrey Gil de Lemos), Manuel Lorenzo Viclaurre, el comerciante
José Pérez y el fraile mercedario José Talamantes, que llegaría a ser precur­
sor de la independencia de México. En 1802, después de que Rozas fue
exonerado del cargo de auditor de guerra, el inquisidor fiscal, en vista de Ja
información sumaria y de la pérdida de su valimiento, pidió que la causa se
siguiera en la forma ordinaria. Sin embargo, como se tuvieron noticias de
que Rozas iba a embarcarse para la península, se envió a un calificador a
reconocer su biblioteca con orden de retirar los libros prohibidos; después
de dos inspecciones, el revisor sólo encontró una obra de Raynal y La
Philosophie de la n a tu re , de Delisle de Sales. En vista de todo esto, y de
haberse dirigido Rozas a la Corte, la Inquisición de Lima remitió testimonio
de la causa a la Suprema. El Tribunal de Corte le dio la villa de Madrid por
cárcel mientras se le seguía el proceso; después de puesta la acusación y de
las exculpaciones del reo, los calificadores dijeron que no daba suficiente
satisfacción a los cargos y que había proposiciones sospechosas de herejía y
hechos injuriosos y escandalosos que lo hacían sospechoso de levi. Se votó,
en definitiva, el 27 de marzo de 1804 y fue sentenciado “a que comparezca
en el Tribunal donde se absuelva ad cautelam, sea reprendido severamente
por sus excesos y prevenido de que si reincidiere sería preso y castigado con
todo rigor y que por ahora haga ejercicios espirituales en un convento por 19
días y al fin confesión"80.
En cuanto a las otras causas que se iniciaron, pero que no pasaron de
la información sumaria o, por lo menos, de las que no nos consta
documentalmente su conclusión, merecen destacarse las del barón Timoteo
de Nordenflicht, contratado por la Corona para mejorar las prácticas en el
beneficio de los metales; la del conde Miguel Gijón81, la dejóse Baquíjano,
caballero de la orden de Carlos III, y la de José Pérez82.
El barón de Nordenflicht, natural de Alemania, fue denunciado el 30
de octubre de 1800 por el intendente de Trujillo Vicente Gil de Taboada; se
le acusaba de prestar La E n ria d a de Voltaire. En 1788 la Suprema había

s" AI IN, Inquisición, legs. 3 730, exp. 3, y 2.219, exp. 7 y lib. 1.026 s/fol., año 1799- Medina, La
Inquisición cíe Lima..., op. cit .. pp. 649 a 657, da una información fragmentaria de esta causa
debido a que no tuvo acceso a la relación sumaria de la misma.
81 Al conde de Casa G uijón, natural de Quito y amigo y colaborador de Pablo de Olavide en
España, se le siguió una causa por proposiciones: al respecto verMarcelin Defoumeaux, "Un
ilustrado quiteño: don Manuel Guijón y León, primer conde de Casa Guijón (1717-1794)”, en
A n u a rio de Estudios Americanos, Sevilla, 1967, t. XXIV. También Millar, La Inquisición de
Lima..., op. cit. Pero, además de las diversas denuncias por este delito también se le acusó
ante el com isario de Popayán -por una persona que hacía el viaje de regreso con él desde
Cádiz- de llevar un baúl con libros prohibidos. El delator dice que guardaba las obras de
Voltaire y que leía a Raynal; en la revisión de su biblioteca, que por orden del Tribunal de
Lima efectuó el comisario de Ibarra (Quito), no aparecieron obras prohibidas, AHN, Inquisición,
legs. 1.649, exp. 16 , y 3.727, exp. 77.
82 Las otras causas, cuyas informaciones sumarias se conservan en el AUN, sección Inquisición,
fueron incoadas a las siguientes personas: Fr. Diego Cisneros, de la orden de San Jerónimo,
en 1786 (leg. 2.214, exp. 24); Agustín Landáburu, natural de Lima, en 1803 (leg. 3730, exp.
99); Juan Larriña, cirujano de la fragata Las dos amigas, en 1804 (leg. 3730, exp. 83); José
Payo, natural de Buenos Aires, por proposiciones y lectura de libros prohibidos, en 1804
( leg. 3 73 0, exp. 91); Vicente G il. en sus declaraciones, implicó a su tío el virrey Francisco Gil
de Lemos como lector de libros prohibidos; dijo que le había prestado La ciencia de la
legislación , de Filangieri; el Tribunal envió copia de esa denuncia a la Suprema, pues G il de
Lemos se encontraba en la corte.
hecho llegar al Tribunal Linas instrucciones respecto a este funcionario, contra­
tado por la Corona, en las que señala que no se procediese contra él “sobre
puntos de religión”, siempre y cuando no perturbara la tranquilidad pública
y respetara los usos y costumbres de esas tierras; esto obedecía a que en el
contrato firmado con el gobierno se especificaba que se le respetarían sus
creencias religiosas luteranas. Sin embargo, el fiscal del Tribunal alegaba que
Nordenflicht había abjurado de su antigua religión al casarse en Buenos
Aires con la chilena María Josefa Cortés y que, por lo tanto, se hallaba sujeto
a las leyes comunes. En una declaración efectuada el I o de diciembre de
1800 reconoció haber prestado libros prohibidos a Juan Mackenna y a Ra­
món de Rozas y menciona específicamente una obra de Rousseau que po­
dría ser la N ou velle d e H éloise. El fiscal pidió que se enviara el expediente de
su causa al Consejo para que estuviera inform ado, pues temía que el barón
se quejase ante las autoridades de la metrópoli, com o efectivamente lo hizo;
en un escrito al Consejo de Indias se quejó del Tribunal diciendo que le
había quitado varios libros. N o sabemos cóm o culm inó la causa, aunque lo
más probable es que no se haya seguido hasta la definitiva83.
El caso dejóse Pérez es bastante especial; se autodenunció en 1801;
tenía en ese momento 30 años de edad, era hijo de un platero, se desempe­
ñaba como comerciante y estaba soltero. Ya de por sí esos escuetos datos
resultan interesantes, puesto que en relación con las otras personas sindica­
das aparece desvinculado desde el punto de vista social y profesional. Pero,
además, también son peculiares algunas de sus inquietudes intelectuales y
religiosas. Lamentablemente, no contamos con una relación de su causa; la
mayor paite de la información que poseemos proviene de testificaciones
efectuadas en procesos de otros reos de las que resultaba inculpado: así,
encontramos referencias a su persona en las causas de Manuel Lorenzo
Vidaurre, de Camilo Henríquez y de Ramón de Rozas. Pérez se nos muestra
en esas breves testificaciones como un hombre de espíritu inquieto, bastante
informado de los sucesos políticos de la metrópoli, lector de Millot, Hume,
Montesquieu y Delisle de Sales, muy crítico de la Inquisición e influido por
las posturas jansenistas, y si tenemos en cuenta lo que le escuchó decir un
testigo, habría colaborado con Camilo Henríquez en la elaboración del escri­
to que defendía el Sínodo de Pistoya84.

85 AHN, Inquisición, legs. 3-730, exp. 100, y 1.654, exp. 3.


84 AHN, Inquisición, legs. 2.219, exp. 7 y 1.649. exp. 2.
El Dr. José Baquíjano y Carrillo, catedrático de vísperas de la Universi­
dad de San Marcos, caballero de la orden de Carlos 111. fiscal interino del
crimen de la Audiencia de Lima y posteriormente alcalde del crimen, oidor y
consejero de Estado, fue denunciado por primera vez a la Inquisición el 22
de noviembre de 1789, ante el comisario de Lima, por el religioso Fermín
Tapia. A los pocos meses volvió a ser delatado, esta vez por José Antonio
Cevallos, cura de la doctrina de Carabaillo. Las denuncias eran por poseer y
prestar libros prohibidos; concretamente, en la primera de ellas, se señala
que Baquíjano, con motivo de una consulta de carácter religioso que le
hicieron dos clérigos regulares a fines de 1788, les había dejado para que
leyeran la obra de Jacques Boileau H istoire ele Flagellcmts; además, también
se dice que facilitó a un padre del oratorio de San Felipe Neri algunas obras
de teología de Fierre Nicole, entre las que se encontraban los Essais de
m o ra l. El cura José Antonio Cevallos lo denunció de haberle visto en su
estudio el Be lisa rio, de Marmontel, un tomo de la Enciclopedia, de D ’Alambert
y el A b ré g é de ¡ H is to ire ecclésiastique, de Hacine. Con anterioridad a tales
denuncias, en 1783, el Tribunal había encargado a uno de sus calificadores
(padre Mariano Yáñez) un “reconocimiento” del célebre Elogio al Virrey
J á itre g u i, que Baquíjano había pronunciado en la Universidad de Lima en
1781. Tal “reconocimiento”, que había sido presentado en junio de 1783, fue
mandado incorporar a la sumaria; lamentablemente, desconocemos su con­
tenido porque su texto no se incluye en la relación de la causa; en todo caso,
suponemos que ha girado, sobre todo, en torno a los libros prohibidos que
Baquíjano citó en el E lo g io . A consecuencia de él ya había recibido una
severa reprimenda de las autoridades civiles, que además le habían obligado
a entregar las obras prohibidas que mencionaba; incluso Baquíjano tuvo que
escribir una carta de disculpa y arrepentimiento8'’. El 5 de mayo de 1790 el
Tribunal ordenó al comisario un reconocimiento de su biblioteca, y se en­
contraron los siguientes libros prohibidos: Le Philosophie anglais ou H istoire
de Al. y en seis tomos, y las M em oires et aventures d'un bom m e de qualité, en
tres tomos, ambos de Prévost; las Lettres bistoriqnes et galantes, de Madame
Dunoyert; Las Instituciones de derecho eclesiástico, del galicano Claude Fleuiy;
La ré p lica a p o lo gé tica a l defensorio del P.Juan de M arim óu, del padre José
Miguel Duran; la IListoire M ó ta le composé su r les memoires de inte ilustre

