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Jesús, el Rey

Una hipótesis sobre la historia de Jesús y del movimiento cristiano hasta el siglo II.

1. El Nacimiento.

Antípater, hijo mayor y heredero de Herodes, está casado con María nieta de Antígono,

el último asmoneo. En el año 5 a. C., es arrestado y juzgado por traición, su esposa, embarazada de

pocos meses, huye de Jerusalén a Belén. Por mediación de una familia sacerdotal la joven princesa

es encomendada a la protección de un artesano acomodado de nombre José, quien pretende

descender de la familia del legendario rey David.

Herodes muere pero no sin antes decretar la muerte de Antípater. Ese mismo año, 4 a. C.

en Belén, nace Jesús quien se convierte en el legítimo heredero del trono de Herodes. Durante las

luchas por la sucesión aparecen partidarios del niño entre los pastores de Belén, liderados por un tal

Atronges, pero son derrotados y Jesús debe huir a Egipto. Más tarde, con Arquelao en el poder,

José, ya casado con María, conduce a su familia a Nazaret de Galilea. Jesús crece en una familia

extensa, compuesta por numerosos parientes, entre ellos los hijos de José y María el mayor de los

cuales es Jacobo (Santiago). No son completamente pobres; poseen tierras y ejercen la artesanía,

pero tampoco pueden considerarse ricos ni son reconocidos por la nobleza judía. Están vinculados a

grupos sectarios, conspiradores, que aguardan el momento de tomar el poder: a esa esperanza le dan

el nombre de Reino de Dios. Jesús, por su parte, conoce su origen real y participa de estas

conspiraciones; es posible que su padre adoptivo lo usara para lograr el apoyo de ciertos grupos y, a

la vez, que fuera rechazado por otros. La leyenda ha retenido el recuerdo de uno de estos

encuentros, con esenios probablemente, en el relato conocido como Jesús perdido y hallado entre

los doctores de la Ley.

Sin embargo, tales esfuerzos no logran éxito y, cuando muere José, se abandonan del

todo.
William Brassey Hole, Jesús hablando con los doctores en el Templo en Jerusalén, ca. 1915-17

2. Vida pública.

En torno al año 27, un pariente materno de Jesús, Juan hijo del sacerdote Zacarías,

comienza un movimiento popular que busca, por medio de la purificación, lograr el advenimiento

del Reino. Juan logra cierto éxito, sobre todo en Galilea, y pronto cuenta con miles de partidarios

dispersos por el país.

Jesús decide unirse a este movimiento con el objeto de construir una base de poder
propia e imponer, con ese respaldo, su liderazgo. Su objetivo es reunir a los campesinos

desheredados y a los artesanos de las pequeñas ciudades en torno a su persona; para ello asume el

rol de profeta itinerante, tomando elementos de la prédica de Juan, pero adaptándolos para sus fines.

Juan le da cierto apoyo pero no se compromete a aceptarlo como futuro rey, y se niega a la unción

que le daría el respaldo religioso.

Al poco tiempo, Juan es apresado y ejecutado por el tetrarca Antipas de Galilea, otro hijo

de Herodes, por lo cual Jesús se oculta para continuar su prédica en secreto.

Hasta donde puede deducirse, el proyecto de Jesús era el siguiente; obtener el apoyo

campesino y de los pequeños propietarios aldeanos, sumar a los grupos disidentes de judíos,

fariseos y esenios sobre todo, y pactar con las autoridades religiosas de Jerusalén su reconocimiento

como heredero del trono vacante desde la deposición de Arquelao. Una vez logrado esto trataría con

Roma el nombramiento como rey cliente, análogo al de su abuelo Herodes. Era tanto un programa

político como religioso; Jesús no separaba estas cuestiones y tomaba iniciativas en ambas, si bien

los sucesos posteriores sólo dejaron el recuerdo de sus prédicas morales. Las acciones políticas

quedaron en las sombras, recordadas sólo por alusiones al mesianismo, el Reino de Dios y la

repetida exigencia de secreto. Como era típico de la propaganda ideológica de la época, se le

atribuyeron a Jesús numerosos milagros que probaban su carácter de rey, más que su filiación

divina.

Los agentes de Antipas intentan arrestar al predicador, sin conocer tal vez el alcance de

sus planes, y Jesús huye a Judea con la esperanza de iniciar allí su levantamiento popular que, esto

es muy importante, no iba contra Roma sino contra ciertos grupos de poder. Era una lucha de

facciones, no una revolución; acaso hubiera una prédica contra los aristócratas helenizados y se

aprovechara la critica a las familias sacerdotales, pero no se anunciaba un cambio radical ni mucho

menos. Jesús era un pretendiente al trono judío que se valía de la religión como arma política; tal

como era usual entonces. Esto, claro está, no implica que no creyera en su propio discurso; de hecho

estaba convencido de ser un rey elegido por Dios mismo que sería ungido en Jerusalén, es decir
sería Mesías, y renovaría la Alianza. En este contexto el poder de Roma era algo externo, un dato de

la realidad, contra el cual no se luchaba y que significaba, simplemente, una cierta dependencia

formal. Hay que recordar que en estos años, finales de los veinte, el sentimiento popular hacia el

gobierno romano no era tan antagónico como lo sería a partir de los sesenta. La mayor parte del

pueblo se oponía a los nobles, las familias sacerdotales y a la intromisión en asuntos judíos de este o

aquel prefecto, pero nunca contra el Imperio, visto como algo lejano.

Sin embargo, Jesús no logra tanto apoyo en Judea como en Galilea. Tiene vínculos con

un tal Eleazar (Lázaro) de Betania y con ciertos miembros de la aristocracia local como Nicodemo,

de los poderosos ben Gurion, José de Arimatea y una rica familia de Jerusalén a la cual pertenecía el

joven Juan Marcos (futuro evangelista) y Juan el hijo de Zebedeo, galileo pero vinculado a las

familias sacerdotales.

Con el apoyo de algunos, organiza su entrada triunfal en Jerusalén durante la fiesta de

Sucot (otoño del año 29) y realiza una acción simbólica destinada a lograr el apoyo popular; arroja a

los mercaderes del Templo. Una vez más, el que estas acciones tuvieran una finalidad política, no

excluye el componente religioso.

Los meses siguientes Jesús prepara su insurrección, prevista para la Pascua del 30, con

reuniones secretas, propaganda (quizás entonces se elabore la leyenda de la resurrección de Lázaro)

y un complejo entramado de relaciones con los grupos de poder local. Jesús es ungido en secreto, en

Betania, y se aguarda la llegada de los peregrinos galileos para dar comienzo a la acción. El plan,

hasta donde puede deducirse, tendría al Monte de los Olivos, más concretamente la gruta de

Getsemaní, como punto de partida para la toma de la ciudad. Proclamado rey, Jesús revelaría su

identidad, es decir sus derechos, apresaría a sus adversarios y recompensaría a sus fieles. El paso

siguiente, sin dudas, sería una embajada a Roma para pedir a Tiberio la restauración del trono judío

en la persona de Jesús, hijo de Antípater, heredero de Herodes y ciudadano romano.


Giotto di Bondone – Entrada en Jerusalén, ca. 1304.

3. La Pasión.

El proyecto fracasa; las familias sacerdotales, en especial José Caifás, quien ejerce el

Sumo Sacerdocio y su suegro Anás, quien lo había detentado años atrás, se oponen a este plan que

califican de locura. Temen tanto la pérdida de privilegios como un conflicto con los romanos; en
efecto, la presencia de un rey traería trastornos no deseados, un clima de exaltación propicio a los

excesos y, quizás, conflictos armados. De un modo que no conocemos, logran entrar en tratos con

uno de los seguidores de Jesús, Judas, quien controla las finanzas del movimiento y, por ello, tiene

contactos con diversos grupos partidarios. Finalmente llegan a un acuerdo, Judas conducirá a un

grupo de guardias del Templo, fieles a los sacerdotes, que escoltarán a Jesús para una audiencia

secreta con el Sumo Sacerdote. En señal de apoyo, entregan a Judas una cantidad simbólica de

plata, los famosos treinta denarios. Dicho claramente; Judas es más un ingenuo que un traidor, cree

prestar un gran servicio a Jesús, a quien venera como maestro de sabiduría y como rey ungido,

poniéndolo en contacto con los más poderosos del Estado.