Miguel Maticorena, ‘José Baquíjano y Carrillo, reformista peruano del siglo XV1U’\ en Estudios
Americanos, Sevilla, 1958, vol. 76-77, p. 55.
y las N o u v e lle s unes p olitic/ u es ct é co n o m ic/ n e s s u r la
fa m ille d ’I rla n d e ;
p op u la tion . En febrero de 1791 el Tribunal dio instrucciones al comisario
para que le tomara declaración sobre tales libros: el interrogatorio al que
debía ser sometido nos muestra que a la Inquisición le interesaba conocer,
en este tipo de casos, las motivaciones que impulsaban al lector a procurarse
las obras prohibidas, la influencia o el efecto que dichas lecturas habían
tenido en él, los nombres de otros lectores y la red de circulación clandesti­
na86, En la relación de la causa no figuran las respuestas al meticuloso cues­
tionario al que se le sometió, ni tampoco se indican más referencias sobre
otras actuaciones judiciales; en todo caso, parece que el proceso no pasó de
la información sumaria. Por esa época, el Tribunal, al saber que Baquíjano
estaba próximo a salir para la península, remitió el testimonio de los autos a
la Suprema, acompañados de una carta en que exponían la opinión que éste
les merecía; concretamente dicen de él “que es de una de las familias habi­
das en esta ciudad por de la primera distinción, su talento nada de vulgar y
aplicado a las ciencias; su espíritu osado, indolente y propenso a la novedad
en materias literarias y su conducta notoriamente relajada, por lo que somos
de parecer que no se le debe perder de vista' 8 .
Ahora bien, a través del resumen que se conserva de la información
sumaria podemos llegar a vislumbrar algunas de las inquietudes de Baquíjano
en un determinado período de su vida. Las obras prohibidas en su biblioteca,
aunque no nos dicen mucho (varios libros, antes, los había tenido que entre­
gar a las autoridades civiles), por lo menos dejan traslucir su interés por las
novelas galantes y por los escritos religiosos de una cierta orientación; esto
último se confirma con lo que se expone en las denuncias; resulta muy marca­
da su inclinación por los libros y autores calificados de jansenistas (Boileau,

AHN, Inquisición, leg. 3.730, exp. 105. El com isario debía interrogar a Baquíjano sobre los
siguientes puntos: “sobre si los libros que éste recogió sabía que estaban prohibidos por
edictos del Santo Oficio, con qué título o motivo los tuvo y si los com pró, dónde, de quién,
para qué fin e intento y cuánto tiempo ha que los tenía y si los había leído o aprendido algo
de ellos, asimismo para que declarase qué juicio había hecho de su doctrina en general y en
particular; si había tratado y comunicado con algunas personas sobre la doctrina ríe dichos
libros, quiénes eran éstas y el juicio que hicieron sobre ella, y últim am ente, declarase si
además de dichos libros tenía otros prohibidos y si los había prestado a algunos sujetos, en
cuyo caso declare quiénes, como también los que supiese que tienen y leen libros prohibidos
sin la licencia necesaria".
AHN, Inquisición, leg. 2.216, exp. 4. L i relación de la información sumaria en Al IN, Inquisición,
leg. 3 730, exp. 5.
Hacine, Nicole) y galicanos; es posible cjne esa inclinación se deba en parte a
que su primera estadía en la península se produjo en un momento en que el
jansenismo y el regalismo gozaban de gran peso en los círculos gobernantes88.
Dentro de ese contexto, es muy posible que haya sido influido más o menos
directamente por Jovellanos y sus amigos; a aquél lo conoció en la tertulia
sevillana de Olavide entre los años 1773 y 1774899 . Las denuncias contra el
0
futuro consejero también vienen a comprobar que, a pesar de la reprimenda
de las autoridades civiles, no se desprendió de todas las obras político-filosó­
ficas prohibidas y que siguió demostrando un interés por el enciclopedismo,
que igualmente puede haberse despertado en su viaje a España.
En relación con la figura de Baquíjano hay un hecho de gran impor­
tancia que es necesario destacar: las medidas represivas en materia de libros
prohibidos que toma el virrey Croix, y que llevan al Tribunal a redoblar los
controles, tuvieron su origen en el Elogio al VirreyJáuregui. Tanto la comu­
nicación de Croix a la Inquisición, exhortándola a que recogiese determina­
das obras, como el decreto sobre la misma materia que publica en julio de
1786, obedecen al cumplimiento de una real orden de 10 de agosto de
1785,)(l; en ella el Monarca le comunica su extrañeza al virrey por el hecho de
que circularan en Lima las obras prohibidas que cita Baquíjano en el Elogio
y le ordena que se le quiten tales libros y que tome las providencias más
eficaces para impedir la introducción de ese tipo de escritos91. La lista de
libros prohibidos que el virrey le hace llegar al Tribunal para que ordene
recogerlos corresponden a todos los que cita Baquíjano92 y aquellos que son

** Herr, España..., op. cit., pp. 15 a 22.


w Maticorena ‘José Baquíjano...", op. cit., p. 57.
90 Ksta real orden está relacionada con otra enviada el 1° de agosto de 1783 al Virrey Jáuregui
por la que se le mandaba recoger todos los ejemplares del Elogio y se le reconvenía por
haber autorizado su publicación. L1 Virrey se disculpó (1° de abril de 178 i) señalando que la
Universidad tenía facultad para imprimir sin licencia del gobierno y. al mismo tiempo, expresó
que en cum plim iento de la real orden antes mencionada, había recogido 312 ejemplares de
un total de 600 que constaba la edición del Elogio. Los Ideólogos, op. cit., pp. 213 a 215 y 240
a 244. Tam bién Medina, op. cit., i. III, pp. IOS y ss. Certeramente señala Torre Revello (El
libro, la imprenta y el periodismo , op. cit., p. 115) que "ni la Universidad de Lima, ni otra
am ericana, gozó de privilegio alguno para editar sin licencia las obras de sus profesores y
alum nos: lo que hubo....fue tolerancia e ignorancia en el asunto".
91 Los Ideólogos , op. cit., pp. 253 y 254.
92 Los libros prohibidos que cita Baquíjano en su Elogio son: el Belisario, de Marmontel; El
Príncipe . de Maquiavelo; el Tratado del masfeliz gobierno, de Linguet; la Ilistoire pbilosopbicjue
etpolttique des établissernent du comert e des européens daris les deux bules, de Raynal, y I.a
Enciclopedia. Véase 'Klogio al virrey jáuregui" en Los Ideólogos , pp. 68-72-73-74-82 y 88.
quemados por los funcionarios civiles p erten ecían <en su gran mayoría) a IOS
que se le habían retirado a nuestro personaje*'-*. U n definitiva, la política de
control de libros que en conjunto ponen en practica las autoridades reales y
la Inquisición a partir de 1786 es con secu en cia directa del revuelo causado
por las citas con que Baquíjano fundam entaba su ¡U n g ió .

Aunque según lo expuesto son más bien escaso s los procesos que se
siguen hasta la definitiva, la docum entación inquisitorial deja entrever que el
círculo limeño de lectores de obras prohibidas no era tod o lo reducido que
ese hecho podría indicar; a los condenados habría que sum ar esos lectores
cuyas causas no llegaron a concluirse y también aquellos otros que poseían
licencia para leer libros prohibidos; una revisión prolija de los papeles de la
Suprema podría hacer subir en un porcentaje im portante los datos que po­
seemos sobre estos últimos. Ricardo Palma, en sus A n a le s ele Ict In q u is ic ió n
ele Lima, cita parcialmente un ‘ Indice de registros que contiene los denun­
ciados desde el año 1780”, que perteneció a dicho Tribunal; en él figuran
más de 70 personas acusadas de leer libros prohibidos9 *.
Por otra parte, también da la impresión de que a pesar de los contro­
les para evitar la circulación de obras prohibidas, las personas interesadas en
leerlas podían hacerlo sin grandes dificultades. Ks evidente que ciertos secto­
res de la sociedad, con licencia o sin ella, pudieron procurarse no sólo las
obras europeas y españolas de mayor circulación en el siglo XVIII, sino
también las más representativas clei movimiento ilustrado. Com o se despren­
de de los procesos, y en general de las pesquisas efectuadas por el Tribunal,
en Lima circulaban las obras de los autores que tenían más renombre en el
siglo XVIII; además de los citados en páginas anteriores, podem os mencio­
nar entre otros a Condillac {C o ta s cTétildes p o u r T in s t r u c tio n clu P r ín c e ele
Parm e ), Van Espen ( D issertatio c a n ó n ic a ) , Beccaria { T r a ta d o ele los delitos y
cicléis penas), Gregorie {C a rta a b ie rta a l I n q u is id o r G e n e r a l R a m ó n d e A rce ),
Puffendorf (In tr o d u c tio n á T b is to ire des p r i n c i p a l i x éta ts tels q t i'ils sont
a u jo u r’b u i en E uropa) y Mably {D es d ro its et des d e v o irs clu c ito y e n 79\ Llama

Los Ideólogos, pp. 261 a 263 y 274. Tam bién M edina, La Im prenta..., op. cit., t. III, p. 110.
l|* Ricardo Palma, “Anales de la Inquisición de Lim a”, en Tradiciones peruanas, Rspasa-Calpe,
Madrid, 1954, t. V I, pp. 315 a 325.
Los seis tomos prohibidos de Condillac le fueron retirados al o idor M anuel Pardo en 1803
Ueg. 2.218, exp. 36). Según una denuncia también los poseía el coronel José Manuel González,
Quien además tenía el Tratado de los delitos y las penas, de B eccaria; L'flenriade. de Voltaire;
la atención que en Lima, aparte del enciclopedismo, haya tenido una divul­
gación tan importante el jansenismo o por lo menos aquella corriente que
mantenía algunos planteamientos de corte jansenista; la difusión de las ideas
y obras de este tipo esta íntimamente vinculada a los vaivenes religioso-
políticos que se dan en la península durante el reinado de Carlos III96. Es
muy probable que los funcionarios legalistas del gobierno hayan fomentado
la circulación de estas obras en América, sobre todo después de la expulsión
de los jesuítas, para difundir sus ideas y justificar la política contraria al
ultramontanismo.
Aunque es aventurado sacar conclusiones generales de los escasos
procesos que poseemos, pareciera desprenderse de ellos que el Santo Oficio
no tuvo una actitud muy rigurosa para con los lectores de obras prohibi­
das97. Ninguno de los reos de los que tenemos referencia fue condenado a
prisión; en el caso de Lorenzo Vidaurre, en que dicha pena le fue impuesta
por la Suprema, el Tribunal de Lima se la conmutó por penitencias espiritua­
les; fray Camilo Henríquez, al parecer, fue sentenciado a prisión (o por lo
menos estuvo en las cárceles inquisitoriales), pero es muy probable que no
haya sido procesado sólo por leer libros prohibidos, sino también por pro-

Elparaíso perdido, de Millón, y El Emilio . de Rousseau (leg. 2.219, exp. 7). El oidor Fernando
Cuadrado poseía en 1800 La ciencia de la legislación, de Filangieri, y La Historia Eclesiástica,
de Hacine (leg. 2.218. exp. 34); José Sicilia, en su denuncia contra Ramón de Rozas y otros,
dice haber leído la carta del obispo Gregorie (leg. 2.219, exp. 7): AFIN, Inquisición. Medina,
Historia... del 7riba nal de Chile..., op. cit., p. 630. señala que el gobernador de Chile García
Carrasco fue denunciado en 1810 por guardar la obra de Puffendorf Introducción a la
historia. A la muerte del obispo de Buenos Aires Manuel de Azamor y Ramírez se encontraron
en su biblioteca un buen número de obras prohibidas, y entre ellas varias de Van Espen,
AFIN, Inquisición, leg. 2.217, exp. 25.
O tro impórtame testimonio de la circulación de obras pertenecientes a los autores que
gozaban de mayor fama en el siglo X V III, lo encontramos en el inventario de los libros que
poseía el Tribunal limeño en 1813, al momento de ejecutarse la orden de extinción dictada
por las Cortes de Cádiz; la mayoría de los libros que allí figuran (son cerca de 300 títulos)
provienen de secuestros efectuados por el Santo Oficio. Véase Torre Revello “Libros
procedentes...”, op. cit.
96 Es posible que incluso con anterioridad a dicho período haya existido en América una cierta
difusión de esa clase de obras; en un folleto de fines de la década de 1740, impreso en
España e inspirado por las autoridades de la Inquisición, que a esas alturas estaba en buena
medida bajo la influencia de los jesuítas, se señala, como un argumento más para justificar la
prohibición de numerosas obras de tinte jansenista, que en las Indias "los libros de los
sectarios (seguidores de Jansenio) tienen mucho éxito". Defourneaux, op. cit., p. 47.
Lucienne Domergue, “Los lectores...” op. cit., pp. 609 y 610, llega a conclusiones más o
m enos sim ilares con respecto a la acción de los tribunales metropolitanos.
posiciones98. Por otra parte, es evidente que durante gran parte del período
estudiado, el control ejercido por el Santo Oficio sobre el libro prohibido fue
muy deficiente; basta recordar el procedimiento seguido en el registro de
navios; sólo desde mediados de la década de 1780 se agiliza el aparato
represivo.
Por último, también habría que destacar la peculiaridad que se da en
el Tribunal limeño en materia de censura de libros; es evidente que el proce­
dimiento de prohibir libros de m o tu p r o f ir ió se aleja en forma notoria de la
práctica seguida en la Península. Este m odo de proceder, unido a otros he­
chos más o menos equivalentes que se presentan en diversos campos de la
acción inquisitorial, contribuye a darle una especial singularidad al Tribunal
limeño y, en cierto sentido, a la Inquisición indiana".

Í>H Según una declaración contenida en la causa de Ramón de Rozas, la prisión de Camilo
Heruíquezse debió a “una defensa que hizo del Concilio de Pistoya". Véase Medina, Historia...
del Tribunal de Chile..., op. cit., p. 653.
Con respecto a las particularidades que presentan los tribunales indianos, ver a Bartolomé
Escandell Bonet, “Sobre la peculiarización americana de la Inq uisición española en Indias",
en Arcbivum, Oviedo, 1972, t. X X II. Tam bién cap. 1 y 2 de esta obra.
A pé ndi ce

P o seedores de l ic e n c ia s para leer l ib r o s p r o h ib id o s

NOM BRE A C TIV ID A D AÑO D E


C O N C E SIÓ N

Amil y Feijoo, Fr. Vicente De San Felipe Neri en Lima 1775

Argote y Gorostiza.
Dr. Ramón Cura del obispado de Lima 1777

Arlegui, Fr. Jerónimo Franciscano en Chile.


Definidor de su provincia 1783

Arreze, Francisco José de Abogado y catedrático de San Marcos 1797

Arriz, Dr. José de Fiscal de la Audiencia de Lima 1783

Bermúdez, Juan 1779

Cernadas Bermúdez, Pedro Oidor de la Audiencia de Charcas 1777

Cuadrado, Fernando Oidor de la Audiencia de Lima 1800?

•Cuadros y Loayza,
Dr. Manuel de Abogado capitán de milicias en Arequipa 1815

Delgado, Dr. Fr. Rafael Franciscano en Lima. Comisario


extraordinario y revisor de libros
del Santo Oficio 1802

Delzo, Fr. Agustín Franciscano. Regente del colegio


de San Buenaventura de Lima 1784

Díaz, Fr. Sebastián Dominico en Chile. Prior


de la Recoleta dominica 1793

Dicido y Zamudio,
Dr. Francisco Javier Cura de Nuestra Señora
de la Piedad de Buenos Aires 1782

Diez de Medina,
Dr. Francisco ladeo Oidor de la Audiencia de Chile 1779
Franco, Dionisio E x secretario del v irre y d el P e rú

Fuenzalida, Fr. jacinto Franciscano en C h ile . C a lific a d o r


de! Santo O fic io . C a te d rá tico
de la U niversid ad de San F e lip e i 783

Funes, Dr. Gregorio Canónigo de la cated ral de T u c u m á n 1779

Gamboa, Dr. Fr. Domingo de D o m inico . Regente d el c o le g io


Santo Tom ás de Lim a 1738

García de Arázuri,
Dr. Miguel Canónigo de la cated ral d e A re q u ip a 1781

García de la Plata,
Ledo. Manuel O id o r de la A u d ie n cia de C h a rc a s 1778

González Pérez,
Ledo. Alonso O id o r de la A u d ie n cia de C h a rc a s 1778

Gorbea y Vadillo, José de O id o r de la A u d ie n cia de C h ile 1777

‘ Guinea y Serralde,
Dr. Gregorio Canónigo de la cated ral de T m jillo .
C alificad o r del Santo O fic io 1815

Jiménez y Villalba,
Ledo. Simón Canónigo de la cated ral del C u z c o 1778

Luma y Pizarra,
Ledo. Francisco Javier Canónigo de la cated ral de Lim a 1816?

Mérida, Nicolás de O idor de la A u d ie n cia de C h ile 1777

Moneada, Fr. Francisco D om inico. P ro cu rad o r g en eral


de la p ro vin cia de San Ju a n B a u tista
del P e a l. C a lifica d o r del San to O fic io 1738

Moreno, Dr. José Ignacio Canónigo de Lim a 1815

•Moreno y Moran, Dr. Miguel Fiscal interino de la A u d ie n cia de Q u ito 1815

Mujica, Dr. Martín José de Fiscal electo de la A u d ie n c ia del C u z c o 1816


Na va ri ele , ¡o sé A ntonio Fiscal electo de la Audiencia de Chile 1815

N ielo Polo, Fr. Andrés Mercedario en Quito 1815

O rrantía, T om ás J o s é de Canónigo de Lima 1776

•Otermin y M oreno,
Dr. M iguel de Oidor del Cuzco y catedrático
de San Marcos 1815

P a b ó n , Ped ro Canónigo de Guamanga 1776

Pardo, M anuel Oidor de la Audiencia de Lima 1792

Potau, Dr. José Cura de San Sebastián de Lima 1775

R od rígu ez Q uiroga,
Dr. M anuel Abogado 1803

Rivera, Dr. Ig n acio de Abogado, catedrático de San Marcos 1776

Ruiz d e N avam anuel,


Dr. M ariano Canónigo de La Paz. Comisario
del Santo Oficio 1817

S á n ch ez , A ntonio Canónigo de Asunción 1777

S o to y M am e, Dr. Francisco de Franciscano. Catedrático de San Marcos.


Calificador del Santo Oficio 1767

Sotom ayor, Martín Sebastián Presbítero del obispado de Chile 1782

U n an u e, Dr. H ipólito Catedrático de San Marcos 1806

U rquizu, Dr. G asp ar Oidor de la Audiencia de Lima 1753

LJrquizu, Santiago Empleado de la Casa de Moneda


de Lima. Hijo del anterior 1779

V á z q u ez de llcie d a , Jo s é Presbítero del obispado de Lima 1778

V á z q u ez d e U cieda, Francisco Vecino de Lima 1778

Ventura M arín, Carlos Presbítero de Lima 1778


Vergara y Caicedo, Felipe Abogado 1779?