El miércoles 5 de abril del 30, Jesús y los suyos cenan en la casa de la familia de Juan

Marcos y ultiman los preparativos para la insurrección que, si todo se cumple según lo planeado,

será una puesta en escena. La noticia de que Judas ha logrado el apoyo del Sanedrín pone de buen

humor a Jesús, quien asegura, al brindar, que no beberá vino hasta la llegada (ese sábado de Pascua)

del Reino de Dios; luego indica a Judas que “haga lo que tenga que hacer”, en alusión a la entrevista

pactada con el Sumo Sacerdote.

Jesús se retira a su refugio en el Monte de los Olivos, donde acampan los galileos, y

Judas marcha al Templo para unirse a la guardia.

Esa noche, después de orar, llegan los guardias pero, en vez de escoltar a Jesús, lo

arrestan ante la sorpresa de sus seguidores. Judas lo sigue e intenta protestar, pero no consigue

siquiera ver a quienes lo contactaron, es objeto de burlas y tan arrepentido como temeroso, se

ahorca en las afueras de la ciudad (si no es que algún discípulo de Jesús no apresuró su fin).

Jesús, por su parte, es sometido a un breve interrogatorio ante Anás y luego derivado al

Sanedrín para una encuesta formal. Ante los sacerdotes Jesús reivindica su derecho a la corona de

los judíos y asegura que dispone de suficientes partidarios para iniciar una revuelta. Los sanedritas

desean juzgarlo, pero Caifás hace notar que es un ciudadano romano, por lo cual debería ser

entregado a Pilato quien, en previsión de posibles disturbios, está en la ciudad. El plan, por otra
parte, es desactivar el movimiento sin crear perturbaciones, eliminar al pretendiente e impedir que

sus partidarios puedan enviar una embajada a Roma para reivindicar sus derechos. Emisarios de

Caifás se entrevistan con Pilato quien comprende que su carrera está en juego. Acepta, entonces,

recibir a Jesús en una audiencia privada; cree que podrá beneficiarse del asunto ya que si el tal Jesús

es el legítimo heredero del trono, puede allanarle el camino en Roma y recibir su recompensa,

mientras que si no lo es puede extorsionar a los sacerdotes, e incluso al mismo Antipas, teniendo de

rehén al supuesto heredero.

Jesús, azotado por los guardias del templo, es remitido a Pilato en el Pretorio, quien lo

interroga en griego y comprueba que Jesús es quien dice ser pero, a la vez, que carece de los medios

para hacer valer su autoridad. Cuando Jesús le habla de sus partidarios, de un reino que no es de

este mundo y de la verdad, Pilato decide dar por terminada la entrevista. Envía un mensaje a

Herodes, para amedrentarlo, y éste dice desconocer al tal Jesús con tan poco convencimiento que

Pilatos comprueba la filiación del reo. También verifica que el asunto es un secreto que sólo unos

pocos aristócratas conocen y que a todos ellos les conviene hacer desaparecer al inoportuno

heredero. Los pocos galileos y menos judíos de las clases populares que saben del asunto no son de

cuidado, piensa el prefecto.

Se monta un proceso público en el Pretorio, al cual se admiten unos cuantos miembros

del Sanedrín, durante el cual Pilatos pronuncia la sentencia: por delito de sedición se condena a

Jesús a la crucifixión. Los partidarios de Jesús, confundidos y temerosos, no se atreven a actuar y la

pena se lleva a cabo esa misma mañana, cerca del mediodía, en las afueras de Jerusalén.

Agotado por las torturas, decepcionado y sin comprender lo que sucede, Jesús muere

hacia las tres de la tarde del 7 de abril del año 30. Antes de la puesta del sol su cadáver es

descolgado y se lo sepulta en una tumba cercana, previo pago al encargado de la ejecución.

Titulum crucis; la placa con el cargo por el cual se crucificaba a Jesús, escrita en hebreo,
griego y latín. El texto se lee de derecha a izquierda. Reconstrucción basada en la reliquia de madera que
se conserva en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén, Roma.
4. Resurrección.

La mayor parte de los seguidores de Jesús se dispersan, otros se olvidan de su anunciado

reinado y sólo dos pequeños grupos permanecen.

Uno de ellos es su familia.

Santiago, hermano de Jesús, es su líder y residen en Jerusalén, en la ciudad alta, ligados a

familias de cierto poder económico. Sostienen que Jesús, después de muerto, se apareció en una

visión a su hermano, le mostró su túnica y le confió la dirección de sus seguidores. Santiago revela

que Jesús será ungido Mesías en algún tiempo por venir, resucitado por Dios, y que entonces

comenzará el Reino de Dios. Hasta que llegue ese momento sus seguidores deben difundir sus

enseñanzas, pero ocultar el secreto sobre su origen; en su lugar se enfatiza su descendencia davídica

y el rechazo que sufrió por parte de los sumos sacerdotes.

La comunidad de “jesusistas” se expande entre algunos judíos interesados en su

particular visión sobre el destino de Israel, en especial cuando el grupo incorpora algunas ideas

propias del movimiento esenio, en cuyo vecindario habitan. En unos pocos años se sumarán judíos

de cultura griega; los helenistas quienes aportarán nuevos elementos a la cosmovisión del

movimiento jerosolimitano.

El otro grupo, itinerante, está compuesto mayoritariamente por galileos. Se formó

cuando algunos de los que se habían fugado volvieron a Jerusalén y conocieron los relatos de

Santiago. No tienen, al principio, un liderazgo establecido, pero como lo forman algunos de los

primeros colaboradores de Jesús, conocidos como Los Doce, son ellos los que ejercen cierto tipo de

autoridad, muy laxa, sobre este grupo compuesto por discípulos itinerantes. De entre estos doce,

pronto se destacarán Simón Cefas (Pedro), Jacobo (Santiago de Zebedeo) y Juan, su hermano, quien

actúa como nexo con el grupo de Santiago, hermano de Jesús. Los restantes nueve se convierten en

predicadores itinerantes en Galilea, donde se pierde su rastro. Pedro, Santiago y Juan creen también

que Jesús será el Mesías, pero añaden que ha resucitado (pues sin que ellos lo sepan, el cuerpo de

Jesús ha sido llevado a otra tumba) y que retornará con poder para juzgar, como profetizara Juan, a
su pueblo por haberlo rechazado. Omiten, olvidan o no se interesan por los derechos dinásticos,

presentando a Jesús como un profeta itinerante que enseñó a los hombres un nuevo modo de

relacionarse con Dios.

Ambos grupos no abandonan la política, íntimamente unida a la religión, pero carentes

de fuerzas se concentran durante la década del treinta en su organización interna. Terminado ese

período habrán adquirido un carácter más cercano a una secta religiosa que a una facción que lucha

por el poder; no obstante los de Santiago están muy cerca de las doctrinas fariseas y, con el nombre

de nazarenos, son bastantes respetados. Entre sus escritos primitivos se cuenta la fuente, hoy

desaparecida, del Evangelio de Tomás.

Los galileos, por su parte, se acercan a posturas más revolucionarias pero reivindican el

quietismo, supuesto, de Jesús, por lo cual permanecen relativamente aislados del resto del pueblo.

Durante estos años comienzan a recoger los dichos que formarán el Evangelio Q. En ambos grupos

también se recogen tradiciones sobre la Pasión, en especial el Relato de Marcos y el Relato del

Evangelio de Pedro.

Los helenistas, son el grupo más avanzado en la elaboración doctrinal. Aspiran a ser

maestros de la nueva ley anunciada por Jesús quien, dicen, es ahora Mesías en el Reino Celestial.