Yepes, Dr. Ramón Cura de Zambisa en el obispado


de Quito 1795

Nota: Las personas que figuran frente a un asterisco (• ) recibieron sus licencias en
España.
Fuente: AH N , Inquisición, legs. 1654 (exp. 1), 1655 (exps. 1 y 2). 2202 (e x p . 1), 2204
(ex p . 5), 2211 (exp . 3), 2213 Cexps. 30 al 56), 2216 (ex p . 5). 2217 (exp s. 2- 9- 17) y 2218
(exps. 2-30-34-35 y 36).
I ndi ce O nomás ti co

A barca, A ntonia de: 67np\ 234np A lmeyda, María de: 238, 255np
A barca, Francisco: 125 A lvarado, Mateo: 344np, 361 np
A ckvedo, Jerónimo: l6 l, 164, 167 A lvarez, M anuel: l6 l, 164, 167
A ckvedo, Juan de: 150, 151np A lonso, María Paz: 85np, 87np, 88np
A costa, Jacinto de: 151np A mat y Junient, Manuel: 122, 374,
A costa y M ontero, José V entora de: 379np
56np A mil y Feijoo, Fray V icente: 401
A cuña , A ntonio de:141, 147, 148, A musquíbar, M ateo de: 63np, 74np,
150, 155, 161, 164, 167 94, 175
A dnhs, P ikrre: 307np, 309np A ndrade, H enrique de: 148np
A guilera B archelkt, B runo: 4 l, 43np A ndrade, M encía de: l48np
A churre, B árbula de : 235, 239np, A ndrea, M iguel: 297np
255np A ngulo, Francisco de: 346
A guirre, Fray P edro de: 323 A ngulo Cabrera, Juan: 326np
A gustín , Sa n : 227 A ntunes, Francisco: l48np
A illón, N icolás de: 373 A polonia, Juana: 67, 256np
A lba y A liste, C onde de: 197. 211 A quino, Santo Tomás de: 221,228, 248
A lbekro, Solange: 246np, 289np A ranz y B orja, N icolás de: 47np
A lbert, M.: 40 A raujo y Feijoo, Ramón de: 386
A lbornoz , C. de: 242np A rbites, Mariano: 389
A lcalá, A ngel: 376np A renas, D iego de: 358
A lejandro IV: 227 A renaza, P edro de: 58np, 126
A lejandro VI: 65np A rgeno, Marqués de: 375
A lejandro VII: 178 A rcóte y G orostiza, Ramón: 401
A liaga , M aría M agdalena de: 249np, A rguello, Fray A ndrés de: 357np
250np A rias Rodríguez, Francisca: 237np,
239np
A rias de U garte, Fernando: 353np
* En nota al pie de página.
A rismendi, D omingo de: 293, 296
A rlegui, F ray Jerónimo : 401 106np, 1 0 7 n p , 10 8 n p , 109 np,
A rmas M e d in a , F ernando d e : 2ó3, llO n p , l l l n p , 1 1 2 n p , 1 13 n p ,
359np 130, 1 3 1 , 1 3 8 n p , 1 4 1 n p ,
A rmento y Simón P érez, A lonso de : 15 7n p
6 7np B las de H errera, F ray G onzalo: 5 ln p ,
A rpide y U lloa, A ntonio de : 192 92
A rreze, F rancisco José de : 401 Bóhm, G unter: 13 5 n p , 1 3 7 n p
A rriz, José de : 401 B o il e a u , Ja c q u e s : 395, 396
A spele de Y anzi F erreira, M arcela: B o n if a z , Q u in t a n o : 381
3 ó ln p B orges , A n a l o l a : 260np
A tanasio , Sa n : 390 B orja , J u a n H u m b e r t o : 260np
A ulestía, José T oribio Román de : 82 B o u l a n g e r , N ico lás : 389
A ulestía, M iguel Román de : 324np B u e n d ía , J o sé : 6 4 n p , 6 7
A vila M artel, A lamiro de : 3 71n p B u ja n d a , J.M .: 20np
A yala, José M anuel de : 208np, 212np B u r c io , H u m b e r t o : 1 1 5 n p
A zamor y Ramírez, M anuel de : 399np B ustos , F rancisca d e : 236np
A zaña , F rancisco: 253np B u su ñ e t , J u a n B a u t is t a : 56
A zaran, José N icolás de : 379np C a b a , A lo nso de la : 279
B áncora C añero , C armen: 153np C abrales , J u a n a d e : 239np
B aquíjano y C arrillo, José : 381np, C abrera , F rancisco T e n o r io de: 117
386, 393, 394-396, 397np, 398 C alatayud , P edro de: 355np
B arahona Y ncinillas, A ndrés: 149 C aldera , J u a n a : 259np
B arba , Rodrigo : 329np C a lv o , Jo sé : 2 5 1n p , 253np
B arreda, L uis de la : 295, 300np C a m a c h o , M a g d a l e n a : 23 4np
B arroeta, A n t o n io : 176 , 1 7 7 , 178 , C anelas , F élix : 254np
18 7, 213 , 216, 2 1 7 , 352 C antillan a , A l o n s o : 256np
B astante, P edro : 284 C añete , M arqués d e : 206
B ataillon, M arcel: 12, 12n p , 18np C ardaillac , Lo u is : 18 n p
B ayle, P ierre: 389 C árdenas , B er nar d ino d e : 380
B eatriz, negra B eatriz: 2 7 7 , 282 C árdenas , G utiérrez d e : 3 44np
B eccaria, C esare B onesana M arqués C a r d in i , F r a n c is c o : 2 2 4 n p , 2 2 9 n p ,
del: 398 252np
B einardt , H .: 43np C arli, C o n d e : 3 7 5 n p
B ello , F r a n : 2 77 C arlos II: 212
B enavides , F rancisca : 238 C arlos III: 1 7 9 , 203, 2 1 3 n p , 2 1 7 ,
B enedicto X I V : 1 7 7 , 216, 313, 338 380np
B ennassar , B arto lo m é : 2 7, 5 7, 58np, C arlos V : 66np, 132
6 2 n p , 6 6 np, 204np, 2 73 , C a r o , M iguel J e r ó n im o : 3 2 6 n p , 3 27
2 75 n p , 2 9 1n p , 345np C aro B aroja , Ju l io : 13 8 n p , 14 0 n p ,
B erm údez , J u a n : 401 15 4 n p , 2 2 4 n p , 2 2 7 n p , 244,
B e r t o n io , L u d o v ic o : 356np 254, 257
B etancurt y F igijeroa , L uis d e : 131 C ar r a nza , A n g e l a : 373
B e th e nc o ur t , F rancisco : 24np C arrasco , Rafael : 17
B irckel, M aurice : 10 1, 104, 105np, C arrillo , A lf o n so : 265
G a r r ían , M aría : 239np, 25ónp C lemente Vil: 66np
C a r ia , G ah in o : 356np C lemente VIII: 228np, 232, 311
C arvajal, D o m in g o d e : 190 C obeñas , Juan de : 328, 329np, 3 3 2 ,
C asa C o n c h a , M arqués de : 199, 200np 349, 353np, 359np
C a st a ñ e d a D e l g a d o , P a u l in o : 1 1 , C ondamine , P edro de la F lor: 216
24np, 1 0 6 n p , 139np, 174np, CONDILLAC, ÉTIENNE BONNOT DE: 398
180np, 18 1n p , 190np, 198np, C o n g o , P edro: 277np
202np, 232np, 267np, 275np, C ontreras, Esteban Jaime: 17, 20np,
278 n p , 293, 376np, 377np 32np, 40, 69np, 91, 1 0 1 , 1 3 7 ,
C astañhga , F ray M artín de : 254, 257 206np, 230np, 231 np, 273,
C astklfuertk, M arqués de : 182, 184 335, 336, 337, 338
C astillo , José del: 374 C ordero , A n t o n io : 141, 143, 148,
C astillo F ernández , V icente: 88np 150, 161, 164, 167
C astro , C ecilia de : 238, 249np, 256np C órdova , M aría de : 251 np
C astro , M anuela d e : 70np C ornejo, M aría de Jesús: 66np
C astro B arrfto , M aría A na de : 163, C o ro nado , A lonso : 326
237, 251n p , 259np C o ronado , P edro: 3ólnp
C astro , M aría F rancisca A na ( A n a , C orral, A ndrés: 326np, 328, 362np
M ariana , M aría A na ) de : 57, C ortés, M aría Josefa: 394
62, 63np, 74 n p C orva lán M eléndez, Jorge: 88np
C astro y del C astillo, A ntonio de : 131 C orzo , P ablo : 293
C astro P a l a o , F e r na nd o : 392 C osta, M arco A ntonio : 281
C kbrián , S a n : 239, 240, 246 C roix, T eodoro de : 381, 385, 397
C hrezuela , S erván d e : 105np, 174, C ross, H arry E .: 132np, 133np, 142
190, 345np C ruz , B artolomé de la: 329np
C ernadas B ermúdez , P edro : 401 C ruz, M ateo de la: 150, 151, l6 l, 164,
C ervantes , B ernarda : 239np 167
C evallos , José A n t o n io : 395 C ruz B arros, N icolás: 35
C h a c ó n , D iego d e : 338np C ruz y C oca , José de la: 61 np, 253np
C h a n c o , F rancisca : 255np C uadrado , Fernando: 388, 399np, 401
C h a u n h , P ierre: 18, 18np C uadros , N icolasa de : 243np
C haves , F ray D iego d e : 323np, 326np, C uadros y Loayza , M anuel de : 401
333np C uaresma, T omé: 151np, 161, 164, 167
C haves , Jijan de : 253np C ueva, A lonso de la: 374np
C h ia p p o n a , M argarita : 247 C ueva, Juan de la: 145-146, 153, 159
C h in c h ó n , C o n d e de : 113 n p , 114, 153, D ’A lambert, Juan L erond : 395
154, 158, 185, 210np D ávila , D iego : 344np
C ipr ia n o , S a n : 375np D ’A zecedo , Lucio : 134np
C irac: E s t o p a ñ á n , S ebastián : 244np, D e Ra m ó n , A rmando : 115np
246np D edieu , Jean F ierre: 20np, 29, 40,
C isneros , F rancisco Jiménez d e : 265 57np, 58np, 66np, 81np, 101,
C isneros , B artolom é : 70np 139np, I40np, 229np, 231np,
C isn e r o s , F ray D iego Jerónim o de: 256np, 258, 264, 2ó5np,
382np, 386, 393np 273np, 275, 291, 292np, 294,
339, 340np, 341
D efourneaux, Marcelin: , 370np,
3 6 9 22np,
Escanden B onet , B artolomé:
372np, 374np, 388np, 389np, •ti, 206np, 212np, 252np,
393np, 399np 272np, 4()0np
D elgada, María: 86np Escobar, [<jannis: 331
D elgado, Fray Rafael: 401 Escobeix ). Franí isca de : 244
D elumeau, Jean : 240np, 245np. Escudero. Fray José A ntonio : Hlnp
247np, 308, 354 Espina, A lonso de : 348np. 353np
D elzo, Fray A gustín: 401 Espinar, H ernando de: 3^4np, 357
D enebares, Luis: 192 Espinosa, A ntonio de : 148, 151np,
D eusta Pimentel, Carlos: 123np 152np
D eza, D iego de: 65np, 274 Espinosa. Jorge de: 151np, 152np
1*t8.
DL\z, Francisco: 146 Espinosa. M anuel de : I h7, 148-149,
D íaz, Fray A lonso: 360 152np, 161,164, 167
D íaz, Pascual: l6 l, 164, 167 Espinosa el Largo , Fernando de: 147,
D íaz, Fray Sebastián: 388, 401 148, 152np, 161, 164, 167
D íaz V izarro, Fray A lonso: 326np Espinosa Estévez, Fernando : 152np,
D ícido y Z amudio, Francisco Javier: 161, 164, 167
401 Espjnoza, 1) ie(»o de : 89
D iez de Medina, Francisco T adeo.*401 Espino/.a , Isabel de : 255np, 256np
D íonís Coronel, A maro: 151, 161, Esquilache, P ríncipe de : 110, 372
164, 167 Estrada, D omingo de : 253np
369np, 399np
D omergue, Lucienne: E uropeo, Lucio C ornelio ( seudónimo
D omínguez O rttz, A ntonio : 130, de M ei.ciiiok Inciioeer): 380
132np, 133np, 134np, 139np, Eymericm (E ymekicus), N icolau: 40, 45,
209np, 351 50np, 53np, 54np, 55, 60np,
D onoso, Ricardo: 379np, 391 np 64np, 228, 248, 274, 290
D ougnac, A ntonio: 226 Faldrin, Jkan-L ouis : 339, 362
D uarte, Sebastián: I4lnp, 145-147, Fareán, Francisco: 291 np
151, 152, 162, 165, 168 Feliciano, José: 253np
D unoyert, Madame: 395 Felipe II: 102, 110, 132, 196, 20ó
D upont -B ouchat , M arie S ylvie : Felipe III: 175, 182, 196, 209
247np, 252np Felipe IV: 111, I40np, 154, 200, 209,
D uran, José M iguel: 395 212, 371 np
D uviols, Fierre: 242np, 243np, 263 Felipe V: 184, 198
Echavarría, Juan de: 328 Fernández, A ntonio : 295
Echeverez, Pedro A ntonio de: 379 Fernández, Francisco: 151np
Echeverría, Juana Prudencia: 238np, Fernández, Jerónimo : 161, 164, 167
249np Fernández, P edro: 211
Echeverría, G abriela: 35 Fernández, Simón : I48np, I50np
Egido, T eópanes: 179np, 381 np Fernández B artista, Juan : 281
Elena, Santa: 239, 24lnp, 246, 247 Fernández C oiitino , G aspar: l6 l, 165,
Encinas, D iego de: 102np, 103np, 167
136np, 193np, 226np Fernández de P ablo , Juan : 279
Enríquez, Mateo: 150, l6 l, 164, 167 Fernández P into , M anuel: 154
Fernández V ega, A ntonio : 161, 165, G arcía G allo, A lfonso: 79np
167 G arcía V illoslada, Ricardo: 179np,
Fernando VI: 178, 217 209np,381np
Ferreira, Juan de: 56np G avarri, Fray Joseph: 355np
Figukroa, Fray Francisco 192
de: G ijón y León, Conde M iguel: 386, 393
Fio teroa , Sebastiana de: 259np G il de Lemos, Francisco: 392, 393np
F ieangieui, C ayetano : 388np, 391, G il de Taboada, V icente: 386, 392,
399np 393
F isi ier, Jo h n : 123np G inzburg, Carlo: 27, 221
F i.eury, C eaijde de: 395 G irault, Louis: 242np, 243np, 245
F lores, D iego : 66np G ómez, A ntonio: 282
F lores, Jacinta: 69 G ómez, Francisca: 294
Flores, M aría: 56. 250np G ómez, León: 119
Fonseca Enrique/, M anuel: 146 G ómez, V icente: 349
Foucault , M iguel: 76, 84np, 354 G ómez de Acosta, Antonio: l49np,
Franco , D ionisio: 388np, 402 150, 162, 165, 167
Freitas, Serafín de: 329 G ómez de Acosta, Baltasar: 150, 162,
F rías, D iego de : 64np 165, 168
Frías M iranda , D iego de: 294, 295 G ómez de Castilla, V icente: 338np
Frías, G aspar: 344np G ómez de Ojeda, Rodrigo: 327np
Fuentes, M anuel A.: 135 G ómez Palomo, G aspar: 282
Fuentes, M anuel A tanasio: 374np G onzález, Cristóbal: 253np
F uentes, M iguel: 333 G onzález, José Manuel: 151np, 392,
F uenzalida , Fray Jacinto : 402 398np
Funes, G regorio: 388, 402 G onzález de H errera, B las: 70
Furlong , G uillermo: 368 G onzález del Valle, José M.: 307np
G a g o , T omás: 67np G onzález Echenique, Javier: 12np
G aitán , A ndrés: 131 G onzález Pérez, A lonso: 402
G allardo, M argarita: 256np G orbea y Vadillo, José de: 402
G allardo , Rosa : 238np G oya, Francisco de: 144, 236, 287,
G álvez, Francisco: 332 298
C alvez, José de : 381 np G oyri, Juan: 280. 283, 284
G am boa , Fray D omingo 402
de: G raciano (P apa): 307
G arcía, P ablo: 47, 60np, 6lnp, 63np, G ranada, Fray Luis de: 295, 352, 354,
73np, 271np, 316 390
G arcía C árcel, Ricardo: 17, 40, 101, G re, T omás: 282
124np, 172, 231np G regorie, H fnri-B aptiste: 398, 399np
G arcía C arrasco, Francisco A ntonio : G regorio IX: 227
399np G regorio X V : 175, 312, 322, 330,
G arcía de 388, 402
A rázuri, M iguel: 340, 366
G arcía de la P lata, M anuel: 402 G riego, Jorge: 295, 297np
G arcía de P ro odian , L ucía : 83np, G uadalcázar, Marqués de: 209np
138np, l45np, I49np, 150np, G uerrero, Pedro: 310
151np G uevara, Petronila: 234np
G uibovich P érez, P edro: 387np H ljrtado de ia Palma, Lucas: 148, 152np
G uillen C haparro, Francisco: 326np H ltchinson, T homas ].: 187
G uinea y Serralde, G regorio: 402 Ibarra, A lvaro de: 326, 327, 330
G uthrie, G uillermo: 375np Ibarra, Esteban: 117, 131, 153, 155,
G utiérrez de U lloa, A ntonio: 191, 205 156, 164
G utiérrez, José Ignacio: 349np ílarduy, M anuel di:: J95
G utiérrez, Juliana: 249np Inchoeek, M elchiok ( seudónimo de
G utiérrez, Pedro: 56 E u r o p e o , L ucio C ornelio :
G utiérrez C o ca , F rancisco: 149, 380np
152np Jansenio: 379, 399np
G utiérrez de U lloa, A ntonio: 135np, Jesús, M iguel de: 253np
190, 191, 345np Jiménez M onteserín, M iguel: 40, 44np,
G utucio, M artín de: 295 47np, 60np, 6 ln p , 62np,
H áenke, T adeo: 350np 63np, 73np, 74np, 271np,
H aliczer, Stephen: 17, 359np 272np
H amilton, EarlJ.: 115np Jiménez Rueda, Julio: 246np
FIampe M artínez, T eodoro: 12np, 35, Jiménez y V illai.ba, Simón: 402
80np Jovellanos, G aspar M elchor de: 397
H anke, Lewis: 132np, 136np Juan, San : 246
Haring, C iarence H.: 136np Juan X X II: 227, 228
H elvetius, C laude-A drien: 388 Julio III: 66np
H enningsen, G ustavo: 17, 20np, 91 Jullihn, Luis: 295
H enríquez, Fray C amilo: 386, 389, Junco, Sabina: 249np
390, 392, 394, 398, 400np Justiniano, A ntonio: 146
H enríquez, Manuel: 150np Justiniano, G abriela: 349np
H enríquez, Pero Luis: 253np Justiniano, G inebra: 359np
H enríquez G ómez, A ntonio: 376np Kamen, H enry: 66np, 71np, 124np,
H ernández, A ntón: 293 146np, 154, 158,
H ernández, D amián: 296 Kieckhefer, Richard: 221np
H ernández, D iego: 296 Konetzke, Richard: 133np
H ernández, Francisco: 293 Kramer, H einrich: 223
H ernández A paricio, P ilar: 24np, La M ettrie, Julien O eeroy de: 388
106np, 139np, 174np, 180np, Ladourie, Le Ro y : 27
181np, 190np, 198np, 202np, Laeuente Machaín, Ricardo de: 132np,
232np, 275np, 278np, 293np, 133np, 135, 136np
376np, 377np Landáburu, A gustín: 386, 393np
H ernández de V illarroel, A ntonio: 332 Lapeire, Felipe Manuel: 43np