Enfatizan la escatología y la ruina de todas las instituciones del antiguo Israel, en especial la

podrida aristocracia sacerdotal. Quizás creen que los romanos, instrumentos de Dios, serán los

responsables de ejecutar su juicio sobre los “malos pastores”; una vez cumplido este hecho suponen

que Jesús bajará para reinar como Cristo, así traducen la palabra Mesías que se hace pronto bastante

popular en esta forma.


Benjamin West. La Ascensión, 1801.

5. La primera expansión.

Un hecho marca la historia del movimiento durante finales de los treinta y comienzos de

los cuarenta; la acción misionera de los helenistas entre personas no judías. Dispersos muchos de

ellos en las ciudades de Siria, como Damasco o Antioquía, se acercan a los llamados “temerosos de

Dios” y los invitan a sumarse al movimiento. Están convencidos de que la futura venida de Jesús
implicará también un juicio sobre las naciones enemigas de Israel; dejan provisionalmente de lado

todo lo que se refiera a los derechos dinásticos o la política judía para centrarse en un mensaje de

salvación; ante el juicio inminente, creer en Jesús como Cristo los salvará de la ira divina. Jesús, por

supuesto, no es Dios, sino su enviado para anunciar el juicio, primero, y rescatar a los elegidos,

después. Vinculado a los helenistas, de hecho es uno de ellos, se destaca un incipiente predicador;

Saulo, de Tarso, de quien se dice que de enemigo se convirtió en creyente por obra de una visión del

mismo Cristo.

La historia de Saulo comienza unos años antes y se vincula a la de Jesús de una manera

particular, porque él también es un herodiano. En efecto, Saúl, tal su nombre, es pariente de

Antipas, de origen idumeo como el gran Herodes, aunque intente ocultar este hecho vinculándose a

la tribu de Benjamín, ya que lleva el nombre de su personaje más célebre.

Nació en torno al año 10 de nuestra era, quizás un poco antes, en Tarso de Cilicia. No se

conoce su exacta vinculación con la familia de los Herodes, excepto que es ciudadano romano, a la

vez que tarsiota, y que pasó parte de su infancia en la corte de Antipas. Por su edad no conoció a

Jesús sino de oídas, pero tenía cierta información sobre sus pretensiones, las cuales rechazaba.

A mediados de los años treinta, era un adolescente, se estableció en Jerusalén y se

interesó por el judaísmo. Pretendía, por amor, por cálculo político o por ambas razones, contraer

enlace con una joven de la aristocracia; la hija del ya célebre Gamaliel. Tal matrimonio fue

rechazado por la familia del rabino, quien tampoco aceptó tomar al herodiano como discípulo. Saúl,

no obstante, persistió en vincularse con la política de la ciudad santa; era un judío fiel, obstinado,

diligente y ambicioso. Así fue que estuvo presente durante uno de los primeros actos llevados a

cabo por el Sanedrín contra los nazarenos.

En efecto, los helenistas eran la fuerza de choque del grupo, amparados en su origen

extranjero, su cultura, su capacidad para la polémica y, sobre todo, su solidaridad; discutían a

menudo con los miembros de otras sectas, hablando abiertamente contra las autoridades y hasta

contra el Templo. Así las cosas, Esteban, uno de ellos, fue apresado y conducido ante el Sanedrín.
Allí se lo sometió a un proceso sumario y al salir del mismo una turba lo mató a pedradas como

exigía la Ley. Entre los miembros de esa turba estaba Saúl.

Los helenistas, en su mayoría, huyeron a Galilea y a Siria. Saúl vio aquí la oportunidad

de hacer méritos; solicitó, valiéndose de sus lazos familiares, una comisión policial para arrestar a

los nazarenos. Acusados de ser los instigadores de protestas, seguidores de un rebelde ejecutado y,

especialmente, rivales políticos de los Herodes y los sacerdotes; eran pasibles de arresto y debían

ser entregados a las autoridades.

Saúl tomó en serio su cometido y realizó arrestos en Galilea y Gaulanítide. Al acercarse a

Damasco, sin embargo, tuvo una visión de Jesús como un ser glorioso. Quizás los relatos de los

prisioneros, tal vez el conocimiento de la verdadera filiación del líder de esos sectarios, incluso

cierta desilusión con las autoridades a las que pretendía representar fueran los factores que

provocaron su conversión. Podríamos suponer, incluso, un ataque por parte de helenistas quienes

capturan al perseguidor y logran su transformación; de enemigo a colaborador.

Este Saúl es un personaje muy particular; medio judío pero que se reivindica como “de la

tribu de Benjamín”, miembro de una familia poderosa, ciudadano romano con contactos en

numerosas ciudades del Imperio, incluso la propia Roma. Sin embargo suele trabajar como un

artesano, está a gusto con los distintos estamentos sociales y tiene cierto barniz filosófico griego,

simpatizante de los fariseos, algo engreído, buen polemista y capaz de suscitar tanto una fuerte

adhesión como un virulento rechazo. Considera que su visión de Cristo resucitado, le otorga la

obligación de anunciar la verdadera interpretación de su mensaje; antes que las palabras de Jesús,

dice, son más importantes los hechos finales de su vida, en especial su pasión y muerte que revelan

un plan divino, a saber; la liberación de la humanidad del poder demoníaco. Poco a poco, mientras

predica entre los judíos de Transjordania y Siria, va desarrollando una manera propia de entender el

nuevo movimiento; al arribar a Antioquía se pone en contacto con los grupos locales y se integra, no

sin tensiones, a los mismos. Allí anuncia su “evangelio”, como lo llama, que consiste en considerar

al Cristo como el modelo del hombre perfecto y a sus seguidores como una cofradía destinada a
promover su culto, el cual suplantará al de los demás dioses. Esta idea choca con la comunidad

local, en especial por su rechazo al judaísmo y debe exiliarse a Tarso.

En el año 41 se produce un nuevo evento, esta vez de orden político, que repercutirá en

la comunidad nazarena; la restauración del reino judío en la persona de Agripa I. Este rey,

descendiente de Herodes y de los Asmoneos, realiza en buena medida el programa de Jesús; admite

la soberanía romana, cumple la Ley de Moisés y se convierte en el protector de los judíos dispersos.

Es, a los ojos de muchos, un verdadero Mesías; el esperado Cristo. Los nazarenos y los galileos, por

su parte, lo consideran un usurpador, un anti cristo (quizás entonces se acuñe el término y alguna de

las características del personaje) y hablan públicamente contra él. Agripa reacciona arrestando a

Santiago, a su hermano Juan y a Pedro, pues los galileos son más virulentos: Santiago es ejecutado,

Pedro y Juan escapan con la ayuda de cómplices; el primero deja el reino y parte a Antioquía, el

segundo permanece oculto en Jerusalén amparado por el grupo de Santiago, hermano de Jesús.

Durante los tres años de reinado de Agripa se pondrán por escrito las primeras tradiciones sobre

Jesús y se fortalecerá la comunidad local bajo la autoridad de Santiago, quien empieza a ser

considerado un personaje respetable.

Los nazarenos de Judea siguen lo que llaman El Camino; cuyos principios son la

interpretación de la Ley según Jesús, quien es el rey celestial de Israel. Esperan que Jesús vuelva a

tomar posesión del trono, momento en el cual juzgará a los judíos según lo acepten o no como

monarca ungido (Mesías). Su acción política consiste en fortalecer los lazos con otras sectas y agitar

al pueblo contra “los malos pastores”. Santiago, cabeza visible, pretende presentarse a la vez como

un maestro de la ley y un líder carismático que ejerce el poder sobre los “hermanos”, es decir los

miembros más celosos de la secta. Es alguien con el cual la aristocracia debe negociar.