H err, Richard: 380np, 397np Larraín, José: 115np
H errera, Juan: 277 Larrina, Juan: 385np, 386, 393np
H olbach, Paul H enri: 389 Larriva, José Joaquín de: 386, 389, 390
H uerga, A lvaro: 18np Laktaún, Sebastián de: 174
H ume, D avid: 394 Lavallée, Joseph: 95
H urtado, José: 334 Lavrin, A sunción: 356np, 359
H urtado, T omás: 330 Le Roy Ladurie, Emmanuel: 221
Lea , H hnry C harles: 21, 39, 71np, Luna , M encía de: 56, 162, 165, 168
81np, 101, 103np, llOnp, Luna , Mayor de: 145np
112np, 120np, 124np, 129, Lutero, Martín: 309
171np, 172, 173np, 180, M ably, G abriel B onnot de: 388np.
182np, 183np, 185np, 193np, 398
194np, 209np, 228np, 229np, M ac Farlane, A lan: 221np
248np, 275np, 290, 372np, Macera, Pablo: 258np
374 Mackenna, Juan: 392, 394
L emos, C onde de: 211, 212 Maldonado, Francisca: 240np, 255np
León , B artolomé de: 151, 162, 165, M aldonado de Silva, Francisco :
168 151np, 162, 165, 168
León , D uarh - 146
de : M androu, Robert: 221
León , P edro de : 56 M angenot, E.: 274np
Leonard , Irving: 368 M aquiavello, N icolás: 381, 397np
L ewin , B olkslao: I45np M archena, José (A bate): 65np
L íebman, Seymour B.: 139np Marcotegui, A lonso de: 182-183, 213
L igorio , San A lfonso M aría de: 354 M arimón, Juan de: 395
Lima, Juan de : 162, 165, 168 M armontel, Jean-Francois: 381, 388,
Lima, L uis de : 151, 162, 1Ó5, 168 395, 397np
Lima, T omás de: 151np M árquez, A ntonio: 369
Linguet , Simón : 381, 397np Márquez M ontecinos, Francisco: 162,
Llanos G onzález, T eresa: 259np 165, 168
Llókens, V icente: 369np Marta, Santa: 239, 240, 241, 246, 247
Llórente, Juan A í\to n io : 43, 44, 46np, M artín, D iego: 286
58np, 61, 66np, 172 Martín B ravo, P edro: 117
Lobatón , Juan : 181 M artínez, Fray Baltazar: 349np, 353
Lo b a ió n , M artin: 181, 182np, 183np, Martínez B ujanda, Jesús: 369np
184, 213 M artínez M illán, José: 17, 20np, 101,
Lobo G uerrero, B artolomé: 267np, 108np, 112np, 124np, 369np,
353np 370np
Loiimann V illena, G uillermo: 390np M ata Linares, B enito: 201np, 202np,
López , A lonso : 181 203np
López , D iego : 150 M aticorena, M iguel: 381 np, 397np
López , Francisco de: 146, 253np M atos, Manuel Luis: 150, 162, 165,
López , Lorenzo : 357np, 362np 168
López de Fonseca, D iego : 141, 147- Me C aa, Roberto: 260np
148, 151, 155, 161, 164, 1Ó7 M edina, Fray Juan de: 325
López de G árate, P edro: 194 M edina, M artín de: 296
López G rillo, B artalomé: 379np M edina, José T oribio: 29-30, 56np,
López M atos, Juan : 162, 165, 168 62np, 83np, 91, 115np,
López V ela, Roberto: 46np, 212np 121np, 125np, 129, 134np,
Lorenzo , E nrique: 162, 165, 168 135np, 136, 137, 138np,
Loyola , Juan de : 60 139np,I4lnp, I45np, I46np,
L uma y P izarro, Francisco Javier: 402 I48np,I49np,150np, 151np,
152np, 153np, 155np, 172, M onter . W ilijam : 2()np, 231 np
173np, 174np, 190np, 191np, M onttúsqi 11:1•, C arlos Luis d e Secondat:
192np, 193np, 194np, 205np. 3 8 1 . 382. 391, 392, 394
20ónp, 231 np, 232np, 244np, M oka , José : 3*8np
248np, 292np, 322np, 325, M orales, A na de : 359np
326np, 328np, 333np, 344np, M orales ( rkceptc)R): 120np
351np, 367, 371np, 373np, M orante , M artín : 326np, 351
379np, 390, 393np, 397np. M oreno , José Ig n a c io : 388, 402
398np, 400np M oreno y M o ran , M iguel: 402
M ellafe, Rolando : 146 M o r ó n , I sabel A n t o n i a : 145np,
M éndez, Francisco: 151np 150np. 163, 166, 169
M éndez, M anuel: 151np M o ye n , Francisco : Í3np, 56np
M endieta, D iego de: 293np M uciiembled , Robert : 247np, 252np
M endoza, A lonso de: 333np M ujica, M artin José de : 388np, 402
Mérida, N icolás de: 402 M u ñ o z , P edro : 3n9np
M esa, Francisco de: 333np M urga , P edro de : 195
M exía, D iego: 149 M urillo, B ernabé: 93, 253np
M exía, Rodrigo: 253np M urray, M argarkt: 221
M exía de O vando, P edro: 138, 372 M iirua , Fray M artin de : 242np
M ichelet, Jules: 221 N atal, A lejandro: 379
M igolla, G abriel de: 349np N avarrktk, José A n t o n io : 403
Millar Carvacho, Rene: 11-12, 17. 22, N avarro, A lonso : 277, 282
29, 32np, 56np, 71np, 80np, N avarro, A n t o n io : 57
1 1 2 np, 119np, 120np, 122np, N avarro, F ray T homás : 355np
123np, 124np, 125np, 157np, N icolás, Sa n : 240
158np, 184np, 185np, 187np, N icole, P edro ( P ierre): 384, 395, 397
214np, 215np, 230np, 255np, N ieto P o lo , F ray A ndrés: 403
289np, 300np, 339, 345np, N ithard , Everardo : 212
370np, 393np N ogueira M onteiro , Y ara: I42np
M illares Carlo, A gustín: 3 6 8 N oguera , B ernabela de : 259np
M illot, C laude: 394 N ordenelycht ( N ordenelicht), B arón
M ilton, John : 384, 399np T imoteo de : 47, 386, 392, 393-
Mogrovejo, T oribio de: 341 394
M oles, Joaquín: 384 N unes G ramaxo , A nto nio : 146
Moliere ( seudónimo de Poquelin, Juan N ljñez, D iego : 277
B autista): 375 N úñez , G aspar: 151
M olina, C ristóbal de: 241, 242np N úñez , Jorge : 82
Molina, Jaime: 225np N úñez , P ascual: 151np, 162, 165, 168
M olina, Paula: 259np N úñez de Espinoza , E nrique: 162, 165,
Mompo, Jijan B autista: 92 168
Moncada, Fray Francisco: 402 N úñez de H aba , P edro : 69, 92
M ontenegro, C ecilia del Rosario : N úñez D uarte, F rancisco: 151, 162,
256np 165, 168
Montenegro, Juan de: 295, 296np N úñez D uarte, G aspar: 162, 165, 168
O campos. Joan de: 3ó2np Paz , Juana de la: 256np
O cana T orres, M ario L.: 39 Paz da Silveira, Jorge de: l48np
O choa , M artín: 282, 294 Paz Estravagante, M anuel de: 150,
O 'H iggins, A mbrosio: 391 162, 165, 168
O lavide, P ablo de: 391, 393np, 397 Paz y M eló, Enrique de:147, 149,
O liva, A ntonio de: 328 151np, 152np, 162, 165, 168
O liva, Feliciano de: 23ónp P az y M iranda, C lemente: 344np
O livares, C onde D uque de: 140 P hligny, Ciirisitan: 3ó9np
O ’N eil, M arv: 247np P eña, Francisco: 40np, 45np, 50,
O ña , M iguel de: 68 54np, 55, 64, 65, 86, 228, 248,
O rbieto, Sebastián de: 297np 274np
O rdeña, Juan de : 297 P eña, Fray Pedro de la: 231
O rdóñez, A n t o n io : 134, 138np, P eña, G regorio de la: 6lnp
329np Peña y Collado, G regorio: 43np
O rdóñez y Flores, P edro: 107, 108np Peñaloza, Pedro de: 36lnp
O rduña , G abriel de: 68 P eñalver, C lemente de: 329np, 332np
O rellana, Francisco: 253np P ereira, Manuel: l48np
O rrantía, T omás José de: 403 P érez, José: 385np, 386, 392, 393, 394
O rtega, Jerónimo de: 238np, 243np P érez, Juan: 283
O rtega, M anuel de: 326np P érez, Manuel B autista: 113, l4lnp,
O rtiz, G onzalo : 279 145-147, 149, 150, 151, 152,
O sorio, A ntonia : 250 155, 162, 165, 168
Oso rio del O dio , P edro: 131, 152np, P érez B ocanegra, Iván: 356np
153, 155, 156, 161 P érez Embid, Florentino: 374np
O termín y M oreno , M iguel de: 403 P érez Montecid, D omingo: 151np
P ablo IV: 310 P érez G ordillo, Lucas: 51np
P abón , P edro: 403 P érez Manrique, D ionisio: 149
P acheco , P edro: 333, 353np P érez V illanueva, Joaquín: 22np, 41,
P adilla, Juan Salvador: 278np, 283 206np, 209, 212, 252np,
P aguecui, Fray Juan del Rosario: 235, 272np, 369np
253np P eyre, D ominique: 345np
P alata, D uque de la: 371np P iamontes, A lejo: 253
P alma, Ricardo: 30, 270np, 376np, Picón, A gustina: 239np
390np, 398 Pinto Crespo, V irgilio: 17, 20np, 40,
P amar, P edro Pablo : 389 369, 372np, 387np
P áramo , Luis de : 44np, 65 Pío IV: 310, 312, 314