En Antioquía, mientras tanto, los nazarenos forman una comunidad bastante conspicua;

anuncian la venida futura de Jesús, a quien llaman El Cristo, usando conceptos tomados del mundo

griego. Para resumir sus mensajes acuñan el término Evangelio y pronto son conocidos como

cristianos, partidarios del Cristo. Han eliminado toda mención a la vinculación con los Herodes,
impopular entre los griegos en razón de Agripa; cuándo este rey muere, en circunstancias

consideradas como un castigo divino, deciden dejar de lado todo compromiso con la desprestigiada

casa real; Jesús, sostienen, es rey en virtud de su pertenencia a la Casa de David.

Los cristianos creen que su deber es aguardar la inminente llegada del Reino, por obra de

Dios, y anunciar el Evangelio a toda la Humanidad. Tienen su propio programa político subversivo;

crear comunidades cristianas, seguidoras de la Ley y de Jesús, que apoyen al pueblo judío. En otro

orden, se proponen lograr conversiones notables entre las aristocracias orientales; Edesa, Adiabene,

Méroe y Nabatea para crear un frente antirromano con apoyo parto. Jesús, creen, reaparecerá como

Rey Ungido (Cristo), arrojará a los malos reyes y a los gobernadores romanos de Oriente y

gobernará un reino milenario para todos sus seguidores. Aunque usan el griego se oponen a las

manifestaciones más conspicuas de la cultura helénica; anhelan una sociedad tradicional, apegada a

los valores de los antiguos reinos y purificada de los vicios paganos. Se reclutan entre los sectores

medios, artesanos y pequeños comerciantes, y la aristocracia desplazada por los advenedizos; no

odian a Roma, sino a sus funcionarios, pero están convencidos de que el Imperio tiene los días

contados.

Actúan en las sombras preparándose para la guerra inminente. Están divididos; unos

consideran que deben involucrarse en la política activa, apoyando a quienes se alcen en armas

contra los gobiernos, porque, recuerdan; Jesús dijo que había “venido a traer la espada”. Estos

respetan a Ley y pretenden que todos los no judíos se unan al pueblo mediante la circuncisión. Los

otros, minoritarios entonces, son quietistas y evitan la política; aceptan a los prosélitos como “hijos

de Noé”. Saúl, ya de regreso, encabeza una tercera tendencia, incipiente, relativiza las

prescripciones judías y se opone frontalmente a la propaganda subversiva; Jesús en su retorno

inminente, realizará el juicio; por el momento hay que esperar pacientemente y difundir la

veneración de Cristo, el rey celestial.

Saúl es enviado, bajo la supervisión de José Bar Nabé (Bernabé), en misión a Chipre.

Aquí toma contacto con el gobernador romano, Sergio Paulo, un episodio poco claro pero
determinante para el destino del cristianismo futuro. En Pafos habían tenido una disputa con un

profeta sanador, el samaritano Simón Elimas1, que reivindicaba ser “hijo de Jesús” y heredero de

sus poderes taumatúrgicos, en la cual el rival queda ciego. Entonces, Saúl se reúne con Sergio y lo

pone al tanto de la historia verdadera de Jesús y de su interpretación de la misma. El gobernador,

por su parte, se siente interesado por la potencialidad social y política del culto de manera que

convence a Saúl para llevar adelante una misión “evangelizadora” en Asia y el Mediterráneo

Oriental. Le aconseja fundar comunidades que acepten sus ideas y en las cuales convivan judíos y

griegos hermanados en el culto de Cristo. En la visión del gobernador romano estas iglesias podrían

ser funcionales al gobierno imperial por su insistencia en la unidad entre griegos y judíos (motivo

de discordias), la ayuda mutua y el respeto a las autoridades “puestas por Dios”. Cultor de la

filosofía griega y admirador del monoteísmo ético de los judíos, Sergio Paulo considera que el

mensaje paulino, con algunos aditamentos, ayudará al mantenimiento de la paz y la concordia en las

tumultuosas ciudades de la región; protege a Saúl, quien tomará el nombre de Pablo desde ahora, y

le aconseja utilizar sus relaciones para llevar a cabo la tarea prevista.

Pablo no revela a Bernabé, ni a su compañero Juan Marcos, lo conversado con el

funcionario; sin embargo, comienza a actuar como líder de la misión y poco a poco va imponiendo

sus propias ideas al respecto. Marcos, irritado, sospecha y lo confronta, discuten vehementemente y

Marcos abandona la misión.

Mientras tanto, en Antioquía, las disputas internas se agudizan; de un lado los

“judaizantes”, celosos de la Ley y cada vez más revoltosos, del otro los “helenizantes”, dispuestos a

la convivencia y cada vez menos interesados en la política. Al retornar Pablo y sumarse a la facción

de estos últimos la brecha se agranda.

La comunidad nazarena de Jerusalén, que se asume como la cabeza de todos los

seguidores de Jesús, interviene en las disputas de Antioquia por medio de una solución de

compromiso. El punto ostensible son las prescripciones alimentarias de la Ley, pero lo que de

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Es el mismo que Simón Mago, uno de los tantos profetas que continuaban la acción de Jesús. En este caso, por ser
samaritano, era rechazado por casi todas las comunidades nazarenas.
verdad se discute es la línea política: preparar la rebelión que anunciará el retorno del ungido, con

los judíos como líderes, o consolidar pequeñas comunidades que difundan la fidelidad al mesías

que ha de venir. La postura de Saúl ni se considera, pero Santiago no quiere romper con él

definitivamente. Finalmente se llega a un compromiso; no se le exigirá la conversión a los no judíos

a cambio de apoyo a los líderes nazarenos. Las comunidades galileas, más libres, se desentienden de

la polémica. Centran su fe en la prédica de Jesús; un galileo campesino que sentó nuevas bases de

convivencia emanadas directamente de Dios.

En Antioquia, se prepara una nueva misión. Bernabé es el apóstol, pero esto es sólo una

fachada que permite garantizar el vínculo con los dirigentes de Antioquía y Jerusalén y, por ellos,

con Jesús. El líder real es Saulo Pablo, quien interpreta a su modo las decisiones de los apóstoles, y

se propone llevar adelante los planes trazados junto al gobernador de Chipre. No es que Pablo sea,

directamente, un agente romano, pero actúa oficiosamente como tal y sabe que puede contar con la

protección de los funcionarios del Imperio cuando sea necesario; él, particularmente, sólo se

interesa por su prédica, basada en visiones personales, y cree que todos los medios son válidos si

puede persuadir a los demás de adorar al Cristo Jesús, Hijo de Dios.

Durante una década y media, Pablo recorrerá Asia Menor y Grecia para fundar

comunidades que le sean fieles y sigan sus doctrinas. Por medio de cartas y enviados personales

mantiene a las iglesias ligadas a su persona hasta convertirse, para estas comunidades, en El

Apóstol.

Otras comunidades han surgido en el Mediterráneo oriental y más allá de las fronteras

del Imperio. En Siria interior y Mesopotamia actúan los galileos, carismáticos, sanadores, casi

anarquistas en sus modos de operar. El evangelio Q es el testimonio de estas comunidades que se

sumarán a los grupos rebeldes en los próximos años.

En Alejandría hay también nazarenos, judíos en su totalidad. Unos cuantos pertenecen a

la aristocracia como Apolos, brillante orador, que defiende la condición real de Jesús. Otros, en

cambio, son hebreos de las clases populares y acogen con interés el mensaje político de una
inminente intervención divina en favor de su pueblo.

En todos lados, pero sobre todo en Jerusalén, la nueva secta, análoga a esenios y fariseos,

desarrolla rituales y tradiciones propias en torno a los años 50. Se ponen por escritos algunos relatos

y se hace habitual la práctica de una cena semanal en conmemoración de la última cena de Jesús.

Muchos continúan frecuentando las sinagogas judías, pero otros comienzan a privilegiar sus propios

lugares de oración. En Jerusalén son respetados y su líder, Santiago, goza de bien ganado prestigio

como otros maestros contemporáneos. No se han desentendido por completo de la política, esperan

el Reino y cumplen escrupulosamente la ley según la interpretación farisea, Sus profetas estudian

cuidadosamente las “señales de los tiempos” convencidos de que en los hechos políticos pueden ver

la mano invisible de Dios preparando el retorno de Jesús al cual ya acostumbran llamar: Su Hijo,

enfatizando de este modo su carácter de rey sagrado.