P ardo , M anuel: 388, 398np, 403 Pita, Rosa: 64np, 67
P arra, Fray Joaquín de la: 178, 179np P olo de O ndegardo, Juan: 241, 242,
P ascual, Juan : 47, 280np 243np
P astor, M ateo: 124 Poma de A yala, Felipe G uamán: 241,
P astrana, Francisco: 253np 244np
P aulo IV: 371 Pope, A lexander: 391
P aulo V : 138 Porras, A lonso de: 281
P ayo , José: 386, 393np P otau, José: 403
Pradier, Juan : 278np, 281, 287 Ro d k íg u e z -M o m n o , A nto nio : 138np,
Prevost, A bate: 383, 395 3 73np
P rieto, Joan : 329np, 344np Rodríguez P asarinos , A lfonso : 146,
P rosperi, A driano: 24np 1-T8np, 154
P uente, Luis de la: 352 Ro d r íg u e z P asak iños , G aspar: 146,
P uente B earne, T omás de la: 56 148np, 154
Puffendorf, Samuel: 398, 399np Rodríguez P ereika, G aspar: 163, 166,
Puglia, Felipe: 384np 169
Q uiroz, A lfonso: 147np Rodríguez Q u ir o g a , M anuel : 403
Rabanal, Francisco de : 349np, 362 Rodríguez 'Laxares, Jorge : i 63, 1 6 6 ,
Racine, B uenaventura: 395, 397, 399np 169
Ramírez de los O livos, Francisco : Ro dríguez V icente , M aría Encarna­
343np, 351, 353, 357 145np, 153np, 159np
c ió n :
Ramos, G abriela: 265, 27ónp Rojas, F ernando de : 254
Raynal, A bate: 381, 388, 391, 392, Rojas, F rancisco Javier: 253np
393np, 397np Rosa , D iego de la : 235, 244np, 253np
Reparaz, G onzalo d e : 130, 13 1, Rosa U r q u izu , J u a n F rancisco de la:
132np, I40np, l45np, 148np, 6 7n p , 278np, 287
I49np, 150np, 151np Rosa , M anuel de la : 150, 151np
Reyes, M elchor de los: 151, 162, 166, Rousseau , Jean Jacquks: 388, 391, 392,
168 394, 399np
Ricard, Robert: 132np, 263 Rozas , Ram ón de : 4 7, 386, 389, 390,
Río, M artín del: 253 391-393, 394, 399np, 400np
Riofrío, Fray Francisco de : 323np, Ruiz , A lo nso : 282
326np Ruiz, A n t ó n : 287
Ríos, José A mador de los: 134 Ruiz, Fray A n t o n io : 323np
Rivera, Ignacio de: 403 Ruiz de C órdova , J u a n : 278
Robertson, W illiam: 392 Ruiz de P rado , Jijan: 191, 192, 278, 292
Rodríguez, G onzalo : 293, 297np Ruiz de N avamanukl, M ariano : 403
Rodríguez, M atías:277 Ruiz de Q uincoces , D iego : 278np,
Rodríguez, Pablo: 150, 152, 162, 166, 286np
168 Ruiza , A lonso : 67np
Rodríguez, Pablo : 260np, 359np, Sala-M olins , L ouis : 39, 228np
363np Salas, José P erfecto de : 379, 391
Rodríguez A rias, Francisco: 162, 166, Salcedo , Esteban de : 293
168 Sales e Isla, D elislk de : 391, 394
Rodríguez B ueno, Simón: l48np Salinas, D iego de : 193, 208
Rodríguez Casado, V icente: 374np Sanabria , D iego de : 346, 362np
Rodríguez de Padilla, P ablo: 329np Sánchez , A n t o n io : 403
Rodríguez de Silva, Jijan: I48np, 163, Sánchez , T omás : 329
166, 168 Sánchez C alderón , C ristóbal: 250np
Rodríguez D elgado, D iego: 125, 177 Sánchez G arcón , B ernabé: 146
Rodríguez D uarte, Juan : 152, 163, Sánchez O rtega, M aría E lena: 245np,
166,168 246np, 258np
Santa C huz, Fray Felipe de: 323np T apia, Fermín: 395
Santa María, Juana de: 238, 24 lnp, T auro, A lberto: 12np
243np T avira, A ntonio : 265
Santiago, A póstol: 243 T eodoro: 227
Santo lo, B ernardo: 373 T hienot, Juan : 56, 70
Santos Reyes, Juan : 51, 56, 62, 236np, T ineo de G uzmán, Josefina o Josefa:
254np 238np, 239np, 243np, 251np
Sar, Fray M iguel: 361 T oledo, Francisco de: 193
Saragiio, Juan de: 105np T omás y V aliente, Francisco: 40, 41.
Sarayia, D iego de: 154 59np, 76, 85np, 86np, 87np,
Saravia, Juana: 234, 235, 239np 88np, 89np
Sarmiento de G amboa, Pedro: 253np T oro, C ristóbal de: 282
Sarrailii, Jean: 379np T orquemada, T omás de: 74np
S arrión M o r a , A delina : 308np, T orre, C atalina de la: 256np
310np. 311np, 313np, 339np, T orre, Jerónimo de la: 195
340, 341, 342 T orre Revello, José: 368, 380, 397np,
Sedaño, Rafael: 203np 399np
Scháfer, Erns: 18np T orrejón, Feliciano: 199
ScnoLZ, Jouannes-M ichael: 22np T orres, G arcía de: 329np
Sensarie, Juan B ernardo: 375np T orres, Pedro de: 373
Serpa, P edro de: 349np T rinidad, Juan de la: 329, 330
Sicilia, José: 399np T royano, P edro: 281
Sierra C orella, A ntonio: 3ó9np T rujillo, Francisca: 56np, 256np
Silva, Francisco de: I48np U bau, Pedro: 62, 69
Silva, Jorge de: 147, 149, 163, 166, 169 U lloa, A ntonio de: 258
Silvestre, San : 239, 240, 246 U lloa, A na M aría de: 240np
Silvestro, Joan : 333np U lloa, Jorge Juan de: 258
Sixto V: 228, 232, 247 U lloa, Juan Francisco de: 58np, 62,
Smitii, A dam: 384 67, 68, 69
Solano, Juan de D ios: 254np U nanue, H ipólito: 387, 403
Solar, Luis: 294, 295, 296 U rbano VIII: 112
Solís de O vando, José: 73np U reña, Rafael: 225np
Solórzano, N icolás de: 64, 67 U rquizu, G aspar: 387, 388, 389, 403
Solórzano P ereira, Juan de: 173np, U rquizu, Juan Francisco: 67np
207, 208np, 209, 210, 328 U rquizu, Santiago de: 386, 389, 403
Soto , D iego de: 282 U rtizábal, Petronila Rosa de: 64np,
Soto y M arne, Francisco de: 403 66
Sotomayor, Francisco A ntonio: 175 U turbey, M elchora: 361
Sotomayor, M artín Sebastián: 403 V acant, A.: 274np
Sprenger, Jakob: 223 V áez Enríquez, G arcía: 152,163,166,
Sousa, A ntonio de: 329np 169
Superunda, C onde de: 122, 203np, V áez Enríquez, Simón: 146
195np V áez de A cevedo, Sebastián: 146
T alamantes, Fray José: 392 V áez de Sevilla, Simón: 146
V áez P ereira, Rodrigo: I49np, 150np, 306np, 323np, 326np, 327.
163, 166, 169 329, 330. 334, 344np, 350,
V alderrama, Laura: 251np. 255np 3 5 1.3 6 1
V aldés, Fernando de : 47np, 49np. V entura M a r ín , C arlos : 403
50np, 51np, 55np, 6 0 n p , V ero ara v C aichi m >. Felipe: 404
6lnp, 63np, 91, 271np V ictoria , P edro de:: 327, 362
V aldés, Josefa: 249np V icuña M ackhnna . B enjamín: 30, 172,
V aldivieso, Joan de: 332np, 344np. 183
349 V idaurkh, M anuel Lo r e n zo : 386, 389.
V aldivieso, M iguel de: 94, 379np 390, 392, 394, 398
V alenzuela, M aría de: 251np Vi la Vi lar, E nriqueta : 132np, 133np
V alle U mbroso, M arqués de: 392 V ilci íes, L< >ri:n z ( ): 61 np
V allejo, A na : 23ónp, 239np V illagomez , P edro d e : 149
V allejo, P edro: 294 V illagra , P edro d e : 362np
V an Espen, Z eger: 388np, 398, 399np V illar, C o n d e del : 190, 208. 351
V an der V ekene, Emil: 24 V ivanquhris, J erónimo Fabiano : 56np
V argas, A lejandro: 236 V olnev , M.: 3 8 2
V argas, Félix A ntonio de: 195 V oLTA IR E (SEUDONIM O DE A k o UET, F ra .N-
V argas, Luisa: 67np, 239np, 259np cisco M aría ): 382np, 388, 389,
V argas U garte, Rubén: 176np, 244np, 390, 391, 392, 393, 398
265np, 2ó7np, 34lnp, 358np V o n 13ie:leeeld, B a r ó n : 375
V ázquez de Espinoza, A ntonio : 342 V o n H otheim , Febronio : 380
V ázquez de P rada, V alentín: 3ó9np X iménez , Francisca : 255np
V ázquez de U cieda, José: 403 XlMÉNEZ Vll.LAl.BA, SlMON: 388
V ázquez de U cieda, Francisco: 403 Y añrz , M ariano : 395
V ega, A ntonio de: 150, 163, 166, 169 Y epes, Ra m ó n : 388np, 404
V ega, Luis de: 152, 163, 166, 169 Y o u n g , E d u a r d o : 384
V ega, M arina de : 240np, 251np, Z alduegui , F rancisco : 125
256np Z apata, Esteban : 329np
V f.lasco, Juan Francisco: 62, 69 Z arate, G abriel de : 149
V elasco, Luis de: 206 Z avala, M icaela: 7 4 np
V elásquez, A lonso: 278 Z evallos, José: de : 379np
V elazco, A lonso: 283 ZúÑIGA Y O nTIVEROS, FELIPE: 356np
V enegas, Rafael, A lejandro: 67np, 92, Z urbano , G uillermo: 282
I ndi c e T e mát i co

abjuración: 6 l, 63, 271-272 censura de libros (véase “libros pro­


abogado: 30, 81-83 hibidos")
acusación: 49-50, 271-272 clamosa: 47
adivinación: 222, 223, 234-235 clero: 342-347, 350-359, 360
apelación: 64-67, 87 cobranza de deudas (donaciones):
arbitrio judicial: 76, 89, 93-96 107-108
Archivo Histórico Nacional de Ma­ comisarios: 181
drid: 17, 29, 91, 102 Concilio de Letrán: 308
Archivo Nacional de Chile: 12, 102 Concilio de Trento: 233-234, 264,
astrología: 222 291, 309-310, 356, 358
audiencias: 48-49, 271 Concilio de Vierna: 290
auto de fe: 74-75, 87-88, 144, 272- Concilios Limenses: 265-267, 275,
273 343, 356, 358
bigamia: 202-204 confesión (sacramento): 306-310,
blasfemia: 15, 34, 270, 274-290 354-359
brujería: 221-224 confiscaciones: 14, 70-71, 103-104,
buenas memorias: 127 106, 108. 109, 113, 114, 119,
calificación: 46-47, 85 129-132, 141-142, 145-159,
canonjías supresas: 111-113 , 119, 161-169
122-123, 157, 184-186 conflictos de competencia: 14, 34,
capellanías: 127, 187 193-195, 196-204, 208-209,
cárceles secretas: 47-48, 71-72 , 81 2 10 , 213, 215-216
cartas acordadas: 90 consignaciones del Tribunal de
catequización, enseñanza de la doc­ Lima a la Suprema Inquisi­
trina católica: 263-268, 296- ción: 114-115, 116, 119-120,
297 125-126, 156, 158
censos: 107-110, 114, l ió , 117-119 , consulta: 68-69
121-122, 156-157 defensa: 52-53, 82-83
delaciones, denuncias: 42-43, 81, 85, mujeres, c o n d i c i ó n de la mujer: 251-
281-283, 295-296, 320-323 261. 359-363
destierro: 73 multas de juego: 107
documentos inquisitoriales: 19, 2 3 . nigromancia: 222, 223
29, 80, 102, 127np, 130-131, número de causas de fe: 31, 32, 33,
173, 304-306 230, 251, 274, 275, 288-290,
donaciones (cobranza de deudas): 292, 299, 335-339, 386
107-108 patronatos: 12-r, 126, 187
edictos: 269-271, 321-322, 376 penas, penitencias: 70-75, 84, 272,
familiares: 189 285-287, 297, 317-318, 330-
finanzas (hacienda inquisitorial): 13, 334. 399-400
34, 101-102, 108, 114, 115, plenaria, fase: 50-57
117, 122, 126, 141-142, 155- portugueses: 132-136, 137, 140, 145-
158 159
fiscal: 49-50 procedimiento inquisitorial: 13, 33-
fuero inquisitorial: 180-184, 188-190, 34, 39-40, 89-90, 96-97, 249-
192-200, 204-206, 207-208, 251, 271-273 . 314-318, 323-
210-2 1 1 , 213-215 334, 370-372, 373-374
“Gran Complicidad": 14, 139-144, proposiciones: 32, 33, 231, 270, 273-
145-159 274
hechicería: 12, 14-15, 34, 223-224, quiromancia: 222, 223
224-229, 230-247 reconciliación: 6 l, 63
herejía: 28, 33, 59-60, 96, 177-178, recusación de inquisidores: 51-52
227-228, 248-250, 268-269, relaciones de causas de fe: 13, 69-
311 70, 91-93, 204-218, 251,305-
inhabilitación para el desempeño de 306
oficios públicos y de honra: relaciones de la inquisición con la
73-74, 87 autoridad eclesiástica: 112-
instrucciones: 89-90 113, 173-187
jansenismo: 399 relaciones de la inquisición con la
judaizantes, judeoconversos, judíos: autoridad civil: 103-104, 112,
14, 113, 134, 136-140, 145- 158, 1 7 1 -1 7 2 , 188-202, 209-
159, 161-169, 231 210, 217-218
justicia ordinaria, justicia secular: 76, relajación, pena de muerte: 61-63,
84-88 74, 87
libros prohibidos: 16, 35, 370-376, salarios inquisitoriales: 102-106, 123-
378-381, 382-383, 390-400 125
licencias para la lectura de libros Santa Sede: 65-66, 112
prohibidos: 385-389, 401-404 secreto del p ro c e d im ie n to
magia: 222 inquisitorial: 81, 83
marginalidad: 14, 259-260 secuestro de bienes (véase también
mentalidades, historia de las: 27, 221 “confiscaciones”): 47-48, 141,
moniciones: 48-49 145-159, 161-169
s e n te n c ia : 5 7 -6 4 , 8 6 - 8 7 s u p e rs tic ió n : 2 2 2 -2 2 3

s im p le f o r n ic a c ió n : 1 5 , 3 4 , 2 9 0 -3 0 1 s u p lic a c ió n : 6 7 -6 8

s o lic ita c ió n : 1 5 -1 6 , 3 5 , 1 7 5 , 2 7 0 , 3 1 0 ­ te s tig o s : 4 3 -4 6 , 5 1 , 5 2 , 8 1 , 8 3 , 8 5 ­

3 1 4 , 3 4 8 - 3 5 0 , 3 6 3 -3 6 6 ’ 8 6 ,3 2 6 - 3 3 0

s o r tile g io s : 2 2 2 , 2 2 3 , 2 3 4 -2 3 5 to rm e n to : 5 3 -5 7 , 8 3 -8 4 , 8 6

s u b v e n c ió n re a l: 1 0 2 -1 0 6 , 1 1 0 , 1 1 2 , v a n a s o b s e rv a n c ia s : 2 2 2 , 2 2 3 , 2 3 5 ­

1 1 3 , 1 5 8 2 3 7

s u m a r ia , f a s e : 4 1 -5 0 v is ita s d e n a v io s : 3 7 7 -3 7 8 , 3 8 1 -3 8 2
a in q u is ic ió n e s p a ñ o la h a s id o s in ó n im o d e

c o n tr o v e r s ia . S o b re e l te m a se han e s c rito

m ile s d e lib ro s , p e r o m u c h o s d e e llo s re s u lta n

c o n d ic io n a d o s p o r razo n es id e o ló g ic a s que

lo s h acen p erd er o b je tiv id a d y d ific u lta n la

c o m p re n s ió n del fen ó m en o .

S in em b arg o , d esd e la d écad a de 1970 se ha

p ro d u c id o una re n o v a ció n de lo s e s tu d io s

in q u is ito ria le s q u e, m erced a la u tiliz a c ió n de

n u e v a s m e to d o lo g ía s h is to rio g rá fic a s , ha

p e rm itid o un a c e rc a m ie n to al te m a s in lo s

p re ju ic io s y p o lé m ic a s d el p asad o .

E s te lib r o s e in s e r ta e n e s e p r o c e s o d e re v is ió n .

D esd e la s o b ras d e J o s é T o rib io M e d in a so b re

el p a rtic u la r, p u b lic a d a s a fin e s d el s ig lo

p a sa d o , p rá c tic a m e n te n ad a im p o rta n te se

h a b ía e s c rito so b re e l T rib u n a l de L im a h a s ta

c o m ie n z o s d e la d é c a d a d e 1980.

R en é M illa r, e n e s ta se rie d e e s tu d io s , a c o m e te

el a n á lis is d e d iv e rso s a s p e c to s de la h is to ria

in s titu c io n a l d el S a n to O fic io p eru an o com o

so n la s fó rm u la s p r o c e s a l e s , la s c u e s tio n e s de

h a c ie n d a y lo s c o n flic to s ju ris d ic c io n a le s , q u e

m u e s tra n su s e ta p a s d e au ge y d e c a d e n cia .

Ju n to a e llo s , a tra v é s d e l e x a m e n d e lo s d e lito s

d e h e c h ic e r ía , b la s fe m ia , s o lic ita c ió n y le c tu ra

d e lib ro s p ro h ib id o s , tra ta d e d e t e r m i n a r la in ­

flu e n c ia q u e la in s titu c ió n p u d o te n e r en lo s

c o m p o r ta m ie n to s y m e n ta lid a d d e la p o b l a c i ó n

v irre in a l.

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