Hay vínculos permanentes entre las comunidades dispersas; Antioquia, Jerusalén y tal

vez Alejandría y Roma. Jerusalén recibe ofrendas de otras comunidades, en especial durante la

hambruna del reinado de Claudio, y envía apóstoles, es decir delegados, con sus instrucciones a las

demás.

Pablo funda numerosas comunidades en Asia y Grecia. Viaja incansablemente con un

grupo de adeptos, organiza las iglesias, o sea asambleas, que es el término que ha comenzado a

imponerse y reafirma en ellas su particular concepción del Evangelio. Cuando surgen problemas en

alguna iglesia, en especial por contactos con Jerusalén, interviene por medio de cartas y delegados

personales, pero se cuida de enfrentarse con Santiago y los suyos, respetados por los cristianos de

todas las comunidades.

En la primera mitad de los cincuenta, Pablo ha establecido sus iglesias al menos en

quince ciudades importantes y enviado sus propios agentes a comunidades nazarenas, pequeñas

pero activas, en otras ciudades. Considera que ha creado una importante base de poder y, lo más

importante, una nutrida red de relaciones que incluye a las aristocracias locales y algunos

funcionarios imperiales. Su logro más importante es el vínculo con los libertos del emperador y los
herodianos que habitan en Roma. Narciso y Aristóbulo son sus principales contactos, pero no

descuida a los nazarenos de Roma a los que intenta convencer con una elaborada carta donde,

usando categorías griegas y judías, demuestra su propia concepción de Cristo como una figura

trascendente. La respuesta que recibe, seguramente, es tan alentadora que resuelve dirigirse a

Occidente; Roma es su meta pero incluso se permite soñar con llegar a Hispania, el final del mundo.

Está convencido de que, cuando termine su misión, se producirá la Venida del Cristo.

Decide, entonces, realizar una gran colecta con destino a Jerusalén con una doble

finalidad, mostrar que sus iglesias son leales y tener una ventaja económica al momento de tratar

con Santiago antes de ir a Roma. El apoyo de “los Santos” es vital para su proyecto: una comunidad

sincretista que una al monoteísmo judío con la filosofía griega bajo la protección del estado romano.

Será su ofrenda al Cristo en su próximo retorno.

La táctica de Pablo es que Santiago reconozca que su misión, encargada por el mismo

Cristo, es anunciar la salvación a los paganos, mientras que la de los otros apóstoles es hacerlo con

los judíos. Esto lo colocaría en un pie de igualdad con los miembros más poderosos del

movimiento.

Dada la situación de Judea, donde los nazarenos se han radicalizado, la intención paulina

implica una jugada peligrosa; así se lo advierten en las comunidades que recorre en viaje a

Jerusalén, en especial el profeta Agabo, pero Pablo desoye estos consejos persuadido de contar con

el poder del Cristo, la razón, el dinero de la colecta y el apoyo de las autoridades romanas como ha

sucedido a lo largo de toda su misión.

En el 57 llega a Jerusalén listo para el triunfo. Las cosas serían de otro modo.
Bartolomeo Montagna. San Pablo, 1482.
6. El final de Pablo.

La situación política en Judea ha cambiado. Los grupos rebeldes están en auge, hay un

fuerte rechazo a todo lo que sea “griego” y comienzan las primeras acciones que desembocarán

nueve años después en la revuelta judía.

Los nazarenos han alcanzado la respetabilidad. La aristocracia los tolera y hasta los

apoya en tanto contienen a los elementos más levantiscos de la masa. Los fariseos comparten

muchas de sus interpretaciones legales, si bien les choca un poco ese insistencia en la

excepcionalidad de su Rey. Los esenios, vecinos de barrio, oscilan entre el rechazo y la integración.

Los celotes, que recién comienzan a organizarse, cuentan con agrado en sus filas a numerosos

nazarenos dispuestos a cumplir, armas en mano si hiciera falta, las profecías del esperado mesías.

Pablo llega a esta Jerusalén tan diferente de la que dejó y es recibido con cierta frialdad.

Se acepta su dinero pero se rechaza su reclamo de una entrevista con Santiago, en su lugar se le

sugiere hacer una demostración pública de piedad judía en el Templo.

Es una trampa, por supuesto, y Pablo cae en ella. Acorralado por una multitud en el

Templo está a punto de ser lapidado, cuando el tribuno Claudio Lisias interviene. Al principio lo

trata con brutalidad, pero Pablo le revela su filiación y sus contactos romanos. Lisias se sorprende

pero no confía del todo y lo mantiene prisionero. Le permite hablar ante el Sanedrín, aunque

ciertamente no es llevado a juicio, y en esa tumultuosa reunión se gana el odio de los sacerdotes,

aunque consigue un tibio apoyo fariseo.

Un grupo de nazarenos, celosos de la Ley como se denominan, se proponen eliminar a

Pablo, en quien ven un agente herodiano dispuesto a difamar al rey ungido y destruir la unidad del

pueblo judío. Este grupo planea un atentado cuando Lisias deje en libertad a Pablo pero un joven de

la aristocracia, hijo de la hermana de Pablo, descubre el complot y lo denuncia ante el tribuno. Éste,

conociendo el apoyo que Pablo tiene entre importantes personajes del imperio, decide enviarlo a

Cesarea fuertemente protegido.

En la capital de Judea no recibe la libertad esperada, los apoyos imperiales que espera no
le valen demasiado y el gobernador Félix, conociendo estas relaciones, espera una jugosa

retribución que nunca llega y que Pablo no está en condiciones de dar. Los nazarenos, con el apoyo

de los saduceos, contratan a un gran abogado; Tértulo, para acusar a Pablo por sedicioso. El

gobernador, indeciso, pretende dejarlo libre pero Pablo prefiere quedar en custodia y hace uso de su

derecho de apelación para viajar a Roma y encontrarse con sus protectores.

No obstante, la situación en Roma bajo Nerón ya no es la misma; los valedores de Pablo

no gozan del apoyo imperial y éste debe permanecer un par de años en Cesárea, bajo el régimen de

libertad vigilada. Durante este período tiene frecuentes encuentros con Félix y su sucesor Festo,

también logra una entrevista con Agripa II, pero ninguno de ellos apoya sus ideas. Agripa y

Berenice optan por considerarlo un loco inofensivo, temen que revele el secreto del origen de Jesús,

mientras que Festo lo considera un potencial peligro para la provincia, al cual haría bien en alejar.

Finalmente, en calidad de prisionero respetable, viaja Roma donde permanecerá dos años

en la misma condición de libertad vigilada. Finalmente, en 62, comparece ante Nerón y es juzgado

con severidad como introductor de supersticiones y potencial sedicioso; sus vínculos con Narciso,

ya en desgracia, y Aristóbulo lejos de favorecerlo lo perjudican aún más. Es hallado culpable y

sentenciado, por ser romano, a la decapitación.

Las comunidades que fundara sobreviven, aisladas y marginales, bajo la dirección de sus

fieles discípulos Timoteo, Tito, Onésimo y otros entre los cuales se cuenta Luciano (Lucas) de

Cirene quien lo acompañó en varios de sus viajes.

En Antioquía y las demás ciudades de Oriente donde hay iglesias nazarenas, los

cristianos no se diferencian mayormente de los judíos. La esperanza en el retorno del rey ungido es

su principal rasgo

La Iglesia, nombre que empieza a ser usado ya en un sentido general, se compone en

estos años (cerca del 65) de comunidades establecidas en diversas ciudades y aldeas, grupos

diversos, ligados a sus fundadores y a sus benefactores, que comparten un mínimo de creencias

comunes; Jesús fue el último enviado del Dios de Israel para anunciar la inminencia del Juicio sobre
todos los hombres. Muerto por acción de los demonios y resucitado por Dios, quien lo entronizó

como Cristo, retornará en breve para salvar de la ira divina a sus seguidores. Estas creencias

comportan estrictas normas de conducta, la obediencia a las autoridades y la ayuda mutua entre

cristianos.

En Galilea y Siria, el mensaje de Jesús es interpretado como una llamada a la itinerancia

y la predicación libres; la Didajé es uno de sus textos preferidos. Muy pocos conocen la verdad

sobre su origen, e incluso ellos confunden las circunstancias reales. Jesús es El Profeta, quien ha

partido para siempre, pero deja su ejemplo de hombre justo. En política se oponen a los Herodianos

y, por reflejo, a los romanos; pero también están contra los aristócratas y los doctores de la Ley.

En Jerusalén y otras ciudades, se lo vive como una renovación interior y un compromiso

más profundo con la Ley, bajo la autoridad de los obispos. El relato de la pasión y las narraciones

de la infancia de Jesús provienen de estas comunidades. Aquí se guarda el secreto de la identidad de

Jesús, de quien esperan vuelva para ejercer su derecho e instaurar el Reino mesiánico. Cultivan

buenas relaciones con los gobernantes de la ciudad y se destacan por su sistema de ayuda mutua.

Cuentan con algunos nobles entre ellos, son respetados por los fariseos y están muy vinculados al

movimiento esenio. No son antirromanos por principio, pero esperan las señales divinas que

anuncien el retorno de Jesús, entronizado ya como Mesías, para combatir a todos los infieles.

En el mundo griego las comunidades se basan en la protección de un bienhechor y la

disciplina estricta supervisada por los ancianos. Han guardado las cartas de Pablo y las usan como

obras de exhortación, pero todavía no inspiradas. Jesús, el Cristo, es un ser sobrenatural que ha

venido al mundo mortal para salvar a sus fieles del inminente Juicio Divino. Se mantienen al

margen de la política de sus ciudades, apoyan a los funcionarios imperiales y consideran que el

sistema de poder que existe es un hecho inevitable, querido por Dios, que acabará cuando Él quiera,

pero dentro de muy poco tiempo.


El Buen Pastor. Catacumbas de Priscilla, Roma. Segunda mitad del siglo III.

7. Los nazarenos y la Guerra.

En el año 66 la situación descripta cambia por completo.

Los disturbios aumentan en Judea y Galilea. Los abusos de los gobernadores romanos, la

explotación campesina y las prédicas de los profetas, entre ellos los nazarenos, provocan una

insurrección que se extenderá por toda la región.


El asesinato de Santiago, instigado por el Sumo Sacerdote, radicaliza a los nazarenos. El

Justo, como se lo llamaba, era una figura respetable y mantenía a la comunidad unida en la

esperanza del retorno del Rey Ungido Jesús. Ahora su martirio enardece a los sectarios y muchos se

unen a los grupos rebeldes. Un profeta nazareno, Juan, interpreta los eventos por medio de visiones

que, más tarde, serán incorporadas al Apocalipsis. En ellas los Dos Testigos son Jacobo hijo de

Zebedeo y Jacobo (Santiago) hermano de Jesús, la Mujer es tanto María, recientemente muerta,

como la Comunidad, el Falso Profeta es Pablo y la Bestia es Nerón contra quien combaten. Estas

profecías animan a los combatientes nazarenos. Sólo un pequeño grupo, encabezado por Simeón,

otro hermano de Jesús, se retira de la ciudad refugiándose en Pella; esperan la derrota de los

rebeldes y la restauración de la monarquía cuando aparezca el Ungido resucitado.

Después de la derrota de Galo, los rebeldes toman el poder pero bajo la supervisión de

los sacerdotes. Éstos intentan controlar la situación pero fracasan.

En 67 los romanos, al mando de Vespasiano, atacan Galilea que está bajo el gobierno de

José bar Matatías, un sacerdote y escritor.

La Guerra arrasa a las comunidades de la región, en Galilea los itinerantes desaparecen o

se exilian hacia Decápolis y Siria. Derrotado José, quien se pasa al enemigo, el país es ocupado por

los romanos quienes se comportan con brutalidad; los nazarenos que sobreviven intentan pasar

desapercibidos y elaboran dichos que hablan de no resistir al agresor o de confiar en Dios. Jesús

comienza a ser, para ellos, el enviado divino manso y humilde.

En Jerusalén la situación es más grave; la resistencia se concentra en la ciudad y las

diversas facciones se enfrentan por el control político y militar.

Juan anuncia la muerte de La Bestia y la proximidad de la Venida del Rey Ungido con su

cortejo de muerte y venganza. Los nazarenos apoyan a uno u otro líder, pero son mirados con

desconfianza por todos excepto, quizás, por los esenios.


Portada del Apocalipsis, Biblia de San Pablo Extramuros, siglo IX.
En el año 70, después de “un tiempo, dos tiempos y medio tiempo”, se produce la

catástrofe. El nuevo emperador Vespasiano encarga a su hijo Tito la toma de la ciudad rebelde que

se salda con la destrucción del Templo. Los pocos sobrevivientes son esclavizados y los nazarenos

de Jerusalén desaparecen para siempre, junto con esenios y celotes. Los líderes fariseos se refugian

en Jammia y, desde allí, darán origen al judaísmo.

Los nazarenos de Pella regresan a la ciudad en ruinas, se instalan con permiso del

ocupante en la antigua casa de Juan Marcos, a la que denominan Sión. Son pocos, viven en la

pobreza, y los rigen parientes del Señor. Ebionitas, es decir “pobres”, según se hacen llamar esperan

el retorno del Rey Ungido y por eso, alguna vez, serán tratados como sospechosos.

En el resto de las comunidades nazarenas la Guerra es vista como un castigo divino por

la muerte de Jesús.

8. La Iglesia.

Numerosos exiliados encuentran acogida en las iglesias de Asia, de Grecia y, sobre todo,

de Roma. Llevan consigo tradiciones y recuerdos de una época clausurada para siempre. La

generación que conoció a Jesús ha muerto y la que conoció a los que le conocieron está a punto de

desaparecer; los recuerdos se difuminan en leyendas, las leyendas se convierten en relatos

simbólicos, el texto bíblico se lee como una clave de los hechos y las palabras de unos se atribuyen

a otros.

Pablo ha triunfado a título póstumo, en Roma el anciano Pedro ha sido ajusticiado,

víctima de denuncias de otros cristianos, y por su vinculación con los peligrosos rebeldes judíos

(esto sucedió hacia el 64, poco antes de la Rebelión). Juan, al parecer, ha huído a Éfeso donde

encuentra acogida de parte de las comunidades paulinas con las cuales no tarda en polemizar.

Fuera del Imperio se establecen grupos cristianos de los que poco se puede saber; viven

una existencia secreta, recibiendo estímulos de otras creencias y compartiendo sus leyendas con

ellas.
Cuando cae Jerusalén los cristianos descubren que si bien el castigo ha llegado, el

Mesías, no. La tercera generación tendrá ante sí la tarea de crear el cristianismo.

Hay iglesias formadas en torno a una familia benefactora, otras que dependen de

predicadores itinerantes y varias surgidas por la iniciativa de algún exiliado. También existen

escuelas cristianas, establecidas de manera similar a las academias filosóficas y multitud de grupos

que reclaman ser herederos de la enseñanzas del Cristo.

Las iglesias de Antioquía, Alejandría y Roma asumen la tarea de supervisar a las demás

comunidades, pero el proceso es lento; en efecto cartas y visitas sólo pueden mantener los lazos,

pero no impedir las luchas de poder, las diferentes interpretaciones o las rivalidades.

En los tardíos años setenta, Onésimo de Colosas, ex esclavo y ahora obispo, ha reunido

las cartas de Pablo, aunque no todas, y otros cristianos comienzan a producir literatura propia.

Marcos, ya anciano, escribe el primer evangelio en Alejandría, quizás un poco antes de la Guerra;

polemiza con algunas interpretaciones de Pablo y toma distancia respecto de los judíos rebeldes; por

ello deja de lado toda mención dinástica o pretensión política, su Cristo mantiene su identidad en

secreto y sólo ante su muerte se revelará su verdadera filiación; no es hijo de un rey mortal, sino de

Dios.

Mateo, en Siria hacia el 80, y Lucas, en Grecia o en Roma, varios años después,

aprovecharán la obra de Marcos y reescribirán su historia con elementos de otro origen; en especial

el Evangelio Q.

Mateo se coloca en la tradición del judaísmo. Jesús es, para él, el descendiente de David

perseguido por Herodes. Sus rivales son los mismos de las comunidades judías en el exilio; los

fariseos. En las últimas dos décadas del siglo la separación entre los judeo cristianos y los judeo

fariseos está comenzando a ser irreparable. Mateo, maestro de origen fariseo, escribe con la pasión

del converso.

Quince años más tarde, Lucas comenzará una obra que pretende definitiva. Miembro de

una comunidad fundada por Pablo, con pretensiones de erudito, ha quedado impactado por el éxito
de una obra contemporánea que presenta al judaísmo en su grandeza y complejidad; las

Antigüedades Judías de Flavio Josefo publicadas en torno al 95. Quiere superarlo y escribe su

evangelio, tomando elementos de Marcos y de Q, seguido de los Hechos de los Apóstoles, donde

utiliza un antiguo diario de viaje que ha recibido del compañero de Pablo cuyo nombre utiliza para

publicar su obra. Los escritos de Josefo son su inspiración, su marco y su obra de consulta para

relacionar el material tradicional con la historia más general. No siempre las lee correctamente pero

le resultan muy útiles a la hora de rellenar con su material los puntos que ignora o las confusas

tradiciones que ha recibido.

La Iglesia está encaminada a comienzos del nuevo siglo, el segundo de la era que se

llamará cristiana. Ya han aparecido los obispos, que colocarán bajo su autoridad a los ancianos o

presbíteros. Las escuelas cristianas que subsisten también quedarán sometidas, los pensadores

independientes, alejados de las comunidades, darán origen a corrientes disidentes, otros serán los

forjadores de la futura ortodoxia. El judeo cristianismo, ahora llamado ebionismo, se apaga

lentamente y queda relegado respecto de la Gran Iglesia donde Pablo, Pedro y los demás, sin olvidar

a Santiago, serán las figuras señeras de un pasado ya irrecuperable.

En el imperio de Domiciano los últimos parientes de Jesús sobrevivientes son

denunciados como “descendientes de David”, es decir pretendientes a la abolida monarquía judía,

pero el emperador comprueba que son unos simples artesanos que, además, poseen una pocas

tierras; indignos siquiera de sospecha.

El reino de Jesús, sin embargo, ha comenzado a crecer transformando a su fundador en

el soberano invisible y divino de una monarquía que se extiende, poco a poco, por toda la tierra

habitada.
Maestro florentino. Cristo Pantocrator y el Juicio Final. Baptisterio de Florencia, ca.
9. Cronología.

46 (?) a. C. Nace Antípater, primogénito de Herodes.

43 a. C. Antípater y su madre Doris son desterrados.

37 a. C. Herodes rey de los judíos. Casado con Mariamne I, hija de Alejandro y sobrina

de Antígono, el último rey asmoneo.

29 a. C. Antípater regresa a la corte de Herodes, tiene 17 años.

13 a. C. Antípater es nombrado heredero al trono. Casado con Mariamne III, hija de

Aristóbulo, hijo de Herodes y Mariamne I.

7 a. C. Los hijos de Mariamne I, Aristóbulo y Alejandro son ejecutados por instigación

de Antípater, según Josefo.

5 a. C. Antípater, quien ya tiene 40 años, se casa con María, hija o nieta de Antígono el

último rey asmoneo.

4 a. C. Herodes muere, Antípater es ejecutado y nace Jesús hijo de Antípater y Maria.

Ambos se refugian en Belén, donde María es confiada a la protección de José.

3 a. C. Revueltas contra Arquelao, sucesor de Herodes, lideradas por Atronges de Belén,

en nombre del hijo de Antípater. Represión de Varo. Intento de muerte de Jesús, quien huye a

Egipto.Antipas, etnarca de Galilea.

ca. 1 d. C. Jesús y su familia regresan de Egipto y se establecen en Nazaret de Galilea.

6 Arquelao es depuesto, Judea bajo la administración romana. Censo de Quirino.

Coponio, prefecto de Judea.

8 Fracasa el intento de lograr el apoyo de los sacerdotes y doctores. Jesús y los suyos

se retiran a Galilea.

9 Muere Hillel. Gamaliel, su hijo, al frente del partido fariseo.

14 Muerte de Augusto, Tiberio, emperador.

15 / 20 Nace Saúl en Tarso, hijo de un pariente de Antipas.


18 Caifás, sumo sacerdote, designado por el prefecto romano Valerio Grato.

19 Los judíos y otros orientales son “expulsados” de Roma.

26 Poncio Pilato prefecto de Judea.

27 Juan hijo de Zacarías comienza a predicar y bautizar en Betábara, al otro lado del

Jordán.

28 Jesús hijo de José, heredero oculto del trono herodiano, acude al encuentro de Juan.

Ruptura con Juan, Jesús se retira al Desierto. Juan es apresado por Antipas. Jesús

comienza su accionar. Juan es ejecutado.

28-29 Jesús recorre Galilea, reúne partidarios y realiza signos que lo acreditan como

Rey. Antipas intenta apresarlo, pero los fariseos locales advierten a Jesús, quien se retira a Judea.

Septiembre de 29 Jesús entra en Jerusalén como Rey. Apoyo de Eleazar (Lázaro) y

Nicodemo hijo de Gorion. Limpieza del Templo.

Finales 29/ principios 30 Jesús organiza su proclamación como rey en Jerusalén.

Intrigas políticas y ungimiento en secreto en casa de Lázaro, un importante fariseo de Betania.

¿Matrimonio con María, su hermana?

Primera semana de abril, 30 Judas Iscariote trata con los sacerdotes el apoyo a Jesús,

quien será proclamado en el Templo el día de Pascua (7 de abril).

5 de abril 30 Cena de Jesús con sus seguidores. Se retira a Getsemaní y es apresado.

Comparece ante Caifás quien descubre que es ciudadano romano y decide enviarlo a Pilato.

6 de abril 30 Juicio de Jesús ante Pilato quien comprueba que es ciudadano romano y

heredero de Herodes.

7 de abril 30 Jesús es crucificado y muere.

10 de abril 30 Primeros comentarios sobre la Resurrección. María y otras mujeres

anuncian haberlo visto vivo. Jacobo, hermano de Jesús, asegura lo mismo.

Mayo 30 En una casa, conocida más tarde como La Habitación Alta, se reúnen los
partidarios de Jesús y realizan una celebración durante la cual creen recibir una revelación sobre el

futuro reinado de Jesús.

30 / 33 Primeros intentos de organización del movimiento de Jesús. Jacobo (Santiago), el

Justo asume el control sobre la comunidad de Jerusalén y, posteriormente, Judea. Los Doce, excepto

Pedro, Jacobo (Santiago el Mayor) y Juan, regresan a Galilea donde fundan las primeras

comunidades locales. Numerosos seguidores itinerantes recorren Galilea.

10. Comentarios.

La reconstrucción histórica de las páginas precedentes es altamente improbable en

muchos de sus detalles y apenas posible en otros. No hay fuentes que permitan confirmarla y los

indicios, que son sólo eso, pueden interpretarse de muy diversas maneras.

Robert Graves, por lo que sé, fue el primero es esbozar esta teoría en su novela Rey

Jesús. Una obra extraña donde aparecen algunas de las obsesiones características del poeta inglés; la

realeza sagrada, el matriarcado primitivo, los misterios del calendario y la iconotropía (así

denomina a la interpretación errada de antiguas imágenes) protagonizan páginas densas, las cuales

sólo se salvan con su maestría de escritor. Es una obra intensa y que deja pensando. Graves sostiene,

en una nota final, que puede demostrar los puntos más controvertidos de su relato en antiguas

tradiciones, pero se excusa de hacerlo y apenas menciona un par de datos que no son para nada

concluyentes. Al novelista, claro, no se le pueden pedir las precisiones del historiador.

Más recientemente, otros autores han retomado la tesis de Jesús como nieto de Herodes a

través de Antípater.

Unos lo hacen desde supuestas revelaciones astrales y no los tomaré en cuenta aquí.

Otros, por el contrario, espigan los textos sin demasiada metodología pero con
insinuaciones convincentes... a primera vista. El principal de ellos, quien opera con cierto método,

es Joseph Raymond en su libro: Herodian Messiah, subtitulado; Case For Jesus As Grandson of

Herod, es decir, casi una encuesta judicial. La teoría de Raymond es que María era hija de

Antígono, el último rey asmoneo ejecutado en 37 a. C. El autor considera, además, que la

genealogía de Jesús dada por Lucas es, como varios han supuesto, la de María y encuentra en ella

los nombres de varios reyes asmoneos; Helí sería Eliaquim (variante del Joaquim del

Protoevangelio), Matat corresponde a Matatías, el nombre hebreo de Antígono, el último asmoneo y

los precedentes Leví, Melquí y Jannai no serían sino una alusión a Alejandro Jannai, abuelo de de

Antígono, como levita y rey (melek en hebreo). Esta es la manera de proceder de Raymond,

idéntica a los “descubridores” de conspiraciones.

He seguido sus pasos en la reconstrucción, no porque crea en sus pruebas, sino por una

línea de pensamiento análoga a la suspensión de la incredulidad que pactamos con cualquier escritor

de ficción. Me he preguntado “y si así fuese” y he escrito en consecuencia, pero no estoy

convencido; escribo para aclarar ideas y para agotar las posibilidades. Jesús podría haber sido hijo

de Antípater, pero si así fuese, no tenemos ninguna prueba; en el mejor de los casos apenas hay

indicios.

La entrevista de Jesús con Pilatos junto con el titulum de la cruz, el famoso INRI, es el

principal de ellos. ¿Era Jesús un legítimo pretendiente al trono? ¿Rey de los Judíos como dicen que

escribió el romano negándose a modificar la afirmación? Si la entrevista no es una ficción, si no

responde al interés cristiano de mostrar al Cristo como un manso hombre sabio, inocente para el

funcionario imperial, entonces es extraño que un mero campesino galileo fuese llevado ante el

prefecto de Judea. Esto ha llevado a considerar que Jesús fuera ciudadano romano, la posibilidad se

acrecienta si se toma en cuenta la actitud del Sanedrín al transferir a su prisionero a la jurisdicción

del prefecto.

La idea de que hubiera una conspiración fracasada en el trasfondo de la Pasión es

tentadora. Y por partida doble; de un lado proporciona un marco plausible, que pueda entenderse
con los criterios modernos, a los episodios del sagrado drama, seculariza el mito y eso es algo que

complace a aquellos que no se resignan a dejar perder viejas y queridas historias. Por otra parte, y

esto es quizás más importante, rellena con datos y hechos la escasez de testimonios confiables; si

todo el relato de la Pasión es relectura de las profecías, apenas queda el hecho escueto sintetizado en

el Credo: “... padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado”. Novelas

como la que he esbozado no son sino nuevos apócrifos, tan legendarios e increíbles como los

antiguos.

La historia del movimiento de Jesús, término más adecuado que iglesia o secta, no puede

separarse de él. Aquí se la reconstruye de manera imaginativa, pero no tanto como en otras obras

que abusan de los indicios más débiles. Una vez más tomamos, incautos, los textos bíblicos sin

someterlos al estudio riguroso que debería primar. Desconfiamos de ellos en un sentido conspirativo

antes que crítico; es decir los aceptamos o no según la hipótesis que deseamos demostrar.

Esta novela es más amplia y menos precisa que la de Jesús. Obra coral antes que

individual, los personajes se mueven entre religiosos, espías, seudónimos y facciones políticas. La

idea central es que la filiación herodiana de Jesús fue dejada de lado muy pronto en favor de una

supuesta herencia davídica que implicaba menos problemas a la hora de justificar la elección divina

y las pretensiones mesiánicas. Una vez creída la resurrección, es decir entre Pascua y Pentecostés

del año 30, la pregunta fue: ¿qué significa esto? Jesús, hijo de un príncipe herodiano, era algo más

que eso; el Rey Ungido, el Mesías o el Cristo. Entonces había que pensar todo de nuevo; si partimos

de la premisa del relato anterior es necesario explicar como se pasó del Pretendiente al Hijo de

Dios. En ese sentido debe leerse todo el texto.

Saúl, o Saulo, o Pablo, probablemente no era un herodiano, ni siquiera en el sentido de

partidario de esa dinastía. Las menciones a supuestos miembros de esa casa no prueban nada por sí

mismas. Manasés, hermano de crianza (syntrofos) de Antipas, es tal vez el único vínculo entre él y

los Herodes. Una lectura abusiva del pasaje, que vulnera las reglas gramaticales, implicaría la

crianza de Saulo con el mismo rey; pero Lucas nunca dice eso.
Saulo casi con certeza era de Tarso (pero no ciudadano) y por cierto nunca estudió “a los

pies de Gamaliel”, pero sí era un ferviente judío fariseo y fue un perseguidor de los nazarenos, tan

judíos como él. El hecho de que fuera ciudadano romano presenta tantas dificultades, por la índole

de las fuentes disponibles y por la imprecisión de Lucas con las suyas, que resulta cuando menos

dudoso. Es un buen argumento para la novela que se inventa aquí, basada en otras que no se asumen

como tales, pero no se sostiene documentalmente.

Robert Einseman ha rastreado a este Pablo en los textos de Qumrán y en los escritos de

Josefo. Para ello ha debido postdatar los manuscritos, algo que es cuando menos dudoso, y

considerarlos una especie de “escritos codificados” donde las palabras esconden alusiones a los

protagonistas del Nuevo Testamento. Lo mismo hace con Josefo, cada vez que aparece un Saulo lo

vincula a aquel que nos resulta, actualmente, más famoso. El mencionado Raymond hace lo mismo

con menos sutileza y más audacia porque, al parecer, carece de estudios especializados.

Pablo como agente romano, anacrónico, Pablo como traidor y semi judío, tendencioso y

embustero, Pablo como bête noire del cristianismo primitivo son construcciones que vulneran de

una u otra manera los datos disponibles. En las páginas precedentes se da una versión plausible de

los hechos, pero no resulta convincente sino a grandes rasgos. En los textos de Robert Ambelain, en

las ilusiones, para ser cortés, del ya mencionado Robert Eiseman o Bárbara Thiering pueden

hallarse más elementos para un cuadro vívido, pero irreal, de estos Pablos. Dicen que al Apóstol no

le interesaba la historia sino su interpretación; se hubiera sentido quizás a gusto con los autores

mencionados.

El desarrollo del cristianismo después de la Guerra Judía, en la cual sus miembros nunca

participaron, es la parte más verosímil de todo el relato. La catástrofe marcó a los sobrevivientes y

espectadores interesados de una manera indeleble; tanto que se puede afirmar que sin ella otra sería

la historia religiosa de Occidente. El triunfo póstumo de Pablo es, también, un hecho comprobado

aunque no tan radical como algunos han postulado. Lo que resultó de todo aquello fue un

movimiento amplio en el cual se detectan elementos del judaismo palestinense y helenistico,


concepciones populares greco orientales y una magnífica organización local que hizo viable el

desarrollo de este singular colectivo humano. Pablo, pero también Mateo (quien quiera que fuese),

Pedro, o sus seguidores, y Juan, otro desconocido, fueron los creadores del cristianismo tal cual lo

encontramos en la segunda década del siglo II.

Rosario, Argentina, 2014.

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